Wollheim, Donald A - Mundos Ignorados
Wollheim, Donald A - Mundos Ignorados
Donald A. Wolheim
(Recopilador)
Ttulo original: More Adventures on Other Planets 1963 Ace books 1977 Producciones editoriales Avda. Jos Antonio, 800 Barcelona ISBN. 84-365-1000-3 Edicin digital: Umbriel R5 11/02
NDICE Introduccin, Donald Wollheim El hijo del sol, (Child of the Sun) Leigh Brackett (1942) Amanecer en Mercurio, (Sunrise on Mercury) Robert Silverberg (1957) En el nombre del hombre, (By the Name of Man) John Brunner (1956) La muerte roja de Marte, (The Red Death of Mars) Robert Moore Williams (1940) El planeta de la duda, (The Planet of Doubt) Stanley G. Weinbaum (1935)
Introduccin Cuando empez la era de los vuelos espaciales, con el lanzamiento del Sputnik I, la gente afirm que ello. significaba el final de la Ciencia-ficcin, porque los viajes interplanetarios haban dejado el campo de la especulacin para entrar a formar parte de las noticias periodsticas, que informan sobre la vida diaria. Durante cierto tiempo pareci que estas predicciones iban a cumplirse, ya que el aumento de artculos periodsticos sobre los satlites de la Tierra coincidi con un aminoramiento de las novelas de cienciaficcin. Sin embargo, actualmente hemos comprendido que tales predicciones fueron prematuras. Nos hallamos ya en el umbral de la era espacial, pero an nos queda una larga distancia que recorrer. Paso a paso nos abrimos camino, pero an obstaculizan el sendero muchas dificultades. As, entre el primer cohete espacial y el da en que el hombre de la Tierra pose sus plantas en otros mundos todava existe un largo plazo de tiempo, que slo servir para que los imaginativos proyecten teoras, descabelladas o no, acerca del futuro. Incluso el aterrizaje en la Luna, Marte o Venus, de los primeros astronautas, incrementar estas teoras, ya que si la Historia debe, servirnos de gua (y con qu otra gua podemos contar?), el primer viaje de Coln slo sirvi para llenar un par de siglos con las ms bizarras exploraciones y los ms impensados descubrimientos. Creemos firmemente que la ciencia-ficcin con respecto a los mundos del espacio todava seguir entre nosotros mucho tiempo. Y es pensando en lo anterior que se han reunido en este volumen esta seleccin de relatos, bajo el ttulo de MUNDOS IGNORADOS. Hace ms de tres cuartos de siglo se descubri un planeta que se hallaba, incluso, ms cerca del Sol que Mercurio. Sus descubridores, astrnomos respetados, lo denominaron Vulcano, y atestiguaron debidamente su paso a travs de la rbita del Sol. Actualmente, este mundo se halla perdido, si es que existi de veras alguna vez, y hoy da no se halla en los mapas del sistema solar. Leigh Brackett, forjador de maravillas csmicas, ha imaginado un relato sobre el nuevo descubrimiento de Vulcano, explicando su esquivez y utilizndolo como tela donde pintar un retrato vvido de la vida sobre dicho planeta y el mismo Sol.
estaban empujando hacia abajo, para obligarle a realizar un aterrizaje en el solitario puesto avanzado de la Guardia Espacial. No poda evitar el aterrizaje. Y en tal caso... Para Paul Avery, la eleccin entre la muerte o la felicidad. Para s mismo y para Sheila Moore, no haba eleccin: era la muerte. Las luces rojas parpadearon ante la mirada de Falken. La pulsacin de los electrodos bajo sus pies se desvaneci en la distancia. Llevaba en los mandos cuatro das de cronmetro, desde que los hiltonistas le estaban persiguiendo desde Lonsangles, en la Tierra. Lo saba porque se hallaba tan agotado que no poda pensar, o impedir que la pesadilla de los ltimos das le desquiciase el cerebro, martillendole con la incesante pregunta: Cmo? Cmo le haban seguido el rastro los hiltonistas desde Nueva York? Paul Avery, el recluta Subregenerado que l haba ido a buscar, haba pasado por una rgida prueba squica, la cual, incidentalmente, haba revelado el ms excelente cerebro que jams se hubiera unido a la causa de los Subregenerados. No poda ser un espa. Y no haba, hablado con nadie ms que con Falken. Sin embargo, estaban siendo perseguidos. Ahora, la Guardia Nacional Hiltonista se hallaba muy atareada destruyendo las ltimas vas de escape de la Tierra, vas de escape que Falken conoca de memoria. Pero cmo? Saba que l no se haba descubierto. Durante treinta aos haba estado arrebatando Subregenerados de las Fortalezas de Paz y Felicidad de Gantry Hilton. Era, pues, demasiado veterano para cometer errores. Sin embargo, la Guardia Negra les haba descubierto en Losangles, donde el "Falcon" estaba oculto. Y sin embargo, de algn modo, se haban escapado con una muchacha muerta de hambre, de ojos verdes, llamada Kitty... -Kitty, no - musit Falken -. Kitty es Feliz. Hilton se apoder de Kitty hace treinta aos. El da de nuestra boda. Una chiquilla muerta de hambre llamada Sheila Moore, que le pido ayuda porque l era Eric Falken, y casi un dios para los Subregenerados. Huyeron en el "Falcon", pero las naves hiltonistas les siguieron. Un vuelo sin esperanza, un esfuerzo desesperado para escapar de aquella persecucin antes de hallarse demasiado cerca del Sol. Varias veces, utilizando `su magnfico combustible y las aceleraciones que incluso ponan a prueba su duro cuerpo, Falken pens que haba conseguido huir. Pero de nuevo le haban descubierto. Era misteriosa la manera como le encontraban. Ya no poda correr ms. Al menos llevara a los hiltonistas lejos de los compasivos agujeros helados donde se esconda su pueblo, en los planetas exteriores, en los estriles satlites y en las oscuras moles que flotaban fuera de las sendas navegables. Y se suicidara antes de que los psicoanalistas hiltonistas pudieran obtener de su cerebro alguna informacin con respecto a los Subregenerados. Se matara si consegua despabilarse. Empez a rerse con una risa rabiosa, de borracho. No poda dejar de rer. Se asi al borde del panel y ri hasta que las lgrimas surcaron su Atezado rostro, lleno de cicatrices. -Cllate! - le grit Sheila Moore -. Cllate, Falken! -No puedo. Es muy divertido. Hace treinta aos que los Subregenerados vivimos en un infierno, luchando contra el Hiltonismo. Y ahora estamos listos. Es decir, ya lo estbamos antes de emprender el viaje. "Y ahora voy a dormir! Por tanto, ellos pueden sufrir unas cuantas semanas ms! Es tan condenadamente divertido...!
El sueo se apoder de Falken. Un sueo urgente y poderoso, tanto, que le pareca que una garra invisible le apretujase el cerebro. Sus manos abandonaron los mandos del aparato. -Falken - le grit Sheila Moore -, Eric Falken! Algo metlico en la voz de la joven le oblig a levantar de nuevo la cabeza. Ella estaba acurrucada en una de las literas superiores, centelleantes sus verdes pupilas, y tenso su esbelto cuerpo dentro de su destrozado vestido de seda verde. -Tienes que despistarles, Falken! Tienes que escapar! l haba dejado de rer. -.Por qu? -pregunt tristemente. -Porque nosotros te necesitamos, Falken. Eres una leyenda, una esperanza a la que nos asimos. Si te entregas, qu va a ser de nosotros? Sheila se levant y dio unos pasos por la estrecha cabina. Paul Avery contemplaba desde su litera, en la pared opuesta, sus ojos ambarinos embotados por la profunda lasitud que quebrantaba su bello cuerpo juvenil. Falken tambin la mir. El terrible apremio del sueo segua oprimiendo su cerebro, robando la fortaleza de sus msculos. Pero no poda dejar de mirar a Sheila Moore. Por ella haba puesto en peligro su vida, y por Avery tambin, y haba quebrantado la ley de los Subregenerados por salvarla a ella, a una desconocida, que no haba pasado prueba alguna. Sheila resplandeca. Penetraba en el cerebro de Falken con el mismo fuego helado que -haba sentido cuando Kitty fue separada de sus brazos. -Tienes que escapar - repiti la muchacha -. No podemos entregarnos. Su voz sonaba distante, y su cabello suelto, del color del oro, formaba como un halo de luz en torno a su cabeza. Las tinieblas estaban apoderndose del cerebro de Falken. -Cmo? - susurr. -No lo s..., Falken! - le asi de un brazo con temblorosos dedos -. Te estn acorralando hacia Mercurio. Por qu no les engaas? Por qu no ir ms all? Falken la mir fijamente. No se le haba ocurrido tal idea. No poda habrsele ocurrido. Ms all de la rbita de Mercurio slo haba la muerte. Avery salt al suelo. Durante un instante de sobresalto, el cerebro de Falken se despej, viendo el salvaje terror en los ojos de Avery. -Moriramos! - grit roncamente -. El calor... Sheila se le enfrent. -Moriremos de todas formas, a menos que desees el Cambio Psquico. Por qu no probarlo, Eric? Los instrumentos de ellos no funcionarn cerca del Sol. Tal vez temern seguirnos. La acerada, febril fuerza de la joven les sacudi. -Prubalo, Eric! No tenemos nada que perder. Paul Avery traslad su vista de uno al otro, y luego a las luces rojas que indicaban las naves enemigas. De repente se sent en el borde de su litera, con el rostro entre las manos. Falken observ los nervios de sus manos, como un manojo de cuerdas. -No... no puedo - susurr Falken. La fuerza de su sueo era ms imperiosa que nunca. Aadi -: No puedo pensar... -Debes hacerlo! - le exigi Sheila -. Si te duermes, nos atraparn. No puedes matarme y matarnos. Te vaciaran el cerebro. Y luego te lo hiltonizarn con el psicoajustado. Pondrn en blanco tu cerebro con los impulsos elctricos y despus te injertarn una memoria completamente nueva, transmutando incluso tus circunvoluciones cerebrales para que no puedas pensar del mismo modo. Te cambiarn tu metabolismo, tu equilibrio glandular, tus huellas dactilares. Falken saba que ella le estaba recordando estas cosas deliberadamente, para obligarle a la lucha. Pero las tinieblas del sueo seguan atenazndole.
-Incluso perders tu nombre - prosigui ella, implacable -. Te tornars plcido y sin vida, dejando que tu existencia transcurra ociosamente, uno ms del rebao de Hilton. Como... - respir profundamente y agreg -: como Kitty. Falken la oprimi por los hombros, sacudindola febrilmente. -Cmo lo sabes? -Aquella noche, cuando me encontraste, pronunciaste su nombre. Quiz yo te hice acordarte de ella. S lo que sientes, Eric. Se apoderaron de la chica que amabas. l la mir fieramente, reflejndose en sus ojos el resplandor de las verdes pupilas de la muchacha: Haba acero en ella. Pudo sentir el impacto del choque de ambas voluntades. -Hblame - le orden -. Mantenme despierto. Lo probar. El sueo estaba asaltando a Falken con manos fsicas. Pero volvi a concentrar su atencin al tablero de mandos. El feroz resplandor de Mercurio le apualaba sus enrojecidos ojos. Las luces rojas le acosaban. No poda pensar. Y entonces Sheila Moore empez a hablar. De pie a espaldas suyas; con sus delgadas y vitales manos en sus hombros, iba contndole la historia del hiltonismo. -El Sicoajustador de Granty Hilton fue bueno al principio. Mediante el lavado artificial de las ondas cerebrales, y el uso del electro-hipnotismo, o transmisin de formas de pensar directamente al cerebro, curaba demencias no lesionales, neurosis, y las tendencias criminales. Luego, al finalizar la Guerra Interplanetaria... Las luces rojas se acercaban. Cmo podran escapar a la agresin de la Guardia Especial? La voz de Sheila combata a las tinieblas de su cerebro. Velocidad, esto era lo que le haca falta. Y ms coraje que el que haba empleado en toda su vida. Y suerte. -Sigue hablando, Sheila. Mantenme despierto. -Hilton foment su descubrimiento. La gente estaba agotada tras seis aos de lucha. Deseaban el Hiltonismo, la Paz y la Felicidad. La pasin por huir de la vida les torn en lunticos. Falken asi la palanca de emergencia y la llev hacia abajo. La ltima onza de fuerza acumulada penetr en los tubos del cohete. El "Falcon" se enderez y aceler su marcha. Entonces, sali disparado hacia Mercurio, mientras el gimiente chirrido del metal haca estremecer los muros de la cabina. Estallaron varias granadas espaciales. El "Falcon" se estremeci, pero no le alcanzaron. El crculo de luces rojas se iba quedando atrs. La aceleracin desgarraba el cuerpo de Falken, pero la tela de araa del sueo iba aflojando su presa. La voz de Sheila iba contndole la historia de la esclavitud del hombre. Los pelados y hambrientos picos de Mercurio destellaron ante Falken. Y entonces las armas de la Guardia Espacial atronaron el espacio. -Sigue, Sheila! - grit Falken -. Sigue hablando! -Bien, Gantry Hilton se convirti en una especie de Dios, rigiendo los pensamientos y las emociones de la gente. No hall ninguna oposicin, salvo por parte de los Subregenerados, que carecamos de poder. La humanidad se desenvuelve en medio de un estupor plcido. No puede sentir incomodidad, deslealtad, ni el deseo de progresar y cambiar. No puede luchar, siquiera sea moralmente. "Gantry Hilton es un dios. Su hijo ser un dios. Y la humanidad est agonizando. En el cerebro de Falken se produjo un extrao y casi audible impacto. Sinti el rpido y terrible choque del odio que le sobresalt porque no formaba parte de su personalidad. Desapareci al instante y su mente se aclar. Estaba agotado por completo, pero poda pensar y pelear. Lvidas y flamgeras estrellas surgan y moran en torno suyo. Los fatigados electrodos rugan de agona. Las alargadas manos de Falken se afanaban en los controles. Ahora saba lo que iba a hacer.
Abajo, abajo... directamente hacia las negras, vomitantes bocas de las armas, apostndolo todo a que su sbito impulso de velocidad confundira a los artilleros, a que la minscula mole de su nave hundiendo el vaco de proa, sera muy difcil de distinguir contra las profundidades espaciales moteadas de estrellas. Tena los labios blanquecinos. Las delgadas manos de Sheila eran como un dolor pasajero en sus hombros. Abajo, abajo... Los picos de Mercurio casi rozaban el casco de la nave. Una granada estall muy lejos. Cegado, aturdido, Falken guiaba el cohete con el instinto. Silenciosos cohetes frenaron el-impulso gravitatorio por un momento. Luego, la nave volvi a hallar su camino a travs del vaco. Haba pasado Mercurio. Al otro lado, en el espacio libre, la nave no era ya ms que una veloz mota de polvo perdida entre los titnicos fuegos del Sol. Falken se volvi. Paul Avery segua en su litera, pero sus ojos dorados, muy abiertos, contemplaban fijamente a Falken. Se trasladaron a Sheila Moore, que se haba dejado caer exhausta al suelo, y de nuevo se posaron en Falken... como queriendo atravesarle en una fra mirada que Falken no fue capaz de comprender. Falken cort la fuerza impulsora de los cohetes. Vigil los mandos. El calor estaba pegndose al casco de la nave. Falken mir a travs de las sombreadas portillas al vasto y abultado Sol. Ningn hombre en la historia de los viajes espaciales se haba aventurando a acercarse tanto. Se pregunt cunto tiempo podran resistir el calor, y si el casco podra desviar las poderosas radiaciones. Su cerebro, con su conocimiento de los campamentos de Subregenerados, se hallaba a salvo por algn tiempo. Conociendo lo poco que poda esperar de la suerte, sonri sardnicamente, no sabiendo si el hbito haba ocupado el sitio de la razn. Entonces, la resplandeciente cabeza de Sheila le oblig a acordarse de Kitty, y comprendi que su agotado cuerpo le estaba traicionando.. No, no poda abandonar. Se sent junto a Sheila. Le cogi las manos y le dijo: -Gracias. Muchas gracias, Sheila Moore. Y luego, pacficamente, se qued dormido con la cabeza reposando en el regazo de la joven. El calor era maligno, como un vampiro. Eric Falken lo sinti aun antes de despertarse. Estaba tendido en la litera de Paul Avery, y el sudor de su cuerpo haba formado como un charco debajo de l. Sheila estaba sentada a su lado, con los ojos cerrados, y el dorado cabello peinado hacia atrs. Su vestido de seda verde estaba, humedecido de sudor. La delgadez de su cuerpo le proporcionaba una rara belleza, clara y suave, como una escultura de hielo. Haba vivido en callejones y bodegas, ocultndose de los hiltonistas, porque no quera ser Feliz. Era una muchacha fuerte. Como una gatita que no quiere morir. Avery, sentado en la silla del piloto, miraba al exterior a travs del portillo. Gir en redondo cuando Falken despert. El cansancio haba huido de su juvenil y cuadrada cara, pero todava tena los ojos velados y enrojecidos. Falken no pudo leer en ellos, pero le pareci intuir el temor. -Cunto tiempo he dormido? - quiso saber. Avery se encogi de hombros. -El cronmetro se par. Supongo que mucho tiempo. Quiz veinte horas. Falken se acerc a los mandos. -Ser mejor que retrocedamos. Daremos un amplio rodeo y tal vez podremos volver a esquivar a Mercurio. Esperaba que la constante velocidad no les hubiese llevado demasiado lejos y llegase a faltarles el combustible. El alivio se dibuj en el rostro de Avery.
-Es enorme el Sol! - se quej -. Es aterrador. Nunca haba pasado tanto miedo... Se interrumpi de repente. Algo. en su tono de voz hizo que Sheila abriese mucho los ojos. De pronto el zumbador de deteccin de masas empez a sonar, con su insistente persistencia. -Un meteoro! - grit Falken, y salt a la pantalla del visor. Se inmoviliz. No era un meteoro que se dirigiera hacia ellos, procedente del vasto campo resplandeciente del Sol. Era un planeta. Un planeta oscuro, negro como el infinito, estril y cruel hasta la negacin, cuyos altos picos brillaban con fuegos fosforescentes. -Cielo santo! - murmur Paul Avery -. Un planeta aqu? Es imposible! Sheila Moore intervino rpida. -No! Recordar las antiguas leyendas acerca de Vulcano, el planeta situado entre Mercurio y el Sol. Nadie crey en l, porque no pudieron descubrirlo. Pero tampoco pudieron explicarse jams la excntrica rbita de Mercurio, excepto por la interferencia gravitatoria de otro planeta. -Seguramente los observadores de Mercurio lo habran descubierto no? - objet Paul Avery, y en su garganta comenz a latirle el pulso fuertemente. -Est all - observ Falken con impaciencia -. Y nos estrellaremos contra su superficie dentro de un minuto si no... Sheila! Sheila Moore! El resplandor procedente de los portillos ilumin su agitanado rostro y el brillo centelleante de sus ojos azules. -Es un mundo, Sheila! Podra ser un mundo para nosotros, un mundo donde los Subregenerados podran vivir y esperar! La joven jade y le mir con fijeza. -Mralo, Eric Falken! - gritle Avery -. Nadie ni nada podra prosperar aqu. -Temes aterrizar y comprobarlo? - le pregunt Falken, con suavidad. Los amarillentos ojos quedaron confundidos. Luego, Avery volvi la cabeza. -No, pero no puedes aterrizar, Falken. Fjate bien. Falken encendi uno de los poderosos reflectores. Vulcano era ms pequeo an que Mercurio. No haba atmsfera. Los picos de sus mares ascendan a una enorme altura, como queriendo penetrar el brillante resplandor solar. El haz de luz se dirigi al fondo oscuro de sus valles. No haba nada ms que roca cristalizada, que destell a la reverberacin de la luz. -Es igual - murmur Falken -. Voy a aterrizar. Si exista la ms leve oportunidad no podan desaprovecharla. Los Subregenerados vivan casi muriendo en los mundos deshabitados. Paul Avery era el nico ser reclutado en muchos meses. Y se haba estado muriendo en las miserables fortalezas independientes del espacio exterior. El hambre, la miseria, el fro y la oscuridad. La inseguridad y el peligro, y el pavoroso terror de los humanos arrancados a la tierra y a la luz. A menos que hallasen un lugar seguro, con calor, luz y tierras de cultivo, donde los nios pudiesen nacer y criarse, Gantry Hilton llegara a apoderarse de todo el Sistema Solar para su recreo. No hubo ms protestas, Falken puso la nave dirigida hacia abajo, con infinita destreza. Luego dio media vuelta, sintiendo que la sangre se agolpaba a sus muecas y a su garganta. -Los trajes del vaco - pidi -. Hay dos y uno de reserva. Se los pusieron, se deslizaron por la escotilla y salieron al aire libre, los primeros seres humanos en un mundo por descubrir. El peso plomizo de sus botas les ayud a quedar sujetos al suelo, permitindoles andar. Falken prob la roca con un bastn provisto de contera de acero.
-Es como el cristal - dijo -. Probablemente, formado por algn compuesto qumico desconocido, fundido por la viva fuerza de los trastornos solares que origin los planetas. Esto explicara su resistencia al calor. Los radioauriculares le trasmitan con toda claridad la voz de Avery, y Falken comprendi que toda la materia del planeta se hallaba aislada contra las radiaciones solares, que normalmente habran impedido toda comunicacin. -Sea como sea - repuso Avery -, absorbe la luz. Pero esto nunca ha podido ser visto. Slo unos dbiles destellos se filtran a su travs, demasiado flojos para que ni siquiera los telescopios de Mercurio puedan captarlos, detectndolos contra el Sol. Su mole es demasiado diminuta para que su trnsito pueda ser observado, y adems no produce reflejos. -Un perfecto desconocido escondido en pleno espacio - observ Sheila, estremecindose-. Mira, Eric! No es la entrada de una caverna? El corazn de Falken le dio un vuelco de esperanza. Haba cavernas en Plutn. Quizs en el centro de este extrao mundo... Se acercaron a la entrada. Estaba sorprendentemente caliente. Falken sospech que la roca difunda el calor solar en lugar de frenarlo. Espirales de vapor clido ascendan hacia el cielo, pareciendo querer apualar a las estrellas. Furtivos destellos de luz entraban y salan de la oscura profundidad. La cueva se abra ante ellos, y la luminosidad de sus linternas resbal por sus muros, disipando las tinieblas. Falken desenroll una cuerda de fibra sinttica de un millar de pies de longitud, que llevaba enrollada a la cintura. No tena el espesor de un hilo de araa, aunque era lo suficientemente resistente para soportar el peso de Falken y Avery, a la vez. Ataron a un extremo una de las botas metlicas de cada uno, y dejaron caer la cuerda. Flot durante lo que pareci un tiempo interminable, cayendo perezosamente, debido a la poca fuerza de la gravedad. Ochocientos... novecientos pies. Cuando en la mano de Falken no quedaban ms que cinco pies de cuerda, se detuvo. -Bueno, hay un fondo. Paul Avery le cogi del brazo. -Vas a bajar? -Por qu no? - Falken le contempl, extraado -. Qudate aqu, si lo prefieres. Sheila? -Voy contigo. -De acuerdo - murmur Avery -. Vendr. Sus ojos ambarinos parecieron momentneamente los de un len atrapado en un pozo. Asustado y peligroso. Peligroso? Falken mene la cabeza con irritacin. Hendi el bastn en una grieta y asegur la cuerda. -Nos colgaremos de la cuerda - explic -. Flotaremos como globos. Pero hay que tener cuidado. Yo ir delante. Si all abajo hay peligro, arrojaremos la otra bota que nos queda y ascenderemos con rapidez. Descendieron, flotando asidos a la cuerda. En el oscuro pozo resplandecan leves destellos luminosos. El calor iba en aumento. Entonces, Falken peg con el pie contra la resquebrajada pared de enfrente y empez a deslizarse con una inclinacin de cuarenta y cinco grados. De repente, apareci un vivo resplandor. Falken parpade, asombrado. Luego, grit fiera, salvajemente, en advertencia., La "cosa" estaba casi frente a l. Un coloso de ojos ardientes, como asentado sobre unos largos zancos, las mandbulas abiertas, bien provista de colmillos y tensos los msculos. Falken empu su daga radioactiva. El veloz movimiento le hizo perder el equilibrio. Sheila, que se deslizaba detrs suyo, tropez con l y ambos cayeron, lentamente,
resignados ya a una muerte cierta en manos de aquel monstruoso ser que se dispona a cargar contra ellos en medio de un arco iris de cegadora luz. Paul Avery aterriz a su lado, lista su daga radioactiva. Falken y Sheila se incorporaron, con un sudor fro en todo su cuerpo. -Qu era aquello? - pregunt Sheila. -Quin sabe! - repuso Falken, estremecido de terror. Lanz una ojeada a su alrededor. El monstruo estaba ahora lejos. Falken llev a sus compaeros, apresuradamente, hacia el refugio de la pared agrietada. Unos jinetes estaban dando caza ahora al coloso. Jinetes de tan extraas formas que ni la mente ms desquiciada de un ser humano habra podido concebirlos. Jinetes en unos corceles semejantes a las colas de los cometas, tenues, vaporosos, seguidos por una manada de. perros ladradores. El sudor fro persista en Falken. -Cmo pueden vivir sin aire? - susurr -. Y por qu no nos ven? No haba respuesta. Pero por el momento, se hallaban a salvo. La luz, que cambiaba de color a cada instante, ahora no les mostraba nada en movimiento. Estaban sobre. un suelo de roca negra cristalina. Por encima y a ambos lados, los muros formaban curvas que se alejaban hacia un gran resplandor... la luz del Sol, al parecer, que haca resplandecer a todo el planeta. Al frente haba una llanura tambin negra, cuya curva se emparejaba con la de la cueva. Falken lo contemplaba todo asombrado. No haba sitio donde estar a resguardo. No poda habitarse en aquel planeta. En aquel pozo no exista la vida tal como Falken la conceba. Y sin embargo, haba cierta clase de vida, por extraa que fuese. Si volvan aquellos jinetes, no podran escapar a su destino. -Ser mejor regresar - dijo, girndose para coger la cuerda. La grieta haba desaparecido. Lisa y sin fisuras, la pared negra pareca estar burlndose de l. Sin embargo, no se haba, movido ms de dos pasos. Sinti como una pualada de miedo. -Busqumosla - murmur -. Debe estar por aqu. Paul Avery se ech a rer secamente. -Aqu hay algo - declar -. Algo con vida... Falken rezong: -Naturalmente, tonto! Esos jinetes... -No. Algo ms. Algo que se re de nosotros. -Cllate, Avery! - le orden Sheila -. No podemos dejarnos dominar por los nervios. -Ni podemos permanecer tampoco aqu buscando la fisura eternamente - Falken procuraba atisbar por entre los cegadores rayos de luz -. Debemos seguir explorando esto. Quizs existe otra salida. Avery solt una risita sin humor. -Y quiz, no. Quiz ni siquiera hubo jams- una entrada. Qu ha sucedido, Falken? -Domnate - le aconsej Falken, severamente -, o te quitar la vlvula de oxgeno. Est bien. Adelante. Fueron siguiendo un largo sendero que atravesaba la llanura negra, sin aire, en medio de un silencio subyugador, deslizndose sobre la roca cristalina, casi cegados por la luminosidad multicolor. Y entonces, Falken divis el castillo. Apareci ante ellos de repente, una mole de alas achatadas con torrecitas retorcidas y ventanales contorsionados. Falken parpade asombrado. Estaba seguro de no haberlo visto antes. Quiz la luz...
Titubearon. Por los poros de la piel de Falken parecan estar filtrndose leves motitas de hielo. Hubiera querido dar la vuelta al castillo, pero las negras paredes parecan alargarse indefinidamente a ambos lados de aqul. -Entraremos - anunci, y sinti, empero, un escalofro ante la aterradora idea de tropezar con seres como aquellos que, haban estado dando caza al coloso de ojos llameantes. Con las dagas a punto, ascendieron unas escalinatas de altsimos peldaos. Ante ellos se extenda un vestbulo sin ventanas. Lo siguieron. Falken tuvo de pronto una impresin de "cambio". Las paredes se estremecan como si por ellas resbalase una tenue cortina de agua. Y de repente, unas puertas se abrieron delante de un saln redondo. Falken atraves una puerta. Al otro lado haba un enorme saln redondeado por completo, con ms puertas. Retrocedi. El vestbulo que acababan de abandonar haba desaparecido. Slo haba puertas. Centenares de puertas, de extraas formas y tamaos, como las cosas que la mente humana recuerda con imperfeccin. Paul Avery empez a rer. Falken le golpe rudamente encima del casco. Avery call, y Sheila asi a Falken del brazo, apuntando la mano hacia delante. Unas oscuras sombras avanzaban hacia ellos, extraas, monstruosas, como aves gigantescas. El corazn de Falken se sinti sobrecogido de pnico. Las sombras les iban dando caza... Falken ahog la risa histrica que estaba a punto de brotar de su garganta. Abri otra puerta. Salones con puertas. Y las sombras se arrastraban detrs de ellos. Falken empez a abrir puertas, una tras otra, en rpida sucesin, pero detrs de cada una slo se vean salones provistos de ms puertas. El corazn le lata aceleradamente, con un dolor profundo, real. Tena el traje empapado en sudor fro. Atravesaba continuamente puertas y ms puertas, salones y ms salones, siempre con las sombras a sus espaldas, enroscndose a los muros y a las huertas... a las puertas. Paul Avery lanz una risita ahogada. -Tiene gracia! - coment, y se arroj al negro suelo. Las sombras le pasaron por encima. Los ojos de Sheila estaban mirando fijamente al ajado y plido rostro de Paul. Su terror obr el milagro de despertar la conciencia en el cerebro de Falken. -Aydale a levantarse! - grit -. Aydale a levantarse! Tuvieron que cogerle, Sheila por los pies y Falken por los sobacos. Siguieron trastabillando con su carga. Y de pronto no hubo ya puertas, ni techo alguno. Slo la luz y los muros cristalinos... y las cambiantes sombras. Los muros eran muy delgados en algunos sitios. A su travs, Falken pudo divisar al enorme coloso de ojos llameantes, que se extenda ante la luminosidad del Sol. Llegaron de nuevo los cazadores y los sabuesos, sin adelantar ni retroceder, cabalgando simplemente, siempre en el mismo sitio. Se desvanecieron los muros y las sombras. Ahora se hallaban solos en el centro de la negra llanura. Falken mir hacia el castillo, a sus espaldas. No haba nada ms que la desnuda piedra. Dejaron a Paul Avery en tierra. Falken vio como Sheila se arrodillaba a su lado. Se ech a rer con risa siniestra, enloquecida. Luego se arrodill junto a los otros, su rostro, agitanado y lleno de cicatrices convertido en una mscara ptrea. Falken nunca supo si fue entonces o varias horas despus cuando oy la voz. Pero son fuertemente en su cerebro. Al orla se puso de pie, empuando la ftil daga radioactiva.
-Son humanos! -exclamaba la voz-. Qu maravilloso! Falken elev la mirada, observando un cambio en el matiz de la luz. Algo flotaba hacia arriba. Era como una zona de diez pies de un halo espeso, como un ncleo de resplandor cegador rodeado de un disco de fuego petrificado. La belleza de aquello, fuese lo que fuese, maravill a Falken. Aquel ser titilaba con una opalescencia lumnica, infinitamente suave, como una llama viviente, mgica, flotando a la cambiante luz de un arco iris. Sinti oprimrsele el corazn, como invadido de una dulce tristeza. La voz volvi a sonar, ahora claramente audible. -S, vivo y os hablo. Sheila y Avery se haban incorporado, a su vez. Miraban a aquel ser con voz, con los ojos completamente abiertos. -Quin eres? - susurr la joven. Aquel ser de fuego pareci replegarse en s mismo. De sus bordes destellaron como lenguas de fuego, y sus colores rieron. -Una mujer, eh? Esplndido! Tendr que maquinar algo especial - cambiaba de color a medida que cambiaba de ideas -. Vosotros me asombris, humanos. No puedo leer en vuestras mentes, aparte de los pensamientos telepticos dirigidos a m, pero puedo sentir la energa que emerge de vosotros. "Haba pensado que ese humano plido era el ms fuerte. Sin embargo, ha fallado, y en cambio vosotros dos os mantenis firmes. Avery mir a Falken con sus pupilas ambarinas, ahora encendidas con unas lucecitas incomprensibles. -Quin eres? - le pregunt Falken a la luz. El fuego flotante gir y se curv. Del ncleo surgieron como unas plumas de pavo real multicolores y brillantes. -Soy el Hijo del Sol - respondi con orgullo. Vio cmo los otros se atragantaban de asombro, y se ri con unas notas ureas de burla. -Os lo explicar, humanos. Me divertir tener un auditorio no creado por m. Mirad! Un fragmento de roca cristalina tom forma ante ellos. En su interior comenz a brillar un punto lumnico. Era un Sol, en el primer destello de su juventud viril. Gir lentamente en torno a su rbita galctica. Luego, desde las profundidades del ms remoto espacio, se acerc otro Sol. Era inmenso, ardiendo con un resplandor blanco azulado. Se produjo un apareamiento y al instante nacieron nueve mundos en medio de un incendio deslumbrador. Y hubo vida. No en los nueve ardientes planetas. Sino en el espacio libre, con diminutos globos de fuego, fragmentos del Sol que lanzaba chispas de inteligencia con las enormes explosiones de la energa. La pintura se torn borrosa. Los colores de la luz flotante cambiaron mortecinamente. -Somos muchos - suspir la extraa criatura -. Somos como pequeos soles, que vivimos de la conversin de nuestros propios tomos. Jugamos en los espacios abiertos. Sombras figuras poblaban el paisaje, halos ms all de la humana comprensin, una leve visin de esplendor de extraos mundos con los enormes, inmensos soles girando en el espacio. -Como soles que somos - continu la voz -, irradiamos nuestra propia energa. Podramos extraer fuerza de nuestro padre, pero no la suficiente. Y morimos. Pero yo soy ms fuerte que los dems, y ms inteligente. Y me constru una concha. -Construir! - susurr Avery -. Pero cmo?
