Manifiesto (Hablo Por Mi Diferencia)
Manifiesto (Hablo Por Mi Diferencia)
parados y quebrando las caderas en todas las esquinas fleteras del mundo. Empezamos
a creer en dios pero lemos el manifiesto y empezamos a creer en sus manos y en
su vida. El delirio lleg cuando Chile haba muerto y Lemebel colocaba sus tacos sobre el
cuerpo despedazado de Pinochet y abri los burdeles del infierno sobre la tierra que lo ha
visto sufrir.
Y no es por m
Yo estoy viejo
Y su utopa es para las generaciones futuras
Hay tantos nios que van a nacer
Con una alta rota
Y yo quiero que vuelen compaero
Que su revolucin
Les d un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
NOTA: Este texto fue ledo como intervencin en un acto poltico de la izquierda en
septiembre de 1986, en Santiago de Chile.
Falta gente, faltan amigos, faltan mis desaparecidos, que torpemente casi dejo afuera de
esta lista.
El reloj sigue girando hacia un florido y clido futuro. No alcanc a escribir todo lo que
quisiera haber escrito, pero se imaginarn, lectores mos, qu cosas faltaron, qu escupos,
qu besos, qu canciones no pude cantar. El maldito cncer me rob la voz (aunque
tampoco era tan afinado que digamos).
Los beso a todos, a quienes compartieron conmigo en alguna turbia noche.
Nos vemos, donde sea.
Pedro Lemebel.
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.......... Ah est garabateada en el muro de su noche, con sombrero de punto, tacos y cartera
roja; sola y hambrienta teje su telaraa azul lado a lado de esta calle de notaras y oficinas, a
cinco cuadras de mi barrio. Oscura y delicada saca un cigarrillo; la vieja no fuma, por eso no lo
prende, espera la figura del joven, que desde el fondo de la calle avanza al ritmo elstico de las
zapatillas, lo piensa mientras se acerca, olfatea el aire rodo de la noche buscando ese olor
fresco, con los ojos semicerrados por el deleite y el alquitrn de sus pestaas, se pasa la
lengua por el descolorido bigote y suea y pasa borrosa por su entelado cerebro la historia
imprecisa de sus quince aos. Es la vieja, la madonna con enaguas de franela esperando a los
corceles que vengan a comer de su mano; guachito venga les susurra, ya pues mijito les grita,
oye cabro cmo tens el pajarito. As vocifera la nonagenaria, bien sujeta en las piernas
enclenques; venga un ratito mijo, est muy vieja seora, aqu detrasito escndase conmigo,
est muy oscuro seora, sintese aqu mijo lindo a verse la suerte con esta pobre vieja, aqu en
esta escalera helada y squese la pichulita, no le tenga miedo a esta anciana leprosa, a este
ngel azul, la dulce compaa de los liceanos vrgenes, que llegan solitarios a ofrecerme la fina
piel de su sexo; aqu est la abuela milagrosa, que acaricia con su garra de seda el plpito de
la sangre en los prepucios, la vieja de guardia, niera impdica lamiendo los penes infantiles, la
gallina que empolla quinceaeros, que los arrastra a su cueva de sbanas con mentholatum,
hasta la fauce de su tero desdentado; bsame repite acezando, bsame por favor, mi
muchacho, mi nio hermoso, que veo alejarse por las membranas rotas de mis cuencas, de mis
ojos que te persiguen mientras cruzas la calle, que se rebalsan de agua ligosa y la enorme
lgrima la despierta y por un momento mueve la boca sin sonido, baja el escaln, guachito no
se vaya, mijito venga, taconea unos acrobticos pasos y lo pierde en la carrera alrgica del
muchacho al doblar la esquina. Entonces vuelve cansada a su peldao y mira con ojos de agua
turbia, tratando de buscar el sol en su tremenda noche. Es la misma seora que riega
cardenales en el piso de enfrente, slo diez metros de aire separan mi ventana de la suya.
Durante el da, enmarcada en el alfeizar, teje y espera paciente que el sol se ponga de luto, va
hilando los ltimos destellos que enreda en su cabeza blanca para verse ms hermosa.
