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Descension (B. C. Burgess) PDF

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Sinopsis

Indice
12 25
Prólogo 13 26
1 14 27
2 15 28
3 16 29
4 17 30
5 18 31
6 19 Epílogo
7 20 Escena Extra
8 21 Próximo Libro
9 22 Sobre la
10 23 Autora

11 24 Créditos

2
Sinopsis
Un Viaje Mágico de Romance Épico

Layla
Después de tres años cuidando de su madre agonizante, Layla Callaway
descubre que fue adoptada bajo circunstancias inusuales. Siguiendo un críptico
mensaje que la lleva a buscar a su familia biológica en Oregon, Layla desarraiga su
vida para descubrir la verdad sobre su pasado. Y a sí misma.

Quin
El carisma natural de Quin es atractivo para muchas mujeres, pero él anhela
a la única con la que ha estado soñando toda su vida. Cuando ese día llega, no
solo queda sin aliento, sino que es desafiado con el reto de su vida: una necesidad
innata de mantenerla a salvo y por siempre a su lado.

El Enemigo
A través de la manipulación y la magia negra, Agro utiliza los poderes de los
demás para aumentar su supremacía y riqueza. Cuando descubre que Layla no
murió al nacer, se dispone a encontrarla y poseerla.

Saga Mystic #1

3
Prólogo
Traducido por LizC
Corregido por Nony_mo

En la Actualidad. Maine.
El poder genera oro; el oro concibe poder. En ambas cuentas, Agro era un
hombre rico. Durante más de sesenta años, su supremacía ha sido igualada por
pocos y obstaculizada por ninguno. No porque no hubieran intentos. Desafíos y
disputas estaban alrededor de cada esquina… tontos ignorantes dispuestos a morir
por creencias lamentables, impotentes corazones crueles demasiados estúpidos
para dejar lo pasado en el pasado. Ambos casos eran risibles y completamente
bienvenidos. Agro disfrutaba aplastando las insignificantes vidas que se
interponían en su camino. Era uno de los placeres más gratificantes de la vida, una
realización que pocos recibían y aún menos aceptaban, una delicia que Agro
envolvía como a un hijo perdido hace mucho tiempo.
En cuanto al oro, siempre estaría dispuesto a añadir otra pieza de valor
incalculable a su inmensa colección de artefactos, y en su opinión, uno nunca
puede tener demasiado dinero para jugar. Pero incluso en un mundo donde los
deseos podrían cumplirse con el movimiento de una mano, no todo el mundo
tenía el ingenio para reunir los tesoros que él había obtenido.
No siempre había sido así. Cuando fue adolescente, Agro se vio obligado a
ganar sus posesiones por medio del duro esfuerzo en trabajos degradantes,
acumulando una escasa colección que avergonzaría a un vagabundo. A los
diecisiete años, había abandonado la humilde moderación. Armado con
determinación mortal, se dispuso por su cuenta a construir su vida en torno a un
nuevo conjunto de normas… normas que cientos seguirían para su vigésimo quinto
cumpleaños.
Ahora, sabio y robusto a los ochenta años, comandaba a una serie de
subordinados dispuestos a hundir puñales en sus entrañas para complacerlo, un
simple chasquido de sus dedos podía partir en dos los sudados muslos en su 4
campamento, y su fortuna haría a un magnate petrolero de Texas mear sus botas y
bajar sus sombreros en vergüenza.
Sí, Agro había estado cosechando las recompensas de sus andanzas durante
décadas. Sus deseos habían sido entregados ahora a él. No en bandejas de plata,
sino en bandejas de diamante. Él había dejado la plata que había saqueado
durante años a sus soldados, elevando la moral y solidificando lealtades.
Y el más leal de los peones se acercaba a él.
A medida que la familiar pisada se hacía más fuerte, Agro bajó su copa,
volviendo sus ojos color naranja a la entrada de su espaciosa tienda. Su segundo al
mando, un bruto obediente con más músculos que cerebro, dio un paso a través
de las solapas de lona, dejando caer su mirada a la antigua alfombra persa.
—Señor —saludó.
—Farriss —respondió Agro—. ¿A qué debo tu repentina aparición?
—Garran Bram está aquí para verlo —respondió Farriss.
Agro se encogió de hombros.
—Probablemente vino a pedir más tiempo.
—Dice que tiene alguna información interesante para divulgar. Algo que le
gustaría saber.
—¿Ah, sí? —murmuró Agro, levantando una ceja. No podía imaginar qué
tipo de información útil, posiblemente, podría tener un delincuente como Garran.
Sin embargo, su interés se disparó—. Muy bien. Trae al chico aquí.
Farriss se apresuró a salir de la tienda, y Agro llenó una copa de
incrustaciones Alejandrinas con vino mientras esperaba, pensando un poco en qué
clase de información útil podría añadir intriga a un día de otra manera aburrido.
Farriss regresó, casi empujando a un mago desahuciado envuelto en una
capa marrón en mal estado. O tal vez era una capa blanca apelmazada en suciedad.
El hombre desnutrido cayó de rodillas y se quedó mirando a los pies de Agro con
los ojos muy abiertos, su frente brotando con gotas de sudor, su laringe temblando
a través de su pulso acelerado.
Agro disfrutó el ambiente de temor rodeando al canalla, pero no había
excusa para su higiene lamentable. Un barrido mágico de la mano mejoraría su
apariencia diez veces.
5
—Farriss —dijo Agro, observando a su compañía de grasoso cabello negro.
—¿Sí, señor? —respondió Farris.
—Puedes irte.
El bruto se inclinó, luego se despidió y Garran tembló, ofendiendo a los
sentidos de Agro con su hedor.
Agro arrugó su nariz y sacó una ramita de sándalo desde una mesa auxiliar,
flotándola entre él y la chusma.
—¿Tienes tu impuesto, Garran? Me debes desde hace más de un mes. No
muchas personas se salen con la suya en eso.
El temblor de Garran se tornó violento, intensificando su hedor.
—N-no, señor. N-nunca he tenido esa cantidad de di-dinero.
—Eso es porque lo derrochas en los juegos de azar.
—Los malditos seres sin magia amañan sus competencias —maldijo Garran.
—Tal vez deberías haber considerado eso antes de malgastar tu dinero en
sus juegos y fecundar a una de sus perras —desdeñó Agro—. Te saqué de un
atasco. No hago esas cosas de forma gratuita. Yo te rasco la espalda, tú rascas la
mía. Hipotéticamente, por supuesto —añadió, observando las uñas sucias y
dentadas de Garran.
—Por s-s-supuesto, señor —tartamudeó Garran.
Agro puso los ojos en blanco mientras sorbía su vino, agitando
continuamente la ramita fragante.
—Farriss dice que tienes algo interesante que decirme. ¿Es esto un intento
de pagar tu deuda?
—S-sí, señor.
—Mírame cuando te hablo.
Garran levantó la cabeza.
—L-lo siento, señor.
—Y deja de tartamudear. Me está alterando.
—S-sí, señor.
6
Agro dejó su copa a un lado. Y entonces, una pipa de marfil apareció en su
mano.
—Bueno, manos a la obra. ¿Qué tienes de interesante?
Garran tragó saliva, mirando como Agro encendía su pipa con la punta de
su dedo en llamas.
—Escuché un rumor —reveló Garran—, que una vez perdió algo muy
preciado para usted.
La mirada de Agro vagó mientras trataba de recordar algo que hubiera
apreciado, pero nada vino a su mente.
—¿De qué estás balbuceando?
—Un niño, señor —explicó Garran—. Un niño que quería pero que no pudo
tener.
Agro tomó una bocanada de la pipa mientras pensaba. Con los años, había
habido muchos niños que deseó conseguir pero no pudo, y siempre estaba un
poco decepcionado cuando uno evadía el reclutamiento. Pero su único y
verdadero arrepentimiento había sucedido hacía veintiún años antes, cuando había
perdido el único hijo que más quería. Su sangre todavía hierve cuando piensa en lo
que ese niño podría haber contribuido a la Elite Oscura… o, como a sus enemigos
les gusta llamarlos, Los Imperdonables. Agro sonreía cada vez que imaginaba a una
víctima quemada y moribunda susurrando el temido apodo: Imperdonables. Tenía
cierto encanto.
Se puso serio y volvió su atención al bicho a sus pies.
—Hubo muchos niños que quise conseguir y no lo hice. Vas a tener que ser
más específico.
Garran asintió ansiosamente.
—Sí, por supuesto. Usted está bajo la impresión de que este niño nunca
nació. Cree que murió en el vientre… —Se calló cuando Agro entrecerró los ojos en
él, pero después de una respiración rápida, se apresuró a continuar—. Escuché
decir a un hombre que lo habían engañado. El niño fue puesto a salvo y vive para
el día de hoy.
La pipa y la ramita de sándalo se desvanecieron cuando Agro se inclinó
hacia delante, sus fosas nasales dilatadas de ira y disgusto.
Garran retrocedió, temblando de nuevo.
7
—L-lo siento, señor. No quise dar a entender que es un tonto, ni nada así.
Eso es lo que dijo el hombre.
—¿Qué hombre? —Agro hervía de furia—. ¿De dónde sacaste esta
información?
—Él no quiso decir su nombre —respondió Garran—. Yo estaba en una
taberna en New Hampshire, pensando en mis cosas, cuando él se sentó y me invitó
a una copa.
Agro se puso de pie y comenzó a caminar, jugueteando con el cuarzo
ahumado incrustado en la hebilla de platino de su cinturón de oro.
—¿Qué más te dijo?
Garran miró temerosamente los gestos agitados de Agro, claramente
dividido entre rogar por su vida y huir de allí.
—Él dijo que había pasado veintiún años desde que el gran Agro había sido
tomado por un tonto. Y yo lo defendí, señor. Dije que nadie llama a Agro un tonto.
Agro es un buen hombre que ayuda a las insignificantes personas como yo. Pero el
desconocido solo se rio y dijo que lo habían engañado.
Agro dejó de caminar cuando oyó la línea de tiempo.
—¿Qué más dijo el desconocido?
—Él me dijo que usted cree que la niña murió, pero ella está viva, viviendo
en algún lugar de Oklahoma, en una comunidad sin magia.
Agro dio la espalda al soplón, sus músculos tensándose. Si lo que el
desconocido reveló era cierto, él había sido tomado por un tonto. La ira hirvió,
quemando sus ojos y pulmones. Así que la niña estaba viva… una mujer de veintiún
años de edad viviendo en una comunidad no mágica en Oklahoma. Pero, ¿quién
era el desconocido en la taberna? Les había costado un gran sacrificio garantizar la
seguridad de la niña. Entonces, ¿por qué, veintiún años después, alguien revelaría
descaradamente el secreto?
¿Quién era esta tercera facción desconocida que había descubierto la
verdad cuando él, el gran Agro, no lo había hecho? ¿Y por qué el hombre pasó
libremente dicha información valiosa a una rata sin valor como Garran Bram?
—¿Qué aspecto tenía el extraño? —preguntó Agro en voz baja.
—Era joven, señor —respondió Garran—, más de veinte años, con la piel
blanca y el cabello corto de color marrón claro o rubio oscuro, como prefiera
8
ponerlo. Y tenía un corto bigote y perilla. Nunca vi sus ojos. Llevó lentes de sol
todo el tiempo.
—Información inútil —siseó Agro. El mago desconocido pudo haber
transformado fácilmente su aspecto antes de revelar su secreto. Solo sus ojos
hubieran sido genuinos, el color y los detalles del iris, pero los había mantenido
oculto sabiamente.
Agro se volvió, mirando hacia abajo a su compañía desagradable.
—¿El extraño te dio más información sobre la niña?
—No, señor, solo lo que le he dicho.
—¿Has compartido esto con alguien más antes de venir a mí?
Los ojos de Garran se abrieron de par en par a medida que se apresuraba a
negar con la cabeza.
—No, señor. Por supuesto que no. He venido directamente a usted.
Agro golpeteó una uña en su sien, considerando un plan de acción.
—Lo he hecho bien, ¿cierto? —preguntó Garran, comenzando a relajarse.
Agro miró hacia abajo.
—Sí, Garran, lo has hecho bien, lo que me otorga el más mínimo matiz de
pesar por lo que debo hacer a continuación.
La expresión esperanzada de Garran se encrespó en confusión para
entonces cambiar en miedo cuando Agro levantó una mano. Garran abrió la boca
para gritar, pero el grito murió en su garganta a medida que su cuerpo se
solidificaba en una horrible escultura de hielo con ojos aterrorizados y una boca
retorcida. La mano de Agro cayó a un costado, y el hombre congelado se hizo
añicos. Con una sacudida más de la muñeca, los fragmentos volaron fuera de la
tienda.
Lástima, reflexionó Agro. Entonces su copa y pipa reaparecieron a medida
que llamaba a Farriss.

9
1 Traducido por Selene1987 y Otravaga
Corregido por Nony_mo

En la Actualidad. Oklahoma.

L
ayla Callaway, es una joven saludable y desesperadamente sola;
perdida en un abismo desamparado y pesimista desprovisto de placer
y propósito. Su descensión en el vientre de la bestia solitaria había
llevado tres años; tres años de dolor emocional y miedo devastador. Aunque
siempre estuvo lo suficientemente consciente para discernir la profundidad de su
desesperación, la esperanza había menguado, llevándose con ella la motivación
para resurgir.
Ni siquiera sumergiéndose en los recuerdos de la infancia podría frenar el
dolor de Layla. Tan rico como fueran, generosos en amor, felicidad y paz, todos
ellos protagonizados por Katherine –la madre de Layla, su mejor amiga, y único
familiar– y ella se había ido, había muerto dos meses antes, cuando un gran
derrame cerebral apagó sus luces tres años atrás, dejándola inválida.
—Tres años —vaciló Layla, sentada sola en el semáforo de Gander Creek.
La luz cambió a verde, y ella apretó el pedal del acelerador de su Taurus,
pasando frente a tiendas de segunda mano, negocios en general, y peatones. Con
el tiempo dejó el centro de la ciudad y aceleró, suspirando con nostalgia ante las
nubes grises que rodaban por el oeste.
El mal tiempo de Oklahoma era una de las pocas cosas que Layla aún podía
apreciar… el poder indómito que achicaba el alma, intrigaba la mente y despertaba
los sentidos. Pero aunque la muerte de Katherine no había sofocado el amor de
Layla por las tormentas, había embotado la emoción que le provocaban. Ella y
Katherine ya no se podrían sentar juntas en el porche, actuando como niñas
mientras observaban las nubes arremolinarse con gracia feroz, contando los
segundos entre la luz y el sonido de la tormenta, incitándose cada una a mayor
anticipación del viento azotando y la lluvia golpeando.
10
Como de costumbre, los recuerdos de Layla dieron un giro triste.
Gotas de lluvia gigantes ocasionalmente golpearon su parabrisas cuando
estacionó tras la cafetería, haciéndole recordar la noche en que encontró a su
madre inconsciente en el suelo. La imagen quedaría siempre grabada en su mente,
frecuentando sus sueños cada noche. Un equipo médico logró revivir a Katherine,
pero su sistema nervioso se había apagado. Sin embargo, su cerebro era un
misterio que ni siquiera tres años pudieron revelar. Incluso los médicos de las
grandes ciudades no pudieron responder a las preguntas de Layla sobre las
capacidades mentales de Katherine, así que durante tres años, Layla actuó como la
cuidadora de su madre, sin saber si entendía las palabras, recordaba el pasado o
reconocía la voz y el rostro de su hija. De cualquier modo, Layla siempre trató a
Katherine como si su cerebro funcionara correctamente, y se negó en redondo a la
posibilidad de un asilo. ¿Qué eran tres miserables años, después de todo, en
comparación con todos los maravillosos años que Katherine había cuidado de ella?
Al menos el tiempo que pasó cuidando a su madre hizo que Layla se centrara y
tuviera un propósito. Con ese propósito muerto y desaparecido, la vida ahora era
vacía.
Layla ató la goma negra en su cabello y luego soltó una respiración
profunda, intentando enderezar los hombros, pero solo llegó a mitad de camino
antes de darse por vencida. Oh, bueno. Hora de ir a trabajar, con mala postura y
todo eso.
Tiró de los nudos de su delantal mientras entraba en la cafetería, arrastrando
los pies junto a un bar anticuado mostrando los típicos cubiertos grasientos.
—Maldito delantal —murmuró, luchando con un nudo bastante resistente
mientras entraba en la sala de descanso.
—¡Sorpresa!
Layla soltó una maldición y saltó del susto, dejando caer el delantal para
agarrar el pomo de la puerta. Cuando recuperó la compostura, miró a su alrededor,
encontrando a dos de sus compañeros, Travis Baker y Phyllis Carter, al lado de una
tarta casera con las palabras “Feliz 21 Cumpleaños” escritas sobre la parte superior.
—¿Hoy es tres? —chilló Layla—. ¿De marzo? —Ella estaba bastante mal.
Había olvidado su propio cumpleaños.
Travis atrajo a Layla para darle un abrazo mientras le lanzaba a Phyllis una
mirada de: “Te lo dije”.
11
—Demonios, Layla —le reprendió con suavidad, inclinándose hacia atrás
para mirarla de frente—, te has ido y has olvidado tu vigésimo primer cumpleaños.
—Su tono se iluminó a medida que alzaba las cejas, intentando hacerla reír—. Creo
que ya es hora de que salgas una noche. Ya sabes, pintar de rojo la ciudad. A este
lugar le vendría bien un poco de color, y tú necesitas salir. Creo que lo primero,
será emborracharte. Luego encontraremos a un granjero dispuesto a satisfacer
todos tus deseos más traviesos.
En muchos sentidos, Travis era una paradoja. Un chico nacido y criado en el
campo, que trabajó en la granja familiar hasta que su padre falleció. Queriendo
dinero, su madre vendió la tierra, y se mudaron al pueblo cuando él tenía diecisiete
años. Ahora, con veintitrés, aún vestía su delgado cuerpo de un metro ochenta y
dos con unos Wranglers ajustados y botas de cuero, y fácilmente podría hacerse
pasar por una estrella en el circuito profesional de rodeo, pero no todo era lo que
parecía con Travis. Sí, podía manejar un rancho y todo su funcionamiento interno,
pero no lo haría sin un MP3 lleno de canciones alegres. Travis era un homosexual
abierto… el único del pueblo.
Layla había sido testigo de las persecuciones de Travis en todo Gander
Creek demasiadas veces como para contar. Había sido rechazado diariamente por
sus ciudadanos de mente cerrada, y a veces se preguntaba cuánto más podría
soportarlo. Se quedó por su madre, cuya salud había menguado tras un infarto, y si
Travis era algo, es que era devoto a su madre. Así que se quedó en un pueblo
donde la mayoría de la gente hacía un juicio injusto, soltaba calumnias o
simplemente lo miraba de reojo con disgusto.
Layla adoraba a Travis. Él era lo más cercano a un amigo que tenía, y era la
única persona que podía llevar una genuina, aunque fuera a medias, sonrisa a su
cara.
—Es muy dulce de tu parte ofrecerme un granjero complaciente, Trav —
contestó ella sarcásticamente, lanzándole una sonrisa elusiva—. Pero
emborracharse y sentirse como una vaca lechera no es la medicina favorita de todo
el mundo.
—Dios sabe que es la mía —discrepó Phyllis, dándole un abrazo—. O solía
serlo de todas maneras. Hoy en día lo es un baño caliente y un buen libro. Pero soy
una mujer mayor, cariño. Tú eres joven y preciosa.
Layla sentía varias cosas, pero ninguna de ellas era que fuera joven o
preciosa, pero como la mujer cariñosa que era constantemente, Phyllis siempre
decía cosas así. La regordeta de cincuenta y cuatro años quedó viuda joven y sin
hijos, y permanecía así, perfectamente contenta de pasar sus días trabajando duro
12
en la cafetería solo para regresar a una casa vacía. Ella era su propia compañía
agradable, según decía en su defensa, y Layla lo creía. Phyllis era una persona
incesantemente positiva y casi siempre tarareaba una melodía alegre cada vez que
caminaba por la casa.
—No es como si tuvieras noventa años, Phyllis —dijo Layla—. Podrías pasar
los siguientes veinte o treinta años consiguiendo citas.
—Amén a eso —me defendió Travis.
Phyllis puso sus ojos color avellana en blanco tras sus gruesas gafas.
—Rayos. Eso significaría dejar a un lado mi libro y ejercitar. Además, soy
aficionada a los rollitos de mermelada y los otros dulces que venden aquí.
—Sabes —dijo Travis, empujando a Phyllis con un codo huesudo—, a
algunos hombres les gusta más el acolchado para el empuje.
Layla se ruborizó, y Phyllis sonrió, echando a Travis con una mano llena de
joyas.
—De todas maneras —cambió de tema, sonriéndole a Layla—, feliz,
cumpleaños, cariño. He hecho tu tarta favorita: chocolate negro con relleno de
moca.
Layla se frotó el estómago.
—Mmm… ¿intentas que engorde?
—Podrías darle algo de comer a esos huesos —sermoneó Phyllis.
—Bueno, esa tarta podría hacerlo —dijo Layla—. Gracias.
—Un placer. Ahora bien, Travis me convenció para dejarlo elegir a él el
regalo. Pero… —Alzó el dedo índice, advirtiendo a Travis que no interrumpiera—,
debo admitir, hizo un trabajo excelente.
La boca de Travis cayó abierta.
—Vaya, Phyllis, si sigues haciendo esos cumplidos y cocinando tan bien,
podría ponerte un anillo en el dedo.
Phyllis puso los ojos en blanco pero rio como una colegiala. Travis tenía una
manera de aumentar la confianza en una mujer.
—¿Y qué me has traído, Trav? —dijo Layla apremiándolo.
13
Conociendo a Travis, era algo entretenido y considerado. Normalmente le
regalaba poesías graciosas escritas en flores de papel o en mariposas de servilleta,
y en algunas contadas ocasiones, le había traído velas extranjeras provistas por su
amplia colección de amigos de internet.
—Bueno, aún no voy a dártelo, señorita —negó con una sonrisa—, a menos
que accedas a tomarte una copa conmigo después del trabajo.
Bla. Layla no sabía cómo era un bar. Jamás había ido a uno y no tenía
ninguna razón para que no le gustaran, pero no tenía ningún interés en ver a la
gente que frecuentaba el abrevadero local. Tendía a ser una combinación
incómoda de borrachos locales, chismosos del pueblo y gente con la que había ido
al instituto, y todos sabían lo de la muerte de su madre. Gander Creek era un
pequeño pueblo donde los únicos temas de conversación eran la religión, el
tiempo, las muertes y el gay que trabajaba en la cafetería, así que ella sabía que el
asunto de su vida personal había viajado entre las lenguas de los aburridos
ciudadanos. Sería tonto involucrarse en algún lugar social con cualquiera de ellos.
Si no la bombardeaban con falsa simpatía, o la evitaban en general, le preguntarían
qué estaba haciendo esos días, y tristemente, no tendría ninguna respuesta.
—¿Qué tal esto? —sugirió ella—. Tú compras el alcohol, y lo bebemos en mi
casa. También puedes venir, Phyllis. Jugaremos a las cartas o algo así.
Layla sabía que Travis quería quejarse. Este plan anulaba la parte en la que él
le conseguía a un granjero, pero debió haberlo pensado mejor, porque suspiró y
recogió el regalo de la mesa.
—Solamente a ti no te importaría un comino ser manoseada en tu vigésimo
primer cumpleaños. Toma —dijo, sus ojos grises azulados brillaron con orgullo
cuando le entregó un paquete perfectamente envuelto.
Layla le regresó la sonrisa y miró hacia abajo, se sonrojó un poco mientras
deshacía con cuidado el envoltorio de una gran caja verde. Por alguna razón,
recibir regalos de una persona que no fuera su madre siempre la ponía nerviosa,
sentía que jamás expresaba lo suficiente su gratitud, así que su ansiedad se disipó
cuando vio la caja de joyería. Sin duda Travis no le compraría joyas. Pero lo había
hecho. Le había comprado el collar más hermoso que jamás había tenido en sus
manos.
Una gran trenza de platino se enrollaba sobre una gran piedra ovalada, que
al principio brilló de un verde esmeralda, pero que al mirar más de cerca reveló un
tono esmeralda moviéndose por encima de un profundo negro y otros tonos
oscuros de verde, como líquido en movimiento. 14
El pecho de Layla se llenó de una mezcla de culpa y gratitud mientras
agachaba su cabeza hacia el collar, sobre todo para examinarlo, algo que hizo,
pero también al intentar contener y esconder las lágrimas. No había sido muy
buena amiga con nadie en mucho tiempo, y nunca había sido la clase de amiga
que se merecían Travis y Phyllis, sin embargo aquí estaban, regalándole una joya
preciosa. Dio un suspiro tembloroso, luchando contra las lágrimas que
amenazaban con salir.
Travis se dio cuenta y se inclinó, buscando su cara escondida.
—El verde es uno de tus colores favoritos, ¿verdad? Pensé que iría genial
con tus ojos.
—Sin mencionar esa piel bronceada que tienes —añadió Phyllis, frotando el
bíceps de Layla.
Travis tenía razón en ambas cosas. El verde era uno de los colores favoritos
de Layla, y ya que sus ojos eran también verde esmeralda, el collar iría genial con
ellos.
—Es precioso —dijo ahogadamente, sintiéndose débil y tonta. Su cabeza
decía que no se merecía algo tan hermoso, pero sería maleducado por su parte
que su boca lo dijera—. ¿Qué clase de piedra es? —preguntó, aliviada al ver que
salió con naturalidad.
—Jade albita —respondió Travis—, una especie de jade birmano. Busqué en
internet durante tres días intentando averiguarlo, pero acabé llevándolo a un
tasador.
—¿No te dijeron lo que era cuando lo compraste? —preguntó Layla.
—Lo encontré en una tienda de segunda mano —explicó él—. Un anciano
estaba dejando algunas joyas cuando llegué, pero él no tenía ni idea de lo que
estaba dejando. El jade albita es una piedra bastante cara. —Él miró del collar a la
cara de Layla—. Entonces, ¿te gusta?
—Me encanta —respondió ella—. Es perfecto. Y tienes razón acerca de que
el verde es mi color favorito. —Levantó la vista, tratando de transmitir
agradecimiento con una sonrisa de entusiasmo—. Gracias. A los dos. —Estaba
agradecida por mucho más que la fiesta improvisada, la tarta y el regalo. Layla les
debía un agradecimiento por su cordura. Si no tuviera a Travis, podría haberse
alejado de la realidad por completo, y desde el derrame cerebral de Katherine,
Phyllis era la única persona que le ofrecía apoyo maternal.
15
—Me alegra que te guste —afirmó Travis—. De lo contrario Phyllis podría
haberme matado.
—Por supuesto —confirmó Phyllis, siempre dispuesta a hacerle pasar un mal
rato a Travis.
Layla sonrió ante sus bromas mientras sostenía el collar.
—¿Alguno de ustedes me ayudará a ponérmelo?
—Hazlo tú —le dijo Phyllis a Travis—. Yo serviré la tarta. Tenemos el tiempo
justo para un pedazo antes de comenzar nuestro turno.
Layla se volteó y levantó la coleta, dejando que Travis apoyara el jade albita
en el hueco de su garganta. Una vez que la cadena estuvo abrochada, se volteó y
levantó la barbilla.
—¿Cómo luce?
Travis silbó y alzó las cejas.
—¿Sé cómo elegirlos o qué? No me gusta presumir, pero yo tenía razón,
coincide con tus ojos perfectamente.
—Te encanta presumir —corrigió Phyllis, repartiendo pedazos enormes de
tarta—. Pero tiene razón. El collar se ve hermoso.
—Gracias —murmuró Layla, volviendo su atención a su plato.
Un momento de silencio pasó mientras comían, y como de costumbre,
Travis terminó primero.
—Phyllis, querida mía, si te pido que te cases conmigo, ¿me hornearás
dulces todos los días?
—¿Qué estaría consiguiendo yo con el trato? —Phyllis sonrió con
suficiencia.
Travis echó los hombros hacia atrás.
—Un joven semental, por supuesto.
—Hmm… ¿cuál es la tarifa de los sementales de caza estos días?
Travis sonrió mientras inclinaba la cabeza, rindiéndose ante la respuesta
ingeniosa. Entonces el jefe entró.
—Feliz cumpleaños, Layla. 16
—Gracias, Joe.
—Acomodé las mesas uno, tres y nueve —anunció—. Los dejaré a ustedes
pelearse por ellos.
—Ustedes terminen —ofreció Layla—. Tomaré sus pedidos. —Le dio el resto
de su pastel a Travis, luego recuperó su delantal, desempolvándolo mientras salía
de la sala de descanso.
El resto de su turno procedió sin incidentes, y estaba en un estado de ánimo
bastante decente gracias a la fiesta sorpresa y la furiosa tormenta fuera de las
ventanas cubiertas de vapor. No solo admiraba la misteriosa belleza y fuerza de la
madre naturaleza, también los torrentes de lluvia mantenían el ajetreo de la
cafetería al mínimo. Malo para las propinas, pero bueno para el estrés.
Poco después de la medianoche fichó su salida, y pacientemente esperó a
que Travis y Phyllis hicieran lo mismo. Luego los tres idearon una estrategia. Phyllis
seguiría a Travis hasta su casa para que él pudiera dejar su auto. Entonces se irían
juntos a casa de ella.
Genial, pensó Layla. Eso le daría tiempo para limpiar. No había tenido visitas
desde el día del funeral de su madre, y su desordenada casa lo comprobaba.
Una vez en casa, Layla se apresuró a recoger la ropa sucia, el correo basura y
los periódicos no leídos. Cuando sonó el timbre de la puerta, ella estaba
terminando con los platos.
—Adelante —gritó, secándose las manos en su camiseta.
Unos segundos más tarde, Travis y Phyllis entraron en la cocina, cada uno
con cinco botellas de alcohol.
—¿Qué hicieron? —preguntó Layla—. ¿Robaron el bar de camino acá?
—No —rio Phyllis, dejando las botellas sobre el mostrador—. El mueble bar
de Travis.
—Me gusta entretener —explicó Travis—. Y no sabía lo que prefiere la
cumpleañera.
Layla lo miró con recelo.
—Creo que todo esto haría un buen trabajo en emborracharme.
—Simplemente estoy dándote opciones, amorcito. Entonces, ¿jugo o soda?
Layla escaneó la gama de botellas de licor y mezcladores.
17
—Jugo.
—¿Y tú, Phyllis? —preguntó Travis.
—Tomaré lo que tome Layla —respondió Phyllis, sentándose en la mesa de
la cocina con una baraja de cartas.
Travis mezcló tres bebidas idénticas, adornando la de Layla con un lazo de
cumpleaños. Luego se unió a ellas en la mesa para un juego.
Cerca de la una en punto, el licor había relajado a Layla más de lo que había
estado en… bueno, no podía recordarlo. Y para las dos en punto, estaba
rotundamente borracha.
Travis y Phyllis observaron el apacible estado de ánimo de Layla y
decidieron aprovecharse.
—Así que… —comenzó Travis vacilantemente—, ¿qué sigue, amorcito?
Phyllis le lanzó una mirada de desaprobación, y él se encogió de hombros
en disculpa, pero la reprimenda fue innecesaria; la pregunta en general voló sobre
la entonada cabeza de Layla. Si ella no hubiese estado bebiendo, podría haber
notado el cambio en el lenguaje corporal o la repentina tensión en el aire. Para
como estaban las cosas, asumió que Travis simplemente estaba hablando sobre el
juego que estaban jugando.
—No sé, Trav. Es tu turno.
Travis contempló su mano.
—Entonces… —comenzó él una vez más. Luego se aclaró la garganta y miró
a Layla—. Sé que no te gusta hablar sobre tu vida personal, Layla, pero eres mi
amiga, y me gusta pensar que soy tu amigo. Y como tu amigo, quiero saber cómo
te está yendo y qué estás haciendo. Has estado encerrada en esta casa por mucho
tiempo. Hiciste lo correcto por tu mamá, pero ahora ella está… —Se interrumpió,
luciendo avergonzado.
Muerta. No tenía que decirlo. Layla lo sabía. Y sobre todo, tenía razón.
Layla mantuvo sus ojos en la mesa, triste y avergonzada.
—Eres mi amigo, Travis. Tú también, Phyllis. Los únicos amigos que tengo. Y
tienen el derecho a preguntarme cómo me siento y lo que estoy haciendo. —Ella
respiró hondo, obligándose a mirar a Travis a los ojos—. Lamento haberte dado la
impresión de que no deberías hacerlo. —Se sintió horrible de que Travis y Phyllis
18
pensaran que tenían que andar en puntillas a su alrededor. Nunca tuvo la intención
de que fuese así.
Phyllis puso una mano en el brazo de Layla.
—Recuerdo cuando comenzaste a trabajar en la cafetería, cariño. Te miré y
pensé “esa chica puede hacer lo que quiera; va a tener mucho éxito”. Eras tan
extrovertida y animada, por no hablar de que eras la cosa más hermosa que había
visto nunca. Ahora bien, sé que dejaste de lado todos tus planes cuando tu madre
enfermó, pero ahora es tu oportunidad de empezar de nuevo.
Layla agitó su cóctel en un ciclón, tratando de recordar la chica
despreocupada de su pasado. Hubo un tiempo en el que había cosas que soñó
hacer, lugares que quería ver, y relaciones que anheló formar, pero había pasado
tanto tiempo desde que cualquiera de esas cosas fuesen una posibilidad, se habían
convertido en ilusiones.
—Si no te importa que pregunte —continuó Phyllis—. ¿Cómo están tus
finanzas?
—Bueno —respondió Layla—, no lo sé, voy a reunirme con el abogado de
mi madre el lunes para averiguarlo. Ella tenía algo de dinero apartado para mí,
pero no sé cuánto, y la casa está pagada, pero no tengo ni idea de lo que vale.
Aparte de eso, tengo alrededor de tres mil en el banco.
Travis se estaba meneando en su silla, esperando que Layla terminara.
—Oye, ¿no dijiste una vez algo de querer vivir en California?
Desde que Layla podía recordar, Katherine habló de mudarse a la Costa
Oeste después de su graduación en la escuela secundaria. Había inventado cuentos
para antes de dormir acerca de visitar el océano, donde ellas conocerían personas
hermosas y vivirían una vida de cuento de hadas. Pero las historias eran sueños
lejanos ahora; habían flotado lejos junto con el espíritu de su madre.
—¿California? —preguntó Layla, levantando una ceja hacia Travis—. ¿Estás
tratando de deshacerte de mí?
—No, pero si vives allá, yo podría visitarte. Siempre he querido ver
California.
—Bueno, planifica unas vacaciones y reserva un motel, porque no hay
manera de que pueda permitirme un traslado a la Costa Oeste. El costo de la vida
ahí es ridículo.
19
—¿Qué es lo que quieres hacer entonces? —respondió Travis—. Sé que hay
más por ahí para ti que una sucia cafetería en la carretera. Sin ánimo de ofender,
Phyllis.
—Para nada —aseguró Phyllis—. Layla es demasiado buena para la cafetería.
—¿Ves? —insistió Travis—. Incluso Phyllis está de acuerdo conmigo.
Entonces, ¿qué es lo que quieres hacer ahora que ya no tienes nada reteniéndote
aquí?
Layla consideró esto mientras barajeaba sus cartas, pero el alcohol
entorpecía su proceso de pensamiento, y ni siquiera una mala excusa para un plan
de vida le vino a la mente. Tenía que darles algo. Estaban mirándola con
expresiones de esperanza, desesperados por ayudar.
—No sé —respondió finalmente—. Ha pasado un largo tiempo desde que
he pensado en cosas como esas. Supongo que esperaré hasta después de hablar
con el abogado de mi madre para sopesar mis opciones. Tengo mucho que
considerar mientras tanto.
Phyllis le dio una sonrisa maternal.
—No estamos tratando de apresurarte, cariño. Solo queremos que seas feliz.
Siempre has sido tan dulce y responsable. Creemos que es hora de que actúes de
forma egoísta. Es hora de hacer lo que es mejor para Layla.
—Gracias —murmuró Layla—. Estaría en muy mal estado si no fuera por
ustedes. Y prometo hacer un esfuerzo para… seguir adelante con mi vida. —Lo
decía en serio, pero no tenía grandes esperanzas por el intento—. Ahora… —
añadió, deseosa de abandonar el tema—, ¿podemos volver a este juego para que
así pueda patearles el trasero?
Y lo hizo, de hecho, les pateó el trasero. Luego les dio las gracias por todo
mientras los acompañaba a la puerta. Después de ver las luces traseras de Phyllis
desaparecer, ella entró y arrastró los pies hasta su habitación, cayendo en la cama
parcialmente vestida y totalmente atolondrada. Estaba sola de nuevo, sola con
nada más que sus pensamientos, y su cabeza estaba llena de ellos.
¿Podría realmente convertir su antigua, vacía y triste vida en algo nuevo, con
un propósito feliz? ¿Qué estaba reteniéndola? Su madre se había ido, nunca había
conocido a su padre, y que supiera no tenía otros familiares vivos. Era una mujer
solitaria. La única permanencia en su vida era una casa solitaria llena de tristes
recuerdos, un trabajo sin futuro, y un par de compañeros de trabajo que tenía la
suerte de llamar amigos. 20
Sus pensamientos se desvanecieron mientras se quedaba dormida, y por
primera vez en tres años, tuvo un sueño que no era una pesadilla.
Estaba de pie desnuda en el borde de un acantilado, elevándose sobre un
océano gris, con olas rompiendo abajo mientras el viento silbaba por el bosque
detrás de ella. La única fuente de luz era la luna, su reflejo ondulante iluminando el
mar como diamantes.
Layla no estaba inmutada por su inusitada desnudez, ni tenía miedo de estar
parada en el borde del acantilado. Estaba eufórica, tranquila pero henchida de
emoción, cada terminación nerviosa, hueso y folículo capilar crepitando con
embriagadora energía.
El viento se alzó, haciéndole cosquillas en su piel desnuda como delicados
dedos fríos, retorciendo y levantando sus rizos de ónice. Ella inclinó su rostro hacia
el cielo y cerró los ojos, concentrándose en el hormigueo de su cuerpo mientras
inhalaba el aire salado. Sintió como si pudiera caminar fuera del acantilado y volar
hacia la enorme luna. A un simple salto de ella, flotando con serenidad por encima
del interminable mar, un faro de paz tentándola a dar el salto.
Sus párpados se abrieron lentamente… y estuvo profundamente
decepcionada al ver el reloj en su mesita de noche. Cerró los ojos con fuerza,
tratando de recuperar el sueño, pero ya era demasiado tarde. Estaba
completamente despierta.

