Nicholas Blake
La Maraa
Ttulo original: The Tanges Web
Traduccin: Marta Acosta de Van Praet
Emec Editores
Coleccin El Sptimo Crculo 145
Buenos Aires Argentina
15 de enero de 1958
A
A. D. Peters
Esta novela sigue, en lneas generales, un clebre caso criminal de principios de
siglo. El ambiente, los detalles y la interpretacin, sin embargo, me pertenecen, y
los personajes son totalmente imaginarios.
N. B.
PRIMERA PARTE
1. La Penltima Escena
POR QU lo hizo? Por qu? Es intil, no puedo comprenderlo.
El amante de Daisy Bland, el padre de su hijo, haba sido sentenciado a muerte por
homicidio premeditado; pero no era a su amante a quien ella se refera. Las
lgrimas le resbalaban por las mejillas, surgiendo de una inagotable afliccin; sin
embargo, pensaba Bruce Rogers, no parecan pertenecerle; en cierto modo... era
como lluvia que cayera por el rostro de una estatua. El rostro ms hermoso que
haba visto en su vida. La muchacha lloraba con facilidad. Era una criatura capaz de
llorar, de rer, de amar con facilidad: una hija de la naturaleza. Hasta en ese
momento haba una especie de exuberancia en su desolacin.
Por centsima vez en estos ltimos meses Bruce Rogers se sinti completamente
fuera de su rbita. Sus ojos recorrieron la oficina familiar en busca de equilibrio, de
normalidad. Los ficheros, los archivos de escrituras, los papeles sobre el escritorio
contenan un caudal de emocin humana, pero abstracta, como si hubiera sido
deshidratada: no podan conmover el corazn con esta lstima casi intolerable, o
hacerle encogerse dentro de s mismo como escondindose de su propia
insuficiencia. Era humillante, pens, que la tragedia, cuando se la encontraba cara a
cara, lo hiciese encogerse a uno.
Cmo pudo alguien ser tan perverso? dijo Daisy. Cmo pudo hacerlo?
Un espasmo de irritacin sacudi a Bruce Rogers. Las mujeres! Siempre
formulando preguntas retricas a las cuales esperan que uno conteste. La emocin
siempre corriendo a derretirse en palabras. Y esa pregunta entre todas!
"Caramba!", pens, "no soy ni psicoanalista ni sacerdote... ni soy William
Shakespeare... Soy un abogado cuyos asuntos se limitan a escrituras, testamentos,
escritos y no a la exposicin de la morbosa psicologa de un Yago".
Vamos, mi querida muchacha, tiene que tratar de ser valiente... por Hugo se
oy decir, y en seguida sinti nuseas ante la debilidad, la futilidad de sus palabras.
Al or el nombre de su amante la joven volvi a dejar correr libremente las
lgrimas.
No lo van a indultar, verdad? S que no gimi. Pero su cara permaneca
siempre tranquila sin que el dolor la desfigurara. Bruce tuvo una visin instantnea
del bonito rostro de su propia esposa cuando lloraba por algn contratiempo trivial:
hinchado, congestionado, gesticulante. Era todava bastante joven para sentirse
horrorizado por la deslealtad de la comparacin. Senta un impulso terrible de decir
a esta muchacha: No; no lo van a indultar. y por causa de la declaracin de usted,
nicamente por la declaracin suya, Hugo ir a la horca.
"Pobrecita", pens, "como si no lo supiera! No tiene muchas luces, pero eso s lo
sabe."
Debemos esperar lo mejor dijo; sir Henry est convencido de que existen
slidos argumentos legales para... Buenas razones para que la apelacin resulte
exitosa.
Es como un juego observ inesperadamente la joven.
Un juego?
Dos partes que juegan con la vida de un hombre. En el tribunal, quiero decir. Una
parte descuenta tantos de la otra con viveza, y est en juego la vida de un hombre.
Y con qu solemnidad lo hacen! Igual que si jugaran al cricket.
Bruce abri la boca, luego volvi a cerrarla. Con qu objeto tratara de vindicar
ante esta muchacha el mecanismo de la justicia inglesa? La bella firmeza y la
flexibilidad de la Ley? Tres meses antes quiz lo hubiese intentado, pero haba
perdido su almidn en el campo de batalla del caso Chesterman. Haba perdido
tambin su fe en la Ley? Aun cuando Hugo Chesterman hubiera dado muerte de un
tiro al inspector de polica, exista la mayor de las dudas hasta Sir Henry, carente
de todo sentimentalismo lo proclamaba sobre si la Justicia estara mejor servida
por el hecho de ahorcarlo. En la Corte de Apelaciones ese da, sospechaba Bruce, la
Ley y la Justicia luchaban en lados opuestos.
Ech una mirada involuntaria a su reloj de pulsera; luego al telfono que estaba
sobre su escritorio. En su mente fatigada ese tubo impersonal de vulcanita se
convirti en la boca del presidente del tribunal que se abra para expresar el juicio
siempre tan infalible, siempre tan impersonal de la Corte. El telfono se hallaba ah
como una bomba de tiempo, entre ellos. En cualquier momento sonara la
campanilla las manos de Daisy se cerraban ya, apretadas, como para defenderse
contra la inminente sacudida de una explosin, y sir Henry les comunicara lo
ocurrido.
Siempre he odiado el telfonodijo Daisy Bland. En la tienda trataba de no
contestarlo; las gentes eran tan groseras por telfono..., no se lo imagina.
"Cmo puede charlar as", pens Bruce, con resentimiento; pero en seguida
comprendi que lo haca para aliviarles a los dos la tensin. Una muchacha
maravillosa. Una muchacha sin par. No era extrao que ese petimetre atrevido de
Chesterman se hubiera enamorado. Por ella hasta pudo haberse regenerado: slo
que estaba tan locamente enamorada de l que nada le importaba si se reformaba
o no.
Ante el juez de Paz y luego ante el tribunal, cuando estaba en las ltimas semanas
de su embarazo, la hermosura de la joven haba magnetizado al pblico. Esto y la
personalidad del prisionero que recordaba a la de Raffles haban convertido en
cause clebre una historia srdida y vulgar. La hermosura en desgracia..., ms
hermosa por lo desgraciada. El azul luminoso de los ojos (vernica?, no me
olvides?), que se tornaba ms oscuro con un cambio anmico o de luz, hasta
convertirse en violeta; el pelo suelto del color del maz: el fulgor de los labios y las
mejillas que ni siquiera su extrema afliccin poda apagar del todo: Bruce volvi a
observar todo esto mientras la mujer hablaba, sentada muy derecha en el borde de
la silla como si la estuvieran interrogando para darle un puesto. La voz con su tono
rudo, amuchachado, rural, esa voz que haba odo dentro y fuera del tribunal
durante tantas horas: la haba odo hacer la declaracin en forma intensamente
dramtica.
En ese momento, mientras hablaba de las enormidades de los clientes de la tienda
donde haba trabajado, manteniendo la conversacin como un crculo de fuego para
tener a raya las cosas peores que merodeaban ms all, en la oscuridad, a Bruce le
volvi a llamar la atencin su falta de resentimiento. Ni siquiera en su exclamacin:
"Cmo pudo ser tan perverso!", haba amargura, sino una especie de curiosidad
triste. Daisy Bland, pens, era de personalidad pasiva; esto constitua tanto su
debilidad como su fuerza: la debilidad con la que ese hombre abominable haba
contado, y la fuerza, la fuerza condescendiente, consentidora que la hara salir ms
o menos ilesa de esta prueba final.
Obedeciendo a un impulso, la interrumpi:
Ser usted una madre maravillosa, Daisy.
La mujer volvi hacia l los ojos azules, luminosos y tristes.
S, tal vez lo sea dijo lentamente. Hubiera podido ser una buena esposa
tambin, Mr. Rogers.
Piense en el nio. Es un nio estupendo.
Oh, es precioso. Tiene diez puntos en todo repuso la joven, con indiferencia.
Apartando los ojos de l se volvi a la ventana: Dnde queda el puerto?
El puerto? Pues, no puede verlo desde aqu. All a la izquierda. Alrededor de un
kilmetro Bruce estaba de nuevo agitado. Dondequiera que uno pisara lo llevaba
a terreno peligroso. El puerto; el mar; la ribera; el revlver enterrado debajo de los
guijarros y excavado por Daisy a plena vista del detective sobre la explanada; la
ineludible, imperdonable trampa a la cual haba sido conducida.
ramos tan felices aqu murmur Daisy, con la cara vuelta hacia el mar
distante. Era romntico.
La pureza de su sentimiento redimi hasta esa palabra barata, ensuciada. Bruce
hizo otro esfuerzo.
Es algo digno de recordar. La felicidad. No pueden sacarle eso...
S, pueden contest Daisy, enrgicamente. Ya no existe. Slo puedo recordar
que fui feliz. No puedo recordar cmo era sentirse feliz. Slo s que un momento
estbamos en la cima del mundo; y luego l regres, media hora despus (todava
segua yo en el sitio donde me haba dejado), y supe, no s cmo, que se era el fin
del mundo para m.
Eso es lo que siente ahora.
Siempre lo sentir as. A no ser... no pudo proseguir. Sus ojos evitaron el
telfono y buscaron refugio en otro punto cualquiera del cuarto. Qu cantidad de
libros! Los ha ledo todos?
S. Hace ya bastante tiempo..., algunos. Para mis exmenes, sabe.
Un dedo delgado, en el que luca el anillo de boda al cual no tena derecho, corri
por la superficie de una de las hileras.
Uf! Estn llenos de polvo. No tiene a nadie que le haga la limpieza aqu?
S, claro, pero...
Tiene un plumero?
Yo..., un plumero?
Eso mismo.
Bruce, algo pasmado, revolvi entre los cajones de su escritorio hasta encontrar lo
que ella le peda.
Pero, Daisy, por favor, no debe usted ...
Oh! No se da cuenta? exclam la joven, con un tono de desolacin
apasionada que Bruce nunca olvidara. No se da cuenta? Tengo que hacer algo.
Por alguien.
Estaba sacudiendo vigorosamente el polvo de la superficie de los libros cuando,
tres minutos despus, son la campanilla del telfono. Con un solo movimiento
circular, como un remolino haba dejado caer el plumero, girado sobre s misma y
detenindose junto al escritorio con la mano extendida. Luego, con un breve
ademn de renunciamiento infinitamente pattico, retir la mano, dejndole a l la
iniciativa.
Bruce Rogers avanz el brazo hacia el receptor.
2. Primer Encuentro
HABA sido en un da de primavera, alrededor de veinte meses antes, cuando Hugo
y Daisy se haban conocido. Los pavimentos estaban mojados despus de una
noche de fuerte lluvia, y pimpollos de cerezo, arrancados por la tormenta, yacan
pegados a ellos como escarapelas de papel rozado. La maana estaba despejada y
fresca. A lo largo de la terraza de St. John's Wood, los perales, los cerezos, los
ciruelos enviaban hacia arriba su colorido ramaje, y nubes blancas florecan en el
cielo. Una muchacha criada en el campo, que haba llegado a Londres en el otoo
anterior, Daisy Bland, aspiraba el aire, sintiendo una rfaga de emocin ms fuerte
que la nostalgia del hogar que semejante escena hubiera podido, como era natural,
provocar en ella. En el campo uno apenas se fijaba en las flores y las ramas
decoradas. Haba slo unos minutos de distancia a pie entre la parada del mnibus
y la casa de Mrs. ChetwyndSmythe, y Daisy no tena queja contra Madame Ramon
porque no la enviaba en taxi, a pesar de la urgencia de su mandado. Las otras
muchachas de la tienda hubieran rezongado sobre la notoria tacaera de la
modista de sombreros. Daisy avanzaba con su elstico paso campesino,
balanceando la caja de sombreros por la cinta y disfrutando de los frescos perfumes
y del color regocijado de rboles y jardines.
Un mirlo silb una frase sobre su cabeza; al volver la esquina Daisy miraba hacia
arriba, a un rbol desde el cual surgan las notas cristalinas, y choc violentamente
contra un hombre que avanzaba con paso rpido en sentido contrario. La caja de
sombreros fue arrancada de su mano, la cinta resbal, y al rodar la caja por el suelo
la tapa se abri, y el sombrero se desliz sobre el pavimento mojado.
Ay, Dios! exclam Daisy, tapndose la boca con los dedos.
Lo siento muchsimo.
Lo ha estropeado por completo.
El joven estaba recogiendo el sombrero con una mano an en ese momento
desastroso pudo la muchacha advertir la ligereza de sus movimientos y haba
avanzado el pie para evitar que la caja rodara al arroyo.
Slo tiene una o dos salpicaduras de barro dijo, limpiando vigorosamente con
la mano la creacin caprichosa de Madame Ramon. Daisy se lo arranc antes de
que pudiera seguir haciendo mayores estragos.
Oh, est arruinado. Qu va a decir Madame?
Arruinado? Pero seguramente...
El joven se interrumpi. En su aturullamiento no la haba mirado bien hasta ahora,
no se haba fijado en ella. Daisy tuvo conciencia de la mirada. La consternacin que
senta la abandon al devolverle esa mirada. Algo relampague entre ellos, como el
magnesio, y en ese instante el joven qued grabado en su memoria para siempre:
el rostro delgado, moreno, la boca detenida en una semisonrisa, los ojos castaos,
alertas, prontos a chispear, con una especie de ferocidad detrs de su mirar
tranquilo. La cara de un cazador furtivo, se dijo la muchacha. Poda haber dicho lo
mismo la de un ngel por la forma en que estaba traspasada de puro asombro
apasionado; la cara de un ngel o de un ngel cado..., jams le iba a importar cul.
Durante unos segundos permanecieron frente a frente sobre el ridculo sombrero,
el tiempo suficiente para decidir sus destinos.
Ah dijo l, por fin, su sombrero nuevo. Est realmente...?
No es mo. Es..., se lo llevaba a Mrs. Chetwynd Smythe.
Mrs. ChetwyndSmythe? Qu nombre espantoso! Es una afrenta que una
mujer con semejante nombre use un sombrero como se. No lo permitir de
ninguna manera.
Pero...
Cmo se llama usted?
Daisy Bland.
Ah; eso est mejor, Daisy, Le quedara bien.
Y el asombroso joven le quit de la mano el sombrero, se lo coloc sobre la cabeza
y se alej para estudiar el efecto.
No observ. Me equivoqu. No con todo ese pelo maravilloso. Parece el nido
desaliado de un viejo pjaro que lo hubiera colocado sobre una catarata.
Lo retir y se qued contemplndola, haciendo girar el sombrero en la punta del
dedo mayor. Entre lgrimas y risas la muchacha exclam:
Tenga cuidado. Voy a tener un lo tal...
Le comprar a Mrs. ChetwyndSmythe otro igual.
Oh, no comprende. Es un modelo... Madame se lo hizo especialmente para ella. Y
se pondr furiosa si no lo recibe esta maana.
El joven se mordi el labio inferior, luego con una inclinacin de cabeza le dirigi
una mirada de pura travesura.
Bueno; vamos a entregar este objeto a la repulsiva Mrs. ChetwyndSmythe.
Dnde vive?
En el nmero 39. A pocos pasos de aqu.
El joven volvi a colocar el sombrero en la caja y at la cinta.
Vamos, Daisy Bland. Es usted de Gloucestershire. verdad? Mi padre sola...
se interrumpi, frunciendo levemente el ceo. Mi nombre es Hugo Chesterman,
sin domicilio fijo. Ahora tenemos todos los datos pertinentes.
Fue quizs la condicin de Daisy de aceptar las cosas, de no alborotar ni
desaprobar, ni hacerse la esquiva, lo que, adems de su belleza primaveral, le gan
el corazn de Hugo. La muchacha, por su parte, se dej guiar por l como en un
trance: todava no haba empezado a pensar en l; simplemente, con fatalismo y
una sensacin de absoluta felicidad lo dej asumir el mando.
Tocaron el timbre, fueron admitidos dentro del hall, y al rato Mrs. Chetwynd
Smythe, una mujer rolliza, demasiado emperifollada, de rostro descontento, anade
hacia ellos.
Miss Bland, verdad? Est usted atrasada. Me prometieron el sombrero para
hace una hora.
Daisy empez a explicar que haba ocurrido un pequeo accidente. La mujer la
interrumpi, y abriendo la caja sac el contenido. Se le sonroj el rostro, y,
atragantada, empez a sacudir el frvolo objeto en la cara de Daisy.
Esto es insoportable. Est arruinado. Mrelo, mire lo que ha hecho su torpeza.
Cree que voy a usar esto?
Hugo ech una ojeada a las mejillas sonrojadas de Daisy, luego, volvindose hacia
la mujer, observ:
Ciertamente que no, seora. Es demasiado juvenil para usted.
Cmo se atreve! Mrs. ChetwyndSmythe gir hacia Daisy, jadeante por el
ultraje. Quin es este..., este individuo? Arruina usted mi sombrero con su
maldito descuido, y no contenta con eso trae a su, trae a este insolente personaje
a mi casa...
Seora, lo ocurrido con el sombrero fue enteramente culpa ma interpuso
Hugo, imperturbable. He venido con Miss Bland para explicrselo. Me permite
presentarme? Soy el reverendo Chesterman, den rural de Amberley, y debo
advertirle que modere su lenguaje por respeto a mi investidura.
No tiene aspecto de reverendo.
Lo soy, ejem, en ropas seglares. Una pequea interrupcin en mis tareas
pastorales, Mrs. Smith.
En este punto Daisy dej escapar una lamentable risita. La mujer se volvi hacia
ella con los carrillos temblorosos.
Telefonear inmediatamente a su patrona y le exigir que la despida. Y ahora
su voz se levant en un alarido: Fuera de aqu! Fuera de aqu!
Hugo estaba colocando de nuevo el sombrero en la caja y atando la cinta.
Deduzco que no quiere usted la prenda de vestir.
Djela ah, inmediatamente, y SALGA DE AQU! Y llvesela a esta zorra con su
risita!
Mrs. ChetwyndSmythe tena la puerta abierta y trataba simultneamente de
empujarlos afuera y de arrancar la sombrerera de manos de Hugo. Al or sus ltimas
palabras, ste se puso rgido y en su rostro apareci una expresin tan temible que
Daisy se ech hacia atrs por un instante, dividida entre el miedo y una excitacin
deliciosa.
Yo no usara esa palabra si fuera usted dijo Hugo. Luego, volvindole la
espalda desdeosamente, recorri cinco pasos rpidos, cortos, giles, y de un
puntapi lanz la caja de sombreros a gran altura en el aire. Cay entre las ramas
de un alto citiso. Antes de que Mrs. ChetwyndSmythe pudiera recobrar la voz, le
grit: Vaya y trpese al rbol, seora. Squese de encima un poco de esa grasa
superflua.
Y tomando a Daisy por el codo la hizo avanzar rpida, pero no apresuradamente,
por la calle.
*
Para Daisy fue ste el comienzo de un perodo en que su vida se movi con el
automatismo de un sueo. Despus de semejante estreno nada poda ya
sorprenderla mucho. Una vez que se haba aceptado como un hecho a un muchacho
con cara de cazador furtivo que haba cado sobre uno como si hubiera salido del
azul de una maana de mayo y pateado cajas de sombreros a los rboles, una vez
aceptada esta extraordinaria proposicin todo lo dems se segua con lo inevitable
de la lgica de los sueos. De modo que casi como algo natural Daisy se encontr
una har despus almorzando con Hugo Chesterman en el Berkeley.
Cuando le hubo elegido el almuerzo la dej frente a un martini mientras iba a
telefonear a Madame Ramon. Daisy lo mir alejarse por entre las mesas; era una
figura alerta, compacta, un poco ms alto que ella, con algo cauteloso,
autosuficiente, ambiguo en el modo de moverse. Es como un gato, fue su
conclusin, pero no un gato manso; es ms parecido a esos del zoolgico, slo que
no tiene rejas alrededor, a uno de esos felinos ms grandes, prontos a saltar sobre
uno o a desaparecer como un rayo en la oscuridad de la selva. Distradamente se
restreg el codo que Hugo le haba asido al alejarla de la casa de Mrs. Chetwynd
Smythe. Senta como un moretn. Qu fuerza deba de tener. Con un furtivo,
sonroja de deleite, Daisy pens: "Me alegro que se me hagan moretones con
facilidad."
Le ofrezco un penique por sus pensamientos.
Era su voz; ya estaba de vuelta. Daisy eligi su penltimo pensamiento.
Pensaba que camina usted como un gato.
Una expresin enigmtica apareci en los ojos del joven. Le desagradaba la idea?
Ira a desaparecer como un rayo? Daisy aadi apresuradamente:
Un tigre, quise decir. O un leopardo. Los he visto en el cine.
Tenemos que ir a Whipsnade algn da y le presentar a mis congneres.
Andan vagando por ah, verdad? No en jaulas, quiero decir. Una especie de
crcel sin rejas.
l la miraba con expresin muy extraa.
No existe tal cosa como una crcel sin rejas dijo; luego, cambiando
repentinamente de tema, aadi: Su Madame no quiere or razones. Queda usted
afuera, querida amiga. Lo siento.
Ay, Dios mo.
No parece que le importara demasiado.
Bueno, imagino que encontrar otro trabajo.
Sin referencias de la vieja Ramon?
Mi ta me encontr ese puesto. Imagino que podr colocarme en otro. Soy hbil
con mis manos.
Daisy saba, y saba que l saba, que todo esto no quera decir nada. Nada le
importaba ya, excepto l y ella. Sin ansiedad ni recelo esperaba lo que, tarde o
temprano, tena que suceder. Mientras tanto, exista esta deliciosa comida.
Me encanta ver comer con gusto a una muchacha observ l. Qu edad
tiene, Daisy?
Casi dieciocho replic, con una sonrisa tan radiante que un alto empleado
pblico, sentado dos mesas ms lejos, al recoger lo. que rebosaba de ella se hizo
mentalmente el propsito de releer A la sombra de las muchachas en flor.
Esa tarde fueron a Kew. El verano haba llegado de la noche a la maana; todo
floreca, y el aire estaba tibio como el secreto de los enamorados. Recostada en el
csped, con los brazos y piernas pesados de indolencia, Daisy muchacha sana
que no haba estado enferma desde la infancia se senta como convaleciente,
dbil, pasiva, deslumbrada por los vvidos sonidos y colores del retorno de la vida.
La tienda de sombreros mal ventilada, con sus olores, su ritual y su frivolidad; el
lento ritmo estudiado de su saln lleno de espejos y la tensin de entre bastidores
parecan haber quedado rezagados, lejos en el tiempo, tenues recuerdos de un
delirio pasado. Pero este nuevo mundo al cual se haba mudado era todava irreal
tambin: un mundo de holgazanera, delicioso, pero inquietante y precario. Su eje
era el joven sentado junto a ella, que se abrazaba las piernas recogidas contra el
mentn; y senta por momentos que el menor movimiento que ella hiciese poda
hacerlo desvanecerse tan repentina, tan milagrosamente como haba aparecido.
Deseaba quedarse ah para siempre, as, sin tocarlo siquiera. Deseaba correr por
entre los rboles, y ser perseguida, y atrapada. La sensacin de diferir lo que
ocurrira pesaba mrbidamente sobre ella, como el perfume de las lilas blancas que
emanaba del arbusto junto a ellos, hacindole perder el aliento. Saba que debera
estar considerando sus planes, diciendo cmo comunicar la noticia de su despido a
su ta, cmo empezar a buscar trabajo, cmo enfrentarse con Madame Ramon y
pedirle su semana de sueldo compensatorio. Sin embargo, saba que nada de esto
era importante: todo se arreglar, pens vagamente, y se volvi, recostndose
sobre un lado para mirar a Hugo.
ste teja una cadena de margaritas. Sus dedos parecan a menudo impacientes, la
muchacha ya lo haba notado; y parecan tener una vida propia En ese momento,
aunque seguan trabajando con destreza, le temblaban, y esto le comunic una
sensacin aguda, nueva, que ella era demasiado ingenua para reconocer como la
sensacin del poder. Despus de todo, l apenas la haba tocado y no haba
pronunciado una palabra de amor. La idea de que un hombre, dueo de tanta
seguridad y autosuficiencia, pudiera ser tmido, no se le cruz por la mente. Lo
aceptaba sin ningn deseo, por el momento, de explicrselo. l, por su parte, haba
demostrado el ms vivo inters por el ambiente y el pasado de ella. La muchacha le
haba contado su infancia como hija mayor de una larga familia en la aldea de
Costwold. El padre, pequeo propietario, haba sbitamente alzado sus petates y
abandonado a su familia cuando Daisy tena doce aos, de modo que ella habla
cuidado de los hermanos menores mientras su madre sala a trabajar. La dama de la
casa solariega del lugar descubri en la joven una aptitud para hacer sombreros, y
el ao anterior Daisy haba ido a Londres como ayudante en la tienda de Madame
Ramon por recomendacin de una ta, hermana de su madre, que trabajaba por una
costurera de moda en la misma calle.
Daisy le cont de su cuarto en Pimlico, del dinero que enviaba a su casa todas las
semanas, de las enemistades y rencillas entre las compaeras de trabajo. Hablaba
sin pensar en s misma; sin embargo, al hablar se dio cuenta gradualmente de lo
sola que haba estado en Londres hasta ese momento. No tena idea, empero, de
cmo su hermosura haba contribuido a su aislamiento, creando una barrera entre
ella y las otras muchachas de la tienda. En cuanto a los hombres, no haba sido ms
tocada por sus miradas encendidas que Daniel por las bestias feroces. Carente de la
nerviosa vitalidad de las jvenes criadas en la ciudad, estaba demasiado cansada al
fin del da para bailar o callejear.
Ningn novio? haba observado Hugo. Bueno, bueno, me deja estupefacto.
Estaba irritado, aunque ella no lo adverta, por su indiferencia hacia s misma.
Pareca encontrar muy natural que un joven caballero bien vestido porque as era
como ella deba verlo llegar por una esquina a meterse en su vida, le hiciera
perder su empleo y la llevara a Kew, va el Berkeley. Hugo nunca haba conocido a
una muchacha como sta. Uno no poda pensar en ella en trminos de aventura de
paso y de dormitoriosala. El usual fisgoneo sexual, la descarada, patticamente
dbil confianza en s mismas de las muchachas con quienes haba tenido contacto
de tiempo en tiempo, cuando no estaba disponible alguna presa ms interesante,
todo esto era absolutamente ajeno a ella. Lo atraa tanto ms cuanto que estaba un
poco asustado de ella; asustado por el potencial de pasin que senta en ella.
Estirndose hacia arriba le coloc la cadena de margaritas alrededor del cuello. Su
mano le roz la piel, y Daisy tembl un poco, pero no quit los ojos del rostro del
joven. La cadena qued colgando sobre su sencillo vestido, azul como la flor del
cardo. El rumor de unos nios que jugaban en las cercanas pareca infinitamente
lejano.
Soy mala hierba, Daisy dijo Hugo, sin poder dominar del todo la voz.
Lo es? el tono de la muchacha era como una lenta caricia. Ha sido muy
bueno conmigo.
Y usted es la Reina de la Primavera repuso Hugo, aliviado y al mismo tiempo
preocupado como ocurre cuando un desenlace por ser diferido se torna
indefectiblemente ms cargado de dificultades.
Eso es de una poesa coment Daisy. Ella muri, verdad?
Entonces no la llamar as la mirada de Hugo se pos sobre la joven, que
estaba acostada al sol rodeada del dulce perfume del csped que pareca emanar
de su inocencia. La llamar Demter.
Daisy esboz una sonrisa.
Quin es Demter?
La madre tierra. Una diosa. sa es una de las cosas que aprend antes de que
me echaran.
Echaran?
De mi onerosa escuela pblica.
De modo que a los dos nos han echado. Qu bueno!
Hugo se envolvi alrededor de un dedo un mechn del pelo rubio de la joven.
La cuestin es sta: qu vamos a hacer con usted?
Oh, es una tarde maravillosa. No la estropeemos al ver la expresin inquieta y
sombra del joven, aadi: No debe preocuparse por m; de veras. Me arreglar
muy bien.
Hubo un silencio entre ellos, y el rumor de los nios, de los pjaros, del trnsito
distante les lleg de nuevo. "Quiere besarme", pens Daisy, "por qu no lo har?"
Al rato le oy decir con voz casi de desesperacin:
No sabe nada de m
Algn da me contar.
Hugo se fij en las venas azules de sus prpados, en la sonrisa soadora de su
boca entreabierta, y la ternura lo sacudi como una agona.
Ven, vive conmigo y sers mi amor.
Casi ni saba que lo haba dicho en voz alta. Pero los ojos de Daisy se abrieron y lo
miraron, brillantes como gotas de roco, como gemas de lmpido azul estival.
Lo desea? murmur la joven, animndose, con los brazos extendidos en cruz
y enroscando los dedos en las matas de csped ms largo.
A Hugo slo le quedaba hacerla suya, y esto la llenaba de exultacin.
Se besaron largamente. El pasado y el futuro se esfumaron, piadosamente, por un
rato, dejndolos solos con el presente que se iba consumando...
3. Una poca Feliz
Dos MESES despus Daisy Bland estaba sola sentada en la casa de pensin de
Maida Vale, donde vivan, zurciendo las medias de Hugo. Haban ido all haca cinco
semanas, cuando el dinero de Hugo se haba terminado. Criada entre costumbres
de parquedad, suspiraba al pensar cmo lo haban derrochado; pero su suspiro
tena una mezcla de placer cuando recordaba el cuento de hadas vivido en esas tres
primeras semanas.
Haban regresado de Kew Gradens: Hugo, en un frenes de alegra; Daisy, drogada
y expectante de pasin. Primero se dirigieron a una casa de autos de alquiler cerca
de Victoria, donde Hugo era evidentemente cliente muy conocido. Llen formularios
y pag la fianza con un puado de billetes de una libra que extrajo, como iba a
extraer muchos en los das subsiguientes, del bolsillo del pantaln. Apenas haba
tenido ella tiempo de preguntarse cuntas veces habra ocurrido esto antes con
otras mujeres, cuando ya la haba trasladado a toda velocidad a su pensin de
Pimlico. All la dej, dicindole que tena que recoger sus cosas (no dijo dnde) y
que estara de vuelta en media hora. Daisy arregl una maleta y despus ocup su
tiempo en escribir sendas postales a su madre y a su ta para decirles que se iba de
vacaciones con una amiga. Despus de echarlas al correo le pag a la propietaria y
con una sensacin confusa de estar quemando las naves le dijo que no necesitara
ms el cuarto.
Vio detenerse el pequeo automvil abajo en la calle. Corri por las escaleras
como si la casa estuviera en llamas. Hugo se haba cambiado el traje; pero su
aspecto es exactamente el mismo, pens Daisy en un nuevo acceso de felicidad...;
como si esperar eso hubiera sido casi demasiadlo. Pronto estaban alejndose de
Londres, alejndose de la antigua vida de ella.
Adnde vamos? pregunt Daisy.
Adnde quieres ir?
La forma en que lo dijo hizo sentir a Daisy que Hugo tena a toda Inglaterra, todo el
universo, a su disposicin. Ri desde el fondo del corazn Y reclin la cabeza en el
hombro de su amante.
A cualquier parte repuso. Al campo. A alguna parte donde podamos estar
solos. No...
No a una hostera del camino o un hotel de relumbrn. Por supuesto que no!
Iba a decir: no adonde hayas llevado a tus otras mujeres. Pero no me importa, de
veras que no.
Hugo le asi la mano derecha y le clav suavemente las uas en los nudillos.
No hay otras mujeres. Ya no. Puedes creerlo como al Evangelio, mi dulce Daisy.
Lo crey en el creciente fulgor de su felicidad y nunca iba a arrepentirse de
haberlo credo.
Se detuvieron en una posada de una aldea de Oxford cuyo aspecto agrad a Hugo.
Daisy sonri secretamente al recordar esa primera noche cuando se haban
enfrentado en el dormitorio de ventanas bajas; frotaba entre los dedos una hoja de
geranio que haba arrancado en el patio, a la entrada, y Hugo le haba dicho:
Bajamos ahora, a comer?
Si quieres haba replicado Daisy, echando hacia atrs la cabeza, con la sangre
que le bulla en los odos. Hugo la haba mirado fijamente un momento. Con
repentina, aterrada excitacin haba visto cambiar el rostro cetrino de su amante.
Sus ojos brillantes, penetrantes, parecan clavarla contra la pared que tena a sus
espaldas. Se haba sentido acorralada, impotente y, sin embargo, con una
condescendencia desenfrenada. Era un extrao, era un halcn que revoloteaba
pronto para abalanzarse sobre su presa. Se juntaron como arremolinados por un
golpe de viento que viniera de un cielo sin nubes. Estaba como desnuda, con los
ojos clavados en l, traspasada: un animal en el cepo que simula estar muerto bajo
la mano del cazador y que luego palpita y lucha. Pero el dolor era bueno, la entrega
y la feroz abyeccin, maravillosas; y despus oy decir a su amante:
No hay nadie como t, mi amor.
Baj a comer con l como en un sueo. No saba lo que coma ni lo que deca.
Despus se sentaron en el bar y presenciaron una partida de flechas. Luego Hugo
particip en el juego; Daisy pudo apreciar sus dotes de buen jugador, serio, atento:
hiciera lo que hiciere, demostraba poseer una especie de gracia natural y de
asombrosa destreza. Una o dos veces le dirigi a Daisy una mirada, como un nio
que solicita la admiracin de su madre, y algo nuevo se anim dentro de ella, algo
completamente distinto de los otros sentimientos que l le haba despertado. Al
finalizar la partida, el contrincante lo desafi al desquite. Hugo volvi a recoger los
dardos y levantando una ceja le ech a Daisy una mirada burlona. sta, casi sin
saber lo que haca, le devolvi una larga mirada a travs del cuarto atestado, lleno
de humo, con una expresin que no era ni tmida ni audaz, sino profundamente
inquisidora. Como tirado por un hilo invisible, que lo impulsaba junto a ella, Hugo
dej los dardos, diciendo a su contendiente:
Ahora no, gracias. Maana a la noche si est usted aqu.
De nuevo se encontraron arriba, y esta vez Daisy entr en plena posesin de su
condicin de mujer. Era insaciable. Su sangre campesina gritaba: "Mi dueo y
seor!" Se durmi sollozando an de placer, con el perfume de los alheles en las
macetas de la ventana que inundaba el cuarto.
*
A Daisy le hubiese gustado quedarse all muchos das, para siempre. Pero al tercer
da, Hugo sugiri que fueran a otra parte. La muchacha accedi, intuyendo en l
una inquietud que ni siquiera su amor por ella poda apaciguar. Y as ocurri durante
tres semanas en que el pequeo automvil traz un recorrido al azar a travs de
condado tras condado. Hugo conduca velozmente, aunque siempre que ella se lo
peda iba ms despacio, de modo que por momentos a Daisy se le antojaba que
eran fugitivos, que serpenteaban y desdoblaban sus huellas para escapar a algn
cruel perseguidor. Esta idea absurda era excitante, pero la llenaba de una vaga
inquietud. Cierto da le dijo:
Parece que estuviramos escapando de algo; como si nos persiguieran.
Y es as, querida.
De qu estamos huyendo? le pregunt como en sueos.
De la vida real. Somos fugitivos.
Se lo dijo a la ligera, pero al contestarle como lo hizo Daisy sinti que su pregunta
lo haba tocado en algn punto demasiado sensible; y durante un rato, despus,
permaneci inusitadamente silencioso. Para distraerlo de s mismo casualmente
pasaban junto a un muro alto que cercaba un parque le dijo:
Me intriga lo que habr del otro lado.
Hugo detuvo en seguida el auto.
Veamos.
Descendi, mir hacia uno y otro lado del camino, escuch unos instantes y luego
corri directamente hacia la pared. Daisy pens que se haba vuelto loco, porque el
muro tena cerca de tres metros y medio de alto. Pero l salt con la facilidad de la
ola, con un pie extendido hacia adelante, que apoy en la mitad de la pared, y el
mpetu llev su cuerpo hacia arriba de modo que sus manos alcanzaron la parte
superior del muro, y haciendo flexin con los brazos, en un solo movimiento veloz,
se iz para quedar a caballo sobre l. No pareca haber esfuerzo alguno en el
procedimiento: se elev simplemente como una burbuja.
Es un truco le grit sin haber perdido el aliento en lo ms mnimo. Cualquiera
puede trepar una pared si slo le dobla la estatura. Ven.
La levant saba ella ya la fuerza de esos delgados dedos y de esas muecas,
luego le ech una mirada temeraria y al mismo tiempo extraamente desafiante
que Daisy no pudo descifrar, pero que no olvid. Despus, pensando en este
episodio cuando ya haba descubierto la verdad, comprendi que le haba hecho
una confesin indirecta que no se atreva a poner en palabras, quiz porque era
demasiado evasivo por naturaleza. Recordaba otras ocasiones en las que tambin le
haba, por decirlo as, representado su secreto en un espectculo mudo como
indiferente y al mismo tiempo deseoso de que ella adivinara; y otras veces, cuando
con la traviesa expresin de un colegial que lanza un reto haba permitido que su
conversacin oscilara sobre el borde mismo de la verdad.
"Ah!", pensaba Daisy, mientras elega otro par de medias para zurcir, "deb
adivinarlo. Trataba de decirme algo; tena miedo de decrmelo, s, miedo de
perderme o miedo de estropear nuestra luna de miel. El muy tonto!"
Eres una muchacha curiosa le haba dicho Hugo cierto da, hacindole girar en
el dedo el anillo de boda que le haba comprado en el camino, al salir de Londres.
Nunca me has insinuado que te proponga casamiento.
Bueno, entonces, hazlo ahora.
Estaban recostados en un bosque, a bastante altura sobre una ladera de Dorset. El
suelo entero del bosque pareca humear, cubierto de almizcleas, como si la tierra,
abajo, estuviera ardiendo, y el canto de los reyezuelos se elevaba y decaa en el
tras curso de la larga tarde. Hugo se volvi de espaldas, hablando hacia los rboles
cuyas hojas le proyectaban sobre el rostro su sombra cambiante.
Desearas casarte con un hombre, fuera lo que fuere, solamente porque lo
amas?
A Daisy esta pregunta le pareci absurda, pero haba adquirido la suficiente
sabidura para no decirlo.
S que eres..., que no eres malo se aventur a decir.
Sabes la mar de cosas sobre m, amor mo observ Hugo, con tono spero;
pero Daisy le contest suavemente:
Podras contarme. Pero no lo hagas si no quieres, querido.
Luego, como Hugo guard silencio, aadi:
S que tienes veintiocho aos, que tu padre es sacerdote, que te echaron del
colegio, que te fuiste a Australia, peleaste en la guerra y caste prisionero y eres
comisionista..., aunque ignoro lo que es eso, y eres el hombre ms maravilloso del
mundo.
Todo un prontuario coment l, echndole una mirada escrutadora. Qu
pensaste de m el da que nos encontramos?
Pens que parecas un cazador furtivo.
Un cazador furtivo? En St. John's Wood? Realmente! Hugo ri con brevedad.
Despus de una pausa, agreg: Odio la idea de que me atrapen. Es lo nico que
realmente temo.
Atrapado en el casamiento, quieres decir?
Puede ser, en parte. No estoy hecho para convertirme en un animal domstico.
Bueno; no nos casaremos, entonces.
Oh querida! No hables como una enfermera que apacigua a un paciente
caprichoso, por amor de Dios!
Los ojos de la muchacha se llenaron de lgrimas, pero Hugo ya no la miraba. Con
voz contenida, inquiri:
Te casaras conmigo si yo fuera... un asesino?
S repuso Daisy, simplemente. Si lo desearas. Pero...
No lo soy en realidad. Con excepcin de haber muerto a algunos tipos en la
guerra. Escucha, Daisy..., si fueras hombre, y mala hierba, del tipo delincuente, le
pediras a una chica que se casara contigo, por ms que la quisieras?
No fui yo quien empez esta conversacin sobre el casamiento replic la
joven, desconcertada y herida por el rechazo a su intento de comprensin.
Bueno, pero lo haras? inst Hugo.
Creo que los delincuentes tambin se casan. Por qu no haban de hacerla?
Hugo no insisti con el tema. La muchacha senta que lo haba defraudado, pero
no saba cmo. Toda la conversacin, ntegra, le haba parecido absurda, irreal. Los
delincuentes eran personas sobre las cuales una lea crnicas en los diarios
entregadores, matones, ladrones enmascarados, asesinos, o los hombres de
mirada furtiva que uno vea reunidos en grupos en las callejuelas adyacentes a la
avenida Shaftesbury: criminales, canallas. Daisy no poda ni empezar a asociar a
Hugo, que era evidentemente un caballero, una persona civilizada a pesar de algo
primitivo en su carcter, con esa hez. Como si le asegurase que haba cado en St.
John's Wood desde Marte. Por qu insista en que ocultaba algn secreto culpable?
De pronto, se le ocurri que tal vez fuera un traidor, un agente comunista..., algo
as. Entonces sinti sobre el cuerpo las manos de su amante, el soplo de aire fresco
sobre la piel a medida que le iba quitando las ropas. Le deca lo hermosa que era; la
nica mujer en el mundo para l; Eva acostada en los bosques del Paraso: como
una hoja en llamas Daisy se retorci, ondulante, y fue consumida. Nada ms tena
importancia. Era su hombre.
*
Hacia el final de esas semanas llegaron a un pequeo puerto de mar, en el
sudoeste. Funcionaba all en ese momento una feria, y Hugo la llev a recorrerla
despus de la comida. Durante todo el da se haba mostrado irritable, distante,
pero en ese momento Daisy estaba acostumbrndose al flujo y reflujo de su
temperamento intempestivamente irrumpi en un chisporroteo semejante al de
una fogata atizada. Los gritos de los feriantes, el ruido seco de los rifles en la
galera del tiro al blanco, la msica vocinglera de las calesitas parecan afectarlo
como una fiebre que se comunicaba de su sangre a la de ella. Llevndola de puesto
en puesto, arrojando anillos, apuntando a pelotitas de pingpong que bailaban
sobre chorros de agua, corriendo y chocando en la pista de autos, pareca un nio
sobreexcitado que prefiere llegar al agotamiento antes que desperdiciar un solo
entretenimiento. Daisy adverta cmo lo miraban las mujeres y le guiaban el ojo
los puesteros.
Vamos, mi preciosa espiga de maz exclam de pronto Hugo, y la levant,
sentndola sobre el lomo de un caballo de madera antes de que ella pudiera
explicarle que las calesitas la mareaban. Las luces giraban y parecan saltar en
astillas; la feria se arremolinaba alrededor de ella corno un cuarto en torno a un
ebrio y suba y bajaba como un mar. Cuando por fin la ronda se detuvo, estaba tan
mareada y aturdida que, apeada del caballo, se tambale, tropez y cay al suelo.
Un muchachn, tocado con una gorra de visera, que se hallaba junto a ellos, dijo a
su compaero:
Al diablo! Otra borracha! Mira, est completamente encharcada.
Hugo, que en ese momento le deca a Daisy que permaneciera con la cabeza
gacha sobre las rodillas, y se quedara un rato sin moverse, se irgui
instantneamente y enfrent al hombre.
Qu le o decir sobre esta seorita?
Esta qu? dijo el otro despectivamente.
Hugo le haba dado tres golpes un puetazo con la zurda en el estmago y dos
trompadas con la derecha y la izquierda directas a la mandbula antes de que el
otro tuviera tiempo de darse cuenta que estaba en una pelea. Era, empero, tan
corpulento como Hugo era veloz y rebot desde una de las carpas contra la cual los
golpes de su adversario lo haba enviado tambaleante, levant los puos y se dirigi
hacia su contrincante de fsico mucho ms menudo. Daisy, sintiendo una clase de
malestar distinto, se apresur a ponerse en pie: el muchacho de la gorra la tena
an encasquetada pareca peligroso: un gigante. Una luz de Bengala le mostr a
Daisy el rostro de Hugo, atento, con una mueca de malevolencia sonriente. Pareca
moverse sobre fieltros en sus rpidas fintas: evit, agachndose, un puetazo
demoledor que su adversario le lanz con la derecha; luego la multitud se cerr en
torno a los dos hombres. Y Daisy no pudo ver nada ms. Pero oy ruidos de
puetazos en la cara que la estremecieron y despus una voz que daba gritos de:
"Polica! Viene la polica!" La multitud se alborot y se dispers. Hugo corri como
flecha hacia ella, le asi una mano y la arrastr por entre dos puestos, alejndola
del lugar hasta un espacio abierto, dirigindose a la carrera con ella hacia el mar.
Ests lastimado, querido? pregunt Daisy cuando llegaron a la explanada.
Hugo sacudi vigorosamente la cabeza como para aclarrsela y la apart del radio
de luz del farol bajo el cual se haba detenido ansiosa por mirarlo.
No es nada. Maana tendr una oreja hinchada, sin embargo. Viste a la polica o
fue una falsa alarma?
No s.
Tuve ganas de matar a ese tipo.
El brazo de Hugo que iba asido del de ella le temblaba.
No lo tomes as, mi amor. No tiene importancia.
Un poco ms adelante el muchacho se detuvo y se puso a escuchar. Daisy no oa
ms que el pausado golpear de las olas contra el malecn y el rumor ms distante
de la moliente msica de calesita sobre los ruidos confusos de la feria. Se dio
cuenta de que todava segua aferrada a una mueca de pelo rubio que Hugo haba
ganado para ella en el tiro al blanco.
Qu te pasa? inquiri.
Estoy simplemente tratando de or las voces de alarma. Por la fuerza de la
costumbre pareca estar hablando consigo mismo.
Qu quieres decir?
Oh; de mis tiempos de prisionero de guerra. Trat de escapar una o dos veces.
Pero la polica no...
No quiero mezclar a la polica con nuestras vacaciones, querida sus ojos
brillantes se apartaron de ella. Pongamos por caso que me lleven preso por atacar
a ese degenerado... Bueno, te veras enredada en el asunto, y se enteraran de que
no estamos casados. Sera una preocupacin y un lo interminable. No sabes lo que
es.
Despus de unos minutos de silencio ya se hallaban cerca del hotel Daisy
pregunt:
Preferiras que nos furamos de aqu? Que pasramos la noche en alguna otra
parte?
Tal vez... No; al diablo con ellos. Es muy tarde. Saldremos de aqu maana, bien
temprano.
No salieron tan temprano, sin embargo, como l haba pensado. Esa noche la voz
de su amante despert a Daisy; estaba murmurando en tono cada vez ms alto y
luego empez a gritar presa de una pesadilla. Era un sonido terrible, semejante al
de un mudo que trata de expresar su agona: sonidos trmulos, ululantes,
arrancados de lo ms profundo del ser y que por fin consiguen articular palabras:
Sultenme! Sultenme! Sultenme!
Daisy lo sacudi para despertarlo, y las manos se le resbalaban de los hombros
empapados en sudor.
Clmate, mi amor. Soy yo. Ests soando. Despirtate, querido! Hugo,
pobrecito mo!
Le apret la cabeza convulsivamente contra el pecho. Durante un momento el
muchacho se debati con mayor desesperacin an; luego, despierto ya, se agarr
de ella con tanta fuerza que la joven lanz un quejido.
Dios mo, qu pesadilla espantosa! exclam Hugo, temblando como si el
corazn que ella senta golpear contra su pecho fuera a partirle el cuerpo en mil
pedazos.
Daisy encendi la luz, y cuando consigui tranquilizarlo se levant de la cama para
buscar una toalla.
Ests empapado. Te secar.
Hugo levant los ojos para mirarla, como si fuera un nio, un nio rendido, con los
labios temblorosos, y sus ojos la siguieron como si el verla all fuera algo demasiado
bueno para ser cierto.
As ests mejor dijo Daisy, enrgicamente. Qu es lo que estabas soando?
Hacas un ruido terrible.
Lo siento, enfermera. No volver a ocurrir..., esperemos. Qu dije?
Gritabas todo el tiempo: "Sultenme!"
Los ojos de Hugo cambiaron su expresin tiernamente burlona y se
ensombrecieron.
Eso gritaba, eh? guard silencio durante unos minutos, sin soltar la mano de
Daisy. Luego la mir con esa expresin enigmtica, escrutadora, oscuramente
desafiante, que se estaba tornando familiar para ella, y explic: Estuve enterrado
vivo cierta vez.
Oh mi querido! Durante la guerra?
Y otra vez, en el colegio, los muchachos me encerraron en una alacena. Casi
mat a uno de ellos cuando sal. Por eso me echaron.
Pero qu crueldad. Encerrarte, quiero decir.
Los hombres son crueles. No lo has notado? sus dedos tocaron las marcas
rojas que acababan de dejar sobre el cuerpo de su amante: Porque tienen miedo.
Las personas atemorizadas me aterran (corro lejos de ellas, inclusive de m mismo).
Cuando nio, era tmido. Por eso me desafiaba a realizar las cosas ms
espeluznantes. Y las haca la mayora de las veces. Jactndome ante m mismo... y
ante quien estuviera cerca: eso decan, por lo menos. De modo que tom esa
costumbre.
Sigui hablando en esta forma desconectada duran te casi una hora, como si se
hubiera abierto una compuerta de esclusa. Daisy no entenda ni la mitad de lo que
deca: la mente de Hugo se mova demasiado rpidamente para que ella pudiera
seguirlo. "Qu est tratando de decirme?", pens. "Cmo podra ayudarlo?
Deseara no ser tan joven, deseara conocer ms a los hombres. Se da por sentado
que las mujeres saben por instinto."
Senta que ese hombre acostado junto a ella era un extrao, un desconocido que
hablaba dentro de ese cuerpo familiar. La sensacin era al mismo tiempo de
perplejidad y excitacin: su extraeza le comunicaba un goce casi sensual.
Experimentaba el poder que ejerca sobre l, aunque su debilidad su incapacidad
de seguir las palabras apresuradas e inconexas de su compaero la preocupaba.
En su mente se repeta una frase: "enterrado vivo durante doce meses", acababa
de decirla, o...? Pero no; era absurdo: nadie poda permanecer enterrado vivo
durante doce meses.
En los das siguientes se repitieron en su memoria fragmentos de lo que l haba
dicho, pero no logr dar les ilacin para hallarles algn sentido: les faltaba
coherencia. Y en ese momento estaba todava demasiado absorbida por sus propias
reacciones, por todas las cosas nuevas que descubra sobre s misma, para, dejar
lugar a otra curiosidad. Adems, la sangre campesina que la haca fatalista,
tambin le daba la sabidura de dejar estar las cosas: uno no revuelve nidos de
avispa por la satisfaccin de probarse a s mismo que las avispas pueden picar.
A la maana siguiente durmieron hasta tarde y no partieron del pequeo puerto de
mar hasta cerca de medioda. Algunos das despus, Hugo le dijo, inesperadamente:
Tenemos que volver ya, querida.
Volver a Londres?
S. No hay ms plata. Finito. No tengo un cobre. De veras.
Daisy miraba a los costados del automvil la corriente veloz de los setos floridos
que iba a perderse en el pasado.
Frena un momento inst impulsivamente; luego, cuando el campo
pausadamente se detuvo, aadi: Quiero despedirme como es debido.
De m?
De nuestra lu..., nuestra luna de miel.
Baj la ventanilla y extendiendo el brazo cort una rama del seto. Hugo la
observaba en silencio. Sin mirarlo Daisy prosigui:
Vas a..., debo dejarte, cuando volvamos? Despus de una pausa Hugo
pregunt:
Consideras que lo nuestro, ha valido la pena?
Oh, s! S! exclam ella, dndole la mirada intensa y luminosa de sus ojos
azules.
Entonces no hables tontamente de dejarme, mi amor.
Pero cmo podrs... ?
No puedo vivir sin ti interrumpi el muchacho, y la expresin alegre y
despreocupada volvi a su rostro. Adems aadi siempre me es fcil
conseguir algn dinero.
4. Atardecer En Maida Vale
CON LA mente llena an de estos recuerdos Daisy dej a un lado el ltimo par de
medias y se dirigi a la ventana. Asomada as, con los codos apoyados en el
antepecho, pareca un nufrago que, escudriando el horizonte, busca alguna seal
de vida humana. Su horizonte estaba constituido por una fila de casas separadas,
amplias, mal conservadas y ocultas, cuya planta baja se ocultaba detrs de grupos
de laureles o ligustros que parecan juntar sus cabezas furtivamente como hombres
que planean algo sucio y cuyas fachadas de estuco estaban descascaradas y
descoloridas como si se hubieran contagiado unas a las otras alguna enfermedad
epidrmica. Algunas de estas residencias se hallaban todava deterioradas y
apuntaladas por haberles cado cerca una bomba haca diez aos; pero hasta las
que estaban ocupadas, no daban seales de ello; hubirase dicho que los
moradores eran gentes que, habiendo descendido en su posicin social al igual que
sus casas, tenan vergenza de mostrar la cara.
Era un vecindario sin espritu de vecindad. Daisy, criada en el campo, senta su
aislamiento, no en forma aguda, pero con un permanente, penetrante dolor.
Extraaba a las muchachas de la tienda; hasta extraaba la vida charra, bulliciosa
de su vieja calle de Pimlico. En Maida Vale haba poco trnsito; los escasos
transentes parecan resueltos a llegar a alguna otra parte lo ms rpidamente
posible; no se vean sogas de colgar ropa, ni cabezas en las ventanas, ni se oa
charlar abajo, en la calle. Hasta los otros ocupantes del inmueble en que viva
parecan formar parte de una conspiracin de silencio. Se cruzaban con ella en la
escalera, los estudiantes de color con un corts "buenos das" o "buenas noches",
los dems sin pronunciar palabra; aunque los cielos rasos y tabiques eran delgados,
pocos rumores de vida se oan al travs; y lo que se alcanzaba a or era
espasmdico y, en cierto modo, sin sentido, sin relacin con los ruidos normales de
las actividades domsticas.
Esta existencia vaga, sorda, que se desarrollaba alrededor de ella haba empezado
a contagiar a Daisy con su fuerte sugestin de inutilidad, de inercia, de incertitud de
vida. Sus aos juveniles le haban enseado a ser ordenada, econmica, una buena
ama de casa; pero aqu, en este ambiente prevaleciente de desalio, sus normas de
vida se relajaban. Y Hugo, aunque ella no lo hubiese admitido, no le serva de ayuda
alguna. Desaliado desde nio, dejaba sus ropas interiores, camisas, toallas
esparcidas por el piso de su estrecho dormitorio; meta sus cosas dentro de los
cajones de cualquier modo y cuando necesitaba alguna de ellas arrojaba afuera
todas las dems en su afn por encontrara, sin volver a guardar nada. Estas
costumbres la llenaban de afectuosa exasperacin. Cierta vez lo haba reprendido, y
l habale contestado, suave, pero firmemente:
No trates de convertirme en manso cordero, mi querida.
Daisy no quera tratar. Era lo suficientemente domesticada para los dos. No slo
esto le haca pasar el tiempo, sino que le daba positivo placer seguirlo, ordenando
el desorden que haba dejado atrs; lavarle las prendas que nunca cambiaba con
suficiente frecuencia; planchar y cepillarle los trajes que, evidentemente, era lo
nico que haba cuidado antes de encontrarla. No, no era el descuido casi altivo por
sus cosas lo que haba empezado a influir sobre Daisy, sino algo ms profundo: la
falta de races que haba en su vida en comn y que, aunque pareciese extrao, era
ms notable desde su instalacin en Maida Vale que durante esas primeras
semanas de revoloteos por la campia inglesa. No se puede tener un hogar sin
algunas perspectivas, senta Daisy oscuramente: no es en el pasado, sino en el
presente donde uno planta sus races.
