Extraños en un tren
3.5/5
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La intriga de esta novela está basada en la idea de un crimen sin móviles, un crimen perfecto: dos desconocidos acuerdan asesinar cada uno al enemigo del otro, forjando así una coartada indestructible.
Bruno viaja en el mismo tren que Guy. Empiezan a conversar y Bruno, demoníacamente, fuerza a Guy a desvelar su punto débil, la única grieta de su ordenada existencia: el tipo quisiera librarse de su mujer, que le traicionó y que puede obstaculizar su carrera. Así que le propone un pacto: él matará a su mujer y Guy, a su vez, deberá matar al padre de Bruno, a quien éste odia. Guy rechaza el plan, pero no así Bruno, quien, una vez cumplida su parte, reclama a su horrorizado compañero de viaje que cumpla con la suya.
Adaptada al cine por Alfred Hitchcock, Extraños en un tren lleva a cabo una indagación escalofriante en la perturbada mente de Bruno, pero lo que más le interesa a Patricia Highsmith es la relación entre ambos personajes. Y es ahí donde la novela prefigura la obsesión de su obra futura: ¿hasta qué punto no está la insania de Bruno agazapada también en Guy? ¿Cuán cercana es la amenaza de la irracionalidad en todos nosotros?
Patricia Highsmith
Patricia Highsmith (1921-1995) es una de las escritoras más originales y perturbadoras de la narrativa contemporánea. En Anagrama se han publicado las novelas Extraños en un tren, El cuchillo, Carol, El talento de Mr. Ripley (Premio Edgar Allan Poe y Gran Premio de la Literatura Policíaca), Mar de fondo, Un juego para los vivos, Ese dulce mal, El grito de la lechuza, Las dos caras de enero, La celda de cristal, Crímenes imaginarios, El temblor de la falsificación, El juego del escondite, Rescate por un perro, El amigo americano, El diario de Edith, Tras los pasos de Ripley, Gente que llama a la puerta, El hechizo de Elsie, Ripley en peligro y Small G: un idilio de verano, los libros de relatos Pequeños cuentos misóginos, Crímenes bestiales, Sirenas en el campo de golf, Catástrofes, Los cadáveres exquisitos, Pájaros a punto de volar, Una afición peligrosa y Relatos (que incluye los primeros cinco libros de cuentos de la autora, tres de los cuales –Once, A merced del viento y La casa negra– no habían aparecido hasta ahora en la editorial) y el libro de ensayos Suspense. Fotografía de la autora © Ruth Bernhard - Trustees of Princeton University
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Comentarios para Extraños en un tren
697 clasificaciones53 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Mar 14, 2018
This was an excellent read - dark, disturbing and compelling, a real psychological thriller not so much focussed on the act of murder but on what drives people to it and the aftermath of guilt and psychological effects. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Mar 14, 2018
Strangers on a Train was an excellent 1950's debut for 29 year old Patricia Highsmith. It is a tour de force of social satire and psychological drama. Charles Bruno and Guy Haines meet on a train and Bruno manipulates Guy into swapping murders with him. "Some people are better off dead," Bruno remarks, "like your wife and my father, for instance." Bruno's plan shows Guy that anyone can become a murderer. This novel was an inspiration for a classic Alfred Hitchcock film and provides a thorough examination of guilt and obsession of murder. The reader gets a good taste of Highsmith's remarkable range of psychological insight. It is a tangled web of murder, desperation and manipulation and should not be missed if you like psychological thrillers. I look forward to reading more of Patricia Highsmith's novels in the near future. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Mar 14, 2018
I've liked other Highsmith books more than I liked this one, but I still thought this book was good, although some parts of it definitely could have been shortened. I listened to the audiobook and that may be why my chief impression of Bruno is that he was a whiny, self-pitying drunk. Maybe the narrator did too good a job. Bruno was nothing like the charismatic sociopath that Highsmith created in her Ripley series. I saw the movie based on this book eons ago and all I remember is that both actors were extraordinarily handsome, so I have no idea how closely the movie followed the book. The book is worth reading, but if you're new to Highsmith I would recommend starting with "The Talented Mr. Ripley". - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Apr 7, 2013
Psychologically creepy and dark. The premise and the characters are fascinating but I felt the read to be a bit choppy. I get that there is an urgency to the writing and, perhaps a strategy to have the prose mimic the up and down aspects of Guy's state of mind...but the flow of the narrative still felt a bit clunky to me. As a first novel though - holy cow! I wonder how creeped out the publisher was upon receiving the manuscript? - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 3, 2013
I think I have seen the Hitchcock movie, Strangers on a Train but I can't really remember it except for the basics (strangers, train, murder, chaos ensues). I'm a bit ashamed to say I had no idea Patricia Highsmith wrote the novel. I am also ashamed to say this is the first time I've read anything by Patricia Highsmith. I plan on correcting that in 2013.
So the double murder/perfect crime thing has been done before. As my friend Jess pointed out, it's been done in an episode of Castle and most likely an episode of Law & Order: SVU. The book was able to delve into the characters much more than those shows or even the movie, I imagine.
Guy is a man with some problems...he has this wife he wants to divorce and is dating a woman who he doesn't always feel worthy of. He is a good architect but hasn't yet broken out to be someone famous. Charles Bruno is another man who has some issues. His relationship with his mother is inappropriate, he hates his father, and he's a 20 something man who doesn't have any goals or anything. The 2 men meet on a train and start talking about their various problems while drinking. Charles has the great plan of him murdering Guy's wife and Guy would murder Charles' father. Then all of their problems would go away!
Guy passively dismisses Charles and goes on his way with his life. Until his wife is murdered. Then Charles figures it's Guy's turn to make due on "their" plan. Charles uses all methods to get Guy to see how much sense his plan makes including blackmail, begging, flattery, and alcohol. Guy starts to go crazy trying to keep all of this secret. Does he go to the police? Does he tell his fiancee? Does he tell Charles to bugger off? Or does he go through with it?
