La larga marcha ultra: Desde la muerte de Franco a Vox (1975-2022)
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¿Por qué la extrema derecha en España ha tardado más de cuarenta años en entrar en el parlamento y en los gobiernos de ayuntamientos y autonomías con la fuerza de los votos? ¿Cuál ha sido el largo camino hacia su «visibilización» e implantación en España, mientras en países próximos como Francia, Italia o Alemania estaban establecidos desde hace décadas? ¿En qué radica el «hecho diferencial» español?
Este libro explica las causas profundas, también históricas, y desvela la evolución del «complejo ultraderechista» en España desde hace cuatro décadas, así como los fracasos de la extrema derecha española desde 1975, hasta desembocar en la irrupción parlamentaria de Vox en 2018.
La larga marcha ultra es un ensayo muy documentado en el que Mariano Sánchez Soler analiza la transición, los planes golpistas, los neonazis y las diferentes familias ultras, la xenofobia y la irrupción de VOX en los parlamentos.
La crítica ha dicho...
«Unas 400 páginas extraordinariamente documentadas que resumen una historia trufada de violencia, peleas internas, periodos de invisibilidad, casi clandestinos, y una evolución tardía hacia una presencia que ya era común en Europa.»
Enrique Bolland, La Vanguardia
«Mariano Sánchez Soler hace un detallado balance del movimiento ultra desde la muerte de Franco hasta Vox.»
Alejandro M. Gallo, El Periódico
«Esta nueva obra es fundamental para entender el auge, no solo en España, de una ideología que se sirve del sistema democrático para acabar con él y constituir un nuevo régimen fascista.»
Ana María Pascual, Público
«El escritor y periodista repasa la evolución de la extrema derecha en España y explica las razones por las que ha tardado más de 40 años en llegar a las instituciones.»
EFE - COPE
«Un exhaustivo ensayo histórico que recorre las distintas etapas que han atravesado las formaciones de ultraderecha de nuestro país desde la muerte del dictador.»
Carlos Arcaya, SER
«Desde su desintegración política tras el fin del Franquismo hasta la irrupción en el Congreso y su entrada en un gobierno autonómico, la ultraderecha ha completado en España un complejo recorrido de más de cuatro décadas. El periodista Mariano Sánchez Soler disecciona este camino.»
Alberto Ortiz, eldiario.es
«Deja al fascismo español al descubierto, con datos contrastados y verificados.»
José Luis Sola, Letras en vena
«La obra indaga en las causas profundas e históricas del el auge del fascismo en España desde la muerte de Franco hasta Vox.»
Marcos López, Diario 16
«El libro explica los intentos fallidos de muchos grupos por entrar en las Cortes desde la muerte de Franco.»
Europa Press
Mariano Sánchez Soler
Mariano Sánchez Soler es escritor, periodista, historiador y profesor. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Alicante. Durante tres décadas, ha ejercido el periodismo de investigación en medios como El Periódico de Catalunya, Tiempo e Interviú, donde se especializó principalmente en sucesos y tribunales, y ha desarrollado una intensa labor literaria y periodística con más de cuarenta libros publicados, entre poemarios, novelas, relatos, ensayos y crónicas. Ha recibido el Premio internacional Rodolfo Walsh de Literatura de No Ficción 2002, el Francisco García Pavón de Narrativa 2009, el Premio de la Crítica Literaria Valenciana en su modalidad de ensayo 2012, el L'H Confidencial de Novela Negra 2013 y los premios Bruma Negra 2017, Castelló Negre 2020 y Black Mountain Bossòst 2021, por su trayectoria literaria y el conjuntode su obra. Es autor de novelas negras siempre inspiradas en hechos reales como Carne fresca (1988), Festín de tiburones (1991), Lejos de Orán (2003), La brújula de Ceilán (2007), Para matar (2008), Nuestra propia sangre (2009) y El asesinato de los marqueses de Urbina (2013). Estudioso del franquismo y la transición española, entre sus obras destacan: Los crímenes de la democracia (1989), Villaverde, fortuna y caída de la casa Franco (1990), Los hijos del 20-N (1993), Descenso a los fascismos (1998), Ricos por la patria (2001), Los banqueros de Franco (2005), La transición sangrienta (2010, 2018), Los ricos de Franco (2020) y La larga marcha ultra (2022). En la actualidad, imparte cursos de guión cinematográfico y de narrativa en la Universidad de Alicante.
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La larga marcha ultra - Mariano Sánchez Soler
ACTO PRIMERO
Una Transición de nostálgicos y neofascistas
Es poco probable que se den de nuevo, y simultáneamente, todos los factores que desencadenaron la locura nazi, pero se están perfilando algunos signos precursores. La violencia, «útil» o «inútil», está delante de nuestros ojos; serpentea en hechos aislados o privados, o como ilegalidad del Estado. […] Pocos son los países que pueden garantizar su inmunidad a una futura marea de violencia, engendrada por la intolerancia, por la libido de poder, por razones económicas, por el fanatismo religioso o político, por los conflictos raciales. Es necesario, por consiguiente, afinar nuestros sentidos, desconfiar de los profetas, de los encantadores, de quienes dicen y escriben «grandes palabras» que no se apoyan en buenas razones.
PRIMO LEVI
I
Nacidos como fuerza de choque
Muchos historiadores se han preguntado, con razón, si el general Franco tuvo algún pensamiento político que no fuera el de mantener su permanencia en el poder. En su camino, Franco utilizó el falangismo y el integrismo católico, jugando con los distintos sectores. La política fascista de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET-JONS), único partido estatal, fue cambiada por los Principios del Movimiento, más blandos sobre el papel. En 1945 se inició una década de corporativismo nacionalcatólico que, tras el acuerdo de cooperación firmado con Estados Unidos en 1953, desembocó en el desarrollismo tecnocrático que perduró hasta su muerte en noviembre de 1975. Según algunos estudiosos, el régimen dejó de ser fascistoide para dar paso a un autoritarismo corporativo, conservador y ultraderechista. Toda la extrema derecha española era el régimen de Franco, estaba contenida en él.