-Toda la materia se halla formada de energa en bruto, de electrones y protones que existen en estado libre. Con parte de mi propia masa constru este mundo que hay a mi alrededor, para mantener la energa del Sol y proteger la irradiacin de mi vitalidad. "He vivido, mientras los dems moran. He visto cmo los planetas se enfriaban, vivan y moran. No soy inmortal. Mi masa disminuye en tanto la energa huye de mi cuerpo. Pero hasta que me agote debe transcurrir mucho tiempo. Tambin ver morir al Sol. La voz call. Los colores eran como cenizas luminosas. Falken se sinti sobrecogido de una punzante pen. Luego, las maliciosas llamaradas revivieron y la voz habl: -Mi mayor problema es la distraccin. Me aburro y dentro de mi concha me veo obligado a imaginar diversiones. -Los cazadores - jade Falken -, la fisura que se ha desvanecido, el castillo, mgico? De pronto, senta fro y calor, a la vez. -Hbil, verdad? Cre a la fiera de unos eones, hace algn tiempo. Segn mi plan, la bestia no puede huir ni los cazadores atraparla. Pero, debido a un factor de incertidumbre, existe una oportunidad entre varios centenares de billones de que pueda ocurrir una de ambas cosas. Y esto me proporciona una diversin interminable. -Y el castillo? - musit Falken -. Tambin es parte de la distraccin. -Oh, s! Vuestras reacciones emocionales... Muy interesante! Falken levant la daga radioactiva y asest un golpe contra el ncleo de la luz. El fuego vvido se limit a retorcerse y replegarse ms sobre s mismo. El Hijo del Sol se ech a rer. -La energa en bruto es mi nico alimento. Qu, no hay ms preguntas? La voz de Falken tena un tono casi amable. -Slo piensas en divertirte? Los colores del Hijo del Sol volvieron a amortiguarse. Qu ms puede hacer para pasar el tiempo? El Tiempo! Tiempo, desde que el diminuto y helado Plutn no era ms que un globo de incandescente gas! -T cerraste la entrada del pozo por donde descendimos - le reproch Avery. -Claro est. -Volvers a abrirla? Nos dejars salir? El tono de su voz le traicion. Falken y Sheila se dieron cuenta. -No! - grit la joven con voz enronquecida -. No nos dejar salir! Nos retendr aqu para divertirse con nosotros, hasta nuestra muerte! Unos estremecedores colores rojos iluminaron al Hijo del Sol. -Morir! - exclam -. Mis criaturas existen hasta que se desvanecen por mi voluntad. Pero la muerte... la autntica muerte debe ser una maravillosa diversin! Falken se sinti invadido de una tremenda, loca rabia. Aquella inmensa caverna pareca estar burlndose de l, matando de golpe sus escasas esperanzas. Se mofaba de l con sus slidos muros que estaban construidos y cambiaban constantemente como si fueran de humo, por el poder de aquella llama suave, dulce, sin alma... Todo construido, todo edificado por una sola voluntad... Todo cambiando por esa misma voluntad suprema. De repente, el cerebro pareci latirle con vida propia. Falken se inmoviliz, rgido, como aplastado ante la magnificencia de su idea. Empez a temblar, y por sus venas comenz a circular una loca esperanza, hasta el punto. de que sinti un vivo dolor en sus entraas. -No puedes crear autnticos seres vivientes, verdad? - le pregunt al ser de fuego, con sumo cuidado. -No - replic el Hijo del Sol -. Puedo fabricar los elementos qumicos de sus cuerpos, pero la chispa vital se muestra esquiva. Mis criaturas son simples juguetes activados por
la fuerza elctrica de sus tomos. Piensan, de manera limitada, y experimentan crudas emociones, pero no viven en el verdadero sentido de la palabra. -No puedes fabricar otras cosas? Rocas, tierras, agua, aire? -Ciertamente. Para ello tendra que gastar gran parte de mi fuerza, y se debilitara mi concha, puesto que debera reducir parte de la roca a sus primarias partculas y reconstruirlas. Pero tambin puedo hacerlo, sin que la prdida de energa sea grave. Hubo un silencio. Los distantes fuegos azulados resplandecan en las pupilas de Falken. Vio que los otros dos le estaban mirando. Estaba acechando la oportunidad de un descuido de la masa brillante que evolucionaba sobre sus cabezas, como un nubarrn negro coronado de locura y mortandad. Pero su alma se estremeci de xtasis ante la idea que le haba asaltado el cerebro. -Por qu tendra que construir todo esto? -quiso saber el Hijo del Sol. -Para divertirte - le contest Falken -. Sera el juego ms divertido de cuantos has inventado! -Dime por qu, humano. -Antes debemos concertar un pacto. -Por qu debo pactar? Vosotros sois mos, y haris lo que yo desee. -De acuerdo. Pero no duraremos mucho. Por qu tienes que malgastar tu imaginacin en nosotros tres cuando podras tener miles de seres humanos? Los ambarinos ojos de Avery estaban completamente abiertos. Una asombrosa incredulidad haba aflojado los rgidos msculos de Sheila. Falken se volvi hacia sus asombrados compaeros. Asi a cada uno de ellos por un brazo, con un brusco y doloroso apretn. -Confiad, confiad en m, por lo que ms queris! - les susurr. Y luego, en voz alta -: Ayudadme a decirle lo que necesitamos. En la luminosidad del Hijo del Sol aparecieron unas brillantes chispas ureas, que denotaban su burlona risa, pero Falken estaba absorto, contemplando fijamente los ojos de Sheila. Entre ambos se cruz un relmpago de comprensin, de salvaje esperanza. -Oxgeno - dijo ella -. Nitrgeno, hidrgeno, bixido de carbono... -Y tierra - agreg Falken -. Cal, hierro, aluminio, slice... Se encontraron sobre un suelo de tierra rojiza, an hmeda de lluvia. Una cordillera de bajas colinas recortaba contra un extrao suelo oscuro. Leves nubarrones brillaban a la luz de un arco iris. Falken slo acertaba a divisar grandes extensiones de tierra desnuda, salpicada de diminutas charcas y ros tempestuosos. Se quit el casco y aspir profundamente el aire vivificante. Dej que la tierra se deslizara por entre sus dedos y se acord de los Subregenerados en sus guaridas heladas. Sonri porque se haba dado cuenta de que en sus ojos azules haba lgrimas. Sheila tambin estaba sollozando quedamente, riendo y gritando al mismo tiempo. -Eric, lo ha conseguido! Paul Avery traslad su vista a las colinas y no dijo nada. Hubo un cambio de color, denotador de una risa, en el aire, donde flotaba el Hijo del Sol. Unas llamitas rojas relampaguearon por entre otros colores ms mortecinos. -Mira, Eric Falken - grit el Hijo del Sol -. Detrs tuyo. Falken se volvi... y se vio a s mismo. Estaba all, de pie, con su propio cuerpo delgado embutido dentro del traje espacial, con su cara de rasgos gitanos y los rebeldes rizos de su pelo, sobre la frente. Slo los ojos eran distintos. Seguan teniendo el mismo colorido azul pero haba tambin leves motitas doradas, unas chispas maliciosas como las que... -S - le explic el Hijo del Sol -, una levsima partcula de m mismo, para activar el cuerpo. Una semejanza perfecta, verdad?
Un lento y angustioso escalofro se apoder del corazn de Falken. -Por qu? - quiso saber. -Hace mucho tiempo aprend el arte que para la mentira poseen los mortales. S leer en las mentes humanas. Tu plan de engaarme para fabricar este mundo y luego destruirme, fue claro para m desde el mismo instante de su concepcin. Los vivaces colores de su risa destellaron en la atmsfera. -Oh, pero la verdad es que todo esto me est haciendo disfrutar de veras! Desde que constru mi propia concha no me haba divertido tanto! No adivinas por qu he fabricado tu doble? Los labios de Falken estaban apretados hasta sentirlos doloridos, y sus pupilas reflejaban su remordimiento ante su propia estupidez. -Ser l quien vaya en mi nave a traer aqu a mi pueblo. Saba que el Hijo del Sol haba ledo en su torpe cerebro con tanta claridad como cualquier hiltonista psicoajustador. Sbitamente desesperado, empu la daga radioactiva y pretendi dirigirla contra aquellos colores burlones. Antes de que pudiera completar el gesto se erigi un muro negro como el bano entre Falken y el Hijo del Sol. Los rayos mortferos que surgieron de la daga no surtieron el menor efecto, sino que, estrellndose contra el muro, se desvanecieron en el aire. El otro Falken dio media vuelta y se alej a grandes zancadas por la nueva tierra. Falken la vio desvanecerse en la distancia, sin moverse ni hablar, porque no haba nada que hacer ni nada que decir. El suave y perverso fuego del Hijo del Sol se esfum tambin sbitamente. -Estoy cansado - dijo -. Ir a succionar al Sol y descansar. Se march flotando. Falken lo vio alejarse, como un leve resplandor de amortiguados colores. Se desvaneci como una espiral de humo, por entre los rayos de cegadora luz. Se produjo un relmpago cegador y una fuerte corriente de aire, al tiempo que se abra una fisura. Falken vio a la criatura, ya muy lejos, pegado a la techumbre de la bveda celeste y latiendo aceleradamente mientras absorba la luz del Sol. -Oh, Dios mo! - exclam Falken -. Dios mo! Qu he hecho? Luego se ech a rer, con risa nerviosa, salvaje. Permaneca de pie, con las manos pegadas a sus costados, su rostro, una mscara tallada en piedra. -Eric - le susurr Sheila -. Por favor... debes tener valor. Falken se sinti avergonzado de s mismo. Intent alejar de s su negra desesperacin con cnico fatalismo. -De acuerdo, Sheila. Seremos hroes hasta el triste final. Avery, pon en marcha tu excelso cerebro. Cmo podemos salvar a nuestro pueblo e, incidentalmente, nuestros miserables pellejos? Avery palideci como si un fro pnico le estuviese desgarrando las entraas. -No me lo preguntes, Falken, no me lo preguntes! -Por qu no? Qu diablos te pasa? - Falken se interrumpi. Su expresin proclam de pronto su terror -. Un momento, Avery - aadi -: Es que quieres dar a entender que conoces un medio? -Yo... Por lo que ms quieras, djame! -Conoces un medio! - continu Falken, inexorable -. Por qu no he de preguntrtelo, Paul Avery? Por qu no he de intentar salvar a mi pueblo? Las doradas pupilas del otro le miraron desesperadas, retadoras, asombradas y compasivas, todo a la vez. -No son mi pueblo - susurr Avery. Entonces se produjo un extrao silencio. Arco iris de mgicos colores rozaron la tierra, reflejndose en las charcas de agua. Arriba, en la bveda de negro cristal, el Hijo del Sol lata y succionaba: Y el silencio persista, como en la maana de la creacin del mundo.
Eric Falken dio un paso hacia delante. -Quin eres? - pregunt. La respuesta lleg en un susurro a travs de la rojiza tierra. -Miner Hilton, el hijo de Gantry. Falken empu su daga, que an penda floja en su mano. Miner Hilton, que haba sido Paul Avery, mir aquella daga y luego el rostro de su dueo, una mscara acerada le la que surgan fras y terribles llamaradas. Se estremeci, pero no se movi ni habl. -Conoces un medio de luchar contra este monstruo - repiti Falken, en voz baja -. Quisiera matarte... pero conoces el medio. -No... no lo s! No puedo... - los torturados ojos dorados se centraron en Sheila Moore, con temerosa intensidad. Falken ense sus blancos dientes. -Vas a decrmelo, Miner Hilton! Me lo dirs, verdad? A causa de Sheila! EL rostro del joven Hilton estaba encendido como la llama, y a poco se torn blanco. Sheila lanz un agudo grito. -No, Eric! No ves que est padeciendo? Pero Falken se acordaba de Kitty, y de los nios que haban nacido y muerto sobre las heladas rocas, sin sol ni lugar donde guarecerse. -Sheila nunca ser tuya, Hilton. Y te dir una cosa: quiz no pueda obligarte a contar lo que sabes, pero en tal caso, juro por Dios vivo que te matar con mis propias manos. Ech hacia atrs la cabeza y se ech a rer de improviso. -El hijo de Gantry Hilton... enamorado de una Subregenerada! -Espera, Eric! - Sheila Moore le puso una mano en un hombro y avanz medio paso. Luego, gir en redondo, asiendo a Miner Hilton por los hombros y le mir fijamente -. No es tan imposible, Miner Hipen. No, si lo que pienso es verdad. Falken miraba a la joven completamente asombrado, sin poder hablar ni moverse. Entonces, sinti desgarrrsele el corazn y comprendi, con la claridad del da, que amaba a Sheila Moore. -Por qu lo hiciste? - le estaba preguntando la joven a Hilton -. Y cmo? La voz del joven Hilton son sin acento, desprovista de entonacin. Hizo un ademn como para cogerle las manos, pero no lo hizo. En cambio, su mirada se dirigi a Falken. -Haba que hacer algo para estigmatizar a los Subregenerados. Son un obstculo para la paz, una constante amenaza. Eric Falken es su dios, como... como dijo Sheila. Si podamos atraparle, el resto sera fcil. Nosotros nos cuidaramos de su gente. "Mi padre no poda hacerlo por s mismo. Es ya viejo y demasiado conocido. Me envi a m, porque yo poseo el nico cerebro que puede sintonizar todos sus pensamientos. Mi padre me ha educado muy bien. "Para que no se viera en m al psicoajustador, mi padre me procur un cerebro temporal. Despus de haber sido aceptado como refugiado, establec contacto con l. -Contacto mental - repiti Falken -. Era esto, eh? Por esto siempre estabas agotado, y por esto yo no poda eludir la persecucin. -Contina - le inst Sheila. Hilton miraba ahora hacia el espacio, como sin ver. -Casi te atrap en Losangles, Falken, pero fuiste demasiado rpido para los Guardias. Luego, cuando nos vimos acorralados en Mercurio, intent hacerte dormir. Era tambin yo quien estaba guiando a aquellas naves. Pero me hallaba demasiado agotado, y t y Sheila supisteis dominar la situacin. Despus, ya estuvimos demasiado cerca del Sol, y mis ondas cerebrales ya no llegaban hasta las naves. Mir a Falken y luego de nuevo a Sheila. -No saba que hubiese personas como vosotros - susurr -. No saba que los seres humanos pudiesen experimentar impresiones y tener sentimientos... y luchar por ellos. En
mi mundo, nadie quiere nada, nadie pelea por nada, ni lo intenta... Y temo que yo carezco de poder. Las verdes pupilas de Sheila se posaron en el joven, insinuante. -Abandona tu mundo! - le dijo -. Ya ves que est en un error. Aydanos a edificar de nuevo el nuestro. En aquel instante, Falken comprendi lo que ella estaba haciendo. Se sinti lleno de admiracin, y de alegra porque a la joven no pareca importarle Hilton... aunque luego experiment ciertas dudas, por si estaba equivocado. Miner Hilton cerr los ojos. Dio un paso hacia atrs, y de repente estuvo empuando su daga. -No puedo - susurr. Tena los labios casi blancos -. Mi padre me ha educado! Confa en m! Y yo creo en l...! y debo volver con l! Hilton mir hacia el Hijo del Sol, an succionando la luz solar. -Los Subregenerados ya no volvern a molestarnos. Levant la daga a la altura de su hombro. Fue entonces cuando Falken record que la suya estaba vaca. La dej caer y salt. Choc pesadamente contra Hilton, con las manos dirigidas hacia la daga mortfera. Pero Hilton tambin era recio y duro. Rod por el suelo, hasta que, con un hbil movimiento, logr golpear con la daga a Falken sobre la sien. Falken qued sobre el suelo fangoso, sangrando, casi sin sentido. -Por qu no me has matado, Hilton? - an tuvo fuerzas para preguntar. Hilton desvi la mirada de Falken a Sheila. De pronto, dej que la daga se escurriese de entre sus dedos. Se tap el rostro con ambas manos y empez a temblar en silencio. -Esto lo demuestra - le dijo Falken, con curiosa amabilidad -, hay que tener fe en algo, y matar o morir por ella. -Sheila! - susurr Hilton. La joven sonri y le bes, mientras Falken desviaba ominsamente la mirada, enjugndose la sangre de su rostro. Hilton cogi de pronto el casco de su traje espacial. Habl de prisa, en un murmullo. -El Hijo del Sol crea con la fuerza de su mente. Entiende por telequinesia, el control de la bsica fuerza del Universo mediante el pensamiento, tal como lo entendan los hombres sabios de nuestro mundo. Los hombres que andaban sobre el agua, movan montaas y curaban a los enfermos. -Slo podemos atacarle a travs de su mente. Intentaremos debilitar su fuerza pensante, destruyendo todo lo que enve contra nosotros. Sus dedos estaban atareados con la radio del casco, con que se hallaban provistos todos los vestidos espaciales, y con la cajita de tiles, usando cables, piezas de recambio y herramientas. -Ya est - dijo, al fin -. Ahora, el tuyo. Falken le entreg el casco. -No sabe el Hijo del Sol lo que estamos haciendo? - preguntle. Hilton mene su rubia cabeza. -Ahora est dbil. No pensara en nosotros hasta que est bien nutrido. Quiz, dentro de dos horas. -Puedes leer sus pensamientos? - se interes Falken. -Un poco - reconoci Hilton, y Sheila se ech a rer suavemente. Hilton trabajaba febrilmente. Falken vea sus dedos entretejiendo una tupida red de cables entre los tres cascos, para luego desplazar y cambiar, buscar el tono y ajustarlo. Vio tambin cmo el Hijo del Sol segua succionando la energa lumnica del Sol. Y vio tambin a Sheila Moore que contemplaba a Miner Hilton con pupilas verdes, resplandecientes.
No supo nunca el tiempo transcurrido. Pero s se dio cuenta de que el Hijo del Sol lanz un suspiro, convertido en destello de luz, y comenz a flotar hacia abajo. La fisura se cerr en la techumbre. Sheila suspendi su respiracin. Hilton se puso de pie. -He hecho cuanto he podido - explic, apresuradamente -. Es un trabajo tosco, pero las bateras son resistentes. Los cascos captarn y amplificarn los impulsos de energa de nuestros cerebros. Radiaremos un solo impulso negativo, opuesto a cada idea del Hijo del Sol. "Permanezcamos juntos, porque si los cables se rompen al movernos, perderamos fuerza, y vamos a necesitar toda la que podamos acumular para vencer a esa salvaje criatura. Falken se ci el casco. Los diminutos discos de cobre, recortados de la lmina de la cajita de herramientas y soldados a los cables se ajustaron a sus sienes. A travs del portillo de la visin, poda distinguir la maraa de cables que salan de los tres cascos en medio de un enrejillado y un condensador, y tambin la alargada forma de una antena direccional. -Concentraos en la partcula NO - les recomend Hilton. Falken contemplaba la nubosidad flotante que vena hacia ellos. -No ser fcil concentrarse - gru. Las pupilas de Sheila denotaban coraje y decisin, mirando aquellas llamaradas vivientes y esponjosas. La cara de Hilton quedaba oculta por el casco. -Conectad las radios - orden. La fuerza zumb en las bateras. Falken sinti un sbito impacto en su cerebro. El Hijo del Sol se estaba aproximando. Estaba callado, y Falken intuy que la corriente elctrica de su casco estaba destruyendo sus pensamientos. Los tres se cogieron de las manos. Falken sinti que su cerebro emita un impulso, como una seal de radio, oponiendo su negativa a la idea positiva del Hijo del Sol. Falken permaneca, como los otros, sobre el esponjoso suelo. A ambos lados se elevaban plantas de color oscuro, formando una impenetrable maleza de formas geomtricas que le hacan titubear con una sensacin de distorsin espacial. Sobre su cabeza, en el cielo de color verde mar, tres diminutos soles giraban en rbitas excntricas en torno a un centro comn. El aire ola a una especie de putrefaccin que no era animal ni vegetal. Falken estaba completamente en silencio, empleando toda su fuerza mental en aquella nica negativa. La maleza geomtrica se balance momentneamente. Vertiginosamente, por entre las rbitas de los tres soles, apareci el Hijo del Sol, rojo de clera y extraeza. El paisaje volvi a afirmarse. Y el suelo comenz a moverse. Se agrietaba en pequeas hendiduras bajo los pies de Falken. El olor a podredumbre era tan pesado como el aceite. Sheila y Hilton parecan distantes e irreales, ocultos sus rostros por los cascos. Falken les asi con ms fuerza y oblig a su cerebro a aplicarse a su tarea. Saba cul era. La reproduccin de otro mundo, un recuerdo de la juventud del Hijo del Sol. Si pudiesen permanecer unidos, sin dejarse vencer por aquellos extraos recuerdos... Sinti que la tierra se levantaba, y adivin que el Hijo del Sol haba forjado su creacin del suelo de la caverna. La tierra comenz a replegarse sobre s misma bajo sus pies. Durante una fraccin de segundo, Falken divis el autntico mundo que yaca debajo, mientras el Hijo del Sol flotaba en su irisada luminosidad. Estaba iracundo. Falken lo adivin por su colorido. Luego, de repente, la ira fue ahogada con un torbellino de motas doradas. Ahora estaba riendo. El Hijo del Sol estaba riendo.
Falken luch contra un desesperado deseo. Tema caer. Oy un grito de Sheila. El mundo volvi a cerrarse. Sheila Moore le mir entre dos balanceantes rboles. Falken no la haba soltado. Pero entre ambos se interponan las ramas de aquellos rboles, que parecan animados de vida propia y que la estrechaban, desgarrando su vestido espacial. La joven chill. Falken lanz un juramento y avanz. Algo le retuvo. Luch para soltarse, impulsado por el grito de agona de Sheila. Algo le golpe dbilmente. Sinti un agudo choque en su casco. Cay, vacilando, y las ramas hambrientas de los arbustos le separaron de la muchacha. Sheila estaba all, enseando su esbelto cuerpo por entre los desgarrones de su vestido espacial, y se rea. Vio a Miner Hilton arrastrndose por aquel suelo viviente, en direccin a la figura que pareca ser Sheila, mientras tambin rea, brillantes los ojos con chispas doradas. El alma de Falken se vio inmersa en una inmensa oscuridad. Dio media vuelta. Sheila Moore estaba acurrucada en el mismo sitio en que l la haba soltado, en su lucha por librarla de los rboles. La ayud a levantarse. -Pueden unirse estos cables rotos? - le pregunt a Miner Hilton. El aludido mene la cabeza. La contemplacin de aquel estropicio pareci serenarle un tanto. -No - dijo -. Es demasiado grande. -Entonces, estamos perdidos - Falken gir su amargo rostro hacia el cielo verdoso, alz un puo intil y lo amenaz. Luego, se qued callado, mirando a los otros dos. -Es el final verdad? - musit Sheila Moore. Falken asinti. -Yo no estoy asustado - intervino Miner Hilton. Contempl los rboles que pendan sobre sus cabezas, al acecho, y volvi a sacudir la cabeza =u"`. No lo entiendo. Ahora que s que voy a morir, no estoy asustado. Los verdes ojos de Sheila eran suaves y clidos. Bes a Hilton, larga, tiernamente, en los labios. Falken se volvi de espaldas y dirigi su vista a los retorcidos rboles. No pareca verlos. Y tampoco pensaba en los Subregenerados y el mundo que haba conquistado y vuelto a perder. La mano de Sheila le roz. -Eric... - susurrle. Sus ojos eran profundos, gloriosamente verdes. Su delgado, macilento rostro tena la helada belleza de la nieve tallada por el viento. Levant los brazos y sonri. Falken la abraz y enterr su rostro en aquella masa de dorados cabellos. -Cmo lo supiste - murmur -. Cmo supiste que te amaba? -Lo saba. -Y Hilton? -No me ama, Eric. Ama lo que yo represento. Y adems... esto puedo confesrtelo porque voy a morir, te amo. desde la primera vez que te vi. Te amo ms que a Tom, y hubiese muerto por l. Las hambrientas ramas de los rboles casi les alcanzaban, an demasiado cortas. Bajo sus pies brotaban los vstagos. Pero Falken se olvid de todo, de los rboles, de aquella extraa existencia, de los soles en sus rbitas no eran ms que monstruosos sueos, y del Hijo del Sol que los dominaba. Durante aquel ltimo instante fue feliz, feliz como no lo haba sido desde la prdida de Kitty.
Dio media vuelta y le sonri a Hilton, y de su rostro desapareci el aspecto lobuno de enojo. -Quizs ella est en lo cierto con respecto a m - dijo Hilton -. No lo s. Hay tantas cosas que ignoro... Lamento no poder vivir para llegar a conocerlas. -Todos lo lamentamos - asinti Falken. Una sbita llamarada inflam sus pupilas -. Esperad un instante! - susurr -. Puede haber una oportunidad. Habl atropelladamente, apremiado por la urgencia de la situacin, mientras las plantas crecan en torno a sus pies. -Dijiste que slo puede atacrsele a travs de su mente. Pero puede haber otros medios. Sus recuerdos, su orgullo... Levant su rostro surcado de cicatrices hacia lo alto y voce: -Hijo del Sol, yeme! Nos has vencido! Adelante, mtanos! Pero recuerda esto. Eres un hijo del Sol, y nosotros slo somos unos gorgojos humanos, pequeos gusanos terrestres, miserables en nuestra debilidad y nuestro temor. "Pero somos ms grandes que t! Siempre, eternamente, seremos ms grandes que t! Los rboles hicieron una pausa en su retorcimiento, los vstagos del suelo detuvieron su crecimiento. Leve, muy levemente, el paisaje se bambole. La voz de Falken se elev hasta ser un chillido. -Eres un hijo del Sol! Y tenas a la galaxia como un juguete, lo mismo que todas las vastas profundidades del espacio! Y qu has hecho? Te has encerrado a ti mismo, como un cobarde, en una tumba negra, y has perdido toda tu grandeza con las travesuras de un chiquillo perverso. "Te asustaste de tu destino. Fuiste demasiado dbil para tu propia fuerza. Nosotros hemos luchado contigo, nosotros, pobres despojos humanos, y nuestra fortaleza ha sido tan grande que has tenido que vencernos gracias a un desdichado truco, desprovisto de talento. "Hijo del Sol, puedes leer en nuestras mentes! Lee, pues. Y ve si te tememos! Y ve si te respetamos, a ti, que te ufanas de tu parentazgo y sueas sueos de perdida gloria, y te escondes en un oscuro agujero como una rata amedrentada! Por un terrible momento, el extrao mundo se qued ahogado en un vivo fulgor escarlata... a causa de una tan viva clera, que casi era tangible. Luego se agris y decay, y Falken pudo ver el rostro de Sheila, sereno y sonriente, y los- dedos de Hilton enlazados a los de ella. El suelo cay de repente. Los borrosos rboles se marchitaron contra un cielo descolorido, y los soles se convirtieron en una sombra de bano. Falken sinti tierra autntica bajo sus pies. El olor a podrido habase desvanecido. Falken levant la vista. El Hijo del Sol flotaba por encima de sus cabezas, bajo la rocosa bveda. Estaban de regreso a la caverna. La voz del Hijo del Sol le habl a su cerebro, y sus fulgores era ahora de un color carmes, tamizado. -Qu es lo que has dicho, humano? -Lee en mi cerebro. Has arrojado lejos de ti tu grandeza. Comparados contigo somos miserables criaturas, pero hemos sabido conservar nuestra nfima grandeza. Nos has vencido, pero esta victoria debe avergonzarte, porque un Hijo del Sol no debera dignarse luchar contra nosotros, mseros, abyectos seres humanos. El colorido carmes resplandeci, tornndose un maligno fuego entre cuyas llamaradas era visible la clera del Hijo del Sol. Falken sinti que la muerte penetraba en sus entraas, de la mano de aquel fuego. Pero lo afront con ojos amargos, burlones, y se sorprendi al comprobar que, efectivamente, no tena ya temor alguno. Y el fuego de violencia escarlata volvi a adquirir la suave tonalidad carmes, que a su vez fue amortigundose hasta convertirse en un malva triste, desangelada.
-Tienes razn - susurr el Hijo del Sol -. Y me siento avergonzado. Las brasas del extinguido fuego an se avivaron levemente. -Creo que lo empec a comprender cuando me combatisteis con tanto denuedo y valenta. T, Falken, que permitiste que tu amor te traicionase, y luego apuntaste tu puo hacia m. Podra matarte, pero no podra quebrantarte. Me hiciste recordar... En el mismo ncleo del Hijo del Sol se agit un relmpago escarlata, signo de orgullo. -Soy un hijo del Sol, y tengo la galaxia para jugar con ella. Y estuve a punto de olvidarlo. Quise olvidarlo porque saba que lo que haca era vergonzoso, maligno, perverso. Pero t, Falken, no me has permitido olvidarlo. Me has obligado a mirar y a comprender. "Me has hecho recordar! Recordar...! Soy muy viejo. Pronto morir, en el espacio libre. Pero quiero ver el Sol sin velo alguno, y jugar de nuevo entre las estrellas. El ansia me ha robado muchos iones, pero estaba asustado... temeroso de la muerte! "Acepta este mundo, como pago del dolor que os he causado. Mi criatura regresar aqu en tu nave, Falken, y se desvanecer en el momento de aterrizar. Y ahora... El resplandor escarlata se consumi en s mismo. Se produjo un gozoso estallido de chispas doradas. El Hijo del Sol se estremeci, y sus diminutas llamas esponjosas eran llamaradas de gloria, los corazones de los palos nacidos del Sol. El Hijo del Sol se elev en medio de un arco iris, cada vez ms alto, envuelto en una nube de luminosidad viviente, hacia el negro cristal de la bveda. Una vez ms se produjo un cegador resplandor y una intensa corriente de aire. Dbilmente, en el cerebro de Falken, una voz exclam: -Gracias, humano! Gracias por despertarme de mi agonizante sueo! Hubo un ltimo relmpago de luz en el aire. El Hijo del Sol haba desaparecido hacia el espacio, y el intenso fuego del Sol y el techo de roca era todo lo que quedaba. Tres silenciosas personas estaban de pie sobre la tierra rojiza de un mundo nuevo. El mundo mas pequeo del sistema solar, el diminuto Mercurio, se cuenta ciertamente entre los primeros mandos que la humanidad explorar. En los centros espaciales ya se rumorea en la actualidad sobre un cohete "Ranger" robot que ser lanzado dentro de otros diez aos al pequeo planeta. Pero nicamente la imaginacin puede, hoy da, considerar que la vida all ser posible para el hombre, ya que los problemas que se presentan son enormes, y por esto Robert Silverberg emplea su poderoso imaginacin creadora en esta autntica presentacin del planeta Mercurio.
AMANECER EN MERCURIO
Robert Silverberg
A nueve millones de millas de la parte solar de Mercurio con el Leverrier girando en una serie de espirales que deban llevarle hacia el ms pequeo mundo del Sistema Solar, el segundo piloto, Lon Cutris decidi poner fin a su vida. Curtis haba estado aguardando ansiosamente que se efectuase el aterrizaje; su tarea en la operacin ya haba concluido, al menos hasta que los planos de aterrizaje del Leverrier rozasen la esponjosa superficie de Mercurio. El eficaz sistema de enfriamiento por sodio anulaba los esfuerzos del monstruoso Sol visible a travs de la pantalla posterior. Para Curtis y sus siete compaeros de tripulacin, no haba problemas; slo tenan que esperar mientras el autopiloto iba descendiendo la nave espacial en lo que iba a ser el segundo aterrizaje del Hombre en Mercurio.
El comandante del Vuelo, Harry Ross, estaba sentado cerca de Curtis cuando not el sbito envaramiento de las mandbulas del piloto. De repente, Curtis asi la palanca de control. Desde las ruedas metlicas que hilaban el espumoso entramado, lleg un estallido verdoso de fluorocreno en disolucin; el fulgor se desvaneci. Curtis se puso en pie. -Vas a algn sitio? - le pregunt Ross. -No, slo a dar una vuelta. - La voz de Curtis sonaba extraa. Ross volvi a dirigir su atencin a su microlibro, mientras Curtis se alejaba. Se oy el sonido de cremallera de un grapn de proa al ser manipulado, y Ross sinti un fro momentneo cuando el aire helado del compartimiento del reactor superrefrigerado se col hasta all. Apret una palanca, mientras doblaba la pgina. Luego... "Qu diablos est haciendo en el compartimiento del reactor?" El autopiloto controlaba slo el flujo del combustible, gradundolo al milmetro, de una manera imposible para ningn sistema humano. El reactor estaba dispuesto para el aterrizaje, el combustible almacenado, el compartimiento estaba cerrado con todos los cerrojos y pasadores de seguridad. Nadie, y menos que nadie el segundo piloto, tena nada que hacer all. Ross disolvi el asiento de espuma en un instante y se puso de pie. Pas al pasillo y abri la puerta del compartimiento reactor. Curtis estaba junto a la puerta del transformador, jugueteando con el disparador. Al acercarse, Ross vio cmo el piloto abra la puerta y colocaba un pie en el vertedor que llevaba a la pila nuclear. -Eh Curtis, idiota! Sal de ah! Vas a matarnos a todos! El piloto dio media vuelta y mir ausentemente a Ross un instante, levantando el pie. Ross salt hacia delante. Agarr el pie de Curtis con ambas manos y, a pesar de la serie de puntapis propinados por aqul con su pie libre consigui apartarle del vertedor. El piloto pateaba, pegaba, se retorca, intentando zafarse de la llave del otro. Ross se fij en que las plidas mejillas de su contrincante tremolaban; Curtis se haba derrumbado completamente. Gruendo, Ross arrastr a Curtis lejos del vertedor y cerr la portezuela de golpe. Lo llev a rastras hacia la cabina principal y all le abofete con dureza. -Por qu has intentado hacerlo? No sabes lo que tu masa le ocasionara a la nave si caas en el transformador? Sabes que ya ha sido calibrada la entrada del combustible; unas ciento ochenta libras de ms y la nave trazara un arco dirigido al Sol. Qu te pasa, Curtis? El piloto fij sus ojos inexpresivos, inmviles, en Ross. -Quiero morir - dijo simplemente -. Por qu no me dejas morir? Quera morir. Ross se encogi de hombros, sintiendo un escalofro en la espalda. No haba forma de luchar contra esta dolencia. De la misma forma que los submarinistas sufren de l'ivresse des grandes profondeurs embriaguez de las grandes profundidades - y no existe cura para este extrao mal, especie de borrachera que les induce a quienes la padecen a romper los tubos de la respiracin a cincuenta brazas debajo la superficie del agua, as los astronautas corran el riesgo de padecer de esta enfermedad, el ansia de autodestruirse. Surga en cualquier parte. Un mecnico intentando ajustar una pieza de una nave espacial en pleno vuelo, poda de repente abrir una escotilla y absorber el vaco; un radiotelegrafista armando una antena en lo alto de su nave, poda de repente cortar su cuerda de sujecin, disparar su pistn direccional y hundirse en el espacio hacia de Sol. O un segundo piloto poda decidir arrojarse al transformador. El oficial psquico, Spangler, apareci con una expresin preocupada en su rubicundo rostro.
