Rosa Ventorum
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No te dejes consumir por la desesperación.
En las empinadas calles y laberínticos cerros de Valparaíso, se ha cumplido una profecía. Un culto ha convocado a sus aberrantes dioses desde el océano Pacífico, desatando una tormenta sin fin que azota la tierra. Los muertos se levantan de sus tumbas, condenados por la oscuridad que llevaban en su corazón.
La humanidad busca refugio en medio del caos, pero la tormenta también despierta a los demonios del pasado. Los pecados capitales emergen para llevarse a los sobrevivientes.
Nadie está cuerdo.
Nadie está a salvo.
Todos tenemos algún secreto que no nos atrevemos a confesar.
Una novela inspirada en un videojuego de survival horror.
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Rosa Ventorum - Gianina Villagrán
Prólogo
La rutina, las nimiedades, el protocolo y las reglas. Esos pequeños muros han contenido a la esencia humana, una cadena de leyes para nuestros primitivos impulsos.
¿Quién iba a pensar que esas cadenas de papel desaparecerían de golpe en una noche?
En aquel frío anochecer, la tinta se convirtió en sangre y aquellos muros en cuentos de hadas; el viento decidió abrir las puertas del pandemonio que yacía en nuestras almas, dejando que la niebla, el hielo, la lluvia y la tormenta liberasen el miedo que yacía dormido en nuestros condenados corazones.
Capítulo I - Estrella fugaz
21 de julio de 2024
General Mackenna, Cerro Yungay
Valparaíso, Chile
Día 0 desde el Brote
06:05 a. m.
Ese frío día de invierno, Anthony Rodríguez se despertó temprano. Era su último día libre, pero su reloj biológico, ya adaptado al ritmo del trabajo, lo había obligado a abrir los ojos. Su habitación estaba oscura y a lo lejos un débil murmullo le recordó que se había dormido con la televisión encendida.
Frunció el ceño, el brillo de la pantalla punzaba en sus ojos, diluyendo lo que quedaba del sueño en su cuerpo, arrastrándolo devuelta a la realidad. Dejó su tibia cama, maldijo para abrir las cortinas y vio el casi negro cielo invernal iluminado por las luces de algunos vehículos y las de los edificios más cercanos. El cielo se veía tan muerto, pero le gustaba mirarlo, había algo en su inmensidad que lo calmaba y le hacía olvidar sus problemas.
Escuchó una puerta abrirse en la habitación de al lado, era su amiga Isabel. Ella y su hermano menor Pablo se habían instalado a vivir en el pequeño departamento de Anthony, tras haber perdido su hogar durante un incendio unos años atrás.
Por la cantidad de ruido en la cocina, al parecer se estaba preparando para ir a trabajar al Hospital en Valparaíso. Oía su rápido andar sobre el suelo y el tintineo de su taza mientras preparaba su desayuno.
—¡Ouch! —la escucho soltar un pequeño grito. Al parecer se había quemado al beber el agua.
Sonrió un poco, le gustaba esa alegría y torpeza.
Aunque también estaba despierto a esa hora, no quería verla, se sentía avergonzado. Se apoyó contra la puerta de su habitación escuchando a Isabel, su teléfono sonó y una voz alegre y coqueta comenzó a hablar. Apretó los puños al notar que estaba hablando con el maldito de su novio y suspiró con rabia para volver a la cama, intentando descansar un poco más antes de volver al Cuartel.
Enfocó su atención en las noticias: hablaban sobre extrañas desapariciones en la región. Se creía que podrían ser secuestros o, en el peor de los casos, algún asesino en serie, un misterio que tenía a varias comisarías y divisiones de Carabineros y la Policía de Investigaciones indagando por toda la región sin hallar respuestas sólidas. Incluso ya se comentaba que la Armada y las Fuerzas Militares se unirían al proceso si esto empeoraba, pero eso no lo sabían los medios.
Los hechos eran extraños. Nada tenía sentido. No había ningún patrón que confirmase alguna de las teorías de los medios, ni la del asesino ni la de los secuestros, aun cuando se habían encontrado restos humanos dispersos en distintas partes de la región. Restos que parecían mutilados por animales salvajes...
—Nos vemos en el trabajo, amor. Chao —escuchó la puerta cerrarse con fuerza casi al mismo tiempo que acabó la llamada.
La voz de Isabel lo apartó de sus pensamientos. Ella había partido, pero seguía presente su corazón. Presente en su piel.
