Populismo pardo: El auge de la extrema derecha en Alemania
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Pilar Requena del Río es reportera internacional y de investigación de RTVE, ha trabajado como corresponsal en Berlín y como reportera del programa En portada. Actualmente, es directora del programa Documentos TV.
Pilar Requena del Río
Pilar Requena es reportera internacional y de investigación de TVE. En la actualidad es directora del programa Documentos TV. Nacida en Valencia, es licenciada en Ciencias de la Información y, desde 1987, forma parte de la plantilla de RTVE. Fue corresponsal en Berlín y reportera del programa En Portada. Ha sido profesora de Relaciones Internacionales en varias universidades madrileñas, conferenciante y ponente, así como colaboradora del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Es autora de diversos libros, entre ellos Afganistán, La potencia reticente y Angela Merkel, la canciller eterna.
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Populismo pardo - Pilar Requena del Río
Índice
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1. LA HORA CERO DE LA NUEVA ALEMANIA
Once meses de locura
El microsegundo que lo cambió todo
Las primeras elecciones de la Alemania unificada
La privatización de la antigua RDA
CAPÍTULO 2. LOS PRIMEROS AÑOS DEL ESTE POSTREUNIFICACIÓN
El desencuentro
Un pasado sin revisar
El aumento de la violencia parda
Los cachorros del nazismo en el este
El ‘basta ya’ de la sociedad
El exneonazi y el expolicía de la RDA
CAPÍTULO 3. EL PARAGUAS POLÍTICO DE LA VIOLENCIA PARDA
El NPD y los intentos de ilegalizarlo
Deutsche Volksunion (DVU)
La Derecha (Die Rechte)
Die Republikaner (REP)
La crisis de principios de siglo
CAPÍTULO 4, EL SURGIMIENTO DE LA AFD
El nacimiento de Alternativa para Alemania
Pegida, Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente
La crisis de los refugiados
La Afd se radicaliza
El terror pardo
CAPÍTULO 5. LA EXTREMA DERECHA Y LA PANDEMIA
AfD y la crisis del Covid
Los Reichsbürger y su ‘golpe de Estado’
Höcke y la nueva derecha
Alice Weidel, la líder polarizadora y camaleónica
El encuentro de Potsdam y la ‘remigración’
CAPÍTULO 6. LOS MUROS DE CONTENCIÓN SE TAMBALEAN
El final del tripartito
La conversión del populismo pardo en extrema derecha
La crisis no resuelta
El caldo de cultivo
Tabúes rotos
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
Hitos
Cover
Página de título
Página de copyright
Dedicatoria
Prólogo
Epílogo
Agradecimientos
Bibliografía
Notas finales
Índice de contenido
Pilar Requena del Río
Populismo pardo
El auge de la extrema derecha en Alemania
Colección Investigación y Debate
Diseño de cubierta: Pablo Nanclares
© Pilar Requena del Río, 2025
© Los libros de la Catarata, 2025
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
Populismo pardo.
El auge de la extrema derecha en Alemania
isbne: 978-84-1067-312-0
ISBN: 978-84-1067-272-7
Depósito legal: M-6.891-2025
thema: JPFQ/1DFG
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
Sin libertad, la vida retrocede
.
Bertolt Brecht
Ningún avance es tan difícil como volver a la razón
.
Bertolt Brecht
Todo me había ocurrido, ya nada podía sucederme. Nada sino la vida, para devorarla con avidez
.
Jorge Semprún
A todas las víctimas del odio
y de la sinrazón de cualquier color.
A mi hija Luna.
Prólogo
Mi relación con Alemania empezó en la niñez. Desde los cuatro años, y hasta mi ingreso en la universidad, estudié en el Colegio Alemán de Valencia. Así que mi formación fue bilingüe y bicultural. El nazismo, la extrema derecha, el racismo y el holocausto fueron, desde muy pronto, temas que no me eran ajenos porque se trataban a través de debates, análisis, lecturas, películas o series como Holocausto, etc. A los 18 años, visité por primera vez, junto a mis compañeros y compañeras del colegio, un campo de concentración, el de Dachau, cerca de Múnich. Salimos llorando, horrorizados, algunos nos tiramos al césped sin poder ni hablar, vacíos en el alma después de lo que habíamos visto. Creíamos que lo sabíamos todo de los campos de concentración y exterminio y, en cierto modo, así era, pero no fue lo mismo verlo en uno de los sitios donde ocurrió lo que nunca debió pasar y donde, viendo objetos de los supervivientes y de los que fueron asesinados, el terror se hacía más real.
Quizás lo que más me impresionó, porque hasta entonces no había visto fotos ni lo conocía con detalle, fueron los crueles y terribles experimentos médicos que sufrían los presos de los campos nazis. En Dachau, a partir de 1941, los médicos de las SS realizaron experimentos de hipotermia, altitud y agua de mar para la Luftwaffe. E infectaron a presos con parásitos de la malaria y con bacterias para probar medicamentos. Cientos de personas murieron en esas pruebas. Creo que la visita a un campo de concentración no solo debería ser aconsejable sino obligatoria para los estudiantes de instituto de toda Alemania, como ya lo es en dos estados federados.
