La alegra en el pensamiento de Benedicto XVI
21 marzo 2013. Diego Poole Derqui
alegriadelpapa.net
La fuerza con la que la verdad se impone tiene que ser la alegra, que es su expresin ms clara.
La unidad no se consigue mediante la polmica ni tampoco mediante teoras acadmicas, sino
con la irradiacin de la alegra pascual () y en ella los cristianos deberan darse a conocer al
mundo. (Ratzinger, La Fiesta de la Fe, Ed. Descle de Brouwer, 1999)
Sumario
La fuente de la alegra es el gozo de Dios Dios tiene sentido del humor Jess
vino a la tierra para traernos una gran alegra Alegra y comunin Alegra,
libertad y ley moral Gracia, pecado y sacramento de la alegra Testigos de
la alegra Alegra y realismo Soledad y tristeza Esperanza y alegra
La fuente de la alegra es el gozo de Dios
Cmo podemos definir la alegra? En una primera aproximacin podemos decir que la
alegra o gozo es el descanso en la posesin del bien amado, y esta alegra es tanto mayor
cuanto ms grande es el bien amado y ms clara la conciencia de su posesin. Y puesto que
lo ms noble que podemos amar, despus de Dios, es al mismo hombre, la felicidad est
estrechamente relacionada con la amistad con Dios y con los dems. Por eso, por el mismo
motivo que Dios hizo al hombre para la felicidad, lo cre para el amor.
Esta felicidad, que deriva del amor, se da originariamente en Dios, porque l mismo es
amor entre las tres divinas personas. En realidad escribe Benedicto XVI todas las
alegras autnticas, ya sean las pequeas del da a da o las grandes de la vida, tienen su
origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunin de amor
eterno, es alegra infinita que no se encierra en s misma, sino que se difunde en aquellos
que l ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre
nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. () Jess quiere introducir a
sus discpulos y a cada uno de nosotros en la alegra plena, la que l comparte con el Padre,
para que el amor con que el Padre le ama est en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegra
cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a l (Mensaje para la XXVII J ornada
Mundial de la J uventud, 2012)
Hasta tal punto es capital la alegra en el mensaje cristiano, que cuando Jess hace
referencia al momento de la salvacin de cada uno utiliza la expresin entra en el gozo de
tu Seor (Mt 25,23). No es un simple dar alegra o poner algo en el hombre, sino sumergir
al hombre en la alegra de Dios: ese es nuestro destino. Dios cre al hombre para ampliar
de ese modo, valga la expresin, el radio de su amor. (Dios y el mundo, p. 94). La esencia
misma de la bienaventuranza es la comunin de los santos con su Creador. Desde esta
perspectiva se comprende una afirmacin de Ratzinger que podra parecer radical para la
mentalidad individualista contempornea: La meta del cristiano no es la bienaventuranza
privada, sino la totalidad (Introduccin al cristianismo, p. 296).
Dios tiene sentido del humor
Esta alegra ya operativa, por la amistad actual y por la esperanza de una intimidad mucho
ms intensa y eterna, debe potencia tambin nuestro sentido del humor. Por qu? Por la
sencilla razn de que los cristianos sabemos, o hemos de saber, que todo lo que nos
preocupa, hasta las cosas ms serias, como las relativas a la salud, al trabajo, a la familia
estn completamente en manos de Dios, y sus designios son designios de amor. Nos lo
explica el propio Ratzinger respondiendo a la sorprendente pregunta de si Dios tiene sentido
del humor: Personalmente creo que tiene un gran sentido del humor. A veces le da a uno
un empelln y le dice: No te des tanta importancia!. En realidad, el humor es un
componente de la alegra de la creacin. En muchas cuestiones de nuestra vida se nota que
Dios tambin nos quiere impulsar a ser un poco ms ligeros; a percibir la alegra; a
descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido (Ratzinger, Dios y el
mundo, p.12)
J ess vino a la tierra para traernos una gran alegra
Con frecuencia, hasta en su reciente libro sobre la infancia de Jess, Benedicto XVI nos
recuerda que la noticia ms importante de la historia, la encarnacin del hijo de Dios, de
donde arranca el cristianismo, viene siempre acompaado de una expresa llamada a la
alegra: En el saludo del ngel llama la atencin el que no dirija a Mara el acostumbrado
saludo judo, shalom la paz est contigo, sino que use la frmula griega chare ()
Algrate! (cf. Lc 1, 28). Con este saludo el ngel podramos decir comienza en sentido
propio el Nuevo Testamento. La misma palabra reaparece en la Noche Santa en labios del
ngel, que dijo a los pastores: Os anuncio una gran alegra (cf. Lc 2,10). Vuelve a
aparecer en Juan con ocasin del encuentro con el Resucitado: Los discpulos se llenaron
de alegra al ver al Seor (Jn 20,20). En los discursos de despedida en Juan hay una