Escucho oculto en la sombra el "Para Elisa" de su caja de msica, me llega distorsionado por
los aos el timbre de su voz luntica, puedo ver, con los ojos cerrados, el espejo y su cara
blanca en la luna dorada de azogue; canta y re, se mancha la boca de crayn, se da vueltas
lentamente, entonces tengo miedo, miedo de abrir los ojos, miedo de asomarme a la
ventana,miedo que me mire, miedo que sus ojos de gallina enferma, rodando calle abajo,
alcancen al nio que huye en bicicleta, que desaparece en la perspectiva ruinosa del barrio,
porque tuvo asco y al mismo tiempo deseos de subir la escalera de enfrente, de ver de cerca el
ojo sumergido que le guiaba la vieja, quiere ir lejos sobre los pedales porque lleg a tocar la
manilla de bronce y se introdujo en la pieza fresca de aspidistras y cortinas de hilo, subi hace
un rato la escalera, sucumbiendo al deseo del ojo desvelado llamndolo desde el balconcito,
ella le mostr la pierna, bajndose la media de lana entre los cardenales, hizo revolotear sus
manos incoloras en el aire indicndole que cruzara; y ya es muy tarde para que el jugoso
muchacho se arrepienta, porque descubri en el bao su pelaje genital, entonces el balconcito
es un desafo, y el ojo de la vieja, que cuelga en mitad de la noche, lo hace perder la cabeza; y
va y viene, entrando y saliendo de la ventana -Qu le pasa que no se sienta?- Es la edad del
pavo mujer, no te fijas que peg el estirn de pronto-. Poca ms y se nos casa, poco ms un
poquito ms le pide la vieja y l acepta y se baja los pantalones y le dice toma vieja, cmetelo,
mmatelo, as sin dientes, boquita de guagua, mamita, sigue no ms, vieja de mierda, as
suavecito, ms rpido, cuidado que viene, viene un ro espeso a inundarte la pieza, una
corriente de cloro que me baja del cerebro, borrndome la imagen del espejo, donde la vieja
ternera hunde su cabeza entre mis piernas y se aprovecha de ese momento para besarme,
clava su lengua con rabia en mi boca y en el paladar me deja, por muchos aos, el gusto rancio
del pasado.
..... Al paso de los aos, se fue juntando el tiempo que dej la calle desierta; neblinosa, como
una pelcula sin argumento, y calendarios gastados por la obsesin del mancebo, el otoo y
sus tacos pisando hojas, aguas nubosas y veredas calientes, retumbando en mis odos su
taconeo suelto en el baile de la amanecida. El barrio se hizo viejo y ella observ con sus
redomas de suero la sucesin de todas las generaciones; de la abuela muerta al padre
anciano, tambin muerto, al nieto adulto padre de otros nios, tambin crecidos al ritmo lgubre
de los aos, el fatigoso descenso de los atades por las escaleras, tan estrechas, que deban
bajar con sogas desde las ventanas, los llantos a medianoche, el gangoso ronquido de los
viejos, en fin todos los ocasos fueron presididos desde su ventana; desde aquel tiempo hasta
aqu, hablando con temor ahora, porque estoy hablando de m, rodeado de cruces, en este
silln frente a la ventana, abandonado de todo lo que fui, solamente me da nimo saber que
pronto escuchar su caminar por la calle, porque as regresa todava; la veo claramente azul
rengueando la madrugada, con un resabio a semen en la boca, borrosmente azul cruza el
prtico del edificio y se hunde en el hueco de la escalera, adivino su olor a trapos sucios, la veo
abrir cansada la puerta y sentarse en la banqueta tapizada de felpa, la diviso demente
mecindose en la medialuna del espejo, sacndose el sombrero de punto, batiendo el cabello
cano y transparente, como una medusa loca, estacionaria en su vicio. An ahora, que hace
mucho el balcn permanenece cerrado, a los geranios lacres se los fue comiendo el polvo, una
tarde fue la ltima vez que se escuch su taconeo imparejo camino a la esquina, su pollera de
herbario se cerr para siempre en un secreto, mucho hace que su sombra de lagarto no se
enrosca en el pilar de la esquina; hace mucho del ltimo recuerdo...
..... Solamente yo tuve conciencia de la resurreccin de su cara en mi espejo, el dorado espejo
de azogue que rescat de los despojos cuando la vieja fue sacada slida y putrefacta, tres
meses despus de su muerte.
Por qu portador?
Cmo es eso?
Barroca?
Y donde conduce?
Se abre?