Durante todo el franquismo, Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET-JONS) fue sencillamente «el partido», un pilar fundamental de la dictadura, una estructura del aparato de Estado a la que Franco había concedido la gestión de lo social —trabajo, sindicatos, vivienda y educación—, mientras el régimen se adueñaba de sus símbolos fascistas —el yugo y las flechas, la camisa azul…— como lo había hecho también con la boina roja del carlismo. Falangistas y tradicionalistas eran dos familias del régimen personal de Franco en su conglomerado de intereses.2
«Durante toda su vida, Franco conservó un bloque de creencias que apenas modificó», escribe el historiador británico Stanley Payne, quien añade:
Franco creía en el nacionalismo, en el centralismo unitario, en la religión católica, en un Gobierno fuertemente autoritario sin partidos políticos y en un desarrollo económico orientado, en lo posible, por prioridades autárquicas con algunas reformas sociales desprendidas del crecimiento. Este nacionalismo se basaba en la tradición española. Básicamente monárquico en sus principios políticos, se dejó tentar por ambiciones fascistas antes de 1943. No sucumbió por completo a ellas y, como la mayoría de los políticos, utilizó fundamentalmente ideas de otros. El eclecticismo de la coalición autoritaria que instauró durante la Guerra Civil no obedeció a un simple oportunismo: compartía ideas sueltas de las principales familias del régimen, pero no comulgaba con ninguna de ellas.3
El partido único era Franco
«¿Existía en España el férreo poder de un partido único como en la Alemania nazi o en la Rusia soviética?», inquiere José Antonio González Casanova, catedrático de Teoría del Estado de la Universidad de Barcelona, para inmediatamente responder a la pregunta: «El Movimiento Nacional era, en la práctica, inexistente, y el poder intermedio entre Franco y España se lo repartían las familias de monárquicos, falangistas, democristianos, Opus Dei, tradicionalistas… y banqueros». Y este reparto del poder real se daba, como añade González Casanova, porque «Franco no tenía ideología alguna y no impuso nada. Se limitó tan solo a que nadie pudiera expresar en voz alta o pusiera en práctica lo que pensaba, si eso podía perjudicarle a él en su única convicción: conservar el poder alcanzado tras una cruenta guerra civil de tres años. La apatía política de Franco resultó ser complementaria de la de los españoles frente a él. Era una carencia de entusiasmo mutua que, sin embargo, aparentaba ser un pacto razonable. El apoliticismo de los españoles permitió que Franco fuera la Política».4
Sobre esta base personal, el régimen franquista comenzó su «desfascistización» en torno a los años de la Segunda Guerra Mundial e inició su última fase en 1968, cuando el Movimiento Nacional fue rebautizado como una «comunión nacional» y se abrió la puerta de par en par a la instauración de la monarquía en la figura de Juan Carlos I.
Mientras se daban estos cambios internos, toda la extrema derecha española estaba «dentro» del régimen, vinculada a los aparatos de Estado y a la maquinaria represiva en su pugna contra «el comunismo y la subversión», especialmente en la universidad.
Simbólicamente, el principio del fin para el franquismo había comenzado años antes, con las revueltas estudiantiles de febrero de 1956 en Madrid y Barcelona. Durante el curso académico 1955-56 terminó el monopolio político del falangista Sindicato Español Universitario (SEU) en los campus españoles, que, bajo un clima de creciente agitación estudiantil, sufrió la infiltración de los comunistas, por un lado, y la aparición del Frente de Liberación Popular (el Felipe) y de la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), del PSOE, por otro. Dos organizaciones autóctonas, nacidas «dentro» de España sin que las inventaran en el exterior.
Los enfrentamientos callejeros durante los días 7, 8 y 9 de febrero de aquel 1956, entre sectores del sindicato falangista y «grupos hostiles», tuvieron como resultado la muerte por herida de bala de Miguel Álvarez Pérez, de dieciocho años, miembro del Frente de Juventudes. Se proclamó el estado de excepción y fueron detenidos varios estudiantes: Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, Ramón Tamames, Dionisio Ridruejo, Enrique Múgica, Javier Pradera, José María Ruiz Gallardón y Gabriel Elorriaga. Apellidos, casi todos ellos, vinculados estrechamente al régimen franquista.
Esta protesta estudiantil, según el historiador Raymond Carr, fue un asunto burgués que probó la bancarrota intelectual y la incapacidad del régimen franquista para ganarse la lealtad de la generación que no había vivido la Guerra Civil. Añade Carr:
Se convirtió en un disturbio endémico de la vida política y social de Madrid y Barcelona hasta las elecciones democráticas de 1977. Se inició como reacción ante el sindicato «vertical» falangista, el SEU: «asambleas libres», huelgas, ocupación de edificios terminaban en enfrentamientos rituales con la Policía. La represión policial politizaba la protesta organizada por los comunistas, los católicos radicales y los «socialistas revolucionarios» del Frente de Liberación Popular. Empresa elitista de miembros reclutados por contacto personal entre familias de clase media con un pasado republicano en sus orígenes, la protesta estudiantil sufrió un proceso de movilización de masas […] y dio lugar a la nueva izquierda de los años setenta.5
La crisis del año 56 supuso la consolidación del ministro subsecretario de la Presidencia del Gobierno y mano derecha de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco, así como el ascenso al poder de los tecnócratas del Opus Dei. Al calor de los acontecimientos, Carrero consiguió imponer su línea y deshacerse del sector falangista duro, liderado por el entonces ministro-secretario del Movimiento, Raimundo Fernández-Cuesta, y de los cristianos aperturistas representados por el ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez. Ambos fueron cesados.
