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Corazón oscuro
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Libro electrónico536 páginas7 horas

Corazón oscuro

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Información de este libro electrónico

¿Descubrir que no eres quien creías ser? Vaya cliché, es fácil confundir las historias. Algunas leyendas nunca mueren, especialmente si son atroces.
Maxwell tendrá que aprender a sobrevivir dentro del gran laberinto que parece se ha convertido su vida. La desconfianza, el miedo y la incertidumbre son poderosos enemigos, especialmente en una carrera contrarreloj. No puede confiar en nadie para lograr los objetivos exigidos en este juego donde la seguridad será, prácticamente, nula.
Cuando te encuentras en el medio de todas las mentiras, ¿es posible salir intacto?
La vida siempre reclama lo que es suyo.
IdiomaEspañol
EditorialLetrame Grupo Editorial
Fecha de lanzamiento26 oct 2023
ISBN9788411815666
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    Corazón oscuro - J. C. Sedglach

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    [email protected]

    © J.C.Sedglach

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-566-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Debajo de Londres, Inglaterra. Inframundo.

    1846.

    Ella se encuentra sentada en aquella vieja silla al lado de su ventana. El castillo es alto, pero eso no le sugeriría ningún impedimento.

    El cielo nublado, el aire frío del crepúsculo y su soledad que lo acompaña en el Inframundo. Siempre se sienta a esperar, mirando hacia fuera, con sus sentimientos arrastrados a la sombra del silencio. La espera parece eterna, su piel ya no siente más, su mirada es poco menos que inexpresiva y su corazón ha dejado de latir en cuanto aceptó estar ahí.

    Aquel collar pendiente de su cuello da la impresión de que sus ojos tienen un poco más de color, pero solo lo aparenta. Ella es presa de su decisión, se ha acostumbrado a no tener nada de sí misma, no poder sentir más allá de lo que le gustaría.

    La oscuridad invade su alcoba y la poca luz de fuera no ilumina nada más lejos de la ventana.

    La puerta se abre.

    Se levanta casi de un salto para lograr verlo a la cara y sentirse un poco mejor de su tortura interior, se mantiene petrificada observando en dirección a la puerta, sigue cada paso que da por todos lados, para ella es una pequeña liberación. La joya de color vino suelta un destello gracias a la conexión que mantiene con su ama.

    Él se mantiene a dos pasos de distancia y sus ojos absorben los de ella. A pesar de mantenerse en la sombra de la alcoba, ella puede saberlo con certeza, sospecha que no la quiere pero prefiere una mentira que le alegre un poco la vida a una verdad que destruya su corazón por completo.

    —Me alegro de verte —consigue decirle mientras aparta su vista para volver a la ventana.

    —¿Por qué no me lo dijiste? —va directo al grano.

    Ella frunce el ceño, es evidente su perplejidad por la acusación directa.

    —No lo sé.

    —No lo sabes —replica en tono distraído.

    Rompe esa distancia que los separa y la toma de un brazo para voltearla y enfrentarse cara a cara, su rostro decaído la hace lucir enferma, casi a punto de morir, y en realidad es que solo es consumida por el poder que nunca deseó, al ser casi inmortal su deceso se convierte en tortura de una eternidad desesperante.

    —Mariel, mírame —le ordena.

    Alza los ojos al encuentro de los de él, temerosa y temblorosa comienza a sudar en frío.

    —No seas así conmigo, Mattew, no entiendo nada de lo que me has acusado.

    Mattew inhala y deja salir el aire con fuerza para demostrar su molestia. No es dominante pero ella le repugna sin ninguna razón en especial, no es directamente con ella, su sangre es la que lo molesta tanto, a duras penas le permite darle un beso rápido y casto para calmar un poco sus adentros y seguir enfadado con ella y con el mundo.

    —Te lo ruego, ¿puedo?

    Mattew, con asco, asiente despacio. Mariel sabe cómo debe hacerlo, así que no dice más, antes de que cambie de parecer se coloca de puntillas y, sin tocarlo en ningún otro sitio del cuerpo, planta sus labios fríos y pálidos sobre los de él, se retira pronto y saborea la sensación que le provoca, si es que puede sentirla de verdad.

    Mattew hace un mohín de asco sin importarle que ella lo vea, es un egoísta sin remedio a la vista.

    Se aproxima alguien, los pasos resuenan desde el corredor. Un hombre de baja estatura se detiene en el marco de la puerta y, tomando en cuenta que la puerta se mantiene abierta, llama pidiendo permiso para poder acercarse.

    —Señor —inicia temeroso—, el joven Tim aguarda en el salón.

    —Bien, gracias Gabriel.

    El hombrecillo se retira a toda velocidad y desaparece en medio de la oscuridad.