Even though there were some things I didn't really buy into in this book, I have to say it wasn't predictable. I had no idea what was going to happen and that made it and enjoyable, creepy read. It wasn't a fast paced thriller but it definitely kept me guessing until the end. I could have done without the multiple typos that were prevalent throughout. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
May 24, 2012
Hot on the heels of The Talented Mr Ripley, I borrowed this book from my local library. I enjoyed it and found it well-written and gripping. Two men meet on a train and become bound together in a complicated pact tied up with a crime but more interestingly with complex feelings of guilt, brotherhood and friendship, overtures of homosexuality, lies and secrecy. The destructiveness of guilt (rather than the crime itself) is played out brilliantly and almost unbearably. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 24, 2012
Interesting and compelling. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Aug 23, 2010
The premise is fascinating, but something about the way this was written made it hard for me to get into. Two gentleman meet on a train. One, Guy, latches on to the other and after a bit of conversation learns that he wants to divorce his wife and marry his mistress. Guy suggests that since he too has someone he would like to get rid of (his father) the perfect solution would be for each to murder the others nemesis--since each woud have no obvious motive there would be no way they would be suspected. The other gentleman passes this conversation off as Guy's drunken blather, but when Guy keeps contacting him after their chance meeting and then suddenly his wife dies he realizes that Guy really meant it--and that now ihe is in the worst trouble of his life. Guy's tremendous ability to sway this gentleman is brilliantly portrayed, but some of the detailed musings and descriptions of the characters inner angst was not the most thrilling thing to read. If you like wordy introspection combined with suspense, give it a try--otherwise skim over it and just read the action scenes or watch the movie. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jul 2, 2010
This book is very serious I thought. And I felt Guy is the most unlucky person. He strayed from the path of success and happy life. I thought we must collect right friends. Or we maybe become like him. It is very scary!! - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jun 13, 2010
A rather morbid story of murder and guilt that meanders too much in the trivial. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Oct 10, 2009
A really good book. Enjoyed the whole Alfred Hitchcock-y feel (have not seen the movie though). It is quite a journey into the psyche of two men. Their thoughts to their words to their actions. Psych and Comm students will enjoy seeing theories and models come to life. Certainly makes me want to read other Highsmith books. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
May 24, 2008
Two people meet on a train; they make a pact to kill each other's victims, so that noone can suspect them. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 25, 2008
Almost painful to read - not because it is bad but because the nice guy acts so stupidly you can't bear it. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Feb 24, 2008
Highsmith's "First": Two strangers meet on a train and decide to do teach other's murder in order to prevent motive finding for the police, written in 1950, it still gives a frightening modern impression... - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Feb 28, 2025
I read this book years ago and enjoyed it. i received it this past Christmas as a SantaThing book from LibraryThing, and read it again. Maybe. it's because I'm quite a bit older, but I found the book disturbing to say the least. It also made me realize where thrillers nowadays just don't seem to carry this much punch. It maybe the understatedness of Highsmith's writing, and it's certainly her spot-on characterizations which make this duo crime team very realistic indeed, and it sucked me in to the story just like Bruno did with Guy, to the point where wrong seems to make perfect sense, and right doesn't measure up. There have been lots of other authors that have attempted this type of crime theme, but, in my opinion, none come close to this chilling and sobering novel. Thanks to my Secret Santa for reintroducing me to this 1950 crime classic. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jun 30, 2025
Published in 1950, Strangers on a Train is a psychological thriller that explores the dark side of human nature through an intriguing premise – two strangers meet on a train and discuss "exchanging" murders to create the perfect crimes. The novel centers on Guy Haines, an ambitious architect, and Charles Bruno, a sociopath who proposes the murderous bargain. They had been inebriated, so Guy dismisses the conversation, but Bruno does not drop the idea.
It is an interesting exploration of duality. Guy represents respectability while Bruno represents immorality. The plot exposes factors that could lead ordinary people to commit evil deeds. The psychological tension ramps up, forcing Guy to confront the darkness within himself. I found it a little difficult to suspend disbelief, particularly in terms of “respectable” Guy’s reluctance to contact the authorities, or even discussing his personal life with a stranger, but I tried to set aside my concerns and just “go with it.”
The narrative shifts between Guy and Bruno, allowing readers intimate access to both men's thoughts. This creates a feeling of discomfort for the reader (or at least for me). I think the first half is stronger than the second. I have not seen the film but understand it is quite different. These types of thrillers are not in my wheelhouse, but it is well written. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Nov 27, 2024
Divided on if I think the adaptation is better. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jul 26, 2024
Classic Highsmith, with her distinctive spare style and dodgy characters. I can see why this is considered to be a classic, but it felt quite dated in both style and subject. The premise is fascinating, two strangers meet on a train and agree to commit murder. Or, one man agrees, and one man doesn't, and the game of cat and mouse that follow is a story of high tension and psychological manipulation.
Parts of the book were very good. Parts were incredibly slow. The relationships between the characters felt very superficial The main character, Guy, is an architect. I used to be an architect, and Highsmith really got this wrong. His profession doesn't have anything to do with the story, but it was distracting to read through the scenes where he's working and have to overlook the errors.
I'm not sure I would recommend this book to anyone who wasn't already familiar with (and liked) Highsmith's books, because it isn't all that readable by today's standards. It feels surreal in some places. But she does pull off some good tension, and I think the way Guy crumbles with guilt and paranoia after the murder is dead on. Still, some of the things he does feel stupid.
Overall, I'm glad I read this classic crime novel, but I wouldn't read it again. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 9, 2023
Great book. This audiobook version is really awful due to the narration by Bronson Pinchot. I usually like it when a narrator "acts" the parts but Pinchot almost makes a joke out of the book. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Sep 15, 2023
I have wanted to read this book for a long time, so when I was challenged to read something off a backlist, this was my choice! It is such a great psychological thriller, showing the guilt of a murderer, albeit a reluctant one.
When 2 strangers, Guy Haines and Charles Bruno, meet on a train, and start talking about people they despise, Bruno plants a seed that they should each kill the other person's target. Who would suspect strangers of plotting such a thing?
As the story develops, Guy can't deal with the guilt that he unwittingly triggered Bruno to kill Guy's wife, and now is in an untenable position. Bruno continues to threaten Guy, until Guy kills Bruno's father for him.
Eerie, twisted story! - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Mar 27, 2021
This mid-20th century American crime novel was the basis for Hitchcock's famous film of the same name. The basic plot of the reciprocal murders of an unfaithful wife and a hated, overbearing father remains the same, though many of the details are different. Overall, I prefer the film, though that may at least partly because I have seen it many times, but never read the novel until now. The novel depicts well the increasing guilt that Guy Haines (a prominent architect as opposed to a tennis player in the film) feels at knowing the secret as to who murdered his estranged wife, and here, unlike in the film, he actually commits the reciprocal murder of Bruno's father. Bruno (which is here his surname not his given name) is a growing alcoholic - another degradation well described in the novel. There were parts of the story that dragged a bit for me, but overall I thought this was a good, psychological novel. I did miss the lack of incidents like the broken merry go round that kills Bruno in the film (here he suddenly commits suicide by jumping off a boat), but enjoyed it overall. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jan 21, 2023
Originally written in 1950 by Patricia Highsmith, the plot of Strangers on a Train, is rather well known. The book was made into a movie by Alfred Hitchcock, who, however, took some liberties with the plot. The book is a suspense thriller at its finest. The story is engaging and the book is a page turner, with a cliffhanger at the end of most every chapter.
Basically, Guy Haines meets Charles Bruno on a train. Bruno concocts the idea of him murdering Haines’s estranged wife, thus freeing Haines to marry his current girlfriend, Anne, without the messiness of a divorce, and in return, Haines is to murder Bruno’s father, whom he despises. Haines is repulsed at the idea and rejects it. However, shortly thereafter, Bruno carries out his portion of the plan, murdering Haines’s wife. Bruno then harasses, threatens, and blackmails Haines into murdering his father. Haines finally does so, as Bruno threatens to go to the authorities and turn Haines in, if he doesn’t.