-Pasa algo? Ross asinti. -Curtis. Intent saltar al interior del vertedor. Est enfermo, Doc. Frunciendo el ceo, Spangler se frot una mejilla, al tiempo que deca: -Condenacin, siempre escogen los peores momentos! No es nada agradable sostener una sesin de psiquiatra mientras se viaja hacia Mercurio. -Pues es as - replic Ross -. Ser mejor que le mantenga en estado inconsciente hasta que regresemos. No me gusta que empiece a imaginar diversos modos de quitarse la vida a espaldas nuestras. -Por qu no puedo morir? - insisti Curtis. Tena lvida la faz. - Por qu me has detenido? -Porque, imbcil, habras matado al resto de la tripulacin si hubieses cado en el transformador. Sal por una escotilla, si lo deseas, pero djanos tranquilos a los dems. Spangler le dirigi una mirada de advertencia a Ross. -Harry... -Est bien, est bien - rezong el aludido -. Llveselo. El siquiatra se march acompaado de Curtis. Le dara una inyeccin y le encerrara dentro de una chaqueta de tela espumosa por el resto del viaje. Exista la posibilidad de que pudiera recobrar la cordura, una vez de regreso a la Tierra, aunque Ross saba que el piloto intentara por todos los medios suicidarse en pleno espacio. Enojado, Ross volvi a su tuesto. Un hombre se pasa toda la. adolescencia soando con el espacio, pasa varios aos en la Academia y dos ms viajando en rbitas menores. Luego, finalmente, consigue su ambicin... y se derrumba. Curtis era una mquina de pilotaje (o timonel de la nave entre los astros), no un ser humano normal, y ahora haba renunciado de manera permanente y voluntaria al nico trabajo que saba ejecutar. Ross se estremeci, sintiendo fro, a pesar de que la inmensa mole del Sol llenaba ya toda la abertura de la vidriera posterior de la nave. S, aquello poda ocurrirle a cualquiera... incluso a l mismo. Pens en Curtis, yaciendo inerte en una litera de espuma, con un solo pensamiento en su mente: "Quiero morir... quiero morir", en tanto Doc Spangler le musitaba frases tranquilizadoras. "Un ser humano - reflexion Ross -, es en realidad una cosa bien frgil." La muerte pareca planear sobre la nave; el halo perverso del anhelo suicida de Curtis envenenaba la atmsfera. Ross sacudi la cabeza como para ahuyentar aquellos amargos pensamientos y empu hacia abajo la palanca que daba la seal para la preparacin de la disminucin de la velocidad. El globo inmvil que era ahora Mercurio se vea, enorme, al frente. Lo contempl a travs de. la vidriera delantera. Se estaban aproximando velozmente al ecuador del diminuto planeta. Ahora poda ver ya la clara divisin; el brillo de la parte baada por el Sol, el inabordable infierno cruzado por multitud de ros de zinc y hierro lquidos, y la helada negrura del lado opuesto, formada por llanuras oscuras de CO2 helado. Por el centro del planeta corra el Cinturn Crepuscular, una zona estrecha, ni fra ni caliente, donde la parte soleada y la oscurecida se juntaban, proporcionando una no muy amplia franja de territorio escasamente tolerable, un anillo de nueve mil millas de circunferencia y diez o veinte millas de anchura. El Leverrier apunt hacia abajo. "Hacia abajo" era una definicin errnea - el espacio carece de "arriba" y "abajo" -, pero era la manera ms sencilla de expresarse que tena Ross. Procur calmar sus nervios. La nave se hallaba en manos del autopiloto; la rbita estaba calculada de antemano y todos los mandos estaban siguiendo el programa grabado previamente, llevando el cohete a un lugar del centro del planeta, donde... "Dios mo!"
Ross se qued helado de la cabeza a los pies. La cinta poseedora del clculo previo que estaba siendo absorbida por las bateras de analoga haba sido preparada por... Curts! Un loco suicida era el que haba dispuesto el programa para el aterrizaje del Leverrier. Las manos de Ross comenzaron a temblar. Cun fcil poda haberle sido a Curts preparar una rbita excntrica para que el Leverrier fuese a para sobre un humeante ro de plomo derretido... o la parte helada de la zona oscurecida. Su falsa seguridad se desvaneci. No poda confiar en el piloto automtico; tendran que arriesgarse a efectuar un aterrizaje a mano. Ross apret el botn de comunicacin. -Quiero a Brainerd - dijo roncamente. Unos segundos despus apareci en la cabina el primer piloto, las pupilas reflejando su curiosidad: -Qu ocurre, capitn? -Hemos tenido que concederle a Curtis un descanso. Intent saltar al transformador. -Cmo? Ross asinti. -Intento de suicidio; le cog a tiempo. Pero en vista de las circunstancias, creo que ser mejor descartar la cinta grabada que l prepar para el aterrizaje, y efectuarlo a mano; de acuerdo? El primer piloto se humedeci los labios. -Quiz sea una buena idea. -Maldicin! - exclam Ross -. Tiene que serlo! Mientras la nave espacial tocaba tierra, Ross pensaba: "Mercurio es dos infiernos en uno". Era el reino fro, glido del pozo profundsimo de Dante, y era tambin otra concepcin del imperio de Azufre. Los dos se encontraban, el fuego y el hielo, y cada hemisferio posea su propia clase de infierno. Levant la cabeza y dirigi una rpida ojeada al panel de instrumentos situado sobre la palanca de disminucin de la velocidad. Todos los numeradores estaban verificados; el peso de aposentacin era el apropiado; la estabilidad de un 100 por cien; la temperatura exterior de 108 Fahrenheit, era soportable, y todo indicaba que l aterrizaje haba tenido lugar slo un poco hacia la parte del Sol del centro exacto del Cinturn Crepuscular. S, haba sido un aterrizaje perfecto. Apret el conmutador. -Brainerd? -S, capitn. -Cmo ha ido el aterrizaje? A mano, verdad? -S - respondi el primer piloto -. Hice una inspeccin de la cinta de Curtis y vi que estaba completamente falsificada. Hubiramos rozado slo la rbita de Mercurio, dirigindonos directamente hacia el Sol. Bonito, verdad? -Estupendo. Pero no os metis con el muchacho; no es culpa suya. Lo que importa es que el aterrizaje haya sido bueno. Parece ser que nos hallamos muy cerca del centro exacto del Cinturn Crepuscular, a no ms de una o dos millas. Interrumpi el contacto y se liber de sus ataduras. -Hemos llegado - anunci por el circuito general de la nave -. Todos los hombres a proa al instante. La tripulacin no tard en estar toda reunida, primero Brainerd, luego el Doc Spangler, seguidos por el tcnico acumulador Krinsky, y los tres tripulantes. Ross esper hasta que hubo sido completado el grupo. Todos parecan buscar con la mirada a Curtis, excepto Spangler y Brainerd.
-El piloto Curtis - les anunci Ross, brevemente - no est con nosotros. Se halla a popa, en la cabina del Doc; por suerte, podemos prescindir de l. Esper hasta que las implicaciones de aquella explicacin hubieron penetrado en el cerebro de todos. Pero la tripulacin lo acept con cierta filosofa, a juzgar por sus serenas expresiones. -Est bien - continu -. El programa que nos ha sido trazado indica que podemos pasar un mximo de treinta y dos horas en Mercurio, antes de la partida. Cul es nuestra situacin exacta, Brainerd? El piloto frunci el ceo, embebido en un clculo mental. -La posicin se halla a muy escasa distancia hacia el borde solar del centro del Cinturn Crepuscular; pero, a mi entender, el Sol no podr hacer ascender el termmetro Fahrenheit por encima de los 120 antes de una semana. Y nuestros trajes pueden sortear esta temperatura. -De acuerdo. Llewellyn, t y Falbridge sacad los sealadores del radar e instalad la torre lo ms al Este que podis, sin asaros. Llevaos la carreta, pero por lo que ms queris, no perdis de vista el termmetro. Slo tenemos un traje anticalorfero y es para Krinsky. Llewellyn, un tripulante espacial, esbelto y de ojos hundidos, parpade varias veces. -Qu distancia al Este sugiere, seor? -El Cinturn Crepuscular abarca casi un cuarto de la superficie de Mercurio - seal Ross -. Por tanto, tenis una franja de 47 grados de ancho para rnoveros..., pero os sugiero que no os alejis a ms de veinte millas. A partir de esa zona el calor aumenta sin cesar. -S, seor. Ross se volvi a Krinsky. El tcnico acumulador era el hombre clave de la expedicin; su tarea era verificar la lectura del par de acumuladores solares dejados en Mercurio por la primera expedicin. Tena que medir la cantidad de tensin creada por las energas solares en el planeta tan prximo a la fuente de las radiaciones, estudiar las lneas de fuerza que operaban en el extrao campo magntico de aquel pequeo mundo, y volver a dejar dispuestos los acumuladores para otro examen en fecha posterior. Krinsky era un individuo alto, corpulento, la clase de hombre que poda resistir el excesivo peso del vestido anticalorfero casi con agrado. Dicho traje era necesario para las tareas efectuadas con prolongada exposicin al sol, en cuya zona era donde se hallaban situados los acumuladores... e incluso un gigante como Krinsky, sin el traje, hubiera sido incapaz de resistir varias horas el intenso calor dimanante del Sol, all tan prximo ya. -Cuando Llewellyn y Falbridge hayan instalado la torre del radar, usted, Krinsky, se pondr el traje. Tan pronto como hayamos localizado la Estacin Acumuladora, Cominic le llevar lo ms posible hacia el Este y le dejar caer. Lo dems es cuestin suya. Nosotros transcribiremos por telmetro sus lecturas, pero nos gustara verle regresar con vida. -S, seor. La labor de Ross era puramente administrativa, por lo que, en tanto tos hombres de su tripulacin se afanaban en sus respectivas tareas, l reflexion que se hallaba condenado, a partir de aquel momento, a una ociosidad temporal. Su funcin era la de un capataz; como el director de una orquesta sinfnica, no tocaba ningn instrumento, sino que tena slo la misin de vigilar que ninguno de los miembros desafinase, hasta llegar, con toda armona, al final. Lo nico que tena que hacer era esperar. Llewellyn y Falbridge se marcharon, montados en el segmentado y termorresistente carricoche albergado en la panza del Leverrier. Su misin era sencilla: tenan que erigir la torre de plstico hinchable del radar lo ms lejos posible hacia la parte solar. La torre que haba dejado la primera expedicin en la zona soleada ya se haba licuado largo tiempo
haca; la base y la parbola de plstico, cubierto con una ligera superficie refractaria de aluminio escasamente, poda resistir el inimaginable calor de la zona soleada. All, como el Sol se hallaba en su distancia ms prxima, el calor era de 700; naturalmente, las excentricidades de la rbita de Mercurio daban lugar a grandes variaciones de temperatura, pero en la zuna trrida, la temperatura jams bajaba de 300, incluso durante el afelio. En la zona opuesta haba pocas variaciones; la temperatura permaneca estacionada en el cero absoluto, y la tierra se hallaba completamente cubierta de tmpanos helados. Desde donde estaba, Ross no poda ver ni la zona soleada ni la oscurecida. El Cinturn Crepuscular tena unas mil millas de anchura, y en tanto el planeta se zambullese en su rbita, el Sol aparecera primero sobre el horizonte, y luego se hundira de nuevo. En aquella faja de veinte millas en el centro del Cinturn, el calor de la zona soleada y el fro de la oscurecida se confundan; procurando un clima adecuadamente agradable, particularmente resistible; y a partir de quinientas millas a cada lado, el Cinturn Crepuscular gradualmente iba cediendo el paso al calor y al fro de cada zona, respectivamente. Era un planeta extrao y repugnante. Los terrqueos slo podan permanecer en l breves plazos de tiempo; la clase de vida que poda existir permanentemente sobre aquel planeta se hallaba fuera de su comprensin. Fuera del Leverrier, embutido en su traje espacial, Ross roz con el codo la palanca que abata un panel de cristal ptico. Primero mir hacia la zona oscura, donde le pareci divisar una estrecha lnea de intrusin negra saba que era una ilusin -, y luego hacia la zona soleada. En lontananza, Llewellyn y Falbridge estaban erigiendo la delgadsima torre del radar, en forma de parbola. Poda ver la esbelta silueta recortada contra el firmamento. Pero y ms all? Era una dbil lnea brillante la que pona como un halo en los bordes de los picos montaosos? Era, asimismo, una ilusin. Brainerd haba calculado que la radiacin del Sol no sera visible desde el punto donde se hallaba Ross hasta al cabo de una semana. Y para aquel entonces ya estaran de vuelta en la Tierra. Se volvi a Krinsky. -La torre ya casi est erigida. Dentro de pocos minutos estarn ya de regreso con el carricoche. Ser mejor que se halle dispuesto a realizar su tarea. Krinsky asinti. -S, seor. Mientras el tcnico levantaba la portilla y volva al interior del vehculo espacial, los pensamientos de Ross se centraron nuevamente en Curtis. El joven piloto haba insistido en ver Mercurio, y ahora que estaban en el planeta, el pobre Curtis se vea obligado a estar amarrado a una litera de tejido espumoso, dentro de la nave, rogando que le dejasen matarse. Krinsky volvi a salir al exterior, vistiendo su traje aislador del calor sobre su atuendo espacial. Ms pareca un tanque que un hombre. -Vuelve ya el carricoche, seor? -Ahora ver. Ross se ajust la lente de su mscara y estrech los ojos, adaptndolos a la visin a distancia. Le pareci que la temperatura se haba elevado ligeramente. "Otra ilusin", pens, mientras bizqueaba a lo lejos. Su vista capt la torre de radar, situada hacia la parte soleada. Su boca se entreabri, sin darse cuenta. -Ocurre algo, seor? -Y tanto como ocurre! - Ross volvi a parpadear. S, no haba engao posible. La torre de radar que haban acabado de erigir se estaba desmoronando, comenzando a fundirse. Vio a. las dos diminutas figuras corriendo alocadamente sobre la llanura formada de piedra pmez, en direccin a la silueta oblonga que era el carricoche de traccin
mecnica. Y, lo que era imposible, el primer fulgor de un inequvoco resplandor estaba empezando a aparecer sobre los montes situados a espaldas de la torre. El Sol estaba apareciendo una semana antes de lo previsto! Ross se atragant y corri hacia la nave seguido por el sorprendido Krinsky. En la cabina, unas manos mecnicas le ayudaron a desprenderse del traje espacial; le indic a Krinsky que no se quitase el vestido anticalorfero, y se precipit hacia la cabina central. -Brainerd! Brainerd! Dnde diablos est? El primer piloto apareci, altamente asombrado. -S, capitn? -Mire por la cristalera - le dijo Ross, con voz ahogada -. Mire hacia la torre del radar! Se est fundiendo" - le asegur Brainerd, sobresaltado -. Pero... pero...! -Lo s. Es imposible! - Ross dio una ojeada al tablero de los instrumentos. La temperatura externa se haba elevado a 112, o sea un salto de cuatro grados. Y mientras la observaba, ascendi a 114. Se necesitara, al menos, un calor de 500 para fundir la torre. Ross bizque por la vidriera y vio al carricoche que se diriga veloz hacia la nave. Llewellyn y Falbridge seguan con vida, aunque probablemente estaran medio cocidos. La temperatura exterior era de 116. Probablemente, cuando los dos hombres llegasen a la nave sera de 200. Colrico, Ross se encar con el piloto. -Crea que usted nos haba trado a una zona de seguridad - le reproch -. Vuelva a verificar sus cifras y averige dnde diablos nos encontramos. Luego, trace una rbita adecuada. Fjese que el Sol est asomando por detrs de aquellas colinas. -Lo s - asinti Brainerd. La temperatura lleg a los 120 grados. El sistema de refrigeracin de la nave podra mantener las cosas bajo control hasta los 250; despus, pasada esta cifra, exista el peligro de una sobrecarga. El carricoche segua aproximndose; probablemente, en aquel diminuto vehculo, los dos hombres creeran estar en el mismsimo infierno. Su mente pasaba las distintas alternativas. Si la temperatura exterior sobrepasaba los 250, se corra el riesgo de destrozar el sistema de refrigeracin de la nave, si esperaban la llegada de Llewellyn y Falbridge. Decidi que les dara de tiempo hasta llegar a los 275, y luego despegaran. Era una locura intentar salvar dos vidas a costa de cinco. La temperatura externa haba llegado ya a los 130. Su tanto por ciento de aumento creca rpidamente. La tripulacin de la nave espacial saba lo que estaba ocurriendo. Sin rdenes directas de Ross, se hallaban, empero, disponiendo al Leverrier para un despegue de emergencia. El carricoche iba avanzando, pero con grandes dificultades. Ya no se hallaba a ms de diez millas de distancia; y a una velocidad media de cuarenta millas por hora, habran llegado a la nave en quince minutos ms. Fuera, el termmetro marcaba los 133. Unos alargados rayos, como dedos luminosos, avanzaban hacia ellos por el horizonte. Brainerd haba terminado sus clculos. -No lo entiendo. Las malditas cifras se resisten a mis clculos. "Estoy calculando nuestra situacin... y no puedo conseguirlo. Mi cabeza parece que se halle llena de niebla. " Qu diablos! -pens Ross -. En estas ocasiones era cuando un capitn se gana su paga." -Djeme probarlo a m - rezong. Se sent al despacho y empez a calcular. Vio las anotaciones de Brainerd esparcidas por varias cuartillas. Era como si el piloto hubiese olvidado por completo cmo realizar su tarea. "Veamos - pens -. Si nosotros estamos..."
Su lpiz volaba sobre la cuartilla..., pero cuando termin vio que se haba equivocado. Senta espeso su cerebro; no consegua centrarse en los clculos. -Dgale a Krinsky que baje aqu - le dijo a Brainerd, levantando la vista -, y que est preparado para ayudar a salir del carricoche a Llewellyn y a Falbridge cuando lleguen. Seguramente, deben estar medio tostados. Temperatura, 146. Volvi su atencin al papel. Maldicin! No deba ser tan difcil realizar unos sencillos clculos. Apareci Doc Spangler. -He despertado a Curtis - anunci -. Es lo mejor, si hemos de despegar de improviso. Del interior de la nave les lleg un murmullo sostenido. -Djenme morir... djenme morir... -Dgale que seguramente se cumplir su deseo - susurr Ross -. Si no consigo trazar una rbita adecuada, vamos a asarnos todos. -Cmo es que lo est haciendo usted? Qu le pasa a Brainerd? -Est enfermo. No le salen los nmeros. Y pensndolo bien, tampoco me salen a m. En torno a su mente parecan engarfiarse unos nudosos dedos de niebla. Mir el numerador. Temperatura exterior, 152. Esto les daba a los muchachos del carricoche un plazo de 123 para llegar a la nave... o seran 321? Estaba sumamente confundido en sus ideas. Doc Spangler tambin pareca raro. El oficial siquitrico estaba frunciendo el ceo curiosamente. -De repente, empiezo a sentirme como aletargado - observ. Y aadi -: S que debiera regresar junto a Curtis, pero... El piloto enloquecido estaba murmurando incesantemente en el interior de la nave. La parte de cerebro de Ross que todava poda pensar con claridad intua que si se dejaba solo a Curtis, poda hacer cualquier barbaridad, puesto que era capaz de todo. Temperatura, 158. El carricoche pareca ms cerca. En el horizonte comenzaba a bambolearse. Se oy un chillido. -Es Curtis! - grit Ross, al tiempo que su mente sacuda la creciente modorra, y se apart de la mesa. Corri hacia popa, seguido por Spangler. Curtis yaca en el suelo, en medio de un charco de sangre. En algn sitio haba hallado un par de tijeras. -Est muerto - dijo Spangler. -Claro, ha muerto - repiti Ross. Ahora senta su cerebro totalmente aclarado; en el momento de la muerte de Curtis, la niebla haba desaparecido. Dejando a Spangler para que atendiera al cadver, Ross volvi al despacho y mir los clculos. Con toda claridad determin la posicin. Se hallaban a ms de trescientas millas hacia la parte del Sol, de lo que se haban imaginado. Los instrumentos no haban mentido, pero s los ojos de alguien. La rbita que Brainerd, con tanta solemnidad, habla asegurado que era la adecuada, resultaba casi tan mortal como la calculada por Curtis. Mir al exterior. El carricoche casi haba llegado; la temperatura era de 167. Sobraba tiempo. Ambos jvenes llegaran a tiempo, gracias al aviso que les haba dado la torre al comenzar a fundirse. Pero qu haba sucedido? No haba respuesta a esa pregunta. Gigantesco en su traje anticalorfero, Krinsky subi. a Llewellyn y Falbridge a bordo. Se desprendieron de sus trajes espaciales y a continuacin se desmayaron. Parecan un par de cangrejos recin cocidos. -Postracin por el calor - observ Ross -. Krinsky, llvales a los asientos de despegue. Dominic, todava llevas puesto el traje? El aludido apareci en la entrada de la cabina y asinti.
-Bien. Baja y pon el carricoche en el stano. No podemos dejarlo aqu. Ve de prisa, y despegaremos. Lista la nueva rbita, Brainerd? -S, seor. El termmetro sealaba ya los 200 . El sistema de enfriamiento empezaba a padecer, pero su agona le sera acortada rpidamente. En pocos minutos, el Leverrier se haba elevado de la superficie de Mercurio - unos minutos antes del implacable avance del Sol -, emprendiendo una rbita temporal en torno al planeta. Mientras flotaban en el espacio, con la respiracin virtualmente suspendida, una pregunta martilleaba la mente de Ross: por qu? Por qu la rbita trazada por Brainerd les haba llevado a una zona peligrosa, en vez de la de seguridad prevista? Por qu tanto Brainerd como Ross habinse visto imposibilitados de calcular una rbita de despegue, la ms simple de las tcnicas de la astronutica elemental? Y por qu le haba fallado a Spangler su agudeza mental, hasta el punto de permitir que el desdichado Curtis se suicidase? Ross poda ver la misma pregunta reflejada en todas las miradas: "por qu?" Senta un agudo dolor en la base del crneo. Y de repente, una imagen se abri paso en su mente, a guisa de respuesta. Era una inmensa charca de zinc fundido, que se extenda entre dos agudas crestas en la zona del sol. Llevaba all miles de aos, y seguira estando muchos miles de aos... tal vez, millones an. Su superficie se estremeca, temblaba. El brillo del sol sobre la balsa resultaba intolerable a los ojos de la mente. La radiacin se abata sobre la charca de zinc, la radiacin del sol, implacable, y entonces hubo una nueva radiacin, una emanacin electromagntica, con una significativa alteracin: "Quiero morir." La charca de zinc se agit con displicencia, con impulsos sbitos de ayuda. La visin se borr con las misma rapidez con que se haba presentado. Sobresaltado, Ross elev la vista, titubeante. La expresin de los seis rostros que le rodeaban le dijeron lo que quera saber. -Vosotros tambin lo habis sentido - exclam. Spangler asinti, y luego Krinsky y los dems. -S - afirm el segundo -. Qu diablos era? Brainerd se volvi a Spangler. -Estamos todos locos, doctor? El aludido se alz de espaldas. -Alucinacin en masa... hipnosis colectiva... -No, Doc - le ataj Ross, inclinndose hacia delante -. Lo sabe tan bien como yo. Era real; y est all... en algn lugar de la zona soleada. -Qu quieres decir? -Que no hemos sufrido ninguna alucinacin. Es la vida... o lo ms parecido a la vida, que existe en Mercurio - le temblaba una mano, y se vio obligado a contenerla -. Hemos tropezado con algo muy grande. Spangler se agit incmodo. -Harry... -No, no estoy loco! No lo entiende? Acuello, lo que sea, es sensible a nuestros pensamientos. Capt el perverso designio de Curtis, de la misma mancera que un aparato de radar capta las ondas electromagnticas. Los pensamientos de Curtis eran los ms potentes de entre los nuestros; y as, la cosa actu de acuerdo con ellos, ayudndole a realizarlos. -Quiere decir que enturbi nuestras mentes, hacindonos creer que estbamos en territorio seguro, cuando en realidad estbamos casi dentro de la zona solar?
-Pero a qu tantas molestias? - objet Krinsky -. Si quera ayudar al pobre Curtis por qu no nos oblig a caer de lleno en la zona soleada? Nos habramos cocido con suma rapidez. Ross mene la cabeza. -Saba que los dems no queramos morir. Este ser, esta cosa que piensa, debe tener una mente mltiple. Capt las emanaciones de Curtis y las nuestras, y arregl las cosas de forma que Curtis muriese y los dems no - sinti un escalofro -. Una vez Curtis fuera del paso, nos ayud a sobrevivir, a fin de que pudiramos salvarnos. Si os acordis, tan pronto muri Curtis se aclararon nuestras ideas. -Maldita sea, si no fue as! - rezong Spangler. Pero... -Lo que quiero saber si volveremos a Mercurio - observ Krinsky -. Si esto es verdad, no estoy muy seguro de querer volver a hallarme al alcance de ese "ser". Quin sabe lo que podra ocurrirnos esta vez? -Quiere ayudarnos - repiti obstinadamente Ross -. No es hostil. No estaris asustados, verdad? La verdad es, Krinsky, que contaba con usted para que se pusiera el traje anticalorfero y... -No gracias! - se neg el otro, prontamente. Ross solt una risita de burla. -Es la primera brizna de vida con inteligencia que hemos hallado en el Sistema Solar. No podemos volverle la espalda y asustarnos! - se gir a Brainerd -. Trace una rbita que nos lleve hacia abajo..., pero esta vez donde no podamos fundirnos ni tostarnos. -No puedo hacerlo, seor - estableci Brainerd, llanamente -. Creo que servir mejor a la seguridad de la tripulacin si nos dirigimos al momento hacia la Tierra. Ross, encarndose con todo el grupo, pase su mirada por aquellos rostros. En todos ellos pudo leer el mismo temor. Saba que todos estaban pensando: "No quiero volver a Mercurio." Seis. Y l, uno. Y la "cosa" que poda ayudarles, abajo. Haban sido siete contra Curtis... y haba triunfado el ansia de morir. Ross saba que no poda generar fuerza suficiente para contrarrestar los pensamientos de los otros seis. "Es un motn", pens, aunque procur no expresarlo en voz alta. En aquel caso un oficial. Era aqul un caso en que el oficial comandante poda verse relevado de su mando por el bien comn, y lo saba. El "ser" de Mercurio, fuese lo que fuese, estaba dispuesto a ofrecerles sus servicios. Pero, multipensador como era, no haba, sin embargo ms que una sola nave espacial, y una de las dos partes - o l o el resto de la tripulacin - debera ver negados sus deseos. "S - pens -, la charca haba contribuido a satisfacer al hombre que deseaba morir y a los que queran seguir con vida. Ahora, seis queran regresar... poda quedar ignorada la voz del sptimo?" "No te portas correctamente conmigo - pens iracundo, Ross, dirigiendo sus pensamientos hacia el planeta -. Quiero verte. Quiero estudiarte. No permitas que me lleven a la Tierra." Cuando el Leverrier volvi a la Tierra, una semana despus, los seis supervivientes de la Segunda Expedicin a Mercurio, pudieron describir con todo detalle cmo el segundo piloto Curtis se haba visto asaltado por al ansia de la muerte, provocando su suicidio. Pero ninguno de ellos poda recordar qu le haba pasado al comandante del vuelo, Ross, ni por qu el traje anticalorfero se haba quedado abandonado en Mercurio. Venus es ya la meta de los vehculo espaciales de la Tierra. Seguramente ser el primero de sus vecinos qu visitarn los astronautas actuales. Pero es un mundo de lluvias eternas y pobreza, o un mundo de desiertos ardientes y mucho calor? John
Brunner nos lleva a Venus, al segundo planeta a partir del Sol, y nos cuenta una narracin sobre los problemas de la humanidad sobre el primer mundo que el Hombre puede colonizar.
Lattimer se qued inmvil, rgido. Era imposible! No haba otro ser humano en doscientas millas a la redonda, excepto los obreros del otro lado del acantilado, y no se aventuraran solos lejos de su colonia. Mantuvo su rostro completamente impasible mientras contestaba con afectado aire de fastidio: -Qu sabes de l? -Lleva en un mismo sitio un da y parte del otro da, o sea lo que tarda la sombra del rbol del tiempo en pasar de la primera a la cuarta marca. No entendemos sus palabras y no quiere irse de all. "Dios Todopoderoso! - pens Lattimer, y aquella exclamacin puso una sonrisa en sus ojos, aunque no en sus labios -. Un hombre solo en el bosque! De dnde vendra? Y an ms importante, qu estaba haciendo? En voz alta, dijo: -Le has llevado ofrendas? -S. Lo mismo que a ti. Entonces no se morira de hambre. -No hay necesidad de hacer nada ms - aadi, en voz alta, en tanto su mente trabajaba velozmente. No se atreva a interrumpir la norma de una audiencia diaria. En primer lugar, por la audiencia en s, y adems porque saba que en ella deba escuchar un caso de importancia. Luego, le haba dicho al jefe Miglaun que deseaba vigilar las nuevas plantaciones de curra y papleta en los sembrados al oeste del poblado. Adems, haba el hecho de que la presente o haca la cuarta lluvia en tres das, y el dique que rodeaba los campos no era demasiado resistente. No podra dejar la audiencia antes del anochecer, muy probablemente, y los nativos no penetraran en el bosque una vez fuese de noche. Pero tampoco poda dejar a un hombre all. Quiz, si el desconocido llevaba una radio porttil, podra ponerse en contacto con l, pero estaba seguro de que las seales llegaran sumamente dbiles al interior de la selva, aunque la lluvia tal vez ayudara a la emisin. Bien, si ocurri lo peor de lo peor, razon, podra posponer la inspeccin de los campos, diciendo que su hermano deseaba conferenciar con l. -Gracias, Ris - dijo en voz alta -. Tu preocupacin por mi hermano es muy loable, aunque innecesaria. Quiz le ir a visitar hoy. Como una foca negra, y movindose con la misma gracia de movimientos que una foca, Ris se alej hacia al poblado, colina abajo. Lattimer cerr la puerta y se qued recostado contra ella. Ahora, qu diablos iba a hacer? No era bastante malo tener que estar all, administrando aquel lugar...? Cogi la cesta y traslad su contenido a la despensa. Con aire ausente, seleccion las mejores papletas y las puso en el hervidor para prepararse l desayuno. Luego se calz sus mejores calzones e impermeable y un par de botas altas, ya que con tanta lluvia deba haber por todas partes lodo hasta las rodillas. Se pein la barba, deseando que alguien inventase una navaja de afeitar eterna, o mejor un depilatorio que no le lastimase el rostro, y le arrancase los pelos hirsutos que tena detrs, y las orejas. Y durante todo aquel tiempo su cerebro estaba cavilando sobre el problema de quin poda ser aquel desconocido. En medio del desayuno se levant de la silla y prob el localizador de su aparato de radio. La lluvia slo haba descargado parte de la electricidad de la atmsfera, por lo que la visibilidad era mala, pero Lattimer consigui sintonizar una especie de seal procedente de un lugar casi a cinco millas dentro del bosque, en lnea, aunque no muy recta, al aeropuerto espacial y no lejos de los sembrados. Era muy dbil, pero pareca la emanacin de una boya personal, y casi estuvo seguro de ello. Era una mala cosa. No haba nada en la banda de comunicaciones, aparte de los continuos avisos sobre el tiempo en el aeropuerto, rodeado de montaas. O el extranjero no quera comunicar, o se haba cansado de obtener una respuesta... o tema obtenerla.