teologa de la alegra que ilumina, por decirlo as, la hondura de esta palabra: Volver a
veros y se alegrar vuestro corazn y nadie os quitar vuestra alegra (La infancia de
J ess, p. 33). Igualmente expresaba esta misma idea veinticinco aos antes: En el
Evangelio, la historia de Jesucristo empieza con las palabras que el ngel dirigi a Mara, en
forma de saludo, Algrate!. Y en la noche de su nacimiento, los ngeles tambin
repetan: os anunciamos una gran alegra. El propio Jesucristo manifiesta que viene a
traernos una buena nueva, es decir, que el meollo nuclear del mensaje es siempre este:
vengo a anunciaros una gran alegra, Dios est aqu, os ama y as ser para siempre (La
sal de la tierra, p.21). Y en el mensaje para la JMJ de Brasil vuelve sobre la misma idea con
otras palabras: En el Evangelio vemos cmo los hechos que marcan el inicio de la vida de
Jess se caracterizan por la alegra. Cuando el arcngel Gabriel anuncia a la Virgen Mara
que ser madre del Salvador, comienza con esta palabra: Algrate! (Lc 1,28). En el
nacimiento de Jess, el ngel del Seor dice a los pastores: Os anuncio una buena noticia
que ser de gran alegra para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador, el Mesas, el Seor (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al nio, al ver la
estrella, se llenaron de inmensa alegra (Mt 2,10). El motivo de esta alegra es, por lo
tanto, la cercana de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso
decir cuando escriba a los cristianos de Filipos: Alegraos siempre en el Seor; os lo repito,
alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Seor est cerca (Flp 4,4-5).
La primera causa de nuestra alegra es la cercana del Seor, que me acoge y me ama
(Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la J uventud, 2012).
Alegra y comunin
San Agustn, con una frase redonda y llena de significado escribi: poseer un bien sin
compartirlo no es alegra: (S. Agustn, De Trin. l.9 c.4). Lo que en Dios es un acto de
gratuidad, en el hombre es una necesidad vital: Dios no necesita comunicarse como lo
necesita el hombre, que es de por s incompleto. Dios nos hizo indigentes para que
viviramos juntos, entre nosotros y con l, y as manifestar el esplendor de su amor en la
comunin de los hombres. Dios no quiso hombres aislados, completos y autosuficientes.
Dios cre una familia, un pueblo unido, formado por hombres que slo pueden llamarse
hermanos porque tienen un mismo Padre. Cada uno es demasiado estrecho para s mismo:
slo abrindose por el amor, la vida se llena de sentido y de valor. Y este amor se ha de
dirigir en primer trmino a Dios, y por l a sus criaturas, o mejor dicho, amndole en sus
criaturas. La actitud correcta, que conduce derechamente a la alegra, es precisamente la de
apertura a Dios y al prjimo, pero no en un esfuerzo sobrehumano de entrega, sino en un
acto de sencillo abandono. Tengo que comenzar por dejar de mirarme, y preguntarme qu
es lo que l quiere. Tengo que empezar aprendiendo a amar, pues el amor consiste en
apartar la mirada de m mismo y dirigirla hacia l. Si a partir de esta tendencia
fundamental, en lugar de preguntarme qu es lo que puedo conseguir para m mismo, me
dejo sencillamente guiar por El, si me pierdo realmente en Cristo, si me dejo caer, me
desprendo de m mismo, entonces me doy cuenta de que sa es la vida correcta, porque de
todos modos yo soy demasiado estrecho para m solo. Cuando salgo al aire libre, valga la
expresin, entonces y slo entonces comienza y llega la grandeza de la vida (Dios y el
mundo, p.37).
Amar y saberse amado, esta es la causa primordial de la alegra. Lo importante para
cualquier persona, lo primero que da importancia a su vida, es saber que es amada.
Precisamente quien se encuentra en una situacin difcil, resiste si sabe que alguien le
espera, que es deseado y necesitado. Dios est ah primero y me ama. sta es la razn
segura sobre la que se asienta mi vida, y a partir de la cual yo mismo puedo proyectarla
(Dios y el mundo, p.20).
Para acrecentar la alegra, acrecentar el amor. Nos lo dice claramente Benedicto XVI:
haced que crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la comunin
fraterna. Hay vnculo estrecho entre la comunin y la alegra. No en vano san Pablo escriba
su exhortacin en plural; es decir, no se dirige a cada uno en singular, sino que afirma:
Alegraos siempre en el Seor (Flp 4,4). Slo juntos, viviendo en comunin fraterna,
podemos experimentar esta alegra. El libro de los Hechos de los Apstoles describe as la
primera comunidad cristiana: Partan el pan en las casas y tomaban el alimento con alegra
y sencillez de corazn (Hch 2,46). Empleaos tambin vosotros a fondo para que las
comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y
cuiden unos a otros (Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la J uventud, 2012).