21
2
Traducido por Fanny
Corregido por Nony_mo

C
uando el despertador de Layla zumbó el lunes en la mañana,
ciegamente apretó varios botones y luego lo lanzó al suelo, temiendo
la reunión con el abogado de su madre, un hombre que nunca había
conocido. Mientras salía a trompicones de la cama, cerrando las cortinas sobre los
rayos del sol y el canto de los pájaros, sus pies se sintieron como si estuvieran
cubiertos de cemento.
Layla no sabía que Katherine tenía un abogado hasta después del derrame
cerebral, cuando un hombre llamado Gerald Greene la llamó sobre el cheque de
1.000 dólares que comenzaría a recibir cada mes. Aparentemente, Katherine había
arreglado un plan de contingencia, asegurándose que Layla sería proveída en caso
de su incapacitación. Cuando Layla le preguntó a Gerald de dónde estaba viniendo
el dinero, él dijo que no podía decirle. Ella se preguntó, tristemente, qué tipo de
sacrificios hizo Katherine para construir ese fondo de dinero para ellas, una sabia
inversión a pesar del precio. Si no fuera por ese dinero, Layla hubiera tenido que
trabajar horas extras, dejando a Katherine bajo el constante cuidado de extraños.
Un mes después de la muerte de Katherine, Gerald llamó de nuevo,
ofreciendo sus condolencias y sugiriendo que se encontraran. Katherine había
dejado algo en su poder, instruyéndolo a dárselo a Layla a su muerte, junto con lo
que quedaba de su fondo de dinero. Convencida que produciría un poco más de
confusión emocional, Layla se demoró un mes más antes de comprometerse a una
reunión. Ahora era tiempo de sacar su cabeza de la arena e irritar heridas que
nunca se curarían completamente.
Mientras sacaba el auto de la entrada, se maldijo por ser tan débil. Cualquier
cosa que Katherine legó debe haber sido de valor o no hubiera pasado las
molestias de un abogado. Podía haberlo mantenido en la casa como todo lo
22
demás que poseía. Layla lo hubiera encontrado eventualmente, una vez que
encontrara el coraje para explorar la habitación de Katherine.
La oficina del abogado estaba en un pueblo vecino a veinte minutos.
Mientras Layla conducía el tramo estéril de carretera de dos carriles, observó el
soso paisaje, tratando de enfocarse en algo más que la inminente reunión.
Algunos dirían que Oklahoma es un lindo estado y, de alguna manera, Layla
estaría de acuerdo. Le gustaba manejar por kilómetros sin ver ni una casa, y
apreciaba las vistas de las colinas y los cauces de ríos, sin estar obstaculizados por
las personas y sus proyectos. La ganadería, por otra parte, era abundante. Una
persona no podía manejar de un pueblo a otro sin ver vacas y caballos. Incluso
podrían ver una manada de búfalos o llamas. Pero Layla estaba cansada de eso.
Había vivido en Gander Creek toda su vida, y los campos de trigo, ríos y la
ganadería ya no eran interesantes.
La crítica evaluación de Layla sobre Oklahoma ocupó su mente hasta que
llegó a la oficina de Gerald Greene en la avenida de un centro comercial, momento
en el que la inquietud se apoderó de ella. Después de estacionar el auto, cerró sus
ojos y contó hasta veinte, tratando de encontrar compostura y fuerza.
—Esto es tan estúpido —se reprendió, saliendo del auto con piernas
sorprendentemente resistentes.
Las probabilidades eran que firmara algo y le sería dado una pequeña
cantidad de dinero… sin ningún tormento emocional envuelto. Y era poco probable
que el dinero la llevara a cambiar su vida, porque Katherine nunca había sido una
mujer adinerada. Había vivido día a día con el salario de una secretaria; había
comprado una casa pequeña de dos dormitorios hace dos décadas y nunca
consideró mudarse; recortaba cupones, compraba en tiendas de descuentos, y
conducía autos arreglados. No era el tipo de cosas que gente sentadas en
montañas de dinero harían.
Cuando Layla llegó a las puertas de la oficina del abogado, llenó sus
pulmones de aire y las abrió, entrando a grande zancadas. La sala de espera era
como cualquier otra sala de espera: un sofá, sillas acolchadas, una mesa de café
con revistas.
Una mujer levantó su cabeza de detrás de un largo escritorio.
—Hola. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Soy Layla Callaway, estoy aquí para ver a Gerald.
23
—Por supuesto —respondió la mujer—, vamos atrás. —Se levantó de su silla
y condujo a Layla por un corto pasillo, mirando hacia atrás a menudo—. Soy
Dolores, la chica de Gerald de los viernes. Layla está aquí —anunció, caminando a
través una puerta abierta.
—Oh, bien —respondió un hombre—. Entra.
Layla obedeció, rodeando la esquina para encontrar a un hombre fornido
como de cincuenta años estirando su mano a través de un escritorio desordenado.
—Es bueno conocerte finalmente, Layla. Katherine siempre se jactaba de su
niña pequeña.
Layla se las arregló para poner una pequeña sonrisa mientras estrechaba su
gruesa mano.
—Es un placer conocerlo también, Gerald.
—¿Te gustaría algo de beber? ¿Agua o café?
Debido a los nervios, había olvidado su café esa mañana, y se había estado
lamentando desde que salió de la entrada.
—Café estaría bien.
—¿Cómo lo bebes? —preguntó Dolores.
—Con bastante crema e, incluso, más azúcar.
Dolores asintió y se fue, cerrando la puerta detrás de ella, y los nervios de
Layla florecieron mientras el pestillo hacía clic en su lugar.
—Toma asiento —ofreció Gerald, sentándose—. Me gustaría decirte de
nuevo cuánto lamento tu pérdida.
Layla asintió mientras se sentaba, siempre insegura sobre qué decir a eso.
¿Gracias? ¿Está bien? Ninguna de las dos encajaba.
—Soy consciente que no tienes ni idea de qué esperar hoy —continuó
Gerald—. Katherine fue muy específica sobre su privacidad, pero lo que me dijo, lo
puedes saber ahora.
Layla consideró esto mientras Dolores regresaba con una taza humeante de
café.
—Solo le puse dos de azúcar —dijo, entregándole la taza—, pero traje más.
24
—Gracias —respondió Layla, viendo el azúcar extra. Tan pronto como
Dolores salió, Layla levantó los sobres y los añadió a su taza, bebiendo mientras
agitaba. La infusión no estaba lo suficientemente dulce ni lo suficiente fuerte, pero
era aceptable y apreciado. El café era una de sus cosas favoritas en el mundo, y no
había estado un día sin él en más de cinco años.
Dejó que el líquido calentara su garganta y estómago, luego continuó la
conversación.
—¿Cuánto tiempo ha sido mi mamá su cliente?
—Casi veintiún años —respondió Gerald.
La boca de Layla se abrió mientras unas cuantas gotas de café se deslizaban
sobre sus dedos. No podía creer que su madre hubiera conocido a este hombre
por veintiún años, pero ella no sabía nada de él.
—Katherine vino a mí en abril del 89 —explicó—. Estabas con ella en ese
entonces, así que supongo que te he conocido, pero eras solo una cosa diminuta,
tenías un mes de nacida.
—¿Qué te pidió hacer? —presionó Layla.
—Me contrató como asesor financiero. Llegó con algo de dinero y quería
usarlo sabiamente. También me dio esto. —Sostuvo un sobre manila—. Me dijo
que contenía información que quería que tuvieras una vez que cumplieras
dieciocho años y te hubieras graduado de la secundaria. Ella tenía toda la intención
de dártela personalmente, así que mis instrucciones fueron quedármelo hasta que
ella viniera a recogerlo, o hasta que muriera. Si moría antes de que tuvieras
dieciocho y te graduaras, tenía que guardarlo hasta entonces.
—¿Qué hay dentro?
—No lo sé. Katherine nunca me dijo.
—¿Entonces has tenido el mismo sobre por veintiún años?
—Sí, el sobre es el mismo, pero su contenido ha cambiado.
—¿Cómo es eso?
—En la primavera del 2001, Katherine sacó una hoja de papel y añadió unas
más.
El cerebro de Layla se puso en marcha, tratando de descubrir qué era tan
importante para intercambiarlo. ¿Por qué tenía que tener dieciocho y estar fuera 25
de la escuela para verlo? ¿Y por qué Katherine no le dijo sobre eso después de la
graduación?
—La última vez que vi a tu mamá —continúo Gerald—, fue poco antes de tu
graduación, cerca de tu cumpleaños número dieciocho. Me dijo que volvería
pronto por el sobre… tan pronto como pudiera reunir el coraje. —Sus tupidas cejas
grises se fruncieron mientras movía su cabeza—. Nunca la vi de nuevo.
Mientras Layla observaba la expresión de Gerald, un sentimiento de
admiración se precipitó sobre ella, respeto por la mujer que Katherine había sido.
Aquí estaba un hombre que había tenido poco contacto con Katherine, tan poco
que Layla nunca lo había conocido, sin embargo, entristecido por la pérdida.
Gerald enderezó sus hombros y aclaró su garganta.
—Cuando me enteré que ella estaba enferma, comencé a enviar los cheques
por su petición, pero todavía no podía darte el sobre. Había que cumplirse tres
condiciones. Tenías dieciocho y te habías graduado de la secundaria, pero
Katherine seguía viva. Creo que, por encima de todo, ella quería dártelo, y este
plan era un último recurso.
Layla aclaró su garganta, tratando de no sonar tan débil como se sentía.
—Estoy segura que ese es el caso.
—Así que, aquí estamos —dijo Gerald, levantando sus palmas—. Necesito
que firmes por el sobre y el dinero.
—¿De dónde vino el dinero? —preguntó Layla.
—Eso es algo que no puedo decirte —se rehúso él.
—¿Por qué no?
—Porque no lo sé. Katherine no me dijo. Solía molestarla preguntándole si
había robado un banco.
Se rio entre dientes, limpiando su bigote, y Layla tomó un sorbo, evadiendo
el gesto educado de reír con él.
—¿Cuánto hay ahí? —preguntó.
Gerald se puso serio rápidamente.
—Firmarás por 773.000 dólares.
26
Layla se ahogó, derramando el café por el frente de su camisa, y Gerald
saltó, apresurándose a un baño adjunto.
—Supongo que debería haberte advertido —dijo él, regresando con una
toalla de mano.
—¿Eso crees? —espetó Layla, frotando su pecho distraídamente. No estaba
molesta por su camisa, pero su mente giraba como un torbellino y sus pulmones
se sentían muy pequeños como para retener el aire—. ¿Dónde fue que… Cómo fue
que…?
—No lo sé, cariño, ella nunca me dijo. —Se estiró sobre el escritorio,
agarrando el misterioso sobre—. Quizá lo explique aquí.
Layla tomó el sobre, pero no lo abrió. Eso es algo que haría en privado.
—¿Ahora qué? —murmuró—. No sé qué hacer con tanto dinero. No puedo
salir de aquí con 700.000 dólares en mi bolsillo.
—773.000 dólares, y sí, ciertamente podrías intentar salir de aquí con billetes
de cien dólares cayendo de tus bolsillos, pero no lo aconsejo.
—¿Qué me aconsejarías? —preguntó ella.
—Bueno, hay un par de opciones. Hice que mi banco preparara un cheque
o, para evitar bloqueos, podríamos destruir el cheque y transferir los fondos
electrónicamente. De cualquier manera, tendrás que hablar con tu banco sobre
eso. La Corporación Federal de Seguro de Depósitos solo asegura hasta 250.000
dólares, así que tú banco probablemente sugerirá que abras cuentas adicionales o
colocar el sobrante en inversiones seguras. Si no te explican suficientes opciones,
estaría encantado de ofrecerte mis conocimientos legales sobre el tema, y podría
llevarte a través del papeleo que viene junto con eso.
Layla no confiaba en sí misma lo suficiente como para llevar por ahí una
pieza de papel que valía más de medio millón de dólares, así que se decidió
rápidamente por la segunda opción.
—Si pudieras transferirlo, de verdad lo apreciaría.
—Seguro. Pasaré por el banco durante el almuerzo. Debería estar hecho a
las dos.
—¿Necesitas el número de mi cuenta?
—¿Es la misma que tu mamá usaba?
27
—Sí.
—Entonces ya la tengo. —Revolvió los documentos sobre su escritorio y
luego limpió un lugar frente a ella, poniendo el papeleo—. Firma aquí, aquí y aquí.
Si tienes alguna pregunta, solo hazla.
—¿Qué hay sobre los impuestos? —preguntó—. ¿No le debo algo a alguien
por todo esto?
—Lo hacías, pero Katherine me pidió que me encargara de eso. Los detalles
están en la página principal. Muestra la cantidad original y detalla los impuestos y
sanciones.
Layla tomó su palabra y apenas miró las formas mientras las firmaba. Él le
dio copias y luego puso los originales en un archivador desbordante.
—Entonces, ¿eso es todo? —preguntó ella, mirando con ojos grandes.
—Casi —respondió él, entregándole un fajo de billetes de veinte dólares—.
Katherine quería que te diera algo de dinero para que vivieras. Se supone que te
compres algo de inmediato, sin peros. —Él rio de nuevo—. Extraño a tu mamá,
Layla, era una mujer feliz. Me gustaba llamarla Señorita Rayito de Luz.
—Señorita Rayito de Luz —murmuró Layla—. Le queda. —Katherine había
sido una persona muy feliz y positiva.
Gerald llevó a Layla a la puerta del frente, insistiendo que lo llamara si tenía
cualquier pregunta. Luego salió al sol, mareada por el reciente giro de los
acontecimientos. Estaba a mitad de camino a su auto cuando recordó el dinero
que llevaba en su bolsillo. Katherine había querido que aprovechara su riqueza
recién descubierta inmediatamente. Esto contradecía el sentido de moderación de
Layla, pero había sido su última petición. Además, su camisa permanecía
empapada en café.
Miró alrededor del centro comercial, buscando el tipo de lugares que
generalmente evitaba por sus precios. Después de un momento de duda, empujó
sus hombros hacia atrás y marchó a través del estacionamiento. Entró en la primera
boutique con la que tropezó, luego se detuvo dentro de la puerta, escaneando su
selección cara. Impresionada, casi se echa para atrás, pero luego vio un estante de
liquidación y fue hacía él.
Debido a que el empleado de ventas fue tenaz y Layla una presa fácil, el
vendedor arrojó una falda que ella nunca usaría, pero también proporcionó dos
pares de jeans prácticos y tres camisetas casuales, una que se puso fuera de la 28
tienda.
Mientras lanzaba sus bolsas en el auto, Layla se dio cuenta que era la
primera vez que compraba ropa nueva desde su graduación en la secundaria. Se
sintió bien sobre sus compras, pero no pudo ignorar la culpa, resultado del dinero
que gastó y el hecho de que se sintió bien para variar.

29
3
Traducido por Selene y Roxywonderland
Corregido por Nony_mo

N
ubes oscuras una vez más ensombrecían el cielo y el corazón de
Layla mientras llevaba sus bolsas a la casa, siguiendo un pasillo
lleno de fotos hasta su dormitorio. Arrojó su bolso en la cama, y el
sobre manila se deslizó fuera de él, atrayendo su atención. Se quedó inmóvil,
mirándolo como si fuera una araña de patas largas con colmillos. Luego reunió el
coraje para levantarlo, rápidamente yendo por el vestíbulo para no perder el valor
y arrojarlo dentro de un armario.
En cambio, fue hacia la mesa de la cocina y comenzó a prepararse una taza
de café, hurgando en el refrigerador buscando una manzana mientras hervía. Eso
era algo que había hecho casi todas las mañanas durante los últimos cinco años,
de modo que había perfeccionado el proceso, terminando de pelar y hacer las
rodajas de su fruta justo cuando el café se terminaba de colar. Después de añadir
azúcar y crema generosamente a una humeante taza, bebió de ella y se sentó
frente al sobre.
Durante unos minutos solo lo miró, armándose de valor para descubrir lo
que había dentro, pero cuando el vapor dejó de salir de su taza, la dejó sobre la
mesa para abrir el sobre con sus torpes dedos. Tragó el nudo en su garganta,
metió la mano y sacó varias hojas de cuaderno… una carta escrita a mano por su
madre.
Después de respirar hondo, puso el sobre en la mesa y comenzó a leer.
Mi querida Layla,
Si estás leyendo esta carta, significa que mi vida en la tierra ha terminado, y
que terminó demasiado pronto. Debes estar tan triste y sola en este momento.
Odio pensar en ello. Nunca quise dejarte.
30
Layla comenzó a llorar en la primera línea, por lo que se puso de pie para
buscar una caja de pañuelos. Una vez de vuelta en su silla, volvió a respirar hondo
y continuó.
Antes de ti, mi vida era tan vacía y triste, pero entonces llegaste, llenándome
con el amor más puro que pudiera imaginar. No podría haber pedido una hija más
perfecta. Siempre te he amado, desde el primer momento, pero con cada año que
pasó mi admiración y amor creció. Me cubriste de alegría, propósito y paz, y no
estaría completa sin ti. Gracias, mi preciosa niña, por hacer mi vida rica y
maravillosa.
Layla se secó los ojos y sonó su nariz, pensando que nunca lograría pasar a
través de cinco páginas de agitación emocional, pero tenía que intentarlo.
Dicho esto, debo revelar el verdadero propósito de esta carta y transmitir
mis más sinceras disculpas. Te he mentido, Layla, una y otra vez.
Esto pilló a Layla con la guardia baja.
Te voy a contar la historia como la conozco y rezo para que la entiendas. Así
que, aquí va. Como sabes, mis padres murieron cuando yo tenía diecisiete años,
dejándome sin familia. Pero lo que voy a decirte es algo que nunca he hablado
contigo, y por buenas razones. Es horrible, y lamento mucho tener que escribir
esto. No lo haría si no sintiera que mereces una sólida explicación. Así que
prepárate, y por favor perdóname por lo que debes leer.
Después que mis padres murieron, viví en mi propio pequeño apartamento
en Seattle. Durante tres años fui a pie a una fábrica de plásticos, para trabajar un
turno de diez horas, caminar a casa, comer, dormir y luego hacerlo de nuevo. No
tenía amigos, no tenía metas ni ambiciones. Mi vida estaba vacía y mi rutina me
estaba derrumbando.
La mujer sobre la que Layla estaba leyendo no sonaba para nada como la
madre que conocía.
Una noche, de camino a casa del trabajo, me sentí imprudente. Quise hacer
algo diferente, algo emocionante, así que me metí en un bar en un callejón. Fue
estúpido, lo sé, y tan pronto como lo hice, me arrepentí. Solo había cuatro clientes,
todos hombres, y una mirada me bastó para saber que eran malas noticias.
El corazón de Layla golpeó más duro y rápido.
Cuando me vieron, sonrisas iluminaron sus rostros ebrios, y supe que estaba
en problemas. Estaba en mi camino hacia la puerta cuando uno tomó mi brazo, y 31
lo siguiente que supe, es que estaba en el aire, en poder de cuatro de ellos. El
camarero salió detrás del mostrador, y le supliqué que me ayudara, pero él solo se
rio y cerró la puerta.
¡No! Lágrimas nublaron las palabras, ardiendo en los ojos de Layla a medida
que el pánico revolvía su estómago y retorcía su corazón, como si estuviera allí, en
ese bar mugriento, viendo todo.
Te ahorraré los detalles. Nadie debería tener que leerlos, menos tú. Una vez
que terminaron conmigo, me arrojaron en un contenedor de basura, pensando que
estaría muerta antes del amanecer.
Layla impactada sollozó, tratando de sacudirse la imagen del maltrecho
cuerpo de su madre tendido en un contenedor de basura sucio.
Pensé que estaba muerta. Pensé que estaba en el infierno, pero me las
arreglé para vivir el tiempo suficiente para que un recolector de basura me
encontrara. Fui una paciente de cuidados intensivos durante tres días, y cuando
todo estuvo dicho y hecho, tenía una nariz nueva, una nueva mandíbula, la visión
dañada de forma permanente, algunos huesos rotos y un útero estéril.
Layla volvió a leer la última frase de nuevo… y luego otra vez, su cabeza
dando vueltas. ¿Un útero estéril? ¿Significaba esto que ella era adoptada? ¿Por eso
nunca conoció a su padre? Katherine afirmó que él no quería tener hijos, así que lo
dejó fuera de todo. Bueno, eso todavía podría ser cierto si ella era adoptada.
Layla era un desastre, estaba confundida, impactada y tenía el corazón roto
por la horrible experiencia que había sufrido su madre. No podía poner nada en
perspectiva, de modo que se levantó para rellenar su café. Golpeó con sus dedos
de los pies sobre el linóleo y tamborileó con sus uñas sobre el mostrador, con
miedo a seguir leyendo, pero no podía descansar hasta que todo hubiera
terminado, así que se sentó y tomó un pañuelo.
No puedo imaginar cómo debes sentirte, así que no tengo palabras sabias
para eso. Supongo que voy a seguir con mi explicación.
Porque viví para testificar, los cinco hombres fueron enviados a prisión…
¡Bien! Pero deberían haber sido brutalmente golpeados, castrados y
encerrados en un contenedor de basura.
… y salí huyendo de la vida en la ciudad, terminando en Ketchum, Idaho, un
pequeño pueblo que me recordaba de mis viajes de esquí cuando era pequeña.
Tuve suerte de encontrar un puesto de secretaria en una empresa de contabilidad,
pero fuera de mi trabajo, era una ermitaña, escondiéndome del mundo. Caí en una 32
rutina cotidiana, lo cual me vino bien. Había aprendido lo que sucede cuando
buscas problemas. Los encuentras.
Pero a medida que los años pasaron, anhelé la única cosa que no podía
tener. Durante diez años no pensé en nada más que en el bebé que nunca sería
capaz de llevar en mi vientre. Finalmente, cuando cumplí treinta años, decidí
adoptar. No tenía los miles de dólares que costaría, y fruncieron el ceño ante mi
solicitud como madre soltera, pero no tenía nada más que solitario tiempo en mis
manos y nada podía disuadirme.
Por supuesto que nada podía. Cuando Katherine quería algo, un poco de
desánimo nunca le impidió seguir adelante. Layla amaba eso de ella. Layla amaba
todo sobre ella.
Por fin había encontrado un propósito, algo por lo cual trabajar, algo que
quería más que a nada, así que empecé a ahorrar dinero para los gastos de
adopción y abogados, e investigué todos los aspectos de ser una madre y padre.
Para ayudar a financiar mi objetivo, puse en renta el apartamento en el
garaje detrás de mi casa, pero Ketchum es un pueblo pequeño, y durante ocho
meses el apartamento estuvo vacío. Finalmente, en el verano del 88, una mujer
llamó a mi puerta para preguntar por el alquiler. Y tengo que decirte, Layla, ella era
hermosa, la mujer más perfecta que había visto nunca. Con el cabello como una
cascada de obsidiana y una piel oliva impecable. Era uno de los días más calurosos
del verano, y ella iba a pie, sin embargo, no había ni una gota de sudor en ella. Me
quedé muda mientras me hablaba, como si hubiera conocido a una estrella de
cine.
Me dijo que su hijo y su nuera estaban recién casados y esperaban un bebé,
y ella quería alquilar el apartamento para ellos. Dudé, preocupada de ser la casera
de gente que no conocía. Pero entonces me ofreció dos años de alquiler en
efectivo por adelantado y no pude negarme. El dinero era suficiente para contratar
a un abogado, el cual era el primer paso para tener un bebé propio. Una vez que el
acuerdo fue hecho y ella tenía la llave, me dijo que iban a llegar tarde esa noche, e
insistió en que no los esperara despierta. Estaba intrigada, y al día siguiente,
cuando los conocí, me sorprendieron.
Sus nombres eran Sarah y Chris, y ellos eran tan hermosos y estaban tan
enamorados. Mi amargo pasado me había llevado a formar una opinión poco
amable de la población masculina en su conjunto, pero Chris cambió eso. Él era
diferente a cualquier hombre que había estado a mí alrededor. Trataba a Sarah y a
su hijo no nacido como si fueran más preciosos que el aire que respiraba, y ni un
minuto dejó de anticipar las necesidades de Sarah.
33
Debo admitir que estaba celosa.
Por supuesto que lo estaba, simpatizó Layla con ella. Sarah tenía todo lo que
Katherine quería y perdió.
Pero no se quedaron por mucho tiempo, el corazón de Sarah era tan
bondadoso como el de Chris. Ella era muy amable, gentil, sensible, y ambos me
trataron como si fuera de la familia, algo que había perdido hacía años. Me
encontré usando parte de mis fondos para la adopción para comprar regalos a
Sarah y su bebé aún sin nacer, y lo hice sin ningún remordimiento en absoluto,
porque los amaba.
Cuando Sarah estaba en su cuarto mes de embarazo, se enfermó, y las cosas
tomaron un giro triste. Al principio, ella y Chris no me dijeron qué estaba pasando,
y yo no les pregunté. A pesar de ser más cercana a ellos de lo que había sido con
nadie en catorce años, a veces todavía se sentían como extraños, como si vivieran
en un mundo diferente al resto de nosotros. Pero a medida que pasaron los meses,
Sarah se puso peor, y finalmente me dijeron que sufría de una afección poco
común al corazón que no tenía cura. Por supuesto tuve preguntas, pero una vez
más, no las expresé. Solo vi como la enfermedad de Sarah la destruyó poco a poco.
También destruyó a Chris. Ambos menguaron físicamente, y no era raro
encontrarlos llorando.
Cuando Sarah estaba en el octavo mes de embarazo, sus padres y los de
Chris los visitaron, y el estado de ánimo de todos fue sombrío en un momento que
debería haber sido una gran alegría. Ellos nunca lo dijeron, pero sus expresiones
me dijeron que Sarah no iba a vivir. Recé todas las noches por ella y el bebé en su
vientre, pero solo la mitad de mis oraciones fueron contestadas. Una semana
después de la llegada de sus padres, Sarah murió dando a luz a una niña sana.
La boca de Layla se abrió. ¿Ella era esta niña? ¿Era esta mujer, Sarah, su
madre biológica?
Los padres de Chris y Sarah se fueron con el cuerpo, pero él y la bebé se
quedaron. Lo que sucedió después cambió mi vida de muchas maneras.
Chris me confesó que él y Sarah no habían sido completamente honesto
acerca de sus vidas, revelando la verdadera razón por la que se mudaron a
Ketchum. Me explicó, vagamente, que habían estado escondiéndose de un
peligroso grupo de personas que querían llevarse a su bebé. Él me aseguró que no
tenía nada que ver con autoridades del gobierno, pero no podía entrar en detalles
sobre la situación. Tuve que creerle, Layla. No podía desconfiar de alguien que
había albergado tanto amor y devoción intensa hacia su esposa e hija. Era obvio lo 34
mucho que se preocupaba por ellas, siempre, así que no lo presioné para obtener
más información.
Él me dijo que tenía algo importante que hacer, algo absolutamente
necesario, y que no creía que fuera capaz de regresar. Fue entonces cuando me
hizo la oferta más dulce que me habían hecho nunca. Él quería que yo adoptara a
su bebé. Quería que me la llevara y la cuidara como si fuera mía.
Yo no lo podía creer, Layla.
Tampoco podía hacerlo ella.
Mi propia preciosa hija. Mis sueños estaban finalmente a mi alcance,
literalmente. Pero tenía que pensar en el bienestar de la bebé, así que traté de
convencerlo de quedarse. Me ofrecí a ayudarlo con los obstáculos de ser un padre
soltero, pero esa no era la razón del por qué se iba. Todo el asunto lo estaba
matando. La muerte de Sarah y su decisión de abandonarte lo aplastaron. Su dolor
y arrepentimiento eran obvios.
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué dejaría a su bebé recién nacida con alguien
que había conocido hacía menos de un año?
Así que, estuve de acuerdo. Adopté a una hermosa niña con piel suave de
color canela, rizos de color negro brillante, y ojos color verde esmeralda. Me
convertí en tu madre ese día.
Sí, estaba en lo correcto. Entonces, era adoptada. Toda su vida había sido
una mentira. No estaba segura de cómo sentirse acerca de eso.
Tu padre fue inflexible sobre tu seguridad. Él me pidió que cambiara mi
apellido, en ese momento era Moore, y me rogó que dejara Idaho sin decirle a
nadie a dónde iba.
Esto se estaba volviendo cada vez más extraño.
Estuve de acuerdo. Era lo menos que podía hacer. Estaba recibiendo tanto a
cambio. Él me proporcionó certificados de nacimiento, tarjetas de seguro social, y
suficiente dinero para vivir durante años. Y te proveyó con mucho más.
Entonces de ahí procedía el misterioso dinero. Su… tuvo un momento difícil
al pensar en la palabra papá… le había dado el dinero antes de dejarla.
Él quería que tuvieras la oportunidad de conocer a tu familia algún día, pero
me pidió que esperara hasta que fueses mayor antes de revelarte la verdad. Quería
que fueras una niña normal y te graduaras de la secundaria sin cargar con este 35
peso alrededor, y temía que tu seguridad fuera extremadamente comprometida si
buscabas a tu familia biológica de pequeña. Por todo ese peligro, no pudo ser
específico acerca de cómo localizarlos, y estoy segura que encontrarás las pistas
tan crípticas como yo lo hice. Pero él insistió que demasiada información podría
llevar a circunstancias peligrosas, por lo tanto, no discutí.
¿Por qué? ¿Por qué era tan peligroso para ella? ¿Qué podría representar tal
amenaza?
Esto es difícil de explicar en una carta, Layla. Planeo decírtelo yo misma
algún día. Esto es solo una precaución, en caso de no tener la oportunidad.
Ella no tuvo la oportunidad. Las lágrimas regresaron.
Te amo muchísimo cariño, y dado que estás leyendo esta carta, sé que estás
sin una familia en estos momentos. Pero tienes una allá afuera en alguna parte, y
les prometí amarte mucho. Vi el amor en sus corazones cada segundo que estuve a
su alrededor, y creo firmemente que tu seguridad era su mayor prioridad.
Renunciar a ti fue un intento desesperado para protegerte de una situación
peligrosa y triste, así sé que tu familia te extraña y te quieren de regreso. Estoy
segura que entenderán si no puedes o quieres encontrarlos, pero te ruego Layla,
toma la poca información que puedo ofrecerte y por lo menos trata.
Entonces, ¿tenía una familia por ahí, en alguna parte, esperando que los
encontrara? La absurda idea se hundió lentamente, muy lentamente.
Esto es lo que sé. Tus padres y abuelos ciertamente me dieron nombres
falsos, pero recuérdalos de todas formas porque tus abuelos lo harán. Sus
nombres, como yo los conocía, eran Chris Callaway (tu padre), Sarah Callaway (tu
madre), Jack y Susan Callaway (tus abuelos paternos) y, Paul y Dianne (tus abuelos
maternos).
(Yo elegí el apellido Callaway como nuestro nuevo apellido cuando te
adopté. Pensé que era apropiado y justo, y tu padre estuvo absolutamente de
acuerdo).
Chris nunca me dijo en dónde viven sus padres, pero admitió que los padres
de Sarah vivían en algún lugar cerca de Portland, Oregon. Él y Sarah tenían una
casa en la zona antes de mudarse a Ketchum. Portland fue donde él quería que
comiences tu búsqueda.
—Eso no es mucho para empezar —jadeó Layla.
Lo sé, es críptico, pero de acuerdo con tu padre, necesario.
36
Hay una foto incluida con esta carta. Las dos personas en esa imagen son tu
madre y padre el día de su boda.
Layla metió una mano temblorosa en el sobre, sacando lentamente una
fotografía de cuatro por seis.
El hombre era musculoso y escultural. Su cabello negro colgaba recto,
brillante y suave, y su mandíbula cuadrada igualaba su nariz angular. Sus ojos
esmeraldas parecían sonreír, y su piel oliva lucía oscurecida además por un
bronceado de verano. Él era la personificación de alto, moreno y guapo.
La mujer era menuda, aunque tonificada, con gruesos rizos de brillante
cabello dorado que caía en cascada hacía sus caderas. Sus suaves labios y mejillas
rosadas contrastaban a la perfección con su impecable piel marfil, y sus ojos
redondos brillaban azul aguamarina. Tenía los brazos alrededor de la cintura de su
marido, su cuerpo en dirección hacia él, y él tenía un brazo alrededor de sus
hombros y la mano opuesta sosteniendo su antebrazo. Ambos sonreían
hermosamente a la cámara, como si fuera un amoroso pariente mirando hacia
ellos, como si hubiera dicho algo dulce y entretenido.
Layla miró la fotografía por un largo tiempo, estudiando cada detalle: la
ropa imperecedera y el cabello descuidado no se veían como nada a otras
fotografías que había visto de los indignantes años ochenta. El vestido de novia de
corte griego podría haber sido comprado ayer o hace mil años atrás, y el hombre
vestía la siempre estilizada combinación de caqui y blanco.
Cuando los ojos de Layla vagaron de regreso a la carta, sintió como si
alguien más girara su cabeza. Como un sueño, ella no tenía ningún control o
influencia sobre sí misma o sus alrededores.
Son hermosos, ¿verdad?
Sí, lo eran, las dos personas en la fotografía eran las personas más hermosas
que Layla alguna vez haya visto, cosa que lo hacía más difícil de creer.
Y tan claramente enamorados.
Eso tampoco se escapó de la atención de Layla. Chris y Sarah lucían como
un poster para niños sobre la felicidad y el amor.
Tu padre me dijo que no mostrara esa fotografía a nadie, y quería que
fueses muy cautelosa acerca de a quién se la enseñas cuándo, y si, buscas a tu
familia. Así que el mejor consejo que te puedo dar sobre la fotografía es utilizar tus
instintos, porque por lo general están en lo cierto. Si sientes que algo está mal, 37
vete lejos.
La única otra pista que te puedo dar es la más extraña de todas.
—Más misterios —suspiró Layla.
Y quizás termine siendo la más útil.
Los ojos de Layla se estrecharon cuando su interés se disparó.
Tu padre me dijo que tu madre y él disfrutaban visitando Cannon Beach, un
pueblo costero al oeste de Portland. Por las imágenes que he visto, es una linda
comunidad con una vista al océano, así que te gustará. Espero que podamos ir allí
juntas. De todas maneras, dijo que si alguna vez ibas allí, debías ir a un lugar
llamado Cinnian’s Cannon Café, tienen un gran café, el mejor café del mundo.
¿Café? De todo lo que su… padre podría haberle dicho, de cualquier consejo
al respeto, ¿le dice dónde conseguir una buena taza de café? Bueno, a ella le gusta
el café, mucho, pero ese no era el punto, maldita sea. Ella podía hacer su propio
maldito café.
El raciocinio le falló.
Bueno, allí lo tienes. Sé que esto es un lamentable intento de una disculpa, y
un intento aún peor de una explicación. Con suerte seré capaz de decirte esto en
persona. No me gusta pensar en ti descubriéndolo de esta manera.
Por favor, perdóname. Perdóname por la mentira que has estado viviendo, y
perdona a tu familia biológica, también. Sé que te aman. Fuiste puesta a mi
cuidado como último recurso, y estoy tan contenta de que así fuese. Sé que es
egoísta de mi parte, pero no puedo imaginar mi vida sin ti en ella. Habría perdido
la cordura hace años si no me estuvieras bendiciendo con tus besos, abrazos y
sonrisas. Significan todo para mí. Así que, cualquier cosa que decidas hacer, sé
feliz. Te lo mereces, porque tú me has hecho la mujer más feliz del mundo. No fui
quién te dio la vida, pero tú eres la que me la dio a mí, y espero sinceramente
haber sido la madre que te mereces, a pesar de mi falta de honestidad.
Te quiero mucho, mi querida Layla, y te echaré de menos como loca cuando
me haya ido.
Te ama por siempre y para siempre,
Mamá.
P.D: Buena suerte con tu búsqueda. Sé que puedes hacer lo que te
propongas.
38
Layla se quedó mirando la última frase por varios segundos, observando las
palabras desdibujarse mientras las lágrimas inundaban su visión y el dolor
apretaba su corazón. Luego dejó la carta a un lado, apoyó la mejilla contra la fría
superficie de la mesa, y lloró. No ahogó sus lamentos, jadeos y lágrimas. Ni
siquiera se limpió la nariz. Durante mucho tiempo había guardado todo en su
interior. La presa se había reventado.
Permaneció así durante horas. A veces los sollozos se convertían en gemidos
y los ríos de lágrimas se transformaban en goteos constantes, y en ocasiones su
pecho se hinchaba de emoción, lo que hacía que fuese difícil respirar. Para las
cinco en punto sus ojos estaban secos, aunque hinchados y ardiendo, y el oxígeno
viajaba constantemente a sus pulmones.
Despegó la cara de la superficie de formica de la mesa y lentamente giró la
cabeza, con cuidado de no empeorar la contractura en su cuello. La emoción y el
nuevo conocimiento pesaban mucho en su cuerpo y mente, por lo que
letárgicamente se fue para hacer una tetera de café fresco.
Tendría que leer la carta de nuevo. No había manera de evitarlo.
Información incoherente rodaba por su cabeza como canicas. Apenas podía hacer
que dos más dos fueran cuatro, y mucho menos sumar el hecho de que era
adoptada. No ayudaba que se estuviera muriendo de hambre, así que se hizo un
sándwich, se sirvió un vaso de leche, y se sentó, con valentía recogiendo la carta.
Cuidadosamente la leyó seis veces más, y cada vez, las lágrimas fluyeron
cada vez menos. Para la séptima vez, no llegaron en lo absoluto.
La información estaba clara en su mente, pero había demasiadas piezas
faltantes como para sacar conclusiones. ¿Por qué se escondían sus padres
biológicos? ¿Qué, exactamente, había llevado a que su seguridad disminuyera? ¿A
dónde se fue su padre? ¿Estaba vivo todavía? Si es así, ¿por qué no volvió? Tantas
preguntas sin respuestas, tantas emociones encontradas.
Layla tomó la fotografía y la volvió a examinar, viéndola de manera
diferente, creyendo ahora que sus ojos eran del mismo color que los de su padre.
Ahora que había absorbido correctamente lo que revelaba la carta y lo aceptaba
como cierto, pudo ver con claridad las semejanzas entre ella y ellos.
Tenía el cabello azabache, los ojos de color verde esmeralda y la piel
bronceada de su padre, y sus pestañas eran tan gruesas y negras como las suya,
pero tan largas como las de su madre. También heredó la ancha boca de su padre,
pero aparte de eso y su color, ella lucía como su madre. Labios gruesos y curvados,
rizos en el cabello, ojos inusualmente redondos, una nariz pequeña, una mandíbula 39
delgada que conduce hacía unos pómulos altos, y una figura delgada y pequeña.
Sin embargo, Layla se preguntó quién le traspasó los pechos grandes y las caderas
curvilíneas, porque su madre no estaba ni cerca a estar tan bien formada como
ella. A pesar de ello, era obvio que estos dos extraños eran sus padres.
Entonces, ¿qué se suponía que debía hacer al respecto? ¿Ir en una búsqueda
inútil atravesando medio país? ¿Qué tenía para comenzar? Seis nombres falsos, la
amplia localización de Portland, una fotografía que se suponía no debía andar
exhibiendo, y una recomendación para un buen café.
¿Y si, por algún milagro, tenía éxito? ¿Qué esperaba encontrar? Su madre
estaba muerta. Y su padre, bueno, si no estaba muerto, era probablemente un
irresponsable. La seguridad podía irse al infierno; Layla no podía imaginar un
escenario que justifique a un padre dejando voluntariamente a su recién nacido sin
planes de regresar.
Su seguridad… otro vago y agravante tema. Parecía que podía estar en
peligro si trataba de encontrar a su familia por mucho tiempo perdida. Al parecer,
había estado bordeando el peligro toda su vida. Si la amenaza era real. Katherine
había clamado que la adopción era un último recurso necesario para la seguridad
de Layla, pero no había ninguna prueba. Además, Layla no tenía ni idea de si
alguien en su familia biológica aún vivía. Sus abuelos probablemente estarían
alrededor de los sesenta años. Si la muerte ya no los había reclamado,
probablemente estarían acosados con problemas de salud.
Abuelos… siempre había deseado tener abuelos.
No, no podía hacer esto. No podía imaginarse a sí misma con la extensa
familia que siempre había querido. Una cosa sería ir a Oregon para ver lo que
podría encontrar, pero ir esperando un milagro, eso sería una plegaría para la
decepción. Las pistas eran demasiado crípticas.
Layla pensó que su cabeza explotaría. Tal vez necesitaba descansar de todo
esto. Tal vez el mañana traería la racionalidad que la eludió esta noche.
Tomó una ducha, dejando que el agua caliente calmara su adolorido cuello,
pero no logró llevarse sus pensamientos… pensamientos de Oregon y el océano;
una buena taza de café en la ciudad costera de Cannon Beach; una abuela y
abuelo; tal vez incluso tías, tíos y primos.
Layla sacudió su cabeza debajo del chorro, tratando de disipar los castillos
en el cielo.
40
Se tumbó en la cama mirando los rostros de sus padres bajo la luz de la luna
esa noche, memorizando cada detalle. Cuando el cansancio finalmente derrotó a
su cerebro, soñó vívidamente.
Relajada y tranquila, se paraba descalza sobre rocas lisas, frente a un
agitado océano gris y tormentoso cielo, viendo la redada de las gaviotas y las olas
romper. Piedras resonaron detrás de ella, por lo que se tensó y giró, encontrando
los impresionantes rostros de sus padres biológicos. Ellos sonrieron cuando sus
ojos se abrieron como platos, y por un momento, Layla fue cegada por su belleza y
el brillo de los remolinos de niebla dorada alrededor de sus cuerpos. Cada uno
tenía un brazo extendido, y cuando Layla miró hacia abajo, ella los encontró
sosteniendo humeantes tazas de café.
Layla se despertó de golpe, y le tomó un momento recordar lo que había
estado soñando. Una vez que su visión se enfocó, lo único que pudo pensar fue—:
¿Qué raro?