Si esta ltima sospecha era cierta, entonces se produciran algunas molestias. Consult el reloj y vio sobresaltado que llegara ya un minuto tarde a la audiencia. Cerr el localizador y se encamis a la puerta, pero antes se detuvo, gir en redondo y cogi apresuradamente su fusil espacial. No deba nunca asistir a una audiencia sin llevar su smbolo de poder. Y el haberse olvidado le dio la medida exacta de su agitacin. La audiencia se celebraba en el centro del poblado, cerca del rbol del tiempo que haba sido una de sus primeras tareas a la llegada. Se haba hartado de no tener un regulador de horas que sincronizase sus asambleas con los nativos, aunque a stos no pareciese importarles demasiado. Por lo tanto, haba plantado un rbol, trazando crculos a su alrededor, dibujndolos cuidadosamente, de forma que la dbil sombra arrojada por el gran brillo borroso que era el sol los cruzase a intervalos fcilmente identificables con la hora. Era un sistema falible, ocasional, ya que el sol se hallaba tapado por las nubes que era casi imposible detectar la menor sombra. Por otra parte, tena a su favor la carencia absoluta de mecanismos. Lleg, caminando lentamente a la vista de la asamblea, hallando que los adultos del poblado ya estaban reunidos. Ris era el blanco de las miradas de envidia de sus vecinos. Deba haber explicado que Lattimer le haba permitido hablar con l a la hora de levantarse. Lattimer escondi su sonrisa y tom asiento sobre una pequea tarima ante el consejo, con la lenta dignidad del Hombre. -Que se adelante el jefe Miblaun - dijo. En la fila delantera de nativos en cuclillas, el jefe se desliz hacia delante. -Amo - dijo -, ha habido dos disputas entre nosotros. -Las oir - asinti Lattimer. Frunci el ceo en un esfuerzo para concentrarse. Era difcil estar atento a las pequeas rencillas de aquella gente cuando haba un hombre perdido en El bosque. Lo que le preocupaba no era lo que los nativos pudieran hacer... sino lo que poda hacer el hombre. Era capaz de trastornar muchas cosas... incluso a l mismo. El primer caso result muy fcil de resolver. En realidad, ya haba sentenciado una disputa idntica varios meses antes, pero los nativos todava no haban alcanzado el grado de inteligencia suficiente para juzgar por los casos precedentes. Para ellos, la vida todava era un largo da. Cuando las partes hubieron proclamado sus reclamaciones en el asunto sobre la disputa del comercio de tierras, dict su juicio sin vacilacin. El segundo caso era el que haba estado esperando haca varias semanas. Se refera a uno de los hermanos del jefe, lo que haca inevitable que el caso pasase de la jurisdiccin de la tribu al tribunal de apelacin... que era l mismo. Sin embargo, el jefe haba librado una dura batalla para resolver el pleito en su favor, y a Lattimer le pareci detectar cierto descontento entre los ms ancianos. Se abandon a los vericuetos de la ley casi con alegra. La necesidad de hacer justicia significaba que no poda an decidirse con respecto al desconocido. Tena que hacer algo con respecto al viejo Miglaun, reflexion. Para la disciplina de una tribu es daino hallar faltas en su jefe, pero si ste intentaba mostrarse desptico, le destronara. El caso continu. La lluvia aclar hasta cesar. La sombra del rbol del tiempo, aunque muy dbil, lleg a la sexta marca, la ltima, y comenz a retroceder. Mientras escuchaba la evidencia, Lattimer lleg a una determinacin. Sera duro para Miglaun, pero era culpa suya nicamente. Haba querido aprovecharse de su jefatura, y el barullo de elegir un nuevo caudillo le dara a Lattimer cierto respiro, sin tener que efectuar la propuesta gira de inspeccin. Esto significaba que podra dirigirse al bosque, llevndose consigo a un par de neutrales, o sea Ris y Flaokh, los dos Despertadores, que no podan intervenir en poltica a causa de sus servicios religiosos. Y ambos podran ponerle en contacto con el desconocido con facilidad.
Se levant de la silla. Instantneamente, los nativos dejaron de parlotear y le miraron con expectacin. Lattimer compuso una expresin de desprecio. -Buscaris un nuevo jefe - dijo, secamente -. El jefe Miglaun ha intentado desviar mi criterio del sendero de la justicia con hermosas palabras en favor de su hermano, pensando que yo prestara ms crdito a sus argumentos que a los de cualquier otro miembro del clan. Pero ya sabis que esto no es as. En mis odos pesan ms las palabras de un honrado ciudadano que las de un jefe parcial. Este caso podr ser abierto de nuevo cuando Miglaun no posea la jefatura para dar ayuda a sus pruebas. He hablado. Una maravillosa idea en teora, pens Lattimer tristemente. Deseaba que pudiera ser aplicada con ms integridad. Luego, recorri con la vista el crculo de ancianos para ver si sus palabras hallaban su aprobacin. Naturalmente, tenan que aceptarlas, puesto que l "haba hablado", pero era mejor granjearse la buena voluntad de los ancianos. Con cierto estremecimiento de alivio comprendi que todos estaban contentos. Esto era lo que haba estado deseando. -La audiencia queda aplazada hasta que haya un nuevo jefe - concluy -. Ris! El Despertador Mayor se abri paso por entre la multitud. -Deseo que t y Flaokh, a quienes proveo de la jefatura puesto que os hallis a mi alto servicio, me acompais ahora a conferencias con mi hermano en el bosque. Est bien? -Est bien - aprob Ris, abriendo y cerrando sus membranosas palmas, como si intentase expresar su sorpresa y su alegra a la par. Lattimer tard unos instantes en localizar el dbil zumbido en su aparato de radio todava en el mismo sitio, y en asegurarse de que la lluvia no haba empapado la recmara de su fusil atmico. Tendra que emprender la marcha con sus mejores ropas, que eran las que llevaba puestas, puesto que la eleccin de jefe poda ser cuestin de minutos solamente, nunca se saba, y a lo mejor se vera obligado a reemprender la audiencia dentro de muy poco rato. Entonces se produjo un excitado repiqueteo en la puerta y al abrirla hall a Ris y a Flaokh esperando en el umbral. -Est bien? - pregunt. -Est bien - replicaron a coro los dos Despertadores. -Entonces, venid conmigo. Emprendi la marcha a un paso ligero, pero no carente de dignidad, que los nativos podan mantener con relativa facilidad. El sendero que seguan atravesaba los prados que l habra tenido que vigilar, y as pudo observar, con un ligero fruncimiento de cejas, que el dique no estaba en tan buenas condiciones copio haba esperado. La incesante lluvia haba maleado la dura corteza de los montantes, reblandecindola, lo cual significaba que al da siguiente tendra que enviar a otro grupo de trabajo. Claro est, ahora no poda perder tiempo. En cierto modo, era una lstima que hubiese insistido en que todos los miembros adultos de la tribu asistiesen a las audiencias y elecciones y tomasen parte en los asuntos de la tribu, pero en progresivos estudios de su desarrollo, ste sera un beneficioso precedente. A su lado, los dos nativos guardaban silencio, y slo poda orse el sordo ruido de sus pies membranosos sobre la hmeda tierra. Deseaba con toda su alma no tener que pedir que le guiasen, ya que la habilidad de poder un hombre comunicarse con otro a muchas millas de distancia era el ms profundamente arraigado de sus artculos de fe. Por desdicha, como el desconocido no pareca tener bateras en su radio, o estaban completamente descargadas, tena que confiar en su demasiado falible localizador. Al cabo de un rato condescendi a hablar con los dos nativos. -A quin dice la gente que elegirn para jefe?
-Seguramente, a Chinsel - contest Ris, palmoteando -. La gente recuerda tus alabanzas por su proyecto de los arrozales. Dijiste que su labor era digna de un ser humano. Lattimer reflexion. Era agradable saber que ya reconocan la habilidad administrativa, y era cierto que Chinsel haba demostrado poseer una notable intuicin para aprender las nociones de ingeniera requeridas para disear sus campos de arroz. Naturalmente, haban tenido que ser fortalecidos tres veces en varios meses, pero esto era de esperar, y ciertamente era un xito haberlo conseguido sin ms que unas insinuaciones como gua, por parte de Lattimer. Ris pareca estar pensando que habase mostrado sumamente atrevido al comparar a Chinsel con un hombre incluso en la privilegiada posicin que ocupaba. Se atras ligeramente y permiti que Flaokh continuara solo al lado de Lattimer. El grupo prosigui caminando en silencio. La poca gravedad del planeta tena la ventaja para el hombre de poder ir ms de prisa all donde el suelo era firme, pero donde se hallaba mezclado con lodo, los nativos le aventajaban, por lo que en conjunto tardaron una hora en llegar al lugar donde Lattimer haba localizado el zumbido. Mentalmente, el joven cruz sus dedos. Si el desconocido se haba cambiado de lugar, le costara mucho explicarles a los nativos por qu no le haba encontrada. Atravesaron el campo de rastrojos donde se hallaba la monstruosa osamenta de la ltima fiera, un jumo gigante, especie de elefante, que haba estado merodeando por aquella parte del pas y que ahora se hallaba dentro de la trampa de madera donde haba quedado atrapado. Debajo de la carcasa estaban las jarritas de alfarera que recogan las secreciones de sus glndulas y que ya se hallaban casi llenas, por lo que el joven tom nota mental para recogerlas. El metabolismo de los nativos todava no haba sido plenamente estudiado, por lo que la existencia de una fuente natural de antibiticos no deba ser desechada. La mole de cuarenta pies del monstruo se haba contrado ligeramente, pero an tardara otro mes en hallarse su carne lo bastante blanda para que los nativos pudieran trincharla y enterrarla. Bordearon el cadver. En el otro lado del claro se distingua un leve sendero entre los rboles, y Lattimer lo sigui con optimismo. A su final, vio que haba sido acertada su eleccin. Slo a unas cuantas yardas vio los tres cestos de ofrendas que yacan en el suelo sin haber sido tocadas a la entrada de un refugio formado de palmeras, y cuyas hojas entrelazadas formaban una especie de caverna vegetal de diez pies de profundidad. Los nativos retrocedieron temerosos y vacilantes. Lattimer les anim a avanzar y a no sentir miedo. Levant la voz y habl en su lengua nativa. -Sal de aqu, hermano! Se produjo una leve agitacin entre las ramas de las palmeras, y un ser humano atisb por entre las hojas. A la vista de los nativos, retrocedi maldiciendo. -Est enfadado, el humano? - inquiri Ris con ansiedad -. Le hemos ofendido? Le hemos trado ofrendas, lo mismo que las que t nos aceptas. Lattimer le orden callarse. -Ahora le hablar en la lengua humana - dijo, calladamente -. As averiguar el motivo del descontento de mi hermano. -"Hermano", pens. "Clula gemela" era la nica traduccin de significado exacto, pero aunque aceptaba la precisa semntica equivalente cuando pensaba en los nativos monosexuales, todava se aferraba al aspecto humano cuando se refera a otro hombre. Los dos nativos dieron un respingo a la mencin del sacro idioma y corrieron hasta el borde del claro. -Al! - grit Lattimer, empleando el lenguaje internacional -. Kis tu? O amik? El rostro volvi a aparecer. Estaba sucio. Llevaba una barba de diez das, revuelta, enmaraada. Tena los ojos cansados e inflamados. Lattimer se alegr extremadamente
de que Ris y Flaokh no pudieran verle, porque habran sacado conclusiones bastante raras con respecto a aquel espcimen humano. ste vio a Lattimer, y al momento apareci en su mano un revlver atmico, como por arte de ensalmo. Los nativos vieron el smbolo del poder y chillaron en voz alta, arrodillndose. -Ne tir! -dijo Lattimer secamente-. Kesk tu fas? No tir! Busc la mirada del otro intentando descubrir algn signo de comprensin. Aparentemente, no hablaba el lenguaje internacional, aunque estaba bastante extendido en la Tierra. -No dispares! - repiti en ingls -. Quienquiera que seas, no dispares! -Conque hablas como los seres humanos? - fui lo primero que dijo el desconocido, hoscamente. Baj el revlver y se adelant a la entrada de la caverna. Lattimer le contempl de arriba a abajo. -Has pasado por un mal trance - coment -. Qu fue?, El desconocido pareci considerar la pregunta. Luego se enfund el revlver, aunque con renuencia. Tena las ropas destrozadas - Lattimer sospech que haba debido enredarse con una mata de zarebas -, y sus brazos y piernas estaban llenos de araazos. -Qu son estas bestias? Perros? Lattimer ocult su sorpresa. -Son mis Despertadores - explic -. Un par de personajes en mi poblado. Se halla slo a cinco millas de aqu. Puedo ofrecerte alimento y ropas y un bao. Y tambin algo para tus araazos. El otro no pareci haber odo la ltima parte del ofrecimiento. Estaba mirando con incredulidad a los nativos. Al final, se ech a rer secamente. -Los has llamado personajes! A m me parecen un par de focas. -Verdad? - replic Lattimer, enfurecido -. Bueno, mi nombre es Lattimer. Soy un Residente, como habrs adivinado. -No me imagino que pueda venir nadie aqu, a no ser para echar una rpida ojeada de curiosidad - respondi el otro -. Me llamo Tomson. Jim Tomson. Lattimer estaba excitado. -No puedes quedarte aqu - le grit, tratando de aparecer razonable -. Temo que pasar cierto tiempo antes de que el prximo coche del aeropuerto espacial pase por mi poblado, pero puedo prestarte un gua hasta el pie del risco, si quieres, y el prximo Residente ir contigo el resto del camino. Cmo has llegado hasta aqu? Tomson titube. -Vine con un grupo de prospectores - dijo finalmente -. Me extravi. Supongo que me estarn buscando. -Seguramente - repuso Lattimer calmosamente. Dio media vuelta y empez a abrirse paso hacia el final del bosque. Al cabo de un instante, Tomson se dispuso a seguirle. No dijo nada hasta llegar al campo de los rastrojos. All, la vista del monstruoso cuerpo del jumo le oblig a suspender la respiracin preguntando con un filo de temor en la voz: -Es... es peligroso esto? -Lo era - replic Lattimer. Le orden a continuacin a Ris que recogiera las jarritas y las remplazase por otras. -Hay... hay muchos de esos monstruos? -quiso saber Tomson. -No por aqu. Este es el primero que hemos visto en cuatro meses - dijo Lattimer, sin concederle importancia -. Ms al Sur son un pequeo problema. Son tan duros de piel que una bala resulta inofensiva para ellos. Incluso no les daa la radioactividad. Los nativos los atrapan en los hoyos cubiertos de hojas y los dejan morir de hambre. Tienen un metabolismo ms veloz que las otras criaturas de este planeta. Tardan slo tres das en morirse.
Con muy buen sentido, Flaokh haba sacado las ofrendas de un cesto, metiendo en el mismo las jarritas llenas de los jugos secretados, por el animal muerto. Le anunci a Lattimer que ya estaba todo listo, y el grupo volvi a emprender la marcha. Tomson no cesaba, empero, de mirar por encima del hombro, como temeroso. -Tuve suerte de no tropezarme con un monstruo as cuando estuve en la caverna observ -. De otra forma, no habra durado mucho. Intent sonrer, pero la sonrisa muri en sus labios. Lattimer le mir con grave expresin. -No es nada divertido - coment -. Un jumo es muy descuidado con respecto a la manga como mata a las personas. Procura romperles les huesos y luego les deja morir. Los seres humanos le estropean la digestin. Tomson asest su mirada firmemente al frente. Dejaron a Ris y Flaokh en el poblado, y prosiguieron la marcha hacia la Residencia, que se hallaba en la nica elevacin del terreno en varias millas a la redonda. Los Residentes solan vivir en los lugares ms elevados del contorno, quiz porque los nativos pensaban, inconscientemente, al elegir el lugar de sus residencias, que aquellos hombres llovidos del cielo deseaban estar lo ms cerca de sus hogares. Una vez en su casa, Lattimer fue en busca del botiqun y lav los araazos y cortes de los brazos y piernas de Tomson con alcohol y luego los vend con un tejido regenerador. Al devolver el botiqun a su alacena se dio cuenta de que la caminata le haba producido un enorme apetito. -De qu coma? - le pregunt al otro con curiosidad. -Tena mi bolsa de emergencia - le explic Tomson. La indic, arrojada ahora a un rincn, junto con la pequea radio que haba guiado a Lattimer hasta la caverna. -Con esto no habra resistido mucho tiempo - Lattimer estaba sacando papletas, bromacos y chirrits de la despensa. - Por qu no comi las ofrendas de los nativos? O no las vio? -Ofrendas? - seal las frutas esparcidas sobre la mesa de Lattimer -. Se refiere a esta bazofia? Es comestible? Lattimer no necesit otra confirmacin de sus sospechas. Todo prospector que llegase al planeta sin conocer sus propiedades vegetales estaba condenado a una muerte pronta. Por tanto, Tomson no era un prospector. No permiti que su rostro traicionase sus pensamientos. -Seguro. Y tienen un riqusimo sabor. Con aprensin, Tomson cogi un chirrit. Al morderlo, hizo una mueca de desagrado al notar su acidez, pero a los pocos bocados asinti encantado. Se comi la fruta como un verdadero muerto de hambre. Desde el otro lado de la mesa, Lattimer le observaba atentamente, aunque con cierto disimulo. No era un prospector... Entonces, era casi seguro que Tomson - o cualquier que fuese su nombre -estaba huyendo de alguien. Tras una larga pausa, Tomson termin de comer y mir a su alrededor. -Tiene algo para beber? - pregunt. -Naturalmente. - Lattimer se acerc al purificador de lluvia. - Es lo nico que nunca nos falta. -Bueno, no me refera al agua, sino a una verdadera bebida. Lattimer se recost en su silla. -No - contest amablemente -. Aqu no hay alcohol. Aqu, las bacterias no fermentan de igual modo que en la Tierra. Tomson puso cara agria. -Bien, supongo que tendr. que creerle. Y el tabaco? -No arraiga tampoco. Slo crecen las plantas que aman la humedad.
-Lstima... - Tomson se reclin tambin en el respaldo de su asiento y seal con la cabeza la ventana que daba al poblado -. Qu es aquello? -Mi poblado - le explic Lattimer, sin rastro de enojo -. Ya se lo dije. Soy el Residente de aqu. -Agente gubernamental? - Haba algo en la forma de decirlo. Algo... deliberadamente casual. -En cierto modo - Lattimer se encogi de hombros -. Me contrataron, pero no se me debe confundir con un servidor. Estoy aqu para conseguir que los nativos nos respeten. Lo dijo con sumo cuidado. Quiz Tomson se. hubiese equivocado en sus apreciaciones. -Entonces, todos estos animales son los venusinos? Son ellos quienes han edificado este pueblo? Lattimer asinti. -Pens que eran salvajes - replic Tomson -. cero a juzgar por lo que he visto, no llegan a tanto. Debe costarle mucho mantenerlos a raya. -Ahora, no. Tomson no se fij en la frase. Miraba al Residente con sus estrechos ojos, como calculando su dureza. Pareci formarse una opinin favorable... favorable con respecto a Lattimer. -Cunto tiempo transcurrir antes de que llegue ese coche del aeropuerto de que antes me habl? - pregunt. -Unos dos aos - contest Lattimer, calmosamente -. Dentro de veintids meses llegar mi relevo. Se levant y empez a arrojar los restos de las papletas dentro de un cubo. -Claro que, como ya le dije, puedo hacer que los guas le lleven al aeropuerto. Tomson se estremeci visiblemente. -Si no le importa - observ -, preferira no volver a pasar por esa selva. -Como guste. Me gustar tener compaa humana - apoy la ltima palabra, pero muy levemente -. Aunque si va a quedarse aqu mucho tiempo, tendr que aprender el idioma de los nativos. -No hablan ingls estas focas? Lattimer le mir ceudamente. -Tienen prohibido aprender ningn idioma humano. Podran or y enterarse de ciertas cosas. Tomson sonri cachazudamente. -Comprendo. Ello les hara menos respetuosos. -Exactamente - replic Lattimer, tajante. Y se pregunt qu habra hecho para merecer aquel castig. Se produjo una llamada a la puerta. Tomson se inmoviliz rgidamente cuando Lattimer fue a abrir. Era Flaokh. -Deseas continuar la audiencia? - le pregunt el segundo de sus Despertadores, cortsmente -. O prefieres seguir conferencia con tu clula gemela? Lattimer consult la hora. -Estar presente en el poblado cuando la sombra haya pasado la tercera marca. Como una seal de su respeto, mi hermano - la misma palabra, pero jams lograba relacionarla con la clula gemela del idioma venusino -, me ha anunciado que estar presente tambin en la audiencia. Flaokh se retir tras los saludos acostumbrados y Lattimer se volvi a su inesperado visitante. -Tendremos que bajar al pueblo. Esta maana he suspendido una audiencia y les conmin a elegir otro jefe, ya que el anterior intentaba aprovecharse de su posicin para favorecer a sus parientes. Usted, me acompaar, naturalmente. Creyeron que usted les
despreciaba al ver que haba rechazado sus ofrendas en la cueva, y ahora podr demostrarles que no era tal su idea. Tomson le mir fijamente. Luego se retrep en su asiento. -Una especie de presente de buena voluntad, eh? De acuerdo, usted conoce las reglas del juego. Tenerlos contentos, a toda costa. -No es esto, exactamente - le explic Lattimer -. Y, a propsito, tendr que dirigirme a usted como... - le explic la equivalencia de hermano en lengua nativa -. Para ellos, todos los hombres son hermanos. No poseen la palabra "hermano" en su lengua. Son hermafroditas, como las babosas... pero esta palabra es la ms aproximada. Clula gemela, significa "nacidos del mismo huevo". Tomson volvi a echarse a rer. -Odiara tener que compartir un huevo con nadie. Est bien. Cuando usted me dirija la palabra, procurar parecer un sabio. Es esta la idea? -Esta es la idea - contest Lattimer, forzando una sonrisa. Durante los das siguientes se abstuvo cuidadosamente de usar la banda de comunicacin de la radio. Tomson podra haber malpensado. Si en el aeropuerto conocan la presencia del ltimo en Venus, haba la posibilidad de diez a uno que le creyeran muerto en la selva. Por fortuna, durante las primeras semanas, y hasta que estuviese seguro de s mismo, Tomson se conducira perfectamente, y Lattimer esperaba aclarar las cosas en aquel tiempo. No saba lo que ocurrira cuando el otro comenzase a ser un estorbo, ni quera meditar sobre ello. No poda permitirse el lujo de romper abiertamente con l. Pero estaba andando sobre una peligrossima cuerda floja. No es fcil para un hombre ser considerado un dios. Con la esperanza de esquivar lo inevitable, Lattimer llev a Tomson por la campia y le mostr sus consecuciones: el sistema de secano, los arrozales con los diques, la alfarera nativa y sus casas. Pero Tomson no mostraba el menor inters. Se senta contento dejando transcurrir el tiempo y vindose agasajado por los nativos con sus ofrendas y sus cortesas. Pasaron casi tres fineses antes de que los nervios de Lattimer comenzasen a desquiciarse bajo la tensin, hasta que al final sac a colacin el tema de la marcha del otro. A la primera y segunda mencin de la misma, Tomson no hizo el menor caso, pero a la tercera, Lattimer insisti. Era al atardecer, y la lluvia haba vuelto a empezar. Al cabo de tres aos su repiqueteo significaba muy poco para Lattimer, salvo mantenerle preocupado por la suerte de los arrozales, pero en Tomson todava produca un gran efecto. Rezong ante las palabras del Residente, pero luego pareci hallarles un significado oculto. Se sent lentamente a la mesa. -Lo sabes - djole tranquilamente. No era momento propicio para fingimientos. -S, lo s - contest Lattimer -. No eres un prospector, Jim. - Ya haca tiempo que se tuteaban -. Huyes de alguien..., segn sospecho, y te has marchado de la Tierra porque se estaba poniendo demasiado caliente para ti. Lo s desde que llegaste. Tomson le contempl sin pestaear. -Por qu no me echaste de aqu? -Y arriesgarme a que promovieras un combate conmigo..., o con mis servidores, cuando viniesen a despertarme? Crees que estoy loco? -Vamos, arrjalo! - gru Tomson con frialdad -. Ya empiezo a estar harto de tus remilgos. Ests asustado de estos salvajes, no es eso? Por qu? Cansinamente, ya que haba tenido que soportar otra larga audiencia, y Chinsel demostraba ser un jefe tan difcil como lo haba sido Miglaun, contest:
-No, no estoy asustado de ellos, sino de m mismo. -Llevo aqu tres meses ya - solt Tomson -, y he observado que estos nativos empiezan a pensar que son muy listos. "Muy listos". No tardarn en sentirse are rivalidad con los hombres. T les ests mimando, cuando lo que necesitan es una persona fuerte que les mantenga a raya, que les demuestre quin es el amo. Incluso permites que discutan contigo..., lo he odo! Lattimer cruz las manos para impedir que le temblasen. -Son listos! - exclam haciendo un gran esfuerzo para conservar la calma -. Tienen ideas. Comprenden cosas como la conservacin del suelo y la evolucin de las cosechas. Dentro de treinta a cincuenta aos se hallarn al nivel de los fertilizantes. Pueden trabajar la piedra, tienen el fuego, por lo que falta poco para que aprendan a manejar el metal... S, en verdad, son muy listos. -Razn de ms para no dejar que se propasen - dijo Tomson -. S muy bien lo que yo hara si estuviese en tu lugar. Repito que les mantendra a raya. -No por mucho tiempo - objet Lattimer. Pensaba que haba otras formas de solucionar el problema, pero slo una poda an ser la acertada, aunque intentar que Tomson la comprendiera sera perder el tiempo. Sin embargo, tena que probarlo. -Tendras que saberlo maana o pasado - empez -. Es el da de la adoracin. -Qu quieres decir? -T y yo somos dioses. Tomson, de repente, empez a sonrer. -Ah, de veras? - pareca incrdulo -. Estas criaturas nos creen dioses? Bueno, no es maravilloso? -No es ninguna broma - le ataj Lattimer con acritud -. Te aseguro que no lo es. Has tratado alguna vez de ser infalible? De ser justo, piadoso, humano, por encima de cualquier consejo, en toda clase de asuntos, desde ingeniera civil a agrobiologa? Te aseguro que no es fcil. Tomson no le escuchaba. Sonrea abiertamente, como asaltado por una sbita idea. -Estupendo, chico! Vaya suerte! Soy un dios! Lattimer le contempl tranquilamente. -S. Hasta ahora te has conducido como un dios... no te has mostrado ni corts ni amable. Sigue as. Nosotros somos la nica fuerza conductora en las vidas de esta gente. Su nico motivo para obrar bien es complacer a los seres sobrenaturales que llegan en naves de fuego desde los cielos. No podemos permitirnos una equivocacin, Jim..., o perderemos a Venus. -Perder a Venus? Perder una manada de focas? Lattimer asinti. -Dependemos de ellos. Para la comida, para el trabajo suplementario. Necesitamos su cooperacin. Si una sola vez fallsemos en el papel que ellos mismos nos han asignado, seguro que encontraramos una encarnizada oposicin. Tomson empu su revlver atmico. -Qu pueden hacer contra las armas humanas? -pregunt -. Ellos no conocen an nuestro podero. -Ya viste a un jumo - le record Lattimer -. Los nativos saben perfectamente cmo luchar contra ellos. Llevan combatiendo contra seres mayores, ms veloces y ms peligrosos que el hombre, durante siglos. Nosotros, por nuestra parte, perdimos a todos los de la expedicin cuando quisimos combatir a los jumos. Tomson le interrumpi tajante. -Esto son bobadas! S muy bien lo que hara si tuviese a un puado de salvajes aclamndome como a un dios. Me aprovechara de la situacin! T eres ms un esclavo que un amo.
-En absoluto - le refut Lattimer -. Pero tengo que vivir y actuar como un ser humano y no como un animal, por primera vez en mi vida. He de refrenar mi temperamento, observar todas las virtudes... -Incluyendo la castidad - termin Tomson, burlonamente -. O esto no te interesa ni preocupa? Lattimer se incorpor a medias en su silla, siniestra la mirada. Mientras luchaba por dominarse, Tomson hizo un gesto significativo con su revlver. -Ya he matado a un hombre - dijo sosegadamente -. ` me atrapan, igual me colgarn por uno que por dos. El Residente volvi a hundirse en su asiento. -Tus amenazas no me inquietan. Voy a darte una oportunidad. Estoy dispuesto a retenerte aqu hasta que me releven; lo que luego hagas es cosa tuya. No me has hecho nada... todava. Y, como ya te dije, no quiero que trascienda nada de lo ocurrido entre nosotros a los nativos. En esta tarea, ellos son una de mis mayores responsabilidades, ya que sustentan un criterio parecido al tuyo. Pero si cometes la menor accin que induzca a esta gente desconfiar de los seres humanos... si intentas aprovecharte de alguna manera de tu posicin de dios aqu..., atente a las consecuencias, que no van a ser muy agradables para ti, te lo aseguro, Jim. Mir fijamente a su interlocutor y aadi: -Queda entendido? Tomson se ech a rer y asinti. Llovi toda la noche y tambin el da siguiente. Era la lluvia ms seguida que Lattimer recordaba de sus tres aos en Venus, y los nativos no se hallaban suficientemente interesados en el pasado para sacar a relucir un precedente. La lluvia no era buena para los diques que rodeaban los arrozales, que estaban escalonados suavemente. A la maana siguiente realiz una vuelta de inspeccin con Chinsel y hablaron de reforzarlos de nuevo. La lluvia resbalaba por su rostro hasta su garganta, aadiendo con ello ms infortunio a sus desdichas, pero por fortuna Chinsel se mostr ms colaborador que de ordinario, puesto que su reputacin se deba en gran parte a la creacin de aquellos diques. Al regreso al poblado, Lattimer celebr una audiencia general y anunci el aplazamiento del da de la adoracin. Dio a entender con todo cuidado que los dioses estaban siendo muy amables con su pueblo, pensando en su seguridad y bienestar antes que en recibir el homenaje. Aquel gesto fue apreciado con grandes palmoteos membranosos. As, en vez de la ceremonia, el da siguiente, que afortunadamente volvi a ser seco, lo pasaron los miembros adultos del clan reforzando los diques, bajo la direccin de Chinsel. Al caer la noche, Lattimer inspeccion los trabajos efectuados y decidi, muy a su pesar, que no poda hacerse nada mejor. Esperaba que el tiempo durase lo bastante para que el sistema de drenaje pusiese el agua de las acequias y campos a un nivel conveniente. Pero lo malo fue que volvi a llover. Cuando regres a la Residencia estaba empapado y fatigado, pero su preocupacin por el bienestar de los venusinos haba alejado de su mente a Tomson. Sin embargo, al llegar hall al individuo intentando ensearle a uno de los ms jvenes de la tribu a recoger un palo. Estaba sentado en una especie de refugio formado por un salidizo natural, y arrojaba el pedazo de madera dentro de un claro fangoso. Obedientemente, aunque sin entender la razn de sus actos, el nio se lo devolva. Lattimer se detuvo tras un grupo de rboles, algo lejos de la casa. Tomson repiti la operacin. Le dio un bofetn al chiquillo por no haber corrido bastante a prisa. La pobre criatura estaba, evidentemente, aturdida. Lattimer se hizo cargo de la situacin enarcando las cejas. Luego empu el revlver.