Y qu hay en el jardn?
Pjaros y florcitas
- Y tambin corazones.
Partidos?
- Bueno un poquito, alguna trizadura por aqu, otra por ac, pero sin flechas.
Eso del angelito cupido es cuento htero, en vez de flechas, jeringas.
Huy qu heavy!
En qu ests pensando?
- Yo no pienso, soy una mueca parlante. Como esas Barbys que dicen I love
you.
Hablas ingls?
Cmo es eso?
Y a t?
- Casi nada, hay muchas cosas por las que vivir. El mismo SIDA es una razn
para vivir. Yo tengo Sida y eso es una razn para amar la vida. La gente
sana no tiene por qu amar la vida, y cada minuto se les escapa como una
caera rota.
Tengo miedo torero
Pedro Lemebel
Al entrar, escuch la aguja del pic-up chirriando sorda al final del disco, y
ms all, tirado como un largo riel sobre los almohadones, Carlos roncaba
profundamente por los fuertes ventoleros de su boca abierta. Una de sus
CAUPOLICAN
(o la virilidad empalada del alma araucana)
Despelucada por la historia, la leyenda del toqui pareciera confundirse en el ramaje difuso de
una Biblia patria, de una bitcora testimonial donde impuso su verdad el puo del alfabeto
castizo. Entonces, relatar un nombre o desterrar a un personaje autenticado a medias, relatado
a la distancia por la crnica oportunista del lego espaol, supone articular esa distancia y
relativizar las versiones que han hecho de su existencia un mito, una fugaz presencia entre el
humo, los alaridos y la espesa vegetacin donde se di la Guerra de Arauco. Supone quizs,
dudar de las estampas literarias que slo lo autentican por su valenta y arrojo "cabalgando de
capa roja en el potro blanco de Pedro de Valdivia, con la ropa interior del conquistador en la
punta de la lanza, aseguraba que l le haba dado muerte" al centauro de lata y por eso las
prendas ntimas de Peyuco eran su botn con olor a pata, peo, poto y verijas del extranjero;
relata Encina, sugiriendo algo ms que la relacin de conquistador a conquistado. Tal vez,
reiterando el cuento de dioses blancos vestidos de sedas, cueros y metales que deslumbraron
al rotoso pueblo araucano.
Es difcil hacer una crnica de este personaje sin contaminarse de la imprecisa narrativa que
corre sobre Caupolicn, la suma de supuestos, imposibles de verificar, o la vocera popular del
chisme donde se reconstruyen cientos de caupolicanes que orillan la caricatura, el drama o el
chiste. Y en ltimo caso, el sospechosos argumento que cuenta Ercilla, el autor de "La
Araucana", el Poema de Chile, que metaforiza empalagosamente la bravura y el ingenio viril del
pueblo mapuche. Pero el lrico Alonso solo estuvo de paso por estos peladeros, tiempo
insuficiente para bordar su admirado tapz pico en que se fundamentaban casi todas las
versiones oficiales que historizan la derrota de un pueblo arrasado por la conquista. Y pareciera
que esta potica reconstruccin de la masacre fuera el mejor argumento europeo para mirar
literariamente la historia. Pareciera que la historia que se ensea en los colegios acentuara el
hilado esttico que suaviza los hechos y ponderara como en un cmic didctico, "la gallarda, y
la masculinidad tan recia y reacia del alma araucana" (Ercilla).
Actualmente, es difcil imaginar al toqui guerrero sin estropear su nublado perfil con las
alabanzas de los cronistas de la Conquista que redoblan su propio narciso al ponderar
mariconamente la hombra mapuche. Segn Encina: "La sicologa reciamente varonil, movi al
araucano a admirar a los soldados espaoles que sobresalan por su intrepidez y empuje". Con
estas citas se podr escribir una versin gay de la Historia de Chile, digo gay porque me refiero
a esa homosexualidad que se da entre machos: el gallito, ese juego tan popular que traviste en
ejrcicio de fuerza la excusa para cogerse las manos (E. Muoz). Pero este baile del guapo a
guapo, tangueando la conquista y que nos ensearon en el colegio, escribe solamente un
tratado hombruno de la historia, un espejo de machos obcecados rivalizando un territorio,
peleando la administracin del mapa americano. Un territorio como una cancha de ftbol o
chueca donde la mujer mapuche slo aparece mencionada en saqueos y violaciones o en la
cruza mestiza del urgimiento boludo del fauno espaol.