41
4
Traducido por PaulaMayfair y Salilakab
Corregido por Mari NC

L
ayla despertó el martes sintiéndose aturdida y atolondrada, pero
después de una manzana y dos tazas de café, que bebió mientras
miraba la foto de boda de sus padres, encontró la energía para lavarse
y hacer un par de llamadas.
Cada movimiento que hizo desde que despertó, lo había hecho mientras
pensaba en la carta de su madre. Los hechos estaban en orden en su cabeza, y sus
opciones eran claras, pero cuál elegir no lo era.
Podía pasar por alto lo que había leído y continuar su vida como era, con
algunos cambios financieros, o podría ir a Oregon armada con nada más que pistas
vagas. Si era sincera consigo misma, ir a Oregon era exactamente lo que quería,
pero se resistía a abrirse a más decepción. Lo que necesitaba era la perspectiva de
alguien no involucrado, así que invitó a Travis y Phyllis.
Treinta minutos más tarde, llegaron, Phyllis con brochetas casera y Travis
con jugo de naranja y champán.
—¿Para qué es eso? —preguntó Layla, señalando las bebidas.
—Mimosas —respondió Travis—, para celebrar mi primera invitación oficial
a tu casa.
—Te he invitado antes —respondió Layla, sacando algunos platos del
gabinete—. ¿Cierto?
—No —respondió Travis—. A menos que cuentes tu cumpleaños, cuando yo
prácticamente me invité solo.
—Oh. Lo siento.
42
—No lo sientas —insistió Travis, preparándose para hacer estallar el corcho
del champán—. Entonces, ¿cuál es el motivo?
—Me reuní con el abogado de mi madre ayer.
—Oh, sí. ¿Cómo te fue?
—Les voy a mostrar —ofreció Layla, llevando los platos a la mesa—. Vamos
a sentarnos.
Phyllis repartió las brochetas mientras Travis mezclaba mimosas, y Layla
jugueteaba con la carta de Katherine, preparándose para dejar salir todo.
—¿Qué es eso? —preguntó Travis.
—Una carta de mi madre —respondió Layla—. Quiero que la lean y me
digan lo que piensan.
Travis y Phyllis se quedaron inmóviles, levantando las cejas con incredulidad.
—¿Estás segura? —preguntó Phyllis—. Eres una persona muy reservada.
—Estoy segura —respondió Layla, entregándoles la carta—. Pero quiero que
ambos terminen antes de decir cualquier cosa.
Travis y Phyllis se miraron entre sí. Entonces Travis se encogió de hombros y
puso la carta entre ellos.
Layla tomó un sorbo de su bebida mientras observaba sus expresiones,
adivinando en dónde estaban en la gran cantidad de información. Cuando
finalmente se encontraron con su mirada viéndose comprensivos, ninguno de los
dos habló, así que ella rompió el silencio.
—Loco, ¿no?
Travis asintió, todavía con la boca abierta, pero Phyllis tuvo más tacto.
—¿Cómo estás, cariño, en serio?
Si hubiera hecho la pregunta después de la primera vez que Layla leyó la
carta habría respondido con un sollozo, pero ahora había asimilado todo, estaba
llegando a un acuerdo con eso. Más o menos.
—Estoy bien —respondió, y Phyllis entrecerró los ojos—. En serio —insistió
Layla—, lo estoy. Ayer fue duro. En cierto modo tuve una gran crisis la primera vez
que la leí.
43
—Bien —aprobó Phyllis, palmeando la mano de Layla—. A veces todo lo
que se necesita para hacer frente a algo es un buen llanto.
—Tal vez. ¿Estás bien, Trav?
Él no se había movido ni un centímetro.
—Eh… sí —respondió, moviendo la cabeza—. Hombre, Layla, lo siento.
Simplemente no puedo creerlo. Debe haber sido un infierno leer eso.
—Sí, pero la séptima vez fue más fácil.
—¿Te hiciste esto a ti misma siete veces?
—Sí.
—Eres masoquista, Layla.
—Mira quién habla, Trav.
Travis se encogió de hombros porque no podía discutir.
—Entonces, ¿cómo te sientes?
—He pasado por todas las emociones en el libro —respondió Layla,
hojeando las páginas de la carta—. Estoy triste, confundida, sorprendida, entre
otras cosas. —No les dijo que estaba herida, porque no estaba segura de tener
derecho a estarlo, y no les dijo que estaba esperanzada, porque estaba demasiado
jodidamente esperanzada.
Travis se puso de pie y se colocó detrás de ella, envolviendo sus brazos
delgados alrededor de los hombros de ella.
—Lo siento, dulzura. ¿Hay algo que pueda hacer para que sea más fácil?
—Me alegra que lo preguntes —respondió Layla—, porque necesito la
perspectiva de alguien no involucrado. He llegado a un acuerdo con el hecho de
que soy adoptada, pero qué hacer a continuación es lo que no puedo asimilar.
—¿Conoces tus opciones? —preguntó Travis, tomando la silla a su lado.
—En su mayor parte.
—¿Estás inclinada hacia una en particular? —preguntó Phyllis.
—Sí —susurró Layla—, pero no estoy segura que sea la mejor idea.
—Quieres ir a Oregon, ¿no? —concluyó Phyllis.
44
—Sí —confirmó Layla—, pero tengo miedo. ¿Qué pasa si arrastro mi trasero
todo el camino hasta allá, doy vuelta a mi mundo al revés, y no hay nada que
encontrar?
—Pero, ¿y si lo hay? —contrarrestó Phyllis—. La vida no es nada si no corres
riesgos.
—¿Cuál es el último riesgo que tomaste?
—Dejé que Travis condujera hasta aquí.
Layla sonrió ante la sonrisa culpable de Travis. Luego se puso seria y bajó la
mirada.
—Sigo diciéndome que debo ir, solo para ver el lugar, que no
necesariamente tengo que buscar algo, pero me preocupa que un callejón sin
salida aplastará mis esperanzas sin importar lo que diga de mis motivaciones.
Oregon es un largo camino que recorrer para ser aplastada. Podría manejarlo
mucho más cerca de casa.
—¿Todavía consideras este lugar tu hogar? —preguntó Phyllis.
Layla ya no estaba segura de nada. Su hogar no era la casa o la ciudad. Era
su madre.
—Supongo que no —respondió ella—, ahora que lo pienso.
—En lugar de pensar en razones para ir —ofreció Travis—, pregúntate si hay
una razón para quedarte. Si no, ve. Si no a Oregon, a otro lugar. A menos que
quieras vivir el resto de tu vida en Gander.
Layla arrugó la nariz.
—Uff. No exageres.
—¿Tu mamá te dejó suficiente dinero para mudarte a la costa? —preguntó
Travis.
Layla se sentía incómoda diciéndoles exactamente cuánto dinero había en
su cuenta bancaria; se sentía culpable teniendo tanto.
—Hay suficiente para ir a prácticamente cualquier lugar.
—Ahí lo tienes —dijo Travis—. Si no quieres meterte con Oregon, siempre
está California.
Phyllis negó con la cabeza. 45
—Mira, Layla, si quieres conocer a la familia que has perdido, no deberías
dejar que el miedo se interponga en el camino.
—¿Así que crees que debo ir?
—Creo que tienes menos que perder y más que ganar al ir. Como has dicho,
simplemente ve a ver el lugar. No puedes perder algo que no tienes para empezar.
Si no hay nada que encontrar, vas a estar en la misma posición en la que estás
ahora. Si no lo intentas, te va a carcomer para siempre. Siempre te preguntarás lo
que podría haber pasado.
—Probablemente tienes razón —murmuró Layla—. Pero digamos que los
encuentro. Entonces, ¿qué? ¿Y si son unas horribles personas que no les importo
una mierda y alimentaron a mi madre con esas mentiras para hacerla sentir mejor?
—Un pensamiento horrible la golpeó, succionando el aire de sus pulmones—. ¿Y si
me odian por haber matado a mi madre biológica?
Travis tomó rápidamente su mano.
—Si eso sucede, voy a patearles el trasero personalmente todo el camino a
Nueva York.
Layla sabía que Travis no le haría daño ni a una mosca. Él era el bufón, no el
caballero. No obstante, apreció el sentimiento.
—Gracias, Trav.
—No creo que eso sea algo de qué preocuparse —ofreció Phyllis—. Si ese
fuera el caso, las pistas no sostendrían ninguna verdad en absoluto. Si ellos no te
quisieran, entonces no te habrían dado una manera de encontrarlos.
—Supongo que eso tiene sentido —concordó Layla, su temor al rechazo
hundiéndose, pero el miedo a la soledad permaneció, junto con el supuesto
peligro.
—No sé qué pensar de toda esta cosa del peligro. Es extraño.
Las cejas Phyllis se juntaron.
—No explica mucho acerca de eso, ¿verdad?
—No —resopló Layla.
—Pero parece dar a entender que el peligro ha pasado más o menos —
asumió Phyllis—. Ahora que ya eres mayor y todo eso, el riesgo es mínimo. ¿No es
la impresión que tienes? 46
—Sí —respondió Layla, mirando a su brocheta intacta.
—No estoy segura que deberías dejar que algún pequeño riesgo se
interponga en el camino de encontrar a tu familia —agregó Phyllis—. Odio
imaginarte en peligro, pero nadie se ha metido contigo en veintiún años. ¿Por qué
empezar ahora? ¿Cuáles son las probabilidades que te cruces en su camino en tu
búsqueda? No suena probable para mí.
La cruda verdad era que: Layla temía estar sola mucho más intensamente de
lo que temía al peligro inexplicable.
—No conocería a nadie allí —susurró—. Al menos los tengo a ustedes dos y
mi trabajo aquí, y conozco mi lugar. Estaría completamente sola en Oregon. Estaría
perdida. —Estaba apenada de admitir su miedo, y su cara lo demostró.
Phyllis sonrió y le acarició la mano.
—Eres una persona increíble, Layla. Has superado muchos obstáculos en tu
corta vida. Si alguien puede hacer esto con gracia y dignidad, eres tú. Será
aterrador estar en un lugar extraño sin nadie a quién recurrir, pero has enfrentado
cosas más aterradoras antes y todavía estás aquí para contarlo.
Eso era verdad, Layla no podía pensar en nada más aterrador que haber
encontrado a su madre en el piso después del derrame cerebral. Había sido un
infierno, las peores horas en su vida, pero lo había soportado hasta ahora al
sentarse y reflexionar sobre su pasado con unas mimosas.
—Si el miedo es la única cosa que te detiene —afirmó Phyllis—, no hay
nada que discutir. No voy a dejar que renuncies a algo tan importante solo porque
tienes miedo.
—Ella tiene razón —acordó Travis—. Si esto es lo que quieres hacer, nos
aseguraremos de que lo hagas. Así que, ¿ir a Oregon es lo que quieres?
—¿Qué hay sobre California? —replicó Layla tratando de ganar.
—California está muchísimo más cerca que Oregon de lo que está
Oklahoma. Y estás tratando de escapar. —Él la conocía muy bien—. No voy a dejar
que inventes excusas, Layla. Si Oregon es lo que quieres, contra viento y marea, voy
a llevarte hasta allá.
Layla no estaba segura de sí estaba dispuesta a comprometerse, de
abandonar la única vida que conocía en busca de lo que había perdido, la vida que
aún podría conocer, o podría nunca hacerlo. Las probabilidades de encontrar esa
vida distante no estaban de su lado, y el probable fracaso todavía le asustaba. 47
Travis se acercó más y se inclinó hacia delante, tomando sus manos.
—Sé que es una gran decisión Layla, pero posponerlo no va a hacerlo más
fácil. Solo lo hará más difícil. Si deseas encontrar a tu familia, tienes que tomar ésta
oportunidad por las pelotas, porque todos los días, las cosas cambian, los lugares
cambian y las personas mueren. Si lo que tu familia biológica le dijo a tu madre es
verdad, han estado esperando por ti por tres años. ¿Los harás esperar más tiempo?
Lágrimas brotaron de los ojos de Layla, mientras que su garganta y sus
manos se apretaban. El que Travis fuera tan sincero y serio era un testimonio de lo
mucho que se preocupaba por ella. A él le gustaba mantener las cosas ligeras.
—¿Qué hay sobre el trabajo? —preguntó ella.
—Vamos a tomar relevos hasta que Joe encuentre algún reemplazo —
ofreció Phyllis.
—Pero la casa será un problema de limpiar y vender —murmuró Layla.
—Ayudaremos —respondió Travis—, y si lo hablas con un agente, no
tendrás que lidiar con el asunto de la venta.
Layla se mordió el labio inferior, ¿Realmente iba a hacer esto?
—Necesitaré un lugar dónde quedarme.
—Tendremos uno para mañana —respondió Travis, con sus ojos
resplandeciendo de victoria—. Vamos Layla, si no fuera aterrador podría ser
emocionante. Si a todo lo que vas es a ver cosas y lugares nuevos, podría ser una
aventura. Y tal vez consigas más de lo que buscas. Quizás consigas una familia.
—¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí?
—Te voy a extrañar.
—También te extrañaré, cariño, pero tengo mis propios planes para salir de
Dodge, solo están en espera en estos momentos. Mientras tanto, necesito que
hagas esto por mí, para que así pueda vivir a través de ti.
—Yo también —añadió Phyllis—. No puedo pensar en nada mejor que ver
Oregon a través de tus ojos.
Ellos eran buenos, pensó Layla ligeramente divertida.
—No están jugando limpio —observó, y Travis le guiñó un ojo. 48
—¿Eso crees? Entonces, ¿qué piensas? ¿Oregon?
Lo hacían sonar tan fácil y natural, como si fuera el destino llamando a su
casa. Una vez que su decisión fue tomada, la adrenalina fluyó por sus venas,
incitando la piel de gallina y el nerviosismo.
Le dio a Travis una sonrisa nerviosa y emocionada, finalmente dando el
salto.
—Oregon.
~***~
Después de una semana, Layla se quedó sin excusas para quedarse en
Gander Creek. La casa estaba vacía y en venta, casi todo en ella había sido donado
a la caridad. Empacada en el auto de Layla estaban sus ropas, unos pocos objetos
sentimentales de su madre, pequeños electrodomésticos de cocina, y una enorme
caja de álbumes de fotos, marcos de fotografías y películas caseras.
Layla había solicitado la ayuda de Gerald Greene para vender la casa,
pidiéndole que tomara su cuota de la ganancia antes de donar el resto a la caridad.
Y lo había contratado para pagar sus cuentas y recoger su correo hasta que
pudiera proporcionar al servicio postal con una dirección adecuada.
Su auto tenía neumáticos de tracción nuevos y aceite fresco, el tanque de
gasolina estaba lleno, y la consola marcaba una carga completa de energía. Había
utilizado el viejo sobre manila, la carta y la foto estaban ahora colocadas en su
interior dentro de la guantera.
Travis y Phyllis se acurrucaron en sus chaquetas, ocultando sus orejas del
punzante frío al amanecer mientras permanecían de pie en la entrada de la casa de
Layla, esperando para despedirla.
—¿Lista? —preguntó Travis con una sonrisa.
Layla trató de devolverle la sonrisa, pero sabía que ésta era débil.
—Sí, eso creo.
—¿Estás emocionada?
—Esa es definitivamente una de las cosas que estoy sintiendo.
—Será genial —le aseguró—. Y si no te gusta, Gander Creek aún estará aquí.
—Supongo que sí —admitió—. Eso es un poco reconfortante.
49
Phyllis se acercó dando a Layla un gran abrazo.
—Llámanos en cuanto puedas o si necesitas algo. Vamos a querer escuchar
cómo están yendo las cosas. Recuerda que estamos viviendo a través de ti.
—Lo haré —acordó Layla. Luego su garganta se cerró cuando miró a
Travis—. Vendrás a visitarme ¿verdad?
—Por supuesto —respondió él—. Ese es el trato.
Los párpados de Layla se inundaron de lágrimas, desdibujando su rostro.
—Te quiero, Travis. Sé que suena tonto porque nunca lo hemos dicho antes,
pero… bueno, eres mi mejor amigo. —Las lágrimas se derramaron mientras ella
ahogaba un sollozo. Nunca se había dado cuenta de cuánto esperaba verlo en el
trabajo, ni había contemplado cuánto la había calmado cuando más lo necesitaba.
Él se había convertido en una persona infinitamente importante en su vida sin que
ella se diera cuenta o reconociera el hecho.
Envolvió sus largos brazos alrededor de ella, mientras ella enterraba su
tristeza y rostro avergonzado en su pecho.
—También te quiero —susurró él—. No conozco a nadie más como tú, y te
extrañaré como loco.
—Bien. Así tendrás que venir a verme pronto.
—Tan pronto como pueda.
La apretó antes de dejarla ir y Layla se limpió la cara.
—Quiero que ambos vayan a visitarme. Si el dinero es lo único que los
detiene, entonces yo compraré los boletos de avión.
Ellos asintieron en acuerdo. Luego los tres permanecieron en silencio e
inmóviles, mirándose con tristeza.
—Bueno —susurró Layla finalmente, tratando de parecer valiente mientras
abría la puerta del auto—, creo que voy a Oregon.
—Vas a estar bien —le tranquilizó Travis.
—Ella estará mejor que bien —aseguró Phyllis—. Estará genial. Llámanos
cuando llegues para saber que estás a salvo.
—Lo haré —acordó Layla—. Adiós Phyllis.
—Adiós cariño.
50
Layla combatió más lágrimas cuando miró a Travis.
—Nos vemos, Trav.
Él le dio un apretón en el hombro y la besó en la frente.
—Nos vemos cariño, conduce con cuidado.
Ella asintió y luego se metió rápidamente al auto, temiendo quizás poder
cambiar de opinión en cualquier segundo. Se quedó mirando a su casa por un
momento, absorbiendo los detalles y los recuerdos dentro de ella. Entonces le dio
a Travis y Phyllis un vistazo triste a medida que salía de la calzada, dejando
indefinidamente el único hogar que había conocido.

51
5
Traducido por Fanny y Selene1987
Corregido por Mari NC

D
espués de dos largos días en la carretera, Layla dejó Town Falls,
Idaho por su tercer y final tramo. Ansiosa porque el cansado viaje
terminara, se fue a las ocho de la mañana, entrando a Oregon a las
diez. Luego ganó una hora cuando entró en el horario occidental.
El comienzo de su viaje a través de las Montañas Wallowa transcurrió sin
incidentes, una autopista dividida en cuatro carriles serpenteando a través de
colinas rocosas, parcheadas de nieve, pasando ciudades de vez en cuando y
sumergiéndose entre montañas. Luego sus oídos comenzaron a doler mientras
ascendía la Colina Cabbage en la Montañas Blue, ominosamente llamada El Paso
del Muerto. El apodo la puso lo suficientemente nerviosa para estacionarse en el
descenso de la cumbre, determinada a saber más sobre el descenso al que se
enfrentaba. Además, necesitaba goma de mascar. Sus oídos estaban a punto de
explotar.
Mientras llenaba su taza de viaje con café, por suerte vio a un hombre
uniformado haciendo lo mismo, así que le dijo que era de Oklahoma y preguntó si
sus neumáticos de tracción la ayudarían a bajar la montaña. Él le aseguró que el
lado este del camino estaba libre de nieve, se tomó el tiempo de comprobar sus
neumáticos e incluso se ofreció a seguirla a lo largo de la montaña, insistiendo en
que de todas maneras su patrulla iba en esa dirección.
Con hielo o no, Layla estaba aliviada de tener a un representante de la ley
siguiéndola por el camino empinado y peligroso, especialmente cuando tomó dos
curvas cerradas en una inclinación de seis por ciento. Fue una experiencia
terrorífica, empeorada por carteles que decían Carretera de Camiones a 1
kilómetro.
Eventualmente los acantilados se abrieron a carreteras más seguras, el
amigable oficial salió por la interestatal, y la ansiedad de Layla se calmó. Sin duda,
52
la parte más peligrosa del viaje había terminado. El pensamiento se vio reforzado
cuando la interestatal se tornó aplanada y enderezada, llegando eventualmente al
Río Columbia y siguiéndolo al oeste.
Por un tiempo, las tierras del sur fueron planas y Layla pudo ver por
kilómetros, pero entre más lejos viajaba al oeste, más desigual se tornó la tierra,
elevándose a su izquierda y ocasionalmente a su derecha, atrapándola en
corredores de barro.
Cuando vio un letrero por The Dalles, una gran ciudad cerca de una enorme
represa, su anticipación se alzó. Sabía por investigar el viaje que pronto estaría en
la mitad más verde del estado, y después de manejar a través de montañas y
cañones cafés por más de ocho horas, estaba lista para el rico paisaje de
vegetación que difería enormemente de los campos de trigo de Oklahoma.
Cuando un puñado de árboles surgió sobre las colinas del norte y sur, altos
y de madera fina que le recordaba a Layla a un gran y duro caramelo, se removió
en su asiento, con ganas de ir más rápido, ansiosa por ver qué le esperaba. No tuvo
que esperar mucho. Pronto, las tierras se tornaron exuberantes hasta donde el ojo
podía ver, lo cual no fue muy lejos a medida que los árboles rodearon ambos lados
de la carretera. De repente, el día tres del viaje valió la pena completamente,
aunque fuera solo para contemplar la tierra más verde que había visto.
Letreros anunciando la Autopista Escénica del Cañón Columbia aparecieron
a la vista, y Layla miró el reloj, poco después de las cinco. De acuerdo a la
investigación, perdería la luz alrededor de las siete, lo que significaba que tenía
bastante tiempo para tomar el desvío.
El desvío resultó ser una de las mejores decisiones de su vida.
La ruta histórica escalaba el acantilado, estrecho, curvado y ensombrecido
por inmensos árboles que lucían delgados, pero solo porque su majestuoso peso
daba la ilusión óptica. Cornejos y robles que Layla hubiera considerado grandes en
Gander Creek fueron eclipsados por el cañón, luciendo más como arbustos que
como árboles.
Justo más allá del bosque, oscuro, cubierto de musgo y húmedo, había
torres de roca volcánica. De vez en cuando, el camino se abría en áreas de picnic,
con vistas de delgadas cascadas que bajaban por la cara del acantilado, pero Layla
las pasó, sabiendo que la cascada más alta de Oregon estaba a unas cuantas curvas
más adelante.
Llegó a las Cascadas Multnomah cerca de una hora antes del atardecer, 53
ignorando su burbujeante anticipación lo suficiente para organizar la mochila que
llevaba en lugar de un bolso. Después de comprobar por segunda vez su cámara y
las llaves, caminó al centro de visitantes y compró un pase para los parques
estatales.
Bien valía la pena, decidió, llegando finalmente a la piscina al final de la
cascada de dos niveles. Muy por encima de ella, un puente cruzaba la mitad
inferior de las cascadas, con una visión mucho más atractiva, así que Layla tomó
unas cuantas fotos de la piscina y luego subió hasta el acantilado, navegando
pacientemente a través de los turistas para reclamar un lugar privilegiado en el
pasadizo.
Imponente en su gloría no artificial, las cataratas surgían de las
profundidades de la Montaña Larch y se precipitaban poderosamente por la pared
del acantilado, arrojando un frío vapor que humedeció las mejillas de Layla.
Observó un largo tiempo, deleitándose con su fuerza bruta. Luego cerró sus ojos,
bloqueó la plática de los turistas y escuchó el rugido.
Tuvo un momento lleno de paz, imaginando ser la única presencia humana
entre la salvaje naturaleza, pero el dolor de la ausencia de Katherine le impidió la
perfección. Cada paso que Layla tomaba hacia la costa oeste se sentía como un
paso lejos de la mujer que la inspiró a hacer el viaje, como si estuviera
abandonando su antigua vida por una nueva que ya no incluía a Katherine.
Layla se sacudió la triste meditación de su cabeza y abrió sus ojos, tomando
varias fotos de las cascadas. Luego regresó a la tienda de regalos, llenándose de
postales para Travis y Phyllis. Mientras caminaba al auto, se quedó mirando una
postal ofreciendo su siguiente destino, el Crown Point Vista House.
Para el momento en que llegó al observatorio, el sol se estaba poniendo en
el horizonte occidental, iluminando parte de la octagonal Vista House en brillante
luz naranja. El edificio de dos pisos era hermoso, con ventanas de colores y un
techo en forma de cúpula, pero la vista panorámica del cañón era mucho mejor. Al
otro lado del río, la Cascada Range se elevaba en nubes naranja y vainilla, y el agua
debajo no podía decidir si quería reflejar el resplandor del horizonte o el
crepúsculo tintado de azul fluyendo del este.
Layla tomó más fotos, sabiendo que su mediocre cámara nunca le haría
justicia a las vistas. Luego subió a su auto una vez más, complacida por su
impecable sincronización. Ella y Travis no pudieron haber planeado mejor su viaje a
Oregon.
Para el momento que cargó gasolina y entró a Portland, los cielos estaban
privados de luz solar, una mezcla de azules y morados, por lo que era un manojo 54
de nervios mientras seguía sus instrucciones memorizadas. Hizo lo mejor para
mantener el límite de velocidad, sin embargo, otros autos volaron más allá de ella
como si estuviera presionando el freno. Casi se pierde la salida a Morrison Bridge,
una de los once que abarcaban el Río Willamette, y tuvo que cortarle el paso a
alguien.
—Upss.
Se estremeció y miró en el espejo retrovisor. El conductor estaba
indudablemente enojado, pero todo el mundo los bordeó y se cerraron a través de
las líneas del tráfico, así que Layla se perdonó fácilmente la equivocación.
Después de cruzar el río, hizo un camino directo al hotel del centro, y
respiró con facilidad por primera vez desde que había entrado a la ciudad, pero
cuando dio la vuelta a la cuadra para encontrar el estacionamiento, lo encontró
lleno.
—¿Ahora qué? —murmuró, dándole vuelta a la cuadra de nuevo.
Una multitud de peatones, bicicletas zumbando y autos coloridos la
intrigaron y desorientaron simultáneamente, y había comenzado a nublarse,
convirtiendo todo en un borrón grisáceo reflejando notoriamente las luces de la
ciudad.
Layla manejó a la siguiente cuadra, después la próxima. Luego siguió las
calles de una sola dirección de vuelta, encontrando otro estacionamiento lleno.
—¿Qué pasa con ustedes? —gruñó—. ¿No saben que es un día de semana?
—Aparentemente no les importaba, porque no había lugar de estacionamiento a
tres cuadras de su hotel.
Expandió su búsqueda, moviéndose constantemente más lejos de donde
quería estar. Para el momento que encontró un estacionamiento dispuesto a
tomar, había perdido la cuenta de cuántas cuadras había pasado.
No podía salirse de su asiento lo suficientemente rápido una vez que apagó
el motor. El maldito auto se sentía como una nave espacial tripulada por extraños
que no creían en calles de dos vías.
Abrió la cajuela, clavando sus ojos sobre la gran maleta que había
empacado para el hotel, y sus hombros se hundieron.
—De ninguna manera —decidió, metiendo ropa para un día en su mochila.
Después de ponerse una sudadera, se colgó la mochila al hombro y marchó 55
en la lluvia, la cual estaba más fría de lo que había pensado.
Cinco cuadras en Portland se sintieron como diez cuadras en Gander Creek,
y sus dedos se entumieron, pero estaba segura que el hotel estaba en la siguiente
esquina. Cuando giró a la izquierda y miró hacia arriba, encontrando una tienda de
ropa donde su hotel debería estar, su corazón se hundió y giró, sin ninguna idea
de dónde se equivocó.
—Oh, no —exhaló, sus ojos picando—. Oh, mierda. —De repente se sintió
pequeña y débil, un tonto pez nadando en un mar de tiburones.
Aturdidamente notó que estaba deteniendo el tráfico a pie y se movió
debajo del toldo de la boutique, parpadeando para detener las lágrimas mientras
sacaba su teléfono de su bolsillo. Pudo haber preguntado a uno de los peatones
por direcciones, pero estaba a punto de berrear y no quería hacerlo con un
extraño, así que marcó el número de Travis con dedos torpes.
—Hola —respondió él, y Layla casi sollozó su nombre.
—Travis.
—Hola, dulzura. ¿Qué pasa?
—Estoy perdida.
—¿Dónde?
—No lo sé. Ese es el punto. No podía encontrar un lugar para estacionarme
y tuve que manejar una eternidad por esas malditas calles de una vía, y pensé que
sabía cómo regresar al hotel, pero llegué aquí y es una boutique y no sé en dónde
me equivoqué.
—Layla —interrumpió Travis—, respira.
Layla obedeció, apretando sus ojos mientras tomaba una profunda
respiración.
—Entonces, ¿estás en algún lugar cerca del hotel? —preguntó Travis.
Layla abrió sus ojos y miró alrededor.
—Eso creo.
—Esos significa que llegaste —elogió Travis.
Layla puso sus ojos en blanco.
—Sí. Ahora estoy perdida bajo la lluvia.
—Te encanta la lluvia.
56
—Es cierto —susurró ella—, pero hace frío. ¿Puedes ayudarme?
—Soy un hombre de muchos talentos —se jactó—. ¿Hay alguna cafetería
cerca?
Layla frunció el entrecejo mientras miraba por la calle, encontrando un café
frente a la calle.
—¡Sí! —exclamó, preguntándose cómo la había encontrado tan
rápidamente.
—Bien —aprobó él—. Ve a buscar una taza de café mientras espero a que
mi laptop arranque.
Layla caminó.
—Soy un desastre, Travis.
—Sin café —contestó él—, sí, lo eres.
Layla suspiró y caminó hacia la cafetería, respondiendo a todas las
preguntas de Travis sobre su viaje.
—¿Entonces es tan bonito como dicen? —preguntó él.
—Más bonito —confirmó ella—. Espera. Voy a pedir.
Layla escondió el teléfono en su bolsillo mientras pedía y pagaba, apartando
la mirada llorosa del empleado. Luego regresó el teléfono a su oreja mientras
caminaba al exterior, sorbiendo la infusión caliente.
—¿Estás ahí, Trav?
—Sí, y mi ordenador está arrancando. ¿Qué dice tu taza?
Layla le leyó el nombre de la cafetería y esperó mientras él lo buscaba.
—Solo estás a una cuadra —dijo él.
Layla aguantó la respiración en sus pulmones.
—¿De verdad? ¿Por dónde?
—Al sur. Gira a la izquierda al salir de la cafetería.
Layla se volvió y se dirigió al sur.
—Me salvas la vida, Travis. No tienes ni idea.
—Me quedaré contigo por si acaso me equivoco —se ofreció.
57
—Gracias —contestó ella—. ¿Qué haría sin ti?
—Mirarías al empleado del café a los ojos y le preguntarías la dirección.
—Listillo. —Layla sonrió, rodeando otra esquina—. ¡Ahí está! ¡Lo
encontraste!
—Me alegra haber ayudado.
—Lo hiciste, enormemente. Estaba preparada para subirme al auto y
regresar a Oklahoma.
—Ni te atrevas —le advirtió Travis—. Tienes que darte más de un día.
Estarás genial, Layla, una vez que empieces a averiguar las cosas. Tienes más que
ofrecer de lo que Gander Creek puede soportar. Dale a la costa una oportunidad
para sacar lo mejor de ti.
—Tú sacas lo mejor de mí —contestó Layla—. Literalmente estaría perdida
sin ti.
—Entonces seré tu GPS personal. Tan solo prométeme que le darás a
Oregon una buena oportunidad. Necesito un lugar donde quedarme cuando vaya
allí.
—Claro —rio Layla, sabiendo que el animarla no tenía nada que ver con que
tuviera un lugar donde quedarse y todo que ver con su gran corazón.
Ella entró en el vestíbulo del hotel y caminó hacia un sofá, quitándose la
capucha de su sudadera mientras terminaba la conversación.
—De verdad que aprecio esto, Travis. Estoy caliente y seca por ti.
—Cuando quieras. Ahora ve a estirarte en tu cómoda cama, porque sé que
tus piernas están acalambradas.
—Un poco —confesó ella—. Ten el teléfono a mano mañana.
Probablemente me pierdo de nuevo.
—Me aseguraré de ello. Duerme bien, corazón.
—Tú también, Trav. Buenas noches.
—Buenas noches.
Layla colgó y miró el teléfono, deseando poder mostrarle a Travis lo mucho
que significaba para ella, pero había perdido la oportunidad de ser la amiga que él
merecía. Ahora lo único que tenía eran palabras a larga distancia. 58
Exhausta, siguió el consejo de Travis y se estiró en la cama tan pronto como
llegó a su habitación, deslizándose con flojera de sus jeans húmedos. Después de
lanzarlos a una esquina, alcanzó un lado de la cama y sacó dos fotografías de su
mochila.
Durante un largo momento se quedó mirando a la de ella y Katherine,
deseando que estuviera allí. Luego miró a la fotografía de sus padres biológicos,
preguntándose por qué ellos nunca estuvieron ahí.
Cuando sus párpados empezaron a mojarse y ser pesados, Layla escondió
las fotos bajo la almohada y apagó la lámpara, cayendo rápidamente en un letargo
sin sueños.
~***~
Layla se tomó su tiempo en salir de la cama el viernes por la mañana, pero
una vez levantada, no holgazaneó. Después de tomar una ducha caliente, y vestirse
con ropa cómoda, lanzó su ropa sucia a la mochila para así recordar ponerla en la
bolsa de la lavandería. Luego dejó vacía la habitación, esperando poder encontrar
un estacionamiento más cerca la próxima vez que regresara.
Pasando al lado de la cafetería del vestíbulo, se dirigió a la cafetería que
había visitado la noche anterior, dispuesta a arriesgarse en algo tan vital como un
buen café. Supuestamente la mejor cafetería del mundo estaba a una hora de
camino, pero se negaba a viajar a Cannon Beach sin un chute de cafeína. Además,
quería familiarizarse más con la zona alrededor de su hotel antes de aventurarse
demasiado lejos de él.
Así que eso fue lo que hizo. Toda la tarde caminó de manzana en manzana,
memorizando nombres de negocios, nombres de calles, y lo más importante,
localizando estacionamientos. Aunque estuvo ocupada aprendiendo, lo hizo
lentamente para no parecer que estuviera trabajando, tomándose su tiempo para
ver los escaparates, observando a la gente, y los parques; y encontró una papelería
donde podría enviar las postales a Travis y Phyllis. Cuando su estómago comenzó a
rugir, tomó un panfleto de una inmobiliaria y buscó un restaurante normal,
mirando listas de locales mientras comía.
Vio varias propiedades en Cannon Beach, con preciosas fotografías
incluidas, y de repente quiso verlas en persona, beber el mejor café del mundo
mientras caminaba por el océano.
—¿Lo quiere para llevar? —preguntó la camarera, sacando a Layla de su
ensoñación. 59
—Um… no, gracias —respondió ella, nerviosa por la urgencia sin explicar—.
¿Sabe qué hora es?
—Las cuatro y media —respondió la mujer.
La boca de Layla cayó abierta. No tenía ni idea que había estado caminando
por las calles tanto tiempo. Se puso rápidamente de pie, buscando una propina en
su bolsillo.
—¿Sabe cómo llegar a Cannon Beach desde aquí?
—Claro —respondió la camarera, sacando un cuaderno de su delantal—.
Querrá tomar la autopista Sunset. —Dibujó unas cuantas direcciones y se las
entregó—. ¿Lo entiende?
Layla vio el papel y apuntó hacia el sur.
—¿Por ahí?
—Exacto —confirmó la camarera—. Siga el Zoológico de Oregon y las
señales de Beaverton si se confunde. Los pasará de camino al salir de la ciudad.
—Gracias —le dijo Layla, agarrando su mochila. Luego se dirigió a su auto,
determinada a llegar a la costa antes del anochecer.
Mientras salía de Portland, pasando por el zoológico y algunos suburbios de
la ciudad, se preguntó si la Cinnia’s Cannon Café aún seguiría allí. Un número de
cosas podrían haber pasado en los últimos veintiún años: demolición, hipoteca,
embargo. Podría ser un Starbucks ahora. Se dijo a sí misma que no le importaría
mientras tuviera un café decente, pero sabía que era una gran mentira. No podía
negar su deseo profundo de ver dónde su madre y padre una vez estuvieron
sentados bebiendo su infusión favorita. Cuando se preguntó cómo les gustaría el
café, maldijo y subió la radio.
Sus oídos sintieron la presión mientras dejaba detrás el valle de Willamette,
siguiendo la estrecha autopista hacia el Coastal Range. Árboles colosales
bordeaban la carretera —cedros, abetos, cicutas— y sus grandes hojas bloqueaban
el sol, oscureciendo los dos carriles y reflejando el asfalto en tonos verdes.
Cuando la madera por fin se dispersó, salió el sol, prácticamente
deslumbrándola a pesar del cielo parcialmente nublado. Al haber estado en las
sombras tanto tiempo, en un túnel de árboles, la luz del día y la claridad fue como
aire fresco, como cuando se tumbaba en la cama cuando era niña y dejaba que
Katherine le tapara con una sábana fría. Aún no podía ver el océano, pero el
oxígeno que se colaba por la ventana de repente pareció salado. 60
Siguió las señales hacia Cannon Beach y siguió conduciendo hacia el oeste,
buscando el agua, la cual vio en la distancia con el tiempo, a través de huecos
entre los edificios.
Sin saber a dónde ir, siguió el tráfico hacia la calle North Hemlock, pasando
por tiendas y restaurantes que parecían más bien casas que negocios, y siguió
viendo el océano de vez en cuando en las intersecciones. Una carretera alineada de
hostales se acercaba a la playa, pero Layla mantuvo el ojo buscando un negocio en
particular. Después de conducir varias manzanas sin encontrarlo, suspiró y buscó
un estacionamiento, intentando negarse la decepción. Con tan solo una hora de
luz restante, no quiso perder el tiempo persiguiendo cafeterías imaginarias.
Cuando salió del auto, el viento helado despeinó su coleta, y rápidamente
agarró su cabello por encima de los hombros mientras se ponía la capucha.
Aunque no podía ver el océano, podía saborearlo en el aire salado, y podía oír sus
olas romperse en la orilla. Se recostó sobre su auto y cerró los ojos, preguntándose
cómo sería estar en la playa cuando sus sentidos estaban tan abrumados en la
distancia.
—¿Por qué especular? —murmuró, abriendo los ojos. Entonces se unió a los
peatones de la acera.
Rápidamente encontró una cafetería… pero no la que estaba buscando, así
que siguió caminando. Algunos escaparates la tentaron, particularmente aquellos
que ofertaban dulces de azúcar, pero quería encontrar una buena taza de café, la
mejor taza de café, y entonces iría a la playa.
Después de tres manzanas de esperanzas rotas, decidió descansar y volver,
visitando una cafetería distinta y quizás preguntar sobre la que no encontraba.
Se dirigió al siguiente paso de peatones, queriendo explorar el otro lado de
la carretera, pero cuando llegó a la esquina y miró alrededor, por fin encontró lo
que había venido a buscar.
Más grande de lo que esperaba pero tan encantadora como había
imaginado, el edificio en forma de L estaba en una esquina, una cubierta de
madera iba de una esquina a otra, proporcionando asientos y paisaje con mesas de
cedro y camas de flores. El lado más pequeño de la L estaba dirigido a una
pequeña librería llamada Enid’s, mientras que la parte más grande del edificio tenía
un gran letrero blanco en la entrada: Cinnia’s Cannon Café.
Layla se quedó helada. No podía mover sus pies. Un gran nudo consumió su
garganta y su estómago se retorció. Después de todos esos años la cafetería había
sobrevivido, haciendo que los recuerdos de su interior estuvieran vivos.
61
Intentó alejar el nudo, pero su boca estaba demasiado seca. Esto es
estúpido, desdeñó. Había buen café ahí dentro y ella estaba de pie fuera, temerosa
de moverse. Dio un largo suspiro, intentando relajarse. Luego se obligó a moverse,
paso a paso, temblorosamente.

