Perón y la raza argentina: Los médicos nazis y el plan para replicar los experimentos de manipulación genét
Por Marcelo García
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¿Cómo llegaron algunos de los científicos más siniestros de la Alemania nazi a la Argentina y por qué encontraron aquí refugio y complicidad? ¿Qué condiciones convirtieron a este país en el lugar indicado para continuar las pruebas que estos personajes habían iniciado en Europa? ¿Con qué métodos cruentos buscaban los médicos del III Reich eliminar las discapacidades físicas y mentales y "curar" la homosexualidad? ¿Qué papel jugó en este aberrante proyecto el Dr. Ramón Carrillo, ministro de Salud de los dos primeros gobiernos justicialistas?
Hombres de ciencia, políticos, diplomáticos y militares argentinos buscaron, desde principios del siglo XX, detentar el control sobre la reproducción de "grupos humanos sanos", un plan que aspiraba al "mejoramiento del hombre" atacando al "asocial" y al "degenerado" para gestar una "raza argentina". Durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón esos planes fueron reflotados, a fin de replicar el modelo nazi de manipulación genética y así conducir al país a su presunto destino de liderazgo total sobre Sudamérica.
Producto de un nuevo y exhaustivo trabajo del investigador histórico Marcelo García, Perón y la raza argentina devela los detalles más asombrosos de este relato. Desfilan por él personajes ineludibles como Josef Mengele y Carl Peter Vaernet -entre otros que, al igual que ellos, ingresaron clandestinamente a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial- y el doctor Carrillo, quien llevó adelante un plan sanitario nacional alimentado por el oscuro propósito de dar vida a una generación de "perfectos" adeptos al régimen.
La idea de un superhombre encarnado en el Líder, la formación del Soldado Ideal, la eugenesia y experimentos diseñados para crear la vida eterna. Esta es la historia de aquella apuesta demencial, increíble pero absolutamente real.
Marcelo García
Marcelo García nació en Buenos Aires en 1970. Desde hace años escribe artículos periodísticos en sitios web como Coches20. Actualmente se desempeña como redactor periodístico en el portal Diario26. Volcado a la investigación histórica, dirige y edita HistoriasLadoB.blogspot.com.ar, donde revisa -cuestiona, confirma o corrige- la historia oficial. Participó de los documentales Josef Mengele. Hunting a nazi criminal (Emmanuel Amara; 2017) y Populismo en América Latina(Emmanuel Amara, Olga de Orellana y Javier García Mata; 2018). Es autor de La agente nazi Eva Perón y el tesoro de Hitler (Sudamericana, 2017). Este es su segundo libro.
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Perón y la raza argentina - Marcelo García
A mi esposa y a mis hijas.
A mis padres.
Hecha la selección no acaecerá lo de hoy, que […] los oficiales con mando de tropa, ya conocedores de su gente, se han dado cuenta de que tienen bajo sus órdenes a varios anormales: si no locos de atar o de encerrar, raros
como suelen calificarlos.¹
DR. RAMÓN CARRILLO
Porque los imperialismos se pudren por dentro. Vea el estado de Inglaterra —que ha sido un imperio poderoso—, que acaba de hacer una ley para que el homosexualismo sea una cosa legal, siempre que se practique en privado… ¡Pero si eso mismo pasaba en Roma y pasaba en Grecia en la época de la descomposición! ¡Son los signos de la decadencia!.²
JUAN DOMINGO PERÓN
¹ Ciclo de tres clases sobre la guerra psicológica pronunciadas por el Dr. Ramón Carrillo, ministro de Salud Pública de los gobiernos peronistas entre 1946 y 1954, ante jefes y oficiales de la Escuela de Altos Estudios Militares. Buenos Aires, 1950.
² Enrique Pavón Pereyra, Perón tal como es. Buenos Aires, Macacha Güemes, 1973.