Quizs resulta complejo adentrarse documentadamente en el triste relato de Caupolicn,
alabado por los laureles maruchos de Ercilla, y por lo mismo, castigado por la caricatura del
empalamiento que lo atraviesa enculado por la pica del coo en la violencia del tormento que
todos conocemos. Tal vez, es irnico pensar que por este castigo los vientos orales lo
recuperan y lo transforman en una versin de San Sebastin chileno sodomizado por
terquedad. "Estn tan emperrados con este mal indio de Caupolicn, que otro da envi a
decirme que, aunque fuese con tres indios, me haba de matar; y aun desafindome en forma
como si fuera hombre de gran punto". (Carta al rey por Garca Hurtado de Mendoza). Tal vez,
cualquier suplicio, comn en esos das, no hubiera bastado para trasladar la epopeya del toqui
hasta nuestro tiempo. Y tuvo que ser el empalamiento, el cuento morboso que lo traslada
humillado en lo ms ntimo. En lo ms resguardado del macho, la gruta anal donde sinti hondo
la pica rajndole el orto, la entraa y la intestina. Sin exclamar ni un ay, sin decir agua va, sin
mover un msculo, el valiente indio soport el suplicio. Se dice, se cree. Y pareciera que de
este calvario sin llanto, se valen los cronistas y frailes copuchentos, para ensalzar la caradura
del indio... o mejor dicho, su rajadura.
Puede ser peligroso componer una estampa del hroe de Millarahue, el generalsimo
Caupolicn, luego de tanta leyenda sobre una minora tnica que no le dio entrevistas a la
historia. Y que con respecto al gran toqui, su popular y conocido retrato, la escultura que est
en el cerro Santa Lucia, fue una copia de un souvenir vendido en Pars y que en ese entonces
representaba al ltimo mohicano. As, si no existe una versin mapuche de su propia historia, y
solo la oralidad de su lengua lo guarda y encapulla con el celo de su atvico secreto, desde
dnde extraer su autora? Desde qu memoria se podra reafirmar o desmitificar la crcel
extrema sobre la virilidad semental que acua el escrito castellano? Desde qu retazo,
mestizado por cierto, habra que nombrarlo hoy? Quizs para esto, deba acudir a mi propia
biografa colihue o colipn y actualizar la memoria desde mis juegos erticos con hijos de
panaderos en la lejana adolescencia de mi india poblacin. Es posible que desde esas
relaciones ntimas y secretas que tuve con mi pueblo y que permanecieron calladas y
clausuradas en su mutismo ancestral. Pero ese es otro captulo privado, tal vez necesario para
ahondar un poco ms sobre la actual masculinidad de nuevos caupolicanes, ms altos, ms
claros, con jeans y personal stereo que se llaman Boris, Walter, Gonzalo o Matas y que bajan
la voz cuando dicen su apellido mapuche, escondiendo timidamente las cenizas castigadas de
su brava estirpe.
Pedro Lemebel
.......... Nace en Santiago a mediados de la dcada del 50..Pedro Lemebel es escritor,
artista visual y cronista, y cada fase (o actuacin) de su identidad creadora (o performativa)
est trazada sobre el paisaje de la cultura chilena de la resistencia desde una distinta
transformacin vital suya. Como Pedro Mardones (su nombre paterno) haba obtenido el
primer premio del Concurso nacional de cuento Javier Carrera en 1982, y su primer libro
de relatos, Los incontables, es de 1986. En una entrevista, ha reconstrudo esa primera
transformacin: "El Lemebel es un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido
materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti (1997).
