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Daniel Alcides Carrión: Héroe Peruano

Daniel Alcides Carrión nació en 1857 en Perú. Estudió medicina en la Universidad de San Marcos durante la guerra del Pacífico, en condiciones precarias. Se interesó en investigar la fiebre de Oroya, que afectaba a los trabajadores de los ferrocarriles. Para estudiarla de cerca, se inoculó voluntariamente con el agente infeccioso en 1885, desarrollando los síntomas y falleciendo poco después, lo que confirmó que la fiebre de Oroya y las verrugas peruanas ten

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Daniel Alcides Carrión: Héroe Peruano

Daniel Alcides Carrión nació en 1857 en Perú. Estudió medicina en la Universidad de San Marcos durante la guerra del Pacífico, en condiciones precarias. Se interesó en investigar la fiebre de Oroya, que afectaba a los trabajadores de los ferrocarriles. Para estudiarla de cerca, se inoculó voluntariamente con el agente infeccioso en 1885, desarrollando los síntomas y falleciendo poco después, lo que confirmó que la fiebre de Oroya y las verrugas peruanas ten

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El 13 de agosto de 1857 nació en la ciudad de Cerro de Pasco (Perú), Daniel

Alcides Carrión García, fueron sus padres don Baltasar Carrión, graduado de
abogado y de médico en la Universidad de Guayaquil y su madre doña Dolores
García Navarro, Peruana, oriunda de Quillacocha, Cerro de Pasco.

Hijo de Baltazar Carrión y Dolores García, cursó la primaria en la única escuela


municipal de Cerro de Pasco. A los 13 años, durante su viaje a Lima, Daniel
observó la construcción de la línea ferroviaria que llegaría hasta La Oroya,
ciudad situada a 187 km de la capital. Allí los trabajadores -peruanos y
extranjeros- eran víctimas de extrañas fiebres y lesiones verrucosas, producto
de una enfermedad desconocida que se denominó como Fiebre de La Oroya.
En 1874 Carrión ingresó al colegio Nuestra Señora de Guadalupe, terminó la
secundaria y se presentó a la Facultad de Ciencias de la Universidad de San
Marcos. Luego, en 1879, buscó una vacante en la Facultad de Medicina, pero
fue desaprobado, aunque esto no lo desanimó.
En plena Guerra del Pacífico, el 12 de abril de 1880, Carrión persistió y aprobó
el examen, a pesar de la difícil situación que vivía el país. En 1884 empezaron
sus prácticas en clínicas, y su interés científico lo llevó a adentrarse en el
estudio de los pacientes verrucosos. En agosto de ese año fue designado por
concurso para realizar las prácticas de internado en el Hospital de San
Bartolomé. La pérdida de su padre a corta edad, el desarraigo de su tierra natal
y las miserias de la guerra habían forjado su espíritu. De corta estatura,
constitución delgada y con rasgos mestizos, “Carrioncito”, como le decían sus
amigos, era de carácter resuelto y tenaz. La Fiebre de La Oroya continuaba
matando a los obreros que construían el tren en la región central del Perú, por
lo que Carrión decidió tomar el toro por las astas, profundizando sus pesquisas
sobre la enfermedad.

ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

La Facultad de Medicina, de la Universidad de San Marcos, cuando Carrión


entró a estudiar, estaba en grave crisis, que venía de dos años antes de la
guerra con Chile. Durante los gobiernos de Manuel Pardo y de su sucesor
Mariano Ignacio Prado sobrevino un grave colapso económico Los gobiernos
peruanos fracasaron en las negociaciones de la comercialización del guano y el
salitre. Fue tan severa la inopia fiscal que se dejó de pagar los sueldos del
sector público. Es así que los profesores de la Facultad de Medicina dejaron de
percibir sus sueldos desde 1878. Se les abonaba unas notas de pago para ser
redimidas cuando hubiese fondos. Así llegó la guerra, algunos profesores de la
facultad organizaron batallones de lucha. El servicio de sanidad, en teatro de
operaciones del sur de territorio, en Tarapacá, estuvo a cargo de la Cruz Roja
Internacional La Facultad de Medicina durante los años de la guerra profundizó,
aun más, su crisis institucional. Fueron los años de formación de Carrión.
Durante el primer año, en 1880, el precario mando de la república cambió.
Nicolás de Piérola, aun joven y en la etapa más demagógica de su vida,
después de un cruento golpe de estado con derramamiento de sangre en las
calles de Lima, mientras los chilenos bloqueaban el Callao, el gobierno de
Mariano Ignacio Prado fue derrocado. A fines de diciembre de 1879, cuando la
derrota de Angamos y la invasión del sur del territorio, hasta Arica, se esperaba
la invasión chilena a Lima. Carrión se alistó en un regimiento militar.
Carrión estudió en las más lamentables condiciones. El local de la Facultad de
Medicina fue depredado por el ejército invasor chileno y ocupado su local para
servir de cuartel y caballeriza. Cuando alguna vez se averiguó con el jefe del
ejército invasor, la incomprensible destrucción del país enemigo, la respuesta
fue que Chile se tenía que asegurar, en aras de la preservación de la paz, que
el Perú no se recuperase por cien años.

El bloqueo de los puertos peruanos desde octubre de 1879 hasta diciembre de


1883 trajo consigo un período de oscurantismo en conocimiento de los avances
de la ciencia médica en el resto del mundo. Precisamente en ese etapa, por
un azar del destino la biomedicina dio un salto espectacular hacia el futuro.
Desde 1879, hacia delante, se comenzó a asombrar al mundo culto del planeta
con los descubrimientos sobre la causa de las enfermedades infecciosas. Ya
no era producto de efluvios miasmáticos o cambios de factores ambientales las
causas de esas enfermedades, porque Pasteur, Koch o Lister encontraron que
los verdaderos causantes de las infecciones eran microbios y cada
enfermedad, era causada por cepa especifica de esos microbios, que se
denominaron bacterias.

Carrión, sus compañeros y sus profesores desconocían todo eso, hasta que a
partir de enero de 1884, cuando nuestro héroe cursaba el quinto ciclo de
estudios, llegaron las noticias, como una avalancha, sobre las bacterias, sobre
los bacilos, cocos o espirilos y las maneras y modos de identificarlos y
combatirlos, especialmente con vacunas o sueros que contenían sustancias
que mataban a las mortíferas bacterias. Despertó la admiración de los médicos
y estudiantes de medicina, especialmente de los jóvenes imaginativos. Había
que ensayar algo así en el Perú. En la Facultad de Medicina, a parte de haber
sido destruida por el enemigo a punto que cada alumno tuvo que llevar su
propia mesa y silla para sentarse y escribir, se produjo una revuelta de los
profesores, ¡Oh, males de la idiosincrasia!, contra el gobierno dictatorial de
turno; cuatro meses después que los chilenos se fueron, la Facultad se quedó
sin personal docente calificado, mal que bien, era lo único que había en el
medio. Fueron cambiados, mano militarmente, por otros improvisados y sin los
requisitos de grado académico.

La Academia Libre de Medicina –fundada en julio de 1885 por los prestigiosos


renunciantes y fervorosos partidarios de Andrés Cáceres, el general que iba a
deponer al odiado Iglesias– convocó a un concurso para el mejor trabajo sobre
la enfermedad que se denominaba ‘verruga peruana’. Se especulaba que esa
enfermedad era producto de emanaciones miasmáticas del cascajo de La
Oroya o por el agua que emanaba de los numerosos manantiales de las
quebradas del valle del río Rímac.