62
6
Traducido por Helen1 y Roxywonderland
Corregido por Mari NC

E
l café era perfecto, exactamente como una cafetería debía ser, con un
esquema de colores chocolate y crema, mesas redondas y taburetes de
madera de respaldo alto, cómodos sofás y sillas frente a una chimenea
de leña. Y los aromas fueron celestiales. Layla quería café antes de entrar, pero
después de conseguir un olorcillo del lugar, lo necesitó como un adicto necesita su
dosis.
La tienda estaba llena y siendo atendida por una sola mujer, quien manejaba
bien la presión, cada movimiento perfeccionado e inconmensurablemente
agraciado. Era de la edad de Layla, pero un poco más alta con una actitud abierta,
y era hermosa, un punto brillante inusual en medio de utensilios de cocina
mundanos. Su largo cabello rubio colgaba recto y liso desde una raya media
impecable en su cabeza, contando con matices de miel y oro, y tenía un rostro
amable, con las mejillas redondas y una gran sonrisa exponiendo unos dientes
perfectos.
Cuando la línea avanzó, dándole a Layla un vistazo más de cerca, su boca se
abrió. Nunca antes había visto ojos como los de la dependienta. Alrededor de la
pupila, corría un delgado anillo de color verde pastel, que estaba rodeado por un
anillo más oscuro, luego otro. Continuaban así, cambiando sutilmente los matices,
hasta que llegaban al iris exterior, una capa oscura de verde bosque. Tenían que
ser lentes de contactos, concluyó Layla. Nadie tiene los ojos así.
Cuando el hombre frente a su izquierda se fue con su orden, Layla se acercó
al mostrador, tratando de no mirar fijamente mientras la dependienta escribía algo
en una libreta.
—Un segundo —murmuró, todavía concentrada en su memo.
63
Ella solo había dicho dos palabras, pero tenía la voz más hermosa que Layla
había oído nunca.
—Tómese su tiempo —respondió Layla, ridículamente impresionada por la
mujer.
La dependienta levantó la cabeza de golpe, escaneando a Layla con los ojos
entrecerrados. A continuación, suavizó el ceño y sonrió con cautela.
—Hola.
—Hola —devolvió Layla, completamente confundida.
La dependienta frunció el ceño.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Layla se aclaró la garganta, respondiendo en la voz más clara que pudo
reunir.
—Un café grande y um… —Maldita sea, había olvidado lo que quería. Lanzó
una rápida mirada al menú pintado a mano. Oh, sí—. Un pedazo de la torta de
chocolate con avellanas. Por favor.
La extraña expresión de la dependienta permaneció en su lugar mientras
repetía la orden.
—Sí —confirmó Layla, dividida entre mirar al mostrador y mirar fijamente a
los ojos multicolores de la extraña mujer.
La empleada totalizó la cuenta, luego expertamente preparó el café y el
postre, levantando la vista con frecuencia. Layla trató de fingir que no se dio
cuenta de las miradas, pero encontró sus propios ojos constantemente volteando
hacia la extraña y maravillosa mujer.
Una vez que Layla tuvo sus compras y su cambio, ella le ofreció a la
empleada una pequeña sonrisa.
—Gracias.
—De nada. Ten una buena noche.
—Tú también —murmuró Layla. Luego ambas fruncieron el ceño al mismo
tiempo, compartiendo una última mirada de confusión.

64
Layla se volvió y escudriñó la habitación, eligiendo rápidamente una mesa
en la esquina con una visión clara de toda la tienda, incluyendo el mostrador y la
mujer atendiéndolo.
El postre estaba excelente, suave como la seda y muy dulce, y el café fue, de
hecho, el mejor que había tenido alguna vez. Mientras comía, se imaginó cómo sus
padres se verían sentándose en cada mesa, pero la mayoría de ellas estaban
ocupadas, y aparte de la impresionante dependienta, nadie podía compararse con
sus hermosos padres.
Hasta que él entró.
La mirada de Layla vagaba sobre la puerta principal cuando ésta se abrió,
revelando a un hombre tan hermoso que su aliento quedó atrapado en su pecho.
Su reacción la sorprendió y avergonzó al mismo tiempo, pero no pudo apartar la
mirada mientras su cuerpo alto y bronceado se movía con fuerza, gracia y
propósito hacia el mostrador.
En lugar de entrar en la fila, se movió detrás de la barra y comenzó a ayudar
a la dependienta. Todo lo que Layla pudo ver entonces, era su espalda, pero a ella
no le importó. Se tomó su tiempo para examinar su cabeza, hombros, torso, y al
inclinarse hacia la izquierda, sus caderas, glúteos y piernas. Llevaba una camiseta
blanca, pantalones cortos marrones y cholas. Inapropiado para el clima, pero
fantástico para la vista.
Layla ladeó la cabeza hacia un lado, apreciando su estilo relajado y buena
forma. Luego su mirada regresó a su mitad superior, muy contenta de hacerlo. El
algodón blanco de su camiseta ondeó sobre el músculo mientras él trabajaba. Y su
espeso cabello, cuyo color era sorprendentemente similar a una taza de café fuerte
sostenido hacia la luz, brillaba en ondas sueltas, rozando sobre su nuca.
Justo cuando Layla deseó poder verle la cara de nuevo, preguntándose si
era tan hermoso como la recordaba, el último cliente en la fila se fue. La
dependienta se movió hacia el apuesto extraño, y él se inclinó, dejando que ella le
susurrara en su oído.
Ella debe ser su novia, concluyó Layla, tragada por una inesperada ola de
decepción. No es que ella nunca, ni en un millón de años, tendría el coraje de
hablar con alguien que lucía como él. Fácilmente podría ser una cara famosa y
emparejado por mucho con la impresionante dependienta.
Layla intentó forzarse a alejar su mirada, pero el intento no tuvo éxito y fue
bastante penoso. En realidad no quería apartar la mirada. Él podría desaparecer. 65
De repente, se enderezó y se volvió, mirando directamente hacia ella.
Layla jadeó y miró hacia abajo, el calor inundando su cara mientras su
corazón tronaba fuertemente. Se sintió como si él tuviera visión de rayos X,
mirando directamente a su alma, y por eso, ella no se atrevió a levantar la vista de
nuevo. En cambio, observó el café en el fondo de su taza, mortificada al ser
atrapada comiéndoselo con los ojos y preocupada de haber ofendido a su novia.
Layla quiso irse de inmediato, correr lejos de la situación ridícula y olvidar
que alguna vez pasó. No debería haber venido, salvo que… bueno, el café era
excelente. Maldita sea. Había volado su oportunidad para una recarga.
Respiró hondo, buscando el coraje para levantar la cabeza e irse, pero su
concentración salió volando en pedazos cuando una voz profunda habló,
acelerando su pulso ya apresurado.
—¿Te gustaría una recarga?
Layla levantó bruscamente su mirada, encerrándola en el hombre más
magnífico que había visto jamás. Su frente era mucho mejor que su espalda.
—Um… sí, claro —tartamudeó, sintiéndose como una completa idiota.
Él tomó su taza, una pequeña sonrisa curvándose sobre su fuerte mandíbula.
—Ya vuelvo.
Layla supuso que él se estaba riendo de ella en su cabeza, pero no podía
importarle menos. La pequeña sonrisa envió escalofríos de placer a través de su
pecho y cuello.
Una vez que él se alejó, solo entonces Layla tuvo la capacidad cerebral para
reflexionar sobre algo en absoluto, y se preguntó cuál era su problema. Claro, él
era el hombre más digno de enamoramiento que jamás había visto, pero había
vivido veintiún años sin volverse tonta por un chico. Derretirse como mantequilla
cuando él estaba cerca, la hacía sentir débil y ridícula.
Cuando él volvió, ella miró a la mesa, trazando patrones en forma de ocho
con los dedos través de su superficie pulida, tratando de no hacer su atracción
obvia, pero probablemente logrando el efecto opuesto. ¿Quién se sienta mirando
fijamente una mesa mientras traza ochos invisibles? Los locos y las personas
tratando de no mirar algo, eso es.
Él se sentó en la silla frente a ella, pero no le dio su café. Se limitó a mirarla
con intensos ojos marrones que eran tan oscuros que la pupila y el iris eran apenas 66
distinguibles.
—¿Cómo lo tomas? —preguntó él finalmente, levantando su taza.
—Con azúcar y crema —respondió ella, su voz quebrándose.
Le dio otra pequeña sonrisa, y Layla no pudo decir si era diversión o
simpatía jugando en sus preciosos labios.
—Tendrás que ser más específica —dijo, recogiendo la crema.
Más avergonzada que antes, Layla no pudo evitar sonrojarse, y sus palmas
se tornaron resbaladizas debido al sudor. Las secó en sus pantalones y se ordenó a
sí misma comportarse. Si se ponía peor, pensaría que había salido de un
manicomio.
—Yo lo haré —se ofreció, tomando la taza—. Le pongo mucha azúcar.
Él permaneció sentado, mirándola agregar los condimentos. Cuando ella
comenzó a espolvorear el azúcar, levantó una de sus oscuras cejas y una de las
esquinas de sus gruesos labios se curvó en una sonrisa.
—Eso es mucha azúcar.
Layla se estremeció, tratando de no mirar su boca.
—Todos tenemos nuestros vicios. El mío es el café realmente dulce.
Él no pudo mantener la mirada lejos lo suficiente como para que ella tomara
un sorbo, y ella se sintió tonta solo sentada allí, así que enderezó sus hombros y se
encontró con su mirada.
—¿Siempre te sientas y visitas las mesas de tus clientes?
—No trabajo aquí —replicó.
—Entonces, ¿por qué estás trabajando?
—No lo estoy. Más temprano estaba ayudando a una amiga. Ahora solo soy
un cliente sentado junto a una hermosa mujer.
Layla miró alrededor de la mesa, medio esperando encontrar a una linda
mujer. Luego regresó su mirada sospechosa al apuesto hombre.
—No eres un cliente —dijo, apuntando a la mesa vacía frente a él.
Su sonrisa se amplió y hoyuelos aparecieron bajo sus cinceladas mejillas.
Bueno, eso no es justo, pensó Layla, impactada por el increíble paquete
frente a ella. ¿Cuán perfecta puede ser una persona? 67
—¿Ayudaría si consigo una taza de café? —preguntó.
—¿Ayudaría a qué? —respondió ella.
—Hacerte más cómodo el sentarte conmigo.
Así que su vergüenza era tan obvia. Genial.
—Quizás, si me dijeras quién eres y por qué estás sentado aquí.
—Entonces conseguiré una taza de café —dijo, levantándose ágilmente de
su silla—. Ya vuelvo. —Caminó detrás de la barra y se sirvió, ignorando la mirada
mordaz que la dependienta le dirigió.
Layla no estaba segura de qué hacer con respecto a esto. ¿Por qué si quiera
le estaba prestando atención este más allá de hermoso hombre? ¿Y por qué la
hermosa dependienta actuaba tan extraño? Layla estaba perpleja; por lo tanto,
intrigada.
Cuando el atractivo hombre comenzó a regresar, Layla alejó la mirada a
nada en particular, esperando a que se sentara para continuar.
Su mirada se quedó clavada en el rostro de ella mientras añadía una
pequeña cantidad de azúcar a su taza. Entonces tomó un sorbo y dejó la taza a un
lado.
—Ahora bien, ¿qué es lo que querías saber?
Le tomó más tiempo del que debería a Layla recordar acerca de qué estaban
hablando.
—¿Quién eres?
—Cierto. —Enseñó sus hoyuelos mientras se estiraba desde el otro lado de
la mesa—. Mi nombre es Quinlan, pero la mayoría de la gente me llama Quin.
Layla aceptó tentativamente su mano, y su enorme mano envolvió la suya,
pero su tacto fue cálido y suave, haciendo que un hormigueo se deslizara por su
brazo hacía su acelerado corazón.
—Es un placer conocerte, Quin. Mi nombre es Layla.
Él frunció el ceño, sus manos y pupilas se contrajeron. Luego la soltó y miró
a su café.
—También es un placer conocerte, Layla. ¿Tienes un apellido?
—Es tu turno para responder —contraatacó.
68
Su sonrisa regresó y levantó la mirada.
—Supongo que lo es. Quieres saber por qué estoy sentado aquí, ¿verdad?
Ella asintió, y él contestó sin dudarlo un instante.
—Porque estoy intrigado por ti.
Layla frunció el ceño, reteniendo un bufido sarcástico.
—¿Y qué es lo que te intriga de mí?
—Nop, tu turno otra vez.
Layla frunció los labios, y Quin sonrió.
—¿Cuál es tu apellido, Layla?
—Callaway —respondió.
Él alejó la mirada una vez más, y Layla bebió un sorbo, tratando de descifrar
su reacción.
—No estoy conforme con tu respuesta anterior, Quin. ¿Por qué estás
sentado aquí?
—¿Quieres que te deje sola?
—No —respondió demasiado rápido, sus mejillas se sonrojaron y bajó la
cabeza.
—Quería conocerte —explicó simplemente y con mucha más confianza de
la que ella nunca podría alcanzar.
—Oh —murmuró, levantando la vista lentamente.
Él atrapó su mirada y la sostuvo.
—He estado mucho por aquí y nunca te había visto. ¿Eres de por aquí?
Eso depende de cómo se le mire, pensó ella.
—No, esta es mi primera vez aquí.
—¿Aquí en Cannon Beach? ¿O aquí en Cinnia’s?
—Ambas. Es mi primera vez en Oregon.
—¿Estás de vacaciones?
—Haces muchas preguntas, Quin.
69
—¿Te estoy molestando?
—En realidad no. —Era una mentira. La estaba molestando, de maneras muy
interesantes.
Se aclaró la garganta, decidida a mantener una conversación decente con
alguien que no fuera ella misma.
—¿Vives en Cannon Beach? —preguntó, manteniendo su voz firme. Un poco
demasiado firme. Pareció forzada. Maldita sea, Layla, compórtate.
—No —respondió Quin, inclinándose hacia delante, y los pulmones de Layla
se congelaron—. Vivo al noroeste de Jewell, una comunidad leñadora entre
Portland y aquí.
—Vi el cruce —apuntó ella.
—¿Cruce? —replicó.
—Sí, el cruce a Jewell. ¿En la autopista desde Portland?
—Cierto —murmuró él—. ¿Allí es donde te estás quedando? ¿Portland?
—Por ahora —confesó—. Me mudé aquí a toda prisa, así que aún no tengo
un lugar. Estoy en un hotel hasta que averigüe dónde quedarme.
—¿Eso es lo que estás haciendo en Cannon Beach? —preguntó—.
¿Buscando una casa?
Ella vaciló, de alguna manera sospechaba de los motivos de este apuesto
hombre.
—No, estoy aquí por el café. Me dijeron que el Cinnia’s Cannon Café era el
mejor.
—Cinnia’s tiene una buena reputación —confirmó él—. Ha estado aquí por
años.
—Es lo que oí.
—Así que condujiste a la costa solo para probar el café de Cinnia’s.
—Bueno, también quería ver la playa.
—¿La viste?
—Desde la distancia.
—¿Tienes una chaqueta abrigada en tu auto?
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Layla miró su sudadera, pensando que la pregunta era extraña.
—Sí —respondió, volviendo a levantar la mirada.
—Bien. —Tomó su taza y se levantó—. Voy a rellenar nuestras tazas de café.
Luego iremos a la playa a ver la puesta de sol. —Y sin decir más, se alejó.

71
7
Traducido por Dani :3, Fanny(SOS) y Helen1 (SOS)
Corregido por Mari NC

É
l no le dio la oportunidad de decir que no. No que ella quisiera. Layla
sabía que era imprudente marcharse con un hombre que acaba de
conocer, pero no percibió ninguna amenaza. La reacción de Quin fue
rara, por supuesto, pero él había sido perfectamente atento y agradable. Además,
no estaba lista para alejarse y nunca volver a verlo de nuevo, así que se puso su
mochila encima y se dirigió al mostrador.
Debido a que se había comprometido a no mirarlo, no se dio cuenta que él
estaba hablando en voz baja con la dependienta hasta que estuvo al alcance de su
oído. Desconectó los susurros y se alejó, nerviosa y culpable, pero entonces Quin
llamó su nombre.
Lentamente retrocedió, sus mejillas encendidas.
—¿Sí?
—Esta es Brietta —dijo él—, una amiga muy cercana.
Brietta le sonrió mientras le tendía un café fresco.
—Es un gusto conocerte, Layla.
—El mío también —respondió, aceptando la taza.
Quin rodeó el mostrador, y solo entonces Layla se dio cuenta de qué tan
alto era. Sus pectorales estaban directamente en su línea de visión, sus hombros
fornidos a unos cuantos centímetros sobre su cabeza.
—¿Lista? —preguntó, cubriendo completamente su omóplato con su mano
grande.
—Um… sí —balbuceó Layla, tratando de recobrar su sensatez—. Adiós,
Brietta.
72
—Adiós, Layla. Nos vemos, Quin.
—Nos vemos —contestó, guiando a Layla fuera del café.
Mientras caminaban hasta su auto, él permaneció extraordinariamente cerca
sin tocarla en realidad, y su mirada raramente se alejó de ella lo suficiente para
mirar hacia dónde iban. Cuando cruzaron la calle, una de sus palmas tocó
suavemente su pequeña espalda, disparando hormigueos por su columna y
haciendo vibrar sus hombros. Layla no estaba segura si la sintió temblar, pero no
mencionó la ridícula reacción.
—¿Cuánto tiempo has estado en Oregon? —preguntó.
—Desde ayer —respondió ella.
—No mucho tiempo entonces. ¿Has visto algo que te guste?
Levantó la vista, sonrojándose mientras encontraba su mirada.
—Sí. He disfrutado todo, incluso el viaje desde Idaho. Tomé un desvío a la
Autopista Escénica del Cañón Columbia y me detuve en las Cascadas Multnomah.
Luego alcancé Crown Point en la puesta del sol. Fue espectacular, ver el cañón
mientras el cielo cambiaba de colores. Portland también es agradable. Hay
toneladas de cosas para hacer, pero no estoy acostumbrada a las multitudes, a las
calles de un solo sentido y a no encontrar estacionamiento. —Pausó su nerviosa
divagación, avergonzada—. De todas maneras, estoy segura que lo has visto todo
un millón de veces, pero creo que es fantástico.
—Es un estado estupendo —concordó él—. ¿Has visto algo más de interés?
—Bueno, caminé por el centro de Portland por cerca de cinco horas hoy, así
que he visto más de lo que puedo recontar.
Entretanto se acercaban al auto, apretó el botón en su llavero para abrir la
cerradura, y Quin tomó un gran paso, abriendo su puerta.
—Oh —exhaló ella—, gracias.
—De nada. ¿Qué piensas de Multnomah?
Se forzó a sí misma a mantener el contacto visual, sonriendo a pesar de sus
sonrojadas mejillas.
—Fue genial —respondió. Luego se deslizó en el asiento del conductor,
tratando de recordar si alguna vez algún hombre había abierto la puerta del auto
73
para ella. El conductor de la limosina en el funeral de su madre. Eso era. Hasta
ahora.
Quin abrió la puerta del pasajero y se subió.
—Estamos a solo unas pocas cuadras de un estacionamiento al lado de la
playa —dijo, mirando el atestado asiento trasero—. Ya que estamos aquí para
recoger tu abrigo, también podríamos conducir. Podemos ir directamente desde
aquí y seguir las señales que anuncian Haystack Rock.
—¿Lo veremos?
—Sip. Así que, has estado en Oregon por dos días, ¿cierto? Incluyendo la
venida.
—Correcto.
—Y has visto el centro de Portland, la Autopista Escénica del Cañón
Columbia, la Avenida Sunset y Cannon Beach.
—Sí. Ahora voy a visitar el Océano Pacífico por primera vez en mi vida.
Él sonrió, exponiendo sus hoyuelos matadores.
—¿En serio?
—Sí. He visto la costa este unas pocas veces, pero nunca he estado así de
lejos en el oeste.
—Has estado ocupada, Layla. ¿Siempre haces tanto en pequeñas cantidades
de tiempo?
—No lo sé. No me pareció como mucho. Quizás logré más porque no tenía
nada retrasándome.
—¿Como qué? —preguntó, yendo a través de sus CDs.
—Estaba sola —respondió.
—¿Otras personas te retrasan?
—Bueno —murmuró, nerviosa por su interpretación—, siempre se ralentizan
las cosas cuando hay otras personas a considerar. Ahora estoy por mi cuenta,
yendo a mi propio ritmo.
—¿Es así como te gusta?
74
—No necesariamente, pero a eso es a lo que estoy acostumbrada. —Aclaró
su garganta, cambiando rápidamente de tema—. ¿Has vivido siempre en Oregon?
—Sí. Bueno, me mudé a Alaska cerca de un año cuando era un bebé, pero
aparte de eso, sí.
—¿Misma ciudad?
—Mismo lugar, misma casa.
Layla le dio una mirada de soslayo.
—¿Todavía vives con tus padres?
—Sí. ¿Eso te preocupa?
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque no necesito mudarme —respondió—. Tengo una estupenda
relación con mis padres y toda la libertad y privacidad que quiero. Hasta que tenga
una razón para irme, me quedaré.
—¿No se vuelven locos entre sí y pelean por cosas insignificantes? ¿Como la
mayoría de las familias?
—No peleamos —clamó.
—¿Nunca?
—Nop.
—Eso es inusual.
—Quizás —concedió él—, pero siempre ha sido de esa forma para mí. Me
mudaré cuando lo necesite. Mientras tanto, disfruto viviendo en casa.
Si estaba diciendo la verdad, admitiendo completamente sin vergüenza que
disfrutaba de la compañía de sus padres, Layla encontró eso la cosa más adorable.
—¿Liz Story? —preguntó, sosteniendo en alto uno de sus CDs.
Layla echó una ojeada, sus mejillas ruborizándose.
—Es una pianista.
—Ya sé —respondió Quin—. Toca a la perfección. Solo estoy sorprendido de
encontrarla en tu selección. ¿Has oído el álbum de Otoño de George Winston?
75
Layla lo observó, desconcertada por su conocimiento de pianistas
americanos. Entonces se estiró, poniendo a reproducir su CD de George Winston.
—Supongo que eso es un sí —dijo Quin, regresando sus CDs al centro de la
consola—. ¿Tocas?
—Ya quisiera —respondió Layla—, pero tenía demasiadas cosas como para
pequeñas lesiones de niña, y no quería aprender si no podía dedicarme a ello. ¿Tú?
—Un poco —contestó, señalándole un giro—, pero no soy de ninguna
manera devoto a ello.
Luego de estacionar al lado de la playa, Layla tomó su abrigo y salió del
auto, determinada a no estar sentada lo suficiente como para que él abriera su
puerta. Se puso la chaqueta mientras caminaba alrededor del parachoques.
Entonces se detuvo ante la puerta abierta del asiento del pasajero, ladeando
curiosamente la cabeza.
Él se había quitado sus zapatos y estaba colocándolos en una bolsa de cuero
atada a su pretina. Cuando se enderezó, recorrió su mirada desde la cabeza hasta
los pies de ella.
—Deberías dejar los zapatos en el auto —le sugirió.
—No hemos llegado a la arena —objetó.
Quin ignoró su protesta y se arrodilló, tomando la tarea para sí mismo.
—Levanta tu pie —le instruyó, golpeteando la cima de su zapato derecho.
Oh… Dios… mío. Este hermoso hombre estaba quitando sus apestosos
zapatos y medias.
—Puedo hacer eso, sabes —lo desafió.
—Solo levanta tu pie —respondió él, sonriéndole.
De mala gana obedeció, sonrojándose tanto mientras le quitaba el zapato.
Su mano se deslizó sobre su tobillo, y ella levantó los ojos al cielo, rehusándose a
mirar a medida que él alcanzaba la parte superior de su media. Cuando sus dedos
rozaron su pierna, su corazón corrió y su garganta se secó.
—Ven —dijo, dejando su media sobre el cemento—, párate en esto mientras
saco la otra.
Layla hizo lo que le pidió.
76
—El piso está helado —insistió ella.
—No estarás en él por mucho —contrarrestó, removiendo su otro zapato, y
Layla frunció sus cejas, preguntándose qué quería decir.
Una vez estuvo descalza y de pie sobre sus dos medias, él se enderezó,
levantándola de sus pies mientras él se ponía de pie. Para el momento en que
encontró su sentido común, estaba acunada contra su pecho y su llameante cara a
pocos centímetros de la de él. Ella apenas respiró, ignorando el nudo en su
garganta para que no la notara engullirlo.
Jamás había conocido a nadie como él, un extraordinario y maravilloso
caballero, y no podía creer que la estuviera sosteniendo en sus brazos en una playa
en Oregon. El momento era surreal, algo que una persona lee en libros o ve en
películas, pero que nunca experimenta en realidad, aun así ahí estaba ella. A menos
que estuviera teniendo un vívido y fantástico sueño.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello —le instruyó.
—¿Qué? —chilló ella, sus ojos muy abiertos.
—Sostente de mi cuello para que así pueda recoger tus medias.
Dubitativamente Layla envolvió sus brazos alrededor de su cuello, tomando
un grande y vacilante respiro lleno de su aroma a tierra, cuero, ámbar, cedro y…
una pizca de cítrico.
Apenas sintió el movimiento cuando él lanzó sus zapatos al asiento del
pasajero y cerró la puerta.
—¿Cómo están tus pies? —preguntó, regresando sus brazos a la espalda de
ella.
Layla se aclaró ligeramente su garganta mientras a regañadientes aflojaba
su agarre.
—Fríos, pero tolerable.
—Dime si eso cambia —insistió, dejando el auto atrás.
A pesar del hecho de que él estaba descalzo y nunca miró hacia dónde iba,
navegó sobre las rocas con ridícula comodidad.
—Eres impresionante, Layla —mencionó, como si fuera algo que la gente
dice todos los días—. Y entre más te miro, más hermosa te vuelves.
Layla trató de mantener el contacto visual, pero no pudo.
77
—No estás acostumbrada a los cumplidos —concluyó.
—No —confesó ella, mirando de vuelta—. No a unos como ese.
—Eso es muy malo. —Frunció su ceño, pero luego alzó sus cejas—.
Tendremos que cambiar eso.
Las mejillas de Layla se encendieron, y él sonrió, abiertamente divertido por
su vergüenza.
—¿Debería seguir llevándote? —preguntó.
Layla miró hacia abajo, sorprendida de ver la arena.
—Caminaré. Hasta que mis pies sucumban en la congelación.
—Los calentaré cuando te lleve de vuelta —se ofreció, dejándola en el suelo.
Layla sonrió y hundió sus pies en la sedosa y fina arena, recibiendo un
escalofrío cuando el congelado cieno se metió en medio de la punta de sus dedos.
Se sintió maravilloso a pesar del frío, o quizá por ello.
—Ahora veo por qué me dijiste que dejara los zapatos en el auto —
concedió, caminando a través del agua—. Esta sensación sin duda vale la pena el
shock.
—Pienso lo mismo —aprobó—. Todo el mundo debería probarlo por lo
menos una vez.
Rápidamente se acercaron a la línea de marea alta, delineada por trozos de
alga oscura, así que se detuvieron, mirando hacia el océano turbulento. El sol había
caído más allá de una línea de profundas nubes púrpura, un mero trozo de naranja
eléctrico asomándose desde las profundidades de la tormenta, y Haystack Rock, un
monolito de basalto destacado, estaba cubierto en tono de sombras negras,
contrastando a la perfección con el horizonte colorido.
—Vaya —exhaló Layla, agarrando su cola de caballo para que el viento
dejara de jugar con ella.
—Nos perdimos la zambullida final —mencionó Quin—. Hubieras tenido
una visión más detallada hace diez minutos.
—No importa —respondió Layla—. Esto es perfecto. Bueno —agregó,
arrugando su nariz—, un poco apestoso.
Quin sonrío y respiró profundamente.
78
—No puedo evitar eso. Querrás ser cuidadosa si vienes aquí sola. Mantén
tus ojos abiertos por las olas que vienen sin aviso y los escombros. Es común que
se deslaven árboles enteros.
—Suena peligroso —murmuró Layla, mirando al este para ver la luna, pero
no pudo encontrarla a través de las nubes.
—Puede serlo —confirmó Quin, metiendo sus manos en sus bolsillos.
Layla observó el horizonte de nuevo, mirando el último destello del sol
desvanecerse en el océano. Luego la voz de Quin se abrió paso a través del coro de
las olas chocando.
—¿Por qué te mudaste a Oregon, Layla?
Abandonó la vista del océano, ladeando su cabeza de vuelta para encontrar
una mejor vista. En la oscuridad, los ojos de Quin eran como brillantes mármoles
de ónix enmarcados por pestañas de terciopelo negro.
—Escuché que es un buen lugar para vivir —respondió, jadeante.
—¿Dónde vivías? —preguntó él.
—Oklahoma.
—Eso está bastante lejos. ¿No tienes gente allá que te extrañará?
—Claro. Mis amigos Travis y Phyllis me extrañarán.
—¿Sin familia?
—No.
Su frente se arrugó, pero no presionó por alguna explicación.
—Aun así, es un gran acto de fe… mudarte al otro lado del país sin ninguna
razón.
—¿No es un acto de fe incluso si tienes una razón? —respondió ella.
Él sacó su mano derecha de su bolsillo y la alzó lentamente, deteniéndose a
un centímetro del rostro de Layla. Luego movió su dedo a un rizo que se había
escapado de su cola de caballo.
—Supongo que lo sería. ¿Tenías una razón?
—Quería salir de Oklahoma —respondió ella, más embelesada por él que
por el océano más largo del mundo. 79
—Y escuchaste que Oregon era un buen lugar —contestó él, elevando una
escéptica ceja.
Layla mordió su labio, preguntándose qué tanto debería decir. Luego tomó
otro acto de fe.
—Recientemente descubrí que tenía familia aquí.
—Ahí está —aprobó él—. ¿Viniste aquí para verlos?
—Um… en realidad no. No sé sus nombres, menos sus direcciones, así que
probablemente nunca los conozca. Solo era momento de mudarse, y Oregon era
tan buen lugar como cualquier otro. —Miró al océano, y luego de regreso al rostro
de Quin—. De hecho, mejor.
Se observaron en silencio por varios minutos, el corazón de Layla latiendo
violentamente mientras Quin envolvía un rizo en su dedo, enviando escalofríos por
su cráneo. Cuando la piel de gallina cosquilleó su espalda, tembló, y sus mejillas
flamearon mientras alejaba su mirada de la de él.
—¿Qué hay sobre ti? —preguntó ella—. ¿Tienes familia aquí? ¿Además de tu
mamá y papá?
—Tengo una familia muy grande —respondió él.
—Eso es lindo.
—Eso creo.
A Layla le gustó que hablara respetuosamente sobre su familia. Sintió que
decía mucho de su madurez.
—¿Trabajas en algún lugar? —preguntó—. ¿Además del café?
Él rio, y Layla sonrió a la arena, preguntándose cómo un hombre tan fuerte
podría sonar tan dulce.
—Trabajo con mis padres —respondió él—. Podrías decir que somos
contratistas, pero también diseñamos y decoramos los lugares que construimos.
—El paquete completo, ¿eh? ¿Fuiste a la universidad para eso?
—No. He estado envuelto en el negocio toda mi vida. Después de
graduarme de la secundaria, mis padres me hicieron socio.
—¿Te gusta?
80
—Seguro. Es un trabajo creativo, y puedo tener todos los días libres que
quiera.
—Eso es una ventaja. —Ella rio—. ¿Crees que siempre harás eso?
—A menos que venga algo mejor. ¿Qué hay de ti? ¿Tienes una carrera?
Avergonzada por su respuesta, Layla alejó la mirada.
—No. Fui mesera por tres años antes de mudarme. No una carrera de
mesera, una mesera en una cafetería.
—¿Te gustaba?
—No lo odiaba. Trabajé con los amigos que mencioné, Travis y Phyllis, así
que era un ambiente bastante tranquilo.
—Ayuda que te guste la gente con la que trabajas.
Asintió estando de acuerdo. Luego, hubo otra pausa en la conversación,
pero Layla pronto alejó el incómodo silencio. Al menos a ella le pareció incómodo.
Él parecía contento con solo mirarla.
—No te he preguntado tu apellido —recordó.
—Kavanagh —respondió él—, con K.
—¿Cuántos años tienes, Quinlan Kavanagh?
—Cumplí veintidós el sábado pasado. ¿Tú?
—Cumplí veintiuno el tres de este mes.
—Feliz cumpleaños atrasado —ofreció él.
—Para ti también —regresó ella.
Gentilmente sacó su dedo del cabello de Layla y luego tomó su mejilla en su
gran palma.
—¿Tienes que regresar a Portland esta noche?
Layla tragó, tratando de respirar uniformemente.
—Si quiero dormir, sí.
—Mi tía es dueña de una posada aquí —reveló él—, justo aquí por la calle.
Te daría encantada una habitación gratis.
—No quiero imponerme.
81
—No lo harías —insistió él—. Me estarías haciendo un favor.
—¿Cómo es eso?
—Quiero verte mañana.
El corazón de Layla tartamudeó y luego aceleró.
—Um… —No quería parecer muy dispuesta, pero la idea de verlo de nuevo
era su idea del cielo. Además, estaba temiendo el camino oscuro y lleno de curvas
de regreso a Portland—. Está bien, pero voy a pagar la habitación.
—Eso no es necesario —aseguró él.
—Sí, lo es —discutió ella—. No voy a quedarme de otra manera.
—Si debes hacerlo —cedió—, pero ella va a darte un descuento.
—Bien —suspiró Layla, fingiendo molestia.
Quin rió mientras miraba a su auto.
—¿Supongo que tienes ropa contigo?
—Todo lo que tengo está allí —confirmó.
—Si te falta algo, podemos pasar por una de las tiendas.
Layla le ofreció una sonrisa de complicidad.
—Eso no será necesario.
—Voy a intentarlo una vez más —persistió tranquilamente, moviéndose un
poco más cerca—. Entonces voy a darte un descanso. ¿Me dejas que te invite a
desayunar en Cinnia’s en la mañana?
Layla no tuvo que pensar demasiado en eso.
—Invítame una taza de café y es un trato.
Los hoyuelos de Quin se profundizaron, y Layla los miró por un largo
momento antes de mirarlo a los ojos. Lo que encontró en sus oscuras
profundidades capturó toda su atención, y el resto del mundo se desvaneció. Hasta
que un maldito bostezo obstruyó la magnífica vista.
—¿Lista para tu viaje de vuelta? —preguntó, metiendo la mano en su bolsa.

82
Layla no quería que la noche terminara, pero la idea de verlo en la mañana
lo hizo más fácil. Además, sus pies estaban helados, por lo que ella asintió en
acuerdo.
En un abrir y cerrar de ojos, la había puesto en una posición acunada. Luego
se arrodilló, apoyando su peso sobre su rodilla mientras envolvía sus pies en un
trozo de terciopelo negro, que estaba a la misma temperatura que su cuerpo…
extrañamente cálido de una manera maravillosa.
Layla sabía que debía parecer una tonta mientras se quedaba boquiabierta
ante su trabajo, pero estaba impresionada por su actitud extrañamente profunda y
romántica. Para el momento en que ella se sacudió la tonta expresión muda, él
ágilmente la estaba cargando al otro lado de la playa, viendo su rostro en lugar de
su camino.
~***~
Quin le mostró a Layla la posada de su tía junto al mar y luego sacó la
maleta más grande de su maletero, llevándola a través de un amplio arco de
madera en un vestíbulo tranquilo.
Una mujer alta y esbelta ocupaba el taburete detrás del escritorio, absorta
en un libro encuadernado en cuero, y ella, como todo el mundo que Layla había
conocido esa tarde, era increíblemente hermosa. ¿Qué pasa con este lugar?, se
preguntó Layla, sintiendo que había tropezado en una comuna secreta de
modelos.
—Hola, Quin —saludó la mujer, apenas levantando la vista. Luego volvió a
comprobar, cerrando de golpe su libro mientras examinaba a Layla de pies a
cabeza.
—Dion —respondió Quin—. Esta es Layla. Necesita una habitación para
pasar la noche.
—Claro —murmuró Dion, tomando a ciegas una llave de habitación—.
Encantada de conocerte, Layla.
—Encantada de conocerte también —ofreció Layla, preguntándose por qué
todo el mundo la miraba raro cuando ellos eran las anomalías.
La mirada intrigada de Dion nunca vaciló mientras le entregaba la llave por
encima de la mesa.
—Habitación 203.
83
—Ella insiste en pagar —dijo Quin, tomando la llave—, pero aceptará un
descuento.
—Oh —murmuró Dion—. ¿Treinta dólares?
Layla buscó en su bolso, sacando dos billetes de veinte.
—Quédese con el cambio. Sé que estas habitaciones cuestan más de
cuarenta dólares.
Dion le lanzó a Quin un vistazo, luego colocó el dinero en la caja.
—¿Necesitas algo más?
—Sí —respondió Quin, señalando detrás del mostrador—. ¿Tienes uno de
los CDs de Morrigan ahí atrás?
Layla lo miró con confusión, pero al parecer Dion sabía de lo que estaba
hablando, porque se giró en su taburete y abrió un cajón de CDs.
—Aquí está —dijo ella, pasándole un estuche blanco con el nombre
Morrigan escrito a mano en la parte frontal.
—Genial —aprobó, sonriéndole a Layla—. ¿Lista?
Layla asintió y se despidió de Dion. Luego siguió a Quin al segundo nivel.
—¿Quién es Morrigan? —preguntó, señalando el CD.
—La mejor pianista que he escuchado tocar —respondió, desbloqueando la
habitación 203.
La boca de Layla se abrió.
—¿Y tú la conoces?
—Sí —confirmó, manteniendo la puerta abierta.
Layla entró en la habitación y lentamente giró en un círculo, explorando la
decoración ordenada y acogedora. Con sus techos altos y muebles únicos, el
elaborado espacio se sentía más como un dormitorio principal que una habitación
de hotel.
—¿Dion es tu tía? —preguntó ella, admirando la obra de arte enmarcada.
—No —respondió, poniendo la maleta y la llave de la habitación en la cama.
Luego se acercó a un escritorio en la esquina, colocando el CD de Morrigan en un
84
equipo de música—. El nombre de mi tía es Karena. Trata de evitar trabajar en las
noches. ¿A qué hora te gustaría desayunar?
Layla miró el reloj, las ocho y media. Y, sin duda, a ella le tomaría un tiempo
para quedarse dormida.
—¿Qué tal a las nueve?
—Genial —concordó él, saliendo de la habitación. Una vez en el pasillo, se
volvió y señaló hacia el umbral—. Voy a estar aquí a las 8:45.
—Voy a estar lista —respondió ella, aturdida por los acontecimientos de esa
noche. Sentía como si estuviera soñando. Quizás lo estaba. Tal vez todavía estaría
en Portland cuando despertara. Cuando vio los ojos alertas y brillantes de Quin,
sinceramente esperó que no fuera así.
—Buenas noches, Layla Callaway —susurró.
—Buenas noches, Quinlan Kavanagh —regresó ella.
Él sonrió y tomó el pomo de la puerta, dándole un guiño devastador
mientras cerraba la puerta.

