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Mathew "La Bestia" McGregor fue uno de los luchadores más temidos del circuito profesional de artes marciales mixtas. Con una carrera marcada por la brutalidad y la técnica, llegó a ser finalista mundial antes de que una serie de lesiones cerebrales lo obligaran a retirarse. Años después, ya sin gloria ni propósito, se embarca en una búsqueda desesperada por el mundo: encontrar un discípulo digno de su legado, alguien a quien entrenar para volver a la cima, esta vez como mentor. Recorre gimnasios clandestinos, circuitos ilegales y rincones oscuros de Europa, América y Asia... sin éxito.
Pero todo cambia en una noche insólita en Tokio.
En un bar de mala muerte, Mathew presencia una pelea tan feroz como inesperada: una joven alemana se enfrenta sin miedo a dos miembros de la temida mafia Yakuza. La chica no solo sobrevive. Los destruye. Con la precisión de una veterana y la furia de alguien que ha sobrevivido al abandono, Hanna Marie Klein Braun irrumpe en la vida de McGregor como un huracán indomable. Y en esa escena brutal, nace un vínculo imposible de evitar: maestro y discípula.
"Pelea como una chica" es mucho más que una novela de acción. Es el viaje de dos almas rotas que se encuentran en medio del caos. Ella, una exsoldado rebelde, huérfana de afecto y con un talento natural para la pelea. Él, un ícono caído, atrapado entre la culpa y la necesidad de redención. Juntos se enfrentan no solo al dolor físico, sino también a sus propias sombras, heridas del pasado, y a un mundo que no está listo para ver a una mujer dominar el octágono.
Desde los barrios rojos de Tokio hasta los gimnasios de Irlanda, esta historia recorre paisajes urbanos, combates clandestinos y emociones contenidas que estallan golpe a golpe. La narrativa, ágil y cinematográfica, alterna las voces de McGregor y Hanna para mostrarnos dos perspectivas del mismo combate: el que se libra afuera... y el que se libra por dentro.
Inspirada en la estética del manga, el código samurái y la intensidad de la UFC, esta novela mezcla honor, dolor, técnica, sangre y corazón. Es un grito contra los prejuicios, una oda al poder femenino y una exploración cruda del precio de la disciplina y la gloria.
¿Puede un hombre derrotado entrenar a una campeona? ¿Puede una chica sin futuro convertirse en leyenda? ¿Hasta dónde llegarías por alguien que cree en ti cuando nadie más lo hace?
En un mundo donde las reglas se escriben a golpes, Hanna no busca aprobación. Busca respeto.
Y lo conseguirá… peleando como una chica.
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Pelea como una chica - AtomiK
Pelea como una chica
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ATOMIK
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Pelea como una chica © 2023 ATOMIK
Diseño de cubierta y maquetación: ATOMIK
Ilustraciones de portada: freepik.es, desygner.com
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Pelea como una chica
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ATOMIK
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Mathew McGregor, un destacado exluchador profesional de la Liga Mundial de Artes Marciales Mixtas, llegó a ser finalista por el título mundial en el apogeo de su carrera. Sin embargo, debido a los años dentro del octágono y la cantidad de contusiones cerebrales que sufrió como resultado de su actividad, optó por retirarse y dedicarse a ser entrenador, instructor y maestro en la prestigiosa Liga MMX. Así que el hombre pasó meses viajando por todo el mundo en busca de un pupilo al que pudiera entrenar y llevar de regreso a la Liga Mundial, pero esta vez en el papel de entrenador.
Después de gastar parte de sus ahorros explorando peleas clandestinas y gimnasios en Europa, Estados Unidos y América Latina sin encontrar el tipo de luchador que buscaba, decidió viajar al país del sol naciente, Japón, impulsado por su amor por la serie Dragon Ball. Esperaba encontrar a un aprendiz que fuera diferente. Sin embargo, con el ánimo abatido tras una búsqueda infructuosa, en su última noche en Tokio, decidió ir a un bar a beber y allí presenció una pelea en la que la joven alemana, Hanna Marie Klein Braun, daba una paliza a dos hombres que la habían acosado, generándose en ese momento un inesperado vínculo deportivo para ambos.
