Guerra y Paz en Irlanda del Norte
Por Jacobo Celnik
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El 22 de mayo de 1998, los irlandeses del Norte, sin importar su religión, le dijeron sí a la paz. Ese 71,2?% que refrendó el Acuerdo de Viernes Santo le dio la oportunidad a la provincia del Úlster de dejar atrás treinta años de violencia sectaria para encarar un futuro esperanzador. Perfecta o imperfecta, la paz en Irlanda del Norte ha sido estable, inspiradora y ejemplo para muchas sociedades inmersas en conflictos sociales, políticos, religiosos y territoriales.
Guerra y Paz en Irlanda del Norte es una investigación que reconstruye gran parte de la historia de dicho territorio -desde los tiempos de la Conquista británica, pasando por los intentos de independencia delpoder colonial a inicios del siglo XX y por el surgimiento de fuerzas paramilitares que lucharon férreamente por sus intereses, hasta la partición que dio origen a dos países: Irlanda del Norte y la República de Irlanda-, con énfasis en la violencia sectaria de finales de los años sesenta y el proceso de paz. El autor sustenta su investigación con testimonios exclusivos de diversos actores del conflicto norirlandés, como exmiembros del IRA, de los Ulster Volunteer Force (UVF) y del Ejército Británico, además de políticos, periodistas, diplomáticos, académicos, artistas y ciudadanos del común, quienes ofrecen su visión y sus recuerdos de una historia que no tiene una única verdad.
Jacobo Celnik
Escritor, editor, docente, asesor editorial y periodista de la Universidad de La Sabana. Ha publicado los libros: Rockestra. Entrevistas a grandes del rock(Taller de Edición Rocca, 2013), Satisfaction. Conversaciones con el rock (Penguin Random House Colombia, 2015, y México, 2016), Bob Dylan: a las puertas del cielo (Taller de Edición Rocca, 2017), La causa nacional. Historias del rock en Colombia (Penguin Random House, 2018), Los 80: volver al futuro. Otra edad de oro de la música británica (Montesinos, 2019, Barcelona), Melómanos. Historias de una obsesión (Penguin Random House, 2020), El pintor de Auschwitz (Penguin Random House Colombia, 2021, y Chile, 2022), Bernardo Botero Morales: una vida dedicada a los seguros en Colombia (Editor y compilador, Universidad Javeriana, 2021), Who Are You. El rock en sus propias palabras (Montesinos, 2021, Barcelona) y Un siglo de memorias. La Comunidad Judía de Bogotá (2023).
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Guerra y Paz en Irlanda del Norte - Jacobo Celnik
Para mi familia
Con especial agradecimiento
a Gabriel Iriarte y a Richard
History, Stephen said,
is a nightmare from which
I am trying to awake.
Ulises,
JAMES JOYCE.
There’s a stranger
And he’s standing at your door
Might be your best friend, might be your brother
You may never know.
Irish Heartbeat
,
VAN MORRISON.
History says, Don’t hope
On this side of the grave,
But then, once in a lifetime
The longed-for tidal wave
Of justice can rise up,
And hope and history rhyme.
The Cure at Troy,
SEAMUS HEANEY.
Introducción
Durante el desarrollo de esta investigación, entrevisté a un gran número de personas, algunas residentes en Colombia y relacionadas con Irlanda. Buscaba pistas sobre el sonado caso de los tres miembros del IRA y sus vínculos con la guerrilla colombiana. Recuerdo que una de esas fuentes me preguntó, extrañado, por qué estaba escribiendo un libro sobre la violencia en Irlanda del Norte. Antes de responderle, recordé que escritores estadounidenses, canadienses, británicos, irlandeses y alemanes han publicado libros sobre temas como el Bogotazo, los ríos Amazonas y Magdalena, la Violencia en Colombia, Gabriel García Márquez, Camilo Torres, el periodo de la Colonia española y la Independencia de España.
Le expliqué a esa persona que siempre me ha interesado la historia de Irlanda como un todo, sin divisiones ni fronteras, el contexto en el que se dieron los hechos de la violencia del siglo XX, sus principales actores y el proceso de paz que, en mi opinión, es ejemplo y modelo para otras sociedades inmersas en conflictos prolongados. En abril de 2023 se cumplieron 25 años del Acuerdo de Viernes Santo (Good Friday Agreement) y en Irlanda del Norte se vive en paz. El Úlster le dijo sí a la paz.
Desde que tengo plena consciencia de grandes acontecimientos históricos (Chernóbil, la tragedia del transbordador espacial Challenger, la toma del Palacio de Justicia, Live Aid, la avalancha de Armero, la caída del Muro de Berlín, el atentado en la AMIA, el asesinato de Luis Carlos Galán, y tantos otros hechos), hay cuatro referencias asociadas a Irlanda del Norte que han resonado en mi memoria constantemente: Úlster, IRA, Sinn Féin y Gerry Adams. La explicación es muy simple, en mi casa solíamos ver el Telediario de Radio Televisión Española (RTVE) y siempre había una noticia relacionada con la violencia en Irlanda del Norte.
A inicios de 2017, regresé en calidad de docente y director del Área de Lenguaje y Literatura al colegio donde pasé quince años de mi vida. Cuando llegó el momento de conocer a mis colegas, me contaron que uno de ellos era de Irlanda del Norte. To make a long story short, nos volvimos muy amigos. Tuvimos largas y fructíferas conversaciones sobre su país y su natal Portadown, acompañadas de anécdotas y datos fascinantes que ampliaron mi visión y conocimiento del territorio. Compartíamos artículos de prensa, películas, música, libros y documentales que me permitieron conocer mejor el fondo del periodo conocido como The Troubles (la violencia sectaria en Irlanda del Norte). Sin embargo, hubo un momento clave en todo ese proceso de inmersión en la historia de Irlanda y su cultura: ver el documental The Story of Ireland. Producido por la BBC en 2011, fue un impulso esencial para escribir este libro y entender, a partir de voces diversas y plurales, cómo Irlanda terminó dividida y sumida durante más de treinta años en niveles de violencia pocas veces vistos en Europa en el siglo XX e inicios del XXI.
