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Momentos
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Libro electrónico185 páginas2 horas

Momentos

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Estamos ante un libro de cuentos cortos, algunos de ficción, pero la mayoría basados en hechos reales. Esta cuidadosa selección de momentos, abarca una diversidad de temas tratados con diferentes metodologías tanto de composición como así de construcción, a los efectos de que en la heterogeneidad de su desarrollo cada lector siempre pueda encontrar un espacio confortable entre sus páginas donde pasar un rato ameno. Esto arroja como resultado una obra exenta de monotonía y repleta de matices y giros inesperados. Un variado collar de perlas donde el lector podrá reír, emocionarse y hasta estremecerse a medida que se plantee apreciar cada una de ellas con detenimiento. En esta surtida colección de historias se podrá encontrar relatos para todos los gustos, asegurando un buen entretenimiento luego de una grata inversión de tiempo de quien se sumerja en las impredecibles aguas de la imaginación tanto propia como del autor. De esta manera se genera la deseada interacción a través de la palabra escrita. Se sorprenderá leyendo nuevamente algunas de sus historias luego de verse atrapado en la vibrante trama presentada a lo largo de cada relato contenido en esta obra.

IdiomaEspañol
EditorialMáximo Olivera Sum
Fecha de lanzamiento24 may 2024
ISBN9798224335121
Autor

Máximo Olivera Sum

Máximo Olivera Sum Nació en Tacuarembó, en 1978. Una vez finalizado el Bachillerato, inició su carrera como Oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya en la Escuela Militar de Aeronáutica, graduándose en 2001 como aviador. Posteriormente impartiría clases de Historia Nacional en la Escuela Técnica de Aeronáutica y de Juego de Guerra "Fénix" en la Escuela de Comando y Estado Mayor Aéreo. Es piloto de aeronaves de ala fija y helicópteros. Al día de hoy se encuentra realizando la carrera de Periodismo en el IPEP (Instituto Profesional de Enseñanza Periodística). Es investigador, además de poeta, cuentista y ensayista. Para más información, contáctelo a través de su casilla de correo electrónico: [email protected]

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    Momentos - Máximo Olivera Sum

    PRÓLOGO

    En la obra que tienes entre manos, se despliegan historias que van más allá de simples relatos; son ventanas a mundos internos, reflejos de emociones y pensamientos profundos que nos invitan a explorar la complejidad de la existencia humana.

    A lo largo de estas páginas, nos sumergimos en la intimidad de los personajes y en situaciones que invitan a la reflexión. Relatos como El juez borracho entrelazan tensión y humor, mientras que La cita desencadena una serie de eventos inesperados que ponen a prueba la fortaleza emocional de sus protagonistas. Cada historia es un universo en sí mismo, creando un tapiz de experiencias que vale la pena descubrir.

    Así, te invito a dejarte llevar por las emociones y pensamientos que estas narraciones despiertan en ti. Como sugiere el autor, Te pido algo, no solo lo leas sino siéntelo, porque en la experiencia de la lectura radica la verdadera magia de la literatura.

    ¡Bienvenidos a un viaje literario lleno de perlas y rubíes!

    ––––––––

    Martín González.-

    PREFACIO

    Escribir algo para que otro lo lea siempre representa todo un desafío. Y construir un cuento puede ser muy parecido al arte de un joyero confeccionando una alhaja. Es cuestión de muchos detalles que vienen conformando lo que llega a ser el producto final, el cual debería ser exquisito, aunque siempre está sujeto al gusto del consumidor.

    Por lo general, el lector será mucho más minucioso con una obra corta, cuya precisión debe ser milimétrica, que con una más extensa, como una novela, por ejemplo. Por ende, hay que ser mucho más dedicado y cuidadoso. Así que aquí les entrego estas perlas para que le busquen la mácula o, por el contrario, se deleiten en la mucha o poca belleza y gracia que posean.

    Así como cada piedra difiere de otra, tanto en color, en brillo, como en su forma, de la misma manera varían las historias en aspectos tan distintivos como el contexto, el tono utilizado, el tema, entre otras muchas particularidades. De manera que la caramelera sea heterogénea y haya para todos los gustos y nadie se sienta insatisfecho al meter la mano para sacar una golosina.

    He descubierto que siempre habrá una mejor forma de decirlo, o un comienzo preferible, un desarrollo perfectible o un final más impactante, pero esta es mi impronta personal. De todos modos, siempre se pueden disfrutar si se está dispuesto a saborearlo con una buena actitud.

    Hay días de mayor lucidez, otros de embotamiento absoluto. Se los puede encontrar de los que traen aparejados una obra de arte y también los que dejan de regalo un bodrio desahuciado. En todo caso, hay que saber desechar lo que no vale la pena y rescatar lo que pueda tener valor. Esta es una selección de los que tienen substancia o dejan un gusto sabroso al paladar.

