Somos diosas
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Somos Diosas es un libro ilustrado que te llevará por todos los rincones del planeta. Desde la diosa del sol japonesa Amaterasu a Aisha Kandisha, el terror de los niños marroquíes, pasando por las deidades de Oceanía, África, Europa o Sumeria.
Mónica Piacentini
Mónica Piacentini (1956) nació en Buenos Aires, Argentina. Es diplomada en Neurosicoeducación (UBA) y en Descodificación Biológica Integral (España). Es escritora y editora. Imparte cursos de escritura creativa y talleres literarios, también es coaching de escritores. Autora de los libros Peor los que quedamos y Misión planeta Tierra.
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Somos diosas - Mónica Piacentini
Somos Diosas
© 2024 Del texto de Mónica Piacentini
© 2024, Editorial del Nuevo Extremo S.L.
c/ Rosellón, 186, 5º - 4º, 08008 - Barcelona, España
Tel (34) 930 000 865
e-mail: [email protected]
www.dnxlibros.es
Diseño de cubierta: © Martín Lambré
De las guardas: © redgreystock, vía Freep!k
Recursos iconográficos: © Carter Art Vecteezy, © Inij Vecteezy
Ilustraciones de cubierta e interiores: Neïa Chafik © Honei Studio
Edición: Iguazel Serón
Maqueta interior: Iguazel Serón
Primera edición: noviembre de 2024
ISBN: 978-84-19467-49-2
Depósito legal: B 15279-2024
Impreso en España - Printed in Spain.
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
«El mito sirve de puente para salvar el
abismo entre el conocimiento adquirido
en el pasado y la verdad formulada en el
presente, con infinitas posibilidades
para el futuro».
Alice Bailey
El poder de
las diosas
En muchas sociedades humanas primitivas las mujeres ocupaban lugares esenciales. El matriarcado era el sistema predominante. Las primeras figuras de culto que se han encontrado fueron estatuillas de mujeres desnudas, conocidas como las «Venus paleolíticas», en las cuales se acentuaban sus rasgos reproductivos y nutritivos.
Según Robert Graves, (reconocido escritor e investigador de los mitos y el misterio de la Diosa Blanca), el misterio de la maternidad no fue revelado hasta mucho tiempo después. No se sabía muy bien cómo ni por qué las mujeres quedaban embarazadas. Las diosas, las mortales y todas las hembras de la naturaleza engendraban a sus hijos de forma «milagrosa»: por el paso de una estrella fugaz, el soplo inesperado de una brisa, bañándose en las aguas de un lago sagrado, o por algún otro acontecimiento prodigioso e incomprensible.
Sea como fuere, o se creyese, diosas y mujeres eran las hacedoras mágicas de todo lo viviente; la tierra, los seres humanos, los animales; todo provenía de la energía femenina y su fertilidad. Los cultos a la Diosa Madre estaban muy extendidos.
El estudio de las imágenes míticas, de sus signos y símbolos, muestra una permanencia del culto a la diosa, que pone de manifiesto la supremacía de aspectos tales como el poder de generar vida y el de la fertilidad.
La arqueóloga y antropóloga lituana Marija Gimbutas investigó el periodo Neolítico en la zona de los Balcanes durante muchos años, y llegó a interesantes conclusiones. En su libro Dioses y Diosas, describe el culto femenino como sociedades gobernadas por mujeres-reinas y sacerdotisas de carácter pacífico, y el hallazgo de las estatuillas a las que llamó «dioses», confirmó la existencia del culto sagrado que designó como una única Gran Diosa.
En palabras de Joseph Campbell, prolífico escritor y autor de obras notables como El héroe de las mil caras y El poder del Mito:
«La Europa antigua no tenía dioses. La Gran Diosa era considerada inmortal, inmutable y omnipotente, y el concepto de paternidad no se había incorporado aún en el pensamiento religioso. En este continente, desde 7000 a.C. hasta 3500 a.C., el patrimonio y el poder se heredaban siguiendo la línea materna».