-Te abrasar en el sitio si haces un solo movimiento - le grit el otro en ingls. Y luego, aadi, dirigindose al nio -: Vete a casa. El chico obedeci a la mxima velocidad de sus piernas. Cuando estuvo fuera de visin, Lattimer se acerc lentamente a Tomson, el cual se hallaba inmvil en el mismo sitio. Lattimer conservaba su revlver apuntando al estmago del otro. AL llegar a una distancia razonable, le dijo: -A qu ha venido esto, Tomson? -Me aburra... pasa algo? Lattimer le dio vuelta a su revlver y golpe a Tomson en la cara dos veces con la culata, de goma maciza. El otro se tambale hacia atrs, maldiciendo, y con las manos apretndose las mejillas. -Ya te advert - le previno Lattimer -. Esto ha sido por golpear al chiquillo. Y ahora voy a ocuparme de ti. Tomson logr dominar el dolor y la sorpresa. Volvi a dejar caer las manos a sus costados. -Las focas tienen cachorros y no nios - coment despectivamente -. Conque piensas que vas a ocuparte de m, eh? No irs a abandonar a tus seguidores el da de la adoracin, verdad? -No - replic Lattimer -. Llamar al Servicio de Vigilancia. -De verdad lo hars? - exclam el otro -. Qu interesante! Retrocedi ante el arma, siempre apuntada a su estmago y entr en la Residencia. No pareca muy preocupado por la amenaza. Tan pronto como Lattimer pas, a su vez, al interior, comprendi el motivo de la tranquilidad del otro. El aparato de radio estaba esparcido en el suelo, en mil pedazos. Baj el arma. -Est bien, Tomson. Te has apuntado un tanto. Deb fulminarte mucho antes. Tienes suerte al no querer luchar conmigo delante de los nativos, de lo contrario te dara la paliza ms fenomenal que te hayan dado en tu vida. Pero maana es el da de la adoracin, y ahora no puedo dejar esto. Sin embargo, me hallo en mejor situacin que t. T no puedes marcharte de aqu, en absoluto. No te atreves a encontrarte solo en la selva, especialmente ahora que ha sido visto otro jumo en la falda del acantilado. Esta mentira fue dicha con toda seriedad. -Pero al da siguiente de la adoracin - continu - sers enviado al aeropuerto espacial, para ser sometido a la psiquiatra. Est claro? Tomson ri de manera insultante. -Eres un condenado embustero, Lattimer! -No estoy mintiendo - contest Lattimer, enfundando su revlver atmico -. Pasado maana, a lo ms tardar, estars listo para que modifiquen tu cerebro. Lo dijo con tanto aplomo que la actitud de Tomson cambi en otra de incertidumbre. No podan esquivarse mutuamente en los estrechos confines de la Residencia. Pero precisamente Lattimer no quera perderle de vista. AL contrario, mantuvo a Tomson dentro de su radio visual por el resto de la noche, y cuando aqul se meti en cama, Lattimer inspeccion su revlver y se ci el cinto con el resto de las cargas.-Ahora que Tomson haba descubierto su verdadero carcter, ya no tena ninguna duda de lo que tena que hacer. Transcurri mucho tiempo antes de que el sueo se apoderase de l. A la hora de levantarse, Ris y Flaokh llegaron juntos, ya que el honor de despertar al dios el da de la adoracin era tal, que no deba ser dividido. Lattimer trat de ocultar su fatiga, producida por la falta de descanso, y mientras se concentraba en la forma de efectuar la devolucin del saludo, vio que la lluvia haba vuelto a caer, y que los primeros cnticos del da de adoracin estaban ya flotando por todo el poblado. La msica nativa era demasiado rara para los odos humanos, pero el joven habase acostumbrado a
reconocer la sombra majestad de sus cantos rituales. Adems, en tales ocasiones, en sus cnticos sagrados, era nicamente cuando toda la tribu cantaba a la vez. Tomson abri tambin los ojos. -Ser mejor que te levantes - le aconsej Lattimer -. No falta mucho para que empiece la ceremonia. -Quieres que salga y me siente bajo la lluvia con una manada de focas contemplndome? - se burl Tomson -. No, gracias. Me quedar aqu! - escuch el repiqueteo en la techumbre -. Dios, vaya tiempecito! Y qu es eso? Parece un coro de balidos de ovejas! Qu es? -Es el himno matinal! - le explic Lattimer -. Te orden que te levantases! Tomson le pregunt amablemente: -Resultara extrao que me llevases a la ceremonia amenazndome con tu revlver, verdad? Cmo iban a divertirse) -Est bien - dijo Lattimer, sosegadamente. Cogi un rollo de la dura fibra para cuerdas fabricada por los nativos, que colgaba de un gancho del muro -. Si no vienes por las buenas, no podrs venir de ninguna manera. Con un rpido movimiento apart las sbanas del camastro de Tomson, y ste se incorpor lanzando un agudo chillido, al verse fieramente azotado en la sien con la culata del revlver. At concienzudamente a Tomson, con cientfica destreza, y casi no le qued tiempo para vestirse antes de que los dos Adoradores regresasen para conducirle a la plaza del Consejo. Estara hambriento antes de finalizar la jornada, ya que no haba tiempo de desayunar, pero su propia incomodidad pesaba muy poco ante el peligro de haber dejado libre a Tomson. Se las ingeni para esconder el cuerpo inconsciente de la vista de los nativos, y luego an sali a su encuentro para impedir que le viesen por casualidad. Se situ en la tribuna como para celebrar una audiencia sin mencionar la ausencia de Tomson. Pensaran que la forma de conducirse de los dioses no era como la de ellos. Dio comienzo a la ceremonia. Era compleja y altamente simblica, con el interminable ritual de los seres primitivos. Y continuamente resonaban los cnticos en loor del dios. El servicio religioso continu implacablemente, mientras cada miembro de la tribu reverenciaba y adoraba al dios viviente, y la lluvia iba empapando el terreno. Lattimer observ las inquietas miradas que se cruzaban entre Chinsel y los ancianos, y stos no tardaron en redoblar el volumen de sus voces. No haba duda de que se trataba de la ms densa y copiosa de todas las lluvias. Lattimer se esforz en comportarse como un autntico dios, mientras su estmago ruga de hambre y el agua empapaba sus ropas. El ritual se hallaba escasamente en su mitad, y Chinsel acababa de levantarse para hacerle partcipe al dios del formal reconocimiento de la deuda que su tribu tena contrada con el Hombre, cuando oy un ruido que, inconscientemente, haba estado temiendo or desde que haba sabido a la tribuna aquella maana. Y le llen de horror. Se gir para ver lo que ya esperaba. Era Tomson. Y borracho. "El botiqun", pens Lattimer, desesperado. Record dnde lo haba guardado. Y haba alcohol en el botiqun. Deba haber pensado en ello! Tomson avanzaba tambalendose desde la puerta de la Residencia, blandiendo su revlver descargado. Gritaba frases y palabras sueltas en idioma venusino, con un acento infernal, pero el significado de lo que deca era inequvoco. -Basta de balidos! Basta de cantos! Acabar por volverme loco! Lattimer se levant de un salto. El cntico fue muriendo espasmdicamente, mientras los ancianos buscaban en vano una prueba que les demostrase que no se trataba de un mal sueo, y que los hombres, sus dioses, no les haban fallado. Lattimer se pregunt frenticamente cmo poda solucionar aquel conflicto. En pocos segundos, Tomson haba derruido tres aos de pacienzuda labor; la tribu debera ser
aniquilada para evitar que esparciese rumores indeseables. No saba cmo se haba libertado Tomson de sus ligaduras, pero el joven se vio forzado a apartar esta pregunta de su mente mientras existiese una probabilidad de responder a la pregunta capital. Pero el Servicio no acudira ahora... Estaba a punto de empuar el revlver radioactivo para achicharrar al borracho, cuando en medio del profundo silencio originado por el cese de los cnticos, ov un ruido que jams habra credo agradase or. Era el crujido, el desmoronamiento, el derrumbamiento de los diques al resquebrajarse por el efecto de la lluvia. -Mi hermano ha venido a advertirnos que el pueblo corre peligro! - grit por encima de la lluvia -. Que cese la adoracin! El homenaje de mi pueblo no debe situarse por encima de su seguridad! Confirm sus palabras saltando abajo de la tribuna y corriendo hacia Tomson. Su revlver estaba an en la funda, pero haba quitado ya el seguro. -Est bien, Tomson! - le dijo en un leve susurro -. Te he sacado de este compromiso, pero sta es tu nica oportunidad. Sacando velozmente el arma, golpe al otro bajo la barbilla, esperando que la accin pasara desapercibida a los otros que estaban algo alejados de ambos dioses, y Tomson se dobl por la cintura. -Ris! Flaokh! - grit Lattimer. -Mi hermano ha corrido tan de prisa para avisarnos de la rotura de los diques que no puede ms - improvis -. Llevadle a la Residencia y colocadle en mi propia cama. Luego, que se rena all toda la tribu. Seguramente quedar destruido el poblado. Dio media vuelta y contempl las oscuras figuras que se apresuraban a poner a salvo sus bienes antes de que los restos de los diques y el agua arruinasen todas las chozas, arrasando la poblacin. La corriente tard escasamente diez minutos en terminar su obra. Lattimer estaba a la puerta con la vista fija en las aguas que empezaban ya a ceder. "El trabajo de tres aos esfumado en un da", pens. Todos los sembrados de papleta, de curra y la mayor parte de los de chirrit, todas las casas, excepto la Residencia, porque se hallaba situada en una eminencia en su calidad de templo y albergue del dios, todo haba sido destruido. La Residencia ahora era otro smbolo de la complejidad de la deidad humana. El templo se converta en santuario en tiempos de inquietud. A su lado, los nativos contemplaban el desastre. Algunos se quejaban en voz baja, pero casi todos estaban sentados, en silencio. Lattimer dio media vuelta al or un leve ruido y vio a Tomson incorporndose. -Qu ha sucedido? - pregunt, roncamente. Lattimer atraves la estancia en su direccin, apartando a los nativos. -Hiciste todos los posibles para arruinar la adoracin de los nativos. Si la rotura de los diques no lo hubiese impedido, a estas horas estaras muerto, y yo contigo. Tomson intent sonrer torvamente. Su rostro estaba tenso, pero careca ya de su propia confianza. -Eres un chico listo, eh? Pero todava te quedan ms de dieciocho meses antes de que vengan a relevarte, por lo que todava me queda una oportunidad de divertirme un poco pasando pop un dios. Lattimer mene la cabeza. -Ya te lo advert, pero no me creste vas a ser psiquiatrizado. Se oy un rumor en el exterior, y los nativos se apresuraron a levantarse para saludar a los ocupantes de una narria enlodada, que llegaba zigzagueando sobre el hmedo suelo desde el extremo del bosque, acercndose a la puerta de la Residencia. Los que iban en la narria lucan el uniforme del Servicio.
Tomson, con el terror ms profundo retratado en sus pupilas, vacil sentado en la cama. -Cmo les llamaste? -Destrozaste la radio - le explic Lattimer -. No pude decirles que haba pospuesto el da de la adoracin. No pude comunicarles si el servicio de dicho da haba sido correcto, o si los nativos empezaban a sospechar. Si alguna vez es as, los aplastaremos. No podemos ser omnipotentes ni omniscientes, pero ante los nativos debemos aparentar ambas cosas. Adis, Jim. Le asest un golpe con la culata del revlver por tercera vez a fin de dejarle inconsciente y se volvi para enfrentarse con el teniente que mandaba el grupo visitante. -Pueblo mo! - exclam Lattimer -, ha llegado para m el momento de abandonaros! Mir a su alrededor, Chinsel, al frente de los ancianos, resplandeca de orgullo, presuntuoso por haberle sido confiado dos veces por el Hombre la tarea de construir los diques. Durante unos segundos, Lattimer permaneci callado, reflexionando y rememorando el pasado. Ris no estaba all... ni el antiguo jefe, Miglaun. La riada se haba cobrado su portazgo, lo mismo que los aos. Pero los nuevos campos de papleta eran mayores que los antiguos; los nuevos diques eran ms resistentes, el poblado ms numeroso. -Pero ha venido otro dios que ya estuvo antes con vosotros. Fue el que nos avis la rotura de los diques cuando la poca de la Gran Lluvia. A m me conocis con el nombre de Lattimer. A l le conoceris como Tomson, mi hermano. Portaos con l como os habis portado conmigo. He hablado. Se volvi al hombre que estaba sentado a su lado en la tribuna, al tiempo que la tribu entonaba a coro un himno de bienvenida y le habl en un susurro. -Buena suerte, Jim. Aunque creo que no la necesitars. Te contaron mi historia? Tomson asinti. -Por esto he solicitado venir aqu. Me ofrecieron un poblado ms al Sur hace un mes, pero les dije que me esperara. Lattimer sonri ante el recuerdo. -La psiquis es una buena tcnica - suspir -. Una vez mat a una mujer... pienso que entonces era an ms primitivo que esta gente. Pero la psiquis no es suficiente, a menos que se tenga la oportunidad de demostrar sus aciertos. Slo el trabajo puede ofrecer dicha oportunidad. No hay otra tarea que le obligue tanto a un hombre a mostrarse perfecto. Ni hay nada que le haga a uno corregirse los defectos como tener a alguien que quiera imitarle. Aqu no tendrs problemas, son buena gente. Pero viglate a ti mismo: ste es el peligro. Se estrecharon las manos. Luego, Lattimer dio media vuelta, baj de la tribuna y atraves el campo hacia la narria que le estaba esperando. Entonces, Tomson, por primera vez se dirigi en voz alta al pueblo, cuyo dios era. No era un dios, en realidad. No. Pero era un hombre mucho mejor. Marte, casi sin agua, casi desierto, viejo en el sentido astronmico, puede demostrar poseer la ms antigua de las civilizaciones. Hay o hubo alguna vez una cultura marciana? Existe an o se desvaneci hace millones de aos, para dejar slo reliquias enigmticas a los primeros visitantes terrestres? Se necesitara una mentalidad particularmente inspirada para penetrar los desvanecidos sueos y encantos de un mundo tan arcaico, y entre todos los escritores de ciencia-ficcin, quiz sean las dotes y el ingenio de Robert Moore las mejor pertrechadas para haber acometido tal empresa.
S, pareca una joya, como un rub tan grande como el puo de un hombre. Era redondo y su superficie estaba compuesta de facetas que reflejaban una extraa luminosidad rojiza. -Pero, capitn - protest Orsatti -, mi especialidad es la bioqumica. Tambin soy metalrgico, pero esto no entra en ninguno de ambos terrenos. -Descrbalo lo mejor que pueda - gru Frome -. Mientras yo me dispongo a hacer un reportaje sobre el destino de nuestra primera expedicin a esta triplemente maldita ciudad de Torms. -Los encontraron? - le interrumpi prestamente Sparks. -Localizamos su nave espacial desde el aire antes de aterrizar. -Lo s. Pero los hombres... Los labios de Frome se estrecharon hasta no formar ms que una lnea recta. -Hallamos tambin a los hombres. -Oh! - contest Sparks. Durante un segundo mir al capitn, cambiando de expresin. Luego, gir sobre sus talones y fue a sentarse delante del transmisor. McIlrath le mir tristemente, pero no dijo nada. El de Orsatti fue el primer reportaje que estuvo listo. Le entreg al radiotelegrafista una hoja de papel. Sparks ley: "Los objetos parecidos a joyas, que hemos descubierto en Torms parecen ser de clase nica. Segn mi entender, nunca se hall nada semejante. en Marte. "Los hemos encontrado por toda la ciudad. Aparentemente, tambin los descubri la primera expedicin, ya que hallamos varios objetos iguales en la nave, uno bajo la litera del comandante, y otros cerca del cohete. "Aparecen solos o en grupos que alcanzan varios pies de altura. En un lugar, hallamos miles de ellos apilados como el carbn ante la puerta de un stano, segn descripcin del capitn Frome. "Es dudoso que perteneciesen a los habitantes de esta ciudad. Una hiptesis ms probable es que hayan sido llevados a dicha ciudad despus de haber muerto sus desconocidos habitantes. "En apariencia se parecen a gigantescas joyas, y a primera vista, parecen que hayan sido talladas en innumerables facetas. Sin embargo, un examen ms atento revela que las facetas son naturales y al parecer el resultado de la estructura cristalina de estos sorprendentes objetos. "Otra caracterstica nica es su fragilidad. Sutter dej caer uno de ellos. Se desmenuz en multitud de fragmentos tan diminutos que eran casi invisibles y, luego, para aadir an ms incertidumbre respecto a estos cristales, los fragmentos se disolvieron rpidamente en un gas rojizo que pareca tener tendencia a flotar unido. "Todava no podemos sugerir ninguna explicacin adecuada para el origen de estos cristales o para determinar lo que son en realidad. Firmado VICENT ORSTTI, bioqumico de la expedicin de rescate a Torms." Sparks movi una serie de clavijas. Zumb un transformador. Se calentaron los tubos de la radio. El joven habl por el micrfono: -Nave espacial de rescate "Kepler" llamando a la base principal. Nave espacial de rescate "Kepler" llamando a la base principal. -Adelante, la nave espacial de rescate - contest el altavoz. Cuando hubo terminado de radiar el primer mensaje, Sutter haba terminado su reportaje. Sparks empez a leer el informe del arquelogo por el micrfono.
"Incuestionablemente, ste es el descubrimiento arqueolgico de ms importancia realizado desde que la primera nave aterriz en Marte hace once aos. No es necesario ahora dar cuenta de las exploraciones efectuadas desde aquella fecha. "Se recordar la ansiedad con que se llevaron a cabo las primeras expediciones, la apresurada, apremiante bsqueda de indicios de vida inteligente en Marte. No haba dudas de que en el planeta haba existido una raza. El polvo casi llenaba los canales y cubra toda la superficie, pero los canales y las casas construidas demostraban que una raza de notables consecuciones cientficas se haba desarrollado en este planeta. Se recordar de qu manera nuestra avidez se extingui para convertirse en extraeza a medida que se obtuvieron los distintos informes de las partes exploradas. Se hallaron ciudades, con las calles inundadas de arena. La condicin de tales ciudades indicaba que haban sido abandonadas de una manera que sugera que haban huido lentamente ante el avance de un enemigo. Hallamos herramientas diseminadas por todas partes, ornamentos, los extraos libros de pergamino cubiertos de jeroglficos indescifrables. Pero no pudo ser hallada la raza que haba creado todo esto. S, empero, fueron hallados sus huesos, desecados en la arena. Pero a ellos jams se les hall. Ni tampoco a sus enemigos ante los que haban huido. "En esta ciudad de Torms tampoco hay habitantes. Pero s algo que resulta muy significativo. "Todo se halla en perfecto orden. Los libros se hallan alineados correctamente en las estanteras, todos los objetos de las pocas casas en que hemos entrado en su lugar, y las herramientas y mquinas de la raza que edific la ciudad estn envueltos en equivalentes de nuestra cosmolina; una grasa espesa que las protege de la destruccin. "Aqu, todo se halla en perfecto orden, como si los propietarios hubiesen planeado volver algn da. "Aqu se esconde un secreto, que puede estar relacionado con la desaparicin de la raza que antao habit en Marte. La ciudad es ms reciente que las dems que hemos hallado. Fue la ltima en ser abandonada. La clave del destino fatal de la vida en Marte reside aqu. "No necesito comentar ni encarecer la conveniencia de determinar el destino de este pueblo, y desentraar el vasto misterio que rodea a este planeta. "Por tanto recomiendo que se proceda a una ms profunda investigacin en Torms." Firmado: JAMES SUTTER Sparks aspir con fuerza. -Fin del segundo reportaje - dijo. -Parece interesante - coment el altavoz -. Pero no tienen ningn indicio de lo ocurrido a la primera expedicin? -Esto estar listo dentro de un momento - contest Sparks. -De acuerdo, entonces no corto la comunicacin - aprob el invisible locutor. La voz del operador cay en un opresivo silencio. Luego, volvi a resonar -: Avery, lo siento. Lo... lo haba olvidado. -Olvdelo - gru el radiotelegrafista -. No estoy pidiendo simpata. Levant la mirada. El capitn Frome, con el rostro como tallado en granito, estaba a su lado. -Transmite esto - le orden. Puso una mano sobre la espalda del operador, con los dedos bien apretados en la carne. Sparks no pareci darse cuenta. Ley el mensaje. -Est bien - suspir -. Es lo que quera saber. La voz de Frome adquiri un tono de pesar. -Lo siento muchacho.
-Puede ahorrarse sus condolencias - le replic Sparks. Frome se apart de su lado. La voz del operador reson ante el micrfono, repitiendo el mensaje que Frome le haba entregado. "Octubre, 16, 2347. "Cuando cesaron las seales de radio de la primera expedicin a Torms, estuvimos acertados al imaginarnos que algo les haba ocurrido. He aqu lo que nosotros hemos averiguado. "Avistamos la nave espacial, desde el aire. Estaba reposando en una de las caractersticas plazas de las ciudades marcianas. Aterrizamos lo ms cerca posible, en otra plazoleta, e inmediatamente Orsatti, Sutter y yo nos dirigimos a la nave, dejando a Avery, nuestro operador de radio, a McIlrath, nuestro maquinista y a Adams, nuestro cocinero, para la custodia de nuestro propio cohete. "Lamento informar que hallamos a tres de los miembros de la expedicin muertos. "No pudimos determinar la causa de sus muertes. Su cuerpos no presentaban ninguna herida, pero la expresin de sus rostros indican que sufrieron una agona. El comandante Richard Avery estaba en su litera. Sus piernas y brazos, agarrotados por la muerte, se hallaban en una postura que insinuaba que haba intentado incorporarse para defenderse. Sin embargo, esto es una suposicin meramente gratuita. No hay ninguna prueba que la apoye. Samuel Funk, el arquelogo, estaba ante el transmisor de radio. La impresin que me dio es que trataba llamar por radio cuando falleci. El aparato de radio estaba inutilizado a causa de la falta de fuerza, lo cual resulta altamente increble, puesto que la fuerza que lo alimenta procede directamente de la fisin del uranio, que mueve las mquinas, las cuales han cesado de operar. Segn mi experiencia personal, sta es la primera vez en que una mquina fisionando el uranio ha dejado de funcionar. No puedo sugerir ninguna razn para este fallo. Sin embargo, las mquinas estn paradas. "John Orms, el experto en lenguajes que intentaba descifrar el idioma marciano, ha sido hallado a cierta distancia de la nave espacial. Su rastro en la arena indica que huy del aparato. La misma expresin agnica en su faz. "Los enterramos en la arena de la plaza donde se hallaba la nave espacial. "Efectuaremos una investigacin ms completa. Es esencial que sepamos, no slo la causa de sus muertes, sino lo que par las mquinas del aparato. Tambin intentaremos solucionar el misterio de esta ciudad, como indica James Sutter, nuestro arquelogo. Firmado: MARTIN FROME, capitn de la nave espacial de rescate Kepler." A Sparks se le quebr la voz. Trag saliva. Luego volvi a hablar. -ste es el final de la transmisin por esta vez - y quit la clavija. En la nave se produjo un hondo silencio. Sparks miraba el equipo de radio, sin decir nada. Levant la cabeza al or una voz. -Es usted un tipo duro, Martin Frome - era Angus McIlrath, el cual en sus momentos de excitacin dejaba or an el acento escocs de su tierra natal. -No necesita recordrmelo, Angus - rezong Frome. -Djelo, Angus - terci Sparks. -Pero se trata de su padre, el que dejamos enterrado all. Al menos, poda habrselo dicho tan pronto como regresaron a la nave, y no hacer que se enterase usted al leer el mensaje - se volvi a Frome -. Lo repito: Es un tipo duro. -Este es un planeta duro, Agnus, y ha sido un duro trayecto el que hemos seguido hasta aqu. No es un sitio a propsito para debilidades ni flaquezas... -S, pero... -Dije que lo olvidase, Agnus - interrumpi Sparks -. Mi padre era tambin un tipo duro. De no haberlo sido, no habra estado aqu, no habra sido el primer hombre que pis Marte. S muy bien que le llamaban: el tipo implacable. Cuando algo iba mal, y en. este
viaje algo debi ir mal, sola decir: "Para cada enfermedad, la naturaleza proporciona una medicina. Pero esta medicina no te la sirven en bandeja de plata, sino que hay que descubrirla o morir. Odiaba cualquier expresin de sentimentalismo, cualquier clase de flaqueza. El capitn Frome me ha dicho que mi padre haba muerto de la misma manera que l lo habra querido. Y en cuanto a su muerte, muri como l quera, combatiendo contra lo desconocido. Est enterrado donde l mismo hubiese querido: en las arenas de Marte. -Al estallido del operador, sigui un silencio, el ominoso silencio de los hombres que desean demostrar su simpata y no hallan palabras adecuadas. -Yo estuve en aquel primer viaje con l - coment McIlrath -. Y aprend a conocerle. Eres su autntico hijo. -Lo siento - contest Sparks -. No me refera a morirse de este modo. No, a l no le habra gustado. Pero para m era una especie de dios y... - apret los labios - algo le mat. La puerta central se abri. Se present el cocinero. -Vamos, venid a comer o lo arrojar fuera. -Vamos - dijo Sparks, amargamente -. Hay que comer. Cuando hubieron abandonado la cabina, la joya qued sobre la mesa, donde Orsatti la haba estado estudiando. Pero cuando regresaron, haba desaparecido. La buscaron por toda la nave. No la encontraron. Ni siquiera encontraron una minscula grieta en la parte interior del casco, cerca del suelo, un agujero por la que poda haberse colado una arandela. No era mayor que un lpiz, por lo que no llegaron a darse cuenta del mismo. Y haba otra pequesima grieta en la pared exterior de la nave espacial. La joya haba desaparecido. -Caballeros - decidi Frome -, esta noche paremos turnos de guardia. II Pero aquella noche no ocurri nada. Ningn intruso intent penetrar en el cohete. El viento. de Marte, que levantaba nubes de polvo sobre el planeta rojo, sopl suavemente en torno a la nave. No hubo otro rumor. Pero lo que sucedi al da siguiente les hizo olvidar, al menos temporalmente, todo lo referente a la joya que tan misteriosamente haba desaparecido. A primera hora de la maana, Sutter y Orsatti salieron a continuar sus investigaciones por la ciudad. Frome se qued en la nave, redactando un informe completo. McIlrath, segn rdenes de Frome, haba ido al cohete de la primera expedicin, para examinar sus motores. Estaban inutilizados. Haba vuelto meneando tristemente la cabeza. Le haba contado a Frome que no era capaz de determinar la causa de aquel fallo y que regresaba a sus propios motores. Sparks, de guardia en la portilla, vio venir al individuo. Era Sutter. Vena corriendo. -Los hemos encontrado! - jade al penetrar en la nave -. Los habitantes de Marte. En una caverna bajo la ciudad. Recuerda aquella puerta donde estaban amontonadas las joyas? Las apartamos y abrimos la puerta. Los marcianos estaban all abajo. Dormidos... en hibernacin - casi no poda hablar. -Entonces estn vivos? - pregunt Frome. -No. An no. Pero creo que pueden ser despertados. Orsatti lo afirma y l debe saberlo. Ahora est all abajo - el arquelogo se hallaba tan excitado que casi no tenan coherencia sus palabras. Sparks saba lo que aquel hallazgo significaba para Sutter. Y para todos ellas. Una de las mayores razones por la que los hombres habanse mostrado tan ansiosos de llegar a
Marte haba sido conocer a los habitantes del planeta. Las fotografas tomadas en 1939 haban demostrado de manera concluyente que los canales eran artificiales. Por tanto, haba vida en el planeta hermano, a travs del vaco. Pero cuando llegaron al planeta, no haban hallado a los hombres de Marte. En cambio, slo hallaron desolacin, polvo y arena. Y muerte. Y ciudades desiertas. Si Sutter tena razn, ste era el gran momento en la historia de la exploracin de Marte. Ni siquiera la llegada de la primera nave espacial a Marte tenia tanta importancia como este descubrimiento. Su corazn le dio un vuelco ante la idea. Los habitantes de Marte, tanto tiempo ignorados, haban sido encontrados! Frome comenz a ponerse el traje espacial. -Muchacho, ponte tu vestido - le dijo a Sparks -, y avisa a Angus. Angus lleg con la primera expedicin y se merece estar presente cuando se despierten esos marcianos. Sparks, al marchar hacia la sala de motores, se dijo que Frome no tena ningn motivo para llevarle consigo. Haba dicho que Angus se mereca estar presente. Y as era. EL viejo pionero haba sufrido toda clase de privaciones al explorar por primera vez el planeta. Se haba ganado de sobras la oportunidad de hallarse present en el histrico momento en que uno de los hombres de Marte fuese despertado. Pero Sparks saba por qu Frome deseaba que les acompaase. No se haba ganado tal recompensa. Pero alguien, que no poda estar presente, la haba ganado por l. Sparks no era ms que un joven de veinte aos escasos. Slo sus grandes conocimientos de radio le haban colocado entre los exploradores de Marte. Su padre no se haba opuesto a ello. Tampoco le haba ayudado a conseguir el nombramiento. Le haba dicho: "El hecho de que yo me halle al mando de los exploradores de Marte, no establecer ninguna diferencia con respecto a ti. Tendrs que pasar por las mismas pruebas que los dems, y por los mismos peligros. Comers lo mismo, dormirs en las mismas literas, bebers la misma agua sinttica, y te sostendrs estrictamente sobre tus dos pies. No pedirs favores y obedecers todas las rdenes, sean cuales sean." Richard Avery haba sido un hombre duro. Pero haba sido un hombre. Slo qued Shorty Adams para custodiar la nave. Frome le dio rdenes estrictas de no abandonar la vigilancia. Sutter les condujo a paso rpido, a travs de la silenciosa y desierta ciudad hasta. un edificio bajo, que slo tena una puerta. Los cristales de rub estaban diseminados por el suelo, demostrando de la manera que Sutter y Orsatti los haban derribado del montn. Sutter se intern por la abierta puerta, seguido por los dems. Sparks se fij en lo pesada que era la hoja de la puerta. Al menos tena un pie de espesor, y la otra superficie estaba cubierta de moho. Orsatti les esperaba abajo. -Todos estn bien - anunci -. Cada una de estas celdillas contiene un marciano. Se hallan dormidos en letargo. No hay ninguna duda. La cmara no era amplia. Haba sido excavada en la roca slida, y contena quizs quinientas celdillas, como tumbas. Cada receptculo estaba provisto de un cristal en la parte superior. -Esperaba su permiso para abrir uno de estos receptculos, capitn Frome - continu Orsatti -. Durante su llegada, me he tomado la libertad de quitar los sellos de una de las celdas. Est lista para ser abierta. Puedo continuar? Frome vacil. Observ a travs del cristal superior, y estudi a la criatura que yaca en su interior. -Est seguro de que estos seres duermen en hibernacin? -Positivamente. Mire la temperatura de aqu. Es la adecuada para ese sueo. Por esto la ciudad se halla en tan perfecto orden, con las herramientas bien engrasadas, las casas cerradas y atrancadas. Estas personas esperaban volver a su ciudad al despertarse.
-Bien - concedi Frome, lentamente -, es posible. Qu es esto, Angus? McIlrath se haba apartado de los otros. Haba cogido una linterna y estaba registrando cuidadosamente la caverna, buscando entre los pasillos existentes entre los receptculos, como un sabueso husmeando la presencia del peligro. -Estoy pensando que esta gente tuvo que tener algn motivo para decidirse a suspender su existencia. Sin una causa no habran venido a ocultarse aqu. No s cul fue dicho motivo, pero podra ser el ltimo expediente de una raza que desea escapar a un enemigo mortal e implacable. Si es as, ser mejor que consideremos bien nuestros actos antes de despertarles. Un ligero escalofro de angustia recorri el grupo. Orsatti parpade ostensiblemente. Sutter protest de manera inarticulada. -Ha visto algo que pudiera considerarse como un enemigo bastante poderoso como para obligar a los marcianos a huir de l mediante este letargo? - pregunt Frome. -No. -Quizs escasearon sus provisiones - apunt Sutter -. El agua ha ido escaseando ms cada vez en este planeta. Quizs un perodo de postracin por sequa les llev a no poder elegir ms que entre la hibernacin o la muerte. Suspendieron la animacin de sus vidas, esperando que al despertar las condiciones climatricas seran mejores. Tal vez sufran perodos alternos de sequa y tormentas pavorosas. Y as es como escaparon a sus padecimientos. El viejo escocs mene la cabeza. -Quiz sea as. Quizs estos marcianos huyeron de la sequa. Pero recuerdo que vinimos aqu a rescatar a tres hombres. Y los tres hombres han sido hallados muertos. Uno de ellos haba huido de la nave. Y no sabemos qu le impuls a huir. Tampoco sabemos si esta raza estaba huyendo de algo. De nuevo, sintieron el escalofro angustioso. Intua el viejo escocs algo que no poda expresar adecuadamente? Sutter era arquelogo. Haba pasado muchos aos excavando entre las ruinas de Marte. -Esto es una vulgar supersticin! -Podra ser - retruc McIlrath -. Pero creo que conoca muy bien a los tres hombres que aqu fallecieron. Eran muy poco supersticiosos. Y s muy bien que los motores por fisin de uranio no son supersticiosos. Sutter y Orsatti se volvieron hacia Frome y empezaron a solicitar reiteradamente su permiso para abrir los receptculos. Sutter y Orsatti no perdieron tiempo. Frome se volvi a McIlrath. -Lo siento, Angus. Si usted hubiese tenido un motivo slido, habramos esperado. -S, capitn - contest. Sparks Avery contemplaba la operacin. No haba tomado parte en la discusin. Ahora, a pesar del aire seco y frgido, en su frente comenzaron a brotar gotitas de sudor. Se las enjug. De vez en cuando, sus pupilas miraban la pesada pistola que colgaba sobre la cadera de Frome. ste haba abierto la funda. Haba una joya en el suelo, cerca del final de la rampa que llevaba hacia abajo. Reluca centellentemente a la luz del sol que empezaba a filtrarse a la caverna. Al operador de radio le pareci que slo haban pasado unos instantes desde que Orsatti haba abierto el receptculo. Con gran suavidad, Orsatti y Sutter haban sacado al exterior a su ocupante. El hombre de Marte yaca ahora en el suelo. Los hombres de la Tierra se agruparon a su alrededor. No llegaba a los cinco pies de estatura, tena un pecho corpulento, y largos brazos. Llevaba una prenda de piel suave, y en torno a su cintura haba un cinto de metal de donde colgaban una corta daga y una bolsa.
-Dentro de unos minutos se despertar - susurr Orsatti. Los otros estaban silenciosos. Sparks se dio cuenta de la tensin angustiosa del momento. Llevaba en Marte menos de seis meses, pero haba asimilado de su padre la atraccin del planeta rojo, su vasto misterio. Y ahora, el misterio iba a quedar desvelado. Ahora, Marte tendra una voz. Ahora, los desiertos rojos revelaran sus secretos, ahora las ciudades desiertas contaran lo que haba ocurrido. El marciano se estremeci. Movi un dedo, y retorci un brazo. Se le ensanch el pecho. El aire que se filtr por su boca, rozando las cuerdas vocales tanto tiempo en desuso, reson por la caverna. -Se est despertando - volvi a murmurar Orsatti -. Cielos! Qu dir? Qu har? Qu pensar? Lo asombrado que se quedar! Mientras estaban observando, el pecho del marciano comenz a moverse con ms regularidad. Los jadeos que haban sealado sus primeros esfuerzos por respirar, empezaron a acompasarse. Su garganta se contraa esforzadamente. -Miren! - exclam el arquelogo -. Se le estn abriendo los ojos. Eran castaos, de un castao gata. Estaban formados como por una pelcula delgada y se hallaban desenfocados. -Calma, chiquito! - le dijo Sutter -. Mira, te ayudar a levantarte - y pas un brazo por debajo de los hombros del marciano. ste mir a Sutter y apart la vista. La pelcula haba desaparecido de sus ojos. Ahora ya poda centrar la visin. Sparks suspendi su respiracin. Lo que haba visto era increble. El marciano slo haba mirado a Sutter. Luego, haba desviado la mirada. sta se haba paseado por los rostros de los dems. Pero slo les haba dirigido una ojeada, s, una ojeada, como si no tuvieran ninguna importancia. Al despertar de su sueo de aos, al encontrarse en presencia de una raza que, obviamente, no perteneca a Marte, no les haba credo dignos de una segunda y ms atenta observacin. Qu pasaba? No poda ver el marciano todava? Estaba ciego? O, por muy importantes que fuesen los gigantes que estaban agrupados a su alrededor, haba algo ms importante todava? El marciano tena grandes y puntiagudas orejas, que poda mover a voluntad. Las enderez hacia atrs, como un gato a la escucha. de un rumor a sus espaldas. Ignor absolutamente a los terrestres. Luego, llev las orejas hacia delante, hacia la puerta abierta, por la que entraba el resplandor del sol. Escuch. No oy nada. Movi la cabeza a un lado y a otro, buscando con las orejas algn sonido en el fro y seco aire, alertas sus ojos al menor movimiento. Sparks tambin escuchaba. No oy nada. Pero el marciano s pareca estar oyendo algo. Tena las orejas inclinadas hacia delante, como un gato a la escucha de un perro peligroso. Pero no estuvo escuchando mucho tiempo. Ahora miraba. Y vio algo. Los ojos castaos estaban fijos con terrible intensidad en un objeto que yaca junto a la puerta. El horror se pint en su faz, un horror que casi careca locura. Se liber de los brazos de Sutter. El arquelogo intent contenerle. La mano del marciano fue al cinto en busca de la daga. La empu... y la hundi en su garganta. Viste chill. El chillido se extingui en un silencio de muerte. Cay de cara, y de debajo de su cuerpo se levant una pequea polvareda. En el aturdido, extrao silencio que sigui se oy el jadeo de Sutter. -Le asustamos. Nos vio y se suicid. -No! - grit Sparks -. Nos vio, s, pero no le asustamos. No nos prestaba atencin. All est lo que le asust!