He estado después en muchos más campos nazis, Buchenwald, Sachsenhausen, Mauthausen o Auschwitz, pero la primera visita quedó grabada en mi alma y en mi corazón para siempre. Por eso, cuando se cumplen 80 años de la liberación de Auschwitz por el ejército rojo, es muy triste y terrible estar escribiendo un libro sobre el extremismo de derecha y la violencia parda en Alemania, aunque hoy día no sea el único lugar en nuestro continente donde esto ocurre. Es como si la historia se repitiese y no hubiésemos aprendido las lecciones del pasado, a pesar de que todo está documentado. Además, en estas décadas, hemos sido y somos testigos de masacres, genocidios, crímenes de guerra y contra la humanidad y de violaciones de los derechos humanos por doquier. La intolerancia y el racismo campan, por desgracia, a sus anchas en muchas partes del mundo.
Nunca he olvidado uno de esos reportajes que te parten el alma pero que, a la vez, te reconcilian con la humanidad. Fue para Informe Semanal. Siendo corresponsal en Berlín, leí en un diario alemán que un grupo de jóvenes del país hacía su servicio social voluntario en Cracovia, la ciudad polaca a poco más de 50 kilómetros de Auschwitz, cuidando y acompañando en el final de sus días a supervivientes del campo de exterminio. Allí estaban los nietos de los que habían hecho vivir un infierno a aquellos ancianos y ancianas que, en muchos casos, habían perdido a toda su familia en las cámaras de gas y en los campos de concentración. Habían sobrevivido, pero vivían en una gran soledad en su última etapa, cuando los recuerdos del horror retornan más vivos que nunca tras una vida en la que miraron hacia adelante y formaron sus familias. Sus maridos o mujeres habían muerto y sus hijos habían volado y dejado el nido vacío.
Sus viejitos, como los llamaban cariñosamente los jóvenes alemanes, hablaban de ellos como de sus nietos. Decían que eran una nueva generación, que no era la de sus verdugos. Para los jóvenes, terminaban siendo sus abuelos y abuelas. Uno de aquellos jóvenes me confesó que había estudiado el holocausto en el colegio y que siempre lo vio con cierta distancia porque le parecía tan terrible que no sabía cómo asimilarlo. Un día, cuando ayudaba a quitarse el jersey a su viejito, vio tatuado en su brazo el número de Auschwitz y el mundo se le vino encima. En ese momento, me dijo, todo adquirió sentido y me puse a llorar, y él me consoló diciendo que yo no era culpable de nada. Hicimos ese reportaje, si no recuerdo mal, después de un documental sobre los cachorros del nazismo, sobre la violencia neonazi que aumentaba en Alemania, en especial en el Este¹.
En todos estos años he conocido a muchos supervivientes o familiares de víctimas del holocausto, pero también de otros conflictos, del odio y de la intolerancia, del racismo y del totalitarismo de cualquier color. Todos me han dado lecciones de vida, sobre todo por su resiliencia y su capacidad de seguir adelante, de seguir creyendo en el ser humano y de perdonar. Algunos judíos supervivientes incluso volvieron a Alemania; al que era, me repetían, su país, y así demostrar, además, que Hitler no había ganado. Es duro ver que ahora vuelve a haber neonazis y políticos coqueteando con el capítulo más oscuro de la historia alemana.
En 2010, estuve con el escritor y político español Jorge Semprún, superviviente de Buchenwald, en la que fue su última visita al campo en el que pasó y sobrevivió varios años. Viendo allí, ya muy mayores, a algunos de los supervivientes, se te helaba la sangre pensando en lo que les habían hecho pasar en aquel lugar. Un par de meses más tarde, estuve horas conversando con Semprún, en París, donde residía. Escucharle hablar de su vida de novela, del dolor y de la esperanza, pero, sobre todo, como él decía, de certidumbres rotas pero ilusiones preservadas, es uno de esos regalos que te hace la profesión. Nada garantiza que eso no se reproduzca, el pueblo alemán, la nación alemana, era una nación culta, civilizada, en la cumbre del progreso material con grandes tradiciones de ilustración y de pensamiento liberal y, sin embargo, en su mayoría cayó en esa voluntad totalitaria del nazismo y si no la aprobó masivamente, la toleró
, me advirtió.
En un mundo cada día más polarizado, esas ideas hacen mella en la sociedad de las redes sociales, de las noticias falsas y de la desinformación, que se siente abandonada por los partidos tradicionales, quienes parecen más pendientes de mantenerse en el poder a toda costa o de llegar a él. En medio de las crisis, los ciudadanos se sienten perdidos, con sus miedos, frente a una realidad que, a veces, les supera y no entienden. Acaban viéndose como perdedores, como ciudadanos de segunda clase o comparsas de los fuertes, de los poderosos, de los ganadores. Y terminan votando a los extremos que, con mensajes directos y torticeros, ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos, aunque sean inviables y poco realistas.