En Sumeria y en Babilonia, Nammu, Inanna y Astarté eran las madres de todo lo existente. Así como lo fueron Nut en Egipto y Devi en la India.
Francesca Stavrakopoulos, investigadora de la Universidad de Exeter, demuestra la existencia de Asherah, una poderosa diosa de la fertilidad que fue adorada junto a Yahveh, durante muchos siglos antes de la escisión sucedida en los textos bíblicos que la convirtió en demonio y terminó erradicándola, dejándolo solo a él como dios único.
En el principio, en el Olimpo griego se respetaba la igualdad de género, tenía seis diosas y seis dioses, y estaba presidido tanto por Zeus como por Hera. Pero con el tiempo, la importancia ganada por lo masculino fue traspasada a Zeus, quien se apareaba con toda diosa o mujer que deseaba, convirtiendo a Hera en una esposa celosa y vengativa que hacía denodados esfuerzos por mantener su poder como reina del Olimpo. De hecho, Hera se convirtió con el tiempo en el arquetipo de la mujer defensora del matrimonio y la vida familiar.
En su libro Cuando Dios era mujer, Merlin Stone relata cómo las sociedades matriarcales, pacíficas y benevolentes de tradiciones de adoración a la Diosa fueron minadas hasta ser casi destruidas por las tribus invasoras. Para ello, fueron acabando con todo vestigio de las creencias preexistentes de lo sagrado femenino, incluyendo obras de arte, esculturas, tejidos y literatura.
Los semitas llegaron a las regiones de Canaán, aniquilando no solo a los pueblos sino a todos los dioses y diosas que encontraban en el camino. Impusieron a Yahveh como único dios, lo dotaron de una relevante impronta masculina y eliminaron todo rastro de lo femenino en la religión. Lo Sagrado Masculino se convertiría en la potencia dominante, para gobernar sobre las mujeres y las energías de las diosas. Según Stone, la Torá, o Antiguo Testamento, fue en muchos sentidos un intento masculino de reescribir la historia de la sociedad humana, cambiando el simbolismo femenino por el masculino.
Con el triunfo de los dioses sobre las diosas se estableció un sistema patriarcal, que definió que el poder, la herencia y el derecho a ejercer el culto se transmitiría únicamente por vía paterna. En Babilonia, Israel, India, Grecia, Roma se construyeron cuerpos jurídicos que establecieron la supremacía del hombre sobre la mujer. En China, el sancong, o sistema de «las tres obediencias», mantenía a la mujer en un lugar de esclavitud y maltrato, tanto física como socialmente.
Los «dioses» les ganaron la partida a las diosas y fundaron el patriarcado. De allí en adelante, los estados construyeron sus sistemas jurídicos apoyados en religiones y mitologías, que llevaron a las sociedades a promulgar la supremacía del hombre por encima de la mujer.
La lucha feminista en busca de reivindicación
La pugna por recuperar nuestro antiguo poder y esplendor de diosas lleva apenas unos pocos siglos.
Las luchas por alcanzar la igualdad de derechos han requerido una gran cantidad de coraje, inteligencia y rebeldía, para rebatir mandatos y hacer frente a los prejuicios.
Ya en el siglo VIII, la cristiana mística Guglielma de Bohemia propuso que las mujeres alcanzaran jerarquías superiores y protagonismo dentro de la iglesia. Esto creó tal hostilidad en esta institución que fue condenada por herejía hasta después de su muerte. Sus seguidores, siglos después, fueron víctimas de la Inquisición, que llegó a destruir el sepulcro de la dama y cremar lo que quedaba de su cuerpo en un intento de negar su importancia.
En el siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz combatió el violento patriarcado en México, utilizando por primera vez la palabra «resistencia» para hablar de la «mujer con voz, la mujer que no calla».
En 1789, la Asamblea Nacional Constituyente de Francia sancionó el gran legado de la Revolución Francesa: la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», que, como su título indica, solo trataba de los derechos de los hombres, lo que les permitió a las mujeres que tanto habían hecho por la revolución, ver con claridad que la esclavitud para ellas continuaba. Dos años después, la escritora y filósofa conocida como Olympe de Gouges publicó la «Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana», para reclamar los mismos derechos civiles para las mujeres. En sus palabras: «Si podemos ser llevadas al cadalso, podemos subir a la tribuna», cosa que pareció incomodar a los revolucionarios franceses ya que la Égalité no parecía alcanzar a las mujeres. En 1793, Olympe de Gouges terminó en la guillotina.