Miró el cielo buscando luces de un nuevo día para vivir e intentar olvidar el dolor.
Un corazón roto puede ser tan devastador como la misma muerte
, pensaba y se preguntaba cómo había podido ser tan ingenuo para creer que él e Isabel podrían ser algo más que amigos. Ya habían pasado un par de días desde aquel incidente, donde ese frío rayo de esperanza lo ató al abismo de la vergüenza, burlándose de sus sueños. Se sentía débil y devastado. Usado.
Y aquel día parecía restregárselo en la cara: solo, rodeado por un cielo oscuro, una fuerte lluvia y un aire tan frío como el acero. Creía que los ánimos con suerte le servirían para llegar a la ducha, lo cual ya era una buena señal. Se despojó de su pantalón de polar y entró de mala gana. Dejó que el agua ardiente cayese sobre él, esperando que el dolor que tenía en su interior se diluyera.
Pasaron varios minutos hasta que logró sentirse limpio. Cerró el agua, salió de la ducha y comenzó a secarse. Sin ánimos, apartó el cabello pelirrojo de su rostro, para luego secar su piel salpicada de pecas, pensando que le daban un toque infantil para su edad. Caminó un poco, limpió el vapor del espejo y vio como sus odiosos ojos azules, alegres hace un par de días, lo miraban exponiendo toda su frustración, vergüenza y rabia.
—Al final siempre acabamos queriendo a quien más nos daña. ¿O no? —le dijo con rabia a su reflejo tras secarse la cara. Tenía los ojos irritados y le dolía la cabeza. No había logrado dormir bien la noche anterior—. Quizás ella aún tiene algo pendiente con él y por eso cambió de opinión, de seguro es eso... —intentó sonreír y engañar a su reflejo—. Debe ser eso.
Durante años había sido amigo de Isabel, y nunca se dio cuenta de que estaba enamorado de ella hasta que comenzaron a vivir juntos. Ella siempre había estado presente en su vida para acompañarlo y brindarle apoyo, especialmente en aquellos momentos en los que estaba a punto de renunciar a la vida.
Él había querido retribuir su apoyo y no fue hasta el desgraciado incendio que ocurrió en Valparaíso hace unos años, que al fin sintió que podía realmente hacer algo por ella. Sintiendo el amor crecer, pero aceptando la idea de que solo sería su amigo. Hasta que ocurrió el incidente.
El novio de Isabel la había dejado por sorpresa, negándose a darle explicaciones. Simplemente la había sacado de su vida. Y ella, en su desesperada confusión y soledad, buscó consuelo en los brazos de Anthony: el amor de alguien que la amase de verdad. Pero la angustia del deseo acabó por convertirse en una válvula de escape e Isabel buscó en su piel el calor de otro, dejando salir de sus labios palabras de amor y promesas efímeras, cuando dejó caer su despecho sobre el corazón que menos merecía recibirlo.
Tony vio el cielo y comenzó a imaginar su vida con ella tras haberle entregado su cuerpo y su corazón. Comprobó que su esperanza solo era una estrella fugaz.
Al día siguiente Isabel le dijo que había vuelto con su novio, que lo que había sucedido entre ellos había sido un error, que se sentía avergonzada y sepultó aquella noche en sus recuerdos. Esto te pasa por ser tan ingenuo
, con rabia vio que aún conservaba las marcas de pasión que sus uñas habían dejado sobre su espalda.
Bufó de frustración y salió del baño, azotando la puerta contra la pared. Escuchó cómo vibraban las ventanas, con la lluvia arañando furiosa el edificio y dando una advertencia sobre la desdicha que remecería el mundo de los mortales.
El viento gritaba sobre los árboles, anunciando que aquella semana continuaría tornándose cada vez peor. El teléfono de Anthony comenzó a sonar. Algo extrañado vio que lo llamaban del Cuartel.
Capítulo II - Borrón y cuenta nueva
Hospital María Flores
Valparaíso, Chile
Día 0 desde el Brote
12:56 a. m.
Aquel viernes parecía ser el día perfecto para Isabel Rivera. Ya quedaba poco para la hora del almuerzo, y aquella hermosa mujer morena iba apresurada por el pasillo a guardar los exámenes de los pacientes que ya habían sido atendidos.
Sonreía extasiada. Había planeado aprovechar las pausas del trabajo para ver a su novio, el doctor David Letelier. Quería complacerlo por completo ahora que habían vuelto tras su breve separación. Se sentía tan afortunada por la oportunidad de poder continuar a su lado y le demostraría que ella valía la pena para él.