    —Esto no ha terminado, Mariel —le advierte amenazante.

    La joven inclina la cabeza con indignación y se limita a quedarse en esa postura hasta que Mattew sale de la alcoba, entonces ella deja que su delgado cuerpo caiga sentado sobre la silla otra vez.

    Tim y Mattew se han retirado ya de los adentros del castillo, ambos guardan silencio, pues esperan a estar un tanto más lejos para poder discutir ciertos aspectos de sus planes.

    —¿De verdad quieres hacerlo?, me refiero a que si no te importa ni un poco. —Tim pregunta con incredulidad.

    —Me importa lo mismo que a ellos les importó con nosotros.

    —No estoy seguro siquiera de que ella sea culpable; ni siquiera existía.

    Mattew enarca el entrecejo, consternado.

    —No me interesa, pasaré por encima de quien haga falta; además, no puedo dar vuelta atrás.

    —Ya.

    El silencio incómodo e indeseable se hace presente entre ellos dos. Era de esperarse, son polos opuestos, pero de la misma sangre.

    Sus respiraciones lentas y profundas, el calor que desprenden sus cuerpos humanos es lo que los mantienen ahí. La determinación de Mattew es más arrogante que nunca, y Tim de lo menos razonable con ello, parece avecinarse una discusión donde ninguno de los dos puede ganar.

    —Quiero terminar con esto lo antes posible —le recuerda—, sin descendencia no hay profecía y asunto resuelto, Tim.

    —Créeme, lo tengo presente.

    —Mañana por la noche es mi oportunidad.

    Tim parece decepcionado, pero no se lo puede impedir, como dijo: ya no hay vuelta atrás. Así que ella muere y todo terminará al fin, no más sangre derramada, la locura al fin habrá terminado y podrán dejarlo todo atrás.

    Qué equivocados estaban.

    Ella corre con gran miedo, sus piernas dificultan el trabajo, ya que no pueden parar de temblar. No encuentra salida, solo logra acorralarse más. Él y su determinación, su confianza ofensiva, se acercan con paso firme y despacio a la pobre joven hecha un manojo de nervios y una caja de pánico incontenible.

    —¡Aléjate de mí! —grita con furia y miedo a la vez.

    —Oh, Mariel. Cómo es que no has aprendido nada.

    —Por favor, por favor, ¡por favor!

    —Chsss. —La coge de un brazo, su piel es fría, pálida y suave.

    Su respiración es grotesca e indiscreta, pero ¿qué más da? Es demasiado tarde…, sus piernas ya no reaccionan. Sus manos sobre ella, estrujándola y forcejeando con sus débiles brazos.

    —¡No! Por Dios ¡Detente! —Parecen gritos a la nada—. No hagas esto… Mattew…, yo… Por favor. ¡No soy culpable de nada!

    —Tu sangre me repugna. Ya he esperado, por lo que parece, mucho tiempo, y te he soportado, es tu fin —declara.

    Las lágrimas recorren las mejillas de Mariel, Mattew no hace otra cosa que confirmarle lo que ya sabía. Entonces, ¿por qué le duele tanto si ya lo sabía? Es solo que no quería aceptarlo.

    Sin tenerlo en cuenta, Mariel comienza a descender al suelo con su espalda pegada en la pared. Ese agudo dolor que siente en el pecho es insoportable. Toca la zona donde se produce y sus ojos localizan sus manos… Es sangre, la daga sigue clavada en donde está su corazón moribundo.

    Mattew toma la daga, de nueva cuenta, y le da una vuelta sin sacarla. Ella se retuerce de dolor y suelta un grito ahogado.

    —Mariel —su seriedad es abrumadora—, estás condenada a no vivir en tu cuerpo humano, y a no morir de este plano, ni ahora ni nunca. La vida ya no te pertenece más.

    Saca la daga de su pecho y la sangre corre más a prisa. Sin importarle se da la vuelta y se marcha, llevándose consigo la daga bañada en sangre.

    Mariel escupe el líquido rojo y su cuerpo deja de sentirse, ni el frío de su alma le provoca estremecimiento, el collar apaga su color, absorbe su esencia y el rojo se torna más oscuro, más, más…, hasta quedar totalmente bañada en negro.

    —Te juro, Mattew —logra decir entre jadeos—, que esto no se queda así. Maldito. Me aseguraré de que sepas que yo habré vuelto.

    Capítulo 1

    Sheffield, Inglaterra.

    Actualidad.

    Escucho un ruido a través del corredor. Salgo de la inmensidad de mis pensamientos y regreso al ahora. Al parecer me gusta hablar mentalmente conmigo misma, me ayuda a recordar los detalles, pero esta no parece la manera más intrigante de comenzar.