Es ms, un hombre voluntariamente aislado de sus semejantes no es que renuncie a su
condicin de cristiano, sino de persona. La nocin de persona evoca esta intersubjetividad,
tanto en el hombre como en Dios. En su libro Introduccin al cristianismo, Ratzinger
escriba: La fe cristiana confiesa a Dios, la inteligencia creadora, como persona y, por
tanto, como conocimiento, palabra y amor. Confesar a Dios como persona implica
necesariamente confesarlo como relacin, como comunicabilidad, como fecundidad. Lo que
es exclusivamente nico, lo que no tiene ni puede tener relaciones, no puede ser persona.
No existe la persona en la absoluta singularidad. Lo vemos en las palabras que han servido
para desarrollar el concepto de persona: la palabra griega prosopon significa literalmente
respecto; la partcula pros significa a, hacia e incluye la relacin como elemento constitutivo
de la persona. Con la palabra latina persona sucede lo mismo; significa resonar a travs de;
la partcula per significa a, hacia e indica relacin, pero ahora como comunicabilidad
(Introduccin al cristianismo, p.153).
Esta misma idea la vuelva a abordar Ratzinger desde una perspectiva psicolgica,
explicando la experiencia universal que siente hombre de ser aceptado y acogido por otro,
en primer lugar por Dios mismo. Este reconocimiento y aceptacin es como el marchamo de
su identidad: el s al t, la afirmacin de su ser (y en tal modo del ser en el amor y por el
amor). Este t es un acto creador, una nueva creacin. Para poder vivir el hombre tiene
necesidad de este s. El nacimiento biolgico no es suficiente. El hombre puede asumir su
propio yo nicamente en la fuerza de aceptacin de su ser, que viene de otro, del t. Este s
del amante le proporciona su existencia de forma nueva y definitiva, recibiendo una especie
de renacimiento, sin el que su primer nacimiento quedara incompleto y le enfrentara a una
contradiccin consigo mismo. Para reforzar la validez de esta afirmacin, ser suficiente
pensar en la historia de algunas personas que en los primeros meses de su vida han sido
abandonadas por sus padres y no han sido recogidas con un amor, que afirmase y abrazase
sus vidas. Slo el renacimiento del ser amado completa el nacimiento y abre al hombre al
espacio de una existencia significativa (Mirar a Cristo, p. 93).
Lo dicho en el prrafo anterior no se debe confundir con un vivir pendiente del aplauso del
pblico, de la gente que nos rodea, sino del reconocimiento sincero de nuestro ser por parte
de aqul que de verdad nos ama. Es ms, Ratzinger critica duramente la actitud de los que
viven slo pendientes de lo polticamente correcto, de las presumibles reacciones de los
otros: El hombre tiene ms miedo del poder de la opinin pblica, que de la lejana e
inerme luz de la verdad. Y se doblega al poder de la opinin, convirtindose en su aliado, en
uno de sus portadores. Se hace esclavo de la apariencia. (...) En sus acciones ya no se
orienta segn la realidad, sino segn las presumibles reacciones de los otros. Se llega as a
un dominio de la opinin, de lo falso. De este modo toda la vida de una sociedad, las
decisiones polticas y personales, puede basarse en una dictadura de lo falso (Mirar a
Cristo, p. 89)
Alegra, libertad y ley moral
Hoy en da se tiende a ver la moral como un lmite a la libertad, entendida como autonoma
e independencia, en la que el hombre alcanzara su mayor felicidad posible. La imagen
contempornea de rivalidad entre moralidad y felicidad es uno de los mitos que Benedicto
XVI trata continuamente de desmentir. El Papa explica una idea bsica del cristianismo:
Dios crea al hombre para que sea feliz, y las normas que le da no son una especie de
prueba de obstculos, que si supera, le compensa con el premio de la felicidad, sino que las
normas son las mismas instrucciones de la felicidad, son, valga, la expresin las normas de
uso de la existencia humana. La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello
nos ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos.
Cumplindolos encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista
puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstculo a la libertad, si los
meditamos ms atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un conjunto de
reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia feliz, realizada segn el
proyecto de Dios. Cuntas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y
su voluntad nos lleva a la desilusin, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia
del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro
corazn (Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la J uventud, 2012).
Pero los Mandamientos no son slo relevantes para los cristianos: todos los hombres
necesitan respetar esas normas si quieren estar a la altura de su naturaleza. La vida moral
es por tanto el camino de la felicidad, es el arte de vivir conforme al fin en vista del cual
hemos sido creados y en cuya consecucin cobran sentido todas nuestras pasiones. Puesto
que la existencia cristiana no es un arte ms junto a otros, sino simplemente la existencia
humana vivida tal y como se debe, se podra afirmar que queremos ejercitar el arte de la
vida justa. Queremos aprender el arte de las artes: la existencia humana. (Mirar a Cristo,
p. 11). Y en otro lugar aade: Si el Declogo, interpretado activamente por la reflexin
racional, es la respuesta a la exigencia interna de nuestro ser, no puede considerarse el
polo opuesto a nuestra libertad, sino la forma real de la misma. Por tanto, el Declogo es el
fundamento de todo el derecho de la libertad y la fuerza genuinamente liberadora de la
historia humana (Fe, verdad y tolerancia, p.220).
