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La Rebelion Del Caudillo Andino - Eleodoro Benel Zuloeta

Este libro nos transporta a la segunda década de 1900 y tiene como escenarios a las provincias norteñas de Chota, Cutervo y Santa Cruz. Aquí se narra el levantamiento en armas del hacendado y revolucionario Eleodoro Benel en contra del gobierno tirano de Augusto B. Leguía, junto al Dr. Arturo Osores y el coronel Samuel del Alcázarar. Armado con su ejército de ronderos y campesinos, se convirtió en un duro hueso de roer para el gobierno el cual busco a toda costa eliminarlo iniciando una feroz persecución llena de abusos y asesinatos de inocentes. En cada combate y enfrentamiento con las fuerzas de gobierno y bandoleros, salió victorioso ganándose la fama de ser un hombre temido por los militares y bandoleros, pero muy respetado por los campesinos. También gano muchos enemigos entre políticos y bandoleros, Benel con fusil en mano luchó hasta el último minuto de su vida por desterrar la tiranía y buscar un gobierno que sirva a todos los peruanos.

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La Rebelion Del Caudillo Andino - Eleodoro Benel Zuloeta

Este libro nos transporta a la segunda década de 1900 y tiene como escenarios a las provincias norteñas de Chota, Cutervo y Santa Cruz. Aquí se narra el levantamiento en armas del hacendado y revolucionario Eleodoro Benel en contra del gobierno tirano de Augusto B. Leguía, junto al Dr. Arturo Osores y el coronel Samuel del Alcázarar. Armado con su ejército de ronderos y campesinos, se convirtió en un duro hueso de roer para el gobierno el cual busco a toda costa eliminarlo iniciando una feroz persecución llena de abusos y asesinatos de inocentes. En cada combate y enfrentamiento con las fuerzas de gobierno y bandoleros, salió victorioso ganándose la fama de ser un hombre temido por los militares y bandoleros, pero muy respetado por los campesinos. También gano muchos enemigos entre políticos y bandoleros, Benel con fusil en mano luchó hasta el último minuto de su vida por desterrar la tiranía y buscar un gobierno que sirva a todos los peruanos.

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Sr.

Eleodoro Benel Zuloeta


PDF r1.1

Eleodoro Benel para algunos el Robin Hood criollo y para otros el


Pancho Villa Peruano; hombre acaudalado, dueo de haciendas, de
tierras y de negocios, con hombres a su servicio, que
circunstancialmente y pensando en un futuro promisorio tom parte
en el ao 1924 de un movimiento poltico armado para derrocar al
dictador Augusto B. Legua junto a junto al doctor Arturo Osores y el
coronel Samuel del Alczar, durante varios aos derrot en las
montaas de Chota, Cutervo y Santa Cruz a todos los gendarmes y
tropas gubernamentales. Aqui se narra su azarosa vida, andanzas y
hazaas a detalle.

Libro digitalizado por

www.facebook.com/yoviviencabracancha/

Mayo 2017

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AGRADECIMIENTO

Merecen nuestro especial agradecimiento todas aquellas personas que de manera


espontnea y coherente han contribuido con sus invalorables datos para lograr la reconstruccin
de las guerras de Benel, contenidas en el presente relato.

Estas personas son: Aurelio Acua Villanueva, Carlos A. Vigil y Vigil; Segundo
Eleodoro Benel, Lucila, Donatilde, Eloy, Andrs y Demetrio Benel Bernal; Alejandro Contreras,
Amalia Coronado de Barboza; Vicente, Teodomiro y Alejandro Bustamante; Javier Malca, Arturo
Coronel Cubas, Javier Benel Cubas, Glicerio Villanueva, Sergio y Rodolfo Ordoez Osores; Dr.
Britaldo Orrego, Artidoro Mejia e hijos, Zenovio Caldern, Toms Alvarado, Roberto Delgado
(hijo), David Mondragn; Perpetua y Rosa Mondragn, Misael Vargas, Capitn E.P. Pedro
Quijano, Fidel Gallirgos (Soldado del B.I.L1 al mando del Comandante Valdeiglesias), Jos
Marcelo (soldado del Mayor Mauricio Cervantes) Julio Ortega Dongo (ex guardia civil) El
Sargento Chvez Mor, as como el cabo de la misma Prspero Arroyo A.; Manuel Pereda Ruiz,
Dr. Pedro Vilches Buenda, Dr. Miguel A. Puga, Dr. Lorenzo Orrego Vargas, Toms Castaeda;
el bandido Raimundo Ramos e hijos, a quienes prest mis servicios profesionales durante mucho
tiempo, Segundo Tarrillo Marrufo (ex guardia Civil), Agustn Moreno Ugaz, Renn Orrego
Burga, Leoncio Villacorta Arana (exdiputado 1921 al 1930), Nepal Daz y su hermano Matas;
Salomn Vlchez Murga.

Hemos tenido que interrogar, adems de las personas mencionadas en la relacin anterior,
a ms de tres centenares de gentes, directa o indirectamente vinculados a los acontecimientos,
para reconstruir la azarosa vida de Benel, tanto privada como pblica. Y nuestra reconstruccin,
con todos sus defectos, se ha hecho en base a la tradicin oral. Hemos tratado a sus adversarios
polticos y personales. Y lo hemos hecho con amigos y enemigos, grandes y chicos, del que fuera
jefe de revolucionarios del ao 24 al 27; gentes que fecundan los campos, que pueblan los
villorrios, respetados y respetables, e igualmente con bandoleros fuera de actividad.

Aos de tesonera labor nos ha costado el aderezo de este relato, por lo cual no nos hemos
disgustado ni menos arrepentido.

Todos los personajes que intervienen en l son autnticos, muchos de los cuales viven
esparcidos en las provincias de Cajamarca y Lambayeque, sobre todo en estas ltimas. No hay
ficcin. Los acontecimientos han ocurrido y constituyen hechos histricos hasta hoy desconocidos
para muchos. Es ms. Lo poco que se sabe sobre la vida de este caudillo revolucionario ha sufrido
distorsiones motivadas por intereses polticos, que precisamente con este libro se trata de corregir.
Los dilogos las ms de las veces son bruscos, enrevesados y violentos, hechura de gente
guerrera y acostumbrada al lenguaje duro, cargados de tacos de grueso calibre, sobre todo en
tratndose de los hombres de Benel. Tambin se encuentra a cada instante, una variada gama de
giros expresivos castrenses.

Hemos consultado el valioso archivo de Demetrio Benel Bernal, en el que encontramos


invalorables documentos inditos, as como recortes periodsticos que fueron conservados por sus
hijos para la posteridad. Hemos ledo detenidamente la correspondencia epistolar, de preferencia
las cartas dirigidas por el General Oscar R. Benavides al caudillo.

Son particularmente importantes los testimonios sinceros de quienes supieron guardar leal
y profunda amistad al hacendado norteo.

Valiosos igualmente nos han sido los datos proporcionados por algunos de sus ms
acrrimos e irreductibles opositores, tal el caso del cuatrero Ramos, y de muchos soldados a los
que indagamos.

La verdad histrica se impone en todo momento. No pretendemos ofender ni zaherir al


Ejrcito Nacional, ni a sus cuadros de jefes, oficiales y soldados, quienes segn supimos por boca
de los mismos sublevados fueron tan valerosos como los civiles que perdieron la vida en las
batallas. Exponemos hechos solamente.

Es posible que la reconstruccin peque en algunos tramos de incoherente o inexacta. Ello


se debe a que las innumerables acciones fueron aisladas y alejadas unas de otras. Cada una de
ellas es una epopeya distinta que puede no encajar con precisin en el esquema general de la
narracin, que por otro lado resultara interminable.

Debemos dejar constancia, as mismo, que hemos marginado el aspecto mtico -obra de
gente sencilla, admiradores fervientes de Benel y de sus hombres-, a fin de consignar una
aproximacin real de la recia personalidad del protagonista de esta historia.

Hemos empezado nuestro relato por la muerte del rebelde. Creemos que de este modo
lograremos mantener la atencin del lector en el resto de las secuencias, en algunas de las cuales
se describen encarnizados combates acicateados por un odio cerval entre antagonistas.

Los pormenores de la accin los hemos conocido a travs de nuestras andanzas y


vagabundeos inquisitorios.

Es de admirar la gran memoria evocativa de Segundo Benel, a quien debemos por lo


menos el 60 por ciento del relato, cuando durante noches enteras nos haca sus narraciones y sus
croquis. Al or contar sus numerosas peripecias a los hijos de Benel, algunas veces hemos
derramado lgrimas, al tiempo que hemos admirado su bravura.
Para finalizar, queremos enfatizar que este es un trabajo humilde, sencillo como dijimos
al principio: Una versin histrica veraz desprovista de mayores mritos literarios. Los crticos
estn en lo cierto cuando afirman que la historia no se hace a base de literatura, y nosotros no
tenemos calidad de escritores. Verdad de Dios.

Es nuestro afn, solamente, reivindicar en algo el buen nombre de Benel, tan caro en el
norte del Per, al que muchsima gente le adjudica el honroso distintivo de el Pancho Villa" de
Cajamarca, tan venido a menos sin embargo por las interesadas y falsas versiones que personas
mezquinas y falsas han difundido.

Quiera Dios que su lectura no resulte faena tediosa ni montona.

EL AUTOR
Benel y sus hijos Castinaldo y Segundo Eleodoro
LA OCUPACIN

Corran los tiempos del segundo quinquenio de la dcada de los aos veinte. Aquel da,
durante muchas horas, se hizo sentir la gran tormenta aullando sobre los tejados. El agua de la
lluvia chorreaba copiosa por los canales de los techos e inundaba las calles, discurriendo por sus
mal delineadas acequias.

Un sedimento arcilloso y rojizo, era testigo de que an mayor volumen de lquido haba
corrido horas antes.

Las comunicaciones estaban maltrechas, cortadas e interrumpidas, y algunos caminos


intransitables. De la plaza suba el croar lacerante de una raza de sapos, pequeitos y viscosos;
era un extrao cantar como si el herrero machacara fierro sobre el yunque, que de cuando en
cuando se interrumpa por un silencio breve. Era un cantar lamentable y montono.

La lluvia slo detuvo su fuerza devastadora a las nueve de la noche. A esa hora, con cada
taido de los esquilones creca el silencio. Chota se encontraba sumida en una calma sepulcral.

Nubes negras iban pasando raudas, como sombras fantasmales. La luna, al desflecarse
por desidia una de ellas, gil se encaram en lo alto, baando de lleno la ciudad, tranquila por
naturaleza.

Tres hombres se encontraban en una habitacin de piso enmaderado y carcomido,


fumando silenciosos y escuchando posibles ajetreos o movimientos de civiles o soldados por la
calle, a pesar del enorme ruido que produca un chorro de agua que abastece al barrio.

Sin embargo, la ciudad pareca dormida, pese a que no era muy tarde. Empero no
aconteca as. Chota no poda conciliar el sueo. Las gentes rumiaban sus penas y dolores sin salir
de sus aposentos, Vivan una vida tensa y agitada. Vivan una vida llena de temor, de maldad y
de furia.

Un hombre larguirucho y desgarbado con el sombrero metido hasta las cejas, ocultando
su rostro en gruesa bufanda de lana que rodea dos veces el cuello y uno de cuyos extremos pende
por la espalda, embozado en poncho habano sobre el cual an resbalan muchas gotas de lluvia,
pas por la calle a tranco largo, y subrepticiamente dobl la esquina. Mir con desconfianza a
uno y otro lado y toc la puerta con ligeros golpes de nudillos.

- Quin anda ah? - Se dejaron escuchar voces casi despavoridas.

- Yooo, Anaya, Juan Pablo... brame, por favor.

La vieja puerta chirri al girar sobre sus mohosos goznes entreabrindose ligeramente
dando entrada al recin llegado. Tras terciar al hombro el hmedo poncho y juntar con rpidos
movimientos de pie, el barro que acarreaba entre sus dedos, peg fuego a un cigarro ayudado por
la mortecina luz de una lmpara de querosene y arrellanse sobre tosca banca de tiras de madera,
a lado de un anciano de cara arrugada y muy duras facciones.

Al fondo de la habitacin se adverta un burdo rtulo de papel amarillento donde apenas


se poda leer en letra de molde:

CESAR ADRIANO SANCHEZ


Agente Judicial

Bueno... Qu hay de nuevo, Colombo?, dijo calmoso el viejo de rostro arrugado.

Ya mataron a Benel, don Niditas!

Queeeee?! - Ests loco, hombre de Dios! -, pregunt parpadeando receloso el abuelo.


- Cierra el pico! -, continu.

Lo que oye ust, don Lenidas. Le han dado muerte. De esto hacen tres das, En su
hacienda Silugn. Aseguran que la persecucin ha sido recia y ha intervenido mucha tropa.

Cierto?... Si Benel ha tomado camino para el Ecuador, hombre Crees que es algn
memo? Al menos, ese era su plan, yo creo.

Le aseguro, seo cmo que horita es de noche. Ya lo han liquidado.

Qu te parece, Pushuco? -, pregunt el viejo Cevallos con no poco asombro y profundo


pesar a uno de sus compaeros de tertulia.

Carlos Vigil dio una tremenda chupada a la colilla de su cigarro y la estrell con violencia.
Dos lgrimas grandes y redondas rodaron por sus mejillas. Sinti un escalofro recorrerle el
cuerpo y odi con toda su alma al portador de tan fatal noticia.

Eleodoro Benel sentenci , al fin descansars en paz... Tu fortuna, tu caballerosidad;


tu hogar y familia, todo ha ido al naufragio por causa de la revolucin... Te han perseguido,
calumniado y te han acorralado. Tengan por inequvoco el hecho que no ha podido hallar siquiera
una cabaa donde refugiarse para salvar su existencia, amenazada como si fuera la de una fiera.
Ahora, en tus despojos se cebarn los buitres.

El dueo del cuartucho sentado detrs de la mesa que funga de escritorio habase quedado
inmvil, como atornillado a la silla. La impresin que le caus la noticia de la muerte de Eleodoro
Benel le haba dejado enmudecido.
Al cabo de algunos minutos pudo reaccionar brevemente, pero slo para exclamar con
incontenida desesperacin: - Hasta dnde hemos llegado! ... Esto es el colmo, caray!

Silencioso volvi a tornarse el despacho que ola a humo de cigarro. Sumidos en


profundos pensamientos, los cuatro hombres no atinaban a reanudar su charla. Y as se pasaron
varios, minutos.

Bien, seores, dijo Vigil, intempestivamente y atusancho su bigote. Maana tengo que
salir temprano para Santa Clara y me voy... Mejor me hubiere ido ignorante de todo, hombres de
Dios; pero, en fin, tarde que temprano me habra enterado, y mejor que haya sido hoy... Pobre
don Eleodoro! Hasta luego, Snchez. Buenas noches, don Lenidas.

Cenceo, con su negro bigote, grandes y verdes los ojos, calzado con botas de cuero, se
retir con cautela hasta la posada, igual cosas hicieron los otros contertulios. Tras ellos se cerr
la puerta del despacho con entrecortado rumor de cerrojos.

Ruidos de culatas de fusiles que chocaban las lajas de la vereda en la esquina de su posada;
escuch don Carlos momentos despus. Extrayendo del bolsillo interior de la chaqueta una vieja
y desteida cartera sentse al filo de su alcoba en el rincn del cuarto; escogi un retrato de entre
los muchos que guardaba y lo contempl largo rato sin proferir palabra. Por su afiebrada mente
pasaron con velocidad asombrosa los veintids aos que haba laborado al servicio de Benel.

Afuera oyse el triste pitar de un silbato, y los soldados armados que hacan la ronda de
rutina, volvieron a golpear con lento paso la calle silenciosa.

Aquella frgida noche provinciana fue fatal para l. Pas en vela hasta la madrugada
recordando con profunda emocin sus andanzas con el sublevado, a estas alturas cado, viejo len
andino que posey un corazn de fuego.

Los diarios capitalinos y provinciales por conviccin, miedo, por conveniencia o por que
reciban gruesos estipendios, cotizando sus columnas a tanto por centmetro, eran
contrarrevolucionarios; extendan horrendas noticias, as como excitantes referencias del que
calificaban sin el decoro requerido por el menester de la informacin, y por voluntad del
gobierno Bandolero Benel y su Pandilla. Esto escribieron para obligar de tal modo al rgimen
a mostrarse cruel y para inspirar espanto a las gentes sencillas.

Propalaban nuevas y abundantes noticias sobre las ultimas batallas y escaramuzas


sangrientas. La toma de las plazas fuertes de Chota y Cutervo, focos revolucionarios, as como la
reduccin de los facciosos eran los temas del da. En ellos, generalmente, el cinismo de la
expresin compiti con la inmoralidad del pensamiento. Confiaron en que el terror poda, imponer
el silencio a los pueblos oprimidos ya por las bayonetas.
Difundan peores informaciones y detalles sobre actos de pillaje, asaltos a mano armada
y asesinatos macabros que parecan cuentos de pesadilla. Al fiero Norte, habiendo sido golpeado,
haba que humillarlo a mansalva. Sus boletines informaban que el bandolero tal o el malhechor
cual cometan atroces matanzas; que en los campos aparecan cuerpos salvajemente mutilados;
que haban hombres desollados por doquier; que se encontraban manos cortadas con dedos
tronchados para sustraerles aros, anillos o sortijas, y que no a pocos se les haban extrado las
vsceras para comrselas o drselas de alimento a los perros.

En fin, aparecan comentarios obligados sobre las fechoras del terrible Anselmo Daz,
bandolero a sueldo del oficialismo; sobre el romntico revolucionario Paulino Daz que fuera
fusilado sin ms trmites la madrugada de un catorce de julio, junto a su esposa y menores hijos;
sobre el espeluznante jolgorio que improvisaron aos atrs los ebrios enemigos de Gervasio Daz,
cuyo cadver, colgado de pies a un aoso rbol de sauce, a sus salvajes contrincantes les sirvi
de blanco.

Los nombres de los Vargas Daz, de los Vargas Romero y otras bandas beligerantes,
ocupaban cuatro y seis columnas con la narracin cientficamente hipertrofiada de sus hazaas e
incursiones. Sin embargo, sectores importantes de opinin, sobre todo la juventud de la repblica,
vea con mucha simpata la causa de la revolucin.

Las gentes de la ciudad paladeaban el acbar de la derrota y eran presas del ms infernal
de los pnicos. Se hallaba en manos de la soldadesca ensoberbecida con su triunfo final, la que
cometa muchos abusos, violaciones y ataques a la persona humana.

Se trat de humillar al desgraciado pueblo por todos los medios.

Juan Rivera Santander, amante de la broma gruesa que llegaba hasta el insulto, hombre
recio, talludo, de rostro enrgico y capitn de tropas, galleaba a diestra y siniestra pisoteando a
todas las gentes. Le apodaban con justicia El Gallo. Y cuentan que cierta vez envi con su
ordenanza, soldadito cetrino, a un conocido mercader, como regalo de cumpleaos, un azafate de
astas de toro, cubiertos con el mantel que cogiera de una casa pobre, y que el aludido, al enterarse
del contenido de la remisin, replic el cumplimiento del soldado, con grave firmeza no exenta
de cortesa. Gran jinete, puesto que cabalgaba al estilo de los mejores hombres de caballera,
penetraba en las tiendas de comercio y en algunas casas particulares haciendo caminar a su corcel
sobre las patas traseras solamente, y repartiendo foetazos por doquiera.

Un capitn, Csar Vargas, arisco soldado que tena arremolinada la mente por el alcohol
ingerido, aquella vez se encaram tambaleante sobre la mesa de billar de un centro social de
Chota, bajse los pantalones y arroj su deyeccin sobre el verde tablero de la misma, entre
blasfemias y despropsitos. Este acto dificult uno de sus ascensos en el Congreso Nacional.
Algo ms tarde, culmin su desgraciada y ultrajante exhibicin, disparando con cierto
orgullo su pistola y utilizando de blanco el viejo reloj de la iglesia de la ciudad. Crculos mohosos,
ampliados cada vez ms por la herrumbre se contemplan hasta hoy en la esfera, y quedan como
una acusacin contra aquel soldado que debi ser en sus buenos tiempos un excelente tirador.
Otros, en fin, y entre ellos un chalaco, solan llevarse puados de billetes y sencillo de las cajas y
cajones de muchos establecimientos comerciales ante la perplejidad de sus dueos.

Los soldados armados hasta los dientes y seguros de su impunidad, cumplan fielmente
las rdenes y consignas dadas a la tropa de ocupacin, en el sentido brutal de la palabra, El pueblo
los bautiz con el significativo remoquete de Matachotanos con que se les conoci por mucho
tiempo.

No faltaban gentes que, por inmorales, inescrupulosas, esperaban con cierta malignidad
la llegada de mayores dotaciones de tropa. Con mucho placer ansiaban ver el cruel espectculo
de azotar a sus enemigos, afiliados a la causa de la rebelin derrotada, en las plazas pblicas de
las ciudades.

Quieren gendarmes? - preguntaban con satnica sonrisa All estn! La vida


desdichada y melanclica giraba en torno de una piltrafa de pan. Tras faltar el querosene, la harina,
el azcar, la sal, y hasta la lea, aparecieron un poco ms de veinte cadveres de civiles
asesinados en los tenebrosos pasillos de la residencia de D. Emelina Osores, hermana de uno de
los caudillos de la revolucin, y que se hallaba convertida en cuartel general de las tropas
gobiernistas.

Aos despus fueron exhumados troncos, brazos, piernas, y crneos, as como toda clase
de indumentaria, buena y mala, incluyendo sombreros, en el traspatio de la mencionada
residencia. La familia Osores, en su totalidad y todo su linaje de sobrevenidos, o allegados, a la
voz de orden de perfiles asombrosos de: Ningn Osores, ni sus perros!, a punta de bayoneta
fueron violentamente expulsados de la ciudad slo con lo que llevaban puestos y sin ms dinero
que el que portara encima uno que se est baando. Esto aconteci en los das inmediatamente
posteriores a la accin de Churucancha - Chuyabamba que fue favorable a los gubernamentales.

Un grupo de ncolas de la bella Cabracancha, planicie de verdes saucedas, ribazo de


polcromos chacarales y azules florestas, contemplaban con gran contrariedad el cadver de
Arturo Acevedo, que acababa de ser ejecutado sin sumaria en el cementerio nuevo de Chota por
las tropas gubernamentales.

Hora tras hora se mataba a los prisioneros civiles, y sin espera de proceso se les colocaba
frente a los pelotones de ejecucin.
Las gentes andaban preocupadas, y muchos ciudadanos de pacfico actuar, al caer
vctimas del plomo homicida, se llevaron el secreto de la causa de su sacrificio.

A todas estas cosas se sum la osada que tuvo Padrn, un oficial de consistencia fofa,
que calzaba un grave par de anteojos con montura de oro, de cargar con una normalista, que luego
apareci muerta suicidio decan en uno de los hoteles del puerto de Pacasmayo.

Las mozas que con tristeza contemplaban subrepticiamente las desiertas calles de la
ciudad, cerraban con violencia las puertas y ventanas de sus casas, al ver aparecer a los grupos de
soldados.

Calzados de gruesas botas y pisando fuerte caminaban los oficiales, golpendose una
mano abierta con el puo cerrado de la otra: Los destacamentos de la Guardia Civil, hicieron su
aparicin por primera vez en los escenarios cajamarquinos.

Los centinelas de los cuarteles pasebanse con el arma al hombro por todo lo largo de la
vereda de la vieja casona que les serva de refugio, con el rostro ceudo y la mirada lejana;
mientras que otros con postura acadmica se plantaban en las puertas.

No faltaban alegres y bulliciosas juergas de oficiales ahumados y menudearon los


escndalos de los subalternos dscolos.

Los pocos rapaces que podan llegar a las calles y plazas miraban con suma atencin y
miedo a los soldados. Pequeos grupos de los mismos que hacan comentarios segn su
mentalidad, eran dispersados por los guardianes de turno, calada la bayoneta.

La niebla plomiza cubra gran extensin del cielo de la ciudad y su hermosa e


incomparable campia.

Haba en ella reflejos de luto, llanto y desolacin.


BENEL ACOSADO

Con la cabeza gacha, Eleodoro Benel detvose repentinamente. Coloc el dedo ndice de
su mano izquierda entre los labios y psose a cavilar.

Se acercaba una jaura, corriendo, olfateando, cruzndose golpes y tarascadas a todo


momento.

Detrs de los perros vena un bandido fusil en mano que estremeca de fro, y desde lejos
se oa el ruido de un pelotn de asesinos del remoto Pimpingos.

Haba viento fuerte, huracanado. Barra las nubes de un lado y aglomerbalas en otro de
la zona visible.

Eran los ltimos das de noviembre, y estaban ya empezadas las precipitaciones pluviales.
Benel arregl la correa de su Savage y reemprendi la marcha. Sus hijos al escuchar la orden de
reanudar el viaje, continuaron tambin la caminata.

Iban escabullendo los bohos cercanos y caminando a campo traviesa. El bronco bramido
del viento arreci. Les era casi imposible continuar la marcha.

Segundo! ... Encrgate de ese perro! -, dijo Benel frunciendo los labios con gesto de
amenaza. Acababa de llegar a la carrera un perrazo que saliendo de una espesura densa se qued
parado frente a l y sus tres hijos que huan.

Aull terriblemente, llamando al resto de la jaura, para abalanzarse sobre sus presas.

-Perrito-, exclam el joven con sinceridad. - Ponte bien con Dios Una bala dirigida
con destreza a la frente del perseguidor, acab con la vida de ste.

El estrpito de la detonacin hizo amainar la tenacidad de la persecucin. Ms an, la


desorganiz momentneamente por completo.

Los Benel, por largas horas no haban quemado un solo cartucho. Y cuando ellos
disparaban el tiro era certero.

El bandolero y los restantes perros desandaron lo andado retrocediendo durante una hora
un kilmetro.

La noche caa casi con lentitud y se haca cada vez ms tranquila y silenciosa. Las
lucirnagas como ojos gigantescos rasgaban de canto en canto la oscuridad del cielo.

Las provisiones de boca y armas escasean en los Benel que fugan. Eran slo aoranza las
fiambradas de sus buenos tiempos. Y se aburran de comer tan slo ctricos.
- Naranja y naranja! -, sbitamente furioso, barbot el desgarbado Andrs con su rostro
terroso. - No tenemos otra cosa que comer... Y los das van pasando de largo. Ah, malhaya una
canchita!

El viejo revolucionario comenzaba a refunfuar. Era sntoma de que andaba contrariado.


El camino cascajoso, segua largo, difcil e interminable. Por un puentecilio de tablas cruzaron un
pequeo arroyo que se arqueaba crujiendo y rechinando mientras burbujea.

El adolescente de tez morena, Eloy, huye casi ciego. No atina a dar paso. Eran ms de
seis das de trepar pendientes, sortear malpasos, cruzar quebradas, atravesar senderos, talar
bosquecillos, y se encontraba muy rendido. Caminaba y caminaba agobiado bajo el peso de su
fusil, casi a tientas, -llegando a caer en una cinaga, hundido hasta la cintura, plido y
desencajado.

- Me muero, me muero, hermano! slvame! -, dijo con espanto que le roa el corazn.
El pantano estaba cuajado de exticos juncales. Avanz, entonces, unos cuantos pasos tratando
de salir al terreno firme, empero, se hunda ms y ms en la extraa y blanduzca tierra que
temblaba como gelatina, tena la superficie moteada de un tono verde amarillceo y la forma
elptica.

Psss, daado, horita te tiro de los pelos! Valiente animal! -, amenaz Segundo, hroe de
la jornada y empez a tironear del brazo del cado.

Pisando tierra dura forceje largo rato para, salvarlo de la trampa pavorosa ayudado por
ramazn y cuerdas. En los intervalos de silencio, entre las explosiones de los rifles, se oa el
chapoteo del joven y la succin de la cinaga...

MUERTE DE BENEL

Atravesaban un largo campo de troncos cubierto de musgo frente al boho de Jess


Cotrina, compadre de Benel, evitando ser vistos por ste, que adems, integraba la banda de
desalmados que acosan al rebelde.

Pero ya, Antonio, vstago del anterior y ahijado de Benel, haba recibido horas antes,
seiscientos soles para adquirir ropas, alimentos, municiones y otros pertrechos que faltaban a los
Benel, y con el dinero en la alforja se encaminaba a Cutervo.

Acamparon en una derruida cabaa, cuyos maderos hervan en termitas. Cada uno de ellos
deba alternarse en el servicio de vigilancia y seguridad. Un rstico lamparn a querosina
diseminaba su luz escasa que no permita conocer las caras de los refugiados.
Benel colg su Savage en una estaca clavada en la pared, y en la soledad le acech un
sentimiento de duda.

Era largo el camino, pens, y quiz le faltaran fuerzas para cruzarlo, o tal vez si l
alcanzara la vida. El poncho rotoso apenas protega del fro a Benel tena. adems, el firme
convencimiento que ahora solo jefaturaba una pequea hueste de fantasmas.

Al da siguiente, la caminata se reanud. Se encontraban ya en el Arenal de la Merendana,


situado entre Callayuc y Cutervo.

Los Benel oan venir desde lejos rumores de voces y ladridos. El jefe de los que fugan,
sobreponindose con mucha hombra espi con gran cautela y fra mirada. Era terrible ver cmo
apretaba sus arcadas dentarias, y, en su demacrado semblante sobresalan sus ahora prominentes
pmulos, mientras de sus nigrrimos y vivarachos ojuelos se deslizan gruesas lgrimas.

Las diversas bandas de acoso y aniquilamiento haban recibido datos de Antonio Cotrina,
el ahijado de Benel, que ste y sus hijos deambulan muy cerca atinando apenas a dar paso. Su
capitn, entonces, orden acelerar la marcha del pelotn en el que caminaban en desorden
cuarentinueve desalmados asesinos aguijonendole con procacidad.

Allast, Benel! De hoy no pasa! ... Adelante, sino quieren morir como liebres en
manos de Benel! Adelante!; grit con alegra incontenida al avistar a Eleodoro Benel.

Bala con ellos o prendedlos!, continu ladrando. Una descarga producida detrs en una
eminencia cubierta hiri en el muslo al viejo revolucionario, a una distancia de doscientos metros.

Desde este momento quedaba casi imposibilitado para caminar. Al sentirse herido
mortalmente, volte con furia y apuntando con velocidad su carabina, se tumb, hiriendo a los
dos primeros hombres que se le pusieron a tiro. Se encogieron igual que lombrices y dieron de
bruces en el suelo.

Arreglse todava el pasador del zapato que lo tena roto y presenci con mueca de
contento como el resto de la jaura perseguidora se ocultaba con gran estrpito entre las malezas
del campo llano.

Hizo un gesto con la cabeza, que a las claras indicaba que aquello terminara muy mal.
Cuestin de minutos. Era ya imposible eludir el acoso.

Los alzados eran cuatro y los perseguidores cincuenta.

Ah, cobardes!, exclam rabioso.


Caminaba cojeando, pausado y gacha la cabeza, tocando con su rado sombrero de palma.
Con una mano ansiaba taponearse la herida del muslo por la que manaba sangre a borbotones y
con la derecha empuaba su amiga fiel, la carabina.

Sonriendo con cierto alivio, se dirigi resuelto a sus hijos con palabras entrecortadas y
quebrada voz:

Hijos, hijos mos, pobres hijos mos... Me siento muy mal... Grave es el boquete que tengo
abierto... El caso est ya perdido. Es hora que vayan y vean por su madre y la familia No las
desamparen... Antes de caer preso y humillado, prefiero morir. Y elevando sus ojos al cielo
agreg:

Seor, Seor... Con tu furor nos has consumido y a causa de tu ira nos has conturbado...
He cumplido con mi deber. Y de esto quedo satisfecho!

La Savage de Benel tron aulladora y el plomo le destroz el crneo. Su cuerpo inerte


rod por el suelo y sirvi de marco a una pequea laguna, con cuyas aguas se entremezcl la
sangre del rebelde.

Esto aconteci un veintisiete de noviembre de 1927.

Mayor soledad no poda haber en torno. Mientras que los hijos obedeciendo consignas de
su padre tomaban el camino a la hacienda Jancos, cuyo propietario era un hombre del leguismo,
Edilberto Castro Pol, gran amigo de Benel; ninguno de los perseguidores, por terror, os acercarse
al lugar donde se escuch la detonacin que produjo la muerte del caudillo de los sublevados.

An le crean vivo, y Benel era temible! Tras largas horas de espera, el capitn de los
cuatreros envi a viva, fuerza a otro de nariz prominente, poncho rojizo, que calzaba ojotas, para
que explorara el terreno. Este acept a regaadientes, porque saba bien claro que en ello le iba la
vida.

Alejandro Fonseca, bandolero vallino, de las bandas de un tal Grimanez Berros y


Santiago Altamirano, al principio con temor, ech una mirada cautelosa. Caminaba detenindose
aqu, parapetndose all y frunciendo el entrecejo con frecuencia. Temblaba como si estuviese
con escalofro y emple en ello veinte minutos exactos.

La jaura aguardaba con pnico y el bandolero Fonseca no se animaba adelantar un pice.

Finalmente, decidise. Ote matorrales, malezas y excrecencias, y como posedo de una


furia satnica corri silenciosa y desaforadamente.

Contempl por brevsimos instantes el cadver de Benel y le arranc de un diestro golpe


de daga el aro de matrimonio, tres grandes sortijas de brillantes y una hermosa y pesada leontina
de oro, prendas estas que Benel usaba hasta para barbechar sus campos. Tambin se llev
Horror! la piel y las uas de los dedos de Benel. Cay el bandolero! Ya cay el ladrn! Cay
el bandido! -, aull con rabia furiosa Fonseca, verdadero atracador, y sentse a horcajadas sobre
el inerte cuerpo de Benel. Ests vencido bandolero!

- R, r r!-, exclamaron unidos los del pelotn, todos los bandoleros y auxiliares. Mucho
trabajo, meses de persecucin, haban empleado hasta cazar al heroico combatiente
revolucionario que hiciera temblar desde sus cimientos a la dictadura de entonces.

Algunos salteadores boquiabiertos, otros con la frente arrugada, stos con calma siniestra,
aquellos hechizados, los de ms all con las faces de estpidos y no pocos alegres y socarrones,
iban acercndose a donde se encontraba tendido el cadver del caudillo de los alzados.

Cay Benel, cay Benel, cay Benel!

R r r! - exclamaron jubilosos por segunda vez. A pesar de su mestizaje se reconoca


en muchos de ellos un substrato estructural homogneo con caracteres somticos que los
aproximan a los hombres prehistricos. En otros era factibles observar caracteres de la raza
sudpacfica, tipo andino, tales como estatura media, cabeza corta, braquicfalos, grande y ancha
la nariz de dorso corvo, pelo duro y liso, escasa pilosidad en el cuerpo robusto y la cara, piernas
cortas y piel oscura.

El viejo y adinerado revolucionario de otrora yaca tendido en el suelo vistiendo tres


pantalones de dril sobrepuestos, de calidad corriente, una camisa de tocuyo rayado, un calzoncillo
viejo, rotoso y sucio, y los zapatos desgastados por las largas caminatas; eso s, conservaba an
ciertas alhajas, no obstante, el despojo que le hiciera el vil asesino Fonseca.

Llevaba, adems, cruzados en bandolera, un par de lujosos prismticos de conocida marca


alemana, de los que solamente usaba el Estado Mayor teutn.

EL CORTEJO

El cadver del caudillo fue liado con cuerdas de cabuya y arrastrado sobre la tierra
desigual y llena de preduscos, prieta y cascoja, por largo trecho.

Sus labios acusaban un gesto sin importancia; y es que a Benel no le import la muerte.
Se le arrastr luego por entre el follaje de unos arbustos, y por ltimo, se le hizo cabalgar sobre
un viejo mulo negro. Con el vientre sobre la montura, bocabajo, los pies balancendose a un lado
y las manos arrastrndose por el otro, era conducido el sangrante cadver de Benel por mucho
trecho.

El pelotn de salteadores detuvo su marcha cuando el jefe orden hacer alto.


Ha pescao fro nuestro muerto Hay que abrigarlo en una parigela, murmur uno de
los bandidos a la vez que imparta rdenes sus subordinados que efectuaban la marcha un poco
rezagados. A ver, alistar una parigela, rpido!

Media hora consumieron en este menester los salteadores hasta que la tuvieron presta.
Benel fue acunado en ella para ser poco a poco conducido a la ciudad de Cutervo, entre un
murmullo de voces, risas y un balanceo montono.

Despus de combatir duro con los guerrilleros en los altos de Sedamano, donde los
guardias se desconcertaban ante la agilidad de los grupos enemigos, cansados, exhaustos y
famlicos en grado tal que ni siquiera pudieron llegar a su puesto. En Callayuc, descansaban
hombres, todos echados, al mando del teniente Temoche, sobre la grama de la plaza del
poblezuelo.

Entonces, por las gredas rojizas del panten vieron venir a la carrera a un hombre armado.
Se trataba de Jess Cotrina, componente de las bandas que perseguan a Benel. Al llegar ante los
guardias se limit a decir: Benel es ya cadver!... Estn en el Arenal de la Merendana.

Toribio Temoche, oficial cetrino, bajo de estatura y con facciones de autntico yunga
orden la marcha de su tropilla. Al llegar al sitio indicado, se limit a constatar la muerte del
insurgente y asimismo que el cadver estaba atado y listo para su conduccin.

Entretanto, el oficial y sus soldados observaban los restos del revolucionario cado. Poco
ms tarde se percat de que el bandolero de Pimpingos tena en su poder las joyas de Benel; dio
rdenes secas, luego arranc de las ensangrentadas manos del bandido el oro del difunto, y con
sonrisa de satisfaccin las enterr en el fondo del bolsillo de su polaca verdcea.

Menudearon tragos de caa, no pocos fueron los brindis por la muerte del revolucionario
y en seguida se reanud la marcha. La persecucin se haba convertido en cortejo. En las cercanas
de Cutervo, los soldados limpiaron sus botas y zapatos. Algunos que portaban sus jarros de fierro
aporcelanado, cogan el agua fra de un arroyuelo y la vertan en sus cabezas y caras de sus
camaradas, para lavarse.

El cadver de Benel con las uas largas y grises, lastimeramente expuesto al aire, produca
una pesadilla abrumadora. Arrullados por gemidos de la parihuela llegaron los restos del alzado
a Cutervo.

Y cuando el artefacto que portaba los despojos del infortunado revolucionario hizo su
ingreso a la ciudad en hombros de los soldados, ante la expectante consternacin de la masa
citadina, el coronel Valdeiglesias, Comandante en Jefe de las tropas gobiernistas en campaa, en
gesto que le dio honra, desenvain su reluciente acero y vestido de gran parada, dijo con mucho
respeto, palabras espartanas:
Te saludo, Benel y te venero!

La fnebre comitiva desfil silenciosa. En aquella gran plaza del frgido Cutervo, no se
vea otra cosa que un ro de gentes tocadas de luto. Contemplaban el calmo paso del desfile sin
pronunciar palabra. El dolo revolucionario norteo fue colocado, en un lujoso atad caoba,
sufragado por las autoridades gubernamentales y puesto en capilla en el templo principal de la
ciudad por breves momentos.

Cuando se dispusieron a cargar el fretro con direccin al cementerio, la doliente


concurrencia se hizo la seal de la cruz y rez una oracin. Los muchachos andrajosos y sucios
saltaron con audacia la tapia de adobe que circunda el camposanto y se instalaron cmodamente
para presenciar el triste espectculo de la inhumacin.

La abigarrada multitud tropieza a cada instante y cuando el desfile se detuvo delante de


lo que debera ser la tumba de Benel, sinti estremecerse sus pechos.

Muchos prorrumpieron en llanto. El atad del revolucionario fue introducido en su nicho


mientras el corneta del ejrcito interpretaba las melanclicas notas del silencio. Digno entierro
para un digno contrincante. Un hombre esmirriado y barbicano, embozado en su poncho
amaranto, abrise paso por entre la multitud y arroj con decisin un puado de tierra tras el
fretro. Los altos jefes militares y el subprefecto de la provincia le miraron desafiantes, pero no
pas nada, y el silencio cubri la multitud.

Mrtir es Benel, porque muri con inocencia!, exclam sollozando una modesta mujer
del pueblo. Sus huesos han de ser reliquias alguna vez!

En sus palabras se encerraba una tremenda verdad, que nos ha sido hasta hoy, por muy
escamoteada, desconocida.

Benel muri a los cincuenticuatro aos de edad.

EL PLEITO DE LOS JEFES

El fro morda penetrante y sobre el desastre iba amontonndose la catstrofe. Sentado a


lado de la ventana de su despacho se encontraba, fumando nerviosamente, el coronel don Manuel
E. Valdeiglesias. Arroj la colilla de su cigarro y psose a leer un manojo de papeles que los iba
firmando uno a uno. Terminada que estuvo su tarea, llam con gran estridencia a su asistente y
ste grit:

Nmero! Nmerooo!, repiti con mayor violencia. Un soldado se present a paso


ligero y cuadrndose militarmente farfull:

A la orden, mi capitn!
Busca al teniente Temoche! ... Hazle presente que el coronel Valdeiglesias quiere
hablarle!

Bien, mi capitn.

Al cabo de algunos minutos, luego de inquirir en los cuarteles de polica, regres el


soldado, dando aviso a su jefe que el teniente Temoche no demorara en presentarse. Y cuando
estuvo presente, habl el coronel con feroz elocuencia: Bien, teniente Temoche... Lo he llamado
para decirle a Ud. que es su deber entregar las joyas que fueron tomadas del cadver de Benel.
Sabe Ud. que reglamentariamente slo el jefe de los batallones del ejrcito puede guardar esto
para dar cuenta a la superioridad.

Me entiende? Hablaba Valdeiglesias, haciendo restallar las palabras como tiros de fusil.

La joyas son nuestra, coronel!... Yo he cazado a Benel, tenga eso en cuenta.

No me replique, y entregue Ud. las joyas!... Es una orden!, tron el coronel ya


visiblemente molesto. El asustado oficial de rostro cetrino, empez a forcejear con los juicios y a
sorprender con la flojedad de sus argumentos, ello no obstante se tuvo que proceder al remedio
heroico de entregar el botn muy disciplinariamente.

Valdeiglesias tom en guarda las joyas de Benel lo que motiv la airada protesta del
coronel Antenor Herrera, jefe de las fuerzas policiales, quien argumentaba su mayor derecho a
retenerlas. Germinaron los dimes y reventaron los diretes, y en muy poco tiempo, se vino abajo
la gloria y el bien ganado prestigio de algunos jefes y oficiales. Es fama que a intervencin de
otros militares subalternos no permiti que en posteriores ocasiones se liaran a golpes los
comandantes de las fuerzas, y que, transcurridos algunos momentos de primer encontronazo,
mirndose con precaucin, visiblemente contrariados y en silencio se iban retirando uno a uno los
gestores y los interventores en este famoso pleito.

Largas discusiones siguieron al pleito de los jefes por cuestin de las joyas. Se decidi
finalmente entregarlas al hermano de Benel, don Heriberto, quien para evitar molestias y
complicaciones cuando le interrogaban los oficiales sobre su apellido y conexiones, temblaba
visiblemente de terror hasta el engomado cuello que usaba, exclamando con su cara ancha y
huesuda:

Bendito sea Dios... Yo no soy Benel... Soy Heriberto Benelli. Y es que la naturaleza de
los hombres es bastante complicada y que se debe tener en cuenta que nunca hay dos toros iguales.

Consolidado el triunfo gobiernista con la muerte del alzado Benel, el Ayuntamiento


cutervino, leguista cien por cien, a fines de mil novecientos veintisiete coloc en el pecho del
valeroso Valdeiglesias una medalla de oro en mrito a su labor en pro de la pacificacin de la
provincia.

EN UN PRINCIPIO

La maana era esplndida y clara. Una ligera brisa que soplaba levemente balanceaba
casi con tranquilidad el follaje de los altos rboles de nogal que se erguan verticales: el uno frente
a la puerta de entrada del gran bazar que posea Benel en La Samana, y el otro, frente a la salinera,
donde despachaba a un tumulto de gentes de los alrededores, con parsimonia e inclinado
ligeramente adelante, un joven de incipiente calvicie, Carlos Amadeo Vigil.

All vivi instalado y al servicio de Benel desde los primeros meses del ao mil
novecientos, y haba sido contratado como Administrador del fundo, maestro y contador.

En aquel gran patio no se vea otro arbusto. Abundaba un enano pastizal verde, salpicado
de juanalonsos, verbenas, chamicos y llantenes que crecan sobre la tierra apisonada y sequiza.

Casi a diario se oan dilogos curiosos, exigencias o peticiones apremiantes; cada uno
est obligado afrontar su vida de manera diferente; cada hogar constituye un universo distinto y
multiforme es el correr de la vida, esto lo palpamos a diario; empero la vida tambin es policorde,
y todo esto constituye ya un axioma.

o Carlitos, o Carlitos... Onde mo no me ha despachao ust, ni la ha apuntao en mi


libreta... No sea malito, o Carlos; Tengo velorio hoy da, de mi cholito, que se ha muerto con el
tabardillo. Despcheme ust breve,

-All te va tu racin, cholo, y vete con Dios. Saluda a la Pascuala. Tres varas de vichi y
seis de tocuyo de a veinte, peda despachar otro.

Sal, azcar, coca y aguardiente, patrn, exiga otro.

-Un cajn de muerto, peda un tercero.

Y tantos aos vivi all aquel caballerete, que se deca hasta haber tejido su idilio con una
fresca campesina.

Recorra todos los oscuros rincones de la casa hacienda, desde la madrugada hasta la
noche, cuando no estaba entregado a las arduas tareas de la contabilidad general, o a la enseanza
de los Benel menudos, o al recorrido para ejercer contralor y efectuar balances anuales en los bien
surtidos bazares que Benel posea en Bambamarca, Chota y Santa Cruz,

-Oye, ratn qu haces all? Qu hueles? Qu has guardado?


Largo de all!, - casi enojado cuentan que se volva hacia un chicuelo campesino
pitaoso, que en mangas de camisa husmeaba por las porquerizas y que despus sera uno de los
grandes fusileros de Benel, donde gruan produciendo infernal ruido, ms de doscientos
chanchos de fina ralea.

ade, o Carlitos... Estabay aguaitando los coches.

Vete a llamar al cholo Blas, el porquerizo Le conoces? Se lo necesita aqu para que cure
a los chanchos que se han mordisqueado Corre!

En el atiborrado bazar, donde atenda personalmente don Eleodoro, haba un hervidero


de gente haciendo compras. Circulaban, iban, venan y tornaban conversando sus problemas
ntimos, a travs de la amplia acera con piso de madera, orillada de una luenga blaustrada que
recorra hasta el comedor.

Los samaneros se cruzaban de rato en rato, portando ya sea tiles de cocina, artefactos de
comercio o vveres para la manutencin de los Benel y sus trabajadores.

Cuatro mujeres chaposas y melenudas, moradoras de los llanos y chacarales, as como de


las laderas vecinas cubiertas de vegetacin, oficiaban de cocineras y estaban prontas para atender
a los nios, a los jvenes y a los visitantes o viajeros que por all pasaban una temporada o
solicitaban asilo en la casa de El Triunfo que as tambin se llam a La Samana.

La cocina comunicaba con una amplia despensa, por un lado, y con el comedor por el
otro. En este ltimo compartimiento se vea una larga mesa tallada y muebles pulidos en
profusin.

Delante de la colina de Changasirca, de suave pendiente y recubierta de pasto y maleza y


frente al patio trasero de la casa hacienda se encuentra un terreno llano con muchas cercas, en el
que abundan los eucaliptos que chirran al mecerse con el viento, algunos lamos, alisos y arbustos
propios de la zona templada del Ande.

La capilla con su alta cumbrera y su portn de tosca labradura, slo se abra para el rezo
del santo rosario sabatino y los das de gran jolgorio, es decir, cuando se celebraba la fiesta de los
santos patronos de la hacienda: Nuestra Seora de los Remedios y el Seor del Milagro; o el
cumpleaos de los propietarios padres e hijos ocasiones en las cuales era infaltable la
presencia del cura santacruceo y su bendito sacristn, quienes llegaban cabalgando tras cuatro o
ms horas de duro trotar.

Acompaado por el traqueteo de sus vetustas ruedas y envuelto en nubes de polvo


apareca de cuando en cuando, por un recodo del camino que conduce a Yauyucn, un veterano
carretn cargando alfalfa para alimentar a centenares de cabezas de ganado vacuno, caballar y
mular que Benel apacentaba en Sus praderas extensas.

El troj de la hacienda, cerrado y oscuro a pesar de sus dos ventanucos, estaba siempre
repleto de granos. Era un gran departamento que haca honor a su nombre. Las rubias mazorcas
de maz se podan admirar a montones, amn de infinidad de otras simientes. Tena tambin su
larga balaustrada de torneados balaustres.

Un cuartucho que serva de calabozo, adyacente al granero, casi siempre se le vea vaco:
uno que otro cargante borrachn el martes de carnaval, o uno que otro cholo que zarandeaba duro
a su consorte.

En la carpintera y maestranza, gran compartimiento al cual daban acceso tres puertas,


haba un tosco banco de carpintero con tornillo de hierro, un viejo yunque de herrera, su
respectiva fragua con fuelle, en cuyas palancas se vean las iniciales de Eleodoro Benel marcadas
al fuego. Diversidad de herramientas, instrumentos y materiales propios para el desempeo de la
carpintera y herrera, se vean alineados unos, y colgados otros en sus correspondientes ganchos.

En torno al banco y al yunque se encontraban siempre un par de fornidos cholazos,


serrucho en mano el uno, tenaza y martillo en ristre el otro, acompaados de sus respectivos
ayudantes o segundos, hombres jvenes que trabajaban saboreando su faena y mirando de soslayo
a las chinas que pasaban por las puertas.

La enorme sala de recibo de los pisos bajos, con una bien labrada puerta y sus ventanales,
tambin se abra en ocasiones de fiesta. Diversidad de muebles finos, amn de grandes retratos
ampliados de familia, colgaban en las paredes de la sala sumida en la penumbra. Una artstica
araa ornada de relucientes prismas de cristal y que funcionaba a querosina, penda del centro del
cielo de la pieza.

El piso era entablado y revestan las paredes papeles de espaldar azul adornados con
caprichosos motivos negros.

Una rstica y empinada escalera provista de su brillante pasamano, conduca a los pisos
altos, que slo estaban edificados en la parte central del pabelln de construcciones. A la izquierda
y en el extremo existan cinco dormitorios, el de los esposos Benel, y los de sus hijas.

Al centro de los pisos altos exista una segunda sala de recibo, casi igual a la de los bajos
y en el extremo derecho se encontraban los dormitorios que en nmero de tres, servan para los
jvenes Benel.
Todos estos compartimientos comunicbanse entre s, y el ltimo dormitorio de stos, por
medio de una portezuela desembocaba en un gran balcn corrido, caracterstico de las tierras altas,
que miraba al patio trasero e igual a otro existente en el patio principal de la casa hacienda.

Del posterior balcn se avistaba la pequea planicie, los setos, arboledas y la eminencia
de Changasirca.

Las habitaciones se agrupaban formando un solo y gran pabelln en forma de cruz griega,
uno de cuyos extremos, en el brazo superior, estaba dado por la capillita, y el otro por la despensa;
siendo el extremo inferior el sitio donde se encontraba la maestranza, en el primer piso, y los
dormitorios de los muchachos en el segundo.

Trabajo no faltaba en La Samana. Haban gentes que desempeaban todas las labores:
unas fregaban y barran el piso: otras limpiaban las manijas de bronce de las puertas; quienes
limpiaban el polvo de los cristales de las ventanas, quienes barran las escaleras con escobas de
pichana, y nunca dej de haber cholos que rajaban, a hachazo limpio, gruesos troncos de eucalipto
para proveerse de lea seca que alimentara las hornillas de la cocina.

Mientras unos araban el suelo, barbechaban o sembraban las simientes, otros se


entrenaban en el manejo y limpieza de las armas, otros lavaban la vajilla o aseaban la capillita en
la vspera de la llegada del cura cruceo para las misas de onomstico, los bautismos y
casamientos en serie de toda la poblacin samanina.

Sembros de maz, papas, arvejas, frijoles y cebada, ms otros productos jalquinos ora
verdes ora amarillentos segn la poca, rodeaban esta colmena de trabajo. Las abundantes
cosechas abastecan al pauprrimo centro poblado de Santa Cruz de Succhabamba de pocas tierras
feraces, al de Chota y no pocas veces al de Hualgayoc Mercaderes Chiclayanos, Chongoyapanos,
Sanmiguelinos, Llapinos, Sanpablinos y de otros distritos no faltaban en La Samana para adquirir
reses y otros ganados de la heredad.

Guardaba Benel gran veneracin a su madre, doa Mara Zuloeta, cuyo enorme retrato
encuadrado en artstico marco penda en lugar central y visible de la sala del piso bajo; como que
de ella hered el extenso fundo de La Samana.

Cuando contemplaba con recogimiento aquella reliquia, rememoraba cierta vez que su
madre, acatando rdenes del jefe de la familia, el viejo Andrs, le haba dicho con voz dulzona y
tirndole de las orejas:

- Me han dicho que te d una buena paliza, porque eres demasiado malcriado y
desobediente Pero, creo que te vas a componer No es cierto?

- S, mamita, le contest en aquella oportunidad Benel siendo an nio.


- Bueno, entonces pinsalo dos veces cuando quieras hacer algo malo. Algn da y pronto
sers ya hombre mayor, y es bueno que vayas entrando en razn.

Benel hered tambin de su madre el humanitarismo y la filantropa, caracteres innatos


en las personas. Era muy caritativo y un catlico ferviente, cualidad que supo inculcar a sus hijos,
con la eficaz ayuda del maestro Vigil, en toda la lnea.

-Mi madre era una gran vieja, exclamaba lleno de regocijo y cruzndose de brazos al
caminar por los patios de la casa hacienda en sus nocturnas y cuotidianas tertulias con Carlos
Vigil.

Del padre hered la contraccin al trabajo, la constancia y la perseverancia, as como la


bravura; por que Benel era corajudo hasta el lmite mximo y en su iracundia llegaba, inclusive a
perder los estribos; pueden asegurarlo as los que le conocieron. Este hombre posey un corazn
de fuego... Y no poda ser de otro modo para vencer las asechanzas o la persecucin desembozada
de aquellos tiempos felizmente superados.

La inmediata inferior siguiendo costumbres ancestrales en el manejo de los negocios


y hacienda era la esposa de Benel, doa Domitila Bernal, crucea legtima, exorcizada, oleada y
sacramentada por cura cruceo.

Se levantaba muy de maanita y luego de su rezo matinal, imparta rdenes en voz baja a
las samaneras.

- Ay, mi Dios, dame paciencia!, cuentan que sola exclamar casi colrica cuando pillaba
a los samaneros con las muchachas de la cocina en picarescos ademanes o caracoleos amorosos.

- Sabina, vete a tu cocina! Y la muchacha de sonrosadas mejillas y exuberantes formas,


cabizbaja, deba encaminarse al lugar indicado.

- T, Ezequiel... A segar alfalfa, cholo haraganazo, intil, galiparlo! Se dice que ste era
vstago de Carlos Vigil; por lo tanto hermano de don Adolfo.

Doa Domitila Bernal, era ama y seora del fundo Achiramayo, que con su matrimonio
vino en anexarse a la Samana.

Eleodoro Benel posea, adems, grandes fundos ubicados en la zona norte de la provincia
de Cutervo, limtrofes con el Chamaya, Sedamayo y Silugn.

Canciones de iglesia entonaban los Benel, hijos, todos a coro en la capillita de la hacienda
cuando haba fiesta de cumpleaos. Como numerosos eran los hijos de Benel, variadas tambin
eran las canciones que interpretaban ayudados por don Carlos con su voz de bajo. Se deca misa
con sermn, estallaban cohetes, danzaban las pallas, no faltando la alegre diversin de la vaca
loca, almuerzo general en pailas para todos los trabajadores consistente en tamales, sancochado,
papa con cuy y botijones de chicha. Y como fin de fiesta, alegre baile en los salones del fundo
con los seoritos de los pueblos aledaos.

Durante todo el ciclo solar se celebraban santos: en mayo haba uno, (el 6) de Segundo
Eleodoro, en abril (6) de Lucila, Julio (19) de Eloy Edmundo, en setiembre (5) de Andrs,
setiembre (16) de Donatilde, setiembre (13) de Margarita, setiembre (10) de Demetrio, octubre
(3) de Armandina, octubre (18) de Esther y diciembre (1) del pequeo Anbal.

Muchos aos [atrs], Benel se encontraba cursando el segundo ao de instruccin media


en el Colegio Nacional de San Juan de Chota.

Por uno de esos azares del destino, un buen da por la tarde desaparecieron de la sala de
clases, tres mozalbetes audaces, dejando libros, cuadernos y todos los brtulos propios de gente
estudiosa; sin mayor consentimiento de sus padres y tras caminar seis das a pie se plantaron en
Chiclayo con el fin de buscar trabajo. Los tres socios eran Celso Guerrero, Chusho Bances y
Eleodoro Benel.

Aires de montonera encontraron estos jvenes en la capital de Lambayeque, pues el


coronel pierolista don Teodoro Seminario y un seor Orozco, se hallaban sublevados. Con
inquebrantable fe y una ciega confianza en sus fuerzas, solicitaron y obtuvieron su alta como
soldados.

Oyeron el silbido aciago de las balas cruzrseles numerosas veces por las narices y
batallaron con fervor en Huajrajero, Chusgn Yuracpirca, Araqueda, en Hualgayoc y en Chota.

Despus de algunos meses ya se le ve a Benel vestir el uniforme de teniente de


montoneros. Con este grado desempe el cargo de ayudante del coronel Seminario. El era pues
solcito encargado de hacer cumplir todas las disposiciones del jefe.

La montonera de Seminario vivaqueaba en Chota, escasa de vveres y sin blanca; por lo


que el jefe dispuso el apresamiento de algunos ciudadanos notables adversos a la causa, as como
el de otros adinerados, con el fin de imponerles cupos. Cay entre ellos el cura Francisco de Paula
Grosso, prroco de Chota, y que despus ocupara el solio episcopal de Cajamarca.

Cada exigencia del teniente Benel era contestada por una rotunda negativa del cura:

Sultenme, bochincheros! exiga el sacerdote. Reclamo respeto para un ministro del


Seor!

Primero, curita, el cupo, dice el coronel... Sino Nones!

Djenme libre! Con los sacerdotes no se hace esto, posedos del demonio!, pero segua
el curita fregando el piso del cuartel y barriendo por varios das.
Es la orden, seor cura. No hay plata, no hay libertad. Ya lo sabe!, Al clrigo le vali su
testarudez. Pero, mal hicieron segn muchos pareceres y de buen juicio, entrando los montoneros
en los con los curadores de almas. Al fin y al cabo, slo consiguieron arrebatarle una hermossima
mula blanca, de buen piso, suave y de gran alzada. Excelente, puesto que mula de sacerdote era.

Cuando Grosso visti ya hbito de obispo, se acord de Benel y no quiso saber nada de
tal terrateniente. Nunca le olvid, y al hacer sus consabidas visitas pastorales por Santa Cruz y
Ninabamba, jams pas por su fundo.

Una frgida noche chotana asomaba por la ventana de la vieja habitacin donde jugando
la pinta, se despellejaban Benel y el mdico Coronado, de afamada habilidad profesional. Los
dados rodaban presurosos una vez y otra y otra, sobre un mantel listado de dobles perfecto y
cubriendo una pequea mesa. El testigo dormitaba a la temblorosa luz de una buja, y de rato en
rato asomaba la cabeza por encima del embozo de la bufanda para escuchar con cierto desasosiego
las tan temerarias apuestas.

Los dados constituyeron el gran vicio de Benel Cubculos y cubilete!

Aquella noche anduvo con suerte. El mdico tras duro batallar, perdi nada menos que
una bien surtida tienda de comercio en el primer tercio, sus joyas en el segundo, y sus restos en
el ltimo.

Qudese, doctor, con sus restos!, exclam Benel con socarronera. Djeme lo dems.
Todo es mo.

- Gracias, Benel!, dizque exclam el mdico, cuya figura, nada agradable, se mova
inquieta, de un lacio para otro en la temblorosa luz de la buja, mientras que con la mano derecha
se ajustaba el nudo del corbatn. Su cabeza calva, grande y de pelo escaso, reflejaba los fulgores
de la mortecina luz.

En los poblados vecinos, gozaba Benel la fama de ser apostador y pintista redomado.
Caminaban tras l, legiones de curiosos, burropis o ganchos para el amarre del juego, expertos
en chanchullos, y, tahres pueblerinos tales como: Mosco Verstegui, Fidel Orrillo, el tuerto
Cabrera, Manuel Cieza y otros crceos, chotanos, bambamarquinos, chiclayanos; no faltaba a su
lado abundante fauna de sinvergenzas y vividores, que pasaban grandes temporadas a costillas
de Benel, gentes que cuando se sentaban a los festines devoraban tanto o ms que Sardanpalo,
Heliogbalo o Nern.

***

Enorme lote de madera del bosque de Santa Rosa de su propiedad coloc Benel durante
tres meses consecutivos, y a lomo de caballo, en la ciudad de Cajamarca.
Hallbanse en plena edificacin del mayor, hasta ese entonces Centro Escolar de aquella
ciudad. Como le fuera tomada solamente madera escogida. Benel encontrbase aquella tarde
pensativo, casi colrico con una copa de licor que se haba hecho servir, en la mano, cuando
ingres a la habitacin donde se encontraba en sus cavilaciones el R. P. Teodoro Bermejo, a la
sazn prior del Convento de San Francisco, que tambin se hallaba en construccin.

Despierta, hijo. Ests quedndote dormido, dijo con dulzura el franciscano.

Buenas tardes, y adelante reverendo padre Cmo est Ud.? Pensaba noms, padrecito.
Pensaba. Apresurse a decir Benel, limpindose el sudor de la frente con un pauelo. En qu
puedo servirlo, padre?

Quiero saludarte bien, darte mis bendiciones y tambin tengo conocimiento que dispones
de una cierta cantidad de madera sobrante de tu contrato con los constructores de la escuela, dijo
el humilde hermano de San Francisco de Ass.

- S, Reverendo. Es cierto.

- Bien Por qu no me la vendes, hijo?... Yo la necesito con urgencia. Es para terminar la


construccin de nuestro convento.

- Es suya, padre! Llvesela toda!, apunt Benel con regocijo.

- Pero regalada, eh, regalada! Con esto creo pagar ciertas cuentas pendientes que tengo
con la Santa Madre Iglesia -, agreg recordando talvez la forma como haba tratado al cura Grosso
en su mocedad!

- Gracias, hijo. Dios te d largos aos de vida, y que su santa misericordia vea siempre
por t, hijo! Muchas gracias!

Benel entr de golpe en el nmero de benefactores del Convento de Cajamarca. Asimismo


obsequi todo el maderamen del templo de la ciudad de Santa Cruz y contribuy con su dinero al
progreso y embellecimiento urbano de la misma en aquel entonces.

Las mozas y los muchachos formaban corros durante el recreo. El rostro severo del
maestro El Viejo como le llamaban las chicas, vigilaba sin perderles de vista en sus juegos y
travesuras, a la par que les enseaba con fe.

Con notoria intencin de molestarle, que para eso estn hechos los educandos, lanzbanle
ciertas indirectas que el maestro pretenda no or.

- Juguemos en el bosque mientras el viejo lobo no est...

Lucilaaa!, llamaba con voz ronca el maestro.

- Don Carlos, replicaba la chiquilla.


- Ya ests yendo a curarte esas manos llenas de araazos Qu has hecho?

- Nada, don Carlos... No me duelen, argumentaba despreciativa.

- Diez azotes y arrodillada contra la pared! Ya sabes!... Una hora!, amenazaba.

El maestro agitando una campanilla daba por finalizado el recreo cuando llamaba: Nios:
al saln!

Reunidos en la nica aula de la escuela de la hacienda se encontraban todos los Benel,


hijos y otros chiquilines emparentados con ellos: Rgulo y Rmulo Vargas, de Ninabamba,
Alindor y Jos del Carmen Cabrejo as como otros vecinitos. Para azuzarlos en su aprendizaje
hilvanaba comparaciones, y deca, por ejemplo: No hay caso, el mejor alumno que he tenido,
tanto en conducta como en aprovechamiento, ha sido Castinaldo... El nico!, exclamaba don
Carlos con admiracin. Ustedes, les deca, al resto de chiquillos, son una tanda de completos
borricos Jumentos, con orejas y todo.

A ver, Segundo Eleodoro continuaba, Qu es la luz?

- La luz es... Bueno, la luz es...

Los escolares escuchaban con respeto y miedo al maestro Vigil cuando estaba colrico.
Pues, era sabido que la vez que los coga, previo ultimtum, los retorca a su modo, dndoles las
ms de las veces unas cuantas nalgadas bien puestas o de seis a ocho azotes, cuando ms.

Golpeaba insensiblemente su varilla de sauce con fruto de choloque incrustado en la


extremidad en sus huesudas rodillas agresivas empezaba a corregir al muchacho en coro.

- La luuuz... es un agente fsicoooo que ilumina y nos permiteee.. . la vision de los


objetoooos ... que nos rodeannnn, terminaba con fuerza.

- Veamos Donatilde... A la pizarra! La chica, dicen, sala bostezando y cubrindose la


boca con el puo cerrado, coga un pedazo de tiza, dirigase al pizarrn y empezaba a liar entre
sus dedos las tripas de la mota.

- Escribe un quince avo.

La chiquilina garabateaba a duras penas sobre la pizarra una cifra, al parecer, Cinco,
contrahecha e inclinada, precedida de otros signos muy similares a los caracteres egipcios.

- Eso es un cinco y en seguida un rasguo de gallina, hijita linda!, tronaba ya el maestro


con rabia. Un quince avo, te he dicho!

Tornaba a dibujar otros rasgos indescifrables y entonces era invitada a sentarse. La


mocosilla se retiraba a su carpetn haciendo un puchero para llorar.
- Yo, seor

- Yo, seor.

- Yo, seor Vigil, gritaba Rmulo Vargas levantando la mano.