Daisy tena la necesidad de toda mujer normal por la rutina que constituye un
emblema de seguridad. Pero era imposible construir una rutina en su vida con
Hugo, Un da ste sala y no regresaba durante horas: "buscando reanudar mis
contactos", como l deca; al da siguiente, posiblemente se quedaba en la cama
toda la maana, leyendo los diarios, observndola indolentemente mientras ella
limpiaba el cuarto, luego tirndola sobre la cama junto a l. O, en un sbito acceso
de alegra, la llevaba a pasear a algn lado: la mayora de las veces, justamente en
el momento en que haba empezado a preparar algo de comer. Estas cosas le
parecan deliciosas a Daisy, pero tornaban a sus ojos ms efmera que nunca la vida
y no abran ningn camino predecible hacia el futuro: de modo que empezaba a
adaptarse al ambiente, viviendo para la hora presente tanto como dentro de ella.
Le quedaba an a Daisy un poco del dinero ahorrado de su empleo. El alquiler
estaba pagado, le haba dicho Hugo, por el resto del ao; alquilaba estos cuartos
permanentemente como lugar de retiro para las pocas en que sus fondos
mermaban. De dnde provenan esos fondos, ella an no lo saba. De cuando en
cuando, Hugo le daba unos pocos billetes de una libra para las compras de la casa,
y ella estaba tan locamente enamorada que esto le pareca un regalo. Era suficiente
que el dinero viniera de l. Le haba preguntado cierta vez, no tanto por curiosidad
cuanto por el placer sencillo y femenino de conversar, qu haca un "comisionista".
Arreglo, simplemente, un negocio entre dos tipos y cobro un porcentaje le
haba contestado Hugo, dejndola tan poco enterada como antes. Daisy era an la
campesina para quien los "seores" constituyen una raza aparte cuyos defectos y
deslices son tema de una chismografa agradablemente maliciosa, y sus fuentes de
recursos se dan siempre por sentado: aficionados de la vida que se mueven
alrededor de las aldeas en una rbita exterior, romntica, envidiada, pero que
nunca es tomada muy en serio. Hugo perteneca evidentemente a "los seores", de
modo que sus excentricidades no sorprendan nada a Daisy, quien presuma que su
desdn por el dinero gastndolo prdigamente cuando lo tena, luego trabajando
un poco cuando necesitaba conseguir ms era lo normal en jvenes de su clase.
Calzaba con las nociones de vida "social" que extraa de las columnas de los diarios
ledos asiduamente con la vaga idea de prepararse para el da en que l la
introducira en esos crculos tan brillantes.
Por el momento, empero, se contentaba con seguir como estaba. Hasta su
aislamiento, aunque a veces la aburra, poda apreciarse como parte necesaria del
maravilloso sueo que estaba viviendo. A poco de regresar a Londres haba ido a
visitar a su ta; haba ido en un mpetu de jbilo que el recibimiento lapdeo dado a
la noticia, ofrecida franca y libremente, de que estaba viviendo con un hombre, no
pudo disipar. La ta haba refunfuado ms que amenazado: se habl mucho de la
sangre mala que Daisy, era obvio, haba heredado de su padre fugitivo; pero pronto
se hizo evidente que la ta estaba ms preocupada por su propia reputacin que por
la de su sobrina: no poda recomendarla a ninguna de sus relaciones comerciales
mientras persistiera en esta convivencia deshonrosa.
Ests desperdiciando tu vida con ese hombre repeta. Slo al final de la
entrevista cambi su tono de reconvencin al dirigir nuevamente una mirada de
soslayo, nerviosa, a la joven radiante, y espet: Bueno, es tu vida y no la ma.
Parece hacerte feliz. S; se vive slo una vez, Daisy querida luego, como si
lamentara semejante desvo de su propia respetabilidad, aadi: pero no durar,
mi querida. Estas cosas no duran, puedes creer en mi palabra! Deberas tratar de
que se case contigo.
Y Daisy, sintindose infinitamente sabia, profundamente segura de su amante,
haba contestado:
No podramos estar ms casados, ta, ni siquiera si se hubiera realizado nuestro
matrimonio en la Abada de Westminster.
*
Hugo no regres hasta despus del anochecer. Daisy oy su paso rpido en el
descansillo, afuera, y se arroj en sus brazos cuando l abri la puerta.
Querido! Cre que no ibas a llegar nunca.
De nuevo se ha estropeado la comida?
Es decir, ha estado en el horno bastante tiempo.
No importa. Tus holocaustos despiden un suave perfume en mis narices, dijo el
Seor. Y aqu tienes mi contribucin para el santuario.
Retirando la mano que ocultaba detrs de la espalda le ofreci un gran ramo de
claveles encarnados.
Oh! Qu hermosura! Hugo, no deberas... De dnde los sacaste?
Te contar. Pasaba por casualidad frente al jardn de tu Mrs. ChetwyndSmythe
y los vi. Sus claveles necesitaban una poda (tiene demasiados); una ostentacin de
mal gusto. De modo que hice un poco de jardinera para la vieja urraca.
Ay, Hugo! No te hagas el tonto! le dijo, rebosante de alegra, mirndolo por
encima de las flores. S lo que pas. Te quedaste sin almorzar para
comprrmelas. Eres incorregible y te adoro.
Hugo arroj el sombrero, hacindolo girar como un tejo, hacia la percha colgada en
la puerta, hizo girar a Daisy alrededor del cuarto y luego se desplom, riendo, sobre
el desvencijado silln de mimbre.
S; tengo hambre asever. Trae el alimento, esclava, o te comer a ti, pedazo
de bocado suculento.
Daisy recogi el sombrero del piso, donde haba cado. Contagiada, como siempre
le ocurra, por su buen humor, desparram sobre l los claveles y corri hacia la
diminuta cocina antes de que Hugo pudiera ponerse en pie. Cuando regres con la
comida, el muchacho haba arreglado el ramo en un florero y en l se vea una
tarjeta.
Para mi adorada Daisy en su 18 cumpleaos, ley ella sin poder articular palabra
durante un momento.
Me propona esconderlas hasta maana. Pero
Oh! Cmo supiste? Pensar que te acordaste
Por supuesto que me acord. No llores, amor. No pasa nada malo, verdad?
No. Es slo porque... Daisy escondi el rostro en el hombro de su amante,
arrodillada junto a l. Me haces tan feliz. No puedes imaginrtelo. Me siento
como..., como una vieja casada le ech una mirada y se sorprendi al verlo
ensombrecido. No prosigui apresuradamente, no es que desee..., no quiero
nada ms, me das todo lo que puedo desear.
La sombra haba pasado. Al empezar a comer le comunic a Daisy que estaba a
punto de liquidar un negocio importante. sta era la razn por la cual haba salido
tanto ltimamente. Tena que volver a salir, despus, para confirmarlo. Si resultaba,
le dara un verdadero regalo de cumpleaos.
Y podremos dejar esta pocilga por un tiempo. Qu te parecera una temporadita
en el Ritz, tesoro?
Oh, pero yo no podra..., no tengo ropa.
Eso se arreglar. A pesar de que los dejaras atnitos tal como ests.
Ests cansado de...? No te agrada vivir aqu? inquiri Daisy, paseando su
mirada por el cuarto desaliado, desordenado, con una sensacin de prdida.
A quin le agradara? repuso Hugo, con indiferencia.
A m.
No pudo disimular un tono de ofensa en la voz, y l acus recibo en seguida:
Pero debe de ser tan aburrido para ti, vivir aqu sin ver a nadie, nunca, mientras
yo ando correteando por ah.
No deseo ver a nadie ms que a ti. Y tengo mucha. que hacer.
Eso no es sano, amor mo observ Hugo, con ojos chispeantes. Una mujer
joven necesita compaerismo con personas de su mismo sexo. O empieza a
ponerse cavilosa.
Bueno, nunca me presentas a tus amigos dijo Daisy, que no siempre se
encontraba cmoda con la suave mofa de su compaero.
Mis amigos? Oh, yo no pensara...
Quieres decir que son demasiado bien para m? dijo la joven sin poder
contenerse, pero Hugo no pareci irritarse.
Completamente lo contrario observ tranquilamente. Son un montn de
personajes poco recomendables. No les tendra confianza ni un minuto contigo.
Salvo al viejo Jacko, por supuesto.
Quin es Jacko?
Un tipo excelente. Lo conoc despus de la guerra. Una especie de mdico.
Parece una tortuga. Oye..., podramos invitarlo a comer maana..., para celebrar tu
cumpleaos.
Pero yo...
No te preocupes. Traer provisiones de Fortnum por la tarde.
No pensaba en la comida. Slo en que... sera lindo comer los dos solos... Como
es mi cumpleaos...
Hugo blandi el tenedor en direccin a ella.
Escucha, tesoro: te quejas de no conocer a mis amigos. Te ofrezco presentarte a
uno de ellos y me sales con que... Las mujeres me desconciertan.
No, no quise decir eso. Por supuesto, invtalo. Cmo se llama?
Jacko. Ah; Jaques... John Jaques.
Y es mdico?
Te informar sobre l maana. Juguemos una partida de damas despus de la
comida. Tengo que fortalecer mis nervios para el momento culminante.
Daisy senta una tensin en l... una excitacin dominada, distinta de las que le
haba conocido otras veces. Con todo, la hora subsiguiente trascurri bastante
agradablemente. Poco despus de las once, luego de haberle ganado varias
partidas de damas, Hugo se puso de pie, diciendo que deba recoger sus
documentos. Las habitaciones, que se hallaban situadas en el piso superior, tenan
un pedazo de bohardilla encima donde Hugo guardaba algunos bales. Ella lo oy
moverse de aqu para all, sobre su cabeza. A poco, cerr con llave la puerta tras s
siempre tena la puerta del desvn con llave y descendi por la escalera. Se
haba puesto un impermeable oscuro, con cinturn, que ella no haba visto antes, y
guantes negros.
No me esperes levantada, Daisy. Puedo llegar muy tarde.
Es una hora rara para...
Oh, estos tipos importantes son difciles de entrevistar, sabes. Hay que ajustar el
horario de uno al de ellos.
Al moverse Hugo para besarla, el impermeable se le abri un poco.
Oh querido! exclam Daisy. No te has cambiado el traje viejo.
Traje viejo?
No deberas cambiarte? Quiero decir; como vas a ver a alguien importante ...
Tal vez debiera hacerlo. Pero no hay tiempo. Ya se me ha hecho tarde. Bueno,
desame xito y no dejes de dormir. Hasta luego, amor. A saltar las vallas.
*
La tensin de Hugo debi de habrsele comunicado a Daisy porque no poda
dormir: acostada con los ojos abiertos, pensamientos deshilvanados le pasaban por
la mente, llenndola de una inquietud que no poda explicar. Al decir adis a Hugo
haba sentido en el bolsillo interior de su traje un objeto chato, nudoso, como un
estuche o maletn. Ese bolsillo haba sido motivo de broma entre ellos. Recordaba
cmo, durante sus vacaciones, a l le haban gustado unos posavasos para cerveza
en una taberna y de repente haba hecho desaparecer tres de ellos dentro de su
holgado bolsillo: mitad divertida, mitad chocada, le haba pedido que los volviera a
poner en su sitio.
Pero los consiguen gratis de los cerveceros haba argumentado l con voz
intrigada, mientras le obedeca.
La primera vez que te vi pens que parecas un cazador furtivo observ ella.
La idea impresion a Hugo, y al da siguiente lo hall fabricando una honda y de
tiempo en tiempo lanzaba piedras contra los faisanes o conejos que se les cruzaban
mientras paseaban por los bosques. Pero ninguna presa fue a parar al bolsillo de
marras.
Siempre fui un psimo tirador refunfu l, absurdamente aplastado por su
fracaso, como un niito que ha estado tratando arduamente de impresionar a una
persona mayor.
Por alguna razn esa noche Daisy no poda abstraer la mente de ese bolsillo. Los
hombres de empresa que concertaban grandes negocios llevaban consigo una
cartera: el mundo de los "negocios" era para Daisy un completo misterio, pero eso
s lo saba. La cartera en el bolsillo de Hugo, aunque chata, no pareca hecha para
contener documentos: era ms busc ansiosa un parecido ms como el equipo
de herramientas que haban tenido debajo del tablero del automvil alquilado. Pero
la idea de que Hugo fuera a una conferencia de negocios con un equipo de
herramientas de auto era tonta. Ah! Claro!... Deban de ser muestras; como los
viajantes de comercio: iba a vender una idea algn proceso industrial quiz, y
esos objetos le permitiran demostrarlo. Entonces por qu haba hablado de
recoger sus documentos? Deba de ser algo muy secreto..., algo que no poda
decirle ni siquiera a ella. Un proceso secreto.
La frase despert en su mente una vieja inquietud que haba olvidado en las
ltimas semanas; la idea se le haba ocurrido en el bosque de Dorset: Hugo era
alguna clase de espa, un traidor, un comunista. Estara vendiendo un secreto a los
agentes de alguna potencia extranjera? A juzgar por las pelculas que vea, esa
clase de cosas ocurran continuamente en estos das. Pero siempre se trataba de
documentos, papeles, frmulas altamente misteriosas que pasaban de mano en
mano en esas cintas cinematogrficas, y no estuches de herramientas. Daisy saba
que tales asuntos estaban completamente fuera de su alcance; sin embargo, la
duda terrible segua atormentndola. Uno no llevara papeles tan vitales en una
cartera; uno los "disimulara en alguna parte de su persona"; podra esconderlos,
por ejemplo, dentro de unas inofensivas llaves inglesas o destornilladores
ahuecados con ese propsito.
La idea se desliz dentro de su mente, irresistible e inesperada como el cuchillo de
un asesino. Y entonces tuvo que revolver el cuchillo en la herida, torturndose por
semejante deslealtad hacia el hombre que amaba, semejante sospecha loca y
venenosa. Hugo traidor? Mereca que la fusilaran por su propia traicin al
imaginarlo.
Saba, no obstante, que necesitaba averiguarlo. Y saba que no se atrevera a
preguntrselo a Hugo a boca de jarro: Cmo podra seguir amndola si le daba el
menor indicio de estas horribles sospechas? La imagen de l como una criatura
indmita le volvi a la mente; esa criatura coma en su mano, pero un paso en falso,
que le mostrara su propia inquietud, sus temores, la enviara de un salto hacia la
oscuridad de la cual haba salido. Daisy era slo su querida. No lo tena amarrado
ms que por la cadena de su amor: hablar claro, sera troncharla de golpe; no
obstante, si guardaba para s sus sospechas, la cadena, gradualmente, ira
gastndose y gastndose.
Slo quedaba un recurso. Deba matar estas dudas venenosas. y haba una sola
manera de hacerlo: descubrir por s misma la verdad. Si Hugo tena un secreto
culpable estaba escondido all arriba en la bohardilla que guardaba hasta de ella,
cerrada con llave. Sus ojos, que senta arenosos de sueo, se volvieron hacia el
cielo raso. Hugo nunca le haba prohibido que entrara en la bohardilla: no era el
cuarto de un Barba Azul; sencillamente lo cerraba con llave y guardaba sta en el
bolsillo. En la nica ocasin en que lo haba interrogado al respecto, Hugo no se
sobresalt, ni se sonroj, ni tartamude: simplemente haba desviado su pregunta,
diciendo:
Oh, slo tengo algunos trastos viejos all arriba. Es un agujero inmundo. No vale
la pena preocuparse.
"Buscar sus llaves algn da, pronto, y si me descubre le dir que deseaba
limpiarlo", pens, y al instante sinti consternacin ante la duplicidad del
pensamiento, ante la zorrera que urda esa extraa que haba hablado dentro de
ella. "Cmo has podido?", murmur en la oscuridad. Esto era lo que ocurra cuando
uno dejaba de confiar: esta tensin que se extenda por el cerebro como una
enfermedad galopante, desfigurndolo tanto que ya no se reconoca a s mismo.
"No hars semejante cosa, perversa", murmur y con un sentimiento de alivio,
como si su conciencia, en cierto modo, se hubiera aclarado, se volvi sobre el
costado y se durmi.
Su sueo deba de ser liviano porque se despert con el ruido de la puerta de
entrada que se cerraba. Oy que Hugo pronunciaba su nombre quedamente,
tanteando, como para no despertarla si estaba dormida. Algo un resto, tal vez, de
sus pensamientos culpables hizo que el llamado de l le pareciese cauteloso, de
conspirador, y no le contest inmediatamente. Luego ya no pudo hacerlo porque se
haba puesto a escuchar con atencin tensa un ruido que llegaba de la habitacin
contigua, ruido que pronto identific como producido por un cepillo de ropa
vigorosamente aplicado. Hugo se cepillaba el traje. Pocos minutos despus oy sus
pasos arriba, en la bohardilla. La mente de Daisy, ofuscada an por el sueo,
registr alguna objecin que no poda captar con precisin.
Cuando entr Hugo en el dormitorio, Daisy simul despertar. El muchacho
encendi la luz. Con un pequeo sollozo Daisy le tendi los brazos,
inexpresablemente aliviada al ver el rostro familiar del hombre que amaba, y no el
rostro del monstruo que su imaginacin haba conjurado. Hugo la mir
cariosamente. S; el aspecto de su amado era el mismo de siempre; un poco
cansado tal vez, con la expresin suave, pero plida y desencajada, que tantas
veces haba visto en su rostro despus de los momentos de pasin.
Tuviste xito? inquiri.
S. De acuerdo con los planes previstos, querida. Feliz cumpleaos.
En seguida Hugo se durmi en sus brazos como un nio exhausto y confiado. Un
instante antes de dormirse ella tambin, soolientamente capt lo que no haba
podido precisar: la rareza de que Hugo se cepillara el traje antes de subir al sucio
desvn y no despus. "Querido muchacho desordenado, cmo necesitas que te
cuiden!", pens, y se qued dormida.
5. Aparece Jacko
ASOMADA a la ventana, Daisy hizo un ademn de adis a Hugo, que estaba abajo,
en la calle. l le envi un beso, un saludo con el sombrero y se alej rpidamente;
era una figura apuesta, resuelta, con esa efervescente vitalidad en su andar que
pareca extraamente fuera de lugar contra el fondo de casas destartaladas y
arbustos mugrientos. Daisy volvi al cuarto, tocndose el prendedor de fantasa que
le haba regalado despus del desayuno. Era un prendedor bonito, de estilo antiguo:
de la poca jorgiana, le haba dicho; pero para Daisy su valor no resida en la poca
o la delicada hechura. Deliberadamente dej de pensar en ello hasta haber
terminado sus quehaceres matinales. Mientras lavaba los platos y tenda la cama,
su pensamiento se complaca en jugar con la sensacin de estar casada con Hugo:
lo imaginaba yndose a trabajar todas las maanas, saludndola desde la acera,
regresando a las seis y media a sus zapatillas, el fuego, la comida y la charla. Daisy
saba que estaba fingiendo, pero por qu la ficcin no habra de tornarse realidad?
Con ella no sera posible que l se sosegara, que constituyera un verdadero hogar?
Quizs ese da fuera el comienzo de una nueva vida: ella iba a conocer por primera
vez a uno de sus amigos; y tena el prendedor.
Daisy se hizo una taza de t y se instal en el silln de mimbre. Ya poda dejar
surgir su recuerdo, delicioso, examinarlo con pausa. Al terminar el desayuno, Hugo
le haba dicho:
Quiero darte algo para tu cumpleaos, algo especial. Ven.
Tomndola de la mano la condujo al diminuto vestbulo, luego enganch la
escalera que daba acceso por la trampa, a la bohardilla. El corazn de Daisy palpit
aceleradamente, dividido entre la expectativa y la culpabilidad.
Vamos a..., voy a subir ah arriba?
S; si no eres demasiado gorda para pasar por la trampa.
Pero tengo... no est muy sucio?
Oh, no te importe eso interpuso l, impaciente. Te comprar un vestido
nuevo.
Haba trepado ya y le tenda una mano desde arriba. Se encontr en un recinto
estrecho, lbrega, con una cisterna al frente y una puerta bajita a la izquierda que
Hugo estaba abriendo con su llave; luego lo sigui dentro del cuartobohardilla.
Haba apenas la luz suficiente, que entraba a travs de una claraboya mugrienta,
para poder divisar un techo inclinado, un piso al cual le faltaban varias tablas y un
montn de bales y maletas en el rincn ms apartado.
"Debo de estar perdiendo el juicio", pens Daisy al recordar con tristeza sus
desordenadas conjeturas de la noche anterior. De puro alivio al encontrar tan
inocente este cuarto de Barba Azul (se preguntaba qu haba esperado descubrir
all) dijo:
Qu es lo que guardas en esos inmensos bales? Los cadveres de tus
mujeres, querido?
No exactamente. Reliquias de mi movido pasado.
Arrodillndose junto a uno de los bales hizo girar la llave y abri la tapa. Daisy se
acerc a espiar por encima del hombro de Hugo,
Qu son todos esos cuadernos?
Oh, nada. Acostumbraba escribir mi diario cuando era nio.
Puedo leerlos? pregunt ella, anhelosa. Y hay algunos lbumes de
fotografas.
Sus ojos brillaban al ver este tesoro descubierto y ante la idea de leer los nmeros
atrasados de la historia de una vida tan querida y misteriosa para ella.
Son apenas divagaciones de adolescente. Te aburriras mortalmente.
Por cierto que no. Quin es C. H. A.? Daisy seal las iniciales doradas de uno
de los lbumes. Hugo haba extrado del bal un viejo gorro de cricket, una bufanda
con los colores de un club, una caja con tapa de vidrio que contena mariposas, un
aviso que conjuraba a los caballeros a que se Arreglaran las Ropas antes de
Retirarse, un barco dentro de una botella, una sierra de calados, un revlver, un par
de zapatos de corredor, un folleto maltratado sobre Cmo Desarrollar la Confianza
En S Mismo, un bumerang y una capa de pera cuyo forro de seda roja estaba
agujereada por las polillas. Luego, revolviendo ms abajo, sac un pequeo estuche
de alhajas.
Quin es C. H. A.? repiti Daisy.
Amigo mo. Desapareci Hugo ech una mirada al estuche que tena en la
mano, luego al rostro bellsimo, atento, de la joven que lo observaba. Se irgui y ya
en pie y con una extraa rigidez, apartando los ojos de ella, aadi: Para ser bien
preciso son las iniciales de Chester Hugh Amberley... se era mi nombre... Lo
cambi hace algunos aos volvi a mirar a Daisy, penosa, pero resueltamente.
Chester Hugh Amberley ha desaparecido para siempre. Se hundi sin dejar rastros.
Perdido y totalmente olvidado su expresin cambi al poner casi groseramente el
estuche en manos de Daisy. stas eran las alhajas de mi madre. Quiero que elijas
una, querida, para tu cumpleaos.
Con el prendedor de fantasa que haba elegido en la palma de la mano, Daisy se
dej llevar por el ensueo. El regalo de Hugo le daba un placer tanto ms exquisito
cuanto que pareca admitirla dentro del crculo ntimo, el crculo cerrado hasta
ahora para ella, de su vida de familia, de su pasado. Aunque algunas veces le haba
hablado de ellos, lo que le deca nunca le haba dado la sensacin de conocerlos. Su
padre: un pastor de provincia que viva todava en alguna parte de Somerset; la
madre, que haba muerto cuando Hugo contaba ocho aos; el nico hermano con
quien haba peleado ferozmente cuando nio; estas figuras por fin cobraron alguna
realidad en la mente de Daisy. Hugo hablaba siempre de sus aos tempranos como
un exilado puede hablar de su suelo nativo: dolorosa, alusivamente, a veces con
amargura, dando la impresin de que en alguna forma lo haba rechazado y que
para vengarse trataba de borrar de su propio corazn los valores que haban dejado
atrs. Sin embargo, hablaba de esa poca celosamente tambin, de mala gana,
como si el hecho de compartirla con ella pudiera crear entre los dos un vnculo
capaz de agraviarlo.
Todo esto ya haba terminado, pensaba la joven en su sencillez. Ese da marcaba el
comienzo de una nueva vida, plenamente compartida, sin reservas ni secretos.
Volvi a sujetarse el prendedor: insignia de respetabilidad mucho ms
tranquilizadora que la sortija de oro que llevaba en el dedo; smbolo de la confianza
de su amado. Seguramente l ya se haba comprometido con ella, cabalmente,
como ella con l? "Chester Hugh Amberley", murmur varias veces, como si el
conocimiento de su verdadero nombre le diera un fuerte poder mgico sobre l.
*
A las diecisis Hugo regres en un taxi, con un cesto de alimentos de Fortnum y un
cajn de botellas. Tena aspecto tan juvenil en su excitacin cuando ella abri la
canasta que no pudo reprocharle semejante prodigalidad.
Mi Daisy no tendr que cocinar en su cumpleaos. No tendrs ms que sentarte
tranquila y desplegar tus encantos para conquistar al viejo Jacko.
Daisy casi haba olvidado que el amigo de Hugo estaba invitado a comer. Pero su
nerviosidad ante la perspectiva se disip pronto cuando Hugo le anunci, con su
modo atropellado, que acababa de reservar un cuarto en el Ritz y que al da
siguiente iran a comprar para ella una cantidad de ropa nueva toda la que
quisiera porque l estaba otra vez con mucho dinero en el bolsillo.
Y cuando lleg Jacko, nada en su actitud hizo revivir la nerviosidad de Daisy. Le dio
en seguida la impresin de ser un viejo amigo que continuamente se apareca a la
hora de las comidas y que la trataba con una deferencia, un respeto que la hiciera
sentirse ms cmoda con l y consigo misma. Haba esperado del visitante un aire
protector, de condescendencia o de cortesa prescindente. Pero John Jaques se tom
el trabajo de mostrar su inters por ella, acosndola a preguntas sobre sus tareas
domsticas, sus vecinos, su familia: era casi como hablar con otra mujer. El hombre
no pareca, ciertamente, ningn cuadro al leo. Sus ropas, aunque de buena clase,
le colgaban como si se hubiese encogido dentro de ellas; su rostro estaba
completamente surcado por arrugas y pliegues, y la cabeza pareca asomarse sobre
un pescuezo descarnado; Daisy comprendi por qu Hugo le haba dicho que se
pareca a una tortuga. Con ese rostro flccido y ese pelo blanco hubiese podido
tener cualquier edad, pero sus ojos grandes, lmpidos, casi de nia, no eran los de
un viejo. "Ojos de perro de aguas", pens Daisy, al sorprenderlos fijos en ella con
una mirada atenta, como implorndole casi, como deseando que lo llevara a pasear
o le diera un terrn de azcar.
No debe importarle que la mire dijo l, instantneamente. No veo a personas
como usted todos los das. Creme, Hugo, muchacho, es una belleza, tul Renoir. La
has tenido escondida para ti solo demasiado tiempo.
La voy a tener escondida para m solo para siempre replic Hugo.
Aj! Haces bien la voz de Jacko tena un tono ms alto, algo gangoso, cantor
. Y cuando tendr lugar el fausto acontecimiento?
Por una vez Hugo se desconcert por completo.
Oh, bueno, Yo
Daisy lo salv de su balbuceo.
No pensamos casarnos por ahora, seor Jaques.
Qu razn tienen repuso ste, con una alegre sonrisa. Despus de todo,
cul es la prisa? Son an tan jvenes! Ambos. Casamiento apresurado y
arrepentimiento pausado.
Fue hecho con habilidad: el aprieto momentneo suavizado prontamente. Toda la
actitud de Jacko era tan cmoda, tan solcita, que Daisy no poda comprender por
qu empez a sentir cierto malestar, como si se hubiera hurgado deliberadamente
en un lugar dolorido.
Hugo y usted tienen un lindo refugio aqu deca Jacko. Por mi parte, me
agradan estos barrios zaparrastrosos de Londres. Y han pensado ustedes alguna
vez qu nombre precioso tiene?... Maida Vale volvi a canturrear el nombre:
Maida Vale. Tan pastoral. El lugar indicado para un idilio. Dafne y Cloe. Debera,
verdaderamente, poseer un rebao de ovejas, Miss Bland. O eran cabras?..., t
debes de saberlo, Hugo, viejo, con tu educacin clsica. Me pregunto si habr
alguna ley sobre tener ovejas en Maida Vale. No es cierto que seran tiles para
tapar con lana los ojos de las gentes?
Daisy se ech a rer. No haba seguido con mucha atencin todo esto; pero una
rpida ojeada a Hugo le haba mostrado que su silencio no era malhumorado.
Pareca contento, aprobador: el hermano menor que muestra con orgullo al mayor
frente a un pblico lleno de admiracin. Daisy mir el rostro delgado, atezado, de su
amante, los ojos que podan comunicarle esa corriente de temeridad, y se sinti
contenta porque l lo estaba. Con la presencia de Jacko pareca estar viendo de
nuevo a Hugo desde otro ngulo: "As es cuando yo no estoy con l", pens. Era
como recibir otro regalo de cumpleaos, este nuevo aspecto de l, y sinti un ligero
mpetu de cordialidad hacia su amigo.
Salmn ahumado! exclam Jacko, cuando la muchacha present el primer
plato. Mi comida preferida. Qu inteligente es usted!
Fue idea de Hugo aclar Daisy, con su modo franco, sonrindole. Pero yo s
cocinar.
Apuesto a que s.
Una buena cocinera sin adornos eso es Daisy dijo Hugo.
Cocinera sin adornos? Muchacho querido! Cmo llamaras entonces a una
cocinera preciosa? Jacko se restreg las manos jubilosamente. No te das
cuenta que tienes un tesoro, una perla, indio despreciable?
Oh! Hugo no es un indio verdad, amor?
Pero conozco una perla cuando la veo.
Es de esperar ri entre dientes Jacko con una mirada soslayada a su amigo.
Hugo encontr este chiste excelente. Rea mucho, y Daisy advirti que, cosa poco
habitual en l, estaba un poco borracho. Con todo el gin y el vermut francs antes
de comer, y el champaa despus, Daisy se senta ella misma bastante confusa.
Jacko les llenaba continuamente las copas, habindose decretado, como deca, el
mozo que sirve los vinos a la perla blanqusima de Maida Vale. Levant su copa:
El tiempo es propicio para un brindis. A Daisy! Muchas felicidades. Eres el tipo
de ms suerte del mundo, Hugo!
Daisy vio los ojos de su amante, llenos de ternura, que la miraban por encima del
borde de la copa.
Acaso no lo s dijo, para ella sola.
Durante un instante estuvieron aislados, encerrados ambos en el crculo de su
amor.
Luego,
sonrojndose,
Daisy
se
volvi
hacia
Jacko.
Deseaba
desesperadamente hacer justicia a este momento, incluirlo en l, expresar su
gratitud por todo; pero su emocin superaba cualquier palabra que pudiera pensar.
Con un breve, tmido ademn de la cabeza, con voz avergonzada y primorosamente
digna, dijo:
Muchsimas gracias. Es usted muy amable. De haber venido a vernos, quiero
decir, y se interrumpi y volvi a proseguir yo no merezco..., en realidad es a
Hugo a quien debera...
No; soy sincero interrumpi Jacko, con seriedad y algo confidencial en el modo,
y sus grandes ojos tiernos la miraban suplicantes. Evidentemente, es usted
maravillosa con l. Nunca lo he visto con tan buen aspecto y tan feliz. La
combinacin es perfecta.
Me alegro que sea usted el primero..., el primero de los amigos de Hugo...
Lo soy? acus recibo rpida, vidamente: Oye, viejo, de veras que la tenas
escondida Hugo frunci el ceo levemente, y Jacko aadi: Has hecho bien, por
otra parte. No debe ponerse la tentacin al alcance de los dems.
No te preocupes. No lo har.
Veo que gozo de ms privilegios de los que crea.
Oh; contigo est bastante segura, Jacko.
Muchas gracias, seor, por esas palabras. Esas famosas, concluyentes palabras.
Pero no cuadran en este caso.
El tono de Jacko segua siendo jovial y jocoso. Daisy pens que debi de ser fruto
de su imaginacin el momentneo cambio de expresin que sorprendi en su cara;
demasiado champaa: estaba viendo visiones.
Me parece que el vino se me est subiendo a la cabeza observ con algo de la
solemnidad del bho. Quiere otro poco de pt de chasse, seor Jaques?
Perdneme, por favor..., deb decir doctor Jaques.
Seor est bien asegur Hugo. Es especialista de mujeres, comprendes?
Una especie de...
Ah, bueno observ Daisy, con vaguedad, mientras empezaba a levantar la
mesa. Puede comer postre helado, seor Jaques?
Puedo y lo har. Aunque me muera y la mano de Jaques dibuj un estmago
hinchado delante del suyo propio.
No es porque vaya a estar muy helado prosigui Daisy. Hugo lo trajo hace
horas, y no tenemos heladera elctrica.
A propsito coment Jacko, con su tono jocoso, mientras la muchacha buscaba
los platos, supiste que Paula Lamler perdi anoche sus cubitos de hielo?
Est muy derretido dijo Daisy, cuando volvi con el postre. Mejor ser que
finjamos que es sopa. Quin es Paula Lamler?
Artista de cabaret repuso Hugo, secamente. Jacko lo miraba con una expresin
que en otras circunstancias hubiera podido llamarse provocadora. Como Hugo no se
dignara continuar, Daisy pregunt: Qu quieres decir perdi sus cubitos de hielo?
Cubitos de hielo quiere decir diamantes en los crculos donde acta Jacko
explic Hugo.
Alguien, para no andar con vueltas, los rob aclar Jacko, mirando con inters
a la joven.Mientras estaba realizando su acto en el cabaret. Anoche... , a
medianoche.
Ah. La conoce usted? le pregunt Daisy. Es muy famosa?
La he conocido.
Jacko podra conseguirte su autgrafo. La ha atendido profesionalmente.
Aunque no hubiera podido sealar con el dedo razn alguna para ello, la
muchacha senta vagamente que los dos hombres estaban concertados en contra
de ella. Se haba acostumbrado a las bromas de Hugo, pero esto era distinto:
parecan dos colegiales que compartan una chanza secreta y la utilizaban para
confundir a un tercero. Sintindose bastante desdichada, se dedic a su helado
derretido. Hugo revolva el suyo con la cuchara y al mismo tiempo lea la crnica del
robo en un vespertino que Jacko le haba llevado.
Una de las ventajas de ser pobre y humilde, hoy en da observ ste,
dirigindose a ella con afabilidad, es que uno se ahorra las visitas de estos
seores ladrones.
Me imagino que s replic Daisy, sintindose estpida e inoportuna.
Sin duda, como los artistas, sienten que el mundo debe mantenerlos la cabeza
de tortuga del hombrecillo se volvi y avanz hacia Hugo. Pintas algo en estos
das?
Qu? Yo? No.
No saba que... empez a decir Daisy.
Oh; Hugo es un tipo verstil. Pone la mano en cualquier cosa.
Daisy necesitaba consuelo y, levantndose, se par detrs de la silla de Hugo y se
inclin sobre l. Las manos de ste esbozaron un movimiento, como intentando
cerrar el peridico; luego desistieron. Ella ley por encima del hombro de su
amante: "ROBO EN EL DEPARTAMENTO DE UNA CANTANTE DE CABARET. Paula
Lamler, en una entrevista con nuestro cronista de polica, dijo: 'Al volver de mi
trabajo hall que mi departamento haba sido saqueado... Robaron mi collar de
brillantes avaluado en 5.000 libras... El ladrn debi de entrar trepando por la
pared.'"
Las letras de imprenta bailaban ante los ojos de Daisy. Haba una fotografa del
inmueble y una lnea de puntos indicaba el supuesto camino seguido por el ladrn:
una pared, a lo largo de un retallo, y luego por un cao de desage; la mera visin
la hizo sentirse ms mareada que nunca y se aferr sbitamente a los hombros de
Hugo,
Calma, vieja querida! Qu te pasa?
Pudo haberse roto el pescuezo.
Hugo ri.
Bien merecido lo tena, en todo caso.
El rostro de Jacko oscilaba frente a ella cuando levant los ojos; por un instante le
pareci igual al de una mujer que recordaba haber visto en un espectculo de
lucha, donde Hugo la haba llevado, en la cual todo era lcito para vencer al
adversario: la boca abierta, los ojos que beban el sudor y el dolor.
Glotn para el castigo se oy decir, increblemente. Ay, Dios mo! Cunto he
bebido.
Anda y trenos un poco de caf negro, amor. Lo necesitamos todos.
Bueno. Ojal que no lo atrapen!
Atrapar a quin? Ah! Al ladrn. No te preocupes por l. Anda ya inst Hugo,
dndole una palmada en la nalga.
Los criminales siempre se dejan atrapar dijo Jacko, tarde o temprano. Son
tan condenadamente estpidos, casi todos.
Se dejan atrapar porque no pueden cerrar la boca espet Hugo, y porque no
varan sus mtodos. Dejan las mismas marcas de fbrica cada vez, los muy
imbciles.
Daisy oy la risita contenida de Jacko mientras entraba en la cocina. Puso la pava
a hervir y prepar las tazas en una bandeja, consciente de las voces de los hombres
que oa a travs de la puerta entreabierta, como un confuso barboteo. Se pregunt
de qu estaran hablando. De qu hablaban los hombres cuando estaban entre
ellos solos? El amigo de Hugo era muy amable con ella, realmente; ni un vestigio de
altanera ,o desaprobacin. Pero a ella, le agradaba? Por que no le agradaba?
Daisy calent la cafetera, ech dentro las cucharadas de caf y luego, lentamente,
el agua hirviendo y lo revolvi. Cuando hubo terminado el rumor de la conversacin
del cuarto contiguo volvi a hacerse or, amplificada, pero confusa an. Quizs
estaban hablando de ella. Qu estara diciendo Jacko de ella? Impulsivamente, se
acerc a la puerta. Oy la voz de Jacko:
... te dara una dulce coartada.
No; no mezclara a Daisy en esto. Por nada en el mundo.
La voz de Hugo, aunque haba hablado en un tono apenas ms alto que un
susurro, son en los odos de Daisy inusitadamente fuerte, como un ruido que se
oye en el momento de despertar. Y Daisy haba despertado. Por fin. La rueda dej
de girar, y las bolillas cayeron exactamente dentro de sus ranuras: s, todo cuanto la
haba intrigado, inquietado, desconcertado..., todo calzaba. El diseo estaba claro
ya, pero no se atreva an a mirarlo en detalle. Estaba ms all de toda emocin:
miedo, resentimiento, lstima, vergenza; ms all de la humillacin ante su propia
ceguera o la forma en que l, consecuentemente, la haba engaado. Estaba
sencillamente pasmada. El sueo se haba derrumbado sobre su cabeza, y como un
sobreviviente que busca, ofuscado, un camino por entre los escombros, avanz
hacia el otro cuarto, puso la bandeja sobre la mesa, extendi la mano hacia su
invitado y dijo:
Lo siento, seor Jaques, pero tengo que recostarme. No me siento bien. No; no
se vaya todava. Qudese a conversar con Hugo. No; no es nada en realidad...,
tomar una aspirina. No estoy acostumbrada a beber tanto.
Movindose como plida sonmbula pas junto a Hugo, que se haba puesto de
pie con una expresin de honda preocupacin en el rostro, y luego avanz
cuidadosamente sobre las ruinas y entr en su dormitorio.
6. El Fin De La Inocencia
DAISY yaca sobre la cama a oscuras, vestida an; empezaba a recobrar su
sensibilidad. Permaneca de espaldas, rgida, fortalecindose para examinar sus
heridas. Primero las heridas superficiales: su propia ceguera, su estupidez; senta el
engao de Hugo pobre muchacha como una herida infligida no a su orgullo, sino
a su amor. Si lo hubiese amado verdaderamente, se deca, hubiera adivinado,
comprendido la verdad. Saba que trataba de decirme algo; sin embargo, nunca lo
ayud a que lo hiciese. "Soy mala hierba, Daisy"... Eso fue en Kew, el primer da.
Luego, el hecho de pagar todo con billetes de una libra: los ladrones hacen siempre
eso, decan los diarios. y la sensacin extraa, durante las vacaciones, de estar
huyendo, de que los perseguan. Quizs la polica andaba detrs de l en ese
momento. Y la vez que escaparon en la feria. El instinto femenino siempre tiene
razn. Pero cuando uno quiere tanto a un hombre, ese instinto se adormece. Trat
de confesar, de hacerme adivinar su secreto. Cuando trep aquel muro. Como gato
ladrn. Igual que anoche. Y despus en el bosque cubierto de almizcleas. "Te
casaras conmigo si fuera un asesino?", y "Si fueras del tipo delincuente, le pediras
a una chica que se casara contigo por ms que la quisieras?"
Pensar en esto la ayudaba. Le quedaba a su amante un algo de decencia. "Oh,
qu mala y perversa soy! Pensar as de l cuando ha sido siempre tan carioso y
considerado conmigo."
Volva a sentirse presa de la incredulidad. Pareca imposible que l su Hugo
maravilloso pudiera ser un ladrn vulgar. La conversacin que haba odo haca un
momento entre l y Jacko deba de referirse a otra cosa. Sin embargo, no era
posible. Pobrecito, con sus pesadillas, su temor a ser atrapado "enterrado vivo";
quizs haba estado en una verdadera prisin y no en un campo de prisioneros de
guerra: "No existe una crcel sin rejas"... y cuando trat de hurtar los posavasos; ni
siquiera pareca comprender que estaba mal; deba de faltarle algo en su
naturaleza. "Dios mo!, esas flores que me trajo anoche; dijo que las haba robado y
pens que era broma. Cmo podr creerle nada de lo que diga en adelante..., nada
de lo que me ha dicho? Llenndome de cuentos sobre sus negocios. Debe de
haberse muerto de risa por la forma en que yo me tragu todo. No me sorprendera
que estuvieran rindose en grande ahora mismo con ese tipo Jaques. No seas perra,
nunca se reira de ti, no en esa forma; no te das cuenta que ha estado tratando de
protegerte."
Y pudo haberse muerto anoche cuando trepaba all arriba... Cepill el viejo traje
cuando regres por si yo notaba alguna mancha, o tierra: el traje con el enorme
bolsillo y el estuche desigual adentro: herramientas de ladrn cmo las
llamaban?, ganzas, llaves maestras y dems. Me pregunto si tendr miedo
cuando se introduce as en alguna parte. Vale la pena por un collar de diamantes y...
Daisy se apart, sobresaltada, de este pensamiento.
sta era la herida mortal. Se oblig entonces a examinarlas. El prendedor estaba
an pinchado en su vestido. Era lo que haba dado importancia a su cumpleaos y
pareca marcar una nueva etapa de su vida con Hugo al admitida dentro del
misterioso, preciado crculo de su pasado. Por qu tuvo l que decirle que haba
pertenecido a su madre? Eso era un insulto gratuito, una muestra de burla cruel.
Poda haberle perdonado su condicin de ladrn, o cualquiera otra de sus mentiras;
pero haber hecho pasar .como perteneciente a su madre un alhajero robado..., eso
constitua una accin baja y ruin. Lo converta en un ser completamente
irresponsable, converta su amor en algo trivial. Nunca jams poda volver a confiar
en una persona capaz de haber hecho eso.
La joven se entreg a un llanto apasionado. Arranc el prendedor de su vestido y
lo arroj a la oscuridad con un espasmo de repugnancia fsica, como si se tratara de
un escorpin. El objeto peg en la puerta y cay con un sonido metlico sobre las
tablas del piso. Diez minutos despus, cuando Hugo entr, plant el pie de lleno
sobre el prendedor, que qued aplastado.
Qu diablos? la cruda luz de la lamparilla desnuda, sobre la cabeza de ellos,
viol el cuarto. Hugo se agach con la mano an en el conmutador. Oh, mi Dios,
es el prendedor de mi madre! Qu hace aqu? Est arruinado; Daisy, no te has
desvestido todava. Te sientes bien?
Yo lo tir ah.
T qu?
Yo lo tir ah.
Hugo se qued mirndola y en su rostro la incredulidad dio paso a la ira. Daisy
sostuvo esa mirada fija, implacablemente; se haba sentado muy tiesa sobre la
cama y tena los ojos entornados por el fulgor de la luz.
Lo tiraste? Te has vuelto loca?
El prendedor de tu madre! Me imagino que perteneca a esa arrastrada...
Con dos rpidos trancos Hugo se acerc a la cama y le asest una terrible
cachetada que cruz el rostro de la joven. Sin un grito ni un gemido la hermosa
cabeza se inclin lentamente hacia adelante y se hundi en las manos, ocultndose
a la vista de Hugo.
ste, durante un segundo, permaneci indeciso, como si fuera a golpearla otra vez
o a caer de rodillas junto a ella. Luego se alej, empez a quitarse la chaqueta y la
corbata y cuando pudo dominar la voz, dijo framente:
Quieres decirme, por favor, qu es todo esto?
O lo que hablaban t y ese hombre la voz de Daisy estaba apagada por las
manos y la densa cabellera que las cubra como un manto. S lo que estabas
haciendo anoche.
Ah? Hugo se sent y qued inmvil, como un animal que simula estar muerto
en el cepo. El silencio se amplificaba entre ellos hasta que Daisy sinti que le iba a
estallar el cerebro. Penosamente irgui la cabeza y lo mir de frente. Hugo no eludi
sus ojos, pero no pareci verla. La joven busc la frase adecuada; saba que si no,
todo terminara entre los dos. Se senta demasiado joven, demasiado cansada para
manejar esta situacin; sin embargo, estaba en sus manos; ella era quien tena que
dar el tono. Los labios de Hugo temblaban. Durante un segundo a Daisy le pareci
que no era Hugo el que estaba all, sino su hermanito, el benjamn de la familia, el
preferido de ella y al que haba criado como madre. Una punzada de
arrepentimiento, de compasin, le atraves .el pecho. Era ladrn y mentiroso; pero
era suyo.
Hugo, te quiero le dijo, tendindole los brazos. El muchacho se arroj en ellos
tambaleante, a ciegas.
Me alegro de que sepas todo. Trat de decrtelo, pero no pude. Tena miedo de
que me dejaras.
Lo s, mi amor querido, lo s repuso Daisy, tranquilizndolo, reconociendo con
una sabidura superior a sus aos, con el tierno, indulgente desdn femenino, el
tono de lstima de s mismo, tan dcil, tan sincero, del hombre. Comprendo
aadi. No te pongas as, querido. Ya pas todo. Nunca te dejar.
El cuerpo de Hugo se sacuda convulsivamente como si una mquina
desenfrenada se le hubiera soltado dentro. Daisy apret fuertemente contra su
pecho la cabeza de su amante, tratando desesperadamente, en esa forma, de
desechar sus propios reproches y las traiciones de l.
Te he herido, tesoro murmur Hugo.
No me importa. Eso ya pas.
Y luego, cuando ya estaba ms tranquilo y acariciaba la mejilla golpeada de la
joven, sta dijo:
No es eso lo que ms me doli. No que me pegaras.
Yo no ...
Me dijiste que era de tu madre.
De mi madre? Ah, el prendedor! Pero era de ella, querida. Todas esas alhajas
que te mostr se interrumpi, y la sangre se le subi a las mejillas. Apenado,
agreg: Ah, comprendo. Creste que lo haba robado. Creste realmente que yo
hara una cosa semejante?
Me senta tan desdichada repuso la muchacha, tristemente. Cmo poda yo
creer nada de lo que me dijiste despus...
Despus...?
Bueno, de esas flores que me trajiste para mi cumpleaos.
Pero te dije que eran robadas.
Daisy suspir.
Cre que era broma y me dejaste creerlo.
S, eso es cierto asinti l ingenuamente. Pero el prendedor era distinto. No
soy tan miserable. S hasta dnde debo ir. No me crees, mi amor? Mira, puedo
probarlo. Tengo la carta que me mand mi padre donde me dice que mam deseaba
que fueran para m...
No quiero que me pruebes nada de nada interrumpi Daisy. Quiero poder
creer lo que me dices.
Eres bastante parecida a ella, sabes. Nunca me fastidi; pero tampoco me
soport en silencio como una mrtir. Cosa curiosa, porque para mi padre ella era un
trapo de piso. Lo odiaba yo cuando nio... por el trato que le daba. Me haca
desgraciado. Cuando empezaba a maltratarla, yo corra a esconderme debajo de la
mesa.
Daisy se desvisti apresuradamente, se lav la cara y se acost. Hugo segua
sentado en el borde de la cama con los brazos colgantes entre las rodillas.
Bueno qu pasar ahora? pregunt, sin mirarla.
Eso lo tienes que decidir t repuso ella, cansada. No podemos dejarlo para
maana?
Quieres proponer condiciones?
Condiciones?
Los labios de Hugo se fruncieron.
Si me enmiendo te quedars conmigo. Ese tipo de cosas...
Yo nunca...
No, pero era eso lo que pensaba, tesoro. Si lo deseas, tratar una vez ms. Pero
te advierto: es intil. Lo he intentado antes. No sirvo para ninguna otra cosa, y mi
profesin me gusta bastante; me queda como un guante. Adems, no hay
esperanzas, de conseguir un empleo una vez que se ha estado en los. Me ves, de
todos modos, tratando de vender jabn en escamas o sentado en alguna
horripilante oficina? Te aseguro...
Hugo, escchame, por Dios. No quiero imponer condiciones. Slo quiero que nos
tengamos confianza mutuamente..., no tener nunca que preguntarme si me estars
diciendo la verdad, despistndome con algn cuento. Puedes hacerlo fcilmente,
porque yo no soy lista y te quiero. Odiara tener que sospechar de todo lo que
dijeras. Sera el fin de nuestro amor, no lo comprendes?
Hugo tom entre las manos el rostro amado y lo mir intensamente. Por fin
murmur:
Eres demasiado bien para m. Siempre lo supe. Tratar de ser una persona en
quien puedas confiar. Pero deberas de encontrar alguien mejor...
No me importa lo que hagas! No me importa que robes! exclam Daisy en un
abandono de gratitud y alivio. Sus ojos brillaban con luz sobrenatural, de sacrificio;
luego, al sentir la mano de su amante sobre el pecho, se nublaron, y empez a
temblar y a llamarlo con voz dbil y enronquecida: Soy tuya, tuya. Ven. Mtame si
quieres.
Esa noche se amaron con una nueva sensualidad hecha de violencia. Se
entrelazaron en una lucha lacerante, como animales dentro de una red, como si
cada cual tuviera algo por qu vengarse y algo que expiar, o como si sus cuerpos
fueran una zona no apaciguada, ms an, exasperada por la reciente reconciliacin
de sus mentes. Bajo uno y otro aspecto, fue el final de la inocencia entre ellos.
La dej plida y flccida como el cadver de un ahogado, con los labios fros y la
cabeza colgante hacia atrs, en el borde de la cama.
Ests saciada? pregunt Hugo, pero Daisy no tena fuerzas ni para hablar.
Luego le explic con voz suave, distante.
Tengo que trabajar solo. Es ms seguro. Por eso no te lo dije. No quera
mezclarte en esto. Cuanto menos sepas, tanto mejor: la polica podra venir a
interrogarte.
Pero Jacko lo sabe, verdad?
Jacko sabe lo que yo le digo. Y es muy poco. Lo que adivina es otro asunto. Halla
un placer en eso, comprendes. Una especie de substituto emocional. Como los
ciudadanos respetables que se tragan los diarios dominicales. No porque l sea un
ciudadano muy respetable.
Pero no es peligroso?
Te dir, es recproco. Yo s algunas cosas sobre l tambin, lo suficiente para que
tenga buen cuidado de no despegar los labios. De modo que cada cual seguimos
nuestro camino, ms o menos indiferentes. Adems, Jacko es til.
til?
Realiza intervenciones quirrgicas ilegales Hugo ofreci esta informacin con
tono de explicar simplemente un hecho. Tiene una clientela bastante elegante. De
modo que el viejo Jacko, al pasar, me cuenta por ejemplo, que ladi Pestilenciosa o
Miss Gloxina Cancn poseen unos brillantes posibles; empezamos a conversar; l
sabe, quiz, dnde los guardan, sabe cundo salen y cuando entran. Un movimiento
de cabeza es tan significativo como una guiada. Oh, s; me procura una cantidad
de buenas informaciones como quien no quiere la cosa. No abiertamente, por
supuesto. Ninguna cosa que pueda tomarse como falta de caballerosidad. No se
puede acusar a un tipo de nada por ser..., bueno, un poco indiscreto.
Daisy consider esto en silencio durante un rato.
Pero dijo algo sobre "una dulce coartada". Lo o, Eso significa que debe saber...
Ah; no comprendes a Jacko. Es un personaje tortuoso. Le gusta jugar un poquito
al gato y al ratn. se es su substituto de actividades ms peligrosas y
emocionantes. Me deca. que si yo me decida alguna vez a embarcarme en una
vida criminal y si los polizontes llegaran a ponerse cargosos con preguntas difciles,
t podras proporcionarme una dulce coartada. Y por Dios que tiene razn! Los
conquistaras en seguida. Con tu aspecto tan inocente y saludable... Creeran todo
lo que les dijeras. Pero nunca te pondr en situacin de tener que mentir por m.
Qudate muda, dulce doncella, y deja a otros la inteligencia. No, no he de permitir
que te comprometas.
"Pero, ya estoy comprometida", pens Daisy, acostada junto a su amante, sin
dormir, despus que l se hubo sumido repentinamente, como de costumbre, en un
sueo tranquilo. Senta hasta qu punto estaba comprometida, no slo con el Hugo
que haba dicho: "Tratar de ser alguien en quien puedas confiar", sino con ese otro
Hugo que poda charlar de cosas malas con la misma frivolidad y erudicin con que
una mujer habla de sombreros.
*
La norma de su vida en comn empez a establecerse. Primero fueron las
vacaciones alocadas, luego las semanas en el limbo, en Maida Vale; y ahora
estaban embarcados en otra alegre aventura mundana. comprando ropas para
Daisy, viviendo en el Ritz, yendo a los teatros, toda la jarana de la feria. Era como
vivir en una montaa rusa, pensaba Daisy; una vida de sube y baja tan mareadora
que slo poda uno aferrarse bien en espera de que no ocurriera lo peor. Senta que
esa vida estaba de acuerdo con algo en la naturaleza de Hugo: el modo violento con
que cambiaba de una alegra desatada a una sombra tristeza. Le expuso esto, en
cierta ocasin, a Jacko, quien la felicit por su discernimiento y le dijo algo sobre
"manacodepresivo"; esto alarm no poco a Daisy, pero Jacko le asegur que no
significaba que Hugo fuera loco: todas las mejores gentes eran manaco
depresivas.
Daisy siempre haba sido sugestionable, y Hugo despertaba en ella algo de
indmito que la haca parecerse a l. Al verlos comiendo en algn restaurante se
poda tomar a la joven, a primera vista, por una modelo de casa de modas o tal vez
por una muchacha recin presentada en sociedad con inclinaciones bohemias; una
inspeccin ms detenida podra descubrir cierta frescura, cierta inesperada falta de
afectacin detrs de la lozana y el equilibrio de su personalidad. Pero nadie hubiera
podido adivinar que se trataba de una campesina cuyo corazn rebosante cantaba
la mayor parte del tiempo: "Oh, qu calaverada! Qu calaverada es todo esto!"
Menos an se hubieran imaginado que el joven moreno, de ojos adormilados, de
porte atltico, que la acompaaba (un jinete?, un corredor de carreras
automovilsticas?, un jugador de cricket?) era un criminal empedernido y que sus
miradas apreciaban no a las mujeres, sino las alhajas que llevaban puestas.