Por otra parte, desde la perspectiva cristiana no puede haber separacin entre tica y
religin: la relacin del hombre con su creador es la primera exigencia moral. Sin religin el
hombre est radicalmente incompleto, mutilado, y por tanto, infeliz. No puede haber
verdadera alegra en una vida vuelta de espaldas a Dios. La religin existe precisamente
para integrar al hombre en la totalidad de su ser, para vincular entre s el sentimiento, el
entendimiento y la voluntad; para que estas facultades se comuniquen unas con otras y
para dar una respuesta al desafo planteado por el todo, al desafo que suscita la vida y la
muerte, la comunidad y el yo, el presente y el futuro (Fe, verdad y tolerancia, p.126)
Gracia, pecado y sacramento de la alegra
Cuando vemos a una nia o un nio que nos produce cierta complacencia solemos decir:
qu gracia tiene! Y es que el verdadero encanto aflora cuando uno refleja en su vida el
atractivo divino, la gracia de Dios. Benedicto XVI en ms de una ocasin ha empleado la
metfora de la luna que refleja la luz del sol. Toda su fulgor no es ms que un reflejo de la
luz originaria que procede del sol. Seor, quiero ser tu luna: una oracin preciosa del
hombre fiel que en ms de una ocasin ha repetido Benedicto XVI. Si volvemos otra vez
sobre el libro de la infancia de Jess, el Papa nos hace notar que la alegra es fruto de la
gracia, de la amistad con Dios: Algrate, llena de gracia. Es digno de reflexin un nuevo
aspecto de este saludo, chaire: la conexin entre la alegra y la gracia. En griego, las dos
palabras, alegra y gracia (char y chris), se forman a partir de la misma raz. Alegra y
gracia van juntas. (La infancia de J ess, p. 35)
Y cundo se pierde la alegra? Cul es en el fondo la razn de la tristeza? La alegra se
pierde cuando se niega el amor. Qu decimos de un hombre enemistado con todos? Pues
que es un triste. La ruptura de la comunin es la esencia de todo pecado: es una autolesin
que no slo perjudica al que lo comete, sino tambin al resto de la comunidad. Nadie es un
verso suelto. En el fondo no hay pecado solitario, porque toda autolesin moral perjudica la
capacidad de amar.
Pero Dios es misericordioso (la palabra misericordia deriva de miseria y corazn, de llevar
en el corazn la miseria del prjimo), y l en su corazn ardiente consume la miseria de
nuestra vida cuando acudimos en busca de perdn. Si como consecuencia del pecado
perdemos la alegra, sta no se recupera olvidndonos de la falta, porque la deformidad de
la voluntad est ah, aunque el tiempo pase, porque el olvido no borra la culpa. Se precisa
un acto positivo de Dios que borre nuestro pecado, lo cual presupone el reconocimiento de
la propia culpa. Lo peor que podemos hacer para no curar una enfermedad es no
reconocerla. Pero si acudimos a Dios, y exponemos la verdad de nuestra falta, siempre nos
perdona. El yugo de la verdad se hace ligero (Mt 11,30) cuando la verdad viva nos ama
y consume nuestras culpas en su amor (Verdad, valores, poder, p. 77).
Desde esta perspectiva se comprende perfectamente que el Papa llame a la confesin
sacramento de la alegra. Queridos jvenes, recurrid a menudo al Sacramento de la
Penitencia y la Reconciliacin! Es el Sacramento de la alegra reencontrada. Pedid al Espritu
Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdn a Dios
acercndoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Seor os abrir
siempre sus brazos, os purificar y os llenar de su alegra: habr alegra en el cielo por un
solo pecador que se convierte (cf. Lc 15,7) (Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la
J uventud, 2012).
No nos engaemos, la psicoterapia puede calmar un poco nuestro dolor, pero no puede
quitarnos la culpa. Recuerdo hace aos que contaba el famoso psiquiatra Enrique Rojas que
una chica acudi a su consulta con un sufrimiento tremendo porque acababa de matar a su
hijo todava en su seno. El doctor trat de consolarla como pudo, pero reconoca a la chica
que l no podra extirpar la raz de su pena, que era su culpa, porque la voluntad deformada
slo Dios la puede reconstruir, y le aconsej que acudiera tambin al sacramento de la
penitencia. La tristeza crece en la misma proporcin que la culpa. Dios vino a la tierra
precisamente para salvarnos de nuestras propias culpas y llenarnos de alegra. Lo dice el
Papa claramente: slo existe salvacin si hay absolucin. Aunque la psicoterapia puede
hacer mucho para descubrir y subsanar circuitos defectuosos en la estructura anmica, no
logra superar la culpa. Ah rebasa sus lmites y por eso fracasa con tanta frecuencia. La
culpa slo puede superarla de verdad el sacramento, el poder pleno procedente de Dios
(Dios y el mundo, p. 399).