INTRODUCCIÓN
Los grandes cambios que enfrentaron diferentes movimientos científicos, políticos, culturales, económicos y sociales a fines del siglo XIX y luego marcaron el pulso del mundo occidental en los años por venir llevaron a las clases dominantes de entonces a advertir no solo el riesgo al que exponían su —hasta entonces intocable— hegemonía, sino también a hacerles creer que debían implementarse medidas que aseguraran el mejoramiento de la raza y el control sobre la reproducción de determinados grupos humanos que, según ellos, eran un peligroso caldo de cultivo de imperfecciones cuya herencia indeseada habría que impedir y exterminar.
El surgimiento de naciones apuntaladas en la especialización científica, técnica e industrial (tal el caso del Imperio alemán de Otto von Bismarck)³ y el afianzamiento de Estados fuertes que favorecieron el avance de la esfera pública sobre lo privado y lo individual (la Italia fascista de Benito Mussolini y la Alemania nazi de Adolf Hitler fueron representativas de ese estricto control social) llevaron a la idea de un trabajo mancomunado y a la total unidad de acción entre el mundo de la política, la ciencia y el ámbito militar.
También fueron de la partida organismos, instituciones privadas y representantes de grandes intereses económicos internacionales cuya finalidad era una y solo una: tener un control absoluto sobre la sociedad. Para quienes pretendían ser líderes y dominadores del mundo era necesaria gente útil y dócil, pero, por sobre todo, sana
y normal
. Irían tras la salud del cuerpo, la limpieza del espíritu y la pureza racial.
Así las cosas, la teoría darwiniana sobre la evolución de las especies dio el puntapié inicial a un ambicioso proyecto surgido en la Inglaterra del siglo XIX que, instaurado de arriba hacia abajo y muchas veces confundido con campañas sanitarias, leyes de profilaxis y moderna legislación para la asistencia social, presagiaba la idea oculta de un plan que con los años tendría alcance global.
De hecho, era común y corriente que muchos pensaran que había que dejar de lado a aquellos cuya vida no merecía ser vivida
. La postura hizo que enfermos incurables, pacientes con discapacidad física y mental, ancianos seniles, e incluso homosexuales y personas consideradas como peligrosas
por cuestiones políticas y por su modo de pensar, encabezaran la larga lista de inservibles
a quienes habría que neutralizar o directamente eliminar. Eran los inútiles
, asociales
y degenerados
que conspiraban contra la sanidad. Las elites dominantes se debatieron entonces entre dos posturas sobre la eugenesia (una disciplina mediante la cual se procuraba mejorar los rasgos hereditarios humanos implementando las más diversas formas de manipulación y métodos selectivos de las personas, muy ligada al darwinismo social) que posiblemente buscaban objetivos similares, aunque para conseguirlos tomaran caminos muy distintos e imposibles de conciliar. De un lado la eugenesia positiva, que proponía la creación de un ambiente propicio como mejor camino hacia el bienestar, y del otro la eugenesia negativa, que promovía el aislamiento, la castración, el cautiverio y —en muchos casos— la eliminación física de los defectuosos
que atentaban contra el porvenir de la raza y el fortalecimiento de la nacionalidad.
Con ese marco, en muchos lugares del mundo llegaron a lo más alto del poder quienes estaban dispuestos a dar impulso a sus propósitos de dominación mediante la investigación médica y la experimentación científica, pero también a través de curiosas teorías raciales y políticas sanitarias que no solo fueron aceptadas, sino también muy bienvenidas por la inmensa mayoría de esa misma sociedad a la que se pretendía controlar y dominar.
El caso de la Alemania nazi fue emblemático. Con la llegada del nacionalsocialismo al gobierno, respetados hombres de ciencia y médicos prestigiosos se convirtieron en las caras no tan visibles de un sistema de exclusión y exterminio del raro
, el diferente
y el anormal
, que escondió sus verdaderas intenciones bajo la cubierta de un inasible bien común cuyo real objetivo era, sin embargo, el control del poder absoluto y total. Pero esos médicos (muchos con grado de mando en la estructura criminal de las SS de Heinrich Himmler durante los años de apogeo del III Reich) fueron nada menos que el fiel reflejo y la lógica consecuencia de un pensamiento colectivo que había calado hondo desde mucho tiempo antes del nombramiento de Adolf Hitler como canciller alemán.