- Pchssssst Hablen ms bajo, nios! Silencio!

En el fondo de la escuelita se vean grandes retratos de Castilla, de San Martn, de Bolvar,


de Pirola y uno nuevo de Billinghurst. Todo esto relataba Segundo Benel.

Los jurados examinadores eran nominados especialmente y venan desde el poblado de


Santa Cruz a lomo de jacas samaninas que se les enviaba el da anterior. En Santa Cruz se
suscitaban fuertes disputas, entindase bien: disputas, y cada cual mova lo suyo para hacerse
nombrar miembro del jurado. Era sabida la magnanimidad de Benel, y era fama, asimismo, que
todos los Benel eran manirrotos de cuentas.

Los examinadores se aburran tomando examen a los flacuchos Vargas, quienes de tanto
saber cometan yerros, a los Benel, hombres y mujeres... y terminaban otorgando diplomas a todos
los alumnos, as como otros premios, con gran contentamiento de los viejos y pese a las
escaramuzas y refunfuos del maestro Vigil, que no vea con agrado aquellos indebidos honores
a tales mritos. Un hombrecillo torcido y desgreado era casi siempre el presidente del jurado.

Castinaldo, el primognito, y Segundo Eleodoro fueron enviados al Colegio de Chota en


busca de nuevos aires de cultura. Su maestro los present a pruebas de revalidacin, y result
Castinaldo asombrando al conjunto de jurados. No qued atrs el colorado Segundo Eleodoro.

Terminado su cuarto de secundaria antes Instruccin Meda y despus de muchos


ajetreos para los que no estaba hecho, menos dispuesto, el joven Castinaldo, de fisonoma muy
cercana a la de su padre, logr su ingreso en la antigua Escuela de Clases de Chorrillos, obligado
por sus mayores para seguir la carrera de las armas. All le fueron extraos la vida regimentada,
el burdo uniforme de jerga gris, el apretado correaje, la mala alimentacin, la disciplina y ms
que todo, el hecho de no estar acostumbrado a recibir rdenes de nadie.

Cuentan que, por no caer muerto de risa, se asi a la aldaba de una de las puertas del viejo
local de la Escuela, cuando un cabito, serrano del Centro l, flacucho, prieto, enfermizo y regan
le orden cierta vez: - Uye, t: undi ti paras, no ti muivis!... Ostes!

Castinaldo se carcaje con spera risa, segn se cuenta.

Un puntapi en los fondillos fue la rplica del cabito, enfundado en su uniforme de jerga
gris.
Desde all, Castinaldo comenz a mirar afanoso puertas, ventanas y tapias, en procura de
la calle y, entre gallos y medianoche vol, dando su mortal naturaleza en el fundo La Samana, a
donde lleg caballero en brioso castao de media sangre, acompaado de veinte cholos que haban
salido a recibirlo, y cuyos cabecillas eran: el Tuco Vera, los bravos Asenjo, Eduardo Mego y
Neptal Roncal.

Era administrador despus de que lo fue Jos Flix Novoa de un elegante bazar
situado en la plaza principal de Bambamarca, Aurelio Acua Villanueva, hombre de talla media,
cara morena, surcada de algunas incipientes arrugas, moteada de lunares, bien afeitada y con la
mirada dulce, de vida quieta y reposada, piadoso y honesto.

Con este bazar tena don Eleodoro otro adyacente a cargo de Mercedes Villanueva,
Papamesche, sastrecillo e imaginero pueblerino, cuyo infalible mtodo consista en inquirir la
edad del recurrente y luego extraer de su bien conservado archivo el molde adecuado para tal
cliente, ya sin darse el lujo de gastar intilmente el tiempo en tomar la respectiva mesura.

La tienda de Chota la regentaba Julio Cadenillas Glvez, de buena jaez de familias,


pariente a la sazn de Vigil, hombre moreno, calinoso, de poco temperamento, pero eso s,
magnfico escribiente.

El bazar de Santa Cruz, tena como jefe a un hombrecillo con cara de mosca que responda
al nombre de Mardoqueo Caldern.

En la Samana, El Tambo segn le llamaron los campesinos, estaba atendido por el


mismo Benel, que a veces era auxiliado por Vigil, cuando no tena ocupacin en la salinera, en la
escuelita o en la contabilidad.

En Silugn, fundo de la ceja de montaa en el caluroso valle Chamaya, la tienda estaba


encargada al rumboso joven Castinaldo, primer vstago de Benel. Muchas se sorprenden, otras se
irritan y algunas personas estallan en estrepitosas carcajada cuando les cuento lo ocurrido durante
la ceremonia del bautizo de mi hermano Adolfo. Castinaldo, en representacin de su progenitor
apadrin la ceremonia; hubo profusin de luces y de invitados, el baile fue realmente versallesco
segn el medio, e buffet abundante, y el padrino arrojaba esterlinas y peruanas as como soles de
nueve dcimos en forma tal, que hasta la linda madrina Raquel Orlandini Verstegui mocita de
unos catorce aos, no vio inconveniente en guardarse algunas en el bolso, recogindolas del
suelo. La mayora, la casi totalidad de las personas convidada al bautizo, coinciden en sealar que
ni siquiera llegaron a sentir las ondas de un furioso movimiento telrico que se produjo aquella
alegrsima y ya lejana noche.
De gran estima por los hacendados goz el seor Vigil, para don Eleodoro, Vigil era una
especie de caballito de batalla, un sbelotodo y arrglalo todo. Para la mestizada de los peones y
arrendadores del fundo, fue Vigil cuado de don Heriberto Benel. En realidad, era slo primo
de Domitila Vigil, que as se llamara la esposa del hermano de don Eleodoro Benel.

Para los muchachos, el viejo Vigil, retoo de tricentenarias familias de Chota, aunque
pobre de solemnidad, era el consejero, el amigo fiel y sin dobleces, el gue el asesor diramos
actualmente.

Se hizo el hombre indispensable, el facttum, a la vez agricultor, veterinario carpintero,


remendn, latonero, calafate, contador, abogado, ecnomo y hombre de armas. Se desempeaba
en todo con eficacia y su patrn tena la seguridad plena de que un hombre de tal raza resista los
rigores de la vida campesina.

Oficiaba tan pronto de capataz de campo, como maestro de capilla o maestrescuela;


representante de la contrata para el enganche de peones que Benel tena en Cayalt o tan presto
como contralor de las tiendas, a las cuales visitaba anualmente con Castinaldo y Segundo, hecho
ya contador en Lima, precedidos de mucho boato y con algunos hombres de armas, no menos de
seis, que acompaaban montndoles la guardia.

Triste y desventurado oficio desempean muchos ciudadanos en lo que respecta al trfico


de trabajo humano, en el llamado socorro de peones a los grandes principados costeos; y
aunque tales palabras no suenen poticas, ello, no obstante, son realidad. Estos modernos negreros
abundan hoy en da en todo el Per, se han enriquecido a costa del sudor de los hombres que
explotan a sabiendas o no; pero se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que era un negocio
lcito por aquellos tiempos. Todos los hacendados del Ande lo practicaban... Todos! sin
excepciones, adems que solan poseer calabozo y hasta su propia fuerza armada.

Benel tena gran visin para emprender los negocios. Era importador directo de variedad
de mercaderas de grandes firmas as europeas, as americanas. Su magntica personalidad, as
como su virilidad, eran los dones ms notables que posea. Le admiraban desde sus trabajadores,
era dolo de las chiquilleras pueblerinas y hasta de gentes costeas encumbradas, reparta a manos
llenas abundantes propinas a los rapaces, era rumboso como pocas y muchas, muchsimas mozas
suspiraron de amor por l.

Su acerada musculatura, templada en las rudas faenas agrcolas, a las que se dedic desde
su juventud, le hacan aparecer vigoroso.

Sus hermosos ojos negros, de mirada penetrante, ubicados tras el ajimez de sus cejas finas,
le daban atractivo singular. La nariz recta y bien contorneada quedaba delimitada por un tupido y
gran bigote que le rebosaba las comisuras de los labios. Regular y sencillo era el dibujo de sus
labios. Tena la frente espaciosa, cuya amplitud iba en aumento a medida que creca la calvicie.
No haba en su rostro moreno ninguna mueca de dureza, salvo en sus ratos de ira. Tirador eximio
era, y le obsesionaron todas las armas; tambin le deleitaban las herramientas extranjeras, prueba
es que en Chiclayo o en Lima se detena a admirarlas en los escaparates y luego adquirirla para
sus mltiples necesidades.

Ingente era la actividad de Benel, grande y agotador su trabajo. Tras l siempre se vea a
su fiel colaborador y en toda circunstancia, de da o de noche, tarde o temprano, con lluvia o sin
ella, en guerra o en Paz. Tal era Carlos Vigil.

Desde su infancia demostr Benel apego al trabajo y a la rectitud. Era intransigente.


Eleodoro Benel Zuloeta, lleg as al da de su muerte, perseguido y acosado, despus de duro
bregar en la trinchera y en el surco, durante cincuenticuatro ao seguidos, pues segn consta haba
venido a este mundo en un cinco de agosto de mil ochocientos setenta y uno.

EL ASUNTO LLAUCAN

Desprendindose de la banda, se present ya avanzada cierta noche, en una casa del jirn
Lima en Chota, Raymundo Ramos, para entrevistarse con Rgulo Regalado ciudadano ste de
rechoncha figura, nariz respingada y mejillas enormes a la par que rozagantes. Inclinada hacia
adelante la cabeza, tena el paso corto e inseguro.

Era fama que andaba en tratos y conchabanzas con el diputado de entonces, Oswaldo
Hoyos Osores, y las gentes repetan muy seguido estos dichos al referirse a tales relaciones: ms
puede tetas que carretas y al buen entendedor pocas palabras.

En el ao mil novecientos doce, Regalado fue vencido en la puja por el remate de la


locacin-conduccin de la hacienda Llaucn, que por esos das haba convocado la Junta
Econmica de su propietario, el Colegio de San Juan, cuya buena pro y en decente pugna la haba
obtenido Eleodoro Benel.

Metiendo la mano al bolsico interior del saco, extrajo un fajito de billetes los paisanos
chotenses no se caracterizan por dadivosos que rpidamente desapareci en manos del bandido
y cerr con llave desde adentro, la puerta de la habitacin donde se encontraba.

- Bueno, Raymundo... T ya sabes lo que tienes que hacer. No es cierto? -, empez con
voz poco audible, Regalado. - Espero te desempees en la forma debida.

- S, seor don Rgulo, - contest animoso el abigeo. Tengo todas sus instrucciones... Las
cumpliremos sin ms trmites. Est ust seguro que as lo haremos. Sin fallar!, sigui
argumentando el cholo Raymundo, sonriendo malignamente - Biamos estao esperando su
llamadita, segn nos mand ust carta.

Regalado despidi con no poca alegra al bandido palmotendolo en el hombro, y ste


haba venido resignado, pues, a venderse.

- Bien, mi don Raymundo. No olvidar los detalles y consultar cualquier duda. Vete con
Dios y que te salga de primera... Te escribir pronto.

- Hasta lueguito, mi seor don Rgulo. Yo tambin le avisar un destos das del resulta
de la operacin - El bandolero Raymundo, alto, desgarbado, abandon la casa con sus zancadas
poderosas que parecan las de una jirafa y desapareci por una de las abruptas calles de la ciudad.

TERRIBLE PREDICA

La sierpe plateada del ro se contorsiona en ajustados meandros por en medio de los


pastizales de la llanada hasta confluir con un riacho, y el vuelo sereno de las quigilas, marca en
el aire, la direccin de la corriente. Las chacras, las cabaas y alqueras, las cercas, las lneas de
eucaliptos y las tierras polcromas en ondulante sucesin llegan hasta el ribazo de las montaas.

En estas verdes y exquisitas planicies de Llaucn, en el ngulo de confluencia, a partir del


cual el ro se interna por una garganta cincelada entre moles verticales ruiniformes, encontrse
Raymundo Ramos con sus hijos, hermanos y sobrinos. La tibia brisa de la llanura y la aparicin
del jefe, tonific en cierto modo el espritu del grupo de bandidos, que se hallaba un tanto
desconcertado.

Deposit una alforja repleta sobre la grama verdusca y psose a desatar un talego que
contena algunos biscochos, pan y caa, que los reparti con equidad entre todos los componentes
de la banda.

- Tenemos que entrevistarnos hoy mesmo con ese hombre - apunt con seguridad el jefe.

- Y onde vive? -, inquiri el cholo Pancho.

- En el sitio de el Chorro Blanco-, contest Raymundo - Pa all tenemos que dir dejuro -
Tras informar mayormente al conjunto y mordisquear por algunos momentos sus frescos y
sabrosos biscochos, levantaron campamento y emprendieron camino por las riberas del arroyuelo
Pomagn, riacho tigre durante los inviernos, admirando el maravilloso paisaje, pero en completo
silencio. Los arrecifes de Pomagn son responsables de la muerte de rosarios de campesinos que
los domingos retan el paso de la corriente cogidos de las manos y en completo estado de ebriedad.

Se entendan los abigeos con la sola mirada, con la sonrisa, sin decirse palabra. No
anduvieron ni cincuenta minutos y se encontraron de manos a boca con el chozo de Emilio
Tarrillo, enclavado en los primeros contrafuertes roquizos que dan comienzo a elevadsima
montaa. Azules hilachas de humo brotaban por los resquicios del techado de la choza.

Tarrillo los recibi con cierto recelo; y aunque l tambin desempeaba el triste y nada
edificante oficio de matar, sin embargo, se sinti incmodo en su propia casa, con la presencia de
tan terribles asesinos, cuya fama haba traspasado ya ms de cinco provincias. Alargles la mano
e invitles a tomar asiento:

-Pasen, seores Ramos, pasen Lleguen nom. Tarn aqu como en su propia casa.

-Aqu debe haber gente que nos informa a cada ratito de toos los movimientos de Benel,
y gente que tamin se mueva aqu entre los indios. Nosotro hemos venido pa ac pa impedir que
Benel tome posicin del fundo. Esa es la orden, y no hay ms!... As es que horitita mesmo vamo
a empezar a trabajar.

-Como ustedes saben, yo toy a sus rdenes. Ut bien lo repara o Raymundo-, replic
Emilio Tarrillo con su cara de ingenuidad, la barba negrsima partida y sus bigotes tan grandes
como los de Raymundo, que destacan en su faz enrojecida por el fro de la jalquilla. Y qu buen
arriero fue de sus amigos y conocidos! Reluci la botella y se desparram la coca.

-Bien, entn... Hay que hacer repartir las voces que el que va a tomar la hacienda es un
pillo, es un ladrn. Que es un asesino deselmao. Que es un bandolero-, deca el bandido Ramos
enumerando con los diez dedos de sus manos. - Que es uno que va a subir los arriendos. Que va
a quitar las chacras. Que va a destruir las sembraduras. Que se va a empuar la plata de las
limosnas del patrn San Francisco. Que los arriendos no se van a pagar cada ao, sino es tres
veces en cada ao pero ustedes no deben abonarlos! Que va a tumbar la Iglesia de la hacienda.
Que va a apresar y a quemar las chozas de los indios que se han declarao de sus nemigos... En fin,
ut se va encargar de hacer decir lo que ellos quieran Tratndose de joder a Benel, no pararse en
pelos!.

El bandolero garabate apenas algunos jeroglficos en la hoja amarillenta del viejo


cuadernito de uno de los pequeos de Tarrillo, y envi a ste a cumplir su misin de propaganda.

Emilio Tarrillo retorn a su boho muy avanzada la noche y satisfecho de haber cumplido
con su trabajo. No quera caer en desgracia con Raymundo, y, en efecto, haba repartido las
consignas respectivas entre quince cabecillas indios o cabezonados, yanaconas del fundo Llaucn.
Estos esparcieron con gran velocidad una concatenacin de voces a toda la indiada en especial
aquello de que no se paguen los arriendos y el ambiente comenz a agitarse de modo ostensible
contra Benel.
El trgico empecinamiento del indio de Llaucn, la obsesin de vivir pegado a la tierra
donde nacieron sus bisabuelos -aunque saben de sobra que no les pertenece- fue hbilmente
explotado por los cnicos agitadores.

Con esta terrible prdica que dur 24 meses, los mismos indios sirvieron de instrumentos
para propalar los falsos rumores y la calumnia. Benel quiso forzar la ocupacin del fundo con el
apoyo de sus hombres, ms hubo oposicin de la Junta Econmica del San Juan, la que mediante
reiteradas y bien puestas comunicaciones oficiales disuadi a Benel de su primitivo proyecto.

Los Ramos desde el primer da y al notar el xito inicial de su obra, solamente se


dedicaron a tomar y a tomar aguardiente, brindando por fracaso y por la muerte de Benel, que
crean cercana; aunque de cuando en cuando charlaban nerviosamente, tejiendo sus cbalas y
comentarios de acuerdo a su oscuro trajn.

Sin embargo, el hacendado de La Samana tambin tena partido entre los indios y
mestizos, cuyos jefes eran Gregorio Guayac, Manuel Guayac, Delfn Palma, Doroteo Tocas y
Casimiro Huamn, quienes tomaban acuerdos e intercambiaban opiniones e impresiones en la
sala grande de Aurelio Acua, amigo de Benel.

LA MASACRE DE 1914

Lugar: la llanada delantera de la casa hacienda Llaucn.

poca: el 3 de diciembre de 1914.

Personajes: la indiada de Llaucn y la gendarmera de Ravines.

Cuatro mil indios, hombres y mujeres, mozos, nios y nias, se encontraban aquella
aciaga tarde en la llanura cubierta de grama situada delante del portn de la derruida casa hacienda
Llaucn.

Esa tarde deba Benel tomar posesin del fundo.

Haban comprendido perfectamente la propaganda desplegada en silencio por los


cuatreros Ramos y all estaban, en pie de guerra para defender sus derechos a la tierra y para
expulsar al terrible bandolero y asesino, Eleodoro Benel.

El Prefecto de Cajamarca, coronel Belisario Ravines hroe de San Pablo habase


constituido por orden superior en la pampa de Llaucn, con el auxilio eficaz de doscientos
nmeros de la gendarmera perfectamente equipados, a fin de dar posesin a Benel, que en buena
lid haba obtenido el remate de la hacienda, ya que ste mismo haba solicitado tambin garantas
ante la creciente e insidiosa campaa desplegada por los Ramos.
La tropa formada en doble fila, estaba dispuesta en semicrculo en la llanada. El coronel
Ravines con grueso capote y pistola al cinto, jinete en un grande corcel, fornido, saltador e
inquieto, recorra el campo de extremo a extremo, teniendo al frente la reunin de llaucanos.

La indiada a cien metros de distancia, pugnaba por contenerse. Ruga y aullaba,


produciendo un ruido ensordecedor. Sus gestos, ademanes, gritero y amenazas no tenan nada de
tranquilizadoras.

Slo esperaban la aparicin de Benel para cogerlo vivo y luego despedazarlo. Estaban
armados hasta los dientes con palos de chonta, garrotes, piedras, hondas, cartuchos de dinamita
con su provisin de guas, pedernales y acerados eslabones.

- No comprendo que es lo que ha pasado-, se deca as mismo el prefecto un tanto aterrado.

El semblante desencajado de los gendarmes, denotaba su tremendo disgusto y un miedo


profundo. La indiada enfurecida, a punto de hacer estallar sus iras, no es para poco: ni ms ni
menos que para hacer temblar al hombre ms aguerrido y valiente an con gran acompaamiento
y armas.

A una intimacin del prefecto, la turba pudo entrar en leve calma.

Volvi despus a recrudecer el infernal gritero y la furiosa indiada comenz avanzar


atropelladamente, paso a paso, durante algunos segundos,

Una segunda intimacin del coronel fue ya incapaz de contener a la enardecida multitud.
El prefecto senta el sudor correrle por el cuello y por la frente.

- Alto, alto, detnganse, detnganseeee! ... Voy a ordenar hacer fuego! -Arrolladora
avanz la multitud enorme. Tras leve vacilacin y luego de arengar a los rebeldes, una cabecilla
india apodada La Camacha, salv corriendo, con su rostro prieto, surcado de leves arrugas, la
distancia que separaba la multitud del prefecto, y al llegar a donde l, se cogi de la brida del
caballazo que se movi asustado e inquieto.

- Prifetu bribn... t tambin vas a dar il Llaucan a un bandidu! - espet con rabia que le
retorca la faz la cabecilla india, al mismo tiempo que se abalanzaba sobre el prefecto, cruzndole
un latigazo por la mejilla que derrib al suelo al hroe de San Pablo.

- India estpida, carajo! - bram el coronel, a tiempo que el capitn Ravines, hijo de
aqul, que tambin habase hecho presente en el comando del destacamento de gendarmes, extrajo
su pistola como relmpago y dispar sobre la embravecida cabecilla por tres veces consecutivas.

La india Camacha, que as se le conoca a la valerosa Casimira Huamn de Camacho,


envuelta en su propia sangre como su bandera, mrtir de su raza y mrtir del engao, rod con
mpetu, estrujndose el ensangrentado pecho. Cuenta mi madre que esta lideresa era de las ms
elegantes y recatadas campesinas de Llaucn, pues vesta costosos vestidos poblanos y calzaba
zapatos de Chota adornados con cintillos que le formaban en el empeine.

El corcel se encogi por el esfuerzo y luego se encabrit parndose en sus patas traseras.

Centenas de palos cruzaron por el aire. Una tremenda salva de piedras hendi el espacio,
sembrando el pnico en las filas de Ravines.

- Fuego al aire! -, incorporndose en los estribos de su cabalgadura, aull el coronel, a la


vez que consultaba con su reloj.

Doscientos disparos atronaron el aire amenazante. Decenas de dinamitazos retumbaron


ensordecedores al chocar en el suelo cercano al lugar donde se ubica la tropa. Los indios tiraban
diestramente con la honda arrojando los cartuchos de dinamita con su gua ya encendida. Se vio
caer a un gendarme sin haber tenido tiempo para hacer la segunda descarga.

- Circu, circu, circu! -, avanzaron gritando los llaucanos y ejecutando una maniobra
envolvente alrededor de la tropa. Miles de piedras volvieron a hender los aires.

- Fuego al bultoooo! -, trono nuevamente el prefecto.

La respuesta inmediata fue dada por dos decenas de indios que quedaron tendidos en la
pampa, entre muertos, heridos y agonizantes.

Sin embargo, de las bajas en las huestes de la indiada, comenz a generalizarse la pelea.
Varias decenas de indios volvan a caer sin vida. Siete soldados quedaron heridos levemente en
esta primera refriega.

La tropa volvi a cargar sus fusiles y dispar por tercera vez a bocajarro. Cinco decenas
de legtimos llaucanos murieron instantneamente.

Otra descarga ms, y ochenta indios cayeron inertes bocabajo. Conforme arreciaban las
oleadas de nuevos llaucanos eran barridos por las balas carniceras. Ya el desbande no se hizo
esperar en las filas de los indgenas. Atropellndose huan en distintas direcciones y la
gendarmera disparaba sobreseguro. Gritos, lamentos, maldiciones y blasfemias oanse por
doquier; manchones de sangre se advertan en los caminos y el llanto rein en casi todos los
bohos.

Media hora haba durado la desigual batalla, treinta minutos de infierno, de plomo y de
sangre, pero fue tiempo ms que suficiente para que dejaran esta vida llena de pellejeras tres
centenares de indios. Doscientos infortunados llaucanos perecieron, ms tarde, despus que el
seor prefecto orden despiadada, cruel y tenaz persecucin. Los infelices indgenas eran cazados
como fieras en las chacras, por los caminos, en los montes, en sus propios y precarios bohos
traspasados a bayonetazos.
La indiada de Llaucn, mrtir de la felona, del engao, de la envidia y del rencor de
personas ajenas a ella, apenas pudo sepultar sus muertos bajo el terror de la persecucin. Ingente
montn de carne humana se haba formado a escasos metros de la tropa en la pampa de Llaucn.

Durante aos no se habl sino de esta injusta hecatombe. Los adversarios polticos de
Benel haban logrado uno de sus ms caros objetivos. No se trataba de una lucha o reivindicacin
agraria no! Se trat simplemente de atajar a Benel a fin de que no tomara el fundo que lo haba
ganado en limpia puja o remate, sin influencia poltica, como su contrincante. Pero la humanidad
tiene frgil memoria y ahora parece que se piensa y se grita a voz en cuello que aquella guerra fue
un lo entre los indgenas reivindicacionistas de su patrimonio agrario usurpado y un gamonal que
mantena a millares de nativos bajo una rgida explotacin colonial. La parcelacin y venta de
lotes del referido fundo es ahora un hecho consumado, gracias a la prdica perenne y salvadora
de otros dos luchadores llaucanos: Lorenzo Guadaa y Andrs Avelino Mondragn.

El nico soldado que cay en la accin, el cajamarquino Zurita, vctima de una certera
pedrada, fue sepultado con categora de hroe, esto es, con todos los honores que se estilan para
tales acontecimientos.

Benel y Vigil, bajo la presin y el consejo de prudentes amigos de Bambamarca, no


estuvieron presentes en la masacre de Llaucn. Tampoco se encontr Edilberto Prado, conductor
del anexo Gochadn, que haba ofrecido a Benel un muy amplio apoyo y an gente armada. Un
pequeo grupo de chotanos, Julio y Manuel Cadenillas, as como otras cuatro o cinco personas
amigas de Benel, al or el ruido atronador de la batalla, voltearon riendas y picaron espuelas desde
la bajada de Las Huangas, antes de cruzar el Pomagn.

Los cnicos bandidos Ramos, brillaron por su ausencia tambin. Seguramente atnitos y
aterrados escucharon la noticia que Benel andaba por Bambamarca. Ello, no obstante, durante su
permanencia en los llanos, florestas y macizos de Llaucn, los hermanos Ramos se dedicaron
exclusivamente al latrocinio. Convirtieron a esa hermosa tierra en sitio de asaltos, muertes y
despojos. Fueron famosos la destruccin de sembraduras, incendio, saqueo y robo de diversos
ganados que sufri Aurelio Acua, amigo de Benel en su arriendo de El Enterrador.

LAS PIEDRAS GORDAS

Aquella tarde Carlos Vigil se encontraba sentado sobre el pasamano de la barandilla del
corredor de la casa hacienda. Las luces comenzaron a encenderse una a una. El Cholo Ezequiel,
de turno como samanero, pegaba fuego a las mechas de las linternas. La cocinera Dominga taa
la vieja campana del fundo avisando llegada la hora de comer.
En ese instante apareci, viniendo del comedor, pesarosa y denotando gran contrariedad,
la duea de la casa, envuelta en su amplio delantal con letras bordadas, dirigindose a Carlos
Vigil:

- Carlos Maana debe regresar Eleodoro, de Bambamarca y s que los cholos Ramos
se estn aprestando para salirle al encuentro. Me temo que le vaya a suceder algo.

- No tema nada, seora-, replic confiado - Don Eleodoro sabe defenderse solo de toda la
cholera junta. Es lgico.

- Tengo detalles que los acabo de recibir, que se han reunido ms de veinte hombres para
asaltar a Benel en la jalca. Cuados, hijos, sobrinos, entenados y amigos han tenido asamblea hoy,
a las diez y media ms o menos, en cierto sitio donde divergen Los Dos Caminos; y esperan el
da de maana para completar su tarea.

Si en algo pueda servirla, seora, no tiene Ud. ms que ordenar. Estoy a su disposicin y
recaudo completamente.

- Eso es los que en justicia quera, Carlos... Escoja la mejor gente que Ud. conozca. Tomen
todo el armamento y municin que crean conveniente y que enseguida maten dos carneros para
el fiambre. Usted encrguese de abrir la tienda y habilite a las cocineras el arroz, la sal, el aj y
todo lo necesario. Lleven unas cuantas botellas de caazo para el fro y monte Ud. en el alazn, y
los que tengan en que ir, que vayan a caballo, sino a pie. La jalca est cerca.

- Bien, seora. As se har. - Frotndose las manos. Vigil llam - China Olinda!
Olinda... Samaneeeraaa!

- Qu diste, o Carlitos?!, apareci casi gritando por la puerta del comedor Olinda
Mondragn con su blusa rosa, ornada de grecas y blondas coloreadas, llevando polleras granate
de amplio vuelo.

- La campana, toca la campana fuerte, para que se renan los arrendadores!

Tan tan tan ... Talaln talan talalaaaaaaannn, dej escuchar el esquiln su penetrante
taido. Los arrendadores fueron reunindose en aquel atardecer ventoso, en el patio de la casa,
unos tras otros hasta completar sesenta.

Cuchicheaban unos chacchando su coca; producan ruido ensordecedor, otros charlando


y riendo con sonoridad. As transcurrieron treinta minutos.

- Bueno, caballeretes... Al grano! -, comenz a perorar Carlos Vigil con gesto sincero
encaramado sobre un banquito en el corredor de la casa.
- Los he hecho reunir aqu y a estas horas para salir maana de madrugada al encuentro
de don Eleodoro que viene de Bambamarca Sabemos de buenas fuentes de informacin que
los Ramos capitaneados por el Raymundo, estn aprestndose, porque quieren cazar a nuestro
jefe, principal y amigo, arriba en las jalcas. Quiero voluntarios! Nadie se va obligado! ... Me
entienden, y que conste? A ver! - tron don Carlos lanzando el fuego de su mirada a toda la gente
concentrada. - Quin?

Quienes quieren ir?

Yo. Yo. Yoo. Yo tambin voy. Yo quiero ir. Yoo. Se oy decir a un caudaloso torrente
de voces.

Bien. As me gusta! - Por las mejillas del emocionado y antiguo servidor de La Samana
rodaron un par de gruesas lgrimas - No hay caso, los cholos adoran a Benel! -, se dijo.

- Voy a tener que escoger! No todos pueden ir sino, quin hace los trabajos del campo!...
A ver, t cholito, ven ac... Asenjo, Csar, ac. - El hombre se adelant dos pasos con el poncho
terciado al hombro, y exclamando con alegra: - All voy!

- Otro Asenjo ms. Otro ms... T, Roncal Mego, t Rmulo Galarreta, t Manuel Torres,
Jos Silva, Juan Requejo, Santos Mondragn... Tuco Vera, t -. Y as sigui escogiendo valientes
hasta completar veinte.

- Formen fila, y al armero a recibir cada cual su carabina!... A las ocho de la noche todo
el mundo a la puerta de la cocina con sus platos y su respectivo talego o alforja para recibir el
fiambre!... Maana a las cinco de la madrugada, saldremos a esperar a don Eleodoro en Las
Piedras Gordas Entendido?!... Los Ramos son cuarentones, pero tienen ochenta aos para el
delito Mucho ojo!

Todo se hizo conforme orden Vigil.

Los dems se retiraron casi ofendidos y protestando por haber sido rechazados,
prcticamente, en su oferta de integrar la tropilla.

Terminada la comida circul el aguardiente de la regin con generosa liberalidad. La


conversacin gir ora sobre vacas que haban tenido dificultad en su paricin, ora sobre bravos
toros que lograron romper las alambradas, ora sobre la eleccin de las semillas de los zarcos
maces, ora sobre si la luna, por su figura, anunciaba tiempos pluviosos o sequizos.

Aquella noche, se vean los peludos contornos de los montculos cercanos al patio,
cubiertos de yerba, alzarse como fantasmas

La luna redonda y pequea luca en lo alto entre las inmviles nubes. Un hombre que
chacchaba alegremente su coca, haca chasquear los labios de rato en rato. A la luz rojiza de una
fogata encendida que expeda una columna de humo blanquecino, se sentaban estticos otros
voluntarios.

El tuco Vera con reluciente cachete, lleno de saliva y de hojas de coca machacadas,
exclam con risita burlona, golpeando el calabazo contra la ua de su pulgar izquierdo: - Dulce
est mi coca. Dejuro que maana nos va bien, hombres... Est armando de lo lindo.

- Yo, dem.

- Yo tambin lo siento dulce -, exclamaron juntos, otros arrendadores,

Al fin de cuentas, a todos les fue bien en esa jornada. Todos salieron ilesos. No hubo
siquiera un rasguo que lamentar.

Recin lleg la madrugada. Haba sido larga la espera, ya que los samaninos,
acostumbrados como estaban, despertaron muy temprano y comenzaron a hablar en voz alta,

Csar Asenjo trajo el alazn en que montara don Carlos y lo ensill. Igual hicieron
aquellos voluntarios que posean cabalgaduras.

- Ms seguro y ms mejor se va uno a pata -, interrumpi un hombre joven con cara


rosadita y negras patillas, acariciando tiernamente su fusil.

-Y dejuro - exclamaron con solemnidad cuatro de la tropa.

Apareci entre el claroscuro de la madrugada Carlos Vigil, tocado con sombrero de


anchas alas de paja palma, calzando recias botas de cuero, y una pistola muser enfundada,
pendiente del cinturn.

- Buenas, o Carlos -, saludaron todos los voluntarios al igual que los escolares saludan
la entrada de su maestro en el aula de clase.

- Listos?! -, pregunt.

- Falta el caldo, o Carlitos. Horita est! - dijeron a coro varios hombres. Les esperaba
un humeante plato del sabroso caldo verde de fragantes chamcas, cuajada y huevos, que haba
mandado preparar exprofeso, Carlos Vigil.

- Listos?! - pregunt nuevamente, cuando todos estaban reunidos.

- S! - respondieron.

- Bueno! ... Adelante, pues!

Levantando una tempestad de polvo, se perdieron los voluntarios formados en columna


de a dos, seguidos de los que montaban a caballo, por el ltimo recodo del camino que muestra
su rostro arenoso.
Tras una media hora de trepar la pendiente de tierras arcillosas y coloreadas, Vigil orden
silencio, ya que el ruido poda delatar la presencia de los expedicionarios.

De momento en momento, el jefe de la partida secaba su frente sudorosa y oteaba laderas,


cerros, hondonadas y cresteras. As continuaron la marcha durante dos horas febriles entre el
verde primaveral de la vegetacin.

Parado sobre una rugosa piedra piramidal, un viejo arrendador tocado de sombrero grande
y con pantaln negro de dril, remangado hasta media pierna, avis a Vigil. - Ya estamos en Las
Piedras Gordas! ... Aishito nom est!

Efectivamente, los campesinos saben apreciar muy bien las distancias, de acuerdo a su
recia complexin y naturaleza. Faltaba para llegar al sitio que haba sealado poco ms de una
hora de caminata.

Al coronar las punas de Piedras Gordas, Carlos Vigil sofren con violencia su brioso
alazn y luego de describir un semicrculo, descabalg veloz. Comenzaba a nublar, pero no eran
nubes de aguacero, y a corta distancia se oy el retumbar de la tronada.

- Aqu vamos a acampar! - grit el jefe de los voluntarios - Todos a despachar sus
fiambres, menos cuatro, A ver, Eulogio, colcate all! - y seal hacia el norte, un pequeo
arbusto jalquino retorcido.

All, t Rmulo! - era una gran roca revestida de musgos, que quedaba al sur, - All, t
Asenjo! haba all una hondonada cerca a un lagunajo, hacia el oeste. - T, Mego, all en aquella
lomita!, eminencia gris erizada de ichu y otros yuyos situada al este.

Los improvisados vigas, carabina en mano, ocuparon sus respectivos emplazamientos.


Salta a la vista que todos eran puntos estratgicos.

Las cresteras de las Punas, de Piedras Gordas, descienden insensiblemente hasta formar
un ancho pajonal, donde como nico regalo de Dios, dominan las pajas bravas y las escorzoneras.

Profundo silencio impera en ellas. Ligeros golpecitos de las cucharas al entrechocar con
los platos de fierro aporcelanado en que coman con fe, interrumpan la quietud.

Gruesos nubarrones volvieron terrible y ennegrecieron el suelo, y la niebla cerr por


completo el desolado paraje.

Las Piedras Gordas, enormes rocas esferoidales, eran apenas visibles a causa de la niebla.
Soplaba del este un frgido viento que silba entre las pajas, amenazando tormenta.
Vigil termin de comer su carne mechada, las tortillas, el arroz y las papas fras;
humedeci los labios con un largo sorbo de Jerez a pico de botella y fuese a remplazar al vigilante
del hondn del costado oeste.

Sentse sobre una roca que circundaban las pajas, mirando el camino que zigzaguea all
abajo con direccin a Bambamarca, y encendi un cigarro casero. De muy lejos lleg el
amenazador ladrido de un perrito jalquino.

-All estn los Ramos - dijo pensativo Vigil. - Tuco Vera! ... Tuuucooo! Ven ac! -,
llam sin hacer ruido para no atraer la atencin.

Corriendo se apareci el Juan Vera y recibi instrucciones precisas del jefe de la


expedicin.

Haba pasado largos minutos de espera, escuchando las quejas de viento, cuando de
repente vio aparecer a los bandidos silenciosos y despreocupados, en nmero de quince y a una
distancia de trescientos metros.

Los hombres de la Samana atrincherados con anticipacin, estaban fuertes en sus


emplazamientos.

Una corazonada tuvo el bandolero Raymundo, y en breve consejillo, acord con sus
hermanos, caminar con mucha precaucin por la planicie, sobre un trecho poco atrayente de
tierras amarillas y maleza.

Vigil los esper silenciosamente hasta tenerlos a tiro y luego orden con clera
incontenible: - Bala, bala a los cholos Ramos! Hasta por el lado de montar, cholitos! -. Una recia
descarga de los samaninos, despach a mejor vida a tres bandoleros del grupo de los Ramos,
sorprendindolos casi con las manos cruzadas.

El Pancho Ramos, bajo el apremio de la circunstancia, orden a su gente de un grito, -


Al suelo!, El que est ah no es Benel, es el chotano, el chotano Vigil! Le conozco la voz!... A
tumbar a ese espantajo!

Una segunda descarga arranc el sombrero al jefe de la pandilla, el bandolero Raymundo.


Y otra del lado contrario, agujere la copa del sombrerazo al seor Vigil.

El bando de los ramos reaccionando con violencia empez el baleo terrible. Los chispazos
de las explosiones entre la niebla se mezclaban con los gritos y quejidos. Quince minutos dur en
total, empero como los salteadores haban sido sorprendidos en el raso y los samaninos estaban
al acecho en los roquedales de Piedra Gordas, aquellos comenzaron a ceder terreno, para terminar
en vergonzosa fuga.
- Delen parejo! Delen ms a esos cholos truhanes! -, gritaba Vigil disparando su pistola
y parapetado tras la roca desde la cual avist al enemigo. En el camino, los Ramos se rehicieron.
Haban dejado tres bajas en la Pampa de Piedras Gordas y ahora se las tenan que entender para
cargar cuatro heridos graves de entre sus huestes.

Cabizbajos y echando un mil y tres maldiciones contra Vigil, los Ramos tomaron el
camino de El Picacho.

Benel acababa de coronar El Picacho, rumbo a su fundo, y descenda tranquilamente el


zigzag del camino acompaado por su amigo don Aurelio, administrador del bazar que aqul tena
en Bambamarca.

- Saque Ud. mi don Lelo, su coac. El que lleva Ud. en la alforja y bebamos un trago.
Aunque yo soy de poco beber, pero este friecito me ha hecho desear. As se hizo, Acua sabore
hasta tres, que los prob deliciosos con el fro.

- Creo conveniente que de aqu noms se regrese a Bambamarca. Yo ya estoy cerca de


mi casa, y don Carlos, seguramente, que me debe estar aguardando con gente en la mitad del
camino. Ambos jinetes descabalgaron hablando de cosas sin importancia. Se encontraban en el
pajonal de Piedras Gordas, en su extremo sur. El viejo Acua psose arreglar la cincha de su
cabalgadura y tras breve silencio, dirigiendo una mirada cautelosa en direccin a los nublados
roquedales, se apresur a decir:

- Oigo tiroteo, don Eleodoro... Si, baleo continu aguzando el odo.

- Qu va, y por dnde?

- Por all parece, dijo sealando al noroeste.

- Ah, ese es Carlos Vigil!. Y debe estar en apuros. Seguramente lo han atracado los
Ramos. Lo que es a m me tienen jurapado.

Benel desat el rifle que llevaba a la grupa de su mulo, revis la cacerina y la retuvo
algunos instantes en la mano derecha.

De modo que dentro de breves minutos los tendremos a los cholos a la vista? - pregunt.

-No sera raro, don Eleodoro.

El silencio se impuso nuevamente despus de la refriega. Pasado algn tiempo, Benel


haciendo visera con la mano, mir la fila por un hueco de la niebla. Se cal los prismticos y
exclam - All va! ... El cholo Pancho adelante, adelante, se va cojeando. Despus va el cholo
Domingo. El Raymundo, tercero... y el Ramn al ltimo, en el grupo de adelante... Ms atracito,
vienen, el cholo Nico y cuatro ms que no los distingo bien. Deben ser nuevos en la banda...
Ahhhh! esprese, esprese: uno de ellos parece el Dionisio Ventura. - Marchaban ayudndose
mutuamente por una comiza paralela a la fila azotada por fuertes rachas de viento.

Benel calcul distancias. Calibr su alza. Apunt con cuidado y pum! hizo rodar hacia
el llano, al primer disparo a un hombre pequeito, que se vena ovillando como cuarenta metros
en la pendiente hmeda y resbaladiza del talud.

- Ya cay el cholo Domingo! Ojal que te quedes dormido para siempre diablo tataco!
Haz fregado mucho la paciencia! - Y sigui disparando imperturbable.

Los caballos relinchaban inquietos piafando.

Al ver rodar a su hermano, los bandidos Ramos desaparecieron en veloz carrera, como
perseguidos por el mismo Satn, unos por las crestas o la fila y un grupo pequeo por El Picacho,
cerca a donde pasa el camino a Bambamarca.

Benel rise fuertemente, y de esto se contagi don Aurelio, cuando vieron levantarse
apenas y frotndose un brazo, al que crean difunto, y echar a correr.

- Ah, cholo bribonazo, suerte haz tenido hoy da! Qu si no, huummm, te ibas a freir
monos en cacerola de palo!

Domingo Ramos, haba sentido solamente al plomo morderle el poncho, y tal era la jinda
que profesaba a Benel y a su endiablada puntera, que rod veloz por la pendiente.

Acua tuvo que regresar solo, a cuestas con su miedo de encontrar a los bandoleros que
an bagabundeaban en nmero de ocho, y con su mancarrn que, para colmo de males, se ech
de cansancio en la fragosa cuesta de El Picacho.

Tras duro caminar y arreando su jamelgo, lleg a la Conga de Muya, echando maldiciones
contra sus amigos que no le haban acompaado, lugar aquel en que les encontr charlando,
fumando plcidamente y riendo.

General fue la risotada cuando stos vieron aparecer asustado, a pie y hambriento a don
Aurelio.

- Gallinas de porquera cobardes, de que se ren?... Se ve que no han querido acompaar


a Benel, porque ustedes son amigos de los Ramos y saban del asalto.

Recuerdas, t, Lorenzo Guerrero, que ibas a entregar, un domingo pasado a Benel a los
Ramos? Recuerdas que los tenas acuartelados en tu casa, dndoles de beber aguardiente y
azuzndolos? No es cierto? Responde como hombre! - Refunfuo con ira don Aurelio, para
luego continuar: - Pues, sepan que ha habido refriega con esos malhechores, de Carlos Vigil,
primero, y despus con don Eleodoro.
- Cuando vemos algo que parece podrido Por qu no indignarnos? -, arguy
pausadamente Jos Flix Novoa.

Guerrero frunci el ceo ante las frases condenatorias del recin llegado. Hernndez
demostr una absoluta falta d inters de aquellas.

- No es cierto, Aurelio! -, dijo Eloy Lpez -, al menos en que a m respecta. No s si


pasar lo mismo con Lorenzo Guerrero y con Juan Hernndez!... No s. Ah estn ellos, que se
sinceren.

Los ltimos nombrados permanecieron con la cabeza gacha y en profundo silencio.

- Ojal, Benel, llegue a saber la jugarreta que le estn haciendo, para que les aplaste como
a ratas!... Montones de basura!

ASALTO EN BAMBAMARCA

El da domingo, la Plaza de Bambamarca era un hervidero de gente.

All se renen, como hasta hoy lo hace, todos o la mayora de los campesinos de los
alrededores, para vender sus productos agrcolas, ganados, aves o manufacturas caseras tales
como sombreros, reatas, sogas, monturas, jatos, bombos y tambores, quenas y flautas, amn de
esculturas regionales labradas a golpe de cuchillo; cuanta para adquirir variadas telas, la sal,
anilinas para la tincin de sus tejidos, pan, bizcochos, coca, caazo, chicha y otros productos as
nacionales as extranjeros.

All se escuchan rsticos, pero interesantsimos dilogos; saludos cordiales y a brazos


alborozados; vnse por doquiera callosas manos de trabajadores y a las cholas lindas engalanadas
con sus mejores vestimentas; variadsimas, formas y colores de blusas adornadas con blondas y
grecas; amplsimas polleras o fondos tejidos de lana gruesa o castilla azules, rojos o granates. La
elegancia de la chola bambamarquina y su riqueza, se mide por el nmero y estado de las polleras
que la enfundan los domingos. Se ven innmeros chales de bayeta multicolores y profusin de
paolones azules con flecos que usan las ms adineradas campesinas.

Entre bromas, burlas y no pocas violencias en el lenguaje se traman y se finiquitan los


negocios. El dinero corre como el Maran en tiempo de riada.

Se observa por doquier robustos sujetos, sencillos y buenos, feas y hermossimas cholas,
menudean los los de beodos, y tambin no faltan sujetos maliciosos, traidores, villanos, vagos y
ladrones, as como los siseros arranchadores.

Don Aurelio despus de or su misa dominical de la siete, abri el bazar y comenz a


despachar al numeroso pblico en su mayora campesinos que se congregaban en el
espacioso establecimiento que corresponde hoy a la tienda grande de la familia Hoyos Salazar,
hijas de Don Ezequiel Hoyos, a quien no conocimos.

Estaba muy ocupado, ya en avanzadas horas de la tarde, para percatarse de la entrada al


almacn de los malandrines Domingo y Raymundo Ramos, lo cuales daga en mano y machete al
cinto, se aduearon de las dos puertas de acceso, mientras que Ramn, Pancho y el Nico, as como
otros acompaantes portadores de sendos puales se colocaban en la calle, protegiendo la accin
de los anteriores.

Acua no sin alarmarse, les dirigi una mirada de desdn a la vez que el bandolero
Raymundo gritaba con voz aguardentosa:

- Naides se mueve, car... so pena de la vida!

- Con tu borrachera a otra parte, cholo miserable! Aqu no te has emborrachado! -,


replic sereno don Aurelio.

- Hemos venido arreglar cuentas con Carlos Vigil, que ha estao vanaglorindose que nos
ha correteyao como unos gualmishcos en las Piedras Gordas! Ondest?, prontito, pa que nos
aclare en nuestras propias majomas.! Daao, atatay!

- Los Vigil son de Chota!... Y bien que lo sabes, sino no lo buscaras aqu, zamarro! Y
si estuviese Qu hay?! Lo que pasa con Vigil, va tambin conmigo! Es mi casa, indio ladrn!

Los malhechores avanzaron resueltos, encendidos los nimos por las libaciones izando
las dagas por encima de sus cabezas, decididos a victimar a don Aurelio.

- Alto, cholos asesinos! -, tron intempestivamente la joven Margot, esposa de Vigil, que
apareci por un rincn de la tienda empuando reluciente carabina y un revlver 38 que pas con
rapidez a don Aurelio.

- To, to, coja Ud. to y hgase respetar!

- Qu se han credo estos cholos grajientos! -, apareci tronando por otro ngulo doa
Hermelinda, esposa de Acua, pistola en mano, enfilando el can hacia adelante, con el dedo en
el disparador y un gesto de resolucin. - Atrs, afuera! - grit desaforadamente.

La apertura sorpresiva de tres frentes consecutivos, fue atroz para los asaltantes. La
desmoralizacin cundi instantneamente en los jefes de la banda. Los Ramos que pretendieron
encontrar solo a don Aurelio, se vieron de pronto acorralados y con la gente que se arremolinaba
en la Plaza en torno a los asaltantes.

- Los Ramos, los Ramos... han venido a matar a don Aurelio y a don Carlos Vigil! -,
decan las gentes amenazadoras.
El jefe de los bandidos baj el brazo. Hizo lo propio su hermano. Estaban plidos y
desencajados, jams haban encontrado tal decisin. Menos en mujeres! Ni se haban visto tan
cerca de la muerte, cara a cara, como en aquella oportunidad.

l gritero de la chiquillada y el zumbido retador de las gentes arreci.

- Atrs, afuera, afuera! seguan gritando irritadas las mujeres con los caones de sus
armas en las proximidades de la nariz de los cuatreros, Aqu las cosas, apareci don Carmen
Tantalen, llamado El Manco, carabina en mano, y dispuesto a ayudar a su vecino: - Toma,
Aurelio defindete... Voy a armarme a mi casa. Luego vendr para actuar juntos!

El gento renov sus chillidos espantosos en la Plaza, en torno a los bandoleros,


Raymundo y Domingo se precipitaron bulliciosamente hacia afuera, huyendo en vergonzosa
escapada.

Dos mujeres de temple, haban puesto en fuga a una banda de siete redomados galafates,
con ayuda de la multitud que respetaba al honrado y probo Acua.

- Nos jodieron las mujeres! Qu vergenza, vmonos, vmonos! -, bramaba con


dificultad el cholo Pancho, jefe de la guardia exterior.

Los asaltantes corrieron despavoridos, acosados por una furiosa poblada, que no quera
ver hecho trizas al buen viejo que restauraba la iglesia junto con el celendino Valeriano Chvez
y Anaximandro Cubas, con su peculio y sus peones.

El Ramn tuvo an tiempo para plantar con fuerza su pual en la puerta del bazar, corvo
cachicuerno que qued balancendose en son de desafo.

Margarita y Hermelinda lo vieron vibrar en silencio por breves segundos, respirando con
dificultad, posedas de una fortsima emocin.

Don Aurelio cogi el pual y lo arroj con redoblada impaciencia a la bulliciosa acequia
que corre delante del comercio, indiferente a todo lo que ocurri ese da.

- Merecen una copa para serenar los nervios! -, exclam indignado el viejo Acua, - No
dude ni un instante de ustedes! Gracias don Carmen, es Ud. amigo dijo por todo comentario.

Cuando Margot retorn al domicilio particular de su to, ste la envi a la modista, Hayde
Verstegui, con el mejor corte parisiense, que tena en el bazar. Bien se lo mereca.

La historia nos ha revelado que la intervencin de las mujeres suele ser indiscutible,
indiscutida e indispensable en muchos actos de la vida del hombre. Nos guan y nos atormentan,
son ngeles, pero a veces tambin demonios. Las mujeres juegan a las muecas y asimismo a la
guerra, son irresolutas, pero en oportunidades actan con incomparable valenta.
ATAQUE A LA SAMANA

En cierto modo, la venganza de los Ramos tena su razn. Haban sido desarraigados de
sus bohos por la violencia, y eso... bueno, eso tiene su precio.

El agente destacado por los bandidos, un carpintero yanacanchino, Manuel Goicochea,


en un abrir y cerrar de ojos, se vio haciendo compras en el tambo de Benel, en el corazn de la
casa hacienda La Samana.

El carpintero obtuvo datos olvidados que tenan mucha importancia. Repas todos los
compartimientos del fundo, con el semblante plido y emocionado, lleno de creciente angustia,
porque de ser descubierto no contaba el cuento! Media hora de faena y estaba listo para elevar el
parte.

-Todo lo que quera saber ya lo tengo en la mollera... No hay nada ms que sumar! dijo
en voz baja el comisionado que los Ramos destacaron a observar la casa de Benel. - Tenemos
todas las de ganar... Ahora rendir cuentas a mis compaeros, - finaliz con cierta alegra.

Raymundo al escuchar el informe oral de su cofrade, asenta con movimientos de cabeza


cada detalle enumerado: Cierto. - Cierto -, mascullaba.

-Eso es todo finaliz diciendo el enviado Goicochea.

La noche tenebrosa impeda ver los objetos a una cuarta de distancia.

- Al amanecer, debemos tener too preparao! - apunt violento el Raymundo. - Si alguien


tiene que reparar cualquier cosa que lo diga hoy mesmito -, y continu- Maana ya no hay ade
que hacer! ... Ustedes saben que el viejo Benel es un leyn muy avisao, y si nos pilla en descuido
joderse!

Presto, el cholo Domingo, cuchiche con otros componentes de la banda. Estos esperaban
cumplir lo ordenado al amanecer del da siguiente.

-Los que no quieran ir... Que vayan pa sus casas Es materia slo de machos! - expres
con fuerte voz el pequeo Domingo, el menos alto de los Ramos. - Mucho cuidao que el viejo
Benel es muy fregao!

Eran las seis de la maana del da veintinueve de noviembre de mil novecientos diecisiete,
cuando se produjo el asalto a la Samana.

Los Ramos haban esperado esa hora, como cuando el condenado a muerte espera el
pelotn de fusilamiento.
Pero estaban decididos al ataque. Saban los riesgos que conllevaba, y no haba ya nada
que discutir.

Los preliminares de este ataque - afirma Segundo Benel - fueron planeados el 21 de


noviembre, da de fiesta, cuando la frata de los Ramos se encontraba en alegre francachela en la
casa del pequeo fundo Lidcn, durante la festividad de la Patrona de la minscula hacienda. Los
Burga Guerrero, propietarios de la misma, haban declarado su enemistad ante los reiterados
reclamos de Benel, puesto que all, en ese predio, fueron asesinados despus de propinrseles una
recia e inmisericorde paliza dos sobrinos de sta: Eulogio y Rmulo Galarreta. Centenas de
despiadados garrotazos, convirtieron despus de algunos minutos de vapuleo, en masa
sanguinolenta e informe a esto dos familiares de Benel.

El da veintiocho cerca del anochecer, cuando se escondan en el horizonte los ltimos


rayos del sol; lenta y silenciosamente descabalgaron en el patio de la hacienda, dos hombres
embozados en sendos ponchos habanos con sus rostros moreteados por el fro de la puna, haciendo
tintinear las roncadoras en el suelo apisonado.

Los ladridos insistentes del Otelo, del Roldn y del Huscar, perros samaninos que
revolotean inquietos, avisaron a los dueos la presencia de huspedes.

Las muchachas, arreglndose el cabello, precipitadamente salieron a observar a los recin


llegados.

- Vaya un chasco! Ja ja ja - carraspe Lucila, carcajendose. Crea que eran mozuelos y


son dos viejos! - afirm, - Pap pap... Don Herminio Segura y don Eladio Estela, de Hualgayoc!
- El chischs de las espuelas atronaba los ladrillos de las veredas de la casa.

gil, levantndose el viejo Benel de su asiento, salud a los recin llegados. Orden,
luego a las cocineras preparar una merienda especial en honor de los visitantes, que la saborearon
momentos ms tarde. Una hora transcurri en la cena.

-Vamos, muchachos... Demos gracias a Dios por habernos permitido la vida y el pan el
da de hoy -, apunt el dueo de la casa, elevndose bulliciosamente de su asiento. - Don Herminio
continu rascndose la barbilla, quiero charlar mucho con Ud. Venga, vmonos a mi
despacho.

Largas horas conversaron all, y de diferentes tpicos. Se tocaron an asuntos de poltica,


a los cuales era tan adicto Benel, ya que sus votos pesaban en las elecciones, de su provincia. El
hacendado se declar tenaz opositor a todo rgimen antidemocrtico, aquella noche.

Adujo argumentaciones largas y convincentes, ms no lograba coincidir en los juicios con


su interlocutor, el que saba aprovechar el tiempo chacchando febrilmente su coca.
Segura era el defensor de pleitos de Benel, con oficina bien montada en Hualgayoc.

Mientras, en el saln de los pisos altos, Estela se distraa con las chicas en el juego de la
brisca. La tertulia fue larga. Se desarroll entre bocados de dulces y copas de suaves licores.
Rodeando la mesa, se contaban sus cosas lanzando exclamaciones y riendo.

Benel tuvo que dar por finalizada la charla con Segura dieron ya la una de la
madrugada y se dirigi al saln donde estaban sus hijas, a las cuales encontr an en pie,
embebidas en el juego, conversando y riendo a mandbula batiente.

- Cmo, hasta este momento en el juego?! Ya es hora que deberan estar durmiendo -,
dijo Don Eleodoro abriendo mucho los ojos - Supongo que ya arreglaron las camas de nuestros
huspedes?

-An no, pap - contest Lucila.

-Ponerse manos a la obra, hijita. Es tarde ya. Segura no ha querido salir todava... Tiene
euforia. Est entusiasmadsimo con el bolo de coca.

Lucila en compaa de dos de sus hermanas se dirigieron a los pisos bajos a cumplir con
una de las obras de misericordia.

Aquella fue la ltima noche que pasaron con vida los visitantes.

Una cocinera madrugadora llenaba su cntaro de agua en el bullicioso arroyuelo cercano


a la casa hacienda, cuando oy carreras y pasos precipitados. No sinti alarma alguna, pero s
escuch bufar a un hombre blanco, coloradote y vigoroso, de cabeza desproporcionada, con el
pelo revuelto y la cara abotagada yanacanchino de nacimiento, expresidiario y fugitivo de la crcel
de Cajamarca, con el cachete reluciente lleno de coca macerada; barbudo, vestido de dril blanco,
fusil a la mano, que, arrojando un despreciativo escupitajo, refunfu.

- Hey dentrao a mejores casas, contims este palomarcito!

Jos Villa Uriarte, que as se llamaba este temible cuatrero, haba concertado sociedad
para matar y robar con los salteadores Ramos. Militaban tambin estas filas Dionisio e Isabel
Ventura, dos hombres de rostros graves y tan malos como los Ramos; uno de los Mondrgn y
seis nativos de Llaucn. Los asaltantes eran quince en total.

An abrigada en su tibia cama, la esbelta Lucila, morena, de tipo bastante atrayente,


escuch en los alrededores de la casa hacienda un disparo. El reloj marcaba las seis de la maana,
ni un minuto ms.

Haba tenido un magnfico sueo y despertaba ahora ante una triste realidad.

- Pap, pap, has odo ese disparo? - grit a fin de que le oyese su padre.
-Si hija. Disparos... Y de fusil -, dijo el padre acrecentando su curiosidad, tal vez con un
dejo de amargura. Si hemos de sobrevivir, pens, tenemos necesariamente que luchar, tenemos
que lidiar para proteger nuestras vidas.

-Es Juan Vera. Seguro que ha tirado a los perros rabiosos que estn vagando a estas horas.
Intervino apaciguadora la esposa de Benel.

Pum!... Pum! Reforzados por el eco retumbaron otros dos disparos.

Rompiendo sbitamente el portn de la hacienda desde afuera con plomo y con


hachas los asaltantes entraron de golpe.

El cholo Raymundo y el Isabel Ventura comenzaron a correr gritando:

- Aquist el viejo, aquist el viejo! Que no escape, que no escape!

El cuerpecillo dbil, casi enano del Domingo levantaba apenas ciento cincuenta
centmetros del suelo mascull: Hoy pela el ojo!

Al ladrido de los perros se sumaron las destempladas voces y maldiciones de los


asaltantes. Las nubes plomizas ahogaban al sol del amanecer.

Los disparos arreciaron multiplicndose en los pisos bajos. El husped Estela abri la
puerta de la habitacin que le serva de dormitorio para curiosear el barullo y cay al instante
fulminado por una bala en el corazn.

Petrificado de asombro y de terror, muri en su lecho Herminio Segura. No tuvo tiempo


siquiera de colocarse el pantaln. Fragmentos de su crneo volaron a estrellarse contra la paredes
contigua a la cama.

Bruscamente estallaron cinco dinamitazos a la vez que los disparos granizan en el balcn.

- Nos asaltaron los Ramos! - se apresur a decir Benel, con aliento cortado por la
excitacin y la voz alterada en medio de la reciedumbre de las detonaciones.

Recuper la serenidad y observ por la ventana de su habitacin. Todos los asaltantes


estaban tendidos en el suelo disparando ininterrumpidamente a diestra y siniestra.

Cogi su rifle, meti una carga de cartuchos y abri puertas y ventanas. Estirndose para
ver mejor, empez a disparar.

A los pocos minutos de lucha, fue herido levemente en la rodilla. El resto de los asaltantes
se acercaban ms y ms, juntbanse con los primeros y descargaban sus armas sin cesar.

Sentndose en una silla, el viejo Benel, jadeante exclam:


- Nos liquidaron los cholos!'... Ellos son quince, estamos perdidos! Presumo que esto
va acabar muy mal! - No cabe duda que iba a empearse una lucha desigual. No estaban presentes
los hijos de Benel, y don Carlos campeaba en Cayalt como jefe de contrata.

Cllate, pap! -, orden Lucila, que a la sazn estaba ya vestida. Empu una Savage,
revis el manubrio, carg el arma y bruscamente abri una claraboya que daba a la tienda, en
circunstancias en que algunos de los asaltantes, entre ellos los cinco hermanos Ramos, se repartan
una caja de libras esterlinas a mano llena, arrojaban al suelo los paquetes de billetes a los que no
les daban importancia y lanzaban al patio las mercaderas del bazar, que pensaban llevarlas
despus de acabar con Benel.

Los Ramos disparaban rabiosamente a los altos de la tienda, cada vez que sentan pisadas
y todos gritaban al mismo tiempo.

Diez disparos seguidos de la brava mujer impusieron silencio en la tienda. Tres de los
asaltantes empezaron a correr; otro cogi resueltamente su carabina y tambin fug; un tercero
araaba con las manos el bazar apartando la mercadera, ms un nuevo rugir de las balas le hizo
emprender la retirada, abandonando el cuantioso botn desparramado por el suelo.

Catica era ya la situacin en aquel instante para los cuatreros. Pero rehicironse
nuevamente los bandidos, mientras de Eleodoro Benel era vendada la herida, y seis de aquellos
comenzaron a romper a culatazos y certeros golpes de hacha, la puertecilla que obturaba la
escalera.

Rota sta, se distribuyeron por los diferentes compartimientos, destrozando puertas y


ventanas de todos los dormitorios.

Benel, repuesto y a pesar de que las balas silbaban a su alrededor defenda con tenacidad
una puerta y su hija Lucila otra.

Aqu los hechos, el samanino Isabel Ventura, se encontraba golpeando con una hazuela
la puerta que defenda la joven Lucila. Hizo volar en astillas un cuadrado de aquella y apareci
un brazo del feroz asaltante, listo para tirar del picaporte.

Una bala diestramente dirigida atravesle el trax, destrozndole el pulmn. Haciendo


una extraa mueca de dolor y de miedo, solt la hazuela y rod ensangrentado por el piso. El
bandolero se estaba revolcando en su propia sangre. De la boca le chorreaba abundante el lquido
rojizo tratando de ahogarlo, pero no soltaba la carabina; an segua empundola con firmeza.

- Pap, ya cay uno! grit Lucila irguindose.

- Dale ms, hija. Dale ms. Dales! -, repiti automticamente.


Los compaeros de Ventura, le llevaron arrastrado y zarandendolo porque el tiempo
urga; empero, para suerte del desventurado Ventura, sobrevivi lisiado y enfermo hasta los das
de su muerte, ocurrida por estos tiempos, en los que compraba terrenos a la misma hija de Benl
que lo hiri. La gallarda Lucila haba ganado la partida en esta refriega.

El Otelo, el Roldn y el Huscar acosaban a dentelladas a los asaltantes, ladrando y


gruendo. Se sabe, que las Benel eran eximias fusileras, pues haban sido adiestradas, nada menos
que por un alfrez Durand, comisario rural de aquellos pagos donde seore Benel. Junto con su
destacamento de gendarmes cobraban sueldos y obtenan manutencin de La Samana. En el patio
los cholos se defendan a culatazos y puntapis del colmillo de los canes.

- Gua Gua Gua! - refunfuaba colrica una nenita rechoncha, hija de una de las cocineras
de la hacienda, que dorma en el terrado.

Era que la chiquilla amenazaba al terrible Jos Villa Uriarte, que, trepando por uno de los
pilares del balcn, habase encaramado en aquel lugar, muser en mano y buscaba ansiosamente
a Benel para dispararle.

Miraba vigilando por todos los sitios, con inquietud, mientras don Eleodoro abra
silenciosamente una portezuela tras de aqul.

Al percibir ruido el bandolero Uriarte se volvi con violencia, pero encontrse solamente
con un plomazo de Benel, que le hizo precipitarse hasta el suelo.

- Al diablo con este cholo carcama! - farfull Benel, - Creo que eso te ha sucedido por
andar en malas compaas! - agreg alegremente atusndose maquinalmente el bigote. - Se cay
como chipche! - explic el viejo Benel a gritos a su hija. Parece que va mejorando la situacin!

Toda desgarrada y aspirando aire profundamente, Lucila pidi un vaso de agua para
beber. Los salteadores un tanto derrotados y muy baja la moral, nerviosos, se encerraron en
algunas habitaciones de los bajos que haban ocupado. El silencio comenz a reinar.

La jaura irritada recorre afanosa los bohos de sus gentes tirndoles del poncho y les
conducan en defensa de su amo en increble demostracin de inteligencia perruna. Misael Vargas,
Rosario Vargas, los Galarretas, Juan Vera, los Cotrinas y el resto de trabajadores, armados hasta
los dientes, empezaban a rodear la casa en pos de los Ramos para exigirles obediencia y
someterles sin piedad. Aquellos no haban esperado un ataque semejante; los haban cogido
desprevenidos.

Los asaltantes enclaustrados rehuan el combate franco. Benel y su hija solos los haban
reducido ya casi al silencio. Aun as permanecieron hasta las diez de la noche, y en el cambio
intermitente de disparos, muri uno de los Cotrina.
Benel envi propios o mensajeros especiales para solicitar la presencia de la
gendarmera a Santa Cruz y Hualgayoc. Esta solamente lleg al da siguiente, cuando ya de nuevo
campeaba la paz.

La copiosa lluvia y la cerrada neblina que principiaron a caer oscureciendo el da desde


las tres de la tarde, facilitaron la evasin de los Ramos. Con dinamita abrieron una oquedad y
entremezclados con los chanchos que por casualidad haban salido aquella noche, escaparon
indemnes.