Cuando se niega al hombre la posibilidad de perdn, se le confirma en su tristeza. De ah
que la gente sin Dios niegue la posibilidad del mismo pecado. Podemos pensar que la gente
rechaza el perdn porque no se siente culpable de nada, pero no ser ms bien al revs?:
porque no hay nadie capaz de perdonar mi culpa, no puedo tenerla, como no podemos
ser perdonados, no podemos pecar. El ncleo de la crisis espiritual de nuestro tiempo
tiene sus races en el eclipse de la gracia del perdn () donde el perdn, el verdadero
perdn lleno de eficacia, no es reconocido y no se cree en l, hay que tratar la moral de tal
modo que las condiciones de pecar no pueden nunca verificarse propiamente para el
individuo (La Iglesia, p. 90)
Testigos de la alegra
En su discurso convocando a la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, Benedicto XVI nos
dice, citando a la Beata Teresa de Calcuta, que la alegra es como una red de amor para
capturar a las almas. La alegra no se puede simular: cuando uno es feliz de verdad, salta
a la vista. Y cuando uno est triste, difcilmente lo puede disimular.
Por eso la alegra no es propiamente una estrategia apostlica, porque las estrategias se
planifican, y la felicidad se tiene o no se tiene, y ah precisamente reside su fuerza atractiva.
La Iglesia, entendida como pueblo de Dios, se extiende por la vida de sus miembros, por el
testimonio de su fidelidad, que tiene como fruto la alegra. El cardenal Ratzinger mantena
una cierta actitud de recelo frente a esos planes o estrategias apostlicas, en contraste con
la eficacia de la fidelidad: La Iglesia deca no tiene que ser construida, sino ms bien
vivida (Ser cristiano en la era neopagana, p. 118)
Por otra parte, puesto que es difcil ser feliz cuando las personas que queremos no lo son,
condicin de supervivencia de la felicidad es que se difunda. Queridos amigos nos dice el
Papa para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegra. No se puede ser feliz
si los dems no lo son. Por ello, hay que compartir la alegra. Id a contar a los dems
jvenes vuestra alegra de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jess mismo. No
podemos conservar para nosotros la alegra de la fe; para que sta pueda permanecer en
nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: Eso que hemos visto y odo os lo
anunciamos, para que estis en comunin con nosotros Os escribimos esto, para que
nuestro gozo sea completo (1Jn 1,3-4). Y si el modo de vivir de los cristianos parece a
veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro
alegre y feliz de la fe (Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la J uventud, 2012)
Si recordamos de nuevo la escena del anuncio del nacimiento de Jess, ahora estamos en
condiciones de comprender mejor que la esencia del mensaje cristiano es la alegra. La
alegra aparece en estos textos [del anuncio del nacimiento de Jess] como el don propio
del Espritu Santo, como el verdadero don del Redentor. As pues, en el saludo del ngel se
oye el sonido de un acorde que seguir resonando a travs de todo el tiempo de la Iglesia y
que, por lo que se refiere a su contenido, tambin se puede percibir en la palabra
fundamental con la cual se designa todo el mensaje cristiano en su conjunto: el Evangelio,
la Buena Nueva (La infancia de J ess, p.34).
Dios ha querido que su relacin con los hombres estuviera condicionada por la relacin de
los hombres entre s. Un misterio tremendo por el cual el hombre se hace corresponsable de
trasmitir la alegra a los dems. Si Dios es la fuente de la alegra, y el acceso de los
hombres a Dios est condicionado por la ayuda que nos prestan otros hombres, buena parte
de mi alegra depende de que otros me ayuden. No sera mejor preguntaba
retricamente el joven Ratzinger que cada hombre tuviera acceso inmediato a Dios, si la
religin es una realidad que atae a todos y si cada uno tiene la misma necesidad de
Dios? No deberan tener todos igualdad de oportunidades? No deberan tener todos la
misma seguridad? Nuestro planteamiento quiz deja ya claro que esta cuestin no lleva a
ningn sitio: el dilogo de Dios con los hombres se realiza en el dilogo de los hombres
entre s. Las distintas aptitudes religiosas, que dividen a los hombres en profetas y en
oyentes, les obliga a vivir juntos, a vivir para los dems. El lema del joven Agustn, Dios
y el alma, nada ms, es irrealizable; ms an, ni siquiera es cristiano. En definitiva, no hay
religin en el camino solitario del mstico, sino en la comunidad de la predicacin y de la
audicin (Introduccin al cristianismo, pp.82-83).
La felicidad no es por tanto patrimonio exclusivo de nadie. Decir eso es una contradiccin.
Incluso el mismo hecho de la eleccin de Dios de ciertas personas con una vocacin
especfica, o incluso de un pueblo entero, como es el pueblo judo, del que surgi la Iglesia,
tiene carcter medial. Dios elige. Pero no elige para excluir a los dems, sino para llegar a
unos por medio de otros y entrar en el juego de la historia (Dios y el mundo, p. 137).