La historia de Irlanda es el vivo reflejo de siglos de invasiones, colonización, desplazamiento, guerras, hambrunas, divisiones, conflictos y aislamiento. Todo lo anterior se puede rastrear hasta tiempos tan remotos como cuando los antiguos pobladores de la isla, los Tuatha Dé Danann (pueblo de la diosa Danu) y los celtas, luchaban por la superioridad en el territorio. Sin embargo, la fascinante historia de la isla no empezó con aquella lucha de dos pueblos por la supremacía territorial. En 2003, un grupo de antropólogos del Museo Nacional de Irlanda en Dublín encontraron en la zona de Clonycavan los restos, muy bien conservados, de lo que hasta la fecha se establece como el primer irlandés, posiblemente un rey, de la edad de hierro europea, que fue asesinado aproximadamente entre los años 392 y 201 antes de Cristo con un golpe de hacha en la frente
, como lo comenta el escritor Neil Hegarty en el libro The Story of Ireland.
En ese torso y cabeza, de menos de un metro de largo, se encontraban los más remotos secretos de los primeros pobladores de la isla. Los investigadores del museo, con ayuda de forenses de la Garda (policía de la República de Irlanda), notaron que el cabello, que se conservaba intacto, tenía residuos de una resina que, posiblemente, había llegado a Irlanda desde Francia o España. Gracias a detallados análisis de elementos químicos que todavía estaban presentes en el cuerpo, lograron establecer sus hábitos alimenticios, rituales, intercambios culturales, viajes, entre otros aspectos. Fue bautizado como Clonycavan Man, el hombre que esconde los secretos más profundos del ser irlandés, sus luchas y sus contactos con otros pobladores europeos.
La historia de Irlanda es el reflejo de una nación que ha contribuido de manera significativa al desarrollo de la cultura occidental gracias a la pintura, la escultura, las letras y la lengua, la música y los instrumentos, los deportes, la agricultura, la minería, la industria naviera, la orfebrería y la joyería y, por supuesto, la política. También es la historia de un pueblo exiliado que cambió el rumbo de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX.
Irlanda es un mar de enigmas, de mitos y leyendas que han resistido el paso de los siglos. En su tierra fértil que alguna vez padeció el drama de las hambrunas, en el intenso verde de sus campos y montañas, en la variedad de su flora y fauna, en la magnitud de los acantilados y playas que circundan el océano Atlántico al occidente, se esconden siglos y siglos de migraciones e invasiones, de luchas, guerras y batallas épicas que determinaron al ser irlandés, su implacable resistencia y su lucha constante por la libertad.
Este libro está estructurado en dos grandes ejes temáticos: un contexto histórico, dividido en tres partes que van desde los tiempos de la Conquista durante el reinado de Enrique VIII hasta el Brexit, y un segundo eje de temas, Voces del conflicto en Irlanda del Norte
y Testimonios sobre la paz, la unión y la libertad en Irlanda del Norte
, que agrupa las opiniones, vivencias, anécdotas y recuerdos de protestantes, católicos y ateos que tuvieron algún tipo de relación, directa o indirecta, con la guerra y la paz en Irlanda del Norte.
PRIMERA PARTE
Breve historia de Irlanda
La esencia de este libro, su columna vertebral, son los testimonios de personas que, sin importar su religión, nacionalidad (porque hay testimonios de británicos, norteamericanos e irlandeses) o filiación política, han decidido compartir sus experiencias y vivencias durante los años conocidos como The Troubles, o la violencia sectaria en Irlanda del Norte entre 1969 y 1998. Estudiantes, soldados, policías, guardias de cárceles, activistas de derechos civiles, anarquistas, exterroristas, exparamilitares, expresidiarios, políticos, académicos, historiadores, escritores, poetas, diplomáticos y hombres y mujeres del común, con cicatrices que aún están presentes y muy latentes. Historias valiosas que tienen de fondo un mensaje profundo de perdón y reconciliación, inspirador y aleccionador para otros países y otras sociedades violentas e inmersas en inacabables espirales de confrontación y guerra, como sucede en Colombia.
Porque perfecta o imperfecta, la paz en Irlanda del Norte ha sido sostenible por más de veinticinco años gracias a la voluntad política de todos los actores involucrados en el conflicto, aunque en el ambiente, cuando se tiene la oportunidad de visitar ambos lados de la isla, se percibe el anhelo constante y muy presente de que en algún momento Irlanda volverá a estar unida. Porque nunca debió estar dividida y eso explica por qué el Sinn Féin, por primera vez en más de cien años de historia de Irlanda del Norte, fue mayoría en las elecciones de mayo de 2022 gracias al New Ireland (Éire Nua en gaélico), su programa político bandera que promueve la Irish Unity, o unidad irlandesa, a través de un referendo.
En aras de la verdad, la objetividad y la imparcialidad, esta primera parte del libro pretende explicar, de la forma más clara, detallada y concreta, la historia de una nación, de un pueblo, de una cultura y de un territorio que comparte con el Reino Unido un pasado turbulento con más de 800 años de historia. Porque no podemos olvidar que desde que Inglaterra invadió a Irlanda por primera vez, a mediados del siglo XVI, este territorio ha sufrido guerras, conflictos religiosos, hambrunas, migraciones y divisiones territoriales y políticas que también han dejado un profundo legado cultural que ha trascendido por los siglos.