Pelea como una chica
es una novela narrada desde la perspectiva del maestro y exluchador de artes marciales mixtas, La Bestia
McGregor. Él relata cómo su vida cambió, cómo su visión del mundo y del deporte se transformaron al conocer a Hanna. Luego, la historia se traslada a la mente de la luchadora, narrando su experiencia desde la perspectiva de la discípula, respetando la tradición Sensei-Seito
de la cultura japonesa. Esta novela es una lectura entretenida, especialmente adecuada para los seguidores de competencias como la MMA, la UFC o los deportes de lucha en general.
Además, en un relato ágil y entretenido, Uppercut
refuerza la búsqueda de la superación personal, la mejora continua y la idea de convertirse en la mejor versión de uno mismo en lugar de simplemente copiar a alguien más. La novela combina una gran determinación con un mensaje de disciplina, pero a su vez, resalta la importancia de disfrutar la vida y las cosas sencillas, todo esto en el contexto de una competencia intensa.
EN LOS OJOS DE MATHEW McGREGOR
La Bestia McGregor
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Sol Naciente
La puesta de sol es algo que he visto desde que era niño. Observar cómo esa gigante masa de fuego incandescente se desvanece tras el horizonte, dejando solo la inmensidad del mar a la vista, es realmente magnífico. Y cuando, tras el ocaso, una noche estrellada emerge en un cielo puro y sin nubes, el momento se vuelve mágico. Es una imagen hermosa, pero nadie me había preparado para imaginar lo que significaba ver salir el sol en la costa de la mítica Japón. Había visto esto solo en el cine, pero experimentarlo en persona es capaz de conmover profundamente tu espíritu. Era asombroso disfrutar de esto por primera vez desde mi llegada al país del sol naciente.
Tokio no era lugar para sentimentalismos, pero, al fin y al cabo, uno es humano, y lo que pasa por el alma no se limita al trabajo que uno realiza. Con treinta años a cuestas, me encontraba en busca de un discípulo al cual poder entrenar, alguien que pudiera continuar un legado que se vio truncado por una maldita lesión. Pasé tanto tiempo entrenando, sometido a intensas y disciplinadas rutinas, luchando una y otra vez en busca de la cima. La vida de un luchador no es glamorosa, especialmente si peleas en las artes marciales mixtas y dependes de ello para vivir. Di lo mejor de mí, pero los golpes en mi cabeza decían lo contrario, y me obligaron a retirarme. Mi cerebro estaba al borde del colapso, y a diferencia de muchos de mis colegas, preferí detenerme y dedicarme a entrenar.
Encontrar un pupilo no es tarea fácil; hay mucha materia prima, pero es raro encontrar a alguien que realmente destaque del resto. Por eso, me aventuré al lejano oriente en busca de algo distinto, un luchador privilegiado con una mentalidad tan estoica como la mía. Sabía que volver al circuito profesional dependía de tomar una buena decisión. Después de días de búsqueda y gracias a mis contactos, me di cuenta de que los resultados no eran los que esperaba. ¡Vaya! Buscar talento y, posteriormente, entrenarlo para ganar es más complicado que ser el propio peleador, y ahora me estaba dando cuenta de eso.
Mi vida en los octágonos comenzó a los catorce años, y mi característica principal era la agresividad. Pero no una agresividad bruta, tosca y torpe, la mía era completamente estratégica e intensa, generando un concierto de golpes precisos, con manos, codos, rodillas, pies, entre otros, que llevaban a mis oponentes hacia el rincón, dejándolos listos para el golpe de gracia. Ahí es donde entra en escena mi perfecto Uppercut, un golpe ascendente lanzado desde abajo hacia arriba, tan poderoso que solía hacer que mis contrincantes despegaran del suelo como cohetes después de un castigo bestial. El público enloquecía y coreaba mi nombre: ¡McGregor! Era algo hermoso, pero sabía que, en este mundo, nos volvemos tan desechables que parecemos olvidados al día siguiente de retirarnos. Siempre hay nuevos luchadores dispuestos a darlo todo en el espectáculo, y eso afecta el ego de cualquiera, haciéndonos sentir como actores secundarios en una mala película, donde parece que no importa quién pelea, ya que siempre habrá un reemplazo.