Alegra y realismo
La alegra cristiana no es una huida de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer
frente y vivir las dificultades cotidianas (Mensaje para la XXVII J ornada Mundial de la
J uventud, 2012). La alegra del cristiano se funda en la misma realidad de su origen, de su
estado actual y de su destino eterno. La fe cristiana no es una terapia para consolarnos en
los momentos difciles. Y menos todava es un mero sentimiento desvinculado de la
realidad. Una de las constantes en el magisterio de Benedicto XVI es la afirmacin de la
verdad del cristianismo. La fe cristiana no se basa en la poesa ni en la poltica, esas dos
grandes fuentes de la religin [precristiana], sino en el conocimiento (Fe, verdad y
tolerancia, p.149)
Ratzinger se enfrenta decididamente contra la tesis tan extendida hoy en da, segn la cual
la religin es un estado de nimo, til para la vida, pero desvinculado de la realidad. Es
significativo leer los comentarios de muchos intelectuales ante el espectculo conmovedor
de los jvenes de las Jornadas Mundiales de la Juventud: entusiasmos de juventud,
fervor pasajero, arrebatos masivos como los de los conciertos de rock pero, al final,
nada: cuando vuelvan a sus casas se enfrentarn con la cruda realidad de su existencia.
En esa misma lnea, pero con una argumentacin ms sutil, se encuentra la crtica de los
que, como Wittgenstein, consideran con respeto la religin, pero no ven en ella ms que
una especie de juego conceptual y afectivo, con la que no se dira nada sobre la realidad
como tal. Segn Wittgenstein exactamente igual que no se dice nada tampoco en un juego
de ajedrez o en un juego de damas, fuera de lo que corresponde al juego. Por tanto, la
religin no debera interpretarse en forma de proposiciones significativas con pretensiones
de enunciar la verdad, sino nicamente de manera antropolgica y enteramente subjetiva,
como se interpreta de manera puramente personal un juego preferido () Ideas parecidas
se han venido difundiendo entretanto en la teologa catlica, y pueden escucharse ms o
menos claramente en la predicacin. Los fieles lo experimentan y se preguntan si no se les
estar tomando el pelo. Vivir en bonitas ficciones podr ser bueno para los tericos de la
religin, pero para el hombre moderno, que se plantea la cuestin acerca de con qu y para
qu vivir y morir, esas ficciones no son suficientes. El abandono de la pretensin de
expresar la verdad, que sera, como tal, el abandono de la fe cristiana como tal, se endulza
aqu diciendo que podra dejarse que la fe siguiera subsistiendo como una especie de
enamoramiento con sus hermosos consuelos subjetivos, o como una especie de mundo del
juego que existiera junto al mundo real. La fe se traslada al mundo del juego, mientras que
hasta entonces haba afectado al plano de la vida como tal. En todo caso, la fe jugada es
algo fundamentalmente diferente de la fe creda y vivida. No existe indicacin alguna de
un camino, sino que nicamente se embellecen las cosas. La fe no nos sirve de ayuda en la
vida ni en la muerte; a lo sumo hay un poco de variedad, unas cuantas bonitas apariencias,
pero slo apariencias. Y eso no basta para la vida y para la muerte (Fe, verdad y tolerancia,
p.187-188).
El realismo de la fe cristiana, que nos llena de inmensa alegra, no es slo fruto de un s
decidido a Dios, a la realidad de Dios, sino a la Creacin entera. El cristiano es una persona
que afirma y se goza en el mundo creado, porque descubre en l la obra de Dios y el
escenario de su amor a los hombres. Porque la fe se basa, fundamentalmente, en
sabernos amados por Dios, y eso significa, no slo una respuesta afirmativa a Dios, sino
tambin a la Creacin, a las criaturas, sobre todo a los hombres, donde tratamos de ver la
imagen de Dios para amarle mejor (La sal de la tierra, p.126).
Soledad y tristeza
La tristeza es el lado opuesto de la alegra, y como el mal, la tristeza no tiene entidad: es lo
que se experimenta al verse privado de lo que reclama nuestra naturaleza, que reclama la
plenitud del amor. La tristeza es la negacin del amor, o mejor dicho, cuando damos la
espalda al prjimo (Dios es el ms prjimo) nos instalamos en la tristeza.
Ms radicalmente, el entonces cardenal Ratzinger, con una clara impronta agustiniana,
explicaba que la historia en su conjunto es una lucha entre el amor y la privacin del amor.
La historia est marcada por una polmica entre el amor y la incapacidad de amar, esa
desolacin de las almas, propia de los hombres que slo reconocen valores y realidades
cuantificables... Esta destruccin de la capacidad de amar produce un aburrimiento mortal.