Al principio Daisy haba tenido escrpulos. Pensaba que era una locura tirar el
dinero en esa forma y hacerse notar tan pronto despus del robo. Y por cierto que
era una locura. Pero Hugo tena en ese momento entusiasta fe en su propia
suerte..., la suerte que Daisy le haba trado; y cuando se senta en la cumbre del
mundo su confianza era irresistible. Despus de cumplir su primera condena
algunos aos atrs, se haba cambiado el nombre, cambiado su radio de
operaciones de una ciudad de los Midlands a Londres, y cambiado sus mtodos.
Puesto que muy pocas veces frecuentaba ya las sentinas del mundo criminal y
siempre trabajaba solo, tena poco que temer de los delatores. El nico que poda
traicionarlo era el que compraba el producto de sus robos, adems de Jacko y la
misma Daisy; y cada uno de ellos tena buenas razones para no hacerlo.
Hugo, por lo dems, careca de la vanidad obsesiva del criminal. La vanidad que
tena estaba satisfecha con lucir a Daisy, con ser visto en su compaa y por el
placer malicioso que le daba engaar al mundo en general. Contaba a menudo a
Daisy sus hazaas pasadas pero nunca hablaba de sus planes futuros, y esto le
daba la vlvula de escape que necesitan los criminales, la cual requiere tanto la
confesin como la admiracin. Daisy reciba estas confidencias como una madre
podra recibir las jactancias de un nio sobre sus valentonadas: se senta chocada,
pero secretamente estimulada; senta que deba desaprobarlo, pero no poda
resistirlo.
Una cosa se hizo para ella ms y ms evidente: el desprecio genuino de Hugo por
la sociedad, su odio por lo ordenado, lo montono, lo respetable. Jacko iba a
explicarle esto algn da; pero ella ya lo asociaba vagamente a la infancia de Hugo,
al trato que le haba dado su padre, y ms particularmente al perodo pasado en la
crcel, que an lo obsesionaba en sus ocasionales, terribles pesadillas. Con el
trascurrir del tiempo, Daisy, gradual e inconscientemente, lleg a identificarse con
esa parte de Hugo, a sentir que la sociedad era tambin enemiga de ella. La
primera semilla fue sembrada cuando recibi una carta de su madre, devolvindole
el dinero que le haba enviado. La ta de la joven haba, seguramente, escrito a la
hermana para decirle que la muchacha viva con un hombre, y Mrs. Bland le
comunicaba a su hija que preferira morir en la pobreza antes que compartir los
gajes de su pecado. Daisy, despus de refrenar el impulso de tomar el primer tren
para Gloucestershire, acept la cosa con fatalismo: demasiadas veces haba odo
decir a su madre que quienes hacen su cama deben de acostarse en ella; y ella no
deseaba acostarse en ninguna otra cama..., por cierto que no.
Pero la semilla haba sido sembrada. Y una semana despus de haberse instalado
en el Ritz, algo ocurri que la hara sentirse ms violentamente descastada y con el
tiempo afectara sus destinos en forma desastrosa. En el teatro, cierta noche,
echando una ojeada en torno antes de que subiera el teln, Hugo repentinamente
observ:
Cielos, ah est mi hermano!
Dnde? Quieres que vayamos a verlo en el entreacto?
No; no puedo soportarlo.
Pero es tu hermano.
Por eso mismo. No, pensndolo mejor, no podra soportarlo aunque no fuera mi
hermano Hugo se ech a rer con una mueca amable. Luego, con su capacidad
ocasional de leer los pensamientos de la joven, le dijo: De veras quieres conocer
a la familia? Muy bien, entonces. Pero no digas despus que no te lo advert.
7. Una Reunin Intelectual
DE su breve pltica con el hermano de Hugo en el foyer, Daisy no extrajo
impresiones muy claras. Mark Amberley estaba evidentemente desconcertado por
el encuentro: sus ojillos se movan para uno y otro lado como si fuera a fugarse en
cualquier momento por entre la multitud. Hugo, sin embargo, lo tena firmemente
asido del codo y procedi a hacer las presentaciones con malicioso aplomo.
Mark, permteme que te presente a mi novia, Miss Bland.
Oh. Mucho gusto. No saba..., ejem, felicitaciones, Hugh... Hugo, quiero decir.
Fue muy inesperado. Por cierto que no lo publicamos en The Times observ
Hugo con afabilidad. Est Gertrude contigo?
Gertrude? Ah, ejem, s. S. Debe de estar por aqu Mark mir en torno con
desesperacin. No. Por supuesto. Se qued en su asiento. No sali conmigo. Hay
tanta gente y tanto ruido en el foyer. Le agrada a usted la pieza Miss..., ejem...,
Bland?
S, es divertida verdad?
La turbacin de Mark Amberley se haba comunicado a Daisy y le hizo emplear un
vocablo poco adecuado como definicin. La joven se sonroj levemente.
Divertida? Es decir, bueno, en ciertos aspectos se podra... pero el sentido
fundamental difcilmente puede llamarse divertido, no le parece? Por supuesto,
han interpretado esa primera parte en forma un poco exagerada; demasiado burda,
verdad?
Mi hermano es un conferenciante de extensin dijo Hugo, guiando un ojo a
Daisy por encima del hombro de Mark.
Conferenciante de extensin? repiti Daisy, completamente desorientada.
S. Sus conferencias se extienden indefinidamente.
Mark ri con afectacin.
Mi hermano es un bromista consuetudinario, como lo habr descubierto usted,
me imagino, Miss Bland. Pero es cierto que doy conferencias. En la Universidad de
Londres, sabe usted.
Debe de ser muy inteligente coment Daisy, con sinceridad.
Con un brusco movimiento de cabeza mir hacia otro lado "se parece a un
caballo", pens Daisy, "con esa cara larga y esa voz de relincho", luego volvi a
mirarla y pareci verla bien por primera vez.
Por qu no vienen usted y Hugo a tomar el t con nosotros algn da?
Me encantara.
Me parece que huelo un banquete observ Hugo. Si es sa la palabra
adecuada.
T con tortas de maicena corrigi inesperadamente Mark. Siempre te
gustaron los bizcochos de maicena. Tratar de que Gertrude los consiga.
Hugo frunci el entrecejo y permaneci callado. Poco despus se oy la campanilla
que anunciaba el final del intervalo. Mientras Daisy y Hugo volvan a sus asientos,
ste observ malhumorado:
Ahora s que la has hecho buena.
Pero fue muy amable de su parte...
S, el viejo Mark no tiene nada malo: es simplemente un pesado. Pero Gertrude
es una verdadera calamidad. Ya lo vers.
Probablemente, tu hermano ni se acordar de la invitacin.
Ni la menor esperanza. Lo conozco. Cree que t vas a reformarme. Un gran tipo
para alentar las causas perdidas, eso es Mark.
Y Hugo tena razn. Les lleg puntualmente una invitacin para el siguiente
domingo por la tarde. Para Daisy haba sido difcil considerar al reseco y nervioso
Mark como hermano menor de Hugo; pero el encuentro haba, por lo menos,
marcado una nueva etapa, y Daisy esperaba el segundo con la sensacin de que la
relacin le dara un renovado asidero sobre la normalidad. Durante esa poca en los
bares, en los hipdromos y los partidos en los clubes de cricket a los cuales Hugo la
haba llevado una o dos veces, ella haba conocido algunos hombres y mujeres
amigos de l, pero aunque era sociable y le agradaban estos encuentros, por lo
breves y accidentales nunca significaron nada. Con Mark sera distinto. Daisy
esperaba disfrutar de ntimas y prolongadas charlas femeninas con Gertrude. Mark
y seguramente Gertrude saban de la condena de Hugo; ste le haba dicho que
desde ese momento las relaciones entre ellos se haban limitado a un ocasional
prstamo de dinero cuando l estaba en las buenas; no tenan idea, aunque quiz
tuvieran alguna sospecha, de la forma en que se ganaba la vida.
En cuanto a m, prefieren esconder la cabeza en la arena le haba dicho Hugo
. Son dos intelectuales de porquera.
Daisy no senta la menor alarma ante la perspectiva de entrar en contacto con
este nuevo mundo extrao. No vea razn alguna para evitar a los "intelectuales",
puesto que nunca haba conocido a ninguno. La complacencia propia de la mujer
que se siente amada, aadida a su naturalidad y gusto por la vida, le impeda sentir
la aprensin de que el encuentro llegase a resultar una dura prueba. Haba
afrontado con xito las relaciones ms elegantes de Hugo: por qu preocuparse
entonces de una pareja inofensiva que viva respetablemente en el Valle de la
Salud?
Lo que ms pareca agraviar a Hugo era esa "respetabilidad". Le dirigi una
cantidad d comentarios satricos sobre ello mientras el subterrneo los llevaba
rumbo al Norte, ese domingo por la tarde. Para Daisy la palabra significaba lo que
significa para cualquier muchacha de aldea: cortinas de encaje, iglesia los
domingos, labios apretados y secreteos escandalizados. De modo que se
desconcert por completo al entrar en la sala de los Amberley y verse confrontada
con el cuadro de una mujer completamente desnuda colgado sobre la chimenea.
Es un encanto verdad? observ Gertrude Amberley, interceptando la mirada
atnita de Daisy fija en el cuadro; y con un enrgico apretn de manos informal
como nico saludo, se volvi para dar a Hugo un rpido beso en la mejilla.
Completamente aturullada, Daisy qued abandonada en medio del cuarto hasta
que Mark alborotadamente le indic una silla.
Y bien, Hugo, cmo les va hoy en da a los impos? Muy bien, a juzgar por las
apariencias.
La voz de Gertrude, clara y bastante juvenil en el tono, articulaba las palabras
con una precisin rayana en la pedantera. Su conversacin era como descascarar
arvejas: ntida, eficiente, automtica. Daisy se pregunt si sera maestra de escuela:
ese hablar cortante, rpido, que destacaba claramente cada tema; el chasquido de
los labios al final de cada frase; la frente alta y estrecha, con el pelo severamente
tirante hacia atrs hasta terminar en un magro rodete; el arte de dirigir la
conversacin por medio de una serie de preguntas.
Y cul es su trabajo, Miss Bland?
No tengo trabajo. He sido empleada, antes, de una casa de modista de
sombreros.
Le gustaba eso? Qu horario tienen?
Despus de un rato prolongado de este catecismo, Daisy sinti que deba mostrar
algn inters recproco por la duea de casa.
Es usted maestra, Mrs. Amberley?
Enseo, s. W. E. A., para ser exacta fue la rpida y para Daisy incomprensible
respuesta, Instruccin para las masas murmur Hugo. T. S. Eliot para
empleados de banco.
Bastante adecuado si se piensa bien contest su hermano con su voz de
relincha. En el final est el principio.
Eliot est agotado declar Mrs. Amberley. Nada que decir. Debemos mirar
ahora hacia los neoclsicos. No le parece, Miss Bland?
Es decir, yo...
No puedo estar de acuerdo contigo en eso interrumpi Mark. Admito que
Harry Grutch est realizando un trabajo muy promisorio; pero el resto de ellos... son
sencillamente como perros que vuelven al vmito ajeno.
S; por supuesto, si consideras al neoclasicismo como una vuelta a la dcada del
treinta al cuarenta no hay nada ms que hablar. Auden y ese grupo han sido
desechados hace tiempo... Gertrude se ech a rer secamente. La revista les
arregl las cuentas definitivamente. Pero lo que quiero decir es que aunque no
hayan producido ningn trabajo muy notable todava, los neoclsicos estn bien
encaminados. Por lo pronto, comprenden lo que quiere Leavis.
El grupo neoparsiano de Reading observ Mark est tal vez en la misma
tendencia. No s si se habr cruzado en su camino, Miss Bland?
Lo nico de Reading que se ha cruzado en el camino de Daisy son bizcochos
terci Hugo, sonriendo a la joven.
La sonrisa impuls a Daisy a realizar un valiente esfuerzo. El nombre de T. S. Eliot
era la nica clave que haba podido entender en la de otro modo ininteligible
conversacin.
Escribe usted poesa, Mrs. Amberley? pregunt tmidamente.
Los que pueden, la escriben; los que no pueden, ensean murmur Hugo.
Gertrude es demasiado severa en su auto crtica interrumpi Mark
apresuradamente. Est empeada, ejem, en el mantenimiento de los ms altos
niveles. No podra sentirse satisfecha con nada de lo que ella escribiese.
Fcil es imaginarlo dijo Hugo, con ambigedad.
No; no escribo versos dijo Gertrude, y su entonacin destac las dos ltimas
palabras con aversin, como si las eligiera con un par de pinzas para
inspeccionarlas. Rizo sentir a Daisy que su pregunta la haba insultado. Por qu
habra de escribirlos? sigui diciendo Gertrude. sta es la edad de la crtica.
Todo el trabajo mejor se hace en el terreno de la crtica.
Habl durante largo tato; lanzaba las frases a su marido y reciba las respuestas de
l por encima de la cabeza de Daisy. Fuese o no que lo hicieran para ponerla en
evidencia, Daisy se senta desdichada y aturdida; se pareca a ese juego de la
infancia en que lo apresan a uno dentro de un corro. Mark, a decir verdad, trat de
hacerla participar en la conversacin pero sus intentos slo subrayaron la
ignorancia de la joven. Hugo, como Daisy pudo advertir, empezaba a montar en
clera.
Durante el t, en el primer momento, las cosas mejoraron un poco. Hugo,
apaciguado por los bizcochos de maicena empez a hacerle chistes a Gertrude
sobre sus discpulos varones, y ella respondi con mayor presteza de la que Daisy
hubiera credo posible. La joven descans, prestando en parte su atencin al cuarto
donde estaban. Las paredes pintadas al agua con un color rosado estrepitoso
tornaban cadavricos los tonos de la carne del desnudo colgado sobre la chimenea
y contrastaban estridentemente con las rayas cobrizas y blancas de las cortinas y
con el tapizado de las sillas y de dos almohadones de terciopelo color de azafrn
colocados sobre el sof. El juego de t era de terracota italiana. Variadas revistas
cubran una mesa redonda y baja, y la pared frente a la ventana tena adosadas
bibliotecas de diferentes alturas. La ventana daba sobre un jardincito descuidado.
Haba un gramfono, pero ningn aparato de televisin ni de radio. El cuadrado de
alfombra desgastada dejaba al descubierto, sobre un costado, una franja de piso sin
encerar. Ningn adorno a la vista, pero haba ceniceros por doquier; no obstante, la
ceniza se hallaba repartida en parches sobre la alfombra, como caspa; Gertrude
fumaba sin cesar, echando bocanadas de humo como si en ello le fuera la vida y
arrojando la ceniza bruscamente en direccin al cenicero ms cercano.
Haba algo torturante para los nervios, algo inarmnico, casi esquizofrnico en
este cuarto, como si una cantidad de personas desconocidas entre s hubieran
contribuido a arreglarlo cada una por separado y en distintas pocas. Ni elegante, ni
confortable, ni agradablemente excntrico, ese ambiente hubiera podido ser
pattico de no haber mediado esa agresiva desconsideracin por la armona y la
gracia. Poda pensarse que sus ocupantes o carecan de todo buen gusto o lo
despreciaban olmpicamente: un observador suspicaz hubiera podido advertir que
ambos postulados eran exactos; en realidad, que el ltimo era, en persona como los
Amberley, una consecuencia del primero. La habitacin era una especie de alegato
puritanodoctrinario contra el simple disfrutar de la vida, condenando la armona y
el encanto como una frivolidad: era una mquina no hecha para vivir, sino para ser
parcialmente vivida.
Ninguna de estas consideraciones se le ocurrieron a Daisy, Se senta oprimida all,
sin duda alguna; pensaba que la duea de casa haba elegido una combinacin ms
que rara de colores, pero supuso que era artstico y en el estilo ms de moda. La
total carencia de decoro en ese recinto, el perverso y arrogante escarnio de toda
decencia visual que hasta llegaba a convertir al desnudo en un cuerpo con el cual
uno no se dejara ver ni muerto en una zanja, pas, al igual que la conversacin de
los Amberley, por encima de la cabeza de Daisy. Ella pensaba que ste era un hogar
en el cual vivan dos personas de la familia de Hugo. La irrealidad de su vida con l
la asalt como una ola sofocante. Deseaba gritar: "Todo esto es una equivocacin!
Qu estamos haciendo aqu? Por qu no le preguntan a Hugo de dnde saca el
dinero..., ustedes que todo lo preguntan?" Era como estar en un sueo, de pie con
las manos enrojecidas frente al cadver, con la lengua que Se rehsa a confesar el
crimen y los transentes indiferentes que no quieren fijarse en lo que pasa.
Inconscientemente Daisy apret las manos contra el pecho y levant los ojos hacia
el cielo raso. Estaba luchando por deshacerse de la pesadilla. Gertrude, como
comida mal guisada, era la causa accidental de todo esto; pero en el fondo del
asunto estaban Hugo y el secreto criminal que pona una barrera entre ellos y el
resto del mundo y hasta poda llegar a infectar su amor con estas simulaciones.
Est idntica a "lad Hamilton orando". Mrala, por favor!
Este spero susurro de Gertrude penetr, por fin, la distraccin atribulada de
Daisy. La joven mir en torno con aire enajenado, preguntndose de qu hablaban
en ese momento.
Cmo?... Disclpeme.
Deca que se parece usted a "ladi Hamilton orando". No es cierto, Mark?
Oh, ejem, s. S.
No comprendo tartamude Daisy, tratando de sonrer.
Se trata de un cuadro explic Gertrude, repiqueteando sobre las vocales como
si fueran cuentas de un collar. Es de Romney y se halla en Ken Wood.
El recuerdo de una leccin de historia, de aos atrs, volvi a la memoria de Daisy.
De Nelson... ? Era la... ? la muchacha no pudo pronunciar la palabra que le
fue facilitada de buena gana, sin embargo, por Mark.
La querida de Nelson. Eso es dirigi una sonrisa alentadora a la joven. Era
una criatura bellsima, por cierto.
A mi entender, Romney capt su esencial frivolidad en forma perfecta, no te
parece Mark? Hablo del cuadro. Se trata de una crtica genuina.
Inconsciente, me imagino.
Por supuesto; no puede pretenderse que un Romney poseyera el sentido de la
crtica. Vlgame Dios, no! Sin duda ella lo enga como quiso. Era una poseuse
profesional despus de todo, la absurda criatura. Y los artistas son muy ingenuos.
Ah esta todo el asunto. l pint exactamente lo que vea..., una hechizante
mentecata con algo de pastora y que simula estar rezando. Y como ni siquiera era
buena actriz, la frivolidad surge detrs de la pose.
Pero no podra haber estado rezando? terci impulsivamente Daisy.
Rezando por Nelson? Ella lo amaba.
A Gertrude jams se le hubiera ocurrido eso coment Hugo.
Hubiera podido estar rezando repuso Gertrude, ignorndolo. Pero en realidad
estaba utilizando su sexappeal en beneficio de Romney y de la posteridad.
Daisy protest:
No comprendo cmo puede usted asegurar eso.
He visto el cuadro. Aparentemente, usted no lo ha visto.
Gertrude pronunci estas palabras como partindolas, como si fueran bizcochos
secos, y Daisy comprendi que la mujer estaba repentinamente furiosa; la
conversacin sobre ladi Hamilton haba sido dirigida contra ella. Aunque dctil y de
temperamento bastante plcido, Daisy poda enojarse si la provocaban; ya no se
senta intimidada por Gertrude, desde que haba adivinado su veneno mal
disimulado.
Usted opina que yo soy una frvola como ladi Hamilton? observ riendo.
Mark, sin cumplirlo en la accin, daba la impresin de estar retorcindose las
manos.
Oh, vamos, vamos, Miss Bland, Gertrude no ha sugerido semejante...
Por qu se siente tan chocada? interrumpi su mujer con tono cortante.
Usted es la amante de Hugo, segn presumo. Imagino que tambin reza por l...,
adems de servirlo en otros menesteres.
Mark empez a golpearse una mano contra la otra; pareca pronto a estallar en
llanto, pero Gertrude no le prest atencin.
No me opongo a que Hugo traiga a casa a su querida..., no es la primera vez que
lo hace. Pero desprecio este charro disfraz de pasar por su novia.
Estoy por creer que est usted enamorada de Hugo se oy decir Daisy,
sobresaltada, y en seguida se sinti amargamente avergonzada.
No me cabe duda de que lo cree. El sexo es en lo nico que piensan las
vendedoras de mentalidad atrasada como la suya Gertrude escupi, literalmente,
las palabras en la cara de Daisy. Hugo se ech hacia atrs con una tranquilidad
mesurada que asust a Daisy,
Gertrude, la naturaleza te hizo perra, pero no necesitas ser una perra vulgar. Has
hecho lo indecible toda la tarde para que Daisy se sintiese incmoda. Pasar eso
por alto porque no puedes evitar blandir tus pretensiones literarias en las narices de
los dems. Pero vas a pedir disculpas por lo que acabas de decir.
Hugo, yeme, por favor. Eso es ofensivo empez a decir Mark.
Cllate, Mark! orden su mujer, sin dominar se ya, y volvindose a Hugo
prosigui: Cmo te atreves a hablarme as! Eres un intil. Te conozco. Un
presidiario. Andas dando sablazos a las gentes. (No sabes acaso cunto nos debes
a nosotros?) Repartiendo por ah tu irresistible encanto. Me das nuseas. Ests
enfermo de vanidad. No s qu es lo que te mantiene con vida, salvo el calor de la
admiracin de una serie de criaturas cretinas como ..
No me salpiques al hablar, Gertrude. Ests aadiendo a la lista de cosas por las
cuales tendrs que pedir disculpas.
Por favor, Hugo! Vmonos inst Daisy, tirndolo de la manga.
No, hasta que mi querida cuada haya pedido disculpas.
Si crees que voy a pedirte disculpas.
A m no. A Daisy.
La mueca de Gertrude se convirti en un rictus.
No soy una de tus mujerzuelas. No puedes hacerte el matn conmigo. Y si
tuvieras un poco de sesos dentro de la cabeza, sabras eso.
Aj!, mi valiente y petulante seora crtica, no ests tan segura dijo Hugo, y
antes de que Daisy pudiera anticipar su prximo movimiento haba extrado un
revlver del bolsillo y lo apuntaba en direccin a Gertrude. Un rubor terroso cubri
el rostro de la mujer y luego, retirndose, le dej una palidez de muerte.
No, no! gimi, dando manotones al aire delante de sus ojos. No era tanto el
revlver lo que la haba trastornado, sino la expresin del rostro de Hugo. Daisy
haba visto ya una vez esa expresin que reflejaba una fra, inflexible temeridad,
una entrega casi esttica a la violencia interior.
Por favor, Gertrude, por favor, disclpese implor sta. Hugo habla en serio.
Mark se haba recostado contra la pared. Daisy tema que cualquier movimiento de
ella pudiera hacer funcionar el gatillo. El revlver, como movido por su propia
voluntad, avanz unos centmetros ms en direccin a Gertrude. sta asinti con la
cabeza, violentamente, con los ojos fijos en Hugo, como en trance. Los dientes le
castaeteaban y por fin pronunci las palabras abyectas.
8. "Preferira Estar Preso"
UNA TARDE, quince das despus, Daisy sali a visitar a John Jaques. Se les haba
terminado la calaverada en el gran mundo, y Hugo haba vuelto a llevarla a las
habitaciones de Maida Vale. Durante ese perodo haban visto varias veces a Jacko.
La primera desconfianza que Daisy haba sentido hacia l haba desaparecido con
su frecuentacin; el hombre era atento con ella y segua los humores de Hugo con
espritu comprensivo. y fcil que le gan la simpata de Daisy. En todo caso, era un
personaje ms slido que las relaciones casuales de los bares, los clubes nocturnos
y las carreras muchachos que sostenan conversaciones difciles o intentaban una
fcil conquista y muchachas cuyas miradas se posaban largamente sobre Hugo
miembros de una sociedad a la deriva sin ms relacin entre s que el choque fugaz,
semejante al de fsforos arrastrados por algn oscuro remolino.
Jacko representaba algo ms permanente. Y el hecho de que Daisy buscara esto
en l daba la medida de su necesidad de algo estable despus que el primer influjo
de pasin se hubo apaciguado un poco. Jacko era, segn deca Hugo, un mdico de
abortos y una especie de pez piloto para sus propias actividades, pero Daisy no
lograba sentir ninguna aversin moral a su respecto. "Es como..., como un to para
nosotros", pensaba, mientras el subterrneo la llevaba hacia Kensington High
Street. "Quiz yo sea una mujer naturalmente pervertida, porque me acostumbro a
esto como pez en el agua; no tengo ya capacidad para sentirme chocada." Extrajo
su polvera. Un rostro puro y soador como el alba se reflej en su espejito. "De
modo que aqu estoy, la concubina de un ladrn en camino a visitar a un mdico... "
Hugo haba salido esa noche. No volvera hasta tarde, le haba dicho. No haba
dicho ms, pero ella saba como lo sabra siempre ya que haba algo en el aire.
El aspecto de su amante esa maana era de tensin, distante, como si tuviera que
escuchar atentamente algo que empezaba a entonarse dentro de l. Pero exista
entre ellos el pacto tcito de que l no le contara sus planes ni ella tratara de
averiguarlos. La oprima una sensacin de amenaza, de algo ominoso; era como
cuando en su aldea de Gloucestershire el cielo se desplomaba y se cerna durante
das sobre su mundo. Al salir de la estacin un impulso le hizo preguntar a un
agente de polica el camino de Albert Grove, pese a que no necesitaba sus seas; el
hombre la mir de frente,. como hace un gendarme, pero sin sospecha ni
curiosidad. Mientras avanzaba Daisy pens cun curioso era que la polica no los
hubiera molestado todava; era tambin inquietante su sensacin de aislamiento
como si "ellos" supieran todo, pero estuviesen haciendo tiempo, a la espera tal vez
de una seal, de algn error crucial e irreparable para entrar en accin.
Albert Grove era una terraza en forma de media luna, con una hilera de pltanos y
de casas de la primera poca victoriana que uno poda imaginar habitadas por
viudas de deanes y funcionarios civiles de la India, por solterones resecos y
puntillosos dedicados a coleccionar estampillas o ballestera, o por parientes lejanos
de familias de la nobleza. En las salitas dobles habra bronces de Benares, acuarelas
de aficionados, una pecera redonda con peces de colores, una mesa para solitarios,
reliquias todas stas de una civilizacin que nunca haba luchado contra el tiempo.
La chapa de bronce de la puerta de John Jaques repeta la nota de complacerla. ste
sali en persona a la puerta prototipo de la respetabilidad profesional discreta y
tomndola del brazo la condujo a una salita, a la izquierda del vestbulo, cuya
ventana estaba oscurecida por plantas de helechos y cortinas de muselina.
Durante un rato, mientras la muchacha tomaba sorbitos del jerez que l le haba
servido, hablaron de cosas indiferentes. Daisy se senta a la vez nerviosa y calmada.
En la penumbra del cuartito slo alcanzaba a verlo como un rostro sin facciones
coronado por pelo blanco, deslineado contra la ventana. Se encontr gradualmente
absorbida por este ambiente nuevo cuya luz verdosa sugera un acuario, impresin
que se acentuaba con los ademanes lentos de Jacko al servirle ms jerez del
botelln veneciano. Su voz clara, de garganta, giraba como despaciosos arabescos
de humo en el ambiente cerrado; orla era consolador. Una frase se repiti en la
mente de Daisy "modales de mdico de cabecera" e involuntariamente tuvo un
pequeo escalofro. En seguida, aunque ella no pudo comprender cmo lo haba
advertido en la penumbra, Jacko pregunt solcito:
Tiene fro, Daisy? Quiere que encienda el fuego?
No; estoy muy bien replic la muchacha, un poco confundida. No tengo...,
est muy oscuro, verdad?
Descansa la vista. Se habla mucho sobre los efectos del ruido en nuestra vida
ciudadana, pero en mi opinin la iluminacin moderna tiene efectos ms dainos
para el sistema nervioso (todas estas iluminaciones callejeras de alto poder y las
lamparitas de cien kilovatios en las casas) es contra la naturaleza sigui hablando
tranquilizadoramente. Daisy, sumida en sus propios pensamientos, se sinti
sbitamente interesada por una frase:... nuestros instintos. Somos todava
criaturas de las tinieblas. Ignoramos el elemento de oscuridad que llevamos dentro
con peligro para nosotros mismos.
Por asociacin de ideas muy plausible, Daisy dijo:
Tuvimos una escena horrorosa en casa de los Amberley. Le cont Hugo?
No. Pero no me sorprende. Gertrude, me imagino. Qu ocurri?
Mientras Daisy contaba la lamentable escena, empez a temblar sin poder
dominarse. Jacko se acerc y se sent en el brazo del silln que ocupaba la joven y
se puso a acariciarle el pelo sobre la sien con un movimiento rtmico que empez a
causarle efecto de hipntico. Un automvil que pas por la calle le son distante
como un recuerdo. La ventana se borrone ante sus ojos: se senta dbil,
convaleciente, confortada.
Probablemente le haga bien a la larga deca Jacko. Ese tipo de mujer
necesita tratamientos violentos. Pero el viejo Hugo no acostumbra andar con
revlver, verdad? Estaba cargado?
No lo creo. En realidad no lo s contest Daisy, a ambas preguntas. Pero yo
estaba aterrada. La cara de Hugo me dio un miedo terrible. Temo lo que pueda
hacer si...
se es un precio que es menester pagar...
Quiero decir que puede matar a alguien. Parece perder todo dominio de s.
Oh, vamos, vamos, muchacha. No puedo creerlo. De todos modos, Hugo es as.
Hay que aceptarlo. No es posible elegir de una persona solamente lo que a uno le
gusta y decir que sa es la persona que uno ama. Aunque casi todos lo hacen. Debe
usted aceptarlo para bien y para mal.
Oh, s, s! Pero deseara...
Deseara poder cambiarlo?
No; comprenderlo. Sus estados de nimo.
Pero seguramente Hugo no es tan difcil de comprender como todo eso. Es el
tipo clavado de manaco depresivo, y...
Ah! exclam la muchacha, no es..., quiere decir usted que..., bueno, que
no est bien de la cabeza?
De ninguna manera. Un manaco depresivo es simplemente una persona que
oscila entre dos estados de nimo extremos: alborozo y apata. La mayora de
nosotros es as, hasta cierto punto. No tiene nada de malo, siempre que no se oscile
demasiado hacia uno u otro lado.
Comprendo.
Daisy se sinti tranquilizada, en cierto modo, y apret la mano de Jacko con
agradecimiento. l le palme el hombro, y un recuerdo olvidado volvi a la memoria
de Daisy: su padre, ese hombre hosco y silencioso, cuando la consolaba por algn
contratiempo infantil.
No ha ocurrido ningn incidente enojoso entre los dos? inquiri Jacko un poco
despus; su voz en la penumbra son extraamente en los odos de la joven; si
hubiera sido cualquier otro (y no Jacko, cuya simpata hacia ella haba llegado a
considerar como cosa natural) Daisy hubiera podido creer que haba en su tono algo
ms que su habitual atento inters: una especie de vehemencia.
No, nada, absolutamente exclam. Pero es muy difcil. Vivimos de un modo
tan extrao. La inseguridad...
Hasta con Jacko, decir ms hubiera sido, senta ella, una deslealtad hacia Hugo.
Sin embargo l respondi apresuradamente.
Se preocupa usted por las tendencias antisociales de Hugo?
Sin pronunciar palabra, mirndose fijamente las manos, Daisy asinti con la
cabeza.
Pues bien: tiene que aceptarlas o separarse prosigui Jacko. A no ser que
piense regenerarlo.
Slo deseo hacer lo que mejor le conviene replic Daisy, a la defensiva por
esas ltimas palabras.
No me interprete mal. No quiero censurar ni ser desagradable. Si alguien puede
regenerarlo, es usted. Pero debe comprender contra qu tendr que luchar. Hugo
odiaba a su padre (eso lo sabe usted) cuando era nio. Ahora ese odio est
profundamente arraigado en su carcter. Lo ha trasferido, sencillamente, a su radio
ms amplio: autoridad, respetabilidad, sociedad..., todo lo que represente la imagen
de su padre contra la cual reacciona violentamente. La culpa no es suya. No puede
evitar ser un rebelde, un fuera de la ley. Comprendo lo que quiero decir?
S; creo que s suspir Daisy. Considera usted que debo dejar las cosas
como estn?
Le parece un consejo muy inmoral? pregunt Jacko, con su modo amistoso y
sonriente.
No s.
Digmoslo de otra manera... Desea realmente que Hugo sea distinto, aun
suponiendo que pudiera llegar a cambiar?
Daisy inclin la cabeza, sintindose sbitamente aturdida y desdichada. Haban
avanzado tanto en la confidencia, y, sin embargo, la palabra "criminal" no haba
sido pronunciada ni una vez. La vaga luz subacutica del cuarto, los dedos de Jacko
que ahora le acariciaban suavemente el brazo parecan haberla rodeado de un
hechizo. Bajo un impulso casi desesperado por quebrarlo y liberarse dijo:
Nunca lo preocupa a usted vivir como vive?
Se dio cuenta en seguida de que la pregunta lo haba tomado completamente por
sorpresa. Le ech una mirada y vio su rostro encima del de ella, como de piedra,
como una grgola. Haba apartado los dedos de su brazo.
Ni en lo mnimo dijo despus de una pausa. Y como cree usted que vivo?
Ponindose bruscamente de pie encendi la luz como para iluminar el respetable
ambiente victoriano del cuarto.
Bueno, Hugo me dijo...
Qu?
Daisy tom coraje:
Me dijo que realiza usted operaciones ilcitas.
Como muchos otros mdicos. Le choca tanto?
Detrs del tono cantante habitual haba en su voz algo de burln. Los planos de su
rostro lleno de protuberancias parecan haber alterado la relacin entre s de modo
que, por un momento, bajo la luz deslumbrante, ese rostro se asemej a un paisaje
lunar.
Ya nada me choca dijo la muchacha, con tristeza. Necesito, simplemente,
que me ayude.
Ah, comprendo! Est embarazada, es eso? Daisy, desconcertada, se sonroj.
No, John, por supuesto que no. Es nuestra forma de vivir..., la de Hugo y la ma
buscaba torpemente en su cerebro sin poder hallar las palabras con que expresar la
sensacin de aislamiento e irrealidad que la oprima. Tena conciencia de la
curiosidad con que Jacko la observaba, y algo de pervertido, de desapasionado y,
sin embargo, expectante en su mirada, la hizo una vez ms contestar con desusada
agresividad: No siente usted responsabilidad alguna por Hugo?
Responsabilidad? la voz del hombre tena una inflexin ms aguda, de
complacencia.
Bueno, entonces de culpabilidad replic la muchacha, francamente.
Jacko encendi un cigarrillo, el primero de la tarde; luego, disculpndose, ofreci
uno a Daisy.
No la comprendo. Quiere decir que debera sentirme culpable porque Hugo es
mi amigo, y la forma de vivir de Hugo es..., ejem..., bastante poco convencional?
Oh, dejmonos de simulaciones! exclam Daisy. Sabe usted perfectamente
bien que Hugo es un ladrn.
Las .narices de Jacko se abrieron, y la boca se le contrajo en un rictus.
Muy bien, entonces. Es un ladrn. Debera sentirme culpable por eso?
Por ayudarlo..., cmo dicen ustedes?..., por darle el dato.
Darle el dato? la voz del hombre adquiri un tono casi de falsete. Mi querida
amiga, qu se imagina usted?
Daisy haba dicho demasiado para echarse atrs. Le explic lo que Hugo le haba
contado: en qu forma Jacko dejaba escapar pequeos informes tiles. Mientras
hablaba, Jacko la miraba primero con asombro, luego con expresin divertida.
Vamos! Esto s que es bueno dijo con una risa ahogada. El viejo
sinvergenza estaba tomndole el pelo. Es un novelista redomado, sabe usted.
A m no me miente, cramelo.
Daisy se senta herida, y la voz de Jacko inmediatamente se torn de nuevo
solicita.
Ya s que no. No en las cosas importantes. Pero por broma; por inventar algo
altisonante..., no comprende? No debe tomar demasiado en serio todo lo que l le
diga. Es una especie de juego para l inventar fantasas ignominiosas sobre sus
amigos, no lo ha advertido? Aunque debo confesarle que sta es una novedad para
m. Puede usted comprender, mi querida amiga, que un mdico en mi situacin
debe cuidar mucho su conducta. Sera una locura andar hablando de mis pacientes
con alguien.
No es peligroso para usted tener..., bueno, tener relacin con Hugo?
El rostro de Jacko expres su turbacin.
Uno no abandona a sus amigos por cuidar su reputacin.
Siento haber... Daisy le apret la mano. Es usted un hombre bueno.
Y usted es una muchacha muy buena. Y muy hermosa dijo Jacko, sonrindole
. Y ahora, qu le parece comer algo? No espera a Hugo hasta muy tarde,
verdad? Le dar nimo Jacko volvi a rer entre dientes. Presumo que est de
nuevo sobre las tejas esta noche, para decirlo as?
Agobiada, Daisy empez a llorar desamparadamente. Jacko la mir un rato en
silencio, luego dijo:
Tiene que tratar de no preocuparse. Si l pensara que se aflige usted, perdera
su valor.
Daisy asinti con la cabeza, lastimeramente. Pero no era la idea del peligro que
corra Hugo lo que la haba hecho llorar: era no saber qu creer. Rubiera podido
jurar que Hugo hablaba en serio cuando su confidencia sobre Jacko. Pero ste
acababa de convencerla, o casi, de que la idea era fantstica, imposible. Entonces
Hugo debi de mentirle, descaradamente. Y Daisy no podra hablarle jams de eso:
se enfurecera si le dijese que haba discutido la cosa con Jacko; su ira sera la
misma aunque fuese una broma o la verdad. Esto pesara sobre su mente, sin
solucin, como una protuberancia maligna.
Un poco ms tarde Jacko llam a su ama de llaves para que llevara a Daisy arriba.
Era una mujer madura con una expresin impenetrable, natural o estudiada, pero
que, sin embargo, result inesperadamente conversadora: qu suerte para el doctor
tener visitas no ocurra con mucha frecuencia, salvo naturalmente la clientela,
esperaba que a Miss Bland le agradara una tortilla de pollo y alguna casita ms...,
cuidado con el escaln del dormitorio, poda ser peligroso. Daisy rio tard en
comprender que la mujer estaba tanteando para saber si ella era una futura cliente
del doctor; y la joven, que haba echado una tmida mirada en torno en el hall de
abajo, preguntndose cul de esas puertas conduca a la sala de operaciones, sinti
aguda vergenza, aprensin, casi como si el lugar estuviera frecuentado por las
sombras furtivas y desesperadas de las mujeres que haban ido all para hacer
destruir la vida que llevaban en las entraas. Mientras el ama de llaves daba
vueltas alrededor de ella, curioseando, pens, con toda la fuerza de un gran
descubrimiento o de una gran decisin, que si alguna vez; quedaba embarazada,
por ms difcil que las cosas se tornaran entre los dos, tendra el hijo de Hugo.
Vamos, as est mejor exclam Jacko cuando Daisy volvi abajo. Parece que
alguien le hubiera regalado un milln.
De tiempo en tiempo adverta la mirada de l, que la observaba con una expresin
de intriga que nunca le haba visto. Estaba acostumbrada a que leyera en ella como
en un libro: no poda imaginar que esta nueva pgina pudiese estar escrita en un
idioma que l no comprendiera. Su corazn estaba tan aliviado por el sencillo
descubrimiento que acababa de hacer, que deseaba guardarlo para ella sola
durante un tiempo y no compartirlo... ni siquiera con Jacko. Desde un espejo
redondo colgado sobre el aparador su rostro la miraba como en un sueo,
complacientemente, con una expresin que era casi idntica a la de la Madona de
Piero della Francesca reproducida en la pared, a su derecha.
No se me ponga cavilosa dijo Jacko.
Perdneme. Estaba pensando.
Le pago un penique por esos pensamientos los ojos del hombre seguan todos
los movimientos de los de ella, como los de un perro que espera un bocadito de la
mesa. Le daba lstima defraudarlo, pero no poda decrselo a boca de jarro; en lugar
de eso, murmur:
No entiendo a las mujeres que desean verse libre de sus hijos.
Jacko se limpi la boca con la servilleta con unos toquecitos afectados.
Es necesidad, no deseo, la mayora de las veces. y adems, el instinto maternal
de algunas mujeres est completamente adormecido hasta despus de nacer el
hijo.
Debe de ser horrible para usted coment Daisy.
Quiere decir: yo la horrorizo a usted?
Oh, no, no! exclam Daisy, afligida. Estoy segura de que no le gusta hacer...
Al fin y al cabo, es suprimir una vida verdad?
Una expresin extraa, que ella recordara en otra oportunidad, pas sobre el
rostro del hombre y desapareci. Le haca acordar a la mirada maliciosa de desafo
que a veces le diriga Hugo; sin embargo, era distinta, ms secreta.
sa es slo una parte de mi profesin, sabe usted contest Jacko, suavemente.
Es usted simptico. Nunca me dice lo joven e inexperta que soy.
Por qu se lo habra de decir? Me parece muy sabia para su edad. Como toda
hija de la naturaleza. Espero que Hugo se d cuenta los ojos de Jacko volvieron a
fijarse en ella, como dedos que tomaran un pulso. Nunca lo perdonara si la hace
sufrir.
Oh, no se puede estar enamorado sin sufrir" exclam Daisy alegremente.
Slo as se sabe cundo un amor es verdadero.
Aj! Mi pequea masoquista! Me va a decir a rengln seguido que deseara que
Hugo le pegase. O a lo mejor lo hace Jacko se inclin hacia adelante con los ojos
brillantes de interrogacin.
Estoy siempre llena de moretones. Tonto! Por supuesto que no Daisy se
sonroj, pensando en los moretones del amor, y prosigui apresuradamente, al
azar, para ocultar el pensamiento: Me pregunto si Hugo sera un buen padre.
Jacko se reclin de nuevo hacia atrs, pelando hbilmente una naranja con su
cuchillo de postre; no contest en seguida.
Querida amiga dijo por fin, si piensa en eso debo advertirle a usted: Hugo
viaja liviano. Nunca permitira que lo atara una familia.
Pero...
Recuerde; yo lo conozco desde hace algn tiempo. Es un excelente muchacho,
pero no est hecho para tener responsabilidad. Lo imagina como un hombre de
hogar: paales, horas fijas, seguros de vida? Que Dios la bendiga, pero l preferira
estar preso...
Las palabras de Jacko seguan golpendole el cerebro cuando Daisy volvi a su
casa. El departamento de Maida Vale pareca pobre despus de la casita de soltero
pulida, acicalada, de Albert Grave. Daisy se dedic a arreglar la salita con una
pesada depresin como plomo en su mente. Si solamente Hugo regresara pronto!
La rodeaba un silencio sobrecogedor, desolado.
Entr en el dormitorio, encendi la luz y lanz un gritito, Hugo estaba all acostado
cuan largo era sobre la cama; tena la ropa puesta y los ojos fijos en ella, pero la
mirada era lejana y la expresin sombra.
Hugo! Qu pasa, querido? No me oste entrar?
Fue un fracaso dijo con voz apagada, amarga. Un rotundo, maldito fracaso.
Todo lo que saqu fue un tobillo retorcido. Consegu un auto y me salv del
naufragio. Por amor de Dios, querida, no me mires como si te hubiera violado o
algo!
9. Viaje Por El Hampa
EL TOBILLO lastimado de Hugo lo mantuvo inactivo durante varios das. Al
principio se mostr dcil, sometindose a las compresas fras de Daisy y a sus
mimos y siguindola con los ojos como un nio herido que no est seguro todava si
lo van a culpar por el accidente que le ha causado las lesiones. Hugo estaba
evidentemente mortificado por su fracaso, y el instinto de Daisy le deca que en
esos momentos necesitaba tratarlo con sumo cuidado. No quera contarle ms que
el episodio de la cada, desde cuatro metros y medio de altura, del antepecho de
una ventana: esa distancia no era nada para l, pero haba tropezado con un pie en
un tarro de pintura y esto le haba torcido el tobillo.
Daisy no poda dejar de recordar las palabras de Jacko de la noche anterior: "Si l
pensara que usted se aflige, perdera su valor." Jams se haba cado, le dijo Hugo,
casi disculpndose; deba de faltarle prctica o algo. Y la muchacha evitaba sus
ojos, sintindose culpable.
Por lo menos no se haba dado ninguna alarma. Los ocupantes de la casa estaban
de vacaciones, y los vecinos ms cercanos presumiblemente dorman, de modo que
Hugo no tena temor de que se hicieran averiguaciones a los choferes de
taxmetros; despus de permanecer inmvil durante cinco minutos haba
conseguido avanzar cojeando unos cien metros y atrapar un taxi en la calle
principal, simulando que estaba ebrio y explicndole al conductor, confusamente,
que se haba cado unos escalones al salir de una fiesta.
El estado de nimo sumiso del primer da hizo que la sorpresa fuera an mayor
para Daisy cuando, mientras ella coma sobre una bandeja junto a la cama, Hugo
pregunt, repentinamente:
Qu ocurre, vieja querida?
Nada replic, consciente de su mirada, esa mirada que poda ser tan evasiva y
algunas veces, como en ese momento, tan desconcertantemente penetrante.
Ests ocultndome algo que te aflige. Te conozco dijo Hugo, amablemente
mofn, pero al mismo tiempo inquisidor.
Daisy movi negativamente la cabeza.
El que se gana el pan no consigui traer el tocino?
Oh, no es eso! exclam la muchacha con nfasis comprometedor. Sabes
que no te culpo por...
Entonces de qu me culpas? Estas ocultndome algo. Te mantienes distante.
Daisy no se haba dado cuenta de esto; pero comprendi que era verdad. No poda
disimular nada a Hugo.
Por qu me dijiste que Jacko era una especie de cmplice..., quiero decir, que te
daba datos...?
Y es verdad. A su manera encubierta.
Cierta cautela en la voz de Hugo la hizo sentirse un poco con nuseas.
Pero l lo niega en absoluto. Se mostr estupefacto cuando yo...
Sacaste eso a luz con l anoche? el tono de Hugo era ya casi hostil, pero
Daisy tuvo que seguir.
Y bueno, es amigo nuestro, verdad? No se enoj. Dijo sencillamente que me
estabas tomando el pelo, novelando.
No crees realmente que te lo confesara, no es as? Mi pobre cndida..., vamos,
cuando casi no se lo confiesa ni a s mismo.
Pero no comprendo...
Trata entonces de no meterte en lo que no te incumbe espet Hugo, iracundo.
No pienso! Por qu se me ha de tener a oscuras siempre? No comprendes que
quiero compartir tu vida..., toda entera, no slo los trocitos seleccionados que
decides servirme?
Lo siento, amor tom la mano de Daisy, mirndola pensativamente en los ojos
. No debera haberte contado eso sobre Jacko.
Es cierto? pregunt ella.
S. Perfectamente cierto. Pero, para qu?
Daisy suspir. No podra hacer comprender nunca a Hugo que si no se decan la
verdad uno al otro su vida en compaa no tena sentido?
Jacko es un tipo raro deca Hugo. No deja que su mano derecha sepa lo que
hace la izquierda. Pero puede uno confiar en l por completo; lo he probado sin
lugar a dudas.
Por cierto que es as observ Daisy, con un impulso de perversidad.
Qu quieres decir?
No parece preocuparte que yo vaya all sola por la noche.
Hugo se ech a rer.
Cielos! Ests enojada porque no tengo celos?
Sinceramente, creo que lo ests. Pobre Daisy, no fue violada por el amigo
malvado de su amante?
La joven, enfurecida retir la mano.
Te odio cuando hablas as!
Mi Dios!, estamos muy susceptibles hoy. Escucha, querida. Tengo, normalmente,
unos celos del demonio. Pero no de Jacko. Es mi amigo, y de todos modos sospecho
que el pobre viejo es poco menos que impotente.
Como siempre que Hugo hablaba de Jacko, Daisy se sinti excluida: un puntito que
bailaba frenticamente alrededor de un crculo cerrado. Trat de explicar esto a
Hugo y a poco se hall confindole lo irreal y aislada que le pareca a veces su vida.
l la escuch con bastante paciencia; no le dijo, como la muchacha haba temido,
que esa vida de zozobra poda tomarla o dejarla; ni se solaz en una auto piedad
de la clase siempretedijequenoerasuficientementebuenoparati. En
lugar de esto apareci en sus ojos un fulgor amortiguado, y con esa audacia de
muchacho, esa complicidad que siempre la embelesaba, le propuso:
Bueno, mi amor, si aceptas el viaje, cambiamos nuestra manera de vivir?
Cambiar nuestra...?
Ir a vivir adonde pertenezco. Entre los publicanos y los pecadores. De todos
modos, no tengo casi un cobre. Puedo subalquilar estos cuartos amueblados hasta
fin de ao.
Hugo hablaba con el mismo entusiasmo que cuando sugera mudarse al Ritz, y
Daisy, como siempre, se senta contagiada por l. Vendera los vestidos que le haba
comprado, buscara trabajo, lo...
Oh, no, tesoro, no trabajamos en los crculos donde te voy a presentar el rostro
de Hugo tena una expresin de estar chocado. "Trabajo" es una palabra que
nunca debes usar all. Una mala palabra,
Cul fue el motivo que indujo a Hugo a trasplantarla al hampa, Daisy nunca lo
supo ni, por cierto, se preocup mucho de pensar en ella. Alguna inhibicin que le
impeda hacerlo, algn caballeresco deseo de proteger su inocencia debi
desvanecerse dentro de l. O quizs el elemento de auto destruccin que formaba
parte de su naturaleza lo haba impulsado a mostrarse a los ojos de ella contra su
teln de fondo natural. De cualquier modo, en cuanto pudo moverse de nuevo, sali
a establecer contacto con un hombre que haba conocido cuando ambos
desarrollaban sus actividades en la ciudad de los Midlands. Este hombre, "Tacker"
Fenton, le haba recomendado una casa de pensin adyacente al Whitechapel Road
donde podan encontrar segn le cont Hugo a Daisy al regresar un cuarto
barato sin que les hicieran ninguna pregunta. Hugo ya haba reservado la habitacin
y en el mismo envin de energa vendi gran parte de los vestidos de Daisy en un
precio que la dej atnita, y hall inquilino para el departamento.
Vas a pertenecer a una banda? pregunt la muchacha, vacilante. Cre que
siempre trabajabas solo.
Veremos. Quiz tenga que asociarme con alguien. Las calaveradas solitarias no
me han llevado muy lejos ltimamente.
Un colegial que vuelve a casa para las vacaciones no hubiera podido estar ms
contento que Hugo cuando, a la maana siguiente, carg con las maletas y condujo
apresuradamente a Daisy, en el temprano aire otoal, camino del hampa donde
iban a vivir desde ese momento, con intermitencias, durante doce meses.
*
La primera impresin de Daisy cuando se hubo aclimatado al cuarto de la casa de
pensin, a los mugrientos cafs y las calles repletas y bulliciosas, fue que la vida all
se asemejaba en forma curiosa a la de sus das de alto vuelo en el Ritz. All haba la
misma sociedad a la deriva, aparentemente desarraigada, despreocupada de todo,
cuyos miembros como las relaciones elegantes de Hugo en el gran mundo
hablaban un idioma propio, alusivo y lleno de vulgarismos Y vivan de su viveza o de
su poder parasitario; eran ostentosamente generosos cuando estaban en la buena y
desvergonzadamente aprovechadores cuando se disminuan los fondos. La
introduccin de Daisy entre estas gentes que vivan, todas ellas, por el crimen o en
sus mrgenes sombras, fue facilitada por Tacker Fenton. ste, personaje rechoncho,
abierto, alegre, le tom simpata desde el primer momento, la apod la "Reina" Y le
sirvi de gua y acompaante. De Tacker aprendi las graduaciones y los
esnobismos del mundo criminal, cuya aristocracia est constituida por los
estafadores y los ladrones, y donde los carteristas son gentecilla. Tacker formaba
parte de la aristocracia y deploraba las tendencias de posguerra: crmenes de
violencia, matones y la multitud de rezagantes de las pandillas que haban florecido
con el racionamiento y la escasez. Se deduca de sus palabras que la profesin
estaba atiborrada y la mitad de los que la practicaban eran aficionados a quienes
debera condenarse, por incompetentes, a desempear un trabajo honesto.
Hugo, que haba estado fuera de contacto con la fraternidad durante algn tiempo,
al principio ocup un puesto en la retaguardia. Pero se lo consideraba con respeto
como a un "socialista" cuya reputacin es segura, y Daisy pronto advirti con qu
rapidez se aclimataba all, como un campesino que vuelve a su vieja aldea despus
de muchos aos. Hasta pareci adquirir el aspecto pintoresco del ambiente; su
apariencia se tornaba garbosa y astuta, sus ademanes se adaptaban al nervioso,
resbaladizo prototipo de la cofrada criminal. Era en parte un juego para l, pensaba
Daisy; pero tena un orgullo juvenil en jugarlo de acuerdo con sus reglas y
convenciones. Aqu su porte garboso y su buen humor parecan proclamarlo aunque
un poco desafiante mente, aqu es donde pertenezco; ya no necesito guardar las
apariencias.
Lo que Daisy haba conservado de conciencia o de ansias de vida respetable
pronto se disip, porque Hugo estaba contento por fin. Comprendi que l tambin
se haba sentido aislado, molesto a veces, en su existencia de Maida Vale. Ella sera
siempre feliz mientras l fuera feliz; y ya, imperceptiblemente y por graduales
etapas, Daisy estaba cediendo a los valores de este nuevo mundo, el mundo de
Hugo, donde el ciudadano honrado era honestamente considerado un cretino, la
respetabilidad una mancha, la ley una cosa que deba romperse, eludirse o sufrirse:
el adversario natural de uno.
Por su parte Hugo, cualquiera fuese la inquietud que hubiese sentido al principio
con respecto a Daisy, pronto se tranquiliz. Porque Daisy result un rotundo xito.
Su docilidad y su gusto por la vida la llevaron airosamente a travs de una
experiencia que hubiera degradado o quebrantado a cualquier otra clase de mujer.
Jvenes rufianes se jactaban con ella de sus mujeres, la consultaban sobre sus
vestimentas extravagantes; viejos rozagantes le contaban reminiscencias
sentimentales sobre las madres a quienes haban destrozado el corazn y le daban
datos para las carreras de perros; Daisy los escuchaba, ofrecindoles admiracin o
consejos sensatos, como una especie de Diosa Blanca en medio de una tribu
salvaje. Las mujeres se mostraron al comienzo ms desconfiadas; luego, al ver que
slo tena ojos para Hugo, ellas tambin la aceptaron. Nadie hubiera tratado de
conquistar a una muchacha respaldada por Hugo y Tacker; pero la cualidad de
inocencia que emanaba de su belleza se haca sentir positivamente, tanto que los
malhablados se contenan en su presencia y los cnicos se suavizaban
temporariamente.