Muri valientemente en accin el gran perro Otelo, hermoso animal de negro y brillante
pelaje, pecho blanco y recias extremidades, que llegara a imponerse a limpia tarascada sobre los
canes de Bambamarca, cuando all vivi corriendo tras perrunas dulcineas. El Roldan, otro noble
y leal cnido qued gravemente herido, casi muerto en la contienda.

Los Ramos y su frata, dironse la vuelta, salieron a la llanura, y les oyeron perderse all
lejos, encima de una loma, en direccin desconocida.

PRISION Y FUGA DE BENEL

El Juez del Crimen de Cajamarca, doctor don Jos del Carmen Gallardo, con el apoyo de
cuarenta gendarmes se constituyeron en la hacienda La Samana a solicitud de Benel.

Circulaban comentarios aviesos y tendenciosos sobre la muerte de los hualgayoquinos


Segura y Estela; y era necesario para demostrar inocencia que sean los propios jueces los
que se enteren cabalmente del asunto, sobre terreno de los hechos y tras buena inspeccin ocular.

-Mi posicin es limpia y clara, seor doctor repuso agresivo Benel, a una pregunta de
doble sentido del Juez. Aqul no contaba con que la poltica deba actuar, en este caso, en su
contra.

El seor Juez esperaba que la entrevista y las primeras diligencias fuesen borrascosas.
Pero, Benel, con la conciencia limpia y con muy evidente buen humor, no perdi los estribos.

Esto exasper al Juez, quin termin insinuando la responsabilidad del hacendado en la


muerte de los de Hualgayoc.

Habl atropelladamente, haciendo una serie de acusaciones contra Benel, alzando mucho
el tono de voz, a fin de que pudieran orle todas las gentes que haban acudido a la casa hacienda
a presenciar el acto indagatorio.

Benel escuch con dolorido asombro cuando finaliz el juez decretando auto de captura.
S mordi los labios y sin replicar palabra se dej apresar en su propia casa, a sabiendas de su
inocencia, pues, todos tenan conocimiento que los verdaderos asesinos eran los de la banda de
Ramos.

Benel no quiso valerse de su fuerza. En un exceso de generosidad se dej conducir


mansamente hasta la crcel departamental de Cajamarca, cuyas rejas se cerraron tras el por largos
meses.

Castinaldo comprendi algunos das despus, que el viejo su padre, no saldra nunca de
la crcel. Lo vea con perfecta nitidez y al mismo tiempo le cegaba el cario hacia su progenitor.

Sospech algo peor; que su padre slo saldra muerto de la cautividad Cosas de la poltica
peruana de antao y de hogao!... Benel era adversario calificado del gobierno de entonces.

-Tiene miedo que mi padre le impida dirigir todo lo que cogen los de arriba deca
siempre el joven Benel.

Justicia?... No poda esperar!

Reaccionando con el ardor de los aos mozos, un buen da de aquellos, consult con su
abogado, el doctor Zaldvar, y ste le dijo que su padre slo saldra con un auto de libertad
provisional proveniente de las autoridades judiciales de Cajamarca.

Sin darse cuenta exacta de la empresa que iba a acometer, reuni un legajo de papeles con
infinidad de firmas, sellos, caligrafas, etc. y con ellos en la alforja emprendi viaje a Chiclayo.

Su lucha silenciosa dur exactamente treinta das. Su decisin se impuso rpidamente, y


al cabo de ellos, ya se encontraba en posesin de todos los sellos de las autoridades judiciales de
Cajamarca y de los de las autoridades polticas, mandados a confeccionar a fuerza de dinero en la
capital de Lambayeque, y firmaba sin ninguna diferencia apreciable igual a cinco o seis
potentados de la justicia, que presumiblemente pudiesen intervenir estampando su firma en el
auto de liberacin.

Castinaldo Benel retorn a Cajamarca ya con la orden en el bolsillo, para liberar por
cuenta suya a su padre'

Insistente versin circula en el sentido de que el seor Vigil haba tenido mucho que ver
en este delicado asunto.

Castinaldo esperaba imperturbable, en la puerta de la prisin, un poco cansado, junto con


diez o ms amigos de su padre.

Las chicas enmudecieron instantneamente, abriendo y cerrando convulsivamente las


manos. La madre vio cogerse a otra de sus hijas, llorando, de un pilar de la balaustrada.
Acercronse en silencio dos de los samaneros, agitando sus manos en el vaco. La blanca
luna se ocultaba tras el tejado de los altos de la casa, rodeada de nubes grises.

Ahora las mujeres que estaban en el patio a la dbil luz de una linterna, conversaban a
media voz, murmuraban sordamente, a veces sollozaban con violencia o gritaban, tratando de
reponerse en seguida.

-Ya llegar. Tengan paciencia... Maana estar aqu - Admiti tranquilamente la esposa
de Benel. Vamos a dormir. Es ya tarde.

Con andar pausado, unas tras otras subieron los escalones, sin producir ningn crujido y
se dirigieron a sus dormitorios.

Lucila temblaba de emocin... Su padre llegara al segundo da! Su sufrimiento trocbase


en alegra. Haca varias semanas que estaba esperando que su padre saliese de la prisin y
regresara a sus antiguas querencias.

BENEL REGRESA DE LA PRISION

Jinete en braceador tordillo, el hacendado Benel quitndose corts el sombrero y


levantndolo por sobre la calva cabeza, sofren su cabalgadura y desmont con agilidad. Tras l
aparecieron por el portn de la hacienda: Enrique Tirado, caballero en un canelo albo, trotonzuelo,
casquilargo, embozado en su poncho granate rayado de amarillo y llevando sujeta su carabina a
la grupa del caballo. Capitaneaba una guerrilla de veinte samaninos colorados, alegres y
patilludos, como todos los hombres del lugar, que arma en bandolera, hacan su entrada dando
vivas a Benel.

- Viva el patrn Eleodoro! - grit un hombre barbado y cejijunto levantando en alto el


puo derecho.

- Vivaaaa! - corearon los del grupo,

- Viva Benel!

- Vivaaaaa!

La esposa y los hijos de Benel se tropezaron unos a otros para abrazar y besar tiernamente
al recin llegado jefe de familia:

- All tienen a su padre! - No pudo articular una palabra ms, llena de emocin, doa
Domitila.

- Desde hoy en la tarde empezar nuestra vida como antes afirm orgulloso el viejo
Benel.
Haban llegado a La Samana despus de caminar da y medio por los inmensos pajonales
existentes entre el pueblo de Llapa y los predios de Benel.

BENEL RELATA SU FUGA

-Cuenta Eleodoro, cuenta Cuenta cmo fue? inquiri la esposa, cuando se encontraban
reunidos todos los familiares despus de la merienda en el saln de los pisos altos; aquella misma
donde pasaron alegres horas en el juego de la brisca con el desaparecido Estela, algunos meses
atrs.

El viejo Benel sonri ligeramente y cruzando con lentitud la pierna, repuso ajeno a todos
los alambicamientos universitarios:

- Ha pasado tanto tiempo desde aquella madrugada en que nos asaltaron los Ramos...
Recuerdan? Las chicas asintieron con un movimiento de cabeza. Pero, all va continu
tomando un aspecto de mayor seriedad.

- Les juro que yo no estaba enterado. Castinaldo, parece que Carlos en Chiclayo y mi
abogado en Cajamarca, han preparado todo, sin descuidar detalle.

Yo no les he avisado nada sobre este asunto porque era una cosa muy delicada y seria.
Pero, felizmente, todo ha salido a pedir de boca.

Ustedes saben que a raz de la muerte de Segura y de Eladio Estela, las gentes que
conmigo tienen enemistad, por un lado, los familiares de los difuntitos por otro, y los cholos
Ramos los ms interesados en que se me achaquen las muertes por aqu; y algunas otras
personillas, que cuando me temen es porque algo me deben, me acusaron a m!... A Eleodoro
Benel! de la muerte de esos caballeros, cosa en que yo no tuve que hacer... Fue muy cierto que
murieron aqu, en la casa; pero, tambin es cierto que yo no tengo mayor culpabilidad.

Los verdaderos asesinos, los nicos son los Ramos, que nos asaltaron en noviembre de
aquella vez! Recuerdan?

Total... Fui yo quin result condecorado con la hermosa medalla de la prisin, con otra
gruesa calumnia y los malhechores andaban libres por donde les viene en gana.

Bien recordarn ustedes que primero fue lo de Llaucn, despus el asalto a la casa, donde
murieron los de Hualgayoc, y luego la prisin de Eleodoro Benel. Tan bien haban urdido la res,
que yo, Eleodoro Benel, tuve que cargar con todo y dar con mis huesos en la crcel tantos meses,
tantos meses!... Y los Ramos? Ni sus polvos!... Siempre asaltando, robando y matando con
impunidad. Han visto ustedes ocurrencia igual?
Benel... No es cierto?... Tiene mucho oro. Benel tiene plata. Tiene la triste fama de ser
malo. Benel puede pagar lo que se le pida. Comanda gentes de armas. Benel as y Benel as. Tiene
comercios y tierras. Benel por aqu y Benel por all En fin, tuve que ser yo el que paga, pues,
por todo cargaba las inculpaciones... No hay caso! Esto me hace recordar aquella vieja y famosa
cancin mejicana El mundo al revs, por cuya precisa letra nos damos cuenta que hasta el preso
corre al juez Y que bien que la entonan los ninabambinos! Qu pecho, qu voz!

Lucila! dijo el viejo Benel golpeando las dos manos sobre sus muslos. - A ver si nos
preparas un cafecito ... Pero de cntaro. De esos que solo t sabes hacer, hija. Ya?

- Bueno, pap... se apresur a decir la aludida.

Anteayer continu Benel se presentaron a la puerta de la celda donde ye estaba


recluido, un gendarme que era de confianza y el alcaide, y me llamaron aparte: seor Benel, seor
Benel... Yo estaba empezando a descabezar un sueito y la llamada me despert sobresaltado.

Que desea Ud., le dije colrico. Est Ud. libre, seor Benel. Mire la autorizacin de los
jueces y el oficio de las autoridades polticas... Le vamos a extraar mucho, seor Benel Tan
bueno que ha sido Ud. con nosotros jams lo olvidaremos.

Ah, s?! le repliqu yo. A ver, a ver. Y me dispuse a leer para convencerme de la noticia.
Dos lgrimas se me escaparon, pero de alegra por mis mejillas, y me qued tranquilo.

S, seor. Aqu est. Lala, y me la mostraron. Efectivamente era una orden autntica;
exorcizada, oleada, sacramentada, firmada, fechada, decretada y con todos sus ajilimjilis
correspondientes.

En un tris tras, me vi fuera de la celda, Li mis poqusimos brtulos, hice alforjas y hasta
vernos Cristo mo!

Imagnense ustedes la alegra de Castinaldo, la de mis amigos de Cajamarca, del abogado


que me esperaban afuera, muchos de ellos, que yo no tuve otro remedio que invitarles una copa
de Cliquot.

Algunos gendarmes, pobrecitos ellos, me miraron largo rato y se despidieron con pena.

Bien prosigui el viejo su narracin con suavidad. De all luego de los abrazos,
saludos y apretones de manos, les dije: Estos actos de la vida merecen celebrarse! Dnde
podemos tomar una copa de champn?... Donde Neyra, me contestaron, Aqu noms. All
habremos estado tomando, conversando y riendo largo de media hora. Como tenamos ya los
caballos a la mano, nos despedimos de los amigos, Castinaldo y yo montamos rpidamente y
salimos al galope, casi corriendo.
Yo vea cierta preocupacin en el rostro de mi hijo Castinaldo, y supuse algo fuera de lo
comn. Estaramos cabalgando cerca de una hora, cuando avist a Enrique Tirado y a los peones
que me esperaban sentados en una travesa del cerro El Cumbe.

- Y qu les ocurri en el camino? - Interrog la seora Domitila sonriendo.

- Prcticamente nada. Todo, hasta aqu fue miel sobre hojuelas -, carraspe Benel,
encogindose de hombros Atravesamos la jalca, tan larga ella, sin ninguna novedad. Un
poquito de fro, eso s; y ya tambin entrada la noche llegamos al poblado de Llapa.

En la entrada del poblacho se nos cruz un zorro... Mal agero! dijo Eduardo Mego, pero
no pas nada felizmente.

All, en Llapa, llegu a tener la certeza, llegu a tener el firme convencimiento de que la
tal orden de libertad haba sido fraguada.

Ya me encontraba en libertad y asunto concluido finaliz con un brusco ademn.

Al segundo da nos levantamos con la aurora para venir ac y cuando bamos a montar a
caballo, se me present el gobernador, Manuel Cieza, portando entre manos dos telegramas, en
los que le ordenaban perentoriamente mi captura. Mi recaptura, dir mejor. Firmaba un doctor ni
s cuantos, su secretario, y el otro, el prefecto.

No recuerdo los nombres.

Y bien, mi amigo, qu va a hacer Ud.? le dije con serenidad. Nada, seor Benel, me
Contest. Ud. ya sabe que soy su amigo y vengo, al contrario, a ponerme a sus rdenes.
Enteramente a sus rdenes.

Gracias, Cieza. Muchas gracias, le dije Tom Ud. ya desayuno? Ya, seor don Eleodoro.
Quera solamente saludarlo y poner a disposicin de Ud. tanto mi amistad como a los dos
gendarmes, los nicos que tengo a mi mando. Quiero que acompaen a Ud. seor Benel hasta las
inmediaciones de su fundo. Gracias, don Manuel, nuevamente. No s cuanto le agradezco. Poco
puedo hacer por Ud. Esperemos que se haga justicia en la forma debida y sean castigados los
verdaderos culpables... Bien, seor Benel, le deseo muchas felicidades por su camino. Salude a la
seora y carios a sus hijos. Felicidades tambin por ac, mi querido Cieza. Ya sabe Ud., cuando
en algo pueda servirle, me tiene a su disposicin. Hasta la vista!

De un salto me puse en la silla. Lo mismo hicieron los otros y salimos montando una
zarabanda de los mil demonios... Y aqu me tienen.

Haba terminado su pocillo de caf entre sorbo y sorbo, paladendolo con delicia, minutos
ms tarde que el resto de sus familiares.
Finalizada que hubo su bebida, entreg rpidamente el depsito a su hija Lucila. Atusse
el bigote y clav la mirada en el cielo de la habitacin por algunos instantes. En su pensamiento
rememor lo pasado durante sus meses de cautividad

LOS RECUERDOS FLUYEN

Tirado en su camastro, con el pensamiento fijo en su familia y en su hogar, dndose cuenta


exacta de la gravedad y trascendencia de su prisin, escuch Benel, cmo los gendarmes con
vocero agrio y destemplado que le sac de sus cavilaciones pona tras las rejas, entre
empujones e insultos, a un ciudadano aparentemente ebrio, agitado, pero con cierta sonrisa de
satisfaccin en los labios.

Era corpulento, de buena talla, cabello grisceo, revuelto en el que relucan algunas canas,
de facciones que irradiaban simpata y de ojos claros. A la legua se vea que era de ascendencia
extranjera, es decir, tena este caballero, sus visos de europeo, raza dinrice.

Benel tuvo la impresin de haberle conocido con anterioridad, pero no sabra decir dnde.
Quiz en Chiclayo, tal vez en Pacasmayo o en Lima.

- Cachacos, cachacos! exclam limpindose el polvo de la vestimenta. El placer


que tengo es que le he dado hasta el hartazgo a ese cabito, para que otra vez se abstenga de meterse
conmigo! ahora ya sabr quin es Lucich!

Pocos ignoraban quin era tal seor. En efecto, posea buenas propiedades y cultivaba
hermosos arrozales en el valle de Jequetepeque, nada menos que en ese emporio de riqueza
llamado Tembladera, distrito de la provincia de Contumaz.

Dirigise sin mucho rodeo a la celda donde se encontraba Benel y le espet Usted
es Benel?!

A sus rdenes, seor Con quin tengo el gusto, caballero? le contest confuso y
desconcertado el detenido Benel.

Soy Germn Lucich, de Tembladera. Desde ahora amigo suyo. No es cierto?

- A la orden , repuso con aplomo su interlocutor.

Entablaron charla largamente e hicieron rpida amistad y conocimiento. Llegada la noche


Lucich solicit que le arreglaran cama en la misma celda que ocupaba Benel. El alcaide acept
gustoso; quera quedar bien con los dos magnates cajamarquinos: serrano el uno, medio costeo
el otro. Lucich haba faltado de palabras y obra a un cabo de gendarmes y tena para permanecer
en chirona, durante algn tiempecito, hasta que se agilizaran hilos, mecanismos y palancas para
conseguir su liberacin.
Valgan verdades, el tinglado de la ria lo haba armado exprofesamente, por conocer a
Benel, famoso por su riqueza, hombra, caballerosidad y por sus formidables apuestas en el juego
de la pinta.

El vallino Lucich no quedaba a la zaga. Era tambin singular apostador, casi costeo
como era; y ahora, se encontraban frente a frente dos gallos de tapada: La Samana de Hualgayoc
y Tembladera de Contumaz.

La noche cajamarquina, templada como nunca, iba arrebatando con lentitud las ltimas
luces de la tarde.

- Y bien... Como quien se entretiene, amigo Benel qu le parece si nos tomamos un


coacito?... Yo, verdaderamente, necesito por lo menos dos.

- No est mal. Aunque yo bebo poco, mi amiguito, pero tratndose de Ud., del hecho de
haberlo conocido, venga el coac.

El cielo estrellado de junio era visible apenas por, entre las rejas de la prisin.

-Oye, t, compadre. Ven ac. S buenito.

El llamado golpe fuertemente los tacos de los zapatos al colocarse delante del vallino,
reja de por medio.

-Toma, viejo, esto para ti y le alarg un billete. Y con este otro manda comprar
coac del legtimo Rpido!

-Gracias, seor. As lo har en el instante, ya que se trata de Ud. El coac lleg veloz y
desapareci tras las rejas de la celda de los detenidos. Empezaron los amigos a libar en un solo
vaso, a la criolla, uno y otro trago. Al aumentar la ingestin del licor, el bullicio iba arreciando
con no poca admiracin de los guardianes. En la puerta haban ms de dos gendarmes que los
contemplaban curiosos. Eran entusiastas admiradores de Benel. Y as pasaron muchos minutos.

Benel se paseaba elstico y firme por el estrecho calabozo, y examinaba con inters a su
compaero. Se regocijaba pensar que ya tena un colega de celda, por lo menos, con quien
intercambiar impresiones.

Lucich fumaba sin pausa un cigarrillo, con las manos en los bolsicos y una sonrisa
maliciosa en el rostro, sentado en el filo de su camastro.

-Est visto, que nada tenemos ms que hacer aqu Despus de todo, que importa! - En
estos momentos, sin saberse cmo. aparecieron en una de las manos del vallino un par de
muelas de Santa Apolonia, verdaderas obras de arte, que rodaron rpidamente sobre una
desvencijada mesilla, que yaca en el recinto, cayendo una de ellas al suelo.
- Senas! exclam alegremente Lucich y recogiendo los dados para moverlos en la
mano, dirigise a Benel, que hasta ese momento andaba distrado un poco con sus pensamientos:
- Qu le parece, amigo Benel, si armamos una timba de padre y seor mo? Digamos, as, una
pinta.

A Benel le brillaron los ojos como dos lucecitas y arrugando la nariz, asinti golpeando
el puo sobre la pequea mesa.

- Hecho!

Presto tendi poncho y mantel perfectamente doblado sobre la mesita y corrieron los
dados cubculos de hueso cuyas cifras eran bellas incrustaciones de cuerno negro con las
aristas y ngulos triedros romos, para sortear, quien deba tirar primero.

- Pinta! - refunfu Benel. - Van mil soles!

- Pagados! - espet Lucich. Al primer tiro la suerte fue para Benel, que recogi los dados
para bambolearlos en la mano...

El tiempo marchaba inexorable, alterna la suerte con uno y otro, el juego se fue atizando
y las apuestas doblando su monto. Al cabo de diez horas de intenssimo juego, no caban en la
mesilla un rimero de cosas, billetes arrugados y sucios, billeteras, restos de cigarros, objetos de
oro y plata, una pila de relucientes monedas del mismo metal y otras baratijas.

- Llano, todo lo que tenga!

- Se fue! -. La suerte se haba coludido esa noche con Germn Lucich.

Efectivamente, el vallino se llev lo ltimo que le quedaba a Benel en Cajamarca: dos


mulas patapeas de gran alzada, coloradas, con raya en la paletilla y de muy buen piso, que
estaban paciendo en un corral vecino. Redact Benel la autorizacin para su reclamo, la que dobl
cuidadosamente Lucich y guard en su billetera.

Haba perdido sin pestaear ms de mil libras esterlinas, un reloj de oro con su cadena de
eslabones cuyo peso se estim en 500 gramos de oro fino cada uno, cuatro sortijas con diamantes,
un prendedor de corbata labrado en platino con una perla fina y tan grande como un choloquillo
y las dos mulas de Ptapo.
LA MUERTE DE CASTINALDO

LA TRANSFORMACION DE BENEL

Grave revs moral sufri Benel al tener noticia del asesinato de su primognito,
Castinaldo, a la sazn administrador general de sus negocios. En l tena cifradas todas sus
esperanzas, y con justsima razn.

Benel, se encontraba en el fundo de la ceja de montaa, Silujn.

Segundo Eleodoro, al enterarse del contenido de una comunicacin fechada en La Samana


estando en Bambamarca, enarc las cejas, echse atrs el pelo revuelto, comenz aprontar alforjas
y organizar viaje a su fundo para el da siguiente.

Largas y tediosas horas emple en el camino, y como todo un veterano lleg a La Samana
al atardecer. Fue recibido cariosamente por su hermano Castinaldo, quin de sopetn y con
alegre voz le manifest ciertos deseos: - Qu tal, hermano?... Llegas bostezando.

- El camino. Es el camino tan largo y enrevesado, t lo sabes explic Segundo.

- Madre de Dios, ruega por nosotros!... Sabes, hermano, que maana es imprescindible
mi viaje a Santa Cruz. Pues, Marcial Alvarado, el alcalde, ha nominado madrina de la colocacin
de la primera piedra del parquecito de la ciudad a mam; y yo agreg rascndose el lbulo de
la oreja y sonriendo maliciosamente quiero ir a venerar y a brindarle flores a mi bienamada
Margarita... Tambin debo decirte que Enrique Caballero ha nombrado a la mam, madrina de
uno de sus hijos, de tal manera que habr fiesta, y por partida doble.

- Bien hermano. Pero qu vela tengo yo en este entierro?

- Quedarte al frente de la hacienda!

- Ya que estoy ac, me tienes a tus rdenes. Estaba de Dios que permanezca aqu, y no
hay nada ms que hablar.

Sucio por el polvo del camino se dirigi a lavarse y momentos ms tarde, apareci
portando, porque ya oscureca, un farol encendido para movilizarse al comedor.

Margarita Ugaz y Ugaz, era una de las lindas chicas cruceas [de] aquel tiempo. Sabido
es que Santa Cruz fue famosa por sus bellas, animosas y liberales mujeres, herederas de la
hermosura espaola en Cajamarca.

Llegaron los Benel, madre e hijo, en dos negros brillosos y con el apoyo de cuatro
hombres armados, alrededor de la una de la tarde a Santa Cruz, y se alojaron en la residencia de
doa Vicenta Perales, ta de los Benel.
Esa tarde, el joven Castinaldo, se pas charlando alegremente con amigos y familiares en
el lugar de su alojamiento. Tomaban caf y fumaban. Benel experimentaba vivos deseos de ver a
su novia y por ello se pas contando las horas.

A cada momento aumentaba su seguridad de que slo la vera en la noche. En realidad,


casi deseaba prolongar aquella situacin tan emocionante, pero al fin le venci el deseo de salir a
la calle.

Ofrecen un espectculo nada consolador, las calles vacas de nuestros pequeos pueblos
andinos, hoy por hoy. Es de imaginarse, el que ofrendaban hace unos treintacinco o cuarenta aos
atrs.

Vag sin rumbo algunos minutos, y para no aburrirse, apresur el paso dirigindose a la
tienda de Jos Olivera, conocido en Santa Cruz por el remoquete de Chergo. All se encontr con
el franciscano fraile y poeta, Tarcisilo Mor, y el clrigo Edmundo Guevara, prroco de Santa
Cruz y vehemente discpulo de Cupido; tambin se hallaba en la tertulia Fermn Arrascue, del
pueblo de Lajas, vecino de Santa Cruz, de rojiza faz, ancha nariz, macizo, de aire leonino e
inteligente.

Haca rato que se encontraban libando copas de un buen aguardiente cruceo. A las 7 y
media de la noche, la oscuridad fra y el cielo sin estrellas tornaban ms desiertas las calles del
poblado. Escuchronse algunos disparos, pero no les dieron mayor importancia; crean pues que
se quemaban cohetes de trueno.

- Creo que eso va acabar mal... Y aqu en Santa Cruz susurr Arrascue.

- Santa Cruz cargaba las espaldas su famita -, arguy el fraile franciscano tendiendo la
mano para despedirse.

Olivera terci en la conversacin con su voz fina y palmoteando a Castinaldo en el


hombro, se apresur a decirle:

- Hoy nos quedamos a comer aqu en la casa, por supuesto Cierto?

- Pienso que no. Ms bien, vamos a la casa de ta Vicenta, donde habr baile, dentro de
un par de horas. As es que por all mejor los espero.

La noche era cada vez ms oscura y silenciosa. Despidise de sus contertulios y con paso
reposado, casi marcando el movimiento, tom el camino del centro de la plaza, a cuya altura se
encontr con Csar Asenjo, Romn Vera y Salvador Burga Orrego, con los que, sin interferencia
alguna, se encaminaron a la casa de la novia de Castinaldo para invitarla a la fiesta.

En casa de la muchacha slo encontraron a una domstica, que en voz baja y llamando
aparte al joven Benel, le avis que Margarita se hallaba en el rezo.
Alto, quin va! Tron una voz spera, en la puerta del templo, bien protegida la cara
por el embozo y encaonando a los circunstantes con una carabina.

Lleg una rfaga de viento, mientras la oscuridad espantosa no permita ver un palmo, a
vez que Castinaldo sereno contesto:

- Yoooo, Benel... Castinaldo Benel.

- Abrirse! tron el embozado, disparando a quemarropa un proyectil que hiri de lleno


a Benel en la cadera. Exultando odio escap Juan Aguinaga, que as llam el asesino, en compaa
de otros malhechores, con las carabinas an humeantes por en medio de las gentes asustadas del
templo, que se hallaban rezando, y se perdieron por la sacrista armando gran barullo.

Benel cay tratando de empuar su revlver. Pero no tuvo tiempo. Al chocar en el


empedrado suelo con violencia, se hiri nuevamente los nudillos de la diestra que empuaba
el arma, la que con el impacto del golpe rod ms lejos an. Sus acompaantes haban huido
precipitadamente al notar que cay el joven Benel.

El fro ventarrn volvi minutos ms tarde con los acompaantes, ya armados, una vez
restablecida la calma y al encender sus cerillas contemplaron al mozo herido debatirse agnico,
materialmente imposibilitado de seguir viviendo, y as fue trasladado a casa de su ta.

Horas ms tarde fue odo en confesin y recibi los santos leos de manos del R. P Mor.
Empezaban ya a deslizarse las lgrimas de los familiares. La noche del veintisis de setiembre,
haba sido espantosa. Aquella fra oscuridad no la olvidaran nunca los amigos de Castinaldo
Benel. Fue traicionera como una serpiente, fue trgica como la muerte misma y tena las rbitas
de los ojos muy grandes y muy negras tal un ancho socavn.

COMO SE GESTARON TALES HECHOS

Era comisario del pueblo, un hombrecillo de rostro duro, ojos oblicuos y mirada fra,
Fortunato Alvarado. Aquella noche pona especial atencin en perseguir a la chiquillada que haca
ruido en la puerta de la iglesia, a fin de evitar que interrumpieran el rezo.

Haban salido a la calle a jugar un grupo de chiquilines, capitaneados por un hijo de


Anacleto Vargas, enemigo poltico del comisario, enemistad a la que se sumaban algebraicamente
ciertas rencillas tipo aldea.

Cuando el nio pasaba corriendo por la puerta de la iglesia fue cogido por el comisario y
recibi crueles latigazos, pues foete pesado emple el seor comisario, a quin le apodaban El
Chino.
Sangrando abundantemente presentse el chiquillo donde su padre, y a rengln seguido,
con lujo de detalles le narr lo sucedido.

Con estrpito, lleno de ira y embarullado, incapaz de contenerse por ms tiempo de las
provocaciones del comisario, se present donde ste y le gru: So, chino de porquera! Has
credo que te sobra autoridad para flagelar a los nios! Ahte va para que no vuelvas a perseguir
a los muchachos, que slo estn jugando! Mtete con hombres, macaco ladrn! Y sonaron tres
disparos, y el comisario rod exnime por el suelo.

- Creo que esto te basta! -, vocifer descompuesto Anacleto Vargas, mientras enfundaba
su revlver y parsimoniosamente se retir a su casa.

Recuperado del susto, el comisario comenzaba a levantarse. Las balas slo le haban
mordido, producindole leves heridas, en el dorso de la mano y en la regin pectoral, pero muy
superficialmente.

Con gesto violento incorporse en forma total y mascull con rabia:

Nadie es, sino Castinaldo Benel! -. Sonri de un modo extrao, sacudindose el polvo
de sus vestiduras y paso a paso, se dirigi a su casa a organizar el asesinato de Castinaldo Benel.

Misael Vargas, pequen, de rostro enjuto y valiente como un len, Manuel Galarreta y
el mayordomo de La Samana, Eduardo Mego, con cuarenticinco hombres armados hasta las
narices, comandados por Segundo Eleodoro Benel, penetraron a Santa Cruz al amanecer del
veintisiete de setiembre a tambor batiente.

Las gentes del pueblo se miraron un tanto asombradas. Nunca haban recibido visita
semejante. Pareca una revuelta armada.

- Miserables, infelices! refunfuaba Segundo parpadeando con ira. Por su mente se


cruzaron absurdos pensamientos, mientras sus ojos no se apartan del hermano moribundo.
Retirse silencioso y orden a sus guerrillas batida general. Los Benel, con la experiencia que
tenan de la justicia, ahora se iban a tomarla con la mano.

Esperen y vern como acaban! gritaba.

La luz del sol encandilaba cuando salieron grupos armados a patrullar las calles a golpe
de las nueve de la maana el tiroteo se hizo general y se cerraron las puertas de las casas. El herido
se revolva inquieto en su lecho al or los disparos ininterrumpidos. Segundo Benel se adue de
las calles de Santa Cruz en contados minutos, empero sus hombres reciban fuego graneado de
balcones, ventanas y techos de parte de los afiliados al bando de El Chino y sus hermanos,
Marcial, Jernimo, Leopoldo y Vctor Alvarado.
- Si ven un chino, especial atencin... Ya saben. Es la orden! Todo el que resista, acabar
con el enseguida! Fuego y fuego!

El moribundo al or en su lecho los aullidos de los hombres enfurecidos, los gritos de los
chiquillos y el retumbar de los disparos toda una recia sinfona de ruidos, traquidos de
explosiones y ayayeos que acrecentaba al repetirse su eco en las paredes de las casas, hizo
llamar a su hermano, y djole con voz ya sumamente debilitada:

- Segundo... La justicia de Dios es grande, e inexorables sus principios. Mi deseo es que


no haya nada... Sean ms ecunimes y no tomes ninguna represalia...

Retrate con la gente y dame tu palabra, Segundo Eleodoro! Promteme que habr paz!

Segundo Benel con lgrimas en los ojos obedeci la ltima voluntad de su hermano. Sin
perder tiempo dio contraorden a sus guerrillas, aunque esto le pareciera absurdo, y tom camino
a La Samana, a donde llegaron abatidos, tristes, desorientados. Un mensajero o propio, les
enter all del deceso de Castinaldo.

Manuel Galarreta tambin cay vctima del plomo de las huestes de Alvarado; cuando
cruzaba con paso firme por frente a la muelle ondulacin de una inverna.

. Castinaldo Benel junto con Manuel Galarreta recibieron cristiana sepultura en la


umbrosa capillita de la hacienda. Fuera de himnos, slo se oan sollozos y llantos, gritos y
vehementes protestas de venganza.

Grande fue la ira y desmoralizacin de don Eleodoro Benel cuando se enter del asesinato
de Castinaldo. Carg culpas a la seora, de corazn sencillo, dotada de un juicioso y claro
concepto de la vida, y a Segundo, no apareciendo por El Triunfo o La Samana durante ms de
cuarenticinco das, en los que se dedic a la pltica con la soledad, en los bosques y montaas
ardientes de Silugn.

Esta noticia hizo cambiar enormemente la personalidad de Benel. Hiertico a veces,


hablaba solo otras. Pensaba continua y fijamente en su hijo desaparecido y esper con paciencia
que las autoridades tomaran el debido inters por el asunto. Se abstuvo d castigar con mano
frrea al autor y a los instigadores, y al poco tiempo sinti un enorme desaliento.

Se le vea gesticulando y hablando consigo mismo, y sobre todo descuid


clamorosamente sus mltiples quehaceres.

- Esperar que se me haga justicia, por lo menos! Qu no suceda como en el caso de los
Ramos! o quieren guerra a muerte? - exclamaba casi a diario mesndose los pocos cabellos de
su cabeza.
Sala muy poco Eleodoro Benel. Constituy un serio problema moral y squico durante
mucho tiempo despus del asesinato de su hijo.

A la vera de su desesperacin se va advirtiendo en el ya al hombre que quiere


transformarlo todo, aunque desconfa de s mismo debido a su poca preparacin. Va adentrndose
en el terrateniente andino aquel convencimiento de que los problemas sociales y la injusticia se
agravan agudizando los contrastes que existen entre los hombres del Per; y quiz sin entender
mucho de esto, abre las alas al apostolado de su espritu generoso y paternalista discriminado
indudablemente por los de ms arriba y va tomando el hilo conductor que lo ha de guiar
hacia la ejecucin de los cambios que ha pensado.

Es cierto que lo deslumbran los ms ricos que l, pero lo emociona tambin la apremiante
necesidad de defender a los pobres; para lo cual se encuentra provisto de todas las armas,
apercibido de todas las herramientas materiales, y sin saberlo, tambin constituye el centro de
accin de todos los ciudadanos en trance de rebelda.

Los avezados polticos de aquel tiempo habanlo tentado en repetidas oportunidades


anteriormente; es entonces ahora, que se encuentra vctima de la justicia, cuando se cree obligado
a protagonizar un acontecimiento de trascendencia nacional cuyo triunfo destruya con toda su
fuerza dramtica, el abuso y la componenda, por decir lo menos.

Benel fue un hombre que cuando golpeaba puertas, de ellas brotaron guerrilleros cholos;
empero no era capaz de comprender las fuerzas actuantes de la historia. Su filosofa, seguramente,
estaba reducida a una serie de reminiscencias y aspiraciones confusas, as como sus actos seran
tal vez exclusivamente emocionales

Durante los aos de su alzamiento, en el Per todava cristalizaban en el campo poltico


los slidos planteamientos ideolgicos y definitivos programas de accin que advinieron antes de
la dcada del treinta, con la visionaria lucidez del joven Haya de la Torre a la cabeza, mal nos
pese a muchos de nosotros, peruanos, con sencilla mentalidad de aldea.
EL ALZAMIENTO

LA CONSPIRACIN

Benel se levant lentamente de su asiento en la penumbra de su despacho, con rostro


preocupado, pero en l se haca ms enrgica la expresin varonil.

- Esto no se pregunta, hijo. Pero, ya que te veo interesado desde hace algunos das en el
asunto -, dijo Benel frunciendo las cejas -, desde hoy me vas a prestar tu ayuda en decifrar sto.

- Y qu significa esto, pap? - Inquiri Segundo tamborileando los dedos sobre el viejo
escritorio, donde campeaban un montn de papeles.

- Quec?... Un cdigo?! Ya vers que utilidad presta... Tarde que temprano tenas que
saber, y es mejor que la casualidad te haya hecho entrar en el negocio.

- Benel hablaba con voz sonora, sugestiva. Dise vuelta y extrajo con prisa de lino de los
bolsillos de su saco, un papel firmado con caracteres precisos, bien delineados, de rasgos duros,
que indicaban la definida personalidad del firmante.

- Mira - Djole a su vstago y psole entre manos la carta.

Segundo Eleodoro se sinti confundido y pudo comprobar haciendo grandes esfuerzos


para serenarse que el que dirige la misiva, era nada menos que el general Oscar R. Benavides,
a la sazn expatriado por el despotismo de Legua, y en ella enviaba a Benel determinadas
directivas de orden poltico.

-Vete en paz hijo, cuidado, cuidadito. Y de esto ni media palabra a nadie! Discrecin de
discreciones! Entendido?

Retirse Segundo, cerrando silenciosamente la puerta del despacho de su padre, despus


de hojear con sumo cuidado algunas pginas del libro de claves.

Das transcurrieron cuando Pepe seudnimo con el que sign sus comunicaciones
Hermenegildo Ruiz, hombre de rostro cetrino y surcado de arrugas, agente de confianza y
empleado en la hacienda costea de Tumn, latifundio agroindustrial de los Pardo envi a Benel
tres sobres lacrados. Uno llevaba la firma del doctor Arturo Osores Cabrera, abogado, diplomtico
y poltico chotano, tambin extraado del territorio por el dictador y fechada en Quito; otro por
el general Benavides y el tercero por el coronel Samuel del Alczar, aqul viejo hroe del 79,
militar que alzara su batalln No. 1 en el cuartel de San Francisco, en favor del Gobierno de Pardo,
y que slo entregara su espada a un militar digno y que haba regado su sangre por la Patria, el
mariscal Andrs A. Cceres, quien fuera enviado ex profeso por Legua.
Pepe, conocedor del medio, por sus aos de trabajo, y de los peones serranos que con
l laboraban por el viejo sistema de los socorros, los envi a Benel con uno de los trabajadores,
que habiendo cumplido su contrato viajaba de regreso a su terruo, y a quin dio instrucciones
precisas en forma verbal, al principio con resistencias, luego de manera furtiva y al final con toda
franqueza.

Largos meses mantuvieron en ardua labor a los conspiradores, en este arriesgado ir y venir
de comunicaciones y pliegos. Por su parte, Benel mostr desde el principio sus grandes simpatas
por el alzamiento.

Ha sonado la hora tremenda de la revolucin manifestaba en una de sus cartas el


general Benavides. Hemos de tener presente, mi querido Benel, que solamente de nosotros
depende la decisin de nuestra suerte. Ojal, y as confo, el pueblo peruano, sin excepciones, nos
preste su valiossimo concurso, para as llegar ms fcilmente a la meta que nos hemos trazado.

Lea y relea la comunicacin, aquella tarde en que pasebase por una loma cubierta de
pasto cercana a la casa hacienda. Y en llegando a su dormitorio, extendise sobre la cama cuan
largo era.

Ruta de envo de comunicaciones polticas provenientes de La Samana y Chota era la de


Tumn. - Ecuador, casi siempre por intermedio de Hermenegildo Ruiz y de Pedro Coronado.

Se emple, adems, la va que cruzando los Andes por la provincia piurana de Ayabaca,
donde posea un extenso fundo denominado San Pablo, don Eduardo Merino, adversario
calificado de Legua, daba en traer las comunicaciones a la hacienda de Benel, a la que en Cutervo
conduca Osores, y a Chota. Esta ruta se us cuando nicamente se decida hacer pasar pliegos de
gran responsabilidad, o para introducir subrepticiamente a los complotados que cruzaban la
frontera septentrional sin la observancia de los trmites reglamentarios.

Los enlaces andinos funcionaban a perfeccin. Casi no hubo prdidas que lamentar.
Cuando eran prendidos por sospechas y luego sometidos a interrogacin, no lograban arrancarles
declaracin alguna, pese a las crueles torturas a que fueron sujetos por los esbirros. Resulta, pues,
que haba facilidad para la remisin de comunicaciones que los agentes del gobierno trataban a
todo costo de interceptar.

Apaleamientos, azotainas, colgaduras en el cepo, infinitas y refinadas torturas; intentos


de soborno y promesas de grandes colocaciones remedios heroicos de las dictaduras no
fueron capaces de doblegar el retemplado espritu del mestizo norteo. Mestizo que remonta los
Andes con su alforja fiambrera, llevando en latas de manteca de doble fondo, las Comunicaciones
en clave para Benel y otros futuros insurgentes.
Pedro Coronado, joven empleado de Tumn, corpulento, punzante e irritable, descifraba
tambin los pliegos que dirigan Benavides y los dems conspiradores deportados. Su esposa,
Amalia, se encarg de distribuir las directivas escritas en la capital costea de Chiclayo, ciudad
de estrechas y tortuosas calles, del sol abrazador durante el da y del fro ventarrn nocturno,
polvoroso y enervante, donde hormigueros de gentes atan y desatan chismes y negocios, y donde
los mercaderes movilizndose a ratos en locas carreras y en arrobamientos msticos en las puertas
de los bancos, piensan en la perenne bsqueda del dinero.

Los abogados Vlchz y Paredes, y el mdico Barzallo, amigos e involucrados en la causa,


vieron extraer muchas veces los papeles del zapato de tacn de la dama de rostro agradable y
dulce moteado de pecas, de nariz respingada, negras las pupilas, largo el cabello y el vestido, y
esbelta la figura.

Era coordinador de todos los trabajos tendientes a encausar la rebelin el coronel


Beingolea, que, cado en desgracia, polticamente con Legua, desempeaba por aquel tiempo el
cargo de Viceadministrador de Turnan.

Benel y sus amigos, para enviar comunicaciones a dicha hacienda se valieron de los
peones enganchados que descienden de las tierras altas al cumplimiento de sus contratos. En
las encrucijadas andinas valironse tambin como enlaces, de los negociantes lugareos de
chancacas y aguardientes, que forman nutrido grupo en las quebradas profundas, acostumbrados
a trepar las altas e ingentes cordilleras ndicas como quien hace un juego de nios, sumidos en el
ms completo anonimato, firmes en el andar, sin remordimientos, orillando senderos, o asimismo
venteando laderas en el decidor paisaje andino, acometidos por el irresistible deseo de servir a
Benel, el terrateniente que en las frgidas noches andinas dio posada y racin de comer a todos
los caminantes que cruzaban sus pagos.

Es cuestin del pueblo peruano, l debe contestar, est obligado a contestar con una
sublevacin general. Porque es un hecho seguro e inequvoco, que, a nuestro levantamiento, el
gobierno responder con un ataque inmediato en todo el frente que abramos; sin dar por
descontado, adems, que puede adelantrsenos. Esto era lo que Benavides pona en conocimiento
de Benel en otra de sus comunicaciones.

Don Eleodoro abrig tambin esta esperanza, esperanza al fin, crea as y as le manifest
en repetidas ocasiones a su hijo Segundo.

- Llegar el da en que le hagamos una verdadera guerra al tirano Legua!... He all


nuestro lema! ... Ojal que todos los peruanos libres nos apuntalen en esta jornada!

La revuelta se fragu para los primeros meses del ao veinticinco bajo la experimentada
direccin del general Benavides. Pero, en el entreacto, se precipit una cadena de acontecimientos
que terminaron el adelanto de la fecha de la sublevacin. Para aquel tiempo, adems, se deba
contar, segn asegur Benavides, con el concurso de varios jefes militares de las guarniciones
acantonadas en las ciudades del norte del Per, quienes tomaran parte en la rebelin.

En las postrimeras del prembulo revolucionario, Benel recibi una carta, por la que tuvo
noticia que un joven militar, agente de Benavides y tambin exilado como aquel, tomara contacto
con el acaudalado norteo, en el transcurso de brevsimos das.

Adems de los hombres del cogollo civilista limeo, desplazados por Legua, un viejo
poltico contumazino, Octavio Alva, actuaba, entre bastidores en las provincias del sur de
Cajamarca en ayuda de los principales complotados. Importante papel desempearon los
hermanos Pardo, de Tumn y sus empleados Ruiz y Coronado, Juan Aurich, de Ferreafe;
asegurbase que en Lima conspir el doctor Ral O. Mata Osores, Vocal de la Suprema, algunos
miembros de la familia Aspllaga, de Cayalt; Juan Francisco Vilchez, Nstor Barzallo y Rmulo
Paredes, de Chiclayo; los hermanos Vctor y Mercedes Bazn, de la hacienda Minas sita en la
provincia de Cutervo; Arturo Montenegro, de Huambos; Alberto Cadenillas de Chota, as como
Benjamn Hoyos y Juan Fernndez Zuloueta, notario Pblico y yerno de Benel; Raymundo Arana,
los Castaeda, de Querocotillo; los hermanos Francisco Fermn y Wenceslao Arrascue de Lajas,
don Roberto Delgado del mismo lugar, ste ltimo caracterizado por ser un cauto y valeroso
lajeo, y por fin, el hacendado ayabaquino don Eduardo Merino con sus gentes de batalla,
aguardaban la seal para pronunciarse en armas contra la dictadura.

Legua, pues como se sabe se autoeligi tras una maniobra fraudulenta, un simulacro
electoral, para un nuevo perodo de el Per Nuevo, que empezara el 12 de diciembre de 1924,
pasados tres das de la conmemoracin del Centenario de la batalla de Ayacucho.

PEDRO MOYA O CARLOS BARREDA

Bajo el sol abrasador del temple, sentado en un poyo de la casa hacienda Silugn y
mientras escuchaba el crujir de las caas que caan laminadas por los rodillos en la molienda
trapichera, percibiendo aromas penetrantes de alambiques, olor a bagazo recin exprimido y el
rumor de la miel burbujeante que ha de convertirse en chancaca, Segundo Benel, una tarde de
octubre del veinticuatro -apareciendo bruscamente por una pronunciada curva del camino- vio
venir a cierta distancia, un jinete montado en un caballo lanudo, pequeo y de pelaje pajizo.

Embozado en poncho ayabaquino, se detuvo a cien metros de la casa y descabalg con


pereza, colocndose a la vera del polvoriento camino que bordea pequeas elevaciones
alfombradas de floresta.
Por el callejn continu avanzando lentamente hacia la casa, tirando con fuerza del bozal
de su jamelgo, con andares cansinos y dirigindose un tanto receloso al hombre sentado en el
poyo salud:

- Tardes, or.

- Buenas las tenga, seor. Llegue Ud. Llegue Ud. noms... Pase adelante, caballero, como
a su casa. Sin temor, pues, no hay perros bravos, todos estn encadenados.

Era el visitante un joven moreno, de talla pequea, barba y bigote crecidos, ojos alegres
y parduscos; calzaba recios zapatos con remaches y llevaba polainas negras sobre un viejo
pantaln de montar. No poda disimular la costumbre de su profesin y se hacan muy notorios
sus aires marciales. Era segn malici Benel, un militar a las derechas, pero remiso a identificarse.

- Me diera ust una posadita seor, que la necesito... Vengo desde las serranas de
Ayabaca, y ya estoy camina y camina por cinco das seguidos. Mi Bayito est cansado, como ust
ver, y hambriento tambin, seor. - Dijo el recin llegado con voz de carcter tmido y encogido.

-Si, se v. Se v, seor. Pobre animalito. Qu se ha chupado harto en el camino! Cunto


habr caminado! Jacinto, Jacintoooo! - Llam Benel a uno de sus peones de facie paldica,
vestido de mugrienta camisa y pantaln de trabajo, que acertaba cruzar por el patio de tierra
apelmazada de la casa. Este retrocedi contemplando al viandante con un dejo de curiosidad no
exenta de cierto desdn.

-Patrooon... Voy, patrn. - El Jacinto se dirigi a donde era llamado y tras romper una
caamiel en el doblez de su rodilla, inquiri: - Qu desyaste, patrn?

A ver, cholo. Prstale una manito y ayuda a desensillar su mataln a este seor que dice
viajar de tan lejos. Pnlo a la inverna de La Tranca y despus te vienes para que le arregles su
cama, all en el cuarto chico. Sobre la banca larga del comedor hay unas frazadas y un colchoncito.
All que se acomode nuestro husped a como de lugar.

-Bueno, patrn, - Dijo el trabajador retirndose suavemente. Cruz por unos arbustos
marchitos por el calor y voltese a mirar al desconocido por segunda vez.

- Quin ser este? - Murmur entre dientes el pen que se aleja a cumplirlas indicaciones
del patrn. Faltaban algunos minutos para la hora de comer, que en los pagos de la Jurisdiccin,
se sirve a la mesa cuando el sol est an alto. Llmase jurisdiccin, en las serranas de Cajamarca,
a los valles ardientes de los tributarios del Maran en su curso bajo y al valle mismo del gran
ro.
Llegada la hora de la merienda, el visitante fue invitado a sentarse a la mesa, en rstica
silla labrada a golpes certeros de machete, rstica y tosca como los hombres fuertes que las
confeccionan.

Conversacin va conversacin viene, saborearon los amigos -que empezaban a intimar-


una chochoca con rabadilla de cerdo y un pollo sancochado con la yuca templina alba y sabrosa,
que por efecto de la coccin se convierte en masa apetecible. Benel haba mandado preparar
exprofeso estas viandas para agasajar a su husped que intuy no era un palurdo cualquiera.

Muy animosa, el recin llegado, llev la conversacin con acierto y en forma disimulada
al principio, para hacerla insinuante despus y franca posteriormente, dominando siempre por los
terrenos de la poltica peruana. Se compadeci de la miseria de los campesinos oprimidos, por las
juntas viales y de los males de los obreros que moran de hambre, mientras se enriquecan los
funcionarios de tales juntas. Afirm que nuevos ricos a millares proliferaban a costa del erario
nacional y que los hombres del gobierno dilapidaban el dinero sin ton ni son; hizo, adems, una
descripcin de los monstruosos tratados que ratificaban inmensas cesiones territoriales y la
entrega de las riquezas naturales a las potencias extranjeras, declarando tambin que la Patria
peruana era presa y botn de las ambiciones bastardas.

Discurse con gran desenvoltura sobre la falta de libertades, sobre economa y finanzas,
habl de negociados, se refiri a los diversos peculados, de la corrupcin del hombre por el dinero
del estado, convers sobre las coimas, hizo hincapi en las corruptelas, el abuso, la componenda,
las inmoralidades y en cada asunto tocado, demostraba versacin y dominio y todo esto, escuch
anodado su contertulio. Finaliz la charla haciendo gala de sus conocimientos sobre poltica
internacional, a una altura tal, que Benel con muy buen tino, le escuchaba silencioso. Al referirse
al seor Legua se desaba en furiosos improperios.

- Sabe Ud. seor Benel, cunto le cuesta al Per mantener al dictador?... Todo esto da
fuerza o motivo para que las quejas de la noble juventud se estn impregnando de ideas de
avanzada.

Segundo se limit hacer un ademn negativo moviendo la cabeza. Sorprendido por el filo
de la pregunta no chist, se limit solamente a mirarlo con amabilidad.

Cuando Benel encendi el lamparn de la saleta de piso enmaderado que serva tambin
de comedor, empez Pedro Moya -nombre con que habase presentado el viajero- a prender fuego
maquinalmente a un cigarrillo ecuatoriano, aspirando el humo en una primera bocanada con
deleite.

Dnde se pueden conseguir por ac algunas vaquitas lecheras?... Pero quisiera que
fueran de las mejores, seor Benel. Ud. debe saber desde horita, que soy enviado de mi patrn,
don Eduardo Merino, propietario de la hacienda San Pablo, a buscarlas por estas tierras... Lo
mismo que otras clases de ganados... Vacas de preferencia. Es por esto que le pregunto, puesto
que soy su mayordomo. Como le repito, mi nombre es Pedro Moya.

-Por aqu, por aqu..., pens Benel rascndose la cabeza- casi no se encuentra. Pero, dnde
s hay en abundancia y de calidad es en La Samana, fundo de mi padre, en el distrito de Santa
Cruz, de la provincia de Hualgayoc.

Larga sigui la conversacin en este aspecto, empero, imperceptiblemente Pedro Moya


tomaba la ofensiva y volva a hacer entrar en charla a Benel por otros terrenos. Segundo, callado
de tanto tanto; escuchaba el juego de palabras llenas de accin, sin lugarea entonacin, a veces,
criollsima; vocablos alegres algunos y no poco picantes otras frases que pronunciaba su
interlocutor.

- Conoce Ud. al general Benavides? Espet de refiln y con severidad.

-He odo hablar de l, Tengo conocimiento de que est deportado en Ecuador

-Cierto, Muy cierto, mi seor.

Poderosamente, Pedro Moya, sentase influenciado por un desmedido inters para


ahondar en determinada orientacin su charla con Benel, pero se contuvo. El cigarrillo se
consuma lentamente y emanaba sus espirales de humo gris. El visitante dio una ltima chupada
a la vez que pregunt a Benel, arrojando el humo por la nariz:

- En qu relacin est el seor Benel, don Eleodoro, con el general Benavides?

-Son viejos amigos, y se escriben muy de continuo. Yo he tenido oportunidad de ver


algunas cartas.

Ah, s no?! Interesante, muy interesante, interesantsimo... Y en qu relacin est el


seor Benel con Legua?

-Mi padre, es adversario convicto y confeso de Legua. Lo pregona a los cuatro vientos,
y esto le ha valido una casi encarcelada de por vida en Cajamarca, so pretexto de los asesinatos
que cometieron los hermanos Ramos, unos bandoleros muy conocidos, cuando asaltaron el fundo
de mi padre, matando a dos hualgayoquinos. Y as por el estilo una serie de otras cosillas ms,
que tardara mucho en contarlas, mi buen Moya.

-Sabe Ud., seor Benel... Yo traigo bastante inters para hablar con su padre... Ms claro!
Quiero hablar directamente con el seor don Eleodoro dijo Pedro Moya hinchando las venas del
cuello y respirando profundo. Tengo precisas recomendaciones de cierto personaje -, continu.

- Al grano, al grano, amigo, Pedro Moya! No andarse con mucho rodeos!


Quin le enva a Ud.!

- El General Oscar R. Benavides!

- Por ah hemos debido empezar! amigazo -. Dijo Benel con voz estentrea, pasndose
la mano por sobre los cabellos que se hallaban un tanto revueltos.

-No, mi amigo. Ante todo, cautela... Piso sobre terreno firme, y como soy militar, por all
he terminado.

-Bueno entonces Usted quin es? Cmo se llama verdaderamente?

-Para que lo sepa, mi amigo, de una buena vez, soy el teniente Carlos Barrera Cante,
agente de Benavides, a sus rdenes... Esto para Ud. y nadie ms. Conque, ya lo sabe, amigo Benel.

- Vaya, vaya; eso me quita un gran peso de encima, teniente!... Yo cre de firme que
usted era un espa que nos enviaban los ecuatorianos!

HACIA LA SAMANA

Tres das despus, ya muy entrada la tarde, Segundo orden a las cocineras preparar los
fiambres en grandes ollas de barro. En este tiempo los dos amigos habanse trazado ya su plan de
accin.

El teniente Barreda acercbase taconeando fuertemente sobre las tablas de la saleta de la


hacienda. Luego de conversaren voz baja con Benel algunos breves instantes, acordaron salir a
las seis de la tarde del da siguiente.

Al atardecer de la fecha sealada, arreglaron temprano sus impedimentas, entre las cuales
Barreda llevaba complicados aparatos e instrumental, y despus de alimentarse con frugalidad,
porque el que va a viajar no tiene apetito, montaron a bestia,

El cholo Jacinto que los haba atendido durante estos cuatro das, ya no senta desdn por
Pedro Moya que aun as segua llamndose para l, el teniente Barreda, ahora senta un
remordimiento tardo, y esbozando una sonrisa, levant en alto la mano, djoles adis cuando se
alejaban al trote de sus bestias.

Pasaron toda la noche caminando y sufriendo las peripecias del viaje.

El sol del segundo da, que comenzaba a elevarse por sobre los cerros ondulantes y
enhiestos del camino, quemaba ms an la broncnea cara del militar. Contemplaron durante tres
horas ms, gentes atareadas trabajando en sus chacarales, escarbando la tierra con sus rsticos
arados de madera, bohos alegres y humeantes, cerros, hondonadas y laderas interminables
cuadriculadas de barbechos y plantos, caminos que reptan y senderos zigzagueantes, yerbazales
humedecidos por las lgrimas del roco y hatos de ganados ora recorriendo las praderas ora
pastando sujetos por su lazo a las arboledas, a las cercas o a las estacas; gritos de los gaanes que
roturaban la tierra, moliendas numerosas y bandadas de tordos, cuculas y pericos que salan de
entre los bosquecillos y matorrales, hasta que llegaron a divisar, all en la lejana, al soberbio y
magestuoso Ilucn en cuya falda se arrecuesta el frgido Cutervo, lugar aquel por el que,
precisamente, tenan que pasar.

Pedro Moya, mayordomo de Silugn desde pocos das antes, y su patrn, Segundo
Eleodoro Benel, iban acercndose paulatinamente al poblado. Marcaba el reloj del oficial, las
nueve de la maana.

Encajando ms el sombrero hasta las cejas, Pedro Moya observ a Segundo, mientras ste
sofrenaba su caballejo.

Oiga, Benel... Yo conozco al Jefe Provincial de este pueblo. Y creo que, si me viese, va
a maliciar algo... Qu le parece si vamos mejor por derecho, cortando camino por la orilla del
pueblo?

-Si Ud. lo dice, amigo, por algo ser... En cuanto a m, no tengo ningn reparo que hacer.
Yo creo tambin que es mejor irnos por el canto del pueblo... Total, avanzamos ms,

A ambos costados de una apartada calleja, igual a la de todos los poblados de las tierras
altas, les vean pasar algeros, gentes cutervinas sencillotas y sosegadas, con las caras enrojecidas
por el fro y las manos infaliblemente enfundadas en los bolsillos de sus pantalones.

PENAS EN EL CHANCAY

Trajinaban los viajeros por sendas pedregosas, llenas de altibajos y desarrollos, a la vera
de aromados sembros de naranjos y caaverales, soportando el calor sofocante del valle
chancayano, arrullados por la marcha de las bestias en el salvaje mutismo del camino, cuando ya
casi cerca de la media noche al cruzar el puente de Las Papayas, escucharon el rpido caminar de
una persona.

-Sola... Y a estas horas Tate! -, dijo Barreda, - Mucho cuidado!

-Si a m me viene con lisuras Yo le meto su balazo por las orejas y ah acaba todo Qu
dice Ud.; teniente? - Explic Benel con firme seguridad.

-Detengmonos y volteemos riendas para ver quin es Apunt el militar De repente


es un sabueso.

Ambos viajeros dironse vuelta y retornaron hacia el puente.


La luna ilumina el -sombro paisaje, y las aguas del ro proceloso generan un ^ claro
murmullo al entrechocar contra las rocas discurriendo bajo la luz del rstico puente, pasadas el
cual forman un largo remanso.

- Imposible! ... No puede ser! -. Barreda sujet bruscamente el caballo, tensos los
nervios. Lo propio hizo Benel.

Del hocico de las bestias comenzaba a emanar abundante espumarajo y se encabritaron


asustadsimas. Relinchaban horriblemente manoteando en el aire.

Vean venir sin tocar el suelo, vaporosa y ondulante, una nvea figura vestida de mujer
que, saliendo de un montn de rocas de caprichosas formas, lleg a paso lento hasta la mitad del
puente, justo a unos veinte metros de donde se encontraban los viajeros, terminando por acaparar
la atencin -alterada por la nerviosidad- de los caminantes.

Abri la figura espectral, pausadamente los brazos, inclin la testa con ligereza, la volvi
a enderezar y carcajese con risa infernal, sarcstica, desconocida y fortsima que repercuti entre
las barrancas, durante algunos segundos.

Junt nuevamente los brazos, y aquella visin desapareci a la carrera, recorriendo el


mismo camino por donde haba venido.

-Regresemos a ver-. Apunt Barreda sombro.

-Vamos -. Contest Benel. - Y despus, digan que no hay nimas? -. Continu. Los dos
viajeros se miraron algunos segundos, iluminadas sus caras por la luz plateada del satlite. Los
jamelgos negronse a dar un slo paso. Se revolvan agitados, temblorosos y baados de sudor.
Entre los peones de rudeza imponente empezaron a croar con insistencia las ranas y oase ms
an el fuerte chasquear de las ondas del ro. Barreda y Benel -no amamantados en la supersticin,
y sin detenerse ante los mil interrogantes que acosan alrededor de la veracidad de la existencia de
los espritus- tuvieron que acampar en aquel sitio y dormitar mano a la rienda, sentados y al abrigo
de los roquedales que orillan el camino.

MISA DE ANIVERSARIO

El sol haba emergido por el oriente. Los viandantes escuchaban en horas tempranas de
la maana el murmullo de las aguas del ro, oan con deleite el silbido de los chuquiajes musicales
de ojo circundado por franja amarilla, del chilala, de algunos otros pajarillos templinos, y como
intentaban aullar el viento fresco entre los arbustos y malezas del camino.

Todava era menester cabalgar a fin de llegar a su meta, a lo largo de una roquiza senda;
luego salvar la zona quechua de la cordillera para as arribar a la casa hacienda. A los pocos
momentos de haber reanudado la marcha, se metieron por apartados parajes, desapareciendo en
las caadas sin dejar rastro.

Slo cerca de las tres de la tarde se hicieron ver, apareciendo por el portn, Segundo
Eleodoro y su mayordomo Pedro Moya que an continuaba llamndose Barreda, a fin de dar por
tierra cualquier signo de sospecha de algunas gentes usufructuarias del rgimen imperante, y que
a pesar de ello, medraban no poco a lado de Benel, acabado adversario de Legua.

En la hacienda haba fiesta. Y de las grandes!

Se conmemoraba por aquel da el primer, aniversario del asesinato de Castinaldo a manos


de Juan Aguinaga, y se haba oficiado la misa de cabo de ao con todo sus perendengues (27 de
setiembre de 1924).

Despus que la familia arroj la ropa negra al canastn de los trastos viejos, se dio
comienzo a un alegrsimo baile al son de la banda de msicos de Santa Cruz...

Fuerza de la costumbre!

Pedro Moya quitse humildemente el sombrerito, apese en el portn de la casa y tir del
bozal de su cabalgadura; llevndola paso entre paso a un lugar apartado del gran patio y lejos del
bullicio de la fiesta.

- Para qu has venido, Segundo? - Extraado inquiri don Eleodoro, despus de haber
recibido el saludo de su hijo, viajero del temple cuando aqul se acercaba en compaa del cura
Guevara, cobrizo marrullero, parlanchn, despreocupado a no ser que se tratara de su buen vestir,
discpulo aprovechado de Cupido, a la sazn diputado regional adicto a Legua, y, en suma, el
ms elegante cura de las serranas.

- Asuntos de mucho inters, pap... De muchsimo inters-. Subray Segundo haciendo


un significativo guio con el ojo derecho.

- Aj... Y se puede saber quin es ese seor que te acompaa?

- Cmo no, pap. Eso no es problema. Es un tal Pedro Moya, nuevo mayordomo de
Silugn, al que reciencito lo he contratado. Te parece bien, padre?

No me opongo, hijo. Para eso ya eres mayorcito, responsable y sabes obrar bien en tus
asuntos. Pero quin est al frente del fundo?

- El Jacinto, padre.

Las bulliciosas gentes, samaninas y cruceas, que llenaban los corredores del casetn,
casi no dejaban orse mutuamente en sus conversaciones, tenan que verse obligados a charlas a
gritos. Segundo quitse el sombrero y secndose el sudor de la frente, vea como una abigarrada
multitud de jvenes y viejos, hombres y mujeres, elegantemente ataviados segn el lugar y la
costumbre de la comunidad de donde provenan, aparecen y se esfuman por las puertas del saln
donde se realiza la jarana. Llam con disimulo a parte a su seor padre, y con la impresin de
darle gran noticia, le dijo en voz muy quedita:

- Pap: ese joven por el que te he dicho ser el mayordomo de Silugn, no es tal.

- Pero quin es, hombre de Dios, acaba de una vez!?

- Ni ms ni menos que el enviado del general Benavides... Es el teniente don Carlos


Barreda.

Benel venciendo con su fina voz el ruido de la fiesta, grit con jbilo. - Al fin; ya era
tiempo! -. Y luego continu - Han demorado un poco, pero ya estamos en las puertas -. Cerr los
puos con fuerza, mientras el clrigo a cierta distancia rascbase la barbilla y espantaba los
mosquitos que le acosan insistentemente.

Esa misma tarde, Benel antes de ir a dejar a sus invitados hasta Santa Cruz, trato por todos
los medios de acabar con la fiesta. Pues, se aproximaban sucesos de gran trascendencia para l y
para el Per entero; sin embargo, cuando los concurrentes se entusiasmaban, ni San Diego de
Alcal ni el moro Muza son capaces de hacerlos olvidar de la danza, prolongndose la farra por
algunos momentos ms.

Pedro Moya, o dicho, en otros trminos, el teniente Barreda entre receloso y humilde, se
acerc a contemplar la fiesta desde una de las ventanas del saln. Volaban los corchos del
champn, repiquetean las copas, arreciaba el gritero, ren alocadamente las mujeres y palmotean
alegres los jaranistas entre el denso humo de los cigarros. Se oa el chischs, de platos, el
entrechoque de los vasos, el canto de los jvenes y la msica de los instrumentos,

As es, as es,
Cuatro das llorar
S, mamita, ay s, seora
llorar tu ingratitud
Ay, rboles y parrales!
seora, de los caminos.
S, mamita, hay s, seora;
y despus llorars t.

La marinera hecha flor en los compases de la msica del pueblo produjo el zapate
prodigioso de las parejas andinas; mientras algunos viejos ricachos invitados de Benel y Benel
mismo, echbanles puados de monedas de plata a los pies, y los infaltables arrapiezos en sus
zambullidas arrolladoras, por coger la sencilla; eran capaces de todo, an de hacer perder el
equilibrio a los bailarines. En estos momentos Barreda fue invitado a pasar al saln por Segundo
Benel.

- Pase Ud. Entre, amigo Moya, no hay nada que temer... Venga y bailemos un momento,
despus de que se aviente o un fuerte o lo que guste, mi amigo.