85
8
Traducido por Selene1987 y PaulaMayfair
Corregido por LizC

Q
uin miró la puerta cerrada de Layla durante mucho tiempo antes de
alejarse, intentando absorber y aceptar la realidad. No era algo fácil
de hacer cuando la realidad una vez pareció imposible.
Cuanto más se alejaba, más deprisa iban sus pies, sus músculos tensos y
nerviosos mientras bajaba por la barandilla y escaleras. No tenía ni idea de cómo
saldría esto, lo cual le molestaba. Un mal movimiento y ella podría marcharse.
Pasó por delante de la recepción, pero no se detuvo.
—¿Qué está pasando, Quin? —preguntó Dion—. ¿Quién es ella?
—Es inofensiva —le aseguró—. Pero tienes que mantener esta reunión en
secreto. Si se marcha, llámame. Nos vemos mañana. —Y entonces salió por la
puerta.
Miró alrededor, encontrando el estacionamiento desierto, así que buscó en
la bolsa en su pretina, sacando una capa negra mucho más grande que el espacio
de donde provino. En segundos estaba vestido de negro, prácticamente invisible.
Luego se lanzó al aire en alas mágicas.
Una cantidad abrumadora de pensamientos pulularon en su cabeza
mientras volaba al noreste, y prestó especial atención a todos ellos, determinado a
llevar la situación lo más inteligentemente posible.
Supo que era ella en cuanto dijo su nombre; aunque ya tenía la pista por la
suavidad de su voz y su asombrosa belleza. No fueron necesarias más preguntas,
pero no podía ser negligente con esto, así que descubriría más, y todo encajaría.
Después de veintiún años de silencio, Layla había regresado.
Quin había estado soñando con la misteriosa Layla toda su vida, pero en su
sueño Layla jamás tenía rostro, solo era un magnífico borrón de hermosos colores.
86
Pero el verdadero rostro de Layla no lo decepcionó. Excediendo incluso sus más
altas expectativas, su rostro celestial iba más allá de lo imaginable.
Los pensamientos de Quin se dirigieron al pasado, a sus más tempranas
colecciones de sueños, un arco iris de tonos suaves con una encantadora vocecita
que no pronunciaba palabras. Mientras se hacía mayor, oyó a sus padres hablar de
Layla y de alguna manera supo que ella era la misma persona: la chica de sus
sueños y la chica perdida. Cuando sus arrullos musicales se convirtieron en
palabras encantadoras, confirmó su identidad, y desde entonces la llamó Layla.
En los años más recientes, ella había causado estragos en su vida sexual.
Evidentemente, a sus citas no les gustaba que él murmurara el nombre de otra
mujer en sus sueños. Pero mientras las mujeres entraban y salían de su vida, la
chica de sus sueños permanecía. Él y su misteriosa Layla crecieron juntos, y más
que cualquier otra cosa, las visiones pasaron a ser una especie de consuelo en
tiempos de necesidad.
Sacando la mente de su ensoñación, Quin recordó los momentos que había
pasado con la verdadera Layla; cómo la había alcanzado, medio esperando que sus
dedos la traspasaran como habían hecho en sus visiones, encontrando en su lugar
una piel suave y rizos de seda. Se había quedado fascinado con el enrojecimiento
de sus mejillas rosadas cuando se sonrojó, y el aleteo de sus largas pestañas sobre
sus grandes ojos verde esmeralda. Era la perfección hecha realidad, aunque sin
duda ella aún se veía a sí misma inadecuada. No tenía ni idea de lo hermosa que
era. No tenía ni idea de lo que era.
Quin cerró los ojos, recordando cómo fue sostenerla en sus brazos, y su
estómago dio un vuelco. Jamás había estado más determinado, nervioso o
preocupado. Un error podría destruir más que sus sueños. Otros estaban en
peligro.
La imagen de Layla sonriendo iluminó las paredes de sus párpados, pero
tenía que concentrarse, así que intentó deshacerse de la impresionante visión. No
funcionó, y sonrió, dándose cuenta que su rostro estaba ahí para quedarse, ya sea
que tenga los ojos abiertos o cerrados.
Su hogar apareció a la vista, y se recompuso, descendiendo hacia un gran
claro rodeado de espesos árboles y dotado con casas. Todo su aquelarre estaba en
el césped, esperando su llegada, y dos de ellos, Caitrin y Morrigan Conn, se
apresuraron a acercarse cuando aterrizó.
Caitrin fue el primero en hablar, a su voz profunda le faltó su serenidad
habitual. 87
—¿Es cierto, Quinlan? ¿Está aquí?
—Está aquí —confirmó Quin, quitándose la capa—, en la posada.
Morrigan sollozó y envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Caitrin,
enterrando su cara en su pecho.
—No puedo creerlo. Está aquí. Por fin está aquí.
—Yo tampoco puedo creerlo —susurró Caitrin, acariciando el cabello rizado
de Morrigan—. La esperanza se desvanecía a cada año que pasaba. —Descansó su
mejilla en la cabeza de ella, encontrándose ansioso con la mirada de Quin—. ¿Qué
descubriste?
—Se llama Layla Callaway —respondió Quin—. Acaba de mudarse aquí
desde Oklahoma y dice que no dejó atrás ninguna familia.
Los sollozos emocionales de Morrigan se detuvieron a medida que los ojos
de Caitrin se estrechaban.
—¿No mencionó a ninguna madre? —preguntó ella.
—No —respondió Quin—, solamente a dos amigos con los que trabajaba.
Confiesa tener familia aquí, dice que lo ha descubierto recientemente, pero no
tiene nombres ni direcciones, así que no espera encontrarse con ellos. —Hizo una
pausa, agachando su cabeza mientras tomaba un largo suspiro en su pecho, ahora
enervado y despierto al sentir algo tan grande por una mujer que apenas
conocía—. Lo ha pasado mal, Caitrin. No lo contó, así que no sé qué ha pasado,
pero puedo decirte que está luchando con ello. Luce triste e insegura, y ha pasado
mucho tiempo sola. Es a lo que está acostumbrada. Tenemos que tener cuidado de
no asustarla. Tienes que alertar a Serafín de inmediato.
—Sí —accedió Caitrin, quitando a Morrigan de su pecho—. ¿Cómo estás, mi
dulce melocotón?
Morrigan se enderezó, intentando recomponerse.
—Estoy bien. Más que bien. Estoy encantada, pero no podemos arruinar
esto. Me matará.
Caitrin tomó sus mejillas, tocando la punta de su nariz con la de ella.
—Haremos lo que esté en nuestro poder, Morrigan. Te lo prometo. ¿Por qué
no vas a llamar a Daleen? Cuéntale todo lo que sabemos hasta ahora.

88
—Está bien —concordó Morrigan, poniéndose de puntillas para darle un
beso. Luego se fue por el césped.
Caitrin la vio alejarse y entonces se volvió, claramente agitado.
—¿Cómo vamos a hacer esto?
—No tengo ni idea —contestó Quin—. ¿Alguien aquí alguna vez le ha
contado a alguien sin magia lo que somos?
La sobrina de Caitrin, Enid Gilmore, habló mientras se adelantaba desde una
cercana multitud.
—Yo se lo conté a una amiga del instituto.
—¿Cómo? —preguntó Caitrin.
—Simplemente se lo dije —contestó Enid—. Luego hice desaparecer una
caja de cerillas.
—¿Cómo se lo tomó?
—Dejó la habitación y jamás habló conmigo de nuevo.
La idea de ver a Layla alejarse hizo que Quin tuviera náuseas.
—¿Alguien más? —preguntó, y su abuelo Lann dio un paso adelante.
—Yo se lo conté a un profesor de la universidad —confesó—, después de
pulirnos juntos una botella de absenta. Incluso transformé a su perro en azul, pero
despertó con estupor y pensó que lo había soñado todo. Jamás lo corregí.
Las manos temblorosas de Quin se cerraron en puños. Nada de esto estaba
ayudando. Miró al miembro más anciano del aquelarre, su bisabuelo, Catigern
Kavanagh.
—¿Y tú qué, abuelo Cat?
Catigern avanzó, pasando una mano por su cabello canoso mientras
hablaba.
—No hay manera fácil de decirle el secreto. He oído muchas historias, la
mayoría de ellas termina como la de la querida Enid…
Quin y Caitrin se estremecieron.
—Sin embargo, los elementos de la historia de Enid son bastante diferente a
aquellos que se envuelven en esta —continuó Catigern—. La de Layla de ninguna 89
manera es corriente, y no podemos ignorar lo extraordinario que es que esté aquí.
Eso sugiere que aceptó su adopción, entre otras cosas, por lo que no debemos
subestimar que nos acepte. Nuestra mejor opción es dar el paso y esperar surgir
sin perderla. Una honestidad magistral y profunda paciencia serán vitales.
El claro se quedó en silencio por un momento mientras todo el mundo
contemplaba las consecuencias y los beneficios de dar el paso. Entonces Caitrin
tragó saliva y se aclaró la garganta.
—Ella debe tener la oportunidad de llegar a un acuerdo con lo que es antes
de conocerlos a todos.
—Estoy de acuerdo —abogó Quin—, y tenemos que hacerla sentir a salvo
para que tome esa decisión. ¿Cuál son las últimas noticias sobre Agro?
—Ha estado propagando el terror en las montañas de Allegheny hace dos
meses atrás —respondió Caitrin—, asesinó a una mujer sin magia embarazada. Eso
es lo último que se ha escuchado.
—Tenemos que asegurarnos que sus perros no están al acecho —insistió
Quin—. Si Layla se cruza con Los Imperdonables…
—Lo sé —gruñó Caitrin silenciosamente. Luego tomó una respiración
tranquilizadora y buscó a Lann—. ¿Te importaría hacer algunas llamadas, Lann?
Localiza los movimientos de Los Imperdonables lo mejor que puedas. Y ponte en
contacto con todos nuestros contactos en Oregon y Washington; asegúrate de que
no han escuchado rumores de Agro o sus malhechores.
—Voy a hacer lo mejor que pueda —acordó Lann, apretando el hombro de
Caitrin. Luego miró a Quin, momentáneamente encontrando su mirada pensativa.
A medida que Lann volaba lejos, Morrigan regresó, posándose junto a
Caitrin y tomando su mano.
—Están saliendo ahora mismo —dijo ella—. Podemos esperarlos mañana
por la noche.
Caitrin asintió en aprobación y luego miró a Quin.
—¿La verás mañana?
—La voy a llevar a Cinnia's para el desayuno —confirmó Quin.
Caitrin permaneció inmóvil, contemplando su rumbo, y ni un alma lo
interrumpió o apresuró. Después de varios minutos de deliberación, besó la mano
de Morrigan y miró a Quin.
90
—¿Estás dispuesto a decirle?
Quin no tenía la menor idea de cómo hacerlo, y mucho menos de hacerlo
bien, pero no podía rechazar la delicada tarea. El no tener control sobre el
resultado lo llevaría a la locura.
—Sí.
Tan pronto como él contestó, una objeción resonó.
—Espera un minuto.
Quin miró a un lado, sorprendido de encontrar a sus padres, Kemble y
Cordelia, caminando hacia él.
—No estoy seguro de que sea la mejor idea —continuó Kemble,
deteniéndose junto a Caitrin.
Todo el aquelarre sabía del sueño recurrente de Quin. Y si lo miraran más de
cerca, lo que la mayoría de ellos hicieron, notarían sin duda que Layla ya había
dejado su huella en él.
Quin entendía sus preocupaciones; eran las suyas también, pero su
aprehensión no merecía la sumisión.
—Tampoco estoy seguro de que sea la mejor idea —confesó él—, pero no
voy a rechazar la tarea. Si Caitrin está dispuesto a dejar que yo lo haga, lo acepto
solemnemente.
—Ella necesita un apoyo sensato en este momento —respondió Kemble—,
no un novio.
—Lo entiendo —respondió Quin. Y lo hacía. Ya había considerado todo lo
que pasaba por la cabeza de su padre—. Sé por qué dudas de mí…
—No, Quinlan —interrumpió Cordelia—, no dudamos de ti.
—Está bien, mamá. Sus preocupaciones están justificadas dada la situación,
pero estoy muy consciente de ellas y pisaré tan concienzudamente como sea
posible a su alrededor. —Encontró la mirada de su padre—. Créeme, lo último que
quiero hacer es espantarla.
—Lo sé —respondió Kemble—, pero tal vez alguien más…
—¿Quién? —desafió Quin—. Ella ya sabe quién soy, y confía lo suficiente en
mí para estar a solas conmigo. No fue fácil conseguir que se relajara. Pregúntale a
Bri.
91
Todo el mundo en el claro miró a Brietta, quien asintió.
—Es cierto —confirmó—. Estaba muy aprensiva.
—Y se mantuvo en guardia todo el tiempo —añadió Quin—. Un extraño
acercándose sin motivación aparente para hablar con ella solo la asustaría. Estaría
reacia a aceptar cualquier cosa que digan. —Se detuvo, miró a Caitrin y luego de
vuelta a su padre—. Sé que una relación podría complicar las cosas para ella en
este momento, pero su interés en mí es la única razón por la que accedió a
quedarse en Cannon Beach. No me gusta la idea de abusar de su atracción, pero es
la única ventaja que tenemos. —Cuanto más defendió su punto, más se lo creyó.
Kemble permaneció escéptico, pero Quin había convencido a su bisabuelo
Catigern.
—Quinlan tiene razón —abogó—. Está en la mejor posición para decirle
todo suavemente.
Kemble no respondió ni se relajó. Se limitó a observar la cara de Quin y el
aire a su alrededor, pensativo y preocupado.
—Si Caitrin me deja hacer esto —decidió Quin firmemente—, voy a hacerlo.
—Se volvió hacia Caitrin, mirando entre él y Morrigan—. Y voy a hacer todo lo
posible para hacerlo más fácil para todos los involucrados, especialmente Layla.
—Sé que lo harás —respondió Caitrin tranquilamente, llevándose la mano
de Morrigan a la mejilla—. Déjanos saber si necesitas cualquier cosa, y mantennos
al día sobre cualquier cambio imprevisto.
Quin asintió, miró a sus padres y luego se alejó, ya centrado en su propósito.
—Quinlan —llamó Caitrin.
—¿Sí? —respondió Quin volviéndose.
—Dijiste que luce triste, pero… —Caitrin se detuvo, su garganta cerrándose
mientras miraba al suelo—. ¿Cómo se ve?
Quin lo miró fijamente por un momento, recordando, viendo. Luego sonrió.
—Es hermosa, Caitrin, como una estrella en una tormenta. No te
decepcionará.
~* * *~
Esa noche, la primera noche del resto de la vida de Quin, el descanso
tranquilo fue un sueño difícil de alcanzar. Entre los fragmentos de agotamiento en
92
el que él tendría visiones de la verdadera Layla, permaneció alerta y pensando en
maneras de decirle la verdad. Ninguna de sus ideas fueron lo suficientemente
buenas, ninguna de ellas a prueba de fallos, y le molestó que no pudieran
garantizar un resultado aceptable.
Temía profundamente su reacción a las confesiones que haría al día
siguiente; no solo revelaría que conocía a su familia, le revelaría que descendía de
una poderosa línea de brujas y magos.

93
9
Traducido por MaEx y BookLover;3
Corregido por LizC

L
ayla resopló y lanzó una camiseta a través de la cama y luego hurgó
más en su maleta, la cual carecía de cualquier cosa digna-de-una-cita.
Se congeló, su estómago volcándose. ¿Era esto una cita? Parecía
una cita. ¡Carajo!
Lanzó sus manos al aire y se sentó en la cama, cerrando sus ojos con fuerza
y contando hasta veinte. No estaba acostumbrada a sentirse caliente, molesta y
necesitando recobrar la compostura. No era una chica de escuela preparándose
para el baile de graduación. Ella era una mujer adulta yendo a desayunar con un
atractivo hombre. Un muy atractivo hombre.
Sus ojos se abrieron de golpe mientras agarraba un par de jeans oscuros,
una camisa blanca con cuello en V, y el collar que Travis y Phyllis le habían dado. Al
menos tenía preciosa joyería para llevar con su insípido conjunto.
Después de vestirse, se miró en el espejo. Sí, las ropas eran sencillas, pero la
cadena de platino y esmeraldas con jade albita contrastaban muy bien con la
camisa blanca.
No tenía maquillaje, así que estaba hecho, y estaba dejando su cabello
suelto, de modo que pasó sus dedos a través de él y deslizó una goma para el
cabello alrededor de su muñeca. Las largas espirales hasta la cintura eran difíciles
de mantener, convirtiéndose en una maraña la mayoría de las veces, pero se
negaba a cortarlo. Un extraño capricho, lo sabía, pero había nacido con él,
oponiéndose a los cortes de cabello desde el primer intento. Según su madre,
tenía un año y lloró con más fuerza que nunca cuando cortaron su primer rizo.
Después de mirarse en el espejo una vez más, suspirando sin esperanza ante
el mundano conjunto, Layla se movió hacia su cama para limpiar su desastre.
Mientras empujaba la última de las ropas en su maleta, alguien llamó a la puerta.
94
Su reacción fue inmediata y ridícula: su corazón salió corriendo, sus palmas
se humedecieron, y sus mejillas ardieron.
—Madura de una vez —dijo entre dientes, deslizándose en un suéter gris de
botones. Entonces exhaló y caminó hacia la puerta, balanceándola abierta con
valentía.
Por el más pequeño momento, Quin pareció preocupado, pero una sonrisa
se extendió rápidamente de un hoyuelo al otro.
—Buenos días —saludó, sus ojos vagando desde su cabeza hasta los dedos
de los pies—. Ese collar se ve genial en ti.
—Es un bonito collar —respondió ella, tocando la gema.
Él estiró el brazo, y ella movió los dedos desde la piedra hacia su clavícula.
—El collar es precioso porque tú lo estás llevando. Él no te está llevando a ti.
Sus dedos temblaron por encima de su rápido pulso mientras el calor
enrojecía todo su cuerpo.
—Gracias.
Él dejó caer la mano, aclarando su garganta mientras flexionaba los dedos.
—¿Tienes hambre?
Layla esperó mientras se atrevía a responder, tratando de fortalecer todo en
ella: su valor, rodillas, y voz.
—Sí —contestó, la emoción surgiendo claramente—. Déjame buscar mi
bolso.
—Déjalo —sugirió él—. La Tía Karena está teniendo un dos-por-uno este fin
de semana.
—¿En serio? —Sonrió Layla.
Durante mucho tiempo, Quin se preguntó cómo sería besar a la misteriosa
Layla. Mientras observaba su boca, las ganas de descubrirlo aumentaron.
—Así es —contestó—. Sería una pena dejarlo desperdiciarse.
—Olvidas la habitación desperdiciándose en Portland —replicó ella.
Era tan testaruda. Eso le gustó.
95
—Podríamos sacarte de ese hotel y reservar esta habitación durante la
semana. —Él podía ser terco también.
—Um… —vaciló ella, mirando por encima de su hombro—. Preferiría
empezar el día con un café.
Él sonrió y se estiró a su alrededor, agarrando su bolso de la mesa de
entrada.
—Por supuesto que sí. Deja tu equipaje —insistió, tomándola de la mano—.
Si quieres volver a Portland después, todavía estará aquí. —Sin esperar su
aprobación, cerró la puerta y la condujo por el pasillo.
La cafetería estaba solo a unas cuadras de distancia, por lo que caminaron,
tomados de la mano; ella mirando hacia los escaparates mientras él la miraba a
ella.
—Te avergüenza que esté sosteniendo tu mano —concluyó.
Ella encontró su mirada por primera vez desde que él la había tomado.
—No estoy acostumbrada a ello —confesó—. Aunque, es agradable, solo…
un poco extraño.
—¿Por qué es extraño?
—Porque nos acabamos de conocer. La mayoría de los chicos no siempre
hacen este tipo de gesto, y mucho menos tan pronto.
—¿Qué tipo de gesto crees que es?
Maldita sea. La habían puesto en su sitio y su propia boca la puso allí. ¿Y si
lo que ella pensó que quería decir estaba fuera de lugar?
—Bueno —explicó débilmente—, veo el sostenerse de manos como una
forma de mostrar que te preocupas por alguien y quieres mantenerlo cerca.
Él sonrió.
—Esa es una excelente manera de decirlo.
—Entonces ves por qué me resulta extraño.
—No.
Ella suspiró.
—¿En serio? 96
—En serio —repitió—. Tiene mucho sentido.
Lo miró por un largo momento y luego miró a la acera.
—Nunca he conocido a nadie como tú, Quin. La mayoría de los chicos
esquivan sus sentimientos, avergonzados de tenerlos, mucho menos expresarlos.
—Fui criado de manera diferente.
—Hmm… —murmuró ella—. Es refrescante. —Y desconcertante, y
embarazoso, y la hacía sentir toda estremecida en su interior. Levantó sus manos,
mirando sus dedos entrelazados—. Entonces, ¿quieres mantenerme cerca?
Él sonrió.
—¿No has notado mis intentos para mantenerte en la posada de mi tía?
Ella dejó de caminar, haciéndolo a él a detenerse también.
—Hablas en serio —decidió, escaneando lentamente su casualmente
divertida expresión.
—¿Por qué no iba a serlo? —preguntó.
Su rostro estaba caliente otra vez, así que bajó la mirada.
—¿Por qué yo, Quin? ¿Por qué estás sosteniendo mi mano?
Él extendió la mano y tomó su barbilla, levantando su mirada hacia la suya.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido nunca, Layla. No te conozco
muy bien, pero hasta ahora eres amable, ingeniosa y maravillosamente obstinada.
Ahora me estás bendiciendo con la oportunidad de descubrir más, una
oportunidad por la cual me considero afortunado de tener, así que si estás
dispuesta a mantenerme cerca para sostener tu mano, eso es lo que voy a hacer.
Layla buscó signos de deshonestidad, encontrando nada, y su corazón se
contrajo y luego se hinchó.
—Está bien —susurró.
Él sonrió y apretó su mano.
—¿Está bien?
—Sí —confirmó ella, tratando de encontrar sus pulmones, pero estaba
experimentando tantas nuevas e inusuales sensaciones, que sus órganos vitales se
97
esforzaban por mantener el ritmo. Se preguntó si por fin estaba atravesando esa
intensa fase hormonal que se las arregló para evitar cuando adolescente.
—Excelente —aprobó Quin, obligándola a caminar—. Así que, ¿escuchaste
el CD de Morrigan?
—Sí —sonrió Layla, olvidándose de sus inseguridades y preocupaciones—.
Es increíble. ¿De verdad conoces a esa mujer?
—Muy bien. Te la presentaré alguna vez.
—No sabría qué decir —contrarrestó Layla—. Sería como conocer a una
estrella de rock. ¿Por qué no había oído de ella?
—No toca profesionalmente —explicó Quin, llevándola a través de la
ventana de la cafetería—, solo en su tiempo libre.
—Es una pena —respondió Layla, capturando el aroma de los mejores cafés
del mundo—. Es increíblemente talentosa.
—Le diré que dijiste eso —ofreció él, manteniendo la puerta abierta.
Aparentemente Quin era popular en el café, porque en el momento en que
entraron, un empleado de sexo masculino los saludó. Él era de altura promedio,
pero de constitución musculosa, y su claro cabello rubio estaba casi rapado,
acentuando su voluminosa figura. Él enérgicamente tamborileó con sus manos en
la barra, dirigiéndoles una brillante sonrisa que apresó sus mejillas y se extendió a
sus brillantes ojos azules.
Cuando Quin y Layla se acercaron, el empleado cesó su redoble de tambor,
pero permaneció animado.
—Hola.
—Hola —respondió Quin—, esta es Layla.
El empleado estiró su brazo por encima del mostrador.
—Encantado de conocerte, Layla. Banning Gilmore, pero puedes llamarme
Bann.
Cuando Layla aceptó su mano, un cosquilleo extraño pasó por su brazo,
pero ella ocultó bien su sorpresa, sin doblar sus dedos hasta que él los soltó.
—Encantada de conocerte, Bann.
98
—¿Sabes qué es lo que vas a querer? —preguntó Quin, sin apartar sus ojos
del rostro de Layla cuando él se inclinó sobre el mostrador—. Además del café, por
supuesto.
—Por supuesto —respondió, mirando fijamente sus sonrientes labios.
Entonces apartó la mirada para analizar el menú del desayuno.
Después de tomar su orden, Banning desapareció en la cocina, y Quin se
movió alrededor del mostrador, sirviéndose café mientras le sugería a Layla que
escogiera una mesa. Ella eligió la misma esquina que la noche anterior, sentándose
con su espalda hacia la pared, así que fue como un déjà vu cuando Quin se sentó
frente a ella.
—Te gusta esta mesa —notó él.
—Me trajo suerte —divulgó, viéndolo añadir la cantidad perfecta de crema y
azúcar a su café.
—Me gusta eso —confesó, deslizando su taza.
—¿Qué? —preguntó.
—Que encontraras suerte al reunirte conmigo.
Ella sonrió.
—¿Cómo sabes que no me estaba refiriendo a la habitación con descuento
en la posada?
—Ahora estás rompiendo mi corazón —dijo él fingiendo y llevándose la
mano a su pecho.
Layla se rio y luego tomó un sorbo de su sublime brebaje.
—Tengo que admitirlo, no era la habitación.
—¿No?
—No. —Levantó su taza—. Realmente me gusta el café.
—Casi me creo eso —se rio él.
—Tú preguntaste.
—Sobre un montón de cosas —confirmó. Entonces Banning apareció con
una bandeja.
99
—Eso fue rápido —señaló Layla, mirando a las rojas de manzana en forma
de abanico a un lado de una perfecta pila de panqueques—. Gracias.
—Seguro —contestó Banning—. Grítenme si necesitan cualquier otra cosa.
—De acuerdo —acordó Layla, y Banning regresó a la barra, ofreciéndose
rellenar su café al retirarse.
—Él es agradable —dijo Layla, viéndolo irse.
—Es un buen chico —concordó Quin.
—¿Cuántos años tiene?
—Diecisiete.
—¿En serio?
—Sí, pero está lo suficientemente cerca de su cumpleaños para redondearlo.
—Hizo una pausa, mirando por encima de su hombro—. ¿Parece mayor? A él le
gustará saber eso.
—Actúa como alguien mayor —explicó Layla—. Todos los chicos de
diecisiete años con los que fui a la escuela, estaban más interesados en el alcohol y
el sexo que cualquier otra cosa. Trabajar en el turno matutino de un sábado era su
idea del infierno.
Quin frunció el ceño.
—Mucha gente elige imprudentemente cuando tienen la libertad para
hacerlo. Se necesita experiencia para aprender el verdadero valor de tus
prioridades.
—Pero entonces ya es demasiado tarde —observó ella—. Has perdido tu
oportunidad para hacerlo bien, para pasar el tiempo sabiamente.
—Hasta la próxima vez —concordó él, cuidadosamente estudiando su
rostro—. ¿Hay algo que te has perdido?
—¿Cómo una adolescente? —preguntó.
—Seguro.
—No. Estaba justo donde quería estar.
—¿Y dónde fue eso?
100
El tenedor de Layla permaneció inactivo mientras lo observaba a través de
sus movimientos en su plato.
—En Oklahoma —respondió finalmente.
—Oklahoma —repitió.
Ella asintió en confirmación, y sonrió.
—Inteligente.
Layla lo vio comer, esperando que él insistiera para que ella diera detalles
sobre su respuesta inteligente, pero no lo hizo, por lo que volvió a sus
panqueques.
Cuando el plato de Quin estuvo casi vacío, él señaló al de ella.
—Pensé que estabas hambrienta.
—Lo estaba.
—Comiste dos panqueques y una manzana.
—Esos son dos panqueques más de los que suelo comer para el desayuno.
—Así que sobrevives con café.
—Si tan solo fuera así de fácil.
Él rio, tomó otro mordisco y entonces dejó su tenedor. Unos segundos más
tarde, Banning apareció, recogiendo los platos sucios y balanceándolos en una de
sus grandes manos.
—Voy a rellenar su café —sugirió, tomando sus tazas.
Una vez que él se alejó, Quin se inclinó hacia delante.
—¿Me honrarías con tu compañía por un poco más de tiempo?
Él parecía nervioso, lo cual era extraño teniendo en cuenta que era el
hombre más confiado que Layla había conocido alguna vez, y por buenas razones.
Era guapo, educado y muy encantador.
—No tengo ningún plan —respondió, jugueteando con un servilletero—, así
que si tienes uno, estoy dentro.
—No tengo ningún plan —confesó—, pero cualquier cosa que haga será
más placentera con tu compañía.
101
—Entonces creo que necesitamos un plan.
—Supongo que sí. ¿Te gustaría ver algo en particular en Cannon Beach?
—No realmente. Tú eres el local. Ponme al tanto de los secretos.
—Secretos —murmuró él, recostándose en su silla mientras se pasaba una
mano por la mandíbula—. Entonces te inclinas lejos de las trampas turísticas.
—Me gustaría aprovechar el conocimiento interno mientras esté disponible
—confirmó ella—. Puedo seguir los folletos en cualquier momento.
—Eso es sabio —acordó él, contemplando sus opciones—. Hay un espacio
de naturaleza virgen a unos treinta kilómetros de distancia. No es demasiado
impresionante para los turistas, pero me gusta. ¿Quieres que te lo muestre?
Más que cualquier cosa, pensó ella.
—Sí.
Banning regresó con su café, y Layla le sonrió mientras le añadía crema y
azúcar extra.
—Gracias, Bann.
—El gusto es mío. Tal vez podré verte de nuevo pronto.
—Lo harás si sigues sirviendo café como éste.
—Ha sido el mismo desde hace treinta y tres años. Dudo que vaya a cambiar
pronto.
—Entonces definitivamente me verás otra vez.
—Espero hacerlo —respondió él, sonriendo brillantemente. Luego se dirigió
a Quin—. ¿Algo más?
—Nop —respondió Quin, ofreciendo su mano a Layla—. ¿Lista?
—Por supuesto —accedió, y él la ayudó a levantarse, dando a Banning una
ausente despedida mientras dejaban el café.

102
10
Traducido por Otravaga y Selene
Corregido por LizC

A
penas visible a través de un imponente dosel de ramas, el cielo
nublado arrojaba poca luz sobre el camino rural al que Quin llevó a
Layla. Ella encendió los faros y luego le echó un vistazo hacia él,
decidiendo por su postura que no se sentía cómodo viajando con ella.
—Podrías haber conducido tú —ofreció.
Él la miró fijamente durante un largo tiempo antes de responder.
—No sé conducir.
—¿Qué? —espetó.
—No sé conducir —repitió.
Layla consideró esto, dándose cuenta que no había visto su auto, ni él había
mencionado uno. Así que, ¿cómo había llegado a casa anoche? A menos que se
quedara en la posada. Pero llevaba ropa diferente: pantalones cortos verde oliva en
vez de marrón, y su camiseta blanca parecía recién lavada. Sus cholas eran las
mismas: marrón oscuro y cómodas.
—¿Cómo te desplazas? —preguntó ella.
—Camino mucho.
—Al parecer. Pero, ¿cómo viajas largas distancias?
Él no respondió. Solo la miró fijamente por lo que parecieron siglos.
—Toma la siguiente a la derecha —instruyó, rompiendo el pesado silencio.
Ella disminuyó la velocidad y entonces giró en una estrecha carretera llena
de abetos costeros gigantes. 103
—Continúa por aquí hasta que llegues a un callejón sin salida —agregó él.
Ella le lanzó una mirada tentativa.
—¿Nuestra conversación llegó a un callejón sin salida?
—No. Hay un montón de cosas que quiero decirte, solo que no mientras
estemos conduciendo.
—¿Mi forma de conducir te asusta?
—No —se rio él—, pero quiero que seas capaz de mirarme cuando te lo
diga.
—Oh. —Eso tenía sentido—. Entonces, ¿a dónde es que vamos?
—Es un claro —respondió—. Hay docenas como ese por aquí, muchos de
ellos junto a la autopista, pero éste está alejado de las rutas más transitadas y los
turistas no lo han descubierto.
Sin duda estaba alejado de las rutas más transitadas, pensó Layla, girando su
auto en el callejón sin salida. Apagó el motor y arrojó las llaves en su mochila,
echándole un vistazo a Quin para encontrarlo con la mandíbula tensa.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
No lo estaba. Era un manojo de nervios y culpa. Nervios, porque un montón
de personas estaban contando con él para hacer esto bien. Y culpa, porque no le
estaba dando a ella una forma de escapar si lo hacía mal. Ella tendría dificultades
para encontrar su camino de regreso desde el claro sin su ayuda.
Se obligó a relajarse, ofreciendo una respuesta un tanto deshonesta.
—Me preocupa que no te vaya a gustar hacer la caminata sin un sendero. —
Hizo una pausa, con los labios retorciéndose en una sonrisa—. Podría cargarte de
nuevo.
—Eso no será necesario —se rehusó ella, con una sonrisa curvándose desde
una mejilla enrojecida a la otra—. Soy bastante buena abriéndome camino por el
suelo cuando tengo los zapatos puestos.
Quin no tenía ninguna duda. Ella era extremadamente agraciada. ¿Y por qué
no iba a serlo? Esa parte de ser una bruja era una que no necesitaba
entrenamiento. Él apartó la mirada de su rostro y se quitó las cholas, deslizándolas
en su bolso.
—¿Por qué haces eso? —preguntó ella.
104
—Prefiero caminar sobre tierra firme que sobre zapatos —respondió él,
mirándola recoger su cabello en una cola de caballo—. ¿Por qué te recoges el
cabello?
—Va a enredarse si lo dejo suelto.
—Hmm… —murmuró, resistiendo la tentación de tocar los bucles
contenidos—. ¿Estás lista?
Ella le echó un vistazo, con el estómago revoloteando como loco.
—Sí.
~***~
Abriéndose paso entre protuberantes raíces, frondosa maleza y grandes
ramas de árboles, Layla resultó ser la bruja más ágil que Quin había visto en su
vida. Si su zancada no hubiese sido más larga que la de ella, él habría tenido
dificultades para seguirle el ritmo. Teniendo en cuenta su linaje, su asombrosa
gracia no le sorprendía, pero sí lo cautivaba.
—Estos árboles son una locura —dijo ella, inclinando la cabeza hacia atrás—
. Es como mirar hacia arriba por el costado de un rascacielos.
Quin siguió su mirada a las copas de los árboles.
—Son maravillosos.
—Sí —acordó Layla, bordeando un pequeño parche de flores silvestres
amarillas. Luego se hizo a un lado para evitar un grupo de hongos yesquero
sobresaliendo del tronco de un árbol cubierto de líquenes. Arrugó la nariz ante las
estructuras naranja brillante y luego miró a Quin, sonrojándose cuando encontró
sus ojos.
—Entonces —murmuró ella, apartando rápidamente la mirada—, ¿Karena es
tu única tía?
—No. Tengo dos. Karena es la hermana de mi padre, y mi mamá tiene una
hermana en Alaska. Pero también tengo una tía abuela.
—¿Cercana?
—Muy cercana. Toda la familia de mi papá vive a unas dos hectáreas unos
de otros.
—¿Cuántos son?
105
—Dieciséis.
Layla tropezó hasta detenerse.
—¿Vives a unas dos hectáreas de los dieciséis miembros de tu familia?
—Sí —confesó, calibrando cuidadosamente su reacción.
—Vaya —jadeó ella—. No puedo imaginarme cómo es eso.
Quin la tomó de la mano, obligándola a caminar.
—Es agradable. Si necesitas algo, siempre hay alguien ahí para ayudarte.
Otra familia comparte la propiedad con nosotros, y somos tan cercanos a ellos
como lo somos entre nosotros. Has conocido a algunos de ellos.
Su frente se arrugó, así que se explicó en detalle.
—Brietta y Banning son los más jóvenes: hermano y hermana. Hay otros seis.
—¿Compartes el terreno con veinticuatro personas? —preguntó Layla.
—Sí —respondió.
De repente ella se detuvo, entrecerrándole los ojos.
—No eres parte de un culto, ¿verdad?
—No —se rio, instándola a continuar una vez más.
—¿Es un grupo religioso? —presionó.
—No —le aseguró—, solo dos familias que se llevan bastante bien como
para compartir la tierra. ¿Tienes una afiliación religiosa?
—No —respondió ella, sacudiendo la cabeza rotundamente—. Quiero decir,
he estado en la iglesia un par de veces, pero la religión organizada no es para mí.
Demasiado fuego y azufre. Yo digo, siempre y cuando no le estés haciendo daño a
la gente, vive como quieras vivir. No es un lema popular en el Cinturón Bíblico 1.
Los conservadores de Oklahoma están contentos de deshacerse de mí.
—Es un buen lema —la elogió, mirando hacia delante—. Aquí estamos.