Uno de los símbolos irlandeses más famosos es la Cruz Celta, una combinación de cruz y un círculo que rodea el lugar de la intersección de las líneas. Simboliza la armonía de los cuatro elementos del mundo. La parte inferior de la cruz está siempre en expansión, mostrando las crecientes necesidades humanas. La Cruz Celta conecta el signo del cristianismo con un símbolo del paganismo (el Sol). Se cree que este símbolo salvará a la persona que lo lleve de la influencia de las fuerzas oscuras y le dará sabiduría
¹.
1 The History, Meaning and Symbolism of the Irish Celtic Cross
, en: collinsdictionary.com
I
Irlanda: de la Conquista a la Partición (1536-1921)
I write it out in a verse
MacDonagh and MacBride
And Connolly and Pearse
Now and in time to be,
Wherever green is worn,
are changed, changed utterly:
A terrible beauty is born.
Easter, 1916
, William Butler Yeats
La invasión de Irlanda
La proximidad de Irlanda con Inglaterra resultó ser determinante para el desarrollo de los acontecimientos en la isla desde las invasiones normandas del siglo XII, aunque hay historiadores que sostienen que los irlandeses invadieron a Inglaterra antes que los ingleses a Irlanda durante los primeros siglos después de Cristo. Durante cientos de años el intercambio hostil y necesario entre ambos pueblos fue constante, aunque en la medida en que el poder inglés aumentó con el paso de los siglos, a los irlandeses no les quedó otro camino que resistir. La llegada de los anglonormandos a Irlanda introdujo una nueva lengua en el territorio que entró a competir por su supremacía con el gaélico, un sistema de leyes completamente nuevo y alejado de la influencia romana, un sistema parlamentario, la división de la tierra en treinta y dos condados y una remodelación total del paisaje en el mosaico de campos que vemos hoy en día
, explica el profesor Neil Hegarty, autor del libro The Story of Ireland².
En el proceso de adaptación de los colonos anglonormandos en Irlanda hay una serie de situaciones y acontecimientos que, con el paso de los siglos, determinarán el futuro del territorio y de sus habitantes. Por eso insisto que reducir la historia de Irlanda a la confrontación entre dos facciones religiosas es reducir al mínimo de la expresión la real magnitud de los problemas que se remontan a más de cinco siglos. La Corona inglesa suponía que la colonización de Irlanda establecería rápidamente nuevos procesos identitarios en la isla. Sin embargo, los anglonormandos nunca pudieron sentirse totalmente seguros con su identidad, a pesar de leyes establecidas para lograr la separación entre gaélicos y colonos. En términos crudos, con la excepción de la plantación³ del Úlster, nunca habría suficientes colonos para lograr una separación cultural completa como lo deseaba la Corona británica.
Del periodo posterior a la conquista anglonormanda, las guerras, la obtención y pérdida de territorio por parte de ejércitos foráneos, hay un episodio fundamental que no se puede pasar por alto y que será determinante en la turbulenta historia irlandesa: la ruptura de Enrique VIII (primer rey inglés de Irlanda) con la Iglesia católica⁴ y el papa Clemente VII. Para entender ese episodio hay que remontarse al matrimonio del segundo rey de la dinastía Tudor con Catalina de Aragón y las motivaciones que hubo, entre ellas engendrar a un heredero varón para la Corona.
La unión había sido feliz, como lo señalan diversos historiadores, pero no fructífera. Tras varios abortos y muertes prematuras, en 1526 Enrique VIII entendió que ese varón no llegaría mientras siguiera casado con la hija de los Reyes Católicos, con quien tuvo a la princesa María, futura reina de Inglaterra e Irlanda. Enamorado de Ana Bolena, Enrique VIII buscó que se anulara su primer matrimonio, ante el papa, para poder contraer segundas nupcias. Pero el Sumo Pontífice, que se encontraba bajo el asedio de Carlos V (rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), y primo de María I de Tudor, se opuso rotundamente por conflicto de intereses.
Durante tres años, Enrique albergó la esperanza de una anulación con el beneplácito papal. Era un católico fervoroso y piadoso, pero necesitaba una solución definitiva. Thomas Cromwell, en calidad de secretario de Estado, le ofreció al rey la única salida posible: abolir la jurisdicción papal y separar a la Iglesia inglesa de Roma, convirtiéndola en parte del Estado, con el rey como único representante de Dios en su reino
, señala el historiador Miguel Artola en el libro La monarquía de España. La ruptura con la Iglesia católica fue gradual y pasó por varias etapas de coerción, entre ellas algunas normas que el Parlamento inglés publicó como la prohibición del pago de impuestos a Roma y al papa. Tales presiones buscaban que el jerarca católico recapacitara. Sin embargo, fue Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, quien declaró la nulidad del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. Si bien el papa Clemente excomulgó al rey, esa medida llegó muy tarde y el cisma de la Iglesia anglicana con Roma se había consumado con la aprobación del Acta de Supremacía y el matrimonio clandestino del rey con Ana Bolena, aspecto que en los siguientes años tendrá una incidencia fundamental para la historia del catolicismo en Irlanda.
Desde la época medieval, los pueblos de las dos islas interactuaron. Lucharon, pero también intercambiaron cultura y bienes, y dieron forma a sus respectivas naciones. La colonización política y cultural de Irlanda se intensificó en la segunda mitad del siglo XVI (en 1541 el parlamento irlandés le concedió el título de Rey de Irlanda a Enrique VIII) y culminó en el siglo XVIII cuando fue absorbida por Gran Bretaña. Sin embargo, fue un periodo de luchas constantes porque los irlandeses defendieron a toda costa su cultura, sus valores, su sistema legal y su identidad étnica, que estaba definida por tradiciones muy distintas a la británica, especialmente con la lengua y la religión católica, que fue adoptada en el siglo V y se convirtió en la base esencial de la sociedad irlandesa.