Hablamos de la manipulación genética disimulada bajo las formas científicas de la eugenesia, la idea utópica de la pureza racial por la aplicación sistemática y organizada de la eutanasia, los experimentos en busca de la fórmula para la vida eterna, y luego la búsqueda ciertamente delirante de la cura
a la homosexualidad.
Entre los más destacados de ese aparato médico-criminal alemán estuvieron los doctores Josef Mengele y Carl Peter Vaernet. Pero no fueron los únicos. Junto a otros, han sido fuente de inspiración para médicos, pensadores, políticos, militares, funcionarios de migraciones y diplomáticos argentinos lanzados contra los degenerados
, que buscaron realizar un trabajo mancomunado en pos de la pureza racial y se convencieron de que muchos de los métodos sanitarios
implementados en la Alemania nazi eran —cuanto menos— dignos de exportar o de imitar. Tal vez fuera, para muchos, otra extraña manera de concretar el viejo anhelo racista de principios de siglo XX, de reemplazar a las poblaciones originarias por inmigración blanca-europea
y dar paso a una utópica raza argentina
.
Mengele y Vaernet ingresaron clandestinamente a la Argentina peronista, aunque la lista no se limitó a ellos. También incluyó a nazis como Walther Rauff, Gerhard Bohne, Hans Friedrich Hefelmann, Hans Reiter, Heinrich Bunke y Aribert Heim, entre otros involucrados en las mortíferas operaciones de la Aktion T4, una secreta y extendida red de exterminio criminal que había regado de sangre y muerte a la Alemania nazi del III Reich.
Cuando las fuerzas de ocupación de los Aliados en Europa miraron hacia otro lado permitiéndoles escapar, esos cuestionables agentes de la salud salvaron su pellejo. Pero mientras en casi todo el mundo de posguerra caían en desuso los viejos experimentos eugenésicos, muchos teóricos influenciados por oscuras prácticas de manipulación genética y medicina racial ocuparían altos cargos políticos y gubernamentales una vez más en la Argentina.
Vale preguntarse entonces: ¿cuál fue el caldo de cultivo? ¿Qué sucedió previamente para que llegaran al país? ¿Quiénes los ayudaron a eludir la persecución de tribunales internacionales y cazadores de nazis? ¿Querían emular las prácticas eugenésicas de la Alemania de Hitler? Luego, otros interrogantes, tal vez más inquietantes. ¿Qué papel jugó el Dr. Ramón Carrillo, ministro de Salud de los dos primeros gobiernos justicialistas, en la llegada de muchos de estos médicos a la Argentina? ¿Qué unía al eugenista del régimen de Perón con esos criminales y sus mentores de la era previa al nazismo y su manera de entender la sanidad
? ¿Contrató a alguno de ellos? ¿Cuál era el plan? ¿Qué tan involucrado estaba el presidente argentino? Y por último, ¿cuáles fueron las consecuencias para los protagonistas de esta historia que pudo haber cambiado el destino de la Argentina?
Encontraremos las respuestas recorriendo el camino que pretendió llevar al nacimiento de una nueva raza argentina
, inspirada en viejas políticas, investigaciones y teorías raciales de la Europa de principios del siglo XX, pero también basada en manipulación genética y medicina de los nazis tras el quimérico objetivo de dar vida a un rebaño de peronistas perfectos que engrandecieran al superhombre
argentino, encarnado en la figura del líder justicialista, Juan Domingo Perón.
MARCELO GARCÍA
³ El Imperio alemán (en alemán: Deutsches Reich, llamado por algunos historiadores alemanes Kaiserlich Deutsches Reich o simplemente Kaiserreich) fue la forma de Estado que existió en Alemania desde su unificación y la proclamación de Guillermo I como emperador, el 18 de enero de 1871, hasta 1918, cuando se convirtió en una república después de la derrota en la Primera Guerra Mundial y la abdicación de Guillermo II (9 de noviembre de 1918). El término de Deutsches Reich se mantuvo como nombre oficial de Alemania durante la República de Weimar y la mayor parte del período nazi hasta 1943, cuando fue cambiado a Großdeutsches Reich (Gran Imperio alemán).