-No, seor Benel. No se moleste. Muchas gracias. Es dems lo que Ud. me dice. Qu
voy a poder entrar a bailar con estas seoritas tan elegantes, yo que tan slo soy un pobre y vulgar
mayordomo! -. Dijo estas frases el militar, desconocido por la mayora de los Benel con aire
sarcstico y burln golpeteando con los dedos de las manos los cristales de la ventana y fijos los
ojos en las parejas de la fiesta que ya estaba moribunda, y continu mirando la farra. Esa tarde, la
jarana acab in perptuum en La Samana.

CON BENEL

Como era evidente que Pedro Moya tena que permanecer algunos das en el fundo de
Benel, para llenar su cometido, comenz a trabar relacin amistosa con el resto de mayordomos.

-Viejitos... Somos del mismo cordel -. Les deca con gesto sonriente y pestaando. Yo les
voy a ensear una serie de cositas que para ustedes son nuevas. Siempre y cuando las empleen
para servir a este viejo patriarca, que es nuestro comn patrn, don Eleodoro -. Los mayordomos,
rusticazos, le contestaban tambin sonriendo; equivocbanse, a cada instante en el aprendizaje,
hasta que iban entrando poco en rbita. A ltima hora, no lograron comprender cabalmente el
significado de algunas palabras griegas y, en general, el lenguaje tan embrollado y raro,
lenguaje matemtico y tcnico, que hablaba el nuevo mayordomo.

Desde las orillas de las chacras, preguntbales, con las manos en la cintura haciendo
graciosos mohines:

- Cuntas fanegadas tiene esta chacra? Cuntas hectreas tiene aquella otra? Cuntos
hectolitros de semilla entran en el sembro de aquesta? Cuntos litros de leche produce el ordeo
de las vacas diariamente?

Sabido es que en las tierras altas an se emplean antiguas medidas de superficie,


capacidad, volumen, longitud y peso, muchas de las cuales son de procedencia rabe o hispnica:
as se seala el almud de terreno, la botella de leche, el cntaro de leche, la vara de tocuyo y la
libra de sal. El misterioso mayordomo bien lambido bien ledo y bien escribido al decir de los
trabajadores samaninos, produca estupefaccin entre los rsticos mayordomos de Benel.
Extraaban stos al viejo Vigil, y as se lo hacan saber a Barreda.

-Si biese estao aqu o Carlitos, con el dejuro, que van tas con tas.
Por estos tiempos Vigil se haba retirado voluntariamente del servicio de Benel. Y Benel,
generoso y paternalista como siempre le otorg en recompensa por sus aos de trabajo, en las
pocas en que las llamadas leyes sociales estaban an liadas en paales, una alforja llena de
billetes y soles de buena ley, que Vigil hizo cargar en un mulo negro con direccin a Chota, y que
el propio Benel hzolo escoltar con cuatro de sus mejores fusileros.

Los pobres mayordomos crean que Barreda era un poco falso de sentido, escuchaban
atnitos sus largas disertaciones y no lograban acertar ninguna de las interrogantes que se les
formulara.

Sucedi que al regresar Benel de Santa Cruz, no titube para entablar conversacin con
Pedro Moya. En el despacho sostuvieron largas horas de entrevista, a solas y encerrados a piedra
y lodo. Despus de ella, Benel con una sonrisa a flor de labio, se encontraba ya en el bazar
bebiendo algunas copas de coac con Pedro Moya.

- Salud por los mayordomos buenos.

- Gracias, Seor Benel y salud -. Contestaba con aplomo.

Ya lo sabe, amiguito. Est Ud. en su casa, y lo que necesite no tiene ms que mandar.

Se aproximaba la hora del almuerzo, cuando Pedro Moya dirigindose a Segundo


Eleodoro, le dice. - Seor Benel Habr alguna persona que haga el favor de plancharme la ropa?

- Cmo no, mi amigo. Yo mismo me encargar de ordenar que le sean cumplidos todos
sus deseos Samanera! Samanera! - grit.

- Qu deseya, patrn? - Apareci diciendo por una puerta semiabierta. Julia Romero.

-A ver chinita. Atiende al seor.

Moya, luego de charlar breves segundos con el viejo Benel y Segundo, retirse al
dormitorio del ltimo. Pasaban muchos das sin que la cara del oficial sintiese el ronroneo de la
cuchilla de afeitar. En esta ocasin se rasur convenientemente, se traje como un caballero, y
con una sonrisa de felicidad y aspirando profundamente el humo de su cigarrillo, sali Pedro
Moya, irreconocible del dormitorio. Al bajar caus gran sensacin.

- Quin es?

- Quin es? -. Decan pestaeando las gallardas hijas de Benel.

Segundo, Segundo!... Quin es ese seor, quin es? Por qu no me presentas al


caballero? -. Apresurse a decir Andrs Benel. - Presntamelo, hombre.

Segundo Eleodoro mene la cabeza demostrando aprobacin.


-All lo tienes... Amigo Moya: le voy a presentar a mi hermano... El seor Andrs Benel.
El seor Pedro Moya.

-Pedro Moya, un servidor de Ud. -. Replic Barreda mostrando los dientes en una
prolongada sonrisa.

Ocho das permaneci en La Saman el teniente Barreda. Durante este tiempo se dedic
a trabajar con fe. Hizo el levantamiento topogrfico de una extensa zona, so pretexto de ayudar a
los mayordomos y a la peonada en las labores agrcolas. Se le vea por das enteros en las cumbres
de las montaas, trazando cartas y tomando fotografas o haciendo acopio de datos diversos y
tiles para la guerra. Constantemente veasele en el fondo de las hondonadas siguiendo el curso
de los arroyuelos, con su mira y teodolito; en los bosquecillos y en los barrancos, en las chacras
y en los prados, estudiando todo y anotndolo. Calculaba distancias, inquira por los caminos,
averiguaba por el tiempo que se empleaba en los viajes sea a pie, sea a caballo y una infinidad de
datos interesantes para el objeto que se propona.

-El plan est sumamente interesante comandante Benel. Por su parte, puede Ud. dar las
buenas noticias a los otros jefes.

En estos das tendremos seguramente algunas otras novedades, comandante. Tenemos


que organizar un centro rebelde en todo el norte del Per, que estar en nuestras manos. El punto
de partida ser ste, y lo que le acabo de manifestar, constituir un golpe fatal para el gobierno.

Benel bebiendo plcidamente un poco de lquido que extrajo con sus manos de un ojo de
agua, refunfu con fina voz:

- Tenemos que acabar con todo esto, y de una vez por todas! - Termin la frase
sentndose sobre el pasto fresco de la llanura donde conversaban, mientras el militar aplastaba
insistentemente la yerba con los tacones de sus zapatos de soldado. - Tras nuestro fusilamiento
o tras un pistoletazo que nos baga volar la tapa de los sesos, pienso que por lo menos, con el correr
de los aos, habrn hombres que nos secunden, renunciando a toda la placidez de la vida... Pero,
sobr todo, mi ntima conviccin es confiar en jvenes como Ud.! La juventud, la juventud!

LOS EFECTIVOS

Cabalgando recios caballos, dos fuertes mocetones viajaron cinco das con tres de sus
noches hasta arribar en retorno a Silugn.

Rodeada de tierras arcillosas, resbaladizas, coloreadas y recubiertas de espeso montal


verdeoscuro, encuntrase la casa hacienda La Colmena, erizada de eucaliptos de lgubre aspecto.
Al momento de su arribo escudriaron toda la casa frgida, solitaria y nubosa por la estacin, y
cuyo patio delantero, de gran inclinacin, se encontraba enlodado por la reciente lluvia. Trataban
de entrevistarse con los propietarios del fundo: Matas y Neptal Daz, vecinos de Llama.

Para hacer la guerra al tirano; cuyas coyundas eran largas y opresivas, caminaban en pos
de auxilio hacia los fundos de los hombres andinos ricos y acomodados, ayuda que se traducira
en forma material, crematstica y tambin moral.

No encontraron persona alguna en La Colmena, y cuando ya se disponan a salir,


topronse con aquellos por los cuales indagaban, y en menos de lo que canta un gallo obtuvieron
promesa formal del envo al frente de batalla de unos cuantos guerrilleros armados y dinero en
efectivo.

Volvieron a reemprender su trajn caminando por frgidos parajes, solitarios y


desconocidos para el militar, o atravesando el quemante valle del ro Chotano, en compaa de
don Neptal.

As llegaron a la hacienda Alianga. Continuaron luego por los fundos de Mamabamba y


Sinchimachi, de Pedro Miguel Montenegro, en el distrito de Huambos. All abajo en aquellos
escondidos valles los caaverales esplenden remotos.

En Sillangate, hacienda caavelera que el doctor Arturo Osores, el viejo, conduca en el


mismo valle, encontraron al hijo de ste, Arturo Osores Glvez, quien ya estaba en autos de la
revuelta que se preparaba.

Cumplieron all brillante cometido y tomaron direccin al poblezuelo de Callayuc situado


en el inicio de la amplia curva que forma el ro para recibir las aguas del Huancabamba, pero
mucho antes de confluir con ste. Finalmente arribaron a Silugn, lugar desde el cual Barreda
pensaba reingresar clandestinamente al Ecuador.

El oficial al terminar la lectura de una carta que le haba sido enviada a Silugan el fundo
de las tierras feraces, fechada en Guayaquil, se enter de que el doctor Osores, el viejo, junto con
el coronel Samuel del Alczar, haban traspasado la frontera y encontrbanse en la hacienda
Sauces, de Leopoldo Castaeda. Desde Ayabaca fueron acompaados por un mocetn alto,
moreno, de fuerte complexin, severa la mirada y valiente, que era hijo del dueo de Sauces y se
llama Toms. Ambos caudillos cruzaron la frontera por La Tina e intentaban reunirse con el bravo
len andino, Eleodoro Benel. Es fama que los jefes de la rebelin ingresaron al territorio peruano
vistiendo el hbito de San Francisco, llegando a Sillangate el 15 de noviembre de 1924.

Barreda at su caballo en un pilar de la casa hacienda, y despus de releer la carta,


encogindose de hombros, de una manera brusca dio la noticia a sus acompaantes. La
comunicacin cambi completamente el curso de la revolucin.
Desde este momento, apremiando por las circunstancias imprevistas, un puado de
varones iba a enfrentarse contra todo el peso de la dictadura de Legua. Y ya caminaban tras este
sendero, hecho accin heroica e intempestiva, para seguir adelante, surgiendo desde el silencio
de la conspiracin hasta el remoto final del triunfo.

Barreda y Segundo Eleodoro, se vieron precisados a tomar contacto con el grupo de jefes
revolucionarios. Sin prdida del tiempo que comenzaba a galopar, se dirigieron a la hacienda de
La Llangua, de Epifanio Arrascue, en Huambos, donde obtuvieron el concurso de veinte
guerrilleros armados, con quienes viajaron finalmente a La Samana.

Camino a Sillangate, esta pequea fuerza revolucionaria sostuvo un encuentro con un


destacamento de soldados de lnea que haba salido de Lambayeque comandado por el capitn
Manuel Guerrero. Ya Legua, informado ampliamente por sus agentes, segua los pasos a los jefes
de la rebelin y trataba de interceptar su viaje desde el momento que atravesaron la frontera, para
as matar la revolucin en sus orgenes. Felizmente los caudillos supieron eludir la persecucin.

Despus de esta primera recia escaramuza, que constituy para los rebeldes su bautismo
de fuego con las tropas gubernamentales en pleno bosque, el capitn Guerrero abandon el campo
de batalla a los guerrilleros victoriosos en esta accin, dejando dos soldados muertos. Batido
decisivamente, retirse a Lambayeque.

El pequeo ejrcito revolucionario iba in crescendo por los caminos del trnsito. Arturo
Osores, hijo, sali de Sillangate en compaa de Barreda, Benel hijo y las fuerzas rebeldes.

Por el camino de Huambos, sorteando agrestes serranas y ptreas moles andinas que
esconden su fiereza bajo un apacible y bonachn aspecto, llegaron a La Samana, lugar donde ya
se encontraban Alczar y el viejo Osores, reunidos con don Eleodoro Benel.
LA CAMPAA

MARCHA A CHOTA

Sobre el ancho patio caminaban revoloteando gallinas, gallos y palomas. Cursaba la tarde
dulce y templada mientras un grupo de arrieros descargaba su recua.

Un centinela, cholo alto, ojizarco, barbirrucio, embozado en su viejo poncho colorado,


con el sombrero de palma de ancha cinta ladeado, guarda la puerta del despacho de Benel en
medio del bullicio de la casona.

El coronel Alczar hablaba insistente, con voz sonora, calmada y de modo sugestivo. Sus
grandes bigotes tiemblan al movimiento de la boca. Su bonachn aspecto irradia simpata. Sus
ojos alegres se dilatan cuando mira a sus interlocutores y se tornan ora resueltos.

Osores, hombre de rectas intenciones, intelectual, poltico, diplomtico de jerarqua e


idelogo de la revolucin, con la pierna cruzada escuchaba atentamente al jefe militar, y Benel,
con seriedad, rascndose la barbilla, asenta con movimientos de cabeza las palabras del viejo
Alczar.

Barreda, Segundo Eleodoro, Arturo, el hijo y muchos otros jvenes, parados en la puerta
del despacho, escuchaban con suma atencin la contundente exposicin del coronel, y de rato en
rato hacan rechinar sus dientes con gran dureza.

- Tenemos que arriesgar el todo por el todo. Legua ya est a nuestra caza. Est en nuestra
persecucin con sus perros de presa y pretende imponernos otra deportacin o el cautiverio, y eso,
ya no estamos en condiciones de permitir. Tenemos que ofrecer una resistencia a muerte, decisiva,
categrica y rotunda contra el tirano. - Finaliz dando gran nfasis a las ltimas frases y an tuvo
tiempo para decir: - Es necesario ganar la iniciativa al gobierno que ya est sobre aviso!

As se har, coronel! -. Espet el hacendado con su voz femenina. - Por mi parte, yo


estoy decidido a luchar hasta la muerte! farfull frunciendo la nariz.

- He all lo que tenemos que hacer, y con urgencia! -. Contest el viejo abogado Osores,
con su cana y ondulada cabellera y su faz tranquila de profundas arrugas, entendiendo que una
vez principiada la revuelta haba que hacerla terminar con felicidad.

Este grupo de valientes emprendi con energa la organizacin de milicias armadas para
luchar contra la dictadura. No era un grupo de mercenarios improvisados, de aquellos que daban
en alquilarse no! Eran avezados combatientes, y se aprestaban para empezar la gran batalla.
A golpe de campana los guerrilleros de Benel iban llegando uno a uno desde sus bohos,
portando su arma los que tenan y el machete al cinto. Pasan saludando y de frente a la cocina en
busca de racin y fiambre para el camino.

No, no eran bisoos para la pelea haba en ellos una excelente disposicin y era muy
conocido su inigualable valor combativo.

- Mis cholos tienen en su sitio los pantalones! -. Exclamaba jubiloso Benel. Yo,
agregara, y conoc a muchos que tenan tambin el cerebro, la vista, los nervios y los msculos
jvenes y en su lugar.

El coronel Alczar los vea llegar atusndose los bigotazos, con el cuello duro y recto de
su guerrera, su nariz romana, su amplsima frente, valiente, sereno y de apariencia simptica los
vea llegar alegres, dicharacheros, emponchados, patilludos la mayora de ellos, y preguntando en
voz alta. - Onde es la guerra?

Sesenta guerrilleros, llamados tambin montoneros, con sus comandantes y caudillos


menores, desfilaron al atardecer del diecinueve de noviembre del ao veinticuatro encabezados
por los tres jefes rebeldes que no cesaban de admirarlos.

- Ya nada nos ha de detener, coronel del Alczar! Exclam Benel.

- Maana de madrugada tomaremos Chota, comandante Benel! -. Repuso Alczar... Y


nos plantaremos all con pie firme! - Cabalgaron los jefes y los capitanes y echaron a andar.

Cerrada era la noche.

Distinguanse apenas el cintarajo del camino. Los sublevados en columna de a dos y al


paso de camino, total sesentitres hombres, alineaban sus ponchos, capotes militares algunos,
treinta pares de pies calzados y otros tantos o ms de llanques, sus sombreros alones ora de palma
ora de juncos, pendientes del hombro las carabinas y fusiles, en el fro que congelaba, marchaban
gravemente.

Miraban con fijeza el cielo, tanto los jinetes cuanto las gentes de a pie. Las nubes
negreaban en el cielo anunciando tormenta. De cuando en cuando y en la lejana de los pramos
jalquinos se oyen mugir algunos errantes vacunos, y el viento sibilante mece los pajonales
produciendo un penetrante silbido, contorsionndolos, encorvndolos, irguindolos y echndolos
sobre el suelo. Una que otra rojiza lucecilla de distantes y solitarios bohos pestaaban mientras
se dibujan imprecisos los rasgos de los guerrilleros, de flcida figura unos, otros con aspecto de
seguridad, agradables de rostro muchos, firmes stos, audaces aqullos.

Se alzaban despreciando todas las fuerzas de la naturaleza que se iban desencadenando,


y se mantenan erguidos como las rocas de los macizos andinos. Su fabla estaba salpicada de tacos
viriles y plebeyos, de muy grueso calibre. Y caminaban, y marchaban incansables; pequeos en
la inmensidad de la puna.

Denssima niebla surga rauda lamiendo los cerros, vertiginosa, desordenada y huidiza, y
el aguacero fuerte desde el comienzo, empez a tupirse. Fue violentndose hasta ponerse cada
vez ms furioso y machacador, y fue corriendo por el suelo y fue impregnando y haciendo
aumentar de peso los ponchos de los caminantes que hacan chapucear sus zapatos y los pies
desnudos de los que usaban ojotas en los lodazales del camino.

Caminan los rebeldes entre el fogonazo de los relmpagos que recortan la silueta de las
dentadas serranas.

Aquello dur toda la noche. Eran ocho leguas largas por la va de Chugur. En la oscuridad
las cabalgaduras de los caudillos olfateaban la profundidad de los fangos y los cruzaban saltando
con mpetu haciendo desechos. Los infantes orillaban el camino o brincaban sobre la tierra mojada
pero que an no constituye lodo... Y siguieron caminando largo.

El cielo nubarroso y el viento fro de la amanecida que azotaban los ltimos pajonales,
los plomizos peascos llenos de piedras y gleba arcillosa, de grandeza indmita, producan terrible
influencia en el nimo de los rebeldes que marchan a pie y a tranco largo. La lluvia se retir
conforme vino, haba, pues, cesado repentinamente.

Benel volte su caballo, sofrenndolo con violencia y sobreparse para escuchar con
ntimo regocijo, la voz a todo pecho de un sublevado samanino que cantaba al caminar en el ancho
espacio de la meseta, cada vez ms alto y ms alto.

Yo soy el tuuucooo,tuco amadooooor,


que entre las peas cantaaabaaaaa,
Y con esa voz altivaaaaa,
de un sueo te recordaaabaaaaaaaa.
Tuuucoooo, tuuucooooo.
- Buena sea, coronel. Los cholos estn alegres. Eso es una prueba palpable... Adems,
tenemos lo suficiente, lo suficiente, como para tumbar al mal gobierno, El roano que montaba el
coronel fue sofrenado tambin. Osores vena un poco retrasado. Por el ondulante camino, marchan
los sublevados ahora ya desparramados y sin orden. El cantor, fresco por los vientos de la
amanecida, por largo trecho remat sus aires con una fuga alborozada y bulliciosa:

Que viva la guerra y muera la paz;


que viva la guerra y muera la paz;
tengo mi chola y no quiero ms,
tengo mi chola y no quiero ms.
Termin con un feliz requiebro que hizo rer a los sublevados. El camino se curv violento
y lleg a la fila. Al amanecer de aquel da coronaban las filas de Lingn, en las alturas de
Cabracancha, donde se detuvieron algunos instantes para contemplar el parpadeo de las luces de
la ciudad.

Hacia el frente, y sobre las faldas verde gay de una estribacin surge la poblacin. Las
argnticas moles de sus torres graciosas descuellan ntidas sobre el lomo del templo tal garapullos
de lujo en el morro de un toro corpulento. A medida que clareaba, enseoreronse con toda su
energa eglgica las multicolores pinceladas de la campia vasta, cuadro maestro, inmenso,
ondulante, inalcanzable, potico y genial. - Cortado a veces a pico por la hebra de plata de algn
atrevido riachuelo tributario de el Chotano que surca contonandose por el valle. Madrugan
muchas lucesitas vacilantes en las cabaas de rojizos techos desparramadas apretadamente en la
campia. Creca el alba por la lejana cumbre del Guairac, a la cual se encarama osado un caminejo
retorcindose en veinte zig zags.

El Yuragachi con su cortejo de rutilantes estrellas se cobija en un recoveco del cielo. Las
rayas gualdas y escarlatas de los caminos se pierden lejanos en las montaas azules, y los cerros
elongados y blanquiscos y asavilqueos, de suave pendiente, hermanados con el desafiante
Condorcaga, atraen a los rebeldes hacia sus crestas pizarrosas. Por all tal vez habran de cruzar;
por all quien sabe tendran que batallar sincronizando espritus y corazones, esfuerzo y sacrificio,
gloria y grandeza.

La vieja trocha a Cutervo asciende perezosa con recta monotona, y los insurgentes
jvenes, viejos y caudillos, ateridos, calados hasta la mdula, erguidos siempre, olvidados de sus
pesares y preocupaciones, encadenados terriblemente a la tierra, iban cayendo vencidos por la
presencia neta de un nuevo terruo, florido, con verdor de maizales que empezaban a brincar en
el negro aran del surco chacarero, por el rspido cantar de los gallos que guillotinan al aire
tocando su albazo, y por el aroma penetrante de las flores de saco que exornan las primeras
casucas de la bajada.

LA CAPTURA

La seis de la maana del veinte de noviembre les dio a los sublevados cuando a travesaban
una verde llanura, la Pampa del Panten, situada delante del Camposanto.

Por el callejn empedrado a cuya vera crecen majestuosos eucaliptos, bajaba evitando el
resbaln a esa temprana hora, Mara Bardales. Al llegar a la llanura, turbse por la presencia de
gentes armadas. Mir de soslayo, localizando a Benel y a Osores, a los cuales acercse en trance
de saludo, que fue efusivo, para luego, con dejo que denotaba sentimiento de pena, les explic la
situacin.
- Anoche, seor Benel, el pueblo se llen de fuerza! Estn en el cuartel de Los Azules.
En la Crcel.

El ejrcito rebelde no haba tenido noticia de este suceso y sin enterarse de l, se acercaba
a Chota por el sur. En efecto, la noche anterior, un destacamento compuesto de sesenta soldados
de artillera al mando del alfrez Zenn Noriega haba irrumpido con violencia por las calles de
la ciudad.

Sesenta hombres perfectamente equipados ocuparon, pues, el cuartel de la gendarmera,


en los pisos bajos de la Casa Municipal. El Prefecto de Cajamarca, alertado por Luis A. Macciota,
y por orden superior despach tropa para cercar a Osores, Alczar y Benel.

- Era lo que esperaba, justamente! -. Tron Benel. Los guerrilleros cholos de La Samana,
los cutervinos y huambinos deseaban ardorosamente entrar en accin, queran matar, ansiaban
pelear como bravos, anhelaban morir sin dar paso atrs.

- Bien, seores. Lleg la hora de la verdad! -. Exclam Alczar extrayendo de un morral


con ribetes de cuero repujado un plano de la ciudad, lo desenroll, observlo con atencin, algo
discuti con los otros caudillos, y presto comenz a ordenar:

- Juan Fernndez Zuloeta, paso ligero!... Con diez hombres, a reducir el cuartel de las
tropas! Mucho cuidado Fernndez, que esto es la base del triunfo!... Ustedes son hombres de
pelea y no necesitan mayores recomendaciones!

- Bien, seor coronel.

- Segundo Eleodoro! - Grit el coronel - A tomar el local de la Subprefectura y la oficina


de Correos y Telgrafos, con diez hombres!

- Perfectamente, es una misin grata, mi coronel!

Csar Asenjo, con diez hombres hacerse fuerte ipso facto, en las torres de la nueva Iglesia
de la Plaza Principal!

- As se har, seor coronel! -. Replic el guerrillero de La Samana, cuadrndose.

- Antonio Barrantes!

- All va, coronel! -. Con voz ronca que pareca atacado de resfro contest el llamado.

- Auxiliar al grupo de Fernndez, atacando por la retaguardia del cuartel, por la casa de
Juan Meja!... El teniente Carlos Barreda, del Comando Revolucionario, colaborar con Ud.!

- Neptal Daz, con otros diez hombres, prestar ayuda inmediata al grupo que crea ms
conveniente hacerlo!... Situarse en la plaza del Mercado, contigua al cuartel! Sincronizar los
relojes! ... El efecto de la sorpresa debe ser total!
Mientras tanto los capitanes de grupo iban escogiendo sus soldados, los que comentaban
en voz alta las futuras incidencias del combate. Los restantes milicianos armados fueron retenidos
por el Comando Revolucionario. Marchando a intervalos de cuarenta pasos iban los grupos de
guerrilleros callados, sombros algunos y ascendiendo velozmente la grandiente del callejn
empedrado. La ofensiva comenzaba... Y en regla!

Al grupo comandado por el notario Fernndez Zuloeta le sorprendi la seis y treinta de


aquella maana, cuando las gentes chotanas se desperezaban en sus lechos y cuando se
intercambiaron los primeros tiros con el centinela del cuartel.

Pronto dio ste la alarma a sus camaradas. En medio del gritero y el ruido de los disparos
de los rebeldes, oanse voces de mando precipitadas y corretear de soldados en el interior del
cuartel para empuar los fusiles, reponerse de la sorpresa y tomar sus emplazamientos de
combate.

El centinela, soldado bajito, nervioso y enfundado en su uniforme gris, fue el primero en


rendir cuentas a Dios. Los guerrilleros haban llegado furiosos y empezaron, de hecho, fuego
graneado, simultneamente por dos frentes. La rabia de los sesenta soldados del Regimiento de
Artillera de Montaa I, ayudados por cinco decenas de gendarmes, se estrell contra el firme y
decidido batallar de aquellos veinte valientes sublevados que formaban parte del ejrcito rebelde.

Denso humo de los disparos llenaba la calle anfractuosa. El aire se tornaba picante y se
haca cada vez ms irrespirable.

- Quita diay, charanguito! que te vuelo los sesos de un solo tiro! - Desgreado, la
respiracin intermitente, los ojos saltados de rabia parapetado al borde de la acequia que corran
en medio de la calle, cuyas losas se hallaban removidas, aull un guerrillero vestido de dril
amarillento y enlodado en toda su extensin, dirigindose a un rapaz de facha deplorable, que con
la mayor tranquilidad se embolsaba los casquillos de los proyectiles disparados que recoga. El
chiquillo enmudeci al instante y corri asustado por la amenaza proferida.

El tiroteo sigue recio, ininterrumpido, atronador. Los guerrilleros despus de


transcurridas dos largas horas de combate; se miraron unos a otros. Adminrbanse de que durase
tanto la accin empeada, cuya victoria se niega tozudamente favorecer bando alguno.

El grupo comandado por Barrantes ante la negativa de Juan Meja cuando se le insinu
abrir voluntariamente el portn de la casa a certeros golpes de hacha destroz la gibosa puerta,
hacindolo volar en astillas. Gritando, penetraron los combatientes y lograron encaramarse en los
techados que miran al cuartel, munidos de largas escaleras, piezadas de a dos con cuerdas de
cabuya.
- No abro mi puerta, ya lo saben! Rmpanla si quieren! -. Les haba dicho Meja. Sin
embargo, los guerrilleros apostados ya en los techos disparan a discrecin sobre los defensores
del cuartel atrincherados en barricadas endebles.

Dos dinamitazos de explosin terrorfica determinaron la apertura de un enorme boquete


en la pared posterior del cuartel, Barreda, diestro en demoler construcciones, por algo era militar
y comandante en jefe de todos los grupos de atacantes, - orden a sus hombres penetrar por el
forado. Uno a uno y disparando sin cesar sobre el enemigo' que se defiende con bravura, se fueron
colando los guerrilleros, flanqueando as seriamente a los gubernamentales.

Primero uno con un tiro en el crneo; luego otro con el pecho atravesado; otro manando
sangre por nariz y boca, y otro con las entraas perforadas, fueron cayendo cuatro soldados; tres
quedaron gravemente heridos.

En la abertura practicada por Barreda, penetra decidido Andrs Chvez, fornido chasqui
apodado El Tren en persecucin de uno de sus sobrinos y de otros chiquilines que se haban
introducido tras los combatientes, a curiosear las alternativas de la batalla, y en busca de casquillos
vacos. Dirigise sin sospecharlo en derechura a la muerte. Una certera bala en el estmago
disparada por un gubernamental, seg la vida del mensajero ms veloz y ms querido de Chota.

Es fama que este chasqui, o propio o mensajero recorra la distancia que separa Chota y
Chiclayo, en slo tres das a pie; que de Cajamarca a Chota iba y regresaba en un solo da; y que
cierta vez, recibi de manos del general Cceres, el soldado de la Brea y Presidente de la
Repblica, un sol de oro como premio cuando se hizo presente en Lima portando pliegos de suma
importancia.

Y el combate prosegua.

PENETRAN LOS CAUDILLOS

A esta altura de los acontecimientos, once de la maana, la triada de caudillos


revolucionarios: Alczar, Osores y Benel penetr a la ciudad. A pesar de los rumores alarmantes
que hasta ellos llegaban, entraron impertrritos a la ciudad de las calles angostas, desiguales, de
amplia curvatura y espinadadas; de lustrosos, vetustos y resbaladizos empedrados; entre los que
brota un yerbajo reducido, canazos corridos o salientes balconcillos en trance de saltar a las
callejas: Todo este conjunto daba la impresin de soledad, abandono y descuido. Chota, era igual,
a casi todos los pueblos de la sierra; ahora parece que las cosas estn cambiando.

Diez sublevados marchan detrs de sus caudillos por el jirn Cajamarca, dando
entusiastas vivas a la revolucin, entre caras sonrientes, empellones y codazos de las gentes.
- Abajo el tirano! Muera Leguaaaa! -. Grit amenazador un viejo miliciano cutervino
de poblada barba entrecana, palpando con la diestra la funda de su machete.

- Mueraaaa! - Contestaron a coro todos los dems, ayudados por los gritos de la
chiquillera y un abigarrado conjunto de hombres y mujeres que entusiastas se haban congregado
a recepcionar a los caudillos, y que luego abrazara la causa de la rebelin.

- Viva la revolucin! -. Tronaba blandiendo solrico su carabina otro guerrillero joven


de La Samana. - Viva don Eleodoro Benel!

- Vivaaaaa!

- Viva el doctor Osores!

- Vivaaaa!

- Viva el coronel Alczar!

- Vivaaaa! - Coreaba la multitud que se apretujaba delante de la cabalgata de los


caudillos.

Mientras, el asalto al cuartel de los del gobierno prosegua su punto crtico.

Arturo Osores Cabrera, abogado prestigioso, de gran talento y honrado a cabalidad, tena
la virtud de no impresionar mucho a sus subordinados. Jernimo Saldaa, El Chungo, corri
abrazar entusiasmado al viejo caudillo chotano, y al tratar de hacerlo le hizo caer aparatosamente
del caballo en la esquina donde tena su comercio un seor Mercedes Daz, ese era su nombre.

- Doctor, por Dios, disclpeme! Ruego me excuse, seor doctor! ... Qu esta cada no
sea de mal agero, doctorcito! Trataba de disculparse El Chungo, al ver que el abogado se ergua
a duras penas, ayudado por algunos manifestantes, llevando el sombrero a la izquierda y
reflejando en su rostro una contraccin de disgusto.

No es nada. No es nada y gracias Saldaa. Muchas Gracias - Replic el caudillo atacado


repentinamente de un fuerte hipo.

Benel rabioso de indignacin, dirigindose a Osores apunt:

- No se confunda, doctor, no se confunda! Monte usted y vamos! Vamos, adelante!


Vamos ya!

Los jefes de la revuelta fueron desmontados por la multitud y luego hicieron su ingreso
al local de la subprefectura, que haba sido capturada sin despliegue de mayor esfuerzo por
Segundo Benel, despus de tomar la oficina de Correos y Telgrafos y detener al jefe Juan
Gamarra, que pretendi huir salvando una tapia para ganar la calle. Ayudaron a Benel en esta
accin Neptal Daz y algunos guerrilleros.
EN LA SUBPREFECTURA

Tras una roda mesa que funga de escritorio, instalse el coronel Alczar, jefe militar del
levantamiento. Los disparos oanse hasta aquel semipenumbroso despacho con olor acosas viejas.
Por la escalerilla que cruje al pisar cada peldao suba presuroso para hacer el anuncio y garantizar
la rendicin de las tropas, un hombre rollizo, picado de viruelas y prieto, que era el gobernador
leguista Miguel Coronado. Acudi al recinto de la autoridad revolucionaria llamado por el
coronel.

Sucedi que Carmen Anaya, El Venado, al verle ganar los ltimos peldaos de la escalera,
descargle tremenda y sonora bofetada en la mejilla que hizo trastabillar al gobernador. Este se
detuvo silencioso por breves segundos preados de odio. Mir de soslayo la empuadura del
revlver que sobresale de la funda en el cinto de el viejo Venado, continu silencioso su camino
y fuese derecho a sentar queja por ante el coronel.

- Oiga usted, Anaya! -. Le grit amenazante Alczar, firme en el hablar Cmo osa Ud.
faltar a este seor que nos viene anunciar la rendicin de las tropas?... No ve que est Ud. echando
a perder todos nuestros esfuerzos y desvelos que casi culminan ya en este magnfico momento,
tan slo por saciar odios de conventillos! -. Dijo ste cruzando los brazos, y puesto de pie, en
forma violenta, finaliz: - Parece Ud. un mocoso, hombre de Dios! Qu le pasa?!... Retrese
antes de que mi clera estalle, y comprtese como es debido y exige la situacin!

El coronel con los ojos brillantes y severos sigui los movimientos de Anaya que se retira
con sus andares torpes, avergonzado y pensativo.

Jos Mara Villalobos, El Patache, acompaado de un hombrecito magro y pequen,


Chvelo Herrera, componente de un clan chotano numeroso; solicitaron entrevista con el jefe
militar de la rebelin. Los centinelas que guardan la entrada de la subprefectura al principio no
quisieron prestarles odos, ni hablarles siquiera, mas su terca insistencia logro hacerles entrar en
la oficina situada por aquel tiempo en los pisos altos de la vieja casona de la familia Glvez,
paisanos de estirpe libertaria, y que mira a la plaza de la ciudad.

- Soy Arana Glvez Trat de explicar Villalobos, un tanto es y no es confundido, por tener
en mente el haber cometido delito de piratera de apellidos. - A la orden, seor coronel.

- Mucho gusto -. Retruc Alczar alargndole la mano. - Usted ser el subprefecto de


Chota. Tengo muy buenas referencias de su persona -, continu el militar en la creencia que se
trataba de Raymundo Arana escribano de estado.
- Agradecido, seor coronel... Adems, titube Villalobos, pero luego serenndose
prosigui - Queremos orden suya para proceder a romper puertas, seor coronel. Nosotros
sabemos quienes y quienes tienen dinero aqu en la poblacin.

- Nada de romper puertas, mi seor y amigo! Nosotros no hemos venido aqu a robar ni
a saquear, ni a quitarles sus riquezas a nadie! Nuestro movimiento es exclusivamente contra el
gobierno desptico del seor Legua Estamos de acuerdo? La plata est all, en el cuartel! Oye
Ud. los disparos?

- S seor coronel! Los oigo claramente y no les tengo miedo!

- Entonces bien... All, all! Es con ellos, contra los que tenemos que pelear! A
combatir pronto, pronto!

Villalobos y Herrera comprendieron que las palabras del militar contenan cierta
inculpacin y abandonaron cabizbajos la oficina subprefectural disimulando su profundo
desagrado.

SIGUEN BATIENDOSE LOS SUBLEVADOS

Majestuoso torrente humano iba plegndose a la revolucin. Las noticias de ellas se


haban propagado con notoria velocidad. La lucha prosegua an implacable en el cuartel.

Oculto por la humareda de una violenta explosin y en medio del traqueteo de los
disparos, con la cabeza desnuda y chamuscados los pelos, la cara colorada, el notario Juan
Fernndez rompi a golpes de hacha y culata la puerta del cuartel, y gritando con estridencia
azuzaba a sus huestes.

- Adentro, muchachos, adentro! -. Bramaba Fernndez al pisar el callejn empedrado,


salpicado de apelotonamientos de tierra reseca que conduce al patio del cuartel.

En ese instante sonaron las dos de la tarde. Los defensores acosados por dos frentes,
hambrientos y con la moral enteramente por los suelos, hicieron flamear una toalla blanca a guisa
de bandera, en seal de rendicin, en el balcn del cuartel. Los guerrilleros penetraron
atropelladamente y se desparramaron en las oficinas, cuadras y patio. Encaonndoles con los
fusiles fueron arrinconados en un ngulo del patio en calidad de prisioneros el alfrez Noriega, el
capitn Alvarez, as como todos los soldados y gendarmes sobrevivientes de la batalla.

Despus de ordenar el desarme de los prisioneros, el notario sentse en un banquito de


madera, colocando el fusil entre las rodillas. El capitn Alvarez cojeaba notoriamente; sucedi
que al tratar de bajar de un terrado donde estuvo escondido, sufri la luxacin del tobillo derecho,
dolencia que le impeda moverse libremente.
La densa humareda del combate iba disipndose paulatinamente, mientras el notario
recorra con la mirada a los vencidos. Uno de ellos se daba vueltas, presa de gran nerviosismo;
otro empez a respirar profundamente; aquel desencajado y tembloroso desenganchaba las
hebillas de su correaje; un cuarto encoga violentamente los dedos contra la palma de sus manos;
y un quinto, sin polaca y sin kep, fijaba insistente la mirada en el suelo. Todos iban colocando
sus armas contra la pared, rodeados de los guerrilleros que atentos vigilaban sus movimientos.

- Muchachos, muchachos, que, no quede uno slo con arma! -, y luego agreg; - Darles
toda clase de facilidades para que retiren a sus heridos! -. Peg fuego a un cigarrillo, que bien lo
necesitaba, a la vez que orden, arrojando el humo por la boca y nariz: - Los que quieran ir libres,
libres estn desde este momento. Pueden irse retirando cuando quieran!... Los que deseen
plegarse a nuestra causa, que es justa bienvenidos sern! As es que ya lo saben seores y amigos!

Muchos soldados as lo hicieron, ms de siete fueron los que cambiaron su bandera por
la de los revolucionarios. Ahora, el ejrcito rebelde haba engrosado notablemente sus filas. Los
milicianos de Chota que no posean armas, se las procuraron con la batalla.

Estos haban acudido a recepcionar a los caudillos y se incorporaron inmediatamente a


las fuerzas sublevadas.

Los revolucionarios se encontraron de este modo dueos de la ciudad. Ocho horas dur
el combate. La lucha haba dejado profundas huellas en las caras de los atacantes, pero quedaron
orgullosos de la gran jornada que acababan de cumplir.

LOS PRISIONEROS

Una sola baja tuvo el da del combate la tropa de los sublevados: el mozo Cotrina,
guerrillero de Benel, cay abatido por un disparo casual salido de la boca del fusil del prefecto
Anaya, cuando ste golpeaba con la culata de su arma una de las puertas del establecimiento
comercial de Catalino Coronado. Presidente a la sazn de la junta Vial, tratando de romperla.
Mucho se habl de tal seor, se le calificaba de ricacho cicatero, y es fama que era odiado y
temido en la ciudad y sus alrededores; se arguy para ello la controvertida forma como aument
su hacienda y teneres, y se cuentan por centenas los despojos que cometi contra los pobres
campesinos.

El comando Revolucionario imparti rdenes de apresamiento e imposicin de cupos de


monto variable contra diversos ciudadanos. Una hermana de Osores, doa Filomena esposa de un
notario listo, fue obligada a pagar por profesar y expandir ideas contrarrevolucionarias,
seguramente bajo presin e influencia del cnyuge ni ms ni menos que la bonita suma de
doscientos soles fuertes de aquellos tiempos!
Y al mdico Coronado de afamada habilidad profesional, repetimos, de afamada
sapiencia y tecnologa mdicas!, hombre que se haba pasado toda la vida dedicado a la triste
labor de menospreciar a sus hermanos y parientes pobres, y en insensata desavenencia con el resto
de gentes de la ciudad, menos con la presuncin y el arribismo de unos pocos entre ellos
sacerdotes desprestigiados y roosos, le fue dada por crcel su casa y los lmites estrictos de la
ciudad, gracias a la influencia de Emelina Osores y por respeto a los vnculos de un cercano
parentesco consanguneo.

Las gentes recuerdan sus inquietos paseos con las manos entrelazadas sobre la columna
sacra delante de la puerta de su casa -consultorio, y rememoran tambin como con la marrajera
propia de un poltico provinciano, deslucido y maula entre gallos y medianoche desapareci
de la ciudad y no volvi a vrsele sino cuando en compaa de los refuerzos de Villacorta con
las tropas de Padrn y Rosas se hicieron presentes primero en Churucancha, a favor del
gobierno y luego en su entrada triunfal a Chota,- la tarde el 28 de noviembre de 1924.

El subprefecto Martnez y el jefe Provincial fueron capturados sin mayores regateos.

En el atardecer, con la voz vibrante, llena de profunda indignacin, cada vez ms alta y
ms alta. Benel orden sacaran de los calabozos al dueto de oficiales prisioneros, los que fueron
llevados a presencia del coronel Alczar.

Alvarez, que estaba accidentado, se moviliz con la ayuda de Osores, hijo, quien le
llevaba casi cargado. Silenciosos y ante la multitud congregada, atravesaron toda la amplitud de
la plaza.

A Benel no le faltaron serias ganas de pasar por las armas al capitn de gendarmes
Benigno Alvarez, porque en fechas anteriores la gendarmera a su mando haba asaltado los
parajes de Ushushque, predio de Misael Vargas, pariente del dueo de La Samana, en alianza con
la pandilla del bandolero Pedro Zuloeta y los Alvarado de Santa Cruz, todos enemigos polticos
de Benel. En esta ocasin, los Vargas Romero fueron auxiliados por la peonada en armas de Benel
y entre los dos agrupamientos pusieron en fuga a los gendarmes despus de recia escaramuza. El
capitn Alvarez escap milagrosamente y los azules fueron conducidos de regreso a Chota, atados
unos tras otros, en rosario, por Misael Vargas en persona y en calidad de prisioneros.

Tanteando el mango del revlver con la diestra y cogido el sombrero entre los dedos de
la siniestra, Benel daba grandes pasos en la sala de la subprefectura, con el rostro demudado,
despus de recorrer tres o cuatro veces todo el largo de la oficina se dirigi al coronel.

- Seor coronel: estos militares deben ser pasados por las armas sin mayores trmites de
proceso!... Son los elementos que cometen las mayores atrocidades con la gente desvalida, y de
ellos se valen los tiranos para convertirlos en instrumentos de todo linaje de opresin!... Me
consta y los acuso!

El Alfrez Noriega, silencioso y con muestras de visible pnico, se iba despojando uno a
uno sus dorados galones. Benel entornando los prpados, examin colrico al oficial de arriba
abajo, de derecha a izquierda, por debajo de sus pestaas arqueadas.

- No comandante Benel, no todos los militares somos as! -. Repic colrico Alczar.

- Pero la mayora, seor coronel. No hay caso!

- Le repito, en cuanto a su peticin, seor comandante!... Son militares de carrera y con


ellos hay que comportarse como caballeros y como exigen los reglamentos! Son leyes de la
guerra, y tenemos que respetar a estos seores, Benel, an! - Est bien, seor coronel. Creo que
no podemos seguir discutiendo. No sern fusilados Pero, recuerde seor coronel, y recurdelo
bien! ... Cuando usted o yo, o cualquiera de nosotros caigamos prisioneros en las manos de estos
caballeros segn su afirmacin estos mismos, a los que hoy les tiene compasin, ellos no 1o
tendrn por nosotros! Recurdelo bien, coronel!

- En el da del triunfo, Benel, los lamentos, y justificaciones valdrn menos que el viento.
Sabrn reconocer que fuimos generosos.

La sensacin de vergenza y de rabia oculta iba en aumento en los oficiales prisioneros.


La nuez de la garganta del alfrez artillero, intil en su impotencia, sufra visibles espasmos al
tragar su saliva viscosa y filante.

En el semblante austero y reposado del coronel se dibuj un sntoma de alegra. Algunos


das ms tarde, las profticas palabras de Benel se cumplieron, pero para desgracia mayor, en la
misma persona de Alczar.

Despus de discutirse la suerte de los prisioneros, Fermn Arrascue gestionla libertad del
capitn de gendarmes. Alvarez y Noriega obtuvieron un lapso de horas para abandonar la ciudad,
lo que hicieron con el juez Alva. El mismo Arrascue y Benjamn Hoyos movieron todos los
resortes utilizables para obtener la libertad del artillero. La intranquilidad, la turbacin, los nervios
y el subitneo ataque de reiteradas y a veces dolorosas contracciones diafragmticas de que fue
vctima Osores hombre ya senil le impidieron abandonar su lecho por seis das, tiempo
durante el cual no pudo resolver nada, pese al eficaz auxilio de su inseparable ayudante de campo,
el hacendado cutervino Vctor Bazn.

Paquetones de billetes de toda denominacin, as como cantidad de monedas as fuertes,


as febles reposan bajo el cuidado, responsabilidad y la mirada atenta del viejo Osores. En su
mayor parte, casi en su totalidad, este voluminoso caudal fue oblado por terratenientes costeos
de Lambayeque, a quien Legua los empuj del poder para detentarlo.

El Comando Revolucionario instal sus oficinas, dependencias y cuarteles en la vieja


casona de Los Leones, situada en el centro de la cuadra que conforman el Colegio Nacional, la
casa que fue de Mavila Pino y la de Jos Isidro Snchez. Era propiedad de la hermana del doctor
Osores, Emelina, habiendo sido anteriormente de D. Jos Ponciano Vigil y de la Tapia. - Pequeos
destacamentos de sublevados se instalaron en el cuartel capturado a las tropas del gobierno y en
el local del Colegio.

CUATROCIENTOS HOMBRES

A los tres das de la derrota de las fuerzas del gobierno, el ejrcito rebelde se compona
por lo menos de cuatrocientas plazas.

Largas filas de voluntarios solicitaban su alta en la oficina del Estado Mayor


Revolucionario. Un centinela cholo atornillado a la puerta del despacho de inscripcin, armado
de reluciente y bien engrasado muser, los haca ingresar a enrolarse uno a uno.

- No empujar, no empujar! -. Gritaba de tanto en tanto, agitando el brazo derecho, - Para


todos hay lugar! ... Calma, seores, calma!

Tosa insistente y con sonoridad el encargado de garrapatear las listas y anotar los datos
de los voluntarios. Era un guerrillero con el grado de alfrez de ceo adusto y que incansable
anotaba las generales en grueso librajo. Fueron dados de alta de una u otra forma y entre muchos:
Juan Francisco Coronado, Vicente Bustamante, Teodomiro Bustamante, el escribano Vctor
Noriega, el padre de familia Arturo Acevedo, el empleado Pompeyo Coronado, el intelectual de
provincia Marino Rodrguez cuya inscripcin se cuenta caus grita atropellada y risas socarronas,
cuando con voz muy calmada hizo su presentacin este dizque gran matemtico chotano.

Tambin fue dado de alta el alcaide de la crcel Francisco Vera, el zapatero Csar Herrera,
hombre pequeo y peleador segn deca un montonero que ensalos blancos dientes de la boca
al hablar y hace reverencias hasta el suelo cuando saluda, el sastre y pendolista Jos Mara
Villalobos o Jos Mara Arana Glvez; el sargento segundo Pancho Alva, licenciado del ejrcito
peruano, y por entonces ejerciendo la carpintera, aunque tambin dedicado a otras faenas
campestres que por nocturnas eran ilcitas, el agricultor Diodoro Gavidia y su hermano el
comerciante Esteban, el colegial Antonio Snchez Bustamante y otros que asombraron a los jefes
cuando se enlistaron, as tenemos. Teodoro Medina Estela, Julio Gavidia y Sergio Novoa
Palomino, los tres eran cornetas de la banda de guerra del Colegio de San Juan.
- Ta bueno, ta bueno! -. Golpeando repetidamente su muser en el piso y meneando con
los dedos el portafusil, explic su admiracin, el guerrillero centinela cuando estos jvenes
hablaron para obtener su alta.

La fila segua interminable, semejante a una serpiente multicolor que repta lentamente. A
la peonada en armas de Benel, a los batalladores de Huambos y a los cutervinos del valle, se
plegaban ahora estudiantes, empleados profesionales, artesanos, campesinos, obreros y padres de
familia chotanos, amn de un nmero regular de licenciados del ejrcito duchos ya en el manejo
de las armas.

Carecan de parque. No contaron ms que con el armamento de Benel y el que adquirieron


despus de la toma del cuartel. Los caudillos rebeldes esperaban una remesa de armas y
municiones, que por esos das deba hacerles el general Benavides.

Benel sonriendo en la portezuela de la subprefectura, con el comps de las piernas abierto,


dirigindose a una multitud de admiradores grit:

- Muchachos, muchachos: se necesitan gentes competentes para repartir las proclamas


de nuestra Revolucin Restauradora, y pegarlas en todas las esquinas y en las puertas! Qu las
hagan tambin circular por todos los campos y por todos los pueblos! Rpido rpido!

Circul por aquellos das enormemente en los pueblos del norte del Per, el manifiesto
que los revolucionarios dirigan a la Nacin, adems de otra proclama firmada por el Comit
Revolucionario que jefatur Benavides en el puerto de Guayaquil. Esta, casi igual, y con leves
diferencias a las que se estilan actualmente en cada alzamiento, circul de manera especial en la
metrpoli limea y en los pueblos urbes del litoral.

Por encima de las cabezas de los rancheros se abran las gasas azules y blancas de
humos y vapores provenientes de fogones y pailas, as tambin las llamaradas de carbones y leos,
en magnfico acorde con las filas en que se hallaban dispuestos aquellos cremantes depsitos en
la calzada, desde la esquina de la familia Snchez hasta el colegio San Juan, llenaban la Plaza
Grande repicando insistentes en los centros cerebrales de los soldados de la revolucin,
despertndoles el apetito.

PANCHO ALVA

La cuatricentenaria Chota haba anclado su corazn transido de profundo dolor, como el


de toda la patria, en la revolucin. Chota se irgui como un slo hombre contra la dictadura. El
levantamiento civil de las aguerridas provincias del norte de Cajamarca comenzaba a agitar el
caldeado ambiente poltico nacional.
Frescos y alegres rostros infantes, y lozanos cuerpos de adolescentes hijos o allegados
de los rebeldes ya solos ya en rondallas, se desplazaron por plazas y callejas portando el
bracelete bermelln, divisa revolucionaria.

La palabra revolucin y la palabra partido parecieron aduearse del corazn de Pancho


Alva; por ello, solicit y obtuvo una plaza de sargento segundo, ya que con igual grado sirvi
como voluntario en el conflicto con el Ecuador, all por los das del ao diez.

Era el tal Pancho un redomado ladrn solitario, cuando ms trajinaba en compaa de su


yerno, Cordellatas; y en sus raids asolaba ms y mucho ms de treinta provincias de los
departamentos del norte del Per sin incluir algunos del oriente. Natural de Bambamarca,
embozado en su poncho tabaco, de grandes belfos violceos, ancha y respingada nariz, grande
muy grande la boca, dentn barbilampio y de cabello hirsuto, hbil y audaz, tahr astuto, picante
y malicioso Pucha, Diego; Satn en persona!

Con el sombrerito de falda ladeada, hzose anotar en la lista de los guerrilleros de manera
voluntaria. Vena ejecutando sabe Dios que proezas en la provincia de Cutervo, y trajo, adems,
la noticia de la prxima llegada de los Vsquez, de Lanches y que aquella ciudad habase plegado
a la rebelin.

Adiestraban a las milicias armadas en sus marchas, contramarchas, manejo de armas a los
poqusimos que lo ignoraban - pues, se sabe que la mayor parte de los norteos son gentes de
pelea - tiro y en las dems operaciones y ejercicios propios de los cuerpos de guerra y del arte de
la misma, el teniente Barreda, el teniente de guerrillas Carlos Rubio Sarapico algunos colegiales
chotanos, licenciados del ejrcito, as como varios soldados rendidos, el veinte de noviembre que
cambiaron bandera.

De todos aquellos momentos aprovech Barrera para pintar lo intolerable de la tirana


ante los ojos de los rebeldes algunos de cabeza dura, y lo haca con pensamiento inconcuso
y clarsima exposicin oral, mtodo pedaggico preciso pero inhabitual en un soldado.

Una de aquellas ocasiones, esput en el suelo a la par que dijo: - He all un escupitajo! -
Eso somos nosotros -, y luego restregndolo con su bota, aadi: - He all la dictadura, peor an
la tirana! As estamos nosotros bajo el vergonzoso oprobio de la tirana! Y eso ya no lo vamos
a consentir! -. Y los rebeldes exhalaron desacordes gruidos de aprobacin unos, miraban
ansiosos otros y enmudecan los dems.

Batalln... alto! De frente... march!... Vare a la derecha derech!... Siga variando!

Cosa sabida es que cada pelotn tena sus respectivos jefes e instructores. Comandante
de uno de ellos era el licenciado Pancho Alva, quien con toda la pericia que el caso exige,
adiestraba tambin a sus subordinados, provistos de diversas clases de fusiles, carabinas y
escopetas.

- Pelotoooon, franco derecho... derecho! Pelotoooon, descansoatencin!


Presenten, arm! Un dos tres!

En este instante cundi un momento de inquietud entre oficiales y muchos voluntarios


rebeldes. Bisbiseos, vaivenes, tropel de caballos confusin parcial y miedo de los reclutas
timoratos. Basta decir que comenz a notarse crecer el bullicio, que algunos rebeldes
prorrumpieron en exclamaciones de disgusto, que los jefes imponan silencio confundidos entre
grupos de voluntarios, y que en general, se turb el orden.

Habase filtrado la noticia de que las fuerzas del orden, uno o dos batallones
perfectamente equipados venan a recapturar la plaza y se encontraban a dos leguas de distancia,
por las inmediaciones del ramal de Samanga y, en el punto denominado Ro Seco.

La oportunidad que para hacer de la suyas se le presentaba al patriota sargento haba


que aprovecharla al mximo; sin entrar en muchos rodeos y con voz estentrea orden a su tropa
- pelotoon; tropas enemigas a la vista!... Sobre el hombro, arm!... A cubrir el ala derecha, de
frente, march!

Obedeciendo a su sargento, los inexpertos soldados rebeldes marcharon por la calle de


los Snchez as se la conoce hasta hoy, y continuaron al paso redoblado por la puerta de la botica
del honrado jefe, de un prolfico clan chotano, D. Juan Tantalen. Pancho Alva, fusil al hombro,
con el aplomo del veterano sigui comandndolos hasta la esquina donde tena su vivienda una
seora crucea con altos quilates de usurera, alma de alcanca, de proverbial avaricia, con cara de
bruja y andares de pato que barra el suelo con sus amplsimas polleras, cargando item ms, un
par de pendientes poco menos que la Cruz de Chalpn; escabullse sin que se diere cuenta su
tropa y tom las de Villadiego. Por el camino de Chimchim alejse a gran velocidad en derechura
a su pueblo. All vendi el fusil al primer hijo de Adn que se le puso a tiro y lo vendi barato,
no sin antes pensar para sus adentros que algo es algo, deca el diablo cuando se llevaba un
arzobispo bajo el brazo.

No se puede pedir peras al olmo... Pancho Alva, redomado ladrn no tuvo alma de
revolucionario.

LOS LANCHINOS GENTE BRAVA

Cuatro das haban transcurrido desde la captura del cuartel y la rendicin de las tropas
de lnea, cuando casi al atardecer, entraron a galope tendido a travs de la plaza de Armas de
Chota, espoleando febrilmente sus cabalgaduras y dando vivas a la revolucin, Avelino, Asuncin
y Tadeo Vsquez y su hermano materno el Cojo Flores, capitaneando una hueste de treintises y
valientsimos lanchinos que los seguan a pie y con el arma bajo el Poncho.

Los lanchinos son una raza de hombres fuertes, hazaeros y bragados de la provincia de
Cutervo que haban contrado compromiso poltico con Osores Cabrera.

Las gentes iban aproximndose de prisa a contemplar y admirar a la vez aquellos hombres
blancos, ojizarcos, bigotudos con los bigotes coposos como la cola del zorro de buena talla,
amplia caja torxica, cejijuntos, ceudos y fieros, sombreros a la pedrada, descalzos algunos de
ellos, embozados en habanos ponchos de hilo rico, calvos muchos de ellos; y que, adems de su
respectiva carabina, llevaban un treintocho al cinto.

Los centinelas de la Comandancia saludaron al capitn de los lanchinos.

La muchedumbre se agit y empez a cercar a Avelino, de blanco rostro, abundante ceja,


nariz poderosa, grandes bigotes y pelo negro en tupidos mechones, arreglados de cualquier modo,
recubiertos con un sombrero de grandes alas y a la pedrada. Vesta chupa chaleco y pantaln de
casinete plomo y camisa de tocuyo sin cuello, abrochada con gemelitos de cobre.

De vientre prominente y derramando ros de sudor por todos los poros de la piel ajustse
el cinturn cargado de proyectiles bajo el poncho.

Varios guerrilleros salieron del interior de su cuartel, hasta diez, dando muestras de gran
alegra.

- Vivan los lanchinos! -. Exclamaron con arrebato.

- Vivaaaaal Veintenas de voces corearon un grito:

Avelino Vsquez con mano enrgica tir la rienda de su caballo y descabalg gilmente:
Lo propio hizo y con redoblada maestra el Cojo Flores.

Se abrieron paso entre la multitud que los segua con animacin y pusironse rpidamente
a rdenes del Comando Revolucionario:

- Avelino Vsquez y mi hermano Pedro Flores. A sus rdenes, seores... Hemos venido
en nmero de cuarenta, y aqu estamos -. Dijo el jefe de los cutervinos pestaeando.

Buenas tardes seores-. Saludaron a coro Alczar y Benel - Adelante, adelante


compaeros! Sean muy bienvenidos... Los esperbamos, y ahora nos regocijamos de tenerlos a
nuestro lado!

- Gracias, seores Replic el cojo muy serio restregndose el rostro brillante.

La casona con sus dependencias simtricas semioscuras, sus ventanas hermticas y las
gentes armadas ejercieron una especie de fascinacin en los caudillos campesinos de Lanches.
Las dos figuras permanecieron silenciosas ante los jefes, hasta que Benel con una sonrisa brusca
aproximse ms a lados de ellos, con singular presteza, dicindoles:

- Mis amigos: estamos en guerra. Y no debo ocultarles a Uds. todos los riesgos que la tal
conlleva. Hemos sentado plaza, y en esto nadie nos ha obligado, sabiendo que lucharemos por
nuestra causa que es justa y que es la de todos los peruanos buenos. La sabremos defender a
cualquier precio y pelearemos, en todas partes... La historia sabr apuntar su dedo para
juzgarnos... Sera bueno que nos expliquen si nos acompaarn hasta el ltimo? Esto dijo como
si estara tomndoles juramento.

- Ms que nunca. Pa eso tamos aqu... Que din, taramos en nuestra casa.

El cholo Avelino y el Cojo Flores, resueltos a luchar con los sublevados se miraron uno
a otro, y el primero de ellos tom la palabra para explicar la situacin:

- Un tal padrn, que es capitn de las tropas, ha estao persiguiendo dizque al contingente
del doctor Osores por Cutervo. Y fjese, mi coronel, que se ha ido pa Lanches, que es nuestra
tierra y ha arrasao con las gentes y las viviendas de ah... Qu barbarid de hombre!... Como que
hizo emplazar las metrallas en la puerta de la escuelita del pueblo y orden matanza de canto a
canto. Las metralladoras hicieron toto lo dems. Mucho ms de treinta entre hombres y mujeres,
cholos y chinas, chicos y maltones, todos de escuela, murieron ah mesmo acribillados. A la
mestra Rivera la bandearon de codillo a codillo y treinta gentes ms, hombres y mujeres ya de
eda, tan ya bien muertos y unas cuantas arrobas de tierra encima. Nuestros sobrinitos, nuestros
cuaos, casi toa nuestra parentela han cado all.

Po eso tamos aqu y sabremos luchar como machos y hasta el fin.

- Brbaros! -. Aull el coronel. - Ha visto temeridad y tanto sacrificio intil comandante


Benel?

El aludido no chist. Acaricindose la barbilla y fija la mirada en el suelo, recorri tres


veces ms el corredor del cuartel general.

- Teniente Rubio! Teniente Rubio! -. Haciendo una simptica mueca, ya repuesto de la


rabieta que le produjo la narracin del lanchino, llam el coronel:

-Presente, mi coronel Apareci diciendo Sarapico, que as apodaban a Carlos Rubio,


vallino del Chicama y valentn, dado de alta como teniente de milicias, taconeando por el piso
enladrillado de una saleta.

-Alojamiento para los soldados de Lanches! ... Proporcineles toda clase de


comodidades, inmediatamente!
-As se har, coronel Afirm el miliciano, golpeando ruidosamente los tacones de sus
botas de cuero y ejecutando saludo y media vuelta con perfeccin de veterano. Los de Lanches
penetraron silenciosos para acomodarse en una cuadra.

Lanches es un paraje de inslita hermosura situado a cuatro leguas de la ciudad de


Cutervo, de extensa y frtiles tierras pobladas de paternales pero bizarros cholos, donde la vida
se siente palpitar en los rsticos bohos que a veces se amodorran bajo los efectos del sol o de la
abundante lluvia. Relieva la ndole de los de Lanches el tener la cualidad del sentido del efecto
sincero y sin dobleces. Son los lanchinos amigos de los amigos; empero suelen ser hombres
malos y con odiosidad enfermiza para con todos sus enemigos o cuando se les disgusta en algo
grave. Pertenecen a la categora de hombres derechos que jams perdonan la traicin, ni an la de
sus propios hermanos.

TOMA DE BAMBAMARCA

Csar Asenjo, capitn de guerrilleros samaninos, ojizarco, de buena presencia y


corpulento como un oso, presentse en Bambamarca a las once de la maana del veintids de
noviembre con cincuenta sublevados, tomndola sin disparar un tiro. Preparaba acaso el camino
para la marcha de los alzados a Cajamarca, Trujillo o a Lima? No se ha podido aclarar muy bien
este punto.

Segundo capitn de tal destacamento era Vctor Espinoza.

Emponchados, cinta roja al sombrero, distintivo revolucionario, con el fusil presto para
disparar y el gesto decidido corran de puerta en puerta para cerciorarse de la presencia de algn
enemigo emboscado.

Al borde del barranco de la Pampa Grande bellsima meseta de aluvin los capitanes
Asenjo y Espinoza observaron detalladamente muchas cosas interesantes Los dems guerrilleros
comenzaron a ubicarse alrededor de sus jefes, en el corredor de la arquera de Emeteria Paredes,
descendiente por lnea materna de los Mego de La Samana.

Dos chiquilines desnudos, el uno ms pequeito, correteaban en los alfalfares despus de


meter las piernecitas hasta los tobillos en las aguas del Malgasbamba, que discurre bullanguero
en la profundidad del angosto valle. Los maizales de los Tello flamean a la brisa sus glaucas y
cortantes envainadoras. Veanse las arboledas y el pueblo situado en la planicie de la meseta
fronteriza, tranquilo y sosegado, con sus casitas blancas de grises techumbre, sus bien delineadas
y amplias calles que trazara el coronel ingeniero D. Pablo Arguedas conjunto que ejerci
fascinacin en los guerrilleros.
Los gallinazos revoloteaban en vuelos perezosos alrededor del grueso torren rojizo de la
iglesia, que emerge sobre los techos del poblado. Por encima de las cabezas de los guerrilleros
pasaron zumbando al cortar el aire una pareja de enamoradas chinalindas, que se perdieron raudas
por las lomas de don Juan. Un hato de vacas paca errante por los ondulados y verdes pastizales
bordeados de eucaliptos, acercndose ms a la vieja acequia que surte al pueblo.

- La montonera, La montonera de Benel! -. Gritaban algunos bambamarquinos en tanto.


- A esconderse! ... All est Csar Asenjo! -, exclamaban y corran a guarecerse.

Al llegar los guerrilleros a Bambamarca, quedaron inmediatamente instalados en las aulas


de la Escuela 76, que forma esquina en la Plaza Mayor.

Sucedi que un aoso chotano, Juan Tantalen, dedicado a los menesteres de la orfebrera
y platera; abraz en un abrir y cerrar de ojos la causa de la revolucin. Supo que se aproximaban
las huestes de Benel por que el personal destacado a Bambamarca era de benelistas legtimos
saliles a recepcionar en las inmediaciones de la Pampa Grande.

Encorvado por los aos, bajito de estatura; ojos plomizos, alegres y vivaces, barba cana
y raleada, terciado su rado poncho; al verles aparecer por un recodo del camino en la casa quinta
de Eulogio Campos, grit levantando una blanca banderola y pregonando su orgullo de chotano.

- Viva Chota y viva la revolucin!

- Vivaaaaaa! -. A una sola voz contestaron los samaninos. Asenjo levant el y brazo
ordenando alto a los guerrilleros. Muchos de ellos empezaron a beber con avidez el agua
abundante que burbujea contra las piedras de la acequia canalizada, tendidos unos, o llevndola a
sus sedientos belfos en el hueco del sombrero impregnado de sudor otros.

- Juan Tantalen, a la disposicin de Ud., seor. Soy casado y con tres hijos... Mi alma es
romntica y tengo el presentimiento de que cualquier da de estos voy a morir. Y es mejor que me
atrape la muerte peleando; mis puos an son recios y mi corazn todava late con fuerza y
regularidad... No me arrepentir de haberme incorporado a esta rebelin... He vivido hasta hoy
los aos ms felices de mi vida y quiero terminarlos con gloria... Tengo que manifestar a Ud. que
ms soy conocido por Juan Doble; y me nombran as porque en mis buenos tiempos de sacristn
mozo, mi principal, el seor cura de la parroquia cuando deseaba un doble me llamaba a gritos
desde la sacrista dicindome: Juan, Juan, dobla. S, seor.