Revealing anymore of the plot would spoil the ending, so I will stop at this point. However, Haines, who has a conscience, is racked with guilt. Bruno, it seems, either does not have a conscience or it is seared over so much he feels no guilt for their crimes.
Highsmith does an excellent job in developing the characters, not only of Haines and Bruno, but also Anne, Guy’s girlfriend and eventual wife, Miriam, Guy’s estranged wife, Gerald, the detective, as well as other characters. The dialogue is sharp and the reader can easily determine from the manner of speech which character is speaking.
This book is a classic and a must read, especially for fans of suspense or thrillers. Don’t let the fact it was published 70 years ago put you off. It is as scary and suspenseful and any thriller written today. Creepy is an understatement to describe this story. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Sep 29, 2020
Very different than the movie, that's for sure. Locale, characters, occupations. It makes you wonder why Hitchcock changed all of this. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Nov 19, 2022
Stranger’s On A Train (1950) by Patricia Highsmith. The movie made by Hitchcock is not this book. The central idea is that two people, two total strangers, should kill the person who is causing the other the most trouble. A couple of scenes in the movie are shaded duplicates of the book, but 90% to 95% of the book is not ever portrayed on the screen.
The book, Ms. Highsmith’s first novel, is a psychological look into the heart and mind of a killer, Charles Bruno, and his “partner” in crime, Guy Haines. Haines is a good guy, an up and coming architect, and soon to be married to a wonderful woman from a great family. Bruno is an alcoholic psychopath son of a rich family who hates his father.
Guy Haines has a wife that he is trying to divorce.
When Bruno meets Guy on a train he sees the perfect tool for his insidious plans. While talking with Guy, Bruno broaches the subject of murder, specifically each man killing the other’s biggest problem. Guy says “no, no, no”, which every psycho maniac man knows means “yes, that’s a great idea!!”
The story breaks down for me when, suspecting Bruno has killed Guy’s soon to be ex-wife, Guy doesn’t seek some type of legal help. Guy is, after all, a man of rules and conformity, his life literally built of structure and design. When his life is threatened by Bruno’s mad plan, why would he not seek some type of legal recourse?
But of course that would not make a great story. Instead there are long passages where Guy is tormenting himself with his secret knowledge. The book’s central thesis, it seems, is that any person has a heart that holds evil which can be enflamed with the right fuel.
There are different themes embedded in the novel, most dominant a haze of latent homosexuality dominating the Guy/Bruno relationship. Also Bruno’s odd covetous relationship with his mother is very disturbing. Let’s not go into his abuse of alcohol.
Reading this book in 2022 will not have the same impact as it did in 1950. Then the world was still recovering from the war and many millions of people were trying to come to grips with what had happened. The important questions being asked were if we are good people, how could that have happened? More importantly is the personal question: I know I am a good person so how could I have done what I did?
This book was written 70 plus years ago but it still resonates today. The book’s resolution feels forced and untrue to the rest of the book, but in all this is a fine introduction to Patricia Highsmith’s collection of work. And this book reads as a first draft for the characters that come along in her Ripley books. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jun 30, 2022
Book on CD performed by Branson Pinchot
Architect Guy Haines meets wealthy ne’er-do-well Charles Bruno on the train when he’s traveling to Texas to see his mother and, hopefully, finalize his divorce. Over more than a few Scotches the two admit to their difficult relationships: Charlie hates his father, Guy is trying to convince his wife to give him a divorce. Bruno’s solution: “I’ll kill your wife if you’ll kill my father.”
Oh, what a tangled web we weave! And Bruno is a charming psychopath, who, despite his advancing alcoholism, is not only resourceful and a great detective when it comes to ferreting out information about Guy, but also tenacious.
It’s a wild ride. The suspense comes from Bruno’s clever and persistent pursuit of Guy, not just as an accomplice to murder, but as a best friend. He simply cannot believe that Guy doesn’t want to spend all his time with Bruno, as he wants to spend his life with Guy. He behaves like a love-sick boy, and his careless actions are bringing an equally determined detective closer and closer to the truth. Will they truly get away with it? If not, who will get blamed? Who will crack first?
Branson Pinchot does a fine job of narrating the audiobook. He is a gifted actor and his interpretation of Bruno just makes my skin crawl. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
May 14, 2021
Strangers on a Train by Patricia Highsmith is story that plays on the extremes of the good and evil that are in every person’s nature as well as being a psychological study on the power of suggestion. When Guy Haines meets Charles Bruno on a train travelling to Texas, they share stories about the one person in each man’s life they would like to be free of. In Guy’s case it is his soon-to-be ex-wife and for Charles it would be his father who he says tries to control him and his finances. Guy dismisses the plan that Charles comes up with for each man to murder the other’s nemesis and goes on his way. Charles meanwhile decides to go ahead with his side of the murders in the hope that Guy, once freed of his ex-wife will want to help him as well.
Thus begins an extreme case of cat and mouse, as first Charles drops hints that he is the one who committed the murder and then starts to pressure Guy into completing his half of the deal. When Guy comes to realize that Charles Bruno is a psychopath, he should have realized that this will never be over, that Bruno will always find a way to worm into his life. While Guy is both repulsed and attracted to Charles, Charles portrays an almost childlike hero-worship of Guy, wanting a part is all aspects of his life.
Strangers on a Train portrays this struggle of wills and also brings into the story a third party, a detective who appears to know exactly what questions to ask, and who to direct those question to. I found the book a little too long as the author included a lot of philosophical musings on the nature of good and evil. I also found Guy Haines rather stiff and boring, but, this author painted a very vivid picture of an alcoholic psychopath with Charles Bruno that kept me riveted to the pages. - Calificación: 2 de 5 estrellas2/5
Feb 17, 2021
I imagine that most people are familiar with the plot of this story, either from the book itself, or the famous film that it spawned. The idea of ‘swapping murders’ (I really don’t think it is straying into unwarranted spoiler territory) has almost developed into a standard trope in television crime series.
I did, however, find the book heavy going, which surprised me. I think that almost everyone else I know that has read it had commented on how well written it was. I beg to differ, having found the characters not merely unempathetic, but also utterly implausible. Highsmith’s prose, which I have also heard eulogised by people who should know better, is far from welcoming.
To be fair, the principal theme of the plot is very clever, while also so simple, yet it was not strong enough to salvage the rest of the book. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jan 23, 2021
The premise to this story is absolutely brilliant – Bruno, a sociopath, amiably forces himself on Guy, a stranger on the train they’re on, and tells him about a wild idea for a double murder, one in which they each commit one for the other, and get away with it because it will appear random. Bruno wants his father dead for the inheritance, and Guy is struggling to get out of a marriage that his wife is clinging to, despite her infidelity. Guy rejects the idea, but is then sucked into it anyway when Bruno proceeds. It’s a dark, psychological tale with subversive underpinnings, and it’s no wonder Alfred Hitchcock liked it so much. This is a case where the novel and the book are both fantastic, despite the significant changes Hitchcock made to the plot after that memorable carnival scene.
