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Información de este libro electrónico
Leo está acostumbrado a tener a cualquier mujer que desee, y disfrutar de una noche de sexo con ella se convierte en un reto para él. Sin embargo, Erika no es igual que las demás. Harta de aquel arrogante tenista, no desperdicia ni una ocasión para que se dé cuenta de su animadversión hacia él. ¡Ella es inmune a sus perfeccionados encantos!
Al igual que en un partido de tenis, los protagonistas irán soltando aces a su rival, dejándolo descolocado y fuera de juego, pero no todo vale en la partida del amor...
Loles López
Loles López nació un día primaveral de 1981 en Valencia. Pasó su infancia y juventud en un pequeño pueblo cercano a la capital del Turia. Con catorce años se apuntó a clases de teatro para desprenderse de su timidez, y descubrió un mundo que le encantó y que la ayudó a crecer como persona. Su actividad laboral ha estado relacionada con el sector de la óptica, en el que encontró al amor de su vida. Actualmente reside en un pueblo costero al sur de Alicante, con su marido y sus dos hijos. Desde muy pequeña, sus pasiones han sido la lectura y la escritura, pero hasta el año 2013 no se publicó su primera novela romántica. Desde entonces no ha parado de crear nuevas historias y espera seguir muchos años más escribiendo novelas con todo lo necesario para enamorar al lector. Encontrarás más información sobre la autora y sus obras en: Blog: https://loleslopez.wordpress.com/ Facebook: Loles López Instagram: @loles_lopez
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Comentarios para Saque directo al corazón
12 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Sep 4, 2019
Se deja leer pero sin mayor transcendencia.
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Saque directo al corazón - Loles López
1
Los árboles la resguardaban del ardiente sol de aquella tarde a mediados de agosto. Aunque fuese una locura correr con esa temperatura, a ella no le importaba, pues así podía aprovechar y admirar los lugares por donde pasaba, sin tener que hacer un esfuerzo sobrehumano porque estuviera repleto de turistas. Llevaba recogida la larga melena morena en una perfecta trenza alta, que se balanceaba al ritmo de las grandes zancadas que daba; se había puesto pantalones cortos de lycra grises y una camiseta de tirantes de color rojo. Pasó por delante de la espectacular Unisphere, un globo terráqueo de acero de cuarenta y dos metros de altura, hueco, en el que se veían perfectamente los continentes que formaban el planeta Tierra y bordeado por unos surtidores de agua. Sin duda, era el emblema del impresionante parque Flushing Meadows-Corona. Corrió rodeando el monumento y admirando todos sus detalles; el viento la salpicaba con pequeñas gotas de agua que refrescaban su piel bronceada por el sol. Era una obra preciosa, la mirase por el lado que la mirase. Estaba absorta observando su belleza, cuando de repente alguien chocó con ella y, a causa del impacto, Érika se precipitó al agua de la fuente, quedando sentada sobre el fondo, completamente empapada.
—¡¡Eh!! —gritó indignada, mojada y enfadada al verse de aquella guisa.
—¿Es que no miras por dónde andas? Has estado a punto de lesionarme —le espetó un chico con malas maneras.
Érika lo observó con cierto recelo, sin moverse de allí. Era muy atractivo, de cabello castaño, que llevaba corto y peinado con un estilo moderno, levantado hacia arriba formando una cresta; era atlético, a través de su camiseta se podía intuir un torso muy musculado y unos brazos de bíceps bien definidos; su mirada quedaba oculta por unas gafas de sol Ray-Ban Aviator espejadas, lo que le daba un plus de chico malo.
La miraba sin hacer ademán de ayudarla a levantarse de la fuente, y se limitaba a tocarse el brazo derecho con preocupación, como si el topetazo le hubiese provocado una contractura.
—¿Que yo te voy a lesionar? ¿Y tú qué? ¿O crees que me gusta bañarme en las fuentes públicas? —preguntó Érika, visiblemente molesta por la actitud insolente de aquel muchacho.
Se levantó para salir de allí. Estaba totalmente empapada. Al contacto con el suelo, sus zapatillas produjeron un sonido desagradable y ella hizo un mohín al notar aquel tacto tan extraño en sus pies. Intentaba por todos los medios no resbalar y no volver a caerse de nuevo.
—No sé si te gustará hacerlo o no, pero te recomiendo que te apartes siempre que me veas cerca —comentó él, bajándose un poco las gafas y recorriendo su cuerpo con la vista, despacio y convirtiendo aquella acción en algo sucio y prohibido.
—¡Eres un cerdo! —exclamó ella, fulminándolo con la mirada y cruzando los brazos sobre el pecho para cubrirse.
—Me han llamado cosas peores —ironizó soberbio—. Y también mejores. —Le guiñó un ojo sonriendo y se volvió a poner las gafas de sol.
—Seguro que las peores ganan a las mejores, porque con esa actitud prepotente no te debe de aguantar nadie —gruñó Érika en tono seco.
Y, sin darle tiempo a responder, se fue corriendo hacia el gran complejo deportivo USTA Billie Jean King National Tennis Center, dejando a su paso las visibles huellas de sus zapatillas mojadas.
Tenía tal cabreo que hubiese sido capaz de decirle cualquier grosería, pero prefirió callarse. Sabía quién era él y no le apetecía malgastar palabras con un hombre así. Llegó a su habitación dejando un visible rastro mojado.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó su hermano Rafa al verla entrar tan seria.
—Un gilipollas me ha tirado al agua y el muy… no ha tenido ni la decencia de disculparse.