Sobre todo les traa suerte. Para el criminal, supersticioso y de poca inteligencia
como generalmente es, la suerte parece una especie de gracia divina: admira al
que opera con suerte como el soldado admira al general que tiene xito. Pese a que
Hugo y Tacker no intentaron en ese momento ningn golpe grande, tenan xitos
parejos en cosas pequeas y esto se atribua a Daisy y le otorgaba una fama de
mascota. Se convirti en costumbre en efecto, entre los de la confraternidad que la
conocan, ir a buscarla, antes de jugar a las carreras o dar un golpe, para tocarle el
vestido como si tocaran madera. La extraa lealtad que inspiraba en esta forma lo
ms cercano al afecto y al desinters quizs que estas criaturas torcidas y egostas
sentiran jams trajo su propia recompensa: traidores como nios pequeos,
egostas como buscadores de oro, eran, sin embargo, protectores de Daisy; haber
dejado escapar una palabra que pudiera traerle a ella y Hugo dificultades hubiera
sido como traicionar al ttem de la tribu.
Era la de ellos una comunidad perpetuamente cambiante. Algunos miembros
desaparecan, escondidos o en la crcel; aparecan nuevas caras que eran recibidas
familiarmente o con reservas. Las asociaciones formadas con tanta rapidez
porque los criminales pueden reconocerse entre ellos como los compatriotas en un
pas extranjero se rompan con la misma velocidad: mantenerlas mucho tiempo
llamara la atencin de los delatores chismosos; o bien los socios en una empresa
haban peleado por disentir los mtodos o la distribucin del botn, o la sospecha de
que uno de los socios estaba deseando vender a los dems. Estos hombres
oscilaban frenticamente entre la devocin por el cmplice del momento y una
permanente y enconada desconfianza. Hasta la jerga criminal cambiaba
constantemente como los cdigos de tiempos de guerra.
Durante ese invierno, se mudaron ocho veces a nuevas viviendas: medida de
precaucin por parte de Hugo, La sociedad con Tacker fue deshecha, tambin por
seguridad, despus que la pareja hubo realizado un golpe que permiti a Hugo
llevar a Daisy al campo para Navidad. Luego, con el dinero casi terminado,
regresaron a la ronda de cuartos baratos, comidas de pescado frito, galeras de
juegos de azar, el deambular de da en da, los furtivo s encuentros en la cancin y
el saln de baile. Esta vida desordenada y sin objeto, variada tan slo por las horas
de tensin cuando Hugo sala a trabajar, no haban empezado todava a afligir a
Daisy. Adoraba las multitudes, la animacin del East End; Hugo era el compaero
perfecto, capaz de convertir una simple salida a vagar por la calle en un paseo; el
saber que estaba con l ya comprometida hasta la coronilla daba a Daisy un
profundo contento. Haban declarado la guerra a la sociedad, y los criminales, como
los soldados que luchan, viven en el momento presente.
Nadie puede saber cunto hubiera durado esto. Pero hacia fines de abril Daisy
supo que iba a tener un hijo. Durante varios das no se atrevi a decrselo a Hugo.
Luego, cierta noche que l le lea en voz alta costumbre que haban adquirido
recientemente, la ntima domesticidad del ambiente la alent a hablar La reaccin
de Hugo no fue, en absoluto, la que ella 'haba esperado. Su rostro se ilumin con la
noticia luego se ensombreci.
Oh Daisy! exclam por fin. Mi pobre Daisy. Qu te he hecho ahora?
Ests enojado la muchacha mostraba todava algunas timideces con l.
Tonta. Tenia que pasar, no te parece?
Sentndose en el borde del silln que Daisy ocupaba la bes suavemente. Su
rostro estaba entristecido por una pena que pareca remordimiento.
Todo ir bien, querida asegur, pero ms para s mismo que para su
compaera. No te preocupes. No te abandonar.
Yo no me preocupo.
Los ojos de Hugo lanzaron una mirada alrededor del cuarto srdido, desarreglado,
y en ellos se reflej una expresin de repudio.
No necesitas preocuparte. Jacko arreglar esto. Daisy no pudo evitar un
movimiento de rechazo y, endurecindose, se apart de l. Agach los hombros
como si esperara un puetazo:
Oh Hugo, no. No quiero... Deseo tener tu hijo.
Pronunci las palabras en voz ms alta y desafiante de lo que haba pensado.
Hubo un breve silencio. Daisy senta la mirada de su amante fija en su cabeza
desviada; intuy que estaba haciendo algn clculo mental. La voz de Hugo no
tena un tono muy veraz cuando, por fin, dijo:
Por supuesto, amor. Qu crees que quise decir? Por supuesto que lo tendremos.
Le explic que Jacko le hara el tratamiento prenatal y le conseguira alguna cama
en un hospital. Qu suerte que tenan un mdico a mano! Evitara todo el
desagrado de declarar en el Servicio Nacional de Salud su estado de soltera.
Era un desagrado al cual Hugo hubiera podido poner inmediato remedio mucho
ms simplemente. Pero la gratitud de Daisy era tan grande por el mero hecho de su
falta de oposicin al nacimiento del nio que, por el momento, la idea de la boda no
se le cruz por la cabeza. Enteramente confiada en su amor, acostumbrada a vivir
tanto tiempo con l como marido y mujer, no senta la necesidad de formalizar su
situacin con certificados legales: nunca podran significar ya ms que una
conveniencia prctica. Ni siquiera se pregunt por qu l no se lo haba propuesto,
y tuvo su recompensa cuando le oy decir:
Eres una maravilla, Daisy; cualquier otra mujer hubiera aprovechado para
apretarme las tuercas.
Pero si estamos casados, tesoro repuso ella con sencillez . Los casamientos
no se hacen en los registros civiles.
Si realmente lo deseas, yo lo hara dijo Hugo, bruscamente.
Oh, hay mucho tiempo por delante. Qu nos importa?
Al joven Thomas le importar.
Al joven... Quin?
Nuestro hijo, amor. Thomas BlandChesterman. Ojos azules y pelo de oro, igual
que su preciosa mam.
No; quiero que sea igualito a ti.
Por Dios, se es un deseo descabellado replic Hugo, con tono semiserio.
Dale al pobre infeliz una oportunidad.
Va a ser el vivo retrato tuyo. Eres mi ideal.
Ahora te pareces de nuevo a "ladi Hamilton orando".
Las palabras de Hugo eran ligeramente de mofa, pero su voz no era firme y de
pronto se arrodill y ocult el rostro en las faldas de su amada.
*
Dos das despus, luego de haber reservado hora, Daisy fue a ver a Jacko. Haban
mantenido la relacin con l durante los ltimos seis meses yendo a comer de
tiempo en tiempo a Albert Grove y pidindole a veces, cuando haban tocado fondo,
dinero prestado, que Daisy pagaba siempre escrupulosamente. Jacko en presencia
de ella por lo menos nunca mostr curiosidad por su nueva forma de vida.
"Siempre en el hampa?", preguntaba burlonamente y luego cambiaba de
conversacin.
Qu puedo hacer por usted, nia bonita? dijo cuando la hizo entrar en la
casita oscura, velada. Estuvo muy misteriosa por el telfono.
Deseo consultarlo profesionalmente.
Daisy haba pensado en esta frase durante todo el trayecto hasta all y la dijo con
un aire pomposo que lo hizo sonrer. Abri el consultorio, sin embargo, indicndole
una silla y se sent frente al escritorio, mirndola con seriedad; lo haca todo con
una especie de irnica exageracin, como si fuera un adulto que juega al mdicoy
alpaciente con una nia.
Voy... Creo que voy a tener un hijo explic.
Daisy, rpidamente, sin aliento. Hugo dijo que usted nos ayudara.
Durante breves instantes Jacko permaneci callado. Sus labios se movieron
dubitativamente como si estuviera probando algo, un nuevo sabor.
Bien, bien. Y quiere usted que yo...
Voy a tener el nio interrumpi ella, atajando lo que tema que iba a decir l.
Muy bien hecho replic el hombre, afablemente. El padre se reconcili con
la idea?
Oh, Hugo est encantado. Hemos decidido que sea varn; lo llamaremos
Thomas.
Daisy charlaba sin pausa, sin advertir un endurecimiento en la mirada especulativa
de los ojos castaos de perro sumiso. Hablaba sin parar para disimularle en realidad
y quiz para disimularse a s misma la sbita aversin que senta de ser
examinada por l; apartaba los ojos de las manos del hombre y su mente de lo que
esas manos haban hecho a otras mujeres. No obstante, se sinti desconcertada al
advertir, poco despus, lo correcto, distante, clnico de su actitud. Poda haber sido
un mdico desconocido y no el mejor amigo que tenan, este hombre que le
preguntaba detalles, delineaba planes para el tratamiento prenatal, realizaba el
examen fsico y los tests.
Le har saber el resultado en un par de das le inform mientras ella se vesta
detrs de un biombo. Sin duda obtendremos una reaccin positiva. Es una
muchacha fuerte, sana y no anticipo complicaciones. Quiero decir complicaciones
fsicas. Pero venga a verme de nuevo dentro de un mes.
Ir a costar mucho? pregunt Daisy, cuando se preparaba para despedirse.
Vamos, no empiece a preocuparse por eso. Djelo todo en manos del viejo Jacko.
De nuevo se haba vuelto humano: el hombre que ella conoca. Agradecida, se
inclin hacia l, ponindole la mejilla contra la suya. Los brazos de Jacko la
rodearon; luego su cuerpo se apret contra el de ella suavemente, extraamente,
como una planta trepadora o una telaraa, con una especie de frgil, dbil
tenacidad. Y despus de unos instantes la solt, dndole una mirada insondable y
una rpida palmada en el hombro. Daisy se alej de la casa, sintiendo una oscura
lstima por el hombre que quedaba all solitario, carente de amor.
10. Tragedia En Southbourne
Daisy, al regresar, le cont algo de esto a Hugo.
Pobrecito Jacko? No lo creas replic con el tono semiadmirativo,
semidesdeoso que tan a menudo empleaba cuando se refera a su amigo. Le
gusta vivir as. Adems, saca probablemente un placer en exterminar pequeos
embriones. En realidad es ms duro que una piedra.
Oh Hugo, pero puede ser tan comprensivo!
Emocin fingida, eso es lo que es. Sus clientes femeninas adoran eso. Oh, no lo
niego, hay que sacarle el sombrero por su habilidad.
Opino que eres completamente detestable con l.
De modo que t tambin te has dejado embaucar por sus modales de mdico
de cabecera? Ah, qu esperanzas no ha despertado en los corazones de las chicas!
Pero de ah no pasa jams...
No seas tan injusto, Hugo, No te reconozco. Y por qu sigues vindolo si tanto
lo desprecias?
No lo desprecio. Ms bien lo admiro. Es muy divertido y es til. No es capaz de
traicionarte una vez que es tu amigo. Por qu envidiarle sus placeres substitutivos?
La conversacin se convirti en trifulca. Daisy haba considerado a menudo la
amistad entre los dos hombres como un crculo cerrado del cual quedaba excluida,
una hermandad dentro de la cual Hugo escapaba de ella, y esto la haca agresiva.
Pero era la ltima discusin que tendran. Mientras esa primavera destemplada se
converta en un verano hmedo y melanclico, la gravidez de Daisy avanzaba,
tornndola cada da ms complaciente y duea de s misma. Durante ese perodo
Hugo la asombraba continuamente por su ternura, su solicitud. Insisti en mudarse
del East End y alejarse del crculo de malhechores en el cual se haba sentido tan en
su elemento. Encontr cuartos amueblados en una calle relativamente respetable,
cerca de Russel Square, y all casi nunca mostr su antiguo desasosiego; pareca
muy contento de quedarse en casa con Daisy o de salir con ella a andar por los
parques cuando alguno de los raros das de sol los alentaba a hacerlo. Hablaban
interminablemente del nio por nacer, urdiendo planes para l como si fuera a
tener todo el mundo a sus pies. "Qu extrao", pensaba Daisy, "era lo que Jacko
haba dicho sobre la absoluta irresponsabilidad de Hugo como padre"; y el error de
juicio de Jacko la haca sentirse indulgente con l, tanto como se senta enternecida
por este nuevo Hugo, de modo que cuando los tres se reunan Daisy estaba
completamente dichosa.
Ignoraba de dnde provena el dinero que costeaba su vida presente, si era
prestado o robado, porque parte de la solicitud de Hugo consista en no preocuparla
con sus asuntos y si andaba metido en cosas turbias no le hablaba de ellas. De
cuando en cuando, sala solo, dicindole que iba en busca de alojamiento o de un
departamento donde el propietario no hiciera cuestin por los nios. Despus de
terminado el contrato de sus habitaciones de Maida Vale, Hugo le haba dado 50
libras, producto de la venta de sus muebles all, y este dinero lo guardaba para
comprar lo necesario para el hijo. Fatalista como lo era, su estado haca que Daisy
tuviese an menos ansiedad por el maana. Su vida se hallaba concentrada en la
vida dentro de sus entraas, de modo que todo lo dems, excepto Hugo, pareca
remoto, irreal, sin apremio, un sueo que no exiga nada de ella: pero esta irrealidad
era diferente de la opresin que haba experimentado en los primeros meses de su
vida con Hugo; sta era reconfortante y la envolva como un capullo.
As trascurrieron las semanas. En los primeros das de setiembre Londres volvi a
respirar despus de un agosto sofocante y encapotado. Los asters, como molinetes
de nio, giraban sus rayos de colores en los jardines, y las nubes, como si algn
embotellamiento de trnsito celestial se hubiese quebrado al fin, rodaban
alegremente cruzando el espacio. En uno de estos das despejados, alrededor de
mediados del mes, Hugo regres muy excitado al cuarto donde Daisy teja.
Nos vamos de vacaciones, amor. Una segunda luna de miel. Qu te parece?
Maravilloso! Pero no podemos costernosla, verdad?
Hugo extrajo un rollo de billetes del bolsillo del pantaln y lo desparram sobre la
cabeza de Daisy.
Dnae bajo una lluvia de oro! De dnde crees que salieron?
La joven movi la cabeza, riendo con l.
Del viejo Jacko dijo Hugo.
Oh querido, crees que debemos pedirle dinero?
No es un prstamo. Es un regalo. O mejor dicho...
Hugo le dirigi una de esas miradas alegres, sagaces, que nunca dejaban de
encantarla:
... o mejor dicho es dinero de conciencia.
No entiendo.
Pues bien, agrrate fuerte y te lo dir todo.
Hugo se sent en el piso y apoy la cabeza en las rodillas de Daisy.
Tengo aspecto distinto? inquiri mirndola.
Tu aspecto es de estar muy satisfecho contigo mismo.
El testigo debe atenerse a contestar la pregunta. S o no?
No.
Mil demonios! Te sugiero que tengo el aspecto de un hombre regenerado.
Querido, qu es todoesto?
Mi pobre preciosa gallinita clueca con sesos de piojo. Te lo estoy diciendo. Debes
de haber notado mis ocasionales ausencias de nuestra residencia en los ltimos
tiempos. Aunque sea curioso, no andaba yo en mis habituales correras ilcitas.
Estaba buscando un empleo.
Un empleo? Daisy respir con incredulidad.
Si. Un humilde puesto en el gran ejrcito de los cretinos.
Hugo! Pero por qu?
No ests contenta?
S..., s, por supuesto. Pero...
Toda esa clase de cosas... hizo un amplio ademn como para incluir en la
barriada todas las cantinas, los malhechores, las galeras de diversin, la
cambiante, inspida, intil vida que haban vivido en el East End: bueno, me
gustaba, lo confieso. Y t fuiste un ngel conmigo. Pero no basta eso para el joven
Thomas.
Daisy se ech a llorar.
Los efectos de la paternidad son extraordinarios prosigui Hugo. Una especie
de retroceso a mis orgenes 'prstinos, blancos como el lirio. Nunca cre que tendra
una recada como sta. De todos modos, el otro da consegu poner el dedo en un
empleo: venta de espacios para avisos. Casi lo obtuve por la sola fuerza de mi
enrgica y simptica personalidad. Desgraciadamente, los tontos salieron de su
encantamiento justo a tiempo para pedirme recomendaciones. Y ah es donde entra
Jacko.
Jacko? Daisy haba olvidado por completo cmo se haba iniciado esta
conversacin.
S, distrada. Necesitaba dos recomendaciones. El comandante de mi compaa
me dio una muy calurosa, aos ha, por supuesto. De modo que siendo Jacko la
nica persona respetable y bien vinculada que conozco lo suficiente como para
pedrsela, me dirig a l. Pero el viejo degenerado no quiso saber nada.
Oh querido! No me digas que pudo ser tan vil?
Pudo y lo fue. Se comprende su punto de vista, naturalmente. Tiene que tener
un cuidado de todos los diablos para preservar la fachada; si se supiera que haba
dado referencias a un tipo que estuvo a la sombra no le hara ningn bien. En
realidad, se senta bastante avergonzado de negarse a hacerlo. De ah estos billetes
Hugo empez a recoger el dinero del suelo. Y de ah nuestras vacaciones.
Adnde iremos?
Pero no deberas intentar otra vez algo para obtener ese puesto, querido?
Jacko dijo que estabas flacucha (aunque debo confesar que me pareces
esplndida a m) y que deberas tomar aire de mar. Y por otra parte este asunto del
puesto necesita ms organizacin de lo que yo pensaba.
Hugo explic lo difcil que era para un hombre con antecedentes carcelarios
conseguir un trabajo honrado; casi tan difcil como entrar en un pas extranjero sin
pasaporte. Exista una sociedad para ayudar a los ex presidiarios, pero no haba
recurrido a ella y era un poco tarde para hacerla ya. Cualquier empleador le
preguntara qu haca antes, y casi todos exigiran pruebas de ello.
No se puede llegar a ninguna parte hoy en da sin coima observ asqueado;
esto en su caso significaba referencias falsificadas y alguien que respondiera por
ellas si algn empleador decida confirmarlas. Todo el asunto era un lo.
Si algo malo haba en que Hugo estableciera un plan de falsas apariencias con el
objeto de regenerarse, la cndida muchacha no lo advirti. Por el momento sus
sentimientos eran confusos: indignacin contra un mundo que haca tan difcil la
reforma de un hombre, gratitud a Hugo por querer hacerla para bien de su hijo y
cierto desconcierto ante la idea de ser arrancada de raz de una forma de vida que
haba llegado a aceptar. Su vieja fantasa de ver a Hugo como honesto sostn de la
casa, ahora que la consideraba realizable, pareca menos halagea. Era un
muchacho voltil: si llegara a conseguirlo, su instinto se lo adverta, no se cansara
rpidamente de un trabajo, montono, respetable?, no descargara su
resentimiento sobre ella y el hijo como si lo hubieran apresado en una situacin
intolerable?
Tales dudas, sin embargo, no preocuparon a Daisy por mucho tiempo. Su voluntad
siempre se haba conformado a la de l y en su condicin actual era an ms
condescendiente. Como el agua, ella reflejaba sus estados de nimo, alegres,
sombros, efervescentes o sbitamente congelados. En ese preciso momento era
todo luz y movimiento; y si bien es cierto que haba algo de afiebrado en la alegra
de Hugo, ella muchas veces haba sentido eso para intranquilizarse ahora. Mientras
viajaban a Brighton, acurrucados uno junto al otro en un rincn del vagn, Daisy
supo que era la mujer de ms suerte del mundo.
Pasaron varios das en Brighton y luego se cambiaron a Southbourne. Fue idea de
Daisy ir all: recordaba vvida mente una tarjeta postal que su ta le haba enviado
desde ese paraje haca muchos aos. Era la primera semana de octubre y hallaron
alojamiento sin dificultad. Como en reparacin por el lbrego verano, el sol brillaba
a diario todo el da. En un trance de felicidad tranquila Daisy se sentaba con Hugo
en la explanada, mirando la inmensa media luna de la baha, las arenas doradas, el
largo muelle que se proyectaba hacia el horizonte. Imaginaba a su hijo jugando
entre esos nios, en esa playa, algn da; volveran all de nuevo, volveran todos
los aos cuando Hugo tuviera sus vacaciones. El reloj de la Municipalidad con sus
pausadas campanadas les marcaba el tras curso de las horas tranquilas; una
frescura de otoo y del mar se mezclaba con el olor a asfalto emanado el calor del
sol. Estaba a tantos mundos de distancia de la mugre grasienta de esas apartadas
calles de Londres que Daisy senta como si se hubiera deslizado de un sueo dentro
de otro.
Algunas tardes iban hasta el puerto cuyo canal angosto entraba profundamente en
el pueblo y pasaba debajo de dos puentes para luego ensancharse en un lago.
Cascos aherrumbrados se recostaban tumbados en el barro; haba yates y barcos
de vapor puestos a un lado para el invierno, y el lago mismo estaba salpicado de
embarcaciones pequeas que tironeaban de sus amarras. Las callejuelas que salan
del puerto ofrecan muchas cantinas confortables frecuentadas por estibadores,
tripulaciones de barcos salvavidas, hombres con licencia que pertenecan al
personal del puerto naval situado en el extremo ms apartado de la punta, y
marineros de los barcos del Canal.
Es romntico suspir Daisy, apoyada en el brazo de Hugo mientras observaban
las luces del vapor nocturno que se alejaba hacia la desembocadura del puerto.
Me gustara que Thomas fuera marino.
Y si es mujer? dijo Hugo, en broma. No me agradara tener una camarera en
la familia.
Bueno, podra ser una camarera de avin. Volar por todo el mundo. Debe de ser
un puesto maravilloso.
Por qu no casarla con un millonario? Entonces podra tener su propio avin.
Tonto! Si se casara con un hombre igual a ti..., es todo lo que pido.
Entraron en una de las cantinas cerca del desembarcadero, y Hugo orden ginebra
para los dos. El bar estaba dividido en compartimientos por medio de asientos con
altos respaldos, como en los restaurantes antiguos. La madera y los bronces
brillaban como los de las pinazas de la marina. El bar estaba bastante repleto, pero
los clientes, en su mayora, eran los habituales que jugaban al domin y hablaban
tranquila e intermitentemente, de modo que Daisy pudo or una conversacin que
se desarrollaba detrs del asiento donde ella y Hugo se haban instalado.
No me hables de la Princesa. Quieres saber mi opinin? Te la dar, entonces. Es
una espa.
Si ella es espa t eres Marilyn Monroe.
Para qu ha venido a quedarse entonces en un agujero de mala muerte como
Southbourne? Si es de buena fe, por qu anda rondando por las cantinas de este
lado del pueblo?
Pues bien: dnoslo t.
Se los estoy diciendo. Porque est cerca del puerto naval, comprenden?, y los
muchachos de la marina hablan cuando vienen a estas cantinas. Lleg de Rumania,
no es as?, y Rumania es roja, no es verdad? Lo que pasa contigo, marinero, es
que no reconoceras la hoz y el martillo ni aun cuando el viejito Malenkov entrara y
te los colocara debajo de las narices.
Espera un minuto. Oye. Los espas no andan llamando la atencin. No quieren
que nadie los note. Ahora bien, la Princesa... Bueno, te pregunto! Esos sombreros
que usa, y su manera de hablar mal el ingls y...
Doble simulacin. De dnde saca entonces su dinero? Contesta sa. Sabes lo
que cuesta el alquiler de esas casas de Queen's Parade? Yo s lo s. Aqu est esta
mujer supuestamente escapada justo a tiempo de la revolucin de su pas..., una
refugiada..., los comunistas se apoderan de las propiedades de su familia. Por qu
no est arruinada como cualquier otro exilado?
Yo puedo contestarte era una tercera voz, pastosa por el alcohol y autoritaria
. Escap con las joyas de la familia. No tienen precio. Los Popescu pertenecan a
una de las ms ricas...
Vio usted las alhajas? interrumpi con escepticismo la primera voz.
No; pero mi sobrina Atice las vio. Trabajaba para la Princesa, que le tom
simpata, y un da se las mostr. Eso fue hace varios aos, por cierto. Debe de
haber vendido algunas desde entonces. Pero le dijo que tena bastantes para que le
duraran toda la vida.
Daisy ech una mirada a Hugo. Estaba sentado inmvil con los ojos fijos en su
vaso de ginebra. La joven extendi la mano en lo que hubiera podido ser un
ademn de represin, y cuando Hugo sinti su contacto en la mueca se sobresalt.
Quieres irte, amor? pregunt.
Daisy movi negativamente la cabeza. Hugo la mir con ms atencin. Luego
susurr:
No te inquietes. Eso pertenece al pasado y al olvido...
La noche siguiente Daisy no se sinti muy bien. Decidi acostarse temprano, y
Hugo sali solo a tomar un trago. Regres ms o menos una hora despus en un
alto grado de excitacin. En el bar del Queen's Hotel, le dijo, haba encontrado a un
viejo conocido, un adiestrador que haca correr una potranca en las carreras locales
del da siguiente; se trataba de un animal que vena de afuera y que no poda
perder: era un dato de primera agua.
Y sabes, mi amor, se llama Autumn Daisy! Si no es una seal del cielo!
Quieres que arriesguemos una buena suma sobre ella?
Oh querido! Sabes que no tenemos mucho dinero.
Pero piensa en las probabilidades, tesoro. Veinte a una. Pinsalo. Vamos, di que
s.
Daisy nunca poda rehusarle nada cuando lo vea en ese humor juvenil,
derrochador, porque le comunicaba su propia temeridad. A la maana siguiente se
sinti un poco decada cuando descubri que Hugo no pensaba llevarla consigo,
pero pronto se consol cuando l le dijo por qu:
No, amor. El pblico en estos lugares es muy grosero. Abundan los empujones y
los golpes; podra ser malo para el joven Thomas.
Se qued sentada frente al mar toda la tarde, preparando ropa para el nio,
tomando sol y solazndose con el pensamiento de que Hugo estaba divirtindose:
era bueno que se separara de ella algunas veces.
De modo que cuando ste regres esa noche a sus habitaciones, su cara
endurecida y demacrada le produjo mayor impresin an.
Qu ha pasado, mi amor?
El maldito animal se me cay encima espet l. Perdi por una cabeza.
Podra pegarme un tiro.
No importa, querido, se trata simplemente de una potranca.
Una potranca? Es una invlida herniada, dejada de la mano de Dios. Tena
ganada la carrera y en eso...
Cunto le jugaste?
La expresin de Hugo de ira incontenible cambi a una especie de culpa mezclada
con rebelin pueril. Apartando la mirada dijo entre dientes:
Cincuenta libras.
Pero de dnde sacaste cincuenta...?
Estuviste de acuerdo en que arriesgramos mucho, hasta la camisa.
Oh Hugo! No tomaste el dinero que guardaba para el nio!
S. Tom el dinero que guardbamos para el nio! exclam enfurecido. De
qu otra parte sacara yo cincuenta libras?
Daisy saba que haba sido su tono de tener el corazn partido lo que haba hecho
reaccionar a Hugo con esta violencia cruel. Las palabras pronunciadas en cierta
ocasin por Jacko: "Debe aceptarlo para bien y para mal", volvieron a su memoria e
hizo un esfuerzo sobrehumano para ocultar la pena, el resentimiento, la
consternacin que senta.
No importa, querido. Ya nos arreglaremos dijo por fin.
Voy a ser perdonado?
Daisy luch contra el mal humor provocado por la mofa insinuada detrs de estas
palabras. Dominndose, habl con tranquilidad:
No hay nada que perdonar, querido. Era tu dinero.
Al instante, con un impetuoso movimiento, estaba junto a ella.
Oh Daisy, Daisy, lo siento, lo siento! No valgo absolutamente nada. Hasta tengo
que robar les a mi esposa y mi hijo.
El corazn de ella se alivi al or que la llamaba "esposa" y empez a calmarlo.
Odiaba de todos modos esos ataques de lstima de s mismo; odiaba, o tema, todo
lo que l haca para humillarse. Pero l prosigui entrecortadamente:
Lo hice por el joven Thomas, por ustedes dos. Le hubiera dado una verdadera
oportunidad de empezar bien en la vida. Y era una fija, una fija absoluta. Nos
hubiramos ganado mil libras; me hubiera dado tiempo para buscarme un puesto
decente. Podras haber tenido niera para el nio. Y ahora voy y estropeo todo!
Querido, por favor, no te pongas as. Podemos...
Y reparar esto. Te lo juro. Conseguir ese dinero de alguna manera.
S, querido, claro que s. Todo ir bien, te lo prometo.
A la maana siguiente Hugo sali temprano. Cuando regres le dijo que haba
encontrado alojamiento ms barato cerca de all. Estaba decidido a que ella no
perdiera sus ltimos das de vacaciones. Mientras Hugo le pagaba a la duea de
casa Daisy lo oy decir que los haban llamado sbitamente a Londres.
Y bueno, no poda decirle que nos mudbamos a otro lugar en Southbourne, no
te parece? Se hubiera ofendido a muerte explic Hugo cuando ella le coment la
cosa ms tarde. El nuevo alojamiento estaba a cinco minutos de all. Cuando
llegaron, Hugo anot sus nombres como Mr. y Mrs. Bland; muchas veces haba
usado as el nombre de Daisy, y sta no pens ms en ello.
La escena de la noche anterior haba sacudido a la joven ms de lo que ella crea,
de modo que asinti prestamente ante la sugestin de Hugo de que se recostara a
descansar despus del almuerzo. l sali y no regres hasta muy avanzada la tarde.
Tomaron el t juntos. Luego Hugo le pidi que si se senta mejor saliera con l a
tomar aire. Se cambi el traje de tweed verde oscuro, se cal una gorra que Daisy le
haba regalado en Brighton, y poniendo debajo del brazo un paquete envuelto en
papel color madera sali de la casa con Daisy. Se mostr muy tierno con ella, pero
callado y lejano... Daisy atribuy esto a la vergenza que senta por haber perdido
las cincuenta libras. La muchacha tambin estaba anonadada por ese golpe amargo
para poder reaccionar con su habitual sensibilidad.
Se sentaron en un refugio de la explanada. A pesar de que Hugo se apretaba
contra Daisy su mente no pareca estar all. Al rato, como haciendo un esfuerzo
fsico, retir su brazo del de ella.
Esprame aqu dijo bruscamente. No tardar.
Le hizo con la mano un rpido ademn, sin sonrer, y se alej en la oscuridad, con
ese andar flexible, auto suficiente, que siempre lo haca parecer aislado, aun entre
la multitud. "Vuelve, Hugo!" A Daisy le pareci que haba gritado, pero slo haba
susurrado las palabras, y l ni siquiera mir hacia atrs.
La joven estaba acostumbrada a estas idas y venidas de Hugo, repentinas e
inexplicadas; pero esa tarde senta que haba algo distinto. Sus ojos cayeron sobre
el paquete de papel color madera. Lo haba dejado ah Hugo por olvido? Debera
haber corrido detrs de l para alcanzrselo, pero ya lo haba perdido de vista y no
saba adnde haba ido. El reloj municipal toc un cuarto de hora: las siete y cuarto.
Daisy abri el paquete. Contena una soga de alrededor de seis metros de largo con
un gancho en uno de los extremos. La mir con estupor. Su primer pensamiento
casi sonri ante lo absurdo que era fue que Hugo se haba marchado con la
intencin de ahorcarse y haba olvidado la soga. Pero poda ser usada tambin para
robar. Su mente se llen de vagos temores. Cuidadosamente volvi a cerrar el
paquete, luego lo empuj detrs de s como para ocultarse a s misma el acertijo
que contena.
Suba lentamente la marea; se oa el golpe del mar sobre la playa de guijarros all
abajo, luego el ronco bronquial sonido de matraca, como de pulmones heridos que
tratasen dificultosamente de aspirar el aire, cuando se replegaba una ola
arrastrando tras si las piedras. De tiempo en tiempo, pasaban algunos transentes;
pero Daisy, ensimismada en sus temores, no los vea. Una idea fantstica haba
empezado a germinar en su cerebro: que Hugo se haba marchado para siempre, la
haba abandonado y dejndole la soga para que se ahorcara. Pens que deba de
estar volvindose loca. Levantndose se movi hasta el borde de la explanada y se
aferr a la baranda de hierro. Estaba an all, mirando intensamente hacia el mar,
cuando, media hora despus de haberse marchado, Hugo regres.
Daisy se arroj, sollozando, sobre su pecho.
Cre que nunca volveras.
Hugo la consol, pero con un modo ausente tan poco parecido a s mismo, tan
mecnico, que la muchacha se apart de l y lo mir de lleno en la cara. Se
enfrent con una mirada fija y feroz que nunca haba visto en los ojos de su amante.
Qu ha ocurrido, amor? Qu pasa?
Nada. Vamos; mejor que regresemos.
Bueno. Ah; y qu hacemos con el paquete? Lo dejaste olvidado.
Puedes tirarlo si quieres.
Lo arroj abajo, sobre la playa junto a la explanada y asi el brazo de Hugo. Era
como andar junto a un autmata.
Dnde est tu gorra, querido? inquiri. La perdiste?
Se me escap de la cabeza con el viento contest l, siempre con esa voz
inexpresiva.
Petrificada por este ser extrao que haba regresado junto a ella, Daisy no habl
ms, aunque se sinti ofendida de que no expresara el menor pesar por haber
perdido un regalo que ella le haba dado.
Cuando llegaron a sus habitaciones Hugo se sent y permaneci un rato inmvil
como una imagen de piedra, con excepcin de sus dedos que tamborileaban sobre
la mesa. Luego, de un salto, estuvo en pie otra vez, diciendo que tena que salir un
rato, y antes de que Daisy pudiera atajarlo haba desaparecido por la puerta.
Gritndole que la esperara, se puso un abrigo y corri escaleras abajo detrs de l.
Daisy conoca estos ataques que lo encerraban dentro de un silencio malhumorado
y lo ponan al mismo tiempo irritable e inquieto; saba por experiencia que no era
posible conversarle para cambiar su estado de nimo. Era menester distraerlo,
como se hace con un nio cuando sufre un ataque de pena, mostrndole algn
objeto nuevo. Sugiri que fueran al cinematgrafo, y l acept con displicencia.
Al da siguiente, cuando la duea de casa les entr el desayuno, les dijo, jadeante
de excitacin:
Anoche han ocurrido cosas horribles! Todo Southbourne lo comenta. Un crimen.
Mataron a tiros a un inspector de polica. Un ladrn que quera entrar en una casa
del Queen's Parade. Ese barrio tan respetable! Pero hoy en da no se est seguro
en ninguna parte, digo yo siempre. Pobre hombre, tena mujer e hijos, tambin.
SEGUNDA PARTE
11. La Maana Siguiente
HUGO y Daisy, sentados en la cama, lean el diario local que la duea de casa
haba colocado sobre la bandeja de desayuno. El Southbourne Echo, como muchos
de los residentes ms viejos del lugar, pareca una reliquia de das ms holgados.
Su composicin era anticuada, su estilo formal: si algn diario poda haber logrado
que los acontecimientos de la noche anterior parecieran poco sensacionales, ese
diario era el Southbourne Echo.
El inspector Herbert Stone, de Southbourne, conocido por los visitantes del pueblo
durante muchos aos como el inspector de Queen's Parade, fue asesinado a tiros
anoche por un desconocido que segn se cree debe de ser un ladrn. Cay muerto
casi en el acto. El asesino pudo escapar, y hasta horas avanzadas de la madrugada las
gestiones realizadas por la polica para dar con su paradero han resultado infructuosas.
El luctuoso suceso ocurri frente a la residencia de la princesa Popescu, en Queen's
Parade, avenida que arranca de la orilla del mar, al este del Queen's Hotel y va al
centro comercial. Poco se conoce sobre las circunstancias del crimen, pero se ha
establecido que alrededor de las 19 y 25 un hombre fue visto encima del porche de la
puerta principal.
Al recibir una llamada telefnica de la acompaante de la princesa Popescu, Mrs.
Felstead, el inspector Stone se dirigi a Queen's Parade. Al entrar por el jardn del
frente el inspector recibi un balazo y result gravemente herido. Sali a la calle y
recibi otro tiro. Una, bala lo hiri en una pierna y la otra en el pecho. Varias personas
oyeron los disparos y se dio inmediatamente la alarma. En seguida se vio a un hombre
que corra por la calle hacia la orilla del mar y se hall una gorra en el jardn de una
casa vecina.
La princesa Popescu, que es una conocida figura en los crculos locales y est
emparentada con la ex familia real de Rumania, dijo a nuestro cronista que el asaltante
desconocido no haba logrado entrar en su casa; pero existen pocas dudas de que su
intencin fuera el robo.
Entusiasta jugador de bochas, el inspector Stone, que se incorpor a la polica do
Wessex hace 24 aos, fue trasferido a la polica de Southbourne en 1940. Era una
figura popular en Southbourne y deja esposa y tres hijos.
Bueno, esto es el acabse coment Hugo. Tenemos que salir de aqu a toda
velocidad.
Daisy segua sentada rgida; el t se enfriaba en la taza. Tan terrible era la
opresin que la aplastaba que casi no poda respirar. Haba tantas preguntas que
deseaba y tema hacer; cualquiera de ellas parecera una acusacin: Por qu me
dejaste anoche? Adnde fuiste? Para qu era esa soga? Cmo perdiste la gorra?
Por qu estabas tan raro cuando volviste? Las preguntas golpeaban y golpeaban su
cerebro como martillos. Senta, por sobre la ansiedad y la perplejidad, un inmenso
amor lleno de piedad, un apasionado deseo de ayudar a Hugo. Pero no haba modo
de ayudarlo, excepto guardando silencio, callando esas preguntas que eran todas
acusaciones.
l se haba levantado de la cama y estaba abriendo la maleta que siempre tena
cerrada con candado. Daisy, con ojos atemorizados, lo vio extraer un revlver y
empezar a limpiarlo.
Apresrate a vestirte, amor inst l, sin mirarla siquiera.
Automticamente Daisy empez a obedecerlo, luego se sent pesadamente sobre
el borde de la cama y se ech a llorar.
Qu pasa, tesoro? Mira, tu t se est enfriando. Prtate bien y bbelo.
Ese revlver! solloz Daisy. No puedo soportarlo!
Tenemos que deshacernos de l. Van a rastrillar el pueblo, y cualquier tipo con
antecedentes policiales que encuentren... est terminado. Los conozco. Cunto
dinero te queda?
Daisy busc ciegamente dentro de su bolso. Tena dos billetes de una libra y unas
monedas. Hugo dijo:
Necesitamos ms que eso. Mi hermano tendr que aportar. Lo llamaremos desde
aqu al ir a la playa y luego enterraremos esta vieja pistolita mientras hablaba,
Hugo envolva el revlver en un pauelo con el cual lo haba estado repasando y lo
meti en el bolsillo del pantaln. Mejor ser comunicarse tambin con Jacko, ya
que estamos. Tendr que cuidar de ti durante un tiempo, hasta que se calme el
bochinche.
No, Hugo, por favor! No quiero separarme de ti! grit la joven.
Es slo por poco tiempo, mi tesoro. Puede haber cosas desagradables y no es
necesario que te veas mezclada en ellas. Voy a tener que moverme bastante y
tendr que desaparecer hasta que hayan encontrarlo al tipo que lo hizo: lo cual
significa que debo estar solo.
Hugo hablaba animadamente, bondadosamente, aunque con voz preocupada,
como si la necesidad de accin hubiese despejado la paralizacin de pesadilla de su
humor de la vspera. Pero su tono prctico slo haba espesado la pesadilla para
Daisy. Le daba la sensacin de estar encerrada en una caja, ciega, sofocada, sin
salida posible, separada de Hugo y de toda esperanza.
Se encontr vestida, sin recordar un solo movimiento del proceso. Hugo deca:
S. Jacko es una buena idea, si puede venir hasta aqu. Eres paciente de l,
despus de todo. La enferma se siente mal. El mdico acude... Viejo amigo de la
familia. Examina a la enferma. Necesita pequea operacin. Razn excelente para
regreso inmediato a Londres. Ninguna sospecha posible por parte de la duea de
casa.
Hugo! fue casi un grito. Daisy, enloquecida, no poda ms. Se domin y con
voz spera por l cansancio emocional repiti: Hugo. Por favor! Qu debo decir
si me preguntan por lo de anoche? La polica. O cualquiera. Dime simplemente lo
que debo contestar.
Lo siento, amor mo. Estoy en un berenjenal se acerc a ella y ponindole las
manos en los hombros la mir de hito en hito. Recuerdas al individuo que me
salud en la explanada un par de das despus de nuestra llegada aqu? Estaba con
otro tipo y una mujer. Se llama Joe. Es de la profesin. Bueno, volv a encontrarlo en
el bar del Queen's. En realidad, l fue quien me dio el dato de esa maldita yegua.
Oh Hugo; pero dijiste que era el adiestrador.
l lo conoce explic Hugo, con impaciencia. No poda darte tantos detalles.
De todos modos me cont que tena en vista un asunto y si yo quera compartirlo
con l. Dije que no, que haba terminado con esa clase de calaveradas. Entonces
perd las cincuenta libras. Estaba desesperado por volver a drtelas. As que fui a
ver de nuevo a Joe. Me dio ese paquete con la soga para que lo guardara y me
indic que lo encontrara en el Queen's a las siete y cuarto (anoche) y que juntos
daramos el golpe. Te dir: yo quera y no quera hacerlo. Comprndeme. Estaba
preocupado. Por eso seguramente dej olvidada la soga. No poda decidirme a la
accin. Pero me pareci la nica esperanza; de modo que finalmente fui, como
recordars. Llegu al Queen's unos minutos despus de lo convenido, pero Joe no
estaba all. Esper casi media hora, y no apareci. Debe de haberme traicionado y
tratado de dar el golpe solo. La soga, de todos modos, era una idea estpida. Esas
sogas con ganchos slo sirven para las casas con balcones, cosa que no tienen las
casas de Queen's Parade. Ahora, mi tesoro, lo sabes todo.
Entonces tienes una coartada Daisy sonrea alegremente, con alivio. Crea todo
lo que l deca porque quera creerlo, pero tambin porque era lgico; calzaba
perfectamente con el carcter de Hugo. Con razn estaba tan decado la vspera;
completamente deprimido despus de haberse dado cuerda para afrontar una crisis
que no se haba producido y desesperado porque el dinero para el nacimiento del
hijo no haba sido repuesto.
Una coartada? pregunt.
S. Alguien debe de haberte visto en el Queen's Hotel.
No podra asegurarlo. Como no iba para nada bueno, por supuesto, y queda en
la vecindad, no me hice notar mucho. Me sent en el hall donde Joe se haba citado
conmigo, detrs de un diario.
Pero Joe no podra... ?
Dar testimonio de que se haba citado all conmigo para robar y luego me haba
plantado? Usa la materia gris, querida. Joe no es una institucin de beneficencia.
Quin podra decir que no fue l quien suprimi al polica, si se piensa bien? No;
Joe se mantendr fuera de la circulacin por algn tiempo. Yeso mismo debo hacer
yo. Vamos andando.
Fueron primero a la Oficina de Correos donde Hugo se encerr en una cabina
telefnica. Daisy se sent en un banco a esperar; su mirada tensa se diriga con
inquietud hacia la puerta cada vez que alguien entraba. La mitad de su mente
pensaba en lo que Hugo acababa de explicarle: s, tena lgica; pero algo faltaba, y
con desaliento trat de dilucidar qu era. En la cabina telefnica los labios de Hugo
se movan. Haba conseguido comunicacin. Con el hermano? Con Jacko? Daisy lo
vio repasarse el pelo oscuro con la mano, en un ademn familiar. Ah, la gorra! En el
diario deca que se haba encontrado una gorra cerca del lugar del crimen. "Dios
mo!", se dijo Daisy, "acaso no hay, en Southbourne nada ms, millares de
hombres que usan gorra?"
Cuando salieron de la Oficina de Correos y mientras se dirigan a la orilla del mar,
Hugo dijo:
Todo est arreglado. Mark viene esta tarde, temprano, y va a telefonear a Jacko
Qu le dijiste?
Que estaba arruinado y en un aprieto. S. O. S. El viejo Mark no es un mal tipo.
Responde cuando uno lo necesita.
Llegaron a la explanada cerca del quiosco de la banda. El sol brillaba an y haba
hecho salir a bastantes personas a vagar por all o a leer los peridicos en los
refugios.
Parece que estuviramos en Piccadilly murmur entre dientes Hugo. Ayud a
Daisy a bajar los empinados escalones de piedra que llevaban a la playa y se
sentaron apoyados contra el muro de contencin. Hugo, dndole una de sus rpidas
miradas picarescas, le asi la mano:
Quieres que te acaricie, querida?
No te sirvo de mucho estos das, amor, verdad? replic Daisy, distrada. Y oy
que l le susurraba en el odo:
Acustate de espaldas. Abrzame con tu brazo izquierdo. Con la mano derecha
cava un hoyo profundo en la arena. Si alguien nos ve slo pensar que se trata de
una pareja de enamorados y desviar la mirada con presteza si estamos
entrelazados en un abrazo apasionado.
Daisy lanz un quejidito tembloroso. Era un momento de angustia tal como nunca
haba experimentado: todo esto no estaba bien, no estaba bien. Y entonces Hugo se
inclin sobre ella; apoyado en los codos y tapando con el cuerpo el brazo derecho
de la muchacha, inst:
Vamos, amor. Cava. Un hoyo bien profundo.
Daisy rascaba sobre el suelo guijoso en un xtasis de temor y confusin,
rompindose las uas, deseando solamente terminar pronto, pronto con esta mofa
de su dulce amor, mientras los labios de Hugo le rozaban el rostro y su mano
derecha jugaba con su pelo suelto.
Oh, esto es horrible gimi. No puedo continuar.
No seas floja susurr l con los labios pegados a los de ella. Todo es por una
buena causa, amor mo.
Finalmente estuvo hecho: el revlver trasferido del bolsillo de Hugo al pozo y los
guijarros alisados encima. Hugo pareca dispuesto a quedarse all; pero Daisy se
puso apresuradamente de pie y avanz tambaleante por la playa, como huyendo de
algn crimen. Cuando Hugo la alcanz se mostr muy irritado.
Ests tratando de llamar la atencin? Cualquiera que estuviese mirndonos
dira que he tratado de violarte y que escapas de m. Eso se llama justamente
buscar dificultades.
Las lgrimas asomaron a los ojos de Daisy.
Tomas este asunto con tanta frialdad...
Alguien tiene que conservar la serenidad. No parece comprender en qu lo
estoy metido.
Pero si eres inocente!
Diles eso a los de la polica. Saldrn en busca de la presa y nada les importar
quin es la vctima...
*
Mark Amberley y Jacko llegaron despus del almuerzo; haban viajado hasta
Southbourne juntos. Daisy, que no haba vuelto a ver a Mark desde la escena en su
casa, haca un ao, sinti una especie de turbacin mundana que, dadas las
circunstancias, saba ridcula. Y l no trat de facilitarle las cosas. Estaba
evidentemente incmodo; se sentaba y volva a ponerse de pie y creaba en la salita
descolorida un ambiente de sala de espera de estacin. Cuando entr, y despus de
saludar nerviosamente a su hermano, se volvi hacia Daisy con la mano extendida;
luego sus ojos de miope se fijaron en su estado y se desviaron inmediatamente.
Daisy comprendi que Hugo no le haba comunicado la llegada de un hijo. Jacko, por
su parte, miraba en torno con inters y conversaba afablemente de frusleras, como
si esto fuera la inauguracin de una casa nueva a la cual haba sido invitado.
Durante algunos minutos, hasta que Daisy sinti que iba a gritar, charlaron sobre el
clima, el servicio de trenes, o cualquier otra trivialidad. Entonces Hugo rompi la
tensin:
Oye, Mark, viejo, trata de quedarte quieto. Pareces una mosca en un vidrio de
ventana.
Sonriendo con desconcierto Mark volvi a sentarse.
Jacko se qued de pie con el codo sobre la repisa de la chimenea, examinando los
horribles adornos desplegados all, mientras los otros tres se instalaban alrededor
de la mesa con su tapete rojo y la maltrecha planta de helecho en el medio. Mark
hizo un gran esfuerzo:
Bueno, vamos, qu ocurre, Hugo? Estuviste muy reticente en el telfono,
sabes?
Trajiste dinero?
S, pero...
Estupendo. Y leste el diario de hoy?
Quieres decir sobre la muerte de ese...?
Exacto. Es una perrada. Me imagino que la estacin de Southbourne estaba
zumbando con los moscones cuando llegaste.
Moscones?
Vagonetas. Aplanadoras. Policas.
Ah, s, pareca haber uno apostado en cada salida de andn,
yeme bien, viejo. Con tu pasado impecable no lo comprenders. Pero
cualquiera que tenga antecedentes carcelarios...
Jacko lanz un chist! teatral y acercndose a la puerta con exagerada cautela la
abri de golpe. No haba nadie all.
Suprime el teatro, Jacko.
Nunca se est seguro con las propietarias de pensin dijo Jacko, mostrando su
sonrisa perruna. Luego se sent junto a Daisy. Prosigue, mi querido Hugo.
ste sigui explicando su situacin. Hablaba con energa, ms como un funcionario
que un suplicante o un sospechoso potencial. Tena que salir del pueblo y
esconderse por algn tiempo. Lo que significaba, entre otras cosas, separarse
temporariamente de Daisy. Lo que significaba que alguien debera cuidar de ella.
Mark Amberley, que se haba sonrojado y se mova ms nerviosamente que nunca
al comprender la enormidad de la situacin, por fin balbuce:
E... espera, u... un m... minuto, Hugo. Todo esto seguramente es innecesario.
Tienes una coartada, me imagino? pronunciaba la palabra "coartada" como si
fuera algn vocablo nuevo y deshonroso empleado por una escuela rival de crtica.
Oh, por amor de Dios, Mark! Si alguna vez te hubieras salido de los algodones
en que ests envuelto no andaras relinchando sobre las coartadas que uno tiene.
Hugo, por favor! protest Daisy.
No tengo una coartada toda arregladita. Ocurre que estaba en otra parte, pero
dudo de que pueda probarlo. Y de todos modos, si un polica se encuentra con una
bala, sus camaradas no dan un cobre por las coartadas. Una vez que la ley se ha
ensaado con uno...
Y no me extraa la voz de Mark, sbitamente, estaba llena de una trmula
indignacin.
No te extraa qu?
Por qu haban de tratar a los ladrones como si fueran decentes... Matar a ese
inspector fue una cosa brutal. Y el que lo hizo merece su castigo. Hablas como si los
criminales debieran ser protegidos de la polica. No puedo compartir tu punto de
vista.
Ten cuidado, Mark Hugo hablaba con una tranquilidad peligrosa.
Daisy haba odo ese tono en ocasiones anteriores y la aterraba..., tanto que, sin
pensarlo, solamente para interponer algo entre los dos hermanos, dijo:
El pobre hombre tena familia, les tengo una profunda lstima a su mujer e hijos.
Cllate, Daisy, y deja que Mark termine su sermn.
Por supuesto, pienso exactamente como usted, Daisy. Pero eso no se le ocurre a
Hugo. "Si un polica se encuentra con una bala!" Qu tremendo descuido de su
parte! Nadie tiene la culpa de su desventura! Debera de haberla esquivado,
imagino, o estado en alguna otra parte... y no interceptando a ladrones que slo
estn inofensivamente tratando de ganarse la vida. La lstima de s mismo de casi
todo criminal me hace vomitar!
Hugo haba escuchado la tirada con los labios apretados y su cara cetrina cada vez
ms sombra. Daisy lanz a Jacko una mirada de imploracin, pero ste se hallaba
sentado muy derecho, absorto en el altercado con una expresin semisonriente, de
felicidad y anticipacin. Una vez ms Daisy pens en la espectadora junto al ring de
boxeo. Pero en cuanto dirigi a Jacko esa mirada implorante, ste tuvo conciencia
de ella: su rostro cambi y le gui un ojo para tranquilizarla. Y cuando Hugo, rojo
de ira por el sarcasmo de su hermano, se levant de un salto con la evidente
intencin de abalanzarse sobre l, Jacko dijo plcidamente:
Vamos, vamos, vamos! No nos hagamos mala sangre.
Si quieres salir conmigo, Mark, y repetir esas mojigateras...
Otro da intervino Jacko, con su voz gangosa y simptica que cobr un tono
ms spero cuando aadi: Por lo dems, no es muy bueno para mi paciente
estar envuelta en estas discusiones domsticas. No podramos pensar en ella un
momento?
Muy bien. Empiecen a pensar dijo Hugo, ofensivamente.
Estaras de acuerdo en que se quedara conmigo hasta que las cosas se
aclaren?
A decir verdad, iba a sugerirlo yo mismo.
Oh, Jacko, es usted muy bueno, pero...
No se preocupe, Daisy. Mi ama de llaves vive en la casa, sabe usted. Ella le
servir de chapern.
Dios mo, qu respetable nos estamos poniendo todos! Hugo estaba divertido,
pero an algo malhumorado. Mark haba conseguido irritarlo de veras.
Te ofrecera llevar a tu..., llevarla a Daisy conmigo dijo Mark. Pero no s si
Gertrude...
Muy amable de tu parte, por cierto repuso Hugo, con brusquedad. Pero
comprendemos perfectamente tu dilema.
Bueno; entonces est arreglado el asunto de Daisy Jacko ech una mirada
circular como hara el presidente de una juntao Ahora hablaremos de Hugo.
Ests decidido a desaparecer por un tiempo?
Por supuesto. Por qu?
Jacko se humedeci los labios.
Porque el hecho de fugarse podra, en las circunstancias, interpretarse como una
confesin de culpabilidad.
Lo dijo con una inflexin levemente agudizada que hizo parecer su frase como una
sugestin de tanteo y aun una pregunta.
Tengo que correr ese riesgo. No pretenders que ande rondando por aqu,
esperando a que me pesquen, slo por demostrar mi inocencia?
Jacko dej or su risita amistosa.
No. Pero podras volver abiertamente a Londres con Daisy y reanudar tu vida
normal. Como si nada hubiese ocurrido.
"Como si"? Nada ha ocurrido en lo que a m concierne.
Nada ha ocurrido! exclam Mark, con una violencia entre desconcertada y
quejumbrosa. Hablamos como si... trag saliva y volvi a empezar: Nunca me
he encontrado en una situacin semejante. Es una pesadilla. No tiene lgica. Por
supuesto que quiero ayudar. Te traje veinte libras, Hugo..., y creo que podr
conseguir algo ms. Pero... Se sumi en un silencio nervioso.
Qu ests pensando, viejo? Te agradezco el efectivo. Sinceramente. Olvida lo
que te dije hace un momento. Sabes que siempre he tenido psimo carcter.
No se trata de eso con visible esfuerzo Mark se oblig a mirar de hito en hito a
su hermano: Slo quiero saber ... Hugo, t no cometiste este crimen? Lo juras?
Si no me crees, de nada servira mi juramento.
Ese revlver tuyo. Hugo. Lo lamento, pero no puedo olvidar...
Sonriente, Hugo levant las manos como un hombre a quien van a cachear.
Tmalo con calma, viejo. Me deshice de la desagradable arma de fuego. Hace
bastante tiempo.
Daisy haba dado un paso atrs cuando oy mencionar el revlver. No pudo
evitarlo, porque el episodio del entierro del arma haba sido tan atroz para ella que
todava se senta emocionalmente como en carne viva. Agach la cabeza, incapaz
de afrontar la mirada de traviesa complicidad que Hugo le haba dado. Ignoraba que
uno de los otros dos hombres haba advertido su sobresalto y que la examinaba con
disimulada curiosidad.
12. "Lo Atraparemos"
MIENTRAS ellos hablaban en ese cuarto de casa de pensin, otra conferencia tena
lugar a menos de un kilmetro de distancia. Esa maana temprano, despus de una
discusin con el inspector en jefe Nailsworth, el comisario haba telefoneado a
Scotland Yard y en respuesta a su pedido de ayuda el inspector Thorne haba sido
enviado a Southbourne. Los tres hombres, con un taqugrafo a mano, se hallaban
sentados alrededor de una mesa en la oficina de Nailsworth, en la comisara local. El
reloj municipal, del otro lado de la calle, ech a volar por el pueblo el sonido dorado
de sus campanas, Y un rayo de sol, irrumpiendo por la polvorienta ventana, ilumin
las manos de Nailsworth extendidas sobre la mesa que tena delante. Eran manos
grandes, proporcionadas con su enorme cuerpo; y la izquierda, que ostentaba un
anillo en el meique, se abra y se cerraba sin cesar.