Daniel Alcides Carrión, el cholo estudiante de medicina, que vestía importados


trajes caros, el que regaló un puño de oro para bastón, en octubre de 1879,
como parte de las erogaciones que la ciudadanía hizo para reemplazar el
monitor Huáscar, perdido en la heroica epopeya de Angamos, fue tocado por la
fascinación de la nueva ciencia. Quería ser también un cazador de microbios.
EL PRINCIPIO DEL FIN

Entre junio y julio de 1885, la Academia Libre de Medicina convocó un


concurso sobre la etiología y la anatomía patológica de la verruga peruana. Fue
una oportunidad que el acucioso estudiante no dejaría pasar. Armado con sus
conocimientos, y bastante coraje, Carrión decidió indagar en la intimidad del
enemigo, estudiándolo desde sus síntomas.

Esto significaba que debía entrar en contacto directo con el agente infeccioso
que producía la enfermedad: había que inocularse. Este método le permitiría
resolver más rápidamente las dudas que se tenían sobre la verruga peruana y
establecer qué relación tenía con las altas fiebres que consumían a los obreros.
Decidido a hacerlo. El 27 de agosto de 1885, llegó hasta la sala de Nuestra
Señora de las Mercedes del hospital Dos de Mayo. Sus compañeros y el doctor
Leonardo Villar trataron de disuadirle, pero fue inútil.

Un pequeño rasgado sobre las verrugas de la paciente Carmen Paredes, de 15


años, sirvió para proceder a la inoculación de la enfermedad en los dos
antebrazos de Carrión. El procedimiento contó con la colaboración del doctor
Evaristo Chávez.

Dos días después, en su edición del 29 de agosto de 1885, El Comercio


informaba que “el estudiante de medicina señor Daniel Carrión, el cual tiene
trabajos adelantados sobre la enfermedad llamada verruga, se ha hecho
inocular la sangre de un verrucoso para observar por sí mismo los efectos de la
inoculación y resultados ulteriores de esta enfermedad indígena del Perú, que
tanto preocupa la atención de los hombres de ciencia en Europa”.
Bitácora en mano Carrión fue un paciente y meticuloso escribidor de su propia
agonía. No cedió fácilmente a los síntomas y pudo, durante muchos días, llevar
un correcto y acucioso relato de los efectos que la infección producía en su
cuerpo.
Tres semanas más tarde, el 17 de setiembre, el joven estudiante percibió los
primeros malestares y dolores. En los 5 días siguientes presentó fiebre,
escalofríos, malestar general y dolores osteomusculares. Para el 26 se
encontraba pálido y débil, por lo que dejó de tomar apuntes sobre los síntomas,
encargando la tarea a sus compañeros más cercanos. “Carrioncito” había
empezado a ceder ante la violencia de la enfermedad.
El 2 de octubre su cuaderno de apuntes señala que “hasta hoy había creído
que me encontraba tan solo en la invasión de la verruga, como consecuencia
de mi inoculación, es decir en aquel período anemizante que precede a la
erupción; pero ahora me encuentro firmemente persuadido de que estoy
atacado de la fiebre de que murió nuestro amigo Orihuela: he aquí la prueba
palpable de que la Fiebre de la Oroya y la verruga reconocen el mismo origen”.
El 4 de octubre aceptó ser llevado a la Maison de Santé para que se le
realizara una transfusión de sangre. En ese trance le comentó a su compañero
Rómulo Eyzaguirre: “…aún no he muerto amigo mío, ahora les toca a ustedes
terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado…”.
El 5 de octubre el decano dice “el estudiante de medicina señor Carrión, que
según anunciamos en días pasados se hizo inocular el virus de la verruga,
después de haber pasado el primer período, en el segundo ha sido acometido
por la Fiebre de la Oroya y se encuentra bastante grave. Deseamos se
restablezca”. Ese mismo día Carrión caía en estado de coma.