    Volteo la vista de la ventana de mi habitación.

    —Maxwell, hija, Alexis está abajo. —Mi madre acostumbra a no llamarme a gritos cuando hay visitas en casa, así que está recargada en el marco de la puerta de mi habitación.

    Doy un ligero respingo en mi asiento al sentir que el respaldo tambalea gracias a un tornillo flojo cada vez que giro sobre él para poder levantarme. Bajo por las escaleras detrás de ella sin mediar más palabras para llegar a la sala de la casa, mi madre se queda al pie de la escalera un momento antes de decidir a dónde irá ahora.

    Cada tanto intenta levantarse del asiento de su escritorio para estirarse y deambular a la cocina en busca de bocadillos para masticar y evitar la tensión. Mi madre trabaja en casa con su ordenador, el infarto que sufrió hace tres años aún la mantiene delicada y es por ello que ha optado por esta opción.

    Mi madre frunce el ceño muy ligeramente, y creo saber que se trata exactamente de lo que había pensado yo.

    Ella da media vuelta y se marcha. Tomo una chaqueta de dentro del armario cerca de la puerta, pues las tardes son frías, y de cualquier forma no volveré sino hasta el anochecer. Las puertas son de tablillas, están pintadas de color chocolate, con la intención de que combinen con los demás muebles de la estancia. Es lo suficientemente amplio para saber que hay cosas guardadas que no han sido sacadas, reacomodadas o revisadas en años.

    —Tardas horas —me saluda Alexis con su ironía habitual. Le respondo con una sonrisa superficial.

    —Oh, vamos, no soy yo la que dice que «en cinco minutos estaré lista» —le respondo con el mismo tono.

    —No, bueno, si te pones en esa actitud…

    Me dirijo a la cocina. Mi madre se encuentra fregando los trastos que había ya ocupado. Empujo la puertecilla y me mantengo allí, observándola por un segundo, hasta que ella nota mi presencia. Me dirige su rutinaria mirada examinadora, un tanto incómoda.

    —Ya es hora de salir, solo tardaremos un par de horas —aviso de nueva cuenta.

    —¿Qué tanto es un par de horas?

    —Solo hasta que termine la función de la película.

    —Dijiste que no querías ir a verla...

    Asiento con aire frustrado ante la segunda burla, al menos así aparento un desinterés conveniente. Es gracioso que, a veces, Alexis no les tome tanta importancia a mis opiniones.

    No puedo evitar ser sarcástica para mí misma.

    Mi madre hace preguntas como si nunca me hubiera casi obligado a acompañarla a algún lugar, su expresión es divertida cuando trata de parecer demasiado preocupada.

    —De acuerdo —acepta modificando su expresión a seriedad.

    Levanto los brazos en señal de rendición. Salgo de la cocina mientras cierro la bragueta de mi chaqueta y miro a Alexis para que se levante del sofá y podamos salir antes de que se le ocurra otra cosa. Ella la capta y se coloca de pie ágilmente, tomamos dirección a la puerta principal, mi madre aún me mira.

    —Vale, vale, ya está, no haré nada indebido como nunca acostumbro a hacerlo.

    Ella me dedica su sonrisa triunfal y se regresa a la cocina. Alexis y yo salimos de la casa y nos acercamos al lugar de aparcamiento de mi Chevy gris de dos puertas, modelo 2009. Yo conduzco, Alexis entra en el asiento del copiloto cerrando la puerta con un golpe no muy considerado al auto. Entro después de ella con más calma, la miro un instante para tratar de averiguar su estado de humor, el cual normalmente no me falla desde que la conozco. Parece molesta, aunque parece siempre su expresión imparcial, es algo confuso.

    —¿Todo en orden?

    Me mira fijamente, sin decir ni una sola frase… Dios, esto me provoca escalofríos de ansiedad, descifrarla es un enigma muy amplio, con muy pocas respuestas al problema. Muevo el coche para poder arrancar e irnos. Sonríe, ya es un avance significativamente bueno.

    —Claro, todo en orden. Vamos, que no llegaremos a tiempo.

    —De acuerdo…

    Piso el acelerador hasta el fondo, me sorprendo a mí misma por mi propio descuido al volante. Alexis y yo salimos disparadas hacia el frente en cuanto piso el freno, los cinturones del Chevy nos frenan antes de chocar contra el tablero y el volante. Ella no para de reírse a carcajadas por el frenón precipitado.

    El semáforo se mantiene en rojo. La tarde es tranquila, normalmente los fines de semana son así por estas calles; la mayoría de las familias salen y se concentran en un solo punto, en ocasiones, aunque es muy agradable poder transitar por las calles sin preocuparse por todo el colapso que podrías encontrar. El calor y el bochorno se comienzan a concentrar en el coche a raíz de la humedad que se percibe en el clima. Abro la ventanilla del conductor, y también enciendo el aire acondicionado para disipar la sensación.