Highsmith has a real way with words and peppers the work with wry observations, making it an impressive debut work. The two men revolve around each other with an element of homoeroticism, at least on Bruno’s part, and the crime is threatened by his alcoholism and lack of self-discipline. Meanwhile, Guy, a successful young architect, is a vehicle for Highsmith to show that every man can be made into a murderer. He is threatened by his feelings of inadequacy and guilt ala Rodion Raskolnikov and by messy such an act can be, leaving behind evidence. Highsmith writes scenes like that wonderfully, and keeps the tension up throughout the book. Highly recommended.
Quotes:
On the beauty of a lover (and Scotch :):
“She drank Scotch, when she drank. It was like her, golden, full of light, made with careful art.”
“He thought, she is the sun in my dark forest. But he couldn’t say it.”
On love:
“She turned her head slightly and looked down. On her short cheek, the sunlight picked out the largest freckles, and Guy saw a certain pattern he remembered and had not thought of since a time when he had been married to her. How sure he had once been that he possessed her, possessed her every frailest thought! Suddenly it seemed that all love was only a tantalizing, a horrible next-best to knowing. He knew not the smallest part of the new world in Miriam’s mind now. Was it possible that the same thing could happen with Anne?”
On business and marriage:
“I tell his business, all business, is legalized throat-cutting, like marriage is legalized fornication.”
On murder:
“But didn’t you ever feel you wanted to steal something? Or kill somebody? You must have. Everybody feels those things. Don’t you think some people get quite a kick out of killing people in wars?”
“Do you know what percentage of murders get put in papers? … One twelfth. One twelfth! Just imagine! Who do you think the other eleven twelfths are? A lot of little people that don’t matter. All the people the cops know they’ll never catch.”
“He found himself wondering, therefore, from time to time, if he might have enjoyed his crime in some way, derived some primal satisfaction from it – how else could one really explain in mankind the continued toleration of wars, the perennial enthusiasm for wars, when they came, if not for some primal pleasure in killing?”
“Given the same circumstances, I could break you down and make you kill someone. It might take different methods from the ones Bruno used on me, but it could be done. What else do you think keeps the totalitarian states going?” - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Dec 19, 2020
A chance meeting between two strangers on a train leads to the perfect murders, ones supposedly with no motives. Guy Haines is an architect with a promising career. Although separated, he is still married to his unfaithful wife, Miriam, who is hindering his marriage to a woman he now loves, Anne Faulkner. Charles Bruno, a wealthy playboy, hates his father who is a barrier to his total control of the family's finances. Bruno proposes a solution to both domestic problems, "exchange murders." Bruno eventually kills Miriam and enjoys the act but Guy is reluctant to reciprocate. The more that he reneges, the more that Bruno inculcates himself in Guy's life.
One year after this book was published in 1950, Alfred Hitchcock adapted it into a film. It was adapted once more in 1969 and then was adapted into the comedy, "Throw Mama from the Train" starring Billy Crystal and Danny DeVito, however, in the latter, no one dies. I decided to read this book after it was used in the plot of Eight Perfect Murders by Peter Swanson. I believe that the book centers on whether a person's sense of morality might surface and indict yourself even if one commits the perfect murder. Additionally, if a requirement of the "exchange murders" is to walk away from the events never to see the other killer, can you truly do this? It is this plot element and question that makes the book so entertaining. - Calificación: 1 de 5 estrellas1/5
Jan 21, 2020
Abandoned at 46%. The plot is simply too far- fetched and the unlikable protagonists both keep making ridiculously poor decisions. This is the third Highsmith book I have read and it is likely to be the last.
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Extraños en un tren - Jordi Beltrán
Índice
Portada
Extraños en un tren
Notas
Créditos
A todas las Virginias
1
El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. Pero su avance apenas se notaba. Diríase que la pradera ondulaba solamente, como una inmensa manta, rosada y ocre, que alguien estuviese sacudiendo. Cuanto más rápido iba el tren, más vivaces y burlonas eran las ondulaciones.
Guy desvió la mirada de la ventanilla y se retrepó en el asiento.
Miriam daría largas al divorcio en el mejor de los casos, pensó. Tal vez ni siquiera deseaba divorciarse, sólo dinero. ¿Llegaría realmente a concederle el divorcio alguna vez?
Se dio cuenta de que el odio empezaba a paralizar sus pensamientos, a convertir en simples callejones sin salida los caminos que su sentido de la lógica le había hecho ver en Nueva York. Podía sentir la presencia de Miriam más allá, ya no muy lejos ahora, sonrosado y pecoso el rostro, irradiando una especie de calor malsano como el de la pradera al otro lado de la ventanilla. Hosca y cruel.
Automáticamente alargó la mano para coger un cigarrillo y, por décima vez, recordó que estaba prohibido fumar en los coches Pullman. Lo cogió, de todos modos, y lo golpeó ligeramente dos veces contra la esfera del reloj, consultando la hora al mismo tiempo: eran las 5.12. Cualquiera diría que la hora importaba algo hoy, pensó. Se puso el cigarrillo en un ángulo de la boca y luego le prendió fuego, ocultando la cerilla en el hueco de la mano. Entonces el cigarrillo pasó a ocupar el sitio de la cerilla. Fumaba lentamente, con chupadas regulares. Sus ojos descendían una y otra vez hacia el terreno, difícil y fascinador, que se deslizaba al lado del tren. Se le estaba levantando una de las puntas del cuello blando de la camisa. La luz del crepúsculo hacía que su imagen se reflejara en el cristal de la ventanilla y el retazo de tela blanca al lado de la mandíbula hacía pensar en alguien vestido a la usanza del siglo pasado, lo mismo que su pelo negro, alto y lacio en la coronilla y pegado a la nuca. La elevación del pelo y la inclinación de su larga nariz le daban un aire de gran resolución y, de algún modo, sugerían un movimiento hacia adelante, aunque, vistas de frente, las cejas y la boca, rectilíneas y gruesas, daban la impresión de quietud y reserva. Llevaba unos pantalones de franela que necesitaban un buen planchado, una chaqueta oscura que cubría holgadamente su delgada figura y que mostraba unas desvaídas tonalidades carmesíes a efectos de la luz, y una corbata de lana color tomate, anudada descuidadamente.
No creía que Miriam fuese a tener un hijo a no ser que lo deseara. Lo que querría decir que su amante pensaba casarse con ella. Pero ¿por qué le habría hecho venir? Ella no le necesitaba para obtener el divorcio. Y él, ¿por qué estaría ahora pensando en las mismas cosas que habían pasado por su mente cuatro días antes, al recibir la carta? Las cinco o seis líneas de letra redonda decían solamente que Miriam iba a tener un hijo y que deseaba verle. El que esté embarazada me garantiza el divorcio, razonó Guy. ¿Por qué ponerse nervioso, entonces? Por encima de todo le atormentaba la sospecha de que, en lo más profundo y recóndito de su ser, se sentía celoso porque ella iba a dar a luz al hijo de otro hombre cuando, tiempo atrás, había abortado un hijo suyo. No, no era más que vergüenza lo que le estaba irritando, se dijo a sí mismo. La vergüenza de pensar que una vez había amado a alguien como Miriam. Aplastó el cigarrillo en la rejilla que cubría el radiador de la calefacción. La colilla cayó rodando a sus pies y de una patada la arrojó debajo del radiador.
