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El proceso económico. México (1880-1930)
El proceso económico. México (1880-1930)
El proceso económico. México (1880-1930)
Libro electrónico93 páginas1 hora

El proceso económico. México (1880-1930)

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Un resumen de los principales aspectos económicos de finales del siglo XIX y principios del XX en México.
De la mano de la profesora e investigadora Sandra Kuntz Ficker se presenta una síntesis de los principales aspectos macroeconómicos y microeconómicos del período, así como los hitos que marcaron la modernización del país: sectores económicos, comercio, desarrollo científico y tecnológico, comunicaciones, transporte, etc.
La colección América Latina en la Historia Contemporánea es uno de los proyectos editoriales más importantes de las últimas décadas y una aportación original y novedosa a la historiografía sobre América Latina en la que han participado más de 400 historiadores de diversos países. Presenta una visión plural y accesible de la historia contemporánea de las naciones latinoamericanas -incluyendo aquellas otras, europeas o americanas, que más han aportado a su materialización- y revela las claves políticas, sociales, económicas y culturales que han determinado su trayectoria y el lugar en el mundo que hoy ocupan.
Distinciones:

Premio de la revista La Aventura de la Historia a la mejor iniciativa editorial
IdiomaEspañol
EditorialTAURUS
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
ISBN9788430610181
El proceso económico. México (1880-1930)
Autor

Sandra Kuntz Ficker

Sandra Kuntz Ficker es profesora-investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y su campo de especialización es la historia económica. Es autora, entre otros títulos, de El comercio exterior de México en la era del capitalismo liberal, 1870-1929 (2007) y Las exportaciones mexicanas durante la primera globalización, 1870-1929 (2010), y coordinadora de la Historia económica general de México. De la colonia a nuestros días (2010).

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    El proceso económico. México (1880-1930) - Sandra Kuntz Ficker

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    www.megustaleerebooks.com

    Índice

    Portadilla

    Índice

    América Latina en la Historia Contemporánea

    El proceso económico

    Los años ochenta

    Transición al crecimiento económico moderno (1890-1912)

    Crisis económica e institucional (1912-1917)

    Los años veinte

    Bibliografía recomendada

    Sobre la autora

    Creditos

    AMÉRICA LATINA

    EN LA HISTORIA

    CONTEMPORÁNEA

    Idea original y dirección

    Pablo Jiménez Burillo

    Comité editorial

    Manuel Chust Calero, Pablo Jiménez Burillo, Carlos Malamud Rikles, Carlos Martínez-Shaw, Pedro Pérez Herrero

    Consejo asesor

    Jordi Canal Morell, Carlos Contreras Carranza, Antonio Costa Pinto, Joaquín Fermandois Huerta, Jorge Gelman, Nuno Gonçalo Monteiro, Alicia Hernández Chávez, Eduardo Posada Carbó, Inés Quintero, Lilia Moritz Schwarcz

    Coordinador

    Javier J. Bravo García

    Director de la historia

    contemporánea de México

    Alicia Hernández Chávez

    Autora

    Sandra Kuntz Ficker

    El proceso económico

    Sandra Kuntz Ficker

    Hacia 1880 la economía mexicana empezó a salir del prolongado letargo en el que se había sumido desde la guerra de independencia hasta la década de 1870. Durante ese periodo la economía experimentó etapas de crisis aguda, como en la década de 1810, y otras de recuperación, como parece haber ocurrido en parte de las décadas de 1830 y 1840, cuyo saldo final fue muy modesto: al comenzar la década de 1870 apenas se había alcanzado el nivel de producción minera característico de la fase colonial tardía, y los otros indicadores disponibles —aunque poco fiables—, como los del PIB y el comercio exterior, habían aumentado en tan breve medida entre 1820 y 1870, que sugieren una recuperación muy lenta o altibajos dentro de un margen de variación muy restringido. En suma, es probable que se vivieran largos periodos de estancamiento con episodios de crisis y otros de recuperación moderada.

    Desde la década de 1870, la mayor estabilidad política, el avance de los cambios institucionales y el aumento en la presencia estatal propiciaron cierta reactivación económica, que, si bien por lo general se concentró en las actividades tradicionales, se vio fortalecida por la conclusión del ferrocarril de Veracruz en 1873 y por la derrama de algunas inversiones de empresas mineras estadounidenses en el norte de México a fines de ese decenio. En el noreste, desde los años de la Guerra de Secesión en Estados Unidos la actividad comercial y el intercambio fronterizo habían generado grandes fortunas que luego se invirtieron en la adquisición de tierras y hatos ganaderos, en la minería y en el establecimiento de industrias, de donde emergerían algunos de los grupos empresariales más exitosos en la historia del país. En el altiplano central, aquellas condiciones estimularon la producción fabril de textiles y tabaco, que se desenvolvía junto a una extendida actividad artesanal en estos y otros rubros, como la fabricación de calzado y artículos de piel, la molienda de trigo, etcétera. Al mismo tiempo, el aumento de la demanda externa de productos primarios derivado del crecimiento de las economías avanzadas incentivó las exportaciones que por el momento podía proveer la economía mexicana: las de plata, por supuesto, que en buena medida servían para equilibrar una balanza comercial deficitaria, y las de algunos artículos agropecuarios y forestales, como vainilla, pieles y cueros, maderas preciosas, tintes naturales y henequén, cuyo cultivo empezaba a extenderse en la península de Yucatán.

    Estos signos de revitalización no anunciaban, sin embargo, cambios relevantes en el nivel, la estructura o la localización de la actividad económica. La inmensa mayoría de la población habitaba en el medio rural y se dedicaba a la agricultura, y una parte considerable se encontraba vinculada por lazos tradicionales a las comunidades y los pueblos, o atada por coacciones extraeconómicas a las haciendas. Con frecuencia, estas unidades productivas se relacionaban sólo esporádicamente con la economía de mercado, aunque ello variaba de acuerdo con las características de cada región, el estado de las comunicaciones y el tipo de productos que se cultivaba. Así, por ejemplo, las haciendas cerealeras del Bajío, las azucareras del estado de Morelos o las pulqueras de Hidalgo, que abastecían de alimentos al importante mercado de la capital, poseían una vinculación mucho más intensa y permanente con el mercado que las haciendas y ranchos de los estados del norte o que las comunidades del sur. Estas últimas, no obstante, mantenían circuitos de comercio indígena en pequeña escala que alcanzaban desde los estados de Oaxaca y Chiapas hasta Guatemala. En cualquier caso, los bajos salarios y el hecho de que una parte de ellos se pagara en especie restringían la capacidad de compra de la población rural, es decir, la profundidad del mercado. Por su parte, la falta de medios de transporte estrechaba sus dimensiones y alcance geográfico, y mantenía el territorio nacional en un estado de severa fragmentación, y a muchas zonas dentro de él, en condiciones de completo aislamiento.

    La recuperación económica se aceleró a partir de la década de 1880, en virtud del ingreso de la inversión extranjera en gran escala, del inicio de la construcción ferroviaria y de la progresiva inserción de México en la economía mundial a través de un modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones, que estuvo vigente hasta la Gran Depresión de 1929. Un conjunto de factores externos hizo posible este curso de eventos. Entre ellos cabe mencionar la reducción en los costos del transporte marítimo, el crecimiento económico de las grandes potencias y el predominio del patrón oro, fenómenos que propiciaron una mayor integración de los mercados externos y potenciaron la demanda internacional de alimentos y materias primas, abriendo una ventana de oportunidad que varios países latinoamericanos —entre ellos México— supieron aprovechar. En el

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