    Algunos más, otros menos, pero sé que te van a gustar, pues todos tienen su magia propia escondida. Solo tienes que encontrársela.

    El Señor ha ido extirpándome

    lo que más me gustaba,

    para obsequiarme lo que necesito.

    ––––––––

    Te pido algo,

    no solo lo leas

    sino siéntelo.

    Beso de Judas

    ––––––––

    Los altos tacos sonaban presurosos uno tras otro sobre la acera mojada por la lluvia que apenas si había dejado de caer. A medida que avanzaba con paso precipitado, en ocasiones parecía querer dibujársele una sonrisa en el rostro. Sus miradas, lanzadas hacia todos lados, en realidad no veían nada puesto que su concentración se enfocaba en otro instante, otra escena. Su mente volaba por otros lugares que nada tenían que ver con aquellos en que ahora se encontraba. Cada tanto suspiraba con profunda pero entrecortada fruición.

    Por momentos la acometían deseos de correr, de saltar y gritar, pero la gravedad del caso siempre la contenía. A veces se sonreía ruborizada, sin lograr retener la emoción; es que se sentía eufórica. Su expresión era la de una niña que ha infringido las enseñanzas de sus padres, empero a sabiendas de que nunca la descubrirán. Sus mejillas radiantes iban enardecidas de un apasionado rosado que armonizaba perfectamente con sus labios teñidos de un intenso carmesí. Se sentía más joven, más vital; se consideraba audaz, intrépida y alocada.

    Una especie de remordimiento pugnaba por invadir su pecho; no obstante, ella luchaba por no darle cabida. No tenía parte ni porción en aquella ocasión. Agitaba con insistencia su hermosa cabellera suelta, ahora escurriendo agua, pues era un reflejo de cómo se creía: más liberal y autónoma que nunca. Sus senos se traslucían detalladamente a través del vestido empapado. Al notarlo, lanzó una carcajada de satisfacción y continuó caminando como si para nada le afectara aquello que en otra oportunidad le hubiera provocado una vergüenza incontenible. Ella no permitiría que ninguno de aquellos sentimientos empañara la magia de aquel momento. Pesadumbre alguna haría que ilusiones, fantasías y sueños se vieran opacados ni mucho menos frustrados.

    Las altas horas de aquella madrugada de ensueño no afectaban el ánimo que llevaba; tan solo se dejaban ver reflejadas en sus ojos marchitos por el intenso trajín. Su maquillaje denotaba también, aunque bien disimulado, haber sido castigado vigorosamente. Su pelo revuelto parecía dejarla aún más bella y le daba un toque de desinhibida rebeldía. Su perfume entremezclado a una fragancia varonil eran los concomitantes cómplices de lo que había sido uno de los actos más desenfrenados y lujuriosos que jamás había cometido en toda su vida.

    Algo había cambiado en lo más profundo de su alma, ya nada volvería a ser lo mismo de antes. Aunque se sentía más independiente, experimentaba una extraña sensación de ser observada, la molesta impresión de tener una multitud de miradas escrutándola con severa censura. Su rostro perlado de gotas podría disimular perfectamente una lágrima que se escabullera forjada por una traicionera turbación. ¿Por qué le estaría sucediendo aquello? ¿No era lo suficientemente fuerte como para superar un frustrante remordimiento de conciencia? Debía ser algo pasajero. ¿Qué tenía de diferente de tantas otras personas que hacían cosas aún peores? ¿O tal vez todavía existieran lazos que la ataran a aquel ser que creía detestar? ¿Quizás aún no habría muerto después de todo el vínculo que la mantenía al lado de aquel hombre que había llegado al punto de esquivar y despreciar incesantemente? ¿Acaso lo amara todavía?

    Los recuerdos se sucedían intercalándose entre los de tantos años y los de un evento fraguado de mil instantes. La alegría se disipaba, tornándose fugaz ante un repentino sofocamiento de contrición y nostalgia. De a ratos se enojaba consigo misma por flaquear, pero reflexionando sobre la postura en que había decidido mantenerse, de inmediato comenzaba a justificarse y a recoger todo cuanto de bueno tuviera aquella situación. Sus sonrisas ya no eran tan animadas, más bien se habían demudado con celeridad en expresiones de amarga pena. Su piel se erizaba y no sabía si era por el fresco de la alborada o por recordar el sinfín de caricias que había disfrutado. ¿Acaso fuera un remoto temor a ser descubierta?

    Hacía cortos tramos con agitada marcha, otros los corría como queriendo escapar de algo malo que la hubieran obligado a cometer. Su cuerpo se estremecía. Quizá fuesen accesos del placer que había sentido hacía muy poco tiempo. Tal vez lo provocaban las oleadas de aflicciones que pasaban por su mente provenientes ya de su imaginación, ya de su sentido común.