Como escribe Rafael Calvo Serer en su libro Franco frente al Rey:
El día 1 de marzo [de 1956] se reunieron los ministros bajo la presidencia del jefe del Estado para tratar la situación universitaria. En esta ocasión, Luis Carrero tomó la palabra para manifestar que el problema no se reducía solo a una protesta contra el control falangista de la representación estudiantil. El hecho de que la huelga hubiese tenido verdadera popularidad entre todos los estudiantes, así como las adhesiones claramente registradas entre los catedráticos, indicaban que el mal era mucho más grave, amplio y profundo. Carrero afirmó que él creía expresar la opinión de sus colegas en el Gobierno al decir que estos disturbios eran el símbolo de la inquietud de la sociedad española ante el futuro.6
Defensa Universitaria, Guerrilleros de Cristo Rey, AUN, PENS
En 1963 se creó en la universidad el Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES), dirigido por Sigfredo Hillers de Luque, bajo la consigna de «Falange sí, Movimiento no»; era un sector juvenil falangista que venía a engrosar la disidencia de los Círculos Doctrinales José Antonio, creados en 1959 por Diego Márquez Horrillo. En 1965 apareció el Frente Sindicalista Revolucionario (FSR), la autoproclamada «izquierda falangista» liderada por el histórico Narciso Perales, en la línea disidente de Manuel Hedilla, antecedente de Falange Auténtica. Comenzaba así una fragmentación falangista disidente con el régimen, y enfrentada entre sí, que en los años setenta, camino de la irrelevancia, daría lugar a la FEI (Falange Española Independiente), la FEA (Falange Española Auténtica) y los CJA (Círculos José Antonio), frente a la «oficialista» FE-JONS (Falange Española de la JONS), de Raimundo Fernández-Cuesta.7
En este contexto, en 1963, la nueva generación de la ultraderecha española emergió como fuerza de choque anticomunista y al servicio del régimen cuando los diversos grupos de extrema derecha en la universidad crearon Defensa Universitaria (DU), una organización nacida para responder con violencia contundente al surgimiento de la izquierda que crecía en las universidades españolas. Había que detener con tiros y cachiporrazos el avance de grupos marxistas y de organizaciones como el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios (SDEU) y, posteriormente, la Federación Universitaria Democrática de Estudiantes (FUDE).
Patrocinada por la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN), servicio de inteligencia creado a raíz de las movilizaciones estudiantiles, Defensa Universitaria reclutó a sus activistas entre grupúsculos ultras ya existentes, tales como la Hermandad Nacional Universitaria, la Hermandad Sacerdotal Española o los neonazis de Joven Europa, pero también contó con los sectores más radicales del SEU falangista disuelto en 1965. Entre los fundadores de DU ya destacaba el militar Federico Quintero Morente, hombre clave de los servicios de inteligencia del Ejército (la Sección Segunda Bis), muy avezado en los métodos de antiinsurgencia y guerrilla urbana; un militar ultraderechista que sería jefe superior de Policía de Madrid durante el tardofranquismo, cuando tuvieron lugar, entre otros, el atentado mortal contra el almirante Carrero y la bomba de la calle del Correo.
En 1966, el mismo año en que se aprobó la Ley Orgánica del Estado, en Madrid inició su andadura la revista Fuerza Nueva y fueron aprobados en Barcelona los estatutos del Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE), la organización neonazi más importante de España. Como explica el historiador Xavier Casals Meseguer: «La aparición de ambas entidades fue el preludio de lo que sería una amplia movilización por parte de quienes veían con alarma cómo el régimen se alejaba de sus principios fundacionales, configurando una beligerante extrema derecha en su seno: el llamado búnker
».8
Tras el aldabonazo internacional del Mayo francés, en 1969 Defensa Universitaria cambió de nombre y de responsables. Bajo el manto protector de otro sector de los servicios de información vinculado a la Guardia Civil, pasó a denominarse Guerrilleros de Cristo Rey (GCR), los «brigadistas de la porra» más famosos de la universidad y de la sociedad española durante el advenimiento de la democracia. Su principal objetivo era desestabilizar cualquier cambio que supusiera el final del franquismo. Desde el principio, sus «escuadristas» defendieron a golpes el inmovilismo político y el llamado «espíritu del 18 de Julio de 1936». Su cabeza visible, Mariano Sánchez-Covisa, antiguo combatiente de la División Azul y militante de Falange Española de las JONS, era además un hombre de gran predicamento en la poderosísima Hermandad de Alféreces Provisionales.9
GCR nunca tuvo una estructura como partido y en sus filas actuaron militantes falangistas y de Fuerza Nueva, principalmente. El propio Sánchez-Covisa lo dejó muy claro: «No tenemos ni organización ni plan de acción, actuamos donde sea necesario hacerlo. Somos patriotas que ejercen la acción donde los que debían hacerlo [las fuerzas de orden público] no lo hacen».10 Ni siquiera reivindicaban los atentados. Se sabe que eran los autores porque siempre gritaban «¡Viva Cristo Rey!» como seña de identidad.
Los Guerrilleros de Cristo Rey tuvieron un protagonismo relevante durante los primeros años de la Transición. Entre 1975 y 1977, formaron «un grupo
o grupúsculos de individuos que actuaron de manera independiente y que ejercieron la violencia, a veces indiscriminada, contra el enemigo»11 y también, durante un periodo, se les vinculó con atentados. Estas acciones dejaron un reguero de sangre y violencia, con muertos como Norma Menchaca o Carlos González, y cientos de heridos en más de setenta acciones conocidas, reivindicadas junto a otras siglas de encubrimiento utilizadas para reclamar la autoría de los crímenes y atentados.12
Amenazas de muerte, ataques y atentados con artefactos explosivos contra profesores, abogados laboralistas, presidentes de asociaciones culturales y vecinales, librerías, bares, discotecas, iglesias, progresistas católicos, universidades, periódicos y revistas… Agresiones y altercados callejeros y en establecimientos públicos tan conocidos como la cafetería California 47 o el emblemático Café Gijón, que sufrió dos asaltos consecutivos: el primero, el 5 de noviembre de 1976, y el segundo dos semanas más tarde, en vísperas del 20-N, cuando un grupo numeroso de ultras irrumpió en el café y obligó a los clientes a cantar el Cara al sol. Los asaltantes gritaron «¡Viva Blas Piñar!», al tiempo que destrozaban el mobiliario y daban algunas palizas.13
Así lo explica Miguel Madueño:
La existencia de los Guerrilleros de Cristo Rey interesaba a muchos sectores políticos del país, debido a que la información referida a ellos podía ser manipulada y manejada en función de la situación que se viviera en cada momento. La derecha, esto es sobre todo el Gobierno, aún pendiente de hilos franquistas, podía haber eliminado o silenciado a estos grupos en el momento en que lo hubiera deseado, pero no lo hizo porque era interesante tener a su lado derecho a un grupo extremista que le hiciera parecer de «centro». […] La policía gozaba de un comodín que podía utilizar en un momento dado. Bastaba, como ya se ha indicado, gritar «¡Viva Cristo Rey!» y las acciones policiales se convertían en acciones de GCR.14
La Organización Contrasubversiva Nacional fue sustituida en 1972 por el Servicio Central de Documentación de Presidencia del Gobierno (SECED), creado por el almirante Luis Carrero Blanco, y, casi al mismo tiempo que los Guerrilleros de Cristo Rey desplegaban sus acciones violentas, fue organizada Acción Universitaria Nacional (AUN), de la mano del hombre fuerte de los servicios secretos de Carrero: el entonces teniente coronel José Ignacio San Martín, condenado posteriormente por su participación en el golpe de Estado del 23-F y secundado por Quintero Morente. El SECED «contaba con unos doscientos treinta militares, la mayoría de los cuales era del Estado Mayor […]. En las Escalillas estaban camuflados, figurando como destinados en el Alto Estado Mayor. Tenía tres ramas encargadas de vigilar respectivamente a los obreros, al clero y a la universidad, y tras la revolución portuguesa de 1974 dedicó su máxima atención a las Fuerzas Armadas».15
Entre 1973 y 1975, los miembros de AUN se dedicaron, entre otras actividades, a infiltrarse en las organizaciones de izquierda que funcionaban clandestinamente en los campus, a boicotear las actividades de la oposición democrática, a reventar asambleas… También trataron de organizar actividades culturales y de difusión ideológica más allá del anticomunismo, en colaboración con la Hermandad Nacional Universitaria, vinculada a la poderosa Hermandad Nacional de Alféreces Provisionales. Gozaban de protección y cobertura policial para sus acciones, disponían de medios económicos, recibían cursillos de «acción directa» y tenían el respaldo de miembros del Cuerpo Superior de Policía, de las delegaciones del Movimiento de la Guardia de Franco y de Fuerza Nueva.16
Con el SECED colaboraba estrechamente el Partido Español Nacional Sindicalista (PENS), un grupúsculo neonazi fundado en Barcelona en 1969 que salía directamente de una fracción de Defensa Universitaria y estaba compuesto por miembros de los autodenominados Comandos de Lucha Antimarxista y por un sector de la Hermandad Nacional Universitaria.
En abril de 1972, el PENS se fusionó con el Movimiento Social Español (MSE) de Valencia, creó un Consejo Político Unificado y el boletín Nuevo Orden como órgano de expresión. Del mismo modo que CEDADE (de la que hablaremos en el capítulo IV), los activistas del PENS buscaron referentes ideológicos en el neofascismo europeo y trataron de conectar con grupos como Ordre Nouveau y la Avanguardia Nazionale, liderada por Stefano Delle Chiaie, en cuya estructura organizativa se inspiraron. El testimonio de uno de sus antiguos militantes así lo muestra: «En el PENS nos afirmábamos nacionalistas europeos y revolucionarios, creíamos en el socialismo nacional, nos identificábamos con el falangismo revolucionario de sus orígenes, pero nos reíamos del papanatismo de los azules auténticos
que se pretendían antifascistas».17
El PENS realizó ataques a librerías y asociaciones culturales, boicoteó las actividades de los opositores democráticos y puso artefactos explosivos en cines, siempre al grito de «¡Viva Cristo Rey!» si la ocasión lo requería. Sin duda, el atentado más famoso en aquel momento fue la bomba que estalló en julio de 1975 en el cine Balmes de Barcelona, donde se proyectaba La prima Angélica, de Carlos Saura.18 La Unión Militar Democrática, compuesta por oficiales de los tres ejércitos destituidos y encarcelados por sus planteamientos progresistas, develó a finales de 1975 en su libro de autoría colectiva: «Ha sido probado de forma rotunda la participación del SECED (a través de grupos ultras por ellos subvencionados) en actos vandálicos realizados contra revistas, librerías, teatros e incluso personas. El PENS fue en Barcelona subvencionado por este servicio durante varios años. […] Los grupos derechistas de la Universidad de Murcia dependían también de esta organización».19
En marzo de 1977, durante la Transición, el PENS, junto al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y la Juventud Nacional-Revolucionaria, se transformó en el grupúsculo Orden Nuevo. Este partido no soportó el proceso democrático, y sus militantes se trasvasaron a otras organizaciones de la ultraderecha que sí tuvieron un protagonismo en los acontecimientos venideros.
Esta nueva generación de activistas ultras, nacidos después de la Guerra Civil, había entrado en acción con una «carga legendaria» en su equipaje político. «Las nuevas siglas y organizaciones enarbolaron la bandera de un pasado mitificado, como mostró la movilización en torno a los valores del 18 de Julio
en Fuerza Nueva, la glosa del Tercer Reich en CEDADE o el PENS, el ansia de materializar la revolución sindicalista
en la Falange disidente… —explica el historiador Xavier Casals, quien añade—: La juventud que se integró en estos colectivos, o que se situó en su entorno, asumió una tradición política heredada
, tejida en torno a los relatos ideológicos y vivenciales
de excombatientes de la Guerra Civil, exdivisionarios del frente ruso, camisas viejas
falangistas y carlistas integristas que se proclamaron abanderados de la ortodoxia
en sus diversas vertientes.»20
II
El primer diputado ultra de la democracia
Desde su fundación, el PENS y otros grupúsculos ultras habían contado en el terreno político con el caudillaje ideológico de los sectores más contundentes de la extrema derecha española, en la que ya destacaba con luz propia el notario Blas Piñar López y su plataforma de expresión Fuerza Nueva, que en 1972 se convirtió en asociación y cuatro años más tarde en partido político con el objetivo de salvaguardar los principios del «Alzamiento Nacional del 18 de Julio de 1936». Tras la muerte del dictador, Piñar capitaneó las concentraciones del 20-N y, en sus arengas, aceptó la violencia como fuerza redentora. Así, el año en que murió Franco, declaró: «La violencia, aunque sea un recurso límite y extremo, puede ser también un recurso obligado y hasta exigido por la justicia y la caridad. […] La condenación de la violencia, venga de donde venga, es fuente de vacío doctrinal muy penoso y es pura expresión demagógica para sembrar la confusión. Pero, a veces, la violencia puede ser un acto de caridad para defender aspectos fundamentales».21
En la práctica, Blas Piñar era incendiario en sus discursos y bombero con sus pretensiones, porque el notario siempre quiso hacer de su partido una réplica del Movimento Sociale Italiano liderado por su amigo Giorgio Almirante, que poseía representación parlamentaria y sería el embrión de la Alleanza Nazionale del diputado derechista Gianfranco Fini, que gobernó en Italia con Berlusconi.