Capítulo 1
Contra el asocial
y el degenerado
Un país blanco y europeo
Tal como sucedía en otras partes del mundo, a fines del siglo XIX y en los albores del XX, también en la Argentina había quienes iban tras la quimera de la purificación racial en beneficio exclusivo de un ideal de nacionalidad.
Cuando en el país aún resonaba el estruendo por los festejos del Centenario ya surgían corrientes de pensamiento y se publicaban artículos sobre la relación entre conceptos tan sensibles como la nación y la raza.
Fue José Ingenieros (1877-1925), médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofo, escritor y docente ítalo-argentino, quien entre 1910 y 1915 expuso por primera vez en sus escritos la necesidad de ir —con prisa y sin pausa— hacia un destino blanco-europeo
para el mejor porvenir de esa misma Argentina que estaba en pleno proceso de formación.
También fueron parte de ese nutrido grupo de hombres de ciencia, enfocados al mejoramiento
de la raza, José Ramos Mejía (1849-1914), médico, escritor y político, fundador del Círculo Médico Argentino, luego devenido gran especialista en enfermedades mentales y el tratamiento sobre la neurosis; Francisco de Veyga (1866-1942), médico militar con grado de teniente coronel del Ejército Argentino, discípulo de Ramos Mejía, que centró sus trabajos de investigación sobre los asociales
en la Sala de Observación de Alienados, y Eusebio Gómez (1883-1954), un criminalista que sostenía que durante el desarrollo de un proceso penal debían tenerse en cuenta los factores sociales y económicos que terminaban incidiendo en la comisión de delitos de los reos.
A su tiempo, todos coincidieron con la escuela positivista italiana de Cesare Lombroso quien, a partir del método experimental inductivo que empleaba en hospitales, afirmaba que el delincuente que cometía delitos graves tenía taras genéticas y determinadas características físicas que lo hacían fácil de identificar. Según él, podía ser reconocido por una gran protuberancia en la frente, pómulos salientes, ojos con forma achinada
(por mezclarse con cabecitas negras
o aborígenes) y deformaciones en el cráneo.
Estas teorías (comparables con las que los nazis catalogaban
a judíos y gitanos, entre otros) sostenían que el criminal nacía con notables diferencias respecto del sujeto normal
y era distinto por causas genéticas y hereditarias, unas afirmaciones que fueron el anticipo de las distorsiones jurídicas de la Italia fascista.⁴
En 1899, un decreto policial habilitó a Ingenieros y a De Veyga a experimentar sobre la base de la teoría de la degeneración
de Lombroso con personas llevadas al Depósito de contraventores, una oscura dependencia —que funcionaba en la intersección de las calles 24 de Noviembre y Victoria (actualmente, Hipólito Yrigoyen)— donde eran encerrados los acusados, muchos de ellos sospechados de ser vagabundos, locos, psicóticos, enfermos incurables, alcohólicos, delincuentes comunes y homosexuales. Los detenidos eran separados y clasificados según el extraño catálogo de características físicas arbitrariamente confeccionado y que se apoyaba en estudios antropométricos, mediciones de cráneos, clasificación de su contextura física, comparación de rostros, averiguaciones sobre su origen, etcétera, con la idea de demostrar y sostener caprichosas teorías sobre la naturaleza anormal
de los presos. Hasta entonces, en las redadas no caían los raros
de la alta sociedad, sino solo personajes de los bajos fondos, inmigrantes y provincianos llegados a la Capital Federal.
De Veyga parecía deleitarse ante la perspectiva de analizar a aquellos que pervertían la sociedad normal
. Así, llegó a expresar: ¡Qué muestrario maravilloso de degenerados hereditarios y desadaptados sociales! ¡Qué espectro multicolor de todos los matices de la locura y el delito! ¡Qué tesoro psicológico de todas las anomalías y todas las perversiones!