    Al fin…, aire fresco.

    —He estado esperando este día de película —comenta, y no sé si es con un aire de entusiasmo o de ironía, me gustaría adivinar tanto como ella.

    —No me ilusiona tanto cuando sé que el terror ha decaído mucho. —Mi cara seria, más bien de aburrimiento increíblemente grande, realmente solo acepté ir porque ella quería que la acompañara.

    —¿Qué tienes en contra de los nuevos conceptos? No es tan malo como parece.

    —Claro…, tampoco la película cuando sabes que lo único que podría parecer impactante del film es la sangre falsa, pues hasta las historias son trilladas de las tramas exitosas del pasado.

    —Gracias por matar mi esperanza.

    Frunzo el ceño en burla y niego con la cabeza. Piso de nuevo el acelerador en cuanto el semáforo regresa a verde, pero esta vez con mesura y sin prisa.

    Procuré no comer tanto para tener apetito y comer palomitas y demás que se compre en el cine, espero que tengan malteada de cereza… Mmm…, oh, sí.

    Aparco el Chevy y bajamos, me guardo las llaves en uno de los bolsillos de la chaqueta, el aire ya comienza a refrescar el ambiente al fin, señal de que casi es hora de que comience a anochecer. Es buena hora…, quince minutos antes de la función. Entramos al vestíbulo del cine, ella se acerca a la taquilla a comprar los boletos.

    ¿Qué carajo…? De nueva cuenta tengo que seguirla, ya que se encuentra ligando con el chico que la atiende, lo distrae del trabajo y eso puede provocar que lo reprendan. La jalo de un brazo, dedicándole una sonrisa de disculpa al chico, que no es feo… pero tampoco es mi tipo.

    —¡Oye, por poco y conseguía su número de móvil! —exclama con frustración.

    —Escúchame, bastante trágico es que vengamos a ver esa película claramente mala y aún peor es que es solo por salir —le reprocho con amargura. Dios, bien podría estar haciendo cualquier otra cosa en casa en estos momentos.

    —Vale, vale, tú ganas, solo porque de verdad quiero que la veas conmigo y estemos de broma un rato.

    Miro impacientemente mi reloj; nos sobran ocho minutos. Alexis y yo nos aproximamos al mostrador de comida del cine. Yo busco con ansiedad las máquinas de malteada, esperando encontrar de cereza… Mmm, sí, al fondo a la izquierda.

    Al concluir la compra de los snacks decidimos entrar ya a la sala del cine, antes de que lleguen más personas y tomen los mejores lugares en esta.

    La película no demora en comenzar.

    Dos largas y muy aburridas horas transcurrieron, la película no fue más que escenas incómodamente absurdas, pero al parecer a Alexis le ha gustado bastante, su sonrisa de satisfacción me lo dice todo. Creo que aún tengo apetito. En lo que sale Alexis del sanitario creo que me da tiempo de ir a la barra de nuevo.

    Me recargo en la barra en espera de que se desocupe de hablar con el compañero de a un lado. Grandioso, yo solo esperaba que no hubiesen cerrado la máquina de las malteadas.

    —¿Qué te apetece? —saluda rompiendo toda formalidad.

    —Solo quiero una malteada —no puedo evitar sentir cierta incomodidad con su persona— y una barra de chocolate.

    Se voltea después de escucharme y me pone enfrente de mi pedido…, al menos es eficaz este chico.

    —¿Es todo? —Asiento seriamente y él sonríe, con una sonrisa poco propia de alguien que se encuentra en turno—. De acuerdo.

    Saco mi cartera. Tomo mis cosas y, antes de retirar el brazo, él me coge para detenerme.

    Volteo desconcertada por la acción y lo miro directo a los ojos, esperando verme retadora para ahuyentarlo. El chico al que salvé de un ligue incómodo está aparentemente fuera de sí en comparación con su actitud más temprana, y dispuesto a sostener mi mirada glacial. Me hace una señal para que le preste atención, miro a mi alrededor para asegurarme que alguien pase, pero como todo momento oportuno nadie lo hace. Suspiro. Me decido a no tratar de hacer una escena, pues además su mirada es una advertencia, así que me quedo inmóvil con el acosador, además… aún tengo hambre.

    —Gracias por haberme ayudado con tu compañera, creí que me desnudaría con la mirada.

    —No es nada.

    Me suelta cuando jalo mi brazo y doy un paso atrás, no para de sonreírme burlonamente. Me doy la vuelta y me alejo del mostrador, me tiembla una mano por temor. Alexis apenas está saliendo del sanitario y se acerca para encontrarse conmigo casi a la puerta de salida.