1
Bible Belt: Término coloquial utilizado para referirse a una extensa región de los Estados Unidos
(sur histórico del país) donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social,
circunstancia que se manifiesta nítidamente en la forma de vida de la población, en la moral y en la 106
política.
Layla levantó la mirada cuando entraron en un pequeño claro dividido en
dos por un burbujeante arroyo. Brotando de un grupo de rocas coronando un
acantilado cubierto de plantas, el agua caía en cascada por el resbaladizo musgo y
luego fluía a través del claro, desapareciendo en las oscuras grietas de un peñasco
agrietado.
Layla se quedó inmóvil y en silencio, abriendo sus sentidos al agua y al trinar
de los pájaros mientras observaba los difusos rayos de luz gris inundar el suelo del
bosque.
—Es fantástico —aprobó, sonriéndole a su guía—. Muy tranquilo.
—Esa es una razón por la que me gusta —dijo, hurgando en su bolso. Luego
señaló hacia un gran peñasco con forma de gomita, su lado cóncavo
convenientemente con vistas al agua—. ¿Quieres sentarte?
Layla escaneó el grueso musgo verde cubriendo el suelo.
—¿No está húmedo?
—Sí —confirmó Quin, sacando un impermeable compacto de una pequeña
bolsa de plástico—. Pero sabía eso.
—Hmm… —Layla sonrió, viéndolo cubrir el musgo con el delgado plástico—
. ¿Siempre llevas un impermeable nuevo de paquete en tu bolso?
—No. Por lo general me mojo.
—¿Cómo evitas congelarte?
Se enderezó, mirando descaradamente mientras ella se quitaba la banda
elástica del cabello. Luego se sentó, apoyando la espalda en el arco del peñasco.
—Es un truco que aprendí cuando era niño —respondió, palmeando el
plástico a su izquierda.
—¿Eso es todo lo que consigo? —objetó ella, sentándose a su lado.
Él esbozó una sonrisa mientras tomaba su mano.
—Por ahora.
Layla se rio mientras miraba el arroyo.
—Entonces, ¿qué es lo que más te gusta de este lugar? Además de su calma.
—Casi todo —respondió, jugando con los dedos de ella mientras miraba
alrededor—. Su vegetación intacta encabeza la lista, junto con su tamaño y
107
aislamiento. Con tanta belleza natural metida en un espacio tan pequeño, tienes
garantizada unas vistas espectaculares. —Hizo una pausa, cambiando su mirada
desde la caída de agua hasta su rostro—. Me gusta que te guste.
Las mejillas de Layla se pusieron calientes, así que bajó la mirada y jugueteó
con una hoja perdida. Quin se mantuvo en silencio, todavía jugando con sus dedos.
Entonces tomó su muñeca y la levantó en el aire.
Layla le echó un vistazo, encontrándolo examinando su mano.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Admirando tus manos —respondió.
Ella arrugó la nariz.
—Eso es un poco extraño.
—¿Por qué? —contestó él—. Son agradables a la vista.
Escépticamente revisó su mano, en busca de rasgos agradables.
—Están bien —decidió ella—, ahora que puedo usar mis uñas largas.
—¿Por qué antes no podías usarlas largas?
Maldita sea. Layla debería haber anticipado esa pregunta; él era tan
condenadamente meticuloso. Pero no lo había hecho; ahora estaba atrapada.
Desconcertada y sintiéndose presionada por su continua mirada, miró hacia otro
lado, frotando ansiosamente un costado de su cuello mientras observaba un pájaro
saltar de rama en rama. Nunca le había contado la historia a alguien y no estaba
segura que pudiera lograrlo sin hacer el ridículo al lloriquear.
—No quieres hablar de eso —concluyó Quin.
Layla tragó, parpadeando para contener la temida humedad.
—Yo… no estoy segura de cómo hacerlo.
—¿Porque es triste?
Ella asintió, todavía mirando a otro lado.
—No quieres que te vea llorar —notó él.
Layla sonrió y miró hacia delante, contenta de que el movimiento no agitara
ninguna lágrima suelta.
—¿Eso no es como medio deprimente?
108
—Tal vez para algunos —admitió él—, pero hago preguntas porque quiero
conocerte. ¿Por qué habría de culparte por darme el honor?
A pesar de sus palabras, Layla no quería chillar delante de él, así que respiró
hondo antes de encontrar su mirada.
—Mantenía mis uñas cortas por mi madre. Ella tuvo un derrame cerebral el
año en que me gradué de la secundaria, y no tengo un papá, ni hermanos, ni nada,
así que me hice cargo de ella. Hasta que murió… hace unos dos meses. —Ella
apartó la mirada, secándose los ojos antes de mirar atrás—. ¿Ves? Deprimente… —
Su voz fue interrumpida cuando el índice de Quin rozó sus labios.
—No —argumentó él, bajando la mano—. Hiciste un difícil sacrificio por
alguien que amas; una elección digna de admiración y respeto. Lamento que
enfrentaras sola semejante tragedia. No puedo imaginar lo mucho que debe
haberte dolido.
—Duele como el infierno —murmuró, lamiendo su hormigueante mohín.
Luego se aclaró la garganta y miró el agua—. Pero la vida sigue, ¿verdad? Era
como un zombi cuando ella estaba enferma, y me puse incluso peor cuando murió.
Hicieron falta dos muy buenos amigos para darme cuenta que yo no había muerto
con ella.
—Me alegra que los tuvieras.
—Yo también —acordó, recogiendo una ramita y haciéndola girar entre sus
dedos—. Ellos son la razón de que esté haciendo una visita guiada por Oregon con
un chico atractivo.
—¿Crees que soy atractivo? —preguntó.
—Como si no lo supieras —sonrió ella.
—Tenía la esperanza —confesó—, pero no lo sabía.
Layla levantó una ceja y luego se encogió de hombros. No tenía sentido
negar lo obvio.
—Dudo que haya una mujer por ahí que no piense que eres atractivo, Quin.
—Tú no eres como las demás mujeres, Layla.
—¿Qué te hace pensar eso?
—No lo pienso; lo sé.
—Sin embargo afirmas no saber que te encuentro atractivo.
109
—Esa es solo una de las razones de por qué eres diferente —explicó—. Es
obvio cuando otras mujeres me encuentran atractivo. Contigo, no puedo estar tan
seguro.
—Solo medianamente seguro —contestó ella, sabiendo que su atracción no
había pasado desapercibida. Tal vez no se había arrojado a sus brazos como las
demás mujeres, pero no había manera de que él no hubiese averiguado el por qué
se ruborizaba cada vez que le hablaba.
—Por supuesto —confesó él con una sonrisa.
—No soy un misterio, Quin. No puedo evitar ser obvia.
—¿Por qué te esfuerzas tanto para evitarlo?
—¿No lo hacen todos?
—Linda forma de evitarlo —notó él, sus hoyuelos profundizándose.
Ella frunció el ceño y miró a su rama.
—Tú tampoco eres la persona más obvia.
Había estado frotando su pulgar sobre las uñas de ella, pero de repente se
detuvo, mirándola en silencio durante varios segundos. Luego puso su mano sobre
su cálida rodilla, cubriéndola con su propia mano cálida.
—¿Qué quieres saber? —ofreció.
Layla lo miró audazmente, decidida a tomar ventaja de esto.
—¿Tratas a todo el mundo de la forma en que me estás tratando?
—No estoy seguro de entender la pregunta.
—¿Siempre eres tan amable y abierto sobre tus sentimientos?
—Me gusta pensar que sí.
—Entonces, ¿por qué no estás casado?
—¿Qué? —Él se rio.
La mirada de Layla permaneció en él mientras elaboraba una respuesta.
—Eres un educado y atractivo hombre que expresa abiertamente lo que
siente. Eso es como una fantasía personal. Apuesto que hay idiotas poco atractivos
en todas partes utilizando esa línea en estos momentos. Así que, dime —insistió
ella, sacando su mano bajo la suya—, ¿por qué no hay un anillo en tu dedo?
110
Se quedó mirándola por un momento y luego encontró sus ojos.
—Las mujeres con las que he estado fueron geniales, pero no eran lo que
estaba buscando.
—¿En serio? —contestó ella tajante—. Durante las horas que te he conocido,
me presentaste a dos mujeres increíblemente hermosas. Voy a suponer que hay
más como ellas. Entonces, ¿qué estás esperando, tu alma gemela?
—No —respondió casualmente—. Probablemente nunca la voy a conocer.
—¿Crees que está por ahí fuera?
—Sí.
—Hablas en serio —notó Layla—. Crees en las almas gemelas.
—Sí —confesó—, pero no todo el mundo está destinado a encontrar la
suya. Con trabajo y clemencia, el amor entre dos personas que no son almas
gemelas puede ser casi tan hermoso y gratificante. —Hizo una pausa, observando
su expresión incrédula—. Supongo que no me crees.
—Nunca he visto algo como eso.
Quin lo pudo sentir; la perfecta introducción a un tema inusual.
—Hay un montón de cosas que las personas no ven —señaló él—. Eso no
quiere decir que no existan.
—Pero eso es como decir que todo es posible —argumentó ella.
El corazón de Quin saltó un par de compases, su mano libre se flexionó
mientras sus nervios estallaban, contrayendo todo su cuerpo. Todo dependía de la
forma en que manejaba los próximos minutos.
—Así que necesitas pruebas para creer en algo —dijo, tratando de mantener
su voz casual, pero su ansiedad estaba en un punto muy alto.
Layla lo pensó por un momento y luego asintió.
—Sí. Para decir que honestamente creo en algo, necesito pruebas. Podría
considerar una teoría, y pensar que es plausible, pero no es lo mismo que creer.
—Entonces si te digo que tengo un par de jeans en casa —bromeó, tratando
de aliviar su tensión—, ¿no me creerías?

111
—Muy gracioso —dijo ella riendo—, y completamente fuera de lugar. Ahora
bien, si me dices que hay un extraterrestre púrpura en tu habitación, estaríamos de
vuelta en el tema.
—No creo en los extraterrestres de color púrpura —respondió él.
Layla inclinó la cabeza.
—¿Cómo puedes creer en una cosa y no en la otra?
—Crees que tengo jeans, sin embargo, descartas las almas gemelas.
—He visto los jeans, por lo tanto sé que existen.
—Entonces es definitivo. Para ti, es ver para creer.
—Tendría que decir que sí, es definitivo. —Hizo una pausa, mordiéndose el
labio mientras miraba hacia abajo—. Eso no quiere decir que no estoy abierta a
nuevas ideas. Me gusta escuchar teorías y formarme una opinión. Simplemente no
puedo apoyarlas sin pruebas, y no voy a cambiar mi estilo de vida basándome en
la fe ciega.
—Creo que es un punto de vista fuerte y honesto —la elogió él.
—Tal vez. O tal vez soy obstinada y contradictoria. —Ella dejó de girar la
rama y lo miró a los ojos—. ¿En qué más crees?
Él vaciló, aterrorizado en ser directo y decirlo.
—En un montón de cosas. Hay un montón de secretos por allí.
—Pero no hay extraterrestres púrpuras —agregó ella.
—No que yo sepa —confirmó.
Ella se rio y negó con la cabeza.
—Bueno. Entonces, ¿qué hay por allí?
Lo había hecho de nuevo. Le había dado la introducción perfecta. Después
de respirar profundo, tomó la oportunidad.
—¿Cómo te sientes acerca de la magia?
—¿Qué quieres decir?
—¿Crees en la magia? —reformuló, apenas respirando mientras estudiaba
todo de ella: su rostro, su postura, sus manos y el aire a su alrededor.
112
—¿Estás preguntando si creo que los magos realmente poseen algún tipo
de poderes milagrosos? —preguntó.
—No —aclaró él—. No estoy hablando de un juego de manos, humo y
espejos, que es lo que ves en las demostraciones públicas de magia. Estoy
hablando de la magia real. Del tipo que el público no ve.
—Lo estás olvidando —respondió ella—, tengo que ver para creer.
—Correcto —murmuró.
—¿Tú crees? —le preguntó.
Quin mantuvo el contacto visual mientras respondía.
—Lo hago.
—Hmm… —murmuró, curiosamente escrudiñando su mirada. Luego se
encogió de hombros—. Supongo que eso no es diferente a creer en las almas
gemelas, y ya que no podemos probar que estás equivocado, es un punto
discutible.
Quin se tomó un momento para memorizar su sonrisa antes de arriesgarse.
—¿Y si te dijera que puedo probarlo?
Sus labios dejaron de sonreír mientras su frente se arrugaba.
—Supongo que te preguntaría cómo.
Quin llenó sus pulmones de aire y luego se apresuró al otro lado,
sentándose con las piernas cruzadas frente a ella. Layla alejó las rodillas de su
pecho, también cruzando las piernas, y él tomó su rama, echándola a un lado de
modo que pudiera tomar sus dos manos.
—Layla —exhaló, mientras sostenía su mirada—, no soy como la mayoría de
las personas.
—Lo sé —dijo ella sonriendo.
—Eso no es lo que quiero decir —continuó—. Estoy diciendo que puedo
hacer cosas que otros no pueden.
Ella inclinó la cabeza, mordiéndose el labio mientras miraba sus ojos.
—¿Como qué?
113
—Un montón de cosas —respondió él, apretando el agarre en sus manos.
No podía evitarlo. Le estaba tomando una gran cantidad de control no agarrarla
como si su vida dependiera de ello.
—¿Como qué? —le instó.
Quin suspiró y lo dijo de una vez.
—Como magia, Layla.
~***~

Aturdida, confundida y dividida entre la risa y las ganas de huir, Layla tuvo
que asegurarse que había oído bien.
—¿Magia?
—Sí —confirmó Quin.
—Es una broma —asumió ella.
—No —insistió—. Estoy siendo muy serio.
—Magia —repitió, sin poder decir algo más útil.
Quin asintió, y Layla siguió mirándolo, incapaz de hacer cara o cruz de su
confesión. Oh, Dios. Estaba loco. Ella estaba en medio de la nada con una persona
demente.
Quin se removió, flexionando los dedos alrededor de los suyos.
—¿Qué estás pensando, Layla?
—Que estás loco —le espetó, agitada por toda la maldita situación. Miró por
encima de su hombro, preguntándose cómo manejar a este atractivo chiflado.
Entonces se calmó y miró hacia atrás—. Lo siento. Eso fue cruel. Pero… bueno, ¿lo
estás?
—¿Estoy qué?
Loco, pensó.
—Enfermo —respondió ella—. ¿Tomas medicamentos y visitas a algún
médico para hablar sobre tu… magia?
Quin sonrió y negó con la cabeza.
—No estoy loco, Layla. Estoy diciendo la verdad. Puedo realizar genuina
magia.
114
Aprensiva sobre seguirle el juego, Layla bajó la mirada, sopesando sus
opciones. Odiaba la idea de huir de él… volver a la cafetería antes de irse para
siempre. Pero no podía barrer el tema bajo la alfombra y pretender que su
comportamiento delirante era normal.
—Así que —susurró, tratando de permanecer simpática a pesar de su
decepción—, ¿qué tipo de cosas puedes hacer?
—Casi cualquier cosa —respondió él, relajando su agarre—. ¿Quieres que te
cuente o que te lo muestre?
Ella levantó una ceja, preguntándose hasta dónde lo llevaría.
—Las dos cosas.
—Está bien, pero no dejes que te asuste. No hay nada que temer.
—Está bien —acordó ella aunque un poco vacilante.
—Pásame esa rama que tenías —la instruyó, soltando una de sus manos.
Layla se estiró buscando a ciegas la rama y se la entregó.
—No tengas miedo —insistió, besando suavemente su mano. Luego la puso
en su regazo.
Layla tocó sus nudillos hormigueando, su corazón y mejillas estaban
inundadas con calidez. Maldita sea. ¿Por qué tiene que estar loco?
Quin tendió una mano, y la pequeña rama yació inactiva en su palma.
—Puedo hacer que esta rama haga prácticamente lo que quiera sin tocarla.
—Muéstrame —le instó ella.
Manteniendo su mirada en el rostro de Layla, tomó una respiración
profunda y señaló la rama, ¡la cual flotaba en el aire! Layla jadeó, llevándose una
mano a la boca, y la rama cayó en la palma de Quin.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¿Cómo hiciste eso? —exigió ella.
—Magia —respondió.
Ella sacudió la cabeza, incapaz de hacer que sus pulmones funcionaran.
—Se trata de una broma. Esto tiene que ser una broma.
115
—No —respondió—, es magia.
Los vellos en la nuca de Layla se erizaron, sus ojos se humedecieron, y su
pecho se apretó.
—Hazlo de nuevo.
—¿Lo mismo o algo diferente?
—Lo mismo.
Al igual que antes, él la miró y ella se quedó mirando la rama, viendo como
flotaba sobre su palma. Cuando se detuvo y permaneció suspendida, ella se inclinó
hacia delante, lentamente pasando los dedos alrededor de la rama. ¡No había nada
que la sostuviera allí!
—No puedo creerlo —susurró—. Es imposible.
—¿Quieres que me detenga?
—No —dijo abruptamente, desconcertada y perpleja, pero sin miedo y con
anticipación—. Es emocionante. ¿Qué más puedes hacer?
Él sonrió, un gran suspiro desinfló su pecho.
—¿Qué quieres que haga?
—No lo sé. Hazla girar alrededor o algo así.
Tan pronto como hizo la sugerencia, la rama comenzó a girar, cada vuelta
más rápida que su predecesora, hasta que era un borrón. Cuando se detuvo, se
volcó en posición vertical, flotando al nivel de sus ojos. Entonces una grieta la
dividió a lo largo de su parte superior e inferior. Las piezas inferiores formaron una
V invertida, las piezas superiores formaron un pequeño corazón. Luego, dos finas
tiras de la corteza, de la izquierda y de la derecha, lentamente se desprendieron de
la madera, parando una vez que colgaban de un hilo de la base del corazón.
Layla se quedó sin aliento, discerniendo una pequeña figura como un
hombre de madera con dos piernas, brazos flexibles, y una cabeza en forma de
corazón.
—Eso es increíble —suspiró ella, viendo como la criatura la saludaba y daba
una reverencia.
—Extiende tu mano —la instruyó Quin.
116
Layla ansiosamente obedeció, y el hombre se subió a una rama de musgo,
tomó una flor silvestre de color amarillo y luego saltó en su palma. Ella apenas
sintió la presión de sus pies minúsculos mientras daba un paso hacia delante,
levantando la flor hacia su rostro, pero un hormigueo se deslizó desde su mano
hacia su columna vertebral, reafirmando su presencia mágica.
Layla se inclinó, oliendo su ofrenda. Entonces le sonrió a Quin, encontrando
sus profundos hoyuelos y sus brillantes ojos.

117
11
Traducido por Helen1 y Roxywonderland
Corregido por LizC

—T
odavía no lo puedo creer —susurró Layla con asombro,
mientras examinaba el hombre hecho de madera, que yacía
inanimado entre sus dedos—. ¿Qué más puedes hacer?
Quin se deslizó hasta el lugar a su lado y le tomó la mano.
—¿Esto está bien?
Layla bajó la mirada, sonrojándose a través de su respuesta.
—Es mejor que bien. Siento como si hubiera entrado en un cuento de hadas.
—Entonces vamos a ver un poco de magia —aprobó él—. Si algo te
preocupa, házmelo saber y me detendré.
—Está bien —aceptó ella felizmente, contoneándose con entusiasmo.
—¿Cuál es tu animal favorito? —preguntó.
Ella se quedó inmóvil, mirándolo con nerviosismo.
—¿Qué vas a hacer?
—Quiero mostrarte la magia —respondió—, no contarte de ello.
Empezó a discutir, pero se detuvo cuando él llevó el dorso de la mano de
ella a sus labios.
—Solo observa —insistió él—. ¿Cuál es tu animal favorito?
—Los perros —respondió.
—¿Alguna raza en particular?
—Um… me gustan los Spaniels. 118
Quin señaló a la cascada, y Layla miró, viéndola golpear las rocas lisas en la
parte inferior del terraplén. A medida que las gotas rebotaron en la piedra, se
conglomeraron en el aire, ¡formando un Spaniel Rey Charles!
La boca de Layla se abrió.
—Eso es… es… —Miró a Quin, quien todavía sostenía su mano sobre sus
labios sonrientes—. ¡De ninguna manera! —exclamó, volviendo su mirada a la
criatura líquida.
El perro saltó de la corriente, arrojando gotas de agua desde su pelaje
reluciente. Luego lamió la mejilla de Layla, dejándola empapada. Ella se echó a reír,
limpiándose la cara con la manga de su suéter, y el Spaniel saltó de nuevo al
arroyo, zambulléndose en el agua con la lengua afuera.
La mejilla de Layla estaba seca, y el perro se había fundido en la corriente,
pero no podía dejar de reír.
—Eso fue increíble.
—Tu risa es increíble —respondió Quin.
Layla inmediatamente sofocó su risa, pero no pudo borrar la sonrisa.
—Han pasado años desde que reí así.
Quin frunció el ceño, pero luego volvió a sonreír, mirando su perfil mientras
apoyaba su propia mejilla en la palma de su mano.
—Diría que eso me hace un hombre singularmente afortunado. ¿Cuál es tu
color favorito?
Sorprendida por el cambio de tema, le tomó a Layla un momento para
responder.
—Oh. Um… verde.
—¿Segundo favorito?
—Azul.
—¿Qué hay de tu flor favorita?
—Lirios.
—¿Segunda favorita?
—Rosas. 119
—Extiende tu mano.
Layla obedeció, y una rosa marmoleada azul y verde apareció a centímetros
por encima de su palma.
—Tómala —insistió él.
Cuando ella recogió el suave tallo desde el aire, una amplia variedad de
lirios surgieron del musgo, deslizándose sobre sus zapatos y alrededor de sus
tobillos.
—Son hermosas —dijo maravillada, oliendo la rosa.
—Sí —concordó él—, pero son eclipsadas. Vamos a ver… —Echó un vistazo
al claro y luego señaló hacia el arroyo, moviendo su dedo de arriba hacia abajo.
Layla miró por encima ansiosamente, encontrando una pequeña sección de
la quebrada burbujeando extrañamente. Luego seis pequeñas corrientes de agua
se dispararon al aire como una fuente circular, saltando más alto con cada oleada.
Quin movió su mano en cada chorro, y pequeñas luces se encendieron en sus
bases, alternando verde y azul. Con un movimiento más de la mano, una gran rosa
líquida floreció desde dentro de la fuente, girando para revelar sus pétalos
brillantes, azules y verdes. Como si el momento no fuera lo suficientemente
encantador, él silbó, y dos carboneros negros se elevaron desde el bosque,
cantando mientras giraban en las puntas de los chorros.
Layla observó embelesada el espectáculo de magia, todavía desconcertada
por el giro de los acontecimientos, todavía inclinada a preguntarse si estaba
soñando, pero unos dedos envolviéndose suavemente alrededor de los suyos
sugirieron lo contrario. Más sólida que la piedra a su espalda y la tierra por debajo,
la mano de Quin se sintió como un arnés suspendiéndola de forma segura entre
dos temblorosos mundos: uno de ellos sin esperanza, el otro descabellado. Ella lo
miró, esperando encontrar sus ojos, y por supuesto, la observaban, cavando más
profundo en su superficie. Ella se sonrojó y miró a la fuente, deseando tener las
agallas para apoyar la mejilla en el brazo de él, para sumergirse en el calor de su
cuerpo y respirar su masculinidad, pero nunca había hecho un movimiento en un
hombre en toda su vida, y no tenía idea de cómo hacerlo.
Las luces en la base de los chorros finalmente desaparecieron, el agua
permaneciendo abajo, y los pájaros regresando al bosque.
—Vaya —suspiró Layla, sacudiendo la cabeza—. Qué locura.
—¿Quieres ver algo más impresionante? —preguntó Quin. 120
—¿Más impresionante que eso?
—Eso es solo el comienzo —le reveló—. La magia va mucho más allá de
hombres de madera y fuentes.
—Quiero ver —dijo ella emocionada.
—Quiero mostrarte —aprobó él—. ¿Quieres participar en ello?
Ella vaciló, mordiéndose el labio nerviosamente.
—No tienes que hacerlo —le aseguró—, pero si quieres, deberías. No es
peligroso.
—¿Qué vamos a hacer?
Quin se levantó y la ayudó a ponerse de pie. Luego la condujo a varios
pasos de distancia de la roca.
—Pon tus manos sobre mis hombros —instruyó.
—¿Así?
—Seguro.
Él envolvió sus manos alrededor de su cintura, y su corazón se aceleró,
bombeando sangre febrilmente.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí —exhaló ella.
Él observó su rostro por un momento, flexionando los dedos suavemente
sobre su espalda baja. Luego sonrió.
—Recuerda, no hay nada que temer, pero si te da miedo, me lo dices.
—Está bien —concordó, una vez más desconcertada por lo extraño y
maravilloso que era, por las cosas que él le mostró y la forma en que la hacía
sentir… como si estuviera flotando.
—¿Aún estás bien? —preguntó.
—Sí —murmuró ella—. ¿Por qué? ¿No me veo bien?
Él sonrió.
—Mira hacia abajo.
121
Ella lo hizo, chillando y clavando las uñas en sus hombros. ¡Estaban flotando
a un metro sobre el suelo!
—No voy a dejarte caer —le dijo, apretando su cintura—. Puedes relajarte.
Ella aflojó, dejando de clavar sus uñas, pero su agarre se mantuvo firme
mientras miraba alrededor. La sensación de estar en el aire era extraña,
sobrenatural y volcaba su estómago, pero era fantástica.
—Esto es una locura —susurró—. Estamos volando en realidad.
—No —le corrigió—. Estamos flotando. Volar vendrá después.
Su boca se abrió.
—¿Puedes volar? ¡Puedes volar! ¡Es por eso que no conduces!
—Sí.
—¿Vuelas a todas partes?
—Sí. ¿Supongo que estás de acuerdo con las alturas?
Layla miró hacia abajo y chilló de nuevo. Habían subido otros cinco metros.
No se sentía amenazada, pero tenía un sentido claro de riesgo, la emoción de la
incertidumbre, al igual que la realización de una rutina bien practicada sobre una
barra de equilibrio, sin esteras abajo.
—Supongo que lo estoy.
—¿Te gusta bailar? —preguntó.
—Um… sí, pero nunca he bailado con un hombre.
Él silbó, y los carboneros regresaron, cantando una melodía relajante
mientras se encaramaban en una rama cercana. Layla sonrió a las criaturas aladas.
Luego perdió la vista cuando Quin le dio la vuelta en amplios círculos perezosos en
el aire. Después de darle unos minutos para ajustarse, aceleró el ritmo y estrechó
sus círculos.
—¿Puedo acercarte a mí? —preguntó finalmente.
Layla asintió, sin palabras mientras se sonrojaba de pies a cabeza, fascinada
por él y por todo lo que hacía.
—Voy a soltar esta mano —le advirtió, moviendo los dedos de la mano
derecha—, pero no vas a perder ningún tipo de apoyo.
122
Ella asintió de nuevo, de modo que él movió su mano derecha a su
izquierda, llevándola a su hombro mientras envolvía su otro brazo alrededor de su
cintura. Después de acercarla a su cuerpo, trayendo su cara incluso más cerca a la
suya, le soltó la mano y cubrió su espalda, deslizando sus dedos por debajo de su
cabello.
Las reservas de oxígeno de Layla eran prácticamente nulas, su sangre ardía
mientras lo miraba directamente a sus ojos, los dedos de sus manos y pies
hormigueando. ¿Era posible tener las rodillas débiles cuando eres ingrávida? Tal
parece, porque las suyos parecían gelatina.
Tragó un nudo en su garganta, y él sonrió, suavemente instándola a apoyar
su rostro ruborizado en su cuello. Ella accedió fácilmente, y a medida que sus
temblorosos labios tocaron su piel, él enterró su rostro en el cabello de ella,
recorriendo su clavícula con la punta de la nariz.
Oh, vaya, pensó Layla, sus ojos cerrándose a la deriva mientras un escalofrío
atravesaba su interior.
~***~
Quin apretó sus dedos alrededor de un mechón de rizos sedosos, su pecho
expandiéndose mientras se preguntaba si el sabor de Layla era tan fascinante
como su aroma. Ansiaba saberlo, pero su confesión no había terminado, y no sabía
cómo se sentiría acerca de su mentira por omisión.
Después de varios celestiales minutos, apartó el rostro de su cabello, alejó
las aves, y regresó a la tierra en más de un sentido. Cuando sus pies tocaron el frío
musgo del suelo, mantuvo a Layla en sus brazos, ansiando apretarla con más
fuerza.
—Estamos en el suelo.
—Lo sé —susurró ella, escociendo su piel.
Cerró los ojos, reteniendo un gemido de emoción.
—Hay algo más que necesito decirte.
Ella respiró hondo y luego abandonó su cuello.
—¿De qué se trata?
—Bueno —respondió él vacilantemente—. No he sido completamente
honesto contigo.
123
Ella inclinó la cabeza y escudriñó su rostro.
—Déjame adivinar —bromeó—. Karena no está teniendo un especial de dos
por uno.
—Ojalá fuera así de simple —respondió, dejándola en el suelo—, pero es
algo más serio.
Sus manos se deslizaron fuera de sus hombros, y él se estremeció.
—No he mentido en realidad —se apresuró a continuar—, simplemente no
he estado diciendo toda la verdad.
Ella bajó la cabeza, viéndolo por la comisura de sus ojos mientras se alejaba.
—¿La verdad sobre qué?
—Varias cosas —respondió—. Vamos a sentarnos. No es una historia fácil
de contar.
Ella permaneció tensa, manteniendo un mordaz contacto visual.
—Por favor, Layla.
Resopló y se trasladó a la roca, y Quin flexionó los dedos mientras la seguía,
sentándose frente a ella.
—Ya te he contado algunas cosas sobre mi familia —comenzó, sosteniendo
tentativamente sus manos—, pero hay más cosas que deberías saber.
—¿Cómo qué? —preguntó con frialdad, y Quin pudo notar que había alzado
un escudo emocional, preparándose para un golpe.
—Bueno —contestó—, por un lado, ellos también pueden hacer magia.
Los ojos de Layla se abrieron de par en par a medida que bajaba sus
defensas.
—¿Todos ellos?
—Sí.
—¿También Brietta y Banning?
—Sí, los veinticinco de nosotros somos hechiceros, o brujas y magos, si lo
prefieres.
—¿Brujas y magos? —susurró Layla.
124
Quin soltó su mano y sacó un vaso de su bolso, convocando agua de la
corriente con un movimiento de su muñeca.
—Sí —respondió, entregándole el vaso—. Soy un mago.
Layla lo observó curiosamente mientras tomaba un largo trago. Luego se
encogió de hombros.
—Supongo que eso tiene sentido. ¿Qué otro nombre utilizan para llamarse
entre ustedes?
—Eso no es lo que tengo que decirte.
—Oh.
Quin dejó el agua de lado y volvió a tomar sus manos.
—Como brujas y magos, podemos leer las emociones de las personas con
tan solo mirarlos, y funciona incluso mejor con otros magos. Una vez dicho esto…
—Hizo una pausa, respiró profundo y luego, poco a poco, lo dejó escapar—…
cuando Brietta te vio anoche, ella notó algo diferente en ti, algo que la confundió.
—Finalmente vas a decirme por qué te sentaste conmigo —murmuró Layla,
bajando la vista.
El estómago de Quin se retorció mientras le apretaba sus manos.
—Sí —confesó, tratando de encontrar su mirada, pero ella la estaba
esquivando a propósito.
—Pues, dilo —insistió.
Quin no quería continuar. Quería levantar su rostro y decirle que cualquier
hombre que se siente con ella sería afortunado, pero se obligó a mantenerse en
línea.
—Brietta nunca había visto a nadie como tú. Le preocupó, y quiso una
segunda opinión de un miembro de nuestro aquelarre. Yo estaba en la librería de
al lado, así que me llamó.
Los hombros de Layla se alzaron con un suspiro tembloroso.
—Ya veo. Ella te envió a mi mesa.
—No —contestó, cediendo a la tentación y levantando su barbilla—. Brietta
me envió allí, pero yo me senté por voluntad propia. Te dije la verdad anoche.
125
Estaba intrigado por la mujer más hermosa que había visto jamás. ¿Por qué no iba
a sentarme?
Su frente se arrugó mientras buscaba la mirada de él, y podría decir que
tranquilizó al menos algunas de sus inseguridades.
—¿Y qué te intriga acerca de mí? —presionó ella.
—Bueno —respondió, tensándose con ansiedad—. Estoy llegando a eso,
pero sentí que debía advertirte.
—¿Acerca de qué?
—Acerca de las cosas que tengo que decirte. No van a ser fáciles de
escuchar, y mucho menos de creer, pero por favor, trata de mantener la mente
abierta y mantener la calma, y si hay algo que pueda hacer para hacértelo más
fácil, házmelo saber.
Asintió curiosa, y él inhaló profundamente, tratando de frenar su acelerado
corazón.
—Sé por qué estás aquí, Layla.
—Tú me invitaste hasta aquí —le contestó.
—No aquí en el claro —reformuló—. Aquí, en Oregon.
Ella entrecerró los ojos.
—Te dije por qué vine.
—Sí, pero no me dijiste todo.
—¿Cómo lo sabes? —contrarrestó—. ¿Es algo que puedes ver mágicamente
acerca de mí?
Quin sintió como se elevaban sus escudos, pero no sabía cómo suavizar el
golpe, por lo que tomó sus manos fuertemente y lo soltó de golpe.
—Sé por qué estás aquí, porque conozco a tus abuelos.
Su boca se abrió a medida que alejaba sus manos; sorpresa, confusión… y
miedo. Mierda. Quin anheló poder sostener sus manos de nuevo, pero de alguna
manera logró contenerse.
—¿Tú… tú qué? —preguntó.
El pecho y estómago de Quin se tensaron, amortiguando su respuesta. 126
—Conozco muy bien a tus abuelos. Y conozco tu pasado, sé lo que te trajo a
Oregon.
Layla se puso de pie tan rápido antes que Quin se diera cuenta que ya no
sostenía su mirada. Para el momento en que él se puso de pie, ella le estaba dando
la espalda y miraba hacia el bosque, jugueteando fuertemente con las mangas de
su suéter.
—Eso es ridículo —decidió ella, dando la vuelta—. ¿Qué te hace pensar eso?
El corazón de Quin se apretó mientras bajaba su mirada culpable.
—Sabes que mi familia comparte tierras con otra familia mágica.
—¿Y? —resopló, alentándolo con mano impaciente a continuar.
—Bueno, esa otra familia es tu familia.
Su mano cayó a un lado, golpeando sus jeans, y Quin dio un paso cauteloso,
esperando como el infierno que no huyera.
—Eres una bruja, Layla —agregó en voz baja—. Lo supe al momento en que
te vi.

127
12
Traducido por Salilakab, Dani :3 y LizC (SOS)
Corregido por Key.