Es un veneno para el hombre. Cuando se impone, destruye al hombre y al mundo con l
() Yo creo que el autntico drama de la historia es que, siempre, en todos los frentes, al
final aparece el mismo planteamiento: un s o un no al amor (La sal de la tierra, p. 307).
Nadie puede aguantar la tristeza, y por contraste con la alegra, en la que uno permanece
sereno, de la tristeza deriva un deseo de novedades y divagacin, un activismo que no para
quieto, que huye del silencio, porque teme escuchar la voz de su conciencia que le reclama
un poco de atencin al prjimo y a Dios. Ratzinger lo explica con la doctrina de Santo
Toms: Junto con la desesperacin, del seno del perezoso alejado de la grandeza del
hombre amado de Dios, nace la evagatio mentis, el espritu errante, porque as dice
Toms ningn hombre puede habitar en la tristeza. Por eso si el fondo del alma es la
tristeza, se llega necesariamente a una continua huida del alma de s misma, a una
profunda inquietud. El hombre al hablar huye del pensamiento. Y puesto que se le ha
quitado la visin hacia lo Infinito, busca insaciablemente sustitutos. Actitudes ulteriores
reforzarn este comportamiento: la inquietud interior (importunitas, inquietudo), es decir
una ininterrumpida bsqueda de cosas nuevas que sustituyan la prdida de la inagotable
sorpresa del amor divino; en fin la instabilitas loci vel propositi (Mirar a Cristo, p.80)
Si la religin cristiana es causa de tanta alegra, por qu se le ataca impunemente, por qu
se ridiculiza su doctrina y su historia, por qu se presenta como triste y oscura, enemiga de
la verdadera felicidad del hombre? Prescindiendo de consideraciones referentes a los
espritus demonacos, podemos decir con Ratzinger, que buena parte de ese odio surge
precisamente de personas que han abandonado su vocacin divina, actuando contra su
conciencia, y, cuando no se arrepienten, para justificarse quieren tambin deshacer todo lo
que le dio voz a esa conciencia. Afn a esta actitud es el odio del apstata, que ha arrojado
lejos de s mismo el peso de la vocacin cristiana y se ha procurado un significado a la vida,
aparentemente ms simple que el de la existencia cristiana. Y les describir ese nuevo
significado a los dems como el verdadero contenido del mensaje cristiano, porque nadie
puede soportar considerarse a s mismo como un apstata. Pero de esta forma nace un odio
siniestro a todo aquello que le recuerde la verdadera grandeza del mensaje. Todo le
despertar su propia conciencia y le har dudar de la autojustificacin en la que se ha
refugiado, despus de haber perdido la fe. La conciencia ha sido pisoteada, y ahora se debe
pisotear tambin todo lo que le dio voz a esa conciencia. En un sentido general podramos
decir que el hombre que se niega a su grandeza metafsica, es un apstata de la divina
vocacin de la humanidad (Mirar a Cristo, p. 82). No es extrao por eso que las principales
crticas contra la fe cristiana procedan de cristianos, o mejor dicho, de ex-cristianos
(raramente vemos crticas contra el cristianismo surgidas en el seno de otras culturas o
religiones).
Si llevamos las cosas al extremo, el infierno es el lugar de la tristeza por excelencia, porque
el infierno consiste en la soledad, en aquel lugar donde no llega ni la luz ni el calor del amor
divino, de la que procede el amor humano. El infierno es la consagracin de la autonoma
del hombre, de su mxima independencia, y por tanto, de su mxima tristeza. Porque,
hablando claro, el infierno consiste formalmente en que el hombre no quiere recibir nada,
en que quiere ser autnomo. Es la expresin del enclaustramiento en el propio yo. Esta
profundidad, este abismo consiste, pues, en que el hombre no quiere recibir ni tomar nada,
en que slo quiere permanecer en s mismo, bastarse a s mismo. Si esta actitud se lleva al
extremo, el hombre se vuelve intocable y solitario. El infierno consiste en que el hombre
quiere ser nicamente l mismo, y esto se lleva a cabo cuando se encierra en su yo. Por el
contrario, ser de arriba, eso que llamamos cielo, consiste en que slo puede recibirse, igual
que el infierno consiste en querer bastarse a s mismo. El cielo es esencialmente lo que
uno no ha hecho ni puede hacer por s mismo. Utilizando trminos de escuela, alguien ha
dicho que, como gracia, es donum indebitum et superadditum naturae (un don indebido y
aadido a la naturaleza). El cielo, como cumbre del amor realizado, siempre es un regalo
que se hace al hombre, pero el infierno es la soledad de quien rechaza el don, de quien
rehsa ser un mendigo y se encierra en s mismo (Introduccin al cristianismo, p. 259).
Esperanza y alegra
En la esencia misma de la voluntad est el anhelo de plenitud, un deseo profundo que
preside todas nuestras elecciones, y sin el cual no haramos nada, seramos pura apata.