    —Así que ¿no pudiste resistirte al encanto?

    —No, definitivamente no. —Controlo muy bien mi tono de voz para no despertar sospechas de mi nerviosismo—. ¿Nos vamos ya?

    —¿Tan pronto? Aún es temprano. —Su sorpresa y decepción eran muy obvios.

    —Hoy no, Alex. —Por extraño que esto pueda parecer, mis ánimos han decaído hasta el piso, esta mala impresión solo me hace desear salir de aquí—. Además, mañana es día de clases en el instituto y son los días de repaso. No querrás tener las mismas notas que el semestre pasado… ¿O sí?

    —No, claro que no… Aunque no estudié mucho, algo se me ocurrirá.

    —Tú sabrás…

    Salimos al parking y subimos al Chevy. Coloco la malteada en el portavasos y los chocolates en mi bolsillo, nos colocamos los cinturones de seguridad y doy marcha para salir de aquí…

    El trayecto corre en silencio, Alex no hace ademán de preguntar nada, aunque puedo sentir que la curiosidad la absorbe, pero al menos no ejerce más presión, lo cual es una sorpresa, esto pasa a sentirse como una cita incómoda, por lo menos hasta llegar a su casa.

    Aparco el coche fuera de la cochera de casa.

    Hurgo en mi bolsillo hasta encontrar las llaves de la casa, la introduzco en la cerradura y entro. Son las nueve menos veinte y mi madre se encuentra leyendo un libro viejo en el sofá del salón. Su cabello color chocolate resalta con la tenue luz que acompaña su lectura, es corto, brilloso y sedoso, su estatura es un poco más baja que la mía, sus ojos son castaños, sus pestañas largas los resaltan, y su tez blanca no permite que se muestre alguna imperfección visible.

    Reconozco esa portada: Ultramarina, de Malcolm Lowry. Mi madre baja el libro y me mira somnolienta, y se retira los anteojos de vista cansada. Ya debería descansar.

    —Mamá —la saludo con un beso en la mejilla cariñosamente.

    —Hola, linda, ¿qué tal la función?

    —Tediosa, aburrida, absurda… Ya te imaginarás.

    Ella suelta una carcajada a mi expresión. Coloca el separador en el libro y lo cierra totalmente para continuar la charla sin distracciones y perder el hilo de las palabras.

    —Oh, linda, me imaginé que dirías eso —arqueo una ceja en señal de confusión—, tu expresión me lo dijo todo.

    —Mmm…

    —Venga, linda, es mi hora de dormir.

    Nos levantamos del sofá. Mi madre va hacia su habitación, yo cuelgo mi chaqueta y me dirijo a la cocina por un poco de agua. Luego de ello voy a mi habitación y me dirijo al armario en la esquina; saco mi pijama gris y mis pantuflas beige, y comienzo a cambiarme la ropa.

    Salgo de la habitación y me dirijo al baño, cepillo mis dientes con cuidado. Al regresar a la habitación me deshago mi coleta alta de cabello y me cepillo de raíz a las puntas, dejando caer mi melena larga y negra a un costado, sobre uno de mis hombros. Una vez que me despedí de mi madre me encierro en la habitación y me meto en la cama, coloco el despertador para la mañana siguiente.

    Cierro mis ojos y me dejo llevar por mis sueños más profundos al tratar de descansar.

    Escucho el despertador…

    Abro los ojos de golpe, la luz del amanecer se va haciendo presente, así que decido no darle vueltas y levantarme.

    Tengo clases hasta las dos treinta, por ello la mayor parte de la tarde es toda mía.

    Al terminar de arreglarme y tomar un ligero desayuno salgo al jardín, directo al Chevy para marcharme. Subo a él y cierro la puerta, tratando de tener el mayor silencio para no molestar a mi madre. Introduzco la llave en la ranura para encender el motor. Doy marcha atrás y salgo de la propiedad.

    Las calles se encuentran tranquilas y silenciosas, poco propio de esta hora de la mañana. Es agradable de cierta forma, ya que se puede transitar con más velocidad, pero sigue siendo una situación poco común.

    No soy la única que llega a la hora, aparco el Chevy en el estacionamiento y salgo del coche, busco a Alex entre la multitud con la esperanza de que hubiese llegado temprano pero no la veo por ninguna parte… Sin embargo, en mi búsqueda encuentro algo mejor...