El comisario levant la vista de sus papeles. El rostro de Nailsworth, redondo,
sonrosado y suave, coronado por pelo corto y muy rubio, mostraba una expresin
de implacable resolucin que el coronel Allison jams le haba visto antes.
Normalmente hombre bienhumorado, de carcter dcil, que era el principal
animador de las fiestas y reuniones efectuadas entre colegas, Nailsworth pareca
haberse endurecido en una noche. Allison saba, extraoficialmente, que el inspector
en jefe era conocido entre sus subordinados por el apodo de "Elefante"..., no slo
por su tamao enorme, sino por su increble memoria retentiva. Nailsworth era un
hombre demasiado grande, en el carcter tanto como en el fsico, para haber usado
jams esa memoria vengativamente: ni la polica, ni los criminales de menor
cuanta de Southbourne tenan nada que reprocharle en este sentido. Pero Herbert
Stone, el muerto, haba sido su amigo y su camarada de muchos aos, y ese da
"el elefante nunca olvida" tena un significado distinto.
Asunto feo deca Thorne, convencionalmente.
El detective era un hombre flacucho, descolorido, con una de esa narices largas,
inquisidoras, que parecen hechas para meterse en los.
Volv a ver a su mujer hace un momento. Est desesperada.
La cara de Nailsworth, tan plcida y rosada, estaba momentneamente
congestionada; sobresalt al comisario como si una mueca hubiera sbitamente
expresado emocin violenta. Nailsworth tomaba la cosa ms a pecho de lo que l
hubiera credo.
Pues bien, seores, vamos al grano dijo enrgicamente Allison. Quiere
usted enterar a Thorne de los pormenores?
Nailsworth dio un capirotazo a los informes que tena delante: slo tuvo que
recurrir a ellos una vez durante la discusin siguiente. La nariz larga del inspector
Thorne apuntaba a Nailsworth como si lo estuviese escuchando con ella.
A las siete y treinta y dos, anoche empez a decir Nailsworth, el sargento de
servicio recibi un mensaje telefnico del 17, Queen's Parade, para avisar que haba
visto un hombre acostado sobre el porche de la puerta principal. La casa pertenece
a una seora extranjera, la princesa Popescu; vivi en Southbourne hace varios
aos, y fue su acompaante, una Mrs. Felstead, quien telefone. El sargento avis a
Herbert..., al inspector Stone: Herbert cuida el distrito de Queen's Parade,
comprende usted y tiene..., tena una pequea oficina cerca de all. Dijo que ira a
investigar. Cuatro minutos despus recibimos otra llamada. Era la princesa misma.
Dijo que haba un hombre herido y que mandramos socorros en seguida. El
sargento envi al agente Bowyer y se puso en comunicacin con el mdico forense.
Sin bajar la mirada, Nailsworth separ la carilla de arriba del montn y prosigui:
Herbert..., el inspector Stone, yaca en la calle frente a la casa. Estaba muerto
cuando llegaron. Informe del doctor James: herida de bala entre la segunda Y
tercera costilla del costado izquierdo. La bala haba atravesado el corazn y se
haba incrustado debajo del pulmn derecho a treinta centmetros del orificio de
entrada.
Disparada desde arriba y a la izquierda observ Thorne, con una contraccin
de su delgada nariz.
Exactamente. Por el individuo trepado en el porche. Ahora bien, tenemos un
testigo ocular del hecho. El cochero de la princesa Popescu...
Cochero? interrumpi el detective. Quiere usted decir...?
Quiero decir cochero la voz tranquila, impersonal de Nailsworth cobr un tono
levemente cortante. Tenemos todava aqu algunos coches de caballos. Parecen
agradar a los visitantes. La princesa utiliza siempre el mismo: a la antigua. Este
cochero, Charles Poore, es tan viejo como su vehculo. Y tan lento. Lo cual no ayuda.
De todos modos haba ido a Queen's Parade para llevar a la princesa y su
acompaante a comer afuera. Lleg a la casa y esper unos minutos. Luego advirti
un movimiento sobre el porche de la puerta de entrada; vio la cabeza y los hombros
de un hombre.
Me permite que calcule bien estas horas? dijo Thorne. Dice usted que la
primera llamada telefnica fue hecha a las siete y treinta y dos. Pero de acuerdo
con el diario local el hombre fue advertido "alrededor de las siete y veinticinco".
Por qu la demora en llamar? O est equivocado el diario?
El inspector en jefe Nailsworth movi la cabeza, aprobando: este hombre de
Scotland Yard estaba a la altura de su misin.
No. Existi una demora. El cochero mir su reloj al llegar. Era un poco ms de las
siete y veinte. Vio al individuo unos minutos despus; debi de haber estado subido
en el porche antes de que llegara el coche. La princesa estaba vistindose en su
dormitorio (la ventana queda directamente encima del porche) con las cortinas
corridas y las luces encendidas. El ladrn, presumiblemente, esperaba a que ella
saliera del cuarto.
Y qu esperaba el cochero?
Charles Poore no dio la alarma en seguida. l dice que porque crey que el
hombre poda ser un obrero o un invitado; la parte superior del porche es una
especie de balcn con una pared bajita. En realidad, naturalmente, el viejo idiota
tuvo miedo de que la princesa le pidiese ayuda. Sea como fuere, ella y Mrs. Felstead
salieron, y el coche ech a andar. No haba avanzado cien metros cuando el hombre
sinti remordimiento o algo; detuvo el coche y cont a las mujeres que haba visto a
alguien encima del porche. La princesa le orden que regresara. Es una vieja
extravagante..., cmo dira...
Llamativa sugiri el comisario.
Eso es, seor. Pero tiene presencia de espritu. Entr directamente, y su amiga
llam a la polica.
Tiene alguna sirvienta? pregunt Thorne.
Una mujer que hace todo el trabajo y cocina. Es italiana. Pero la princesa le
haba dado salida esa noche. Poore dio media vuelta otra vez para colocar el coche
en direccin hacia donde queran ir las mujeres; en direccin contraria al mar, al
Norte Nailsworth dio unos golpecito s con su enorme dedo sobre el croquis
topogrfico que tena Thorne delante de l. Fue idea de la princesa para que se
creyera que haba vuelto a buscar algo olvidado y no asustar al ladrn. El viejo vio
llegar a Herbert en su bicicleta, lo vio entrar por el portn..., hay un pedacito de
jardn entre la casa y la calle. En ese momento no alcanz a ver al tipo del porche.
Pero oy que Herbert le gritaba: "Baje de ah, mi amigo!"
Nailsworth hizo una pausa para dominar la voz. Los labios le temblaron y luego
dibujaron una lnea tan delgada que casi desaparecieron. El detective inspector
Thorne, con tino, baj la mirada y la fij sobre el croquis topogrfico.
No le dio oportunidad de nada prosigui Nailsworth nuevamente con voz
apretada y tono violento. Ese hijo de perra dispar en cuanto las palabras fueron
pronunciadas por Herbert. Y si alguna vez le pongo las manos encima, que Dios lo
ayude, eso es todo cuanto digo!
No nos salgamos de los hechos, mi querido amigo sugiri suavemente el
comisario.
Lo siento, seor.
El rostro de Nailsworth se haba endurecido de nuevo, pero la mimo que posaba
sobre la mesa segua cerrando y abrindose espasmdicamente.
El cochero vio aparecer la cabeza y los hombros del tipo por arriba del parapeto
del porche..., como si estuviera tratando de sentarse, dijo Poore. Luego vio un
fogonazo, oy un tiro, y su caballo se espant. Oy otro tiro. Consigui detener el
caballo a unos centenares de metros del lugar; pero cuando pudo llegar de vuelta a
la casa el asesino haba huido hacia el mar, en direccin contraria a la tomada por
el caballo espantado. Tenemos una testigo, sin embargo, que vio a un hombre
corriendo hacia el mar. Esta testigo declara que era un hombre bajo; su clculo es
de un metro sesenta y ocho o setenta. Y ella y el cochero concuerdan en que su
traje era oscuro.
Es todo cuanto pueden sacar en limpio entre los dos?
Estaba anocheciendo, recuerdo. Y la vista de Poore no es muy famosa, de todos
modos. Podra, quizs, identificarlo; o tal vez no. La otra testigo slo alcanz a verle
la espalda.
Y la princesa?
Estaba asomada por una ventana del frente, a la izquierda del porche. Oy el
primer tiro. Luego Herbert, que haba estado parado a la derecha del porche, entr
en su campo visual la voz de Nailsworth se torn completamente inexpresiva;
busc torpemente las carillas escritas a mquina que tena delante, y como si no
confiara en sus propias palabras ley unas lneas: "El inspector se alej vacilante
de la puerta. Iba doblado en dos, con los brazos apretados contra el cuerpo y
respiraba dificultosamente. Entonces o otro tiro. El inspector se estremeci. Pas
tambaleante por el portn y cay desplomado sobre la acera. No pude seguir
mirando. Me tap los ojos durante un minuto. Luego acud de nuevo al telfono para
pedir ayuda."
Tena los ojos tapados justamente cuando el pjaro de marras baj del porche,
me imagino? dijo acerbamente Thorne. No parece que tuviramos suerte.
Herbert tampoco la tuvo.
El labio superior de Nailsworth se contrajo, dejando al descubierto los dientes, y el
hombre mir a Thorne como si lo odiara.
El coronel Allison intervino.
Temo que no tengamos mucho que adelantarle, Thorne. Ninguna impresin
digital en el porche ni en la ventana del dormitorio. Tomamos el molde de las
huellas dejadas por las pisadas en el jardn del frente, pero probablemente son las
de Stone. Est por supuesto la gorra. A Poore le pareci que el hombre tena puesta
una gorra, y encontramos una justamente dentro del jardn de una casa situada
siete puertas ms abajo, en la direccin que el tipo huy. Es una gorra bastante
nueva. Con el nombre de una tienda de Brighton. Nailsworth envi all a uno de
nuestros hombres esta maana y nos ha telefoneado la informacin del tendero: la
gorra es de una mercadera consignada solamente hace un mes; hasta ahora slo
ha vendido cuatro; quiz pueda identificar al comprador.
El inspector Thorne se rasc la punta de su larga nariz.
Este pjaro parece haber tenido un pnico de todos los diablos observ
pensativamente. Dice usted que no hubo seal alguna de que tratase de entrar?
No; pero es obvio que esperaba para...
Lo lamento, seor, pero no nos entendemos. En ese punto slo poda
inculprsele de tener intencin de robo; sin embargo, dispara a matar, dos veces,
antes de ser arrestado por un delito de menor cuanta. Es cosa de aficionado, de
terror. Luego arroja lejos su gorra...
Pudo habrsele cado al correr.
Se lo concedo, seor. S; acepto que al saltar del porche se le pudo aflojar la
gorra Thorne estudi el croquis. Tiene tres metros de altura, segn veo, y
ningn soporte lateral. Debe ser un buen trepador. No se hall ninguna soga? Eso
puede darnos una pista el inspector volvi a rascarse la nariz. Cmo saba que
la casa quedara sola esa noche?
Habl con la cocinera aclar Nailsworth. Jura que ningn desconocido se
acerc a averiguar nada; de todos modos, la princesa me dijo que decidi dos das
antes, solamente, salir a comer.
El rostro flaco de Thorne pareca ms agudo que nunca.
Ah lo ve usted de nuevo! Se trata de un trabajo de aficionado. Un profesional
hubiera estudiado la situacin de antemano; no trepara y se quedara agazapado
sobre el porche con la luz del dormitorio encendida detrs de las cortinas, con la
probabilidad dubitativa de que los ocupantes pudieran salir. No calza en la lgica.
Qu opina usted, inspector? inquiri Allison. No podra haber un asunto
poltico? Esta princesa, por ejemplo... qu sabemos de ella?
Es rumana. Expatriada. Escap cuando la revolucin y vino aqu. Una vieja
extravagante, pero completamente inofensiva. Por qu?
En estos das, seor, ocurren muchas cosas que parecen inverosmiles, como
usted sabr. Este intento de robo no parecera tan de aficionado si fuera un intento
de asesinato o para robar documentos polticos, digamos. Los extranjeros se dejan
embargar por el pnico..., son ms rpidos para apretar el gatillo que nosotros.
Entonces por qu no dispar contra la princesa la primera vez que ella sali de
la casa? el inspector Nailsworth se reclin en el respaldo de la silla con el aire de
alguien que ha hecho una jugada decisiva de ajedrez. Thorne aparentemente no se
descorazon.
Qu posee ella que valga la pena robar, entonces? pregunt.
Alhajas de familia. Vive de ellas. Las guarda en una caja de hierro de dos
peniques y medio, en su dormitorio. No quiere depositarlas en el banco, dice ella...
Usted sabe cmo son las ancianas. Dan ganas de llorar, verdad?
Los dos inspectores levantaron los ojos al cielo raso, de acuerdo, por fin, sobre la
locura de quienes buscan dificultades.
Se saba en Southbourne que posee estas joyas?
Por supuesto, la princesa es un personaje muy popular aqu.
Se tratara, con ms probabilidad entonces, de un intento de robo de alguien de
la localidad.
Vienen millares de visitantes todos los veranos. Es muy fcil que algn
sinvergenza haya sabido de las joyas principescas el inspector Nailsworth volvi
a endurecerse: tena la susceptibilidad provinciana por el buen nombre de su pueblo
. Naturalmente existen aqu algunos maleantes. Pero no de los que matan a
tiros..., puedo jurarlo.
Tiene que ser un londinense, entonces repuso Thorne, secamente. Bueno, es
necesario encontrar el arma. Como de costumbre. Un pjaro presa de esa clase de
pnico tratar sin duda de verse libre de ella cuanto antes. Corra hacia el mar...
S. Pudo haberla arrojado de la explanada, o del muro del muelle inform
Nailsworth, con pesado sarcasmo. O pudo haber embarcado en el vapor nocturno
y arrojndola al mar. Trabajo serio, dragar el Canal de la Mancha.
Estamos haciendo averiguaciones, por supuesto dijo Allison, en ese sentido.
Pero..., s, qu pasa?
Un agente acababa de entrar y se haba detenido junto a la puerta en actitud de
espera. Dijo que se hallaba un hombre afuera a quien el inspector en jefe, crea l,
debera ver en seguida: poda tener ilacin con el crimen. Este hombre era, segn
supieron luego, un pen municipal cuyo trabajo consista en limpiar la playa. Esa
maana temprano haba hallado un paquete debajo del muro de contencin a unos
metros del Queen's Hotel. Lo haba llevado, despus de terminar su trabajo, con
varios otros objetos, a las oficinas municipales. All lo haban abierto; y
paulatinamente alguien haba sacado las conclusiones del caso.
Nailsworth deshizo el paquete, silbando entre dientes cuando vio lo que contena:
una soga con un gancho en la punta.
Est seguro de que esto no estaba en la playa ayer por la maana?
Completamente seguro, inspector. No se me hubiera escapado, no, un paquete
de ese tamao.
Bueno, ha hecho todo menos escribir su nombre y direccin en el papel
observ Nailsworth, cuando el pen fue despachado temporariamente y el hallazgo
enviado a la seccin dactiloscpica.
Thorne tena una expresin de incredulidad.
S, podra haber dejado sus dedos en el gancho. Pero me parece descabellado. El
gancho es demasiado pequeo para calzar en el parapeto de un balcn, para
empezar. Y aunque lo hubiese usado para trepar, su huda fue demasiado rpida
para haber tenido tiempo de desengancharlo. Y por qu dejarlo perfectamente
envuelto donde era seguro que lo iban a encontrar?
Usted cree que deseaba que se encontrara? pregunt con evidente sorpresa el
comisario.
Piense, seor, si no es una enorme casualidad. Y eso no me lo puedo tragar.
Quiere usted decir que se trata de una pantalla?
Desea fijar nuestra atencin sobre el robo cuando lo que buscaba realmente es
otra cosa?
El inspector Nailsworth lanz un fuerte resoplido.
Mi hijo menor es un gran lector de novelas policiales observ en general.
La boca de Thorne se contrajo.
En mi experiencia los hechos criminales reales son ms curiosos en la actualidad
que los crmenes de ficcin se volvi hacia el coronel Allison. Bueno, seor, si no
tiene nada ms que discutir conmigo ser mejor que empiece a trabajar sobre el
terreno.
Qu se propone hacer? el coronel no estaba acostumbrado a ser despedido,
aunque fuera con el mayor tino, por oficiales subalternos. Pero haba trabajado con
el Servicio Secreto Militar durante la guerra y reconoca la inteligencia cuando la
tena por delante.
Deseara ver el lugar donde se encontr esta soga, seor: despus el lugar del
crimen. Uno no puede localizar bien estas cosas con croquis y planos solamente.
Despus de eso me entrevistar con las personas que sirven a la princesa; con el
cochero y el otro testigo..., aunque no creo que dilucide nada que el inspector en
jefe no haya ya descubierto. Lo que necesitamos es un poco ms de pruebas
materiales. No se puede fabricar un ladrillo con slo tres pajas... y una de ellas
quebrada.
El tender de Brighton podr dar tal vez las seas de los hombres que
compraron esa gorra.
Esperemos que s. Pero es una cosa poco comn el don de describir a las
personas. La mayora no puede ni siquiera ver, no digamos ya explicarlo en
palabras. Queen's Parade. Me suena como uno de esos barrios residenciales donde
todos son demasiado superiores para espiar por entre los cortinajes.
Inesperadamente, por cierto, al inspector en jefe pareci divertirle esta
observacin sarcstica de Thorne.
Y no se equivoca usted, amigo.
Despus de esta nota de unanimidad, el comisario se despidi. Quiz los otros dos
dejaran ya de chocarse mutuamente: siempre haba una tendencia a esta frialdad
inicial entre el hombre de la polica local y el experto de Scotland Yard; adems,
Nailsworth estaba seriamente afectado por la muerte de Stone.
Cuando el coronel Allison se hubo retirado se produjo un incmodo silencio que
dur unos segundos.
Excelente persona, el coronel aventur Thorne.
De lo mejor Nailsworth se volvi hacia la ventana. Lo mismo que Herbert.
Thorne se acerc a l; comparado con el enorme tamao del inspector en jefe
pareca un pajarito.
Es intil lamentarse, seor dijo; luego, con voz fra, amarga, aadi: S lo
que es. Fue uno de mis hombres el que cay en el asunto CraigBentley. No se
preocupe. Lo atraparemos.
13. "Slo Deseo Ayudar"
DAISY yaca sobre la cama; su cuerpo afiebrado, reseco, estaba exhausto de tanto
llorar. El hijo se le mova dentro del vientre, pero ella se hallaba ms all de toda
sensacin, presa en un horror del cual no pareca haber salida. Haca dos das que
Jacko la haba llevado a su casa, y la opresin de su desdicha no mostraba seales
de aliviarse. Su mente daba vueltas y vueltas dentro de la estrecha rbita del
desastre; trataba con toda su alma de volver a ser la muchacha que era antes de
que Hugo la dejara en la explanada. Pero pareca que una niebla se hubiera cerrado
entre ella y el pasado feliz ... , una niebla en la que se encontraba perdida y que
comunicaba contornos alucinantes, desproporcionados a las cosas ms triviales,
tornndolas inmensas, por ejemplo, la bata de Hugo, esa bata que haba querido
conservar para tener algo de l en qu envolverse. Pero en la confusin de la
partida, en la agona del adis la haba olvidado. Hugo y Mark se haban marchado
en un tren anterior, aquella tarde, y l haba guardado su bata en la maleta; para
Daisy esta nimiedad constitua una crueldad suplementaria, injustificada, porque la
haba privado hasta de ese recuerdo de su amado.
Cerr los ojos, tratando de ver el rostro de Hugo. Pero la eluda, no poda fijarlo;
empezaba a formarse en su recuerdo; luego se converta en algo monstruoso, en
una ficcin de la niebla que la atoraba y se mofaba de ella.
No est dormida an, muchacha? Esto no puede ser.
No haba odo abrirse la puerta. Jacko se acerc a ella y se sent en el borde de la
cama.
Es muy tarde? murmur Daisy.
Cerca de medianoche. Creo que ser mejor darle otro sedante.
No. No quiero... le asi la mano convulsivamente. No me dejar sola? No
tengo a nadie ms que a usted.
Jacko le habl con palabras reconfortantes, con suavidad. La joven le observaba el
rostro con una mirada extraviada, desenfocada.
No tiene noticias de l todava? Est bien?
No tener noticias es una buena seal, querida muchacha. Debe tratar de
conservar la serenidad.
Poda escribirme dijo Daisy con voz temblorosa.
Lo har. Pero por ahora no sera prudente. No lo comprende?
As ser la joven se acost de espaldas y cerr los ojos. Jacko comenz a
acariciarle las sienes rtmicamente, en forma reconfortante. Despus de un rato,
Daisy aadi: Cree usted que soy muy mala?
Mala? Qu est diciendo?
Bueno, entonces, es un castigo de Dios todo esto, verdad?
No por algo que usted haya hecho.
Una leve insinuacin en la voz hizo sentar bruscamente a Daisy; el hombro de su
camisn se desliz dejando al descubierto un pecho estriado de venas azules.
Hugo no es malo! exclam. [No diga eso! S que... ha robado. Pero iba a
abandonar todo eso. Me lo dijo. Es generoso y bueno. Si no hubiera perdido esas
cincuenta libras en las carreras..., y eso lo hizo exclusivamente por m. No cree
usted que l...
Mreme, Daisy.
La voz de Jacko nunca haba sido ms tierna. La muchacha mir el rostro feo,
desigual, y los ojos castaos que nunca perdan del todo esa expresin implorante.
El perro fiel. El nico amigo en quien poda confiar.
Sabe usted que slo deseo ayudar..., ayudarlos a usted y a Hugo. Lo sabe,
verdad?
S.
Por qu no me cuenta lo que pas, entonces? No es bueno guardarse todo
embotellado. Se lo digo como mdico. Est buscando llegar a una crisis nerviosa, y
eso no le har ningn bien a su hijo, ni a Hugo, Las cosas parecen peores cuando
uno se las guarda adentro.
No. Ahora no suspir Daisy. Estoy tan cansada...
Cansada? No es eso. Tiene miedo, mi querida amiga.
El cuerpo de la muchacha se sacudi como si la hubiera golpeado. Le dirigi una
mirada sobresaltada, cautelosa.
Por supuesto que tengo miedo. Hugo corre peligro.
No quiero decir exactamente eso. Sea franca consigo misma. Tiene miedo de
que l sea culpable.
El primer impulso de Daisy fue salir del cuarto, alejarse de Jacko. Se puso
dificultosamente de rodillas, sollozando quedamente, pero l la ech hacia atrs y la
sujet por los hombros, mantenindola de espaldas con los pulgares hundidos en la
carne rolliza. La cabeza de la muchacha, sobre la almohada, giraba a derecha e
izquierda, como queriendo eludir los ojos del hombre. ste la mantuvo as hasta que
la joven se tranquiliz un poco, luego se sent en la silla junto a la cama, respirando
ruidosamente. Por fin dijo:
Los dos queremos ayudarlo a Hugo. No puedo ayudar si no s exactamente qu
pas.
Pero no se lo dijo l cuando fue usted a Southbourne?
Jacko se repas los labios con la punta de la lengua. Mir a Daisy con el rabo del
ojo, pensativamente.
Pero, era sa la verdad? Toda la verdad? Lo cree usted? Si es as, qu teme?
Ay!, por qu me tortura? Cre que senta algn cario por m.
Lo que pasa es que tiene miedo. De que cree que trataba de evadirse hace un
instante? De m? Nada de eso. No poda enfrentar la posibilidad de que Hugo sea
culpable. Y usted misma se siente culpable porque sospecha de l. No es posible
meter tanta ropa sucia dentro de un cajn y convencerse, sencillamente, de que no
existe.
Hugo no hizo eso..., no hizo una cosa tan cobarde. S que no pudo haberlo
hecho.
Entonces, todo va bien, querida amiga. Tampoco creo yo que hiciera semejante
barbaridad. De modo que si los dos creemos en l, por qu no hablamos del
asunto? el rostro de Jacko se ilumin con su sonrisa simptica, triste: O es
porque no me tiene confianza?
Estoy turulata. No s restregndose los ojos con los nudillos, como una
chiquilla, Daisy volvi al lxico de su infancia: Turulata y media. No s para dnde
agarrar.
Por supuesto que si no tiene confianza en m no hay nada ms que hablar.
No se vuelva usted tambin contra m, John rog Daisy, con desaliento. No
era mi intencin ofenderlo. Pero a veces..., le dir, es usted muy curioso.
Curioso? Cmo?
Me hace mil preguntas. Como si eso lo divirtiera. Me pone molesta.
Le parece que me entremeto en sus asuntos sin el menor derecho? inquiri
l, no con frialdad, pero la muchacha sinti que su benevolencia se retiraba como
una marea.
Oh, no quiero decir que usted es entremetido aclar con desesperacin. Pero
(no s cmo explicarme) parece que quisiera usted deshacer a los seres en
pedacitos para descubrir qu los hace andar. Algunos chicos descuartizan sapos e
insectos Y dems. No saben que es una crueldad.
Vamos, debo reconocer que es usted muy franca. De modo que soy como un
chico que le arranca las alas a las moscas? Cree que me divierte observar cmo los
seres se retuercen y contorsionan? su tono, aun en este momento, era ms de
inters que de ofensa.
El agotamiento daba a Daisy una especie de clarividencia. Comprenda que la
contestacin a la ltima pregunta de Jacko poda ser afirmativa, pero no se atreva a
decrselo.
Hugo me dijo, cierta vez, que le gustaba a usted tener poder sobre los seres.
A quin no le gusta? Jacko la mir burlonamente. Sea sincera. No le da
satisfaccin a usted tener poder sobre Hugo? El poder sexual que tiene sobre l?
La muchacha se sonroj, chocada por la crudeza con que le presentaba la verdad.
Es distinto cuando uno quiere. Eso no tiene nada que ver con el poder.
El silencio se prolong tanto que Daisy volvi los ojos hacia Jacko y qued
desconcertada al ver su rostro demudado y su cuerpo sacudido por un temblor
irrefrenable.
Tiene fro? Cunto lo siento. No debera retenerlo aqu.
De modo que me cree incapaz de amar? Eso quiso decir?
La voz del hombre la asust: era como una mezcla explosiva, dominada apenas,
de lstima de s mismo, resentimiento y maldad. "Qu sensibles son los hombres",
pens; "sensibles, vanidosos y difciles." Pero senta que era necesario borrar
cualquier injuria que l creyera que le haba hecho.
No es eso lo que quise decir, Jacko. Est tergiversando mis palabras tuvo otro
destello de clarividencia. Sonriendo (no saba ella cun maternalmente) prosigui:
Sabe usted, me parece que guarda las cosas embotelladas dentro de usted igual
que cualquiera.
Y como buena mujer que es, quiere hacer salir al genio de la botella? la mir
bien de frente y aadi: Una mujer muy atrayente por cierto. No soy todo el
tiempo su mdico, muchacha.
Daisy se sonroj con una confusin de sentimientos entre los cuales una especie
de avergonzada satisfaccin no era el menor.
Imagino que cree usted hallarse completamente segura conmigo agreg Jacko,
en un tono casi petulante. Si su intento era desconcertarla no haba contado con el
elemento de franqueza campesina en la naturaleza de Daisy.
Oh, si es por eso creo que estoy bastante segura con cualquiera en estos
momentos replic, echndose a rer. Adems, es usted nuestro amigo.
Entonces por qu no me trata como amigo y no como un comodn? su voz se
torn suave y meliflua: Por qu no deja que los ayude a usted y a Hugo?
Ya ha hecho tanto...
Pero hay mucho ms que hacer, si realmente confa en m.
Y as fue como la joven le cont todo lo ocurrido en esos dos ltimos das en
Southbourne. El agotamiento emocional haba creado en ella el automatismo que lo
hace avanzar a uno, como un hombre en el ltimo lmite de la fatiga sigue andando
porque si no, cae y muere. Daisy oa hablar y hablar a este autmata dentro de ella:
su lengua pareca recordar pequeos detalles que su cerebro haba olvidado. Y
aunque estaba en parte anestesiada por el cansancio, tena la sensacin de hallarse
ms cerca de Hugo al revivir esa poca y repetir sus palabras. Pero nada dijo del
ocultamiento del revlver, no porque desconfiara de Jacko, sino porque la inhiba el
horror de aquel episodio cuyo recuerdo le daba tanta vergenza como si hubiesen
hecho el amor sobre un cadver.
No obstante, cuando hubo terminado, Daisy se sinti maravillosamente aliviada
(como flotando y sin trabas, como si hubiera dado a luz), y esto la llen de gratitud
hacia Jacko. Le apret la mano.
As me gusta, muchacha dijo ste. Se siente mejor, no es cierto? Qu le
deca yo?
S; es cierto. Pero le ir bien a Hugo? Diga que s. Ahora que sabe...
No veo cmo la polica podra probar nada en su contra...
Pero, Jacko, no es cuestin de... Es inocente. Tiene que serlo! exclam Daisy.
Siempre que haya escondido ese revlver suyo en algn lugar muy seguro.
Daisy lo mir consternada.
Revlver? Yo no...
Recuerde que su hermano le pregunt por l, y Hugo dijo que se haba
"deshecho de la desagradable arma de fuego". Slo espero que lo haya escondido
bien aclar Jacko, con voz despreocupada.
Oh, s. Los dos... Daisy se interrumpi, tapndose la boca con los dedos
decidimos que no deba guardarlo..., despus de lo ocurrido en casa, de su
hermano.
Jacko no sigui con el tema. Hablaron un ratito ms, y l se mostr muy animado y
reconfortante; luego, dndole un casto beso en la frente, la dej.
A la maana siguiente, Daisy durmi hasta tarde. Cuando el ama de llaves le llev
la bandeja con el desayuno haba sobre ella una notita afectuosa de Jacko en que le
deca que lo haban llamado a las afueras de Londres, pero que regresara por la
tarde y esperaba comer con ella.
*
En Southbourne el comisario se hallaba en conferencia con el inspector en jefe
Nailsworth y el detective inspector Thorne. Acababan de llegar de la pesquisa sobre
la muerte de su colega, que haba sido suspendida por quince das. Los tres
hombres discutan sus planes, por cuanto la investigacin estaba en punto muerto.
Thorne haba pasado una gran parte de los das entrevistando a los ocupantes de
las casas de Queen's Parade, empezando por la princesa Popescu, la acompaante
y la sirvienta. Pero no haba surgido ninguna prueba que le diera una pista del
asesino; tampoco el cochero, Charles Poore, pudo darle mayores datos de
identificacin. Ms an, era evidente para Thorne que ninguno de los pocos testigos
oculares que haban visto al asesino poda identificarlo con certeza.
Una pista que al principio pareca promisoria haba quedado truncada. Se supo que
un delincuente llamado Joe Samuels haba parado en el Queen's Hotel, con otras
dos personas, el mismo da del crimen. Los tres se haban ido del hotel esa tarde a
las seis, sin embargo, y regresado a Londres en automvil. Poda haber sido una
partida simulada, pero la coartada de Joe tena consistencia de roca frente a las
averiguaciones del Departamento de Investigaciones Criminales; el hombre
present varios testigos, adems de sus compaeros de viaje, que dieron garantas
de su llegada a Londres a una hora que no pudo de ninguna manera haberle
permitido cometer el crimen. No haba nada en contra de Joe, excepto que haba
sufrido dos condenas por robos de alhajas. Uno de los colegas de Thorne, empero,
se ocupaba en confirmar de nuevo esta coartada.
Nailsworth haba encargado a una buena parte de sus hombres la bsqueda del
arma, mas con idntico resultado negativo. La playa fue revisada durante la marea
baja, como asimismo todos los jardines adyacentes del Queen's Parade y los
desages callejeros. La busca continuaba, y los oficiales de polica efectuaban
averiguaciones en todos los hoteles y casas de pensin de Southbourne para saber
si algn comportamiento sospechoso o partida repentina haba tenido lugar la
noche del crimen. Pero pareca que el asesino no hubiese tenido tanto pnico como
para deshacerse de su arma. La idea de Thorne de que podra tratarse de algn
asunto de poltica, aunque no la mencionaba en presencia del inspector en jefe, no
se haba desvirtuado por ningn descubrimiento nuevo, y el detective le haba
pedido a la Seccin Especial el prontuario de la princesa.
El nico adelanto positivo hasta el momento, aunque muy pequeo, era la
declaracin hecha por el tendero de Brighton. Haba identificado la gorra como
perteneciente a una remesa recibida haca un mes; hasta la fecha del crimen haba
vendido solamente cuatro: tres a hombres y una a una muchacha. Era dudoso que
pudiera reconocer a los compradores masculinos, pero a la mujer (una llamativa
rubia en estado de gravidez) la reconocera en cualquier parte.
De modo que estamos de nuevo en fajas uno dijo Torne.
Las perspectivas no son muy halageas coment el comisario.
Sin embargo, seor, es sorprendente, pero tarde temprano alguien habla; el
asesino mismo, a lo mejor, no puede sujetar la lengua. En noventa casos sobre
ciento as es como obtenemos el punto de partida.
En Southbourne no se habla de otra cosa. Pero no parece habernos ayudado
mucho.
El gigantesco Nailsworth dio a su colega londinense, flacucho y apajarado, una
mirada severa y al mismo tiempo ligeramente burlona que atestiguaba la mejora
en sus relaciones.
Si ste fuera un intento de robo, nada ms empez a decir Thorne. El inspector
en jefe levant los ojos al cielo, ostensiblemente, pero Thorne prosigui impasible:
la sirvienta Velma es el punto dbil. No habla bien ingls y es terca, del tipo
campesino. No puedo sonsacarle nada, pero siento que est ms a la defensiva de
lo que debiera estar. Quin sino ella pudo haberle dicho a nuestro hombre dnde
guardaba sus joyas la princesa? Y quin entrara a robar en una casa sin saber por
lo menos eso?
La princesa ha tenido otras sirvientas.
Naturalmente, seor. Y tendremos que interrogarlas a todas. Pero Velma era la
nica que saba que la casa quedaba sola esa noche.
Ella y Mrs. Felstead interpuso el comisario. Pero estoy de acuerdo.
Perderamos el tiempo con Mrs. Felstead.
Thorne inform que su prxima medida sera volver a entrevistarse con la sirvienta
italiana. Tratara de averiguar lo que haba hecho el da del crimen, sus llamadas
telefnicas y dems. Si se pudiera descubrir que haba estado en contacto con
algn desconocido ese da, o aun antes, la polica tendra algo de donde agarrarse.
Al da siguiente Thorne regresara a Londres para dirigir la pesquisa, que ya se haba
iniciado, sobre los movimientos de los ladrones de joyas conocidos de Scotland Yard.
Los tres hombres discutieron sobre la publicidad por intermedio de la prensa:
insistir en el pedido de que cualquier persona que hubiese advertido algo
sospechoso se presentase a declarar; enviar circulares a las casas de prstamos en
caso de que el asesino hubiera sido tan tonto como para verse libre del arma por
este medio. Los expertos en balstica haban analizado el proyectil hallado en el
cuerpo de Stone y dado su informe sobre el calibre y la probable marca del revlver.
La soga y el gancho encontrados en el paquete eran nuevos, o por lo menos no
haban sido usados, pero ningn comercio local los haba vendido: lo probable es
que hubiesen sido adquiridos por separado y arreglados despus por el comprador.
De modo que esto no dio ninguna pista que mereciera seguirse hasta ese momento.
Si el criminal la hubiera usado, las investigaciones de la polica haban podido
centralizarse ms, porque Scotland Yard tena registrados a todos los criminales que
usaban habitualmente este sistema; pero y esto era uno de los detalles ms
desconcertantes del caso la soga y el gancho haban sido dejados en la playa,
bien empaquetados, para que cualquiera pudiera hallarlos; el gancho no presentaba
la menor rayadura: nunca haba sido utilizado para nada, ni bueno ni malo.
Quiz observ Nailsworth, en un inusitado despliegue de fantasa fue
extraviado en la playa por algn alpinista.
Por qu no un gimnasta? pregunt Thorne. Algn chico puede haberla
robado del gimnasio del colegio, por un desafo. Estos mocosos son capaces de
cualquier cosa.
Bueno, caballeros, creo que podemos levantar la sesin por ahora. A no ser que
haya algo ms...? el coronel Allison se puso de pie. Al dirigirse a la puerta, entr
un agente.
Un hombre desea ver al inspector en jefe, seor. Dice que tiene informaciones
sobre el caso Stone.
Otro de esos locos, me imagino murmur entre dientes Nailsworth. Ya lo
haban importunado bastante los maniticos, los pobres diablos y los entusiastas
mentecatos que siempre surgen en la huella de una investigacin criminal y se
adhieren como zarzas a las botas de los policas.
El coronel Allison le pas al inspector en jefe una tarjeta de visita que le haba
alcanzado el agente.
Doctor John Jaques. Nunca lo he odo nombrar dijo Nailsworth. Ser mejor
recibirlo, seor?
Hgalo pasar. Y llame al taqugrafo.
14. El Beso De La Muerte
NAILSWORTH y Thorne dieron al doctor Jaques una mirada policial: esa mirada
pausada, meditabunda, de pies a cabeza, neutral, pero opresiva, mediante la cual,
si algn agente sobrenatural lo hubiera hecho esfumarse de su vista despus de
cinco segundos, hubieran podido catalogarlo hasta el ltimo botn de la manga de
su chaqueta. El comisario se present y present a sus colegas al visitante,
invitndolo a sentarse, y ech una mirada al inspector en jefe.
Entiendo que tiene usted alguna informacin sobre la muerte del inspector Stone
dijo Nailsworth. Hablaba como mquina: como una mquina ajustada a un ritual
de inacabable repeticin.
S, creo que puedo...
Su nombre y direccin, seor.
Los tiene en esa tarjeta, en la mano.
Es usted doctor en medicina? prosigui Nailsworth, pesado como una
aplanadora, imposible de desviar de su rutina.
Mientras proseguan las preguntas de rigor, el coronel Allison examinaba al
visitante. Su primera impresin, cuando entr el doctor Jaques, haba sido de un
hombre dudoso del recibimiento que le daran, pero seguro de su posicin: como
por ejemplo un fotgrafo en un casamiento (no exactamente obsequioso, pero
tampoco audazmente entremetido) pronto a desempear una parte necesaria,
discreta y profesionalmente. No haba nada ofensivo en su apariencia; sin embargo,
el coronel Allison, sin quererlo, pens:
"Tipo insolente..., un poco meloso." Quiz fueran los ojos del hombre; un algo de
mofa detrs de la deferencia. Pareca bastante cuerdo, de todos modos, que era
ms de lo que poda decirse del resto de los chiflados que haban acudido a ayudar
a la polica. "No, no es un fotgrafo", pens el coronel, "es un actor." La manera
voluble de hablar, las respuestas rpidas, el mechn de pelo blanco, bastante
teatral (para el papel del to excntrico y benevolente llegado de Australia con una
fortuna, pronto a ayudar a la joven pareja que inicia la lucha por la vida): sobre
todo, el rostro era el de un actor, sin duda, con su boca mvil y su piel floja: un
rostro que, reformando sus planos diluidos, poda convertirse en otra cara o por lo
menos en la cara de un personaje completamente distinto.
El comisario se oblig a dejar de lado estas meditaciones poco provechosas. O
mejor dicho se vio bruscamente apartado de ellas por la contestacin del doctor a
alguna pregunta oficial de Nailsworth: "No, no, no he venido aqu a hacer una
confesin." No fueron tanto las palabras cuanto el tono ligero, divertido con que
fueron dichas, lo que le dio al coronel Allison una oscura sensacin de ultraje. Y
como si el doctor Jaques se hubiera instantneamente percatado de esto sin
necesidad ni siquiera de mirar el rostro del comisario, su voz cambi de inflexin y
prosigui, seriamente, con una expresin preocupada:
Temo que sea mucho mas difcil que eso. Para m.
Escuchemos su declaracin, seor, en sus propias palabras dijo Nailsworth,
pacientemente. Limtese a los hechos, por favor... Nada de rumores ni teoras.
En la maana del diez de octubre recib una llamada telefnica, en Londres, de
Mark Amberley empez su relato el doctor Jaques con un modo que hubiera
podido ser la ms delicada parodia de un agente de polica que declara ante un
tribunal. Me dijo que su hermano le haba telefoneado desde Southbourne,
pidindole urgentemente que fuera all llevndole dinero y que me preguntara si yo
poda acompaarlo. Conozco al hermano de Mark desde hace algn tiempo. Se
cambi el nombre hace siete u ocho aos por el de Chesterman: Hugo Chesterman.
Un momento! Thorne haca castaetas con los dedos como un colegial que
trata de recordar la contestacin exacta. Amberley. Amberley. Hugo Amberley?
No. Chesterman... Ya s: Chester Hugh Amberley. Era se su verdadero nombre?
Jacko baj los ojos y por su rostro pas una expresin de dolor.
S. Veo que lo recuerda. Hugo cambi de apellido despus de salir de la crcel.
Por robo de alhajas, verdad?
Creo que s repuso Jacko, inclinando la cabeza. Vine hasta aqu con Mark.
Lemos de la muerte del inspector Stone en el diario de la maana. Cuando
llegamos a la pensin de Hugo Jacko les dio la direccin, le haba indicado a
Mark, dicho sea de paso, que preguntara por l bajo otro nombre supuesto, lo
encontramos a l y a Daisy en un estado de gran agitacin. Daisy Bland, deb
decrselo antes, es una muchacha que vive con l desde hace alrededor de
dieciocho meses.
Podra ser una rubia llamativa? inquiri Thorne, con una guiada dirigida a
Nailsworth.
Imagino que podra describrsela as replic framente Jacko. Es cliente ma.
Va a ser madre a fines de diciembre. Hugo nos dijo que se le haba terminado el
dinero y tena miedo de que la polica lo relacionara con el crimen por ser ex
presidiario si descubran su presencia en Southbourne. Dijo que por un tiempo deba
esconderse, hasta que el bochinche, son sus palabras, se calmara.
Nailsworth aspir hondo y apret el puo.
Le dimos algn dinero, y yo acced a que Miss Bland viniera a mi casa. Est all
ahora. Mark regres a Londres con Hugo, y Miss Bland y yo volvimos en otro tren,
despus.
No se les ocurri a usted y a Mr. Amberley que podran estar encubriendo una
felona? inquiri el inspector en jefe.
Jacko hizo una ligera mueca.
Realmente no recuerdo. Les tengo cario a Hugo y Daisy y estaban en
dificultades. Uno hace lo que puede por los amigos en tales circunstancias sac
un pauelo limpio, doblado, y se sec suavemente los labios. Adems, Hugo jur
que nada tena que ver con el asesinato. Yo trat de hacerle comprender que si hua
parecera una confesin de culpabilidad, pero el pobre viejo estaba demasiado
aterrado para or razones.
El doctor hizo una pausa; tan larga que por fin Nailsworth inst:
Y bien, seor?
Y bien?
Qu cuenta le dio Chesterman de sus movimientos?
Oh. Lo lamento. Cre que no deseaba or declaraciones basadas en palabras.
Los labios de Nailsworth se apretaron. El comisario intervino brevemente.
Puede usted decirnos esto, doctor.
Asegur que se encontraba en otra parte en momentos en que se cometa el
crimen, pero que no poda probarlo.
Nailsworth se inclin pesadamente hacia l, con el rostro ms rojo que de
costumbre.
Dice usted que qued satisfecho con eso? Sali a la esquina para ver a un
hombre por un perro..., es lo que dir, no? el inspector en jefe se dominaba a
duras penas.
Uno cree en sus amigos replic Jacko, no sin dignidad.
Cuando son ladrones reconocidos? No tiene usted costumbre, normalmente, me
imagino, de juntarse con...
Calma, Nailsworth advirti el coronel Allison.
S que debe de parecerles casi imposible a ustedes repuso Jacko, con, una
sonrisa franca, agradable. Slo puedo decirles que cre que Hugo se haba
reformado, ltimamente, y soy suficientemente crdulo como para pensar que una
condena por robo no convierte a un muchacho fundamentalmente decente en
asesino.
Pero desde entonces ha cambiado usted de opinin, verdad? el rostro
inexpresivo de Thorne (poda haber sido un empleado en una agencia de viajes, que
discute un itinerario con un cliente) no dejaba traslucir nada de la agitacin que
senta. Recordaba en ese momento que Amberley, alias Chesterman, haba sido un
ladrn con una fenomenal agilidad de gato: todo calzaba.
El doctor Jaques hizo "un ademn deprecatorio con las dos manos abiertas, que
parecan empujar lejos algo que tena delante: como un perro, pens el comisario,
sentado sobre las patas traseras y pataleando en el aire con las delanteras.
Cambi de opinin repiti Thorne.
Las facciones del mdico tomaron, o se recompusieron en una expresin de
angustia: pareca no poder dominar la voz.
Temo que s. S. Anoche tuve una larga conversacin con Miss Bland. La joven
estaba en una crisis de agotamiento, al borde de un colapso nervioso. Pens que le
hara bien hablar y sacarse de adentro... lo que haba pasado aqu trag saliva.
Escchenme, es necesario que diga todo esto?
Es eso lo que ha venido a decirnos, no es verdad? el coronel trat de ocultar
la creciente aversin que senta por el hombre, pero sin lograrlo del todo. Lo
sobresalt un destello de rencor, verdaderamente envenenado que sorprendi en
los ojos del mdico.
No es una actitud muy de alumno de escuela pblica replic ste. Pero el
cdigo moral de uno (los amigos en la buena o en la mala) no me parece del todo
adecuado cuando se ha matado a un polica a sangre fra.
El comisario frunci el entrecejo. Este individuo desagradable haba tocado justo el
punto candente con extraa penetracin: el cdigo moral de la escuela pblica que
condena como nico pecado imperdonable la traicin a los amigos, era
exactamente lo que haba estado trabajando la mente del coronel durante la
entrevista. Ms an: la ltima observacin del mdico haba puesto hbilmente una
cua entre el coronel y sus dos subordinados, que no tenan el problema de esta
clase de caballerosidad.
Tratemos de no salirnos del tema dijo. Su conversacin con Miss..., ejem...,
Bland.
Jacko hizo el relato con amplios detalles y sin vacilacin, ante el continuo
deslizarse del lpiz del taqugrafo. Cuando hubo terminado se produjo un breve
silencio.
Ha visto usted este revlver de Chesterman? Sabe de qu marca es? inquiri
el inspector en jefe.
No lo s.
Pero su opinin personal es que no se deshizo del arma, como Miss Bland quiso
hacerle creer a usted, despus del altercado en casa del hermano?
sa es mi impresin. Slo deseo estar equivocado.
Conoce usted el actual paradero de Chesterman, segn creo?
Jacko pestae. Luego, con demasiado apresuramiento, dijo:
No; por supuesto que no.
Es una lstima. Una gran lstima el tono de Nailsworth indicaba que la lstima
iba ms en desmedro del doctor Jaques que de la polica. Seguramente Miss
Bland est en contacto con l?
No que yo sepa. Por supuesto pueden preguntrselo a ella.
Lo haremos, seor. y ahora tal vez nos quiera hacer una descripcin de
Chesterman.
Pero Scotland Yard debe tenerla en su fichero.
Puede refrescrnosla un poco. Lo escuchamos inst Nailsworth, implacable.
Bueno, si es necesario, lo har.
El comisario se levant bruscamente. Su trabajo en el servicio secreto durante la
guerra lo haba mezclado en algunas transacciones bastante inescrupulosas: pero
nunca le haban causado las nuseas fsicas que senta en presencia del doctor
Jaques. Nailsworth y Thorne tenan mejor estmago, mejor dejrselo a ellos.
Acabo de acordarme. Una cita con el secretario municipal. Prosiga usted,
inspector dijo, y con un seco movimiento de cabeza a guisa de saludo sali con
paso rpido de la oficina.
Al cerrarse la puerta, Thorne observ una leve y curiosa mueca risuea en el rostro
del doctor Jaques: sonrisa de alivio?, de satisfaccin?, o era simplemente reflejo
del brusco tratamiento dado por el coronel? De todos modos, la atmsfera del
cuarto se despej ms despus de su partida, tanto que, por cierto, cuando la
descripcin de Hugo dada por el doctor fue anotada, Thorne sbitamente dirigi
hacia l su larga nariz, dicindole en tono de complicidad, casi de camaradera:
Vamos, doctor, no sea terco. No me diga que no sabe dnde est escondido
Chesterman. Tiene que tener algn medio de comunicacin con l, sin duda.
La expresin de desaprobacin en la enorme cara de Nailsworth dej lugar a una
de astucia alerta. Muy bien: si ste era el modo de quebrar la resistencia del
mdico, l poda participar en la operacin. Hizo un pequeo ademn para que el
taqugrafo saliera del cuarto.
Oigan, ya tienen su descripcin insisti Jacko. No pueden realmente pedirme
que haga ms. Es...
Disclpenos, seor, pero se lo estamos pidiendo. Esta descripcin es muy til:
pero no queremos que Chesterman se nos escabulla de entre las manos. Tenemos
que encontrarlo en seguida.
Habla usted como..., como si el caso estuviera ya probado en contra de l
protest Jacko.
Me ha convencido usted ciertamente de que existen fuertes probabilidades de
poder probar su culpabilidad tericamente, con nuestras actuales pruebas.
Thorne hablaba sin irona aparente, pero con algo determinado en el tono. Mirando
a los dos, Nailsworth se asombr de su pensamiento: "Pjaros del mismo plumaje."
Si es inocente continu diciendo Thorne podr probarlo... y cuanto antes
mejor. Su mujer debe de estar en suspenso. Es malo para ella. Pero es usted
mdico..., no necesito decrselo.
S, es cierto asinti Jacko, con una especie de vehemencia, como si esta
consideracin que se le presentaba por primera vez le ofreciera una salida
honorable.
Esta muchacha, Daisy Bland..., era cmplice de l en sus robos de joyas?
pregunt Nailsworth, pesadamente.
Thorne hubiera podido dar un puntapi al inspector en jefe. Despus de haber
echado el anzuelo al mdico con tanta habilidad y haber logrado casi hacerlo picar,
ver cmo se cortaba la lnea debido a esta torpe intervencin!
El doctor Jaques pareci congelarse.
Realmente, inspector, qu pregunta tan extraa! Cmo podra yo saberlo? Le
aseguro que nunca me hicieron confidencias hasta ese punto. Aparte de todo lo
dems, mi profesin...
Por supuesto, seor, por supuesto Thorne trat de terminar esta exhibicin de
irascibilidad. Como estbamos diciendo, es cuestin simplemente de ponerse en
contacto con Chesterman cuanto antes. Si es inocente, tanto mejor. Slo le
pedimos...
Ya les he dicho. No s dnde est.
Entonces le aconsejo por su propio bien que lo averige advirtile Nailsworth,
amenazante. Ya estaba cansado de este trato con guante blanco; un oscuro
resentimiento arda en l que Thorne tomara las cosas por su cuenta, y su ira por el
asesinato del inspector Stone era implacable.
Me est amenazando? pregunt Jacko. Vengo aqu a ayudar a la polica y...
El puo enorme de Nailsworth peg contra la mesa.
Est usted en una posicin muy comprometida. Se lo advierto. Ya ha encubierto,
quizs, una felona al ayudar a ese hombre a escapar de Southbourne. Alberga
usted a una mujer que es muy probablemente su cmplice.
Oh, tonteras! exclam Jacko, sin dejarse intimidar. Se hubiera dicho que
trataba de aguijonear al inspector en jefe hasta hacer estallar su clera.
No me hable con ese tono! Nailsworth hizo un esfuerzo visible por dominarse
. Le vuelvo a repetir: pregntese lo que parecer su posicin cuando el caso vaya
a tribunales. La reputacin profesional de un mdico se destruye fcilmente, eh?
Un mdico que tiene amistad ntima con un ladrn y su querida; que ayuda a un
asesino y obstruye la accin de la polica..., oh, s, todo saldr a luz!
Comprendo por qu mand retirarse al taqugrafo. No quera que lo oyera hacer
chantaje a un testigo..., disculpe, presin a un testigo suena mejor, verdad?
Jacko pareca estar enormemente divertido.
Vamos, vamos, seor, quiere usted cooperar con nosotros o no? le pregunt
Thorne.
Les he hecho mi declaracin. No llaman a eso cooperacin?
Si Chesterman se pone en contacto con usted antes de que lo hayamos
encontrado nosotros, nos comunicar usted el hecho?
Escuche observ Jacko, a la. defensiva, eso es pedirle a uno demasiado.
Le pido que cumpla su deber como ciudadano. "Dios mo!", pens Nailsworth,
"otra vez la hipocresa!"
Comprende usted que tendremos, por supuesto, necesidad quiz de averiguar
algo sobre su persona prosigui suavemente Thorne. Las averiguaciones de
rigor. Imagino que tendr usted un socio?
No.
Por primera vez Jacko pareci inquietarse.
Deben de ser difciles entonces para usted estas... visitas a Southbourne?
Anular sus citas con tan poca anticipacin?
Mis citas?
Sus enfermos. Dijo usted que era mdico, no es as, seor? Ejerce su
profesin?
Oh, s. Privadamente. Tengo algunos enfermos. Poseo algunos bienes.
Ah. Comprendo Thorne dio a su voz una inflexin inusitadamente siniestra.
Bien, seor, si quiere leer y firmar su testimonio no lo alejaremos por ms tiempo
de sus deberes profesionales.
Hubo un silencio hasta que las carillas escritas a mquina les fueron llevadas,
silencio que dur mientras Jacko lea y firmaba su nombre al final.
Ponga tambin sus iniciales en cada pgina, por favor indic Thorne; luego
aadi: Nada ms, por el momento. Es probable que reciba noticias nuestras.
Buenos das, doctor Jaques.
Existi un levsimo nfasis al pronunciar la palabra "doctor"? Nailsworth no saba
qu tramaba su colega, pero lo dejara actuar a su manera. Ambos parecan haber
perdido todo inters en el testigo; Thorne hasta le volvi la espalda mientras Jaques
iba hacia la puerta; y a la espalda de Thorne, Jacko se dirigi desde la puerta:
Esccheme. Si Hugo llegara a ponerse en contacto conmigo..., qu debo hacer?
Nailsworth respir largamente. Thorne, hablando por encima del hombro, sin mirar
a Jacko, dijo:
Eso es cuestin suya, doctor. Podra citarlo a algn sitio pblico, por ejemplo. Y
tiene usted nuestro nmero telefnico.
Jacko volvi unos pasos hacia adentro del cuarto.
Sugiere usted que yo est presente cuando lo arresten?
Lo detendramos para interrogarlo. Podramos detenerlo a usted tambin, doctor,
si eso lo tranquiliza.
Pero, maldicin!, es amigo mo.
Muy doloroso, lo comprendo. Bueno, es cuestin suya. Ah, una cosa ms,
doctor! dijo Thorne, cuando Jacko ya estaba otra vez junto a la puerta. Esta
muchacha, Daisy Bland. Chesterman tena intencin de casarse con ella? En algn
futuro cercano?