.......... La transitoriedad del gnero como protocolo discursivo subrayar, como un flujo de
investigacin potica, la otra escena, la del gnero como sexualidad transgenrica, fluda y
antiprotocolar. En efecto, en los aos 80, cuando la literatura haba sido marginalizada por
los aparatos de la dictadura (un perodo que segn Carmen Berenguer hace volver a la
palabra oral, al recital, a los nuevos recintos de una comunicacin posible), Pedro Lemebel
y Francisco Casas fundan el colectivo de arte "Yeguas del Apocalipsis" (1987). En una
actividad que fue a la vez pardica y sediciosa, estos escritores convertidos en actores de
su propio texto, en agentes de una textualidad en devenir (ni dada ni por hacerse, pura
transicin burlesca), desencadenaron desde los mrgenes (desde la homosexualidad pero
tambin desde el bochorno irreverente) una interrupcin de los discursos institucionales,
un breve escndalo pblico en el umbral de la poltica y las artes de lo nuevo. Su trabajo
cruz la performance, el travestismo, la fotografa, el video y la instalacin; pero tambin
los reclamos de la memoria, los derechos humanos y la sexualidad, asi como la demanda
de un lugar en el dilogo por la democracia. "Quizs esa primera experimentacin con la
plstica, la accin de arte...fue decisiva en la mudanza del cuento a la crnica. Es posible
que esa exposicin corporal en un marco poltico fuera evaporando la receta genrica del
cuento...el intemporal cuento se hizo urgencia crnica...," recuenta Lemebel. Entre 1987 y
1995, "Yeguas del Apocalipsis" realizaron por lo menos quince eventos pblicos. Ese
ltimo ao, Lemebel publica su primer libro de crnicas, La esquina es mi corazn.
.......... Esta nueva transformacin del artista/escritor no ser, sin embargo, un mero
proceso de alguien en busca de su mejor expresin o su voz ms personal. Esa mitologa
lrica no se aviene con el caso de una figura hecha en cada instancia de su actuacin tanto
por su medio como por su pblico. Lemebel ha radicalizado la "metamorfosis" del artista
romntico en el "travestismo" de identidades del artista postmoderno. Por lo mismo, no nos
extraa ya que el deslumbrante barroquismo del hombre de la esquina roja (el paseante de
paseo escandilazado) se transfigure, en su siguiente libro, Loco afn, Crnicas del Sidario
(1996), en un relato ensaystico crtico y festivo, entre la anotacin de filsofo volteriano
(Pedro por su casa) y el humor carnavalesco que no deja piedra sobre piedra (Pedro
desfundante). En ese proceso performativo de la escritura intersticial (hecha entre gneros,
entre medios, entre pblicos) las crnicas ms recientes de Lemebel estn dictadas por el
tiempo y la voz suscintas de la radio (tiene a su cargo el programa de crnicas
"Cancionero" en Radio Tierra).
.......... Lo ms patente es el caracter postmoderno del quehacer (o quedeshacer) de Pedro
Lemebel, empezando por su radical cuestionamiento de la sociedad neoliberal, donde se
reproduce una ideologa represiva; y siguiendo con su prctica desbasadora de los
dualismos estructurantes de la normalidad excluyente. Pero lo ms original de su trabajo
est en la vehemencia de su ejercicio de la diferencia. Esto es, en su formidable capacidad
y talento para generar la hibridez. Quiz el travestismo que baraja identidades operativas,
el carnaval que canjea escenarios equivalentes, los gneros que se ceden la palabra
gozosa, la performance que es una ocupacin de espacios monolgicos y la sexualidad
espectacular que no se ahorra ninguno de sus nombres, se configuran en esa hibridez,
que es el eje de la escritura misma. Un escritura de registro tan metafrico como literal, tan
hiperblico como social, y cuya fusin (o fruicin) es de una aguda potica emotiva.
Guadalupe Santa Cruz ha dicho que Lemebel escribe con "la esplndida tinta de la mala
leche." Escribe con desamparada ternura; o sea, con minuciosa ferocidad.
.......... Lo notorio de esta escritura es el barroquismo. O su variante ldica, que Severo
Sarduy llamaba, con autoirona, lo pompeyano. Porque se trata aqu no de un barroco de
la proliferacin de lo inmanente, donde el objeto es generador de la abundancia; sino de
una gestualidad barroquizante, cuya traza viene y va de la oralidad. El barroco es, por ello,
la forma elocuente del coloquio, como si la realidad slo pudiese ser comunicada en su
reelaboracin, ligeramente absurda o cmica, vista con la distancia irnica que merecen
los espectculos de ntima discordia. Aunque Lemebel ha dicho que detesta a los
profesores de filosofa ("Me cargaba su postura doctrinaria sobre el saber, sobre los rotos,
filosofar de la poca, hecho desde las afueras, en los lmites institucionales; en ese "borde
con encaje," que reconoce como la cornisa de su arte.
esquina es mi corazn"
.......... Por eso, en "Censo y conquista" Lemebel propone una subversin popular no
contra el poder establecido sino contra su funcionalismo mecnico, el censo. Escribe: "Hay
que ponerse la peor ropa, conseguir tres guaguas lloronas y envolverse en un abanico de
moscas como rompefilas, para evitar los trmites del sufragio."