    Hace un par de meses notamos a alguien que, a nuestro parecer, es nuevo… No lo sabemos a ciencia cierta pero el resto de los estudiantes no han actuado diferente, es como si siempre hubiese estado aquí, pero no es una persona que pase desapercibida, pues no hace falta mirarle la cara para sentir su presencia. Aun así, Alexis y yo caemos en las mismas conjeturas. Normalmente se encuentra solo, pero no parece de pocos amigos, al menos socializa con los demás.

    Él es alto, tal vez de un metro noventa centímetros de estatura, es fornido, su cabello castaño, corto, y esos ojos azules semigrises que volverían locas a las chicas con tan solo observarlo… Sus labios son gruesamente finos y bien definidos… No entiendo por qué atrae tanto mi atención.

    Nuestras miradas se encuentran sin querer, yo desvío demasiado rápido la mirada, Dios, el corazón se me acelera y me arde la cara… Oh, no, el rubor comienza a brotar en mis mejillas, qué vergüenza siento. Será mejor que entre, ya es hora.

    Para comenzar el día es la hora de Estadística Aplicada, a la cual me gusta estar armada con mi ordenador portátil. Entro en el aula y tomo asiento entre las hileras más vacías para no ser molestada por nadie, como siempre. En mi grupo él no coincide conmigo, así que puedo sentirme tranquila y pensar claramente.

    Mis pensamientos son interrumpidos por una voz conocida.

    —Hola, ¿qué tal todo?

    Volteo la mirada exaltada, por Dios, me asustó, tengo que dejar de ser tan distraída.

    —Hola, Mike. —Devuelvo el saludo cortésmente.

    Mike Deluvie es un buen amigo, nos conocemos desde el sexto grado, siempre tan amistoso y abierto, me es difícil imaginar no verlo cerca.

    —Hoy se siente más frío de lo normal, ¿o es mi imaginación?

    Considerando sus palabras…, no lo había pensado, pero tiene razón; el ambiente se siente como la briza fría de una noche en otoño.

    Este día se vuelve cada vez menos usual.

    —Y… ¿ya sabes con quién irás al baile de la promoción en invierno?

    —Dios, no, ¿aún existen esos bailes? —Arqueo una ceja, lo he olvidado por completo.

    —Lo has olvidado, ¿cierto?

    Asiento a regañadientes, él se limita a mirarme un instante. Coloca una mano sobre mi hombro, sonríe y se marcha.

    Cada año se reúne el comité de profesores para festejar de una manera extracurricular a los alumnos de los últimos dos años de la carrera, el penúltimo grado hace la «promoción» para despedir a los futuros graduados y su mayor labor es disfrutar su última fiesta de la generación en la que se gradúan. Realmente no son muy de mi agrado esos eventos, además Mike quiere que asista con él, a pesar de que no me lo ha dicho, me he dado cuenta por mucho, pero yo no quiero más que lo que tenemos ahora. Probablemente con la única persona que iría sería con… ese chico de imponente presencia… ¡Infiernos! No logro recordar su nombre.

    Mis pensamientos son interrumpidos de nuevo por el profesor Matt Anderson, es uno de los profesores que imparten Estadística y Matemáticas Financieras en la universidad, también es el tutor de nuestro grupo.

    —Buen día, jóvenes, por favor, tomen asiento. —Siempre está de buen humor, es una persona muy simpática. Su voz es relajada en comparación con su porte. Tiene alopecia en el centro de la cabeza y la parte frontal de su cabeza, por lo que siempre trae el cabello de alrededor cortado casi al ras de la piel, al igual que su barba… Aun así, podemos distinguir sus aún jóvenes canas, y usa unos anteojos de armazón cuadrado y grueso, es alto y de hombros anchos, su barriga es un tanto abultada, algo que parece intentar discipular siempre con un chaleco de poliéster café—. Ya es algo tarde, así que seré breve. Se propuso un intercambio entre grupos de las clases, es decir, las personas con mal promedio en este grupo se intercambiarán con otras personas que estén mal en otro, esperando que sea de ayuda el cambio de ambiente, pues nuestro objetivo como siempre es impulsarles a dar sus mejores esfuerzos, así que en el caso de Estadística estamos entrelazados con el grupo D-6, así que es nuestro turno. —Oh, no, es fácil adivinar que Alexis entra en esa categoría de mal promedio.

    Ella está sentada frente a mí, así que hago a un lado mi portátil y me reclino hacia el frente sobre mis antebrazos con nerviosismo anticipado.

    Ella voltea a verme, piensa lo mismo que yo.

    Luego de recitar un breve listado de nombres, en el cual fue incluido el de Alex, el profesor Anderson se muestra confundido, da la impresión de no haberlo visto venir aunque sea él quien lleva el control principal de ello.

    —Tienen cinco minutos para guardar sus pertenencias.