Es importante señalar que en el siglo XVI Europa estaba dividida por la religión. Con las demandas de reforma de la Iglesia formuladas por Martín Lutero en Alemania, el protestantismo comenzó a extenderse. Pero el siglo XVI en Inglaterra también vio el ascenso de la dinastía Tudor y de los dos gobernantes que más tiempo reinaron, Enrique VIII y su hija Isabel I, que consolidaron su poder en todas las posesiones inglesas.
La ruptura de las relaciones de Enrique VIII con la Iglesia católica romana en 1534 obligó a Inglaterra a tomar el camino de la fe protestante para estar a salvo de la turbulencia religiosa que azotaba a Europa con el luteranismo. Enrique VIII e Isabel I intentaron implantar en Irlanda el protestantismo puritano. Sin embargo, los angloirlandeses actuaron como protectores del catolicismo y el poder inglés disminuyó. Para los ingleses, la actitud de los angloirlandeses era tan desleal con la Corona como la de los irlandeses gaélicos, a quienes se les consideraba rebeldes y personas culturalmente inferiores.
El Trébol Celta es el símbolo más famoso de Irlanda. Se dice que les trae buena suerte a las empresas, protege del mal de ojo, de envidias y de personas con malas intenciones. Las leyendas celtas sugieren que San Patricio arrancó el trébol de la tierra irlandesa para demostrar el significado de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se creía que la planta tenía un poder místico, ya que sus pétalos se mantenían erguidos, advirtiendo de una tormenta inminente
⁵.
El viento que agita la cebada
I’ll seek at morning early
And join the brave United Men
While soft winds shook the barley.
The Wind That Shakes the Barley
, Robert Dwyer Joyce
El protestantismo no fue lo único que los reyes trataron de implantar en Irlanda. Recolonizaron la isla con ingleses leales a la Corona, intentando eliminar la supremacía e influencia de los nativos para sustituirlos con su propia gente. El rey inglés esperaba que esos colonos se perpetuaran en la isla y se afianzaran por generaciones, algo que tomaría por lo menos un siglo, aunque el objetivo de reemplazar completamente a los nativos nunca se logró. A pesar de las feroces ideas por imponer la supremacía inglesa en Irlanda, los nativos resistieron y de qué forma. Uno de los grandes abanderados de esa primera lucha por salvaguardar la tradición gaélica y celta fue Hugh O’Neill, conde del Úlster, quien finalmente fue derrotado por tropas leales a la reina Isabel I en 1598, aunque la voluntad católica por permanecer en pie de lucha perseveró durante varios años.
La mayoría irlandesa, de origen gaélico, mantenía el control de la tierra y desconocía a la autoridad inglesa, a quienes veían como enemigos. La monarquía británica calculó erradamente que con la recolonización irlandesa a inicios del siglo XVI, su afianzamiento en el territorio sería contundente y sin traumatismos. Sin embargo, el proceso se convirtió en un bumerán para la Corona porque los angloirlandeses se habían adaptado a las costumbres irlandesas y al uso frecuente del idioma gaélico, que se había impuesto entre ellos. Se habían asimilado y eso suponía un problema. Los colonos británicos que más tiempo llevaban en el territorio, es decir, los descendientes de los normandos, controlaron grandes extensiones de tierras fértiles cercanas a los ríos en el este y sureste de Irlanda y todo el perímetro que rodeaba a Dublín. Eran británicos de la baja burguesía que trabajaban en el gobierno, como médicos, comerciantes y tenían un aire cosmopolita que les daba un estatus especial en la sociedad⁶.
Las diferencias entre regiones dominadas por irlandeses e ingleses se hicieron cada vez más notorias. La principal actividad económica de la isla, la vida rural y la agricultura pastoril era notoria y abundante en vastas regiones y había cierta tendencia a la vida nómada, a moverse entre condados, algo que era sumamente útil en un territorio azotado por los constantes conflictos. La Iglesia jugó un papel fundamental en la vida comunitaria de las regiones con mayoría irlandesa. Sin embargo, en la medida en que los lazos con Roma eran cada vez más lejanos, grandes terratenientes y burgueses se apoderaron de la jerarquía religiosa y lograron una imposición gradual de poderes seculares. El sacerdocio se convirtió, por fuerza, en una profesión hereditaria en zonas con mayoría gaélica. La iglesia tradicional, tan sólida e influyente en la isla, gradualmente se transformó en la medida en que el poder estaba fragmentado y la evangelización anglicana no había sido, hasta ese momento, satisfactoria.
Esa situación, con grandes pujas y vacíos de poder, les dejó servida la oportunidad a los nativos irlandeses de liberarse del yugo inglés a través de una gran revuelta. A favor de ellos jugó que la conversión y la confiscación de tierras de la Iglesia no fue un proceso sencillo y ágil como se dio en Inglaterra desde que se instauró la Iglesia anglicana. Los monjes nativos jugaron un papel fundamental para lograr el apoyo de los terratenientes de origen gaélico y angloirlandés para conservar sus tierras y abogar por una independencia del poder colonial⁷.
Los irlandeses se unieron con los terratenientes católicos angloirlandeses para organizar una de las más grandes y exitosas rebeliones en 1641, con la que gran parte del territorio irlandés quedó bajo el control de la Confederación Católica Irlandesa. Los irlandeses nativos del Úlster hicieron un complot para capturar el castillo de Dublín y a los principales funcionarios del gobierno que allí residían. Exigían el restablecimiento de los derechos de los católicos y recuperar la autonomía. Pero los irlandeses no lograron controlar el castillo de Dublín, a pesar de que consiguieron hacerse con el control de la mayor parte del territorio del Úlster. Se declararon defensores del rey frente al Parlamento inglés, con la esperanza de evitar ser catalogados rebeldes. Fue el primer canto de rebelión en Irlanda contra la fuerza invasora que tuvo, a la postre, consecuencias lamentables para quienes lideraron esa causa, una historia que se repitió durante los siguientes tres siglos
, comenta el escritor y periodista irlandés Fergal Keane en el prólogo del libro The Story of Ireland ⁸.