Otra adelantada a su época, la filósofa inglesa Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley (y abuela de Frankenstein), redactó en 1792 la «Vindicación de los Derechos de la Mujer». Allí pregonaba la igualdad entre los sexos, afirmando que las diferencias entre el hombre y la mujer no eran naturales, sino que emanaban de un hecho cultural fundado en la educación, tan negada a las mujeres, y reclamaba una instrucción igualitaria.
A los dueños del poder tampoco le gustaron los primeros debates feministas, y decidieron que las mujeres fueran privadas de derechos políticos. Se les impidió la reunión de más de cinco mujeres en la calle y se encarceló a quienes hicieran públicas sus ideas.
El sufragismo, surgido en Inglaterra y Estados Unidos a mediados del siglo XIX, convirtió el feminismo en un movimiento de acción social. En 1903, las sufragistas, lideradas por Emmeline Pankhurst, pusieron en práctica nuevos modos de lucha: atentados, bombas, encadenamientos y huelgas de hambre.
La abolicionista negra, Sojourner Truth, pasó sus primeros veintinueve años de vida como esclava, fue vendida tres veces y maltratada con crueldad; logró escapar con una hija, y se presentó en los tribunales para recuperar a su hijo varón. Se convirtió en la primera mujer negra en ganar un juicio contra el poder patriarcal de los blancos. En su famoso discurso: «¿Acaso no soy una mujer?», de 1851, habla de su doble exclusión: «por mujer y por negra», y promovió el derecho de incluir a las mujeres negras en el movimiento por los derechos de las mujeres en EE.UU.
La escritora socialista francesa, de ascendencia peruana, Flora Tristán, una de las fundadoras del feminismo, también expresó la doble opresión que padecía la mujer obrera: de clase y de género, lo que queda claramente explicado en sus palabras: «La mujer es la proletaria del proletariado».
Después de alcanzar el objetivo del sufragio femenino, muchas mujeres se desmovilizaron, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, momento en que el malestar reapareció. Habiendo sido protagonistas activas durante el conflicto, ya no querían volver a aceptar el papel sumiso de la esposa complaciente. Querían trabajar con salarios justos, decidir su maternidad y dejar de ser maltratadas por esposos y jefes.
En 1949, Simone de Beauvoir publica El segundo sexo donde hace una dura crítica sobre el poder masculino y explica que «El género es una construcción social».
En 1963, la socióloga Betty Friedan publica en Estados Unidos, La mística de la feminidad, donde critica el sometimiento que sufrían las mujeres con frases como: «Las mujeres son infelices porque el sistema las obliga a priorizar el cuidado de los demás frente al suyo propio».
Discusiones internas terminaron por dividir el feminismo en dos: el feminismo liberal, que planteaba luchar hasta lograr la igualdad entre los sexos; y el feminismo radical, que proponía el fin del patriarcado.
A partir de los años setenta se fueron sumando a las ideas del feminismo, el antirracismo, elementos que rechazan categorías definitivas sobre la sexualidad, la orientación sexual y la identidad de género. Y a partir de los noventa se reivindicó la existencia de múltiples tipos femeninos, reconociendo diferencias sociales, culturales, étnicas y religiosas.
En nuestro tiempo, el feminismo ha logrado potencia global, y ha dado lugar a multitudinarias manifestaciones como las del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, fecha histórica de tantas revoluciones femeninas, o el #MeToo, (Yo También) el lema que se utilizó para dar voz a las víctimas de abusos y agresiones sexuales, atreviéndose a romper el silencio a las que se obligaban debido al condicionamiento social.