Yo..., realmente no lo s. Por qu?
Por curiosidad. Goza de buena salud? la voz de Thorne era animosa e
indiferente.
Oh, s. Es una joven muy sana. Pero no...
Va a ser muy duro para ella declarar ante el tribunal. Cree que lo soportara en
su estado actual?
Mi querido amigo, no se trata de que declare contra l.
Por qu? No es su esposa.
Hubo una brevsima pausa, antes de que Jacko contestara.
Ah, comprendo... Lo que quise decir es que lo quiere mucho. No lo hara.
Apenas se haba cerrado la puerta detrs del doctor Jaques cuando ya el inspector
en jefe daba rdenes por el telfono interno para que lo siguieran.
Y ahora, mi amigo se volvi furibundo hacia Thorne. Usted es quien tiene
que explicarse.
Yo, seor? pregunt inocentemente Thorne.
No se haga el que no entiende. Le dice poco menos a ese individuo que arregle
casamiento entre Chesterman y su querida. Una esposa no puede declarar contra
su marido. Y sin la declaracin de esta mujer no tenemos ni pizca de esperanza.
Debe de haber usted perdido el seso.
No, jefe. Lo que haca entender al mdico es precisamente que l debe impedir
que se casen.
Nailsworth lo mir con incredulidad.
Usted cree realmente?... Pero les tiene cario... Debe tenrselos para ayudar a
Chesterman y albergar a la muchacha en su casa.
Quiz le tenga cario a la muchacha. Quiz le tenga demasiado cario. De modo
que viene aqu, oh, con poqusimas ganas!..., es muy doloroso acusar a su mejor
amigo, pero todo ciudadano bien pensante debe ayudar a cumplir la ley, y por eso
lo descubre a Chesterman. Sin duda la maana de la ejecucin del reo se dedicar a
consolar a la mujer. No hay nada como un buen amigo de la familia cuando se est
en un aprieto.
Thorne hablaba con una amargura rabiosa que Nailsworth nunca en su vida haba
odo en la voz de nadie.
Clmese, mi amigo. Es un tipo raro, pero ...
Es una porquera de pies a cabeza. Me tomar meses sacarme esa podredumbre
de adentro. Juega sucio. Y este Chesterman, si cometi ese crimen tambin jug
sucio. De modo que yo tengo que jugar sucio a mi vez. Por momentos deseo
desempear algn trabajo decente, higinico..., como limpiar cloacas.
15. Un Arresto En Londres
DOS DAS despus Jacko estaba sentado a una mesa en la confitera de la estacin
Charing Cross, a solas. Se hallaba con los codos apoyados sobre la mesa, que haba
repasado cuidadosamente con su pauelo limpio, en la actitud de un jugador de
ajedrez que no afloja la atencin despus de haber realizado una buena jugada y
piensa ya cmo defenderse de cualquier inesperado contraataque del adversario.
De tiempo en tiempo levantaba la cabeza hacia la puerta que tena al frente, pero
lo haca con distraccin, corno si estuviera ms interesado en sus propios
pensamientos que en la inminente llegada de la persona a quien esperaba. Repas
delicadamente el borde de la copa antes de beber un trago; luego, con la cabeza
apoyada de nuevo sobre las manos, volvi a su actitud pensativa. Nadie que lo
hubiese observado podra haber adivinado la extraordinaria euforia que inundaba su
ser.
Al regresar de Southbourne, haca dos das, le escribi a Hugo Chesterman a la
direccin que ste Le haba dado, para combinar de encontrarse: si Hugo no poda
acudir a la cita deba telefonear a Jacko a su casa; no lo haba llamado, as que
seguramente aparecera all de un momento a otro. Jacko se detuvo en el recuerdo
admirativo de la sutileza de la carta que le haba escrito: sin comprometerse a nada
que no pudiera explicar cuando se encontraran, insinuaba que se haban producido
nuevos acontecimientos que tornaban urgente una entrevista. Como el silencio por
parte de Hugo significaba asentimiento, Jacko telefone al inspector Thorne a
Scotland Yard, el da anterior, para informarle de la cita: "Por supuesto", le haba
dicho al final de la conversacin, "proceder usted a arrestarme a m tambin."
Era agradable estar all sentado, deleitndose en el examen de su modo de ser.
Casi deseaba que Hugo no llegara demasiado puntualmente a interrumpir sus
pensamientos. No odiaba a Hugo, as como una tarntula no odia a su presa
natural. Por lo menos ya no. Haban existido pocas en el pasado cuando Hugo lo
irritaba: "Oh; Daisy est bastante segura contigo", esta clase de cosa le haba
causado resentimiento por un rato; pero Jacko inmuniz en seguida esas leves,
mortales pas, porque era capaz de contemplar, hasta de deleitarse en cualquier
aberracin suya, con excepcin de su impotencia fsica. No; el placer que senta en
ese momento no estaba contaminado por el odio: el placer puro del poder. Otras
veces haba jugado con vidas humanas, pero nunca con este propsito. La
sensacin de gobernar el destino de Hugo y el de Daisy era casi fsica: un goce
cerebral, estimulante, mejor que cualquier droga; y el riesgo que l mismo corra
pareca acrecentar esta deliciosa sensacin.
Sus pensamientos volvieron a Daisy Bland. La belleza de la joven, as como las
bromas indiferentes de Hugo lo haban exacerbado algunas veces. La confianza que
Daisy le demostraba aada otro excitante al juego fro, temerario en que estaba
empeado. Oh, s; era capaz de desearla; no encontraba dificultad en admitirse a s
mismo que el espectculo de su desesperacin le era sexualmente agradable, como
le sera agradable torturarla fsicamente; pero poda muy bien subordinar ese deseo
al juego del poder que hallaba tanto ms satisfactorio.
Una chiquilla, al pasar, tropez contra su pierna extendida. La levant, le limpi el
abrigo, le hizo varias muecas agradables y la devolvi, contenta ya, a su madre. Su
mente volvi a deslizarse al problema de Hugo y Daisy. El amor que se tenan, tan
ardiente y exclusivo, siempre lo haba incomodado; senta una oscura necesidad, no
vengativa, sino desapasionadamente perentoria, de profanarlo, de rebajarlo al nivel
suyo as como un malvado puede verse impulsado a romper la vidriera de un
templo o una hermosa imagen cuya mera existencia le significa una ofensa por el
reproche que lleva implcito basado en una verdad completamente superior a su
entendimiento. Se le ocurri a Jacko en ese instante que si pudiera persuadir a
Daisy Bland a que declarara, voluntariamente, contra su amante, sin presin
policial, ese amor quedara reducido a polvo ms efectivamente que por ningn otro
mtodo. Hugo nunca la perdonara, ni Daisy se perdonara a s misma por haberlo
hecho.
Jacko contempl esta idea con el reverente temor del artista que se impone a s
mismo una tarea de casi insuperable dificultad, sabiendo que si logra su objetivo el
resultado ser su obra maestra. Tena que persuadir, o forzar a la joven a creer que
si no declaraba contra Hugo ella tambin sera acusada de homicidio. Era
suficientemente estpida, suficientemente dcil para creerlo. Pero y aqu estaba
el obstculo primordial le importara esa perspectiva a la apasionada criatura?
No preferira morir con Hugo condenada por homicidio antes que vivir sin l?
Estaba el hijo, por supuesto: Jacko haba olvidado al hijo..., se sera el mejor modo
de minar su resistencia. Y si pudiera convencer a Daisy de que Hugo mismo
deseaba que declarara para salvar al nio y a ella misma, exista una buena
probabilidad de que pudiera vencer todos sus escrpulos.
La irona sutil, lo intrincado de este plan hizo que Jacko se restregara las manos. La
infatuada joven con su ridcula pasin por Hugo era muy capaz de creer que ste
poda tener una actitud heroica de tal magnitud, y cualquiera que fuera capaz de
semejante credulidad deba pagarla. La perspectiva de la inocencia abatida y
ultrajada en esta forma atraa a Jacko como el espectculo de una violacin podra
atraer a un hombre menos complejo en sus vicios. Ni por un segundo, mientras
meditaba el plan, se enga a s mismo sobre la enormidad de lo que acababa de
urdir. Apenas podra decirse que su euforia lo haba llevado ms all del sentido del
bien y del mal, porque no tena ninguna clase de limitaciones morales.
La falta de mvil en l comportamiento de Jacko era lo que ms podra chocar a
los interesados en el caso Chesterman, por cuanto la existencia de un mvil, por
perverso que sea, torna reconocible, tolerable, humano, al mal. Los ms simples de
entendimiento trataron de explicar la traicin gratuita de Jacko a Hugo y Daisy por
el deseo de alejar a sta de su amante, e ignoraron el hecho de que despus de su
vileza nada en el mundo habra convencido a Daisy a volver a verlo y de que l era
demasiado inteligente para no haber comprendido esto. Los psiclogos, en bien
pagados artculos publicados en los diarios populares y basados en la escasa
informacin que los periodistas haban logrado desenterrar sobre el pasado de Jacko
antes de que la polica lo sacara clandestinamente del pas, descubrieron una
explicacin en la infancia del mdico: ste era hijo nico de una mujer disipada y
neurtica que lo haba alternativamente mimado y tratado con indiferencia glacial y
desdeosa, arrastrndolo por Europa detrs de ella y de su amante oficial, o
dejndolo peridicamente pupilo en algn colegio: era un bagaje humano
indeseable.
A estos antecedentes los psiclogos atribuan sus celos de la felicidad humana
normal, su necesidad patolgica de imponerse en la vida de los dems, su
plausibilidad y adaptabilidad para hacerla y el profundo odio a la maternidad que
encamin su talento a la prctica del aborto.
Pero es probable tambin que el inspector Thorne estuviera tan cerca de dilucidar
el problema como cualquiera cuando, despus de cerrado el caso, dijo a Nailsworth:
"Jacques debera ser conservado en una caja de vidrio en un museo con el siguiente
rtulo: nico espcimen conocido de ser humano irresponsable sin ser demente."
Al levantar la vista, Jacko advirti que Thorne y Nailsworth se paseaban entre la
multitud frente a la puerta de la confitera. Mir su reloj: Hugo ya se haba retrasado
cinco minutos. Esto no lo inquiet mucho porque pareca imposible que el teln no
se levantara sobre una pieza que haba escrito en su mente con tanto cuidado y
ensayado con tanto esmero
La puerta se abri. Hugo Chesterman, con el aspecto tranquilo y alerta de siempre,
y de ningn modo con aire de perseguido, entr en el recinto. Ech una mirada en
torno, hizo un alegre ademn de saludo a Jacko; luego, despus de pedir una taza
de caf y de pagarla, se sent junto a l.
Quin dira que nos encontraramos aqu, viejo? observ. Cmo est la
familia?
Jacko frunci deliberadamente los labios antes de contestar.
Daisy no ha estado muy bien ltimamente.
Ah? Lo siento. Nada serio, espero?
Jacko descubri con placer la sbita ansiedad detrs del tono indiferente de Hugo.
Est preocupada, naturalmente explic. Y al no tener noticias tuyas...
Tengo una carta para ella. Se la llevars? Hugo le pas un sobre. Esto la
tranquilizar. No hay repercusiones de nuestra visita al borde del mar, espero?
Jacko baj la voz.
Por eso te ped que vinieras. Daisy quiere que te cases con ella.
Lo s en los ojos de Hugo apareci una mirada lejana, confiada y afectuosa
que encoleriz a Jacko. Pero no en este momento, por supuesto?
Eso es lo importante, Hugo. No comprendes..., si la polica se entera la
interrogarn. Si es tu mujer no puede declarar en contra de ti en el juicio. Si tiene
que declarar perder pie.
S, s, s. Te preocupas demasiado. De todos modos, por qu haba de enterarse
la polica?
Ah, bueno. Si te sientes completamente tranquilo no hay ms que hablar.
Sabes muy bien que no estoy completamente tranquilo, viejo vampiro. Pero
embarcarse en el matrimonio significa aparecer en pblico, y cuanto menos lo haga,
mejor..., hasta que tengan a alguien en la mano por el asunto de Southbourne.
De modo que definitivamente no quieres convertirla todava en una mujer
honesta?
Mi querido Jacko dijo Hugo, en uno de sus raros arranques de sinceridad, de
simplicidad, que parecan provenir de otro hombre, nada de lo que nosotros
podamos hacer la convertira en una alhaja comparada con las dems.
Jacko se encogi ligeramente de hombros, sonrindole a Hugo, La maldad herva
profundamente en su ser. Al ver a Nailsworth y Thorne en la ventana extrajo el
pauelo y se toc con l los labios.
Imagino que nunca sabr, Hugo dijo deliberadamente con los ojos fijos en el
joven, si mataste o no a ese polica.
Los dos inspectores llamados por la seal previamente concertada con Jacko,
haban entrado en la confitera, y seguidos por un par de agentes vestidos de civil
avanzaban tranquilamente por entre las mesitas.
Hugo dirigi a Jacko una mirada velada, insolente.
Imagino que nunca lo sabrs repuso. Muy fastidioso para ti.
En ese instante la mano de Nailsworth cay sobre su hombro. Durante uno o dos
segundos Hugo permaneci completamente inmvil; luego lentamente se volvi y
mir hacia arriba en el momento en que Nailsworth deca:
Hugo Chesterman, soy inspector de polica; queda usted detenido...
Maldito seas! Hugo se volvi hacia Jacko y vio la mano de Thorne posada
sobre el hombro del hombrecillo.
Esto es un atropello exclam Jacko. Quin diablos son ustedes? Cmo s
yo que son de la polica? Este seor es amigo mo. Estn cometiendo una
abominable equivocacin.
Jacko pareca completamente fuera de s; miraba a Hugo y a los policas con
incredulidad. "Realmente", pens Hugo, "el pobre Jacko est tratando de disimular
en forma maravillosa, pero estoy perdido por ms que haga". Ech una ojeada
circular a la confitera donde la mitad de las personas ya se haban puesto de pie y
miraban asombradas o se acercaban al lugar del incidente. Advirti a los dos
hombres de civil entre l y la puerta y sus msculos tensos se relajaron. Ni la menor
posibilidad de escapar. "Oh Daisy, Daisy", se dijo, vagamente consciente de que el
otro polica le deca a Jacko: "Queda detenido para ser interrogado por la muerte del
inspector Stone, en Southbourne."
Jacko farfullaba casi con ultrajada indignacin. Era buen teatro y mejor no poda
hacerla, pero Hugo sinti de pronto asco de todo esto.
Mejor que acates sin protestar, Jacko. Puedes iniciar un juicio por detencin
errnea despus. Estos policas patanes slo pueden pensar una sola cosa a la vez.
Un dolor agudo atraves el brazo de Hugo. Los fuertes dedos de Nailsworth se le
metan en los msculos. Echando una mirada al rostro grande y rosado del
inspector en jefe, duro como el basalto, Hugo experiment por anticipado algo de lo
que lo esperaba. Su brazo derecho qued temporariamente paralizado por esa
garra y pudo apenas levantarlo cuando le pusieron las esposas.
*
Esa tarde, Daisy regres de un paseo solitario por el Holland Park para encontrar a
Jacko esperndola en la casa. Algo en su cara le hizo exclamar:
Qu ocurre? Dnde estuvo todo el da?
Daisy, tiene que prepararse a recibir malas noticias. Sintese, muchacha, y trate
de conservar la calma.
Se sent obedientemente sin pronunciar palabra, mortalmente plida.
La polica ha arrestado a Hugo,
Oh, no!
Lo horroroso es que... creo que fue culpa ma.
Se lo han llevado, a la crcel? Daisy no pareci haber odo las ltimas
palabras de Jacko.
Deben de haber estado siguindome..., Dios sabe por qu Jacko espi por la
cortina de muselina. Hay un hombre ah afuera ahora.
No entiendo.
Escuche; Hugo me pidi que me encontrara con l esta maana en la estacin
Charing Cross. Y... Oh, usted no me dijo nada! Por qu no me lo dijo? la voz
grave y .ruda de Daisy le sali como si su corazn desbordara.
l no quera ponerla en peligro. Deben de haberme seguido desde aqu. Porque
slo habamos conversado unos pocos minutos en la confitera de la estacin
cuando la polica...
Est bien? Qu aspecto tena?
S, s. Muy bien.
Le dio algn mensaje para m? una carta?
Le mand carios. No es gran escritor de cartas, sabe usted. Me encarg que le
dijese que si pasaba lo peor no ocultara nada a la polica...
Tengo que ir con l en seguida. Dnde est? interrumpi la joven,
enloquecida, levantndose a medias de la silla.
Daisy, por favor, clmese! Estoy tratando de pensar qu podemos hacer. Es
terriblemente difcil. Comprende usted, la polica me arrest a m tambin.
Pero lo dejaron en libertad.
De alguna manera deben de haber sabido algo de mi visita a Southbourne...,
cuando Hugo mand su S.O.S. Sea como "fuere, me detuvieron para interrogarme.
Estuve horas all. Por supuesto no les dije nada interesante.
Oh, yo saba que esto tena que pasar! Lo saba! solloz Daisy, ocultando el
rostro entre las manos. Qu le harn a Hugo?
Observando con satisfaccin la cabeza gacha de la joven, Jacko frunci los labios.
Luego, deliberadamente, como dejando caer las palabras por entre los dedos que le
tapaban las orejas, le dijo:
Opino que lo van a llevar a Southbourne para efectuar all una reconstruccin del
crimen. Y despus le harn un juicio ante el tribunal policial.
El cuerpo de Daisy tuvo un estremecimiento.
Qu podemos hacer? No le sirvo para nada! Si slo no hubisemos ido a
Southbourne! y fuimos tan felices all, con todo.
Le permitirn visitarlo pronto, estoy seguro. Y si el caso se presenta ante el
tribunal, conseguiremos un buen abogado.
Pero quiero hacer algo ahora mismo.
Tranquilcese, Daisy. Todo el asunto es un poco complicado. Para m, quiero decir.
A la polica no le gusta nada que yo haya ayudado a Hugo a escapar de
Southbourne, y los mdicos debemos cuidarnos mucho.
Daisy levant su hermosa cabeza.
Ya s! Mark!
Mark?
Su hermano. Tiene que ayudar. Lo llamar ahora. Jacko levant una mano como
para detenerla; pero Daisy ya estaba en el hall. El hombre oy el ruido de las
pginas de la gua, luego la voz de Daisy:
Mark? Es Daisy..., Daisy Bland, algo terrible le ha pasado a Hugo. Tengo que
verlo en seguida... No, cuando lo vea. Llamar un taxi en seguida.
Dos minutos despus Daisy estaba de nuevo en la sala con el abrigo que haba
buscado arriba. Con la mirada fija en un solo pensamiento de la mujer impulsada
por su instinto ms poderoso, pas de largo junto a Jacko y levant la cortina.
No me detendr, verdad?
Quin? Ah, ese tipo vestido de civil. Vamos a cerciorarnos.
Daisy buscaba dentro de su viejo bolso.
Jacko..., me parece que no tengo suficiente dinero para el taxi. Podra...
Yo voy con usted.
Oh, qu bueno es conmigo! Estaba aterrada de encontrarme otra vez frente a la
mujer de Mark. Puede dedicarme tanto tiempo?
No perdera esto por nada en el mundo replic Jacko, riendo entre dientes.
Un taxmetro se detuvo afuera. Cuando Jacko ayud a subir a Daisy el hombre de
civil se acerc y mostr su credencial.
Puedo preguntarle adnde lleva usted a esta seora?
A casa de su cuado.
Daisy no oy ms, porque los dos hombres se alejaron de los odos curiosos del
chofer. Pocos minutos despus Jacko se sent junto a ella ,y se pusieron en marcha.
Lo arregl muy bien observ alegremente.
Daisy estaba demasiado agitada para preguntarse cmo haba sido tan fcil el
arreglo. El largo recorrido hasta el norte de Londres se hizo casi en silencio, porque
Daisy preparaba el pedido que deba hacer a los Amberley, en tanto que Jacko
pensaba cmo trocar la entrevista en ventaja personal: la aversin que le tena
Gertrude Amberley, reflexion, sera su carta de triunfo.
Mark Amberley sali a recibirlos y los condujo al saln donde Gertrude estaba
sentada con una cantidad de libros desparramados en el piso alrededor de ella. Se
levant para saludar a Daisy, pero slo dirigi a Jacko un fro movimiento de cabeza.
Durante la conversacin siguiente fue notable la atraccin involuntaria que pareca
ejercer sobre ella la silueta deformada de la joven; sus ojos se posaban sobre Daisy,
se desviaban y volvan a mirarla.
Han arrestado a Hugo inform sta. Por el asesinato de Southbourne. l no lo
cometi. Tiene que ayudarme.
Arrestado? Santo Cielo! Mark se retorca los dedos y ech una angustiosa
mirada a su mujer. Cundo ocurri esto?
Cunteles usted, Jacko.
Jacko les dio su versin de la escena acaecida en la estacin Charing Cross.
Me dejaron en libertad despus de varias horas termin. Me sorprende que
no me acusaran de ser encubridor del crimen.
Porque le dio dinero a Hugo para que escapara de Southbourne? pregunt
Gertrude, con tono mordaz.
S. Y me imagino que por no haber informado a la polica inmediatamente al
saber el aprieto de Hugo. Pero, como les dije yo, mi reputacin profesional...
Y para qu mencionar la reputacin profesional de Mark? observ Gertrude,
con un tono ms chilln en su voz aguda de maestra. Hugo lo hizo meterse en
esto. Yo me opuse a que fueras a Southbourne, Mark, a pesar de que no tenamos
idea de lo que se trataba. Y ahora te has puesto en la situacin de tener que
declarar ante el tribunal que ayudaste a escapar a un asesino. No tengo paciencia
con...
Vamos, Gertrude, no exageres protest Mark, con inusitada firmeza. No
tienes derecho de prejuzgar en esa forma. Las pruebas en contra de Hugo pueden
parecer concluyentes, pero la polica se equivoca a veces.
Cmo pueden hablar as? exclam Daisy. Hugo es su hermano. Los dos
hablan como si fuera..., fuera una persona de quien acaban de leer una noticia en
los diarios. Yo lo conozco. Ha hecho cosas malas, pero nunca matara a un hombre
en esa forma. Tienen que creerle. Si nosotros no le creemos, nadie, nadie lo creer.
Debemos ayudarlo y no discutirlo como si fuera un extrao.
La joven haba olvidado por completo las palabras que haba preparado. Y en ese
momento no fueron sus palabras, sino la fe y el amor ardientes que se traslucan
debajo de ellas, lo trgico de su rostro plido y suplicante, lo que causaron
impresin.
Gertrude Amberley no era una mujer fundamentalmente mala ni siquiera
insensible a pesar de toda su pretensin intelectual, su puritanismo y su temor
neurtico de las crudas manifestaciones de la vida que existan fuera de su
experiencia. Su mentn se alz impacientemente y sonrojndose como si la
hubieran sorprendido en un lapso de sus rgidos principios crticos dijo, sin nada de
su habitual actitud de autodefensa agresiva:
Tiene usted mucha razn, Miss Bland. No es un problema abstracto. Temo que
Mark y yo tengamos tendencia a..., bueno, a considerarlo bajo un aspecto algo
intelectual. Y no puedo simular que apruebo a Hugo. Pero, por supuesto, deseamos
ayudar. Slo que no comprendo muy bien...
Saba que lo haran! las lgrimas asomaron a los ojos de Daisy ante este
cambio de tono. Soy tan ignorante. Pero podramos conseguir un abogado..., no
es eso lo que debe hacerse primero?
Ciertamente apoy Mark, siguiendo la actitud de su mujer. Es lo menos que
podemos hacer.
Y me, preocupa tanto lo que ocurri aqu. Cuando Hugo saco aquel revolver.
Empeorara las cosas terriblemente si la...
Slo podemos esperar que la polica no descubra eso, de todos modos
interrumpi Jacko, con toda hipocresa, puesto que l ya la haba informado sobre el
episodio. Haba estado mirando de Daisy a Gertrude con una expresin preocupada,
comprensiva, que ocultaba eficazmente su verdadera ansiedad de que Daisy
estuviera conquistando a la otra mujer.
Mark dijo:
No s cmo podra la polica saber eso...
A no ser que usted o su mujer les dieran la informacin termin, Jacko,
suavemente. Me alegro de que el espritu ciudadano de Gertrude no llegue hasta
ah. Despus de todo, fue slo una inofensiva chiquillada de Hugo, por lo que o yo,
y demasiado lo hizo ya del asunto.
Fue hecho con destreza. La mirada de soslayo a Daisy al decir "por lo que o yo",
implicando que era ella quien haba menospreciado el incidente ante Jacko; el tono
ligero, desdeoso, despertaron de nuevo el antagonismo de Gertrude, recordndole
esa ocasin en que se haba arrastrado ante Hugo, completamente aterrada y
humillada. Y del ataque neurtico contra Daisy que lo haba provocado.
La voz de Gertrude se torn fra y cortante.
Tiene usted ideas curiosas, doctor Jaques, sobre lo que constituye una inofensiva
chiquilinada. Tal vez si hubiera estado usted presente podra hablar de ello con ms
autoridad. Fui amenazada con un revlver y las intenciones de mi cuado eran
claramente nefastas. Mark no me dejar mentir. El relato del episodio hecho por
Miss Bland es poco verdico, al parecer.
Oh, no sea tan relamida, Gertrude! Jacko habl con calculada insolencia.
Todos perdemos los estribos a veces y no puede culpar realmente a Hugo por haber
mostrado su mal humor despus de la exhibicin que hizo usted, llamando a Daisy
una frvola y no s qu ms.
De modo que Daisy..., Miss Bland lo ha estado repartiendo por todos lados!
exclam Gertrude, enfurecida.
Oh, por favor, no discutamos ahora! Qu importa todo eso? Hugo est en un
peligro terrible..., no lo comprende? dijo Daisy.
Lo comprendo perfectamente. No soy atrasada. Y no tengo intenciones, doctor
Jaques, de correr a contarle a la polica esta historieta denigrante.
Por supuesto que no apoy Mark, nerviosamente.
Pero si me interrogan sobre ello en el tribunal o en cualquier otra parte, me ver
obligada a aclarar los hechos. Pura y objetivamente.
"Objetivamente!" Por amor de Dios! exclam Jacko, levantando los brazos al
cielo.
Oh Gertrude! Por favor! No habla en serio? Cuando podra contribuir a que
lo... lo ahorquen?
No ahorcan a nadie por no haber disparado su revlver replic Gertrude, con
una contraccin de los labios.
Usted sabe que no es eso lo que quiero decir Daisy se haba puesto
dificultosamente de pie y miraba con fijeza a Gertrude; en sus ojos haba una
expresin de ferocidad que gradualmente fue cambiando a una de tranquila
desesperacin al ver la mujer que no quera encontrar su mirada.
Lo principal es esto, a mi entender interpuso Mark: el conferenciante que
encauza de nuevo la discusin por la senda debida. No puede ni pensarse en dar
esta informacin a la polica gratuitamente. Pero si nos preguntaran si tenemos
alguna prueba del carcter violento de Hugo...
Entonces, Gertrude, pobrecita, no puede decir una mentira interpuso Jacko con
una magnfica fingida aversin.
Daisy se volvi violentamente hacia Mark, dominndolo con toda su estatura como
una leona en su belleza y su ira.
Cree usted que es culpable?
Pero realmente, Daisy, no es ese el punto. Yo...
Usted cree que su hermano mat a ese polica?
Mark Amberley volvi la cabeza, como si los incandescentes ojos azules de la
muchacha le estuvieran quemando la piel.
No lo s repuso con tono lastimero. Cmo puede uno estar seguro?
Daisy, con voz completamente distinta, dijo:
No hay nada que hacer, Jacko. No quieren ayudarnos y antes de que los
Amberley pudieran hablar, estaba fuera del cuarto. En la calle se volvi hacia Jacko,
que la haba seguido instantneamente. Es usted la nica persona en quien
podemos confiar todava, Hugo y yo sus ojos examinaron el rostro del hombre
debajo del farol de la calle. Usted confa en Hugo, verdad?
Por supuesto que s, pedazo de tontita.
Se alejaron hacia el camino principal. Despus de un silencio, Daisy observ:
Comprendo el punto de vista de Mark. Estaba tratando de ser correcto. Es muy
importante para l ser correcto, no? Aun cuando se trate de su hermano.
Ya lo creo replic Jacko, con una involuntaria mueca de ira, que fue su nica
reaccin hacia su propia infamia. Podra decirse que hace una profesin de la
honestidad y la correccin.
16. Bastante Equitativo
AL DA siguiente, el sbado, Hugo Chesterman fue llevado a Southbourne. Los
preparativos para su arribo a la localidad, casi sin precedentes en los anales del
crimen, fueron el resultado de una conferencia entre el comisario y el inspector en
jefe Nailsworth realizada la noche anterior. El coronel Allison, aunque se inclin ante
la necesidad de utilizar al doctor Jaques como anzuelo, sinti remordimientos al
respecto y se decidi a dar al acusado, desde ese momento, un trato
escrupulosamente justo.
Mucho depende de la identificacin, Nailsworth. Southbourne no es un lugar
grande, y existe un sentimiento de profundo repudio por la muerte del pobre Stone.
Todos aqu saben que se ha arrestado a un hombre. Se va a encontrar usted frente
a una multitud de curiosos en la estacin que esperan su llegada maana. Ahora
bien, no quiero que ninguno de nuestros testigos vea a Chesterman ni en fotografa
ni que nadie pueda decirles qu aspecto tena en la estacin o durante su traslado
hasta aqu.
Le taparemos la cabeza con un sobretodo, seor. Eso bastar.
Me parece que no. Puede carsele. Algn periodista emprendedor puede
arrancrselo. Tenemos que estar absolutamente seguros de que cuando el juicio se
abra en la corte, la defensa no pueda decir que ningn testigo haya sido influido en
nada..., ni siquiera por odas, sobre la apariencia de Chesterman. Comprende
usted, Nailsworth, que si Jaques da su testimonio, ya habr suficiente batahola
sobre los mtodos de la polica, sin buscar ms complicaciones?
Slo he actuado de acuerdo... empez a decir Nailsworth con terquedad.
No lo estoy criticando, mi querido amigo. Le advierto, nada ms, que debemos
tomar precauciones extremas.
Qu sugiere usted, seor?
Deseo que toda la estacin y la plaza estn libres de pblico hasta que
Chesterman haya bajado del tren y se halle en seguridad dentro del camin policial.
Vlgame Dios, seor, se producir un tumulto!
En ese caso, tendr usted que hacerle frente dijo el coronel Allison, con una
sonrisa. El prisionero tiene que tener alguna clase de capuchn sobre la cabeza y
la cara, por supuesto como sugiri usted. Lo mismo se har cuando llegue aqu. Un
cordn de agentes mantendr alejada a la muchedumbre. A cualquiera que intente
sacar una fotografa habr que confiscarle la cmara.
El inspector en jefe se restreg dudosamente el mentn.
Muy bien, seor, har lo que pueda.
S que lo har. Veamos ahora la parte de la identificacin.
El coronel Allison hizo notar que en un pueblo del tamao de Southbourne era muy
fcil que los testigos reconocieran a las personas de la localidad y las eliminaran
automticamente, lo cual sera injusto para Chesterman. Se discutieron la forma y
los medios de evitar esto. Luego el coronel aadi:
Qu clase de individuo es este Chesterman? Qu opina usted de l?
Es de los duros, seor. No es del tipo criminal en su aspecto. Es discreto, con el
acento del alumno de colegio pblico: el caballero perfecto, al parecer. Pero debajo
es duro como el que ms... No le importa nada de nadie.
Y no quiere declarar?
No nos har una confesin, con toda seguridad, seor. Lo interrogamos durante
varias horas. Admiti que estaba pasando una temporada aqu con una amiga, pero
dijo que haban ido al cine la noche que mataron a Stone.
Eso dijo, eh? Muy distinto de lo que Daisy Bland le cont a Jaques. Lo confront
con la declaracin de Jaques?
Nailsworth respondi con tono evasivo.
Thorne y yo convinimos en que era mejor dejar esa parte para ms adelante,
seor.
Comprendo. Qu ocurri con la mujer?
Thorne ir a verla esta noche.
Mucho depende de las declaraciones de ella, verdad?
As es, seor repuso Nailsworth, impasible. Luego, como si deseara salir de un
terreno peligroso, aadi: Chesterman neg los cargos, por supuesto; dijo:
"Quien lo haya cometido lo hizo para robar los documentos de la princesa por
cuestiones polticas. Eso es lo que yo creo; no hay duda de que est mezclada en
algn asunto de poltica extranjera."
La teora de Thorne, eh?
S, seor. Le preguntamos cmo saba eso de la princesa. Dijo que haba odo
hablar de ella en una cantina de la localidad y que con posterioridad haba ledo los
diarios.
Hum! despus de una pausa el comisario pregunt: Est seguro de que
hemos atrapado al hombre que buscamos?
Es un ladrn reconocido, un ex presidiario. No puede o no quiere darnos una
razn satisfactoria de sus movimientos durante el perodo en cuestin. El tendero
de Brighton reconoci a Daisy Bland como compradora de la gorra idntica a la que
hallamos en las proximidades, y la gorra es del tamao que usa Chesterman. Y todo
lo que la Bland cont a Jaques (especialmente la impresin que ste tuvo sobre el
revlver de Chesterman) apoya la creencia de que es l el asesino.
Pero si nuestros testigos oculares no llegaran a identificarlo estaremos basados
casi totalmente en la declaracin de Jaques?
Y en la de la muchacha.
Y si ella negara que ha contado todo esto a Jaques?
No veo cmo puede hacer eso, seor. No a esta altura. Thorne le sonsacar la
verdad, sin duda alguna. Por supuesto, yo estara ms contento si hubisemos
encontrado el revlver. Eso rematara el caso...
En una u otra forma. S. Pero no puede esperarse que la muchacha nos ayude en
eso.
Probablemente no.
El tono de Nailsworth era de nuevo evasivo e impasible. El comisario le echo una
mirada penetrante.
Este fue un crimen sucio. No queremos convertirlo en un caso sucio, sin
embargo, ejerciendo presin indebida sobre los testigos.
No, seor el rostro enorme de Nailsworth tena una expresin totalmente
impenetrable. Luego con una contraccin del labio, dijo: Sin duda alguien dir que
hemos estado maltratando a Chesterman cuando lo vean con la cabeza tapada.
No hubo tal cosa, por supuesto Allison pareci hacer una declaracin.
No fue culpa de l que no empleramos mtodos ms persuasivos. Por
momentos, durante la interrogacin, pareca casi pedirlo, seor. Me cost trabajo no
ponerle las manos encima. Hbleme de insolencia! Jurara que estaba tratando de
provocarnos para que le diramos una bofetada. El primer criminal que he visto que
parece odiar realmente a la polica como si fuera veneno. Francamente, seor, no
me extraara que hubiese dado muerte al pobre Herbert slo porque estaba de
uniforme.
El comisario jug un ratito con su cigarrera.
Nos odia, eh? Me pregunto por qu.
Sin duda, la defensa va a descubrir a algn charlatn que nos lo diga observ
Nailsworth. Quiz su padre le dio una buena paliza algn da, o su niera usaba
botas abotonadas, de modo que naturalmente l no es responsable de sus actos
cuando mata a tiros a un pobre polica del diablo.
Desear hacernos pagar aquella condena, dira yo. No cree usted que nos est
tomando el pelo?
No lo entiendo, seor.
Imaginemos que tiene una coartada perfectamente slida y que se la guarda
para s hasta que el caso se presente ante el tribunal. Pudo haberle dicho a la
muchacha todo ese cuento de encontrarse con un hombre en el Queen's Hotel slo
como un poco ms de carnada para que nosotros picramos. Haramos un bonito
papel de tontos. Detencin equivocada... y sabe Dios qu ms.
Pero que me parta un rayo!, usted no cree realmente...?
Olvdelo, Nailsworth. No; si hubiera algn engao o simulacin pondra mi dinero
sobre ese tipo Jaques. Un personaje relamido, viscoso. Si se saca de la circulacin a
Chesterman, la muchacha es toda suya. No me agradara estar en sus zapatos
cuando los abogados empiecen a acosarlo.
*
La maana del sbado era hmeda y cerrada. Una clida niebla marina estaba
suspendida sobre Southbourne, y fue esta opresin atmosfrica lo que primero
sinti Hugo cuando puso el pie en el andn de la estacin: esto y un silencio
inusitado en un lugar como se. Un trapo azul que le cubra la cabeza y la parte
superior del cuerpo le impeda conocer sus causas. Con excepcin de un vendedor
de billetes, un agente uniformado junto a la barrera y un puado de changadores
que esperaban ms all, la estacin estaba vaca.
Viajaron en el primer compartimiento del vagn delantero, y los guardias haban
hecho pasar a Hugo apresuradamente la barrera casi antes de que los dems
pasajeros hubieran tenido tiempo de descender del tren. El breve silencio fue
interrumpido por las puertas que se cerraban a lo largo del convoy. Hugo oa pasos
detrs de l y era como una persecucin, una corrida producida por el pnico.
Empez a sudar. El trapo que le cubra la cabeza lo ahogaba y se lo hubiera
arrancado si sus brazos no hubiesen estado firmemente sujetados a sus costados.
Cuando lleg a la salida de la estacin tuvo conciencia de otra clase de silencio: el
de la multitud de un estadio en el momento en que los equipos rivales salen de los
vestuarios; luego se produjo un distante, creciente murmullo en el cual nada se
distingua ms ntidamente que una nota de animosidad, una especie de enojado y,
sin embargo, satisfecho susurro. Mantenida bien atrs por el cordn policial, todo
cuanto alcanz a ver de esa multitud, antes de que la polica empujara a Hugo
dentro del furgn, fue una figura pequea impresionantemente encapuchada, como
si se tratara del sacerdote o la vctima de algn rito brbaro prximo a consumarse,
o del participante de los ojos vendados en un siniestro y novedoso juego de la
gallina ciega. Cuando el vehculo ech a andar, el inspector Thorne oy un dbil
quejido debajo del trapo azul; no saba que Hugo luchaba contra la agona de la
claustrofobia, y aunque lo hubiese sabido no le hubiera importado un comino.
Dos horas despus, un grupo de personas se hallaba reunido en la oficina del
inspector en jefe Nailsworth; sus componentes se miraban los unos a los otros con
la furtiva turbacin de los pacientes que aguardan turno en la sala de espera de un
especialista. Estaban all el cochero, Charles Poore: un viejo de ojos llorosos que
usaba cuello duro, muy alto y amarillento, con corbatn, como tributo a la ocasin;
la dactilgrafa de la Municipalidad que haba visto correr al asesino por Queen's
Parade: la muchacha no disimulaba su nerviosidad y de cuando en cuando extraa la
polvera para volverla a guardar, sin usarla, en el bolso, sonrojndose como si la
hubieran sorprendido empolvndose ante un sepulcro. Junto a ella estaba sentado
un joven de aspecto insolente con la expresin profesionalmente alegre del
dirigente de un club infantil. Haba hecho una gira ciclista y pasaba por
Southbourne el da del crimen y haba visto a un hombre sin sombrero que
avanzaba con paso rpido frente al Queen's Hotel, viniendo de la direccin de la
casa de la princesa, justamente a la hora en que el inspector Stone haba sido
asesinado: despus de continuar su gira, slo el da antes se haba enterado por los
diarios que se solicitaban testimonios sobre el caso y se haba presentado en
seguida.
Sentados contra la pared opuesta se hallaban la princesa, su acompaante y la
sirvienta italiana Velma. Aunque no haban visto al asesino, Nailsworth deseaba que
comparecieran al acto de identificacin, por si, al verlo a Chesterman, recordaban
haberlo conocido antes; porque la polica segua intrigada por el intento del
presunto ladrn de entrar al azar en una casa. Thorne no haba conseguido hacerle
admitir nada a Velma: la nica sospechosa de complicidad con el ladrn; ni las
investigaciones de la polica haban descubierto ninguna conexin entre ella y
Chesterman. Pero Thorne esperaba an que, al verse enfrentada con l, Velma se
traicionara por alguna reaccin involuntaria. En ese momento la italiana estaba all
sentada,
revolviendo
sus
ojos
castaos
luminosos
y
suspirando
melodramticamente cuatro veces por minuto.
La princesa, una mujer delgada, llena de pieles, de pelo teido y cara aquilina,
blanca como el esmalte, se hallaba sumergida en un libro de memorias; los
enormes anillos que usaba enviaban reflejos de luz por el sombro cuarto cada vez
que volva una pgina: pareca completamente a sus anchas, disociada de cuanto la
rodeaba; y cuando algn pasaje del libro la diverta, la risa gutural y estridente que
lanzaba levantaba una visible ola de indignacin en el tro que estaba sentado
frente a ella. Mrs. Felstead, su acompaante, jugaba incesantemente con un bolso
de canutillo hasta que la princesa, sin alzar la vista del libro, extendi una mano y
firmemente le quit el bolso.
Pasados unos momentos entr el comisario, seguido de Nailsworth. Se inclin ante
la princesa, quien respondi a su vez con una inclinacin de cabeza, alcanz su libro
a la agitada, indescriptible mujercilla que tena junto a ella y adopt una actitud de
gentil atencin. Charles Poore se puso dificultosamente de pie y qued resollando,
con la apata displicente de un caballo muy viejo parado entre las varas, hasta que
el coronel Allison le hizo un ademn para que se sentara.
Saben ustedes para qu han venido aqu, seoras y seores. Slo les explicar el
procedimiento. Sern ustedes conducidos uno por uno al patio. All vern una fila de
hombres. Uno de ellos es el hombre arrestado como posible asesino del inspector
Stone. Quiero que examinen cuidadosamente a estos hombres (tmense el tiempo
que sea necesario, mrenlos por detrs para verlos de espaldas); uno de ustedes
slo vio al hombre aquella noche en Queen's Parade de espaldas. Todos ellos tienen
en la cabeza una gorra idntica y pueden ustedes pedirles que se quiten la gorra si
as lo desean. No deben dirigirles la palabra en ningn sentido. Si identifican al
hombre que vieron, o en el caso de ustedes Allison se dirigi a los componentes
del grupo de la princesa, si reconocen al hombre que han visto en ocasiones
anteriores, deben ustedes identificarlo, sealrnoslo inmediatamente. Debo dejar
bien establecido en el nimo de todos ustedes aadi el coronel, gravemente lo
que significa la identificacin. Significa que deben poder jurar ante el tribunal que,
con absoluta sinceridad, ustedes creen que el hombre que vieron en la noche del
crimen era ese que ahora reconocen. Recurdenlo, se les interrogar por ambas
partes sobre el particular. Si slo creen que puede ser l, pero no estn seguros, no
deben prestarse al juramento solemne; eso no es suficiente para una identificacin
de esta clase. Comprenden ustedes por supuesto que cuando vuelvan no deben
hablar con nadie ni hacer observacin alguna sobre si lo identificaron o no o
sospecharon que pudiera ser alguno de estos hombres el culpable. Bueno, creo que
esto es todo, pero si quieren hacerme alguna pregunta...
La princesa, con su voz gutural y su fuerte acento extranjero, hizo volver hacia ella
todas las cabezas al preguntar:
Est permitido hacerlos correr?
Disclpeme, seora, cmo dijo? inquiri el comisario, con una mirada un poco
sobresaltada.
Esta joven la princesa extendi una mano deslumbrante hacia la dactilgrafa,
que visiblemente se estremeci ha visto a un hombre que corra. Para
identificarlo, las mismas circunstancias seran necesarias no?
Ay! No podra! protest la dactilgrafa.
Seorita terci el comisario, slo tendra que decirle una palabra al inspector
en jefe. Pero nicamente si ha reconocido en algunos de estos hombres un parecido
con el que vio usted correr y desea confirmarlo.
La princesa recogi levemente uno de sus hombros, como para repudiar los
mtodos de guante blanco de la polica britnica: luego volvi a su libro.
Cuatro hombres se hallaban alineados en el patio, en los fondos de la comisara.
Hugo Chesterman era el tercero de la izquierda. Los otros charlaban de cosas
inconexas y parecan incmodos y conscientes de s mismos como alumnos nuevos
en una escuela. Hugo ech una mirada a la alta pared que tena detrs y a los
costados: haba trepado peores que sta en sus buenos tiempos, pero haba
agentes apostados en cada rincn, y de todos modos sera una locura escapar en
ese momento; recordaba lo que Jacko le haba dicho sobre el particular en el sentido
de que huir era como confesar la culpa: era fcil para el viejo Jacko hablar as, l
nunca haba estado encerrado en una celda. Le haban explicado que poda pedir la
presencia de un amigo o de un abogado, y que se le permita ocupar el lugar que
quisiera en la fila cuando cada nuevo testigo fuera llamado: pero se senta
demasiado aptico para preocuparse. Una negra, helada, amargura llena de
angustia y desesperacin le invada la mente.
Atencin, muchachos! orden el inspector Thorne.
La fija de hombres se enderez automticamente, y Nailsworth apareci por la
puerta del fondo, seguido por Charles Po ore. El viejo cochero recorri lgubremente
la fila con su andar tieso y sus piernas combadas, detenindose a examinar el rostro
de cada uno de los hombres. Hugo estaba parado en actitud de descanso con las
manos flojamente entrelazadas adelante. El viejo cochero se detuvo, murmur algo
entre dientes, entrecerr los ojos para mirar a Hugo y luego avanz con su paso
bamboleante.
Igual que una inspeccin general susurr el vecino de Hugo, con nerviosa
irona. El mariscal Montgomery es un poroto!
Silencio en las filas! ladr Nailsworth.
La dactilgrafa fue la siguiente, y cuando Nailsworth la llev detrs de la fila
orden a los hombres que se quitaron la gorra. La muchacha estaba muda, y por
cierto medio ciega, de puros nervios. Varias veces, mientras estuvo all de pie, sus
ojos se fijaron en la cabeza de Hugo; pero hubiera preferido morir antes de pedir al
inspector que hiciese correr a ninguno de esos hombres.
As, como una macabra versin de juego infantil en una fiesta de nios, el desfile
de identificacin prosigui. La princesa dio la vuelta con la dignidad de un personaje
real que pasa revista a su guardia de honor. El joven con tipo de miembro de club
juvenil, concienzudo con exceso, tard un tiempo intolerablemente prolongado en la
operacin. Mr. Felstead slo alz los ojos del suelo para dar a cada uno de los
hombres una mirada furtiva y consternada como si sus rostros fueran sucias
tarjetas postales. Cuando Velma se acerc a Hugo, Thorne no pudo descubrir, pese
a la atencin con que la estaba observando, el ms leve cambio de expresin en su
cara.
El desfile constituy desde el punto de vista policial el ms absoluto fracaso.
De modo que ahora depende de la declaracin de la muchacha observ el
inspector en jefe. Y dice usted que rehsa cooperar?
No es exactamente eso, seor. Cuando la entrevist anoche estaba tan agitada
que no pude sacar nada en limpio de sus palabras. Acababa de llegar de una visita
bastante penosa al hermano de Chesterman (Jaques me cont esto); l la
acompa. Y me advirti que poda hacerle mucho mal a su salud si segua yo
interrogndola.
Despus Thorne haba visitado a los Amberley, de quienes tom declaracin sobre
el episodio del revlver.
De modo que la Bland fue a casa de ellos para tratar que lo ocultaran? dijo
Nailsworth. Tenemos sobrados motivos para arrestarla, seor.
Qu le parece a usted, Thorne? pregunt el comisario.
Por el momento aconsejo no hacerlo. Tengo razones para creer que declarar
dentro de uno o dos das. Yo ir a verla otra vez en cuanto est en condiciones
mejores.
Thorne sinti alivio de que los otros no le preguntaran sus "razones", que se
basaban sobre una breve conversacin mantenida con Jaques despus que la joven
se haba ido a acostar.
Por esta causa cuando Hugo Chesterman fue acusado ante el tribunal policial el
lunes siguiente, el nico testigo llamado a presentarse fue el inspector en jefe
Nailsworth. Declar sobre el arresto y la acusacin formal en Londres. El prisionero,
que no hablo una sola palabra salvo para contestar afirmativamente cuando le
preguntaron si deseaba ayuda legal, volvi a la crcel por una semana mientras la
polica prosegua con sus investigaciones.
17. La Segunda Traicin
PERO por qu no puedo ir a verlo?
He tratado de explicrtelo, Daisy Jacko hablaba con paciencia, pero la sonrisa
solcita de su rostro Se estaba gastando. Estara presente un polica y dara un
informe sobre todo lo que hablaran usted y Hugo. No puede conversar libremente
con Hugo, entindalo..., sobre todo despus de haber rehusado decirle nada al
inspector Thorne anoche.
Pero yo no quiero hablar sobre..., sobre lo ocurrido. Slo quiero verlo y decirle
que lo amo y que creo en l.
Eso lo sabe observ Jacko, con algo de indiferencia. Estaba decidiendo en sus
adentros si era el momento oportuno para entrar en accin. La obstinacin de Daisy
era muy exasperante, y despus de haber poco menos que prometido al inspector
Thorne la noche antes que l mismo se encargara de ablandarla, Jacko estaba
impaciente por obtener resultados.
El ruido del diario que caa en el buzn lo llev al hall. Al regresar entr en el
lavabo, se cepill el pelo gris de las sienes y ensay una sonrisa torcida en el
espejo. Saba que la muchacha esperaba, con los nervios en tensin, las noticias del
tribunal de Southbourne: "Que espere un poco ms", pens, mientras abra el diario
y empezaba a leer. El temperamento tranquilo y ecunime de Daisy siempre lo
haba irritado; era agradable ver esa tranquilidad quebrantada y observar cmo
intentaba, tanteando a ciegas, recoger los fragmentos. "Slo quiero decirle que lo
amo y creo en l!" "Estpida hembra! Mucho ganara l con eso!", murmur para
s, furioso al comprobar plenamente, por fin, la calidad del corazn amante de Daisy
como si fuera la de un enemigo cuya fuerza haba subestimado y cuya derrota se
haba convertido en una obsesin para l. Jacko se mir fijamente en el espejo, en
los ojos perversos, dilatados que lo enfrentaron all, como si se tratara de los de
Daisy y l estuviera hipnotizndola, inducindola a compartir su propia
condenacin.
Ha sido llevado a la crcel por una semana dijo Jacko, volviendo al saln. Y le
han otorgado el derecho a defenderse con un abogado, de modo que no debe
preocuparse usted por ese lado.
Me dejarn verlo ahora, verdad?
Le permitirn tener visitas Jacko hizo una pausa, observando cmo se
iluminaba el rostro de Daisy; su cuerpo entero pareca cobrar vida. La nota de
garganta, acariciadora, volvi a su voz cuando aadi: Pero tiene que ser sensata
en esto, mi querida amiga. Crame, trato de actuar para favorecer lo mejor posible
sus intereses... y slo le aconsejo lo mismo que Hugo desea que haga.
No tuvo ms que pronunciar el nombre de Hugo para que la joven vibrara, como si
un circuito elctrico hubiera sido completado, y se inclinara anhelante hacia l
desde su silla.
Cuando lo vi, el da que lo arrestaron, me encarg que le dijese que no deba
ocultar usted nada de lo ocurrido a la polica si a l le sucediese algo los ojos
castaos de Jacko estaban fijos en los de Daisy, no compulsivamente, sino con una
mirada ansiosa, afectuosa, meliflua. Dijo que si la polica la interrogaba deba
narrarles exactamente lo que pas aquella noche.
Pero por qu? la pregunta de Daisy fue casi un alarido.
Porque (son sus propias palabras) no quiere que su hijo nazca en la crcel.
Oh, no haran eso! Por qu habran de ponerme a m en la crcel?
Jacko explic de nuevo, con paciencia renovada por la fascinacin del juego en que
estaba empeado, lo que significaba ser encubridora antes y despus del delito.
Anoche concluy, despus que usted se haba acostado, el inspector Thorne
me hizo una advertencia amistosa. Dijo que la polica no tendra ms alternativa
que detenerla a usted si segua negndose a declarar. Consegu postergarlo un poco
por razones de su salud, pero no voy a poder atajarlos mucho ms.
Si slo me permitiesen ver a Hugo para asegurarme de que es eso lo que l
quiere.
En presencia de esta nueva oportunidad, Jacko no la desperdici.
Puedo decirle esto, querida muchacha. No le permitirn que lo vea, con toda
seguridad, hasta que no les haya contestado a sus preguntas. Cuando haya hecho
su declaracin no habr dificultad alguna para visitarlo.
Daisy pellizcaba el pauelo. La porcin de sentido comn que la haba salvado en
ocasiones anteriores le hizo decir:
Pero, Jacko, esccheme. Si realmente creen que Hugo cometi ese crimen, no
me acusarn a m (cmo fue que dijo usted) de encubridora del delito por ayudarlo
a esconder el revlver?
Fue un gran momento para Jacko, tan compensador que tuvo que levantarse a
correr las cortinas para ocultar a Daisy el triunfo expresado en su rostro y tener
tiempo de volver su cara normal de amistosa solicitud. Dominando la voz, repuso
por encima del hombro:
El revlver? Bueno, por supuesto, nada s yo de ese asunto. Pero...
No debera habrselo dicho. Temo que estoy echando otra carga ms sobre sus
espaldas dijo la muchacha, con inocente remordimiento. Luego, tratando de
sonrer, aadi: Imagino que esto lo ha convertido a usted tambin en un
encubridor del delito.
Jacko se sent sobre el brazo del silln que ocupaba la joven y le asi una mano.
No debe usted decirme nada que crea indebido. Pero s que ha estado afligida
por lo del revlver. Y si la ayuda...
Daisy, repentinamente, se entreg a un llanto apasionado, desolado y se aferr
frenticamente de la mano del hombre como si estuviera ahogndose.
Oh Jacko, fue tan espantoso! exclam cuando por fin pudo dominarse. Luego
todo el relato del episodio de la playa sali a luz.
"Qu pedazo de estpido", pensaba Jacko mientras acariciaba suavemente el pelo
de la joven, "mezclarla en esto en lugar de enterrar l solo el arma." Una confianza
humana semejante, rayana en la locura, despertaba en su mente un intenso
desprecio y vio con claridad meridiana su prxima jugada.
Mi pobre Daisy dijo. Qu horrible cosa para usted. Naturalmente, esto
cambia el asunto.
Hugo tena miedo de lo que poda pasar si encontraban el revlver en su poder.
No porque hubiera dado muerte al inspector, sino porque haba estado en la crcel
replic valientemente. Usted no piensa?
Se trata de lo que pensar la polica, mi querida amiga. No; ser mejor que no
les confiese esto Jacko hizo una pausa, pensativamente, y pregunt: Alguien
los vio a usted y a Hugo en la playa?
Estoy segura de que nadie nos vio enterrar el arma repuso Daisy,
sonrojndose un poco.
No; pero ahora que la polica los conoce a los dos van a buscar con candil en
todo Southbourne para encontrar testigos oculares. Hay peligro de que alguien se
presente y diga: "Los vi juntos en la playa por la. maana siguiente." Con eso solo
bastara. La polica se preguntar: "Qu diablos estaran haciendo en la playa? No
es probable que estuvieran construyendo castillos de arena cuando admiten su
estado de agitacin por causa del asesinato." Y la respuesta sera obvia hasta para
la limitada inteligencia de un polica. Y entonces iran a cavar la playa donde fueron
vistos ustedes.
Dios mo! Qu debo hacer? Qu debo hacer?
Jacko frunci los labios y volvi a estirarlos.
Tenemos que llegar all primero, muchacha. Encontrar el arma y esconderla
donde no la encontrarn.