Seal hacia la puerta, donde la joya resplandeca a la luz del sol. -Esto es lo que vio. Esto. Le asust hasta tal punto que se suicid. Comenz a acercarse a la joya. -Sultalo! - le advirti McIlrath -. No lo toques! Sparks salt hacia atrs. -El chico tiene razn - continu Angus -. Yo lo he observado. El marciano no se asust de nosotros. Fue la joya lo que le amedrent. -Pero esto es ridculo! - protest Sutter -. Esa joya es inofensiva! Abriremos otro receptculo y resucitaremos a otro marciano. -No hacemos nada de eso - gru Frome -. Ridculo o no, esto exige una investigacin. Puesto que el primer marciano al que hemos despertado se ha suicidado, quiero descubrir qu es lo que le ha impulsado a hacerlo antes de despertar a otro. Orsatti y Sutter, recojan el cadver. Lo llevaremos a la nave, enviaremos un informe completo a la base y pediremos que enven una expedicin de refuerzo. Angus, abre la marcha. Sparks, sguele. Yo ir a la retaguardia. Sac la pistola de la funda. El chasquido al soltar el disparador reson en la silenciosa bveda. Sin hacer caso de las objeciones de Sutter, salieron todos de la cmara. Al pasar por la rampa, se agach a recoger la joya, y la arroj vivamente a la mochila. Cerr la puerta de la cueva a sus espaldas. Slo haba una pregunta en la mente de todos ellos. Por qu se haba suicidado el marciano? Por qu le haba asustado tanto aquella joya? Estaba la muerte, silenciosa, e invisible, en esta desierta ciudad? Haban tratado de huir a la muerte los marcianos? Cuando llegaron a la nave descubrieron que la muerte se les haba adelantado. Encontraron a Shorty Adams retorcido bajo el refrigerador del agua en su cocina. Estaba muerto. III Fue Sparks quien lo encontr, y llam a los dems. Frome lleg el primero. Su examen del cuerpo fue completo, aunque rpido. -Ha sucedido casi en seguida despus de haber dejado nosotros la nave. No hay ninguna herida en el cuerpo, ni ninguna seal de la causa de la muerte. Pero tiene estampada en el rostro la misma expresin de agona que en las de los otros camaradas nuestros. Metdicamente, comenz un registro concienzudo del cubculo. De una gaveta sac otra joya. El rostro de Frome pareci congelarse. Todava llevaba las pesadas manoplas que formaban parte del equipo marciano. Manejando precavidamente el rub, lo elev a la altura de sus ojos y lo examin cuidadosamente. -No puedo decir si es el mismo que se extravi anoche - dijo. -Piensa que, mientras estbamos cenando, Adams se desliz a la cabina principal y lo rob? - pregunt Sutter. -Esto no es cierto - declar McIlrath. -Cmo lo sabe? Podra serlo. -Conoca a Adams - replic el viejo -. No era un ladrn. -Pues cmo consigui salir la joya de la nave, o llegar adonde estaba oculta? Sugiere que se movi por s sola? - insisti Sutter. -Basta! - les interrumpi Frome -. Algo le mat. Pero no estoy preparado a poder afirmar que esta joya le produjo la muerte. Tampoco puedo negarlo. Pero s puedo decir esto: Regresaremos inmediatamente a nuestra base, donde existen las facilidades del laboratorio, y descubriremos qu son en realidad estos malditos objetos. Angus, prepare
los motores para el despegue. Sparks, conecta el transmisor y ponte en contacto con nuestra base. Informa que vamos para all. Vamos, en marcha! Sparks estaba ya corriendo hacia la proa de la nave. AL deslizarse en su asiento, vio, por el rabillo del ojo, el cadver del marciano donde Sutter y Orsatti lo haban dejado caer cuando entraron en el cohete. Todava tena la daga en la garganta. Aquella visin le hizo sentir un escalofro en la espina dorsal. Si necesitaba que algo le recordase que la muerte rondaba por las cercanas, la vista de la daga cumpli su misin. Puso en marcha la radio, conect las debidas clavijas y cogi el micrfono. Al ver que el zumbido del transformador no sonaba, volvi a manejar las clavijas. Todava estaba afanado en ellas cuando lleg Frome. -Lamento informar que nuestro transmisor no funciona. La fuerza parece haber fallado. Frome se par en seco. Habra actuado de igual forma si alguien le hubiese estado amenazando con un revlver. -Qu pasa? Mientras Sparks repeta lo ocurrido, Sutter y Orsatti penetraron en la cmara. -Pero la fuerza del transmisor procede de nuestros motores - murmur Frome -. Qu es lo que ocurre aqu? - y dando media vuelta, empuj sin querer a Sutter y Orsatti y se alej. -Pasa algo? - susurr Orsatti asombrado. -Tengo una idea - exclam Sparks y sigui al capitn. Cuando lleg a la sala de motores, slo necesit una ojeada para comprender que su temor era realidad. -Pero los motores no pueden estar inutilizados! - estaba exclamando Frome, con vehemencia -. No puede ser! Es imposible que fallen los motores de fisin del uranio! -S que es imposible - replic el escocs obstinadamente -, pero esto es lo que ha sucedido. El capitn Frome se enfrent con todo el grupo, -Caballeros, no necesito recordarles que nos encaramos con la muerte. La noche est ya acercndose. Nos hallamos sin motores para mover el aparato, y sin radio para comunicar. Hay centenares de millas de desiertos ridos, mortales, rodeando esta ciudad, desiertos que no podemos esperar cruzar a pie. Tenemos agua y comida para dos semanas. Incuestionablemente, cuando desde nuestra base no consigan comunicar con nosotros, enviarn una nave de rescate, pero pasar una semana antes de que el cohete llegue hasta aqu. Si queremos contarnos entre el nmero de los vivos cuando lleguen, tenemos que ejercer una vigilancia constante. Entregar pistolas a todos, y debern estar listos para usarlas. Hizo una pausa y mir al maquinista. -Angus, usted y Sparks realizarn todos los esfuerzos posibles para determinar la causa del fallo de nuestros motores y corregirlo. Sutter, me har un gran favor si se encarga de la cocina. Orsatti, quisiera que me ayudase. -Ciertamente, qu hay que hacer? -Vamos a averiguar qu son estas condenadas joyas - contestle Frome. Seal las dos piezas. El bioqumico palideci. Mientras trabajaba en sus motores; era obvio que el viejo ingeniero escocs estaba intentando ocultar sus temores. A todas las preguntas daba la misma respuesta: un movimiento ambiguo de cabeza. -No lo s, muchacho. Es como si el uranio hubiese perdido su poder de explotar. -Pero nadie lo ha tocado. Los sellos estn en su sitio. Si alguien los hubiese roto habra dejado seales. -Lo s, chico. Y tambin que en los cadveres de los muertos no existen la menor huella. -Cul debe ser la causa?
-No lo s, muchacho. Pero debes recordar que esto es Marte. En este planeta hay cosas muy extraas, cosas que los hombres no sospechan. El marciano se ha suicidado. Esto fue muy raro. Y estas joyas son tambin muy raras. -Pero por qu se han parado los motores? Han querido acorralarnos deliberadamente aqu? -No puedo adivinar los motivos - replic McIlrath con cierta inquietud -. Esto no es la Tierra. Las criaturas de este planeta deben tener para sus acciones motivos completamente distintos de los nuestros. Entonces se oy el primer disparo. " Bang! " El segundo lleg a continuacin. Alguien estaba usando una pistola. El primer disparo se haba perdido. Pero quienquiera que fuese haba procurado que el segundo no siguiese la misma suerte. "Bang! Bang! Bang!" Otros tres disparos siguieron inmediatamente a los dos primeros. Tambin se haba malgastado el segundo proyectil. Y ahora, el defensor estaba vaciando el cargador frente al enemigo. -Es en la cabina central - exclam Sparks -. Vamos! Empuando su pistola, el joven corri por el corredor. McIlrath le pisaba los talones. Casi tropezaron con Setter al salir ste de la cocina, con un arma en la mano y un cuchillo en la otra. El arquelogo cubri la fila. Sparks le peg una patada a la puerta. Orsatti yaca en el suelo. Sparks no necesit ver el espasmo agnico en su semblante para saber que el bioqumico estaba muerto o agonizando. Frome estaba vivo. Estaba de pie, con las piernas separadas, apuntando con su pistola. sta lanzaba llamaradas, y el agudo sonido de una detonacin repercuti en la estancia. Volvi a apretar el gatillo y ste peg contra la cmara vaca. Con un solo movimiento del brazo arroj el arma a la cosa que avanzaba hacia l. La visin paraliz al operador de radio. Lo que vio... era imposible! La cosa que se mova hacia Frome era una bola de gas rojizo, de dos pies de tamao. Un globito de gas girando en torbellino, que despeda un resplandor rojo. La cosa centelleaba con puntitos de luz. Produca un ruido al moverse, una nota bastante aguda como el susurro de un distante generador. Haba dos bolas de gas. Una de ellas se diriga hacia Frome. La otra estaba en el suelo, sobre el cuerpo de Orsatti, y el susurro procedente de sta denotaba el rumor caracterstico de alguien que est comiendo. Todo ocurri en una fraccin de segundo. La bola de gas salt hacia Frome. Una atronadora explosin ensordeci los odos de Sparks. Vio una llamarada sobre su hombro y comprendi que McIlrath acababa de disparar. Empu su propia pistola y las dos escupieron una salva. La bola de gas vacil al ser herida por las balas, oscil y esquiv. -Esta es la medicina - grit Sparks -. Plomo caliente - y volvi a disparar. Antes de que la tercera bala hubiese salido del can, comprendi que el arma era intil. La bola de gas haba vacilado bajo los impactos, pero haba salido ilesa. Salt sobre Frome, pegndose a su pecho como una ventosa. Las manos del capitn pretendieron apartarla de s, pero al tocarla todo su cuerpo pareci quedar paralizado, y los brazos le cayeron invlidos. Una expresin de dolorosa agona se pint en su faz. Sus ojos se abrieron con sbito horror. Grit y cay al suelo. Al caer, vio al operador de radio junto a la puerta. -Cierra la puerta - jade -. Atrncala a tus espaldas. Sparks no se movi para obedecerle.
-Salvaos! - susurr Frome -. No os cuidis de nosotros. Ya estamos listos - la voz le fall, produciendo slo un estertor, pero an logr dar su ltima orden -. Es mi voluntad. Obedece! Era el capitn. Su autoridad era absoluta. -Obedecer! - exclam Sparks, sugestionado. Salt al interior de la sala, seguido por McIlrath y Sutter. Lo que ocurri a continuacin qued para siempre como un sueo en la mente del joven. Como un nio que ha luchado contra abejorros en los pantanos de la Tierra. Era lo mismo que luchar contra los abejorros, excepto que aquellos eran mortales. Golpeando, azotando la masa rojiza del pecho de Frome, intentaron arrancarle de all. Su contacto les produca calambres dolorosos en los brazos. Las manos no conseguan retener aquella bola de gas, que se escurra, cambiando de forma. Pero cuando concluyo la lucha, el capitn Frome estaba a un lado de la puerta y la masa rojiza de gas estaba susurrando colrica en el otro. Y Sparks estaba volviendo a la puerta. Cuando sali por segunda vez, llevaba el cadver de Orsatti en brazos. Tuvo fuerzas bastantes para dejarlo en el suelo. Y luego, las piernas le flaquearon y se desmay. IV Cuando recobr el conocimiento, el viejo ingeniero le estaba vertiendo "whisky" en la boca. Quiso levantarse, pero McIlrath lo empuj hacia atrs. -Quieto, muchacho, hasta que hayas recuperado las fuerzas. -Pero esas bolas de gas...! -Qudate quieto y te dir lo que hemos decidido. -Dnde estn? -En la sala de mando, lamentndose mutuamente. El capitn- cree haber descubierto lo que son. -El capitn Frome? Cmo est? -Dbil como un gato, pero creo que sobrevivir. Afirma que las bolitas de gas proceden de las joyas, y que mientras l y Orsatti estaban afanados con los cristales, de repente se convirtieron en gas ante sus ojos... -Pero esto es imposible! El viejo escocs sacudi la cabeza. -El capitn Frome afirma que las bolas de gas y los cristales son dos formas diferentes de la misma especie de existencia. Piensa que se trata de algo semejante a la crislida y la mariposa de la Tierra. El cristal es el estado de crislida. La bola de gas es el estado de mariposa. Dice que deben poseer una energa radiante, y que nos atacan a nosotros y a los motores por la misma razn. -Pero... - Sparks se trag su protesta. Frome era un fsico de gran vala. Y no era dado a declaraciones inconscientes. Si presentaba una teora, tena siempre una buena base para sustentarla. -Qu relaciones hay entre nosotros y los motores? -sta, muchacho: el manantial de fuerza de nuestros motores es la radioactividad del tomo de uranio... La fuente de energa que mantiene el corazn humano en activo es el elemento potasio, que es ligeramente radioactiva. Si se le quita el uranio a nuestros motores, no generan energa. Si se quita el potasio de nuestros cuerpos, nuestros corazones dejan de latir. -Pero el uranio no fue quitado de nuestros motores, y los cadveres no presentaban seales de ninguna clase. Cmo pudieron robarles el potasio sin dejar huella? -No es el uranio ni el potasio lo que quitan. El capitn Frome asegura que estas bolas de gas viven de las emanaciones radioactivas; los rayas alfa, beta y gamma, al ser
descargados de estos elementos, les dejan inertes. De igual forma que una sanguijuela chupa la sangre, estas bolas chupan, absorben mejor dicho, las descargas radioactivas. Te sientes ya mejor, muchacho? Sparks se incorpor. Senta la cabeza mareada, pero se esforz para mantenerse en pie y se dirigi adonde el capitn Frome estaba tendido en tierra. Tena los ojos cerrados y respiraba a cortos e irregulares jadeos. Sutter estaba inclinado sobre Frome. -El corazn late muy levemente - dijo el arquelogo -. Estos malditos bichos casi le chuparon toda la vida. Sparks no contest. Se acerc a la portilla ms prxima y atisb hacia fuera. Sobre Marte estaba cayendo como una llovizna de polvo. Las sombras se arrastraban por encima de la ciudad. Las tinieblas se estaban enseoreando de los edificios. La noche se estaba apoderando de esta ciudad en la que durante cientos de aos la muerte roja haba estado esperando el despertar de los marcianos. Los hombres de Marte no se haban refugiado en el sueo letrgico para huir de un perodo de sequa. Haban escapado ante un mortal enemigo. El marciano se haba suicidado al ver la joya brillando a la claridad que penetraba por la puerta de la caverna. Haba sabido lo que era. Y haba preferido morir por su propia mano antes que esperar aquella muerte agnica. Un movimiento entre las sombras capt su atencin. Volvi a mirar, para asegurarse de que no se haba equivocado. Entonces vio que se trataba de una bola de gas rojo que se hallaba a un pie sobre la arena. Surgi de entre las sombras y se dirigi en lnea recta hacia la nave. Otra mariposa haba aparecido, otra crislida se haba abierto. Pero ahora se hallaban a salvo. El casco de acero de la nave les protegera hasta que llegase una expedicin de rescate. Tenan alimentos y agua. Aunque un millar de crislidas liberasen a la muerte, no podran atravesar los muros de acero de la nave. Alguien respir pesadamente a sus espaldas. Dando media vuelta, Sparks vio a Angus que tambin miraba por la portilla. El viejo ingeniero se fij en la bolita de gas. -Otra? Tema que habra muchas. Estas dos que se hallan detrs de la puerta han estado berreando como si llamasen a sus compaeras. -Pueden llamarse unas a otras? -No lo s, hijito. En la Tierra, la polilla lo hace y dudo mucho que la segunda bola viniese aqu slo por curiosidad. El operador de radio sigui a la monstruosidad roja en su marcha hasta que sali de su radio visual. -Bueno, aqu estaremos a salvo, - dijo, despus de estremecerse. -Tampoco lo s - murmur McIlrath, meneando la cabeza. No eran las palabras, sino el acento con que fueron pronunciadas lo que hizo que un escalofro recorriese el espinazo de Sparks. Pero Angus se neg a contestar a sus preguntas. El ingeniero le llev por el pasillo hacia la sala de mquinas. La puerta segua bloqueada. Era una lmina de aleacin de aluminio. Haban inyectado cemento en las bisagras. -Mientras estabas inconsciente - le explic -, estos diablos empezaron a meterse por entre las grietas existentes entre las bisagras y la hoja de la puerta. Las detuvimos con un poco de cemento, pero... -Pero qu! - tron Sparks -. No pensar que puedan atravesar esta puerta, verdad? -Creo que no, muchacho - replic el viejo escocs -, pero me acuerdo de la puerta que los marcianos construyeron para sellar su caverna. Al menos tena un pie de espesor. Sin embargo la superficie exterior estaba llena de agujeros de casi seis pulgadas de profundidad, como si algo hubiese intentado abrirse paso a travs de la puerta y hubiese
fracasado. No era moho, ya que en este desierto reseco y rido, el metal no puede enmohecer. Era algo que haba estado carcomiendo la puerta y los nicos bichos que pudieron hacerlo... Se interrumpi para mirar horrorizado la puerta que en aquel momento estaban asaltando. En el mismo instante, Sparks se dio cuenta de lo que ocurra. Una ligera mancha haba aparecido sobre la agrisada superficie. Pareca una manchita de cido. Tena el tamao de un centavo, pero estaba creciendo de medida. Y se estaba volviendo decididamente rojiza. -Estn abrindose paso a travs de la puerta! - susurr Sparks -.Ahora vern! Intent golpear con la mano la mancha roja, pero el escocs se la retuvo a tiempo. McIlrath cogi un puado de cemento del montn del suelo y lo arroj contra la mancha. Ces de crecer. Al otro lado de la puerta se oy un lamento. -Maldito seas! - gru el escocs -. Esta vez, esto te ha frenado. -S, pero por cunto tiempo? - susurr Sparks. McIlrath se limit a permanecer callado. Sutter lleg corriendo por el corredor. -He de deciros algo! - jade -. Hay un grupo de estos bichos afuera. Estn haciendo algo contra los cristales de los portillos y... Los otros dos no esperaron a que terminase su explicacin, sino que se apresuraron hacia la parte posterior de la nave. Una mirada les demostr que el arquelogo tena razn. Docenas de globitos de reluciente gas flotaban sobre la nave. Unos cuantos estaban aferrados a los cristales de los portillos. Bajo la accin de algn cido que segregaban, el cristal empezaba a resquebrajarse. Nadie dijo una sola palabra, pero todos saban que se acercaba la muerte roja. Lenta, pero seguramente, los cristales de los portillos quedaran desintegrados. Si cerraban los portillos con metal, los monstruosos bichos se lo comeran. No haba en toda la nave un sitio seguro, con la posible excepcin de la cocina, que se hallaba en el centro de la nave y protegida por barreras metlicas por todos lados. Con el tiempo, incluso estas barreras se derrumbaran. -Tiene que existir algn medio de barrer a estos bichos! - exclam Sparks. Sutter se estaba retorciendo como si le hubiese atacado una perlesa. Slo el viejo ingeniero estaba tranquilo, y extendi ambas manos en un ademn de desvalimiento. -S, chico, seguramente habr uno. Pero las armas no sirven... -Sparks - murmur una voz dbil. El joven gir sobre s mismo para ver quin le haba llamado. Vio al capitn Frome. Era el que haba hablado -. Qu ocurre? El radiotelegrafista se lo cont. Frome suspir. -Me gustara sugerir algo, pero no puedo. Me siento demasiado dbil para coordinar mis ideas. As que toda la tarea recaer sobre ti, muchacho. -Sobre m! -S. Deba ponerte bajo arresto por desobedecerme... cuando te orden salvarte. En cambio, te pongo a cargo... del resto de esta expedicin. No lo hago porque hayas demostrado iniciativa y valor... cuando me salvaste la vida... sino porque eres hijo del "implacable Avery". Nunca permiti que nada le detuviese. Y t eres hijo suyo. T nos sacars de este atolladero..., si es que existe alguien que pueda hacerlo. La mente del joven estaba inflamada. El capitn Frome le estaba manifestando que era el jefe. -Pero Sutter y McIlrath? Ellos, seguramente... -S que podran. Pero djales que contesten ellos mismos. Sutter asinti nerviosamente. -No me importa lo que se haga si logramos salir de sta con vida.
-Segu a tu padre, hijito - respondi simplemente el escocs -. Eres su verdadero hijo. No vacilar en seguirte. La excitacin que se haba apoderado de Sparks desapareci al reflexionar sobre sus nuevas responsabilidades. Antes, haba estado aceptando rdenes. Ahora, tena que darlas. Saba muy bien que Frome haba tenido otra razn para promoverlo al mando. Sutter y McIlrath eran demasiado viejos para responder rpidamente a una emergencia. El era joven, y sus reacciones respondan en una fraccin de segundo. Y si tenan que escapar vivos de aquella situacin, necesitaban un jefe que reaccionara instantneamente. Irgui la cabeza. -Llevaremos al capitn Frome a la cocina. Es el sitio mejor protegido de la nave. Tambin llevaremos all nuestro equipo de emergencia. Atrancaremos la portola con cemento. Y despus... - dejo la frase sin terminar. Saba que los muros de metal de la cocina cederan con el tiempo. Despus de haberlo llevado todo a la cocina, Sparks volvi a popa. McIlrath le sigui. -Qu vamos a hacer, muchacho? - inquiri el escocs. -Qu le hace pensar que tengo un proyecto? - quiso saber Sparks. -Que veo en tus ojos la misma mirada que haba en la de tu padre. Cuando estaba proyectando algo peligroso, y no quera comunicrselo a nadie, miraba exactamente de la misma manera. -S? - se admir Sparks -. Bien, s, estoy planeando algo. Pero usted no podr detenerme. Ya oy lo que ha dicho Frome. Ahora soy yo el que manda. Los ojos del ingeniero no pestaearon. -No necesitas recordrmelo, muchacho. Pero si supiera lo que intentas, tal vez podra ayudarte. -Oh! - replic el joven -. Estoy planeando algo. Y no se lo digo porque podra creer que es demasiado peligroso. Pero es la nica forma de poder salir vivos de aqu, segn preveo. -De qu se trata, muchacho? - insisti McIlrath. -Recuerde que ni padre deca siempre una frase -le contest Sparks -. Para cada enfermedad, la naturaleza proporciona una medicina. Para cada veneno existe antdoto. Para cada dolencia, hay una cura... en alguna parte. Pues bien, tiene que haber algo que sirva para destruir a estos globos de gas. En alguna parte debe haber su antdoto! -Tambin recuerdo el resto del proverbio. La naturaleza procura un medio de reparar todo lo malo, pero no sirve el antdoto en bandeja de plata sino que hay que saber encontrarlo. Dudo que exista un medio de aplastar a estos diablos rojos, pero, muchacho cmo vamos a encontrarlo con las pocas horas que nos quedan? El semblante del ingeniero estaba surcado por profundas arrugas de perplejidad: -Obtenindolo de la nica posible fuente de informacin. De los mismos marcianos. stos combatieron durante siglos contra estos malditos bichos. Si alguien sabe cmo acabar con ellos, son los marcianos - contest Sparks. -Pero ellos lucharon y perdieron! - protest McIlrath -. Y tuvieron que esconderse en la caverna. Si hubieran sabido cmo aplastar a su enemigo, lo habran hecho. El joven radiotelegrafista se enfurru. -Ya he pensado en esto - exclam, desesperado -. Pero tal vez a los marcianos se les termin el antdoto. El hecho de que pudieran poner orden en la ciudad demuestra que esperaban que estas malditas sanguijuelas de radioactividad se habran marchado cuando ellos despertasen. Por otra, es nuestra nica esperanza. O nos resolvemos a emprender una accin que pueda destrozar a nuestros enemigos, o nos sentamos y aguardamos a la muerte. Pero maldito me vea si me quedo aqu sentado y espero que uno de estos bicharracos me succione la vida. Voy en busca de estos marcianos - aadi
secamente -. Y en cuanto a ste no se suicidar antes de que hayamos podido hablar con l. -Pero, muchacho! -Pero, rayos y truenos! - grit Sparks -. Me marcho! Crey que el ingeniero protestara, porque tendra que pasar corriendo por el lado de las bolas de gas que estaban agrupndose en el exterior. Pero McIlrath no tena tal intencin. El viejo escocs conoca de sobras que la muerte se hallaba en el exterior, pero tambin que la amenaza de la muerte no haba servido nunca para detener a Richard Avery. No detendra a su hijo. Ni tampoco a Angus McIlrath. Tranquilamente, insisti para acompaar al joven. -No, diablos! - vocifer Sparks. Luego, su voz baj de volumen -. Usted, Angus, estar mejor aqu, y me ayudar a pasar por la puerta de emergencia cuando vuelva. -S, muchacho - se conform Angus -. Te estar esperando. Sparks esper hasta que hubieron cado las tinieblas. Luego, se desliz a travs de la puerta de emergencia. V Un globo de fuego flotaba fuera de la puerta. Sparks lo mir. Sinti cmo se le encoga toda la piel de su cuerpo. Qu ocurrira si lo atrapaba uno de esos bichos? Conoca la respuesta. Su corazn dejara de latir, como le haba ocurrido al de Orsatti, y al de... Mir la bola de gas. Flotaba hacia la popa de la nave. El joven salt a la arena y cay boca abajo, acurrucndose contra el casco de la nave espacial. Se oy otro dbil lamento al pasar otro de aquellos bichos. O quizs era el mismo. Tal vez acababa de husmear su presencia all, y retroceda. Sostuvo la respiracin. La muerte rondaba por su lado. Esper hasta que qued el camino despejado, y entonces corri velozmente a travs de la arena. Jadeando por recobrar el resuello en aquella seca atmsfera, lleg al refugio de los edificios... y vio un resplandor que avanzaba hacia l. Se aplast contra la arena. El polvo se levant en grandes nubes. La bola de gas pas. Sparks sigui pegado al suelo, jadeando. El polvo le irritaba la nariz. Comenz a arrastrarse hacia delante. Dos horas despus estaba de vuelta a la nave, con un marciano atado y amordazado al hombro. Dirigi la vista a la nave espacial y el corazn le dio un vuelco. Se hallaba rodeada por centenares de bolitas de gas rojizo. Flotaban contra el casco, contra los portillos, y estaban abrindose paso hacia su alimento que estaba all dentro. Centenares. Y otros que estaban acudiendo. Habran empezado ya a penetrar en el interior? Se dej caer al suelo, y fue arrastrndose por el espacio abierto, con el marciano sobre. su espalda. ste haba visto a sus enemigos. Y estaba temblando como una chiquilla asustada. Llegara a la nave? O le veran y se dirigiran hacia l en grupo? Ahora se hallaba slo a diez pies de la escalerilla. Un rpido impulso le llevara al portn. Aspir profundamente y se dispuso a tomar carrera. Y entonces, ocurri. Una bola de gas, al pasar por su lado, de repente zumb colricamente, y retrocedi hacia l, revoloteando como un buitre escudriando una carroa. Otros resplandores, atrados por la accin del primero, le acompaaban en sus revoloteos. Le haban descubierto. Era el final. No le quedaba ni una posibilidad entre un milln. Las bolitas de gas se dirigan hacia l en todas direcciones. Se puso de pie, y emprendi una desesperada carrera hacia el portal de emergencia, sabiendo que era imposible.
Tropez y cay. Todo eran tinieblas. Un cido pareci morderle la nariz. No poda. Vagamente se pregunt: es que la muerte vena as, como una sbita oscuridad? No senta dolor. Algo le roz. Lanz un chillido. Pero una ronca voz le dijo: -Por aqu, muchacho. Sparks, se atragant al musitar las gracias. McIlrath! Ya saba lo que haba ocurrido. El ingeniero haba estado esperando su llegada, con el proyector de humo preparado. Aquella oleada de oscuridad era humo. Humo! Ahora poda or las bolas de gas chillando, agrupadas en torno al humo. McIlrath le gui hacia la puerta. La hoja metlica del exterior golpe a sus espaldas. En toda su vida no se haba sentido Sparks tan miserable. Al verse de nuevo en la nave con el marciano, haba pensado que tena una posibilidad de seguir con vida. Y en cambio, ahora saba que estaban acorralados. A punto de ser exterminados! Haban transcurrido dos horas desde su regreso. Todos estaban en la cocina. La muerte estaba mordiendo y araando los muros, por lo que la muerte no tardara en tener franca entrada en la estancia. -Intent decrtelo cuando te marchaste, hijo - deca McIlrath en voz baja -, pero t hubieras pensado que trataba de retenerle, y no me hubieses escuchado. -Lo s - respondi Sparks, tristemente -pero, diablos, no pens en esto. Todo lo que pude pensar es que los marcianos deban tener algn medio para luchar contra estos bicharracos. -Lo s, muchacho - contest McIlrath -. No te lo reprocho. Has realizado una autntica proeza. Y quiz conozcan algn mtodo... -S - replic Sparks, amargamente -, tal vez lo conozcan... Mir al marciano. Estaba vivo. Asustado hasta lo inverosmil, pero vivo. Estaba sentado en el suelo, apoyada la espalda a la pared, con los brazos y las piernas atadas. Sus brillantes ojos, atemorizados, se paseaban incansables por la sala. Ocasionalmente, haba dicho algo en un tono de voz muy agudo. Saba qu era lo que estaba carcomiendo los muros de la nave, y tal vez supiera lo que poda hacerse para combatirlo. Cada vez que hablaba poda estar dicindoles cmo aplastar a los succionadores de radioactividad. Lo malo era... que no entendan nada de lo que deca. Los hombres de la Tierra y los de Marte se haban encontrado, bajo unas circunstancias desesperantes, de las que dependa el porvenir del planeta, pero no podan entenderse mutuamente. Sus lenguajes eran diferentes. John Orms, experto en idiomas, haba pasado once aos intentando descifrar los escritos marcianos, y haba fracasado. Los minutos transcurran perdidamente. Una manchita roja apareci en un muro de la cocina. McIlrath peg un puado de cemento encima del sitio, y luego contempl el montn de cemento, siempre en disminucin. Quedaba ya muy poco cemento. Sutter se retorca las manos nerviosamente. McIlrath estaba sentado, filosficamente. Sparks contemplaba al marciano. Tener la salvacin tan cerca y tan lejos, a la vez! Era enloquecedor! Frome, en el suelo, quiso levantarse y volvi a caer. S, tenan mucha agua. Sparks llen un vaso con agua que sac del refrigerador. Los ojos del marciano le siguieron mientras incorporaba al capitn para ayudarle a beber. Frome bebi con ansiedad. -Hubo suerte, muchacho? - le pregunt. -No - contestle Sparks -, pero todava no hemos acabado. Hay una forma de eliminar a estos bichos, lo s - se levant. Se estaba engaando a s mismo y trataba de engaarles a todos. Estaban acabados. Y cuando llegase la expedicin de rescate, que seguramente llegara, tambin moriran. Los huesos de los seres humanos yaceran junto
a los huesos de los marcianos en el polvo de las ciudades desiertas. La exploracin del planeta, tan valerosamente comenzada, poda finalizar all. La labor de los hombres que haban desafiado al espacio para llegar a Marte, la osada de los pioneros que haban retado a los desiertos, dara como nico resultado la muerte. Entonces, Sutter lanz un chillido, un grito inarticulado, el alarido de un hombre que ha visto la muerte, y sabe que no puede eludirla. Una mancha roja, del tamao de un lpiz, haba aparecido en la pared exterior. Y empezaba a aumentar de tamao. Lentamente, el arquelogo se fue dejando caer al suelo. Se haba desmayado. La presin le haba vencido. Le dejaran morir. Sera lo mejor. La muerte no le causara tanto dolor si desconoca que se estaba muriendo. La mancha roja fue creciendo. La cocina estaba silenciosa. En medio de aquel silencio, los hombres respiraban penosamente. El marciano grit. En el muro haba aparecido otra mancha roja. -Maldito, cllate! - exclam Sparks -. Estamos en el mismo bote... Se interrumpi para mirar al marciano. Y de repente, una salvaje esperanza empez a alentar en su corazn. El marciano pareca sufrir un ataque. Se retorca, intentando frenticamente libertarse. Sus ojos iban continuamente de los dos hombres a otro objeto de la estancia. Pareca un perro tratando de atraer la atencin de su amo hacia algo. Y como un perro no poda decirles lo que saba, ms que con la mirada. -Est intentando decir algo - susurr Sparks, en tensin. Cruz la cocina y cort las cuerdas del nativo. El marciano se puso de pie. Dio un salto al otro lado de la cmara, en direccin al refrigerador del agua. Sparks haba retenido la respiracin. Llen una taza con el lquido, se volvi y la arroj hacia la manchita roja del muro. Algo silb como una serpiente iracunda. Silb y retrocedi. Las manchas dejaron de ensancharse. -Agua! - jade Sparks -. La nica cosa que este condenado planeta siempre ha necesitado y no ha tenido! Agua! Estas condenadas bolas rojas se han multiplicado en un desierto. No resisten el agua; las mata. Sutter tena razn. Los marcianos acudieron al sueo letrgico porque se les haba terminado su provisin de agua. La respuesta la hemos tenido constantemente ante nuestros ojos. El polvo que estaba a punto de ahogarnos a todos debera habernos dicho lo que tenamos que hacer. Ahora estaba gritando. -Siempre hay una medicina para cada enfermedad! Y nosotros la hemos descubierto! Toma, maldito bicho! Toma! Toma! Estaba rociando los muros con agua. McIlrath y el marciano le ayudaban. El cemento empez a fundirse y a caer. Las bolitas rojas trataron de penetrar a travs de las grietas. Cuando el agua las alcanzaba, hervan como un caldero lleno de aceite hirviendo, humeaban, y el humo las mataba. Dos terrqueos y un marciano luchaban unidos, usando como arma aquello de que los marcianos siempre haban estado escasos: el agua. Cuando la nave de rescate se perfil en el firmamento, el sorprendido capitn hall a unos hombres de la Tierra que, muy felices, le daban la bienvenida. Dos de ellos sostenan al hombre que estaba reconocido como jefe de la expedicin. Pero cuando iba a saludar a Frome, fue Sparks quien se adelant, y le salud gravemente. -Avery, seor, capitn en activo de la nave de rescate "Kepler", informando. El intrigado capitn le devolvi el saludo. Luego le contaron todo lo sucedido. -Comprendo - dijo -. Hicieron un buen trabajo. Quines son aquellos? - seal a otro grupo, algo alejado.