Realmente había sufrido demasiado cuando él le pidió un tiempo, e Isabel sabía que era su culpa, por haber sido descuidada con la relación, por asfixiarlo o quizás por no dedicarle el tiempo suficiente para complacerlo. Pero ahora que habían vuelto, tras rogarle mil veces por una segunda oportunidad, estaba dispuesta a darlo todo por él. Ese hombre era una persona maravillosa, demasiado bueno para ella, y merecía lo mejor.
Así que borrón y cuenta nueva
, pensó al recordar el incidente con Anthony.
—Es su culpa por hacerse ilusiones. Era más que claro que yo no soy para alguien como él —murmuró para sí misma, ordenando unos papeles, y cruzó por su mente esa mirada azul haciéndose en pedazos cuando ella le dijo que lo que había sucedido entre ellos había sido un error.
Rayos
, gruñó molesta, al seguir pensando en el ingenuo de su amigo y aceptando cómo cruelmente se había aprovechado de su corazón. Le dolía saber que había sido una horrible persona. Isabel soltó un ronco suspiro de molestia, estiró su cuerpo y sintió una corriente de placentera relajación viajando sobre sus músculos. Se sentía agotada tras ir de un lado a otro, pero aun así disfrutaba de su trabajo. Aunque tantas horas allí no eran algo bueno para su salud. Si quería seguir con David debía verse perfecta todo el tiempo, comer lo necesario para no preocuparlo y darle el espacio que necesitaba.
—Disculpe —dijo una voz débil y vieja a su espalda—. Señorita, disculpe. Vengo a dejar unos exámenes.
Antes de responder, Christian Ortega, un joven pálido, ojeroso y de cabellos rubios se cruzó delante de ella.
—Buenas tardes señora —dijo el joven, extendiendo su mano—. Permítame mirarlos. —Tomó los papeles y la bolsa con el ceño muy fruncido—. Siga la línea amarilla y podrá entregar esto en el mesón.
La señora le dio las gracias y caminó tambaleándose un poco debido a una notoria cojera.
—Deberías estar más atenta, Isabel. Al menos para dar instrucciones a los pacientes.
—Lo siento, Chris. Lamento estar tan distraída. Es que estoy tan feliz —respondió sonrojada y entre risas, como una adolescente, mientras caminaban por el pasillo.
—¿En serio? —respondió con sarcasmo y enarcó una ceja, pensando que esa felicidad provenía de cierto talentoso doctor imbécil—. Pues espero que esa felicidad no te distraiga tanto. En especial camino a casa.
—Eres un pesado —rio un poco y luego la curiosidad la invadió—. ¿Camino a casa? ¿Por qué lo dices? —Lo miró extrañada.
—¿Isabel, viste las noticias?
—No, últimamente he estado ocupada. ¿Por qué?
Christian suspiró antes de decirle a qué se refería, mientras rogaba al cielo que esa mujer fuese más atenta con lo que ocurría a su alrededor.
—Al parecer, últimamente hay muchas muertes misteriosas en la región. Han aparecido cuerpos reventados desde adentro y otros devorados, en lugares solitarios o incluso en plena carretera. La mayoría son de vagabundos, por lo que no les han dado tanta importancia —relató algo incómodo—. Algunos dicen que deben ser jaurías de perros salvajes o pumas que bajan de la cordillera. Otros creen que incluso puede ser algún asesino en serie, pero aun así nada tiene sentido. Nada calza. Las muertes y los lugares donde han encontrado los cuerpos han sido al azar. —La mirada de Isabel se ensombreció y una sonrisa nerviosa se formó en su boca—. Es por eso que últimamente hay más carabineros haciendo controles de seguridad en las calles cuando es de noche. En fin, todo es tan extraño que parece sacado de una película de terror.
—Suena horrible. Pero no te preocupes, estaré a salvo y en caso de cualquier cosa siempre puedo llamar a Anthony y él aparecerá al instante a rescatarme —contestó entre risas.
Christian se molestó ante ese comentario. No por celos. Sino porque le apenaba cómo Isabel usaba y abusaba de la confianza de su amigo. Él tenía más que claro que Tony estaba loco por ella, que daría todo por Isabel sin dudarlo. Le molestaba esa actitud de su amiga. Siempre apoyándose y usando al de turno como si tuviese miedo de enfrentar la vida sola. Christian sabía muy bien que esa actitud dependiente e invasiva había sido lo que había aburrido a su novio, quien había dado el corte final a esa relación una vez que alguien más captó su atención. Algo de lo que al parecer Isabel nunca se enteró, pero que Christian vio con sus propios ojos.