.......... Como siempre, el fluir cotidiano se le torna hiprbole, espectculo, apocalipsis, en
un proceso de inducciones (lgica socrtica y sobremesa metdica): "De esta manera, las
minoras hacen visible su trfica existencia, burlando la enumeracin piadosa de las faltas.
Los listados de necesidades que el empadronamiento despliega a lo largo de Chile, como
serpiente computacional que deglute los ndices econmicos de la poblacin, para
procesarlos de acuerdo a los enjuagues polticos... Una radiografa del intestino flaco
chileno expuesta a su mejor perfil neoliberal, como ortopedia de desarrollo. Un boceto
social que no se traduce en sus hilados ms finos, que traza rasante las lneas gruesas del
clculo sobre los bajos fondos que las sustentan, de las imbricaciones clandestinas que
van alterando el proyecto determinante de la democracia."
.......... La crtica, por lo tanto, se sostiene en la puesta en duda que reinicia una prctica
popular de resistencias. La matemtica de la marginalidad, nos dice el cronista, no sirve a
la pobreza, sino todo lo contrario. Y de esa premisa, como si leyera en el texto natural de
su tiempo permanentemente travestido, concluye con una pragmtica latinoamericanista,
de remoto origen nietzcheano y cierta entonacin deleuziana: "Acaso herencia
prehispnica que aflora en los bordes excedentes, como estrategias de contencin frente
al recolonizaje por la ficha. Acaso micropolticas de sobrevivencia que trabajan con el
subtexto de sus vidas, escamoteando los mecanismos del control ciudadano. Un
desdoblaje que le sonre a la cmara del censo y lo despide en la puerta de tablas con la
parodia educada de la mueca, con un hasta luego de traicin que se multiplica en ceros a
la izquierda, como prelenguaje tribal que clausura hermtico el sello de la inobediencia."
.......... En verdad, si el mundo incaico fue burocrtico y decimal, el mapuche no fue ni
federal ni frentista, para evitar que el estado le exigiera reciclarse y no demorar ms la
modernidad; por aadidura, y aunque nuestros pases estn llenos de conservadores que
no tienen nada que conservar, el mercado como espacio de libertad se torna irrisorio para
quienes no tienen nada que vender o comprar. Y, en fin, las estadsticas demuestran con
sus promedios que en el papel siempre somos menos pobres de lo que en realidad somos.
De cualquier modo, quizs los pueblos marginales (los flujos de migrantes, de excludos,
de jvenes expulsados del sistema) sean ya indocumentables, apenas un clculo
proyectivo entre los que nacen y los que mueren, esa contabilidad del mapa neoliberal.
.......... As, como si fuera ya tarde para las taxonomas y los censos, Lemebel acude al
barroquismo en un gesto caractersticamente latinoamericano: la cultura de la resistencia
responde no con la economa de la nominacin puritana sino con el exceso de la
que reciben las cuatro chauchas de esta limosna publicitaria. Todo se va vendiendo,
trozado, repartido y consumido por el apetito grosero que proclama su eructo populista de
amor a la patria." ("Un pas de rcords," en Punto final, Santiago, octubre de 1997).
.......... Pero cito esta crnica en extenso para ilustrar no slo la vehemencia satrica sino
algo ms importante del trabajo del autor: la disputa por el lugar de la cultura popular. En
efecto, esas ceremonias de pantagruelismo municipal, que en los Estados Unidos son una
prctica semirural regionalista (las ferias compiten por el cerdo de ms peso, el zapallo
ms gigantesco, etc.), parecen ms bien una manipulacin meditica de la cultura de la
plaza pblica; y el derroche que exhiben resulta un ritual no slo dispendioso sino vaco.
Reveladoramente, el cronista acera su sarcasmo porque ya no se trata solamente del
espectculo y la trashumancia; se trata ahora del espacio de la cultura popular, de por s
marginalizado, de pronto ocupado por estas ceremonias de contrasentido.
