TRIBUNA:
Encuentro con Kierkegaard
JORGE USCATESCU
21 SEP 1979
Uno de los encuentros espirituales más ricos de nuestro siglo es su encuentro con Kierkegaard. El
primer europeo que lo hizo fue Unamuno, un español henchido de españolidad, con todas sus
contradicciones, entre ellas no la menor la de su antieuropeísmo. La obra de Kierkegaard,
estudiada e interpretada apasionadamente en nuestro siglo, posee una extraordinaria riqueza
expresiva y problemática, y en cuanto tal ha sido natural que se haya buscado su presencia en
Ibsen, Strindberg, Dostoievski, Unamuno o Pirandello, escritores profundos de la condición
existencial. Se ha hablado a veces de una fraternidad ontológica entre Kierkegaard y estos
escritores. Para Unamuno, del cual se sabe que había leído, aprendiendo para ello el danés, una
buena parte de la obra de Kierkegaard, se trataba explícitamente de un «hermano». Alguna vez el
gran escritor español se refiere así al danés: el «hermano Kierkegaard», y le dedica un estudio
comparativo con lbsen. La obra de Unamuno, literaria y de pensamiento, se ha prestado muchas
veces durante los últimos tiempos a la explicitación de esta «hermandad». Sin embargo, creemos
que en el problema específico de la interioridad debemos buscar los rasgos esenciales y de alguna
manera nuevos de esta proximidad. El texto del Diario íntimo de Unamuno y una crítica textual
comparativa de los escritos de Unamuno y Kierkegaard, que desplieguen los temas de la
interioridad existencial y religiosa están acaso destinados a ofrecernos una perspectiva nueva en
esta materia ya largamente explorada bajo aspectos diversos, pero con resultados por lo menos
discutibles.
La vía de Kierkegaard hacia la interioridad y los problemas de la dialéctica existencial es más
compleja, desde el punto de vista intelectual, que la de Unamuno. Se trata, ante todo, de su
admiración constante por Sócrates. Hay, después, su admiración por Spinoza, Kant y Hegel y,
sobre todo, la ruptura de Kierkegaard con Hegel, el gran maestro formador de su espíritu
filosófico. Hay, por fin, su encuentro, en la vía del pensamiento, con Job, con Abraham, sobre las
huellas de Pascal, y sobre todo su encuentro con Cristo, encuentro doloroso y ardiente. En este
punto Unamuno y Kierkegaard se encuentran. La crisis religiosa de Unamuno, en 1897, cuyos
rasgos son evidentes en su Diario íntimo, descubrimiento bastante reciente de los estudios
unamunianos, constituye la prueba. Tensión religiosa, melancolía, miedo y temblor, angustia de la
muerte, son algunos de los términos de este encuentro significativo. Según Chestov, Dostoievski es
el doble de Kierkegaard. Unamuno llama él mismo a Kierkegaard su «hermano». Los tres -
Kierkegaard, Dostoievski, Unamuno- abandonan la filosofía especulativa por el «pensamiento
particular». El Diario de Kierkegaard, el Diario de un escritor de Dostoievski y el Diario íntimo de
Unamuno muestran las etapas de la renuncia a la razón y la búsqueda dolorosa de las vías de la
interioridad.
La permanencia estética acompaña el espíritu de Kierkegaard en el «tiempo» de la estética, como
en el «tiempo» de la ética, y el «tiempo» de la religión. Esta permanencia acompaña su existencia
en todas sus tempestades, en la «noche eterna» de la vida de Kierkegaard, su «melancolía», sus
«desgracias», su dialéctica interior entre vida y arte, la transfiguración de su personalidad en la
«genialidad sensual» de Mozart, el mito de Don Juan y del «seductor», la atracción de la feminidad
y la tentación del deseo, la virtuosidad poética. Antes que Cristo está Fausto, Don Juan, Ahasverus,
Agamenón, Jefté, los que ocupan el campo del interés y de la virtuosidad intelectual de
Kierkegaard. El carácter inmediato de la estética supera una fase inicial y se constituye en polo
permanente, elemento primordial de ambivalencias sucesivas. La vida moral y la vida religiosa se
desenvuelven como expresión existencial de una interioridad secreta, sobre el fondo de lo bello, lo
armonioso, lo artístico y lo poético. Kierkegaard puede abandonar a Hegel para entregarse a Job,
puede suspender la ética para entregarse filosóficamente a lo absurdo, para renunciar
metafísicamente a la ontología del deber, para alcanzar la verdad religiosa. Pero él no renunciará
nunca a la carga estética del problema. Unamuno exalta a veces el amor «salvaje» de Kierkegaard
y de su discípulo lbsen por la verdad «sentida» y no «concebida» lógicamente y, sobre todo, la
«religiosidad» del filósofo danés. Pero, al mismo tiempo, Unamuno percibe el valor poético de la
tensión existencial, la expresión de la interioridad secreta, en Kierkegaard y en lbsen. En su ensayo
Ibsen y Kierkegaard, Unamuno establece una dramática comparación entre la existencia de lbsen y
la de su maestro Kierkegaard. Mientras la vida de Kierkegaard es poema dramático de la soledad
heroica, la vida de Ibsen es un poema dramático de una poderosa independencia. Los personajes
de los dramas de Ibsen son almas soberbias y robustas que se atrincheran en su soledad como en
un refugio, allende el mar muerto de las muchedumbres y allende el dominio estúpido de la carne
y la rutina.