Finalmente, batido por la fiereza de la infección, falleció a las 11:30 de la


noche. El 6 de octubre El Comercio publica una nota titulada “Daniel Carrión”,
donde informa que “a causa de haberle acometido la terrible fiebre llamada de
La Oroya, hoy tenemos que pasar por el dolor de comunicar que ha muerto”.
Asimismo, explica que “en efecto, del experimento realizado por Carrión en su
propia persona, parece deducirse que la causa que produce las verrugas es la
misma que la que origina las fiebres de La Oroya...”.
La autopsia se llevó a cabo el 7 de octubre, concluyendo que las lesiones eran
típicas de la enfermedad de verrugas. Su cadáver fue sacado de la Maison de
Santé a las 4 de la tarde, llevado en hombros por las calles de Lima hasta el
cementerio Presbítero Maestro.
UN SACRIFICIO QUE AYUDÓ A LA HUMANIDAD

Comenzó a
trabajar en el
estudio que pensó
que lo llevaría a la
palestra por
encima de los que
lo miraban con
aprensión racista.
Tenia que
demostrar que la
enfermedad era
causada por un
germen susceptible
de ser transmitido
de un ser vivo a
otro. Ese era el
primer paso en una
investigación de
este tipo. Por lo
demás no se contaba con ninguna facilidad, no existía un laboratorio con los
indispensables implementos para conducir un trabajo como los que leyó, con
avidez, en las revistas que llegaron de Europa. Tanto él como sus profesores
no tenían experiencia personal en el cultivo, aislamiento y reproducción
experimental de enfermedades. Sólo a un cholo que vivió en un ambiente de
aventura perpetua, en su nativa Cerro de Pasco como era la búsqueda del
tesoro escondido en las entrañas de la tierra, se le pudo ocurrir que la
inoculación de brazo a brazo demostraría la ‘inoculabilidad’ de la enfermedad.
Como dijo, un moderno historiador de la medicina, Altamann, el estudiante
peruano de medicina peruano Daniel Alcides Carrión es un ejemplo, el primero
en la historia de la medicina, que muestra que cuando se requiere el uso de
humanos en un experimento biológico el primero en ser usado debe ser el
propio experimentador. Se inoculó, o se mandó inocular, eso no importa, el
hecho es que se jugó sólo él. Sus profesores no lo asistieron ni les interesó
científica o caritativamente. Algunos de sus compañeros provincianos de clase
lo asistieron con conmovedor cariño. Cuando él murió sus prestigiosos
profesores salvaron su responsabilidad al declarar solemnemente: esta
inoculación se hizo desautorizada, o por lo menos, no se siguió el consejo de
los hombres serenos que nunca hubieran permitido un experimento que
descuidó todo principio científico.
Muy pronto, antes de ser enterrado surgió sobre su cadáver una agria disputa
entre los dos grupos de profesores enfrentados por razones políticas. Los de la
Facultad oficialista acusaron a los de Academia, a los que dijeron que el cholito
Carrión cometió la tontería de realizar un experimento que descuidó todo
‘principio científico’, de ser cómplices en la muerte del infortunado estudiante.
Pronto saltó su figura del anonimato, para los civilistas, caceristas,
darwinistosociales, él representó el espíritu científico que ellos preconizaron. Lo
hicieron miembro póstumo de cuanta corporación científica existente.
Mandaron hacer retratos con facciones europeas, porque nadie con la cara de
nativo que tuvo, según ellos, podría realizar cosa valiosa alguna.

La autopsia se llevó a cabo el 7 de octubre, concluyendo que las lesiones eran


típicas de la enfermedad de verrugas. Su cadáver fue sacado de la Maison de
Santé a las 4 de la tarde, llevado en hombros por las calles de Lima hasta el
cementerio Presbítero Maestro.
IDEAS DISTORCIONADAS SOBRE EL MARTIR