Los rebeldes destruyeron gran parte de posesiones y tierras protestantes, especialmente en la región del Úlster. Varios historiadores y libros especializados en el tema, como The Longest War de Marc Mulholland, cuentan que cerca de dos mil protestantes fueron asesinados, mientras que miles de hombres fueron desterrados a otras zonas protestantes de Irlanda en las campañas de 1641. Los habitantes católicos del Úlster se desplazaron hacia el sur de la isla, reuniendo importantes apoyos de terratenientes angloirlandeses asentados allí desde la recolonización de Enrique VIII. Transformaron el levantamiento local del Úlster en un movimiento de alcance nacional. Se hicieron llamar Ejército Católico y derrotaron a las tropas del gobierno colonizador en la batalla de Julianstown, el 29 de noviembre de 1641.
Sin embargo, el liderazgo católico duró solo ocho años, hasta la guerra de los Tres Reinos y la Conquista Cromwelliana de Irlanda. Fue el momento decisivo en el que la religión católica fue reprimida sin piedad por los ejércitos puritanos de Oliver Cromwell, un líder militar y político que en 1653 se autoproclamó Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, con el que gobernó los territorios de forma autoritaria hasta su muerte, en 1658, bajo la figura de una república —que más bien parecía una dictadura militar— que se erigió tras la ejecución del rey Carlos I, en 1649, y el exilió de Carlos II⁹.
Durante el mandato de Cromwell, conocido como El Protectorado, se estableció la Commonwealth, e Inglaterra experimentó un crecimiento territorial y económico notable gracias a nuevas colonias en el Caribe. Sin embargo, una de las grandes manchas que dejó Cromwell en Irlanda fue la severidad y la sevicia con la que trató a los católicos, con leyes que anularon toda participación civil, económica y política, además de asesinatos selectivos de líderes y la confiscación de grandes extensiones de tierras que les pertenecían a terratenientes irlandeses. En 1672, justo en la mitad del reinado de Carlos II, los fieles a Oliver Cromwell eran dueños de cinco de los doce millones de hectáreas de tierra fértil que tenía Irlanda, mientras que los católicos solo alcanzaron a ocupar cerca de tres millones¹⁰. El Úlster fue una zona abundante de tierra fértil en manos de protestantes durante los siguientes siglos. No se puede entender la división y el sectarismo que se agudizó en 1968 en Irlanda del Norte sin lo que sembró Oliver Cromwell en los corazones de generaciones enteras de irlandeses católicos¹¹.
Mural dedicado a Oliver Cromwell en la calle Shankill de Belfast.
© Jacobo Celnik
Con el regreso de Carlos II al trono británico, la religión católica volvió a ser dominante en Irlanda. Con el rey Jacobo II, que era católico, los irlandeses tuvieron un periodo de paz que terminó por la lucha por el poder dinástico en Inglaterra que llevó a su derrocamiento y la llegada al trono del rey protestante Guillermo III, príncipe de Orange. Una vez más, las luchas religiosas se agudizaron y el resultado fue la pérdida del derecho a la propiedad de la tierra para los católicos, sin importar su procedencia. Todas estas disputas cimentaron y acrecentaron la división de la sociedad irlandesa, fragmentada por motivos raciales. La batalla religiosa añadía una nueva capa a esa ruptura. Los grandes ganadores fueron los británicos protestantes, que se quedaron con la totalidad del poder económico y político en 1693.
La llegada al poder de Guillermo de Orange puso a los colonos del Úlster en una situación muy incómoda porque a pesar de que eran temerosos del rey Jacobo por ser católico, eran leales a la Corona y debían reconocerlo como rey. El rey Jacobo II fue recibido como el legítimo monarca irlandés en 1689 tras su llegada al puerto de Kinsale y custodiado por un batallón francés. Con su llegada, todos aquellos que se oponían al poder británico en la isla se sumaron para defender a su rey y su soberanía. Sin embargo, en julio de 1689, las tropas de Guillermo de Orange retomaron el control de las zonas circundantes al río Foyle y su gesta quedó inmortalizada con la famosa frase No nos rendiremos
(No surrender
), desde entonces el lema de la consigna protestante en Irlanda del Norte¹².
En ese periodo no deja de ser llamativo que la zona del Úlster, que con los años se convirtió en un fortín protestante, estaba controlada por un grupo muy reducido de británicos, en su mayoría protestantes calvinistas de Escocia que se establecieron en la provincia junto a otras facciones minoritarias protestantes como los puritanos y los presbiterianos, lo que generó tensiones y pujas por el control territorial.
El Tratado de Limerick de 1691, que puso fin a la guerra en Irlanda entre Guillermo de Orange y Jacobo II, generó nuevas oleadas migratorias e imposiciones protestantes en Irlanda con leyes que restringieron las libertades, muy similar a lo que sucedía en toda Europa en ese momento. Católicos, presbiterianos y judíos fueron perseguidos desde la Reforma. Sin embargo, la intención de la legislación penal promulgada progresivamente por el Parlamento irlandés entre 1691 y 1760 era específicamente aplastar lo que quedaba del poder católico en la isla. Por esto se les dio la posibilidad a los nativos de abandonar el territorio y establecerse en la Francia católica, aunque eso implicaba perder sus privilegios como ciudadanos y ser despojados de sus propiedades. Cerca de doce mil irlandeses abandonaron el territorio y se establecieron en Francia y otras regiones de Europa occidental. Fue el primer gran exilio de un grupo al que se le conoció como los Wild Geese¹³. La emigración forzada de irlandeses será la constante durante los siguientes siglos.