Tenía tantos motivos para esperar el futuro con ilusión. Su divorcio, el trabajo en Florida (era prácticamente seguro que la junta aprobaría sus proyectos y que sabría el resultado aquella misma semana) y Anne. Él y Anne podrían empezar ya a hacer planes. Llevaba ya más de un año esperando, impacientándose en espera de que sucediese algo... esto... que le devolviera la libertad. Sintió en sus entrañas como una agradable explosión de felicidad, y se arrellanó en una esquina del asiento afelpado. Durante los últimos tres años, realmente, había estado esperando que pasara esto. Claro que con dinero hubiera podido pagarse el divorcio, pero jamás había logrado reunir el suficiente. Tratar de hacerse un nombre como arquitecto, sin contar con la ventaja de trabajar con un grupo de profesionales, no le había resultado fácil, ni se lo estaba resultando ahora. Miriam nunca le había exigido una pensión alimenticia, pero le había importunado de otras maneras: hablando de él en Metcalf como si sus relaciones no dejasen nada que desear, como si él estuviera en Nueva York solamente para labrarse una posición y, una vez conseguida, fuese a llamarla a su lado. De vez en cuando ella le escribía pidiéndole dinero, cantidades pequeñas pero molestas que él no dudaba en mandarle porque a ella le hubiera resultado muy fácil (y tan propio de su forma de ser) montar una campaña para difamarle en Metcalf, donde, además, vivía la madre de Guy.
Un joven alto y rubio, vestido con un traje marrón rojizo, se dejó caer en el asiento vacío delante de Guy y, con una sonrisa vagamente amistosa, se acomodó en un rincón. Guy miró de soslayo su rostro, pálido y más pequeño que lo normal. Había un grano enorme exactamente en el centro de la frente del desconocido. Guy volvió a mirar por la ventanilla.
El joven sentado frente a Guy parecía estar reflexionando sobre si entablar conversación o descabezar un sueñecillo. Su codo resbalaba por el antepecho de la ventanilla y cada vez que se abrían sus espesas pestañas sus ojos grises e inyectados en sangre le estaban mirando y en su rostro volvía a dibujarse una sonrisa meliflua. Probablemente estaba algo borracho.
Guy abrió su libro, pero a media página su mente empezó a divagar. Alzó la vista cuando titilaron los tubos fluorescentes del techo del vagón, dejó vagar los ojos hasta que se detuvieron en el cigarro, aún sin encender, sostenido por una mano huesuda que se agitaba siguiendo la conversación, detrás de uno de los respaldos, y luego sus ojos siguieron su curso hasta detenerse nuevamente, esta vez en el monograma que colgaba de la fina cadena de oro que cruzaba la corbata del joven sentado delante de él. El monograma decía CAB, y la corbata era de seda verde, decorada a mano con unas palmeras de un ofensivo color anaranjado. El largo cuerpo, enfundado en el traje marrón rojizo, estaba tendido ahora, vulnerable, con la cabeza echada hacia atrás de tal modo que el voluminoso grano o divieso de la frente parecía una cumbre que hubiese entrado en erupción. Era un rostro interesante, aunque Guy no sabía por qué. No parecía joven ni viejo, inteligente o estúpido del todo. Entre la estrecha y abultada frente y la prominente mandíbula inferior, el rostro se ahuecaba anormalmente, hundido allí donde se dibujaba el fino trazo de la boca y aún más hundido en las azuladas concavidades que daban cobijo a aquellos pequeños festones que eran las pestañas. La piel era tersa como la de una muchacha, pálida como la cera incluso, como si todas sus impurezas hubiesen sido desviadas para alimentar la erupción del grano de la frente.
Guy volvió a leer durante unos breves momentos. Las palabras tenían sentido y empezaban a disipar su ansiedad. Pero ¿de qué te va a servir Platón cuando veas a Miriam?, le preguntó una voz interior. Ya se lo había preguntado en Nueva York, pero, pese a todo, se había traído el libro consigo, el viejo libro de texto que conservaba del curso de filosofía de su segunda enseñanza. Era una pequeña satisfacción que se había concedido a sí mismo, tal vez para que le sirviera de compensación por tener que hacer aquel viaje para ver a Miriam. Miró por la ventanilla y, al ver su imagen reflejada en el cristal, se arregló el rebelde cuello de la camisa. Anne siempre lo hacía por él. De pronto se sintió indefenso sin ella. Cambió de postura y sin querer rozó el pie del joven dormido. Vio fascinado cómo sus pestañas se agitaban y finalmente se abrían. Diríase que los ojos inyectados en sangre habían estado clavados en él todo el rato detrás de los párpados cerrados.
–¡Perdón! –murmuró Guy.
–No tiene importancia –dijo el otro.
Se incorporó en el asiento y agitó la cabeza vivamente.
–¿Dónde estamos?
–Entrando en Texas.
El joven rubio sacó una petaca dorada de uno de los bolsillos interiores de la americana, la abrió y alargó el brazo con ademán amistoso.
–No, gracias –dijo Guy.
Guy observó que la mujer al otro lado del pasillo, que no había levantado la vista de su labor de calceta desde St. Louis, les miraba ahora furtivamente al oír el ruido metálico de la petaca.
–¿Cuál es su destino?
La sonrisa se había convertido en una media luna, delgada y húmeda.
–Metcalf –respondió Guy.
–Oh. Hermosa ciudad, Metcalf. ¿Negocios?
Sus ojos tristones parpadearon cortésmente.
–Sí.
–¿De qué clase?
Guy levantó a regañadientes la vista del libro.
–Arquitecto.
–Oh –dijo el otro con interés afectado–. ¿Construye casas y todo eso?
–Sí.
–Me parece que no me he presentado.
Se levantó a medias.
–Bruno. Charles Anthony Bruno.
Guy le estrechó la mano brevemente.
–Guy Haines.
–Encantado de conocerle. ¿Vive en Nueva York?
La voz, ronca y abaritonada, sonaba a falso, como si estuviera hablando para despertarse.
–Sí.
–Yo vivo en Long Island. Voy a Santa Fe, a pasar unas breves vacaciones. ¿Ha estado alguna vez en Santa Fe?
Guy negó con la cabeza.
–Gran ciudad para descansar.
Sonrió mostrando unos dientes en mal estado.
–Casi todo es arquitectura india allí, me imagino.
Un revisor se detuvo a su lado, en el pasillo, manoseando un taco de billetes.
–¿Éste es su asiento? –preguntó a Bruno.
Bruno se arrellanó en el asiento con gesto posesivo.
–El coche salón, en el vagón contiguo.
–¿La suite número tres?
–Eso creo. Sí.
El revisor prosiguió su camino.
–¡Esos tipos! –murmuró Bruno.