L
ayla pensó que su cabeza podía explotar mientras el calor revolvía sus
sentidos, haciendo difícil procesar lo que había oído, ¿Cómo esto
podría ser verdad? Si Quin le hubiera dicho esto ayer, lo habría llamado
lunático y se hubiera alejado, pero después de lo que había experimentado esta
mañana, no podía negar lo que había creído que era imposible. La palabra había
perdido toda credibilidad.
—No lo entiendo —exhaló, empujando sus palabras a través de un nudo en
su garganta—. ¿Qué te hace pensar que soy parte de esa familia? Una bruja… o lo
que sea, no me conoces.
—Sí te conozco —insistió Quin—. Sé que tus padres te nombraron Layla, y
que fuiste adoptada por una mujer llamada Katherine Moore. Sé que tus padres
usaron el apellido Callaway cuando se quedaron en Ketchum, Idaho, y sé que
naciste el tres de marzo de 1989. También sé, sin lugar a dudas, que eres una bruja.
El estómago de Layla se revolvió cuando él recitó los hechos que no debería
conocer, que no podría saber sin haberla conocido. Pero incluso si conocía a su
familia, una cosa no tenía ningún sentido.
—Pero no lo soy Quin. Tienes a la chica equivocada. No soy una bruja.
—Sí lo eres —respondió él—. Lo puedo ver, y cuando estés lista, puedo
demostrarlo. No hay duda… eres una bruja y siempre lo has sido.
Las piernas de Layla se sintieron como gelatina.
—Necesito sentarme.
Quin estuvo a su lado en un instante, convocando el impermeable mientras
la ayudaba a sentarse. El trasero de Layla arrugó el plástico, y luego se llevó las
128
rodillas hacia su pecho y apoyó su frente sobre ellas, su estómago se arremolinaba
mientras su cerebro palpitaba.
Permaneció así por aproximadamente una hora, digiriendo todo lo que él le
había dicho, haciendo su mejor esfuerzo por separar y evaluar todas las piezas,
pero la sobrecarga de información y la incredulidad presionaban, obstaculizando
obtener conclusiones productivas. ¿Cómo podía ser? ¿Con pruebas o sin ellas,
cómo podía estar pasando esto? Tal vez había entrado en otra dimensión cuando
condujo a Oregon. Caray. Nada de esto tenía sentido.
Quin se sentó en silencio y sin moverse mientras veía a Layla lidiar con las
noticias que alteraron su mundo, esperando no haber arruinado la tarea más
importante que se le había asignado jamás. Cuando ella finalmente lo miró, su
corazón y respiración se detuvieron.
Su rostro lucía calmado, y su hermoso color había regresado, pero podía
asegurar que ella seguía estando confundida y reacia a aceptar los hechos. Cuando
habló su voz fue ronca, pero sus palabras fueron claras.
—¿Por qué Brietta se preocupó por mí?
La pregunta insignificante sorprendió a Quin, considerando que
probablemente tenía un millón de preguntas con mayor prioridad fundiendo su
cerebro, pero también lo alivió, y respiró más fácilmente desde la primera vez que
descendió de su pequeño baile.
—Brietta se dio cuenta que eras una bruja desde el momento en que te vio,
pero también vio algo que no reconoció. Hasta ese momento, nunca había
conocido a un mago adulto que no sabe utilizar la magia, así que no entendió lo
que estaba viendo y creyó que podría ser un truco. También está el hecho de que
eras una extraña. En cierto modo, estamos familiarizados con todos los aquelarres
en Oregon, y rara vez tenemos visitantes mágicos desconocidos, así que nos
sorprendiste.
Layla carraspeó.
—Estoy bastante sorprendida por mi cuenta. No tenía idea.
—Lo sé —aseguró Quin—. Tan pronto como me senté, me di cuenta que
eras genuinamente inconsciente, y cuando supe tu nombre, entendí exactamente
por qué.
—Eso es más de lo que yo sé.
—Sí —confesó—. No has tenido fácil las cosas. 129
—No siempre fue así de confuso —replicó ella—. Antes del derrame
cerebral de mi madre, tenía una vida libre de complicaciones.
—Eso es lo que tus padres querían para ti.
La mano de Layla voló a su corazón mientras giraba la cabeza hacia él,
estudiando sus ojos como si tuvieran el conocimiento más aterrador e intrigante
del mundo. Después de tomar un tembloroso suspiro, miró hacia otro lado,
arrancando una aguja conífera pérdida del musgo.
—Entonces —murmuró—, mi papá… ¿está muerto?
Quin envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y le metió el cabello
detrás de la oreja, observando tristemente su perfil a medida que le rompía el
corazón.
—Sí. Murió pocas semanas después de tu nacimiento, lo siento.
Su aguja se había ido, así que ella jugueteó con sus mangas mientras miraba
a la corriente.
—No me di cuenta de lo mucho que había esperado encontrarlo. ¿Cuáles
eran sus nombres? Solo conozco los falsos.
Quin jugó con uno de sus rizos mientras respondía.
—Rhosewen Keely Conn y Aedan Dagda Donnelly. Tu madre tomó su
apellido cuando se casaron.
—Esos son unos lindos nombres —susurró, levantando sus dedos
temblorosos a su garganta.
—También lo creo —concordó Quin—. Nuestro aquelarre tiene a tus padres
en la más alta estima.
Ella ladeó la cabeza con aire pensativo y luego se encontró con su mirada.
—¿Así que Brietta y Banning son mis parientes?
—Sí, son tus primos segundos, pero con tantos de nosotros viviendo juntos,
simplificamos las cosas y solo los llamamos primos.
—Olvidé cuántos dijiste que hay —murmuró Layla—. En mi… familia.
—Ocho —respondió Quin—. De las veinticinco personas en mi aquelarre,
ocho están relacionadas contigo por sangre o matrimonio. Los padres de tu papá
viven en Virginia, por lo tanto tienes más familiares, pero no sé cuántos. 130
Ella sacudió su cabeza con los ojos muy abiertos y brillantes.
—No podría haber imaginado este desenlace ni en un millón de años. No sé
cómo manejar la situación; cómo seguir. ¿Qué se supone que debe hacer una
persona con ésta información?
—No puedo imaginar cómo debes sentirte en este momento —ofreció
Quin, deseando poder hacer más—. Lo estás manejando mejor de lo que yo haría.
—Hay tanto que no sé —murmuró, hundiendo el rostro entre las rodillas—,
tanto que no entiendo. —Se quedó en silencio por unos momentos, entonces su
voz sonó amortiguada por la tela—. ¿Quieres contarme más?
—Claro —acordó él, rebuscando cosas directamente en su cabeza—. Vamos
a ver… los padres de tu mamá son Catrin y Morrigan Conn…
—¿Morrigan? —repitió Layla. Entonces alzó la cabeza de golpe—. ¿La
pianista?
—Sí —confirmó Quin, sonriendo ante la chispa emocionada en sus ojos—.
Ese disco fue grabado por tu abuela materna.
—Vaya —exhaló Layla, dejando caer su cabeza de nuevo.
Cuando ella no dijo nada más, Quin continuó divulgando información.
—Los padres de tu papá son Serafín y Daleen Donnelly. Los he visto varias
veces, así que puedo responder preguntas acerca de su apariencia y personalidad,
pero no sé mucho sobre sus vidas en Virginia. —Hizo una pausa, esperando ver si
tenía preguntas, pero ella no hizo ningún comentario, así que continúo—. Ni
Rhosewen ni Aedan tienen hermanos, por lo tanto, no tienes tíos o tías, pero
Caitrin tiene una hermana, que sería tu tía abuela Cinnia…
—¿Cinnia? —preguntó ella, levantando la cabeza de nuevo—. ¿Cómo el
Cinnia’s Café?
—El único —respondió.
Layla mordió pensativamente su labio por un momento y luego murmuró en
voz baja.
—Así que el café era la pista más importante.
—¿Pista? —preguntó.
—¿No lo sabes? —respondió ella.
131
—¿Saber qué?
—Sobre el rastro de migas de pan que tenía que seguir.
—Oh —susurró él, envolviendo un rizo en su dedo—. Sé que no tenías
mucho para comenzar.
—Aparentemente tenía más de lo que creí —respondió—, pero incluso si
hubiera considerado ser miembro de la familia propietaria de la cafetería, no lo
habría creído. Nunca he tenido una tía, y mucho menos una que vende el mejor
café del mundo.
Él sonrió y extendió un mechón de cabello hasta la punta de su nariz.
—Ahora sí.
—Eso parece —admitió ella—. ¿Qué más queda?
—Bueno, Cinnia se casó con un hombre llamado Arlen Giles, por lo que
también tienes un tío abuelo en el aquelarre, y tuvieron una hija llamada Enid. Ella
es propietaria de la librería al lado de la cafetería. Enid se casó con un hombre
llamado Kearny Gilmore, y Brietta y Banning son sus hijos.
—Permíteme asegurarme que entendí bien —dijo Layla—. En tu aquelarre,
mi familia incluye a mis abuelos Caitrin y Morrigan; una tía abuela y tío, Cinnia y
Arlen; y mis primos Enid, Kearny, Brietta y Banning.
—Tienes una memoria excelente —comentó Quin.
—No sé cómo estoy recordando algo de esto —contrarrestó Layla—. Mi
cabeza está demasiado abotagada en estos momentos.
—Los magos tienen buenas memorias —explicó Quin—. Somos mejores en
compartimentar.
Ella enderezó los hombros y se volteó a verlo con una mirada escéptica.
—Entonces, ¿me estás diciendo que puedo hacer las cosas que tú hiciste?
—Con práctica, sí, puedes hacer mucho más de lo que has visto.
—¿Cómo es eso posible, Quin? Nunca he hecho nada remotamente
parecido a eso. He sido tan normal como cualquier persona mi vida entera.
Quin vio a sus ojos esmeralda, sus labios rosados y brillantes rizos,
preguntándose si ella había visto alguna vez un espejo.
132
—Estás lejos de ser normal, Layla, pero entiendo lo que dices. —Hizo una
pausa, buscando la mejor manera de explicarse—. En la mayoría de los casos,
cuando nace un mago, su aquelarre comienza enseñándoles lo que son y cómo
enfocar su energía para realizar magia. Es cuestión de ejercitar como cualquier otra
cosa. Al igual que gatear, caminar y hablar, la magia se practica y se alienta.
Algunas cosas vienen naturalmente, las cosas estéticas como nuestra buena
apariencia, la gracia física, la memoria aguda y el talento artístico, pero todo lo
demás necesita práctica. Si a un bebé mágico nunca se le dice lo que es, nunca se
le enseña cómo enfocar, realizar y controlar su capacidad, podría vivir toda su vida
sin darse cuenta que posee el don. Por encima de todo, si alguien no cree en la
magia, no hay manera de que sea capaz de llevarla a cabo.
—¿Cómo lo haces? —preguntó.
—Todo está en la mente —respondió—. Los movimientos son más para el
beneficio de la realización de nuestro objetivo.
—¿Así que puedes hacer cosas sin moverte?
—Claro, pero requieren más concentración.
Ella aún parecía confundida, por lo que él profundizó.
—Usar movimientos nos permite tomar lo que es solo una idea y convertirla
en algo físico, lo que hace que sea más real. Ese es el objetivo de la magia, tomar la
idea que hemos formado en nuestra cabeza y hacerla realidad. Con la fuente,
pensé en lo que quería que hiciera el agua, y al señalar y mover mi mano, fue más
fácil verlo como algo real. —Suspiró—. ¿Estoy haciendo que tenga sentido?
—Creo que lo entiendo —respondió ella—. Si alguien es mago, puede
pensar en lo que quiere hacer, imaginarlo como real, y hacer que suceda.
—Un buen resumen —aprobó—, pero es más complicado de lo que parece.
Encontrar la manera de lograr lo que quieres es la parte difícil. Una vez que te das
cuenta de eso, es fácil. Tus habilidades naturales con las que naces entran en juego
y lo que queda es fortalecer tus habilidades para encontrar la manera más fácil o
más elaborada para lograr tu objetivo.
Layla tomó la rosa que le había dado, colocándola bajo su nariz.
—¿Así que tú creaste la flor y su olor?
—Sí —confirmó él—. Imaginé cada detalle, desde el tallo, al pétalo y el
polen.
133
—¿Entonces necesitas conocer la anatomía del sujeto para crearlo?
—Sí. De otra manera terminarías con flores mutantes que se marchitan
rápidamente. Entre mejor sea tu conocimiento e imaginación, mejor será el
producto.
—Tienes una buena imaginación —lo elogió, una vez más oliendo su rosa.
—Todos la tenemos —respondió, extiendo una mano, y otra rosa apareció:
azul y verde como la primera, pero con una aroma un poco diferente. Se la ofreció
a Layla, y ella alegremente la aceptó, sonriendo en tanto rozaba su nariz en los
suaves pétalos.
—Pensé que la magia sería sobre hechizos y rituales —dijo, recogiendo uno
de los lirios que él había creado, una brillante y rosa azucena, la cual unió a las
rosas.
—Lo es —confirmó, recolectando la flor amarilla y el hombrecillo de
madera. Luego tomó el ramillete de Layla, añadiendo mágicamente el hombre de
madera a los tallos antes de atar la flor silvestre alrededor de las cuatro
creaciones—. Incluso la magia más fácil que hacemos es considerada un hechizo —
agregó, regresándole las flores—, y algunas veces los hechizos son considerados
rituales; usualmente cuando involucran varia personas, objetos o un extenso
periodo de tiempo. Pero ya que nuestra magia es tan flexible, nuestras
clasificaciones son a menudo muy poco relevantes. Dos personas pueden provocar
el mismo resultado tomando dos caminos completamente diferentes. No tienes
que seguir un libro de reglas o memorizar las instrucciones paso a paso. Solo
tienes que usar tu imaginación para encontrar un camino, y lo más importante,
tienes que ser específico acerca de lo que quieres, desde el tallo al pétalo hasta el
polen, y todo lo de en medio.
—Entonces el único límite a la magia es el tuyo propio —concluyó ella.
—Más que nada —contestó—. Pero tan fácil como eso suena, aprenderás
rápidamente que hay más que lo que crees. Todo está en los detalles. Olvida
incluso el componente más pequeño, y tu hechizo probablemente fallará. Averigua
los detalles, y el resto es magia.
—Hmm… —reflexionó ella, moviendo sus labios. Luego alzó una ceja hacia
él—. ¿Puedes hacer que estas flores vivan por siempre?
—Solo con un cuidado diario —respondió—. Tendría que mantenerlas
hidratadas y reservar las marcas de tiempo.
—¿No puedes crearlas de tal modo que no necesiten agua? —lo desafió.
134
Quin sonrió por su sonrisa de suficiencia, queriendo besarla.
—No, no puedo, pero quizá haya alguien que pueda. ¿Puedes pensar en una
manera?
Ella frunció el ceño, pero el humor todavía tiraba de las comisuras de su
boca.
—Supongo que merezco eso.
—No fue una indirecta. —Se rio—. Nunca sabes quién tiene las respuestas
para lo que estás buscando.
—Yo no tengo respuestas —murmuró—. Ni siquiera me conozco a mí
misma, mucho menos lo que puedo hacer.
—Te diré qué —ofreció él, buscando su ramo—, mantendré tus flores vivas
hasta que lo averigües.
Sus mejillas y sonrisa brillaron.
—¿En serio?
—Seguro —agregó, abriendo su bolso, pero antes que pudiera deslizar las
flores adentro, Layla agarró su mano.
—Las aplastarás —objetó ella.
Quin no pudo evitar reírse mientras colocaba las flores a un lado y sacaba su
morral de su pretina.
—Tengo un hechizo sobre él —reveló, alcanzando el interior del bolso—.
Contiene tanto como necesito, protege su contenido, y los hace más livianos. Es un
hechizo altamente detallado que requiere mantenimiento regular.
Cuando su mano emergió del morral, una gran pila de terciopelo negro lo
siguió, y Layla jadeó silenciosamente.
—¿Qué es eso?
—La capa que uso cuando vuelo en la noche.
—Oh. ¿Qué usas cuando vuelas durante el día?
—Lo que sea que quiera. Podemos ocultarnos.
—¿A qué te refieres?
—Puedo desaparecer.
Su boca cayó abierta.
135
—¿En serio?
Quin se rio, sorprendido de que ella todavía tuviera energía para reaccionar.
—En serio.
—Entonces, ¿por qué no desapareces en la noche? —preguntó.
—Es agradable volar sin tener que ocultarse —respondió él—. La noche nos
da la oportunidad. ¿Te gustaría ver un hechizo de ocultamiento? O no ver, debería
decir.
—Sí —acordó ansiosamente, observándolo sin pestañear.
Quin reprimió una sonrisa mientras guardaba la capa y las flores, y ataba el
bolso a su cintura. Luego se puso de pie y tomó unos pocos pasos hacia atrás.
—¿Lista?
—Sí —respondió. Luego él se había ido.
Layla se sacudió y escaneó nerviosamente el claro, de repente asustada de
no ver nunca más a su guía mágico.
—No me he movido —aseguró Quin.
Ella miró al lugar donde había estado un momento antes, y pensó ver un
brillo, pero no lo pudo encontrar una segunda vez.
Su voz flotó a través del espacio vacío.
—Una persona no mágica podría pasar todo el día en este claro y no
notarme, pero tú eres diferente. —Una corta pausa luego otro brillo—. ¿Quieres
probar tu magia para verme? Este será un comienzo fácil.
—¿Mi magia? —chilló ella, la ansiedad ahogando su entusiasmo.
—Seguro —le confirmó—. Requiere una mínima concentración una vez que
sabes lo que estás buscando. Así es cómo reconocemos a otros seres mágicos
cuando los vemos, y cómo sabemos lo que las personas están sintiendo. Es solo
una cuestión de abrir tu mente y tus ojos a lo que sabes que existe.
—¿Cómo lo hago?
—Primero, cierra los ojos y recuerda cómo lucía de pie aquí.
Layla obedeció y asintió. Esta visión la complacía.
136
—No te concentres en los detalles —le instruyó—, sino en la realidad de
ello, que mi cuerpo, sin ninguna duda, ocupa éste espacio. Ahora, esta es la parte
importante. Cambia tu concentración a los aspectos intangibles del ser humano: la
habilidad de pensar críticamente y la capacidad de sentir en un nivel emocional.
Esas cualidades ocupan este espacio tanto como mi cuerpo lo hace. Recuerda eso,
focalízate en eso, y entonces abre tus ojos.
Él se quedó en silencio, pero Layla mantuvo sus ojos cerrados,
concentrándose en la imagen en su cabeza. Pero no era una imagen, o un
recuerdo. Era un hecho. El espacio aparentemente vacío frente a ella estaba
ocupado con el cuerpo de Quin, corazón y alma.
Lentamente levantó sus párpados, silenciosamente repitiendo la verdad de
ello. Luego inhaló rápidamente.
La presencia de Quin estaba confirmada, pero no podía verlo en realidad,
solo la falta de él. Una neblina multicolor y traslucida rodeaba la silueta de su
cuerpo, flotando a varios metros en todas las direcciones.
—Lo que ves es mi aura —reveló él—, una mirada abstracta dentro de mi
alma. Todos los magos pueden verlas, desde el momento en que nacen, y estoy
seguro que fue lo mismo para ti. Pero mientras la mayoría de los bebés mágicos
tenían familias que reconocían las auras, las señalaban y hablaban de ellas, tú fuiste
criada por una mujer que no habría sido capaz de verlas sin importar cuán duro lo
intentara. Sin su validación, probablemente dejaste de creer, y debes buscar las
auras para notarlas.
Con cada segundo que pasó, su aura se volvió más clara. Layla podía
distinguir diferentes colores ahora, cuando antes eran borrosos y pálidos.
—Es bastante bonita.
—Me alegra que te guste —respondió él—, porque probablemente la verás
desde ahora.
—¿En serio?
—Sip. Ver el aura de alguien se vuelve tan natural como ver su cara. Ahora
que sabes acerca de ellas, las encontrarás sin siquiera intentarlo, y rápidamente
averiguarás cómo interpretarlas.
—¿Interpretarlas?
—Sí. Aprenderás a reconocer emociones, ideas y poderes mágicos.
137
—Oh.
—Voy a levantar el hechizo de ocultamiento —le advirtió.
—Está bien —coincidió, y su cuerpo llenó el espacio vacío dentro de la
neblina, el cual en algún modo aclaró su imagen en vez de oscurecerlo.
—De verdad te gusta —observó él.
—Bastante —admitió—. Temo mirar a otro lado.
—No lo hagas. Dale un intento. Mira a la cascada y luego a mí.
Layla lo miró a él y a su aura por otros diez segundos antes de forzar su
mirada hacia otro lado. Entonces se dio la vuelta, inmediatamente extrañando la
vista sublime.
—Todavía está ahí. —Sonrió, buscando la neblina. Se había vuelto delgada,
y los colores se habían opacado, pero entre más miraba, más brillante se volvía.
Quin se arrodilló y tomó su mano, escaneando el aire alrededor de ella
mientras la ayudaba a levantarse.
—¿Me creerías si te digo que tu aura es la más bella que he visto?
Layla miró desde su colorida niebla a su oscura mirada.
—No sé. Dices cosas como esas muy seguido.
—Porque las digo en serio —le aseguró—. Tu aura me cautivó desde el
momento que te vi. No se parece a ninguna que haya visto antes, y se ha vuelto
mejor desde ayer. —Se detuvo a medida que estudiaba sus ojos. Luego se movió
un poco más cerca—. Conozco cientos de brujas, Layla, y la mayoría de ellas tienen
hermosos cuerpos, caras y auras, pero ellas son normales comparadas contigo, y
ninguna me ha afectado en la manera en que tú lo haces. Eres la única cosa en la
que he pensado desde que te conocí.
Layla no reveló que él estaba reflejando sus sentimientos por sí mismo; ella
no tenía el coraje y lo admiraba por eso.
Sus ojos capturaron un destello verde, y observó a la neblina que lo
rodeaba.
—¿Alguna vez no la veré?
—Puedes hacer que se vaya en cualquier momento que quieras —
respondió—. Solo ignórala, pretende que no existe.
138
—No quiero —balbuceó ella. Luego se sonrojó y bajó la mirada,
escondiendo su cara encendida.
—Bien —susurró, colocando su palma en el corazón de él—, porque no
quiero que lo hagas. Pero si quieres, puedes hacerla más tenue sin perderla
totalmente. Solo imagina lo que quieres ver.
Temblando de la cabeza a los pies, Layla dudó de su habilidad para
concentrarse, pero después de un largo momento de silencio, su corazón se
suavizó y su enfoque se agudizó. Se volteó hacia el aura de Quin, imaginando la
neblina desvaneciéndose, y los colores palidecieron. Cuando ansió verla
claramente, los colores brillaron.
—Estás avanzando rápidamente —notó él.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó.
—Tu aura —respondió—, puedo ver tu poder mejorando.
—Oh.
—¿Quieres probar algo diferente?
—No sé —balbuceó—. Las posibilidades deben ser infinitas.
—Podemos probar algo de magia elemental.
—¿Elemental?
—Sí —confirmó, agitando su mano libre a través del aire, y una brisa flotó
en el claro, levantando los rizos enmarcando el rostro de Layla.
—¿Tú hiciste eso? —preguntó ella, mirando a su alrededor.
—Sí. Esa es una forma de magia de aire. También tienes agua —dijo,
haciendo un gesto hacia el arroyo, y tres pescados de agua saltaron de su
superficie—. Tierra —añadió, estirando su mano sobre la roca en forma de
guisante, y el musgo creció rápidamente, cubriendo la piedra de verde—. Y por
último pero no menos importante —terminó, levantando la palma de la mano—,
fuego.
Una bola de fuego perfectamente redonda con un diámetro de al menos
dos metros se disparó en el aire, deteniéndose y flotando cerca de las copas de los
árboles. Entonces comenzó a deslizarse, la forma cambiando constantemente hasta
que había tomado la forma del nombre de Layla, en ardiente letras cursivas
139
extendiéndose a través del cielo azul nublado. Cuando Quin cerró la mano, las
llamas se disiparon.
—¿Qué te gustaría probar? —le preguntó.
Layla continuó observando el cielo, hipnotizada.
—Ese.
—Está bien —accedió él—, pero no te decepciones si no pasa nada. De los
cuatro, el fuego es el más difícil de maniobrar.
—¿Por qué?
—Porque rara vez se tiene una base. Tenía aire, agua y tierra a mi
disposición, pero no fuego.
—Pero eso fue fantástico —respondió ella, señalando hacia el cielo.
—No estaba mal, pero soy un hijo de fuego, así que fue fácil.
Ella llevó de golpe su mirada a su rostro.
—¿Eres un qué?
—Un hijo de fuego —repitió—. Todos los magos aprenden magia elemental
básica, pero cada uno de nosotros prospera en un elemento en particular. El mío es
el fuego.
—¿Puedes decir cuál es el mío? —preguntó—. ¿Por mi aura?
—No. Eso es algo que vas a descubrir cuando empieces a alcanzar tus
límites.
—Oh —suspiró, con los hombros caídos.
Quin se estiró, golpeando ligeramente su puchero.
—¿Por qué es eso?
—Es abrumador —se explicó ella—, lo poco que sé.
—Ya veo —susurró, tirando de ella en un abrazo.
Los dedos de Layla se flexionaron sobre el corazón de él a medida que
apoyaba la mejilla contra su pecho, sus pulmones tartamudearon cuando un
hormigueo se deslizó aleteando por su espalda hasta su vientre. El movimiento se
sintió monumental, como si el eje de la Tierra hubiera cambiado y nada volvería a
140
ser lo mismo. Layla era una mujer cambiada, infundida mientras miraba la mano de
Quin, inhaló su aroma, y escuchó su pulso.
—Has manejado todo muy bien —la elogió—. Si quieres aprender, no tengo
ninguna duda que lo harás en un tiempo récord.
—No es solo eso —respondió—. Tengo veintiún años de conocimiento
perdidos. Mi formación, mi filiación… mi identidad, es todo un misterio. Temo que
nunca me pondré al día.
Él se inclinó, tocando su cabello con sus labios, y el cuero cabelludo de ella
zumbó con cosquilleante energía.
—Conozco a algunas realmente grandes personas que pueden arrojar
alguna luz sobre la situación —señaló él.
Los huesos de Layla se ablandaron ante la idea de conocer a su familia.
¿Qué diría ella? Hola, encantada de conocerlos. He oído que son un montón de
magos y brujas. Hablando de cosas inconvenientes.
—Nadie va a obligarte a hacer esto —añadió Quin—. Sabemos que es duro.
Si necesitas más tiempo, tómalo.
¿Qué iba a ganar manteniendo la cabeza en la arena? Nada, no había nada
que ganar al evitar la verdad, pero las cosas que podría ganar al enfrentar sus
miedos… eran abundantes.
—¿Ellos saben que estoy aquí? —preguntó.
—Sí.
—¿Saben que estás conmigo?
—Sí.
—¿Y ahora qué?
Quin se echó hacia atrás y encontró sus ojos.
—Eso depende de ti. Tu familia quiere verte cuando estés lista. Quieren que
te unas al aquelarre y vivas la vida para la que naciste vivir. Quieren conocerte.
Pero si estas cosas no son lo que tú quieres, eres libre de seguir adelante con tu
vida como quieras.
Hizo una pausa, tomando su rostro con ambas manos mientras se movía un
poco más cerca.
141
—Pero probablemente debería advertirte: elegir no unirte al aquelarre no
necesariamente hará que te libres de mí. Ahora que te conozco, no tengo ningún
deseo de permanecer lejos de ti.
—No quiero que lo hagas —susurró.
—Bien. —Observó sus labios por un momento y luego soltó su rostro,
tomando sus manos en su lugar—. No quiero apurarte, pero tengo curiosidad.
¿Sabes lo que quieres hacer?
Ella lo sabía, y eso solo alimentó sus nervios. Tomar la decisión no la había
tranquilizado en absoluto.
—Sí —respondió ella—. Quiero conocer a mi familia, pero no hasta que
consiga algo de comida y café.
Un gran suspiro salió expedido de sus pulmones mientras sus labios se
curvaban hacia sus hoyuelos.
—Comida y café suena muy bien. —Él tendió la mano, y su vaso de agua e
impermeable volaron desde el suelo. Después de ofrecerle una bebida, vació el
vaso y metió los artículos en su bolso—. ¿Lista?
—No del todo —negó—. No pude probar mi magia elemental.
—Es cierto —recordó él, dando un paso detrás de ella—. Cierra los ojos.
—Tú no lo hiciste —objetó.
—No siempre vas a tener que cerrarlos —le aseguró—. Es la herramienta de
un principiante, para ayudar a bloquear las distracciones y aumentar la
concentración.
—Oh. Lo siento.
—No lo sientas. ¿Estás lista?
—Sí.
—¿Tienes cerrados los ojos?
—Sí.
—Levanta tu brazo derecho, con la palma hacia delante, justo frente a ti.
Ella obedeció, y él colocó dos dedos en su sien derecha.
142
—Comienza a imaginar el fuego aquí —le instruyó—. Piensa en todos los
detalles: color, movimiento, sonido, sensación. Imagínalo tan claramente como te
sea posible. Cuando sientas que la imagen está completa, asiente con la cabeza.
Layla puso los pedazos de las llamas juntos en su mente, creando una visión
sorprendentemente clara. Luego, apenas asintió, temiendo que demasiado
movimiento se llevaría la imagen.
Quin sintió la pequeña inclinación de cabeza y continuó en voz baja.
—La meta es transportar ese fuego por tu brazo y en tu mano. Cuando
mueva mis dedos, trata de hacer que las llamas los sigan.
La ligera presión en su sien se deslizó hacia abajo, y ella mentalmente instó
a las llamas a seguir. Estuvo bastante contenta que lo hicieran y casi pierde la
imagen cuando la emoción estremeció su concentración, pero se vio obligada a
ceder el orgullo de modo que pudiera mantener el enfoque.
Los dedos de Quin se arrastraron lentamente a lo largo de su mandíbula y
luego por su cuello, y el calor penetró de adentro hacia fuera. El calor interior era
resultado de la visión, mientras que el calor en el exterior provenía de su toque. A
medida que sus dedos se abrieron paso a través de su hombro, el calor le siguió,
ardiendo desde su sien hasta la parte superior de su brazo. El sendero estaba a
varios grados más caliente que el resto de su cuerpo, pero era emocionante y no
doloroso.
Cuando Quin llegó a su muñeca, él apartó la mano, pero permaneció cerca.
—Cuando cuente hasta tres, toma todo ese calor y empújalo de tu mano
extendida con tanta fuerza como puedas. Trata de imaginar que viaja lejos de tu
cuerpo, no alrededor de él, y no dejes caer tu mano hasta que estés segura que el
calor se ha ido.
El calor pulsó desde la cabeza de Layla hasta sus dedos, y pensó en él como
una sola unidad que no podía dividir, por lo que, cuando una parte se fuera, el
resto se iría.
Quin estaba a su oído de nuevo, susurrando.
—A las tres. Uno…
Tomó una respiración profunda.
—Dos…
Se preparó.
143
—Tres…
Empujó mentalmente y luego abrió los ojos, encontrando una esfera
imperfecta de llamas disparada desde su palma. Era cerca del tamaño de una
pelota de playa grande, y se elevó varios metros para luego evaporarse con un
chasquido fuerte.
Layla estaba encantada. Nunca había sentido nada igual. Las llamas se
habían ido, pero su poder seguía rugiendo en su cuerpo. Se sentía como si pudiera
hacer cualquier cosa, como si pudiera volar a Marte y encontrar una cura para el
cáncer, o sumergirse en las profundidades del océano para resolver el hambre del
mundo.
—Vaya —suspiró ella.
—Por decir lo menos —murmuró Quim, mirando el soplo de humo
disipándose. Luego sacudió la cabeza y miró a Layla—. Practiqué magia durante
años antes de crear una bola de fuego tan grande. Tal vez eres una hija de fuego.
—Eso se sintió maravilloso. —Sonrió, vibrando de pies a cabeza—. Todavía
lo hace.
—Lo puedo notar —susurró Quin—. Irradias emociones como calor
corporal.
—¿Qué? —preguntó.
—No importa —respondió, sonriendo mientras señalaba hacia su cuerpo
tembloroso—. Nos gusta llamarlo euforia post-poder.
—¿Va a desaparecer?
—Sí.
Su sonrisa cayó, y él se echó a reír.
—Lo sentirás de nuevo pronto —le aseguró—. Todavía lo siento a menudo.
Layla se iluminó mientras consideraba probar la magia de nuevo, pero
entonces su estómago gruñó.
—Vamos a buscar algo de comer —sugirió Quin.
Layla se mordió el labio, temiendo que dejar el claro significara dejar la
magia.
144
—Siento que todo lo que he aprendido esta mañana dejará de existir tan
pronto como me aleje de aquí.
—Eso no va a suceder —respondió.
—Lo sé. Es una tontería.
—En realidad no. Todo lo que has presenciado aquí son cosas que nunca
has visto en ningún otro lugar. Es natural relacionar ambas cosas, pero eres tú la
que alberga la magia, no el claro.
—Supongo —concordó, alcanzando la coleta en su muñeca, pero Quin cerró
una mano alrededor de ella.
—No tienes que hacer eso.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Eres una bruja —respondió—. Los enredos ya no son un problema. —Él
ligeramente pasó los dedos por sus rizos—. Si se complica, te voy a mostrar cómo
solucionarlo con magia.
—Oh. Bueno. Gracias. —Ella arrugó la nariz, preguntándose qué otros
beneficios acechaban—. Qué conveniente.
—Vamos a conseguir un poco de café —sugirió, dando a su mano un
apretón, y ella sonrió mientras le devolvía el apretón.
—Ahora has dicho la palabra mágica.

145
13
Traducido por MaEx y Rihano
Corregido por Key.

L
una de George Winston fluía de los altavoces mientras Layla
conducía hasta Cannon Beach, riéndose de la inexperiencia de Quin
con los vehículos. Cuando él le dijo que estacionara en Cinnia’s Café,
Layla dejó de reír inmediatamente, su estómago dando volteretas.
—No tenemos que comer allí —ofreció Quin—. Puedo arreglar algo para
llevar.
Las mariposas se calmaron.
—¿Lo harías? No estoy preparada para ver a nadie todavía. Lo siento.
—No te preocupes —insistió—. No queremos que te sientas apurada.
Conocerás a todo el mundo cuando estés preparada.
—Gracias.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—¿Qué?
—Agradecerme por cada pequeña cosa. Me gustaría hacer esto más fácil
para ti, y no hay otro lugar en el que preferiría estar. Tus agradecimientos son
innecesarios. Así que, ¿qué te gustaría comer?
—No soy exigente. Bueno, en realidad, una parte de mí.
—La mayoría de la gente lo es. ¿Qué tal los sándwiches?
—Bien. Me gusta con pavo y mayonesa.
—¿Vegetales?
—Sí. Y no olvides mi café. 146
—No me atrevería.
Layla estacionó detrás de la cafetería, y Quin se giró en su asiento,
escudriñando el aire a su alrededor mientras tomaba la manija de la puerta.
—Ya vuelvo.
—Está bien.
Él la miró por otros veinte segundos y luego bajó del auto. Cuando
desapareció por la esquina de tejas de madera de la cafetería, la ansiedad de Layla
se disparó. Al principio no tenía idea de por qué. Tal vez estaba preocupada de que
Banning vendría afuera a verla. Pero detenerse allí sería una mentira, porque se dio
cuenta con certeza que sus nervios eran originados por la ausencia de Quin.
Ansiaba verlo de nuevo y no podía apartar la mirada de la cafetería por más de tres
segundos. Todos sus pensamientos eran sobre él: la manera en que lucía, olía y
sonaba, las cosas que decía y la manera en que las decía.
El entendimiento cerró su garganta, apretó sus pulmones y sus ojos se
humedecieron. Había conocido a Quin menos de veinticuatro horas, sin embargo
anhelaba hacer de él un elemento permanente en su vida. Sintió que él se había
asegurado una eterna posición, pero este no era el caso, lo cual le hizo la boca
seca y las palmas sudorosas. Él podría alejarse en cualquier momento; dejándola
con meros recuerdos del día más increíble de su vida. Ni siquiera la había besado.
¿Qué le hacía pensar que tenía derecho sobre él? No era de ella para quedárselo.
Tamborileó sus uñas en el volante, tratando de negar sus sentimientos, pero
su inquietud aumentó cuando inoportunas preguntas cargaron su cerebro. ¿Y si él
solo la estaba tratando bien como favor a su familia? ¿Y si planeaba marcharse tan
pronto como la entregara a sus abuelos? ¿Y si ella no era más que una tarea?
¡Chorradas! Sus fosas nasales se dilataron mientras miraba la cafetería.
Había crecido acostumbrada a cuidar de sí misma, por lo que estaba sorprendida
por la repentina e intensa explosión de necesidad. ¿Qué podía hacer sobre ello?
Alejarse de él no era una opción. Él era la única persona que conocía ahora. Él la
conocía mejor que sí misma.
Puso sus manos en el regazo, mirando hacia sus mágicas manos. En una
simple tarde, su vida había cambiado drásticamente y nunca sería la misma otra
vez. Había renacido y estaba empezando de cero, y no quería hacer frente a su
nueva vida sola. Sin importar cuán independiente había sido antes, ahora, ella
necesitaba a alguien.
147
La puerta del pasajero se abrió, y ella se sobresaltó, mirando a Quin
mientras se metía en el auto. Estaba sonriendo, como si guardara un intrigante
secreto, pero entonces vio la expresión de Layla.
—¿Qué pasa? —preguntó con seriedad.
Normalmente diría que nada y cambiaría de tema, pero él sabría que estaba
mintiendo. Al parecer, el aura tenía sus inconvenientes, así como sus ventajas. Miró
la neblina de colores que lo rodeaba a él, la cual no estaba girando como antes.
Lucía vaga, salvo por las ligeras ondas de vibración.
La niebla pulsó cuando él dijo su nombre.
—Layla.
—Sí —respondió ella, mirando sus manos—. Estoy bien. Yo… estaba
pensando en cuán diferente es todo esto. Me siento como una persona nueva
empezando de cero.
—Todavía eres la misma persona que siempre has sido —contestó—, solo
con un pequeño extra.
—Lo sé. Estoy bien, de verdad. Solo tengo mucho en mi mente.
—Estoy seguro —murmuró.
Layla podía decir que él quería una mejor explicación, pero no insistió en
ello.
—¿Dónde está la comida? —preguntó ella, señalando las tazas en las manos
de él.
—Dentro —respondió, pasando su café—. La convocaré cuando lleguemos a
nuestro destino.
Layla tomó un sorbo y luego suspiró. Él había añadido la cantidad perfecta
de crema y azúcar.
—¿A dónde vamos?
—¿Quieres ir a la playa? —preguntó—. Tendrías una mejor vista a esta hora
del día.
—Um… ¿te importa si comemos en la posada?
—No, en absoluto —concordó, de modo que Layla puso el auto en marcha,
conduciendo dos cuadras al sur y luego una al oeste. 148
No fue hasta que estacionó que recordó que la posada era propiedad de la
tía de Quin.
—¿Quién trabaja en la recepción? —preguntó, tratando de sonar casual,
pero con poco éxito.
—Dion —contestó, viéndola morder su labio inferior—, la mujer de la noche
anterior.
—¿Dion es parte del aquelarre?
Quin se acercó, tocando su puchero con el pulgar, y lo deslizó entre sus
dientes, apoyándolo contra la punta de su dedo.
—No —aseguró—. Ella es parte de un aquelarre que vive al noroeste de
nuestra comunidad; buenos amigos de nosotros. Pero ellos no saben nada sobre ti
o tu pasado. A excepción de la familia de tu padre, esa información nunca ha salido
de nuestro aquelarre.
Su toque la tranquilizó más que sus palabras, y fue su mirada la que derritió
sus músculos.
—Oh —fue todo lo que pudo decir, porque se había olvidado sobre lo que
estaban hablando.
Su estómago gruñó, y Quin sonrió mientras dejaba caer su mano. Layla lo
vio salir del auto. Entonces sacudió su cabeza para aclararla y siguió su ejemplo.
Para alivio de Layla, Dion estaba hablando por teléfono y se limitó a un
gesto mientras caminaban a través del vestíbulo. Tan pronto como llegaron a la
habitación de Layla, se fue directo hacia el baño, apenas excusándose con un
inaudible murmullo.
Quin sonrió ante su modestia mientras caminaba hacia la mesa junto a la
ventana, tomando dos platos de su bolso y colocándolos uno al lado del otro.
Cuando Layla regresó, él sacó su silla, esperando que ella se sentara antes de hacer
lo mismo.
—¿No necesitas ir? —preguntó ella, apuntando hacia el baño.
—Fui en la cafetería —respondió.
—Oh. Solo me aseguraba que no hay un hechizo para eso.
Él se rio y negó con la cabeza.
149
—No, nada de eso. Pero nuestra fuerza de voluntad alcanza niveles más
altos de lo normal, así que podemos retrasar las necesidades físicas más que las
personas sin magia. —Él miró hacia los platos vacíos—. ¿Preparada para comer?
—Si tuviera comida —bromeó.
Él se quedó mirando su sonrisa por un momento y luego aclaró su garganta.
—Cierto, necesitamos comida. Es una molestia empacar y llevarla a todas
partes, así que normalmente la preparamos antes de tiempo y luego la
convocamos.
—Así que hay sándwiches en la cafetería, ¿esperando ser convocados?
—Sí. Los preparé cuando estaba allí. Y cuando digo preparé, quiero decir
que los puse juntos usando magia. Podemos tomar un pavo crudo y prepararlo
como queramos en segundos, sin necesidad de aparatos. De todos modos, hice los
sándwiches y entonces realicé un hechizo para conservarlos hasta que
estuviéramos listos para comer. —Él sostuvo su mano sobre su plato, y un
sándwich de pavo con lechuga, tomates y mayonesa apareció. Cuando él cubrió su
propio plato, un sándwich de carne se materializó.
—Haces que parezca tan fácil —susurró ella.
—He tenido veintidós años de práctica —señaló él.
Su postura se hundió, y Quin se enderezó.
—¿Qué pasa? —preguntó, apartándole el cabello detrás de su hombro.
—¿Va a llevarme veinte años aprender lo que sabes?
—No —le aseguró—. Vas a ponerte al día en poco tiempo. —Ella no quedó
convencida, por lo que él añadió—: La magia de un niño es débil porque no
poseen la misma cantidad de paciencia y concentración que los adultos. Tú vas a
ser capaz de saltarte la mayoría de los pasos que tomé en mi educación mágica.
Esto la tranquilizó, así que tomó su sándwich, esperando a que él apartara la
mirada antes de tomar un bocado. Él sonrió, concentrándose en su comida en un
esfuerzo por no verla comer, y al cabo de diez minutos habían terminado.
—¿Le hacen algo mágico a la comida y al café en Cinnia’s? —preguntó ella,
mirándolo limpiar mágicamente los platos.
Él negó con la cabeza mientras volvía sus platos a su bolso.
—Además de la forma en que es preparada, no.
150
—Es muy buena —señaló ella—, mejor que normal.
—Cinnia perfeccionó el proceso de selección y elaboración de buenos
granos de café hace años, por lo que su café es el favorito de todos. En cuanto a la
comida, es tan buena como en casa. Siempre usamos ingredientes frescos, y
nuestro don nos ayuda a prepararlas sin problemas.
—Ya veo.
—Pero los olores son mágicos —agregó—. Nuestra preparación de
alimentos no genera los aromas normales, así que ellos usan la magia para hacer
que la cafetería huela de forma adecuada.
—Eso no es justo —objetó Layla en broma—. No le están dando a la gente
la oportunidad de rechazar su producto. Cuando olí el lugar, estuve tentada de
saltar sobre el mostrador por una taza de café.
Quin se rio, girando en su silla para mirarla.
—Creo que está funcionando.
—Por decir lo menos. Eso podría ser peligroso si consiguen a otro adicto al
café como yo por ahí.
—Voy a tener que advertirles —respondió él, tomando sus manos.
Ella miró sus dedos entrelazados, y Quin anheló saber lo que estaba
pensando. Pero incluso su silencio, aunque desconocido e innecesario, lo cautivó.
—¿Qué te gustaría hacer ahora? —preguntó.
—Hmm… —murmuró Layla, empujando rápidamente la opción de conocer a
su familia a un segundo plano. Hasta el momento su día había sido agotador, pero
increíble y mágico. Le preocupaba que la magia fuera desplazada al fondo una vez
que se encontrara cara a cara con su pasado.
Encontró los ojos de Quin, y por la tenue luz de la lámpara de pared lucieron
absolutamente negros, pero no eran aterradores. Eran muy cálidos y tiernos.
Mientras Layla los miraba, se dio cuenta que su temor de ver a Quin deslizarse al
fondo superaba su preocupación sobre la magia.
—¿Puedo probar con algo más de magia? —preguntó.
—Claro —accedió, llevándola con él mientras se levantaba—, pero
tendremos que mantenerlo suave. No queremos molestar a los demás huéspedes.
—Él la llevó a un lado de la cama, y luego tiró del edredón azul pálido a un lado, 151
retiró la sábana, y lanzó una almohada encima de las mantas—. Este es un buen
ejemplo de cómo nuestro don hace la vida diaria más fácil. La mayoría de las
personas hacen sus camas, pero nosotros podemos hacerlo en cuestión de
segundos y sin ningún trabajo físico. ¿Quieres intentarlo?
—Sí —respondió ella—. ¿Cómo lo hago?
—Es la misma teoría que te expliqué anteriormente. Tienes que visualizar el
resultado que quieres, y entonces haces que ocurra. Te diré los pasos a seguir, pero
luego voy a tomar distancia y dejar que lo hagas por tu cuenta.
—¿Por qué?
—Porque explicarte sobre la marcha va a distraerte.
—Oh, está bien.
—En primer lugar, vas a cerrar tus ojos y te harás una buena imagen mental
de la cama hecha de la manera que tú la quieres. Luego mantendrás esa imagen
activa mientras miras a la cama sin hacer. Teóricamente, tendrás dos puntos de
vista en ese momento: lo que quieres y lo que es. Tu objetivo es tomar lo que es y
mentalmente reorganizarlo en lo que quieres. Ayudará utilizar tus manos en esto.
Si deseas la almohada en la cabecera, imagina que esto ocurre con el uso de este
movimiento. —Él barrió su mano a la derecha, y la almohada flotó hasta la
cabecera. Su mano volvió a la izquierda, y la almohada lo siguió, aterrizando
suavemente en el montón de mantas—. No te avergüences de tus movimientos.
Pueden sentirse incómodos, pero en realidad sí ayudan.
Layla asintió y él barrió su cabello detrás de sus hombros.
—¿Recuerdas todo?
—Sí, pero eso no significa que voy a ser capaz de hacerlo.
—Creo que vas a hacerlo bien, pero no te desanimes si no funciona.
Tenemos toda la tarde para practicar.
Layla no podía pensar en nada que preferiría hacer más que pasar el día
haciendo magia con él.
—Está bien —concordó, empujando sus hombros hacia atrás, y él sonrió
mientras se alejaba.
Layla lo miró por un momento, luego se volvió hacia la cama, examinando
las sábanas, almohadas y edredón. Una vez que memorizó los detalles, cerró los
ojos, pero en lugar de evocar la imagen de la cama ya hecha, recordó el desorden.
152
El ojo de su mente observó todo de cerca, asegurándose que los detalles fueran
perfectos. Entonces imaginó los pasos que le tomaría poner todo en donde
pertenecía. Una vez que la cama estaba en el orden ideal, se aferró con fuerza a la
imagen y abrió los ojos, decidida a hacerlo realidad. ¡Pero la cama ya estaba hecha!
Ella se dio la vuelta.
—¿Por qué no me dejaste hacerlo?
Quin se rio y señaló la cama.
—Tú lo hiciste.
—Pero yo… yo no hice nada.
—¿En qué pensaste cuando tus ojos estaban cerrados?
—Hice lo que me dijiste… —Se interrumpió, dándose cuenta que era una
mentira—. Bueno, no, supongo que no lo hice. Imaginé la cama desordenada. Pero
luego la hice en mi cabeza.
—Eso es increíble, Layla. Acabas de realizar la magia que una gran cantidad
de magos expertos tienen dificultades en hacer. Cuando viste la cama haciéndose a
sí misma, eso es exactamente lo que vi. Hiciste eso sin ningún movimiento en
absoluto.
Layla miró la cama perfectamente hecha, orgullosa de haber tenido éxito,
pero decepcionada de habérselo perdido. No parecía real.
—Quería verlo —dijo haciendo un mohín, sintiendo desagradecida.
—Está bien —dijo él, agitando una mano, y las mantas retrocedieron,
arrugándose una vez más—. Inténtalo de nuevo, pero deja tus ojos abiertos. Será
más difícil de imaginar con claridad, pero no tengo ninguna duda de que tendrás
éxito.
Él se alejó, y Layla se enfrentó a la cama, mirando fijamente la almohada que
estaba a un metro de donde debería estar. Se imaginó que ésta se levantaba, pero
yació inactiva. Lo intentó de nuevo. Nada. Resopló y apuntó su palma derecha
hacia la terca almohada, imaginando que ésta se levantaba mientras ella poco a
poco levantaba su mano. El cojín se movió entonces sacudiéndose en el aire, y
Layla sonrió, chillando suavemente mientras deslizaba su mano hacia la derecha. La
almohada se movió un metro, golpeó la cabecera y luego cayó en su lugar.