La garrulera y sinceridad del orfebre llam la atencin de Asenjo, pero aun as le dej
continuar:
Soy chotano de nacin y la pobreza es mi inseparable compaera. Soy peleador y aqu
me tiene Ud., seor. Pregnteme todo cuanto le venga en gana, amigo Con quin tengo el gusto
de hablar, seor?

- Bueno, viejito, basta ya. Djese de tanto rodeo y dganos qu cosa hay en el pueblo? -
. Inquiri Asenjo, valiente, audaz y cauto mozalbete, gente de confianza de Benel. - Existe tropa
o gente en armas contra nosotros?

- No espere Ud. de m traicin ni delacin... Bajo pena de muerte, mire bien lo que le digo
capitn Asenjo. So pena de perder la vida, me comprometo a entregarle Bambamarca en paz y
tranquilidad, sin quemar, pero ni la mitad de un cartuchito miserable... Por primera providencia
le dir a Ud. que no hay gente del gobierno, y como cuestin segunda, debo manifestar a Ud. que
la ciudadana ha acogido con regocijo el hecho de que Benel est sobre las armas.

- Tenga mucho cuidado, abuelito... Qu si nos hace trampa, vaya por adelantao
encomendando su almita a Dios! Cuidadito!... Cuatro varas de tierra encima de su cadver, y
listo!

- Sgame, amigo y convnzase quien es su Juan Doble, para que se cerciore y no est
razonando as por qu as!

Caviloso caminaba Asenjo con sus guerrilleros. Benel le haba indicado, adems, que en
Bambamarca haban tres hombres qu posean armas: Eloy Lpez, Juan Hernndez y los
hermanos Salazar, quiz tambin los Orrillo; en fin, de los nicos que habase de confiar era de
los Salazar ya que a los otros se les poda controlar fcilmente.

Bambamarca, en efecto, no se movi a la entrada de los sublevados. De su


acuartelamiento salieron muchos guerrilleros a saludar a la esposa de Carlos Vigil y al viejo
Acua, antiguas amistades y protegidos de Benel. El Pueblo qued tranquilo como siempre.

Pero, aconteci que Luca Omontes, lleg de Hualgayoc a las pocas horas de ocupada
Bambamarca, portando noticias que parecan tremendas para los guerrilleros.

- Hoy, segurito, que acaban con la montonera! -. Un hondo estremecimiento sacuda la


fragilidad de su cuerpo al pronunciar estas palabras. - Viene el subprefecto con cien
hualgayoquinos armados hasta los dientes! Tambin traen mucha dinamita de la que usan en los
socavones, y... ay, Diosito, llega adems, el Zafarrancho!... el ms terrible hombre de la
provincia entera! Qu sujeto tan guapo, por Dios y Mara Santsima!

Contaba doa Luca fantsticas historias de las hazaas y aventuras del ciudadano ms
valiente, temible y temido matasiete de Hualgayoc, desde luego con su correspondiente agregado
de sal y pimienta; vale decir contenan las narraciones mucho, mucho de exageracin. Vena
segn ella el cruel e inmisericorde Zafarrancho a practicar una degollina con los pobrecitos
montoneros.

- Total, a mi nadie pone la mano encima, seoras!... Menos uno de Hualgayo! ... Y
ojal que asomen la cabeza los capacheritos, pa hacerles tragar unas cuantas onzas de plomo! -
Exclam Csar Asenjo despus de haber tenido la paciencia de or por ms de veinte minutos
pregonar la valenta y diabluras del feroz hualgayoquino.

El capitn de guerrillas presto despach comisin a la hacienda Chala, situada al pie de


elevada montaa con perfil de hombre barbado y tras unos cerros redondos y obesos, con el fin
de imponer cupo a los propietarios y para que los proveyera de algunas carabinas.

Orden, adems, formacin de combate a su guerrilla para esperar en regla a los de


Hualgayoc. - Con Zafarrancho o sin Zafarrancho!

-La expedicin punitiva de los cerrinos se hizo presente, pero slo lleg acampar a un
kilmetro del pueblo, coronando las alturas del cerro de la Cruz Verde y su contiguo hermano
trasero, el mogote Relator, vigilantes canteras de Bambamarca.

Asenjo no conoca a Zafarrancho, solamente de odas; empero se lo imaginaba. Al calarse


el catalejo divis un grupo de enteleridos cerreos, emponchados que tales limaduras del hierro
atradas por el imn se disponan en fila en las cumbres de los cerros y luego se sentaban con
tranquilidad pasmosa, a contemplar la dura belleza del panorama que ofrece la ciudad y sus
alrededores.

Slo uno de ellos permaneci de pies, ejecutando ciertos ademanes tal si impartiera
rdenes, pero nadie se movi. Era ni ms ni menos, el terrorfico Zafarrancho, un minero
hipergloblico y coloradote de astrosas vestiduras, algo encorvado, tocado de un sombrero
vetusto, rado y grasoso, con dos filas de dientes multicariados y escassima pelambre en la barba.

Dos guerrilleros se aprestaron a disparar sus fusiles, que por lo dems ya los tenan
apuntados, dispuestos a liquidar a un par de chiquillos bambamarquinos que, tras haber salido a
curiosear en las filas de los expedicionarios gobiernistas, regresaban por los esguinces del camino
dando tumbos y a gran velocidad a la poblacin.

Haciendo un gesto desesperado, el bondadoso viejo Acua dirigise a Csar Asenjo y le


observ en tono de splica: - Asenjo, hombre ... No puedes permitir que sacrifiquen a esas dos
pobres criaturitas! Sera una crueldad! No te parece?... Detenlos, hombre de Dios, tu eres el
jefe!
- Bien, don Aurellito! ... Por ust lo hago; que conste! -. Luego dirigise a los fusileros
y con violento ademn apunt: - No les tiren, no les tiren! Descanso a las carabinas!... Pero, eso
s, vayan y triganme a ese par de landosos, quiero conocerlos.

Los rapaces una vez a disposicin del capitn de guerrillas dieron respuestas satisfactorias
a todas las interrogantes que le plantearon:

- Pa deciles la verd francamente, les mos odo decir que no tienen deseyos de entrar al
pueblo, hasta cuando ustedes se manden cambiar... Tan con hartsimo miedo... Al menos hay uno
que lo dicen el Gutirrez, t que se zurra en los pantalones.

Asenjo y su guerrilla, cumplida la misin que le encargasen y despus de haber; ocupado


el pueblo durante seis horas cargaron con el dinero del cupo y dos mulos llenos de armamento,
dispuestos a retornar a su base de operaciones.

Consiguieron enrolarse unos cuantos bambamarquinos, junto con Neptal Romero, el


Len de Puna, que ebrio como una cuba, eructando caazo, embozado con gran bufanda de lana
gris y cabalgando negro mulo, divisa revolucionaria al sombrero, recorra esa tarde las calles del
poblado. Sin reparar en la seriedad de la cosa, pues l la tom a broma, tocado con un sombrerazo
de paja palma encajado hasta las cejas, penetr cabalgando, su bestia al cuartel de los rebeldes,
dando vivas a la revolucin.

- Cargar con el ancianito para Chota!... Con mulo y todo! Nada de lisonjas pa que otra
vez no desafine! Andando! -. Orden el segundo jefe de la tropilla, Vctor Espinoza.

Incorporado definitivamente a la guerrilla, resignado cuando se le iban ya los humos del


alcohol ingerido, march a combatir por los sublevados. No se sabe a punto fijo cual fue la parte
que le toc desempear al anciano recluta, amo y seor de Yanacancha, lo cierto es que las tropas
del gobierno le requisaron su ganado y propiedades dos semanas ms tarde.

Trascurrieron tres horas desde la partida del capitn samanino,y ya cuando rein completa
tranquilidad en el poblado, invadieron las fuerzas que secundaban el terrible Zafarrancho y el
guapo franco - Cerrino Pancho Casaux; ocuparon el mismo cuartel que los rebeldes retuvieron
anteriormente, y un grupo, promoviendo tremenda algazara, se encamin a la oficina de telgrafos
donde dirigieron al .Supremo Gobierno los telegramas de adhesin que se estilan para tales
ocasiones. Son, por supuesto, telegramas de planilla.

Excmo. Presidente Repblica Mingobierno Prefecto

Cajamarca Mltiple

Leal pueblo hualgayoquino captur ocup Bambamarca


despus tenaz lucha Stop Ganada batalla perseguimos
facciosos hasta inmediaciones Chota Stop Reina paz
tranquilidad toda provincia Hualgayoc Stop Espritu lucha
hualgayoquinos superior todo elogio Stop Presentamos
nuestra adhesin incondicional poltica constructiva
progresista gobierno.

Respetuosamente Macciota Subprefecto.


CAMPAA DE ZAVALA

INCENDIO DE LA SAMANA

Un soldado de la tropa, sacudiendo las greas, grit a la vez que ajustaba una de las
gruesas bandas que envolvan sus pantorrillas:

- La Samana, La Samana a la vista! ... All! Y seal con el dedo.

Allsta! -. Delante de l, marchaban a paso de camino, los guas o baqueanos de las


tropas, Anselmo Daz y su pandilla de malhechores.

Mientras los sublevados ocupaban Chota, de su Cuartel General en Lambayeque se


moviliz un batalln de infantera el, II, encaminndose a las tierras altas de la provincia de
Hualgayoc, donde tena sus fundos Eleodoro Benel; en el nterin, otros efectivos avanzaban al
mando de Rosas Morn sobre Lanches tras los hermanos Vsquez.

Enfilaron por la roquiza va que serpentea a orillas del tumultuoso Chancay y luego de
vivaquear en Santa Cruz, lugar donde dejaron un pequeo destacamento, asaltaron de madrugada
la casa de Benel.

A las tropas gobiernistas, plegronse los cruceos Fortunato Alvarado, Juan y No


Aguinaga, Pedro Zuloeta, Vidal Avellaneada capitn de bandidos de Polulo y la banda del
sanguinario Aselmo Daz, amn de cien hombres ms, todos a soldada del rgimen.

Los efectivos del batalln, temerosos de que Benel hubiese dejado aguerrida guardia para
custodiar y defender su casa hacienda, desplegronse silenciosamente adoptando disposiciones
de ataque, en la penumbra del amanecer del veinticinco de noviembre de mil novecientos
veinticuatro.

A una voz del comandante Zavala, la metralla comenz a tamborilear sobre las
encalaminadas techumbres de la casa hacienda.

Los viejos peones y guardianes que haba dejado Benel al ir a Chota, acompaado por el
formidable ruido de las detonaciones y el tintineo de las hojas de zinc. El reloj de Zavala marcaba
las cinco y treinta de la madrugada.

Tuvieron la idea de que las casas se haban desplomado y apenas salieron a cerciorarse
del origen del ruido; tres de ellos cayeron segados por una rfaga de ametralladora, cuyo nido se
asentaba, con sus respectivos sirvientes tras unas matas de altamizas, escaramujos y motuyes.
Otros peones no bien se repusieron del susto, echaron a correr precipitadamente en busca de la
proteccin de las arboledas, setos y sembros; tres descargas seguidas de fusilera dieron fin a la
vida de ellos. Una inocente samanina gema dolorida y arrinconada debajo de un viejo muro,
herida mortalmente, mientras un soldado exultando ira corriendo hacia ella, la remat en seguida
con un feroz golpe de culata.

Desde aquel instante rein el silencio total en la casa hacienda.

Pasaron unas cuantas nubes fras, rodando por el cielo y el da iba avanzando con
prontitud Zavala oculto bajo la maleza, aguzando el odo, se convenci definitivamente que
resistencia en aquel lugar no poda haber. Y as era, en efecto.

- Adelnteee! -. Orden nuevamente haciendo un violento ademn con el brazo derecho


en cuya mano porta su catalejo. Los soldados pasaron tranquilamente a la vera de la mujer cuyo
pecho haba destrozado la metralla y el crneo hendido por la culata. Uno de ellos asi de la trenza
y tirone fuertemente.

- Qu no quede nada, pero ni rastros de esta casa maldita! - Orden con voz estentrea
el comandante. Nadie contest. Pero brazadas de lea iban rodando y apilndose ruidosamente
alrededor de todo el pabelln de habitaciones.

Los bandoleros Daz, los Alvarado y el resto de mercenarios rompan las puertas y
ventanas, procediendo a saquear con mucho mtodo y amontonado los gneros y mercaderas del
tambo en el patio de la hacienda.

Las hojas de calamina de las techumbres volaron una a una por audaces golpes de palanca
o martillo, y las iban despachando a Santa Cruz; all serviran para rematar las casas de los
Alvarado y de otros. Centenares de chanchos salan gruendo de sus chiqueros y centenas de
cabezas de vacunos abandonaban atropelladamente las invernas azuzadas por el fiero ltigo de
los bandoleros de Uticyacu.

De pie, radiante y con la felicidad dibujada en el rostro, dando rdenes de tanto en tanto,
fumando alegremente, Zavala, encasquetado, vio encenderse la fogata inmensa. Las llamaradas
crepitantes comenzaron a llamear rabiosamente las paredes y techos de la casa de Benel. Los
leos encendidos chisporroteaban avivados por el viento, lo mismo que vigas, pilares y
barandales. Estallan los cristales de las ventanas como tiros de fusil. Las tejas caldeadas surcan el
aire unas tras otras mientras los soldados atizaban la hoguera aqu y acull arrojando lea, algunos
muebles, tallos secos y pajas de los rastrojos, as como montones de hojarasca.

Una muy densa y negra humareda que tea el cielo y se poda contemplar en dos leguas
a la redonda, iba denunciando a los campos que La Samana arda por todas partes.

Las llamas se hinchaban lenta o bruscamente estremecidas por cortas o sbitas rfagas de
viento, y brillaban como si fueran metlicas. El aire recalentado invade hasta el suelo, y el humo
giraba de tanto en tanto en espiral o se precipitaba adelante o a los lados de la quemazn,
esperndose y amarilleando, por entre el cual irrumpen llamaradas rojizas o anaranjadas que
zumban, gimotean y vibran.

Los samaninos, peones y arrendadores de Benel, enmudecidos e impotentes en su


indignacin, encaramados en los alcores y en las cercas miraban el tristsimo final de la casa del
patrn.

Zavala pareca ya aburrirse mientras en la soldadesca va surgiendo inters por los licores
que haban extrado los bandoleros del tambo. Aquella fue la ltima maana que se sostuvieron
en pie las casas de Benel. Al cabo de cuatro horas de pertinaz incendio van reposando las flamas
insensiblemente sus alas trmulas; solamente qued indemne la vieja capilla, y parcialmente
quemado, el techo del comedor, que aun arrojaba columnas de amarillento humo por sus dos
ventanucos.

Resonaron cnticos, estrpito, disparos de alegra, silbidos, frases provistas de mucha


procacidad y ademanes brutales y obscenos cuando acabaron por desplomarse produciendo
infernal ruido las paredes y los restos de los techos al explotar diez cargas de demolicin.

En medio de aquel torbellino, muchos oficiales lucharon a brazo partido para mantener la
disciplina, que ya daba sntomas de comenzar a resquebrajarse. Despus de la bebendurria de toda
la tarde y parte de la noche hubo inamovilidad hasta el da siguiente en que el batalln march
con rumbo a Chota para vivaquear en Churucancha.

GARRAS Y PLOMO

Era capitn de pandilleros el Cholo Anselmo Daz.

En las asperezas de Cajamarca, a todo cristiano que no sea retoo de conocidas familias
y en general, a todo habitante de los campos, es costumbre inveterada endilgrseles el calificativo
de cholos. Son los andinos de cierta laya muy adictos a cholear a medio gnero humano, aunque
los tales cholos fuesen blancos de color y de dorada cabellera, como sucede con los macizos
naturales de Chugur, Ticyacu, Olmos, los de Polulo y los ninabambinos vozarrones y galleros,
entre cuyas gentes abundan hermossimas mujeres, eso s de pie en tierra.

En sus primeros tiempos tuvo como tenientes a sus hermanos Toms y Gervasio, que,
aunque mayores que l, obedecan sus rdenes. En la poca de las guerras de Benel y, en
inferioridad jerrquica estaba otro menor hermano, el Bernardino, y conformaban adems esta
minscula gavilla de trhanes, tres primos ms: Domingo, Vicente y Ernesto Daz, de rostros
ovalados con barbas espesas y duras el Zenn Flores, los Coloraos Moiss y Rosendo
Mondragn, Floreano Vargas, el Cholo Calixto Zamora, los Gonzales de Lajas Altas con su jefe
Nataniel, el Dionisio y su hermano Isabel Ventura, viejo enemigo de Benel y que tambin
perteneciera a la hueste de los hermanos Ramos, Visitacin y Gonzalo Garca, el grupo de los
Avellaneda de Polulo que capitaneaban el Vidal y el Moiss y secundaban el Tarcilo, Cabrejo,
los Veras -el viejo Hiplito, padre, y sus dos hijos; Rosendo, Pedro y Juan Zuloeta; Miguel y
Mercedes Daz; Juan Snchez, Baldomero y su hermano Abraham Linares; los dos hijos de
Alcibiades Vargas, los dos hijos de Abel Vsquez; los dos Ruices y el Bomba Jos Vsquez
con sus hijos Todos hombres de presa!

Eran fuertes y raposos, escurridizos y rudos, expertos en allanamientos y maquinaciones.


Eternos dominadores de las moles andinas, guiaban a las tropas que combatan a Benel, que estaba
alzado; y su ayuda a los batallones se condicionaban seguramente, y por lo que se vea -y eso a
todo el mundo le consta- a que les dejasen robar, asaltar y saquear con impunidad.

De hermosos y blancos rostros eran dueos Anselmo y Toms; un poco ms de severidad


acusaba el del Gervacio. Mechones de pelo castao les caan por la frente anchurosa. Ojos verdes
expresivos y pobladsima ceja que traza una sola lnea de principio a fin, contribua a realzar la
belleza de sus faces curtidas que les dieran tan triste celebridad.

Cuando se desplazaban por los caminos de la cordillera, marjales, valles y maraas,


aguzaban los ojos para ver, henchan de coca sus mejillas, usaban ponchos rojizos ribeteados de
chocolate, y debajo de ellos las 44, prestas a vomitar mortfero plomo. Calzaban gruesos llanques
de cuero de res con correas del mismo material. Cuando se endomingaban pues, el poncho al
rincn de la posada!, bien acicalados y con crujientes zapatazos de cordobn chotano, amarillos,
de los que acostumbraban a venderse los domingos por almudes, salgan ms derechos que
izquierdos, de estaquillado cerco y la puntera mirando al cielo, caminaban balancendose por las
calles de los pueblos que tocaban o irrumpan.

Vestan cortas chupas y pantalones canutos de dril, chalequito con abotonadura de fierro
y camisa de vichi con botoncitos de ncar.

Dos de ellos se rasuraban la barba y mostacho, solo el Gervasio usaba copossimo bigote
como la cola del zorro. Dos de ellos eran ledos, slo el Gervasio era iletrado analfabeto de punta
a punta! Dos de ellos eran malos el Gervasio era terrible! El Anselmo y el Toms fueron grandes
conversadores; su hermano mayor, muy adusto, difcil y reservado. Los Daz, bandidos
uticyaquinos, destacaron como excelentes tiradores. En los combates politiqueros pueblerinos que
empeaban -cotizando sus servicios a tanto por da- los enemigos huan slo al mirarles en actitud
de tocarse las cabezas con grandes pauelos bermejos estampados con figuras de toros y otros
ornamentos. Era seal fija que caeran en la contienda muchos venados con cabeza negra y
poncho, al decir de ellos mismos.
Con las ramazones venosas de las sienes hinchadas y los ojos que parecan quererles saltar
de las rbitas, echando llamas por ellos-, tiraban frenticos sus carabinas con endiablada puntera.

Tipos clasificados entre la ralea de gentes que actan por dinero, eran duchos conocedores
de las miserias y debilidades de los hombres. Clasificbanlos con la mirada, sonrean luego del
trato sin abochornarse, y casi nunca se equivocaban. Las gentes les odiaban, aunque tambin les
teman. La vida de los cholos Daz estaba jalonada de una largusima estela de crmenes.

El juez Lpez Albjar ha inmortalizado a un clebre tirador huanuqueo, identificndolo


como Juan Jorge en su Campen de la muerte. Este Juan Jorge es un aprendiz a lado de Anselmo
Daz, Juan Jorge era un malhechor taimado y mataba a traicin por paga. El Anselmo se bata a
campo raso, y se bata con diez, y a los diez los pona en fuga, aullando, gesticulando, maldiciendo
y renegando, tambin por paga.

En los viejos tiempos de la lucha entre Villacortas y Montoyas, que se disputaban la


representacin por Chota para dormitar en los salones del Congreso Nacional, el cholo
Hermgenes y el Venshe Barturn, macilentos, de apariencia grotesca, bandoleros a rdenes del
Anselmo, al valiente cholito Tayca, de Sogos, de ojos sombros y mentn firme, completaban tan
temible Sexteto con Toms y Gervasio. En los tiempos de Benel, estos dos ltimos forajidos
andan ya merodeando por el pas de las calaveras.

Hozaban la tierra buscando el botn, gastaban dinero en armas y empleaban legiones de


espas. Se burlaban impunemente de las leyes, no conocan la cautividad, y en sus etlicas
corajinas guapeaban a todo el mundo, armaban pendencia y... slvese quien pueda!

Todas estas gentes olfateaban las huellas del enemigo como perros de presa. Eran amos
por los tiempos en que hasta las mujeres lisiaban a los gendarmes; por lo dems gendarmes
estos, encostalados en sus uniformes azules con franja verdes al pantaln, regordetes como toreros
antiguos, rsticos e inexpertos, que devinieron posteriormente en guardaespaldas, carceleros y
comisionados. Eran conocidos por todas las gentes de los pueblos con el mote de Los Azules,
mientras que a los soldados de lnea les denominaban Los Oques, segn el color gris de su
uniforme.

Slo las matanzas y el terror implantado despus del armisticio por los
gubernamentales que lidiaban con Benel, sobre sus antiguos aliados, pudo detener a estas hordas
de miserables.
EL CERCO DE CHURUCANCHA

ZAVALA SE DESPLAZA A CHOTA

Tras cinco horas de recorrido los infantes que comandaba Ral Zavala llegaron al villorrio
de Uticyacu, guarida de los Daz. Los naturales anduvieron asustados con la presencia de los de
la tropa, porque en puridad de certezas, era sta la primera oportunidad que los vean por all,
hacan de vez en cuando, sus correras solamente los Azules.

Los bandoleros escanciaron entre pecho y espalda varias botellas de caa, y, antiguos
baqueanos de los senderos norteos, fueron guiando a la tropa en su avance.

Se preparaban ya las fuerzas de Zavala para el ataque a Chota, lugar donde se haban
hecho fuertes los insurgentes, para lo cual tuvieron que verse obligados a pensar seriamente en la
ocupacin de la casa hacienda Churucancha a cuatro kilmetros al norte de Chota.

Atravesaron los caminos de Lajas all durmieron y a paso lento, a eso del medio da,
llegaron al punto que deban ocupar Churucancha, conjunto de apartamentos dispuestos en cuadro
formando un amplio patio, est situada debajo de un agreste acantilado, que se contina oblicuo
hacia el norte por una elevada crestera que remata en los ptreos y verticales farallones de
Condorcaga.

Marcaban los relojes, las once de la maana del veintisiete de noviembre del veinticuatro.
Quitndose el casco y desabrochndose el alto cuello de su guerrera gris, Zavala, despus de
santiguarse, ordena con voz ronca, mientras un asistente retiene de la brida al caballazo canelo.

- Segundo Jefe, imparta todas las rdenes convenientes para vivaquear en este lugar...
Vigilancia certera de la tropa, y que no les haga falta nada... Disponga puestos, vigas y centinelas
en los lugares ms apropiados, y siempre alerta!

- Bien mi comandante -. Contest su segundo, saludando.

Instalronse all los infantes, ya que los dueos del fundo haban abandonado la casa sabe
Dios si con motivo de la revuelta.

Saliendo de Cajamarca el mayor Elias Rosas y el capitn Padrn con un destacamento de


ciento cincuenta hombres de a caballo y artillera despus de dar un gran rodeo por pueblos,
villorrios, campos y de su raid a Lanches lleg a la hacienda Chetilla, con el fin de entenderse
con el propietario Wenceslao Villacorta Vigil, hombre de recia complexin, de bien conservados
bigotes, de buena talla y mejores familias, pero eso s, de mucha presuncin, personalidad
controvertida y cacique poltico provincial, uno de cuyos hijos, Leoncio, era diputado regional, a
la sazn.

Conocido el valor combativo de los revolucionarios, especialmente de la gente de Benel,


y vallinos de Cutervo eran de urgente necesidad mayores refuerzos para doblegarlos.

CHURUCANCHA

Alczar, sabedor de la presencia de las tropas gobiernistas, tras breve acuerdo con los
otros dos jefes de la rebelin, orden marchar a los sublevados al encuentro de aquellas. Los
revolucionarios abandonaron Chota por la anchurosa alameda Jos Ponciano Vigil, marchando
en silencio, en columna de a tres, y jineteando con destreza sus chcaros los hombres de a caballo.

Al cabo de veinte minutos de marcha en el camino que cruza por entre grises roquedales
y duros asperones, desde donde se divisa la confluencia de el Chotano y Doana, que serpean tan
argentadas cintas por en medio de sauces llorones y retorcidos, glaucos maizales y limoneros,
floridos huertos, naranjales y jardines, y van abrindose paso por la planicie del amplio valle
el coronel Alczar orden la participacin de las fuerzas sublevadas en tres grupos:

1. - Los lanchinos, con Segundo Benel de comandante y con Avelino Vsquez y el Cojo
Flores como segundos, tras vadear el ro Doana y recorrer su hermoso valle en gran extensin,
se internaron por las abruptas crestas plomizas de yasavilca, llegando a ocupar las frgidas alturas
de Marcopampa, con el fin de hostigar a las tropas de Zavala por ese lado e impedirles una posible
retirada hacia Cutervo.

2. - El segundo agrupamiento, capitaneado por el hacendado Benel en persona, tena como


estratega al teniente de ingenieros, Barreda, y como capitanes a los Daz, de Llama, Matas y
Neptal, a Epifnio Arrascue, Roberto Delgado, Francisco y Wenceslao Arrascue. Su objetivo:
ocupar las alturas de La Jayua, para impedir la retirada a las tropas gubernamentales hacia
Montn, Cochabamba o Santa Cruz.

3. - El tercer grupo comandado por Alczar y el abogado Osores, tena como capitanes a
Arturo Osores Glvez y a un valeroso chiguiripano de apellido Rojas. Sus efectivos estaban
constituidos por la mayora de voluntarios chotanos, y su misin, la de ocupar la casa hacienda
Churucancha, hostilizar a la tropa y obligarla, a presentar batalla.

Algn tiempo de marcha por caminos cada vez ms empinados llevaron a los dos
primeros grupos a ocupar sus objetivos. Alczar maniobraba en la llanura de Chuyabamba con
sus efectivos desplegados. A la vista de la casa hacienda, los cornetas sanjuanistas Medina,
Gavidia y Novoa empezaron sus toques, alternndose.
Zavala avist el despliegue de los sublevados que comanda Alczar y precipitadamente
abandon con sus fuerzas y en completo desorden la casa hacienda, trepando por un tortuoso
sendero hasta coronar los farallones de Condorcaga. Al llegar a la cumbre se reorganizaron
nuevamente, ya que la anfractuosidad del terreno impeda cualquier maniobra de amplitud.

Zavala tosa para no demostrar la angustia que se apoder de l. El bandido Daz se


posesion, nter tanto, de las alturas de El Rejo.

Los sublevados ocuparon la llanura que corta vertical el acantilado Condorcaga, mientras,
Osores y Alczar instalbanse en la casa hacienda para dirigir las operaciones, despus de la huida
de Zavala.

Sentado, inmvil, los codos en las rodillas y las manos sujetando la cabeza, los ojos
oscuros y brillosos debajo de las cejas, sobre su ovalado rostro moreno, vea como decenas de
guerrilleros excavaban afanosamente toda una red de atrincheramientos donde parapetarse.

El sol estaba ocupando el cnit y despeda intensas oleadas de calor, mientras otros
guerrilleros, carabina en mano, recorran a grandes zancadas a lo largo de los parapetos. La
abundante luz se difunde por el extenso campo donde la hora del combate se acerca inexorable.

Veanse en el hueco de las trincheras ora una mejilla hundida y sin rasurar, ora un pelo
greudo y un traje remendado, ora un par de sombros ojos que centellean debajo de tupidas cejas,
ora un rostro tranquilo y risueo, ora denotando indescriptible tencin.

Por sobre la cabeza de los sublevados pasaron como un soplo de viento varias rfagas de
ametralladoras. Su dbil traqueteo se oye segundos despus como el tambor en un desfile. Los
guerrilleros se tumbaron pesadamente cuan largos eran guarecindose en las excavaciones.

Desde la cima del Condorcaga empezaron a tabletear seguido las ametralladoras. Un poco
ms hacia el lado izquierdo vomitaba mortal fuego otra, y por el lado derecho dejse escuchar
una cuarta ametralladora. Del mismo centro del cerro rugi el trueno de un dinamitazo. Oanse
intermitentemente varias descargas de fusilera.

Los rebeldes mostrando los dientes, principiaban a localizar a los enemigos an invisibles
por la distancia, all en la cumbre del cerro. El aire se iba cubriendo con el humo rojizo de las
descargas de los fusileros. Las balas pasan ululando por sobre las cabezas de los soldados de lnea.

Despus de un breve, pero profundo silencio, las metrallas repiquetearon ms


amenazadoramente y sus proyectiles al entrechocar con el suelo descascaraban la tierra de las
trincheras.

Dando ejemplo de valor, algunos caudillos rebeldes del agrupamiento seguan caminando
al descubierto: Ms y ms balas, ms y ms detonaciones por ambos bandos, ms polvo, ms
tierra y ms humo. Las hojas espinosas de los setos de agaves y el follaje de algunos rboles y
arbustos tiritan con insistencia al ser tocados y desgajados por los proyectiles. Cay atravesado el
pecho por un plomazo, el primer hombre en morir en la accin, el cholo Barrera, lajeo nato, en
las lneas delanteras de parapetos.

- Bala a los cachacos! -. Gritaban casi ahogndose el chiguiripano Rojas. Los estudiantes
y voluntarios chotanos, as como los combatientes de otras provincias disparaban firmes en sus
trincheras. El tiroteo, de resultados inciertos, por la distancia, espaciado ya, sigui durante todo
el resto del da veintisiete. Los rebeldes acusaban una sola baja en sus filas por este frente.

Desde las ondulaciones de la jalquilla de Marcopampa que se destaca al norte de


Condorcaga y un poco ms a lo alto al amanecer del veintisiete bajaban Segundo Benel y sus
lanchinos, no menos de cuarenta, con direccin a Condorcaga: Comenzaba a estrecharse el cerco
por flanqueamiento. Los rebeldes destacados en las redondas elevaciones de la Jayua, avanzaron
lentamente apretando el cinturn contra los soldados de Zavala.

Sereno, comandaba Segundo Benel a sus fieros lanchinos. Orden una recia descarga
contra un compacto ncleo de soldados que salan con intencin de detenerlos en su avance.
Varios disparos atronaron al unsono los aires frgidos de Marcopampa. El primer soldado de
Zavala rod por entre las pajas de la ladera. Como mudo testigo de esta batalla, se eleva, tallado
en piedra y esculpidas sus figuras estilizadas el santuario chavinoide de Condorcaga, vestigio de
grandezas remotas. Una hora ms de refriega bast para que los soldados se retiraran maltrechados
a reunirse con el grueso de las tropas que se estacionaba un poco ms abajo.

Completamente descontrolado, con los ojos abiertsimos y sanguinolentos, temblorosos,


daba vueltas entre sus oficiales, gritando y gesticulando: - Desgracia, desgracia franca! Estamos
perdidos! Es una vergenza que nos hayan de vencer estos civiles desgraciados! Zavala ya
prevea el desenlace de la batalla que estaba empendose. Todo el campo de la lid, que ahora ya
resulta corto por la maniobra envolvente ejecutada por orden de Alczar, sonaba, temblaba, gema
y retumbaba. Detrs de la quebrada guarnecida por arbustos encorvados, matas y piedras filudas
de caprichosas formas, volvieron aparecer las cabezas de los lanchinos. Cuarenta testas tocadas
de sombreros de ala pedrada disparando reciamente avanzaban y avanzaban sin parar. Otro grupo
de soldados hua a la disparada, y luego se tiraban al suelo para proteger sus cuerpos de la furia
de las balas de los de Lanches.

El agolpamiento que comand el viejo Benel, con voluntad reconcentrada, irrumpi


bulliciosamente por la izquierda de las tropas de Zavala. Alrededor de ste reunironse a un
llamado los oficiales. El examen de la situacin se inici durando breves instantes.
Inmediatamente los soldados recibieron la orden de hacer lo nico que poda hacer el jefe del
batalln en tales circunstancias: rendir sus armas.
En el acto, un soldado de los gubernamentales iz blanca bandera. Efectuaba la maniobra
cuando an las balas silban a su alrededor. De la plana de oficiales que acompaan a Zavala, slo
uno porfiaba su negativa a la rendicin: - No se rinda, mi comandante. No se rinda! ... Los de
Chetilla ya llegan, es cuestin slo de minutos. No se rinda! Los guerrilleros al ver flamear en el
aire la bandera blanca, enardecidos prorrumpieron en desenfrenado gritero. Muchos de ellos
bailotean blandiendo carabinas y fusiles.

- Ra Ra Ra! -. Tronaban.
- Ra Ra Ra! - viva la revolucin!
- Vivaaa! - Dando saltos y desgaitndose un pequeo combatiente, estudiante chotano
de castaa cabellera, ojos claros y corto pantaln bufaba. Los guerrilleros de pura alegra
prorrumpieron en ruidosas carcajadas. Serias discrepancias existan entre los caudillos
revolucionarios sobre la suerte a correr por las tropas de Zavala.

- Debemos acabar con ellos, coronel, si no, ellos acabarn con nosotros! Hay que darles
hasta por el lado de montar, coronel! Ataquemos la derecha de la tropa!

- De ninguna manera, comandante Benel! Imposible! - Replic el reposado Alczar. -


No es necesario terminar con ellos. Hay que ahorrar vidas, Benel... Nos interesa! Hay que evitar,
Benel intiles derramamientos de sangre! ... Adems, estn ya rendidos, y falta solamente
formalizar el acto de la rendicin y pactar asimismo sus condiciones coronel! - intervino Benel
en tono de splica y de amenaza, Otrgueme el comando de las tropas por dos horitas, un par de
horitas, coronel, nada ms!... Hummm Y va usted a ver cmo los hago volar a toditos como
golondrinas... Para ganar una batalla no slo se necesitan mapas y escuela, -coronel; tambin se
necesitan pantalones y bien sujetos!

- Es intil, Benel, ni pensarlo. No insistan!

El abogado Osores titube para dar su decisin sobre el particular en la sala de


Churucancha, y Benel para expresar su reluctancia ante la actitud del otro jefe en momentos tan
apremiantes, le dijo:

- Con un jefe como usted, doctor Osores, no llegaremos a ninguna parte, seores! Es
intil! Tron Benel. Osores limpindose la cara sudorosa con un pauelo retirse pensativo.

Los sublevados pasaron esa noche alegres y tranquilos, diseminados por el llano,
contemplando las estrellas. El silencio se hizo profundo, de una profundidad tal que oase el cantar
del nocturno pachetuco en el chirimoyal. Los bhos y las lechuzas desde sus nidos centinelas
de la pampa y la oscuridad canturrean para los combatientes. Los ptreos farallones de
Condorcaga reforzaban los compases de la msica agorera.
Colocaron sus fusiles sobre la planicie del campo de batalla formando pabellones.
Rascbanse unos con gran contentamiento; otros recostados sobre la yerba escudriaban el cielo;
mientras que otros dedicbanse a fumar plcidamente. La rendicin del enemigo est asegurada.
No hay nada ya que temer.

En lo alto, los cuernos de la luna rielaban apenas perceptibles.

ELIAS ROSAS Y CHETILLA

Al amanecer del veintiocho de noviembre atacaron sorpresivamente la casa hacienda


Churucancha y sus alrededores tres centenas de hombres entre soldados de tropa, y guapos
bandidos chetillanos al mando del mayor Rosas Morn. El cholo Anselmo y su pandilla
presintieron peligro al percatarse la sola presencia de los chetillanos, y como su ayuda a la tropa
estaba condicionada, segn se poda apreciar a que les dejasen actuar impunemente; separse de
las filas de Zavala y furtivamente fuese con direccin a Montn. Es el caso que Villacorta y
Anselmo Daz no haban logrado hacer amistades.

Fermn Arrascue y Clodomiro Bustamante, de guardia hasta ese amanecer, fueron


intempestivamente avisados por una moza churucanchina bajita, chaposa, piernas regordetas y
enrojecidas tal las tienen las torcazas, que los soldados de Rosas y gentes armadas de Chetilla se
encontraban por la hondonada.

- o Fermi, o Fermi, por aicito nomast la juerza del gobierno, o Fermi!

-Anda, china zonza Cierto es lo que me dices, cholita?

Y dejuro. Mapes vyaste a verlos.

En efecto, Arrascue despus de cerciorarse de la veracidad de la noticia avis alarmado


al doctor Osores, que an no haba salido del cuarto donde pernoctaba.

- Doctor, doctor, ya estn all los chetillanos con la tropa de Rosas!

- Qu dice? Contest contrayendo el rostro en una mueca de profundo desagrado -


Todas son mentiras, hombre! Ud. cree tambin eso?!

- Es cierto, doctor. Los acabo de ver con mis propios ojos! Estn desplegados en lineal
de batalla por la quebrada, doctor, y ya han empezado a avanzar!

- Mi amigo, hoy reacciona Zavala, y estamos perdidos! Haga que traigan las bestias,
rpido, rpido! -. Osores se levant apresuradamente de la silla donde estaba sentado.

Arrascue, Bustamante y un puado de guerrilleros se lanzaron a defender la casa hacienda


con resolucin. Principiaron a batirse denodadamente. Desde el hueco de la quebrada se oan los
estampidos de los fusiles. En contados instantes la casa se transform en un reducto y los
sublevados disparando desde puertas, ventanas, corredores y techos, mantenan a raya a los
refuerzos.

Mientras stos iban progresando con lentitud y haciendo fuego graneado, Osores fue el
primero en huir. Arrascue le acompaaba tendido prcticamente, sobre el mulo en que fugaba,
resistiendo rociada tras rociada de plomo sin recibir siquiera un rasguo.

Enfermo casi siempre con el persistente hipo, y consumido, el doctor Osores vadeo el rio,
ascendi las empinadas cuestas de El Pirujo, por las faldas de Lajas pas a Cadmalca y
encaminse a Chumbil, fundo del cajamarquino Lorenzo Sousa, en el distrito de San Pablo.
Acompaaban a Osores, su hijo Arturo, Alberto Cadenillas y Raymundo Arana. Arrascue quedo
por los alrededores de su pueblo natal, Lajas.

El tercer destacamento que comando Alczar era completamente desorganizado, de el


solo quedaron reliquias miserables, habase pues reducido a la nulidad: Pura zorrera!... Pues, la
mayora de voluntarios comenz a huir sembrando desconcierto. Abandonando los cadveres de
sus compaeros, muchos corrieron presurosos a ponerse a las rdenes de nuevos amos.

Murieron en esta accin que no dur mayormente, Desiderio Asenjo, del destacamento
del viejo Benel, y Nazario Medina y herido de cierta consideracin quedaron Matas Daz,
Evaristo Melndez y Marcial Flores.

Benel, con algunos sublevados huyeron hacia Achiramayo despus de ser persuadido que
toda resistencia era ya intil, pues, Zavala se rehzo al notar la llegada de Rosas y baj de
Condorcaga donde estaba confinado, a barrer los restos del destacamento que vagabundean
dispersos por la llanura. Desastrosa fue para los rebeldes la batalla de Churucancha. Decenas de
cadveres quedaron regados en el llano, testigos irrecusables de la accin.

ALCAZAR Y BARREDA PRISIONEROS

Alczar y Barreda iban quedando rezagados del grupo en que fuga Benel. Cabalgando en
recias mulas sorteaban los taludes del Paso de Montn. Pensaban que su lucha no era por el amor
estril de la gloria militar, sino para lograr el triunfo de un ideal vlido en todos los tiempos: el
imperio de la democracia.

Veinte cholos armados coronaban las filas de Montn. El coronel sigui avanzando y
derecho dirigise a ellos creyendo encontrar a un grupo de guerrilleros vencidos.

Alto, quien va?!

- Alczar, coronel del Comando Revolucionario!


Titubea el viento para sacudir y castigar a los hombres indefensos. De entre las pajas de
unos roquedales salieron los pumas: cuatro hombres arma en ristre. El cuatrero Anselmo Daz, su
hermano Bernardino, el cholo Colorao de rostro sombro y un salteador ms. Se oy confusin
de voces y relinchar de mulos de los fugitivos.

- Dense presos, ms vale! Dijo el cholo Anselmo tanteando la culata de su carabina con
los dedos y remojando con la lengua los labios resecos para lubrificarlos con saliva.

Los bandidos rodearon con rapidez y destreza a los militares, estiraron las manos a una
seal de su jefe y los fueron despojando de sus armas, joyas, relojes y finalmente de sus
cabalgaduras. Ante la protesta airada del coronel, los cholos se carcajearon bulliciosamente...
Haban cado como ovejas en medio de lobos; como pacficos elementos humanos en medio de
las bestias feroces. Fueron conducidos a la hoyada del Chotano.

Muchas ofensas y muchas injusticias humanas debi sentir acumuladas en su pensamiento


y en su corazn, Csar Campos. Desaseado, vestido con andrajos de campo, aunque de rostro
agradable, morena la tez, pero convertido de repente en fiera, se ofreci voluntario para trasladar
a Chota a los prisioneros, ya que los bandidos uteyaquinos se vean impedidos de hacerlo por
temor a los Villacorta, a la sazn en la ciudad, con su fuerza armada.

Al filo de la madrugada abandon su guarida, Montn, recibiendo rdenes del mdico


Coronado, e hizo llegar al trote de sus caballos al viejo militar vencido y al teniente Barreda.

El doctor Jos Hermgenes Coronado Vigil, en Sus posteriores campaas electorales


ya al lado de Eguiguren en 1936, ya con el F.D.N. en 1945 que nunca pudo culminar en triunfo,
jams supo levantar ste, y otros numerosos cargos que le hicieron pblicamente sus contrincantes
ni en forma verbal menos escrita, dando as cabalidad de certeza a aquel viejo adagio que estatuye
que: quien calla, otorga, y pasemos a otra cosa.

Las tropas gobiernistas soldados y bandidos el veintinueve a las tres, ocuparon la


ciudad de Chota con gran algarada, no exenta de insolencia. A los pocos momentos de ocupada,
empez el saqueo metdico y sistemtico del establecimiento comercial de Benel. Todos los
vieron... Y nadie protest!

Este caudillo arrib a La Samana con los hermanos Daz, de Llama, Epifanio Mego y
Andrs Benel.

Grande fue la desolacin que encontr el rebelde en sus pagos: La casa arrasada, sus
campos incendiados, los ranchos de sus trabajadores asolados, no pocas cabezas humanas
pendientes de la ramazn de los rboles, silencio y soledad por doquiera. Baj de un salto de su
mula y con mano temblorosa por la emocin ajustse las botas, gesticulando luego con las manos.
- Poco me importa la vida que la he perder. Ni el dinero tampoco! Pero desde, ahora
no voy a tener compasin ni piedad con estos cachacos piojosos!

Se trasluca seria amenaza en sus palabras. Sus acompaantes, al or estos juicios se


enderezaron como si estuvieran en una revista militar.

- Piojosos son, y de por vida!... Pueden contemplar la obra que han hecho, seores, y
puede estar escrita o no en los cdigos de la guerra. Lo ignoro! Y miraba observando la desolacin
a su alrededor. - Ahora, quiz han de desear cario... Pues, cario les voy a brindar y del
bueno!... S, cario! ... Tienen que vrselas conmigo, y lo han de ver!

Brillaban sus ojillos trasluciendo la rabia sorda. Los prpados de Andrs estaban
hinchados y hmedos de llanto. Vaga y turbia era la mirada de sus ojos. Sus ideas se dispersaron
por todas partes, mientras los llaminos empezaban a fumar nerviosamente. Rasgaron apenas las
cerillas en la superficie de frotacin del receptculo. El aoso Epifanio escupi repetidas veces
en el suelo, y cuando se le sec la boca, sentse a la vera de una tierra que en otro tiempo fue
sembradura. El yerbazal ahogaba los sembros y las alimaas devoraban las plantas tiles.

- Qu ser de nuestro buen coronel? -. Inquiri.

No tardar! -. Contest Benel, escondiendo el forro roto de su chaqueta - Qu ser de


la vida de mi hijo, Segundo? Creo que en Chota no hay sitio para l.

CHUYABAMBA

Segundo Eleodoro bajaba despacio a la llana de Chuyabamba, acompaado de su perro


Fsforo, cuando escuch la estampida atronadora y dantesca de varias cargas de dinamita.
Descenda confiado y not que las fuerzas de Zavala caan tambin a la planicie.

Movi los labios sealando a los soldados que descendan en desorden, desabrochadas
sus guerreras grises, hacia Churucancha. Pens que la batalla haba terminado y que los
gubernamentales estaban rendidos, pues no tena enlaces. Eso era todo.

Las once de la maana. Y del grupo de los que crey rendidos parti una voz estridente:

- Prate, mariconcito! Prate, jijuna!

- Un Benel, maricn?! Infeliz, te equivocas! Chambonazo, ustedes los soldados de a


cinco por medio! -. Retruc Benel gritando. Los lanchinos abrieron fuego contra la fuerza y aqu
fue Troya.

- A degello, a degello a los cachacos... Ya vern! -. Amenaz Natalio Chvez, profesor


normalista combatiente en las filas de los de Lanches y sobrino de Osores, a la vez que disparaba
con furia su fusil. Compacta masa de soldados avanza parapetndose en las cercas y en las
rugosidades del terreno hacia el emplazamiento de los guerrilleros de Segundo Benel.

Lluvia torrencial de balas por todas partes. Los lanchinos se miraban con avidez y
angustia. Unos tras otros fueron cayendo hasta ocho guerrilleros, y tres de los cuatro frentes
estaban ocupados por gubernamentales que disparan sin cesar.

Al joven Natalio Chvez le corren las lgrimas por las mejillas, pero no se desprende de
su fusil, tiraba y segua adherido fuertemente a la tierra. En fin, se desliz hacia adelante buscando
parapetarse tras un montculo al tiempo de gritar: - Abajo el tirano!, cuando una bala gobiernista
le parti el corazn.

Benel atisbo que el sacrificio era intil y ordeno la retirada. Muchos lanchinos tomaron
camino a Cutervo, mientras Segundo Eleodoro extenuado, mirando a un lado y a otro, desalentado
y triste, tom camino hacia Doana. Largos minutos emple en la travesa. Un perro negro,
menudito y lanudo ladrbale con terca insistencia. El Fsforo se limitaba simplemente a
olisquearlo.

- Cholita... Estoy desbaratado, pero an tengo fuerzas para continuar -. Djole Benel a
Carmela Sausedo, amiga y cliente de la tienda de Chota, cuando lleg al boho de sta. - Dame
de beber un poco de tu agua, chinita. - Continu jadeante.

- Pase ust nio, de todo hay en esta casa. Puede llegar con libert. - Mientras beba con
ansias el agua fra del ro y segua el calor sofocante que se precipita en densas oleadas, oy decir
a la campesina: All bajo hay un gente con carabina, que est echao de la pampita del ro.

- Vete chinita y observa quien es... Pues, si el tal es Chetillano, avsame para despacharlo,
y si es compaero que venga ac. Dile que aqu estoy yo, y que nos abriremos paso como sea.

Con la cara embadurnada de humo, tierra y sudor, impetuoso y gesticulando presentse


Daniel Daz, borrascoso y valiente cerreo, esto es, de Hualgayoc, apodado El Terror II.

- No hay que apurarnos Segundito. Por aqu no hay tropas... nos iremos a pocos,
caminando despacio, como quien no dice nada. Saber que con la paciencia se gana la gloria.

Tarde lleg el Juan Saucedo, dueo del boho y se prest gustoso para acompaar a los
vencidos la noche del veintiocho. Por los atajos, atravezando chacarales y huyendo de los caminos
llegaron a un sitio sobre la planta de luz elctrica de Cabracancha.

Pasaron silenciosos por entre la caballada que pace sueltos por todos los sembros del
cerro Calvario, cuesta abajo, as como por las playas y arboledas del Bocn, tomando las alturas
de Olmos, luego para internarse en las jalcas de Perlamayo con destino a La Samana, hacienda de
Benel.
ASESINATO DEL CORONEL SAMUEL DEL ALCAZAR

Conducido a Chota los prisioneros Coronel Samuel del Alczar y su ayudante Teniente
del E. P. Carlos Barreda, fueron entregados por el vil traidor Csar Campos, al comandante
Zavala, quien en esos momentos se encontraba celebrando el triunfo de la derrota de los
revolucionarios, en casa del Dr. Hermgenes Coronado, acompaado por un grupo de oficiales,
Segundo Villacorta Arana, hijo de Wenceslao Villacorta hacendado de Chetillay Lascn, quien
diera el triunfo a Zavala, atacando por la espalda a los insurrectos.

No hubo ni discursos ni consejo de guerra.

El coronel del Alczar era conducido de la Alameda, sin ingresar a la poblacin, hasta el
mercado de Abastos, porque al decir de sus capturadores era un traidor que no mereca pisar el
cuartel.

Los vencidos siempre son traidores, en la defensa de las causas nobles... Ya frente al
pelotn de soldados que haban de darle muerte, el valiente coronel, solicit decir cuatro palabras
y fumar un cigarrillo.

El teniente Barreda, haba sido conducido, desde el cuartel de gendarmes, despojado de


sus prendas personales, as mismo despus de haber sido apaleado por orden de su antiguo
compaero y condiscpulo el teniente Padrn, quien le mostraba insultndolo los efectos
experimentados en el edificio del cuartel por el ataque de los rebeldes, en el que participara el
infortunado prisionero, al mismo lugar donde estaba disponindose a morir su jefe.

EL COMANDANTE ZAVALA NIEGA SU ULTIMA PETICION A


LA VICTIMA

Contraviniendo a todas las peticiones militares, mancillando sus galones de militar, para
mostrarse a la altura de cualquier cabecilla de bandoleros sanguinarios, el comandante Zavala
interrumpi la peticin del coronel Alczar, con estas palabras pronunciadas en violento tono:

- SILENCIO

- QUE ESPERAN PARA MATAR A ESTE VIEJO TRAIDOR!...

Y le neg la ltima voluntad al prisionero.

En este momento los prisioneros atados de las manos, fueron arrimados contra el muro.
El teniente Barreda tuvo una fuerte reaccin nerviosa, pero el coronel Alczar exclam: NO
TEMEMOS A LA MUERTE, TENIENTE, COLOQUESE JUNTO A MI...
Los soldados colocaron al teniente junt a su jefe, a escasos centmetros de separacin,
de manera que ambos quedaban ofreciendo un solo blanco a los disparos. El comandante Zavala
interrumpi las ltimas palabras de sus vctimas, con la orden perentoria: SOLDADOS, UNA,
DOS Y TRES, FUEGO

Una descarga inmediata hizo rodar por tierra mortalmente heridos, a los dos mrtires de
la reaccin. Como se ve no hubo tiempo de que el coronel Samuel del Alczar, muerto
gloriosamente en defensa de las libertades ciudadanas y el imperio de las leyes pronunciara
ningn discurso. Barreda cay fulminado por los impactos de las balas, no as el viejo coronel.

Sus largos bigotes se empaparon con una bocanada de sangre, a la vez que su traje
chocolate rayado con el que asisti sereno al ltimo acto de su vida se impregnaba tambin de
rojo, por el tibio fluido que le brotaban de las mltiples heridas. Alczar rod an con los
exteriores de la muerte, su expresin serena, su respiracin era boqueante.

Cuentan que un soldadito magro, de rostro de absurda expresin de maldad, aproximse


cerca del agonizante, busc algo a su alrededor del cado coronel y encontrando una piedra, la
elev sin escrpulos para dejarla caer violentamente, con gesto bestial, sobre la testa encanecida
del anciano coronel. Nuseas y horror debi provocar este terrible, primitivo y cruel espectculo.
Se oy crujir los huesos de la masa craneana del jefe rebelde, mientras Zavala, horriblemente feo,
burln, con su diablica sonrisa, mova aprobatoriamente la cabeza.

Como hemos visto, ni siquiera le dieron el tiro de gracia, pues al acercarse el jefe del
pelotn de fusilamiento al cadver del infortunado coronel, comprob con satisfaccin que estaba
muerto. Aquella asoleda tarde chotana, Alczar y Barreda fueron victimados con alevosa.

De repente se le evaporaron los humos del wisky al morocho jefe. Pero ya el asesinato de
los militares estaba consumado. El crimen cometido con Alczar y Barreda, lamentable, doloroso,
trgico, concebidas por mentalidades obnubiladas por el odio y el alcohol fue el principio del fin
del comandante de las tropas. A partir de este momento crueles remordimientos acosaron
implacablemente su conciencia. Saba que muchos de sus subalternos sentan desprecio, por l; y
que no pocos militares de conciencia, oficiales de esta o de la otra graduacin y jerarqua le
enrostraban cada vez que les era posible su vileza y villana.

Despus de seguir cometiendo crmenes, saqueos en la tienda de Benel en Chota,


fusilamientos a granel, la mayor parte de gente inocente, porque los revolucionarios que
acompaaron a Benel, Alczar y Osores haban huido; el comandante Zavala fue trasladado a
Lima y reemplazado por el coronel Baldeyglesias.
En Lima fue el hazmerrer de sus propios compaeros, jefes y oficiales le daban la espalda
cuando trataba de entablar alguna conversacin. El gobierno lo mand a Francia, pero su
remordimiento siempre lo persigui, al fin muri loco.

TERROR: EL ACIBAR DE LA DERROTA

Los guerrilleros vencidos en esta jornada iban difluyendo por las amplias campias-,
aberraban por los poblados andinos y en los valles costeos, para guarecerse de la furia de Zavala.

Arreci la persecucin para todos los combatientes. Osores y sus acompaantes cayeron
en manos de un pelotn que comandaba el teniente coronel Antonio Silva Santisteban. Se cuenta
que le cupo destacada actuacin en el apresamiento a un militar chotano, el teniente Alejandro
Saldaa, en la hacienda Chumbil. Los caudales de la revolucin que custodiaba por este tiempo
Cadenillas, quedaron escondidos en una cerca de la casa hacienda, y meses despus fueron
descubiertos por el mayordomo Anduaga, que laboraba en aqueste fundo.

En el puerto de Pacasmayo, Osores y su hijo abordaron un avin con gran


acompaamiento de tropas, para ser trasladados a Lima. Con posterioridad, Cadenillas y los
dems fugitivos, ya en poder de los gubernamentales, fueron transportados al Callao en un viejo
mercante. Largos aos de prisin les esperaban en el pen desolado de San Lorenzo, presidio de
la dursima represin de Legua.

Antonio Snchez Bustamante trataba desesperada e insistentemente de refugiarse en el


cuartucho de un pariente, carpintero de oficio, ms conocido por all como el mestrito Abner,
en los precisos instantes que el pelotn de ejecucin terminaba con los dos militares sublevados.

Tema volver la cabeza y encontrarse con las patrullas que recorren la poblacin, cuyos
ojos escrutadores hurgaban a todos los ciudadanos que transitan por las calles. Guerrillero preso
era hombre muerto. Ecos de silencio en todas las calles, a pesar de ser domingo, menos en una,
en la cual el bullicio era extraordinario.

-Te ruego por lo que ms quieras, cholito. No comprometas mi casa... Mndate mudar a
un sitio donde ests a buen recaudo, hombre de Dios! Aqu... Nada, ni pensarlo. - Empapado de
sudor fro, mirando hacia la calle y con angustia creciente argument el pobre carpintero.

-Un ratito no ms, to. Luego me escapo. Hasta que pase el barullo, tito.

-Slo as... sino, aqu nos ejecutan a los dos, y a todos. A toditos! Puedes t reclamar
por tanta bestialidad?
En el negro chiribitil, repleto de virutas, escondido tras una divisin empapelada con
viejos diarios amarillentos y sucios, desvestase apresuradamente.

Snchez, sali momentos despus irreconocible del tugurio del carpintero. Ataviado a la
usanza campesina, con gruesas polleras de lana granate, blusa azulina ornada de blondas en puos
y cuello, y embozado su chal de bayeta sujeto a uno de los hombros con grueso imperdible,
llevando, adems, un huso en la mano con su copo de lana y atravesada una rueca por el fajn de
la cintura. Este disfraz, que bien poda haber servido de mortaja, estaba dispuesto con negligencia,
y habra bastado un ligero tirn para descubrir el rostro del cuasi difunto. Prepresentaba, pues, a
juicio de muchos, ni ms ni menos que una autntica cuyumalquina. Abandonaba su momentneo
refugio los minutos en que la soldadesca bebida, prepotente, desenfrenada, vociferando con
entusiasmo, conduca en burdos atades a los ejecutados, por la tortuosa calle de Cajamarca, con
direccin al Cementerio.

Sus piernas no le obedecieron por el terror. Libase con los zapatos y trastabill al
caminar. A punto de rodar estuvo muchas veces, mientras llegaba a la casa del sastre Poncho
Vsquez, en el jirn antes dicho.

- Muera la revolucin! Abajo los picaros y los bandoleros! ... Viva Legua! -. Gritaba
sudoroso un cabito, tirando al suelo su kep y babeando espumarajos . - Al diablo con estas
gentes!-, y mirando a su alrededor torn a gritar con mayor estridencia - Muera la revolucin!

- Muera! -. Armando gran batahola contestaban los soldados.

- Doblar por la esquina! -. Explic a sus subordinados al cabo Chiroque, mochica


de faz cobriza y pmulos salientes, mostrando su prognatismo acentuado. La canalla que
acompaa a los soldados grita tambin enfurecida.

Cuando la bulliciosa zaragata tomaba cuesta abajo rumbo al camposanto, el fugitivo


guerrillero oy como se le cerraban las puertas en las narices. Empuj sin embargo con decisin
y con furia hasta que logr penetrar en la casa del sastre. Guarecise all breves instantes y despus
emprenda rumbo desconocido.

Echse sombras Zavala. Saba que obraba mal y para salvar responsabilidades, con
morbosa pasin, pretendi hacer desaparecer los cadveres de los ejecutados. Quera borrar a todo
trance su nefando proceder.

Unos sobre otro fueron sepultados en una fosa que haba sido abierta para recibir los
despojos de un campesino. Los soldados rellenaron a medias un metro de profundidad de la fosa
tras algunas paladas de tierra arcillosa negra y hmeda. Luego tiraron el cadver del hombre para
el que haba sido excavado el sepulcro.
El mosconeo violento de los soldados sigue en el cementerio. Roncan unos, vociferan
otros y decan blasfemias y maldiciones aquellos. Los bultitos de los arrapiezos entre las saucedas
y los carrizos, entre los zarzales y las altamizas, se escabullan, bajaban y suban para fisgar el
entierro de los rebeldes.

Los cabracanchinos se alejaban silenciosos a sus cabaas aquella tarde del trgico
domingo. Las borrosas luces de la campia venan desde la giba de los cerros lejanos.

El viejo Carmen Anaya que se sumara a las fuerzas revolucionarias la maana triunfal del
20 de noviembre, an ostentaba un abultado hematoma en el ojo izquierdo a consecuencia del
golpe que recibiera de un sublevado, pariente del joven Cotrina, muerto en las puertas de Catalino
Coronado, que se sostiene hasta hoy, haber abultado ms an las luchas durante el rgimen de
Legua con el asunto crematstico de la Vial.

Un sargento erecto como un poste vigila la entrada del despacho de Zavala. Adulador, el
anciano Anaya trat de arrimarse a la cola de aqul para medrar a su costa, con las migajas que l
despreciara. Llevndose la mano hacia el ala del sombrero, salud al comandante de las fuerzas
de ocupacin.

-Buenos das, tenga ust, mi comandante.

Zavala ni siquiera le mir. El viejo Venado sinti escalofro.

-Yo he dado muerte a un montonero, m comandante. Vengo a ponerme a sus rdenes.


Soy de los leales al gobierno.

Los fros ojos de Zavala adquirieron un brillo siniestro. Presta salt su ira y al pobre
exguerrillero se le encogi el corazn.

- Ah! Granuja! Valiente pcaro! ... Soy yo Juan Lanas, acaso? Crees que no conozco
tus andanzas en el campo contrario, pedazo de animal?! -. Al mismo tiempo que consulta su reloj
con cadena, llam al sargento que estaba vigilando la puerta: - Sargento Quichimbo... Paso
Ligero!

- Presente, mi comandante!

- Al paredn a este bribonazo... Inmediatamente... Tres nmeros a tu mando!

El pobre viejo retrocedi horrorizado tropezando con los muebles. Intent buscar refugio
ensartando incoherencias con palabras entrecortadas, intent entablar conversacin suplicatoria,
mas, Zavala se encerr en un mutismo roedor. Le miraba sonriendo, con expresin horrible que
le daba el aspecto de loco.
El sargento ejecut con perfeccin el saludo, extrajo a viva fuerza cogido del cuello al
guerrillero y se alej llevndole a rastras.

Junto a la cerca de la casuca del difunto Tren sonaron cinco disparos y el viejo Anaya
dejaba de gritar para siempre. Es fama que se le mand cortar la lengua, siendo despus colocada
en la espina terminal de la hoja carnosa de una penca, donde exhibise por muchos das.

Zavala se arrellan en su silln para echar algunas cabezadas.

A pesar de todos los horrores de la ocupacin, del desastre y la huida, aconteci que
habiendo pasado muchos das con sus noches, las chotanas con Lucila Carvajal, garrida esposa
de un sublevado que hallbase ya en prisin, asistieron en conjunto a la santa misa mandada
oficiar en honra de la memoria de los cados.

Llegaban a la iglesia, tomaban asiento y empezaban a rezar sin preocuparse mayormente


de la ferocidad de la represin.

Y si alguien reparaba en los hombres que tambin asistieron, habra visto que tenan un
aire triste, inquieto y desosegado. Efectuse luego una romera al cementerio.

Las gentes acudieron de luto a llorar y a rogar por los muertos.

Zavala esper que terminara todo, para reprimir con persecucin a los hombres con
consigna de matanza, y orden colocar fuerte guardia en las casas de los devotas chotanas.

PERDURABLE RECUERDO

Las tropas chilenas al mando del coronel D. Ramn Carvallo O. cuando ocuparon Chota,
el 29 de agosto del ao 1882, no cometieron tantas atrocidades como las fuerzas gubernamentales.

Sobrada razn tuvo una maestra tacabambina, Abstrejilda Rodrguez, cuando afirm en
artculo periodstico aparecido en uno de los diarios de Cajamarca de aquel tiempo, algunos meses
despus:

Los chilenos quedan cortos ante los desmanes que cometieron las fuerzas del gobierno,
slo en el Colegio de San Juan, emporio de cultura

A Zavala, en efecto, no le import nada la conservacin del local del Colegio que fundara
el soldado de la ley y estadista Ramn Castilla.

Tras la penosa angustia de la derrota de los sublevados, Chota toda sinti el peso de la
bota militar y el oprobio del desastre. Ceidos en sus guerreras grises, ajustados dentro de sus
correajes, unos gordos, otros delgados, unos blancos, otros cholos y otros indios, se vean a
muchos de los oficiales bebiendo tras los vidrios del Colegio.
Los caballos, rozagantes los de aqu, cojeando los de all, arrastraban sus extremidades
impotentes por el entablado piso de las aulas. Estos mordisqueaban yerba crecida en los patios,
aquellos revolcbanse relinchando entre montones de estircol, y los dems se solazaban en los
salones de clase.

Manchas de suciedad por todas partes y por todas las paredes, algunas derruidas y
garabateadas de insultos procaces y frases groseras, as como dibujos obscenos y primitivos. Altos
de pasto reseco y maloliente llenaban las veredas y pasadizos lodosos. Los mapas y los pizarrones
andaban descolgados, confundidos por los suelos con la orina de la caballada, los retretes
impenetrables por la hediondez, y montones de basura por doquier.

Los jefes de cocina y sus pinches haban sentado reales en un gran saln, cuyas carpetillas
metlicas unipersonales, de manufactura americana, servan de bancos donde se picaban los
bulbos de cebollas, el aj, los repollos, las carnes, las yucas y otros comestibles. Y su director era
el doctor Jos H. Coronado V.

Pasaban semanas y todo estaba igual el da de los exmenes promocionales. Sucedi


entonces que Ester Bernasconi, mestiza suizo-chotana, logr habilitar su casern para que
rindiesen sus pruebas finales los sanjuanistas, alguno de los cuales, los ms aguerridos, batallaron
en Churucancha.

La posesin de armas entre los campesinos sencillos despertaba sospechas en caso de


registro, y, por ende, deban enfrentarse al muro de fusilamiento.

El trmino terror, como se sabe, es referido al temor, al espanto, consternacin y asombro;


a aquella perturbacin angustiosa del nimo por la presencia de peligros reales o imaginarios, que
se llama miedo; al sobresalto y a la represin; al temor a los excesos que se comete en casos de
alteracin de lo que se da en llamar o den pblico sea rebelin civil, sea cuartelada o motn,
cuando uno de los bandos que contienden trata de imponer por la fuerza sus ideas, tica,
programas de accin o cambios profundos del armazn de las sociedades ya en decadencia, o
simplemente para conservar la normalidad, el orden proclamado por los expoliadores.

El deforme Jess Salazar, smbolo de la autoridad suprema y Ministro de Gobierno del


rgimen tirnico, como afirmsemos antes, asumi la responsabilidad de todas las tropelas. La
gringa soportaba las insolencias y gracejos de algunos soldadotes, mordindose los labios y
aparentndoles amistad.