Todas las leyes que se promulgaron en ese periodo crearon, en palabras del investigador Neil Hegarty, un laberinto legislativo, injusto, y con repercusiones fatales por los siglos siguientes, que buscaron desmotivar al máximo a la población irlandesa y casi que obligarla a dejar la isla porque abarcaban y limitaban la mayoría de los aspectos esenciales de la vida cotidiana como educación, vivienda, libertad de culto y participación política
¹⁴. Así, los sacerdotes católicos fueron proscritos. Se les prohibió a los católicos entrar en el Parlamento, votar, tener armas de fuego, casarse con protestantes, adoptar niños, comprar tierras y adquirir propiedades por montos superiores a cinco libras. Las nuevas leyes de sucesión estipularon que cualquier tierra abandonada por un católico debía repartirse entre todos sus hijos, con la idea de asegurar que ningún gran patrimonio católico pudiera sobrevivir intacto durante más de una o dos generaciones. También se impusieron barreras a la educación católica: Ninguna persona de religión papista enseñará públicamente o en casas públicas, ni instruirá a la juventud en el aprendizaje dentro de este reino
, decía la ley, que generó la aparición de centros clandestinos de educación en toda Irlanda.
Durante los inicios del siglo XVIII, Irlanda experimentó una modernización en aspectos tan notorios como la arquitectura y la infraestructura básica del país, con fuertes influencias británicas. Dublín se convirtió en la joya de la Corona gracias a construcciones emblemáticas como el parlamento, teatros, salas de concierto como el Music Hall, donde se presentó el Mesías de Händel, o la Casa de la Justicia, cercanos al río Liffey. El Siglo de las Luces europeo no fue ajeno y su influencia fue palpable en el territorio, especialmente en el sur, gracias a escritores, dramaturgos, arquitectos, economistas y artistas que engalanaron el legado irlandés.
El Árbol de la Vida significaba la unidad de los tres mundos: el inframundo, la vida en la tierra y en el cielo. Según los celtas, los árboles eran considerados como antiguos seres vivos que desempeñan un papel muy importante en sus vidas.
La unión
Righteous men must make our land
A Nation once again!
A Nation Once Again
, Thomas Davis
A inicios del siglo XIX, Irlanda era un territorio azotado por la violencia. Una rebelión fallida de campesinos católicos en 1798 tensionó más las relaciones con el Imperio británico. La minoría protestante, en especial aquellos que vivían en la provincia del Úlster, se mostraba más afianzada y poderosa en el territorio, mientras que la mayoría católica estaba oprimida y prácticamente borrada de toda participación social y política. La brecha entre ambas comunidades religiosas se fue acentuando con el paso de los años y a eso se sumó la injerencia de Francia, que, en varias confrontaciones a lo largo del siglo XVIII, apoyó a los católicos. Pero el nuevo siglo mostraría una transformación épica por el control de la tierra, el rol de la religión y de la fe en la vida de los irlandeses y, sobre todo, quién debería controlar y gobernar el país, aspectos que darían nacimiento a un movimiento masivo político nunca visto en Europa.
Uno de los tantos puntos de partida para comprender la conflictiva y turbulenta historia que une y divide a dos naciones nos remonta al primero de enero de 1801, con el artículo n°. 1 de las Actas de Unión entre el reino de Gran Bretaña y el reino de Irlanda, que establecieron que a partir de esa fecha ambos territorios serían reconocidos como una sola entidad, con una sola bandera, bajo el nombre del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Desde la firma de esas Actas, hombres patriotas y nacionalistas irlandeses hicieron hasta lo imposible por romper el nuevo orden territorial y político, en cierta medida motivados porque una mayoría católica era liderada por un Parlamento minoritario y protestante.
Para la Iglesia católica de Irlanda, las Actas de Unión significaron una oportunidad de oro para abogar ante el Parlamento británico en Londres por la emancipación de la mayoría católica (representaban el 75% de la población en ese momento), la obtención total de los derechos políticos en el territorio para dejar de ser oprimidos, apartados y disminuidos por los protestantes. El primer ministro William Pitt puso a consideración del rey Jorge III las nuevas medidas y opciones para la actividad política de los católicos, pero el soberano se opuso rotundamente argumentando que ese acto violaría su juramento de coronación en el que se comprometía a proteger a la Iglesia de Inglaterra de cualquier situación que pudiera apartarla del liderazgo en Irlanda.
Será mi enemigo aquella persona que me proponga considerar la emancipación de los católicos de Irlanda
, dijo el rey Jorge III, con tono ofuscado y voz de mando, ante el Parlamento. El primer ministro Pitt no tuvo otra salida y dejó su cargo el 16 de febrero de 1801. Su prematura renuncia sería crucial para el futuro de la historia irlandesa. Los católicos debían buscar alternativas para obtener la anhelada emancipación, iniciativa que estuvo liderada por la Iglesia católica y determinante para lo que sucederá en la región durante los siguientes ciento quince años. Por eso 1916 es un año fundamental en todo el proceso emancipatorio por la fuerza que tomaron los movimientos revolucionarios. Del anhelo de emancipación, en pocos años se pasó a la alienación y la búsqueda de aliados contradictores y opuestos a los valores británicos en la isla, en la medida que los católicos se daban cuenta de que las promesas de emancipación del Acta de Unión se fueron postergando. Fue un punto definitivo para los católicos y por eso los líderes religiosos tomaron un rumbo inesperado en materia de aliados, en su mayoría nacionalistas
, explica el profesor Thomas O’Connor de la Universidad de Irlanda¹⁵.