    Ella obedece, y con gran destreza guarda todo en su mochila. Sé que odia Comercio…, como la carrera en sí, solo la estudia porque sus padres así lo quisieron, así que por ello esto es una buena noticia para poder adjudicarle el problema al «ambiente».

    El profesor Anderson los mira y les da un papel firmado, ella toma el suyo respectivamente y retrocede un par de pasos.

    —Entréguenselo al profesor Creehan.

    Asiente y se marcha casi corriendo del aula. Espero que entre sus intercambios no venga Angelina Delmart, es odiosamente insoportable, lo siento por Alex, que tendrá que convivir con ella, en todo caso.

    En pocos momentos la puerta del aula se abre y… entra el chico de ojos penetrantes que vi en el aparcamiento, junto con un grupo de cinco estudiantes más, le entrega un papel al profesor Anderson. ¡Santo cielo! Se quedará aquí.

    —Bien, bienvenidos.

    La atención del público presente no se hace esperar ante el chico.

    —De acuerdo, jóvenes, tomen asiento —responde Anderson con sonrisa tranquila.

    Intento distraerme jugando con mi lápiz sobre la mesa. Él sonríe y se aproxima al lugar de al lado mío, toma asiento, yo observo por la ventana a mi izquierda el gran arbusto de abajo. Tengo que voltear.

    Él me observa fijamente con curiosidad y me sonríe cálidamente, yo le regreso el gesto.

    —Tú eres Maxwell Laurent, si no me equivoco. —Hace una breve pausa, parece esperar alguna reacción de mi parte antes de presentarse—. Soy Kriss Danielss.

    Me ruborizo levemente. ¿Cómo lo sabe? Nunca parecía prestarle atención.

    —Sí, esa soy yo —afirmo, no se me ocurre qué decirle, mi cabeza se bloquea casi de inmediato—, qué mal que te cambiaran.

    —Yo no diría eso, me han hecho un favor.

    Siento miradas fijas alrededor; las chicas en el aula están mirándolo embobadas…, supongo que es el efecto que genera normalmente, así que ya no me siento tan avergonzada de lo que pensé antes.

    Finalmente estamos fuera del instituto, las dos treinta en punto.

    Kriss se encuentra frente a mí, al otro lado del aparcamiento, ocupado en su Seat Ibiza blanco con quemacocos. No tiene caso observarlo así, me vuelvo y abro la puerta del Chevy, meto mi mochila y la coloco en el asiento del copiloto, me paro derecha. En cuanto siento un escalofrío sé que alguien se encuentra detrás de mí… Kriss.

    —Hola de nuevo —saluda.

    —¿Qué tal? —Es lo único que puedo decirle.

    Nos quedamos en silencio, inmóviles, solo escuchando la respiración del otro y el ligero revoloteo de las hojas de los árboles con la leve brisa del ambiente. Qué extraño…, siento frío por todo el cuerpo y una extraña sensación en el pecho.

    —Es una bella tarde, aunque yo prefiero los días nublados y fríos, son realmente tranquilos la mayor parte del tiempo —me comenta sin yo preguntar nada—. Oye, ¿crees que puedas prestarme tu libro de Estadística? Solo por hoy, mañana me asignaran el mío —pide en tono amable.

    —¿Qué le pasó al tuyo? —pregunto por mera curiosidad… Él sonríe en calidad de disculpa.

    —Quedó hecho jirones por mi hermano menor, así que tuve que comprar otro.

    Asiento y entro de nuevo al coche por el libro. Una vez en mis manos se lo entrego.

    —Aquí tienes.

    Sin poder reaccionar o verlo venir se inclina y me mira con cierta distancia. La cara me arde por el rubor y el estómago me cosquillea, el corazón se me acelera.

    —Gracias, lo cuidaré con mi vida.

    —Claro… Descuida… No es nada.

    Qué exagerado.

    Se da vuelta y se dirige a su Ibiza de nuevo. Abro la puerta del coche dispuesta a marcharme de una buena vez cuando otra persona habla atrayendo mi atención.

    —Creo que el grupo 2 ha ganado un gran partido el día de hoy. —Siempre tan arrogante, me provoca náuseas.

    Cierro los ojos y aprieto fugazmente los párpados por el desagrado que me provoca. No la odio, pero cómo me estresa esta gente.

    —No entiendo a qué te refieres, Angelina —le respondo sin molestarme en voltear y enfrentarla cara a cara.

    Ya sé a qué se refiere, pero no pienso seguirle el juego, sería estúpida si lo hiciera.

    —Sí, sí, lo sabes —me reta—; hablo de Kriss.

    Me decido a voltear, su mirada burlona me fastidia demasiado, cómo me gustaría arreglarle la cara para que no pueda volver a hacer eso con unos buenos golpes.