Al principio quedse perpleja, luego intent rerse, para despus mirar en silencio el
regalo que le haca uno de ellos el da de su santo. Era ni ms ni menos que un bacn de fierro
aporcelanado que adquiri el oferente en uno de los comercios de la ciudad, lleno con el contenido
de dos botellas de cerveza sobre el que navega a la deriva media vara de salchicha que haba
obtenido en una de las chinganas de humilde categora.

Y aconteci tambin que una tarde turbia, con llovizna persistente y molestosa, estando
en el cafetn de Eulogio Torres Gallito, este mismo capitn su distintivo principal: una nariz
formidable, cuyo lbulo enrojecido pugna por llegar al mentn, le arrebat su pechera y puos
engomados de los que se usaron en aquel tiempo, porque se le haba ocurrido la feliz idea de hacer
firmar a todos los oficiales que acudieron a beber con aqul, gratis en la cantina.

Otro tabernero de baja estatura, muy erguido, muy serio, y fumando incansable su cigarro
en la boquilla, miraba fijamente a los oficiales en su nocturno, abierto despus de que se le
sacaba la llave a la fuerza, y bebiendo el contenido de sus botellas que una tras otra bajaban
incansables de sus andamios. Y las beban con alegra, haciendo enorme algarada para luego
ahuecar el ala, no sin antes argir que El Gobierno paga todo!... Y se iban sin endiar el parn.

Unos pocos oficiales, felizmente, no soaban ms que en comer, ya que la comida y la


bebida parece que ejercan un poder milagroso sobre ellos. Eran charlatanes, sablistas de gran
cartel y aficionados a la narracin de cuentos subidos de color. La viveza criolla tuvo en ellos a
sus mejores gonfaloneros.

La incapacidad de aquel viejo puado para ejercer contralor sobre su propia conducta nos
recuerda llanamente esa proverbial frase de Vae victis, que siempre estamos obligados aludir
cuando queremos significar el abuso de la fuerza. Peligroso es decirlo ahora, pero ms peligroso
ser manifestarlo maana; y si vamos a ir a la hoguera por no ser hipcritas, tanto mejor,
moriremos as en olor de santidad.

Un anciano de apellido Herrera, zapatero de oficio y padre de numerosos hijuelos, sobre


una vieja plancha desprovista de mango y sobre su fuerte muslo, machacaba trozos de suela.
Martillaba y martillaba cuando un grupo de soldados de ronda acert a pasar por su cuartucho. El
viejo Chabelo sinti pnico al fijar la vista en ellos cuando reparaban en un rado capote militar
pendiente de su perchero.

Bruscamente los soldados traspusieron la puerta. Se dispuso a huir, empero ya no hubo


caso. Fue extrado a rastras y malamente golpeado.

- Aj, conque montonerito, no? Arza, afuera el remendn!

- Escchenme, por favor!... Cul es la culpabilidad que tengo yo, seores?

Tienen que creerme lo que les manifiesto: el capote es de uno de mis hijos, por Dios

que les juro, que ha servido a la patria, igual que ustedes en Lambayeque ha sido soldado
de infantera . . .
- Afuera de una buena vez!-. Grit otro nmero.

- Nada, nada! ... T, seguramente te has comido a un camarada, y afuera! -. Espet el


jefe de la patrulla. - No queremos saber nada, y sal rpido! - agreg - Si insistes en quedarte,
pues te ejecutamos aqu, y asunto concluido. Vamos, afuera!

El zapatero sollozaba. Y pese a sus protestas y al llanto desgarrador de sus hijos, Amadeo
Herrera fue asesinado en la puerta de su habitacin.

El sargento flacucho, patizambo, mulato de pelo ensortijado, se encarg de hacer pasar a


mejor vida al zapatero humilde, que se estremeci a los impactos de pies a cabeza, le brillaron los
ojos y cay fulminado por cinco disparos de fusil.

El alcaide Vera, soldado de la revolucin, corri suerte parecida.

Una chica, tendra sus veinte aos, morena ella y hermana de un combatiente cuyo
apellido no anotamos por razones obvias, tuvo que arriar banderas ante las exigencias del ms
alto de los jefes para salvar a su hermano de la ejecucin, pues, ste, vencido en Churucancha y
hecho prisionero junto con muchos otros, aquella misma tarde, se encontraba detenido en los
calabozos del cuartel.

Y en el crepsculo del atardecer, la ciudad llena de tristeza, exhalaba un olor a muerte y


a velorios pobres. Y los ejecutados estaban tan muertos como clavos de puerta, alumbrados por
vacilants velas. Y los soldados que en la semioscuridad de las calles semejaban movedizos
fantasmas. Y en medio de gritos, carcajadas, silbidos y lisuras, terciaban los fusiles al hombro o
enfundaban sus armas cortas, despus de macabras tareas, y alejabnse taconeando.

LO DEL NEGRO NOVOA

A lo largo del camino que atraviesa los pramos de La Pajuela; rumbo a Cajamarca, fue
hecho prisionero cuando hua, un moreno palomilla de andares cansinos. Cuatro gendarmes le
trajeron atado fuertemente a Bambamarca.

Su pensamiento no se concretaba de manera categrica en lo que ira a acontecer.

-Si me matan, bien... Si no me matan, tan bien Adems, muerto yo, muerto un perro-.
Filosofaba bizqueando los ojos, con la cara enflaquecida, el excorneta de las fuerzas rebeldes
vencidas en Churucancha.

Mientras los azules preparaban viaje a Chota, el negro Novoa arrellanse en una banqueta
del cuartel de gendarmes, y con mano segura encendi cuatro velas de a veinte que mand
comprar con Chuchoreja. Dispsolas dos a cada costado de la banqueta, y por voluntad propia
colocse en capilla ardiente, que en verdad de verdades lograba impresionar. Pitaba de rato en
rato su cigarro y escanciaba la botella que agotse una y otra vez.

Cara mustia, barba y cabello crecidos, la camisa hecha trizas, los zapatos rotosos por
donde asoman sus cabezas los dedos desnudos, los labios resecos por el fro cortante de la
cordillera, abriendo tamaos ojos, el excorneta velse por espacio de un da completo.

Los gendarmes entre serios y sonrientes, permitieron a las buenas gentes poblanas, entrar
libremente a la oficina donde se velaba el moreno, quien, con la seriedad de un viejo, reciba toda
clase de ltimos auxilios, desde la visita y los santos leos del seor cura, hasta media docena de
cascos de caa, amn de una enormidad de comidas.

Borracho, enteramente borracho, marcando 250 Fahrenheit lo condujeron a Chota.


Cuando iba engrillado en medio de la gendarmera grit con toda la fuerza de sus pulmones, entre
aplausos de las gentes que acudieron a despedirlo: - Adis, comisario Guerrero, hijo de mala
madre! Adis, viejo ladrn y malaje!

Pero es el caso que el negro Novoa no se enfrent al pelotn de ejecucin, como todos
esperaban. Un su pariente, el abogado Muoz, le hizo liberar, gracias a activsimas gestiones.

LA FUERZA AEREA

Se ve que no fue una revolucin de juguete, pues hubo intenso movimiento y grandes
ajetreos militares.

La aviacin peruana, que an encontrbase en estado embrionario, alist parte de sus


efectivos bajo el comando del capitn Carlos Gilardi. Tres bombarderos De Havilland - A9
tuvieron como base de operaciones el puerto de Pacasmayo. El capitn Baltazar Montoya y el
alfrez Alejandro Velasco Astete fueron los otros pilotos integrantes de la escuadrilla. La plana
menor la conformaron los mecnicos Espejo, Icaza y Taverni.

Otro hidroavin de la Marina, un Curtiss HS 2L, bajo el mando del comandante Juan
Legua, y que llevaba como mecnico a Mogolln oper entre Chimbte y Pacasmayo, La
superioridad haba ordenado tambin a la caonera Lima zarpar rumbo al norte con repuestos
adems de personal de mecnicos y carpinteros para las labores de mantenimiento.

Toda la movilizacin y ajetreos se concentraron en unos cuantos vuelos de observacin


muy lejos del teatro de las operaciones.

Legua tuvo que verse obligado a viajar en ferrocarril de Pacasmayo a Chilete, y luego a
lomo de mula hasta Cajamarca, lugar desde el cual vise precisado a retornar a la capital, porque
los ambientes andinos retrasados y mediocres, segn declaraciones propias, seguramente no le
cuadraron al dscolo hijo del tirano, y lo peor del caso, es que sin haber podido cumplir la misin
que le encargase su padre. Slo el calor de los adulones de siempre, slo el fuego de los
comechados de turno pudo calentar la frigidez de su alma.
ANDABAMBA

TIROS Y APLAUSOS

El acerado temple de Benel no se doblega an.

Con la cara grasosa y brillante del sudor que le corra, afirmaba con gran conviccin:

- Vendrn, vendrn... Tendrn que venir Y a toditos me los voy a chupar como a confites!
... Ahora s sabrn quien es Eleodoro Benel! Nada hemos perdido! agreg Y hay balanza!
Finaliz haciendo rechinar los dictes y apretando con rabia los puos. Trag saliva y psose a
esperar

Destacados de Chota, cien hombres de caballera sumados otra vez al grupo de bandidos
del cholo Anselmo, comandados por Ezequiel Padrn, llegaron al alegre villorrio de Andabamba,
en las cercanas de los predios de Benel, arrasados por aquel tiempo. Los soldados de caballera
despojndose de sus capotes militares marchaban lentamente. Pica el calorcito.

Tras ellos trotaba un hombre blancote, maduro y con anteojos.

Andabamba entregse a la sola presencia de los soldados. Crean stos que Benel y los
suyos se encontraban reducidos a un puado de valientes y sin nimo para combatir. Pero
anduvieron equivocados.

Un chiquillo lunarejo, rosadito, la camisa hecha jirones y pantaln a media pierna, sala
corriendo desesperadamente hacia La Samana, reducida a escombros por Zavala, mirando de rato
en rato hacia atrs, escondindose entre las piedras, en los vallados, acequias y matorrales, para
dar datos a Benel, que eran alrededor de un centenar de hombres los que se encontraban en el
villorrio.

Su corazoncito medroso lata con fuerza cuando en recompensa de las noticias recibi
unas monedas del viejo Benel.

-Han matao, patrn, a o Nazario Chuls... Anoche, bien de noche llegaron los
maldiciaos, como prencipiar a forzar a las chinas.

- El agente municipal? -. Inquiri Eleodoro Benel con asombro.

- S, patrn... Y tambin lo despacharon a o Jos Requejo, el teente de gobernador. Ms


tarde, patroncito, los pelaron a dos hombres ms que en la descurid, no los llegu a reconocerlos
bien, patrn.
-Gracias, cholito Toma para ti, pero para que las guarde tu madre que est sola y bien
las necesita... Pero, qudate un momento por ac. No sea cosa que te vayan a matar... Hoy, seguro
que los desbaratamos a todos esos hombrecicos!... Qu cosa se han crdo?

Benel avanz hacia el villorrio, dispuso sus gentes en lnea de combate, los municion, y
de amanecida acometieron a Padrn en Andabamba.

Animse la accin cuando las tropas oyeron los primeros disparos de los sublevados.
Siete cholos de Benel comenzaron por encerrar en una casa cuyo dueo era adicto a su caudillo,
a todos los sospechosos de colaboracin con los gubernamentales. - Los dems corrieron a
silenciar a los francotiradores del gobierno que, tras apresurado abandono de la cama, se hallaban
apostados en las casucas del poblado. Todo el villorrio puesto en pie por la violencia de las
detonaciones aplauda ruidosamente a las huestes de Benel.

- Cholitos de mi corazn: no gastar mucha municin en estos mostrencos grajientos!...


Soldado visto, soldado tumbado! ... Ya lo saben! -. Orden Benel as, teniendo en cuenta las
matanzas que haban cometido con sus camaradas de rebelin.

Generalizse el tiroteo que dur todo el da hasta el anochecer. Un soldado que apenas
puso un pie en un balconcito, cay pesadamente sobre un montn de haces de lea, al recibir un
disparo en la frente.

Por la muchedumbre de curiosos corri un murmullo de aprobacin.

- Cuatro hombres aqu, conmigo! -. Volvi a ordenar Benel agitando la diestra que
portaban una reluciente carabina . - No disparar sino en caso de urgente necesidad. Creo que ya
lo entiende bien!

Los benelistas se movan con gran precisin y disparaban de rato en rato, con mayor
precisin an. Las balas hendan el aire zumbando. Silenciado un francotirador pugnaban por
derribar a otro. Uno a uno y tras asaltar varias casas fueron cayendo hasta nueve soldados de la
tropa.

- El capitn, el capitn!... A ese no lo dejen escapar! -. Grit gesticulando Benel,


mientras los rebeldes tenan a un primer hombre lacerado. El Flix Cubas, era malamente herido
en el brazo derecho que casi le fue descuajado.

Algunos jinetes que haban salido a explorar el campo o a forrajear, murieron de certeros
disparos con todos sus caballos cuando galopaban en direccin al villorrio.

La noche brumosa y hmeda, impregnada por el humo irrespirable de la plvora, prest


ayuda al resto de la tropa a escapar, dejando en manos de Benel, toda la caballada sobreviviente
con su respectivo equipo intacto.
A esta hora, los ojos fros, opacos y endurecidos del guerrillero mal herido presentaba
todos los sntomas de la agona, boqueaba jadeante y exhausto. Se haba desangrado por largo
tiempo, sin auxilio inmediato. Su cuerpo completamente exange entreg el alivia a Dios
pronunciando palabras de alerta: - Cuidao, patrn Tenga mucho cuidao... No le dejarn
tranquil los del gobierno.

Por las afueras del villorrio Benel slt sonora carcajada cuando sinti al capitn caer
atollado en un barrizal mientras era perseguido.

Triganlo a ese coche, triganlo a ese coche! -. Gritaba y gritaba riendo a ms no poder,
en tanto que sus guerrilleros hurgaban las chacras, las cercas y dos senderos.

Salpicado de barro y con el terror reflejado en su rostro, el miope oficial ya sin espejuelos
hua topetendose, perdindose en direccin ignorada,

Grupo de tropas que combatieron la revolucin de Chota. Al fondo, las haciendas de Benel
incendiadas y las ruinas humeantes de los caseros, donde se crey amigos de los rebeldes.

LA INCURSION GARATE

Durante dos semanas los Benel y los benelistas que moran en chozas improvisadas con
pajas y varillas tuvieron paz juntos con todas las gentes de los alrededores.

Sucedi que, pasado este tiempo, los llanos de La Samana vieron turbadas su pasajera
tranquilidad por el nuevo asalto de un escuadrn de caballera, que obedeca rdenes del teniente
Grate, quien pretendi extinguir las guerrillas de Benel, viniendo desde su acantonamiento en
Santa Cruz.

- Qu sin son curtidos estos marranos! -. Exclam Benel con su voz femenil dirigindose
a sus hijos. - Qu ser lo que andarn husmeando por ac?

Sin recelo alguno dejaron aproximarse al destacamento de jinetes hasta tenerlo a caza.
Atrincherados tras las pircas derruidas, bastaron algunas descargas de los fusileros samaninos
para que la caballera huyese al galope tendido. Algunos soldados que haban desmontado
retomaron las riendas de sus cabalgaduras. Un sargento que cruz a la carrera de un lamo
piramidal que se cimbrea hacia un eucalipto de bajas ramas ondulantes, a guarecerse bajo su
grueso tronco escamoso, vio tronchada su vida por un proyectil benelista que se le aloj a la altura
de la tetilla izquierda.

Benel, por vez segunda volvi a proveerse de caballos y armamento, y resolvi estar en
guardia permanente. Se senta un airecillo fresco y el olor a alfalfa recin cortada que los soldados
haban tomado para alimentar a sus fornidos caballos.

La sorpresa que haban pretendido dar a Benel, habase convertido en otra vergonzosa
huida. Los caballos en su impetuosa carrera tumbbanse unos a otros, empezaron a tropezar,
encabritarse, relinchar y revolcarse en el suelo. Los sublevados sonrientes o secos tiraban de los
caballazos. La accin dur apenas escasos minutos. Nada ms.

DE JOSE A JOSE

El colmenar de soldados en el cuartel de Lambayeque rebulla. El comandante Manuel E.


Valdeiglesias titube un segundo, arreglse el cuello de su guerrera, titube otro segundo, suspir
hondo y blanque los ojos cuando recibi la orden fatdica invitacin de reducir a Benel.
Estaba con indignacin, experimentaba tristeza y sentase alegre a la vez. Le invadi un
sentimiento asaz inexplicable. Recorra la oficina de su comandancia a grandes zancadas, y
bruscamente se rehzo de la impresin... Es que tena conocimiento que Benel era un hombre! en
el sentido lato de la palabra.

El rebelde tambin reconoci mucha valenta en su adversario Valdeiglesias. Era ste un


soldado cuzqueo bajito, trejo, moreno, de ojos severos, que apareca las ms de las veces un
poco seco y gris. Se cuenta que aventajaba a muchos en valor y reciedumbre.

-A Valdeiglesias es al nico cachaco que le tengo un poquitito de respeto... Los dems


son una tanda de daados... Ese Valdeiglesias, ese s que es templado! Es el militar que tiene un
lcido desempeo en la guerra-. Afirmaba Benel en los finales de su alzamiento.
La marejada de la vida que ensoberbece, sublimiza o retacea en mil pedazos, les deparaba,
desde entonces por predestinacin o fatalidad, quin lo sabe la primera ocasin para
medirse... Y lo hicieron de hombre a hombre, de poder a poder, o de jos a jos, como dicen en
Chiclayo.

Valdeiglesias dej Lambayeque, y ya en Chongoyape tuvo que soportar la desercin de


varios de sus soldados, que abandonaron filas porque conocan muy de cerca al terrateniente en
cuestin: - No queramos morir acribillados por el espaol, confesaban despus en sus lejanos
pagos. Luego presentse en Santa Cruz, a redoble de tambores, comandando el batalln de
infantes nmero 11, fuerte de cuatrocientas plazas que se reclutan en las provincias del norte de
Cajamarca, a los que siempre se sumaban la gavilla de hombres de presa que capitaneaba el
bandolero Anselmo Daz y otras bandas gobiernistas sospechosas de inmoralidad. Viajaron a La
Samana el veinte de enero de mil novecientos veinticinco.

Fueron avistados en filas aparentemente interminables, cuando se encontraban an a gran


distancia, por los vigas de Benel que estaban apostados en la colina de Changasirca, por la
madrugada, y que haban hecho guardia desde la medianoche hasta las seis.

- Patrn, patrn!... ya estn porai los soldaos!... Vienen hartsimos!... Un batalln


completito!

- Por dnde estarn ms o menos?

- Tuava tan lejitos, patrn... Apenitas se devisan... Tan como que vinieran del pueblo de
Santa Cruz, patroncito... Y hoy quiacemos?

- Qu que hacemos? ... Pelear, pues cojudazo! No te parece bien? La muerte est hecha
a la medida de todos.

-S, patrn. As ser, dejuro... Ust lo ha dicho, pero no me moteje tan feyo, patrn.

Cien guerrilleros de mirada dura y palabra spera, ocuparon silenciosos pero decididos la
colina de Changasirca y penetraron en la red de trincheras y tneles que Benel haba hecho
perforar con antelacin, sabiendo que vendran una vez y otra vez las fuerzas gubernamentales.

Las 2 hijas mayores del hacendado: Lucila y Donatilde ocuparon tambin sus
emplazamientos, y en las lneas delanteras. Demetrio, mocosillo an, empu su fusil aquella vez.

Se dej escuchar un toque de corneta.

Benel provisto de sus prismticos vio como los efectivos de la tropa se diseminaban en
grupos por los chacarales, los baldos y por los caminos de Santa Cruz y Yauyucn.
Montado en un caballo blanco y dando ejemplo a sus subordinados, Valdeiglesias
avanzaba delante de su tropa, ejecutando de rato en rato movimientos insistentes con el brazo
derecho. Detvose de repente y descabalg con rapidez, mientras, un asistente retiraba el corcel.
Tuvo concejillo con algunos de sus oficiales y despus de una breve pausa se escuch nuevamente
otro toque de clarn, ordenando el ataque.

Ruido formidable produjeron las rfagas simultneas de las ametralladoras qu vomitaron


fuego con direccin a las ruinas de La Samana. Los guerrilleros apostados en sus lneas de
trincheras dejaron tambin or como rplica descargas de fusilera que quitaron a Valdeiglesias la
posibilidad de saber con seguridad de dnde provenan.

Las considerables fuerzas de Valdeiglesias iban acercndose an ms, y las


ametralladoras atronaban el espacio e iban ocupando nidos ms avanzados. Benel permaneca
firme en sus atrincheramientos.

Valdeiglesias con sus gritos y movimientos evidenciaba su alto grado de combatividad,


cosa que apreci al instante Benel.

- Ah, carajo! Este s que es guapito! No hay caso, es un soldado que se las trae!

Los gubernamentales abandonaban por tercera vez sus posiciones para seguir avanzando
impulsados por las palabras de aliento, gestos, ademanes y gritos de su comandante. Y avanzaban
resueltos y disparando con direccin a los parapetos de la colina.

Con furiosas granizadas de metralla y descargas incansables de fusilera, las tropas


intentaban abrirse paso hacia el collado. Catalejo en mano, a travs del polvo que levantaban las
descargas al tocar el suelo, Benel escudriaba el avance penoso de las fuerzas de Valdeiglesias.
Los guerrilleros benelistas se mantenan disparando erguidos en las excavaciones, bajo el fuego
mortal de la metralla. As, entre explosiones, derrumbes, polvo, gritos, quejidos y ayes de dolor y
muerte de muchos soldados de la tropa transcurri aquella trgica maana.

- No gastar los cartuchos sin ton ni son! -. Ruga Benel dirigindose a sus guerrilleros. -
Estamos bajos de balas! -, deca, a la vez que daba aviso a sus hijos que los camilleros estaban
bastante activos.

- Los sanitarios estn dndole parejo en la evacuacin de hombres! Prueba de que hay
muchos muertos y heridos!... A ver, t, cholo chico: te vas horitita para Santa Cruz y me
averiguas cmo se llama el jefe de este batalln que ha venido a jorobarnos la paciencia!
Rpido!... Y si hay ms tropa de refresco!
Los soldados miraban con angustia la irreductible eminencia, cuya llanura situada a sus
pies era batida incansablemente por los guerrilleros y serva de tumba, hasta ese momento, a ms
de cien nmeros de tropa.

Se oan ya poco ms distanciados, pero an recios los tamborileos de las ametralladoras


y disparos aislados de fusil.

De pronto, silencio profundo medi en la batalla. Algo distante se oy la voz ronca y


pujante del valeroso Valdeiglesias, atronar el espacio, llamando la atencin de su corneta de
rdenes:

- Isidroooooo!...

Isidrooooooooooooo! Contestle el eco reflejando su potente voz en las laderas de la


colina changasirquea.

- A la bayoneeeetaaaaaaa!

Bayoneeetaaaaaaaaaaaaa! Fundironse las ltimas ondas reflejas del eco de aquellas


palabras con los disparos de los guerrilleros que sembraron la muerte en la primera oleada de
asaltantes, inclusive oficiales, que corran a tomar los atrincheramientos con la bayoneta calada.
Los ltimos en llegar al filo de las excavaciones fueron cayendo unos tras otros, mordidos por el
plomo de los insurgentes.
Coronel Samuel del Alczar, estratega de la revolucin.
- No ceder ni un pice de terreno!... Ni una pulgada, ni una pulgada al cachaco! -.
Vociferaba Benel con la cara enrojecida y la brillante cabeza calva, recorriendo las trincheras
donde se batan como bravas sus guerrillas, como si aquel grito tratara de mellar el filo de las
bayonetas.

Los soldados, de rostro juvenil, valerosos, inaccesibles al miedo, avanzaban bajo el fuego
cruzado de propios y enemigos. Oanse gritos salvajes, tiros, explosin de granadas, fuertes
pisadas de decenas de soldados, y veanse sangre y muertos desparramados en la llanura; los
rboles caan tronchados o temblaban por efecto de las explosiones, como si todo esto fuera el
triste presagio del enorme desastre de los del gobierno.

Los hombres de Benel respiraban ruidosamente. Las mujeres agitaban con desesperacin
los brazos reclamando municin. Los sublevados continuaban silenciando, con su endiablada
puntera, una a una las dotaciones de las ametralladoras.

Trotaba el caudillo en su Tragaleguas, caballo negro frontino, recorriendo los


atrincheramientos y repartiendo lo nico que queda de municin por partes iguales a sus
combatientes. Los benelistas tenan hasta el instante once bajas. Un disparo mat al equino
preferido de Benel en el campo de batalla.

- Ay ay ay! Me tiraron el caballo estos malditos! -. Con pena y con rabia farfull el
viejo y continu, llamando a uno de sus guerrilleros: - Cholo Silva!... Jos Silva!... Vete a
traerme el caballo Rayo, ese que me regalaron los Aspllagas!... Prontito, cholo! -, continu
echando lumbre por los ojos.

Torn a cabalgar en el alazn y segua infundindoles nimo a sus combatientes. Los


disparos continan iguales. Sucedi que uno de ellos destroz los binculos de Benel cuando
oteaba el campo de batalla, hacindolos volar hechos aicos e hiriendo a Benel en el dorso de la
mano.

- Ah, caray! ... Estos cabezas huecas, primero me matan el caballo, y antes de liquidarme
a m, me quieren dejar ciego!... Qu tales cosas! Habrse visto ocurrencia igual!? -. Benel
chorreando sangre de la mano orin sobre su herida y la dio por curada.

A pesar del valor de grupos aislados, el batalln completamente diezmado, no tena


condiciones para seguir combatiendo con xito. Unos tras otros eran rechazados los terribles
embates del ejrcito. Los guerrilleros castigaban ferozmente las raleadas filas de Valdeiglesias,
las que no pudieron con toda pujanza y el valor de su comandante quebrar la resistencia de
los sublevados menos rebasar sus lneas, pues, stos permanecieron hasta el ltimo en sus
posiciones.
Casi al mismo instante divisaron los guerrilleros aparecer por el flanco una nube de polvo,
y tras ella, un nuevo grupo de asaltantes. Las mujeres se batan bizarramente.

- Firmes, firmes! ... Pararse bien! -. Oyse decir al comandante con todas las fuerzas de
sus pulmones. El corneta continuaba sus toques sin detenerse un solo instante, mientras los
soldados se volvan a plantar cerca de las lneas de los rebeldes.

Abriendo los brazos, pero empuando el fusil caan por tierra acribillados. Valdeiglesias,
convencido de que cualquier nuevo asalto era un suicidio, en el momento de mayor tensin para
Benel, orden el repliegue de los poqusimos efectivos que an le restaban, y batidos se retiraron
a las siete de la noche, al campo samanino qued tapizado de muertos gubernamentales que
lucharon con instintiva disciplina, lealtad inalterable y mortal herosmo.

Al oscurecer se dejaron or cnticos andinos en los atrincheramientos de Benel. Treinta


calabazos eran provistos de su racin de cal. Los combatientes, vencedores en la jornada,
empezaban sudorosos, a escoger los palitos y semillas entre un puado de hojas de coca.

- A eso se llama pelear! Con regusto pronunciaba el viejo Benel las palabras, como
saborendolas y sonriendo, a la vez que haca un guio con el ojo a sus hijas en la luz de un faro
. - Estas s que son mozas guapas!... Se han portado como debe portarse un Benel!

Los guerrilleros miraron a las muchachas aprobatoriamente. Csar Asenjo, capitn de


guerrillas, de andares leoninos, se abri paso entre ellos y abraz a las Benel. Tenan las faldas
desgarradas, las blusas llenas de tierra, las caras tiznadas, y Lucila, el sombrero atravesado por
dos proyectiles. Durante algunos instantes pusieron las cabezas sobre el pecho de su padre, quin
las acariciaba orgulloso.

- Pap -. Pregunt Segundo, cuando se dirigan ya despus del combate a las chozas donde
habitaban . - Cuntas bajas hemos tenido nosotros?-. Parece que, por parte de ellos, no ha
quedado un solo nmero para llevar la noticia de su derrota.

El corazn de los combatientes lati con violencia, y el caudillo Benel enumer sombro.

-Total, dieciocho muertos: el Marcial Flores, el Matas Melndez, el Jos Silva, el


Conrado Campos, el Agapito Requejo, el Santos Mondragn, el Agustn Vsquez, el Juan
Requejo, la Rosita Huamn con doce aos de edad, el Martn Vsquez, el Manuel Torres, el
Ezequiel Guevara, el Miqueas Fernndez, el Edmundo Gmez, el Eladio Meja, y tres ms que
tienen los rostros desfigurados por las esquirlas de las granadas. Ya los voy a mandar traer para
hacerles su funeral en regla y como se merecen los bravos. Los enterraremos a la media noche.

Hizo entender, luego, a sus oyentes, que tan valerosos eran todos los muertos civiles
y soldados que yacan en los campos de La Samana como los suprstites que all combatieron.
Hubo ternura en sus palabras, y cerca de las ocho, los guerrilleros bajo una densa bruma se
retiraron cantando muy triste, pero en plan de vencedores.

Los muertos de la tropa fueron sepultados en los apartados campos de La Samana. Los
oficiales, se afirma, lo fueron en el cementerio de Santa Cruz al da siguiente.

Divididos en grupos y temerosos de encontrarse con los sublevados, los gubernamentales


se encaminaron a la costa.

Los Vargas Romero, benelistas al mando de Misael Vargas, con cuarenta hombres
resguardaba las alturas de La Esperanza, por la zona de Chaquil; ms propiamente, estaban
apostados en los altos del marco de la muda cordillera Condorsamana.

Y no atacaron a Valdeiglesias por retaguardia, conforme haban planeado con Benel,


porque con los datos que obtuvo de sus espas, crey que todo el acompaamiento del caudillo
haba perecido en el combate feral con las tropas.

EL EXODO

Benel, aliviado, porque no le restaban municiones, cargando con toda su familia, sesenta
guerrilleros fidelsimos y ms de doscientas personas entre mujeres de los combatientes, sus hijos
e hijas, as como las viudas de los cados, se encaminaron a La Esperanza en jacas o hacaneos y
en borricos duros y sobrios. Atravesaron la cordillera de Huambos, tocaron en Mamabamba,
Callayuc y se internaron por las montaas y bosques de Silugn.

Cuatro das emplearon en esta penosa jornada. Cuatro das con cortos descansos parecidos
a los rezos, en que seis decenas de guerrilleros con sus familias, caminaban por los recovecos
roquizos, por desfiladeros, rompiendo las malezas, por entre las piedras; marchaban con su
caudillo en lnea recta, estrechndose contra los peones, haciendo desechos, ebrios de lucha y de
camino.

Se escucharon dos disparos en la retaguardia. Unos cuantos guerrilleros se separaron del


grupo a la velocidad del relmpago e hicieron aprestos para la defensa; a lo lejos se oa el dbil
mugido de unas vacas.

El viejo Benel sonri satisfecho. Probaba el valor combativo de sus soldados; pues, haba
destacado a uno de ellos para disparar, y saber si estaban alertas o con las armas prontas.

Los caballejos en que montaban las mujeres de los guerrilleros relinchaban agudamente.
Con gran bullicio corran los cnidos de los alzados ladrando y saltando de alegra; y salvo un
pequeo tiroteo con los de la banda gobiernista de Manuel Alarcn, en Chabarbamba, no hubo
mayores contratiempos en el xodo.
BENEL SALE A LA COSTA

LA MARCHA A NIEPOS

Benel en Silugn acostumbraba enviar patrullas de reconocimiento a fin de que


observaran el terreno en el que haba posibilidad de accin. All vivi cerca de un ao con relativa
tranquilidad.

Los sublevados colgaron sus fusiles y dedicronse a labrar la tierra en busca de sus frutos.
Se estaban ya pegando a ella. Sin embargo, recibieron de Benavides diez o veinte mil tiros calibre
44, muser, 30-30 y otras, amn de la esperanza de que hoy, maana o pasado se sublevaran las
guarniciones del norte.

Y aconteci despus de esto, es decir, que encontrndose Benel en Silugn, recibi


pliegos de Hermenegildo Ruiz con carta de Benavides, en la que este militar instaba a Benel que
prosiguiese en estado de armas, pues, era cuestin de horas, el levantamiento de varias
dotaciones de tropas adictas en el norte y en el sur; y que haban salido del Ecuador, para unirse
al hacendado en armas, los coroneles Ramos, Beingolea y Teobaldo Gonzlez, quienes tomaran
el comando de las tropas revolucionarias, y asimismo que emprendiese marcha hacia Chiclayo
con carcter de urgencia.

-Vale la pena el sacrificio-, dijo el viejo Benel levantando la cara, despus de leer el
documento.

Al instante despach chasquis, organiz sus huestes, y un buen da de marzo, el once para
ser precisos, del veinticinco, abandona Silugn acompaado de sus hijos, capitanes
revolucionarios Eloy y Andrs, Anatolio Rodrguez y los hermanos Barn, seguidos de veinte
lanchinos.

Y conocemos que toda esta gente no tena otro fin que pelear, y veremos ms adelante
como los de Lanches pleitearon solos hasta mil novecientos veintisiete.

COCHABAMBA

- Eleodoro Benel! -. Exclamaron los soldados, boquiabiertos unos y despavoridos otros


por la sorpresa, en el poblado vallino de Cochabamba, cuando vieron que el rebelde seguido de
veinticinco guerrilleros cholos incluyendo sus capitanes, se alejaba por la cuesta gris amarillcea
y pedregosa.

- Benel!
- Es Benel, qu jodido!

- Puta madre, el mismo viejo diablo!

- Benel, qu va hombre? No puede ser!

- S, es Benel! Exclamaron estupefactos los soldados y gentes del pueblo.

- Benel mismito... Cmo que le he visto con mis ojos pasar al trote con sus bandidos...
Con veinticinco hombres, cuando menos... Ya est subiendo la cuesta Miren, por all trepa!

Qu laya de viejo, por Dios! A esa s que llamo hombra, qu duda cabe!

Muchos soldados lanzaron estas y otras bravatas sin pasar de all.

El caudillo ascenda vertiginoso la empinada cuesta con direccin a La Samana. El jefe


de la guarnicin, mudo, fro e inmvil por la sorpresa no atin a dar siquiera una orden. Se oan
ya lejos el ruido de las pezuas de los caballazos en los que montan algunos guerrilleros y que los
haban arrebatado a la tropa en dos tropiezos.

El Nio, perro de los rebeldes de pelaje color del fuego y pequeas manchas negruzcas,
corpulento y fiero, como buen perro de gente montaraz, ladraba amenazador, detenindose aqu
y all, en todos los montculos, ganando siempre altura y fijando sus miradas en el pequeo
poblado que iba retirndose a medida que los combatientes trepaban a la cumbre. .

Ceidas sus cananas a la cintura, caminaban rezagados del grupo, dos guerrilleros
pendientes del hombro los museres, uno de ellos cargando su retoo que recin haba aprendido
andar, y que vena a entregar para su cuidado, a los familiares de la esposa muerta, mientras l
siguiese combatiendo.

Pensativos y silenciosos, cruzaban ya el puente de Cochabamba, cuando fueron


interceptados por dos nmeros de la guarnicin del pueblo, donde funga de comisario,
Sarapico, exteniente de rebeldes y ahora a lado de las tropas gubernamentales.

- El sol abrasador de la playa caa en llamaradas que sofocan incesantes.

-Vete, t, adelante con tu hijo, hermano... Yo me entiendo con este par de cachaquitos.
Hoy da hago un revoltijo con ellos.

- Alto! -. Incorporndose, gritaron los soldados.

Con voz clara y recia, sin pizca de vanidad, el guerrillero de anchos hombros, contest
sin alterarse: -

- Gente de Benel, qu hay!


Los troperos andaban desarmados, desabrochadas sus guerreras, un tanto chispos, y uno
de ellos se abanicaba, kep a la mano. La negra boca del muser se abri torva delante de los
nmeros de la tropa.

- Pasa t, primero... Camina, camina breve-. Con un ademn de cabeza indic a su


compaero que tena ya a su cachorro asido de la manecita y el fusil en bandolera. Alto, rubicundo,
pecoso, raleada la barba y con el poncho enrollado y cruzado por el pecho, lleva tambin a las
espaldas el remoquete de Pltano Mosqueado.

- Tan estorbando aqu! No?!... Abrirse, antes que desaparezcan!

Golpes nutridos con la punta del can y tempestad de culatazos soportaron los soldados
al ser arremetidos por el guerrillero Faustino Sobern. Uno de ellos rod hasta el ro, mientras el
otro quedaba tendido en el puente, golpeado y maltrecho. El benelista y su perro Blanco, de suave
pelambre y ascendencia desconocida, mantuvieron a raya al vencido, amagndolo con el fusil y
feroces tarascadas.

A campo traviesa marcharon los rezagados, por entre naranjos y frutales y, a la altura de
Sogos, se reunieron con el resto de las fuerzas sublevadas.

No cerraba mucho todava la oscuridad de la Sierra cuando los rebeldes culminaron las
ltimas agresividades del Ande, bronco, amenazante y bravo. Al amparo de sus fusiles y cuando
todo estaba, sumido en la oscuridad dormitaron protegidos entre los peascales cercanos al
villorrio de Andabamba.

An hasta esa madrugada, los lugareos que divisaron los guerrilleros poco ms abajo del
puente, continuaban arreando, provistos de ramazones, por entre dos paredes de chungos,
champas y chamizas, los pejerreyes y las lisas, que iban derecho a desembocar en el cono de un
garlito tejido de carrizos.

CASORIO Y EXPOLIACION

Fortunato Alvarado se encontraba en vsperas de contraer enlace con la chiclayana


Vinces, que ocioseaba en el villorrio de Andabamba, buscando aires que, por lo menos, atenuaran
su constante expectoracin, su remiso estado febril y la palidez de su demacrada faz. Hizo correr
bando, el tal Alvarado, comisario de esos pagos, en el sentido de que todos los pobladores, sin
excepcin, contribuyeran de grado o fuerza a la celebracin de la boda con gallinas, cuyes,
carneros, chivos, huevos, leche, papas, quesos, cuajadas, etc., etc. espectacular arrebatia de
artculos que deban entregar al desalmado Rosendo Mondragn, compadre del comisario, y
que capitaneaba una comisin de bandidos encargados del recojo.
Benel, entre gallos y medianoche result apoderndose del poblacho por segunda vez, y
esa misma madrugada imparti rdenes precisas para prender a todos los expoliadores. Pero
sucedi que no faltando quien les avisara de la presencia del rebelde y sus guerrilleros, aquellos
dijeron pies para os queremos y se ahuyentaron. En la persecucin de los fugitivos fueron
muertos dos sujetos.

En La Samana, Fidel Vsquez, mayordomo nombrado por Alvarado, en una barraca


imparta las ltimas disposiciones a la comisin de foragidos que llevaran el cargamento de
choclos, papas, chiuches y zapallos para el matrimonio. Los benelistas llegaron marchando
silenciosamente en fila india, y llenos de estupefaccin al principio, al ver como disponan de lo
ajeno como propio, miraron las recuas listas para partir, dieron una vuelta cautelosa en torno a lo
que fue la casa hacienda y luego corrieron dentro de las ruinas con el ojo alerta y las armas prontas.

- Hola, Fidel Vsquez, cholo matrero, jefe de la podredumbre y de la corrupcin! dijo el


caudillo. - Bien podrs mandar en tu guarida, cholo marrajo! Has soado con medrar a mis
costillas! No?!... Por ahora, contstame con demostrar fortaleza y serenidad! -. Luego de esta
prelusin se oyeron ruido y vocero de los guerrilleros, los que supieron ejecutar las rdenes de
su jefe. Fidel Vsquez fue acribillado por las balas. Diez tiros en el pecho, y le dejaron en paz.
Finalizado el drama, el rebelde orden: - Sepltenlo en el acto, en menos de cinco minutos! Los
de su calaa se pudren rpidamente! -. Luego los benelistas voltearon el villorrio.

EL MAYOR FLORES SALE AL ENCUENTRO

Pnico produjo en Santa Cruz la noticia de que Benel y veinticinco hombres se encontraba
nuevamente en La Samana. El comando de la guarnicin del pueblo orden la salida de cien
infantes a rdenes del mayor Gerardo Flores. Al mayor Flores, ms conocido como Huachano,
por ser oriundo del puerto de Huacho, se le agregaron, como siempre, Juan y No Aguinaga, el
archifamoso Pedro Zuloeta, las gentes de los Chinos, y los bandidos de Uticyacu, inseparables de
las tropas.

Los espas de Benel desparramados en toda la regin avisaron al caudillo la partida de


fuerzas gubernamentales con el objeto de combatirlo, y es entonces cuando l se dirige a la
hacienda La Lcuma,

Cincuenta bandoleros comandados por Vidal Avellaneda y su hijo Moiss, por rdenes
de los jefes de la guarnicin de Santa Cruz, salen decididos a cerrar el paso y acabar con Benel.

Nutrido tiroteo se inicia entre los benelistas y los bandoleros de Polulo. Rodilla en tierra,
firmes o cambiando de abrigo en los setos, entre las piedras y en las acequias o zanjones avanzan
resueltos los benelistas hacia el emplazamiento de los enemigos, apostados en los huecos de las
laderas.

Repentinamente Benel, dirigindose a un cholo grueso, ojos cafs, cargado de espaldas,


cuellicorto, manos cuadradas, muy seguro de s, combatiente de sus filas, le grit:

- Prate, cholo Chuquimango. Prate como macho!

El plomo bandolero levant nubes de polvo alrededor del benelista. Sin esperar medio
segundo ms, ste apunt su fusil y dispar gritando:

- Ah va uno, patrn! El cabecilla!

El Moiss Avellaneda, bravo capitn de bandidos, rod por el suelo arrastrando su fmur
dividido y hecho astillas, ayayeando lastimeramente. Las certeras balas de los lanchinos dieron
inmediata cuenta de otros tres bandidos, y el resto hua precipitadamente mordiendo el polvo de
la derrota.

Benel, se encontr de pronto en el camino libre. Montaron a caballo los de a caballo, y


siguieron a pie los infantes rebeldes, y enrumbaron por los pajonales de Quilcate. Durante el
crepsculo acamparon en las cuevas de Garay, galeras naturales que tienen la entrada bajo la
eficiente proteccin del ichu y estn provistas de respiraderos de muy fcil defensa.

Al abrigo del viento que remolinea en la puna chillando contra las fauces de las galeras,
dos de los guerrilleros se apresuran a tender sus ponchos doblados de a dos, mientras el resto de
benelistas con su caudillo a la cabeza, sentndose en el fro suelo se disponan alrededor de la
improvisada mesa. Papas coloradas, presas de cuy, carne mechada abundante, cuajadas frescas de
La Samana, frangollo y una montaa de cancha aplacan el hambre de los guerreros caminantes.

Ya con las fuerzas renovadas empiezan a conversar y los recuerdos fluyen.

- Te acuerdas de Yanayacu?

-Ya no mucho... Pero, ah, maldito cholo ese tal Venshe Flores... Era un verdadero
maldiciao... Mucho, mucho lo persegua al patrn. Hasta de noche, el bandido!... Pero, quienes
y quienes tamin pue se jueron a pegarles a esos malvaos: o Csar Asenjo, el cholo Neptal
Roncal y o Antoo Barrantes Semejantes hombrazos!

Disqu los vecinos de Yauyucn vinieron a llrale y suplicale al patrn Eleodoro pa que
los ampare disque de los abusos de semejantes bandidos. Les tumbaba sus casitas, les prenda
candela a las chozas, les arrasaba sus sembraos y los mataba a los pobres pa quedarse con sus
tierritas y hacer ms grande la chacra del... Qu barbarid!
Y entn, el patrn les dijo a los Yauyucn, tal da toy poray con mi gente, y ese da se
ju... Pa que te cuento, cholo.

Le oamos claritito en la peleya cuando aullaba... Bala, bala mierdas! No ven cmo nos
ataca la puta de Benel?!

Y lo jueron rodeando al Venshe Flores y a sus malvaos. Cuando repar parriba, parao en
una piedra grande lo tarif a su hermanito del Arturo Coronel, el cholito Campos... Este cholito
tendra pue sus diecisiete aitos, cuando ms; y le dijo: T quin eres? Y el cholito le respondi:
Soy tu compaero! Dejuro que no lo reconoci y cuando se voltey confao a seguir echando
bala, el cholo chico de un solo tiro lo dej en el sitio... As muri el Venshe T lo has conocido?
- Pregunt el guerrillero del cuento al que estaba a su derecha y ste le respondi: -Dejuro. Me
parece que lo estuviera viendo... Era chiquito, fiero, feyazo, mostroso, pelao de barba, indio cholo
emponchao y andaba como un castillo, es decir tena pual, machete, pistola y carabina, y era
malazo.

El interior de la cueva ola a humedad y a tabaco. La conversacin iba decreciendo ya y


empezaron los guerrilleros a descabezar un sueo arrullados por el prolongado y lejano ladrido
de un pastorcillo cordillerano que se confabula con las tinieblas que llenan la cueva. Se
arrebujaron en sus costillas, acomodando sus osamentas unos junto a otros para as abrigarse
mutuamente.

El mayor Flores segua al rebelde por detrs y a gran distancia.

En los bosques de La Lcuma friolentes y umbros, donde grandes mechones de bejucos


aprisionan toda suerte de rboles de queoal, propios de la zona situada entre los 3,500 y 4,500
metros, encontrbanse sentados, chacchando su coca y escuchndose mutuamente sus relatos,
diez cholos benelistas, que sabedo es que su patrn prosegua en estado de armas y batallando por
esos pagos, queran incorporarse a sus filas. Fue cuando escucharon ruido de disparos por las
cercanas.

- Estos maldiciaos se van en su tras del patrn, seguro.

- Es decir, pensarn irse, porque de aqu no pasan.

- Hay que atajarlos, dejuro.

- Y diay Golpe con estos soldaos... Vientre en tierra y cuidarse que los arae el plomo!
-, dijo el que pareca el jefe.

A poco rato empese la refriega que dur pocos minutos. Los despojos de un sargento
y dos troperos tendidos entre los queoales. El mayor Flores, desisti de la persecucin, y slo se
dirigi a la hacienda Quilcate, donde hizo sepultar sus bajas y curar sus heridos.
NIEPOS

Al atardecer del da tercero de caminata, Benel penetr a la localidad de Niepos.

El pueblo recibe a la ruidosa cabalgata y a las gentes de a pie con gran jbilo. Benel,
caballero en bellsimo corcel tropero atraviesa las calles, rienda a la derecha y a la cintura la
izquierda, su carabina Savage colgada al basto trasero de la montura. All encuentra gentes prestas
a pelear por la causa. Clemente Mendoza, sus hermanos, Guillermo Daz, el cura Portal y algunos
otros ciudadanos principales. Juntse pues mucha gente. Cuatro das permanecieron los benelistas
alojados en la casa del cura prroco. Benel aguardaba el propio que haba despachado a Tumn,
a revientacaballos, para cerciorarse de la situacin que le pintaba el general Benavides.

Grave descalabro moral constituy para el rebelde las noticias que recibiera Con los ojos
que echaban chispas, estrujando violentamente los papeles que tena en la mano y recorriendo la
sala del seor cura a grandes zancadas cavilaba, razonaba y sacaba conclusiones con mal
reprimida rabia. Fue enterado all de que los militares que deban acompaarlo habanse vuelto al
Ecuador, por encontrarse unos de ellos enfermo, despus de haber traspuesto la frontera; que el
resto del Per se hallaba tranquilo y que no haba el pronunciamiento castrense del que le aludiera
Benavides.

Benel bostez largamente y concluy por dormirse pensando que solamente as aplacara
la excitacin.

- Es curioso mascull ya en definitivo plan de aburrimiento.

El caudillo enteramente desilusionado, pero, ya empezando a vislumbrar el increble


hecho de sentirse defraudado, enrumb a Chota, contando en sus filas sesenta guerrilleros que
ocuparon Churucancha. Y en el camino an, Benel no poda afirmar a cabalidad que estuviese
equivocado, tal vez ofuscado, empero se le haca difcil creer que los polticos limeos le haban
escogido solamente por que posee riquezas y era guapo.

Se dirige a Cutervo y prefiere vivaquear a media legua de la ciudad.

La guarnicin escapa al enterarse de la presencia de Benel y sus bravos guerrilleros; a


pesar de este acontecimiento, se decide tomar el camino a Silugn. Quera vivir tranquilo con los
suyos, sin tener que soportar los azares de las continuas mudanzas. All, seal parcelas a todos
sus hombres y familias y hubo acuerdo tcito en que stos no pagasen nada por la tenencia de la
tierra, y l tampoco abonase suma alguna por concepto de jornales. Entonces los hombres labraron
sus tierras, gozaron de sus frutos, la amaron y la defendieron con el arma en la mano. Esto ya
representa un atisbo de el avance qu sobrevendra ms tarde con respecto al problema de la tierra.
Y aconteci aquella noche que Benel oraba en Voz alta seguido de un bullicioso coro de
combatientes alrededor de una chisporroteante fogata. Levantaba el rostro hacia el cielo
tachonado de estrellas y peda proteccin de todos sus enemigos:

- En Dios alabar su palabra: en Jehov alabar su palabra.

En Dios he confiado: no temer lo que me haga el hombre.

Sobre m, oh Dios, estn tus votos. Te tributar alabanzas. Porque has librado mi vida de
la muerte; y mis pies de cada. Para que ande delante de Dios, en la luz de los que viven.

Ten misericordia de m, oh Dios, ten misericordia de m; porque en t he confiado mi


alma, y en la sombra de tus alas me amparar hasta que pasen los quebrantos! Amn.

Conforme a la orden del rebelde, los vigas y centinelas estaban en sus puestos. Mas, al
da siguiente, desde el alba empezaron a enfrentarse al duro camino, sin interrupciones ni
reproches, y jugueteando por los pramos y pajonales, por entre la tupida vegetacin y los vallados
de abrojos, por entre las breas y las aristas rocosas multiformes y fantsticas.

FLANQUEAMIENTO Y CERCO

Corra el ao veinticinco.

Benel, precavido como era, hizo volar con cargas de dinamita los puentecillos de los
diversos senderos, haba hecho obstruir los caminejos con grandes acopios de rocas, y tena
informantes por los treintidos puntos cardinales.

Un batalln de infantera comandado por el mayor Mauricio Cervantes y un regimiento


de caballera que jefaturaba el comandante Hernn Delgado, penetraron a Cutervo en el mes de
junio con miras a atacar el refugio del revolucionario: la hacienda Silugn.

La fuerza siempre quiera que no ha inspirado respeto, adems de un miedo instintivo.


Respeto y miedo que se hacan ms tangibles cuando pasaban y pasaban centenas de soldados con
su equipo reglamentario en disciplinadas columnas, y avanzaban a paso redoblado o al paso de
camino, al son de msicas marciales o atronadores redobles de tambores. Golpeaban sin cesar sus
zapatazos los cantos o losas del pavimento de las calles de los pueblos andinos; o cuando las
pezuas de acero de los corceles martillaban el piso, si era la caballera, dividiendo siempre
opiniones: loas y vtores, por un lado, y anatemas por otro de las gentes que se aglomeraban en
las veredas.

Cervantes y Delgado ordenaron al apresamiento de Mercedes Salazar, para que sirviese


como gua o baqueano entre los vericuetos, malpasos y veriles tortuosos de la ruta a Silugn.
Pero, el orgullo de Salazar no estaba vencido. Entre paso y paso en su ttrica prisin,
irnicamente rea ante los otros prisioneros; esper al mozalbete que lo avituallaba, y con l hizo
decir a su hija que se pusiera en marcha a fin de avisar a Benel, que dos cuerpos de tropas se
preparaban para batirlo.

La muchacha, en silencio, embozada su paoln azul con flecos, sin dudar un instante,
emprendi viaje; y la travesa la realiz en la noche y sin importarle un bledo. Saba, adems, que
ni siquiera se fijaran en ella. Pese a la helada, a la oscuridad y al viento no cejaba de caminar; se
guareci momentneamente en un cobertizo de paja que encontr abandonado y reemprendi la
caminata. Al llegar al sitio donde Benel vivaqueaba, se sinti bastante aliviada. Benel comprob
que haba ojeras alrededor de sus bellos ojos, seales de una noche interminable y llena de
angustia. An la humedad impregnaba sus guedejas de cabellos colgantes.

- Gracias, chica. Muchas gracias. Saluda a tu padre y dile que los soldados se llevarn su
merecido... Ya tendrn noticias.

El aviso que recibiera Benel vino a sacudir la monotona de su vida y a distraer en poco
su atencin. A lado de l, un grueso guerrillero Juan Roncal masticaba el rizoma carnoso
de un helecho rico en fcula. Los milicianos armados en grupo rodeaban a Benel. Vociferaban,
hablaban a gritos, algunos echaban en sarta las maldiciones, y uno de ellos canturreaba sentado y
en voz baja. Con el sombrero en la mano, el viejo Benel recibi los informes de la muchacha.

Los gritos despertaron inconscientemente ciertas ideas olvidadas del caudillo. El viento
riz las aguas del arroyuelo a cuya orilla se encontraban y agit las hojas de los rboles.

En tanto, la infantera y la caballera marchaban penosamente, y juntas emprendieron la


ofensiva a lo largo del camino que conduce a Silugn. Demora tuvieron en el viaje por los
infernales caminos. Emplearon ms de dos das para recorrer la distancia desde Cutervo hasta el
lugar donde Benel los sorprendi dndoles cruda guerra.

- A ver... los Barn! Con un destacamento de sus gentes, a cubrir el pasaje de Palo Solo
o Palo Quemado en la hacienda Cuchea!... Cuarenta hombres decididos! -. Orden Benel
atusndose los bigotazos, hoy ms crecidos que antes.

T, Juan Fernndez Zuloeta! -, dirigindose a su yerno, - Con cuarenta ms, a detener a


toda costa, atajar como sea a los soldados, arriba en la fila de Salsipuedes!

Yo, con veinte hombres, ir por el centro de ustedes los dos jefes de los grupos!

Despus de beber un jarro de agua, prepar su Savage y con la cabeza erguida y la actitud
valerosa areng a sus guerrilleros:
- Flanqueamiento y cerco!... Gran movilidad, muchachos!... No dar importancia a las
balas, cholos!... Si le toca a uno, pues, que le toque! Si los citan a pelear cuerpo a cuerpo! ...
Tanto mejor, saquen a relucir sus machetes, sus puales y sus bayonetas! ... Qu cada hombre
sea una fortaleza, que cada hombre sea un reducto! ... Procedan segn el mejor entender de cada
cul, acten con certero instinto y busquen la manera de quedar vivos!... Eso s, procuren pillarlos
en descuido a los soldados!... Vamos, pues, adelante muchachos!

Los tres destacamentos de sublevados diseminronse por las montuosidades boscosas de


Cuchea, atravesando terrenos sombreados por penachos de filicneas. Enfurecidos, saltando
cercas y vadeando quebradas ocuparon sus lneas en los lugares sealados por su comandante.
All esperaron en silencio muchas horas, cubiertos por las excrecencias del terreno, por el tupido
follaje de los rboles, por los montales menores, por las rocas, cuerpo en tierra, el seis de julio de
mil novecientos Veinticinco.

El plan de ataque de las guerrillas fue muy audaz. Tena por objeto obligar a los soldados
a dividir la potencia de su fuego, y en ese entonces, Benel, conoca muchos de los secretos de
fortificacin, de las trampas para la caballera y la distribucin de fuerzas.

Las tropas haban emprendido la marcha al noroeste en pleno sol de julio, molestadas en
el trayecto por un polvo fastidioso; y cuando aparecieron en medio de los bosques del Palo
Quemado las primera patrullas exploradoras de la caballera, fueron atacadas sbitamente por los
fusileros rebeldes. Estos llenaron de insultos mordaces el aire: con sus barbudas caras apuntaban
cuidadosamente, y bien disimulados en el bosque, hacan rodar unos tras otros a los soldados. Los
proyectiles a veces se incrustaban en los gruesos troncos de los rboles. Los gubernamentales no
dejaban de mirar con angustia los montculos recubiertos de bosque, de entre los cules seguan
disparando imperturbables los guerrilleros, y sealndoles el sendero de la muerte.

Los jinetes desaparecan como tragados por la tierra. Y los Barn que haban empezado
la batalla, chillando por los mntales, llamaban la atencin de las tropas para luego disparar
seguido sus fusiles sobre ellas; stas, no obstante su disposicin para la pelea, pusieron en
evidencia desde el principio el ms profundo desorden en el combate.

Los cholos de Benel a ms de aguerridos, conocedores del campo, atronaban el aire con
sus silbidos, su grita y sus detonaciones. No dejaron avanzar un solo paso a los jinetes, ni a los
infantes que mientras pugnaban por infiltrarse en uno de los flancos, eran atacados por otros
grupos de insurgentes por la retaguardia.

Era Florencio Paquirachn, un pequeo guerrillero que alternaba los sinsabores de las
batallas con el regusto que le proporcionaba su aficin a componer coplas.
Se encargaba de conducir, asido de la manita, a un vstago de Benel, nio an, llamado
Demetrio, en las postrimeras de la resistencia.

Gozaba entre los guerrilleros, de gran ascendiente; pues, adems, de ser en medio de tanta
gente ruda, el guerrillero poeta, entonaba sus letras con msicas tristes que l se las ingeniaba
para componer, y era tirador de excepcional categora.

De faz aguilea, y acentuaba sus facciones varoniles un cutis oscuro que haba sido
tostado, ms an, por la lluvia, el viento y el sol. Sus ojos eran vivarachos y negros. Un ancho
cinturn le circundaba el talle y de l penda una cartuchera de suela llena de proyectiles. Sobre
su impedimenta de guerra cargaba siempre y por doquiera su guitarra chiclayana.

Y por el atardecer, entre tanto el combate segua, en un intervalo de calma, la suave voz
del guerrillero poeta sentado en un atrincheramiento, congregado con otros camaradas de
combate, a la vez que limpiaba su fusil rasg el aire con un yarav cuya letra y msica llevaba
su firma:

Oiga ust seor soldado

De la guerra viene ust?

S, seora, de all vengo,

Qu se le ofrece a ust?

***

No lo ha visto a mi marido

que a la guerra l se fue?

S, seora, de all vengo,

Qu se le ofrece a ust?

***

Mi marido es Flix Blanco,

Flix Blanco Carbonel,

y en el centro de las armas

lleva el nombre de Benel.

***

S, seora, ya me acuerdo,
hace un mes lo sepult;

y en su testamento dice,

que me case con ust.

***

No permita mi Dios Santo,

ni el dichoso San Andrs;

que una viuda como yo,

se case por segunda vez.

Y un velo de niebla muy baja, muy baja cubra casi todo el risco donde se ubican los
refugios, y soplaba de manera impertinente un viento forzudo.

Sonora carcajada y conato de lgrimas rubricaron el final del yarav.

- Te o cantar Sabes, cholito Florencio?... Y debers que ha gustado la letra de tu


versada... Cmo la has titulado? -. Aparecise bruscamente Eloy Benel y palmote en el hombro
al guerrillero.

-A la verd, patrn, tuava no le echao nombre... Primero, hay que desocuparnos deste
zipizape. Despus ser.

-Canta, cholo, canta... Quiz esto sea lo ltimo que oigamos antes de reempezar el
combate.

Y el combate se reanud.

El bosque volvi a resonar con el estruendo de las ametralladoras y volva a caer


destrozada otra patrulla de caballera. Vanos se hacan los intentos de la oficialidad para poner
orden en las filas y obligar a los soldados a pelear en regla.

De cada rbol, de cada rama, de cada piedra, de cada montculo salan los disparos con
regularidad. El ala derecha del ejrcito comenzaba a vacilar y se repleg hacia el sur; a la vez que
el ala izquierda, por el continuo desmoronamiento de sus huestes, quedaba desguarnecida.

La batalla comenz a las dos de la tarde y hasta las siete de la noche de aquella fecha, los
rebeldes haban tomado cuarenta caballos con sus flamantes aperos, sin contar los muertos y el
equipo capturado, inclusive decenas de fusiles y armas automticas.

Ambos pasaron la noche en sus respectivas posiciones.


En la madrugada reanudse la batalla. Los soldados quisieron sorprender, pero resultaron
nuevamente sorprendidos; y los rebeldes, adems de contar con el triunfo asegurado recibieron
un refuerzo del destacamento del notario Fernndez, que combati flanqueando y dando otra vez
muestras de gran valenta.

Eleodoro Benel, apostrafando a los soldados, irrumpi bulliciosamente tratando de acabar


con la resistencia, y ellos, sin ceder en su porfa.

- Ms vale que se manden cambiar! -, tronaba el caudillo contra la tropa. - Ni un minuto


de paz!... Todos quedan advertidos... pena de muerte al que no cumpla las consignas! - les gritaba
a sus guerreros.

La violencia del tiroteo no decreca un instante. Era cortado slo por las rdenes secas de
los jefes en el lado de las tropas y por las exclamaciones cargadas de plvora en el lado de los
sublevados.

Los soldados hacan grandes esfuerzos por salir de aquella cerca tempestuosa de fuego.
El viejo Benel pens que muy pocos seran los que quedaban aun combatiendo. Los heridos
dejaban escuchar sus desgarradores ayayeos. Se vean soldados tendidos en el lugar de la batalla,
muchos ultimados a culatazos y puntapis por los insurgentes.

Los proyectiles rebotaban levantando polvo alrededor de los gubernamentales. El teniente


Pedro Quijano, de la caballera, incorporbase un poco en los estribos gritando voces de aliento,
y vio a su alrededor los cuerpos inmviles de varios subalternos; un poco ms lejos se encontraban
muchos fusiles desparramados. El traqueteo de la metralla avasall el bronco rumor del combate;
los fusilazos forcejeaban para dejarse escuchar cuando cacareaban las ametralladoras.

El oficial sinti morder el plomo rebelde la cara anterior de su tibia. Los proyectiles de
los sublevados batan constantemente el espacio de terreno descubierto en que aqul fuera herido.
Prob mover su pierna y sinti un agudo dolor. Notaba cmo an sobre la granadera le flua la
sangre caliente. Desde aquel da quedaba invalidado.

Los grupos de retaguardia empujados por el avance arrollador de los guerrilleros,


empezaron a reconocerse perdidos y a emprender la retirada como podan.

Hasta las tres de la tard del da siguiente en que termin el combate, los sublevados
haban arrebatado otros treinta caballos, todo un tren de pertrechos y eran cadveres ms de
doscientos soldados de lnea, infantes y jinetes, sin contar los que quedaron prisioneros, a los
cuales Benel los hizo trabajar duro en sus sembros y los licenci cuando crea ms conveniente.
Los soldados durante el combate no tuvieron posibilidades ni de comer, ni de dormir. Los rebeldes
perdieron dieciseis hombres. Los rezagos de aquellas fuerzas, con el capitn Silvestre Acevedo a
su mando, se abrieron paso por el valle y llegaron a Cutervo, acosados por las guerrillas que les
hostigaron continuamente, en completa derrota y extenuados.

Demacrados, hambrientos y desorientados unido al agotamiento fsico el desplome de


su moral vagabundeaban por las alturas de Cuchea seis soldados ya sin ganas de batallar. El
Juan Roncal, forzudo y grandote como un titn, mestizo con musculatura de acero, por lo que se
le apodaba El Toro, a una seal del comandante Benel, se encarg de despojarlos de sus fusiles
y de una ametralladora que portaban.

-A ver, Juan Toro... Te vas a encargar de juguetear con estos cachaquitos. Pobrecicos, ya
no pueden ni lamberse... O quieres llevarlos a Lambayeque?

Conducirlos a Lambayeque, equivala, en buen romance, a despenar a los soldados.

-Muy lejazos, patrn. Djemelos de mi cuenta nom... Yo sabr que hacer con ellos... Y
mire, lo mejor de hoy: esta tartamuda-, dijo examinando la ametralladora. .

Cuentan que los hizo batir barro por algunos das y luego los licenci, estando en Silugn.
A otros prisioneros los usaba para que le enseen el manejo de los ZB 30 a del material Hotchiss;
cuentan que los unci para hacerlos trabajar por menos un da, en los terrenos laborables del
fundo, y luego enviarlos a sus lejanas tierras.

Los guerrilleros pensaron en la captura de Cutervo ya que haban vencido a dos cuerpos
de ejrcito, pero se desilusionaron un tanto cuando Benel los hizo retirarse a la hacienda Silugn.
Grave error tctico, se sostena por aquellos tiempos cometi el caudillo, no muy ducho en
el arte de la guerra, desventaja que supla con su valor a toda prueba y la fidelidad y valenta de
sus combatientes.

En la plaza fuerte de Cutervo, los oficiales del ejrcito ya estaban convencidos que la
lucha no era contra un bandolero. Batallaban, y de esto estaban seguros, contra un caudillo
revolucionario, que jefaturaba una causa justa. Pero, hete aqu, que empezaron los cambios de
colocacin intempestivos entre la oficialidad que estaba imbuida de este conocimiento.

Acamparon en una frtil vega a orillas del arroyo Supay. Pan mohoso y carne vieja fue el
almuerzo del da. Apiados alrededor de una ringla de rboles corpulentos, sobre la tierra fresca
y limpia dormitaban, y fue all cuando sintieron que la tierra empez a temblar.

-He ah la clera de Dios afirm Tadeo Vances.

- Aplaca tu ira, Amito! -musit un guerrillero zanquilargo crispando las manos.

Chirriaron gemebundos los gruesos troncos de rboles viejos, se sacudieron sus ramas,
las hojas se desprendieron, y entonces pareci como si todo el mundo se desintegrara.
Como si algn monstruo antediluviano, mitolgico y protervo que morase en el seno de
la tierra, se desperezase somnoliento o roncara o rugiese, se oy el ruido subterrneo.

Mudos, aprisionados bajo el miedo de las fuerzas sobrenaturales, balbuciendo rezos e


invocaciones escuchaban cmo los estertores terrqueos se iban alejando paulatinamente para dar
paso al caracoleo sibilante de un fortsimo ventarrn que barri las hojas, los ponchos y morrales
de los guerrilleros, dejando ver los remiendos y parches de las chupas y pantalones. Lo vieron
lanzarse ms all de los campos de cultivo, girando veloz como una peonza. Y mucho ms all,
en el remanso del arroyo, se esbozan ondulaciones que terminan chasqueando su sculo en los
granticos zcalos que encajonan las aguas, y flota en el aire la fragancia de millares de flores
silvestres de vividos colores.