No, Jacko. Ir yo sola. Por qu tiene que verse usted enredado en esto? No
quiero traerle ms dificultades.
Mi querida muchacha, por supuesto que ir con usted contest Jacko,
melosamente. Es lo menos que puedo hacer por usted y por el pobre viejo Hugo,
Discutieron cmo podran deshacerse mejor del hombre que los vigilaba afuera y
llegar sin ser vistos a la playa. La moral de Daisy se levantaba ante la idea de hacer
algo por fin desde que se haba separado de Hugo viva en una especie de
atontamiento, interrumpido solamente por la visita infructuosa a los Amberley, y la
dimensin de su vida estaba reducida a las hileras de su tejido, y Jacko haca
parecer ese algo como un delicioso, aventurado juego. Al da siguiente tena que ver
a unos pacientes. Pero el mircoles poda cancelar sus citas de la maana. Despus
de un desayuno tempranero, Daisy saldra de la casa abiertamente con una bolsa
para las compras. Si la seguan deba tratar de zafarse del hombre en una de las
grandes tiendas de Kensington High Street, pero Jacko no crea que la siguieran
porque hasta su "colapso" del da anterior haba salido por las maanas
regularmente a hacer un poco de ejercicio. Jacko ira por su lado a la estacin
Waterloo. Viajaran separadamente, pero bajaran del tren en la estacin anterior a
Southbourne y all alquilaran un auto para llegar a destino: en esta forma evitaran
el peligro de ser vistos en la estacin de Southbourne por algn polica que tuviera
las seas de uno o del otro.
Quedaba en pie el problema del inspector Thorne. Si se presentaba al da siguiente
para interrogarla de nuevo, la opinin de ambos era que ella deba recibirlo y
contarle lo ocurrido en Southbourne con excepcin del ocultamiento del revlver.
Jacko explic que el inspector quedara satisfecho una vez que tuviera su
declaracin y que con un poco de suerte no la arrestara. Quedaba descartada la
alternativa de decirle que Daisy an no estaba suficientemente fuerte como para
soportar esa entrevista porque entonces no podra salir de la casa al da siguiente.
El inspector Thorne, con gran alivio para Daisy, no se present ese da..., por la
buena razn de que Jacko le haba dado por telfono el resumen de toda la
conversacin con la muchacha. Endurecido como lo estaba Thorne por la modalidad
de los delincuentes normales, la cnica traicin de Jacko le produjo, sin embargo,
una sensacin de nusea. Pero si no se encontraba esa arma, la acusacin contra
Chesterman era tan endeble que el fiscal del Crimen podra muy bien negarse a
abrir el juicio pblico. Lo que sulfuraba a Thorne sobre todo era la insolencia
creciente de Jaques: el hombre tuvo la audacia de sugerir que en recompensa por
su cooperacin con la polica retiraran la vigilancia de los hombres que apostaban
frente a la casa; "era nocivo para su reputacin profesional tener policas en los
alrededores", tuvo el atrevimiento de argumentar. Adems, Jaques explic
claramente a Thorne que se consideraba indispensable como una especie de
experto consejero: slo Daisy Bland, le dijo a Thorne, saba el lugar exacto donde
estaba enterrado el revlver, y l, Jaques, era la nica persona que poda
persuadirla a revelarlo. Le haba bastado a Thorne la breve entrevista con la
muchacha, el domingo, para comprender que esto era verdad. Lo que no se le haba
ocurrido al degenerado de Jacques en su insensato egosmo, u odio o mana del
poder pens Thorne, ceudo, era que la tarea poda cumplirse con detectores
de minas, pero llevara mucho tiempo y mucha organizacin cubrir una playa de
ms de tres kilmetros de largo con detectores de minas; y adems, si la muchacha
misma era sorprendida en el acto de recobrar el revlver, su resistencia quedara
quebrantada, indudablemente, en toda la lnea. sta era la conclusin a que Jaques
haba querido, sin duda, que llegara. Thorne sinti una nueva ola de repugnancia al
darse cuenta de ello; sin embargo, haba tocado tanta roa ltimamente que no
vala la pena estropear el asunto por otro poco ms de inmundicia. De modo que
acept poner en prctica los mtodos sugeridos por Jaques.
La maana del mircoles amaneci luminosa y fresca. La natural elasticidad del
temperamento de Daisy no haba sido destruida por los acontecimientos de la
ltima semana. Como todos los seres sanguneos, la actividad la reviva: la haca
parecerse ms igual a s misma, otra vez en plena posesin de su personalidad.
Estaba, por fin, haciendo algo en favor de Hugo, y esto lo haca feliz. Saba que la
empresa encerraba peligro: pero si en algo influa en ella este riesgo era para darle
nimo. Nunca haba sido fcil presa de la duda y la sospecha, de modo que no la
inquiet nada la falta absoluta de inconvenientes para salir de la casa de Jacko y de
Londres.
Las casas, los rboles, los campos pasaban velozmente por la ventanilla del tren.
Cada poste telegrfico la acercaba ms a Hugo. Sus pensamientos tendan hacia l
con tanta ternura que senta que Hugo, en su corazn, deba saber que ella iba a
llegar. Ni siquiera le importaba tanto que esta vez no iba a verlo: slo caba en su
mente una sola sensacin; la sensacin de acercarse ms y ms a l.
En Stanford, la ltima parada antes de Southbourne, baj del tren. All, afuera de la
estacin, Jacko la esperaba. Le dirigi una guiada alegre, confidencial y la tom del
brazo. Todo marchaba a la perfeccin. Bebieron una taza de caf, luego fueron
hasta un garage donde alquilaron un automvil que los llevara los restantes ocho
kilmetros que faltaban para Southbourne. Al llegar al pueblo, una nubecilla
perturb la mente de Daisy. Recordaba la ltima vez que ella y Hugo haban ido a la
playa: un fantasma no apaciguado la esperaba all, y saba que deba afrontarlo
sola.
Quiero bajar a la playa sola, primero le dijo en secreto a Jacko. Usted
qudese por ah cerca unos minutos.
A unos cientos de metros del quiosco de msica hicieron detener el auto. Jacko
pag al conductor y ayud a Daisy a descender del vehculo.
Nos encontraremos dentro de un momento, entonces dijo a la joven.
sta, con el pelo rubio escondido dentro de una bufanda enroscada a guisa de
turbante en la cabeza, avanz por el paseo, con los ojos brillantes, que miran sin
ver, de una mujer que se dirige a una cita. Jacko encendi un cigarrillo, mir
lentamente durante un rato hacia el muro del puerto, luego ech a andar sin prisa
detrs de ella. Un fornido joven con pantalones de franela y camisa abierta en el
cuello, que estaba respirando vigorosamente el aire de mar all cerca, decidi, l
tambin, avanzar lentamente en direccin al quiosco de msica detrs de Jacko.
Daisy baj con cuidado los escalones hacia la playa. Haba algunos tardos
veraneantes que paseaban, disfrutando del claro da de octubre. Con su bolsa de
paja y su turbante, la muchacha tambin pareca una de las veraneantes. Era
justamente aqu, pens, examinando valientemente la guijarrosa extensin de playa
debajo de la pared. Hugo haba dicho: "Quieres que te acaricie, amor mo?" La
frase de un himno odo haca mucho tiempo en la iglesia de su aldea cantaba en su
cabeza. "Mi almohada una piedra." Y repentinamente el fantasma fue exorcizado. Lo
que haba ocurrido all ya no segua siendo horrible. Acostndose en el lugar donde
haban estado extendidos los dos, Daisy no sinti ms que el calor recordado de los
brazos de su amante, de sus labios, de su cuerpo que tapaba el de ella. Durante un
momento, eterno para Daisy, olvid que estaba sola y lo que haba ido a hacer all.
Al rato, sus dedos, como movidos por una voluntad propia, empezaron a buscar y
buscar entre las piedras; pero su mente no senta prisa todava..., estaba ocupada
con el pensamiento de Hugo y se solazaba en la delicia de un recuerdo que
milagrosamente se haba tornado puro, despus de haber desechado su ansiedad y
su vergenza. El joven de la camisa entreabierta, reclinado sobre la baranda de la
explanada, sorprendi en el rostro de la muchacha, cuando sta alz la vista por
casualidad para mirar en su direccin, una expresin tan puramente hermosa, tan
exttica, que record unos versos del colegio cmo se llamaban?: "Cancin de
la inocencia." Pens que slo ahora les hallaba sentido. Inocencia! Y sta era la
querida, quiz la cmplice del hombre que haba asesinado al pobre Stone! Se alej
un poco del lugar. Senta, irracionalmente, que no tena derecho de estar
presenciando esa escena: pero pudo ms su disciplina y volvi a mantener a Daisy
bajo su vigilancia.
Jacko baj los escalones. El rostro de la joven demostraba creciente ansiedad
mientras revolva con ms ahnco las piedras.
No lo encuentra? pregunt. Est segura de que es aqu?
S, segursima. Ms o menos por aqu.
Cmo podra haberlo olvidado? Pero aun en unos pocos metros cuadrados de
playa hay tantas piedras!
A qu profundidad estar? inquiri Jacko, en voz baja.
Hasta mi mueca. Un poco ms hondo, tal vez. Recordaba el roce de las piedras
y, despus, de la tosca debajo. Mir desesperadamente en torno, como si tratara de
reconocer una piedra entre todas, y sus dedos empezaron a escarbar febrilmente.
La mirada impaciente de Jacko la turbaba.
Ha perdido algo, seora?
Una mujer joven con un nio se haba acercado a ellos sin que Daisy, en su
agitacin, se hubiese dado cuenta.
No... no es nada... balbuce la joven.
Jacko la interrumpi serenamente.
Mi estuche de anteojos. Creemos haberlo perdido aqu ayer. Siempre lo dejo por
todos lados.
Vamos, Desmond orden la mujer. Ayuda a esta seora y este caballero.
El nio empu su pala y atac la playa con frentico entusiasmo.
Oh, por favor, no se moleste dijo Daisy, dbilmente.
No es ninguna molestia, seora. Le gusta hacerlo. Desmond se pasa horas
cavando.
Ests completamente segura...? pregunt Jacko, y empez a registrar dentro
de la bolsa de compras de Daisy, de la cual, mediante un limpio juego de manos,
extrajo momentos despus un estuche de anteojos que acababa de sacar del
bolsillo y meter dentro de la bolsa. Lo levant triunfalmente, diciendo: Despus de
todo, estaba aqu. Nunca buscas las cosas como es debido, Daisy.
Luego de dirigirse mutuas amabilidades y felicitaciones la mujer se alej con el
nio y se sent junto al muro de contencin a unos escasos veinte metros de
distancia. Daisy mir a Jacko con desaliento.
No podemos seguir buscando, ahora.
Jacko, lleno de recursos como siempre, amonton unas piedras hasta formar una
especie de hito a unos pasos de donde estaban y regres junto a Daisy. Empez a
recoger piedritas y arrojarlas contra el montn, luego hizo lo mismo con piedras
ms grandes. La pesadilla se cerna de nuevo sobre Daisy. Millares de piedras donde
ella y Hugo haban estado acostados: qu extensin de playa tendran que arrojar
contra ese montn antes de hallar el revlver? Nunca pens que iba a ser tan difcil.
Y Jacko tena una expresin malhumorada mientras tiraba con creciente violencia
esos guijarros.
Debe de haberse equivocado de lugar observ. Estamos perdiendo el
tiempo.
Despus de una pausa, Daisy murmur entre dientes:
No cree usted...? Quiz no est aqu ya.
No sea ridcula! Si la polica lo hubiera encontrado habra salido en todos los
diarios.
Jacko empezaba a aburrirse. Un momento se pregunt si la muchacha no lo habra
engaado, persiguiendo algn alocado plan personal: era un pensamiento
inevitable en una mentalidad tan tortuosa como la suya. Pero una mirada al rostro
de Daisy, demudado por la desesperacin, lo tranquiliz. Bueno, la polica sabra ya
dnde buscar; no vala la pena prolongar la farsa.
Ser mejor que nos vayamos, Daisy. Es un fracaso, me parece.
Cree usted que Hugo pudo haber vuelto aqu y habrselo llevado antes de que
lo arrestaran? "Qu preguntas tan crasamente estpidas hacen las mujeres!",
pens Jacko.
Lo dudo, querida amiga repuso. Hubiera sido demasiado peligroso.
Momentos despus la ayud a levantarse y juntos subieron a la explanada. El
joven de la camisa entreabierta los sigui a discreta distancia y observ que la
muchacha avanzaba con paso desganado y que continuamente miraba hacia atrs,
hacia la playa donde haba estada sentada, como una nia que se despide de sus
vacaciones junto al mar.
Si nosotros no lo encontramos, la polica no lo podr encontrar asegur Jacko,
sin el menor deseo de consolar a Daisy, sino porque estaba ansioso por apretar el
paso para llegar cuanto antes a la estacin y ver bajar el teln sobre este acto. En
Londres haban decidido marcharse de Southbourne por ferrocarril despus de
haber ido hasta el extremo del malecn del puerto y de arrojar all, donde las aguas
eran profundas, el revlver; o mejor dicho, Jacko lo haba decidido, previo arreglo
con Thorne, quien haba quedado en arrestarlos en cuanto se retiraran de la playa si
la busca hubiese resultado exitosa. En caso contrario, iran directamente a la
estacin donde los estara esperando un comit de recepcin.
El muchacho fornido que los vigilaba saba que no haban hallado el arma. Por lo
tanto, los dej adelantarse.
Dnde queda la comisara? pregunt sbitamente Daisy, Jacko iba a sealar
hacia el centro de la ciudad, pero cort en seco el ademn. Casi se haba vendido;
cualquier persona ms alerta que Daisy y ms observadora hubiera preguntado:
"Cmo lo sabe? Estuvo usted all? Por qu fue a la comisara?" El hombre, con
tono bastante desagradable, repuso:
La comisara? Para qu diablos quiere saberlo?
Hugo est all.
Ah, comprendo!
Me dejarn verlo pronto?
Jacko estuvo a punto de replicar : "Pronto estar usted en la comisara, querida
amiga." Pero esa clase de ironas carecan de sabor con una muchacha tan estpida
como Daisy.
Apresrese, por favor, o perderemos el tren.
As llegaron a la estacin, y la trampa, cautelosamente, funcion como estaba
previsto.
Miss Bland? Debo pedirle que me acompae. Y a usted tambin, seor les dijo
un hombrn de cara redonda que se enfrent con ellos no bien entraron.
Daisy, con fatalismo, se dej conducir hasta la oficina del jefe de estacin. Estaba
ms all de todo sentimiento de terror o de asombro; era como si todo ese tiempo
pasado hubiese sabido que esto iba a ocurrir tarde o temprano y estaba preparada
para afrontarlo. Cuando el tren hubo salido, y la estacin qued de nuevo libre de
pasajeros, Nailsworth los gui hacia afuera, al furgn policial.
18. Por Declaraciones Recibidas
DURANTE dos horas Nailsworth y Thorne interrogaron a Daisy. No la amedrentaron;
antes bien, fue tratada con cierta consideracin; en la mitad del interrogatorio le
dieron t con emparedados, y, de cuando en cuando, los inspectores le preguntaban
si deseaban descansar un rato. Thorne slo la haba visto unos minutos el domingo
en que la joven se encontraba en un estado de completo abatimiento. Nailsworth la
vea por primera vez, y habiendo esperado encontrarse frente a una delincuente
descarada, petulante, se senta desconcertado ante esta muchacha tan callada, tan
asombrosamente bella, que mostraba una madurez muy poco concordante con su
edad. Se senta casi paternal y hubo momentos en que maldijo, literalmente, a ese
muchacho encarcelado por haber seducido a esta criatura y haberla hecho
compartir su vida deshonrosa; cuando ella hablaba de l su voz adquira una
ternura, una ansiedad que traspasaba la dura piel oficial de Nailsworth. Era
evidente que crea apasionadamente en la inocencia de Chesterman. Mientras les
haca declaraciones que constituan otros tantos clavos martillados en el fretro del
inculpado, esa fe pareca brillar con mayor intensidad. Hasta Thorne, hombre ms
duro, ms cnico que Nailsworth, se senta afectado por ella. Despus de media hora
de interrogatorio ambos haban absuelto a Daisy de toda complicidad en el crimen.
Al principio, la muchacha haba opuesto enorme resistencia a las preguntas que le
hacan, o mejor dicho, era como si su mente estuviese fija en otra cosa; y lo estaba,
por cierto; no poda pensar ms que en Hugo; en Hugo, que se hallaba tan cerca de
ella que si gritara tal vez la oyera. Thorne, cuyo nimo en los primeros momentos
no estaba tan bien dispuesto hacia la joven, le insinu con bastante rudeza que si
no haca una declaracin capaz de satisfacer a la polica se veran obligados a
detenerla como cmplice de Chesterman. Con lo cual, saliendo de su ensueo, le
haba contestado Daisy en un arrebato de pasin:
Cree usted que eso me importara, seor? y en seguida, recordando lo que
Jacko le haba dicho sobre el deseo de Hugo de que contase la verdad, haba
aadido: Muy bien, contestar a sus preguntas.
Cuando hubo terminado, y el taqugrafo preparaba el papel para escribir lo
apuntado a mquina, en forma de declaracin, Daisy sinti una extraa mezcla de
alivio y de vaga inquietud. Estaba tan agotada fsicamente, emocionalmente
tambin, que al principio no pudo discernir el origen de esta inquietud. Pero de
pronto se dio cuenta de que no le haban formulado ninguna pregunta sobre lo que
estaban haciendo ella y Jacko en la playa esa maana. Quizs el inspector
londinense, que acababa de abandonar el cuarto, haba ido a preguntrselo a Jacko.
A pesar de su cansancio trat de pensar qu deba decir, qu estara diciendo Jacko
en ese momento: no se haban puesto de acuerdo sobre lo que convena explicar;
no deban contradecirse. Pero quiz no los haban visto en la playa... "Claro, qu
estpida soy", pens, "si la polica nos hubiera visto, es lo primero que habra
averiguado." Y se despert de nuevo en su corazn una pequea esperanza.
Pero no le dur mucho. Thorne se asom a la puerta y le hizo una sea a
Nailsworth para que saliera. Daisy se qued sentada en la silla dura: con la bolsa de
paja, la bufanda enroscada en la cabeza y su aire de mudo desamparo pareca una
campesina desplazada; una encomienda sin rtulo abandonada en alguna oficina de
objetos perdidos que fueran seres humanos. Cuando de nuevo se abri la puerta
sali de su apata para decir:
Puedo verlo ahora?
El doctor Jaques est ocupado en este momento repuso Nailsworth.
No; me refera a Hugo, al seor Chesterman, podra verlo, por favor?
Nailsworth se volvi hacia otro lado: no pudo dominar, durante unos instantes, los
sentimientos que seguramente se reflejaban a travs de la severidad oficial de su
fisonoma.
No sera posible, ahora que ya les he dicho todo lo que queran saber? insisti
Daisy.
Nailsworth, componindose la garganta, se enfrent con la muchacha desde el
otro lado del escritorio.
Hay cierto testimonio nuevo, Miss Bland, que debo pedir que nos aclare.
Toc el timbre; el taqugrafo apareci seguido por el inspector Thorne, quien coloc
una caja de cartn sobre el escritorio delante de su colega.
Ahora bien, Miss Bland; por declaraciones recibidas sabemos que usted y el
doctor Jacques estuvieron en la playa esta maana de once y cincuenta a doce y
treinta y cinco. Podra decirnos con qu objeto?
Vinimos..., yo vine para tratar de ver a Hugo.
En la playa? Vamos, vamos, Miss Bland dijo Thorne. sa no es una
explicacin.
Yo quera ir antes a la playa porque
, porque fue el ltimo lugar donde
Hugo y yo
Qu estaba usted buscando?
Buscando?
Los vieron remover las piedras, buscar algo.
Ah aclar Daisy, con desesperacin, era el estuche de anteojos de Jacko...,
del doctor Jaques.
Est completamente segura? el tono de Nailsworth tena una inflexin de fra
severidad. No estara buscando algo que usted y Chesterman haban escondido
all? quit la tapa de la caja de cartn, sac un objeto envuelto en un pauelo y lo
deposit sobre el escritorio. Este revlver, quiz?
No me preguntaron nada sobre eso fue todo cuanto pudo decir Daisy.
Ahora se lo pregunto y quiero la verdad.
Con el arma, que segn l crea haba dado muerte a su amigo, descubierta ante
su vista, el estado de nimo de Nailsworth se haba tornado de nuevo vengativo;
pero tena la suficiente imparcialidad para saber que con ese nimo no deba
continuar interrogando a la muchacha, y con un ademn se la pas a Thorne.
Identifica este revlver como perteneciente al prisionero? inquiri el detective
con su larga nariz apuntada hacia Daisy como un dedo acusador.
No s repuso la muchacha, vacilante. Tena uno bastante parecido.
El mismo con que amenaz a Mrs. Amberley?
No pensaba hacerle ningn dao.
Thorne durante un rato hizo a Daisy preguntas sobre el incidente, luego observ:.
Seguramente reconoce un revlver que usted ayud a esconder.
No lo mir bien, estaba demasiado asustada.
Confiesa entonces que ayud al acusado a enterrarlo?
Yo... no; no lo confieso.
Si no lo ayud, cmo saba el lugar exacto donde estaba enterrado en la playa?
Daisy no pudo contestar a esta pregunta.
Le sorprendera saber que el doctor Jaques ha identificado el arma?
Nailsworth, consternado, mir a su colega. No sera un error hablar de eso tan
pronto? Pero la muchacha no pareca sospechar nada; slo dijo:
Si l lo identific, para qu me lo preguntan a m?
Para confirmarlo, Miss Bland. El doctor Jaques puede estar equivocado...,
verdad? aadi Thorne, despus de una breve pausa.
Por supuesto que s.
Qu pensaba hacer con este revlver si lo hubiera encontrado?
No s.
Entregarlo a la polica?
No sea cndido replic Daisy, con un destello de ira.
Por qu no, si est usted convencida de que Chesterman no lo utiliz para
matar al inspector Stone?
De nuevo Daisy no supo qu contestar. El inspector Thorne envolvi lentamente el
revlver y lo coloc dentro de la caja y se la alcanz a un agente que acababa de
llamar.
Impresiones. digitales primero. Luego la bala indic.
Daisy hizo un movimiento involuntario. Saba que los peritos en la materia podan
averiguar si una bala haba sido disparada desde un arma determinada. Durante
una semana haba estado eludiendo la pregunta: por qu quiso Hugo esconderla si
es inocente? No poda seguir engandose. Y en ese momento, como si expresara
en voz alta el pensamiento que la atormentaba, el inspector dijo, aadiendo hiel a
este angustioso interrogante:
No ha pensado usted, Miss Bland, en el supuesto de que Chesterman sea
inocente, que l nos habra entregado inmediatamente el revlver? Como prueba
de que la bala no fue disparada con esta arma y as quedar exento, en el acto, de
toda sospecha?
Hugo estaba en un... Muy trastornado... Me refiero a que en aquel momento no
poda pensar con claridad. Crea... No confiaba en la imparcialidad de la polica...
Porque haba estado preso por robo, y era un agente de polica el que haba sido
asesinado contest ella entrecortadamente. Haba llegado al limite de su
resistencia, y Thorne no la acos ms. Cuando hubo firmado su declaracin, le
dijeron que poda irse, pero que la llamaran para que prestara testimonio ante el
tribunal en cuanto se abriera juicio pblico contra el acusado.
No tiene parientes con quienes pueda quedarse hasta entonces? pregunt
Nailsworth, no sin bondad.
Mi madre no quiere saber nada conmigo desde que fui a vivir con Hugo. El
doctor Jaques fue la nica persona que me tendi la mano.
Comprendo. Espere aqu unos minutos, por favor.
Nailsworth y Thorne se retiraron para mantener un breve coloquio. Les pareca
sumamente inconveniente que la joven siguiera viviendo en casa de Jaques; a
Thorne le desagradaba la idea por razones puramente de tctica: el peligro de que
la muchacha descubriera prematuramente la parte que Jaques haba desempeado;
en tanto que Nailsworth se senta sublevado por la idea de que esos dos seres
tuvieran ningn contacto humano.
Cuando regresaron, a Daisy se le ilumin el rostro. Pero no haban vuelto para
anunciarle que por fin podra ver a Hugo. Haban arreglado que ella viviera esos das
siguientes con una antigua empleada de la polica, jubilada, en Southbourne; ellos
se encargaran de traerle su equipaje de casa del doctor Jaques. Daisy no opuso
mucha resistencia a esta propuesta: por lo menos significaba estar ms cerca de
Hugo; aunque no pudiera visitarlo, y aunque Jacko, su nico amigo, hubiera hecho
todo cuanto pudo por ella, su casa estaba contaminada por lo desdichada que haba
sido all y la aterraba regresar a ella.
*
El juicio contra Hugo Chesterman se inici dos das despus. El acusado estaba
representado por Bruce Rogers, socio de un estudio jurdico local. Charles
Brownleigh actuaba por parte de la Corona. El comisario haba tomado medidas,
nuevamente, para evitar que se tomaran fotografas cuando Hugo fuera conducido
al tribunal.
La mayor parte de ese viernes por la maana transcurri con el planteamiento del
caso por Mr. Brownleigh. Dio cuenta del crimen en s, luego se refiri a los pasos del
criminal durante el perodo que lo precedi. Relat cmo, la tarde del asesinato, el
prisionero haba salido de la pensin en compaa de Daisy Bland, se haba
encaminado con ella hasta la explanada, le haba dado un paquete envuelto en
papel color madera para que se lo tuviera y luego se haba marchado solo en
direccin al Queen's Hotel para regresar media hora despus. Por la maana
siguiente continu el fiscal el acusado haba limpiado el revlver en el
dormitorio de la pensin donde habitaban y con ayuda de la Bland lo haba
enterrado en la playa. "Aadi que, el ao anterior, el acusado haba extrado un
revlver durante una discusin y haba amenazado con matar a la mujer de su
hermano.
Mr. Brownleigh, en seguida, empez a llamar a sus testigos. La princesa Popescu,
su acompaante y el cochero declararon sobre el tiroteo. La dactilgrafa que haba
visto a un hombre corriendo por Queen's Parade tambin fue llamada. Ninguno de
ellos pudo identificar al acusado. El mdico forense inform sobre el resultado de la
autopsia, y un sargento cont cmo una patrulla de polica bajo sus rdenes haba
cavado la playa delante del quiosco de msica y haba hallado el revlver. El resto
del da fue ocupado por las declaraciones de dos propietarias de pensin en cuyas
casas el acusado y Daisy Bland haban vivido: la segunda de estas mujeres fue
interrogada largamente sobre los movimientos y el comportamiento del prisionero
en la noche del crimen. Mr. Brownleigh dijo que uno de sus principales testigos, Miss
Bland, se encontraba enferma, y su declaracin por lo tanto tendra que ser tomada
despus, fuera de orden. Como el prisionero no hizo pregunta alguna, se suspendi
la sesin hasta el da siguiente.
El sbado continu la afluencia de testigos por parte de la acusacin. Mark
Amberley fue llamado y despus de ser interrogado sobre la discusin entre su
mujer y el prisionero narr cmo haba ido a Southbourne, requerido por su
hermano, y ddole dinero: tambin cont, con cierta mala gana, la violencia con
que haba reaccionado su hermano durante la conversacin que tuvieron en esa
ocasin a propsito del crimen. Empezaba a surgir una imagen de Hugo como
hombre de carcter indmito y cruel. El doctor Jaques, que fue llamado a declarar
inmediatamente despus, confirm lo dicho por Mark Amberley sobre esta
entrevista y cont que haba acompaado a Miss Bland de vuelta a Londres. Como
resultado de lo que sta le haba relatado despus, haban regresado a Southbourne
el mircoles para buscar el revlver enterrado, pero no haban logrado encontrarlo:
fueron arrestados y puestos en libertad pocas horas ms tarde. El doctor Jaques,
cuando le alcanzaron un revlver para que lo examinara, lo identific como
perteneciente al acusado.
Pudo advertirse que Chesterman, quien hasta ese momento haba parecido tomar
muy poco inters en lo que estaba ocurriendo, sigui la declaracin del doctor
Jaques con gran atencin, observndolo pensativamente con expresin perpleja. Sin
embargo, probablemente para alivio del fiscal, quien saba bien el terreno peligroso
que estaba pisando, el abogado de Hugo no hizo ninguna pregunta. Jaques haba
dado su testimonio con la franqueza que tan fcilmente simulaba; pero con cautela
se limit a contestar s y no al responder las preguntas del fiscal.
Su declaracin result, por supuesto, sumamente daina. Y cuando despus de l,
el experto en balstica dio las razones tcnicas por las cuales crea que la bala
hallada en el cuerpo del inspector Stone haba sido disparada del revlver exhibido
en el tribunal, la impresin general fue que todo haba terminado para Hugo. Bruce
Rogers consigui que el perito admitiese que esos revlveres eran bastante
comunes en Inglaterra y que la bala no era del tipo usado normalmente para esa
marca de arma de fuego. Pero esto no hizo mucho para disipar la impresin
causada. Y todava faltaba lo peor. La acusacin no poda, por supuesto, hacer
ninguna referencia a la condena del prisionero ni a su carrera criminal; de modo que
el mvil que pudo haber inducido a un joven bien vestido, presentable, a intentar
violar un domicilio qued sin aclarar. Mr. Brownleigh no adelant ninguna teora al
respecto. En cambio, llam al sargento Mann, quien inform que pocas horas
despus del arresto de Chesterman, y actuando de acuerdo "con informaciones
recibidas", haba ido en compaa de otro oficial de polica a una casa de pensin en
Pimlico, donde el prisionero haba vivido recientemente, y hallado en su habitacin
un maletn de herramientas: contena un cinturn de cuero con pistolera, un formn
de acero, una lima, dos pares de pinzas de joyero, una ganza y una fotografa del
acusado con Daisy Bland.
Bruce Rogers interrog a este testigo, como haba interrogado a los oficiales de
polica que dieron testimonio del arresto, sobre las declaraciones que les haba
hecho a ellos el acusado. Todos convinieron que haba protestado y asegurado que
era inocente y que en el momento en que se cometa el crimen haba estado en un
cinematgrafo con Daisy Bland.
No fue hasta el siguiente lunes cuando se llam a Daisy para or su testimonio. La
reaccin de la odisea del mircoles y su estado avanzado de gravidez la haba
enfermado. Estuvo en cama, al principio en un sopor ocasionado por las drogas
sedantes del mdico, luego pasivamente entregada a la desesperacin que volvi a
apoderarse de ella cuando el efecto de los narcticos hubo pasado. Senta que
dentro de ella no tena ya ms capacidad de lucha, aun cuando hubiese sabido
cmo luchar mejor por Hugo. El mdico y la duea de casa eran bondadosos, pero
la bondad no poda llegarle ya. El tiempo se desplegaba alrededor de ella como una
edad de hielo, borrando no slo los factores de esperanza, sino tambin sus
recuerdos felices: Hugo pareca infinitamente lejano.
Mientras permaneci en este estado le ocultaron los diarios. En la maana del
lunes, sin embargo, durante las preparaciones para llevarla al tribunal, Daisy qued
sola unos minutos en la sala. La punta de un diario doblado asomaba por detrs de
un almohadn, donde haba sido apresuradamente escondido. Con extraa
expresin de culpa y a la vez de rechazo Daisy sac el peridico. Sus ojos recayeron
en seguida sobre el prrafo que relataba el interrogatorio de Bruce Rogers a los
testigos de la polica. No pudo leer ms: al or pasos en el corredor meti de nuevo,
rpidamente, el diario donde lo haba encontrado.
El mdico forense al entrar con la ex empleada policial observ en los ojos de la
joven una mirada ciega, fija.
Est segura que podr soportarlo, Miss Bland? pregunt bondadosamente.
S, gracias. Slo quiero terminar con esto el tono de su voz era bajo y apagado.
La aparicin de Daisy en el estrado de los testigos caus gran conmocin. No era
solamente porque la prensa hubiera construido toda una novela sobre la misteriosa
mujer del caso, tanto que hasta los magistrados sentan deseos impropios de verla.
Pero su palidez, su estado, y la belleza que ninguna de las dos cosas poda empaar
hizo correr por la sala del tribunal una vibracin de simpata. Daisy entonces
proporcion a la tribu periodstica otro regalo, caro a esos corazones amantes de lo
sensacional. Se desmay. O, como varios cronistas iban a escribir cuidadosamente,
"al subir al estrado la testigo sufri un desvanecimiento y cay sobre la silla". El
mdico, que junto con el inspector Thorne la haba acompaado como dijo el
diario, "aplic inmediatamente restaurativos". Mientras los dos hombres se
inclinaban sobre Daisy, Bruce Rogers, que haba estado observando framente este
nuevo y peligrossimo testigo contrario a su cliente, experiment un curioso
sentimiento: la escena cobr, sbitamente, un aspecto macabro, como si fuera una
escena de tortura y Daisy la vctima a quien se reviva con el objeto de seguir
atormentndola. Bruce no era hombre de dejarse llevar por la imaginacin, y, por lo
mismo, la desagradable imagen que haba surgido en su mente le choc.
Daisy no tard en recobrar los sentidos. Se oy decir las palabras del juramento y
oy al presidente del tribunal darle permiso para que se quedara sentada mientras
declaraba. El fiscal, al empezar el interrogatorio, la trat con casi exagerada
deferencia y solicitud: como si se hubiese tratado de la viuda de algn hroe
nacional y no de la querida de un reo acusado de homicidio.
Deseo causarle la menor molestia posible, Miss Bland. Tratar de formular mis
preguntas en forma de que pueda usted contestar brevemente, s o no; si siente en
cualquier momento que es demasiado penoso para usted, dgamelo.
Daisy sonri dbilmente. Una sola cosa era penosa para ella; la lucha terrible que
libraba en ese momento entre el miedo y el deseo..., el deseo de levantar los ojos,
volverse, buscar y encontrar a Hugo en esa sala del tribunal, y el miedo que le
impeda hacerlo; porque tema lo que podra leer sobre el rostro de su amante.
Contest como una autmata a las preguntas de Mr. Brownleigh, repasando el
curso de los acontecimientos que su cerebro haba repetido ya incesantemente. La
ida a la explanada aquella noche, el paquete, la agona de la espera, el regreso de
Hugo..., todo esto tena para ella visos de irrealidad, como de algo que hubiese ledo
haca mucho tiempo. De modo que daba sus respuestas en forma mecnica,
atontada, que ocasionaban una sensacin incmoda a algunos de los que estaban
all presentes. Solamente en un punto pareci cobrar vida. Le alcanzaron una gorra
de tela, verde, y el fiscal pregunt si poda identificarla.
Es igual a una que le regal a Hugo repuso la muchacha. Durante todo el
interrogatorio Daisy no pudo llamarlo "el prisionero" o "el acusado", pero el tribunal
no la amonest por esta falta de etiqueta.
La que le compr en Brighton?
S.
Si mira usted adentro ver el nombre de la casa. Es all donde la compr?
No creo haberme fijado en el nombre de la casa.
Cuando el prisionero la dej en la explanada. tena puesta una gorra verde?
S.
Y cuando volvi todava la tena puesta?
No.
Hizo usted algn comentario al respecto en esa ocasin?
Le pregunt si la haba perdido.
Y qu le contest?
Me dijo que se le haba volado de la cabeza.
Le sorprendi a usted que no la recuperara..., una gorra nueva que acababa
usted de regalarle?
Bruce Rogers se puso de pie de un salto, protestando, y la respuesta en voz baja
de Daisy se perdi. Durante el leve altercado que se sucedi, la mirada de Bruce se
pos un segundo sobre Daisy; estaba acariciando suavemente la gorra con el pulgar
y una lgrima cay sobre la tela.
Cuando el fiscal indic que haba terminado con la testigo, Bruce Rogers no se
levant para interrogarla. Su cliente le haba dado instrucciones claras y precisas:
no deseaba que Daisy fuera molestada ms de lo necesario y Bruce no quera
mostrar en este punto la lnea que la defensa pensaba adoptar en el juicio. Al girar
sobre s misma para bajar del estrado de los testigos, Daisy hizo un esfuerzo grande
y mir a Hugo, por primera vez, de hito en hito. Casi imperceptiblemente l mene
la cabeza; luego le sonri: una sonrisa tan cariosa y tierna que Daisy sinti que el
corazn se le derreta. Trat de devolverle la sonrisa, pero sus labios le temblaban
demasiado y en seguida la condujeron fuera de la sala del tribunal. Hugo la haba
perdonado. Hugo segua querindola a pesar de lo que ella haba hecho. Y
comprendi en ese momento que haba hecho mal: ese pequeo movimiento de
cabeza le haba dicho todo. Desde ese instante su mente slo tuvo un propsito:
deshacer ese mal.
Al finalizar el da se cerr la causa por parte de la acusacin. En respuesta al
presidente y a los magistrados, el prisionero dijo: "Soy inocente. Esto es todo
cuanto tengo que decir." Reservaba su defensa y se le cit para proseguir el juicio
en la prxima sesin del tribunal. Todo esto lo ley Daisy en el diario por la maana
siguiente. Luego sali de la casa, diciendo a la propietaria que necesitaba respirar el
aire de la playa; pero no fue hacia la playa adonde dirigi sus pasos.
19. Daisy Consulta A Un Abogado
BRUCE Rogers tena mentalidad convencional. Nacido en Southbourne, nunca
haba ambicionado nada ms que pertenecer a la firma familiar como socio en el
estudio jurdico, lo cual seguira, despus de un tiempo prudencial, a su prctica en
el ejercicio de la carrera, como la noche sigue al da. Esta prctica fue interrumpida
por la guerra, en la cual hizo su parte y un poquito ms; sobrevivi gracias a su
prudencia, muy necesaria por cierto tanto para el abogado cuanto para el soldado
que lucha. Sus experiencias en Normanda y Holanda, lejos de causarle dao, le
hicieron apreciar ms que nunca su cmodo empleo de Southbourne, la rutina
protectora de un estudio de abogado: regres a ellos con todo el alivio de un zorro
perseguido que baja a su cueva. A su debido tiempo entr a formar parte de la
sociedad. Se cas, amuebl una casita agradable en las afueras de Southbourne;
era jugador de bridge y ocasionalmente de golf, cuidaba su salud y se ocupaba
concienzudamente de los asuntos de sus clientes. Amaba a su mujer, pero tena un
sentimiento especial por la abogaca una devocin casi filial como tambin
natural aptitud.
Su to, el socio mayor de la firma (personaje dickensiano con inclinacin por el
madeira, el rap, y otras excentricidades calculadas en el vestir y en sus maneras),
consideraba al joven Bruce un posma. El to Percival pensaba, fortificado por el
recuerdo de un breve asunto amoroso con la camarera de un bar, haca cuarenta
aos, y que el tiempo haba trasformado en una calaverada esplendorosa al estilo
de los amoros de Antonio y Cleopatra, que un muchacho en cuya mente ya se
haba depositado una capa de ideas propias de la edad madura, que se deleitaba,
positivamente, con las minucias de la profesin de abogado y a quien las nicas
canas que se le ocurrira echar al aire seran las que le salieran en la cabeza,
necesitaba un sacudida. De modo que cuando la defensa del reo Chesterman fue
encargada a su firma, el to Percival le entreg el caso a Bruce. Su laudable objetivo
de sacudir las ideas de su sobrino y agrandar su horizonte estaba en vas de
cumplirse ampliamente.
Bruce tena que luchar contra tres obstculos principales: el pblico local, la
prensa y su propio cliente. El sentimiento pblico local de repudio por el crimen se
haba intensificado en tal forma que hasta el representante legal del acusado se
mova en aguas agitadas; para decirlo ms brevemente: algunas de sus relaciones
le observaron sin ambages que desaprobaban su intervencin en el caso, en tanto
que otras, igualmente ignorantes de las costumbres legales, se ofendieron porque
l no hablaba del asunto ni les daba informaciones confidenciales sobre su mal
reputado cliente; y una de las veces, al salir del tribunal, recibi una rechifla de un
grupo de mirones:
Bruce, que tena mucho coraje cuando se atacaba su integridad moral,
consideraba todo esto como disgustos sin importancia.
La prensa era bastante ms incmoda. A medida que el caso avanzaba
Southbourne se llenaba de periodistas atrados por el olor de una cause clebre: la
naturaleza misma del crimen, las figuras del acusado y su amante eran suficientes
para provocar especial inters. Cuando se hizo evidente que el reo con tipo de
estudiante no era solamente un probable asesino, sino tambin un ladrn
profesional, las cosas empezaron a arder. Mientras el caso estaba sub judice, poco
ms que los hechos escuetos poda salir en letras de molde, pero los periodistas
desenterraron tesoneramente datos de ambiente, entrevistando a las relaciones
ms elegantes de Hugo en Londres, volviendo loco al hermano y dems, para
escribir la historia palpitante de inters que podra darse a publicidad cuando el
juicio hubiese seguido su curso previsto e inevitable: historia en la cual la palabra
"Raffles" constituira el Leitmotiv. Bruce Rogers, a quien todo esto le haba llegado al
principio como un olor lejano, aunque feo, pronto iba a verse en contacto mucho
ms desagradable con ello. Que lo destacaran en un diario como a un "hroe de la
guerra que defiende al acusado en un drama de asesinato" era ya bastante
repugnante; pero cuando los periodistas empezaron a acorralarlo por la calle y
hasta se atrevieron a molestar a su mujer para pedirle una entrevista, las cosas se
tornaron intolerables.
Sin embargo, stos eran inconvenientes pequeos comparados con el presentado
por el propio Hugo Chesterman. Primero, el carcter de Hugo. Por momentos
evasivo o candoroso, malhumorado o encantador, vivaz o sumido en una especie de
obcecada, letrgica cavilacin, Hugo era un cliente extraordinariamente difcil de
tratar. Algunas veces Bruce senta que Chesterman se rea secretamente de l;
como oficial haba tenido que vrselas con la proverbial tozudez y las burlas
secretas del soldado raso que nunca se podan tildar del todo de insubordinacin, y
en ese momento volva a enfrentarse con lo mismo. Gradualmente, durante sus
conversaciones con Chesterman comprendi que ste era anarquista por
naturaleza, desdeoso, o tal vez incapaz de responder a los valores sociales que l,
Bruce, daba por sentados. Todo el tiempo Hugo insista en que haba estado en un
cinematgrafo con la mujer en el momento del crimen y que la polica lo haba
hecho vctima de una conspiracin. Cuando el fiscal, al abrir el juicio, haba indicado
que llamara a Daisy Bland y le relat la declaracin hecha por ella, Hugo le dijo
despus a Bruce que "Daisy haba confundido los hechos" con los acontecimientos
de la noche anterior... o si no la polica la haba obligado a decir eso. Pero Bruce no
pudo llegar a confirmar esta coartada con los acomodadores del cine; y su cliente
no le permita que interrogara a Daisy. Tanta recalcitrancia casi hizo que Bruce
renunciara al caso sin ms trmite, pero su rectitud le impidi hacerlo y tambin el
cario evidente que mostraba el acusado por la muchacha. Adems, puesto que era
ya una certeza que el caso sera juzgado no vala la pena, en el punto en que
estaban las cosas, divulgar ms sobre la tesis de la defensa que la coartada sobre la
cual estara basada.
Esa maana, al da siguiente de haberse remitido a juicio al reo, Bruce Rogers
contemplaba sombramente sus recursos. Haba tratado de mantenerse imparcial
sobre la inocencia o culpabilidad de su cliente, pero el peso de las pruebas en su
contra era abrumador. A su favor slo haba una coartada sin confirmacin, el hecho
de que ninguno de los testigos lo hubiese identificado y una vaga historia sobre un
tal Joe Samuels que le haba dado cita declaraba Hugo la noche antes del
asesinato para dejarlo plantado. Joe y otras dos personas conocidas por la polica
haban pernoctado esa noche en el Queen's Hotel, sin duda alguna, pero se haba
podido comprobar, tambin sin lugar a dudas, que se encontraban en camino de
regreso a Londres a la hora en que se cometi el crimen, y esto satisfizo al inspector
en jefe Nailsworth.
Bruce poda contratar a un detective privado para que investigase la coartada de
Joe Samuels; pero si la polica no le haba encontrado falla era difcil que un
particular consiguiera hacerlo. Sobre este punto el to Percival estaba en violento
desacuerdo con l. "Mi querido sobrino", le haba dicho, "la polica ha construido un
caso sin fisuras en contra de nuestro cliente. Por qu haban de tratar de
derrumbarlo? Cmo se te ocurre que se van a ocupar ms de Joe Samuels puesto
que tienen encerrado al sujeto sobre el cual recaen las ms vehementes
sospechas?" Este argumento choc a Bruce, quien tena de la polica la opinin
convencional de la clase media: guardianes incorruptibles de la propiedad, la ley y
el orden. Coment algo sobre los gastos que tales investigaciones demandaran.
Gastos? Maldicin! exclam el to Percival, aspirando por la nariz una enorme
dosis de rap. Todo esto es propaganda para la firma. Si te preocupan los gastos
no tienes ms que pensar en eso. En nuestra profesin hay un solo "slogan": "Mi
cliente, con razn o sin ella." Vas a pelear el caso o simplemente cumplirs los
requisitos legales?
Es decir, por supuesto, to
Entonces pelalo a muerte, muchacho. Haremos intervenir a Henry Jervoise en la
defensa..., era gran amigo de tu padre en los viejos tiempos. Y no me digas que no
podemos pagarlo. Ese pelmazo, Mark Amberley, contribuye con algo para la
defensa, verdad?
S. Con mucha generosidad.
Generosidad llamas a eso! Lo menos que puede hacer despus de su metida de
pata con el hermano. Dinero que gasta por su mala conciencia, eh? Esa
muchacha..., cmo se llama?..., Daisy Bland..., tambin debera de contribuir.
No tiene un penique, segn creo.
Podra conseguirlo a cuenta, hijo. Piensa en lo que le pagara uno de esos
pasquines dominicales por el relato de su vida. "Mi vida con Hugo Chesterman."
Bruce Rogers estaba, en efecto, pensando en esto. La declaracin de Daisy ante el
tribunal haba resultado ms desastrosa de lo que l haba anticipado. Echaba
rotundamente por tierra la coartada del cinematgrafo, y esto era suficientemente
grave, pero mucho ms grave an era la impresin de candor y franqueza que
haba dejado la joven. Nadie ms indicado que sir Henry Jervoise para dar cien
vueltas a un testigo prevenido o mentiroso, pero qu podra hacer con esta
muchacha que tan patentemente demostraba no ser ni lo uno ni lo otro? Sobre todo
cuando su estado significaba que deba tratrsele con suma suavidad si no se
quera enajenar las simpatas del jurado.
Un empleado entr en el cuarto, interrumpiendo los pensamientos de Bruce
Rogers.
Una joven desea verlo, doctor. Es Miss Bland.
Tiene hora reservada? pregunt automticamente Bruce; luego aadi:
Quin dijo usted?
Miss Daisy Bland.
Cielos! Para qu diablos... ? Bueno, hgala pasar.
Daisy entr y avanz hacia l como si fuera la figura en la proa de un barco a toda
vela. Bruce advirti inmediatamente una determinacin, un fuerte impulso en ella
para el cual no lo haba preparado la actitud pasiva, angustiada que la joven haba
mostrado en la sala del tribunal.
Qu puedo hacer por usted, seorita?
He venido para ayudar a Hugo, doctor. Lo que dije ante el tribunal ayer... no era
verdad. Me atemorizaron para que lo dijese. Yo...
Un momento, por favor. Esto es muy irregular, comprende? Sintese, por favor,
y aclaremos esto. Me est usted diciendo que es usted culpable de perjurio?
Me dijeron que me acusaran a m tambin del asesinato si no contaba ese
cuento. Comprende...
Por favor, Miss Bland. Si hizo usted una falsa declaracin bajo juramento
(entiendo que eso me quiere decir), debera informar inmediatamente a los
magistrados o a la polica del hecho...
Pero fue la polica quien me oblig a hacerlo, seor. Ellos y el doctor Jaques.
Hugo y yo estbamos en el cine, como dijo l, cuando ocurri la cosa. Me
confundieron tanto. Fue, en realidad, la noche antes del crimen cuando l me dej
sentada en la explanada esperndolo.
Mientras hablaba, recalcando cada vez ms su acento de Gloucestershire, Bruce
se sinti intimidado, disminuido por la intensidad de pasin que dejaba entrever. El
candor descolorido que le haba llamado la atencin en el tribunal, se haba trocado
ahora en una positivamente furiosa conviccin incandescente; y casi con el pnico
del hombre enfrentado con un galopante incendio de bosques oprimi el timbre
para ordenar al empleado que pidiera a Mr. Percival que le concediese unos minutos
de su presencia.
El to Percival salud a Daisy con la cortesa de otros tiempos, reservada para las
mujeres atrayentes, y sin ninguna sorpresa aparente de encontrarla all. Pero la
mir con penetrante detenimiento cuando le repiti las razones de su visita.
Mi querida muchacha dijo, quiere hacernos creer que el relato que hizo
usted ante el tribunal era pura invencin? Por qu hizo esa declaracin si saba que
era tan nociva para nuestro cliente?
Tena miedo, seor. Jacko (as lo llamamos al doctor Jaques) dijo que la polica me
acusara como cmplice si no la haca. Y me asegur que Hugo deseaba que me
salvara yo contando las cosas de esa manera. Por eso Jacko y yo vinimos aqu para
tratar de encontrar el revlver.
Una cosa a la vez, seora observ el to Percival, con algo ms distante en el
modo. No puedo an comprender por qu crey ms seguro para usted, si estaba
tratando de salvar su propio pellejo, contar ese cuento de haber estado sentada en
la explanada en lugar de decir la verdad: que haba ido a un cinematgrafo con
Chesterman.
Los ojos azules de la joven echaban chispas al mirar a Percival Rogers como dos
hogueras de auto inmolacin.
S que hice mal. Pero estaba enferma. No poda pensar con claridad. Hice lo que
Jacko me asegur que era lo mejor. No comprende que estoy diciendo la verdad,
ahora?
Si el to Percival lo comprenda, no dio muestras de ello. Procedi a someter a
Daisy a un interrogatorio tan despiadado que Bruce casi intervino; pero pronto
advirti que el to estaba poniendo a prueba a la muchacha para saber cmo
soportara un examen hostil de sus palabras en el juicio. Daisy, aunque aturullada
por momentos, sali bastante airosa de la prueba. Para Bruce, por lo menos, su
modo comunicaba ms conviccin en este momento que la actitud atontada,
mecnica con que haba contado su historia en el tribunal: sir Henry Jervoise sacara
sin duda la mxima ventaja de que la polica la hubiese sometido a indebido
apremio.
Bien, muchacha dijo el to Percival, con un gruido, cuando ella hubo
terminado, esperemos que el dao no haya ido demasiado lejos. Comprende que
si hace esta nueva declaracin ser tratada por la acusacin como una testigo
hostil? Y conoce usted, imagino, lo que significa perjurarse?
Lo nico que me interesa ahora es decir la verdad replic Daisy, con los puos
apretados, como anticipando la prueba que iba a tener que afrontar, y con esa
expresin ciega, fantica que persista an en sus ojos. Bruce empez a revolver
sus papeles. El to Percival tom, meditabundo, una pizca de rap.
Qu piensa hacer ahora? pregunt.
Quiero ver a Hugo, Me dejarn verlo ya, verdad?
Lo han trasladado a la crcel de Oakhurst; sa es la ciudad donde va a
desarrollarse el proceso. Podemos arreglar para que lo visite Percival Rogers hizo
una pausa. Sabe que durante la entrevista estar presente un guardin? Quiero
decir que tendrn que cuidar lo que dicen. No es cuestin de ponerse a combinar
una nueva versin entre los dos.
Daisy no pareci haberlo odo. Estaba radiante, con una emocin que Bruce
hallaba casi intolerable de contemplar: era como si una criatura salida de alguna
fbula hubiese entrado en su desvado cuartito.
Cundo? inquiri ella. Maana?
Bruce le explic las formalidades imprescindibles y le prometi darles curso en
seguida. Daisy lo oa con expresin embelesada como si se tratara de la llave del
Paraso y no de la de una celda de crcel lo que le estaba ofreciendo.
No necesita dinero? pregunt entonces l.
S. No tengo un cntimo. Pero espero que Jacko me prestar algo.
Es completamente imposible que vea usted al doctor Jaques antes del juicio
expres l to Percival. No tiene parientes que puedan ayudarla?
Mi madre no quiere saber nada conmigo..., desde que fui a vivir con Hugo. Tengo
una ta en Londres que...
Tiene que escribirle a su madre indic Percival Rogers, con firmeza. Hacer las
paces con ella, eh? Y mientras tanto le adelantaremos algn dinero para que
pueda arreglarse un tiempo gui el ojo a Bruce y aadi: Sin prejuicios, por
supuesto.
Oh, gracias, seor. Se lo devolveremos cuando..., cuando Hugo salga en libertad.
Iba a encontrar trabajo y a casarse conmigo. No lo condenarn ahora, verdad?
Su candidez parta el corazn. Bruce volvi a sentir que estaba en presencia de un
ser salido de una leyenda, de un modo ms simple, ms luminoso, donde el bien y
el mal tenan un sentido diferente y los textos legales eran desconocidos.
Mi querida muchacha deca el to Percival, no estamos, ni por asomos, fuera
del bosque todava. No debemos alimentarnos de falsas esperanzas.
La esperanza es todo cuanto tengo para poder vivir desde que se lo llevaron a
Hugo,
Lo dijo simplemente, sin advertir su elocuencia: la emocin de sus palabras
pareci inundar el cuarto, y hasta el to Percival se qued momentneamente mudo.
Haremos todo cuanto podamos por l; puede usted tener confianza en nosotros
asegur Bruce.
Discutieron planes durante un rato, luego Daisy se march. Bruce la acompaara
al da siguiente a la crcel de Oakhurst. Cuando la puerta se hubo cerrado detrs de
ella, Percival Rogers lanz a su sobrino una mirada burlona.
Te ha causado mucha impresin no es verdad?
Es una muchacha extraordinaria.
Tienes el aspecto de haberte alistado para una cruzada. Pareces feliz.
No digas tonteras! replic insolentemente Bruce.
Percival Rogers tom una pizca de rap.
Hay dos cosas completamente evidentes. El tal Jaques es un perfecto canalla; y
esa muchacha encantadora de quien ests prendado estaba mintiendo como una
marrana.
Pero cre que te haba convencido de...
Me convenci de que va a insistir en esta nueva versin durante el juicio. Y no es
difcil que tenga el mismo efecto sobre el jurado que ha tenido sobre ti. Pero el
juez..., aj!, el juez Prentiss es otro asunto. Prentiss el Avinagrado. Ni Elena de
Troya podra hacerle pisar el palito.
Lo lamento, to, pero no puedo aceptar tu posicin. Encuentro perfectamente
verosmil que se haya apremiado a Miss Bland para que declarase lo que omos en
el tribunal: fue engaada por este hombre Jaques (estoy completamente de acuerdo
en lo que dices de l) y luego intimidada por la polica. Entre ellos la atolondraron y
confundi las fechas.
Dios bendiga tu inocente corazn! Est profundamente enamorada de
Chesterman..., me concedes por lo menos eso?
Es bastante obvio.