Malditos Goku y Vegeta, los personajes de Dragon Ball que desde que era prácticamente un bebé, me hicieron soñar con ser un guerrero perfecto que constantemente aumenta su poder. Pero en mi última pelea, la realidad me golpeó; quedó claro que no soy un saiyajin como ellos, sino simplemente un humano con múltiples contusiones cerebrales.
¡Tantas horas perdidas en tierras niponas! Cuatro entrevistas y cinco peleas como observador buscando un buen aprendiz, y nada. Cada vez volvía con las manos vacías. Había recorrido tres continentes y aunque reconocía que había visto a buenos peleadores, me preguntaba si encontraría lo que realmente buscaba. Quizás mis altas expectativas me cegaban ante la realidad, y mi autoexigencia me llevaba a buscar un estándar que tal vez ni existía. Sin embargo, no se trataba de eso. La verdad era que los virtuosos eran pocos y, como a los Jedis, había que buscarlos con paciencia y minuciosidad. Mi primer maestro siempre me decía que el impaciente no persiste, y ahora veía que tenía razón.
El hombre que me entrenó era increíblemente sabio. Siempre buscaba impartir enseñanzas no solo en el ámbito de la lucha, sino también en la vida de una manera muy peculiar. Solía repetirme: Mathew McGregor, ser bueno en algo es tan ambiguo como el valor del dinero, ya que depende de la realidad personal y el entorno circundante. Si te encuentras en una población donde el 99% de sus habitantes viven con un dólar al día, ganar cinco dólares en un día te haría parecer rico ante ellos. Pero, con tan solo caminar una cuadra y enfrentarte a un entorno diferente, te verías más pobre que tus vecinos en ese mundo. Esto significa que, si eres el mejor luchador en tu centro de entrenamiento, no eres genial, sino simplemente medianamente mediocre, si todos los demás son mediocres.
Mi maestro insistía en el poder de la disciplina, en el constante entrenamiento y en la búsqueda de superación, sin creerse el cuento de ser el mejor. A Ruffus Dole, mi maestro, le encantaba Dragon Ball tanto como a mí, y siempre buscaba ejemplos del manga para impartir lecciones. Era tan fanático que en una ocasión estuvo a punto de golpear a un alumno que confundió a Naruto con Gohan, lo cual ofendió al instructor a tal punto que estuvo al borde de los golpes.
Pero, volviendo a mi situación actual, yo no soy mi exmaestro Ruffus Dole, ni como instructor ni como luchador. Hoy en día, soy alguien que busca un lugar en la élite como entrenador, y para lograrlo, necesito encontrar un aprendiz adecuado. Llevo cinco meses, cuatro días y tres horas en esta búsqueda, y la frustración se ha ido acumulando de manera abrumadora.
Ahora, si me preguntan qué demonios estoy haciendo en Tokio, bueno, después de recorrer Europa y Sudamérica sin éxito, debo decir que encontré buenos luchadores, pero no pude hallar a alguien con habilidades verdaderamente excepcionales. Decidí, impulsado por mi amor por la cultura japonesa, venir a probar suerte en busca de luchadores en los lugares de apuestas clandestinas. Aquí, el pago es bastante generoso por arriesgar el pellejo en luchas de entretenimiento, ya que la valoración de un guerrero es monumental. Precisamente por eso, muchos luchadores de todo el mundo que se quedaron fuera de la legalidad vienen hasta aquí en busca de fortuna y créanme que la consiguen.
El gran problema es que Japón resulta caro y mis ahorros se están esfumando con cada paso y bocanada de aire que doy. Así que mi aventura está llegando a su fin, y no puedo evitar pensar que me quedaré con las manos vacías o que tal vez deba optar por aquel luchador que vi al comienzo de mi viaje. Con menos opciones, decidí ser más cauto y poner fin a mi travesía, regresando a Dublín para cuidar mi dinero y dejar de lado la búsqueda de alguien excepcional. Fue como un aterrizaje de emergencia en la realidad; no siempre se gana, a menudo se pierde.