- Una bandada de garzas se destac ntida sobre la diafanidad azul del cielo. Sosegado y
lento era el vuelo de las zancudas que se dirigen al poniente, hacia la costa, donde les esperan sus
nidos ancestrales, remotos y escondidos en algn paraje de rocas, playeros juncales o tal vez
dunas.

Los guerrilleros se volvieron hacia ellas, las contemplaron un instante en silencio, y en


seguida se oy a uno de ellos dar muestras de su elocuente sabidura campesina.

- Serena y tranquila ha quedao la campia despus del temblor y del violento rugir de la
turbonada... Ambas son obras de las inspiradas manos de Dios...

Su potencia tiene siempre de mucho y de grande... l nos manda la tempesta as como la


bonanza, la hartura y la pobreza. Todo es de l. La enramada que nos cobija, el afecto que nos
une y la esperanza del maana... La sal, el trabajo y el sustento, la ayuda amistosa que nos
empriestan estos paisanos, todo es de l

Nustro hoy y nustro maana est en sus manos; aunque tamin hay que saber que es nustro
inseparable compaero en la guerra y en la paz... Po la madrugada y po la noche es beneficioso
aplcale una buena plegaria... Quin, pudiera tener la facult maravillosa de podelo ver y pedile
de frente sal y cosas?... Dicen que es un ancianito apacible y bueno que sabe perdonar de todo.

- Onde quiera que vyamos, nos hallamos rodeaos de onde l... A onde mo me gusta
aguaitar las estrellas manifest muy serio el guerrillero zanquilargo.

- Nunca se me ha ocurri escrutar en la profundid, en la gran profundid de las cosas


asegur otro de nariz respingona y lunarejo.

-As como dice o Benito Delgao... As nom es pue-, dijo aquel otro de estatura
imponente jugueteando con el cerrojo de su rifle.
-Lo que es a onde mo me gusta el silencio... Quisiera hablar slo de l explic el ms
joven del grupo.

En esto aparece Benel y les grita:

- Basta de divagaciones, malos rezadores!... En marcha, viejos farsantes!

La columna del mayor Jenaro Matos el batalln de Colonizacin nmero 1


compuesta de ms de trescientos hombres, abandon Cajamarca, vivaque en Bambamarca, y
caminando a lo largo de la ruta lleg a Cutervo, distante unas veintiocho leguas de aquella, el
veintids de julio del veinticinco. Dos caones de montaa completaban el equipo de tal fuerza
que vena con dispersin para acabar aquella raza de hroes: Benel y sus guerrillas.

En Huambos, campeaba un destacamento de trasmisiones al mando del subteniente


Lpez, que con el de Febres de Cochabamba, estaban en conexin con los jinetes del teniente
Llerena en Carhuaquero.

Las huestes de Benel en nmero creciente eran prcticamente dueas de una gran parte
de la provincia de Cutervo.

En las agresividades de Callacate, saliendo de entre el follaje, bajo el brazo el sombrero,


un campesino no muy maduro, canoso, zanquilargo y acompaado de su hijo, inquira a uno de
los vigas guerrilleros de La Samana, que sentado sobre un grueso tronco de sauce yacente a los
pies de un roquedal fantasmagrico, en alternancia, miraba al suelo y al cielo.

-Tardes, or - dijo esforzndose por conseguir serenarse, y luego sin esperar contestacin
agreg - Quin es el jefe aqu, seor? Aquist el seor Benel?

- De qu se trata, mayorcito? Diga nom con confianza. Nosotros los montoneros semo
su garanta.

El campesino dando un fuerte salivazo escupi su coca y alargando la mano farfull: - Mi


nombre es Pedro Rimarachn, seor, y este chagnipao es mi hijo Acab... Queremos dentrar a
enrolarlos en esta montonera, seor. Sabemos manejar bien la carabina y conocemos tamin que
Benel es un valiente, y de juro queremos apuntalarlo en alguito... Nos han parlao adims que
peleya por buena causa. As es que aqu estamos, seor.

- Y ustedes tienen armamento?

-Carabina de ninguna clase, seorcito... Pero eso no le hace. Eso das das lo conseguimo,
seor, y estamos dispuestos a todo.

-Geno I de onde son ustedes?

-Del lao all del pueblo de Cutervo, amigo... Y contstenos pue breve, seor.
Desengenos de una vez por todas Qu nos responde ust?

- Qu sin son tercos los paisanos!... Y bien, sepan que la vida es dura y la muerte violenta,
la comida escasa, y muy escasa, ni pellejos ni pullos pa dormire, y se expone el cuero a que las
balas o las bayonetas le abran ojales en el sitio menos pensao y en cualquier rato... No
respondemos nada, por siacaso! Pero, si se porfan, es porque en deveras lo quieren.

-Tengo buenos papeles, amiguito. Y aqu estn.

-La cosa cambia de aspecto - dijo el guerrillero empuando el sobre, para luego gritar con
alegra: - Adentro Jimnez! Adentro y con dulce, hombrecito empecinado, compadre de mi
alma! Y as son los hombres valientes! Viva Cutervo!

-Y dejuro.

- Este par de zancudos pelotillas no sern acaso espas? - Inquiri Asuncin Vsquez,
capitn de guerrilleros, que apareci repentinamente ante el viga de avanzada, con vendas en la
cabeza, chupando con furia un pucho, mientras sacuda los puos. Aquel le pas el sobre y ste
lo enterr en el fondo de su bolsillo.

-Oiga, amigazo -, replic el recin llegado campesino dndole palmaditas en el hombro-.


Nosotros, catay, que nos priesentamos por nustra pura voluntade. Naides nos exige, seor... Y pa
preba, le diremos a ust, que mos encontrao por los caminos a un tal mayor Matos, as lo dicen...
Anda porai a caballo adelante de sus gentes. Ha estao haciendo mucho tiempo ejercicios de tiro y
maniobras, y tamin ha requisao armas y caballos. Ansimismo lo mos reparao en el pueblo al 11
y al 1 de infantera. Dizque en Chota anda el 3 de caballera, dejuro. Y ese tal Matos est que d
y d bandos, d y d rdenes.

- Mucha gente?

-Harto soldao.

- Mucha, mucha gente?

- Uffffff! ... Por Nuestra Seora de la Asuncin, que soldadera!... Y tamin traen dos
caones flamantitos. desarmaos en las mulas. Bajan y suben por los cerros en filas interminables
como culebras.

- Siii, y por onde tarn?

-Como a legua y media tuava. Y un poco ms quiensabe... Nosotros mos venido escoteros
y enderezando camino.

Despus de un embarazoso silencio, Rimarachn agreg contundente: - Ahora me d ust


mi armamento, amigazo? Puedo dentrar de montonero?
- All lo tiene, hombre! Hay que saber emplala bien nom, compaero... Ya lo sabe.

-Mi hijo Acab puede servir en cualquier cosa aqu en la hueste. De preferencia en cosas
de cocinera, cuando haya lugar, zurcido y remiendo;

El campesino arranc el fusil de las manos del guerrillero; ste se content con decir: -
Yo gestionar otra pa onde mo.

El alzado Benel al saber la noticia y con el nimo de disputar el terreno a los del gobierno
exclam: - Cuentan que el general Belgrano dijo una vez: Aun hay sol en las barbas y hay un
Dios que nos proteja Entonces vamos a darles guerra a los soldados.

Y de nuevo el campo de batalla.

Actuando de consuno Benel, los Vsquez, los Barn y Juan Fernndez Zuloeta,
apresurronse, como en anteriores ocasiones, a disponer sus efectivos, el quince de agosto de mil
novecientos veinticinco.

Los cubrenucas de las argelinas flameaban a lo lejos tal resplandecientes banderas en la


cerviz de los del gobierno.

Cuando en un raso se dejaron ver los jinetes detrs los oficiales, delante los soldados
marchando desordenadamente, en tropel, los guerrilleros juntos se pusieron a mirarlos desde sus
posiciones igual que en Cuchea calibrando sus armas. Tornaron a aparecer otros grupos y
otros ms. Benel levantaba lentamente la mano y esper que se acercaran an ms.

- Fuego! - Orden secamente bajando gil la mano.

El oficial sorprendido mand con premura hacer alto a su tropa. Tras el gritero de los
soldados, cayeron cadveres muchos de ellos. Los mulos que quedaron vivos, sin jinetes, salieron
corriendo espantados y relinchando. El sonido discordante de aquellos relinchos y bufidos de
mulos y caballos que se revolvan llenos de pnico ensordecan los odos. La aparente cercana
de diversos obstculos haca olvidar a otros soldados toda precaucin, y con demasiada temeridad
y resolucin avanzaban contra los guerrilleros hallando la muerte.

Avelino Vsquez enfilaba con el grupo de lanchinos por un terreno pantanoso para
flanquear con su destacamento a las tropas, obligando a parte de ellas, venir hacia el. Los esper
a pie firme, parapetado tras las arboledas, disparando casi a bocajarro. Un zaino frente blanca con
su jinete, encabritse rodando por el suelo y muriendo al instante.

Los mozos lanchinos, fornidos y tostados por el sol, seguan enviando descarga tras
descarga, mientras el destacamento militar hua apresuradamente.
Los hermanos Vsquez haban avanzado. Los militares volteaban a veces para disparar
sus armas a la carrera. Metidos los de Lanches por unos zanjones arcillosos rodearon a veinticinco
soldados que trataban de abrirse paso.

- Rndanse! -. Gritaba el Avelino con gesto fiero.

El jefe de aquellos solt la rienda y en silencio se dejaba llevar por el caballo, los ojos
fijos en Avelino. El resto de soldados no se movieron ni respondieron nada.

- Rendirse, carajo! -. Volvi a tronar el capitn de guerrilleros.

- Estamos ya rendidos! -. Asustada chill la voz de un soldado. - Di lo que quieres que


hagamos!

- Hacia all! ... Todos! -. Seal con el dedo una cerca. -, Pongan las armas en el
suelo!... A naides le empacha tragarse a estos cachaquitos! Aura vern!

Con semejantes enemigos, los soldados prisioneros perdieron toda posibilidad de salir
con vida del penoso trance en que se encontraban.

Po las buenas no se hace ade! A ver, a ver!... Colocarse delante de esa pirca! En fila!
... Vamos! -. grit incitado por la batalla y sintiendo el olor de sangre. Los soldados temblaron
ante la muerte... Se resistieron por eso a salir.

- Vamos diuna vez! En fila hey dicho!

- Salvajes, bestias! Apunt un soldado con sensacin mezcla de terror e indignacin. -


Qu van hacer con nosotros? - agreg. El nmero despojado de su kep apareca desencajado.
Cuatro ms crispaban los dedos de las manos y a muchos les castaeteaban los dientes.

- No es nada, no es nada, jijunas!... Pararse sin miedo! -, carraspeaba el Avelino con la


cara sombra.

- No, no es necesario que hagas esto! Mucha ha sido tu osada!... Podemos entendernos
de otra manera... Agurdate un momentito hasta que venga el comandante Benel... El puede
salvarnos Quiz l pueda arreglar esto!

- Fuego de fila !

A una voz del capitn lanchino sonaron las descargas de los terribles guerrilleros de
Lanches. Los grupos de soldados que deban seguir a esta primera ejecucin sufran indescriptible
terror. Lloraban, clamaban y suplicaban arrodillados, pero es cosa sabida que los lanchinos eran
inmisericorde enemigos.

El conjunto de los veinticinco soldados de cinco en cinco iba poco a poco cayendo
vencido por las balas de los de Lanches. Las formas de sus cuerpos yacan entremezclados sobre
la yerba o los guijarros, descansaban para siempre bocabajo, de costado o de espaldas. Sus pechos,
espaldares o fornituras se vean destrozadas por los proyectiles y sus uniformes manchados de
sudor y de sangre.

Los rudos guerrilleros miraron el coposo bigote y la nariz aguilea del Avelino y callaron.
Sus cuerpo de campesinos exhalaban olor a tierra y a sangre, y les suba desde los pies hasta la
cabeza un odio inmensurable, trmico, roquizo...

En otros frentes, mientras el sol caldeaba implacablemente el campo de batalla, Benel y


su yerno no cejaban de apretar el gatillo de sus armas juntos con el grueso de milicianos, y sus
alaridos resbalaban por las anfractuosidades del terreno, y sus balas se clavaban en el corazn de
los soldados. Cien nmeros del ejrcito quedaron desparramados en la accin de Callacate.

Los gubernamentales al huir, en un enredo incalificable, eran arrollados por las galgas
que cerraban todas las vas de su salvacin. Y las galgas que dan muerte como el plomo ruedan
desde las cumbres del despeadero. Enormes peascos rolan rebotando por la pendiente, causando
ms vctimas. Entre tanto, los disparos provenientes del lado opuesto, atravesaban el espacio
silbando por sobre las cabezas de los fugitivos y haciendo blanco en muchos de ellos.

Por escapar de las galgas y de los proyectiles de los alzados, iban rodando en cadena al
abismo. En la orilla abrupta, un montn de rocas desprendidas de los cerros obstrua el camino de
escape de las tropas. En la profundidad, en donde el ro no tiene riberas, la blanca espuma de su
torrente se debate contra las aristas de verticales paredes rocallosas, como poseda de un ataque
de demencia.

El cojo Flores encaramado en los bloques de basalto que haba hecho dinamitar. abierto
el comps de sus desiguales piernas enorme, soberbio, monumental y feroz apuntaba con el
can de su ametralladora; lleno de regocijo y mascullando maldiciones haca rodar por parvadas
a los soldados. Su puntera era diablica, y el miedo de los troperos se trocaba en pavor. En su
alma rebulli el ansia del desquite.

Dueo del camino, se acord de la matanza de Lanches, y por eso, no dejo enemigo vivo
en toda la zona que abarca con la vista y domina con el arma... No daba cuartel!

Al fondo del barranco, cortado y vertical, yaca el corneta de la tropa an aferrado


fuertemente a su achatado clarn, aplastado por la muerte desesperada y brutal, el crneo hecho
aicos y su cabello sumergido en la corriente marcando el comps de los golpes del agua.

No es posible reproducir tantos intiles y trgicos esfuerzos para incorporarse de los


heridos graves de ambos bandos en contienda; ni el quejido constantes, creciente y el anheloso
respirar boqueante de seres humanos que sienten las agudas zarpas del dolor terebrante en sus
laceradas carnes; menos aquellos embrutecidos rostros de hombres que en trance de caer en la
inconsciencia, miran alelados, con ojos brillosos, sus extremidades descuajadas; tampoco las
heridas rezumantes de lquido escarlata; ni de los moribundos que, en fin, se revuelcan y se
contorsionan murmurando palabras ininteligibles, paralticas y confusas olvidados del trozo de
plomo que se ha alojado en sus pulmones o el bayonetazo que ha perforado sus intestinos

El cojo Flores se retir sintiendo el alma igual que fiel de una balanza. La justicia la haba
tomado con su propia mano... Sbitamente se enmudeci e1 ruido infernal de la batalla.

Los sublevados detuvironse al borde del abismo y comenzaron a encender sus chuscos
que liaban a una sola mano con papelitos recortados de diarios viejos. Yantaron algo, regoldaron
y empez a invadirles una modorra que presionaba los prpados de los ojos y les oscureca
paulatinamente el entendimiento. Sucios de polvo y de sangre, optaron por quedarse
profundamente dormidos. Vagabundeaban algunos vencidos con los labios resecos y cubiertos de
tierra o de barro sanguinolento, con una desesperacin ms profundamente clavada que las balas.

La accin haba durado cuatro largusimas horas. Y se retiraron las reliquias de la tropa a
Cutervo. El batalln de Colonizacin haba sido deshecho, y todo lo que no pudieron llevarse
qued destruido.

Con el crepsculo, el cielo se encendi con todos los matices del azul, naranja, prpura y
violado; cerros ampulosos, crestas en oleadas y filudos breales se recorran en el cielo flamgero.

- Por qu has ejecutado de tan mala forma a esos pobres soldaditos, Avelino? ... No es
justo ni es legal como has obrado, hombre de Dios... Hay que batirlos en regla. Como mandan los
cnones... De varn a varn! De pecho a pecho!... Pero nunca as, hombre. Van a creer que
somos unos desalmados-. Habl Benel recriminando la ferocidad de Avelino-. Te aconsejo que
para lo venidero no te dejes llevar por la ira, Avelino Vsquez-, continu. - Empleas refinamientos
orientales... No, hombre! A qu tanta barbarie? A qu tanto encarnizamiento y ferocidad? -
finaliz el caudillo en un esfuerzo por devolver la serenidad al capitn de los lanchinos.

- Ta bueno, buenazo! -, Con tonillo zumbn empez el lanchino . - Hace nom un ratito
que han dentrao al casero de Callacate y lo han arrasao... Diay, sin qu ni a qu, han despenao a
treinta mujeres, mucho hombres viejos y ancianos que na han empuao en toa su vida la carabina,
y que no pueden ni arar la tierra... Y tamin hartazos chagnipas, han quemao las viviendas, y
nosotros no les vamo hacer ade? ... Gua, no hay lugar a la pied?... Han hecho una matanza
triste, muy triste, que no les d gloria ni menos resultados... T bueno, buenazo .. . Gaote abajo
y bien muertos que se han qudao! Les hey bebi la sangre pa que se acuerden otra vez!... Y a
los otros prisioneros los voy a mutilar dedo por dedo, y a diario, hasta que vegay la muerte y borre
todos su padecimientos!
Vestido con una gruesa camisa de tocuyo rayadillo, metida entre el negro pantaln de dril,
sentse pesadamente sobre una roca, con el poncho remangado y su muser colocado entre las
rodillas; mientras, Benel escudriaba con sus binculos por todos los alrededores. Al poco rato
vio densa humareda en direccin al casero, y silencioso ejecut varios movimientos de cabeza
como desaprobando todo lo ocurrido.
Dr. Arturo Osores C.
Jefe de la Revolucin
UN TRAGICO EMPATE

Alejandro Rivera apag su lamparn, se frot los fatigados ojos y razon cuidadosamente
sobre las rdenes que acababa de recibir.

- Piensa que ello no traiga mayores consecuencias. Son elementos real y verdaderamente
inservibles que han escandalizado al pas con sus fechoras le dijo un enlace, Es peor, el
Gobierno vera con agrado la desaparicin de Benel, sus hijos o su yerno, por cualquier medio; o
mejor an si desapareciesen todos juntos a la vez... Usted es la persona indicada. Sabremos
recompensar sus servicios y confiamos en su valiosa ayuda.

Esto haba ordenado el subprefecto de Cutervo.

El notario Juan Fernndez en el poblado de Callayuc, despus de restregar el pucho de un


pitillo de los de mayto, nicos que dispona, empez la redaccin de una carta sobre l tablero de
la rstica mesa de saucecillo del cuartucho. Al revisar la escritura, que an se encontraba
inconclusa, penetraba silenciosamente en la habitacin un hombre pequeo, flacucho, de corva
nariz, y echse sobre el notario hundindole el pual en la espalda. La punta del arma se vio
aparecer por el pecho del escribiente. El rostro de Fernndez adquiri una expresin de dolor y
desesperacin al sentir el fro acero calandrndole la carne.

Por su mente se le atravesaron cleres las imgenes de su esposa y sus retoos.


Campeche cay con la inercia del moribundo. Con las manos tintas en sangre caliente, busc
con apresuramiento en el cinturn. Musitaba Voces incoherentes por la agona, pero apunt con
decisin a su atacante que pretenda huir cobarde, y descarg con fiera maestra dos disparos que
atravesaron el corazn del que fugaba tratando de ganar la calleja.

En el quicio de la puerta, muerto qued instantneamente Alejandro Rivera, mientras el


notario duraba seis minutos an. Estir el brazo, dej caer ruidosamente el revlver y dobl la
cabeza para siempre.

Era el distrito de Callayuc, igual que otros poblados miserables, un villorrio situado en
las laderas que caen hacia el valle de El Chotano, en el amplsimo arco que forma este ro para
confluir con el Huancabamba. De clima caluroso, y un puado casucas con alta techumbre de
bagazo las ms y con tejado las menos, forman, si cabe la palabra, tres callejas llenas de baches y
una plazuela alfombrada de grama y polvo, con sus altibajos y sin calzadas.

Los bordes de los techos parecen tocarse de vereda a vereda, y se encuentra circundado
de lozanos cafetales. Hacia Cutervo viborea un camino retador y pendenciero, que se retuerce por
las vertientes andinas, ascendiendo y bajando, lleno de escalones; infernal y resbaladizo en
invierno, polvoriento y encalaminado en el esto. Es poblacho de gentes adineradas.
AL TRAIDOR POR LA ESPALDA

Tan pronto como lleg a descubrir la traicin de uno de sus hombres: Jos Vsquez, Benel
mir con sus vivaces ojillos, le seal con el dedo y al punto orden a ros de sus guerreros que
parloteaban animadamente en la plaza de Callayuc.

- A ver... Dos hombres, pronto!... Por la espalda a este cholo veleta, zamarro, traidor!
Al muro de ejecucin!

Los dos hombres ayudados por otros ms tomaron del brazo a Jos Vsquez, lo
escupieron, lo estrujaron, le dieron puadas y puntapis, le remangaron el poncho, lo desarmaron
y colocaron por fin de cara a una pared del lado oeste.

Cuando el imponente Vsquez, idos ya los humos de la borrachera, entendi debers lo


que haran con l, llor de buena gana y trat de razonar... Todo fue ya intil: tres balazos le
hicieron doblar las rodillas y abrir tamaa boca en un intento de no ahogarse con su propia sangre.
Haba pretendido asesinar a su patrn.
EL ARMISTICIO

DESARME Y MATANZA DE BANDIDOS

Sentado en un banquito de magey, en el patio de su casa de Silugn, encontraron a Benel


el mayor Cervantes moreno y menudito y el viejo clrigo cruceo Britaldo Orrego, de afilada
nariz, pigmentada la tez tal bandera bicolor, y los labios contrados en un mohn singular.

Los familiares de Benel deambulaban silenciosos por los compartimentos de la casa


hacienda, mientras el cura despojbase el fino poncho de hilo con flecos coloreado de marrn a
listas blancas.

Por los alrededores y a lo largo del camino se vean huertos con limoneros, naranjales,
limas y otras frutas propias del temple; grandes pastizales para los ganados y cuadrculos de
terreno con sembros de caa de azcar.

Dando vueltas a los trapiches que mueven cuatro bueyes esclavos, un pen imberbe,
paldico y larguirucho azuzbalos de rato en rato, haciendo girar entre sus manos melosas un
latiguillo de mimbre. Colgada en una estaca se divisa una carabina Savage. Displicentemente
camina de un extremo a otro de una larga varilla incrustada en la pared, a la derecha de donde
cuelga la carabina, una vieja lora qu no se le ocurra gritar las veinticuatro horas del da sino slo
lo que haba odo decir en ls largos y turbulentos aos de las guerras de Benel.

-Benel... Grrrrr, sordaos arriba. Benel... Grrrrr, sordaos abajo.

Un asistente sujet la rienda del caballo. El Mayor esperaba turno tocado de casco nuevo
y pistola al cinto, mientras el viejo cura saludaba refraneando a Benel.

- Eleodoro, dichosos los ojos! Cunto gusto, hombre!

- Cmo est usted, padre cura? Sabe que sta es su casa y creo est dems recalcar no
es cierto?... Desmonte, seor cura. Baje con su amigo.

-Gracias, hijo, gracias. Y ahora sabrs que yo con el seor... mayor Cervantes ... Mauricio
Cervantes recalc el taita cura haciendo una seal con la mano... Seguro que le conoces?

- S, s. Claro que s. De odas, curita. De odas solamente.

- Cmo que de odas? Pues, yo crea que

- En verdad, taitito, en verdad -. Interrumpi Benel. - Le vi de tras, en el Palo Solo, en


Cuchea ... Recuerda, seor mayor? -; Explic Benel con malicia dirigindose al militar, a la vez
que le alargaba cordialmente la diestra y sonriendo -. Benel, un servidor de Ud., seor mayor.
Est Ud. en su casa.

- Cho gusto, seor Benel.

- Bueno, bien prosigui el sacerdote; despus de largo rato de chanzas, protestas de


amistad y un poco de conversacin intrascendente, en el saloncito, la cosa se puso en punto. -
Como te repito, yo y el seor mayor somos portadores de unos pliegos que por encargo del
Supremo Gobierno y del Comandante General de la Primera Regin, seor Rivero de la Guarda,
hemos firmado, garantizando su cumplimiento por parte tuya, Miguel Puga y yo... Aqu los tienes.

El seor cura arreglse los pantalones, zamaqueando toda su naturaleza y con ambas
manos en el cinturn tosi tres o cuatro veces y extrajo un grueso sobre lacrado, que puso en las
manos de Benel.

El alzado, despus de romper calmosamente la oblea, desdobl los papeles y slo ley la
parte dispositiva en voz alta. Sus ojos como dos llamitas resbalaban por los renglones escritos.
El militar se le quedaba mirando con asombro. El contenido de los documentos deca ms o menos
as:

1. Dar amplias garantas a Eleodoro Benel Zuloeta, a sus hijos y a sus gentes armadas.
Por medio de un salvoconducto podrn traficar libremente en la zona ocupada por las
tropas y por cualquier lugar de la Repblica.
2. Eleodoro Benel obligrase a entregar las armas y todo el parke tomados al Estado.
3. El Gobierno se compromete hacer justicia por el asesinato de su hijo Castinaldo.
4. El Gobierno se compromete a restituir las mercaderas incautadas en Chota, al
establecimiento comercial de Eleodoro Benel.
5. El Gobierno se compromete a entregar, personalmente o a sus representantes, a
Eleodoro Benel todos sus bienes inmuebles.
6. El Gobierno se compromete a desarmar a todas las bandas armadas de enemigos de
Benel en sus respectivas jurisdicciones. Estaba fechado el 12 de octubre de 1925.

- Trampa! -balbuce Benel. Pero luego de pensarlo un poco mejor, resolvi entregar la
caballada que an mantena en su poder, pues muchos ejemplares haban sucumbido de viejos,
otros en combates; devolvi tambin algunos cientos de fusiles, y envi en su representacin a un
cruceo para recibir el fundo La Samana, del poder del gobierno.

Para Benel, el punto quinto del documento de tregua, estaba incluido con cierta malicia.

- Quieren que salga de aqu para apresarme -. Explicaba a su esposa, lejos de los enviados.
En efecto, la tregua dur poco, slo seis meses.
Todo el resto de aquel da y por la noche, Benel convers animadamente con el militar,
bajo ms bien de talla, moreno, estudioso y capacitado, hombre de talento en fin y aficionado a
degustar la cerveza.

Hablaba con plcida tonalidad, sonriendo y enseando sus bien conservados dientes,
sentado ora con las manos sobre las rodillas agresivas, ora gesticulando con vehemencia.
Discutieron a veces con calor defendiendo cada cul sus posiciones. Charlaban alegres, se sentan
libres y fuertes. El soldado vio como veneraban a su jefe los guerrilleros. Estos dos hombres tan
dismiles, comprobaban a veces, que eran muy parecidos en algunos modos de pensar y de sentir.

Vio como los guerrilleros le deban a Benel aquella vida maravillosa de la guerra, apta
para el genio de los serranos norteos. Vio como Benel era valiente, atrevido, de simptica
apariencia. Ningn otro hubiera podido ser adalid de aquellos fieros y rudos guerrilleros.

Cantaban, caminaban a solas o agrupados en pequeos ncleos, pero siempre con las
armas prestas. Ya tarde de la noche, fatigados de parlamentar, silenciaron la conversacin.

Al da siguiente, los plenipotenciarios con su escolta emprendieron camino de regreso a


sus respectivos lugares de destino, Cervantes y el seor cura.

Durante todo el tiempo que dur la estada de los parlamentarios, los Benel no
desprendieron la vigilante mirada de encima del militar. Se redoblaron los servicios de centinelas
y vigas en lugares estratgicos del fundo y se tomaron las debidas precauciones de combate. A
Benel se le dio en pensar habida cuenta que solicit garantas al gobierno que los hombres
del poder le tendan una red, ya que por los bosques de Silugn nadie haba osado internarse. Pero
tambin estaba complacido. Tantas batallas haba ganado a las tropas y este acto era el primer
reconocimiento pblico de su vala.
Autoridades, soldados y auxiliares", en el acto de capturar a seis indefensos indgenas que los
haban invitado a comer en sus propiedades. Estos que aparecen atados, fueron obligados a
cavar sus sepulturas y luego fusilados por sus capturadores, en presencia de sus hijos menores
y de sus mujeres, que clamaban piedad para los inocentes. El que aparece al centro, en primer
trmino, es un nio; sin embargo, los plumferos asalariados por el tirano, hablan de la captura
y fusilamiento de "bandoleros empedernidos".

EL BANDO DEL DESARME

Matos pens tambin que se liquidara a la revuelta por medio del desarme.

El 25 de octubre de 1925, dict un bando en cuyo contenido se ordenaba el desarme


general Y a treinta das fecha! en las provincias de Cutervo, Chota y Hualgayoc.

Las fuerzas del mayor don Luis Brambilla, segundo de los jefes del Batalln de
Colonizacin 1, el mismo 25 de octubre ocuparon sorpresivamente La Samana, Ninabamba,
Polulo, Uticyacu, Chancay, Montan y Santa Cruz. Tena a su disposicin las tropas montadas de
Morales, las compaas Pachas y Acevedo, y las tropas del teniente Ortega, para el decomiso de
las armas.

Pachas con sus jinetes tuvo que pelear duro con el bandido Gonzalo Garca y seis
seguidores que se haban hecho fuertes en La Samana.
Al poco tiempo Matos fue relevado del mando, por discrepancias con el Comando, siendo
remplazado por el comandante Ral Zavala.

-Vaya Ud., don Narciso, y encrguese de recibir el fundo La Samana y sus anexos de
manos de los militares-. Esta fue la orden final, pues Benel haba empleado un tono muy
convincente y un mtodo muy adecuado para lograr que Narciso Perales Santoyo, emprendiese
viaje.

Bajito de cuerpo, frisando en unos cuarenta aos, poblada la barba y el cabello cano, de
gran aficin por las ciencias mdicas, este amigo de Benel se constituy en La Samana con el fin
de entenderse con los tenientes Corzo y Cceres.

Todo marchaba sobre ruedas. Recibi el fundo con su respectiva documentacin, firm
el acta correspondiente de acuerdo a los trminos del armisticio propuesto por el gobierno, y se
dispuso aguardar rdenes de Benel.

Por aquel tiempo existan en La Samana cuatro grandes campamentos de tropa, montados
en postes de madera y techados de calamina. Vio don Narciso como aquel avispero humano se
deshaca y desfilaban los guardianes hacia otras bases, pero rdenes de Benel no tuvo ninguna.

Emprendi entonces marcha a Cutervo, recabando su salvo conducto del mayor Emilio
Vega, de la Guardia Civil, recin llegada a Santa Cruz. El alfrez Sevilla, en Cutervo, le autoriza
proseguir viaje a Silugn, donde informa detalladamente a Benel de su actuacin.

La cosa empez por poco. Transcurrieron algunos meses y llegaron sus hijos Manuel y
Leoncio, discentes del San Jos, de Chiclayo, provedos tambin de su salvoconducto. All
vivieron con tranquilidad muchos das, pensando siempre en el momento del retorno, pero
aconteci que la fatalidad les cerc por los treintids puntos cardinales, pues, empez a gravitar
la recidividad de los ataques de las fuerzas del gobierno, lo que impidi su regreso. Fue entonces
que ante lo irremediable, el joven Manuel se dio de alta en los ejrcitos rebeldes con el grado de
teniente de guerrillas.

Segundo Benel, de tranquila apariencia, coloradote, de nariz aguilea, lleg ese da de


Silugn, a Chota, y es que existan garantas luego de la tregua.

Aficionado a las reuniones y a alternar con amigos, invitles una rueda de copas de licor.

-Venga una botella de coac. Del bueno -. Dijo con la frente arrugada y la boca
entreabierta, pensando en que hay que hacer frente a la vida y al destino con la sonrisa en los
labios.

El caf de el Gallito era el otro de su clase que seoreaban en Chota por aquellas edades.

-Salud, salud Segundo - dijo un mozalbete listo y rubicundo.


-Salud, seor Benel -, corearon con entusiasmo los dems concurrentes. El licor
humedeca los labios de los amigos cuando penetr al saln el mdico leguista de aspecto untuoso
y faz desagradable, un tanto gibado, casi desierta la cabeza, del cual hay pocas gentes, poqusimas,
que recuerden rasgos o acciones y palabras de bondad y de cario, que luego de saludar a
Segundo, le llam aparte y susurrle:

-Oye, Segundo... En este momento he despachado comisin con rdenes precisas para
dar cuenta de Paulino Daz.

-Ah, s, doctor. Por tan buenas noticias le doy las gracias... Tan habitual me es el aspecto
de la muerte, que ya no me causa espanto, doctor -, burln con la espalda inclinada y la palma de
la zurda apretada replic Segundo Eleodoro . - Creer que le tengo miedo -, dijo para s el joven
Benel. Arroj su sobretodo a un banco, plantse en la puerta del saln y entonces llam: - A ver:
uno que quiera ganar dinero!

-Yo. Yo. Yooo -. contestaron a coro varias voces de chicos y campesinos que se haban
detenido a contemplar la reunin.

-El que se sienta ms valiente, pues ir. Qu caray!

Habl entonces un campesino desarrapado levantando el poncho en la mano, que


refunfu: - Miedo, yo?!

-Bien, bien. Tienes que viajar a Olmos... Entiendes? ... Preguntas por la casa de Paulino
Daz, y cuando le veas, le dices que el doctor Coronado Vigil ha enviado guardia armada para que
lo fusilen... Qu se ponga en el minuto a buen recaudo! Nada ms.

El hombre parti a la carrera y desapareci sin ruido, igual que un fantasma. Era tarde ya
cuando se march el mensajero: Paulino Daz haba sido cobardemente asesinado en la madrugada
de aquel catorce de julio, junto con su digna compaera y cinco chiquillos de muy tierna edad.

Puesta la proa de las tropas en otra direccin momentneamente, rompieron fuegos con
sus viejos amigos y baqueanos. El bando del 25 de octubre lo autorizaba y no haba vuelta que
darle: se revolvi la tortilla para el bandolerismo.

Empezaron a perseguir al grupo de cuatreros que capitanea el Anselmo Daz y el Vidal


Avellaneda, aqul mismo bandido que los ricos de Lima, durante los das de Legua, alojaron en
el Hotel Palacio y apostaron en las naves de la catedral de Lima, con el fin de dar muerte al
mencionado mandatario. Pero lo real es que el bandido al llegar a Lima, se asust, fuse y no
hubo nada.

Como es sabido estos bandoleros haban saqueado con repugnante ferocidad. Trgicas
semanas de dura persecucin, acoso y derribo como en los toros sufriran a partir del instante
del armisticio, las gavillas de bandidos. Los soldados con prisa y sin pausa iban enviando, con
todos sus atabales, al mundo de las nimas benditas al Rosendo Mondragn, al cholo Balczar, al
Vidal Avellaneda, por las cuestas de Quilcate; ms tarde al Tarcilo Cabrejo, as como a la mayora
de los enemigos de Benel y sus bandas armadas, muchas de las cuales ante la persecucin tuvieron
que verse obligados a emigrar a las haciendas costeas y a las tierras clidas de Jan, casi
impenetrables por esos tiempos.

Otros innmeros desalmados que asolaron los caminos de Cutervo, los bosques lbregos
de Guarimarca, las cumbres y pasos de Montan y Chancay, los yermos de Coymolache, las
quebradas de Yanacancha y Los Carbones, los peligrosos caminos de Santa Cruz, las filas de
Samangay, y los bosques de La Palma, fueron asimismo eliminados.

Siguiendo una vieja costumbre del pasado, moros y cristianos surgan intempestivamente
a los caminos para robar o asesinar a pacficos transentes, quienes, por su parte, saban el lugar
de su origen, ms ignoraban su destino final.

Despus del armisticio, en noviembre del ao veinticinco, las tropas se retiraron de


Cutervo, y organizse entonces la llamada Guardia Urbana, puado de hombres sin potencialidad
suficiente para contener el ataque de un ncleo benelista producido el 31 de diciembre. All
perecieron varias personas.

Legua, sabedor que Benel resistase a salir de Silugn para que le fuesen entregadas sus
haciendas de La Samana y Achiramayo, sintise invadido de cierto desasosiego.

-La cosa anda mal -. Habale dicho cierta vez a D. Jess Salazar, contrahecho Ministro de
Gobierno.

-Yo creo que es conveniente poner precio a la cabeza de Benel y a la de sus seguidores
Usted qu piensa, Seor presidente?

- Cree Ud.? -. Replic el presidente iracundo, incorporndose violentamente de su silln.


Benel, creo yo, tiene singular mrito, y no dudo sea procedente hacer semejante cosa. Nuestra
actitud debe ser ms ecunime. Lo que Ud., propone traspasa los lmites de la decencia.

-Muchos dolores de cabeza nos est ocasionando, Seor presidente... Observe bien: tres
aos de continua guerra y cunto estamos perdiendo, en hombres y en pertrechos... Hay que
decidirnos a asestar golpes contundentes... Al pueblo no le podemos seguir engaando con la
invencin del bandolerismo. Todo el mundo sabe, segn tengo informes, que Benel est en armas
contra el gobierno, y que Benavides est de por medio.

-Con todo. Con todo... En fin, djeme pensar mejor... Ya veremos. Ya veremos.
Este y otros dilogos se repetan en los acostumbrados corrillos vespertinos de las calles
cntricas de la metrpoli limea.

- Es la ley del soldao, del verdadero soldao! ... Maana partimos a peleyar con Benel.

El licor los haba ido transformando. Conforme iba consumindose la rubia chicha, el
entusiasmo de los borrachnes creca. Completamente ebrios, un conjunto de tres soldados
celebraba su despedida en un expendio de chicha y piqueos, semioscura y gris, de la silenciosa
ciudad evocadora de Lambayeque.

-Yo ya he estao en guerra afirm un mozo con cierta petulancia... Me he batido tamin
con Benel, pa que lo sepan -. Finaliz hipando. La chicha abunda y los checos repiquetean con
los brindis. Todo lo que buenamente les haban dado, que no llegaba a diez pesos, tenanlo
dispuesto gastarlos en su despedida. Tambin les preocupaba un poco eso de ir a las serranas
donde campea Benel y entregar sus almas al golpe certero de un disparo de los benelistas, cosa
que no era improbable. Los bebedores iban aumentando de nmero, y de la noche a la maana,
eran ya seis en la reunin.

- Ton, quiere decir que t eres veterano ya?-. Hablaba inquisitivo el chacarero mirando
con benevolencia a su interlocutor.

- Y claro -. Movi afirmativamente la cabeza el soldado a la vez que alisbase la greuda


cabellera. - Y soy serrano legtimo tambin... He peleyao en La Samana junto con mi coronel
Valdeiglesias cuando l eray comandante. Pa tu gobierno Y t quin eres?

-Tambin yo he sido soldado. Pero soldado de otra clase. De una laya mejor... Yo?
Guapo! No flojonazo cagandando como ustedes, que los Benel los abaten por gusto y a toda hora.

- Te callas o te rompo el hocico?! Mentecato, palangana!

- A mi nadies me asienta la mano, caray! Yo soy ms valiente que t, cualquier rato, y


tambin s liarme a puadas. No creas que no!

Entre tartamudeos e hipos, el soldado accionando con incoordenados ademanes, afirm


categrico: - Nuestro deber es salvar a la patria de los bandoleros.

-Bandoleros no Revolucionarios! -. Replic el destripaterrones.'

- Bandidos! -, argument el soldado.

- Montoneros, he dicho y se acab! Fui sanjosefino y no me puedes engaar!

-Sea como sea... Al fin de cuentas, el juicio de la patria ser severo con nosotros. Tenemos
fe profunda en nuestros jefes, y tengan en cuenta que con volunt engendraremos prodigios...

-Calla, compadre. No digas dislates. Hablemos de otras cosas superiores.


Prorrumpieron luego en bufonadas todos los bebedores; se ocuparon de las mozas: de las
honradas y de las de la cuerda, llmese esta la Pata de yuca, la Bicicleta, la Nariz con timbre o la
Pacorana; se ocuparon tambin de las nuevas canciones, del box, del ftbol a veces.

Entre el tumulto oase a ratos la voz seca de la duea de la chichera llamando al orden al
grupo de ebrios que empezaban la camorra por qutame all estas pajas. Los contertulios
sbitamente ponanse de pie para hacer transar a los beligerantes, al agricultor licenciado y al
soldadito beodo, porque ya el lo fuerte se avecinaba, y a grandes zancadas.

La duea reclut a dos de sus nicos domsticos y conmin a todos por igual a salir del
establecimiento. Para felicidad de ella, nadie protest.

- Son cotejas, son cotejas! Abran cancha y djenlos que se mechen! -. Asegur a su vez
un; uniformado costeo y parlanchn, lustrosa piel de bano, achaparrado, que pasaba por
enfrente.

- Qu pleitos, ni pleitos!... Borrachos afuera! Vienen tan slo a molestar!

La vivandera y sus mozos cerraron con impaciencia la puerta, mientras el grupo sala a la
calle y tras breve controversia desmadejse en la esquina. Los soldados canturreando viejos
yaraves y aires de su terruo, abrazados se alejaron con direccin a su cuartel. Los civiles se
perdieron por una calleja para errabundear sin rumbo fijo.

El mayor Julin Gensolln parti de Lambayeque fuerte con ms de doscientos


hombres con direccin a Santa Cruz. Pas por el frgido Huambos, y sorteando los farallones
de la agreste hondonada de Huamboyaco, cruz las tumultuosas e insolentes aguas de el Chotano,
que a estas coordenadas acarrea ya un verdadero caudal que avanza tronando y centellea por
caones tortuosos y estrechos rpidos, para llegar a Querocoto. Volvi a vadearlo y se detuvo en
el poblezuelo de Querocotillo.

Es cosa de valientes, no conociendo la regin, aventurarse por aquellas rugosidades


andinas y caminos tenebrosos llenos de peligros.

Sabido es que ellas parecen haber sido creadas a propsito para la guerra. La superficie
es quebrada y agreste, ofreciendo muchos lugares de escondite; los vericuetos, atajos y caminos
que estn sepultados entre peascos elevados recubiertos de bosques o maleza desempean el
oficio de fosos; una red laberntica de caminos transversales confunde y extrava a las tropas;
vallados y tapias de piedras, agaves u otros espinos circundan los campos y ocultan a los que estn
en acecho en el interior, sirven de atrincheramientos; existen, entre otros accidentes, bosques,
lagunas, pantanos, marjales traiciones y mortales, antros, crcavas, quebrajas y acequias ocultas
por la vegetacin...
Pero, no hay caso. La llama que encenda el entusiasmo y alentaba el esfuerzo de sus
seguidores era Eleodoro Benel.

Loa hombres de Benel conocan el teatro de operaciones tanto como la palma de su mano;
y ms an, eran exactamente iguales que los gatos, porque hasta vean de noche. Diferenciaban
con claridad el ruido que produce entre el follaje un animal al reptar o al escurrirse y el hombre
al atisbar sus enemigos.

Eran capaces de ver a un soldado o a un grupo de ellos a kilmetros de distancia y por


entre los breales. Tambin tenan la bella cualidad de absorberse en exttica contemplacin de
la naturaleza.

Raza fuerte y obstinada de guerreros de pulmones d^ acero, cruzaban los ros y riachos a
la carrera por primitivos puentecillos de una sola viga o escalaban verticales peascos serranos
al fin! sin ms ayuda que sus huesudas manos y fortsimos pies. Caminaban siempre pensando
en la lucha, y a la lid nunca le regatearon el cuerpo.

Sobre todo, el ojo, el ojo de los cholos era terrible. Tan igual que el del gran cndor que
sesga el azul andino, del guila fiera y cosmopolita o del noctmbulo y agorero bho.

Parados con firmeza sobre sus pies descalzos, separados, con amplitud de sostn,
intimidantes, combatientes por herencia, se les vea terrficos.

Convivan con el dolor y la fatiga. No tomaban alimento sino cuando era estrictamente
necesario y muchas veces se alimentaban de races, frutos y tallos silvestres que mordisqueaban
en los bosques, Se tiraban en el suelo o entre las rocas para quedarse dormidos. El colchn fue
para ellos desconocido en la guerra, pues, no sintieron las delicias ni siquiera de una barbacoa, un
pullo, una manta o un colchn.

El viento, la lluvia y el sol hacan que las barbas de los sublevados aparezcan enmaraadas
como lianas y tuviesen un tinte amarillo verdoso por efecto de la coca y por la cal. Olan a tierra,
a tabaco, a coca, a ganado, a plvora, en fin a hombres valientes!

El trfago de la guerra no menguaba su valenta ni disminua sus fuerzas ni humillaba su


altivez. En las trincheras, en los caminos, en el campo raso, al abrigo de los troncos y bajo la
sombra de los rboles frondosos que tapizan los montes y bordean los ros y quebradas paseaban
con arrogancia majestuosa los montoneros de Benel. Retumbaron sus gritos en las altas cumbres
de las montaas, en los valles profundos y en las caadas. Ardorosos en las lides, moran con
muerte que les haca ganar la gloria de la inmortalidad. Brillaban sus carabinas bajo la fragua
alegre del sol maanero y sus acerados msculos y osamentas sentan el cruel latigazo de la
tormenta andina. No existi para ellos la rigidez de la disciplina del cuartel y abandonaban la vida
simbolizando la fuerza y la libertad.
Sobre sus rsticas Sepulturas cuando las tenan o haba lugar para el entierro se
levantaban verdes cruces de tallos jvenes en las que crecan bejucos y hermosas florecillas
silvestres.

Pero tambin saban llorar, y lloraban por ellos, por sus dolores y penas, por sus mujeres
e hijos, por sus novias o enamoradas, por desahogar sus propios pesares.

Desnudos y a nado atravesaban los ros portando atados de ropa y sus fusiles a la cabeza,
sin mojarse. Chacchaban su coca con avidez y con deleite; nunca cobraron soldada, y curaban sus
heridas igual que el cao, con yerbas de los valles, de las florestas y punas.

Agitaban sus ponchos en los clidos vientos musicales de los temples y en los aires
fros de la puna, para avisar por seales convenidas de antemano la presencia de algn enemigo
o la realizacin de un encuentro.

Dejando en paz la carabina fumaban rsticos cigarros, ora de un buen tabaco jienense ora
de espinosas hojas de zarzales. Se conservaron intactos en el campo desierto y en las ruinas. Los
montoneros de Benel, jams dieron muestra de decaimiento, de pesadumbre o de cansancio... Los
guerrilleros de Benel eran machos!

***

Gensolln teniendo como base de operaciones el pueblo de Querocotillo, despleg sus


efectivos en dos direcciones.

El, en persona, capitane el ataque a Sillangate.

Sillangate, es un fundo que el abogado Arturo Osores a la sazn ya recluido en los


calabozos del islote de San Lorenzo como uno de los jefes del alzamiento conduca, en calidad
de locador, pues, su legtima duea era Sara Prez Carrin viuda de Matta, limea de nacimiento,
de ascendencia chotana.

Forman la casa hacienda un grupo de casuchas apelotonadas en cuadriltero, techadas de


broza y de paredes bajas, uno de cuyos lados lo forma una antigua barda con su portn fungoso,
que da acceso al camino que viaja hacia Querocotillo, y que se encontraba en trance de perder la
ltima oblicuidad de sus muros.

Dos sauces aosos, tristones y jorobados comunican una lenta alegra al conjunto de casas
rodeado de extensos gramalotales y potreros numerosos.

Saliendo hacia el lado de la playa, encuntrase el sitio denominado El Molino, donde


Osores haba instalado un modesto ingenio para la fabricacin de azcar y donde la calidad de
caa producida era insuperable.
El caluroso viento templino bati el follaje de las arboledas y arbustos de los alrededores
de la casa hacienda, que ya se distingua de lejos. Provisto de su cntaro, un labrador esqueltico
haca su provisin de agua en un riachuelo, mientras las tropas se aproximaban con todo sigilo a
un lugar, donde desparramados en el plano, se erguan los bohos de los trabajadores, techados
tambin de bagazo y sus paredes hechas de delgadas varillas.

Gcnsolln oteando montculos y salvando plantos, hizo aproximar a su tropa ms an.


Orden a sus soldados recoger un gran montn de bagazo. Dispuso tambin que se proveyeran de
antorchas trabajadas con trapos inservibles que los hombres obtuvieron de las chozas de la
peonada, cuyos vivientes fueron competidos a huir a punta de bayoneta de la presencia de los
gubernamentales.

Los de un grupo, cuando todo estuvo listo, encendieron teas, y corriendo alrededor de las
chozas iban pegndoles fuego. Otro grupo incendiaba, s, incendiaba El Molino y destrua la
maquinaria dinamitndola, y luego, toda la tropa concentrada hizo arder la casa hacienda.

Los soldados aullando esparcan en el interior de los cuartuchos brazadas de broza que
eran quemadas con meticulosidad. Un viento polvoroso que sopl por el lado derecho hizo
chisporrotear las casas que ardan. La quemazn no se prolong por mucho tiempo dada la calidad
del material de que estaban hechas las pobres viviendas. La quincha, el carrizo, la broza, horcones
y varillas revocadas de barro no opusieron seria resistencia al fuego. Las llamas se encrespaban,
giraban y se retorcan avanzando crepitantes.

El armazn del techo de las casas de madera poco ms resistente al fuego por efecto
de las llamas resplandeca como el conjunto esqueltico de un desaparecido titantero terciario
tumbado sobre el costillar. Algunos soldados de Gensolln, aplomados en las partes prominentes
del campo, contemplaban perplejos aquella visin de pesadilla, aquellos ardientes escombros.

Otros que tenan el viento en contra soportaban los embates del fuego respirando
trabajosamente la densa humareda negra y tenan los ojos llorosos y enrojecidos.

A la grita de los soldados sigui gran borrachera de guarapo, mosto y aguardiente. De


trecho en trecho se encontraban soldados tendidos en el suelo, inconscientes por la ingestin del
mosto.

Al cabo de treinta minutos, Sillangate era un montn de escombros y cenizas. El aire


caliente, ennegrecido, txico e irrespirable embotaba ms y ms la mollera de los soldados.

Bandadas de loros cabezas rojizas, eternos gustadores de las chocladas, pasaban sobre el
batalln pifindoles con tremenda algazara.
De atardecida, los peones sillangatinos que aguaitaban el desastre de la casa hacienda
sentados en las ondulaciones de los cerros cercanos, vieron como los soldados se llevaban
arrastradas a las mujeres segadoras de grama y a sus hijas maltonas para forzarlas o desflorarlas.

Al comienzo de la noche se encendieron unas cuantas linternas. Las tropas de Gensolln


vivaqueaban en el llano. Los zancudos zumbadores ahitos con la sangre de los soldados,
explotaban en el aire, pagando con la muerte su extremada gula, y la maana lleg
apresuradamente.

***

Las tropas mviles, comandadas por el capitn Manuel Morales, asaltaron la hacienda,
Minas, cuyos propietarios Mercedes y Vctor Bazn, tambin eran de la causa rebelde, ni ms ni
menos que benelistas desde el comienzo de la rebelin.

Las casucas de la hacienda eran bastante feas, casi enanas y con sus gruesos muros de
adobn, en los que se abran dos o tres ventanucos, y, estaban, en general, ms de un poco
descuidadas. Los cerdos gruan sueltos y las gallinas batan las alas.

All descansan algunos guerrilleros de Benel.

Aquel da, casi desde la madrugada, se escucharon los sones de la mejor banda de quenas
en cinco leguas a la redonda. Se oan las voces del bombo, del redoblante y el cantar de zorzales
lugareos. El caazo, el guarapo y la chicha iban produciendo un calorcito endiablado, y los
bailadores se exaltaban hasta el frenes, al aire el pauelo y las caras humedecidas por el sudor:

Los sauces de la alameda

los voy a mandar cortar,

porque es entretenimiento

de los que van a lavar

Y no era para menos!... Haba connubio, y de gente grande. Bullicio, risas, chasquear de
labios y luego bordoneo de guitarras campesinas que llegaron un poco ms tarde.

El cura Prez, don Carlos, despus que ley a los novios la epstola de San Pablo, beba
sus vasos de amarillento lquido. El padrino, un seor Carlos Muoz, dizque tomaba muy en serio
el papel de tal. Mientras Csar Asenjo prenda fuego a un chusco, la novia muy elegante, con
elegancia campesina, casi silvestre, era objeto de muchsimas atenciones: reinaba como
coheredera del pequeo predio, pues, hija de Vctor Bazn era la moza, alta, lozana, de pelo
castao, de bonito perfil, ojos granadilla, amigable sonrisa, curvas pronunciadas, pierna larga y
firme, y en general bizarra.
Antonio Asenjo, guerrillero y novio de la muchacha, ya casi marido, se encontraba un
tantico ebrio. Dirigindose a su hermano murmur con cierta aprensin:

-Oigo baleo, hermano Por dnde ser?... Pero cercano se oye.

-No es nada, hombre. Te ha parecido, seguro; son cosas de las copas. Catay, que yo no
oigo nada. Absolutamente.

Un perol de tamales vaporizaba su agua desparramando penetrante fragancia, ochenta


cuyes salados ya y partidos en canal se oreaban pendientes y balancendose d de una cuerda, y
un almud de papas hervan en tres grandes ollas de barro que descansan su redondez sobre tullpas
y leos encendidos. Por ltimo, un benelista con el rifle al alcance de la mano, despresaba una
ternera colgada de los cuartos traseros a un gran gancho de fierro.

Volaron algunos instantes, y mientras la fiesta recin estaba subiendo de punto,


resoplando con toda fuerza, hizo violenta irrupcin a veinte metros de las casucas, el capitn
Morales, seguido de los hombres de su tropa mvil, lo que significaba un paso ms en el progreso
del ejrcito en su contienda con Benel. Sumaban cien, y algo ms, en total.

El manco Huamn, chtano de las alturas de Montan, por lo tanto, de las vecindades del
ciclo, guapo de los dueos del fundo, gritaba detrs de unos pncales que hacan camino hacia las
casuchas.

- Patrn, patrn, ah vienen los soldaos!

Quemaba balas como un endemoniado e iba batindose en retroceso hacia el conjunto, de


viviendas, mirando con ojos desmesuradamente abiertos el numeroso destacamento de troperos.

Morales avanzaba al trote tendido a travs de los ltimos metros para llegar a la casa. Sus
hombres le siguieron. Desmontaron algunos como relmpagos y entre todos rodearon la casa en
un amn. Un guerrillero que guardaba 1a entrada a la casa hacienda cay atravesado por la
templada hoja del sable del oficial. Rpido como el rayo, un soldado le despoj del fusil al
moribundo:

- Trae ac, so indio bestia!... Nada te hace falta ya!

- Jijunas, cachacos! Otra vez por aqu, o?! ... Hoy da se joden con nosotros! -. Csar
Asenjo, capitn benelista y peleador recio, entraba en batalla disparando su treintiocho a diestra
y siniestra . - Qu pas, carajo! -, buf destilando rabia por todos los poros, pero en vano.

Morales le gan la partida tirando con gesto satnico al interior de la habitacin donde se
realizaba la fiesta. Varios disparos enviados de direcciones diferentes completaron los del oficial.
Uno de ellos dio de lleno en el pecho del guerrillero, que rod exnime, firme el revlver en la
mano. La frente de otro guerrillero qued hendida, sobre la nariz y el mostacho grisceo, entre
cogulos de sangre roja oscura, la masa enceflica temblaba gris y gelatinosa. Otros veinte
guerrilleros, que estaban de parranda, cayeron despus de ser colocados, entre gritos y
maldiciones, de pecho contra las paredes de las casas. Sus cadveres retorcidos, irreconocibles,
las ropas ensangrentadas y en desorden descansaban entre un hacinamiento de rsticos muebles.

-De la terrible carnicera slo salvbase Carlos Muoz; es fama que era amigo del jefe del
destacamento de tropas mviles, el que, al verle en la fila, listo para ser ejecutado, djole: - Con
usted, nada, seor! Con ellos va la cosa! Ud. tiene sus documentos en regla.

Y es que habase negado Carlos Muoz, por miedo a los soldados, auxiliar a los
combatientes benelistas, que batallaban denodadamente por esos tiempos, con un poco de yucas
para el rancho.

Decenas de caras de espanto, mujeres solteras, casadas, embarazadas, nios de pecho e


infantes, sin atinar a defenderse del sbito y violento ataque porque no tenan armas, fugaban sin
pronunciar palabra. Algunas fueron desalojadas a golpes de culata o a bayonetazos, y los hombres
fieramente perseguidos hasta la madrugada.

Con su cara angulosa, entre alegre y socarrn, Morales recorri con la mirada a todos los
hombres de su tropa... Ni un aran. Ni una cada. Ni una sola baja. Todos estaban all.

- Buenaza les hemos pegado a los cholos! De la que se han librado!

-As es, mi capitn. No ha quedao ninguno Asenta su segundo sudoroso y cansado


despus de algunos segundos de hacer vagar su imaginacin por lugares ignotos.

Eran dos cadenas de montaas lamelosas, llenas de surcos y fisuras, grises y ptreas, que
desprendindose de un grueso tronco andino cubierto de bosque, corran paralelas de Este a Oeste,
disminuyendo insensiblemente de altura y formando una encaada rocosa, abrupta, estrecha y
vertical

En las speras rocas de la cresta norte, se hallaba el grueso de los montoneros de Benel.
Los soldados serranos que obedecan a Gensolln agobiados por el peso de sus equipos
detuvironse momentneamente a escuchar con melancola los tristes aires del yarav que
entonaba, all arriba, uno de los rsticos combatientes de la resistencia revolucionaria. Sabido es
que, en el silencio y soledad del campo, es factible or hasta los dilogos caseros a gran distancia.

El benelista Paquirachn, embozado en poncho tabaco y el fusil colgante del hombro,


haca retumbar las montaas con su potente, fantasmal, oscilante y nostlgica voz. Con paso
menudo efecta la marcha y canta a la vez:

Catorce de julio,

sali guardia armada,


con muchos chotanos

para fusilar.

All victimaron

a Paulino Daz,

dejando cinco hijos

de muy tierna edad.

Tambin fusilaron

a su digna esposa,

ay, dejando cinco hijos

de muy tierna edad.

Que cuadro tan triste

de aquellos chiquillos,

besan a su madre

al verla expirar.,

En el panten de Ninabamba,

all lo enterraron,

A Paulino Daz

por la libertad.

- Atatay, gualmishcos, no se corran! Atatay, mariquitas, pa qu valen!... Jiuuuuu


Juiiuuuuu . - Silbidos agudos de burla cruzaban por las escarpas mientras los soldados volvan a
emprender la marcha silenciosos, rumiando la pena de su tierra trgica y lejana, pensando tal vez
que si esta pelea con sus propios hermanos los iba a mejorar de suerte a todos.

En lontananza, los cactos columnares de las crestas, erguidos en filas o en grupos, que
emergen en reas esteparias con herbazal gramneo, parecan para los de la tropa como otros
tantos centenares de combatientes.

- Pa qu lloras, cholo blandengo! ... Semejante ciprasique! ... Basta que seyas poeta pa
que seyas llorn! -. Dirigindose al guerrillero que acababa de entonar el yarav, espet un viejo
y barbudo sublevado de cabello hirsuto, mostrando una hilera doble de dientes paradentsicos.
-Es que me hey acordao de mi tierra, tayta, Lule -, y agreg con voz deshilachada: -La
tierra de uno, dejuro, que puede ms que la juerza del gobierno.

El viejo supo adivinar la morria que arrasaba el cerebro del guerrillero cantor y poeta, y
sin echar lea al fuego, sigui su viaje silencioso, vigilando a las tropas de Gensolln.

Al mirar en torno descubrid un corpulento rsido de anteojos, ancha la cabeza, hocico


punteagudo y de muy espesa pelambre que rondaba lentamente por un claro sin intenciones de
pillaje, gruendo y estornudando. Cuando empez a lamerse una mano, seguramente lastimada,
le dispar un tiro y su osuna corpulencia rod cuesta abajo.

- Rancho pa la montonera!... Viva Lorenzo Gutirrez! Viva Florencio Paquirachn!


Viva el cholo Lechuza! grit con entusiasmo el sublevado barbudo de cabello hirsuto.

Brillaba la calva cabeza de Benel al encontrarse sentado a la orilla de un arro- yuelo que
alimenta al Chotano. Resecas ramazones desnudan sus tallos en el aire. Las aguas bulliciosas
lamentndose de ser tan exiguas corren por entre redondas y verdosas piedras alisadas a fuerza de
rodar tanto por ramblas y arroyadas.

Benel, solitario, lavbase los pies. En la orilla estaban sus zapatos con remaches muy
desgastados por el continuo trajn, la carabina Savage tendida sobre la yerba, al alcance de su
mano y un morral de proyectiles.

- Coronel Benel, coronel Benel! Acezando por la carrera, acercbase un hombre armado
de las guerrillas a la vez que se pasaba iteradamente la mano por la frente sudorosa.

-A ver Qu de nuevas nos traes, hijo?... Auguro que nada bueno ha de ser.. . Vamos, al
grano! -. Replic Benel con su voz femenil y volteando la cabeza.

-Ayer tarde, coronel, la cachaquera ha quemao Sillangate, y otro grupo de nemigos han
asaltao la casa de o Mercedes Bazn... Nos han mandao a decir horitita. Catay, que pori est
tuava el propio... Han matao a o Csar Asenjo y a otras veinte personas.

Un poco ms all, se poda observar la superficie del agua tapizada de una densa alfombra
de camalotes violados, que adems de su belleza son tozudos y de maligna persistencia. Mientras
Benel calzbase las medias y los zapatos, demostrando gran tristeza por la muerte de su capitn
de guerrillas, iba ordenando automticamente:

- La mitad de las fuerzas, que vayan aposesionarse del Portachuelo Grande!... La otra
mitad, conmigo, al Portachuelo Chico! A ver si entran estos cojuditos! ... Ya lo saben, si se
acercan a merodear por all, no dejarles, pero ni pelos, que caray! Entendido? -, dijo ya
definitivamente atufado.

-As les dir, dejuro, a los capitanes, seor coronel... Me voy corriendito pa all.
-Voy por tras tuyo, cholo. Pero, primero, alcnzame la carabina y el morral.

Benel alejse pensativo del arroyuelo, a paso largo, llegando a perderse por un
bosquecillo donde tremolan alegres, abundantes acerillos de dursima madera, grciles arbustos
de chonta con su penacho de ramas, gruesos troncos de cedro de coposo follaje, obesos y
viejsimos robles de perforados tallos, las bellas y exticas sadas, plantas smiles a los helechos,
e infinidad de otros rboles seculares, verdes y tupidos; espesos maticales, helechos multiformes,
grandes rboles parasitados por tuyos, y otras lianas o bejucos, guedejas de salvajes, saucecillos,
lcumos, cacaucillos, quinuas, cascarillas, conchanas, babillas, guayos, paucos, chuspas y
chuquiles infestados de mosquitos y plagados de enfermedades, donde se escucha con frecuencia
los rugidos del puma, los chillidos de los monos, el grito del caprimlgido gucharo, la algara de
los loros, y donde el clima ardoroso enerva la energa del hombre.

La maniobra de Benel impidi a Gensolln que atacara la hacienda Silugn. Sabedor el


militar de la bravura de Benel y sus guerrilleros, caminaba silenciosamente por la depresin
gigantesca de unos mil metros de profundidad, sobre herbosas alfombras, suelos caolnicos y
matojos, sin quemar un cartucho, mientras Benel segua direccin paralela por las crestas de las
serranas. El da hallbase desfalleciente cuando la chirapa blanque la cara polvorosa de los
benelistas.

Cada depresin, cada montculo poda tornarse en tumba segura para Gensolln. As lo
crea ste, y por eso anduvo con cuidado. Lejos ya de los benelistas, espole con furia los ijares
de su blanco y se alej veloz.

El y su tropa llegaron con felicidad a su cuartel de Lambayeque, sin mayores altibajos.


En todo el camino los soldados se referan mutuamente su participacin en la jornada.

EL GUERRILLERO LECHUZA

No caba duda que Lechuza, Clodomiro Guevara sangre espaola, de peso, pinta y
robustez fue, adems, de un buen guerrillero, magnfico enamorado.

-Eres la mejor mujer del mundo aseguraba acariciando los cabellos de la muchacha
Y no solamente superas a todas las mujeres en los oficios propios dellas, sino que tamin eres
muy inteligentaza y la ms genamoza de totas.

Los separaba un vallado, entremezcla de alambres y ramosos maticales.

El auditorio de los otros sus compaeros qued poco menos que estupefacto ante tan
encendido elogio a la mujer cutervina.
Qu ojos de mujer! Eran como dos mgicos ventanales pintandos de gris que iluminaban
la vida azarosa del guerrillero Lechuza. Ella le abasteca de proyectiles que los saba esconder
entre las caas de su boho.

Y Ana Clemencia Garca Zambrano cuidaba el misterioso hechizo de sus ojos y acentuaba
el embrujo de sus cabellos con hojas y zumos de races.

- A qu no pides a la Ana Clerna, cumpa Clodo?! casi orden Javier Benel Cubas al
guerrillero Lechuza.

- Bah! contest Clodomiro. - Dende que tengo pantalones... Dende que soy montonero
... Dende que tego carabina... Y dende que tego con qu... Hagamos la peticin, est claro!

En el matrimonio no es tan importante elegir la pareja cuanto llegar a ser el idneo


compaero, y Lechuza crea estar bien seguro de llegar a serlo.

Hechos los saludos, invitados a sentarse y finalizados algunos mendrugos y cuajada seca,
vituallas nicas que portaban los alzados en camaradera propia de hombres de guerra, empieza
otro discurso de Clodomiro Guevara, el guerrillero que vea muy bien en la oscuridad.

-La nica cosa que estoy dispuesto a comuncale hoy, a Guillermina, es que quiero hacer
el casorio con su genamoza, la Ana Cleme... Nos entendemos, y eso basta... Vengo a pedile a
ust el ttulo de propied.