La figura del mártir de medicina peruana, Daniel Alcides Carrión ha sido


distorsionada, desde el momento mismo de su deceso, por historiadores o por
espontáneos panegiristas; todos, con el propósito de satisfacer su propias
ideas y creencias, olvidando la realidad demostrada en las fuentes originales.
Este fenómeno se observa desde aquel día, en octubre de 1885, en el que los
profesores de Carrión se defendieron de la acusación penal, sin pruebas
sólidas, por haber, supuestamente, colaborado en el fatal experimento de su
alumno, hasta quienes, en octubre de 2005, han mandado estampar, en un
mural la desfigurada imagen de su rostro, con el objeto de mostrarlo con cara
de “gente decente”, como dirían las viejas miraflorinas, linajudas sobrevivientes
de la época de oro de ese limeño distrito, en el que ubica, el local del Colegio
Médico donde está ubicado el aludido mural.

Carrión, el Daniel Alcides, héroe de nuestra peruana medicina, fue un serrano


auténtico, lo que se llama un “nuevo indio”, vale decir un producto del
mestizaje, esencialmente cultural antes que genético, de ese que ocurre como
resultado de la eclosión entre dos civilizaciones en el escenario agreste de los
Andes. En efecto, su padre, Baltasar Carrión (1814–1886, aprox.), fue un
inmigrante ecuatoriano nacido en Loja, genéticamente blanco, pero mestizo
cultural, cuyas raíces se remontaban a alguien de los “trece de Isla del Gallo”.
Se llamó Don Baltasar Carrión y Torres, que cayó a Cerro de Pasco, después
de haber contraído nupcias, en Huancayo con una dama de esa ciudad.

Apareció allí, seguramente, atraído por la prosperidad económica de esa


singular comunidad. Allí entró en relación extra matrimonial con Dolores
García, entonces una atractiva adolescente nativa de Huancayo, que había
llegado con su padre al centro minero en busca, también, de las vetas del
ansiado mineral de plata. De esa unión nació nuestro Daniel Alcides, quien
nunca fue reconocido por el padre, como es costumbre inveterada, hasta
ahora. Doña Dolores, sobrellevó, con enaltecedora dignidad la tarea de madre
soltera y abandonada.

Es necesario exponer las características del escenario en el que se desarrolló


la infancia y la temprana adolescencia, de 1857 hasta principios de la década
de 1870, en la que fue enviado a Lima a terminar su educación escolar.

El viajero Charles Wiener estuvo, poco antes de 1880 en Cerro de Pasco y dijo:
C’est de beaucoup la ville la plus animée que j’aie ou Pérou, en exceptant
Lima… Así fue la ciudad de Cerro de Pasco, la cuna de Carrión. Fue una villa
que causó la admiración de todos los que llegaron allí, mucho antes que el
ferrocarril fuera construido, cuando su madre, su padrastro y sus hermanos
maternos vivieron en Cerro de Pasco, dentro de una mediana prosperidad.

Hay testimonios de observadores, algunos eran médicos, que por escrito o con
ilustraciones atestiguaron sobre la realidad de ese centro minero, que había
sido un inhóspito paraje, que con la fiebre de oro y plata que se desató hacia la
mitad del siglo XIX, en el continente americano, se convirtió rápidamente en un
atractivo lugar. Los viajeros encontraron abismales diferencias entre sus
habitantes; al lado de la opulencia de los propietarios de minas o de
comerciantes que especulaban con los productos secundarios de la
prosperidad, había infrahumanas condiciones de vida de los obreros nativos.

Esa ciudad está, un poco por encima de los 4 000 metros de altitud sobre el
nivel del mar. En su entorno ecológico no crece ninguna vegetación comestible.
La principal y única fuente de riqueza y prosperidad es la minería. En esos
tiempos la plata era buscada y encontrada con facilidad. Era una población sin
trazo urbano ya que los pequeños mineros asentaban sus viviendas encima de
las vetas que hallaban después de una febril prospección.