Se inclinó hacia adelante y se puso a mirar fijamente por la ventanilla, con expresión divertida.
Guy reemprendió su lectura, pero el importuno aburrimiento del otro, la sensación de que iba a decir algo de un momento a otro, le impedían concentrarse en el libro. Guy pensó en marcharse al vagón restaurante, pero sin saber por qué se quedó sentado. El tren volvía a aminorar su marcha. Cuando le pareció que Bruno iba a decir algo, Guy se puso en pie y se retiró al vagón contiguo, desde donde saltó la escalerilla y se halló de pie sobre el crujiente suelo, antes de que el tren se hubiese detenido por completo.
El aire, más orgánico y agobiante, de la noche le golpeó el rostro como un almohadón asfixiante. Flotaba un olor a grava polvorienta y recalentada por el sol, a petróleo y metal caliente. Tenía hambre y se entretuvo cerca del vagón restaurante, caminando con pasos lentos y las manos en los bolsillos, aspirando profundamente el aire aunque no le gustase. Una constelación de luces rojas, verdes y blancas cruzó zumbando el cielo en dirección al sur. Ayer mismo, pensó, Anne podría haber pasado por esta misma ruta, camino de México. Él podría haber ido con ella. Anne había deseado que fuesen juntos hasta Metcalf, y él podría haber aprovechado para pedirle que se quedara un día y conociese a su madre de no haber sido por Miriam. O, a pesar de Miriam, si él fuese otra clase de persona, si hubiese sido capaz simplemente de mostrarse indiferente. Había hablado de Miriam con Anne, y se lo había contado casi todo, pero la idea de que ambas se encontrasen le resultaba insoportable. Había querido viajar solo en tren para poder pensar. ¿Y en qué había pensado hasta ahora? ¿Es que alguna vez el pensar y la lógica le habían servido de algo cuando se trataba de Miriam?
Se oyó la voz del revisor llamando a los pasajeros, pero Guy se quedó paseando hasta el último minuto y luego se encaramó al vagón que iba detrás del coche restaurante.
El camarero acababa de anotar su encargo cuando el joven rubio apareció en la puerta del restaurante. Se tambaleaba y su aspecto era un tanto truculento debido a la colilla que llevaba pegada a los labios. Guy había logrado olvidarse de él y ahora, al ver su figura alta y vestida de marrón rojizo, le pareció que se trataba de un recuerdo vagamente desagradable. Vio que sonreía al divisarle.
–Creía que se le había escapado el tren –dijo Bruno alegremente, acercándose una silla.
–Si no le importa, míster Bruno, me gustaría estar a solas un rato. Hay algunas cosas en las que debo pensar.
Bruno aplastó el cigarrillo, que le estaba quemando los dedos, y le miró inexpresivamente. Estaba más bebido que antes y su rostro se hacía borroso en los contornos.
–Podríamos estar tranquilos en mi compartimiento. Y también podríamos cenar allí. ¿Qué me dice?
–Gracias, pero preferiría quedarme aquí.
–Oh, insisto. ¡Camarero!
Bruno dio unas palmadas.
–¿Me hará el favor de mandar la cena de este caballero a la suite número tres?... y tráigame un bistec, no muy cocido, con patatas fritas, y una tarta de manzana. Ah, y dos scotchs con soda, tan rápido como pueda, ¿eh?
Miró a Guy con una sonrisa meliflua y pensativa.
–¿De acuerdo?
Guy reflexionó un instante, entonces se levantó y se fue con él. ¿Qué más daba, bien pensado? ¿Acaso no estaba ya absolutamente asqueado de sí mismo?
Los scotchs no hacían ninguna falta a no ser por los vasos y el hielo. Cuatro botellas de scotch, con sus etiquetas amarillas, alineadas dentro de una maleta de piel de cocodrilo eran el único vestigio de orden dentro del pequeño compartimiento. Maletas y baúles roperos obstaculizaban el paso por todos lados a excepción de un espacio exiguo y laberíntico situado en medio de la habitación, y, desparramados sobre todo ello, había prendas y utensilios de deporte, raquetas de tenis, una funda con palos de golf, un par de cámaras fotográficas y una cesta llena de fruta y botellas de vino medio hundidas en papel rojo cortado a tiras. Todo un muestrario de revistas de actualidad, publicaciones humorísticas y novelas cubría el asiento junto a la ventanilla. Había también una caja de bombones con una cinta roja de un extremo a otro de la tapa.
–Esto parece una carrera de obstáculos, me imagino –dijo Bruno con un inesperado tono de excusa.
–No importa.
Lentamente, Guy empezó a sonreír. El compartimiento le hacía gracia y le provocaba una grata sensación de aislamiento. Al sonreír, sus oscuras cejas se relajaron, transformando toda su expresión. Sus ojos miraban ahora hacia fuera. Con ágiles movimientos se abrió paso por los pasadizos bordeados de maletas, examinándolo todo con aire de gato fisgón.
–Nuevecita. Aún no ha probado pelota –le informó Bruno tendiéndole una raqueta de tenis para que la palpase–. Todo esto es obra de mi madre. Cree que así no me acercaré a los bares. De todos modos, siempre puedo empeñarlo cuando se me acaba el dinero. Me gusta beber cuando voy de viaje. Es un buen aliciente, ¿no cree?
Llegaron los whiskies con soda y hielo y Bruno los reforzó con el contenido de una de sus botellas.
–Siéntese y quítese la americana.
Pero ninguno de los dos se sentó ni se quitó la americana. Pasaron varios minutos embarazosos sin saber qué decirse. Guy tomó un trago de su bebida, que parecía consistir exclusivamente de scotch, y contempló el desorden del suelo. Se fijó en que Bruno tenía unos pies extraños, aunque quizá fuese debido a los zapatos, pequeños y de color marrón claro, con puntera alargada y sin adornos cuya forma se parecía a la prominente mandíbula inferior de Bruno. Por alguna razón, aquellos pies parecían anticuados, de otra época. Y Bruno no estaba tan delgado como había creído. Sus largas piernas eran gruesas y tenía un cuerpo rechoncho.
–Espero no haberle molestado –dijo Bruno cautelosamente– cuando he entrado en el restaurante.
–Oh, no.
–Me sentía solo. Ya sabe.
Guy dijo algo sobre cuán solitario debía de ser el viajar solo en un compartimiento y entonces estuvo a punto de caerse al enredarse los pies con algo que había en el suelo: la correa de una cámara Rolleiflex. Había un arañazo reciente, de color blanco, en una de las caras del estuche de piel. Se daba cuenta de que Bruno le miraba tímidamente. Voy a aburrirme mortalmente, está claro, pensó. ¿Por qué habré venido?
Sintió un remordimiento que le hacía desear volver al vagón restaurante. Entonces se presentó el camarero con una bandeja cubierta con una tapadera de peltre y en un instante les instaló la mesa. El aroma de la carne asada sobre carbón vegetal le dio ánimos. Bruno insistió tanto en pagar la cuenta que Guy accedió a ello sin oponer más resistencia. Para Bruno había un enorme bistec cubierto de setas; para él, una hamburguesa.