Este deseo es en el fondo un deseo de Dios, de la eternidad de su belleza y compaa, que
nos envuelva y nos endiose. San Agustn lo expres maravillosamente: nos creaste Seor
para ti, y nuestro corazn est inquieto hasta que descanse en ti (Confesiones, L.1, Cap.1,
1). Es importante dejar claro que este anhelo del corazn es patrimonio comn de todos
los hombres sin excepcin.
Pero si no hubiera un objeto proporcionado a este apetito capaz de saciarlo establemente, el
hombre sera una criatura llamada a la frustracin, y Dios, un tirano cruel, que habra
puesto en nosotros un deseo insaciable. Sin embargo, los cristianos sabemos que no es as,
que la vida tiene un objeto, y que todas las bellezas de la tierra, todos los bienes que
apetecemos, nos atraen porque participan de la belleza infinita de Dios. Todos nuestros
deseos, todas nuestras esperanzas son preludios de la vida eterna.
La esperanza es la actitud propia de quien acepta la realidad de su ser: una criatura amada
por Dios y llamada a unirse estrechamente a l por el amor. El pecado, por contraste,
implica siempre un dar la espalda a esta realidad. Todo pecado contiene un punto de
desesperacin, un no fiarse de la plenitud a la que est llamado quien es fiel al amor de
Dios.
Pero cuando uno permite a la desesperanza instalarse establemente en su alma, es como si
anticipara su propia condenacin. La actitud del que nada espera no es pura indiferencia: es
sufrimiento, porque el hombre, lo quiera o no, es un ser naturalmente en tensin (estar en
tensin es estar tendiendo), y cuando uno no espera la realizacin que anhela su
naturaleza, entonces sufre. Puede simular apata o indiferencia, pero es una pose que oculta
la violencia interior de negar lo que su naturaleza le reclama. Dicho con otras palabras, la
desesperacin supone lo mismo que la esperanza: un anhelo. Lo deca claramente Santo
Toms: Aquello que no anhelamos no puede ser objeto m de nuestra esperanza ni de
nuestra desesperacin (Suma Teologica I-II, 40, 4 ad 3).
La esperanza de alcanzar un bien nos llena de tanta alegra cuanto mayor y ms cercano es
el bien que esperamos. Esto se ve muy claro hasta con la esperanza de bienes sencillos
como el descanso del fin de semana: comparemos el estado de nimo del trabajador un
viernes por la tarde, que se ilusiona al pensar en la proximidad del fin de semana, y el
nimo de la misma persona un domingo por la tarde. El viernes todava trabaja (igual que
un lunes o un martes), pero se goza anticipadamente por lo que le espera. El domingo,
aunque descansa, est pensando en el siguiente lunes. El hombre es un ser que no puede
evitar pensar en el futuro, y con l compone su estado de nimo del presente. El cristiano
sabe que a la vuelta de la esquina le espera una plenitud de amor, y por tanto de alegra.
Pero la esperanza no slo produce gozo, sino tambin aumenta las fuerzas. Deca Santo
Toms: La esperanza causa o aumenta el amor no slo por razn del deleite que produce,
sino tambin por razn del deseo que fortalece, pues no deseamos tan intensamente las
cosas que no esperamos (Suma Teologica, I-II, q.27, a.4, ad.3). Ms bellamente lo dice la
Sagrada Escritura: Los que confan en Yav renuevan sus fuerzas y echan alas como de
guila y vuelan velozmente sin cansarse y corren sin fatigarse (Is 40, 31). De ah el
carcter alentador que tiene para el hombre hacerle ver la posibilidad de alcanzar realmente
la plenitud de su ser. San Agustn deca El que no tiene esperanza de alcanzar una cosa, o
la ama tibiamente o no la ama en absoluto, aunque vea cuan bella es (San Agustn en X
De Trin.13)
Al ateo, el paso de los aos le deprime, porque le aleja de su momento ideal, que fue la
juventud; en cambio, el cristiano se alegra, porque cada da que pasa est ms cerca de su
momento ideal, que es la Eternidad. El cristiano, a medida que pasa el tiempo, va
acumulando juventud en su alma, pues la juventud sobrenatural deriva de la participacin
en la vida divina, que nos es ms ntima que nosotros mismos. Y, como dice San Agustn,
Dios es ms joven que todos (S De Genesi VIII, 26, 48). Y el propio San Pablo escribe:
Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de da
en da (1Cor 4, 16). En este sentido Joseph Pieper habla del remozamiento que provoca
la esperanza: remozar es volver a ser mozo (cf. Pieper, Las virtudes fundamentales, 386).
Aun gozando en esta tierra de la participacin por la gracia en la vida divina, esto no es
nada en comparacin con la gloria que nos espera. El ms all forma parte de la
perspectiva vital del cristianismo. Si se pretendiera suprimirlo, nuestra perspectiva se
convertira en un extrao fragmento, quedara hecha aicos. La vida humana quedara
burdamente mutilada si slo la considersemos desde la ptica de esos setenta u ochenta
aos que podemos vivir (Dios y el mundo, p. 37).
Diego Poole Derqui