Si Almirante soñaba con ser el sucesor del Duce por la vía parlamentaria, Piñar aspiraba a ser el heredero político directo del legado de Francisco Franco y aglutinar al denominado «franquismo sociológico». Para ello, apostaba por una línea legalista, poco montaraz en los hechos aunque acalorada en las palabras, que buscaba prioritariamente arrancarle electores a Manuel Fraga y su Alianza Popular. «No quiero aplausos, sino votos», era una de sus frases favoritas en sus últimos y adversos mítines electorales.
Nacido en Toledo en 1918 y fallecido en 2014, el notario Blas Piñar fue directivo en su momento de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), director del Instituto de Cultura Hispánica (cargo del que fue cesado por un artículo antiestadounidense), miembro del Consejo Nacional del Movimiento nombrado directamente por Franco22 y, como tal, procurador en las Cortes desde los años cincuenta hasta la disolución de este estamento en 1977. Muy crítico con sus compañeros de viaje durante los últimos años de la dictadura, Piñar se consideraba el guardián de la esencia franquista; entendía que el régimen del 18 de julio se estaba dinamitando desde dentro y se manifestaba en contra de los cambios y las reformas internas. El consejero nacional Piñar votaba contra todas las iniciativas gubernamentales que pretendieran hacer reformas desde el propio régimen, tales como el Estatuto del Movimiento Nacional (1968), el protocolo de relaciones comerciales con la URSS (1972) o la ley reguladora del derecho a la libertad religiosa.
El 2 de mayo de 1966, Blas Piñar fundó la empresa Fuerza Nueva Editorial, S. A. y la revista Fuerza Nueva, que se publicó hasta el 2017. Además de ser una editora de libros y folletos, Fuerza Nueva actuó, desde su primer número, como un clásico órgano de expresión de partido y un vehículo personal de su presidente. En sus páginas divulgó textos de conocidas figuras falangistas, integristas católicos y tradicionalistas, sectores a los que trataba de aglutinar para conseguir la pervivencia del régimen tras la muerte del dictador y luchar contra lo que ellos definían como las tres revoluciones antinacionales y anticristianas: el liberalismo, el marxismo y el erotismo. En su anticomunismo, desplegaba una obsesión por la «subversión» en la universidad y en el seno de la Iglesia católica. No resulta extraño que la idea surgiera dos años antes, en el transcurso de unos ejercicios espirituales en el monasterio conquense de San Miguel de las Victorias. La revista Fuerza Nueva era tan crítica, y enmendaba tanto la plana al Gobierno de Franco, que sufrió cinco secuestros administrativos. «Yo entré en política por un deber de conciencia. Para mí la guerra de liberación nacional fue una cruzada», declaró Blas Piñar.23
Encerrarse en el «búnker»
El 12 de febrero de 1974, tras la muerte en atentado de Carrero Blanco, el nuevo presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, hizo su oferta aperturista en el terreno de las asociaciones políticas, en el sector sindical y en el ámbito municipal. Era una reforma que entusiasmaba a los sectores más moderados del régimen. Tal como recoge el diario de sesiones de las Cortes franquistas, el texto, redactado por el experto Gabriel Cisneros (futuro diputado de UCD y uno de los padres de la Constitución), hablaba de «la nueva situación constitucional» del régimen con la restauración de la monarquía en la figura de Juan Carlos I: «Es tarea primordial del Gobierno acometer todas las medidas de desarrollo político […] tendentes a asegurar que la monarquía restaurada gozará, desde el primer momento, de la asistencia de la opinión pública de los españoles. El consenso nacional en torno a Franco se expresa en forma de adhesión. El consenso nacional en torno al régimen en el futuro habrá de expresarse en forma de participación», y esta deberá ser «reflexiva, articulada, operativa y crítica».
El espíritu aperturista se manifestaba en cuatro medidas: la retirada del Proyecto de Ley de Régimen Local y la redacción de uno nuevo que regulara las incompatibilidades para desempeñar la función parlamentaria, la aceleración inmediata de la Ley Sindical para lograr la autonomía de los sindicatos nacionales con respecto al Estado y, por último, la creación de asociaciones políticas «para promover la ordenada concurrencia de criterios, conforme a los principios y normas de nuestras Leyes Fundamentales».
Inmediatamente, el «búnker» inmovilista contra el aperturismo del Gobierno Arias y su llamado «espíritu del 12 de febrero» se puso en marcha. La extrema derecha se enfrentaba al Gobierno. A muchos les pareció insólito. El 27 de abril de aquel año, el exministro falangista José Antonio Girón de Velasco, asistido por el periodista Antonio Izquierdo Figueruela (director del diario Arriba, órgano oficial del Movimiento), lanzó una proclama inmovilista conocida como «el gironazo», que ocupaba la portada entera del periódico. Publicó una «declaración política» contra la reforma en la que arremetía contra los «falsos liberales», «los sectarios introducidos en el régimen», los «infiltrados en la Administración», y proclamaba: «Vivimos tiempos difíciles, pero no seremos derrotados por la confusión orquestada dentro y fuera de España». Para más inri, acababa de estallar triunfante la Revolución de los Claveles en Portugal.
Tres días más tarde, Blas Piñar denunció que el sistema político español estaba lleno de «enanos infiltrados y niños mimados», proclamó la traición que la reforma suponía para el régimen y acuñó otra frase que haría fortuna: «¡Señores, pese a quien pese, la guerra no ha terminado!». También vertió afirmaciones como esta: «El espíritu del 12 de febrero habla de fidelidad al futuro. Esto es taumatúrgico y mágico, porque cuando el futuro no es fiel al pasado se convierte en la peor de las traiciones. […] Nosotros no hemos bajado la guardia. Os convoco a la lucha». De ser una voz díscola dentro del aparato franquista, Piñar pasaba a encabezar un proyecto de extrema derecha independiente del régimen.