–¿Qué está construyendo en Metcalf?
–Nada –dijo Guy–. Es que mi madre vive allí.
–Oh –dijo Bruno con interés–. ¿Va a visitarla? ¿Es usted de allí?
–Sí. Allí nací.
–No tiene mucho aspecto de ser tejano.
Bruno inundó su bistec y sus patatas fritas con salsa de tomate, después extrajo delicadamente el perejil y lo sostuvo en el aire con perfecto equilibrio.
–¿Hace mucho que no va por casa?
–Unos dos años.
–¿Su padre vive allí también?
–Mi padre murió.
–Oh. ¿Se lleva bien con su madre?
Guy dijo que sí. El sabor del scotch, pese a no gustarle demasiado, le resultaba agradable porque le recordaba a Anne. Cuando bebía, tomaba siempre scotch. Era como ella: dorado, lleno de luz, hecho con cuidadoso arte.
–¿En qué parte de Long Island vive?
–Great Neck.
Anne vivía en una zona de Long Island más alejada.
–En una casa que llamo La Perrera –prosiguió Bruno– porque todos quienes la habitan, hasta el chófer, llevan una vida de perro.
De pronto se echó a reír con verdadero gusto y volvió a inclinarse sobre el plato.
Al mirarle ahora, Guy podía ver solamente la parte superior de su estrecha cabeza, escasamente cubierta de pelo, y el abultado grano. No se había fijado en el grano desde que Bruno se había dormido, pero ahora volvía a reparar en él y le parecía algo monstruoso, ofensivamente llamativo.
–¿Y por qué? –preguntó Guy.
–Por culpa de mi padre. ¡El muy cerdo! Mi madre y yo hacemos buenas migas también. Mi madre vendrá a Santa Fe dentro de un par de días.
–Eso está bien.
–Así es –dijo Bruno como si le contradijese–. Lo pasamos muy bien juntos... haraganeando por ahí, jugando al golf. Hasta asistimos juntos a las fiestas.
Se rió, avergonzado y orgulloso a la vez, repentinamente inseguro e infantil.
–¿Le parece que eso es gracioso?
–No –dijo Guy.
–Ojalá tuviera dinero propio. Verá, tenía que empezar a recibir mi renta este año, sólo que mi padre no quiere que la reciba. Se está forrando los bolsillos con ella. Tal vez no me crea, pero ahora no tengo más dinero del que tenía cuando estaba en el colegio, con todos los gastos pagados. De vez en cuando tengo que sablearle un centenar de dólares a mi madre.
Sonrió con aire de perdonavidas.
–Debió permitirme que pagase la cena.
–¡Ni pensarlo! –protestó Bruno–. Lo único que quiero decir es que es una vergüenza que a uno le robe su propio padre, ¿no cree? Ni siquiera se trata de dinero suyo, sino que procede de la familia de mi madre.
Hizo una pausa esperando un comentario de Guy.
–¿Es que su madre no pinta nada en todo ello?
–¡Mi padre puso el dinero a su nombre cuando yo era un crío! –gritó Bruno con voz ronca.
–Ya veo.
Guy se preguntó a cuántas personas habría invitado a comer Bruno para largarles la misma historia sobre su padre.
–¿Por qué lo hizo?
Bruno alzó las manos con gesto desesperado, luego las escondió rápidamente en los bolsillos.
–Ya le dije que era un cerdo, ¿no? Roba a todo el mundo si tiene ocasión de hacerlo. Ahora dice que no quiere darme mi dinero porque yo me niego a trabajar, pero eso es mentira. Cree que mi madre y yo nos lo pasamos demasiado bien con lo que ya tenemos. Siempre está tramando cosas para meterse en nuestros asuntos.
Guy podía imaginárselo en compañía de su madre, una dama de la buena sociedad de Long Island, de aspecto aún juvenil, que usaba demasiado maquillaje y a quien, al igual que a su hijo, le gustaba mezclarse con gentes de dudosa reputación de vez en cuando.
–¿A qué universidad fue usted?
–Harvard. Me echaron al segundo año. Por beber y jugar.
Hizo un gesto de indiferencia retorciendo sus estrechos hombros.
–No soy como usted, ¿eh? No importa. Soy un golfo, ¿y qué?
Sirvió más scotch para los dos.
–¿Quién le ha acusado de serlo?
–Mi padre. Le hubiera gustado tener por hijo a un buen chico, como usted. Entonces todo el mundo hubiera estado satisfecho.
–¿Qué le induce a pensar que yo soy un buen chico?
–Quiero decir que usted es una persona seria, que ha escogido una profesión. La arquitectura. Pero yo..., yo no tengo ganas de trabajar. No tengo por qué hacerlo, ¿comprende? No soy escritor, ni pintor, ni músico. ¿Hay alguna razón por la que deban trabajar quienes no lo necesitan? Prefiero que mis úlceras las produzca la buena vida. Mi padre tiene úlcera. ¡Ja! Todavía no ha perdido la esperanza de que yo ingrese en su negocio de hierros. Yo le digo que su negocio, como todos los negocios, no es más que una degollina legalizada, de la mismísima forma que el matrimonio no es otra cosa que la fornicación legalizada. ¿No tengo razón?
Guy le miró torcidamente, espolvoreando con un poco de sal la patata frita ensartada en su tenedor. Comía despacio, saboreando la compañía de Bruno, como hubiera disfrutado viendo un número de variedades cómodamente sentado en su butaca. En realidad, estaba pensando en Anne. La débil imagen de la muchacha a veces le resultaba más real que todo cuanto le rodeaba, de lo cual no tenía más que una noción fragmentaria, una serie de imágenes inconexas que incluían el arañazo en el estuche de la Rolleiflex, el largo cigarrillo que Bruno había clavado en la mantequilla, el cristal, ahora hecho añicos, que había cubierto el retrato del padre de Bruno y que, según éste le estaba refiriendo, había acabado estrellado contra el suelo del vestíbulo... A Guy se le había ocurrido que tal vez le quedaría tiempo para ver a Anne en México después de entrevistarse con Miriam y antes de partir para Florida. Si conseguía terminar pronto la entrevista con Miriam, podría tomar un avión hasta México y desde allí otro hasta Palm Beach. Antes no se le había ocurrido porque no disponía de medios suficientes. Pero si el contrato de Palm Beach le salía bien, podría permitirse el gasto.
–¿Se imagina algo más insultante que cerrar con llave el garaje donde guardo el coche, mi propio coche?
La voz de Bruno se había enronquecido y ahora parecía un quejido prolongado.
–¿Por qué? –preguntó Guy.
–Simplemente ¡porque sabía que aquella noche me iba a hacer muchísima falta! De todos modos, me recogieron mis amigos; así que ¿de qué le sirve hacerme esto?
Guy no sabía qué decirle.
–¿Se ha quedado las llaves?
–¡Cogió mis llaves! ¡Las cogió de mi habitación! Por eso me tenía miedo. Se marchó de casa aquella noche, de tanto miedo como le daba.