Y no es ninguna tonta a pesar de todo su candor. Crees realmente que nadie
hubiera podido persuadirla u obligarla a hacer semejante declaracin sobre
Chesterman y sobre su paseo a la explanada justo en el momento del crimen, si era
cierto que fueron juntos al cine como dice ahora ? No, no, no, nadie lo tragar. No
cabe duda para m que Jaques la aconsej que tena que confesar la verdad..., que
Chesterman deseaba que confesara. Y as lo hizo. Y entonces comprendi el mal
que haba ocasionado. Con slo mirar los diarios de ayer supo que su amante iba a
sostener la coartada del cine. De modo que viene a nosotros con este cuento nuevo
para apoyarlo.
sa es una interpretacin bastante cnica, en mi opinin.
Cnica o no cnica! Admiro a la muchacha. La considero una herona. S que ha
sido bajamente traicionada por ese canalla de Jaques. Pero todo eso no altera los
hechos.
Las probabilidades.
El simple hecho de que si realmente estaba en un cine con su amigo en el
momento del crimen ningn poder sobre la tierra hubiera sido capaz de hacerla
presentarse ante el tribunal e inventar ese cuento de que la dej sola en la
explanada mientras l se iba en direccin al lugar donde ocurri el crimen. La
declaracin de Miss Bland ante la Corte sera absurda, insensata, inconcebible, si no
fuera la verdad.
De modo que el caso es desesperado?
No he dicho tal cosa. Puede lucharse. Pero ahora tendr que llegarse a una
decisin sobre la base de una posicin legal falsa. Jervoise debe argumentar que la
declaracin de Miss Bland es inadmisible. Si puede convencer al juez tendremos
una probabilidad de ganar. Si no Percival Rogers hizo una castaeta con los dedos
, adis al joven Chesterman.
20. Juicio Y Veredicto
UNA TARDA niebla de otoo se cerna sobre las montaas que circundaban a
Byworth, en los Cotswolds. La aldea estaba silenciosa; sus casas de piedra parecan
acurrucarse unas contra otras en el hueco donde se levantaban, como si buscaran
calor para el invierno que se avecinaba. El humo suba de las chimeneas en lnea
recta, y unas cuantas luces iluminaban ya las ventanas. Al bajar lentamente por la
colina y pasar por los campos amarillentos, cubiertos de mostaza silvestre que en
su recuerdo de infancia eran dorados, Daisy se senta como un fantasma que
regresa. Los acontecimientos de la ltima semana corran a la deriva por su mente,
giraban, chocaban entre s, como en un oscuro remolino: no alcanzaba a ver ningn
orden ni sentido en todo lo ocurrido; ella misma era como un pedazo de madera
llevado por la corriente a merced de las aguas, arrastrado por el momento fuera del
cauce principal dentro de un remanso donde toda actividad haba quedado
suspendida.
Y nada ms, en efecto, poda hacer ya hasta el juicio. Todava faltaban diecisiete
das. No saba si deseaba que trascurrieran lentamente o al galope. Mirando hacia
atrs le pareca que los diez primeros das despus de su visita a Bruce Rogers
haban pasado tan vertiginosamente que sus impresiones de esos momentos se
haban convertido en un borrn. Haba tenido otras conversaciones con Bruce y su
to, mudndose de casa, consultado a otro mdico, afrontado los intentos de la
prensa para entrevistarla, persistido en sus solitarios paseos a la playa de
Southbourne durante los cuales la seguan miradas curiosas, ni hostiles ni de
simpata, sino simplemente especulativas y casi tmidas, como si ella fuese un
acertijo viviente, un animal de alguna especie desconocida. Y los viajes para ver a
Hugo.
Tres veces Bruce Rogers la haba acompaado a la crcel de Oakhurst. Eran
recuerdos que encontraba difcil encarar con ecuanimidad. Su apasionado deseo de
ver a Hugo se haba tornado una obsesin durante el perodo que sigui a su
separacin. Bruce haba tratado de prepararla para las condiciones materiales que
hallara all: el lgubre cuarto, el enrejado, el guardin atento en su vigilancia. Pero
no eran stas las cosas que, en su examen retrospectivo, entristecan el recuerdo
de Daisy. Algo dentro del mismo Hugo se haba interceptado entre ellos mucho ms
efectivamente que el enrejado; la haba hablado y mirado con ternura, pero cada
vez que lo visitaba reciba la impresin, acrecentada por la palidez que le daba su
encierro, que viva en un mundo al cual ella, pese a su inmenso amor, jams podra
entrar. Pareca un hombre mortalmente herido que se adiestraba para renunciar a
todo derecho sobre ella, sobre la vida misma. Hablaba en voz baja, apagada, como
la de un nio enfermo o de un anciano, sin retirar la vista del rostro de la joven,
sentado muy quieto y como contenindose. Su actitud hacia el juicio prximo era
completamente fatalista, y si Bruce no le hubiese expresado a Daisy, en reiteradas
ocasiones, la admiracin que senta por el coraje de Hugo, sta hubiese podido
interpretar ese fatalismo como cobarde resignacin. Pronto descubri Daisy que
Hugo deseaba orla hablar de s misma, del hijo por nacer, de lo que haba estado
haciendo, de su proyectada visita a la madre y los recuerdos de infancia que esto
evocaba: cualquier cosa antes que hablar del juicio.
Slo en una ocasin mostr l un destello de su antiguo carcter. Daisy haba
recibido carta de Jacko en que le preguntaba con toda solicitud si algo poda hacer
para ayudar a Hugo y expresaba un ligero pesar de que ella no se hubiera puesto
en contacto con l desde su partida de Londres. Cuando le cont esto a Hugo, el
rostro de su amante se ensombreci.
Si me dejaran solo con Jacko unos minutos dijo les dara motivo para que me
manden a la horca la fra clera contenida en su voz sobresalt a Daisy, quien
todava no haba comprendido del todo la vileza de la conducta de Jacko. Empez a
defenderlo, pero Hugo la interrumpi con aspereza: No me hables de eso... l dio
la pista a la polica. l ayud a encontrar el revlver. l te envi a contar ese cuento
ante el tribunal. Imagino que nunca te habr dado mi carta.
Tu carta, querido? Me escribiste una carta? Estaba segura de que lo haras.
Te escrib para decirte que nos bamos a casar..., pidindote que arreglaras todo
para hacerlo lo antes posible. El muy canalla debe de haberse redo a carcajadas
para sus adentros, sabiendo que haba citado a la polica para que me echaran la
mano encima.
Pero hubiera podido darme la carta. Habra sido tan distinto...
Era la destruccin imperdonable de la carta, no su delacin, lo que impresion un
instante a Daisy como la peor de las infamias.
Ese da no te dio ningn mensaje de mi parte?
Me dijo que queras... Daisy mir con el rabo del ojo, inquieta, al guardin
que declarase eso ante el tribunal. Si no, jams habra yo...
Lo s, mi amor. Rogers me ha contado todo. No debes reprochrtelo jams. Lo
prometes?
Lo dijo con tanta bondad que el corazn de Daisy desbord de gratitud y no pudo
hablar. Sin embargo, haba algo remoto, abstracto, en su bondad que lo converta
en un extrao; el antiguo Hugo, egosta a veces y brusco y atolondrado, hubiera
sido preferible. Cuando la madre de ella escribi pidindole que regresara a su casa,
Hugo aprob calurosamente ese paso.
Pero entonces no podr venir a verte ms haba dicho Daisy.
As es, pero no es muy confortable esto, verdad? Qu sacamos con estas
visitas? Dos personas que tratan de mantener una conversacin a travs de un
enrejado.
Su respuesta la haba herido cruelmente en el momento, a pesar de que
comprenda la necesidad de disculparle mucho en su estado actual. Pero ahora,
mientras avanzaba por la colina hacia la casa de su madre, Daisy sinti que se
haca la luz en su mente:
Hugo slo haba tratado de ampararla; el alejamiento que haba sentido en l era
deliberado; no quera dejarla compartir su propio sufrimiento ni sus
presentimientos, no quera decirle nada que acrecentara su afliccin. Era como si
hubiese estado aflojando lentamente los lazos que los unan, haciendo lo que poda
para suavizar la prueba de su despedida final.
"Eres bueno, mi Hugo"; murmur para s misma. "No pudiste haberlo hecho. No lo
hiciste, verdad, querido?"
A menudo le formulaba mentalmente esta pregunta que nunca se hubiera atrevido
a hacerle frente a frente, y su corazn amante siempre contestaba: No. Ni siquiera a
su madre le admita la posibilidad de que Hugo pudiera ser culpable.
Mrs. Bland haba resultado un buen refugio en este apuro. No hizo recriminaciones,
recibi a Daisy como si hubiera trascurrido slo un mes o dos desde su partida y,
evidentemente, esperaba con alegra la llegada del nieto. Daisy no lo supo nunca,
pero su popularidad en la prensa no haba resultado, al fin de cuentas, desventajosa
para su madre. Toda la aldea estaba alborotada con el acontecimiento, por
supuesto; pero Daisy siempre haba sido popular con los campesinos porque jams
haba cometido el nico pecado imperdonable para ellos: el de engrerse. El caso
Chesterman les proporcionaba drama, una fuente de inagotable chismografa y el
sentimiento, aunque fuera por aproximacin, de ser ellos tambin personajes de
primera pgina en los diarios. Segn la opinin general, Mrs. Bland haba tomado
muy bien las cosas: no se mostraba desafiante ni acobardada por los hechos. Y
cuando Daisy lleg con aspecto tan triste y asustado y suplicante, tan enteramente
distinta de lo que hubiera podido esperarse de una muchacha que haba tomado el
mal camino en la gran ciudad, hizo callar a todos menos a los chismosos ms
criticones. El hecho de tener un hijo fuera del casamiento significaba poco en una
comunidad donde tales acontecimientos eran muy comunes. Durante los primeros
das se mantuvo alejada de todos, lo cual fue considerado muy correcto y decente
dadas las circunstancias. Luego, uno o dos vecinos, impulsados por una indomable
curiosidad, llegaron de visita a la casa de Mrs. Bland. Cuando ya la bola haba
empezado a rodar as, cualquier temor que hubiera podido abrigar Daisy de ser
tratada como una descastada se apacigu; su comportamiento satisfizo a los ms
severos crticos en tanto que su situacin por ms grande que pudiese ser el
deleite que experimentaba la aldea en privado le conquistaba la bondad de
quienes la vean.
Daisy estaba decidida a ganar se su albergue. Pasaba las maanas, mientras su
madre sala al trabajo, limpiando y puliendo la casita; daba el almuerzo a sus dos
hermanos menores cuando regresaban del colegio, y por las tardes haca sus cortos
paseos solitarios, porque Hugo le haba dicho que deba hacer mucho ejercicio, y
durante estos paseos poda pensar en l sin interrupciones. Avanzaba con paso
lento y cuidadoso, porque su temor ms inmediato era que su hijo, que esperaba
para una semana antes del juicio, naciera prematuramente y le impidiera dar su
testimonio. Todos los das los vecinos vean a la joven caminar con su pesado andar
de sonmbula por el camino que conduca a las afueras de la aldea; los ms viejos
recordaban cmo, cuando nia, haba saltado por ese camino con sus compaeras,
trayendo de vuelta ramos de maya en el verano, regresando en invierno coronada
de bayas y de hilos de baba del Diablo. Haba sido una chica maravillosamente
bonita, recordaban, una verdadera Reina de la Primavera.
Y para Daisy tambin estos das significaron una vuelta a su infancia. Su madre,
con el instintivo tacto y la reticencia emocional de la mujer campesina, nunca aluda
a la vida londinense de Daisy ni a Hugo, Hablaban en cambio del pasado lejano, de
asuntos de la aldea..., de cualquier cosa menos de lo que llenaba la mente de Daisy.
Mrs. Bland, habiendo hecho las paces con su hija, estaba decidida a poner la causa
de la ruptura lejos de su mente para siempre: su actitud implicaba que Daisy haba
tenido su escarmiento y haba terminado con Hugo y a la joven no le importaba
mantener esta corts ficcin porque senta que formaba parte de un proceso de
cicatrizacin que la fortaleca para su prueba cercana; para las dos pruebas.
*
En la tarde, antes del juicio pblico, Bruce Rogers recibi a Daisy en la estacin de
Oakhurst y la condujo a un hotelito en las afueras del viejo pueblo de campo.
Oakhurst, que era normalmente un lugar tranquilo, reposante, presentaba ese da
un indefinible ambiente de excitacin, de anticipacin: las personas se quedaban en
la calle principal, conversando, formando grupos que slo se dispersaban de mala
gana como podra pasar la vspera de alguna demostracin cvica; y haba una
notable afluencia de forneos en el pueblo.
Toda esta tensin latente pareci crecer como una ola y romper en un silencio
absoluto cuando a, la maana siguiente, despus que el fiscal de la Corona hubo
delineado el caso contra Chesterman, Daisy Bland fue llamada en seguida a
declarar como testigo. Su testimonio, a causa de su precario estado de salud, iba a
ser tomado fuera de orden. La pureza de sus facciones, la belleza y el trasparente
candor que emanaban de ellas, y que formaban un extrao contraste con el acento
campesino, titubeante, cuando la joven tom el juramento, produjeron una
extraordinaria impresin en el tribunal. Suele acontecer con frecuencia en los juicios
criminales que el prisionero, despus que la primera curiosidad de los espectadores
sobre su aspecto ha sido satisfecha, se convierta casi en un maniqu y toda la
atencin se concentre en los abogados que lo visten con el ropaje de la culpa o la
inocencia. Pero la aparicin de Daisy tuvo el efecto de volver la atencin tanto sobre
Hugo cuanto sobre ella. No fue solamente por la mirada de amor que cruzaron entre
ellos cuando la joven se puso de pie en el estrado: Bruce Rogers senta una
agitacin entre el pblico, casi los oa pensar: "Cmo pudo una muchacha como
sa tener algo que ver con un ladrn, un asesino?" Vio los ojos de los jurados
volverse al hombre que ocupaba el banquillo de los acusados como buscando all
una contestacin al acertijo, y pens que Hugo, con ese aspecto tan tranquilo, tan
viril, tan caballeresco, por cierto, apareca ante ellos bajo una nueva luz: una luz,
por decirlo as, reflejada por la misma Daisy.
Pero si bien la hermosura de la joven produjo fuerte impresin, sus primeras
palabras sacudieron al tribunal hasta los cimientos. Mr. Brownleigh, en nombre de la
Corona, haba expresado claramente en sus frases iniciales que el caso por parte de
la acusacin estaba sobre todo basado en la declaracin de Daisy Bland, Hasta le
haba pedido al tribunal que otorgara a la joven la mayor indulgencia posible en
vista de su estado y su relacin con el prisionero. De modo que la respuesta que
Daisy dio a su primera pregunta caus al infortunado Mr. Brownleigh el efecto de
que haba entrado por una puerta familiar y encontrado detrs de ella un cuarto
completamente desconocido. Aferrndose al borde de la barandilla del estrado y
hablando con su voz ms clara y franca, Daisy contest:
Lo lamento, seor. Nada puedo decir. No puedo declarar. Nada s sobre el
crimen, absolutamente nada.
La concurrencia entera de la sala del tribunal empez a murmurar y a susurrar, y
por todo el recinto se produjo un inquieto centelleo semejante al agitarse de las
hojas de lamos plateados en el viento cuando las caras se volvieron para uno y
otro lado vidas por observar al juez, al acusado, a los abogados, a la testigo y
todas las reacciones de los dems espectadores. Mr. Brownleigh durante un
segundo qued boquiabierto, pero en seguida se recuper:
Se siente usted bien, seora?
Muy bien, gracias.
Debo comprender que quiere retractarse de la declaracin que prest ante el
tribunal policial?
S.
Inmediatamente Mr. Brownleigh pidi al juez permiso para examinar a Miss Bland
sobre el testimonio presentado ante los magistrados. No quedaba otro recurso que
tratarla como testigo hostil. Punto por punto le hizo recordar su testimonio: en cada
caso la muchacha admiti que era exacto, pero asegur que cada palabra
pronunciada haba sido mentira. Mr. Brownleigh hizo una pausa; luego, mirndola
severamente, exigi:
Dir usted al tribunal por qu hizo esta declaracin que ahora asegura haber
inventado en su totalidad.
Me obligaron a hacerla.
Sugiere usted que la polica la presion para que la hiciera?
No, seor. Fue el doctor Jaques. Me dijo que si no daba esa declaracin me
culparan del crimen.
Le crey usted?
S. Estaba enferma. No poda pensar con claridad.
Insino a usted que su declaracin primera fue verdad y ha inventado esta
nueva historia sobre su ida al cine con el prisionero en el momento del crimen...; la
invent cuando comprendi el dao que su testimonio le haba hecho.
No, seor replic Daisy, con un sollozo.
La voz de Mr. Brownleigh no perdi su tono corts y desapasionado intimidar a la
testigo alienara infaliblemente al jurado mientras explor toda la lnea de su
nuevo testimonio. No pudo ni sacudirla ni hacer le dar un traspis en la cuestin de
sus movimientos en la noche del crimen: ella y el acusado haban estado en un cine
desde las 17 y 15 hasta cerca de las 19 y 45; regresaron a su alojamiento y fueron a
otro cinematgrafo un cuarto de hora despus.
Ante la desilusin del sector ms truculento del pblico, Daisy mantuvo su
presencia de espritu a lo largo de este examen. Pero cuando Mr. Brownleigh
empez a interrogarla sobre su visita a Southbourne con el doctor Jaques, fue
evidente la profunda afliccin de la joven.
Explicar usted al tribunal por qu fueron all?
El doctor Jaques dijo que la polica iba a buscar el revlver en la playa y que
debera estar escondido en algn lugar ms seguro.
En realidad, saba usted que el revlver era una prueba incriminadora contra el
prisionero?
Cmo dice? el rostro de Daisy mostr una expresin estpida, de absoluta
incomprensin.
Se lo dir de otro modo dijo el fiscal con paciencia. Si el acusado no hubiese
usado ese revlver recientemente..., usado para matar al inspector Stone, cmo
podra hacerle ningn dao que lo hallasen? Qu era, por otra parte, el objeto de
su plan para ocultarlo en un lugar ms "seguro"?
Los labios de Daisy temblaron.
Est tratando de agarrarme desprevenida! exclam.
Estoy tratando de llegar a la verdad.
Daisy empez a sollozar.
No dir nada ms a nadie... Solamente dir la verdad.
Los periodistas escriban apresuradamente. Esto tomaba mejor cariz. Escena en la
Sala del Tribunal. Testigo Femenino Sufre Crisis Nerviosa Durante Declaracin Slo
Quiero Decir La Verdad.
Cuando Daisy se hubo recuperado Mr. Brownleigh no insisti sobre el punto.
Prosigui con el arresto de la testigo y del doctor Jaques y consigui hacerle admitir
que durante el interrogatorio subsiguiente efectuado en la comisara no se le hizo
ninguna presin indebida, despus de lo cual el fiscal se sent.
Sir Henry Jervoise, hombre alto y delgado que usaba monculo y cuyos ojos
burlones podan sbitamente clavarse en una mirada aguda e incrdula,
enormemente desconcertante para el testigo opositor, se levant de su asiento. Sus
primeras palabras hicieron correr otro frisson por la sala.
Miss Bland, disclpeme que le haga una pregunta personal. Est usted muy
enamorada del prisionero?
S.
Lo dijo en voz baja, agachando la cabeza, pero son conmovedora y claramente
como un distante toque de clarn.
Pronto ser usted la madre del hijo del acusado.
S, seor.
No hara usted nada, voluntariamente, para incriminar a este hombre que ama
usted tan profundamente?
El ligero nfasis de sir Henry sobre la quinta palabra de la pregunta indicaba la
lnea que su interrogatorio iba a tomar. No slo iba a agarrar la brasa audazmente,
sino que iba a arrojarla contra la parte acusadora.
Por cierto que no lo hara contest Daisy; y de nuevo haba tal ternura en su
voz que durante un momento el tribunal, las pelucas y las togas, todos los atavos
de la Ley se convirtieron en pompa insustancial.
Estoy seguro de que no. Lo que nos asombra a todos sir Henry ech una
mirada de confianza al jurado es cmo hizo usted esa declaracin a la polica y
dio ese testimonio ante los magistrados: una declaracin que result mucho ms
daina para el hombre que ama que si hubiera usted dicho la verdad.
No cabe hacer oratoria, sir Henry interrumpi el juez Prentiss con una
contraccin quejosa de los labios.
Estoy llegando a mi pregunta, milord observ blandamente sir Henry. Luego,
volvindose hacia Daisy, inquiri: Sera justo decir que le tendieron una celada
para que hiciese esa declaracin?
Mr. Brownleigh, protestando, se puso en pie de un salto.
Bien. Expresar mi pregunta en otras palabras. Cuando hizo esa declaracin de
la cual despus se retract usted, fue porque le hicieron creer que ese testimonio
suyo sera en beneficio del prisionero?
l me dijo que deba hacerlo.
El monculo de sir Henry se le desprendi del ojo.
Disclpeme. Quin le dijo?
El doctor Jaques me dio un mensaje de Hugo..., del prisionero..., dicindome que
deba decir lo que dije.
Ah! Comprendo sir Henry dio una cabal demostracin de un hombre al cual
por fin le ha sido otorgada abundante claridad. Y por supuesto usted hara
cualquier cosa que le pidiera Chesterman, verdad?
S.
Confiaba usted ciegamente en el doctor Jaques?
S. Era nuestro amigo ms ntimo.
Le sorprendera saber que Chesterman no le dio tal mensaje para usted?
pregunt sir Henry despus de una pausa intencionada para advertir al jurado que
se preparaba algo importante.
S. Es decir, ahora tal vez no.
Sir Henry no insisti ms sobre el punto. "Mejor as", pens Bruce Rogers, que
conoca el poco espesor del hielo sobre el cual sir Henry haba estado fantaseando.
Ahora bien, Miss Bland. Despus que usted y el doctor Jaques fracasaron en la
bsqueda del revlver y fueron detenidos, usted hizo esa declaracin a la polica.
Fue enteramente por su propia voluntad?
Estaba asustada. El inspector dijo que sera acusada como cmplice si no haca
una confesin completa que diera satisfaccin a la polica.
De modo que no fue del todo por su propia voluntad?
Bueno, por supuesto, yo haba recibido ese mensaje de Hugo...
S, s interrumpi prestamente sir Henry. Y qu ocurri despus? Despus
que firm su declaracin?
El inspector dijo que haba arreglado todo para que yo permaneciese en
Southbourne. Yo no tena casi ningn dinero.
Que se quedara usted con Mrs. Chance?
S.
Saba usted que hasta hace muy poco ella haba pertenecido al personal
policial?
S. Me lo dijeron.
La hizo sentirse que segua detenida? sugiri sir Henry, con ojos chispeantes.
No haga insinuaciones a la testigo, sir Henry dijo el juez severamente.
Pido disculpas, milord replic el abogado, en un tono nada contrito. Pidi
usted permiso para ver a Chesterman?
Oh, s, seor. Varias veces, pero no me dejaron.
Trat usted de ponerse en contacto con alguno de sus parientes o amigos?
No, seor. No me senta bien. No quera ver a nadie ms que a Hugo.
Pero la visitaba el mdico de la polica?
Sir Henry puso un leve nfasis en la palabra "polica". En estas preguntas dirigidas
a Daisy, y ms tarde en su interrogatorio de los testigos presentados por la
acusacin, se puso en evidencia uno de los mtodos empleados por la defensa.
Utilizando toda la amplitud que comnmente se otorga al abogado defensor en un
juicio por homicidio, sir Henry intentaba sugerir al jurado que, adems de haberse
retractado de su testimonio, Daisy Bland lo haba dado por compulsin. El cuadro
que deseaba pintarles era el de una muchacha enferma, desesperada e inocente,
obligada a hacer una falsa confesin para incriminar a su amante con tal de escapar
a una acusacin de asesinato, y luego el indigno apresuramiento de las autoridades
para conseguir el procesamiento pblico antes de que la joven e retractara, como
bien poda hacerlo. Miss Bland haba sido mantenida virtualmente incomunicada
bajo la supervisin de un mdico policial y de una empleada jubilada de la polica,
separndola en esa forma efectivamente de toda influencia exterior. Chesterman
haba sido procesado inmediatamente ante los magistrados pese al fracaso de los
testigos que no haban podido identificarlo, y en lugar de haber hecho solamente la
declaracin formal del arresto, como es costumbre, se haba llevado ante el tribunal
a Miss Bland en cuanto su salud lo haba permitido y el fiscal le haba hecho dar su
testimonio.
Lo que todo esto implicaba, como lo dira sir Henry en sus palabras finales, era
que, puesto que las autoridades haban hecho tan extraordinarios (y a veces hasta
dudosos) esfuerzos para conseguir la declaracin de la joven, el caso por parte de la
acusacin, con excepcin de este testimonio, deba ser reconocidamente de lo ms
inconsistente. y la pretensin de sir Henry era que el jurado no tuviese derecho de
utilizar como prueba ni una palabra del testimonio que haba sido revocado.
A pesar de que saba que en este punto el veredicto dependa del juez, sir Henry
puso en juego todos los argumentos por ms nfimos que pudieran parecer. Obtuvo
poco apoyo de los dos inspectores, que eran veteranos en la materia y negaron
rotundamente haber empleado la menor presin indebida sobre Daisy Bland;
consigui, sin embargo, que el inspector Thorne admitiera que, despus de ser
arrestado, el acusado haba declarado que estaba en un cinematgrafo en el
momento del crimen. Sir Henry utiliz en gran forma el fracaso de los testigos por la
Corona en la identificacin de Chesterman; pero tuvo ms trabajo con un testigo
nuevo, un veraneante que crea poder reconocer en Daisy Bland a una mujer que
haba visto debajo de uno de los faroles de la explanada en la noche del crimen.
Cuando el mdico de polica termin de hacer su declaracin, sir Henry lo interrog
sobre las condiciones fsicas de Daisy cuando se present ante el tribunal policial.
Trataba de impresionar al jurado con el hecho de que Daisy haba declarado en un
estado de ofuscamiento, de automatismo sugestivo de completo agotamiento
mental, resultado directo de la presin ejercida por la polica. El mdico convino en
que la muchacha estaba extremadamente agitada y dijo que le haba recomendado
descanso por su salud: admiti cautelosamente que la actitud de Daisy ante el
tribunal no era incompatible con la teora de que su "confesin" pudiera ser falsa. Al
volver a interrogar al mdico, Mr. Brownleigh le pregunt:
Tiene razones para creer que Miss Bland haba sido sometida, como parece
insinuar mi colega, a un proceso de blanqueo cerebral?
Hubo una pequea disquisicin mientras el abogado explicaba al juez el
significado de "blanqueo cerebral", expresin que el magistrado Prentiss dijo no
conocer. Luego Mr. Brownleigh repiti la pregunta y el mdico repuso:
No. Estaba agitada. Pero en mi opinin saba muy bien lo que deca.
En el segundo da del juicio, despus de haber odo a algunos testigos sin
importancia, el doctor Jaques fue llamado a declarar. Mr. Brownleigh le hizo relatar
los acontecimientos acaecidos desde su llegada a Southbourne con Mark Amberley,
el da del crimen, hasta su segunda visita al lugar y la busca del revlver. El
interrogatorio del fiscal sorprendi al pblico en general, que nada saba del papel
desempeado por el doctor Jaques en el asunto; sir Henry tuvo tiempo de admirar
la habilidad con que Mr. Brownleigh pisaba cautelosamente sobre un terreno que
era positivamente un campo minado; pero l mismo se hallaba en una posicin
bastante difcil por cuanto si atacaba la personalidad de este testigo proporcionara
a la parte acusadora una prueba del pasado delictuoso de Chesterman.
Hablando del caso, despus, sir Henry observ que jams en su largo contacto con
el lado peor de la vida se haba cruzado con un ser humano ms vil y despreciable
que el doctor Jaques. Cuando se puso de pie para interrogarlo ech al testigo una
mirada larga, fra, que indicaba suficientemente su desdn. El doctor Jaques la
sostuvo a su manera: con esa expresin de sus ojos castaos, a la vez servil e
insolente, que ocultaba una mente torcida por su deseo de poder, de destruccin.
Un silencio ms profundo se hizo en la sala y pudo advertirse que los dos guardias
que lo custodiaban se acercaron al prisionero.
El acusado es su mejor amigo, segn creo? empez a decir sir Henry.
Lo conozco mucho desde hace algunos aos.
Y Miss Bland es tambin ntima amiga suya?
Ciertamente.
Ha estado en comunicacin con ella recientemente.
S.
Le escribi usted para decirle: "Estoy tratando de ayudar en todo lo que puedo
a usted y a Hugo"?
No creo que fue exactamente eso lo que dije. Escrib que si poda de alguna
manera ayudarlo lo hara con mucho placer.
Cuando usted comunic a la polica una declaracin confidencial, alegando que
se la haba hecho a usted Miss Bland, fue tambin con el propsito de ayudarla a
ella y al acusado?
Lo consider mi deber como ciudadano, ayudar a la polica cuando se haba
cometido un crimen.
Su deber como ciudadano. Comprendo. Y su conciencia tambin le dict el
deber de decir al prisionero y a Miss Bland, sus dos mejores amigos, que haba dado
esta informacin a la polica?
No se lo dije. No.
Sir Henry, volviendo a colocarse el monculo, mir con desagrado al testigo.
El da en que Chesterman fue detenido haba usted arreglado una cita con l en
la confitera de la estacin Charing Cross?
S.
Fue arreglo suyo, no de l?
S.
Fue para ayudarlo?
Es decir..., no.
Alguien ms que usted y l saban de esta cita?
S; el inspector Thorne.
Cuando fue a la estacin Charing Cross le sorprendi ver aparecer a la polica?
No.
Le dio el prisionero una carta para que la entregara a Miss Bland?
Durante un momento la locuaz desfachatez del doctor Jaques lo abandon. sta
era una pregunta que, evidentemente, no esperaba. Mir al hombre en el banquillo
de los acusados; luego, con un extraordinario temblor en los labios que por un
instante lo hicieron parecerse a un torturador que se regocija ante el sufrimiento de
su vctima, replic:
S; me dio una carta.
Y qu hizo usted con ella?
La destru.
La destruy? Me permite que .le pregunte por qu?
Miss Bland se encontraba en ese momento bajo mis cuidados mdicos. Su salud
no era buena, y consider que el contenido de esa carta poda ser peligrosamente
perturbador para mi paciente.
Ley usted, entonces, esta carta privada antes de destruirla?
As es.
Y se form usted una opinin profesional de que una propuesta de casamiento
hecha por el hombre que amaba y cuyo hijo llevaba en las entraas pondra en
peligro la salud de Miss Bland?
El doctor Jaques se encogi de hombros.
Conteste a mi pregunta exigi sir Henry, mirndolo con el ceo fruncido.
La hubiera sobreexcitado y hecho nacer falsas esperanzas.
Sir Henry dio al jurado una mirada elocuente.
La solicitud que demostr usted por su paciente es, por cierto, notable, no le
parece?
Debo tambin contestar eso?
Toda su declaracin hasta ahora nos ha dado la respuesta. Ahora bien: cuando la
polica arrest a Chesterman en Charing Cross, procedi a arrestarlo tambin a
usted?
S.
Esto lo alarm a usted mucho?
No tena razn para alarmarme.
Exactamente. Y cuando fue a Southbourne con Miss Bland saba usted que iba a
indicarle a la polica dnde estaba oculto el revlver?
No, pens que ella, involuntariamente, mostrara a la polica dnde haba sido
ocultado.
Un matiz muy sutil, doctor Jaques. De modo que no se sorprendi usted al ver
que la polica los vigilaba a los dos cuando fueron a la playa?
No; no me sorprendi. Cuando no pudimos encontrar el arma, pens que ella me
haba estado engaando.
En la estacin la polica procedi a detenerlos?
No s si puede llamarse detencin.
Cualquiera sea la denominacin que corresponda, fue un golpe muy grande
para esta pobre muchacha?
Posiblemente.
Un golpe que, como amigo y mdico, poda usted considerar sumamente
peligroso para su salud?
El doctor Jaques guard silencio.
No tuvo tiempo de enterar a esta joven de su posible detencin?
Mirando de lleno a sir Henry el testigo, deliberadamente, repuso, con una voz que
Bruce Rogers ms tarde compar con un alambre de pas escondido en un plato de
crema:
Tuve tiempo, pero no la intencin.
Sir Henry indic que no tena ms preguntas que formularle. Pocas veces un
testigo ha bajado del estrado tan completamente desacreditado como lo estaba
Jaques en ese momento. Era evidente que slo con sus declaraciones no podra
nunca condenarse al acusado. Pero aunque Jaques haba sido puesto en evidencia
con toda su casi increble vileza, el testimonio de Daisy ante el tribunal policial
permaneca intacto, y cuando el hombre, haciendo un saludo al juez baj del
estrado, sir Henry not en su rostro y en su porte algo como maldito: una expresin
que ya no se tomaba el trabajo de disimular, expresin de triunfo como si, por ms
despiadadamente que lo hubiesen expuesto, a l, su objetivo real haba sido
logrado final e irrefutablemente.
Despus de esto, el juicio sigui su curso con menos dramaticidad. La acusacin
cerr su alegato esa tarde y al indicar sir Henry que no iba a llamar a ningn otro
testigo, exceptuando al prisionero, el juicio fue remitido al da siguiente.
Al otro da por la maana Hugo Chesterman ocup el estrado durante tres horas
consecutivas. Su actitud fue todo el tiempo tranquila, sosegada, franca. Mientras sir
Henry le haca contar su historia, Hugo no vacil ni una vez y era evidente que
estaba produciendo una inesperada buena impresin sobre el jurado: de cuando en
cuando, los hombres que lo componan se permitan posar los ojos sobre l en lugar
de echarle miradas furtivas y vacilantes como lo haban hecho hasta entonces. La
pregunta final de sir Henry fue:
Voy a preguntarle una cosa ms. Es usted el hombre que asesin al inspector
Stone aquella noche?
No lo soy replic Hugo, enfticamente.
Sin embargo, cuando Mr. Brownleigh se levant para proceder a interrogarlo a su
vez, la balanza empez pronto a inclinarse hacia el otro lado. Pacientemente llam
la atencin del prisionero sobre las fallas de su defensa, sobre pequeas
discrepancias y contradicciones en su declaracin, sobre las fantsticas
coincidencias que implicaba. No era una cosa extraordinaria que si realmente
haba arrojado el paquete que contena la soga en la noche del crimen aqul no
hubiese sido encontrado hasta el da siguiente? No era extrao que ante el tribunal
policial no hubiese mencionado que haba estado en el cinematgrafo con su
compaera en el momento del crimen? No era una coincidencia extraordinaria que
una gorra, comprada por l en Brighton, hubiese aparecido cerca de la escena del
crimen? Y que el matador del inspector Stone, fuera quien fuese, hubiese usado un
revlver de la marca misma del de Hugo? No era acaso difcil creer que un hombre
inocente por miedo simplemente de la polica se tomara todo el trabajo de limpiar
las impresiones digitales de su revlver y esconderlo?
As continu la cosa: Mr. Brownleigh dando hachazos a la declaracin de Hugo por
un lado y por el otro hasta que pareci una fabricacin de yeso, hueca en su
interior. La forma impersonal en que el fiscal trabaj el asunto estuvo apareada
durante casi todo el interrogatorio por la actitud de fra des aprensin de Hugo;
hubirase dicho que eran dos peritos que discutieran los mritos de alguna
proposicin abstracta, en una controversia vehemente, de acuerdo en su
desacuerdo.
Despus del almuerzo los abogados presentaron sus respectivos alegatos; sir
Henry sostuvo su argumento con toda la fuerza de su habilidad de que la
declaracin de Daisy ante el tribunal policial debera considerarse inadmisible en el
juicio pblico. Luego el juez Prentiss analiz las pruebas. Instruy al jurado
primeramente sobre la definicin legal de homicidio. Era muy posible, dijo, que el
hombre que haba muerto al inspector Stone no hubiese tenido intencin de
asesinarlo: pero si una persona comprometida en una empresa ilegal dispara sobre
otra con el objeto de facilitarse la huda y el tiro es mortal, el crimen es homicidio.
El juez seal las razones por las cuales esto era as y rindi tributo a la devocin
por el deber demostrada por el muerto. No exista ninguna prueba directa, aadi,
de que el acusado era el hombre que haba disparado ese tiro fatal; pero pruebas
circunstanciales y no directas eran, en una abrumadora mayora de casos,
suficientemente convincentes como para establecer la culpabilidad de un acusado.
En tanto que la Corona no haba producido prueba alguna de identificacin, el
jurado tena que admitir igualmente que la defensa no haba presentado ningn
testigo independiente que confirmara la coartada del prisionero.
La parte acusadora haba pedido al jurado que sacara de la conducta del
prisionero despus del crimen la deduccin de que semejante conducta era
compatible solamente con su culpa. La acusacin se basaba sobre todo en las
declaraciones de dos testigos: Daisy Bland y el doctor Jaques. Todo ciudadano, dijo
el juez, que tuviera conocimiento de algn crimen tena la obligacin de informar a
la polica; por otra parte, no se poda aprobar al hombre que haba facilitado a la
polica informaciones recibidas como confidencia de un amigo, y Jaques, por cierto,
no debi seguir aprovechando de la confianza del prisionero y de Miss Bland
despus de haberse comunicado con la polica. La defensa haba censurado
severamente la conducta del doctor Jaques y haba sugerido tambin que los
mtodos de la polica para obtener ese testimonio eran incorrectos, pero el juez no
consideraba justificada esta crtica a la polica; y no era al doctor Jaques, record al
jurado, sino a Hugo Chesterman a quien se estaba juzgando. Era cierto que no se
poda tener la misma confianza en la declaracin del doctor Jaques que podra
habrsele tenido si hubiese sido obtenida en otra forma. Sin embargo, el jurado
estaba autorizado para considerarla en la medida en que contribua a aclarar la
declaracin de Miss Bland.
sta haba dado dos versiones irreconciliables, una ante el tribunal policial y la
otra ante ese tribunal pblico. La declaracin original, hecha a la polica, iba en
contra del acusado. La forma en que la polica haba inducido a hacerla no estaba
clara. Al jurado naturalmente le desagradaba la idea de que a esta joven se le
hubiese tendido, en una u otra forma, una celada..., aun cuando fuera para que
dijese la verdad; pero podan preguntarse qu posible coercin pudo ejercer la
polica para inducir a una mujer como ella a hacer una declaracin falsa en contra
del hombre que amaba. Ante el tribunal presente Miss Bland se haba retractado de
su primer testimonio y dado una versin que apoyaba la coartada del acusado. Era
la misin del jurado decidir cul de estas dos versiones era la ms creble.
Miss Bland se haba referido varias veces al acusado como su "marido", aunque en
realidad no estaba casada con l. El juez advirti a los jurados que desecharan de la
mente cualquier prejuicio que pudiesen tener contra el prisionero por haber llevado
una vida irregular con Daisy Bland. Por otra parte, estaban autorizados para tener
en cuenta la carta que el acusado le haba escrito proponindole casamiento:
considerando que una esposa no puede declarar en contra del marido, podan, si as
lo deseaban, sacar ciertas conclusiones del hecho que el prisionero formulara esta
propuesta en el momento en que la hizo: unos pocos das despus del crimen.
El juez procedi a recordar al jurado, en forma extensa y completamente
imparcial, los otros varios puntos de las pruebas existentes. Pero en la opinin de sir
Henry el caso ya estaba perdido porque el juez Prentiss no haba decretado que el
jurado descartara la declaracin primera de Daisy Bland; esto dara justificativo
suficiente para apelar, y sir Henry, distrayendo su mente de la exposicin mesurada
y montona del juez, se aplic a construir los argumentos legales que presentara
ante la Corte de Apelaciones.
El jurado slo se ausent a deliberar un cuarto de hora. Regresaron con el
veredicto: culpable. El prisionero volvi a protestar su inocencia. Luego se pas la
sentencia de muerte.
21. La ltima Escena
HUGO Chesterman despert, sudando y temblando, de una pesadilla. Era una
pesadilla que le haba sido habitual desde su encarcelamiento poco despus de la
guerra; tal vez su origen fuera ms lejano: desde su infancia, al leer un cuento de
Poe, o quizs el sueo provena de la rgida e intolerable opresin ejercida por la
personalidad de su padre, o surga de algn remoto y enterrado recuerdo del seno
materno y la lucha por nacer. Haba soado que estaba en un calabozo cuyas
paredes y cuyo techo de hierro empezaban a reducirse, movindose hacia l con
pequesimas e implacables sacudidas. Trataba de empujarlas hacia atrs, pero
eran irresistibles: con horrorosa lentitud iba a ser aplastado.
"Daisy!", gema como un nio. "He tenido un sueo horrible!" Pero Daisy no
estaba all: lo rodeaba la soledad y dentro de l una niebla mordaz yo los ronquidos
de alguien. Daisy nunca roncaba. Hugo se despert del todo para comprobar que
estaba verdaderamente en un calabozo: el calabozo de los condenados a muerte. Y
no estaba a oscuras: haba siempre una tenue luz encendida all y era su propia
respiracin la que haba odo: el guardin de turno nunca dorma.
Otro pnico se apoder de su mente. Era para esa maana? Luego record: la
ejecucin haba sido fijada para el da siguiente; y sonri con amargura ante el
absurdo sentimiento de alivio que inund su ser. Como si veinticuatro horas hiciesen
alguna diferencia. Pero por supuesto que la hacan. Veinticuatro horas ms de vida,
aunque la apelacin haba fracasado y ya no haba esperanza alguna, significaba
algo, por cierto. Un hombre poda vivir sin esperanza, comprendi Hugo: poda vivir
sencillamente por el hecho cabal y alentador de no estar muerto. "En aquel
amanecer era la dicha de estar vivo", murmur entre dientes.
Desea algo, amigo? pregunt el guardia.
No, gracias. Recitaba una preciosa poesa para mis adentros.
No eran tipos malos, estos guardias, para ser guardias. Y si se consideraba que l
haba muerto a un polica, lo trataban bastante decentemente. "Aunque por qu
diablos no habr matado en cambio a ese vil degenerado de Jacko, slo Dios sabe",
pens; "hasta los agentes de polica palidecen cuando lo nombran; tuvieron que
sacarlo clandestinamente del pas inmediatamente despus del juicio. Imagino que
codiciaba a Daisy. Qu esperanza!"
El pensamiento de Daisy le hizo sentir de nuevo esa ansiedad. Ella lo visitara esa
tarde con el nio, por primera vez desde antes del juicio y por ltima vez. Tena que
decirle algo para consolarla. Era ella la que tendra que seguir viviendo. Pero qu
poda decirle? Tema esta entrevista ms de lo que tema la breve cita del da
siguiente, con el gobernador de la crcel, el capelln y el verdugo. Desde esa
maana en Southbourne haba una pregunta en los ojos de Daisy, y Hugo saba que
no poda abandonarla sin contestarla. Pero con la verdad o con una mentira?
Yaca en la cama enfrentado con este problema moral. Durante muchos aos tales
problemas no le haban significado nada. Pero amaba a Daisy, y cuando uno ama
realmente a alguien empieza a preocuparse qu ser lo mejor para esa persona, y
esto pronto lo enreda a uno en especulaciones sobre el bien y el mal. Hugo saba
que si juraba a Daisy que era inocente, ella lo creera; podra pasar por la vida
segura de que el pequeo Thomas no era hijo de un asesino. Pero entonces cargara
siempre con el terrible peso de haber hecho una declaracin que haba enviado a la
horca a un inocente. De modo que no sera mejor decirle la verdad, aunque
destruyera sus ilusiones sobre l..., aunque ensombreciera quizs para ella el
recuerdo de su amor?
La mente de Hugo, desvindose de este problema insoluble deriv hacia los
acontecimientos que eran su causa. Estaba de nuevo con Daisy en la cantina cerca
del puerto donde haba odo la conversacin sobre la princesa y sus joyas. Al da
siguiente haba pasado frente a la casa para darse una idea de las posibilidades que
ofreca, pero lo hizo en forma desinteresada, porque en ese momento crea
sinceramente en su intencin de reformar su vida; ahora comprenda que nunca
haba estado en su naturaleza el hacerlo. En aquellos momentos la suerte le haba
jugado sucio; lo haba guiado sin obstculos por el sendero del jardn para despus
traicionarlo. Hugo, como todo criminal, era supersticioso; cuando las cosas le salan
mal echaba toda la culpa a su suerte y la maldeca como si se tratara de un dios de
madera que le hubiera jugado una mala pasada. "Tuvo que ser mi perra suerte",
pens, "la que me hizo encontrar justamente ese da a Joe Samuels en el bar del
Queen's Hotel y que me diera ese dato de la maldita yegua. Y tambin tuvo que ser
mi perra suerte la que hizo entrar en el bar a la princesa y que yo la oyera hablar de
la comida fuera de su casa. sa es una de las coincidencias que ignoraba Mr.
Brownleigh. El bar estaba bastante lleno, y la vieja evidentemente no me vio
porque, si no, hubiera podido reconocerme en el acto de la identificacin. Y tuve
que chiflarme y apostar todo el dinero a ese animal y perderlo. Despus no me
qued otro remedio que tratar de apoderarme de las alhajas de las vieja."
Hugo recordaba todo con asombrosa claridad: la desesperacin de Daisy y su
propia decisin desganada. Comprendi que algo dentro de l se haba resistido a
llevar a cabo el plan, le haba confundido la mente, le haba minado la sangre fra, lo
haba inducido a cometer errores estpidos. Por qu diablos haba llevado esa soga
y dejado despus en manos de Daisy? Recordaba que haba tenido la vaga idea, en
caso de fracasar en su intento de trepar al porche, de utilizar la soga para entrar
por los fondos de la casa. Pero luego, cuando dej a Daisy en la explanada, haba
cambiado de idea sin razn aparente y le haba confiado a ella el paquete. Todo
haba sido tan torpe, tan indeciso, tan poco profesional... Encima de lo cual tuvo que
calcular mal la operacin y llegar arriba del porche para encontrarse con que la
princesa no haba salido todava.
Le pareca ahora que su corazn no haba estado en lo que haca; no haba podido,
por cierto, concentrar la mente en la tarea. Mientras permaneci en el porche a la
espera de que la luz del cuarto de la princesa se apagara, lo haba obsesionado algo
trgico y ominoso que haba visto en el rostro de Daisy. La muchacha le haba
gritado que volviese. O haba sido la voz de su propio corazn? De lo que su padre
eternamente hablaba: la voz de la conciencia? Y bueno, Daisy era lo ms cercano a
una conciencia que haba tenido desde haca muchos aos. La maraa que haba
tejido alrededor de la vida de ambos se enredaba ahora en sus propios pies, le
pesaba y lo haca tropezar como si fueran los pies de un hombre presa de una
pesadilla.
Su conducta despus del crimen ahora lo comprenda no haba sido menos
vacilante ni menos indecisa. Arrojar el paquete a la playa, llamar a su hermano y a
Jacko, esconder el revlver, no construir una coartada con la ayuda de Daisy,
arrojarse en brazos de la polica: detrs de todos estos errores pueriles haba algo
ms que pnico. El enemigo interior, el Acusador interior le haba quitado sus
fuerzas. Detrs de sus bravatas en el da siguiente al del crimen, detrs del valor
fatalista demostrado ante el tribunal, haba una terrible vacuidad: la culpa lo haba
carcomido, quitndole el deseo de vivir; haba ejecutado los movimientos de
autopreservacin, pero con debilidad, con indiferencia, como un moribundo
consciente de que estar mejor muerto. Porque Hugo comprenda lo que haba
hecho y sus consecuencias sin engaarse y sin lstima de s mismo. Aquella noche
en el porche, cuando el inspector Stone lo haba conminado a bajar, l, ciegamente,
haba disparado el primer tiro sin tomar puntera, con la sola intencin de
atemorizar al hombre para que se alejara un momento y le diera la oportunidad de
escapar. Pero su mala suerte quiso que la bala diera en el cuerpo del polica, y el
segundo tiro fue disparado de puro pnico ante el resultado visible del impacto del
primero. Desde entonces se haba preguntado repetidamente cmo haba podido
perder hasta ese punto la cabeza y disparar ese primer tiro. Haba sido un instante
de locura. Su claustrofobia, su horror de la crcel, su desdn por la polica y por la
sociedad que sta representaba, desdn que lo haca temerario en sus actos, y
junto con esto la idea de que Daisy iba a tener un hijo en medio de la pobreza y la
soledad; Daisy privada de su presencia cuando ms iba a necesitarla: stos,
pensaba ahora, eran los motivos que haban desencadenado ese acto de ciega
desesperacin. El miedo y el amor, juntos, haban apretado el gatillo.
Hugo analiz framente al hombre a quien haba disparado el tiro sin tratar de
disculparlo ni hallarle excusas. Puede decirse que casi no senta remordimiento; tal
vez irritacin por la forma en que haba estropeado todo el asunto; por su vctima,
empero, no senta ms lstima de la que senta por s mismo: el inspector estaba
muerto, y maana l tambin estara muerto, y no vala la pena derramar lgrimas
por ninguno de los dos. Si uno mata a un hombre, y la autoridad consigue probarlo,
tiene derecho de hacrselo pagar a uno con la vida. Pero ah debera terminar la
cosa; el mal que un hombre ha hecho no debera sobrevivirle; los pecados de los
padres no deberan recaer sobre los hijos. No era el asesinato, sino lo que
significaba para Daisy y su hijo lo que llenaba a Hugo de agobiadora desesperacin.
No haba sabido el verdadero significado del amor hasta que conoci a Daisy, ni
haba experimentado antes la carga de la responsabilidad que impone el verdadero
amor.
Pero cuando horas ms tarde lo llevaron a entrevistarse con Daisy, el problema
que le haba causado tanta ansiedad hall solucin. Supo de pronto que en este
ltimo encuentro nada importaba ms que la verdad. Durante la primera etapa de
sus relaciones con Daisy la haba engaado en parte por temor de perderla. Ahora,
aun cuando estropeara para siempre la imagen que tena de l, deba decirle la
verdad.
Daisy, amor mo murmur quedamente a travs del enrejado que los separaba
. Tengo que decrtelo. Yo lo hice. Yo mat al inspector examin ansiosamente el
rostro de Daisy. En l vio reflejada una tristeza sorprendida, pero ninguna repulsin
. Me perdonas, Daisy?
Nada tengo que perdonarte, querido. Has sido muy bueno conmigo.
La suavidad de su voz quebr las defensas de Hugo, derritiendo la costra de hielo
que durante tanto tiempo le haba endurecido las entraas.
Estoy arrepentido dijo, y comprendi que senta arrepentimiento no slo por lo
que haba hecho a Daisy, sino por el acto en s y por su vctima. No me haba
hecho nada. Dicen que era un buen hombre.
Milagrosamente, la atmsfera se haba aclarado. Esta entrevista, que haba temido
tanto, se resolva nada ms que en una gran tristeza. Daisy alz al nio para que lo
viera.
Es idntico a ti dijo.
Fue duro el trance, querida?
No. Unas pocas horas nada ms los labios de Daisy temblaron; luego aadi
valientemente: Estoy contenta de tenerlo, mi amor.
As me gusta. Cudalo bien. No te preocupes por m. Estoy deseando que se
acabe pronto. No tengo miedo... Despus de un tiempo uno se acostumbra a una
idea.
Al or esto Daisy se ech a llorar, pero en seguida se domin. Los dos eran
valientes y trataban de comunicarse mutuamente su coraje. Al rato, como si se
tratara de un viejo matrimonio junto al fuego del hogar, hablaron con toda
tranquilidad, sin barreras entre ellos, de las cosas cotidianas la reconciliacin de
Daisy con su madre, sus planes para el futuro y de la poca feliz que haban
pasado juntos. Tenan mucho que decirse y poco tiempo; pero no necesitaban
palabras para expresar lo ms importante: sus ojos elocuentes intercambiaban
mensajes de amor y gratitud.
Quedan tres minutos, nada ms advirti el guardin.
Daisy se puso plida como una muerta. Tres minutos ms y despus aos de
desolacin, de vida estril.
Te hubiera esperado murmur la muchacha sin saber casi lo que deca.
Lo s. Pero es mejor as. Escucha, Daisy, csate con algn hombre decente. El
joven Thomas necesitar un padre. No pases el resto de tu vida cavilando sobre m.
Bueno.
La voz de la joven era humilde y dbil. Agach la cabeza, y los dedos de una de
sus manos acariciaron el enrejado. Hugo estaba de nuevo con ella; no se haba
alejado, no existan barreras como durante las primeras entrevistas antes del juicio.
Aunque no podan tocarse fsicamente, Daisy senta dentro de ella una fuerza que
emanaba de l; haba ido all a ayudarlo en la medida de su capacidad, y ella era
quien estaba recibiendo ayuda.
Y yeme bien, Daisy. "No debes afligirte por la declaracin que hiciste urgi
Hugo. Nada hubiera podido cambiar las cosas. De todos modos, hubiera recibido
mi merecido. Debes olvidarlo.
Qudate tranquilo, querido asegur, sabiendo que nunca podra olvidarlo, pero
sintiendo ya que algn da podra recordarlo sin la angustia de las recriminaciones
que se haca a s misma.
T eres quien tiene que perdonarme prosigui Hugo. Yo estrope tu vida.
T eras mi vida exclam Daisy, apasionadamente. Y lo sers siempre.
Ninguna mujer ha sido tan feliz.
La emocin de Daisy se comunic al nio que tena en brazos, despertndolo y
provocndole el llanto.
Vamos, vamos, amorcito mo consol su madre.
Tiene hambre? Se alimenta bien?
Es muy buenito..., no es cierto, mi chiquitito adorado?
El guardin interrumpi:
Termin el plazo, seora. Lo lamento.
Puedo decirle adis a mi hijo? pregunt Hugo.
El guardin vacil un instante; luego, tomando el nio de brazos de la madre, se lo
pas a Hugo. ste lo carg, lo bes y se qued mirndolo con una especie de tierna
incredulidad.
Es mi primer hijo, sabe usted? le dijo al guardin. El primero y el nico.
Precioso muchachito, verdad?
Un campen.
Hugo abri el puo del nio y le puso dentro un pedacito del pan penitenciario que
l haba tenido en la mano.
Ah tienes, Tom murmur muy bajito. Ahora nadie podr decir que tu padre
nunca te dio nada.
FIN
ndice
Primera Parte............................................................................................................ 6
1. La Penltima Escena......................................................................................... 6
2. Primer Encuentro............................................................................................... 9
3. Una poca Feliz............................................................................................... 15
4. Atardecer En Maida Vale................................................................................. 22
5. Aparece Jacko.................................................................................................. 28
6. El Fin De La Inocencia...................................................................................... 34
7. Una Reunin Intelectual..................................................................................40
8. "Preferira Estar Preso".................................................................................... 46
9. Viaje Por El Hampa.......................................................................................... 52
10. Tragedia En Southbourne..............................................................................59
Segunda Parte........................................................................................................ 67
11. La Maana Siguiente..................................................................................... 67
12. "Lo Atraparemos".......................................................................................... 74
13. "Slo Deseo Ayudar"..................................................................................... 80
14. El Beso De La Muerte.................................................................................... 86
15. Un Arresto En Londres...................................................................................93
16. Bastante Equitativo..................................................................................... 101
17. La Segunda Traicin.................................................................................... 107
18. Por Declaraciones Recibidas........................................................................113
19. Daisy Consulta A Un Abogado.....................................................................120
20. Juicio Y Veredicto......................................................................................... 126
21. La ltima Escena......................................................................................... 137