Una declaración del presidente Arias terminó por crispar al «búnker»: «Mi planteamiento político ha despertado la incomprensión de algunos sectores proclives a anclarse en la nostalgia a espaldas de la naturaleza tremendamente cambiante de nuestra realidad social». Como respuesta, Fuerza Nueva, en su editorial del 27 de septiembre de 1974 titulada «Señor presidente», descargó el mayor ataque contra el Gobierno de toda la historia del franquismo. Mientras su portada decía: «Todo tiene un límite» impresa sobre el cadáver ensangrentado de una víctima del terrorismo, en su interior advertía: «Señor presidente, nos autoexcluimos de su política. No podemos, después de lo que ha dicho, colaborar con usted, ni siquiera en la oposición. No renunciamos a combatir por España, pero hemos comprendido que nuestro puesto no está en una trinchera dentro de la cual se dispara contra nosotros y se airean y enarbolan estandartes adversarios. […] Nosotros no queremos ni obedecerle ni acompañarle».
Fuerza Nueva acababa de inaugurar una nueva etapa en la diversidad dentro del franquismo. Al respecto, en su editorial del 7 de noviembre, escribía el semanario Cambio16: «Quizás esta ruptura oficial de relaciones obligue a la extrema derecha a salir de la clandestinidad para ir aglutinándose al aire libre y sin caretas en una corriente de opinión distinta y opuesta al Gobierno. Más vale verles la cara que seguir jugando a la clandestinidad o a las comedias de capa y espada».
El 18 de noviembre, durante el acto en que fue elegido presidente de la Confederación Nacional de Combatientes (en la que se integraba la poderosa Hermandad de Alféreces Provisionales, con trescientos mil miembros), José Antonio Girón de Velasco afirmó: «Nos incumbe un grave compromiso en esta hora. Os diré más: nos incumbe la misma responsabilidad que por razones de honor nos echó al monte en 1936. […] Quieren que se corra un tupido velo sobre el holocausto de la Guerra Civil y que todo se desvanezca con un aquí no ha pasado nada. Aquí han pasado muchas cosas y van a pasar muchas más».
La «apertura» era un espejismo y el presidente Arias un simulador, porque como escribe el sociólogo y exministro Luis González Seara:
Al final, el aperturismo y los aperturistas cerraron un periplo con las últimas condenas a muerte y fusilamientos [27 de septiembre de 1975] del régimen de Franco. Y ello era un resultado coherente. Las dictaduras no se abren al futuro, ni permiten volar en libertad; en el mejor de los casos se resquebrajan y ahorcan a quienes se aventuran por el vacío libre. Unas penas de muerte al final de la apertura constituyen el mejor símbolo de la incapacidad de la dictadura para reemplazar la sangre por el pensamiento y la tolerancia.24
Fiel a sí mismo, el 18 de septiembre de 1976 el procurador Blas Piñar votó contra la Ley de Reforma Política que, a propuesta del presidente Adolfo Suárez, disolvió las Cortes franquistas. 425 votos a favor, 59 en contra y trece nulos. Desde la tribuna de oradores, Piñar advirtió: «Queremos la reforma, pero no esta reforma, que tal como la quiere el Gobierno, y tal como la defiende la ponencia, no es verdaderamente una reforma, es una ruptura, aunque la ruptura quiere hacerse sin violencia y desde la legalidad. Lo importante es el fin que se pretende: la sustitución del Estado nacional por el Estado liberal, la liquidación de la obra de Franco, aunque los medios para lograrlo sean distintos». Y llegó a exclamar: «¡Que se diga claramente al pueblo español que se inicia un proceso constituyente, antes que esta farsa estúpida de la reforma democrática!». El artículo primero de la Ley de Reforma Política lo dejaba ya muy claro: «La democracia en el Estado español se basa en la supremacía de la ley, expresión de la voluntad soberana del pueblo. Los derechos fundamentales de la persona son inviolables y vinculan a todos los órganos del Estado».
Un mes más tarde, el 19 de octubre de 1976, el notario Piñar fundó Fuerza Nueva (FN) como partido político bajo el lema «Dios, Patria y Justicia», con el símbolo del yugo y las flechas en su escudo y el uniforme de la camisa azul falangista y la boina roja carlista para sus militantes, al más puro estilo del partido único Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Había que salvar a España lo antes posible, y, en su Declaración Programática del 15 de julio de 1976, el partido Fuerza Nueva se declaró fiel a «los ideales del 18 de Julio, es decir, a la doctrina religiosa, política, social y económica que dio origen al Alzamiento Nacional; al recuerdo y a la obra de Francisco Franco, y a la monarquía católica tradicional, social y representativa, instaurada por el Régimen que nació de la Cruzada».
El 6 de diciembre de 1976, la nueva ley fue votada en referéndum. Había que contestar sí o no a la pregunta: «¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?». Del censo electoral de 22 644 290 personas mayores de veintiún años, convocadas siguiendo la legislación franquista vigente, se abstuvieron 5 044 728 (el 22,28 por ciento) y acudieron a las urnas 17 599 562. De ellas, 16 599 562 lo hicieron a favor del sí (94,95 por ciento) y apenas 450 102 votaron en contra (el 2,57 por ciento). Un resultado aplastante a favor del cambio y un fracaso total de la extrema derecha. En vísperas, el 2 de diciembre, Piñar había declarado: «Votaremos No porque no queremos la sustitución del Estado Nacional, en el que España ha vivido en paz y progreso creciente, por el Estado liberal, origen de todas nuestras desgracias y antesala del comunismo».25
A los seis meses de la Ley de Reforma Política, en las primeras elecciones del 15 de junio de 1977 que abrirían el periodo constituyente, la extrema derecha se presentó bajo la denominación inequívoca de Alianza Nacional del 18 de Julio, una coalición compuesta por Fuerza Nueva, Círculos Doctrinales José Antonio, dirigidos por Diego Márquez Horrillo, y la Agrupación de Juventudes Tradicionalistas. No quisieron participar los otros pilares del «búnker». Falange Española de las JONS (FE-JONS), de Raimundo Fernández-Cuesta, dio libertad de voto a sus militantes, algunos de los cuales presentaron lista propia en cinco circunscripciones con el paupérrimo resultado de 25 017 sufragios; Comunión Tradicionalista ofreció un apoyo limitado y la Confederación Nacional de Combatientes (CNC), por boca de su presidente Girón de Velasco, prefería que sus apoyos fueran para Fraga y no para Piñar. Eran tiempos de confusión, y Girón escribió en la portada de El Alcázar del 28 de marzo de 1977 una carta en la que decía: «Los excombatientes elegirán libremente a quienes crean más idóneos para la función que les aguarda en servicio de la patria, sin que su presidente se incline por una u otra tendencia».26 El fracaso fue estruendoso. La Alianza Nacional obtuvo 76 336 votos en toda España, mientras en solitario, y pregonando «la revolución pendiente», Falange Española Auténtica (FEA) apenas alcanzó los 46 548.