.⁵
La tendencia se marcó durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando la influyente oligarquía encontró las excusas perfectas que derivaron en políticas, disposiciones y leyes cuyos principales objetivos fueron limpiar
y sanear
al conjunto de la sociedad, profundizando las medidas tendientes a proteger la raza argentina
y hacer fuerte al verdadero y productivo ser nacional. Para los teóricos de esta corriente de pensamiento, la pureza racial del país no estaba ligada a sus raíces ancestrales —como sucedía en Alemania con la raza aria
—, sino en el futuro, mediante el reemplazo de las poblaciones originarias por inmigración blanca-europea y la completa eliminación de asociales, inútiles y enfermos incurables
.
A partir de 1905 la persecución a los degenerados
también copó las filas del Ejército argentino y luego permitió detectar centenares de homosexuales entre 1910 y 1920 que, según se sospechaba, mantenían relaciones con instructores militares alemanes venidos desde Europa para formarlos, y con camaradas que habían conocido durante sus viajes de intercambio entre la Argentina y Alemania con anterioridad.⁶
De los oficiales germanos con mayor influencia sobre los cadetes del Colegio Militar y la Escuela Superior de Guerra, uno de los más destacados fue Kuno von Moltke, a quien se le había descubierto en Alemania una relación homosexual con el príncipe Philipp zu Eulenburg.⁷ Von Moltke era un gran referente para la camada de 1911, entre quienes estaba un joven aspirante llamado Juan Domingo Perón.
A partir de ese momento, el problema al que se enfrentaron los profesionales de la salud devenidos en colaboradores de las Fuerzas Armadas fue que la homosexualidad no solo se daba entre las clases bajas, los lúmpenes y los marginales, sino también entre los respetados muchachos de la alta sociedad.
A la idea de corregir las muchas imperfecciones
que afectaban la sanidad y el porvenir de la nación José Ingenieros ya la planteó en su obra Sociología argentina en 1913, y muy en especial en el capítulo titulado La formación de una raza argentina
, cuando habló sobre la superioridad natural del país
sobre sus vecinos dadas cuatro cuestiones que permitían alentar un futuro promisorio para la formación definitiva de la nacionalidad. Estas eran: la extensión territorial, los tipos de clima, las riquezas naturales y la pureza racial. Según Ingenieros, la consolidación de ese espíritu nacionalista estaba estrechamente ligada al componente étnico poblacional y así llegó a afirmar que los países en donde indios y negros fueran mayoría se encontraban ante una alarmante situación de inferioridad.
Con ese marco también sostenía que para que la Argentina se elevara sobre el resto de las naciones de Sudamérica e impusiera su tutoría moral, política, económica, e incluso militar, debían tomarse medidas que derivaran en la completa sustitución de las razas aborígenes por individuos blancos llegados de Europa.
Asimismo, Ingenieros afirmaba que la ubicación geográfica y, sobre todo, el clima templado de la Argentina, eran el mejor escenario para llevar exitosamente adelante el proceso de adaptación de las razas blancas extranjeras y —en consiguiente— el reemplazo de las originarias. Puso como ejemplo a Bolivia y México, ambos países de clima tropical, en donde, aseveraba, la raza blanca no podía llegar a adaptarse y mucho menos dominar. Por esto, su teoría indicaba que las zonas tropicales de Sudamérica donde las comunidades indígenas habían alcanzado un mayor grado de civilización fueron los mismos lugares en donde la conquista española encontró mayores dificultades para asentarse; mientras que en las zonas de clima templado (Uruguay, sur de Brasil, Chile y toda la Argentina) el dominio sobre las poblaciones originales resultó menos trabajoso debido al escaso desarrollo de civilización de esos pueblos. De este modo Ingenieros sentó base firme para una nueva línea de pensamiento que pregonaba que no todos los habitantes del territorio argentino eran parte integrante de la sociedad nacional. La raza argentina
sería el resultado de la unidad de civilización
, que no era otra cosa más que una capa homogénea desde lo social y lo cultural. Tal como sostuvo María Beatriz Schiffino en "José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en