—Isabel, deberías...
Deberías dejar de aprovecharte de lo que él siente por ti
. El consejo que quiso darle no logró ser escuchado por la mujer, ya que de improviso algo llamó la atención de ambos: la sirena de una ambulancia se escuchaba extremadamente cerca del edificio. Un sonido que aumentaba de forma escalofriante hasta ser ensordecedor. Un bestial sonido metálico fue escuchado en la entrada. Luego un chirrido seguido de otro y varios más. La ambulancia chocó contra un auto, salió disparada contra la fachada del hospital, mientras los restos de metal arañaban las ventanas como si fuesen garras.
Tras el fuerte temblor que causó el accidente, hubo un pequeño silencio antes de que leves gritos de asombro brotasen junto a la morbosa curiosidad de la sala de espera del hospital. Casi todo el personal y varios pacientes corrieron en auxilio de los accidentados. Por otro lado, en la calle, todos miraban pasmados la terrible escena, a la vez que varios grababan con sus celulares el espectáculo, sin ánimo de prestar ayuda, frente a un sonoro y descoordinado carnaval de bocinas inundando el aire, sentenciando que el tránsito se había estancado sin remedio y hasta nuevo aviso.
Christian e Isabel corrieron a la entrada intentando vislumbrar lo ocurrido y buscando maneras de ayudar. El canoso doctor Cárdenas, director del Hospital uno de los médicos de urgencias, pasó corriendo delante de ellos, diciéndoles que sacasen a los curiosos de allí y se acercó al rojo auto chocado para confirmar lo peor: el chófer estaba muerto, con el cuello roto y expuesto como una rama despedazada, de donde la sangre no paraba de emanar. Una expresión de pena y frustración inundó su rostro. Sin embargo, luego lo vieron ir hacia la ambulancia junto a un paramédico de cabello oscuro. El copiloto estaba muerto, al parecer se había dislocado el cuello con la fuerza del choque y colgaba del cinturón de seguridad, con sangre en su boca y un vendaje deshaciéndose en su antebrazo. La mirada de Cárdenas volvió a verse ensombrecida frente aquella visión, pero luego brilló al notar que el chófer de la ambulancia, un hombre de mediana edad, estaba vivo, con un irregular corte en su cuello que no paraba de sangrar.
El doctor hizo una seña, y un par de hombres junto al paramédico corrieron para socorrerlo y sacarlo con sumo cuidado.
—El... paciente no... no... —dijo dando un último suspiro ensangrentado antes de ser sacado del vehículo.
—¡Mierda! —gritó el doctor, que con el paramédico buscaba detener la hemorragia en su cuello—. ¡Vamos! ¡Resiste!
Cárdenas y su acompañante hacían todo lo posible por salvar al hombre. Otro de los acompañantes del doctor fue a abrir la destrozada puerta trasera de la ambulancia. Y tras forzar la puerta a golpes, vio a un convaleciente y al paramédico que lo tenía a su cuidado, moviéndose con dificultad en el fondo de la ambulancia, cubiertos de sangre y soltando gemidos de dolor.
—¡Dios Santo! —gritó al ver el estado en el que se encontraban—. ¡Por la Virgen Santísima, es un milagro que sigan con vida! —dijo con sus ojos llenos de lágrimas de emoción.
Un anciano indigente lo miró con sus ojos vidriosos y caminó rápidamente hacia él entre ininteligibles balbuceos. Su rostro estaba cubierto por una máscara de sangre, y bajo unas vendas se podía ver uno de sus ojos reventado y teñido de oscuridad. Tropezó al llegar a las puertas de la ambulancia y cayó en sus brazos, aferrándose.
—Tranquilo señor, ya vendrán a ayudarle. Todo...
Todo estará bien
, aquella frase nunca salió de los labios del hombre. El anciano le arrancó la oreja de un mordisco, aferrándose a su cuerpo como una araña a su presa. El hombre luchó maldiciendo y pidiendo ayuda, jalando de su cabello e incluso arañando su arrugada cara con tal de quitárselo de encima. Pero el indigente era increíblemente fuerte. Demasiado fuerte. Separó y expuso la carne de la nuca del hombre con sus uñas.
Christian e Isabel estaban acostumbrados a