Irlanda estaba en crisis: la agricultura pasaba por su peor momento, las batallas con Francia habían dejado al territorio muy afectado a inicios de 1815 y a la población con un crecimiento demográfico importante y dependiente de la agricultura, a merced de una minoría que se adueñaba de grandes extensiones de tierras fértiles, que luego fueron divididas y subarrendadas y explotadas con cientos de miles de trabajadores. El acceso y el anhelo por la tierra fértil y cultivable fue un aspecto que marcó y determinó la historia de Irlanda durante gran parte del siglo XIX. Los campesinos católicos se convirtieron en parias sin tierra, carentes de derechos políticos y sin un líder que los representara. Su redentor y liberador será una de las figuras más trascendentales del siglo XIX: Daniel O’Connell. Era como Martin Luther King, capaz de movilizar a cientos de miles de personas a favor de su mensaje e ideas. Era un liberal progresista, constitucionalista, formado en Francia, con ideas modernas del mundo y los derechos políticos y civiles. Fue el responsable de lograr que la Iglesia católica de Irlanda se involucrara activamente en política, a través de mensajes de emancipación a los fieles que iban sagradamente a misa los domingos.
A través de las iglesias se establecieron organizaciones civiles que recolectaban dinero de los feligreses para financiar acciones políticas encaminadas a la búsqueda de la libertad y la independencia. Esta nueva dinámica en las comunidades católicas de Irlanda puso en alerta a los protestantes, pues nunca habían sido testigos de una gran unión hacia un objetivo. O’Connell fue un gran agitador que desafió las leyes británicas que les prohibían a los católicos llegar al Parlamento, a no ser que renunciaran a su fe. En 1828, en el condado de Clare, se postuló y ganó para ser representante político, algo que no sucedía hacía cien años. El triunfo de O’Connell supuso una crisis para el gobierno británico, que tuvo que revaluar algunas leyes. El ambiente sociopolítico se tornó complicado en la isla y el gobierno británico hizo hasta lo imposible para evitar su ascenso al poder.
Temeroso de los disturbios generalizados, el gobierno finalmente cedió. El primer ministro y el duque de Wellington autorizaron que la Catholic Relief Act se convirtiera en ley en 1829 para evitar la llegada de O’Connell al poder parlamentario, quien tuvo que presentarse de nuevo a los comicios, en los que fue reelegido sin oposición en julio de 1829. Esa ley marcó un punto definitivo en el proceso de emancipación de la comunidad católica, dejando atrás una serie de normas penales que limitaban sus derechos.
La elección de O’Connell avivó los miedos e incertidumbre del más de un millón de protestantes del Úlster, que veían con malos ojos y pánico las ideas emancipadoras de la comunidad católica, impulsadas por su libertador
. Parte de los temores de los protestantes del Úlster se sustentaban en perder la autonomía y la identidad religiosa a través del apoyo del gobierno británico, que, además, les garantizaba sus trabajos, el acceso a educación de calidad, salud y un lugar privilegiado en la sociedad irlandesa.
Al poco tiempo de llegar al Parlamento, un centenar de seguidores de O’Connell trataron de apoderarse de tierras y casas en la región del Úlster. El intento de insurrección fue contenido exitosamente por fuerzas de seguridad protestantes. Fue un campanazo de alerta en la región ante algo que sería inevitable en los siguientes años y décadas. Las divisiones sectarias se hicieron evidentes en la medida en que grupos de personas empezaron a luchar por intereses muy distintos. El conflicto entre ambas facciones, aunque sin tomar grandes proporciones, ya se había desarrollado y las consecuencias serían desastrosas para ambos lados en la medida en que los líderes políticos y religiosos en vez de unir a sus comunidades con mensajes de tolerancia, respeto o empatía, lo que hicieron fue fortalecer las diferencias irreconciliables entre ambas facciones religiosas. Aunque la emancipación católica era ostensiblemente el objetivo principal de O’Connell, su mayor deseo era la derogación del Acta de Unión para que los irlandeses católicos obtuvieran el control del Parlamento sin la necesidad de dejar de ser parte del Imperio británico, un resultado que debía alcanzarse con una serie de lentas pero acertadas movidas políticas
, señala el escritor Neil Hegarty. El gran error de O’Connell en ese momento fue no comprender el miedo justificado de la comunidad protestante frente al control y tenencia de la tierra y la sed de venganza nacionalista que se estaba apoderando de las comunidades católicas, aspecto que jugaría en su contra, por más victoriano que se mostrara.
El mensaje de O’Connell tuvo eco entre protestantes irlandeses como el escritor, periodista y compositor Thomas Osborne Davis, pieza clave del movimiento Joven Irlanda¹⁶ y otra cara visible y determinante del nacionalismo irlandés, que, a diferencia del libertador
, tenía una posición más radical frente a aspectos como la necesidad de implantar el gaélico como idioma oficial en Irlanda o el anhelo total de separarse del poder e influencia británica en la isla. Osborne Davis compuso varias canciones que con los años se convirtieron en himnos rebeldes del nacionalismo irlandés como: The West´s Asleep
, In Bodenstown Churchyard
, Lament for Owen Roe O’Neill
y A Nation Once Again
¹⁷, interpretada a lo largo de dos siglos por artistas como los Wolfe Tones (tal vez la versión más conocida), John McCormack, The Clancy Brothers, The Dubliners, los Poxy Boggards y The Irish Tenors. The Beatles también hicieron eco de esa melodía en la película A Hard Day’s Night, un guiño intencional que marcó la posición de Paul McCartney frente a la violencia en Irlanda, refrendada en 1972 con su canción Give Ireland Back to the Irish
.
El caso de Osborne Davis es de suma relevancia para la consolidación del movimiento nacionalista irlandés porque usó el alcance de los medios, en este caso el semanario The Nation, para expresar sus ideas. Uno de sus ensayos más recordados salió publicado en su diario: Repetimos, una y otra vez, no odiamos a los ingleses. Como hombres agradecemos lo mucho que Inglaterra hizo en literatura, política y guerra. No nos vengaríamos siquiera de su opresión. Si fuera destronada para siempre de nuestra tierra, nos congratularíamos por su prosperidad; sin embargo, no podemos y no trataremos de olvidar su larga, maldita y despiadada tiranía en Irlanda; y no deseamos compartir sus logros, ni su responsabilidad, ni su gloria
¹⁸.