Así que, sin llorar ni lamentarme, me encaminé hacia un bar en la zona de Shimokitazawa, dispuesto a gastar un día completo de estancia bebiendo y pasándola bien. Llegué al bar Good Heavens, un lugar con ambientación británica, pedí unas fish and chips
y un litro de cerveza, solo para empezar. La temporada de lluvias, conocida como tsuyu
, había terminado recientemente, lo que es común en el mes de junio, por lo que el calor podía llegar a los 30 grados con un alto nivel de humedad. Por eso, la cerveza se volvía vital para alguien que no estaba acostumbrado a ese tipo de calor.
Mientras el pequeño local se llenaba de gente, yo seguía bebiendo sin prestar demasiada atención a lo que sucedía a mi alrededor. Con mi teléfono celular en mano, buscaba el pasaje de vuelta más económico, sin importar la cantidad de escalas que involucrara. Lo importante era ahorrar, aunque el regreso durara varios días.
Sé que puede no sonar muy lindo que un irlandés, acostumbrado a una temperatura de 18 grados en esa fecha, se sintiera cómodo bebiendo en un bar donde parecían amar a los ingleses, pero la bebida es más fuerte, corrijo, la cerveza es más fuerte. Además, es mejor estar entre enemigos conocidos que enfrentar enemigos desconocidos. Mi abuelo era de Belfast y me habría sacado de la familia, sin herencia ni apellido, solo por estar allí. Pueden decir que eso era una tontería, ya que el apellido McGregor es escocés, pero mi abuelo tenía su propia opinión. Él afirmaba que habían robado nuestro apellido y que su origen estaba en Belfast, y nadie podía cambiar su opinión al respecto. Pero esa es otra historia. Lo importante es que, por fin, estaba bebiendo y mirando a chicas guapas de distintas partes del mundo. Aunque no cambiaría a las japonesas, ya que las encontraba inmensamente hermosas y seductoras. No obstante, no estaba de viaje de placer como solía hacer cuando era un luchador profesional. En esos tiempos, vivía de fiesta en fiesta, y tal vez por eso perdí la final por el título mundial.
Otra pequeña falacia, ya que perdí la final del título mundial después de que, a escondidas, los agentes de mi rival depositaron tres millones de dólares. ¿Qué más podía hacer? Era joven y pensaba que tendría tiempo para disputar más finales mundiales. Me dejé ganar en el tercer asalto, simulando un nocaut que realmente merecía un premio Oscar. No me malinterpreten, sé que es antideportivo, pero si no lo hubiera hecho, no habría tenido un centavo para vivir después de mi última conmoción cerebral. Así que no me arrepiento, aunque éticamente pueda cuestionarse el dejarse ganar por dinero.
Poco a poco, el local se fue llenando, y la verdad es que el ruido de la gente comenzó a molestarme. Aunque no lo crean, después de recibir cientos de golpes en la zona auditiva, uno desarrolla cierta poca tolerancia a ciertos tipos de ruido. Así que me puse mis audífonos mientras seguía buscando un vuelo y comencé a escuchar Elevation
de mis compatriotas, U2. Me olvidé de que había más gente en el bar. De hecho, una guapa japonesa de unos veinticuatro años se sentó junto a mí, pero yo estaba absorto en mi pantalla y mi música, así que no le presté atención. Ella llegó a tocarme la pierna para captar mi atención, pero no era buena idea en ese momento, ya que yo vivía mi romance con una cerveza. Así que se aburrió y se marchó, mientras el bar seguía recibiendo más y más gente.
Justo cuando estaba terminando mi segunda cerveza y escuchaba Linger
de la banda The Cranberries, que, entre nosotros, me hacía llorar cada vez que la oía, recordando a mi mítico amor platónico: la vocalista del grupo, Dolores O'Riordan. Esto me causaba una tristeza inmensa. Cuando ella falleció en 2018, bebí durante dos semanas sin parar, al igual que muchos compatriotas, marcando un duelo difícil de explicar debido al profundo dolor que todos sentíamos.
Pero volviendo, justo cuando estaba terminando la canción, un joven borracho me empujó sin querer, haciéndome caer uno de los auriculares. Como si fuera obra de magia, mi sexto sentido me hizo girar la cabeza unos centímetros, y vi cómo un vaso de cerveza volaba frente a mis ojos, estrellándose contra la pared.