Me gustaría que este libro fuese una advertencia ante todas esas fuerzas del mal de cualquier signo o color que han empezado a germinar en nuestras sociedades y pueden acabar en el totalitarismo y que, en los países europeos, han aumentado en los últimos años, llegando a nuestros Parlamentos e incluso a algunos Gobiernos. En Alemania, siempre resulta más preocupante todo signo de extrema derecha por la carga histórica que representan el nazismo y el holocausto.
Esa emergencia y crecimiento de la extrema derecha tiene un punto de inflexión tras la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana. Primero fue la violencia de los jóvenes neonazis del Este, azuzados, eso sí, por ultraderechistas del Oeste que vieron allí el caldo de cultivo para aumentar sus seguidores. Nadie pensaba entonces que un día la extrema derecha política pudiera ser significativa en las urnas, pero ha terminado entrando en los Parlamentos regionales y en el federal. Ahora, 35 años después de la caída del muro y de la reunificación, se han convertido en la segunda fuerza más votada en las elecciones generales del 23 de febrero de 2025 y en una amenaza para la convivencia y la paz. Se ha roto un tabú en Alemania y Alternativa para Alemania (AfD) ha terminado siendo socialmente aceptable, a pesar de sus tonos pardos, racistas e intolerantes, y con miembros claramente neonazis en sus filas.
Capítulo 1
La hora cero de la nueva Alemania
En julio de 1990 llegué a Bonn, la entonces capital alemana, para sustituir durante sus vacaciones al corresponsal de TVE en Alemania. Cuando apenas habían pasado un par de días, me tocó cubrir uno de esos momentos que pasan a la historia. Se trataba de la comparecencia del canciller Helmut Kohl, en Bonn, para anunciar que el camino hacia la reunificación estaba expedito. En lo que algunos llamaron el milagro del Cáucaso, el 16 de julio, Kohl había cerrado, en su reunión con el líder de la URSS, Mijail Gorbachov, los últimos flecos exteriores para que se convirtiese en realidad lo que los alemanes del Este habían venido clamando desde la caída del Muro de Berlín. Su grito Wir sind das Volk
(somos el pueblo) de las protestas contra el régimen comunista había sido sustituido por el de Wir sind ein Volk
(somos un pueblo), pidiendo la reunificación. Helmut Kohl era consciente de que había que actuar con rapidez porque Gorbachov podría no durar mucho al frente de la URSS. Los acontecimientos se sucedieron a un ritmo vertiginoso.
Once meses de locura
No llegaron a pasar once meses desde la noche de locura del 9 de noviembre de 1989, la de la caída del Muro, por sorpresa, por un malentendido, hasta el 3 de octubre de 1990, cuando quedó sellada la reunificación alemana. Tuve que ver desde la distancia, por televisión, la mágica noche del 9 de noviembre. Habría dado lo que fuera por vivirlo en vivo y en directo; desde que tengo uso de razón era una de las cosas que más deseaba, la desaparición de aquella pared de hormigón que dividía una ciudad, un país, y que era el símbolo de la división de Europa y del mundo en dos bloques. Pero tendría que esperar unos cuantos meses para disfrutar del Berlín sin muro y buscar en cada uno de sus rincones y de sus esquinas la historia, porque la capital alemana representa como ninguna otra la historia de Europa, sobre todo del siglo pasado, en lo bueno y en lo peor.
Tras la rueda de prensa de Kohl, decidí que Berlín era el lugar en el que había que estar para ver y palpar cómo vivían y sentían los alemanes de uno y otro lado los pasos de gigante que su país, más dado a la organización y al orden y a la lenta y concienzuda toma de decisiones, estaba dando a una velocidad desconocida.
El 18 de marzo de 1990, se habían celebrado las primeras —y también las últimas— elecciones democráticas en la República Democrática Alemana. Ganó el partido hermano de los conservadores (CDU) de Lothar de Maizière, el primer —y último— primer ministro elegido democráticamente de la exRDA. Gobernó en coalición con los socialdemócratas (SPD) y los liberales (FDP). Lothar de Maizière es primo de Thomas de Maizière, quien sería persona de confianza y ministro con Angela Merkel. La familia estuvo separada por el Muro. En esos comicios pudo verse ya un voto que algunos creyeron que solo sería temporal, pero que al final acabó siendo típico del Este
, el voto al PDS, el partido heredero del partido comunista germanooriental.
En realidad, fue un gobierno efímero al que le tocó firmar el acta de defunción de la RDA, previo paso por la entrada en vigor de la unión económica, monetaria y social del 1 de julio de 1990. Los alemanes del Este habían dejado claro que si el potente Deutsche Mark de la RFA no iba hacia ellos, ellos irían hacia él; es decir, emigrarían al oeste. La decisión política sobre el cambio a aplicar tuvo graves consecuencias económicas. Muchos consideran que fue la clave de