Otro aspecto llamativo de las ideas de Daniel O’Connell era la importancia de lograr un cambio político transparente, sin secretos y bajo la premisa de un pueblo unido ante un solo propósito que hiciera valer la voluntad de la mayoría católica¹⁹. Sin embargo, los hechos tomarían otro rumbo. Con la ayuda de la Iglesia y los sacerdotes, el líder convocó, en 1843, una de las más grandes manifestaciones políticas que se vieron en Europa en el siglo XIX ante casi un millón de personas que se unieron en las colinas de Tara ante la consigna Ireland for The Irish
. Ante un público eufórico, encolerizado y con sed de nacionalismo, O’Connell pronunció unas palabras que determinarían su destino: Nos acercamos a la gran meta de la derogación del Acta de Unión con las zancadas de un gigante
²⁰. Ese hecho no cayó bien en el Parlamento y en la Corona y al cabo de unos meses, a inicios de 1844, el líder nacionalista fue encarcelado y acusado de sedición. Estuvo preso tres meses, tiempo suficiente para que el nacionalismo se apaciguara.
El gobierno británico promulgó una serie de reformas políticas que buscaron acallar la insatisfacción constante de la comunidad católica de Irlanda y de paso generar divisiones entre grupos moderados y radicales. Al cabo de tres años, O’Connell murió en Italia y fue enterrado como un héroe. Dejó grandes estrategias para difundir de forma efectiva un mensaje político, valiéndose de medios de mayor alcance como la prensa. Otro de sus logros fue aprovechar al máximo a la opinión pública para avances significativos y específicos en decisiones políticas cruciales. En Europa, sus estrategias fueron adaptadas por movimientos nacionalistas como el italiano y su proceso de unificación territorial²¹.
Otro aspecto incuestionable del legado de Daniel O’Connell fue que, de la fusión del nacionalismo con la Iglesia católica de Irlanda, surgió un grupo más radical de hombres con sed de libertad e independencia de la Corona británica, personas que en la mayoría de los casos usaron el pasado celta y gaélico como herramienta de ataque ante las fuerzas invasoras. Esta nueva dinámica interna también tuvo repercusiones internacionales, especialmente en Estados Unidos, donde se simpatizaba con varias de esas consignas de libertad, las que enfatizaban la consigna de no desligarse de Londres, y que iban en contravía de lo que el padre del republicanismo irlandés, Wolfe Tone, había promulgado a finales del siglo XVIII sobre una república irlandesa completamente independiente de la Corona británica. Los líderes protestantes observaban preocupados y cautelosos esta nueva dinámica interna que había fracturado más las ya convulsionadas relaciones entre ambas comunidades.
El Trisquel refleja la unidad de la Tierra, el Agua y el Fuego. Según las creencias de los celtas, todos los ornamentos están formados por el Hilo de la Vida y el patrón no puede cambiarse, ya que es concedido por los dioses. En la mitología celta, Trisqueles es el dios de la primavera y el verano
²².
La Gran Hambruna (Great Famine)
Na prátaí dubha do dhein ár gcomharsana a scaipeadh orainn,
Do chuir sa phoorhouse iad is anonn thar farraige;
I Reilig an tSléibhe tá na céadta acu treascartha
Is uaisle na bFflaitheas go ngabhaid a bpáirt
The black potatoes scattered our neighbours,
Sent them to the poorhouse and across the sea,
They are stretched in hundreds in mountain graveyards,
May the heavenly host take up their plea.
Amhrán na Prátaí Dubha
(The Song of the Black Potatoes),
Máire Ní Dhroma (circa 1850)
A inicios de 1845 Irlanda se encontraba dividida. No en términos territoriales, sino con dos fuerzas religiosas contrarias que luchaban por la permanencia, la supremacía y el control social, político, económico y moral de la nación. Daniel O’Connell había exacerbado el sentimiento nacionalista a límites solo vistos en los días de Wolfe Tone, logró alterar, además, hacia puntos cuestionables por el nivel de violencia, el statu quo de la comunidad católica. La puja política, y la necesidad de cambios en torno al rol y la participación de las comunidades católicas en la vida cotidiana irlandesa, había tomado otras dimensiones. Londres era consciente de la situación y trató de mitigar la fuerza nacionalista con algunas medidas que no fueron bien vistas, especialmente por la Iglesia católica. La lucha estaba en los terrenos del activismo: marchas, protestas, discursos públicos y arengas constantes en contra del gobierno imperial. Sin embargo, un hecho completamente alejado del sectarismo, el nacionalismo y el unionismo cambiaría para siempre la historia de Irlanda, de sus habitantes y de parte del mundo occidental: la Gran Hambruna²³.
En septiembre de 1845 las malas noticias llegaron al Castillo de Dublín, sede del gobierno: la mayoría de la cosecha de papa —principal fuente de alimento de toda la isla—, que venía de los campos de la costa este de Irlanda, estaba podrida. La causa: el tizón de la papa (Phytophthora infestans), un hongo que se propaga con el viento y la lluvia. Las autoridades locales estaban al tanto de situaciones similares en Bélgica, Holanda e Inglaterra, por lo que no hubo signos de alarma. Es posible que la plaga haya llegado a Europa, hacia 1842, desde algunos puertos del Caribe²⁴.
El tallo de la papa dañada tomaba un color negro, acompañado de un olor putrefacto y el tubérculo quedaba reducido a una pulpa incomible. El gobierno de Dublín minimizó el