.......... No es casual, entonces, que esta crnica chilena apuntale una economa simblica
de la preservacin cultural (que asegura la funcin nutritiva de la memoria popular) y de la
comunicacin horizontal (que gesta el dilogo democratizador de la plaza pblica, de su
versin callejera). Tampoco es casual que coincida en ello con gestos paralelos de Carlos
Monsivis y Edgardo Rodriguez Juli, los otros grandes cronistas de la postmodernidad
latinoamericana, que Jean Franco sum, con justicia, a Lemebel, el tercio includo de este
triunvirato de elocuencia y bravura.
.......... Estas puestas en duda de las clasificaciones de la estadstica y del gigantismo
banal de la competencia, son ms que simples crticas al archivo estatal y su programa;
son verdaderas disputas por la construccin de la objetividad. Su valor poltico est situado
en lo cotidiano especfico, su valor cultural afirmado en el espacio abierto de la plaza
pblica, su persuasin moral planteada como transparencia crtica. Estas adhesiones y
pertenencias vienen de lejos, reverberan en estos gestos ligeramente pintureros, y siguen
de largo en pos del lector.
.......... Dicho de otro modo, Pedro Lemebel es un escritor que, extraordinariamente, dice lo
que piensa.
.......... Dice ms, claro, porque la marginalidad herida aduce tambin lo suyo en estas
crnicas de desamor. Su segundo libro, Loco afn, Crnicas de Sidario (1996) es an ms
inquisitivo, y si bien abandona el barroquismo preciosista del epteto y la hiprbole, gana
en inmediatez y familiaridad. Se trata, ahora, de la urgencia del deseo (que construye una
vida alterna a la normatividad) y de la muerte por sida (que borra la inmunidad como si
tachara al lenguaje mismo). Entre el espectculo del deseo y la ceremonia de la muerte,
buena parte de estas crnicas registran la lucha por sostener el lugar desde donde tanto el
placer como la agona puedan ser vistos de frente, procesados por un dilogo afectivo y
maduro. Pero si ello forma parte de la estrategia proposicional de la crnica (donde el
agente del relato convoca otra temporalidad, hecha en la duracin del espectculo), lo que
no podramos prever es el humor con que el cronista sera capaz de rizarle el rizo a la
Parca.
elemental sobre los hechos. Como Luis Rafael Snchez, Lemebel hace del grotesco una
"pica descalza," es decir, una lrica con calle. Como en la prosa porosa del
puertorriqueo, varias hablas orales se interpolan en la crnica del chileno: el eros tiene
esa vehemencia de voces henchidas, escanciadas y silabeadas, que cruzan en voz alta su
arrebato tenso, su juego retrico y tentativo. Ese juego demanda el exceso, fractura la
mesura, arriesga los lmites. Recorriendo, as, lo pattico pero tambin lo cmico, el
lenguaje abre lo pblico en lo privado, y viceversa; porque la crnica es el gnero de los
entrecruzamientos (analogas de lo diferente), de la hibridez (anttesis de lo semejante), de
la mezcla (travestismo de lo uno en lo otro). Contra la normatividad burguesa que
territorializa los espacios cerrados contra los abiertos, los privados fuera de los pblicos, la
apoteosis lemebeliana es carnavalesca (rebajadora), relativista (escptica) y celebratoria
(religadora).
.......... En "Los mil nombres de Mara Camalen" (un nombre de por s emblemtico del
poeta de los mil colores y ninguno), leemos lo siguiente: "As, el asunto de los nombres, no
se arregla solamente con el femenino de Carlos; existe una gran alegora barroca que
empluma, enfiesta, traviste, disfraza, teatraliza o castiga la identidad a travs del
sobrenombre. Toda una narrativa popular del loquero que elige seudnimos en el
firmamento estelar del cine. "
.......... Y luego: "En fin, para todo existe una metfora que ridiculiza embelleciendo la falla,
la hace propia, nica."
.......... Todo lo cual sugiere que el nombre multiplicado dirime en el cuerpo del lenguaje la
probibicin del cuerpo transgresivo: contra la reduccin del habla que lo condena,
sanciona, persigue y victimiza, este derroche nominal transfiere este cuerpo a la zona
acrecentada de significacin permutante, donde la identidad es una mscara y el sujeto
una mascarada. Las palabras que sobredicen le dan una ruta sustitutiva, no slo
compensatoria, donde hasta lo grotesco es decorado y mejorado. La cultura del margen se
acrece en ese trabajo restitutivo.