—A saber lo que estarías haciendo tú… —murmuró el joven mirándola con desconfianza.
—Correr, que yo sepa no es ningún delito… ¿Adónde vas ahora? —preguntó viendo que llevaba su cámara de fotos con zoom.
—A trabajar un rato. Cámbiate y baja, creo que papá quiere que entrenes un poco con Martín.
—Ya voy… —bufó Érika, entrando en el cuarto de baño para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa.
Sonriendo, su hermano abandonó la espaciosa suite con dos dormitorios separados por una salita que ambos compartían.
Su padre era un famoso entrenador de tenis, y la vida de sus hijos siempre había estado vinculada con este deporte. Cuando su madre falleció, empezaron a viajar a todos los torneos con su progenitor. A causa de una lesión en la rodilla, Rafa no pudo convertirse en lo que su padre siempre había anhelado: un jugador profesional, pero supo arreglárselas para dedicarse a algo relacionado con el deporte. En la actualidad era periodista de una famosa y prestigiosa revista. Ella en cambio no se dedicaba a nada por el momento, y seguía acompañando a su padre a los torneos y haciéndole de sparring —una especie de jugador comodín que ayudaba en los entrenamientos— cuando se lo pedía.
Su padre, Rafael Acosta, era uno de los mejores entrenadores de tenis que había por el momento y cuando vio que su hija tenía madera para practicar ese deporte, no dudó en centrarse en ella, pero Érika no quería competir… A ella le gustaba jugar por diversión, aunque cuando su padre le pedía que jugara un partido con un tenista de élite, lo hacía. Sin embargo, no quería sentir la presión de tener que ser la mejor, de ser la número uno. No servía para eso…
—¿Cómo está mi sparring preferida? —la saludó Rafael Acosta al verla acercarse a una de las dieciocho pistas de tenis que había en el interior del famoso USTA Billie Jean King.
Érika llevaba un vestido corto de tenis con un minúsculo pantalón debajo, ambos de color blanco.
—Aquí me tienes. ¿Qué quieres mejorarle? —preguntó, sabiendo que la utilizaría para perfeccionar algo del tenista que ahora su padre tenía a su cargo.
—¡Ésta es mi chica! —exclamó él con una sonrisa, orgulloso de ella—. El próximo rival de Martín está obsesionado con los golpes de revés plano paralelo, intenta hacer los máximos posibles. Y hazle correr mucho, ¿de acuerdo?
—Sin problema.
Érika se acercó a aquel chico al que conocía desde hacía un año, cuando su padre empezó a entrenarlo para mejorar su ranking, y lo saludó con una sonrisa. Se fue al otro extremo de la pista y, agarrando con firmeza su raqueta roja, esperó a que él sacara. Empezarían calentando un poco y luego haría que sudase.
No era la primera vez que jugaban juntos, su padre le pedía muy a menudo que entrenara con él para que el joven aprendiese a contrarrestar algún golpe. Martín estaba jugando la fase previa del campeonato Open USA y Rafael quería que llegase muy lejos en ese torneo; sabía que, con un buen entrenamiento, el chico daría que hablar.
Érika lo llevaba de un extremo a otro de la pista, pero Martín, de unos veinte años, le devolvía todos los ataques. Estuvieron jugando durante un set completo. Rafael admiraba la forma que su hija tenía de moverse. Si ella hubiese querido, habría podido ser muy grande…
* * *
—¿Quién es la chica que hace correr sin descanso a ese muchacho? No la conozco… —El joven que lo había preguntado se paró delante de la pista de tenis sin apartar la vista de aquella chica vestida con aquel sugerente vestido blanco.
—Leo, que te veo venir… —bufó su entrenador, a sabiendas de su fama.
—No pienses cosas que no son, lo pregunto porque es buena jugando… sólo eso —replicó él, sin apartar la mirada de aquella morena e intentando hacer memoria, porque le sonaba de algo.
—No sé quién es, yo tampoco la conozco. Supongo que será una sparring. Pregúntaselo a Rafael, seguro que estará encantado de decírtelo…
—Lo haré… —respondió Leo, retomando su camino hacia otra pista cercana.
—Sólo te pido que estés al cien por cien en este campeonato; te juegas mucho Leo —insistió su entrenador.
—Lo sé y este año lo voy a lograr; ya lo verás, David. Estoy teniendo una temporada envidiable y sé que voy a conseguir lo que pocos han logrado: el Grand Slam.
—Pues entonces, vamos a ello —concluyó el hombre, cerrando la pequeña puerta que daba acceso a aquella pista.
Leo Silva venía de disputar un Máster 1000 en la ciudad de Cincinnati, donde había obtenido la victoria con una facilidad casi pasmosa, y ese año quería lograr su meta, que consistía en ganar en una misma temporada el Open de Australia, el Roland Garros, el Wimbledon y el Open Usa; y todo con sólo veintiséis años. Si lo conseguía sería un gran logro. Era favorito en todas las casas de apuestas del país: aquella temporada había logrado ganar todos los torneos que había disputado. Llevaba como número uno más de ciento cincuenta semanas y había conseguido batir varios récords.
Su entrenador hacía varios años que estaba con él y sabía bien cuáles eran sus fallos, y cuál su punto fuerte. Leo estuvo entrenando duro, mientras David no paraba de lanzarle bolas.
Aún quedaba una semana para que comenzase a jugar, ahora empezaba a disputarse la fase previa para terminar de completar el cuadro final. Él partía como primer cabeza de serie, lo que conllevaba jugar en la fase final en la segunda ronda. Pero