-Los nativos de Marte - le anunci el joven-. Nosotros los hemos encontrado. Haban despertado a todos los marcianos de su sueo, y ahora formaban un abigarrado grupo, aparte de los terrqueos. -Pero qu hacen? - quiso saber el capitn -. Qu es lo que hacen? Los marcianos estaban levantando las manos al aire, daban saltitos, y retorcan y contorsionaban sus cuerpos. -Estn intentado decirles cunto se alegran de verle a usted y a los suyos - le explic Sparks -. Todava no han aprendido a hablar como nosotros... pero no cabe la menor duda de que saben hacer seas. Ms all de Marte, donde giran los planetas gigantes, la vida, si existe, debe ser muy diferente. Los mundos, all, poseen muchas veces el volumen de la Tierra, estn compuestos de gases venenosos, con poderosos vientos y extraas fluctuaciones de la gravedad y la densidad. Stanley G. Weinbaum, pintor pionero del espacio, cuyas concepciones han dejado huella indeleble en la ciencia-ficcin, nos muestra uno de estos mundos gigantes, el gran Urano, ms all de Saturno, el primer planeta descubierto por la astronoma y posiblemente uno de los ms enigmticos.
EL PLANETA DE LA DUDA
Stanley G. Weinbaum
Hamilton Hammond se estremeci nerviosamente al or la voz de Cullen, el qumico de la expedicin, que gritaba desde su lugar a proa: -He visto algo! Ham se asom por la portilla, contemplando la eterna bruma gris verdosa que envuelve eternamente a Urano. Luego dio una rpida ojeada al numerador de la plomada elctrica: cincuenta y cinco pies, pens con aspecto despreocupado, pero era una mentira, ya que haba registrado la misma cifra durante las ciento sesenta millas del descenso. La bruma reflejaba la luz. El barmetro sealaba 86,2 centmetros. Tambin era un gua muy poco de fiar, aunque mejor que la plomada, ya que el intrpido Young, cuatro dcadas antes, en 2060, haba anotado una presin atmosfrica de 86 en su romntico salto desde Titn al polo sur del encapotado planeta. Pero ahora el "Gaea" estaba descendiendo sobre el polo opuesto, a cuarenta y cinco mil millas del lugar de aterrizaje de Young, y nadie saba qu inmensas profundidades o qu altsimos picos podan hacer intiles aquellas cifras. -No veo nada. - musit Ham. -Ni yo - asegur Patricia Hammond, su esposa, o ms oficialmente, la biloga de la expedicin de la Smithsoniana "Gaea". Al momento exclam-: Oh, s! Algo se mueve! observ con ms atencin -: Arriba! Arriba! - grit -: Arriba! Harbord era un buen piloto. No formulaba preguntas, ni apartaba la mirada de los mandos. Simplemente, manej el regulador; los subcohetes rugiendo animadamente, y el impulso hacia arriba los api a todos contra el suelo. Con el tiempo justo. Una enorme ola gris de agua se arremolin bajo el portillo, tan cerca, que su cresta se retorci por efectos de la aspiracin del vaco, y el cristal qued empaado por el agua. -Caspita! - exclam Ham -. Esto pas cerca. Demasiado cerca. De habernos rozado, habra destrozado nuestros cohetes. Estaban al rojo vivo. -Un ocano! - grit Patricia, haciendo una mueca de disgusto -. Young comunic tierra.
-S, cuarenta y cinco mil millas lejos. Por lo que sabemos, este ocano es ms grande que toda la superficie de la Tierra. La joven consider este aserto frunciendo el ceo. -Y si esta niebla rodease toda la superficie del planeta? -As lo dice Young. -Pero en Venus las nubes slo se forman en la conjuncin de los vientos superiores y los inferiores. -S, pero Venus se halla ms cerca del Sol. El calor all se halla distribuido equitativamente, mientras que aqu el Sol apenas cuenta para nada. La mayor parte del calor de la superficie procede del interior del planeta, como en Saturno y Jpiter, pero como Urano es mucho ms pequeo, tambin es mucho ms fro. Es lo bastante fro como para poseer una corteza slida en vez de tenerla en fusin como en los grandes planetas, pero es considerablemente ms fro que la zona crepuscular de Venus. -S, pero - objet ella- Titn es tan fro como una docena de Nueva Zemblas, y sin embargo se halla en un perpetuo huracn. Ham sonri. -Quieres cogerme en falta? No es la temperatura absoluta lo que origina los vientos, sino la diferencia de temperatura entre un lugar y otro. Titn posee una cara calentada por Saturno, pero aqu el calor est equilibrado, o prcticamente equilibrado en torno a todo el planeta, puesto que procede del interior. De repente, centr su atencin en Harbord. -Qu ests aguardando? - le pregunt. -A ti - gru el piloto -. Ahora estn al mando de la nave. Yo slo mando hasta que avistamos la superficie, y esto ya lo hemos hecho. -Por Jpiter, que tienes razn! - exclam Ham, con voz de satisfaccin. En su ltima expedicin, en el lado nocturno de Venus, haba estado tcnicamente a las rdenes de Patricia, y ahora el cambio le complaca -. Y ahora - aadi con gravedad -, si la bilogo quisiera amablemente hacerse a un lado... Patricia solt un bufido. -Bueno, ya puedes pilotarnos. Seguro que no tienes ni una sola idea. -Pues la tengo - replic Ham, y se volvi a Harbord -. Sureste! - le orden, y los cohetes posteriores aadieron sus rugidos a los de los otros -. Proa arriba a treinta mil metros - continu -, y hallaremos las montaas. El "Gaea", denominado as por el antiguo nombre de la diosa de la Tierra, que era la esposa del dios Urano, fue impulsado a travs de la infinita niebla que rodeaba el polo del planeta. En cierto aspecto, dicho polo es nico entre la familia del Sol, ya que Urano tiene una rotacin, no como la de Jpiter, Saturno, Marte o la Tierra, a manera de una peonza, sino ms al estilo de un baln redondo. Sus polos se hallan en el mismo plano de su rbita, de forma que en un punto su polo sur da cara al Sol, mientras que cuarenta y dos aos ms tarde, a mitad de la vasta rbita, es el polo opuesto el que mira al astro rey. Cuatro dcadas antes, Young haba tocado en el polo sur. Pasaran an otros cuarenta aos antes de que aquel polo volviese a ver el Sol. -Lo malo con las mujeres - gru Harbord -es que hacen demasiadas preguntas. Patricia gir en redondo. -Schopenhauer! - le fulmin -. Deberas estar sumamente agradecido de que sea la hija de Patrick Burlinghame quien preste su ayuda a una expedicin yanqui! -S? Y por qu Schopenhauer? -Porque odiaba a las mujeres! Como t! -Entonces, era mejor filsofo de lo que pensaba - gru Harbord. -Adems - aadi ella, agriamente -, un par de millones de dlares es mucho dinero para una milla cuadrada de desierto brumoso. Adems, no podris dominar este planeta como intentasteis dominar Venus.
Se estaba refiriendo, naturalmente, a la decisin del Concilio de Berna de 2059, referente a que el simple hecho de aterrizar en un planeta no le da a una nacin la posesin del mismo, sino slo la parte explorada. En el planeta Urano, envuelto en la niebla, la porcin tendra que ser nfima. -No importa - arguy Ham -. Ninguna nacin reclamar si Amrica decide apoderarse de toda esta bola de bruma, porque ninguna otra nacin posee una basa bastante cerca de Urano. Esto era cierto.. En virtud de la posesin de la nica luna habitable de Saturno, Titn, los Estados Unidos eran la nica nacin que se hallaba en condiciones de enviar un cohete explorador a Urano. Un vuelo directo desde la Tierra quedaba fuera de cuestin, puesto que la distancia mnima. entre los dos planetas es de 1.700.000.000 millas. El vuelo tena que hacerse en dos saltos: primero, Titn, luego, Urano. Pero esta condicin limitaba la frecuencia de las visitas, enormemente, ya que aunque la Tierra y Saturno se hallan en conjuncin a intervalos de poco ms de un ao, Urano y Saturno slo lo estn cada cuarenta aos. Y slo en tales ocasiones era posible llegar al vasto, misterioso, brumoso planeta. Tan inconcebiblemente remoto se halla Urano, que la distancia a su vecino Saturno, es mayor que la distancia total de Saturno a Jpiter, de Jpiter a los asteroides, de stos a Marte y de Marte a la Tierra. Es un planeta salvaje, extrao, misteriosamente protegido por las nieblas, que slo el helado Neptuno y Plutn existen entre l y el vaco interestelar. Patricia se volvi hacia Ham. -Por qu al Sureste? - le grit -. Por qu? Se trata de una adivinanza, verdad? -No - gruole su esposo -. Tengo mis motivos. Intento ahorrar tiempo, porque nuestra estancia aqu es limitada, si no queremos vernos atrapados durante cuarenta aos, hasta la prxima conjuncin. -Pero por qu al Sureste? -Te lo dir. Has contemplado alguna vez un globo terrqueo? Bien, en tal caso, te habrs dado cuenta de que todos los continentes, todas las grandes islas, y todas las pennsulas importantes se van estrechando, hasta terminar en punta hacia el Sur. En otras palabras, el hemisferio norte es ms favorable a la formacin de las tierras, y en realidad, la mayor parte de los continentes se hallan situados al norte del Ecuador. -El ocano rtico se halla casi rodeado por un anillo de tierra, pero el Antrtico es un mar abierto. Y esto mismo es cierto con respecto a Marte, presumiendo que las llanuras oscuras y pantanosas no sean ms que antiguos lechos ocenicos, y cierto tambin para los ocanos helados del lado nocturno de Venus. -Por tanto, presumo que si todos los planetas tienen un origen comn, y todos se han solidificado en las mismas condiciones, Urano debe tener la misma clase de distribucin de tierras. Lo que Young hall fue la tierra que corresponde a nuestra Antrtica; lo que yo estoy buscando es la tierra que debe rodear a este mar polar rtico. -Que debe, pero que quiz no rodea - le objet Pat -. Adems, por qu al Sureste y no directo al Sur? -Porque esta direccin describe una espiral y amortigua la posibilidad de chocar con algn estrecho o canal entre tierras. Con una visibilidad de cincuenta pies, a lo sumo, nos exponemos a tomar un canal cualquiera por el ocano. -Incluso tu Tmesis ingls parecera el Pacfico con esta bruma, si estuvisemos a ms de medio centenar de pies de cada orilla. -Y supongo que tu Mississippi americano parecera el diluvio universal - se burl la joven, contemplando la masa neblinosa que giraba incesantemente delante de los tragaluces. Poco ms de una hora despus, el "Gaea" estaba de nuevo descendiendo con titubeos. A los 85 centmetros de presin del aire, Ham haba parado casi por completo el
cohete, y poco despus estaba cayendo sobre la rfaga almohadillada de los subcohetes, a una velocidad de varias pulgadas por minuto. Cuando el barmetro lleg a los 85,5 centmetros, la voz de Cullen reson a popa, donde el tragaluz estaba menos oscurecido por los mismos cohetes. -Algo abajo! - exclam. Haba algo. La niebla pareca decididamente ms oscura, y se vean ciertos rasgos o marcas, netamente destacados. Mientras la nave iba posndose lentamente, Ham observaba atentamente, hasta que por fin dio la orden de aterrizar. El "Gaea" se pos, con un jadeo metlico, sobre una llanura gris y pedregosa, coronada por un hemisferio de niebla que obturaba la visin lo mismo que un alto muro. Haba algo salvaje y siniestro en el limitado paisaje que se abra ante ellos. Al morir el ruido del aparato, todos volvieron la vista silenciosamente a los vapores de color plomizo, y Cullen tambin se les reuni en silencio. Este, poderoso, aterrador despus del tronar estrepitoso de los motores, les dej sobrecogidos. Venus, donde Pat haba nacido, era gin planeta extrao con su estrecha zona crepuscular habitable, sus tierras clidas inhabitables y su misteriosa cara oscura, pero en realidad era el hermano gemelo de la Tierra. Marte el planeta desierto con su gran civilizacin decadente, era, no obstante, ms poderoso pero no tan extrao. En las lunas de Jpiter haba seres procedentes de otros mundos raros, y en el helado Titn, que rodeaba a Saturno, haba criaturas fantstica, nacidas en aquel salvaje y frgido satlite. Pero Urano era un planeta mayor, slo hermanastro de los planetas interiores y menos que primo de los diminutos satlites. Era un mundo misterioso, extrao, desconocido; nadie haba posado nunca el pie en un planeta mayor, salvo el intrpido Young y sus hombres, unos cuarenta aos antes. Haba explorado, entre todos los millones de millas cuadradas de superficie, slo un kilmetro cuadrado, unas cuarenta y cinco mil millas lejos de donde ahora se hallaba la segunda expedicin. Todo lo dems era desconocido, misterioso, y aquel pensamiento era suficiente para subyugar incluso a la inquieta Patricia. Pero no por mucho tiempo. -Bien - observ -, esto se parece a Londres. Hace la misma clase de tiempo que cuando estuvimos all. Me parece que si doy unos pasos me hallar en Piccadilly. -No salgas an - le orden Ham -. Voy a ordenar una prueba atmosfrica, antes. -Para qu? Young y sus hombres respiraron este aire. S, supongo que irs a objetar que se hallaban a cuarenta y cinco mil millas lejos, pero incluso un bilogo sabe que la ley de difusin de los gases impedira que un planeta tenga una clase de aire en un polo, y otra en el opuesto. Si el aire era bueno all, tambin lo es aqu. -S? - rezong Ham -. Eso de la difusin est muy bien, pero se te ha ocurrido pensar que esta bola de niebla obtiene la mayor parte de su calor del interior? Esto significa una alta actividad volcnica, y podra, por lo tanto, haber una erupcin de gases letales en alguna parte. Quiero que Cullen haga una prueba. Patricia se conform, contemplando en silencio al eficiente Cullen, mientras obtena una muestra del aire de Urano dentro de un matraz. Al cabo de un momento la joven flexion sus rodillas y pregunt: -Por qu es aqu tan dbil la gravedad? Urano es cuarenta y cuatro veces mayor que la Tierra, y quince veces su masa, y sin embargo no me noto ms pesada que en casa - la casa, para Patricia, naturalmente, era la pequea ciudad fronteriza de Venoble, en el fro pas venusino -. -Esta es la respuesta - le contest Ham -. S, cuarenta y cuatro veces el tamao de la Tierra o de Venus, pero slo quince veces su peso. Esto significa que su densidad es mucho menor, exactamente 27. Esta cifra significa unas nueve dcimas partes de la gravitacin de superficie de la Tierra, aunque a m me parece casi igual. Examinaremos lo
que da un kilogramo de peso en la bscula, dentro de poco, y tendremos una cifra aproximada de su masa. -Se puede respirar el aire? -Perfectamente. El argn es un gas inerte, y una sustancia no puede resultar venenosa, a menos que pueda reaccionar qumicamente en el cuerpo. Pat solt otro bufido. -Lo ves? Esto es muy saludable. Voy a salir. -Esperars a que lo haga yo - objet Ham -. Cada vez que te separas de m te metes en algn lo, ya lo sabes. - Consult el termmetro situado al exterior, que marcaba nueve grados centgrados, o sea la temperatura otoal de la Tierra-. Esta es la causa de la perpetua neblina - observ -. La superficie siempre est ms caliente que el aire. Pat se estaba ya poniendo un suter y una chaqueta sobre los hombros. Ham la sigui y gir la manija de la cabina. Se oy un cortante silbido cuando el aire ligeramente ms denso de Urano se abri paso al interior de la nave. Ham se volvi a hablar con Harbord, que estaba encendiendo una pipa con gran satisfaccin, lo cual tena totalmente prohibido en el espacio, pero que ahora poda efectuar en la atmsfera de Urano. -No apartes los ojos de nosotros, de acuerdo? - le recomend Ham -. Mranos desde el tragaluz, por si nos ocurre algo y necesitamos ayuda. -Los dos? - gru Harbord -. Pues tu mujer ya ha desaparecido. Lanzando una imprecacin, Ham dio media vuelta. Era verdad. La puerta exterior de la cabina ya estaba abierta, y por la abertura se filtraba una masa neblinosa, casi inmvil. -Est loca! - exclam Ham -. Ya vers! Dame esto - asi un cinto con dos pistoleras, y luego se apoder de un revlver automtico y de una terrible pistola de llamas destructoras. Se colg las armas al cinto, cogi una mochila y se zambull en la eterna bruma de Urano. Era exactamente como si se hallase bajo un tazn de plata invertido. Por entre la niebla se filtraba una luminosidad verdosa, pesada y montona, pero todo su mundo consista en el cohete metlico que quedaba a sus espaldas y un semicrculo de cincuenta pies delante suyo. Y Pat... Pat no se vea por ninguna parte. -Pat! - grit en tono agudo. El sonido qued amortiguado por la fra humedad de la niebla. Volvi a gritar, vociferando exageradamente, y luego lanz un juramento de alivio al escuchar una dbil respuesta que surga de entre la bruma verdosa. Al cabo de un momento apareci la joven, zigzagueando, como un fantasma verdegris. -Mira! - exclam, triunfante -. ste es el primer espcimen de vida vegetal de Urano. Dbilmente organizada, reproducida por particin y... qu diablos te pasa? -Pasar? No sabes que podas haberte extraviado? Cmo esperabas volver? -Con la brjula - replic ella framente. -Cmo sabes si funciona? Podramos hallarnos situados en el polo magntico, si es que Urano tiene uno. La joven consult la brjula de su mueca. -Pues en realidad, no funciona. La aguja est saltando enloquecida. -S, y adems andas desarmada. Eres una loca! -Young afirm que no haba vida animal, verdad? Y... espera un momento. S lo que vas a decirme. Que estamos a cuarenta y cinco mil millas de distancia! -Adems - rezong el joven -, te hallas bajo mis rdenes. No puedes salir sola, y aun en ese caso, atada con una cuerda a tu compaero - extrajo unas cuantas yardas de cuerda plateada de un bolsillo, y at un extremo a la cintura de la joven y el otro a la suya. -Oh, no seas tan tmido! Me siento como un cachorro en una tralla. -Tengo que ser tmido - le contest l, secamente - cuando tengo al lado a una persona atolondrada, e imprudente como t. Ham no hizo caso del bufido de disgusto que ella solt, y procedi a desenvolver una tela que llevaba en la mochila. Result ser una bandera americana, provista de un mstil
plegable, que hundi en tierra, sobre una ligera prominencia del terreno, tras lo cual dijo con toda gravedad: -Tomo posesin de este territorio en nombre de los Estados Unidos de Amrica. -Los cincuenta pies que divisas, verdad? -murmur Patricia, en voz baja, aunque a pesar de sus modales burlones era muy leal a la patria de su esposo. Luego, call, y ambos contemplaron la bandera con cierta emocin. Era como el eco de un agradable y diminuto planeta a casi dos billones de millas lejos; aquel pedazo de tela significaba la gente, los seres humanos, los amigos, la civilizacin, cosas remotas y casi tan irreales como su presencia all, sobre el suelo de aquel vasto, solitario y misterioso planeta. Ham descart aquellas ideas. -Bueno, ahora daremos un vistazo por los alrededores. Young haba trazado indicaciones para la tcnica de la exploracin en aquel planeta, donde el explorador deba enfrentarse con dificultades casi insuperables. Ham at el extremo de un fino cable de acero a un gancho situado en el portn del cohete. Rodeando su cintura llevaba un millar de pies de dicho cable, el cual le servira como gua infalible en la oscuridad, nico medio prctico en una regin donde el sonido quedaba amortiguado, y donde las ondas de radio quedaban asimismo tan protegidas como por una campana de metal. El cable servira no slo de gua sino de mensajero, puesto que un tirn pona en movimiento un zumbador dentro de la nave espacial. Ham salud con la mano a Harbord, visible-detrs del tragaluz, fumando su pipa, y emprendieron la marcha. Al llegar el trmino de su tiempo disponible, Urano tena que haber sido explorado en crculos de mil pies, moviendo el cohete cada vez que quedasen grabados y anotados debidamente los detalles de cada zona. Una tarea colosal. Era probable, segn Ham le hizo notar a Pat, que aquel vasto planeta no llegase a ser jams explorado por completo, especialmente con el obligado plazo de cuarenta aos de intervalo que espaciaban las visitas. -Y particularmente - le corrigi ella -, si de la Tierra envan aqu a personas tan timoratas, ms bien temerosas, como t. -Al menos - replic el joven -, espero regresar pudiendo decir que hemos explorado una mirada de terreno, como lo hizo Young. -Pero no comprendes - exclam ella, impaciente - que, vayamos adonde vayamos, ms all de nuestro radio visual puede siempre haber algo maravilloso? Nos llevaremos unas muestras de varias zonas de mil pies del terreno, y a lo mejor cada vez pasaremos por alto algo que podra darnos a conocer la verdadera naturaleza de este planeta. Es lo mismo que si recorrisemos unos centenares de pies cuadrados en la Tierra. Qu probabilidad tendramos de descubrir parte de una ciudad, o una casa, o un ser humano en nuestro crculo? -Muy cierto, Pat. Pero qu ms podemos hacer? -Podramos, al menos, sacrificar unas cuantas precauciones y abarcar ms territorio. -Pero no podemos. He de mirar por tu seguridad. -Oh! - exclam ella, irritada y separndose de l -. Eres... - sus palabras quedaron ahogadas al llegar a la mxima longitud de la cuerda que le una a su marido. Ahora era ya invisible a los ojos de ste, pero los ocasionales tirones que l senta eran la mejor prueba de que todava segua atada a Ham. ste comenz a andar lentamente hacia el frente, examinando el terreno granuloso de humedad condensada, y an ms raramente, un poco de maleza como la que Pat haba dejado caer junto al cohete. Aparentemente, la lluvia era desconocida en Urano, planeta sin viento, por lo que a la Humedad. superficial segua un interminable ciclo de condensacin en el aire fro y de evaporacin en el clido terreno. Ham lleg a un punto donde el barro hirviente pareca surgir de abajo, mientras que plumones de vapor giraban sobre s mismos hasta perderse entre la niebla, prueba del
enorme calor interno que calentaba el planeta. Se qued como hipnotizado en su contemplacin y, de repente, un violento tirn de la cuerda le oblig a retroceder. Dio media vuelta. Patricia se materializ de improviso de entre la bruma, llevando en la mano una planta ahilada. La solt al ver a Ham y sbitamente corri hacia el joven, sollozando frenticamente. -Ham! - jade -. Regresemos! Estoy asustada! -Asustada? De qu? - el joven la conoca, y saba que era una mujer animosa, hasta el punto de desafiar intrpidamente cualquier peligro que pudiese comprender, pero si exista una sombra de misterio en algn incidente, su activa imaginacin le describa horrores que no se atreva a encarar. -No lo s! - exclam - He... visto cosas! -Dnde? -En la niebla... no se:.. Ham se desprendi de su abrazo y llev sus manos a las culatas de sus pistolas. -Qu clase de cosas? -Cosas horribles! Cosas de pesadilla! El joven la sacudi suavemente, entre sus brazos. -Quin es ahora el tmido? - se burl, pero cariosamente. La burla produjo el efecto apetecido; la muchacha dej de sollozar, calmndose hasta cierto punto. -No estoy asustada! - rezong -. Es... un poco de precaucin. Vi... - volvi a palidecer. -Viste... qu? -No lo s. Unas figuras en la niebla. Cosas muy enormes que se movan, con unas caras horribles. Como fantasmas... diablos... pesadillas - volva a chillar, y l tuvo que calmarla. -Estaba inclinada sobre una charca de las que hay por aqu, examinando una plantita, y todo estaba quieto, con una quietud mortal. Entonces, de pronto, pas una sombra por delante de la charca, el reflejo de algo sobre mi cuerpo, alc la vista y no vi nada. Pero poco despus, casi en seguida, empec a ver unas formas en la niebla, unas formas horribles, a mi alrededor. Chill y entonces ca en la cuenta de que t no podas orme, por lo que le di un tirn a la cuerda. Y luego creo que cerr los ojos hasta verme a tu lado. Patricia volvi a estremecerse. -A tu alrededor? - repiti el joven, secamente -. Quieres decir entre nosotros dos? -Por todas partes - asinti ella. Ham se ech a rer. -Has tenido una pesadilla, Pat. La cuerda no tiene tanta longitud como para que por en medio de ambos pase algo que t, y yo no, puedas ver. Te juro que no he visto nada, absolutamente nada! -Pues yo vi algo! - insisti la joven -. No me lo he imaginado. Crees que soy una chiquilla asustadiza que teme los lugares desconocidos? Ten en cuenta que he nacido en un planeta distinto al tuyo! Est bien! - ahora estaba indignada -. Quedmonos los dos aqu completamente quietos; quiz volver a acercarse otra vez; veremos, entonces, lo que haces t. Ham asinti, y ambos permanecieron completamente callados e inmviles, envueltos por las translcida neblina. No haba nada, slo la bruma verdosa, profunda, espesa, interminable, y un silencio infinito, un silencio que Ham no haba experimentado nunca en toda su existencia, ya que en Venus, incluso en la parte de las tierras clidas, siempre haba el leve susurro de la vida, y el eterno quejido del viento, lo mismo que en la Tierra no existe nunca el silencio absoluto, ni de da ni de noche. En alguna parte hay siempre el susurro de las hojas, o el rumor de la hierba, o el murmullo del agua, o los zumbidos de los insectos, e incluso en el ms agostado de los desiertos, el crujido de la arena al enfriarse o al calentarse. Pero all, no. All era tal el silencio, que la respiracin de la joven resultaba un alivio. Aquel silencio pareca llenarlo
todo... pareca que pudiese escucharse. - Lo escuchaba, lo oa, o era simplemente la pulsacin de la sangre en sus venas? Una pulsacin sin forma, un crujido infinitamente dbil, un vago susurro. Frunci el ceo, concentrndose en su atenta escucha. Patricia volvi a refugiarse entre sus brazos. -All! - le susurr -. All! Ham escrut por entre la niebla. No haba nada o haba algo? Una sombra... pero qu era lo que poda provocar aquella sombra, en una regin sin sol, y sumergida en niebla? Una condensacin neblinosa, esto era todo. Pero se mova, y la niebla no puede moverse sin el impulso del viento... y ste no exista en Urano. Bizque los ojos en un esfuerzo para penetrar en la oscuridad. Vio; o le. pareci ver, una inmensa figura. como un espejismo... o quizs una docena de figuras. Estaban por todas partes; una pas silenciosamente sobre sus cabezas, mientras las dems ondeaban y se balanceaban fuera del radio visual. Haba murmullos y susurros, sonidos como jadeos y silbidos, pateos y crujidos. Las formas neblinosas eran completamente inestables, surgiendo del suelo y elevndose como altas torres sombras, disipndose y volviendo a formar figuras de humo. -Dios mo! - exclam Ham -. Qu puede ser esto? Trat de enfocar la inestable multitud de sombras. Era difcil. Todas parecan, surgir de la nada, avanzar, retroceder, flotar, materializarse y desvanecerse. Pero de pronto un sorprendente fenmeno atrajo su atencin, y por un momento permaneci completamente inmvil. Haba visto unos rostros! No exactamente semblantes humanos: Eran unas apariciones como las que haba descrito Patricia, caras de grgolas, de demonios, que se burlaban, hacan espantosas muecas, sonrean atontadamente o parecan mofarse o lamentarse. No era posible distinguir las sombras claramente, sino ver slo vagas impresiones, tan vagas e instantneas que parecan una ilusin, ms an cuando sus rasgos, aunque no humanos, imitaban las de los seres humanos. Estaba ms all de toda razn suponer que Urano albergaba a una raza humana, o a seres humanoides. -Retrocedamos, Ham - susurr Patricia -. Regresemos, por favor. -Escucha - dijo -, estas sombras son ilusorias, al menos en parte. -Cmo lo sabes? -Porque son antropomrficas. Aqu no pueden existir seres con rostros humanos. Son nuestras mentes las que aaden detalles inexistentes, como cuando se ve una nube en el cielo, o una grieta en el techo, y queremos a la fuerza reconocer en ella las facciones de un ser, conocido o desconocido. Todo lo que vemos son manchones ms densos de niebla. -Ojal pudieras estar seguro! - exclam Patricia. Tampoco Ham estaba seguro de ello, pero volvi a afirmarlo. -Claro que lo estoy - la tranquiliz -. Y te explicar una manera muy fcil de demostrarlo. Les fotografiaremos con la cmara de rayos infrarrojos y las placas nos darn todos los detalles. -Me asustar mirar las placas - dijo la joven, estremecindose al tiempo que escrutaba las tinieblas en busca de ms figuras sombras -. Supongamos... supongamos que las placas revelan sus rostros. Qu dirs entonces? -Dir que es una inesperada coincidencia que en Urano se haya desarrollado, en cierta forma, una especie de vida semejante a la terrestre, al menos en su aspecto exterior. -Y estars equivocado - murmur ella -. Una cosa as se halla ms all de toda coincidencia. Sabes lo que pienso? Y si la ciencia estuviese equivocada, Ham y Urano fuese en realidad el Infierno? Y estos seres fuesen los condenados? Ham se ech a rer, pero su risa son a falsa, a hueca, amortiguada por la niebla. -sta es la idea ms idiota que haya tenido nunca la imaginacin ms desenfrenada, Pat. Y te dir que los que son...
La frase fue interrumpida por un chillido de la joven. Los dos esposos haban estado hablando estrechamente enlazados, observando atentamente a todas partes por entre la niebla, y ahora l gir hacia la direccin en que ella estaba mirando. Por un momento, su visin qued cegada por la rapidez de la vuelta, y parpade frenticamente en un esfuerzo para enfocar las imgenes. Entonces, vio lo que la haba sobresaltado. Era una enorme, oscura sombra que pareca tener su origen en la superficie del terreno, pero que se elevaba hacia lo alto, curvndose por encima de ellos dos, como si se dispusiese a flotar por encima de sus cabezas, como un surtidor de niebla disponindose a regar la tierra. A pesar de sus burlas sobre los temores imaginarios de Patricia, los nervios de Ham se tensaron al mximo. Fue un gesto puramente automtico el que le hizo empuar una pistola, y tambin fue un impulso el que le oblig a disparar contra la niebla. Se oy una resonancia sumamente amortiguada del disparo - un solo eco -, y luego el silencio total. Silencio total. Los jadeos, los murmullos haban desaparecido, lo mismo que las formas de la niebla. A pesar de esforzar la visin, slo percibieron la masa griscea de la bruma, ni pudieron tampoco or otro rumor que el de sus propias respiraciones y el eco repetido en sus odos de la detonacin. -Se ha ido! - exclam la joven. -Seguro. Lo que te dije: pura ilusin. -Una ilusin no se disipa por el estruendo de una pistola! - objet ella, recobrando todo su valor ante el desvanecimiento de las sombras -. Son reales. Y las cosas no me asustan tanto como.:. bueno, como las cosas que no comprendo. -Y comprendes sta? Y respecto a que las ilusiones no se desvanecen con los disparos, podra objetar algo. Supongamos que estas apariciones fuesen debidas a una especie de autohipnosis, o que meramente fuesen el producto de nuestro esfuerzo por atisbar entre la niebla. No crees que un disparo podra devolvernos a nuestro estado mental centrado, de forma que todas las ilusiones de nuestros sentidos quedasen ahuyentadas? -Tal vez - respondi ella, dubitativamente -. Por otra parte, ya no estoy asustada. Sean lo que sean, me parece que son inofensivos. Volvi su atencin a la charca de barro que tenan delante, en la que crecan unas curiosas plantas en forma de plumas, a las que el burbujeo de la superficie obligaba a balancearse. -Criptgamas - seal Pat, examinndolas -. Probablemente, la nica especie de plantas que puede existir en Urano, puesto que no hay signo de abejas, o de otro portador de polen cualquiera. Ham gru en aprobacin, su atencin atrada an por la espesa niebla. De repente, ambos se sobresaltaron al escuchar el sonido del potente zumbador al extremo del cable gua. Un solo zumbido, el aviso del "Gaea"! Pat se incorpor. Ham tir del cable, en rpida respuesta, y musit: -Ser mejor que regresemos. Harbord y Cullen habrn visto algo. Probablemente ser lo mismo que hemos visto nosotros, pero es preferible estar seguros. Comenzaron a retroceder sobre sus propios pasos, mientras el millar de pies del cable canturreaba levemente al ir anudndose lentamente en la cintura del joven. Aparte de ese susurro y del quedo rumor de sus pasos sobre la grava del suelo, reinaba un silencio absoluto, no siendo la niebla ms que una masa casi impenetrable de verdor grisceo. Haban progresado tal vez doscientas yardas cuando todo cambi. Fue Patricia la primera en distinguir las sombras. -Han vuelto! - le susurr al odo de Ham, aunque ahora sin la menor nota de temor en su acento. El las vio tambin. No les rodeaban, sino que corran en direccin al "Gaea", en dos filas paralelas, o tal vez dividindose en dos filas ms all del radio visual. Ham y Pat
comenzaron a moverse por entre un callejn obstaculizado por una continua fila de sombras mviles. Se apretujaron uno al otro, y trataron de taladrar las tinieblas. Se hallaban ya slo a ciento cincuenta pies de la nave espacial. Y entonces, con tanta rapidez que les oblig a suspender la marcha de improviso, algo ms slido que la niebla, algo ms tangible que las sombras, se irgui ante ellos. Aquello - fuese lo que fuese - se iba aproximando. Ahora era ya visible como un crculo oscuro al nivel del suelo, con un dimetro de seis pies, tanto en altura como en anchura. S mova con la misma velocidad del paso de un hombre, y se materializ rpidamente en una masa completamente slida. Ham y Pat le miraban fascinados. La "cosa" no tena forma, no siendo ms que un crculo tubular que se alargaba y se estiraba en la niebla. O, quiz, no completamente sin forma. Podan ya percibir un rgano que se proyectaba a partir del centro del crculo, un miembro tembloroso, flojo, como una hojuela agitndose por efectos de una corriente de aire, cuyos extremos temblaban, curvndose en forma de copa hacia ellos, como para captar un olor o un ruido. La criatura era ciega. Sin embargo, posea algn sentido que poda registrar objetos distantes. A unos treinta pies de distancia, el disco se alarg extremadamente en su direccin, el extrao ser se inclin exageradamente y se abalanz en silencio hacia la pareja! Ham estaba preparado. Su automtica tron y volvi a tronar. El atacante pareci replegarse sobre s mismo y rod a un lado, y detrs suyo apareci otro ser de idnticos rasgos en todos los aspectos, con el mismo crculo negro y el mismo disco tremolante. Pero un alto, agudo, penetrante alarido de dolor rasg la niebla, como un cuchillo. Aquel era un peligro que Patricia poda comprender. Ya no senta miedo; se haba enfrentado con demasiados seres raros en las tierras trridas de Venus, o en las misteriosas profundidades de las Montaas de la Eternidad. La joven empu la otra pistola lanzallamas de Ham, y se dispuso a vomitar su fuego destructor. Saba que ello representaba su nica salvacin, que no deba utilizarlo hasta que todos los dems recursos hubiesen fracasado, por lo que se content con empuarla y dio un tirn al cable del "Gaea". Tres tirones, y luego otros tres, significaran la ayuda por parte de Cullen y Harbord. El segundo ser - o era otro segmento del mismo animal? - avanz a toda prisa. Ham le envi dos balas ms, y otra vez volvi a orse un penetrante grito de dolor. El monstruo vacil y cay, al tiempo que otro crculo negro avanzaba hacia ellos. El siguiente tiro fall, pero el ser, si bien no cay, se tambale y se desvi. De repente, el extrao ser estaba ya detrs de ellos, rugiendo, oscuro y enorme como un tren. Era un ser segmentado, compuesto de docenas de fragmentos en forma de crculos, de unos ocho pies de espesor, como los vagones de un tren miniatura, con tres pares de patas por seccin. Pero no corra como una criatura completa, con movimientos zigzagueantes gracias a sus innumerables patas, como los ciempis. Ham tuvo un atisbo de la forma en que los distintos segmentos estaban unidos entre s por ligamentos carnosos. Envi tres proyectiles a una de las secciones. Fue un error; el segmento envi a su vez un chorro de lquido negruzco y se desvi de la lnea, pero el fragmento siguiente se abalanz sbitamente hacia ellos. Y en algn lugar, fuera del radio visual, el primer segmento estaba trazando un crculo. Ambos esposos ahora tenan que enfrentarse con dos peligros en vez de uno. A Ham le quedaban an tres cartuchos en la recmara. Dispar uno contra el segmento que se diriga directamente hacia ellos, vio como el monstruo caa, y mand otra bala al segmento que le segua. La cosa - o cosas - parecan alargarse indefinidamente en la niebla.