El conflicto formal entre la ética y la estética, que es en el fondo la motivación de la angustia
existencial en la búsqueda de la verdad religiosa, es un conflicto que, desde el punto de vista de la
creatividad, obtiene una solución poética o, si se quiere, estética. El abandono de la racionalidad y
la reflexión, a favor de la interioridad emocional en términos de desesperación, se traduce en la
búsqueda de un absoluto estético, búsqueda de un mismo infinito de una personalidad finita. Los
estadios del pensamiento kierkegaardiano no corresponden en el fondo a la propedéutica formal
que él mismo propone en la forma de una alternativa, que otra cosa no es, sino una manifestación
de la tensión interior secreta de su propia personalidad. En realidad, su alternativa es al mismo
tiempo una permanencia ética y una permanencia religiosa. «Temor y temblor», con sus sucesivas
«suspensiones» y «repeticiones». La idea de suspensión, y sobre todo la «suspensión de la ética»,
no es otra cosa que una de las manifestaciones de la tensión kegaard se realiza en la necesidad de
«suspensión» y de interiores.
La naturaleza estética de Kierkegaard se realiza en la necesidad de «suspensión» y de
«superación», en esa forma personal y emocional de la Aufhebung y sobre todo en su constante
necesidad de hablar, de revelar su interioridad oculta. El «cambio» del ser realizado, el
«retraimiento» conseguido, el «repliegue», la conclusión permanece así: «Es preciso hablar. » Este
es el sentido de su Diario, de su obra póstuma. Punto de vista explicable de su obra. El mundo
imaginario que se encuentra entre su «melancolía» y su «yo» es el que Kierkegaard quiere colocar,
en definitiva, al servicio de su experiencia religiosa. El esfuerzo estético es al mismo tiempo la
defensa permanente de la interioridad secreta de Kierkegaard. Esta interioridad secreta constituye
el lado dramático de su existencia: «¡Oh, esta forma de desnudarse, si me atrevo a decirlo, me es
tan dura, tan dura! Como si mi interioridad fuese demasiado verdadera para que yo pudiera hablar
de ella. Y, sin embargo, es quizá un deber hacia Dios; y este secreto de mi interioridad es quizá
algo que Dios por conveniencia me ha permitido conservar hasta que yo llegue a ser bastante
fortificado para poder salir al claro día. Mi infancia desventurada, mis tristezas sin fin, la miseria de
mi vida personal hasta el día que me hice escritor, todo esto ha contribuido a desarrollar en mí
esta interioridad secreta. Puedo afirmar literalmente que nunca en mi vida, nunca he hablado a un
solo hombre como hacen de costumbre dos seres humanos que se encuentran... Mi interioridad
siempre la he guardado para mí, incluso al hablar en un plano más confidencial. Y
confidencialmente yo nunca he podido hablar. »
La interioridad secreta es para Kierkegaard una forma de tensión existencial, el tormento del
silencio de expresión -este silencio que el gran danés describe, «como un Guadalquivir», en una
curiosa confusión de este río español con el Guadiana, que se pierde un buen trecho bajo tierra-,
que se traduce en la necesidad de «hablar». Pero hablar, no «confidencialmente», sino
«estéticamente», en tanto en cuanto escritor a veces amante del secreto, empleando seudónimos,
buscando siempre nuevas formas estéticas de camufiaje de su personalidad. Quiere ser siempre,
«poeta». Al margen de Diván occidental y oriental, de Goethe, él marca: «Yo protesto cuando
puedo contra los que me toman por un profeta. Yo quiero ser sólo un poeta.» Un poeta que se ha
lanzado en el absurdo. En la dialéctica de lo extraordinario y lo absurdo, fuente permanente de su
religiosidad, de su melancolía, de su angustia. Poeta y dialéctico de lo extraordinario y lo absurdo.
¿Pero qué es lo absurdo? «Lo absurdo es, como se ve, algo muy simple. » Para un ser racional,
inteligente, reflexivo, es actuar en el espíritu de la «disproporción entre acción y reflexión»,
«actuar en la fe y confiando en Dios». Cuando un escritor como Kierkegaard se declara a sí mismo
un «escritor al servicio de la religión» es, sin duda, el elemento estetizante, el que se opone a
todos los demás. Por todo ello, no debe extrafiar el éxito de Kierkegaard en el siglo XX, edad
típicamente alejandrina de la cultura europea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de septiembre de 1979.
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