Bruno estaba sentado de lado, respiraba con dificultad y se mordía una de las uñas. Algunos mechones de pelo, oscurecidos por el sudor, se le movían sobre la frente, como las antenas de un insecto.
–Mi madre no estaba en casa, de lo contrario nunca hubiera sucedido, claro está.
–Claro –dijo Guy, haciéndole eco sin querer.
Toda la conversación no ha sido más que el prólogo de esta historia, pensó, de la que he oído sólo la mitad. Ahí estaba, acechando detrás de los ojos inyectados en sangre que me miraban en el Pullman, detrás de la sonrisa tristona, otra historia de odio y de injusticia.
–¿Así que arrojó el retrato en el vestíbulo? –preguntó Guy por decir algo.
–Lo arrojé de la habitación de mi madre –dijo Bruno, recalcando las últimas tres palabras–. Mi padre lo había colocado allí, en la habitación de mi madre. A ella el Capitán le gusta tan poco como a mí. ¡El Capitán! ¡Yo no le llamo de ningún modo, colega!
–Pero ¿qué tiene él en contra de usted?
–¡En contra de mí y de mi madre también! ¡Es distinto de nosotros o de cualquier otro ser humano! Todo el mundo le cae mal. No le gusta nada, sólo el dinero. Ya ha degollado a suficientes personas como para amasar una fortuna, eso es todo. ¡Si será listo! ¡Muy bien! ¡Pero estoy seguro de que la conciencia le está devorando ahora! Por eso quiere que yo entre en el negocio, ¡para que tome parte en la degollina y me sienta tan cochino como él!
Bruno cerró su rígida mano, luego la boca, después los ojos.
Guy creyó que estaba a punto de echarse a llorar, pero los hinchados párpados se abrieron y la sonrisa volvió a aparecer, vacilante.
–Se aburre, ¿eh? Sólo trataba de explicarle por qué salí de la ciudad tan pronto, adelantándome a mi madre. ¡No tiene usted idea de lo alegre que soy! ¡De veras!
–¿No puede marcharse de casa si le apetece hacerlo?
Al principio pareció como si Bruno no hubiese entendido la pregunta, pero luego, calmosamente, respondió:
–Claro que sí, pero es que me gusta estar con mi madre.
Y ella, a su vez, no se marcha a causa del dinero, pensó Guy.
–¿Un pitillo?
Bruno lo cogió, sonriendo.
–¿Sabe? La noche que se marchó de casa fue la primera vez que salía, puede que en diez años. Me pregunto adónde diablos iría. Estaba tan furioso que le hubiese matado, y él lo sabía. ¿Alguna vez ha tenido ganas de matar a alguien?
–No.
–Yo sí. A veces estoy seguro de que podría matar a mi padre.
Bajó la mirada hacia el plato, sonriendo reflexivamente.
–¿Sabe cuál es el hobby de mi padre? ¡Adivínelo!
Guy no deseaba adivinar nada. Le había acometido un aburrimiento repentino, un deseo de estar solo.
–Pues ¡colecciona moldes para hacer galletas!
Bruno se rió burlonamente.
–¡En serio! Tal como se lo digo. Los tiene de todas clases... de Pennsylvania, de Baviera, de Inglaterra, de Francia, una gran cantidad de Hungría. Los hay por toda la habitación. Sobre el escritorio tiene unos moldes para hacer galletas de animales... ¡enmarcados! ¿Sabe a qué me refiero? De esas que comen los niños. Escribió al presidente de la compañía que los fabrica y le mandaron un juego completo. ¡La era de las máquinas!
Bruno se rió, bajando la cabeza rápidamente.
Guy le miraba fijamente. Bruno le estaba resultando más divertido de lo que él mismo se figuraba.
–¿Los utiliza alguna vez?
–¿Eh?
–Que si alguna vez hace galletas.
Bruno lanzó un alarido de risa. Se retorció para quitarse la chaqueta y la arrojó sobre una de las maletas. Durante unos instantes pareció demasiado excitado para poder hablar, entonces, calmándose repentinamente, comentó:
–Mi madre siempre le está diciendo que se vaya con sus moldes y sus galletitas.
Su rostro se cubrió de un sudor fino como una capa de aceite. Lanzó una sonrisa solícita hacia el otro lado de la mesa.
–¿Qué tal la cena? ¿Le gusta?
–Muchísimo –dijo Guy sinceramente.
–¿Ha oído hablar de la Compañía de Transformadores Bruno, de Long Island? Fabrica chismes para corriente alterna y continua.
–Me parece que no.
–Bueno, ¿y por qué iba a conocerla? Gana dinero a espuertas, sin embargo. ¿Le interesa a usted hacer dinero?
–No exageradamente.
–¿Le importa que le pregunte qué edad tiene?
–Veintinueve.
–Ah, ¿sí? Le hacía mayor. ¿Qué edad cree que tengo yo?
Guy le examinó cortésmente.
–Tal vez veinticuatro o veinticinco –contestó, tratando de halagarle porque, de hecho, parecía más joven.
–Sí, así es. Veinticinco. ¿Lo dice en serio..., que parezco tener veinticinco años con esta..., esta cosa en medio de la cabeza?
Bruno se mordió el labio inferior. En sus ojos brilló un destello de cautela y de pronto se tapó la frente con la mano, con gesto de intensa y amarga vergüenza. Se levantó de un salto, acercándose al espejo.
–Quería cubrírmelo con algo.
Guy dijo algo para tranquilizarle, pero Bruno siguió mirándose en el espejo, desde varios ángulos, con ganas de atormentarse.
–No podía ser un simple grano –exclamó, nasalmente–. Tenía que ser un divieso... nacido de todo el odio que llevo dentro. ¡Es como una de las llagas de Job!
–Oh, vamos –dijo Guy, riendo.
–Empezó a salirme el lunes por la noche, después de la discusión. Y cada vez está peor. Apuesto a que me dejará una cicatriz.
–No, no lo hará.
–Le digo que sí. ¡Vaya modo de presentarme en Santa Fe!
Se había sentado otra vez, apretando los puños, con una de sus piernas echada hacia atrás, como un personaje folletinesco.
Guy se acercó a la ventanilla y abrió uno de los libros que estaban sobre el asiento. Era una novela policíaca. Como todos los demás. Trató de leer unas cuantas líneas, pero las letras le bailaban en los ojos y cerró el libro. Pensó que debía de haber bebido mucho, pero aquella noche le daba igual.
–En Santa Fe –dijo Bruno– quiero de todo. Vino, mujeres, canciones. ¡Ja!
–¿Qué es lo que quiere?
–Algo.
Bruno torció la boca hacia abajo, con una desagradable mueca de indiferencia.
–Todo. Tengo la teoría de que una persona debería hacer todo cuanto sea posible hacer antes de morirse, y tal vez morir tratando de hacer algo que sea realmente imposible.
Algo dentro de Guy reaccionó súbitamente ante la afirmación, y luego se retiró cautelosamente. Con voz queda preguntó:
–¿Como por ejemplo?
–Ir a la Luna en