A. su lado oy el rugido de su pistola lanzallamas. Pat haba esperado hasta que el otro monstruo estuviese casi encima suyo, a fin de que el nico disparo que poda hacer el arma diese el mejor resultado posible. Ham perdi tiempo echando un momentneo vistazo al resultado; la terrorfica descarga haba chamuscado una docena de segmentos, y uno, solitario, superviviente, se estaba arrastrando hacia la niebla. -Buena chica! - exclam, y larg su ltima bala a la seccin que se alejaba. sta cay, y detrs suyo, lleg la siguiente. Arroj la pistola vaca hacia el disco carnoso, la vio rebotar sobre la oscura piel y parapet con su cuerpo el de Pat. En aquel momento se produjo una llamarada seguida de una especie de rugido. Era una pistola lanzallamas. Desdibujadas en la niebla se vean las figuras de Harbord y Cullen, que haban ido siguiendo el cable. En primer plano, casi a los pies de Ham y Pat, se vean segmentos de los monstruosos discos. Aparentemente, lo que quedaba del horrible ser haba sufrido bastante castigo, ya que todos los fragmentos restantes iban desvindose hacia la izquierda y diluyndose en la bruma. Una vez reunidos todos los segmentos ms all del radio visual, comenzaron a gesticular y hacer muecas, antes de desvanecerse totalmente. No se pronunci una sola palabra mientras los cuatro iban siguiendo el rastro del cable de vuelta al "Gaea". Una vez en el interior, Patricia dej escapar un largo suspiro de alivio, mientras se desprenda de la chaqueta. -Bueno - exclam -, ha sido una experiencia emocionante. -Emocionante! - tron Ham -. La verdad, si quieres, puedes quedarte con este hmedo planeta. Te lo regalo! No lo comprendo, pero donde vas t, lo seguro. Atraes los conflictos como la miel a las moscas. -Como si yo tuviese la culpa! - se quej la joven -. Est bien, si piensas que ello tiene que ayudar en algo, ordname que me quede a bordo del cohete. Ham lanz un gruido ininteligible y se volvi a Harbord. -Gracias. Cuando habis venido estbamos acorralados por completo. Y a propsito, por qu nos avisasteis? Por las sombras? -Te refieres a ese carnaval? - inquiri el aludido -. O era una convencin espiritualista? No, no estamos an seguros de que fuese algo real. S, os llamamos por el mismo motivo; vimos a ese ser yendo en vuestra direccin. -A se o a esos seres? - le corrigi Ham. -Viste a ms de uno? -Hice a ms de uno. Lo cort por la mitad, y ambos segmentos se abalanzaron hacia nosotros. Pat se cuid de uno con el lanzallamas, pero todas mis balas parecan ir separando a la bestia en segmentos diferenciados - frunci el ceo -. Comprendes algo, Patricia? -Mejor que t - le replic la joven, secamente -. Bonita expedicin sera sta sin un bilogo! -ste es el motivo por el que te cuido tanto - sonri Ham -. Me asusta pensar lo que sera de m sin un bilogo. Pero, en fin, cul es tu idea con respecto a estos detestables gusanos? -Pues esto; que es un animal mltiple. No has odo nunca hablar de Henri Fabre? -No, que recuerde. -Bien, fue un gran naturalista francs de hace unos doscientos aos. Entre otras cosas, estudi unos interesantes insectos llamados gusanos u orugas, que hilaban un nido de seda y cada noche salan en busca de alimentos. -Y bien? -Escucha un momento. Salan en fila india, cada gusano rozando con su cabeza la cola del precedente. Eran ciegos, por lo que cada uno deba fiarse del que iba delante. El primero era el jefe; ste escoga la ruta, llevaba a los dems al rbol apropiado, y all la
columna se rompa para alimentarse. Y al salir el sol, volvan a formarse en columnas, que luego se reunan en la gran procesin y regresaban a sus nidos respectivos. -Todava no veo... -Espera. Figrate que una oruga que va delante es el jefe. Si coges un palo y rompes la columna en un punto dado, el primero que queda atrs de la rotura es el jefe para sus seguidores, y les gua con tanta seguridad como el jefe original. Y si disgregas a todos los gusanos, cada uno se convierte en su propio jefe, con la misma eficiencia que antes, agregado en una columna. -Empiezo a comprender - musit Ham. -S. Este bicho - o estos bichos -, son parecidos a los gusanos procesionales. Son ciegos; en realidad, la vista no vale tanto en Urano como en la Tierra, y es posible que todas las criaturas de Urano carezcan de ojos, a menos que esas sombras de la niebla los posean. Pero opino que estas criaturas horribles estn ms adelantadas que los gusanos, puesto que stos establecen contacto mediante un hilito sedoso, mientras que los de aqu aparentemente, lo hacen gracias a un nervio ganglionar. -Cmo? - inquiri Ham. -Naturalmente. No viste cmo estaban unidos? Aquel rgano blando delante - cada uno lo mantena pegado al disco del anterior -, siempre estaba colocado en la misma posicin. Y cuando disparaste contra el de en medio de la fila, vi cmo la masa pulposa cubra al que le segua. Y adems... - hizo una pausa. -Adems, qu? -Bueno, no te pareci raro que toda la lnea maniobrase tan bien? Sus patas se movan todas a un mismo comps, como las patas de un solo ser, como las patas de un miripodo o de un ciempis. "No creo que el hbito, el entrenamiento o la disciplina tengan nada que ver con la perfeccin con que aquella criatura se mova, abalanzndose, detenindose, desvindose y coordinndose con tan perfecta unin. Toda la fila deba hallarse bajo el control neutral directo del jefe, escuchando y husmeando lo que oa y ola, incluso, quizs, respondiendo a sus apetitos, odiando con l y, finalmente, aterrndose con l. -Maldita sea si creo que tienes razn! - exclam Ham -. Todo el monstruo actuaba como un autntico animal. -Hasta que t, sin querer, partistes a la fila en dos mitades - le corrigi la joven -. Como ves... -Hice otro jefe! - grit Ham, animadamente -. El que qued en primer lugar de la segunda mitad se convirti en un cabecilla, capaz de actuar con independencia - arrug el entrecejo -. Bueno, supongamos que estos bichos acumulan su inteligencia cuando se juntan. Es que cada uno aade su poder de razonamiento, si tienen alguno, al cerebro dominante del conductor? -Lo dudo - rechaz la muchacha -. Si fuese as, podran llegar a poseer una enorme inteligencia, simplemente agregando segmentos a la fila. -No, por muy estpidos que fuesen individualmente, slo tendran que unirse en largas filas para poseer una inteligencia como la de un dios. "Si algo parecido existiese, o hubiese existido aqu, no atacara sin armas y en forma rudimentaria. Poseeran una especie de civilizacin, no es as? Pero - aadi Pat podran mancomunar sus experiencias. El cabecilla podra tener todos los recuerdos a su disposicin, lo cual no aadira un pice a sus poderes de razonamiento. -Parece plausible - asinti Ham -. Bien, volvamos a las formas de la niebla. Tienes alguna idea con respecto a ellas? -No gran cosa - confes -. Pero creo que existe una relacin entre ellas y los gusanos. -Por qu? -Porque iban tambin zigzagueando por delante de nosotros antes del ataque. Podan estar simplemente huyendo del ser mltiple, pero en tal caso deberan haberse esparcido,
y no lo hicieron; huyeron simplemente en dos filas, y no es esto slo, sino que durante todo el combate estuvieron pateando y movindose al fondo. No te diste cuenta? -No, la verdad - replic Ham -. Pero eso qu significa? -No has odo hablar nunca del albirostre, el indicador de las abejas? -S, me suena familiar. -Es un pjaro africano de la familia de los cucos, y gua a los seres humanos a las colonias de abejas silvestres. Luego, el hombre recoge la miel y el pjaro las larvas - hizo una pausa -. Creo que las formas de la niebla representaron el papel de gua ante los otros seres. Opino que condujeron a stos ltimos hacia nosotros, bien porque tu disparo les enoj o porque deseaban los restos que de nosotros iban a dejar los segundos, o porque simplemente les gusta la destruccin. En fin, esto es lo que sospecho. -Si es que eran reales - concluy Ham -. Tendremos que disparar la cmara de infrarrojos cuando avistemos al segundo grupo, u horda o manada, o como se llamen sus agrupaciones. Todava pienso que la mayor parte ha sido una ilusin. La joven se encogi de hombros. -Ojal ests en lo cierto! -Bah! - exclam Harbord de pronto -. Las mujeres no deben estar en esta clase de lugares. Son demasiado timoratas. -S? - se burl Ham, disponindose a defender a Patricia -. Pues ha tenido la suficiente serenidad para observar varios detalles que a nosotros nos han pasado desapercibidos. -Pero se asusta de unas sombras. - ga el otro. Sin embargo, no eran sombras. Varias horas despus Cullen inform que la niebla en torno al "Gaea" estaba atestada de sombras deslizantes, por lo que llevaron la cmara de onda larga de tragaluz en tragaluz. Obstaculizado por el aire cargado de argn con su espectro que absorbe los rayos de onda larga, las placas infrarrojas resultaron ms sensibles que el ojo humano, aunque quizs menos detallistas. Pero una placa fotogrfica no es sensible a la sugestin; nunca se deja impresionar por el recuerdo de una pasada experiencia; graba framente y sin emociones la forma exacta de lo que los rayos lumnicos alumbran. Cuando Cullen estaba a punto de revelar las placas, Patricia todava dorma, agotada por su agobiante da en el planeta, pero Ham fue quien afanosamente acudi a investigar los resultados. Quizs eran menos de los que la joven haba temido, pero ms de los que Ham haba esperado. Coloc un negativo al trasluz, luego cogi uno de los revelados de Cullen, y frunci el ceo. -Hum...! - murmur. No haba duda de que all haba algo definido, aunque no mucho ms de lo que sus ojos haban visto. Indudablemente, las formas neblinosas eran reales, pero eran igualmente seguro que no eran antropomrficas. Los rostros demonacos, los semblante espantosos, las muecas sardnicas, no haban sido captados por el ojo de la cmara; por lo tanto, esto s haba sido, evidentemente, una ilusin creada por sus cerebros inflamados ante la aparicin de las sombras en la niebla. Pero slo esto, puesto que detrs de la ilusin haba algo inequvocamente real. Sin embargo, qu formas fsicas podan adoptar las sombras que haban observado? -No dejes que Pat vea estas fotos, a menos que te lo pida - le encareci Ham a Cullen, pensativamente -. Y por ahora creo que le prohibir que abandone la nave. A juzgar por el par de acres que hemos examinado, este lugar no es precisamente de los ms amistosos del planeta. Pero Ham no haba contado con el carcter de su mujer. Cuando quince horas ms tarde, Ham orden el traslado del cohete una milla al sur, y se prepar para emprender otro circuito por la niebla, la joven escuch sus rdenes con una fuerte protesta.
-Para qu es entonces esta expedicin? No es la vida la cosa ms importante de cuantas puede ofrecer un planeta? Pues para qu te has trado a una biloga? - mir a Ham con pupilas centelleantes -. Por qu piensas que el Instituto me escogi para esta tarea? Para estarme tranquilamente sentada en la nave, mientras un par de incompetentes echan un vistazo por los alrededores? Un par de incompetentes, s, seor, un qumico y un ingeniero que no saben distinguir un dptero de un coleptero. -Bueno, podemos traer aqu dentro varios especimenes para que los estudies respondi Ham. Esto desencaden una nueva tempestad de reproches. -Escchame! Si quieres saber la verdad, no estoy aqu por ti. T ests aqu por m! Podan haber hallado un centenar de ingenieros y qumicos y pilotos, pero cmo encontrar un buen bilogo extraterrestre? Somos muy pocos! Ham no pudo replicar, porque era cierto. A pesar de su juventud, Patricia, nacida en Venus y educada en Pars, descoll eminentemente en su aspecto. Ni, para comportarse honestamente con la sociedad que respaldaba la expedicin, poda ella obstaculizar la labor de la misma. Al fin y al cabo, ni siquiera el instituto financiado por el gobierno poda permitirse el lujo de gastar ms de dos millones de dlares sin obtener rada a cambio de su dinero. Enviar un cohete a las profundidades del Sistema Solar, donde Urano recorra su solitaria rbita, era un proyecto tan caro que en verdad la expedicin tena que realizar cuanto estuviera a su alcance, especialmente por el hecho de que transcurriran otros cuarenta aos antes de que se presentase otra oportunidad de visitar el misterioso planeta. Ham suspir y cedi. -Esto demuestra una brizna muy limitada de inteligencia, al fin y al cabo - reconoci Patricia -. Piensas que me asustan unos discos animados? Adems, yo no cometera la equivocacin de cortarlos por la mitad. Y en cuanto a estas sombras neblinosas tan divertidas, t dijiste que no eran ms que unos espejismos y... a propsito, dnde estn las fotografas que tom Cullen con su cmara? Se ve algo? Cullen vacil, luego Ham asinti resignadamente, y le entregaron las fotos a la joven. A la primera ojeada, ella arrug el ceo repentinamente. -Son reales! Existen! - exclam, y volvi a estudiarlas tan afanosamente que Ham se pregunt qu es lo que su mujer estaba viendo. Y de pronto, Ham vio, o crey ver, un destello de satisfaccin en sus ojos, y sinti una impresin de alivio al intuir que, al menos, no estaba inquieta por el descubrimiento. -Qu piensas? - le pregunt con curiosidad. Sonri, y no le contest. Aparentemente, los temores de Ham con respecto a Patricia se hallaban infundados en todos los aspectos. Los das transcurran sin acontecimientos; Cullen analizaba y archivaba sus muestras, y realiz innumerables pruebas de la verdosa atmsfera de Urano; Ham verific una y otra vez sus pesos y medidas, y en los momentos libres examinaba las reacciones del motor del que dependa el "Gaea" y sus vidas; y Patricia coleccionaba y clasificaba sus especimenes sin el menor incidente desagradable. Harbord, naturalmente, no tena nada que hacer hasta que el cohete se zambulliese una vez ms en las profundidades del espacio, por lo que serva de cocinero y "persona para todo", tarea fcil que principalmente consista en abrir latas y disponer de la basura y restos de comida. El "Gaea" cambi cuatro veces de estacionamiento, en medio de la niebla, mientras Ham y Patricia iban recorriendo crculos de mil pies de dimetro. Entretanto; en el firmamento, aunque invisible, Saturno llegaba al punto de la mxima conjuncin, pasaba por delante del lentsimo Urano y comenzaba a apartarse de l. El tiempo de estancia en el inmenso planeta se iba acortando; cada hora significaba una distancia adicional que habra que cubrir a la vuelta.
En el quinto cambio de posicin, Harbord anunci el lmite de la estancia. -No nos quedan ya ms de cincuenta horas - dijo -, a menos que sintis inclinaciones a permanecer aqu durante cuarenta aos. -Bien, esto no es mucho peor que Londres - proclam Patricia. Ham se estaba poniendo su traje espacial. -Vamos, Pat. Daremos una ltima ojeada a este magnfico paisaje uraniano. La joven le sigui a la niebla, esperando mientras su marido anudaba el cable gua al cohete, y luego, la cuerda de seda a su cintura. -Me hubiese gustado volver a ver a nuestros amigos en cadena - se lament ella -. Tengo una idea, y me hubiese gustado aclararla. -Prefiero que no puedas hacerlo - gru l -. Con una vez, ya tuve bastante. El "Gaea" desapareci, envuelto por la niebla. En torno a los dos exploradores, las sombras de la niebla flotaba y les hacan muecas, como les haban ido haciendo siempre desde su primera aparicin, aunque ahora ya ninguno de los dos les prestaba la menor atencin. La familiaridad les haba quitado el miedo. Aqulla era una regin de pequeos pedruscos, y Patricia iba de ac para all, a toda la longitud de la cuerda, inclinndose, examinando, escarbando en la hierba o preservando la rara flora de Urano. La mayor parte del tiempo estaba fuera del radio visual o auditivo, si bien la cuerda que les una a ambos daba evidencia de su cercana presencia. Ham tir de la cuerda con impaciencia. -Es como llevar a un cachorro a un fila de rboles - gru al aparecer la joven -. Final del cable! - le anunci -. Regresamos! -Pero all hay algo! - exclam la joven. En virtud de la cuerda, poda adelantarse cincuenta pies en la oscuridad -. All crece algo... algo nuevo, y quiero verlo! -Bueno, pues no puedes verlo. Est fuera de nuestro alcance. Luego, volveremos si quieres, tras haber aadido unos cuantos pies al cable. -Si est muy cerca... - Pat dio media vuelta -. Soltar la cuerda, echar un vistazo y volver. -No! - rugi Ham -. Pat, ven aqu! Tir de la cuerda, pero en vano. De repente, el extremo suelto se le qued en las manos. Patricia se haba soltado! -Pat! - grit Ham -. Pat! Vuelve aqu! Te lo ordeno! Le replic un sonido amortiguado, inaudible. Luego, slo hubo el silencio de Urano. Ham volvi a gritar, pero la bruma no dejaba pasar ningn sonido ms all de unos cuantos pies. Esper un momento, y repiti la llamada. Nada; ningn sonido, salvo los jadeos de las sombras entre la niebla. Ham estaba desesperado. Despus de otra pausa dispar su revlver al aire; una, dos... diez veces, con breves intervalos. Esper, pero no obtuvo respuesta. Lanz un terno contra la temeridad de su esposa y contra su propia estupidez al permitirla salir del aparato. Tena que hacer algo. Volver al "Gaea" y hacer que Cullen y Harbord le acompaasen en su bsqueda. No poda perder tiempo. Patricia poda extraviarse y no saber regresar. Musit una frase que lo mismo poda ser una imprecacin como una plegara, sac un lpiz y papel del bolsillo, y garabate un mensaje. "Pat perdida. Traed ms bobina para aadir al cable. Buscadme en crculo. Intentar permanecer dentro de un radio de dos mil pies." At el papel al extremo del cable, le aadi una piedra, y luego dio tres tirones para avisar a los del "Gaga". Despus, deliberadamente, solt el cable de su cintura y se sumergi decididamente en la niebla.
No record jams cunto haba andado ni huata dnde. Las formas sombras de la niebla se burlaban de l y le seguan constantemente, en tanto la bruma le oprima con su hmeda condensacin. Grit, dispar la automtica, silb, esperando que el sonido viajase a travs de la intensa niebla, corri en zigzag, abarcando un amplio permetro. Pens que Pat tendra bastante sentido comn como para no alejarse atolondradamente. Seguramente, una chica adiestrada en las Tierras Clidas de Venus sabra que el procedimiento ms conveniente cuando uno se extrava es el de quedarse quieto con el fin de no desorientarse por completo. Ham tambin se haba extraviado. No tena la menor idea del linar donde se hallaba el "Gaga", ni en qu direccin estaba el cable gua. De vez en cuando, crea entrever el filamento plateado de la salvacin, pero cada vez se daba cuenta de que se trataba solamente del centelleo de la humedad sobre alguna roca. Se mova bajo el tazn invertido de niebla que le bloqueaba la visin a cada lado. Al final, la misma sensacin de sentirse perdido fue lo que le salv. Tras varias horas de vagar por entre la niebla, sin esperanzas, tropez con el cable. Haba dado una vuelta completa. Cullen y Harbord surgieron de repente a su lado, unidos por una cuerda. -Habis... habis...? - jade. -No - repuso Harbord, secamente, su ajado semblante mohno y angustiado -. Pero la encontraremos. -Oye - intervino Cullen -. Por qu no subes a bordo y descansas un rato? Nosotros seguiremos. -No - rechaz Ham, torvamente. Harbord se mostr inesperadamente solcito. -No te preocupes. Es una chica inteligente. Se estar quieta en algn sitio, hasta que la localicemos. No se habr alejado ms de mil pies ms all del extremo del cable. -A menos - respondi Ham, angustiado - que le haya ocurrido algo. -La encontraremos - repiti Harbord, animadamente. Pero al cabo de otras diez horas, tras haber completado ms de doce crculos en torno al "Gaga", desde distintas distancias, qued claramente demostrado que Patricia no se hallaba dentro de la circunferencia descrita por el cable de dos mil pies. Cincuenta veces durante el intolerable circuito, Ham haba tenido que luchar contra el impulso de liberarse del cable y sumergirse en la aterradora niebla. Patricia poda hallarse a slo unos pasos de distancia, quizs lesionada o malherida, sin que ellos se enterasen. Sin embargo, soltarse del cable protector era tanto como suicidarse, o demostrar una verdadera locura. Cuando llegaron al lugar elegido por Cullen como punto de partida, Ham hizo una pausa. -Volvamos al cohete - orden -. Lo moveremos cuatro mil pies en esta misma direccin, y volveremos a trazar crculos. Pat no puede haberse alejado ms de una milla del lugar en que se solt. -La encontraremos - repiti Harbord, con obstinacin. Pero no la encontraron. Tras una ftil y agotadora bsqueda, Ham orden llevar el "Gaea" a un punto donde el crculo del cable quedase tangente a los dos crculos ltimamente explorados, y la investigacin fue reanudada. Treinta y una horas haban transcurrido desde la desaparicin de Patricia, y los tres hombres se hallaban completamente agotados. Fue Cullen el primero que abandon, dirigindose a la nave. Cuando los otros dos llegaron a ella, le encontraron completamente dormido, sin haberse desnudado, y con una taza de caf, a medio vaciar, al lado. Las horas fueron pasando lentamente. Saturno comenzaba ya a alejarse del brumoso planeta, disponindose a no volver a la misma posicin hasta dentro de cuarenta aos.
Harbord no pronunci una sola palabra con referencia al transcurso del tiempo; fue Ham quien sac a relucir el tema. -Mirad - dijo, tras haber situado al "Gaea" en un nuevo punto -. El tiempo pasa. No quiero reteneros aqu, por lo que, si no hallamos a Pat en esta zona, deseo que t y Cullen os marchis, Entendido? -Si, entiendo el ingls - respondi Harbord -, pero no en esta forma. -No hay ningn motivo por el que tengis que quedaros ambos. Yo s me quedo. Tengo un motivo. Me quedar con la parte de alimentos de Patricia y ma, y todas las armas y municiones. -Bah! - se burl Harbord -. Qu son cuarenta aos? - haba doblado ya los sesenta. -Es una orden - repiti Ham. -T no mandas una vez hayamos abandonado la superficie del planeta - le record el otro -. Nos quedamos todos. Y la encontraremos. Pero pronto comenzaron a perder las esperanzas. Cullen se despert y les ayud en la investigacin. Los tres hombres, desesperados, emergan de la niebla infinita, y se situaban a seiscientos y quinientos de intervalo a lo largo del cable. Ham adoptaba la posicin ms avanzada, y as iban dando vueltas en torno a un nuevo crculo. Ham se hallaba al borde del derrumbamiento. Durante cuarenta horas no haba dormido ni comido, excepto una apresurada taza de caf y un poco de chocolate, mientras trasladaban al "Gaea". Las formas de la niebla comenzaban a adoptar las ms raras conformaciones a sus ojos, pareciendo hallarse ms cerca y sonrerle con mayor malevolencia. Por esto, se vea obligado a esforzar ms la visin, y de repente, al dar la cuarta vuelta al mismo crculo, divis algo ligeramente ms denso que las sombras formas. Tir una vez del cable para frenar a Harbord y Cullen, y observ atentamente. Oy un rumor, como lejano y continuo zumbido, muy diferente de los ruidos producidos por las sombras de la niebla. Ech a andar al escuchar otro sonido, indescriptible, ahogado, pero ciertamente un sonido fsico. Tir tres veces del cable para avisar a sus compaeros. Cuando estuvieron a su lado, les seal la oscura masa. -Podemos llegar all - les advirti - si anudamos un par de nuestras cuerdas. Se movieron cautelosamente por entre la niebla. Algo... s, algo se estaba moviendo no muy lejos. Avanzaron calladamente cincuenta, sesenta pies. Y de pronto, Ham se dio cuenta de que se trataba de una cadena de seres mltiples... al parecer una inmensa cadena, ya que no dejaban de pasar ante su vista interminablemente. Completamente desalentado se detuvo, mirando con desesperacin hacia delante; luego, muy despacio, volvi hacia el cable. Un sonido, un agudo sonido, le inmoviliz. Pareca una tosecilla! Gir sobre s mismo. Sin temor a la peligrosa fila que se mova delante suyo, grit: -Pat! Pat! Oh, sublimidad del alivio! Una dbil voz trmula le contest desde el otro lado de la mltiple cadena. -Ham, oh, Ham! -Ests.. ests bien? -S. Patricia se hallaba a no ms de diez pies de distancia. Pero ambos se vean separados por la mvil criatura mltiple. -Gracias a Dios! - musit l -. Pat, cuando haya terminado de pasar esta fila, da un salto hacia delante. Hacia delante y no a ningn lado! -Cuando pase la cadena? - se lament la joven -. Oh, no pasar! No es una fila. Es un crculo! -Un crculo! Un crculo! Entonces cmo podremos sacarte? - call. Ahora, el diablico desfile se hallaba sin jefe, desamparado, pero una vez rompiese la cadena por
algn punto, se convertira en un ser malvolo, sanguinario, y poda atacar a la joven. Susurr -: Oh, Dios mo! Harbord y Cullen estaban ya a su lado. -Voy a cruzar - les dijo, asiendo el resto de la cuerda -. No os movis. Y poneos juntos. Se alz sobre los hombros de sus compaeros. Desde aquella altura podra seguramente saltar por encima de la cadena. S, tena que poder hacerlo. Lo logr, aunque dej a Harbord y Cullen quejndose por culpa de sus ciento ochenta libras, su peso en Urano. Al instante tuvo a Patricia a su lado; la amenaza de aquellos monstruos en crculo era demasiado inminente. Arroj un extremo de su cuerda a los que se hallaban fuera del crculo. -Podrs pasar si te sostenemos en alto, Patricia? La joven pareca completamente exhausta. -Naturalmente - murmur. Su marido la ayud a pasar los codos y las rodillas por la cuerda, suspendida en alto. Lenta, penosamente, fue recorriendo toda la longitud de la improvisada maroma, colgada de la misma. Ham pas por un tremendo momento de apuro cuando la joven se balance directamente sobre la hilera de discos mviles, pero finalmente la vio caer ilesa en los brazos de Harbord. -Ham! - le grit ella entonces -. Cmo vas a pasar t? -Saltar! No perdi tiempo reflexionando. Reuni toda la fuerza que an le quedaba, retrocedi para emprender carrerilla, y dio un salto de seis pies de altura, rozando justo la sinuosa barrera viviente. Patricia cay a sus pies, deshecha en llanto. -Buen Dios! - exclam Ham, emocionado profundamente -. Si no llegamos a encontrarte... -Pero me encontrasteis! - le susurr ella. De pronto se ech a rer, con una risa histrica, interrumpida de vez en cuando por unas toses ahogadas -. Aunque, qu es lo que te retras tanto? Te esperaba ms pronto! - dirigi su mirada a los seres en crculo -. Cre un cortocircuito en ellos! S, origin un cortocircuito en sus cerebros! Se desmay en brazos de Ham. Sin una palabra, la levant en vilo y sigui a Harbord y a Cullen a lo largo del cable, hacia el "Gaea". A sus espaldas, dando vueltas interminablemente, se hallaba el crculo de las dominadas criaturas. Urano era ya un globo verdoso tras el fulgor de los retrocohetes, y Saturno una resplandeciente estrella azul a la izquierda de un diminuto y clido sol. Patricia, cuya tos haba ya cedido con el aire climatizado del "Gaea", estaba sentada en una butaca, sonrindole a su esposo. -Vers - le deca ella a Ham -, una vez me solt de la cuerda... No, espera, no vuelvas a sermonearme!... Bien, di unos pasos por entre la niebla y entonces, de pronto, me di cuenta de que las plantas que haba entrevisto no eran ms que las mismas que yo conozco y que llamo "Criptogami Urani", por lo que empec a retroceder, pero t ya te habas marchado. -Marchado! Si no me mov... -Te habas marchado! - repiti ella, imperturbable -. No hice ms que dar unos pasos y me puse a gritar, pero la niebla amortigu tremendamente mi voz. Luego o un par d disparos en otra direccin, y fui hacia all, cuando, de repente la cadena viviente que surge de la niebla! -Qu hiciste? -Qu poda hacer? Estaban demasiado cerca de m para que pudiera sacar la pistola, por lo que ech a correr. Ellos avanzaron, velozmente, pero yo tambin, por lo que consegu sacarles delantera hasta que perd el resuello. Entonces descubr que corriendo
en zigzag agudo poda mantenerles a distancia, ya que no pueden girar con rapidez, pero claro, las fuerzas me iban faltando. Pero entonces tuve una inspiracin! -De veras? - exclam l, con sarcasmo. Ella lo ignor. -Recuerdas cuando te habl de Fabre y de sus estudios sobre los caterpilares procesionales? Bueno, uno de sus experimentos consisti en conducir la procesin en torno al borde de un gran tiesto y cerrar el crculo. As perdan el jefe y sabes qu suceda? -Lo adivino. -Exactamente. A falta de cabecilla, el crculo continuaba dando vueltas durante interminables horas, das, no s cunto tiempo, hasta que algunos gusanos caan agotados, y un nuevo jefe tomaba el mando en la rotura. Sbitamente record este experimento, y pens emplearlo. Empec a correr en crculo, seguida por la fila. -Entiendo! -S. Intentaba cerrar el crculo y saltar antes al exterior, pero algo fue mal. Cuando cerr el circuito, no s qu me ocurri, tal vez debido al cansancio o al mareo, lo cierto es que lo siguiente que recuerdo es que estaba tumbada en el suelo, mientras las patas del interminable bicharraco me rozaban el rostro. -Entonces, qu diablos son? -Bueno, he tenido la oportunidad de examinar aquella cadena de bichos desde muy corta distancia, y puedo asegurarte que no son seres perfectos. -Seguro que no! -Quiero decir que no estn plenamente desarrollados. En realidad, se hallan en estado larvario. Y creo que las formas neblinosas son los seres en que s convierten al desenvolverse. Por esto, aquellas fueron quienes los condujeron hacia nosotros en la primera ocasin. Lo entiendes? Los bicho en fila son sus hijos. Como los gusanos y la polilla. -Bien, es posible, claro est pero qu me dice de las muecas, las risotadas y los jadeos de las formas que cambian de tamao y aspecto con tanta facilidad? -No cambian de aspecto. Mira, aqu, en esta parte de Urano, la luz procede directamente de arriba, verdad? Bien, entonces todas las sombras son proyectadas hacia abajo, esto es obvio. Por tanto lo que vimos, sus muecas, sus saltos, sus caras, no eran ms que las sombras de esos seres flotando, volando, proyectadas en la niebla. Por esto aumentaban de tamao, crecan y disminuan con tanta facilidad; no eran ms que las sombras proyectadas por algunas aves, o seres alados que suban, descenda y revoloteaban en torno a nosotros. Lo entiende ahora? -Parece plausible. Daremos el informe en ese sentido, y dentro de ochenta aos, cuando el polo norte de Urano vuelva a estar situado bajo la li del sol, alguien volver y podr verificar la teora. Quiz, Harbord, que tendr ciento cuarenta aos, les pilotar, eh, Harbord? Te gustara volver a visitar ese planeta dentro de ochenta aos? -No, con una mujer a bordo - gru el piloto. FIN