MÉTODO CONTROVERTIDO

El doctor Ignacio la Puente, profesor de la Facultad de Medicina de San


Marcos, y la revista Monitor Médico cuestionaron a Carrión por no haber
utilizado animales previamente. Pero todos reconocieron que la experiencia del
joven pasqueño había demostrado una transmisibilidad que no se conocía, y la
unidad etiológica de la verruga y de la fiebre.

En su sesión del 16 de octubre de 1885, la Academia Libre de Medicina acordó


nombrar a Carrión miembro honorario, aunque el premio se declaró vacante,
pues nunca se presentó trabajo alguno.

El 3 de setiembre de 1971, un grupo de médicos peruanos del Hospital Dos de


Mayo llevó en hombros los restos de Daniel Alcides Carrión hasta una
imponente cripta-mausoleo ubicada en su patio principal en medio de los
aplausos y el homenaje de autoridades, galenos y pacientes. El 7 de octubre
de 1991 el Gobierno Peruano lo declaró héroe nacional.
HUELLA

Hoy en día, los profesionales de la salud prosiguen con sus investigaciones


tras la huella de Carrión, aunque no con la intensidad y apoyo del caso, precisa
Freddie Williams, presidente del consejo consultivo de la Fundación-Instituto
Hipólito Unanue.

Sin embargo, afirma, los trabajos que se emprenden deben "estar dirigidos a
solucionar los problemas de salud de nuestra población. En todos los países
existen problemas específicos."

En este sentido, Williams lamenta la poca ayuda que se dedica a este campo.
"Entendemos que los países en vías de desarrollo no cuentan con el dinero
que se requeriría para hacer investigación científica."

Pero hay instituciones, como su fundación, refiere, que aportan "su granito de
arena" para que pueda estimularse el desarrollo de los conocimientos.

Ahora bien, el facultativo considera importante que la investigación se practique


tanto en las universidades como en los centros de atención.

"Hay una serie de profesionales médicos que en los hospitales donde trabajan
realizan una investigación clínica y hay un trabajo de laboratorio que debe estar
en las casas de estudio."

El galeno comenta que hay universidades en nuestro país que realizan una
labor muy seria, aunque "también es cierto que en el ranking de universidades
y países que hacen investigación estamos muy retrasados todavía."

Pone como ejemplo a las universidades Cayetano Heredia y San Marcos, que
son las más representativas de investigación, junto a otras que también
aportan al conocimiento científico.

Williams expresa la importancia de que la investigación esté dirigida a


problemas como los males broncopulmonares en niños, las enfermedades
estomacales (diarrea) y la atención de las madres en los procesos de
gestación, entre muchos otros que afectan a la población.

"Por ejemplo, nuestro país es uno de los más importantes del mundo en
desarrollo de investigación de los problemas de adaptación del hombre a la
altura. Además, otro grupo muy importante se dedica a los males tropicales."

BONDADES

El galeno resalta también el trabajo que se realiza para conocer las bondades
de los productos naturales de nuestro país, como el sacha inchi y la maca, que
se están utilizando en la solución de algunos problemas específicos.
Si bien Williams revela que no existen cifras precisas de cuántos especialistas
están dedicados exclusivamente a la investigación, sí calcula que pasarían los
mil en diversos campos.

Para el presidente del consejo consultivo de la Fundación-Instituto Hipólito


Unanue, la investigación debe estar dirigida a la prevención y curación en
salud, así también en la promoción.

"Hablando en forma teórica, qué bueno sería que el hombre pudiera prevenir
todas las enfermedades. Hay muchas cosas que las dedicamos al mundo de la
prevención, pero también hay la necesidad de sanar."

Si nos dedicáramos a la prevención, probablemente al final del proceso los


costos serían menores, pero el ser humano ya está atacado por algunas
enfermedades en los distintos niveles socioeconómicos y en las distintas
etapas de su vida, detalla.

Entonces, explica, existe un proceso en el que se tienen que ver las cosas
desde el punto de vista de prevención y otras desde el tratamiento. En estos
ambos campos es en los que se trabaja, enfatiza el facultativo.

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