Desde el 2015, el movimiento «Ni una menos», nacido en Argentina tras del femicidio de Chiara Páez, traspasó las fronteras y encendió una llama en toda América Latina que, ante la reiterada ausencia del Estado, movilizó a las mujeres hacia una organización que marca un precedente en la lucha contra la violencia machista en el mundo.
En nuestros días, el feminismo pone el acento en la violencia de género y la brecha salarial. Pero a pesar de los grandes progresos logrados todavía queda mucho camino por recorrer.
Rescatar nuestras almas de diosas
Hemos pasado tanto tiempo sumidas bajo el poder del patriarcado que ya es hora de recobrar nuestros antiguos poderes. Muchas voces femeninas se han levantando de muchas maneras distintas para rescatar a la mujer del lugar al cual ha sido sometida durante milenios, quizá porque los hombres no han sabido comprender nuestro poder y lo han temido, como a nuestra capacidad única de crear, de educar, de sostener una familia, una comunidad y hasta pueblos enteros. Voces de mujeres que han utilizado distintas armas para hacerse oír, para hacernos despertar, para recordarnos quiénes somos.
Muchos movimientos actuales reivindican a la mujer desde la diosa, la hechicera o la chamana como símbolo de poder, disidencia y creatividad femenina y las rescatan del ostracismo y de todo lo relacionado con lo oscuro, lo negativo, lo pecaminoso, como impusieron distintas corrientes religiosas.
Visibilizar las antiguas narrativas sobre las mujeres/diosas fue y es tarea de escritoras, artistas, activistas, filósofas, historiadoras, psicólogas, sociólogas, teólogas, y de tantas mujeres que siguen realizando una labor extraordinaria para redescubrir el legado que han dejado a través del tiempo y que, en algunas partes del mundo nos quieren seguir negando, a veces de maneras extremadamente cruentas.
En este libro vamos a ver cómo las diosas, espíritus femeninos que habitan en la naturaleza, llenas de luz y de sombras, dan y quitan vida. Existen desde las culturas más primitivas y han trascendido el tiempo y el espacio, para generar las historias, los mitos y las tradiciones que tienen lo femenino como centro.
En todas las culturas antiguas encontramos el culto a la diosa como creadora de vida, de la Tierra y de todo lo que en ella habita. Diosas inmortales que, a su vez, podían conceder la inmortalidad a los humanos.
Durante la búsqueda e investigación de los mitos más lejanos, encontramos similitudes en distintas narraciones sobre la Diosa madre, nacida de las aguas, de la nada, o de otros dioses lejanos; la creación del universo y la pareja primordial moldeada con barro; las divinidades del amor, la belleza y la fertilidad; las guerreras invencibles; las diosas del tiempo, las estaciones y las cosecha; y las infaltables deidades con poder en el inframundo, o en el mundo de los muertos.
De todas ellas han nacido innumerables leyendas, contadas a la luz de los fogones por mujeres que hilaban la historia de sus pueblos con la de las deidades que trasmitían su poder. Cada gesta fue contada y transformada por las narradoras, según las épocas y los nombres, desde la oralidad o a través de la escritura.
La mitología nos permite aprender historia. Cada mito que se cuenta atraviesa una determinada época y la forma en que hombres y mujeres fueron entretejiendo sus vidas. Al leer esta colección de cuentos de diferentes civilizaciones, veremos cómo lo femenino ha ocupado los lugares más elevados o los más empobrecidos. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, las mujeres tenían los mismos poderes que los hombres, al igual que sus diosas. En China, en cambio, la mujer ha estado sometida desde los inicios, y solo en la actualidad, tras una tremenda revolución, ha podido conquistar un nuevo lugar.
Pero, como ya hemos dicho, hubo un retroceso global de la posición de la mujer con la llegada de la religión judeocristiana a Roma y su subsecuente conversión. El Imperio Romano no solo llevó a sus provincias anexionadas cultura, escritura, puentes y acueductos, también llevó monjes y cruces, a establecerse en todo rincón al que pudieran llegar. El cambio a partir de la Edad Media fue inexorable. Las antiguas mitologías solo podían fusionarse con el cristianismo o sucumbir. En Britania, el exterminio de la diosa, mítica, salvaje