Al mismo tiempo, a pesar de los resultados en las urnas, el partido de Piñar vivía un buen momento organizativo y estaba presente en todas las provincias españolas; llegó a tener más de cincuenta mil afiliados, de ideología falangista y tradicionalista en su mayoría. La revista Fuerza Nueva trataba de erosionar a los Gobiernos democráticos y arengar a las Fuerzas Armadas, al tiempo que se convertía en una herramienta clave para los nostálgicos del régimen franquista. En apenas dos años, aumentó su número de páginas, vendía 45 000 ejemplares y contaba con 13 000 suscriptores.
El proyecto de Constitución Española fue aprobado el 8 de diciembre de 1978 por un referéndum en el que, de nuevo con un «sí» o un «no», había que responder a la pregunta: «¿Aprueba el proyecto de Constitución?». Sobre un censo de 26 632 180 personas (se rebajó la edad para votar a los dieciocho años), participaron 17 873 271 (el 67,11 por ciento) y se abstuvieron 8 758 909 (32,89 por ciento). A favor contestaron 15 706 078 (88,54 por ciento) y 1 400 505 (7,89 por ciento) lo hicieron en contra, entre ellos la mayoría de los grupos de extrema izquierda. Y Fuerza Nueva, que llamó a votar en contra en la revista y en panfletos como este: «Fuerza Nueva votará NO a la CONSTITUCIÓN. Porque esta constitución es ATEA, ignora a DIOS, lesiona el DERECHO NATURAL, es INMORAL, reconoce el ABORTO, el DIVORCIO, es exagerada y costosamente autonomista en la teoría y SEPARATISTA de hecho. Configura una MONARQUÍA DECORATIVA y sin funciones, legaliza la LUCHA DE CLASES y el DESPIDO LIBRE, ataca la INDEPENDENCIA JUDICIAL respecto a la POLÍTICA».
Un «caudillo» en el Parlamento
Tras las elecciones generales del 1 de marzo de 1979, a las que se presentó con el eslogan «España en tus manos», Blas Piñar López regresó al palacio de las Cortes, esta vez como diputado electo de la coalición Unión Nacional, compuesta por FN, FE-JONS, los Círculos Doctrinales José Antonio, la Agrupación de Jóvenes Tradicionalistas, la Confederación Nacional de Combatientes y Comunión Tradicionalista. En suma, 378 964 votos, el 2,11 por ciento de los sufragios en toda España, y un diputado, sobre un total de 350, por la circunscripción de Madrid al obtener 110 730 votos, el 4,8 por ciento.27
Durante la primera legislatura, entre 1979 y 1982, mientras discurrían los años más violentos de la Transición española, el diputado Piñar sintió la soledad como nunca. Encuadrado en el grupo mixto, era vecino de algunos de esos nacionalistas que, según sus palabras, deseaban «convertir España en un almacén de retales».28
En toda la legislatura, apenas tuvo dos momentos estelares para lucir desde la tribuna sus dotes de orador y su visión política de España.
El 30 de marzo de 1979, en las plenarias de investidura de Adolfo Suárez como presidente, el jefe de FN tuvo su primera intervención parlamentaria, en la que, al responder a Suárez, argumentó: «Durante los cuatros años subsiguientes a la fecha de hoy habrá una política de centro, pero esa política de centro no es posible porque el centro no es una ideología ni una doctrina. El centro es sencillamente una postura, que en este caso, para ser de centro, precisa de una izquierda y de una derecha, y la verdad es que hoy esa derecha nominalmente no existe en esta Cámara, porque una de las tareas del Gobierno de la Unión de Centro Democrático ha sido precisamente auspiciar a la izquierda y destruir a la derecha, y al destruir a la derecha se ha quedado sin derecha, a no ser que el centro sea precisamente la derecha y bajo el término equívoco de UCD se encuentre la derecha efectiva y real».
Y, sobre España, afirmó: «Yo no entro ahora a juzgar filosóficamente un régimen político, pero os digo que España alcanzó niveles altos en el mundo económico. Se ha dicho repetidamente, incluso por personas no adictas al sistema anterior, que habíamos alcanzado la novena o la décima posición industrial en el mundo, y aún no hemos entrado en el Mercado Común. […] Yo tendría que preguntar, en nombre de la claridad y de la transparencia que debe ser propia de los hombres de bien, si cuando hablamos de nacionalidades
en la Constitución algunos están pensando en naciones soberanas e independientes, con su propio y personal destino totalmente distanciado y diferenciado del destino universal de España. Yo quisiera preguntarles si son españoles […] de ciudadanía y pasaporte, […] o si, por el contrario, sienten a España profundamente como algo genesíaco y vitalizante que llevan en su corazón y en sus venas».29
Casi dos años más tarde, el 19 de febrero de 1981, durante las sesiones de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como sucesor de Suárez en la presidencia, que serían interrumpidas por el asalto del 23-F, Blas Piñar afirmó desde la tribuna de oradores: «España ahora parece un manicomio en régimen de autogestión. Luchamos por Dios, por España y la Justicia. […] Existe un precepto superior: obedecer a Dios antes que a la Constitución, que es obra de hombres». Y añadió: «Dijo ayer el señor Calvo-Sotelo algo para mí moralmente muy grave: cuando afirmaba que la violencia ya no tiene ninguna justificación ni pretexto para que sea lícita; lo que, a sensu contrario, equivaldría a decir que ha habido momentos o hay ocasiones en que esa violencia ha tenido justificaciones y pretextos. Ahora bien, como puede ocurrir que en España existan grupos políticos que entiendan todavía, a pesar de la opinión del señor Calvo-Sotelo, que existen motivos que hacen lícita y justificable la violencia, está dando, indirectamente, el señor Calvo-Sotelo (por supuesto, sin quererlo, sin planteárselo así) argumentos a los grupos terroristas, y a la ETA especialmente, para que, entendiendo que hay causas que justifican la violencia, realmente practiquen el asesinato, el secuestro, también la tortura y, por supuesto, la extorsión con el impuesto revolucionario. Ha hablado con toda razón, por consiguiente, de la violencia. Mientras esta violencia exista, mientras la inseguridad ciudadana exista, hay que seguir proclamando no solo que hay que condenar la violencia, proceda de donde proceda, sino que la violencia no puede constituir jamás un instrumento para el quehacer político. Y por estas razones graves y porque, además, se ha omitido toda alusión a temas tan de actualidad y tan importantes y tan graves como es el tema del matrimonio y el divorcio, como es el tema de la autonomía universitaria, y porque no se ha abordado el tema de fondo, que es la revisión del texto constitucional, mi voto, señor Calvo-Sotelo, será negativo para su investidura».30
El canto del cisne ultra
El domingo 22 de noviembre de 1981, en la sexta conmemoración del 20-N tras la muerte de Franco, y la primera después del fallido golpe de Estado del 23-F, los oradores habían conseguido abarrotar la plaza de Oriente con ultras llegados desde toda España. La concentración y la capacidad de movilización demostrada resultaban impresionantes.