.......... Otra crnica, "El ltimo beso de Loba Lamar" narra la muerte de una loca sidosa, y
para alarma del lector se trata de una de las muertes ms comicas de la literatura ms
trgica. Las amigas peleando con el rigor mortis para que la cara de la difunta venza a la
muerte con el gesto de un beso, suma el grotesco, el exceso y la comedia. Esto es, el
barroquismo festivo de Pedro Lemebel renombra a la muerte desde el eros nomdico.
***
1. Pedro Lemebel gan el primer premio de cuento en el Concurso nacional Javier Carrera
(1982). Sus relatos aparecieron en Incontables (Santiago, Editorial Ergo Sum, 1986). En
1992 dict el seminario "Eva dice a Adn" en la Universidad Catlica de Valparaso. En
1992 public crnicas en Pgina abierta y al ao siguiente fue editor de esa revista. Hizo la
presentacin de Carlos Monsivis en el Seminario Utopas que tuvo lugar en Santiago en
1993. Partici del Festival Cultural Stonewall, Nueva York, en 1994. Este mismo ao
empez a publicar crnicas en el diario La Nacin. Participa de la Escuela de Verano de la
Universidad de Concepcin en 1996, y dicta el seminario sobre Crnica urbana de la
Universidad Playa Ancha de Valparaso. Tambin ese ao colabora en la revista Lamda,
empieza su programa radical Cancionero en Radio Tierra, dicta un taller de crnica en la
Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Chile y recibe la beca Fondart para el
proyecto del libro de crnicas "De perlas y cicatrices." Participa del seminario "Crossing
and Sexual Borders," en New York University (1996). Al ao siguiente viaja a La Habana
para intervenir en la Biena de Arte. Desde el 98 es cronista de la revista Punto Final.
Aparecen las primeras traducciones de sus crnicas al ingls en las revistas Grand Street y
Nacla Report. Sus libros de crnicas son La esquina de mi corazn , Crnica urbana
(Santiago, Editorial Cuarto Propio, 1995; 2da. ed. 1977), Loco afn, Crnicas de Sidario
(Santiago, Editorial LOM, 1996; 2da. ed. 1997), y De perlas y cicatrices (LOM, 1998).
2. Fernando Blanco y Juan G. Gelp, "El desliz que desafa otros recorridos. Entrevista con
Pedro Lemebel," en Nmada (Puerto Rico, N. 3, 1997, pp. 93-98).Vase tambin la
crnica de Carolina Rubino, "las ltimas locas del fin del mundo," en Hoy (Santiago, N.
736, 26 ago.-1 sep., 1991.
3. La cronologa de obras de "Yeguas del Apocalipsis" es la siguiente: "Refundacin
Universidad de Chile," intervencin, Facultad de Arte, Universidad de Chile (1988);
"Tiananmen," performance, Sala de Arte "Garage Matucana," Santiago (1989); "De qu
se re Presidente?", intervencin en espacio publico (proclamacin presidencial, Sala
Carlos Cariola, Santiago, 1989); "La conquista de Amrica," instalacin y performance,
baile nacional descalzo en mapa y vidrios, Comisin Chilena de Derechos Humanos,
Santiago (1989); "Lo que el sida se llev," instalacin, fotografa y performance, Instituto
Chileno-francs de Cultura (1989); "Estrellada," intervencin de espacio pblico, zona de
prostitucin, calle San Camilo, Santiago (1989); "Suda Amrica," instalacin y performance
en la Obra Gruesa del Hospital del Trabajador, Proyecto de salud pblica del gobierno de
Salvador Allende, Santiago (1989); "Cuerpos contingentes," performance y exposicin
colectiva, Galeria de Arte CESOC, Santiago (1990); "Las dos Fridas," Instalacin
performance, Galera Bucci, Santiago (1990); "Museo abierto," exposicin colectiva,
instalacin y performance, Museo Nacional de Bellas Artes (1990); "De la nostalgia,"
instalacin y performance, Cine Arte Normand, Santiago (1991); "Homenaje por Sebastin
Acevedo," instalacin, video y performance, Facultad de Periodismo, Universidad de
Concepcin (1993); "Tu dolor dice minado," instalacin, video y performance, Facultad de
Roberto Bolao
Carlos Monsivis