    —Oh, claro, pero qué distraída me encuentro hoy —digo al fin con gesto sarcástico.

    Alex se acerca con paso muy firme a nosotras. Claro, le prometí que la llevaría a su casa, ya que su coche se averió, al parecer mi fe me recompensa. Ellas dos se observan de mala gana, Angelina la mira de arriba abajo, ella responde de igual manera.

    —Ya charlaremos en otra ocasión, Maxwell. —Su sonrisa y palabras son tan falsas como ella.

    Se marcha. Alex cambia su expresión totalmente, ahora ya es la Alex que conozco. Creo que sí sentí miedo, creí que la golpearía, que la dejaría en el piso, o que…

    —Oye, chica, reacciona, ¿quieres? —me llama—; vámonos ya, quiero ir a casa y comer comida decente.

    Subimos al coche, el sol acaricia el tablero del Chevy, comenzamos a andar por las calles en el tránsito regular. Alexis vive en Broomgrove Lane.

    Llegamos en menos de lo esperado a su casa.

    —Gracias por haber accedido a traerme a mi casa. —Sale del coche—. Nos veremos mañana.

    Asiento, ella cierra la puerta del coche y se dirige a su casa, yo continúo mi recorrido a la mía.

    Últimamente me ha dado por sentirme muy agotada, difícilmente sucede, pero no quiero decirle a mi madre, desde que tengo memoria siempre se preocupa y asusta más que yo cuando enfermo o no me siento del todo bien, a estas alturas no es momento de ponerla así. Ese tipo de reacciones a lo largo de su vida le han provocado ese infarto que la dejó, prácticamente, ciscada e incapacitada para realizar ciertas cosas que le gustan.

    Los ojos me arden, creo que llegaré a dormir una siesta de hora y media, probablemente eso me ayude un poco para continuar como normalmente debo. Una de mis más grandes ventajas es que logro disimular muy bien los pequeños detalles que me preocupan, eso apoya indirectamente a mi madre para evitarle preocupaciones innecesarias.

    Aparco el coche en la entrada, donde siempre, tomo mi mochila y, a pesar de que las piernas me tiemblan como gelatina, me dispongo a salir del Chevy, cierro la puerta detrás de mí. Camino hasta la entrada de la casa y hurgo en mi bolsillo en busca de la llave, la introduzco en la cerradura y abro. Uf…, qué frío siento, me estoy debilitando, y a prisa.

    Mi madre está sentada frente a la mesa bebiendo café y leyendo el diario matutino, siempre lee los diarios de la mañana cuando descansa por las tardes. Es la persona más dulce y comprensiva que he conocido y ella me quiere tanto…

    —Hola, linda, ¿qué tal van las cosas? —me saluda como habitualmente.

    Resistiendo mi estado actual sonrío sin tomarlo en cuenta.

    —Bien, mamá, como es costumbre —aseguro con un tono más apagado de lo que pretendía demostrar.

    Ella abre demasiado los ojos, es más perceptiva de lo que me gustaría, no sé de qué se preocupa…, solo se trata del cansancio que normalmente no tengo, a todos nos llega a pasar en cierto momento…, ¿o no? Su mirada me analiza detenidamente, espero que no note lo terriblemente rara que me siento.

    —¿Estás bien, cariño? —me cuestiona sin quitarme la mirada de encima.

    —Sí, es solo que no logré descansar bien, pero no hay nada que el sueño no repare físicamente. —Sonrío débil e inocentemente.

    —Muy bien, cariño, no te molestaré con ruidos.

    Asiento y subo por las escaleras hasta llegar a mi habitación.

    Uf.

    Me cambio de ropa, me suelto la coleta de pelo y me acuesto en mi cama, mis ojos, literalmente, se cierran solos, y yo no pongo la más mínima resistencia ante ello, qué bien se siente descansar en este momento. La oscuridad de mi sueño me lleva y trae hasta lo desconocido dentro de mi mente, tal vez pueda acostumbrarme a esto.

    Capítulo 2

    Algo se acerca… Se aproxima con gran velocidad, puede ser solo una estrella fugaz en la inmensidad de la soledad de mi mente y su comprensión abstracta, tan poco necesaria, mis manos se enfrían, no logro respirar, algo me oprime el pecho, sofocándome, caigo al suelo que no logro ver. El llanto de una niñita rezumba en mis oídos, su sufrimiento es tan grande que me arrastra con él, quiero hablar pero mis palabras no logran escucharse, me quedo allí quieta y en silencio…

    —Linda, ya es hora, levántate si no quieres llegar tarde.

    Mamá no suele venir y despertarme.

    Tuerzo la boca, no quiero pararme… No puedo pararme. Con un gran esfuerzo abro los ojos. La luz emitida por la ventana

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