Abrió el acto Antonio González Sáez, que presentó a los intervinientes y afirmó: «Es preciso que el entusiasmo y la fe se traduzcan en una unidad de acción ante el futuro y en una unidad de acción ante las urnas».
El presidente de los excombatientes, José Antonio Girón de Velasco, propuso: «Hay que poner en marcha ahora mismo un movimiento político nacional capaz de devolver a España su unidad, libertad y grandeza».
Raimundo Fernández-Cuesta, líder de FE-JONS, advirtió: «Se impone un cambio político en España. Queremos una España entera, no sometida al terrorismo marxista».
José María Cordón, de Comunión Tradicionalista, señaló: «De nada servirán manifestaciones ni propagandas ni esfuerzos si la unión dura una hora en esta evocadora plaza de Oriente. La unión debe nacer en las provincias, de abajo arriba, y rematarse en la cúspide y consolidarse».
En su turno, el diputado Blas Piñar pidió directamente el voto y reclamó «un 20-N en las urnas, un 20-N masivo en la convocatoria electoral que se acerca, un 20-N volcado no a favor de los partidos de izquierda, de derecha o de centro, sino a favor de quienes, en la fidelidad y en la continuidad perfectiva, hemos asumido el pensamiento de la Tradición, la filosofía política de José Antonio y la obra económica y social de Franco; y tenemos, por añadidura, ánimo decidido, como hemos demostrado en tiempo difícil, de dar batalla, por dura que sea, con los medios modestos a nuestro alcance y rodeados por el silencio y la injuria, para que ese futuro que tanto os preocupa y nos preocupa, pero que está en nuestras manos, lo presida sin discusiones el lema que todos los aquí presentes llevamos muy dentro: Dios, Patria y Justicia. ¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba España! ¡Adelante España!».31
A pesar de sus deseos públicos, la unidad de la extrema derecha no se fraguó. Los miembros de la Unión Nacional se habían distanciado durante los últimos años de legislatura. FN terminó por presentarse en solitario a los comicios del 28 de octubre de 1982, el 28-O, y obtuvo menos apoyo que la coalición de 1979: apenas 108 746 votos en toda España, sobre un electorado de veintiséis millones de votantes y una participación histórica que rondaba el 80 por ciento. El descalabro fue de tal magnitud que provocó la desaparición política del «búnker». El partido del golpista Antonio Tejero, Solidaridad Nacional, recibió un total de 28 451 votos en toda España, de ellos apenas 8994 en la circunscripción de Madrid, donde Fuerza Nueva obtuvo 20 139 votos. Presentada en veintiséis circunscripciones, FE-JONS trató de retirarse de los comicios en el último momento, al no poder hacerlo a tiempo obtuvo 2528 votos. El Movimiento Falangista Español, 8976; el Movimiento Católico Español apenas 996.32
El acto de la plaza de Oriente había sido un esfuerzo inútil, el canto del cisne para unos «nostálgicos» cuyos máximos dirigentes, además, eran demasiado mayores para pasar de las palabras a los hechos. La Transición política (ese «pacto entre los católicos liberales y los agnósticos y ateos», en palabras de Piñar) daba sus últimos coletazos. En las elecciones del 28-O, el PSOE obtuvo la mayoría absoluta con más de diez millones de votos, sucumbió la UCD, y la Alianza Popular de Manuel Fraga, con 106 escaños y en una coalición, se convirtió en el partido líder de la oposición. Todo iba a cambiar de repente.
El 20-N de 1982, a las tres semanas de su fracaso electoral, y acuciado por las deudas, Blas Piñar disolvió su partido y renunció a la política activa. Su revista siguió publicándose de una manera más discreta, con menos páginas y quincenal, editada por un denominado Centro de Estudios Sociales, Políticos y Económicos creado al efecto.33 Muchos militantes consideraron a Blas Piñar como un traidor por dejarlos políticamente huérfanos. Otros, tras escindirse, habían fundado sus propias organizaciones: el Frente de la Juventud, en Madrid, y el Frente Nacional de la Juventud, en Barcelona. Atrás quedaban cuatro años de actividad política cargados de ruido y furia, donde las siglas de Fuerza Nueva aparecieron relacionadas con un reguero de sangre en una espiral de violencia desestabilizadora.
III
Los renglones torcidos de Fuerza Nueva
Como diputado de Unión Nacional, Piñar había probado las mieles y también los sinsabores del parlamentarismo democrático, y su moderación provocaba continuas escisiones en sus filas. Este proceso de desgajamiento culminó después del golpe del 23 de febrero de 1981. La decepción tras el juicio a los golpistas, el silencio de Piñar ante las condenas y el fracaso electoral de octubre del 82 desembocaron en la disolución política del partido madre de la extrema derecha española, convertido en asociación cultural a la espera de unos vientos mejores que jamás llegaron.
El sueño de convertirse en una fuerza parlamentaria se desvaneció, el «franquismo sociológico» no siguió sus pasos en forma de votos y la violencia ultra desencadenada durante los años más duros de la Transición hizo el resto. Mientras los dirigentes pertenecían a la burguesía acaudalada, la base estaba ocupada por personas de clase media. Existía, además, un problema generacional en las filas de FN. Su militancia estaba compuesta mayoritariamente por dos grupos de edad: una masa de excombatientes nostálgicos mayores de