- Cholo mostrenco, escandaloso, altrajante, asolapao! Esto se acab! Lo que quieres


es montar, nicamente!... Qu le vas a dar de comer a la Cleme? Plomo, acaso? Sabes tirar
lampa, o empuar el arao, o quieres que yo te mantenga, semejante cholo guajalote?... Aqu
tienes el ttulo de propied, y vete!

No hubo ms. La iracunda suegr o casi suegra se levant del suelo como una tromba.
Una oleada de sangre encendi su cara, y dando un espectculo verdaderamente pasmoso de
agilidad y fuerzas felinas, practic la difcil cuan peligrosa operacin de desarmar a todo un
seor guerrillero de Benel, y encajarle luego, por espalda y riones, cuatro disciplinazos y un
diluvio de puetes. Lechuza se debati tratando librarse de la acometida subitnea de la vieja, que
si no fuera por la intervencin del afamado cantor y poeta, Florencio Paquirachn, nio mimado
de la regin, Guevara hubiese ido derecho al panten de Callayuc.

- Si, seora Guillermina,

con el amor no se abusa;

y Ud. lo ha dejao en ruina

al montonero Lechuza
As recit el compositor de faz aguilea y tez cobriza haciendo cabrillear los ojillos
vivarachos y obteniendo el beneplcito de los presentes.

-Pacencia, a Guillerma. No se desequilubre -. Intervino apaciguador Juan Toro.

-Paz y concordia... Pa que tanta garambaina-, dijo Benel Cubas separando a los
contendientes.

- Te recompensar muy pronto Florencio-, repuso Clodomiro Guevara y luego dirigindose a la


suegra afirm: - Mteme, mteme mamita! ... Pero la quiero a la Ana Cleme con todo el calor de
mi cuerpo, y al fin de la jornada, ust ser mi suegra, y ella mi adorada prenda. No hay ms-.
Postrado ya de hinojos dijo Lechuza.

- Ana Cleme ests segura de la decisin que vas a tomar?

-S, mama. Y satisfecha tamin -. Retruc cruzando los brazos y la barbilla sta con aire
triunfal.

-Eres testaruda como tu agela, que en paz descanse. No hay nada que agregar.

La paliza era signo muy indicativo de que el novio haba sido aceptado oficialmente.

Al trmino del ceremonial doa Guillermina jadeante, esboz una sonrisa al guerrillero
Lechuza con mucho disimulo y despidi a todo el acompaamiento alargndoles la mano.

Lechuza, el valiente guerrillero, escoltado por el grupo de jvenes compaeros de la


avanzadilla, sonri a su quebradero de cabeza, ech un vistazo alrededor del boho, y se alej por
un camino festoneado de exuberante carrizal, donde cabrillea el sol del medioda, comentando y
riendo de las incidencias del suceso.

SOPAYACO LA GUARDIA CIVIL

La omnipresencia del quechua en la toponimia, a todo lo largo y ancho del territorio


peruano, nos revela pues la profundidad de un rasgo cultural cuya difusin ha alcanzado contornos
de una mayor rea de edad, condicin por la cual le podemos asignar una muy remota antigedad.

Se conviene que tan sugestivo nombre: SOPAYACO regional alteracin fonemtica


de Supay Yacu significa agua del diablo, quien sabe agua diablica Y por que no podra tener
una interpretacin ms potica tal como la de fuente infernal?... Cosa de lingistas.

Por una empinada rampa boscosa desciende un hilillo de agua de hediondez insoportable,
que inesperadamente se abre en un plano lleno de pedruscos. Quien bebe esas aguas, se dice por
all, es un candidato seguro a las alteraciones mentales, que la cabeza da vueltas, que esto, que lo
otro y lo de ms all...
Vena galopando el caballazo del mayordomo. Era uno de los capturados a la tropa. El
ruido de la hacienda se cort en seco; se oa el cuchicheo de las hijas de Benel al preguntarse el
porqu de aquella intempestiva reunin.

- Muchachos, todos a armarse!... Por los datos que acabo de recibir de Rafa Gallo, viene
gente nueva-. Rpidamente se aprestaron todas las gentes de armas de Silugn. Empuaron sus
carabinas listos para sorprender y salieron con direccin a Sopayaco.

La Guardia Civil, empleada como cofactor potencializante, haca su debut en las


postrimeras de la resistencia heroica de los guerrilleros. Un escuadrn de caballera comandado
por el mayor Emilio Vega, venido de Santa Cruz de Succhabamba, dando un largo rodeo por el
valle de Scota y Santo Toms llegaba a la hacienda Sopayaco, retaguardia de Benel.

En el villorrio miserable de Pimpingos, obtuvo, el auxilio de los desalmados de la regin:


los bandoleros Fonseca, y al medio da del veintiocho de julio del ao veintisiete, ocupaban la
hacienda Sedamayo, propiedad de Benel, donde ste se encontraba despus de largos aos de
recio batallar.

Y he aqu que Benel conocedor que la guardia vena por la pampa, orden la
concentracin de sus efectivos en aquella llanura.

- Cul de ustedes conoce la Pampa de Sopayaco? -. Inquiri el viejo guerrillero.

- Yo voy, pap! -. Espet Demetrio.

- Cmo, tu conoces mocoso del diablo?

- S, pap, y bien... Y he recorrido tambin el camino que va para el cerro. He ido para
all a buscar los panales de miel, que los hay bien sabrosos.

- Capitn Castaeda! -. Llam al oficial guerrillero haciendo un gesto con la mano


izquierda. .

- Presente, mi coronel!

- Veinte hombres con usted y a tomar el cerro de Sopayaco. Mi hijo los guiar! -. Y
dirigindose al mocosillo con un sentimiento de pena, pero con cierta autoridad paternal, le dijo:
- Arrodllate, hijo... Qu el Espritu del Gran Dios te proteja! ... Vayan con bien!

Y se alejaron los guerrilleros. Momentos despus, luego de haber desbrozado el negro


camino, estremecidos por el viento, jadeantes, coronaron las cumbres de Sopayaco.

Gran sorpresa se llevaron los rebeldes, acostumbrados solamente a pelear con los
regulares, hombres del ejrcito, cuando avistaron al primer guardia civil caminero, sombrero de
ala, forradas las piernas con negras polainas y con capote rojiazul, que vena seguido de gran
acompaamiento.

- Guailulo, guailulo! -. Exclamaban llenos de regocijo. - Vengan a reparar a los


guailulos, corran, corran muchachos!

-Francamente hablando, no pensaba que nos atacasen hoy. Es el da de la Patria -.


Exclam entre triste y furioso Segundo Benel.

Se sabe que el guailulo es la semilla de una planta de caluroso clima, de inflorescencia


dehiscente y la familia de las leguminosas. Esta semilla, por lo dems, pequea, tiene su pericarpio
bicolor, exactamente igual a los antiguos capotes de la Guardia Civil.

A lo lejos iban apareciendo pequeos grupos de jinetes enemigos que emergan de la fila,
pero los guerrilleros, al principio, con firme decisin los rechazaban uno a uno. Los Benel y sus
guerrilleros estaban apostados en el interior de pequeos refugios excavados a la guerra y
parapetados tras el pedrero del cerro. Una torcaza reclamaba a su compaera en campo abierto.
Puguuu, puguuu.

Relinchos penetrantes y lejanos advirtieron que en las inmediaciones haban caballos,


forneos. Una lluvia de balas surgi de la yungla. Disparaban sobre las sombras difusas que
aparecan aqu y all. Los proyectiles unos tras otros buscaban los cuerpos de los jinetes mientras
los alaridos de los guerrilleros los desconcertaban.

Los guardias fueron sorprendidos en hacinamiento, casi incapaces para defenderse y


desplegarse en combate en espacio reducido. Pero aparecan y aparecan compactos grupos a
entablar combate. Era indubitable que se aproximaba una gran fuerza; en torno a los guardias la
tierra retumbaba al paso de los corceles.

El insurgente Castaeda que se bata con ardor vio como los guardias pugnaban por difluir
en los bosquecillos y otros grupos seguan apareciendo por la fila al trote. El oficial de guerrillas
en su afn de ofrecer resistencia desesperada, y supersticioso al fin, orin y con el chorrillo
caliente y corvo dibuj una cruz en el suelo.

- Demetrio, Demetrio!; Gritaba el capitn. - Corre y dile a tu pap que enve ms


refuerzos, y que si logramos contenerlos un momento ms la victoria ser nuetra!

Se oyeron varias detonaciones seguidas, y cuando los fragmentos cesaron de caer se vio
a Florencio Paquirachn, el guerrillero poeta, como le haban pulverizado la masa enceflica,
algunos de cuyos pedazos cayeron en los labios del pequeo Benel. Este en el azar de la carrera
para cumplir la orden del bravo capitn, fue herido por un fragmento de granada que explot a
cierta distancia y le atraves la pierna. An sangrante y cojeando segua veloz. Su madre al verle
llegar herido se desmay. Tena el rostro plido y agitado. El teniente Manuel Perales, con otros
guerrilleros resguardaban los bajos de la playa.

Hasta los atacantes llegaban los aullidos de los rebeldes que luchan con denuedo, pero ya
en retirada en las montaas. Y a partir de aqu, los das subsiguientes seran los ms precarios.
Los alaridos guerrilleros se fueron haciendo ms y ms dbiles mientras se alejaban. Se iban,
pues, retirando para reorganizarse y atacar de nuevo. Hicieron una finta por el norte y escaparon
por el sur.

Los guardias los empujaron con bro ganando la bajada. A los breves momentos el campo
quedaba desierto y despejado.

Los refuerzos no llegaron y los rebelados tuvieron pues que ceder combatiendo. Los
Benel se refugiaron primero en Las Lagunas, cristalinas charcas de bordes bajos,

' donde mezclados en amistosa armona viven muchas especies de animalillos en aparente
paz, o por lo menos, en suspenso momentneo su lucha por la supervivencia.

Despus del combate y de la huida, los guerrilleros tendieron sus ponchos y se distrajeron
jugando la pinta y la baraja.

Desde ese instante Benel experiment mucha preocupacin. Hablaba para s: -Hemos
ganado todas las batallas. No nos han podido vencer hasta ahora... Pero, esto tiene trazas de nunca
acabar-. Algo malo presenta ya, y desfilaban raudos ante sus ojos los episodios de su bizarra
resistencia. Su corazn se debata entre la duda y el desaliento, el dolor y la angustia. Cuatro aos
de guerra haban pasado, un mero parpadeo de la historia...

Y es que, seguramente, Benel hombre duro! estaba volvindose viejo, y por ende grun.
Comenzaba a enflaquecer, la barba y el bigote le crecan da a da y su cara vease an ms surcada
de arrugas. Sin pronunciar palabra, revisaba siempre el cerrojo de su carabina, la reserva de
proyectiles que cada vez disminuyen, pero sonrea cuando sus diezmadas fuerzas dormitaban bajo
su cuidado a la sombra de los rboles.

- Duerman, cholos duerman... Mientras Eleodoro Benel viva, l ser el centinela de sus
sueos.

De sus desharrapados guerrilleros, fieles hasta el ltimo, estaba orgulloso Benel. De ellos
no esperaba una traicin ya, ni una ofensa, ni una delacin. Sus bravos benelistas se batieron por
l como leones. Le causaba pena licenciarlos, empero, ya forzado por las circunstancias, poco a
poco, tuvo que verse obligado hacerlo. El noble coronel de guerrillas .se desprenda de sus pocos
centavos que le quedan para gratificar a sus guerrilleros... Los fusiles comenzaban ya a dejar sentir
su peso en el hombro de los combatientes.
POR LOS PEONES DE SEDAMAYO

Por las aristas rocallosas de los peones de Sedamayo, caminaban materialmente


vencidos alguno de los hijos de Benel y Toms Castaeda. Avanzaban con mucho cuidado por
los senderos peligrosos, pero an con corazn para proseguir la lucha. Pegaban y corran.
Golpeaban y fugaban.

Castaeda, herido en el hombro en Sopayaco, y los Benel sentan zumbar por sus cabezas
y rebotar en el suelo los disparos de sus ya lejanos perseguidores. Estos evolucionaban alrededor
de aquellos como halcones hambrientos tras sus presas.

Algunos das despus, las tropas llegaron a enterarse que Castaeda encontrse aun
reponiendo de la herida, en el sitio de Juana Lapa, junto con un ncleo de guerrilleros. Los
gubernamentales atacaron a los rebeldes bajo el mando del teniente Ochoa, oficial subalterno
eficiente, que haba realizado una gran labor de tanteo y exploracin por la comarca.

Un estallido dej sin ojos al militar cuando oteaba con su catalejo el emplazamiento de
los rebeldes. La persecucin arreci y los acompaantes del guerrillero iban cayendo diezmados.
Castaeda, pudo al fin, escapar a Chiclayo, de donde logr fugar a Guayaquil con el auxilio del
Prefecto Russo.

El fundo Sauces y sus alrededores fueron puestos a saco e incendio, su ganado requisado
y trasladado a Cutervo para rancho de los batallones; su comercio de Querocotillo sufri las
consecuencias irremediables del saqueo y las mercaderas fueron rematadas en las calles por la
soldadesca.

Leopoldo Castaeda, padre del guerrillero Toms, se encontraba por entonces en


Chiclayo, en condicin de preso poltico, por sospechas de encontrarse comprometido en actos
subversivos

EL CUENTO DEL CEMENTERIO

Y habl entonces Antonio Estela a todos sus compaeros diciendo:

-Esto me lo contaron en Niepos, y en lo que a m toca, he aqu que slo voy a repetir el
relato...

Se encontraban en la cumbre de un annimo peasco baado de sol, amontonados a la


espalda de una mole roquiza cuboidea. Huan de los campos, en todas direcciones, caminos
extraos plagados de centenas de soldados, y a lo lejos se difuminan azules las montaas. Eran
hombres que empezaban a sentirse vencidos, y esto tambin lo haban comentado antes con
emocionada gravedad.

- A qu te apuesto que no te vas al panten? -, sigui diciendo el guerrillero Estela. - As


le dijo una de las personas de la reunin a o Rubn Verstiga, en Bambamarca. Y este seor
contest: Yo? Claro que voy! Por qu no he de hacerlo? No hay por que tenerle miedo a la
quiet de los dijuntos. Cierto es que los cementerios me infunde respeto, que caray, pero diay no
pasa Yo, dejuro, dijo o Verstiga, me largo all mesmo, envalentonao con unos cuantos
tragos.

Pero, dizque siguieron burlndose y hacindole pulas, y entn o Rubn, amargo yay se
jondey pal panten, a la tumba de uno bien conoco, o Domingo Meja, que haba peleyao en
San Pablo contra los chilenos.

El fro dizque apuraba y tamin la oscurana, as es que cazaron las apuestas, y o


Verstiga se fue tapao su gen poncho... Eso s, se march bien armadazo con las copas.

-Bueno y qu pas? - inquiri Arturo Coronel.

-Pas que el aullido del viento lo haca temblar a o Verstiga. Empuj la reja, y ya en
dentro del cementerio, escogi la tumba y deposit la corona de flores de papel en la cruz del que
peley en San Pablo, que estaba medio ladeyadita, pa que lo veyan los otros al siguiente el da,
entn pa pagar la apuesta que era de diez pesos juertes, y das das voltey al pueblo ... Pero sucedi
que no pudo dar paso. Lo tenan empuao, y entn comenz agarrarlo el miedo que iba
aumentando y aumentando. Grit, llam y naides le hizo caso. Forcejey bastante, bastante hasta
que se resolvi dejar poncho, sombrero y todo y salir carrera abierta.

Al llegar al pueblo cont aquella horrible pesadilla, muerto de miedo y de fro, y al da


siguiente, se jueron ajustar la apuesta. La corona estaba ah, pero no eray la nima la que le haba
pescao el poncho. Eray otra cos. All estabay aquel poncho, enganchao en un clavo de la mesma
cruz que serva pa colocar ofrendas... Esto me lo contaron en Niepos, y tal y conforme les cuento.

En el atardecer vean esfumarse los picachos de la Cordillera Nortea bajo espesos bancos
de nieblas.

EL CORONEL HERRERA, ANDRES BARON Y EL CUENTO DE


LA DELACION

Diseminadas en sus cuarteles y en los alrededores, llevando una vida montona y de


desenfreno, las tropas del gobierno preparbanse para el asalto al bastin, que sera penltimo, de
Benel.
Muy asustado lleg a la prisin, por orden del coronel Herrera que campeaba como jefe
de las tropas de la Guardia Civil en Cutervo, un jovencito cenceo, de vivaces ojos, blanca la tez,
pequen, muy decidor l, amigo de Benel y benelista empedernido. Era ni ms ni menos que
Andrs Barn Berros, vencedor de Cervantes y Delgado en Cuchea y de Matos en Callacate.

Balancendose entre los guardias que le opriman, estrujan y jalonean, lleg ante la
presencia del coronel, quien orden su inmediata ejecucin. Era un tiempo de continuas
incursiones de la Guardia Civil.

Andresillo recuper la serenidad y tornse reiln y parlanchn, como era su genio. Ante
la inminencia de su ajusticiamiento, los familiares pidieron clemencia para l, y es entonces
cuando acude a su mente una idea salvadora. Pes y sopes el pro y el contra de la cuestin, y
luego arriesgse a poner en prctica su plan.

Luego de las primeras gestiones, del calabozo fue llamado por el seor coronel.

- Qu desea exponer? -. Djole receloso, aunque pareca interesarse vivamente en lo que


iba a decirle el prisionero.

- Mi coronel... Quiero exponerle un plan Qu le parece? . .. Me comprometo a entregar


a Benel, vivo y con todo su parke, sin ms trmites. Y este ofrecimiento lo hago sin que sobre mi
persona se ejerza presin de clase alguna.

- Y quin le garantiza a Ud. del cumplimiento del plan que ofrece ejecutar?

-Mi palabra de varn, solamente. Por algo, mi coronel, me apellido Barn... Yo entrego a
Benel, seor. Conozco los lugares, las pachacas, las guaridas, los atrincheramientos... S tambin
dnde y dnde acampan a dormir cada da de la semana; s dnde se proveen de vveres y quines
forman la organizacin de su abastecimiento, sea de vveres o de municiones que penetran desde
Chiclayo o desde el Ecuador... Y, en fin, mi coronel, toda una serie de datos ms, muy
provechosos para Ud.... Bien entendido que si no cumplo con lo que ofrezco, Ud. proceder de
inmediato a mandar fusilarme.

- Est Ud. seguro, amiguito, de lo que acaba de manifestar? No le pese luego!

-Bien seguro, coronel.

-Muy bien, muy bien amiguito. Ser debidamente recompensado... En nombre del
Gobierno legalmente constituido le doy las gracias. Ud. era la persona que necesitbamos, y
utilizaremos sus servicios, valiosos desde luego, en nombre de la Nacin... La Patria se lo
agradecer.
El coronel hizo algunas disquisiciones con varios de sus oficiales, y metidas las manos en
los bolsillos, con los ojos fijos en el cielo raso del despacho, orden se le vistiera al preso igual
que cualquiera de los guradias civiles.

Barn march con la tropa hacia el fundo de su propiedad, La Yerbabuena, sin mayores
anomalas. En el viaje, ganse la estimacin de la tropa y oficiales, por lo menos, en apariencia.
Orden se sacrificarn dos novillotes para el rancho de los efectivos e hizo cosechar yucas, as
como segar forraje para la caballada.

-Mi coronel... Falta grande que les hace un poquito del buen llonque para la pobre tropa,
que con seguridad est rendida Un trago, y espritu levantado!

Pero, esto es imposible, aunque muy bien lo merecen, hombre... Ud. ve que los
reglamentos... Los reglamentos.

-No se preocupe. Yo puedo proporcionarles, mi coronel. Al frente, en el otro fundo mo,


tengo en existencia varias barricas que dej el otro da... Si Ud. gusta, que se sirva acompaarme
un guardia, o dos o tres? No tenga desconfianza de m.

-Pues, se dijo y se hizo Conforme! Eso es hacer patria.

Barn y sus custodios llegaron al fundo de Chumbicate, y aqul penetr por una puerta y
desapareci por la trasera.

-Tiempo tarda este sujeto Exclam el guardia que le vigilaba, con cierta impaciencia. Los
campesinos que servan en el fundo se echaron a rer.

Bsqueda intil hizo el guardia y presentronse a su coronel en La Yerbabuem El pjaro,


osado y audaz, escapseles de las manos!

Unise Barn a los rebeldes que se encontraban media legua ms al norte y les inform
en detalle todo lo que haba visto, el nmero de efectivos, nombres de los jefes que marcharan a
combatirlos, armamentos, etc.

Una tromba de negros pensamientos y de rabia precipitse en la mente de Herrera. Presto


orden poner a saco y quemazn los fundos del prfugo: Miradores, La Yerbabuena, y
Chumbicate. Requisaron equinos y vacunos, y no qued casucha en pie. El furor de Herrera no
conoci fronteras, se ensa hasta con el grupo de perros que echados en los alrededores de la
casa fingan dormir y guitarreaban rascndose las pulgas, para as morder mejor a los incursores.
El antes dicho Barn, vive an; le conocimos en Chiclayo.
EL ULTIMO REDUCTO DE BENEL

El ltimo reducto de Benel Silugn permanece todava inconquistable.

El da era gris y deprimente, cubierto de nieblas bajas. Quiz pronto descargara la lluvia.
Cada brizna de hierba y los vegetales de la yungla aparecan adornados con gargantillas y rosarios
formados por gotas de escarcha.

Las tropas hicieron su irrupcin, con aire retador, por todas las lomas que rodean la casa
hacienda. En breve asamblea de familiares y el resto de los sublevados, decidieron defenderse
como lo saben hacer los valientes. Empero, tenan la desventaja de haber quedado reducidos a
nmero tal de hombres, que no caban en la palma de la mano. Era slo un ncleo minsculo de
combatientes que no llegan a veinte, y aunque su valor combativo era recio, las provisiones, los
cartuchos y el dinero escasean ya.

Valdeiglesias, a la sazn coronel el bravo soldado ascendi despus de su derrota en


Changasirca, donde se bati como tigre cumpliendo un plan trazado de antemano, atac con el
coronel Herrera, la hacienda Silugn, en una maniobra envolvente. Mil hombres se esparcieron
por elongadas elevaciones y montculos.

Pensaron encontrar seria resistencia en este reducto, mas, anduvieron equivocados. Una
hora de combate bast para que el puado de valientes constituido por quince guerrilleros, entre
los que se cuentan los Benel, dejaran el campo a un batalln de infantes y a un agrupamiento
copioso de caballera de la Guardia Civil, a los que se sumaron los bandoleros de Pimpingos -
igual que al principio de las guerras que encabezaba el cuatrero Alejandrino Fonseca, cuya ayuda
estuvo estipendiada por todos los ganados que tuviesen Benel y sus amigos en los campos, amn
del nombramiento de comisario de la comarca colindante con la provincia de Jan, y carta blanca
para cometer a su antojo tropelas, abusos, carniceras y robar sin riesgo ni castigo, que le
otorgaron las autoridades.

Eloy Benel comand a los quince sublevados que se baten en sus atrincheramientos por
los alrededores de la casa. Los rebeldes impedidos an de sacar la cabeza bajo el nutrido fuego
del enemigo, se las ingeniaban para disparar de rato en rato. En la maana nublada, en las lneas
avanzadas de los gubernamentales, se vean los chispazos de los fusiles, y entremezclados con los
velos de niebla se oyen las invectivas. .

- A tres fuegos nos, han empuao los soldaos! Dijo el Antonio Estela disparando su
muser. - Ah van dos! Grit desaforadamente.
- Ah caray, aguaita como nos tiran bala de todas las lomadas! -. Farfull otro combatiente
cuando se rasgaban en jirones las nubosidades de la maana. En verdad, que todo aquello pareca
un ebullente vrtice.

- Vamos a ver, t, cholo! -. Ordenaba nervioso Eloy Benel. - V y dile a mi pap si es


su voluntad que nos quedemos plantados aqu o escapamos el bulto; que son como mil los
atacantes; que nos estn golpeando fuerte; que estamos rodeados aunque todava no hay bajas!

El viejo Benel en inteligencia de que se combata con encarnizamiento y que la situacin


del puado de hombres bajo el fuego reconcentrado de los asaltantes era insostenible, orden la
retirada. Los sublevados escaparon por la playa del casero de Tablabamba bajo la presin
constante de las balas gobiernistas. En un recodo del camino, Juan Roncal, encontr un hombre
en actitud sospechosa; en efecto, era espa de los gubernamentales. Despus de gritarle con su
vozarrn y dando muestras de su agresividad le descerraj un tiro en el pecho que le encamin al
otro mundo.

A las pocas semanas el Juan Toro se remont por los cerros de Ayanchacra, en los altos
de Querocoto.

AL VENCEDOR EL BOTIN! LA BARBARIE

Las tropas combinadas slo se retiraron de Silugn despus de haber sembrado muerte y
desolacin en todas direcciones. Incendiaron la casa hacienda y los bohos de la peonada,
quemaron las sembraduras de caa, talaron los cafetales, los huertos de frutales, los extensos
cacaotales, y finalmente desmantelaron los trapiches e instalaciones para destilar aguardiente y
fabricar chancaca. Los ancianos peones templinos de rostros enjutos, anmicos y tostados por el
sol fueron asesinados en su totalidad, unos en sus chozas y otros cosidos a bayonetazos por entre
las chacras, montes, caminos y quebradas.

Alejandrino Fonseca, feroz, indoblegable y de flccida figura, emanaba por todas partes
repulsin. No se adivinaba en su rostro, ni un rasg, ni un pensamiento de bondad.

- Vaca, vaca, vaca! Pas, vaca!

- Toro, tesa! Tesa, toro Tesaaa!

- Sube, sube toroo!... Aaaaaa- Aaaaaap... Caballoooooo!

Entre mugidos de vacas, bramidos de toros y la grita de los bandoleros, tan presto las
reses se reunan en un sitio acosadas por los jinetes, como tan luego salan corriendo de atropellada
por diferentes lugares, entre el alboroto de los soldados o de los bandidos rodeadores, para
terminar, congregndose en el camino.
Con la punta del can de las carabinas, los Fonseca, hincaban las ancas de las reses y las
excitaban para salvar cercas, atravesar zanjones y encaminarlas hacia sus corrales situados en
apartadsimos rincones: Al vencedor, el botn!

Nacidos para hacer el mal eran desafiantes y despreciativos. El Alejo Fonseca, capitn de
su banda, crease vivir en el centro del universo. El pelo erizado, los ojos saltones y duros,
convirtise en el amo de esos parajes. Armado hasta los dientes, con su jaura de potros, junto con
sus Secuaces y vomitando odio penetraba en las chozas de los hombres amigos o trabajadores de
Benel.

- Murdelo, murdelo! Arrstralo pa afuera!

El amo azuzaba la jaura con un alarido en la voz y se golpeaba los muslos con las manos.

Guau Guau Guau Guau Guau Guau.

Ladraban incesantemente los canes rabiosos, absurdamente excitados, a la vez que


atropellndose tiraban del cholo indefenso, cado e impotente. Buscaban a los guerrilleros
hurgando con la punta de sus carabinas en los montes y en las pilas de hojarasca, en las cuevas,
en los hoyos y en los matorrales. En su afanosa brega no dejaron un rincn sin inspeccionar, ya
que a todos los conocan a palmo; con sus pupilas inyectadas amenazaba la muerte inminente.

Aquella regin ubrrima, restos de bosques, recuerdos de hermosas chacras de tiempos


seoriales, aquellas salvajes laderas cubiertas de vegetacin testaruda, quedaron como mudos
testigos de la destruccin. Arboles mutilados, umbros y monstruosos que desafiaban al cielo y
con ellos se mezclaban los rumores de la tarde.

Despus de caer la noche se vean en la oscuridad lenguas de fuego que retaban las alturas
en dos leguas a la redonda. Los bohos de los benelistas ardan... Toda casuca en la que no
flamease el blanco bandern estaba de hecho condenada al incendio. Todo hombre o mujer
caminante y que no portase salvoconducto, era asesinado sin piedad. Entre las paredes simples
caa y barro de las habitaciones oscuras veanse quemadas las guayungas an atadas con
guanshiles, y sus granos desparramados unos, y transformados en cancha otros por accin del
fuego. Las palas, las lampas, las barretas y los picos yacan retorcidos por el calor de la fusin y
mohosos por el tiempo que estn abandonados. Arados, peines y toscas cucharas, artezas de
madera y cestos de fibra entretejida chamuscados. No fue perdonada ni la vejez ni el sexo. Los
nios eran requisados y enviados a Cutervo u otras guarniciones para repartirlos entre la
oficialidad, muchos fueron remitidos a las familias de aquellos militares en los centros urbanos
costeos; ms de una rabona y las trotaconventos solicitaban de una a dos muchachitas para la
servidumbre Gajes de la dominacin y de la conquista! Los tiernos nios, hurfanos de todo,
sin techo y sin pan, sirviendo a los victimarios de sus progenitores.
A la llegada de las noches, furtivas sombras de familiares movan entre los cadveres
abandonados, en pertinaz bsqueda de sus hijos, esposos, compaeras o padres ametrallados. El
guerrillero Antonio Estela nos relat en Chiclayo que tambin fueron sorprendidas dolientes
madres que rezan con sus hijos muertos entre los brazos, ya excavando sepulturas ya silabeando
mimos o entonando lamentables cantares de cuna, faltas totalmente de razn, y como si sus
retoos estuviesen adormitados o bajo el efecto paralizante de la narcosis y no ojalados sus
cuerpos por la punta de las bayonestas.

Decenas de hombres fueron transportados hacia Cutervo y victimados en medio de


espectculos terrorficos, grotescos y escalofriantes. Cuando lograban eliminarlos en los cerros o
en los caminos, slo eran llevados a la ciudad las testas de los infelices ejecutados.

La cabeza de Pancho Prez, con los ojos desmesuradamente abiertos, la cara


ensangrentada, raleada la barba y demostrando en su rostro el terror que sinti al momento de su
muerte, fue paseada en una pica como las de Gonzalo y Carvajal por calles y plaza de
Cutervo.

Benel y los suyos, huyeron a refugiarse en el bosque de las montaas de Tarros, llamadas
as porque uno de sus primeros propietarios, el de mayor antigedad, se llam Joaqun Tarros.

LA HUIDA

- Perros! Chill Benel cuando se encaminaba a las montaas. - Tienen para acordarse
de m hasta en el da de su muerte!

La cancin de los pumas, gil e inquietante, desgarraba por las noches el silencio ominoso
de la yungla. Pareci al principio un rugido desesperado, cada vez ms furioso, hasta que se
interrumpi de pronto, antes de finalizar, en un rugido innoble. De cerro en cerro retumbaba el
eco.

- Est herido ese puma -. Se oy decir a Benel en la gruta donde se refugiaba. - Alguien
le ha tirado su balazo.

Por entre la maleza, apartando el follaje atisbo Benel, no pudiendo percibir nada en la
oscuridad. Caminaba con confianza hacia la quebrada, dirigindose a buscar al flido en la
negrura de la noche, pues de all pareca provenir el rugido.

A lo lejos, los ladridos de los perros semejaban ruidos de campanas. La luna inmvil
derramaba desde el cielo su luz sepulcral por entre las rasgaduras libres del follaje.

A estas alturas slo acompaaban a Benel siete guerrilleros, cinco de los cuales eran
hermanos maternos, de las vecindades de La Samana, adems de Juan Toro. Taciturnos y casi
aniquilados por la larga campaa se encontraban: Javier Benel Cubas, hijo del caudillo de los
guerrilleros, el Artemio Campos Cubas, el Csar Camilos Cubas, el Daro Campos Cubas y el
Arturo Coronel Cubas. Su estado era lastimoso, se les vea sucios, con hambre y harapientos;
huesos y msculos bajo la piel de dos de ellos.

Los Benel se nutran del sabroso jugo de las achupallas, de algunos rizomas de palmeras,
frutos y races silvestres, y beban el agua que se deposita entre las tubulares hojas de los grandes
tuyos.

Transcurran semanas sin que llegasen a probar sal. Aqu Benel licenci a otro rezago de
guerrilleros. Era hondo el tormento que experimentaba al despedir a sus hombres de armas;
sollozaba a ratos en medio de la yungla, brava, rumorosa, implacable y brbara

Mientras un centinela vigilaba desde las, alturas los movimientos de las tropas, los
guerrilleros sufran viendo, el doloroso cuadro de su caudillo abatido.

- Patrooon -. Empez diciendo un hombre Corpulento, coloradote, de macizas espaldas,


uno de los pocos que se rasuraba la barba y el bigote de pelo negro lacio, cara redonda y la mirada
apacible. Apretaba lleno de angustia la mano de Benel a la vez que engaaba al estmago con
unos dulces frutillos de lanche de zorro y de cristiano tambin que guarda repletos en uno
de los bolsillos del saco. - Y cundo nos toque ir, patrn nos llevaremos las armas?

- Las llevarn, claro est... Conserven las armas, les han de ser muy tiles Por si acaso
resrvenlas, resrvenlas con dos proyectiles: uno para el enemigo que acosa y otro para uno
mismo... No hay que dejarse coger vivos. En mi persona todava no se ha cumplido la ltima
desventura de un jefe, cual es la de no gozar de la ciega obediencia del subordinado.

El Arturo Coronel, inmvil, lleno de estupor y admiracin, enmudecido, decidi seguir


an sin apartarse del lado de su coronel.

Por las noches, los exiguos guerrilleros en accin por ms que estuviesen bien armados
no podan olvidar el hambre bajaban furtivamente, hacia; los pocos sembros de yucas del
patrn o de los vecinos, reptando; a gatas, escabullndose, arrastrando sus fusiles, a desenterrar
la lilicea, y llevndose tambin los tallos de hojas ensiformes, mientras los soldados guardianes
roncaban, plcidamente por decenas alrededor de las chacras arrullados por los ruidos nocturnos
de los bosques.

TAMBIEN LLORAN LOS VALIENTES

Y por las noches decan tambin alabanzas al Creador. La esposa de Benel diriga el rezo
y los capitanes, los benelistas y el resto de familiares de Benel elevaban su corazn hacia Dios,
en alta voz; el conjunto de rezadores produca un zumbido igual al vuelo de los moscardones, en
medio de la exuberante vegetacin.

Y entonces dudaban el lugar del refugio; a veces suban al sitio de El Mineral, a veces
hacia Los Ventarrones; y suceda que dormitaban los cuerpos tendidos sobre el duro suelo y las
cabezas apoyadas sobre los troncos de los mntales.

Y as anduvieron seis meses. Demetrio cargando la Savage de su padre, sin que nadie
pudiera impedrselo.

Y un da de esos en el que llovi en abundancia tal que las aguas corran a torrentes,
enlodando hasta el sitio donde, se sentaban las mujeres, el viejo Benel llor de sus ojos,
conjurando en el aire confusos rumores, incoherentes murmullos del pesar y de tristeza, gemidos
de indescriptible melancola; llor sincera, espontnea y tristemente, con majestad y decoro,
mientras las mujeres buscaron el amparo y se acurrucaban en la sombra negra de un grueso tronco
aoso con ramazn y hojarasca, apretujronse all, y el aguacero sin trazas de acabar.

Benel enjugaba sus lgrimas con el pauelo en el silencio de la tarde y las gotas caan
tambin de las hojas de los rboles. Se vea ya en l la sombra de la muerte. Lento, grave, sin
levantar los ojos, dirigindose a los Cubas, dijo:

- Ustedes, necesito que me acompaen... Parece mentira, pero nunca nos hemos visto en
esta situacin. Mal sobre mal se ha cernido sobre nosotros, en estos das, sobre todo, ms nunca
hemos dejado de clamar a Dios Hasta con hambre vivimos... Y mi esposa, y mis hijos, y
ustedes Pobres, en medio de tanto infortunio, y contra el cul no se puede oponer otra cosa que
estoicismo.

Los guerrilleros taciturnos parecan espectros.

- Qu hacer pue patrn?... Hay que aguantar la leche o los ocho reales-. Replic el Arturo
Coronel. Y agreg para olvidar su mortificacin - Patrn Benel... Lo ques, nosotros vamos con
ust hasta el ltimo.

Y la tarde pluvial iba desembocando en la tenebrosa caverna de la noche.

A la Maana siguiente los despertaron lejanos tiros de fusil.


Oscar R. Benavides - Protegi a Benel con armas y dinero
LOS DIABLICOS VSQUEZ

PAYAC

Nubarrones de polvo levantaban los andares cansinos de un millar de hombres sobre las
armas que despus de arrasar Silugn y vivaquear en Cutervo por diez das bajo el comando
de Valdeiglesias y Herrera marcharon hacia Payac, lugar donde se encontraban los rebeldes
reorganizados, en la margen izquierda1 del ro Chotano.

Una columna mandada por Herrera, atacara por la tierra brava de Lanches, y la otra con
Valdeiglesias operara por la retaguardia, sea dicho mejor, por Callacate, bloqueando la comarca
donde se ubica un resto de alzados.

Los Vsquez no disponan arriba de veinte combatientes. La jornada haba empezado


algunos das antes con el Cojo Flores que sombrero a la siniestra, abanicndose el rostro y el
muser en la diestra mandaba excavar atrincheramientos a todos sus hombres en el camino,
que conduce a, Cutervo. Jadeantes y nerviosos recordaban que existe comida slo para pocos das.

Avelino, con los otros diez restantes, trataba de defender, apostado en lugares
estratgicos, la entrada a Callacate. El viento soplaba ruidosamente sobre el follaje de los rboles.
El Cojo aspiraba con deleit por sus fosas dilatadas el suave y hmedo aroma del amanecer. De
pronto exclam desde su atalaya:

- Ah, ja ja! . . . Alla van por toos los las! ... Son muchos, muchsimos! Estos caguetas
por hoy tienen la juerza!... Nosotros los pantalones!

A dos centenares de metros se estiraban, se encogan, avanzaban y se protegan ms de


cuatrocientos gubernamentales del batalln 9 de infantera; nmero menor de guardias atacaban,
por otra direccin al puado de bravos de Avelino. Aquel ocho de agosto de 1927; cerca de un
millar de, regulares entre soldados de lnea y guardias ms los baqueanos combatan con
reciedumbre contra veinte guerrilleras de Lanches, combate que sera el ltimo de las guerras de
Benel.

Empezaba hacer calor, el peso del sol se siente, a las espaldas ellas transpiran a travs de
las viejas camisas y chaquetillas de dril de los de Lanches. Una ligera brisa agitaba la maleza y
mientras las quinas, los alisos y otros rboles coposos rayaban el aire con sus flexibles ramazones,
iban avanzando entre descargas y correndillas, y cayendo heridos los troperos unos tras otros.
Penetrar all era igual que meterse al infierno: disparos, ruidos, derrumbes, voces, gritos y
chillidos en extraa competencia. Los soldados estaban hasta cierto punto paralizados en su
avance, y muchos, de ellos, simples y supersticiosos, crean que los Vsquez tenan cuernos y
cola como Satans, o que posean el cuerpo velludo, cuernos, cola y pies de cabra como el dios
Pan, pero que en lugar del pastoral e infaltable caramillo, emisor de sonidos musicales, les
acompaaba un buen rifle que slo regelda plomo.

Los infantes del 9 se vieron pues as imposibilitaros d avanzar un pice ante el continuo
martilleo de las. balas.

Herrera orden y condujo el ataque de sus fuerzas por tres flancos, y en todos encontr
muy enconada resistencia. Descubri, a fuerza de pegar duro, que los sublevados haban
construido una red casi perfecta de atrincheramientos y cubiertas, as intercomunicantes para los
taludes, parapetos, escarpas y glacis principales y secundarios, as para lograr el escape hacia la
floresta.

E iba observando el jefe de la fuerza policial la gran movilidad de los guerrilleros y su


potencia de fuego. Corran de obstculo en obstculo, y de abrigo en abrigo, siempre golpeando.

El sargento Rimache puso pie en un atrincheramiento que tom, con sus seguidores y a
bayoneta calada, encontrando para mayor sorpresa tan slo un muerto de los rebeldes. Y lo hizo
con mucho coraje; baha presenciado la muerte de uno de sus guardias, de apellido Rojas, quien
durante un pequeo resuello de los que suele dar el combate coma un bizcocho, a la vez que se
manifestaba alegre; Si me han de matar hoy da, pues, que me maten de un tiro. Y como en
la cancin mejicana, el disparo lleg, justo a la boca, cuando finaliz de hablar.

El ruido aumentaba y las horas transcurran fugaces. Tantas bocas de fuego ni el cacareo
de las ametralladoras haban podido lacerar a otro solo de los guerrilleros de Lanches.

Los Vsquez extenuados por la intensidad del combate, sin municiones, logran alcanzar
la primera hilera de rboles de la yungla y se van introduciendo en el bosque. Caminaron hasta el
crepsculo, y al anochecer, ya lejos, en los leos encendidos de una fogata, asaron un caldo de
cecinas, descubrieron un puquio de agua fresca y yantaron su cancha hasta la saciedad. De pronto
se quedaron amodorrados.

A las ocho de la noche, el sargento y sus hombres penetraron en la casa hacienda Payac.
Iban, all confluyendo a partir de esa hora, diversos grupos de guardias. El combate haba durado
la maana, por la tarde y parte de la noche. Las bajas de la Guardia Civil y de los soldados de
lnea fueron retirados al da siguiente.

Continu la desolacin, el saqueo y el incendio. Ahora les toc el turno al fundo Camse,
de Juan Montenegro, y Mamabamba, de Fidel Guerrero. Aquel atardecer, los labriegos que son
los primeros en acostarse en sus bohos, empezaron a hablar de su desgracia. Un campesino gil
y forzudo, picado de viruelas, se esforzaba en asegurar que su mujer era la ms linda de la
comarca, y que no le importaba haberse quedado sin choza por el incendio, teniendo a su lado
semejante preciosidad.

Otro labriego guiaba maliciosamente. Un pequen agitaba sus bracitos en el suelo,


acostado en su blando lecho, un pellejo de cabra y dos mantas viejas.

MUERTE DE AVELINO Y DE OTROS SEGUIDORES

Avelino Vsquez, vencedor en mil jornadas, se mostr desde el principio reacio a las
ventajas otorgadas por el gobierno en su anterior arreglo con Benel.

Lo vea y no lo crea. Pero al fin cedi Fue cuando los jefes militares con el subprefecto
Moreno, le atrajeron a sus redes, y le atraparon para aniquilarle junto con algunos de sus
lugartenientes, los fieros lanchinos, temerosos an de que volvieran a las andadas.

Contra ustedes no hay nada le escriban constantemente a su refugio. El asunto es


slo con Benel. Si ustedes tendran la gentileza de darnos razn del paradero de Benel y sus
familiares, mayor afecto cobraremos por ustedes Y la carta segua larga.

Desde este momento Avelino entr en la ciudad, en paz con Dios y su conciencia, goz
de amplias y al parecer efectivas garantas. Pero slo era cuestin de tiempo: das ms das menos.

Pasebase por la ciudad, adquiri mercaderas, provease de vveres y ejecut una serie
de movimientos en completa libertad de accin.

Avelino Vsquez, totalmente innocuo por este lapso, ya casi finalizado todo asomo de
resistencia revolucionaria y Benel todava acosado ferozmente, notbase completa evolucin, en
sus modales, en su atuendo y hasta en su fabla. Calzaba ahora zapatos de finos cueros, usaba en
sus trajes sedosas lanas inglesas y tocbase la cabeza con ladeada sarita. No poda ser menos un
bravo capitn de lanchinos!

Hasta tom secretario. Puso a su servicio a un eficaz hombre del pueblo, un tal Dolores
Medina, reputado tinterillo, que lea y redactaba sus comunicaciones, as como cualquier otro tipo
de documento. Gozaba del prestigio de ser el ms entendido pendolista de Cutervo; se pareca a
todos los hombres de su ralea, tena la conciencia como la del escribiente don Dimas de la Tijereta
de que nos habla Palma; y eso s, redactando solicitudes, actas, memoriales, demandas y
contrademandas, citando artculos e incisos legales y extralegales, nadie le pona la mano.

Le estaban dando confianza al fuerte Avelino, y el estratagema result perfecto. Dando


formidables chupadas a su chusco y musitando para s, el Cojo Flores dirigase por una calleja
quebrada: - Qu banquete ni que mula muerta! ... Yo mesmito quise ser de la montonera sabiendo
a lo que me expona... As es que, agarrarse con las uas... Hasta vernos patones poblanos!
Y mientras el Cojo cazurro se alej con el trax pendulando notoriamente hacia sus
querencias, resonaba an en la mollera de Avelino las severas advertencias de su hermano
materno: - No te vayas, hermano, a ese banquete... Mira que es una tretilla pa agarrarnos... Si te
pesca, vete despidiendo de esta vida de negras pellejeras... Acurdate!

Yo, lo qus, no voy por ningn dinero. Me huele mal, muy mal la cosa.

-No, hermano. Ni pensar, no creas tal... Ya ves que yo confo enteramente en todos los
ofrecimientos del Subprefecto Moreno Crees posible que nos engae?

-Eres t, hombre de edad y terco como mula tucumana. Sabrs lo que haces... Te vuelvo
a observar. Yo me mando al vuelito, dejuro.

Y el cojo Flores hizo bien. Entregse al trabajo perdido por sus encrucijadas de inslita
fermosura y se olvid de la azarosa vida del guerrillero.

Una cincuentena o ms de invitados se encontraban reunidos en un almuerzo que


especialmente haba organizado para sus amigos polticos, el subprefecto de Cutervo. Claro est
que no poda faltar de ninguna manera Avelino Vsquez.

La baranda estaba en su punto cuando el subprefecto empez un discurso lleno de


frrago. Era la seal convenida para atrapar a los guerrilleros.

- Manos arriba!

- Dnse presos facinerosos, algn da tena que llegarles la hora, y les lleg!

Con la velocidad del relmpago se movilizaron los soldados disfrazados de civiles y


apresaron al jefe de Lanches y a otros guerrilleros sin que stos ofrecieran resistencia o trataran
de defenderse.

- Buena laya de ser amigos! -. Farfull con rabia. Luego el montonero dej escapar un
sordo gruido. Su cerebro era una turbamulta de pensamientos. Demasiado tarde ya para darse
cuenta de que haba sido engaado. La sorpresa le atornill los pies al suelo. Tieso como un riel,
clavado en medio de la habitacin, abriendo tamaos ojos, rodeado de bocas prestas a vomitar
plomo, fue vejado e insultado. Fieros destellos brillaron en sus ojos, pero se apagaron de pronto.
Toda su ira la vomit en estas palabras, que les dirigi mirando a su alrededor:

- Traicioneros, cobardes, jijunasgranputas! No han podido pillarnos de frente por que


seguro nos tiemblan, y porque en todas las guerras les hemos dao hasta po l trasero,
gualmishcos!

Lanz enseguida otra avalancha de peores palabras vulgares, sarcsticas, descabelladas;


insultlos con la mirada feroz, y destil hiel con su sardnica sonrisa.
En medio de la algaraba de los circunstantes, paso entre paso, se encaminaron al
camposanto. Decenas de curiosos seguan la marcha de los que iban a ser ajusticiados. El capitn
Avelino Vsquez y otros doce lanchinos tenan que ser, deban ser fusilados despus de su
asistencia al festn. Sudor, angustia, miedo, ansiedad les recorran por los cuerpos.

Ya en el cementerio, Herrera dirigindose al capitn de guerrilleros, pregunt:

- Por quin mueres t?

- Por defender a un hombre! Eleodoro Benel! -. Contest ya ms dueo de s, Avelino


Vsquez.

- No te arrepientes!?

- No, no me arrepiento. Pienso solamente en mi hijo!

En la revolucin no es posible el arrepentimiento; para los hombres del rgimen su


expiacin se haca indispensable.

Junto a l iba a ser victimado un nio de cinco aos de edad.

Cara a cara con sus verdugos, cayeron al suelo, rechinando los dientes al sentir los
impactos. Los cadveres quedaron insepultos, y cuatro hombres del pueblo fueron contratados
por los familiares de los lanchinos para que arrastraran los trece cuerpos a las fosas excavadas
con apresuramiento. Ganaron quince reales por la faena, y una vez que la concluyeron se volvi
a ordenar la ejecucin de estos cuatro inocentes, contra los muros del cementerio.

EL TERROR SIGUE

Hurgaban con las bayonetas el pequeo cuerpo tembloroso de un hombre sesentn de


cabello cano, Epifanio Arrascue. Desnudo completamente, fue conducido sobre su propio mulo
al cementerio y ejecutado sin piedad.

Enternecedoras lgrimas derramaron sus amigos ante el inmisericorde soldado, en splica


desesperada por salvarle... Intil, imposible!

- Con salvoconducto o sin el, tiene que morir y morir! -. Remarcando las slabas
pronunci su inapelable sentencia el coronel Antenor Herrera.

El anciano Arrascue haba llegado a Cutervo por cuestiones de su laboreo agrcola, pero
ya no tena participacin activa en la resistencia de los benelistas. As lo prob con los documentos
que portaba. Sus alforjas llenas de dinero sencillo y billetes desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos. El ladrido lejano de los perros sell el triste final del que combatiera contra Zavala
en Churucancha tres aos atrs.
Lejos de la soberbia y de los abusos de la soldadesca, a la vista de su choza improvisada
con chirriantes varillas, por el calor, sin desconcierto se enfrentaban a la realidad. Narciso Perales,
alejado de Chiclayo donde residi, encontrbase con un pen lisiado, el cojo Laureano Torres,
excavando el suelo de una chacra de Benel para extraer algunas yucas. El cojo renqueaba, y a
causa de ello, haca su tarea con lentitud.

Don Narciso era el mdico de toda la poblacin campesina que dispersa y aislada viva
en aquellos terrenos montaosos o cuasi selvticos de muy difcil acceso. Era tambin el mdico
de los guerrilleros. Los despojaba de sus ropas ensangrentadas, trataba de contener sus efusiones
sanguneas, vendaba las heridas y aplicaba torniquetes, restaaba la sangre y administraba
pcimas caseras y remedios de botica, detena dolencias y calmaba padecimientos tratando con
ternura y compasin a guerrilleros duros que usan amuletos y creen todava en brujera y
sortilegios, as como ignoran muchas de las elementales normas de higiene y salubridad.

Intimados con un ronco Dnse presos!, caminaron luego alelados hacia sus captores,
convencidos de que les era llegada la hora fatal. El mayor Vega al tenerlos en su poder, orden
para ellos las peores torturas, inclusive se les amputaron los testculos; exhaustos por el brbaro
castigo, casi cadveres fueron colgados en los rboles y victimados junto con otros catorce
campesinos, por el delito de no tener el obligatorio salvoconducto.

- Si viramos ganao la guerra deca el Cojo Flores en sus montaas todos los
peruanos estuvieran de nuestros amigos, los mesmos que hoy nos persiguen... Tengan cuenta que
nos mos levantao pa defender los derechos... Si a m me agarran, ah mesmito me fusilan por
traidor a la patria, como se nos presenta en toas partes, como mentecatos, como locos o
bandoleros. Qu ms d! ... Todo el mundo se apresura a tirar su piedra al cado.

La malicia de campesino serrano, le salv al Cojo Flores de una muerte segura. Vive an
este cojo guerrillero en la estancia de Lanches, transformada ahora en alegre villorrio. Achacoso,
pero erecto siempre, por lo menos as le conocimos, labra an su tierra que huele a humedad, con
el mismo denuedo con que antes tiraba la carabina. El manejo del arado y de la lampa le sirven
de lenitivo a sus arrestos peleadores.

AMOR, MUERTE Y LOCURA

Era joven y bonita. Bonita de falda larga, zapatn con hebilla y medias de muselina;
morena de ojos claros, de cabello endrino y de seno trgido. Era una gitanilla verdadera la que
viva en el poblacho de Colasay, de la provincia de Jan. Manuelita Jimnez era su nombre, y
tena encalabrinado a un mozo de nombre tambin Manuel, pero Barreda de apellido.
Arrastrada por el cario del mozalbete, concluy por huir con l hacia la casa de un
hermano del raptor, llamado Jos. Y encontrbanse en ajetreos para que el famoso Cura Prez les
leyese la epstola de San Pablo; pero aconteci que Shingo Mojao, un teniente de la Guardia
Civil, exteniente de gendarmes y jefe del destacamento de polica acantonado en Colasay para
perseguir a Benel, hizo conocimiento del rapto.

Embriagado, con cruel cinismo e indignidad, acompaado de cuatro de sus guardias,


apresa a los dos hermanos Barreda y hace conducir a la novia a su despacho.

All, con malignidad, el oficial Shingo Mojao, odiado por sus abusos y tropelas desde
sus tiempos de gendarme, gui a sus subalternos, y stos llevaron a las afueras del poblacho a
los dos hermanos Barreda. Minutos despus, atronaron el aire varios disparos de muser, y en el
puente que cruza el ro cerca al poblado, entre gritos y llantos de los vecinos, los dos cadveres
fueron separadamente arrojados a las turbulentas aguas.

Augusto Montoya Batanero, ms conocido por el motete de Shingo Mojao, y shingo


equivale a gallinazo, hace sucumbir a la desventurada joven entre sus arrestos de stiro. Esto es
que la chica fue violada.

Al amanecer del segundo da se produjo grandsimo alboroto: dos cadveres de hombres


jvenes, estrechados en un fortsimo abrazo fraterno fueron encontrados y extrados de las aguas
del ro a cierta distancia de Colasay, circunstancia que lleg a causar gran estupor. No era para
menos.

Meses despus, Shingo Mojao, el pervertido oficial, muere en el puerto del Callao en
trance de esquizofrenia, viendo en sus continuas alucinaciones las imgenes de los hermanos
Barreda abrazados, y mirndole fijamente con ojos fieros y desafiantes.
FIN DE LA REVOLUCIN

BENEL ABANDONA SU REFUGIO

Los Benel levantaron campamento, y sin pensarlo dos veces, abandonaron el bosque del
Cerro de Tarros. Contra ellos haba orden perentoria de acoso y aniquilamiento.

Eleodoro Benel haba contendido infructuosamente, al menos l lo crey, as, durante


cuatro aos, slo con sus hijos y sus milicias armadas contra toda la maquinaria del rgimen de
un Legua omnipotente. Habase enfrentado en vano contra la corruptela, contra la tirana, por la
libertad ciudadana, y se encontraba convencido de que solo, nunca se gana la guerra, por ms
valientes que fuesen los del puado de seguidores.

Esper ao tras ao el levantamiento de las guarniciones militares y del pueblo peruano


en general segn se lo prometi Benavides pero ese momento jams lleg y no llegara
nunca. Ignoramos las causas u obstculos. Toda resistencia devena suicidio y cualquier sacrificio
intil.

Caminaba silencioso, pero tranquilo. Tosa de rato en rato y le acompaaban sus hijos
extenuados, plidos y con la preocupacin pintada en sus rostros.

Delante iban sus hijas, su esposa y sus hijos menores.

Al oscurecer el da, con la luz rojiza del crepsculo, llegaron a la hacienda Mamabamba;
en cuyas ruinas resolvieron pasar la noche. Al amanecer del da siguiente, Benel despedase de
sus familiares, abrazndolos y besndolos con mucho cario a la par que tristeza.

- Qu l Seor les libre y les favorezca en la travesa Vayan hijos con DiosVete, t,
tambin, mi digna, sufrida y valiente esposa, compaera de toda mi vida, y que el Seor te ampare
en todos sus caminos... Encomindame siempre en tus oraciones-. Y despus de una pausa agreg
con los belfos secos y adoloridos: -El el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espritu Santo. Amn.

Con la mano derecha, el viejo paladn traz con uncin el signo de la cruz, con el que dio
la ltima bendicin a sus familiares que parten con direccin a Jancos, mientras Andrs lloraba
suplicante.

- Quiero ir con mi madre, quiero ir junto con mi madre! -. Deca entre sollozos, cegado
por las lgrimas. El viejo len que tuvo corazn de fuego, cerr los ojos, call enternecido y
exhal un profundo suspiro. Se sobrepuso, sin embargo, y respondi tranquilamente: - Ay, hijo
Hijo mo, hijo mo... Hemos vivido una vida azarosa, llena de sobresaltos y de angustias sin fin
Yo sufro y he sufrido horriblemente, hijo; pero te suplico que te quedes conmigo!... Permanece
t conmigo, hasta el ltimo!, Un mozo guapo como t no debe derramar lgrimas! -. Exclam
muy quedo el viejo moviendo la cabeza. En la semioscuridad del amanecer apreciaba las doloridas
siluetas de su esposa, sus pequeos y sus hijas mayores, que se alejaban silenciosas, derramando
gruesas lgrimas sobre la tierra dura y el viento que ululaba entre las aristas de los montes y
caminos.

Benel con sus tres hijos y dos guerrillleros, Antonio Estela y Arturo Coronel, que para
aqul constituyeron el smbolo de la lealtad, anduvieron por aquellos meses a salto de mata. El
Antonio Estela caminaba inseparable de su muser, y el Arturo Coronel se haca justicia con su
25-20.

Coronel y Estela cumplieron an ms de lo que haban prometido. Hicieron cuanto haban


dicho y ms, muchsimo, ms. A los pocos das, licenci Benel a sus dos ltimos combatientes.
La situacin se tornaba cada vez ms insostenible y anduvo, con sus dos hijos, sin rumbo
determinado. Avanzan y retroceden, unos pierden el comps, otros lo retornan, y todos juntos dan
vueltas y ms vueltas por el campo, desdeando a veces el reposo.

El campo era un manchn en el claroscuro de la madrugada. Mir fijamente a su hijo,


sentado entre unas matas, y le dice calmoso:

-Me haces rememorar, hijo, este da, cuando por primera vez te habl de la libertad, y
luego cuando me pedistes una carabina... Recuerdas!

Segundo Eleodoro asinti con la cabeza pensativo, y repondi: -Tantos aos hacen de
todo esto.

-No me extra tu pedido... Saba que eras valiente Tu hermano Castinaldo hizo lo
propio, hijo. Estoy orgulloso de todos ustedes Te hice notar, y esto me lo deca don Carlos, que,
en torno a libertades, hay un abismo de realidad entre la verdadera libertad y la tirana. La libertad,
hijo mo, no implica prerrogativas, desenfreno, abuso o licencia ni para los gobernantes ni para
los gobernados ni para los de arriba ni para los de abajo... Tampoco significa subordinacin para
nadie.

Con libertad continu , se puede decir, creer y obrar, vender o comprar por s o por
representantes, as como tambin podemos profesar en pblico una religin, la que se quiera, o
hacerlo de la manera contraria-. Hablaba Benel, entrecortadamente, como siempre, sin,
complejidades, volcando todo lo que saba y prosigui: - La libertad nos obliga al cumplimiento
del deber y a responsabilidad, tambin al respeto de los que no piensan igual que nosotros, y hay
que saber, mi buen hijo, que por la libertad se mata, que por la libertad se muere.
Semejante ejercicio poltico debe proporcionar a todos los ciudadanos una superior
escuela democrtica. La libertad es la escuela donde debemos aprender todos los peruanos a
gobernar nuestros futuros intereses. . .

-En esta tremenda lucha, nosotros hemos encarnado la libertad, hijo mo, sin embargo,
millones de peruanos ni siquiera conocen nuestro nombre... En estos das trgicos en que la
adversidad nos acosa, pero que tocan a su fin, hemos sido hombres sin patria, malos peruanos;
traidores y condenados a muerte por el tirano y el usurpador. No obstante, nuestra fuerza, nuestra
fe y firmeza estuvieran a punto de abatir a un gobierno entero La libertad es fundamental, y
hay que saber sostenerla y defenderla, an con el arma en la mano... Este es el precio que estamos
pagando por la libertad, y, la brega que hemos sostenido, se considera santa aqu, all y n todos
los mbitos y en todos los tiempos

Su carabina Savage descansaba oblicua, reluciente como las palabras que acababa de
pronunciar con brillante sencillez, y recostada sobre un viejo y rugoso tronco de sauce a cuya
sombra se haban acogido, Y luego exclam ensombrecido, despus de algunos segundos de
meditacin:

- Termin la revolucin... Dejamos atrs un surco de cuatro aos de guerra, y el sacrificio


de nuestras vidas y propiedades, que ser prenuncio de nuevas luchas... Yo no vivir para
contemplar otro amanecer Esa tarea les corresponde a los jvenes del Per!

FIN
Desmintiendo la odiosidad y la fama de hombre fuera de la ley, que el tirano Legua y sus
plumarios trataron de echar sobre don Eleodoro Benel, aqu podemos ver cmo se le rindieron
honores militares al cadver del valiente guerrillero y el respeto con que la poblacin se
descubra al paso del cortejo.
INFORMACIN ADICIONAL

SOBRE EL AUTOR

Dr. Juan D. Vigil

Naci en Bambamarca en 1923. Estudio en el colegio San Juan de Chota, promocin


1940. Se gradu de odontlogo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su
produccin literaria: La rebelin del caudillo andino (novela sobre Eleodoro Benel
Zuloeta y la revolucin de chota de 1924), fue publicada en 1979. Con su hermano Adolfo
escribieron una maravillosa obra: El Pueblo en la llanura (relatos sobre Bambamarca,
1984). As mismo ha publicado: Hablillas de la tierra pueblo (1991) y Tetrmetro del
hombre justo (1998).
Del Blog Cesar Meja Lozano

TERMINOLOGA

Regionalismos y vocablos poco usuales empleados en este libro:

Gualmishco: flaco, dbil.


Malhaya: expresa disconformidad, disgusto o molestia con algo.
Savage: marca de fusil.
Querosina: queroseno, kerosene, querosene.
Parigela: parihuela, cama porttil o camilla
Pitaoso:que tiene legaas en los ojos.
ade: nada.
Onde: donde.
Naides: nadie.
Ondest?: Dnde est?
Sisero: Empleado que se encargaba de cobrar el impuesto de la sisa.
Grajiento: Persona sucia, desaseada. Generalmente se empleacomo insulto de poca
monta.
Daao: persona incapaz,sin fuerzas.
Bolsico: bolsillo.
Atatay: que asco.
Majoma: cabeza
Tullpa / Tulpa:piedras que sirven para hacer una fogata y poner las ollas.
Wayunga/ Guayunga: mazorcas de maz maduro, que se cuelgan en las vigas de las
casas para que sequen bien y se pueda consumir cuando se necesite.
Bayeta: manta que llevan las mujeres.
Cumbrera: parte superior del techo.
De juro: seguro, de verdad.
Lamber: lamer.
Laya: calidad.
Maltn: de mediana edad o de mediano tamao.
Mesmo: mismo.
Jijuna: hijo de puta, maldito, desgraciado.

DEFINICIONES TILES

ASESINO: El que mata alevosamente por dinero, o con premeditacin a una


persona.
BANDIDO: Persona fugitiva de la justicia. Persona perversa y desenfrenada,
engaadora o estafadora, granuja, truhan, que roba en forma individual y solitaria
en los pequeos pueblos y caminos. No tiene jefe quien lo mande.
BANDOLERO: Salteador de caminos y pequeos pueblos. Hombre dedicado
al asalto y robo pero de una forma organizada y en grupo, acta en banda,
obedece a las normas de su jefe. Comnmente son sanguinarios y arremeten
contra todo.
BANDOLERISMO: Existencia continuada de bandoleros en un territorio.
Forma de delincuencia caracterizada por el robo a mano armada y el secuestro,
generalmente en despoblado, realizado por una cuadrilla en situacin de
rebelda.
CACIQUE: Persona que ejerce excesiva influencia en asuntos polticos o
administrativos en un pueblo o colectividad, valindose de su poder o riqueza.
CAUDILLO: Jefe o gua de un ejrcito o de un grupo de gente de guerra. El
que dirige algn gremio o comunidad.
CRIMEN: Delito grave, comnmente el que conlleva derramamiento de
sangre.
CUATRERO: Dcese del ladrn de ganado.
DICTADOR: El que concreta en s todos los poderes; amo absoluto. Persona
que abusa de su autoridad o trata con dureza a los dems.
ENGANCHE: Mano de obra andina para los latifundios azucareros de
Lambayeque.
ENGANCHADORES: Contratistas de mano de obra, quienes eran los
comerciantes o hacendados, gozando de varios beneficios.
GAMONAL: Trmino que se origina de la palabra gamonito, un parsito
chupador que crece cerca de las races de la vid y otras plantas, absorbiendo la
savia destinada a alimentar el fruto. Propietario de hacienda que explotaba a sus
trabajadores.
GUERRILLERO: Persona armada que, contando con algn apoyo de la
poblacin autctona, lleva a cabo acciones coordinadas en el territorio dominado
por el adversario, mediante la guerra de hostigamiento o emboscada. Los
guerrilleros son tiradores que formados en grupos hostilizan frecuentemente al
enemigo con ataques por sorpresa con el fin de obtener el poder o lograr
reivindicaciones sociales.
INSURGENTE: Levantado o sublevado contra la autoridad.
INSURRECCIN: Levantamiento, sublevacin o rebelin de un pueblo,
nacin, etc.
LDER: Dirigente, jefe, especialmente de un partido poltico.
MONTONERA: Grupo de jinetes, que enfrentan a tropas enemigas
ocasionndoles bajas y destruccin. No pueden sostener una lucha cuerpo a
cuerpo, la provoca cuando est rodeado de sus cmplices y es ms rebelde y
desorganizada.
MONTONERO: Individuo que slo provoca una lucha cuando est rodeado
de sus partidarios.
REBELIN: Delito que comete quien se alza contra los poderes del Estado,
para derrocarlos y sustituirlos por otros.
REVOLUCIONARIO: Alborotador, turbulento. Innovador. Perturbador del
orden, que produce un cambio brusco y violento en las instituciones polticas de
una nacin.
SEDICIN: levantamiento contra la autoridad, menos grave que la rebelin.
SUBLEVADO: Alzado en rebelda o motn contra la autoridad, el orden
pblico o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelin. Excitado,
indignado, promueve sentimientos de ira o protesta: las injusticias sublevan.
TERRORISMO: Forma violenta de lucha poltica. Sucesin de actos violentos
con el fin de dominar por el terror.

Extraido de: ELEODORO BENEL ZULOETA Y ANDRES AVELINO VASQUEZ MUOZ


BANDOLEROS O REVOLUCIONARIOS? - Vctor Arturo de los Ros Delgado.

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