    Súbitamente llegó a su casa. Tan absorta en sus pensamientos había estado que no percibió todo el trayecto que había recorrido. Algo la golpeó al notar su morada, crisol de ocasiones compartidas, de intereses mutuos, de emociones correspondidas y errores perdonados. Se sentía nuevamente cual niña asustada que deberá rendirle cuentas a su padre que se encuentra esperando por ella. Dudando a cada paso se dirigió a su hogar, titubeando como si trasponiendo aquella puerta se extendiera un infinito abismo.

    Subió los dos escalones del atrio velozmente. Los tacos rojos se juntaron frente a la puerta serena. Sus manos nerviosas hurgaban con un ruego en la cartera buscando casi angustiadas las llaves. Entretanto, uno de los finos tacos se separó del otro al doblar adrede el tobillo, revelando inquietud. Por fin aparecieron las malditas llaves en una catarata de tintineos. Sus manos asediadas por un persistente temblor lucharon febrilmente hasta que lograron abrir la cerradura que parecía más ruidosa que nunca. La puerta se atascó hasta que uno de los delicados hombros desnudos le propinó un desesperado golpe de modo que ésta se abrió con tanta violencia como estrépito.

    Penetró muy despacio en el tenebroso interior del edificio, tratando angustiosamente de no hacer el menor sonido. No sabía por qué se comportaba así pues la casa debía estar vacía. A tientas y aterrada, buscó abrir un tanto una de las cortinas para que entrara la tenue luz del alba. Pronto notó que había una luz encendida en la habitación contigua. El corazón le pareció detenerse por unos instantes y la respiración se le hizo espasmódicamente entrecortada. Un frío helado corrió por su espalda descubierta con osada amplitud al deslizarse por sus oídos un ahogado sollozo. Vaciló una vez más hasta que una fuerza más semejante a resignación que arrojo la movió a continuar.

    Cuando alcanzó a verlo rodeado de penumbras, con el rostro sumergido entre las manos, su espíritu mismo se contristó. Una congoja terrible apretó su garganta casi al límite de estrangularla. El pánico fue tan grande que la llevó a perder el control. Siquiera una sola palabra acudía a su boca. Estaba completamente paralizada, petrificada como un corazón en el instante que traiciona. Continuó avanzando lentamente tal si pudiese aun ocultarse o pasar desapercibida. Se aproximó hasta situarse muy cerca, sin saber cómo proceder. Sentía el impulso de abrazar a aquel hombre que en aquel momento se veía tan vulnerable. Reconocía que aún continuaba vivo el sentimiento ante el doloroso arrepentimiento que estaba sufriendo. Allí aguardó cual suicida que espera impávido la llegada de la muerte.

    Aquella situación, que se prolongaba en un tiempo interminable, la había dejado perpleja. Comenzó a reflexionar en lo insólito de aquel momento hasta que optó por inclinarse a intentar brindarle contención. Luego de besarle la frente comprendió el absurdo que había cometido y permaneció inmóvil todavía un instante hasta que todo se volvió un torbellino. La apacible incertidumbre colmada de mutismo, rodeada de sombras, se convirtió repentinamente en vertiginoso movimiento. Sin distinguir qué estaba ocurriendo, la sorprendió un dolor tan profundo que llegó a traspasar el centro mismo de sus entrañas.

    Claroscuro

    ––––––––

    Basado en una historia real.

    ––––––––

    Encontró Juan como por casualidad a Tomás sentado en una esquina. Era un cruce muy concurrido, cercano a un callejón lleno de perros sarnosos que desgarraban las bolsas de basura, desparramándola por todos lados. Al advertirlo, hizo una expresión de alegría y de inmediato se dirigió con decisión hacia él. Tomás, al verlo, miró con evidente fastidio hacia otro lado, con la esperanza de que no lo hubiese notado. Tras comprobar que en efecto se había percatado de su presencia, no tuvo más remedio que prepararse para la inminente confrontación.

    —¡Tomás! —exclamó con una amplia sonrisa en el rostro.

    —Hola —respondió sin demostrar demasiado interés.

    El día se dividía por una parte en un cielo cubierto hasta cerca de la mitad por densas y oscuras nubes, las cuales hasta no hacía mucho tiempo habían ocasionado abundante precipitación, acarreando que la temperatura descendiera abruptamente. Por la otra parte, un cielo azul, radiante y límpido, donde el sol brillaba, haciendo que comenzara a levantar la temperatura, con lo que se volvía mucho más agradable permanecer sin resguardo.

    —Qué casualidad encontrarte por estos lados —dijo Juan con entusiasmo.

    —¿No sos vos quien siempre dice que las casualidades no existen?

    Juan rio afirmando con la cabeza, enseguida preguntó:

    —¿Cómo estás? Hacía mucho que no te veía. No he sabido nada de vos últimamente.

    —Y, ¿cómo voy a estar? Como siempre: mal, pésimo, en la lona.

    Juan lo observó un momento con ternura.

    —¿Por qué estás así?

    —Porque todo es una porquería, el mundo entero es una

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