153
Layla se rio, más allá de eufórica. Habría saltado de alegría pero la mera idea
la hizo sonrojar. En cambio, siguió con su tarea, y en cuestión de veinte segundos,
la cama estuvo en perfecto orden.
Layla se quedó mirando su logro a través de lágrimas de felicidad, con una
sonrisa congelada en su rostro.
—¿Ves? —dijo Quin, poniendo una mano en su hombro—. Eres nata.
Ella lo miró y luego hundió la cara en su pecho.
—No puedo dejar de sonreír.
—Bien —susurró él, envolviéndola en un abrazo—. Me gusta tu sonrisa.
Ella la dirigió hacia él.
—¿Podemos hacer algo más?
—Podemos hacer lo que quieras —accedió él, apartando su cabello de su
cara enrojecida, cualquier excusa para tocarla, para capturar la energía estimulante
estallando a través de su olvidada armadura, para absorber un pequeño y todavía
asombroso pedazo de una mujer diferente a cualquier otra. Un pequeño momento
con ella valía un millón de momentos con alguien más, y él los robaría tan a
menudo como fuera posible.

154
14
Traducido por PaulaMayfair e IvanaTG
Corregido por Key.

L
ayla se pasó el resto del día probando su magia, teniendo éxito en
todos los desafíos presentados. Mágicamente rehízo la cama un par
de veces más y luego usó su habilidad recién descubierta para
reorganizar la habitación. Una vez que hubo puesto todo de vuelta, sorprendió a
Quin con su conocimiento de botánica mientras conjuraba un ramo de lirios y un
pequeño árbol de ficus, animando las flores a bailar tap y al girar las hojas del
árbol.
Quin le enseñó a hacer magia en sí misma también. Ahora podía desenredar
su cabello sin un peine, refrescar su boca sin un cepillo de dientes, y pintar sus
uñas sin esmalte. Cuando se dio cuenta que nunca más tendría que afeitar sus
piernas otra vez, resplandeció, encantada de librarse de las maquinillas de afeitar y
sus quemaduras.
A persuasión de Quin, usó hechicería para enrollar las perneras de sus jeans
y lavar sus pies, y solo entonces le dejó mostrarle el hechizo que utilizaba para
caminar descalzo sin dolor alguno.
Cuando pasaron de las nueve, Layla rebosaba entusiasmo, un gusto por la
vida que no había sentido en años.
—Todavía no puedo creer que he tenido esto en mí toda mi vida y nunca lo
supe —dejó escapar, paseándose entre la cama y la ventana—. Parece tan natural
ahora. No tan natural que es aburrido. —Se detuvo junto a Quin—. ¿Alguna vez te
aburres con esto? ¿Después de hacer estas cosas durante tanto tiempo?
—Nunca se vuelve aburrido —respondió—. Te acostumbrarás a ello, pero es
fácil de apreciar el don de la magia. Esto me recuerda lo afortunado que soy todos
los días.
155
—Bien, porque no quiero que esto se vuelva aburrido. No he estado tan
emocionada en años. Durante un tiempo pensé que viviría el resto de mi vida en
una rutina, pero esto es todo lo contrario a eso.
—Me alegro que decidieras irte y venir a Oregon.
—Todavía estaba a mitad de camino en el agujero cuando llegué aquí. —
Hizo una pausa, sus mejillas ruborizándose mientras apartaba la mirada—. Hasta
que te conocí.
El corazón de Quin dolió al pensar en ella tan deprimida, y aunque tenía el
honor de ayudarla, no podía encontrar consuelo en ello. Su dolor no había
terminado. Le sorprendió que no hubiera preguntado más sobre su pasado, pero
aliviado, porque no podía responder. También temía que las circunstancias que
rodearon su adopción cambiarían su percepción del mundo mágico, y con toda
razón. Algunos de los aspectos más oscuros de la magia ya la habían tocado,
cambiado y castigado, sin embargo, solo había estado a la luz durante un día. Él
anhelaba más tiempo para mostrarle el lado positivo de la magia, pero llevarla al
aquelarre era prioridad.
Observó su ausente mirada a la pared, su labio inferior entre sus dientes
mientras su aura exponía las emociones que tanto trataba de ocultar.
—Todavía tienes un largo camino por delante —señaló él.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Quiero decir que hay un montón de cosas que no sabes sobre ti misma.
—Tomó su rostro y luego se detuvo con los dedos a centímetros de su mejilla
escarlata, viendo como nerviosamente giraba su mirada entre su mano y ojos. No
se opuso, por lo que él cerró provisionalmente el espacio, tomando su mandíbula
en su palma—. Sé que tienes curiosidad acerca de por qué fuiste adoptada, y la
verdad será difícil de aceptar.
Layla apartó la mirada, reanudando los abusos en su labio inferior. No había
hecho demasiadas preguntas, porque las respuestas encontradas habrían puesto
un freno a su mágico día. Pero, ¿cuánto tiempo más podía alargarlo? Si no se
comprometía a conocer a su familia, Quin se iría sin ella, y eso le preocupó más
que lo desconocido. De hecho, le hacía sentir náuseas francamente. No podía
negarlo, porque claramente lo sentía. Estaba retorciéndose desde su intestino
hasta su garganta al pensar en perder de vista lo único que sentía sólido en su
vida.
156
Escondió la barbilla, tratando de ocultar una respiración trabajosa, pero
Quin tenía un brazo alrededor de su espalda, de modo que aunque él no la viera,
podía sentirla. Manteniendo la cabeza baja, miró hacia arriba, encontrando el
corazón de él y luego su cuello, entonces sus oídos zumbaron a medida que una
calidez corrió por sus venas.
Devolvió la mirada a su corazón, pensando que debería correr a esconderse
inmediatamente, cortar el apego ahora y no después, pero no podía. Por fin había
encontrado su droga preferida. Después de años de preguntarse por qué los
adictos sufrían por hacer la única cosa que probablemente no debían, finalmente
comprendió. La idea de ahogarse para nunca resurgir de repente sonaba
encantadora, siempre y cuando el océano de Quin fuera aquel en el que se
hundiera. Y como una verdadera adicta, fue hasta donde nunca pensó que iría para
obtener una muestra de la tentación.
Tragando profundamente, puso las manos sobre los hombros de él y cerró
los ojos, imaginándose levantándose del suelo. La magia funcionó, y una pizca de
orgullo asomó a través de la humillación. Para cuando ella envolvió sus brazos
alrededor de su cuello, el orgullo se había ido, y quedó atrapada en una corriente
de anhelo y vergüenza. Metió su rostro ardiente en su suave garganta, esperando
que sus acciones no parecieran demasiado desesperadas, porque cada vez que lo
tocaba, su desesperación crecía.
A pesar de su mortificación, la posición se sintió celestial y absolutamente
correcta. No podía imaginar algo mejor. Hasta que lo hizo. Sus brazos se apretaron,
con firmeza tirando de ella contra él, y un ronroneo se levantó del pecho de ella,
haciendo hormiguear sus labios.
El temblor se combinó con el repiqueteo del pulso de Quin, y pensó que sus
costillas podrían romperse por la fuerza del golpeteo de su corazón. Tragó saliva,
aumentando la presión de la boca de ella en su garganta, y sus músculos se
tensaron. Dispuesto a mantener el control, volvió su atención al aroma de su
cabello que le hacía cosquillas en la barbilla, un ramo de rosas y lilas… con un
toque de vainilla.
Sus cuerpos se fundieron agradablemente, con facilidad, de modo que
permanecieron así durante mucho tiempo, y el rubor de Layla finalmente
desapareció a medida que su pesar se alejó. Él no había rechazado su gesto.
Permaneció allí como su estatua personal, fuerte y cómodamente.
Ella eventualmente dejó su cuello, una vez más avergonzada mientras se
armaba de valor para mirarlo, pero en el momento que abrió los ojos, 157
encontrándose en medio de su aura arremolinándose rápidamente, olvidó su
humillación.
—Vaya —exclamó, viendo los colores brillantes zumbar entre ellos.
—Mmm… —murmuró Quin, sonriendo mientras abría los ojos. Entonces vio
la expresión atónita de Layla y se puso serio—. ¿Qué?
—Tu aura —exhaló—. Es… es… —No podía encontrar la palabra correcta,
porque nunca había visto nada igual—. Es magnífica.
Él sonrió y apretó con más fuerza.
—Estoy muy feliz sosteniéndote.
Ella trató de tocar la bruma resplandeciente, pero a medida que se dividía
entre sus dedos, no pudo sentirla.
—¿Puedes verla? —preguntó ella.
—No, pero puedo ver la tuya y es exquisita.
—No puede ser mejor que esto —argumentó, tratando de capturar una
franja de color plateado brillante, lanzándose a través de un río esmeralda.
—Tendremos que acordar estar en desacuerdo —respondió—, porque
nunca he visto nada más hermoso que lo que estoy viendo ahora.
Layla levantó la mirada hacia él, y un nudo se apoderó de su garganta. Su
aura era magnífica, pero no podía eclipsar al hombre que rodeaba. Su expresión
era tan sincera y tierna que, Layla no pudo apartar la mirada. Ni siquiera sus
mejillas encendidas podrían persuadirla a rendirse ante la fascinante vista.
—Estoy lista —decidió.
—¿Estás segura?
—No, pero no puedo posponerlo para siempre.
—Claro que puedes.
—No. Tengo que saber para así poder seguir adelante. Todo es diferente
ahora, y no quiero empezar una nueva vida con un misterio colgando sobre mi
cabeza.
Quin la llevó hasta la cama y suavemente levantó sus piernas, sentándose
con ella en su regazo.
158
—Hay algunas cosas que deberías saber antes de irnos.
Layla se sentía cómodamente segura y extraordinariamente feliz, y se
preguntó qué pasaría si imaginaba que él no se movía jamás. La curiosidad pudo
más que ella, y cerró los ojos, lo imaginó completamente inmóvil mientras la
sostenía en sus brazos, una estatua más íntima, una estatua muy detallada. Estaba
a punto de felicitarse a sí misma por los detalles cuando los músculos del
verdadero Quin se flexionaron.
Rápidamente abrió los ojos, encontrando su mandíbula apretada y sus
párpados cerrados. ¡Oh, no! Su estómago dio un vuelco y se tensó. Oh, mierda.
—No tienes que hacer eso —dijo él, abriendo los ojos.
—¿Qué hice… no quise… te he hecho daño?
—No —respondió—, pero es una sensación incómoda cuando no lo
esperas.
—¿Qué he hecho? —chilló, más allá de la mortificación y muy avergonzada.
—Usaste la magia en mí.
—Pero no pensé que funcionara. No sabía que podía hacer eso. —Se sintió
horrible por haberle causado tal malestar, y la razón detrás de ello la dejó sin
aliento. Nunca había estado tan avergonzada en su vida.
—Está bien —le aseguró, poniendo una mano en su mejilla—. No estoy
herido, y mucho menos molesto, pero para que conste, sí, los magos pueden hacer
magia en la gente. Pero la mayoría de nosotros no lo hace a menos que nos den
permiso.
Layla se ruborizó completamente.
—Lo siento mucho, Quin. Solo pensé que se sentía bien, estar sentados así.
No pensé… no quise… ¡No se supone que funcionara!
—Layla —susurró, tocando con el pulgar su puchero tembloroso—. Está
bien. Lo prometo. Pude bloquearlo cuando me golpeó, y no es un hechizo dañino
para empezar. Fue simplemente inesperado. E innecesario. Todo lo que tienes que
hacer es preguntar, y me quedaré así hasta que estés lista para moverte.
—Lo siento —repitió ella, enterrando la cara en sus bíceps.
Quin sacudió la cabeza, deslizando su mano desde su mejilla a sus rizos. No
tenía idea de lo que él sentía por ella, y nada de lo que dijera haría la diferencia. 159
No estaba acostumbrado a los egos frágiles, y no sabía cómo reforzar aquel en sus
brazos.
—No lo sientas, Layla. Me gusta que te sientas así, pero la próxima vez que
quieras algo de mí, solo pregunta. Estoy bastante seguro que lo conseguirás.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —susurró, manteniendo su rostro
oculto.
Quin frunció el ceño, atónito por sus inseguridades y cabreado por quién
fuera o lo que fuera que lo había causado. Si hubiera estado viviendo la vida para
la que estaba destinada, nunca tendría tales dudas. Suavemente la obligó a mirarlo,
conmovido alarmantemente por la humedad aferrándose a sus largas pestañas.
—Estás demostrando rápidamente ser la hechicera más hermosa, resistente
y bondadosa que conozco, Layla. Has estado viviendo una pesadilla durante tres
años, y hoy te hice pasar por un infierno, sin embargo, todavía estás brillando. Te
miro, a tu aura, y las primeras cosas que veo son amor, compasión, determinación
y esperanza. No sería un hombre muy decente, o muy inteligente, si no te trato con
amabilidad. Y no sería un hombre honesto si no te dijera exactamente lo que veo y
siento cuando te miro. Sin importar lo mucho que te haga sonrojar.
Una lágrima escapó, cayendo en su mejilla sonrojada, y él rápidamente la
apartó con su pulgar.
—Por favor, no llores, Layla. ¿Qué puedo hacer?
—Nada —respondió ella en voz baja—. Ya has hecho mucho. Yo… yo no sé
por qué estoy llorando. Hoy fue increíble. Es simplemente que no estoy
acostumbrada a esto, a sentirme de esta manera. Me avergüenza y me pone
nerviosa… —Sus pestañas cayeron como un terciopelo negro sobre un escenario
de esmeralda—. Me asusta.
Quin la abrazó más fuerte, amando y odiando su confesión a la vez.
—No quiero que te asustes, Layla. Quiero que te sientas segura. Y la última
cosa que quiero hacer es ponerte las cosas más difíciles. Me es imposible saber
todas las razones por las que tienes miedo, sin importar cuánto mire a tu aura, y no
voy a pedirte que te expliques. Pero voy a decirte esto. No voy a ninguna parte. No
tengo ningún lugar donde necesito estar, así que, hasta que me pidas que me vaya,
voy a estar aquí. A menos que estés allí —bromeó, señalando el otro lado de la
habitación.

160
Layla quería que se lo prometiera, pero no se atrevía a pedírselo. La había
conocido por un mísero día y no le debía otro. Sin embargo, ya le había dado más
que cualquier hombre antes.
Respiró profundo, oliéndolo a medida que se tranquilizaba. Y entonces se
reunió valientemente con su mirada.
—¿Qué tenías que decirme antes de tratar de congelarte en el tiempo?
Le tomó unos segundos recordar de lo que estaba hablando.
—Oh sí. Tengo que informarte un par de cosas antes de conocer a tus
abuelos.
—¿Como qué?
—Bueno, los padres de tu papá, los que viven en Virginia, están aquí. O
deberían estar de todos modos.
—¿Qué? —espetó Layla, conmocionada por la perspectiva de conocer a sus
cuatro abuelos en una noche.
—Los llamamos anoche —explicó Quin—, y partieron de inmediato. Debían
llegar esta noche.
—¿Desde Virginia?
—Sí.
—¿Supongo que volaron?
—Sí —respondió él, mostrando una sonrisa.
—Oh… —contestó—, quieres decir que volaron. Ningún avión.
—Correcto —confirmó—. Se necesitan alrededor de veinticuatro horas para
llegar desde Virginia.
—¿Volaron durante veinticuatro horas seguidas?
—Seguro. No es tan difícil como parece.
—Pero eso significa que volaron durante la noche.
—Y todo el día.
A pesar de sus afirmaciones, Layla pensó que sonaba como un viaje
agotador.
161
—No tenían que hacer eso. Podrían haber esperado. O al menos dormido.
¿Por qué vinieron tan rápido?
—Por algunas razones. La más importante es que quieren verte. Han
esperado mucho tiempo por esta oportunidad, así que no iban a sentarse en
Virginia y dejarla pasar. Pero hay otra razón. Cuando tu padre vio por última vez a
Serafín, le dio una caja y le pidió que la mantenga a salvo para ti.
—¿Mi padre me dejó una caja?
—Sí.
—¿Qué hay en ella?
—Un anillo.
—¿Del tipo que va en un dedo?
—Sí. Aedan imprimió su memoria y la de tu madre en su anillo de bodas.
Cuando lo uses, los recuerdos serán tuyos.
—Déjame ver si entendí bien —respondió Layla—. Si me pongo este anillo,
¿voy a ver a mis padres?
—Sus memorias —le corrigió Quin—, no a ellos.
—Bien… —murmuró Layla—. ¿Al igual que una película casera o algo así?
—No puedo responder a eso. La caja está sellada con magia que solo tú
puedes romper, por lo que nadie ha visto ni tocado el anillo desde que Aedan le
dijo a Serafín acerca de la impresión. Los recuerdos podrían mostrarse como
películas caseras o fotos. Una gran cantidad de objetos impresos se muestran de
esa manera. Pero a veces son solo voces o imágenes combinadas con voces, y he
escuchado de algunos que fueron como experiencias extracorpóreas, pero con el
cuerpo de otra persona. No tenemos idea de qué método eligió tu padre.
La idea de ver alguna de estas cosas protagonizada por sus padres
emocionó y asustó a Layla. Los recuerdos serían tristes, pero la oportunidad de ver
de dónde venía, poder ver quiénes fueron sus padres, era demasiado bueno para
dejarlo pasar.
—¿Cuándo voy a verlo?
—Eso depende de ti —respondió Quin—. Cuando vayamos esta noche, en el
momento que entres a la comunidad, todo el mundo jugará según tus reglas.
Sabemos que esto es abrumador, así que lo haremos a tu manera. Si deseas ver el 162
anillo antes de conocer a nadie, eso es lo que harás. Si quieres conocer una
persona a la vez, así es como te encontrarás con ellos. Si quieres una fiesta de
bienvenida, la fiesta se preparará antes que lleguemos. La decisión es tuya.
Layla comprendió la enormidad de su oferta. Veintiséis personas harían lo
imposible por alguien que no conocían.
—No quiero una fiesta.
—Lo sé —respondió, sus labios retorciéndose en una sonrisa—, pero mi
punto permanece igual. Esto sucede del modo que quieras.
—Eso es muy amable de todos. Sé que debe ser incómodo.
—En realidad no. Somos un relajado grupo de buenas personas dando lo
mejor de nosotros. Como tan bien has comprobado hoy.
—Aun así aprecio lo que están haciendo.
—Sé que lo haces—le aseguró, jugando con un rizo.
Layla cerró sus ojos, absorbiendo su hormigueante toque mientras debatía
sus próximos pasos a la verdad. Su padre debe haber dejado una explicación, ya
sea en el anillo o en la caja. Así que, ¿los acontecimientos de quién quería oír
primero? ¿Sus padres o sus abuelos?
Sus padres, decidió. Nadie sabría mejor por qué las cosas salieron como lo
hicieron.
Ahora bien, ¿quería conocer a alguien antes de tener su oportunidad con la
caja? Sobre esto, no estaba tan segura. No quería ser grosera y hacer esperar a sus
abuelos, pero tendría una mejor idea de cómo recibir a su nueva familia si sabía
por qué eran desconocidos. Solo entonces podría ser honesta acerca de sus
sentimientos hacia ellos.
Quin esperó pacientemente, observando su rostro mientras hacía girar un
mechón de cabello alrededor de su dedo, así que cuando Layla abrió los ojos,
inmediatamente lo encontró.
—Si elijo ver la caja antes de conocer a alguien, ¿dónde podría verla?
—Dondequiera que te sientas cómoda de mirarla —respondió—. Podrías
usar tu casa, la de tus abuelos, o la mía. O podríamos hacer que alguien la traiga
hasta aquí.
—Espera un minuto. Regresar. ¿A mi casa? 163
Quin hizo una mueca.
—Lo siento. Olvidé que no te lo había dicho.
—¿Decirme qué?
—Tienes una casa en la comunidad.
—¿Cómo es eso?
—Perteneció a tus padres. Cuando murieron, el aquelarre decidió guardarla
para ti. Debería haberlo dicho antes. Lo siento.
—No lo hagas. Está bien.
—Entonces volveré al punto. ¿Dónde te gustaría ver la caja?
Layla consideró hacer que le trajeran el anillo, pero decidió que sería más
apropiado descubrir la verdad en la casa de sus padres… su casa. Además, no
quería pedir favores a la familia que nunca había conocido.
—En la casa de mis padres —respondió—. Quiero decir… mi casa.
—Bien. ¿Cuándo querrías ir?
Ella miró la hora, las diez en punto.
—¿No estarán yendo a la cama pronto?
—Algunos de ellos, pero tus abuelos no dormirán hasta que sepan lo que
está pasando. Si creen que hay una posibilidad de llegar a verte esta noche, se
quedarán despiertos.
—¿Qué pasa si llego, veo los recuerdos, y luego decido esperar hasta
mañana para conocer a todos?
—Entonces eso es lo que harás. ¿Es eso lo que quieres?
—Tal vez, no estoy segura. No sé qué esperar.
—Entonces tomarás un paso a la vez y yo te seguiré. Estarán bien con lo que
sea que elijas.
—¿Qué hay de ti?
Sus oscuras cejas se juntaron.
—¿Qué hay de mí?
—¿Qué vas a hacer cuando lleguemos allí? —se explicó.
164
Su confusión se suavizó al pensar.
—Mmm… ¿qué quieres que haga?
Layla tomó su mano, jugueteando con sus dedos mientras tragaba un nudo
y su orgullo.
—Quiero que te quedes conmigo —confesó, sintiéndose débil e inmadura.
La humedad picó en sus párpados, así que cerró sus ojos, pero una lágrima
escapó de todos modos, aterrizando en la palma de Quin.
—Eso es conveniente —susurró, transformando la lágrima en un pétalo de
rosa verde esmeralda—, porque realmente quiero quedarme.
Layla tomó el pétalo que le ofreció encontrando sus ojos: oscuras piscinas
resplandecientes alrededor de su reflejo, sosteniendo una ternura desconocida
hasta entonces.
—¿En serio? —preguntó ella, sonriendo a pesar de sus mejillas encendidas.
Sus hoyuelos se profundizaron mientras alcanzaba la punta de un rizo a
través de su nariz.
—Más que nada.

165
15 Traducido por Jenn Cassie Grey y Silvia Gzz
Corregido por Key.

M
ientras Layla conducía hacia Jewell, una pequeña comunidad
leñadora al norte de Sunset Highway, Quin señaló un dilapidado
estacionamiento que bordeaba el bosque.
—Vivimos como a 16 kilómetros al noreste de aquí, pero está rodeado de
árboles, así que tendrás que dejar tu auto.
—¿Cómo llegaremos hasta ahí? —preguntó Layla, estacionándose entre dos
descoloridas líneas amarillas.
—Volando.
—Pero no sé cómo.
—Es fácil, pero si estás asustada, puedes volar conmigo.
—Está bien —accedió, tratando de ignorar el mareo de su estómago—.
¿Qué hay de mis cosas?
Quin miró al atestado asiento trasero.
—Morrigan se aseguró que tu casa tenga todo lo que necesitas, pero si
quieres tus cosas esta noche, puedo mandar a alguien por ellas.
—¿De verdad?
—Sí, pero podría tomar un tiempo.
A Layla le molestó pedir más favores, pero sería más cómodo tener al menos
algunas de sus ropas con ella. Miró al asiento trasero, buscando la bolsa que
contenía algunas de sus viejas favoritas como también las ropas que compró el día
que descubrió que era adoptada.
—No las necesito todas justo ahora, Pero, ¿podrías mandar esa?
—¿Está?
166
—Sí.
Tan pronto como ella respondió, la bolsa se desvaneció, haciéndola saltar.
—No sé si me acostumbraré a cosas como esa.
—Lo harás —le aseguró él—. ¿Quieres intentar volar por ti misma, o
prefieres volar conmigo?
Ella miró al cielo oscuro. Aprender a volar esa noche probablemente no era
la mejor idea.
—Volaré contigo por ahora.
Sus ojos oscuros brillaron como estrellas así como su aura resplandeció
como el sol.
—Excelente —aprobó, sacando su capa de su morral—. ¿Estás lista?
Se encogió en su asiento, frotando un lado de su cuello mientras sentía su
pecho y su garganta obstruida.
—Aterrizaremos en la tierra fuera del claro y caminaremos hasta él —dijo
Quin, alejando su mano de su garganta—, para darte más tiempo para prepararte.
—Bien —accedió ella, pero no podía calmar su estómago revuelto.
—No tienes que hacer esto, Layla. Esperaremos tanto tiempo como
necesites.
Layla estuvo tentada de aceptar su oferta, pero confrontar su pasado sería
difícil sin importar cuánto esperara.
—No. No quiero aplazarlo.
Quin la miró por otros diez segundos antes de salir del auto, y Layla cerró
sus ojos, tratando de estabilizar su inestable respiración. ¿Cómo se suponía que iba
a volar cuando estaba teniendo un momento difícil en la tierra?
Saltó cuando Quin abrió la puerta. Entonces puso sus ojos en blanco y tomó
su mano, dejándolo sacarla del auto. Con un giro de su muñeca, él cerró y bloqueó
las puertas. Luego la jaló más cerca, envolviendo un brazo alrededor de ella
mientras entraban en el bosque circundante.
Una vez que estuvieron en las sombras, abrió su capa, y ella deslizó sus
brazos dentro, amando el repentino calor del lujoso terciopelo.
—Nunca me dijiste cómo le hacías para no congelarte —recordó.
167
—Magia —respondió él, cuidadosamente le apartó el cabello de su cuello. Y
después cubrió sus cabellos con una capucha espaciosa.
—¿Eso es todo lo que obtendré? —objetó ella.
—¿Tienes frío? —preguntó, con un malicioso brillo en sus ojos mientras
enganchaba el broche de platino.
—No —respondió ella.
—Entonces no necesitas más —refutó.
Ella frunció el ceño, y él sonrió, deslizando sus manos debajo de la capa y
alrededor de su cintura. La respiración de Layla se atoró en su pecho mientras la
alzaba del suelo. Y a continuación estuvo cara a cara con él, sus labios
revoloteando alrededor de pequeños estallidos de oxígeno cargados con su
esencia, su corazón tronando mientras sus mejillas ardían.
—¿Esto está bien? —preguntó él.
—Sí —suspiró. Dejando a un lado sus embarazosas reacciones físicas, estaba
algo contenta—. Esto es lindo.
—También lo creo —replicó, tomándola con un brazo mientras alzaba el
otro—. Voy a lanzar un hechizo para proteger tus orejas de la presión, pero no
deberías sentir ningún efecto. Dime si lo haces.
—Bien —accedió, y él puso su mano sobre sus orejas una a la vez.
—¿Te sientes normal? —preguntó y ella asintió—. Bien —dijo con
aprobación—. Dime si eso cambia. ¿Estás lista?
—Sí.
—No tengas miedo.
—No lo tengo.
Lo que dijo era verdad, pero no pudo evitar cerrar sus ojos y apretar su
agarre cuando él saltó en el aire, lanzándose a través de una espesa cubierta de
ramas en forma de aguja. Cuando llegaron al cielo abierto, él se estiró haciéndola
recostarse sobre su pecho, y ella abrió los ojos, sintiéndose tonta por haberlos
cerrado en primer lugar.
Estaba placenteramente consciente de su solidez mientras la gravedad la
empujaba contra él, y sus mejillas ardieron aún más cuando apartó los ojos de su
vigilante mirada, dirigiendo la suya al montón de copas de árboles debajo. La
168
realidad de la absurda situación repentinamente cayó en su lugar, y la emoción
remplazó la vergüenza. ¡Estaban volando!
Quin ignoró la magnífica vista de las estrellas en el cielo, optando mejor por
ese brillo en los entusiasmados ojos de Layla. Cuando sus rizos flotaron alrededor
de la ondulante capucha de su capa, acariciando suavemente su mejilla, él sonrió,
hipnotizado por ese momento único en la vida. Nadie más podría ver la hermosa
expresión que tuvo la primera vez que voló, su aura brillando de asombro,
resplandeciendo como la estrella que nació para ser. El momento era solamente
suyo.
Cautivada por la magia, ella no dudó en tocar su mejilla con la suya.
—Esto es loco —susurró, sintiendo cosquillas en su oreja—. Sorprendente,
pero completamente loco. ¿Cómo sabes a dónde estás yendo?
—He estado volando aquí desde que tengo dos años.
—¿Tan joven?
—Aún más joven. Aprendí lo básico en Alaska.
—Esto es una locura —exhaló ella—. Y afortunado; es maravilloso.
—Apreció que te guste, porque me hubiera gustado llevarte en un viaje más
largo. Este está a punto de terminar.
—¿Ya?
—Sí. Estaré bajando en un minuto.
—Está bien —accedió, agarrándose más fuerte.
Varios fascinantes segundos más tarde, él flotó de forma vertical, y la
gravedad se asentó en las piernas de Layla. La mantuvo encerrada en un abrazo
mientras descendían en los árboles. Después puso sus pies en el suelo del bosque.
—Eso fue asombroso —exclamó, dejándolo ayudarla a salir de la capa.
—Me gusta tu entusiasmo —aprobó, apartando el terciopelo—. Es adorable
en ti.
Ella apenas pudo mantener el contacto visual mientras su cara se sonrojaba
acaloradamente.
—Tu sonrojo es adorable también —añadió.
—Eso es bueno —murmuró—. Entonces, ¿acabamos de volar 16 kilómetros?
169
—Aproximadamente.
Ella miró alrededor, tratando de ajustarse a la oscuridad.
—¿Qué tan lejos estamos?
—A unos cinco minutos caminando, pero estamos dentro de nuestra línea
de propiedad.
Layla lo escaneó, nada de su aura dio la impresión que estaba brillando,
pero eso no iluminaba el área fuera de ella.
—¿Adivino que no usaremos una linterna para llegar ahí?
—No una convencional —respondió, alzando una palma, y una suave
irradiación de luz mágica iluminó su camino.
—Hay otra cosa que necesito explicarte antes de llegar ahí —dijo, tomando
su mano.
—¿Solo una?
Él rio y asintió.
—Por ahora ¿Recuerdas nuestra discusión acerca de las almas gemelas?
—Sí. Tú estuviste bastante seguro de que existen.
—Existen, y vas a conocer algunas.
Ella se tensó.
—¿Qué?
—Cada mago tiene una pareja perfecta —explicó—, pero no es común que
los dos se encuentren. Si se las arreglan para hacerlo, son capaces de convertirse
en lo que nosotros llamamos compañeros vinculados o una pareja vinculada.
—¿Compañeros vinculados?
—Sí —confirmó, haciéndola fruncir el ceño—. Es complicado de explicar,
pero lo intentaré. Como dije, es extremadamente raro y hay muchas razones de por
qué. Primero, las dos almas gemelas tienen que cruzarse. Si lo hacen, hay una
fuerte atracción entre ellos, pero no tienen idea de que son compañeros perfectos.
Los dos deben tomar la decisión de estar juntos sin ese conocimiento. Entonces
tienen que consumar su compromiso. Solo entonces se convierten en una pareja
vinculada. Una vez que esto pasa, muchas cosas cambian para ellos.
170
—¿Como qué? —preguntó Layla, absorbiendo ávidamente cada palabra.
—Bueno —continuó Quin—, al momento en que se enlazan, absorben una
fracción de la capacidad mágica del otro, un incremento que dura hasta que uno
de ellos muere. Otro cambio es su percepción del uno al otro. Lo que antes era
magnífico se convierte en perfecto, y permanece así para siempre, sin importar
cuánto cambien sus aspectos, ni en general. Podrían estar en desacuerdo uno con
el otro de vez en cuando, o herir los sentimientos del otro accidentalmente, pero
su ira y traición no durará mucho tiempo, porque su intenso amor puede barrerlos
lejos rápidamente. Y ninguno hará jamás algún daño irreparable a la relación, lo
que me lleva a otro cambio. Los compañeros vinculados nunca se alejarán del otro
por un prolongado período de tiempo. La separación podría matarlos lentamente.
El asombro de Layla aumentó con cada palabra que él dijo.
—Otro cambio sería la manera en que se nos presentan —continuó—. No
solo son rodeados por auras, están rodeados por brumas doradas que llamamos
luces de enlace. Son hermosas, y una de las razones por la que te digo esto, es
porque vas a verlas. Si buscas su aura, vas a encontrar sus luces de enlace.
—¿Una de las razones? —preguntó ella.
—Sí —confirmó, aminorando el paso—. Otra diferencia serían sus niños. Las
parejas vinculadas conciben solo si ambos deciden hacerlo. Si uno de ellos tiene
dudas, no van a ser capaces de tener un bebé sin importar con qué frecuencia
hagan el amor. También, su niño es capaz de una magia más poderosa que otros
magos. No poseen la cantidad de poder que sus padres tienen como una unidad,
pero son capaces de más que sus padres como individuos. —Dejó de caminar
extinguiéndose su luz—. ¿Tiene sentido lo que dije?
—Sí —contestó ella—. Entonces, ¿hay parejas vinculadas en tu aquelarre?
—Sí.
—¿Quién?
—Esa es otra de las razones por la que estoy diciéndote esto. Nuestro
aquelarre es inusual, porque tenemos dos parejas vinculadas, mientras la mayoría
de los aquelarres no tienen una. Sin embargo, esta noche nuestra comunidad
alberga tres. —Apartó su cabello detrás de sus hombros, dejando que sus dedos
permanezcan en sus rizos—. Tus abuelos paternos y maternos están vinculados.
—Oh —exhaló, insegura de qué hacer con esto. Interesante, seguro, pero
esto no la afecta—. ¿Quién más? 171
—Mis padres.
Encontró esto mucho más interesante.
—¿Así que eres más fuerte que otros magos?
—Generalmente. Soy lo que llamamos un niño vinculado.
—Hmm… —murmuró Layla—. No sé si me gusta la idea de que exista una
pareja perfecta para todos. Parece injusto para todos los demás. Quiero decir, si
dos personas están juntas, y una de ellas se topa con su alma gemela, eso acaba
con la relación.
—No necesariamente —contraatacó Quin—. Recuerda, una persona no
reconoce a su alma gemela cuando la ve, así que, si estás enamorada y feliz en tu
relación, hay posibilidades de que nunca sepas que te cruzaste en su camino.
Solamente te topaste con una atractiva y agradable persona.
—Eso lo hace un poco mejor —concedió ella.
—Sí —concordó—. Eso mantiene nivelado el campo de juego. Verás cuando
conozcas a todos que las parejas no-vinculadas están muy enamoradas y
comprometidas el uno con el otro. Una atracción hacia alguien más no va a
terminar una relación a menos que sea ya inestable.
—Supongo.
—Hay una razón del por qué te lo he dicho ahora y no después —agregó—.
No sé qué es exactamente lo que está grabado sobre el anillo de Rhosewen, pero
dado que ella y tú padre fueron niños vinculados, ahí habrá referencias de parejas
vinculadas. No quiero que estés confundida.
—Oh.
Quin miró hacia delante y luego atrás, tomando su cara en sus palmas.
—Hay una pequeña cosa más que debes saber.
—No lo digas.
—Nada importante —le aseguró, frotando el pulgar sobre sus labios
sonriendo satisfecha—. Solo quiero prepararte sobre el tamaño de nuestro claro.
Alberga once casas con mucho espacio para más, y estaremos pasando frente
algunos porches, pero no habrá nadie alrededor, así que no te sientas cohibida. —
Miró sus ojos nerviosos, pasando sus dedos dentro de su cabello rizado de modo
que pudiera sostener sus mejillas—. ¿Estás lista? 172
Negó con la cabeza, y él estudió el aire a su alrededor.
—Tienes preguntas —concluyó.
—Sí —confesó ella, mirando hacia abajo.
—Puedes preguntarme cualquier cosa —ofreció—. Prometo contestar lo
mejor que pueda.
La mirada de Layla permaneció pegada a su torso, como si estuviera pegada
con adhesivo. No tenía idea de lo que le deparaba el futuro, y a pesar de lo que él
le afirmó, no tenía idea de cuánto tiempo estaría alrededor. El pensamiento la
aterrorizó, proporcionando una dosis de valentía.
Utilizando toda la confianza lamentable que poseía, se encontró con su
mirada, ignorando sus mejillas llameantes y sus palmas pegajosas.
—¿Por qué no me has besado?
Absolutamente desprevenido por la pregunta, Quin inclinó su cabeza y
buscó sus ojos, asegurándose de haber escuchado correctamente. Lo que encontró
en las piscinas esmeraldas, una intensa expectación y nervios destrozados,
encendió su fuerza de voluntad.
Ansiosamente bajó su boca a la de ella, moviéndose tan lentamente como
su determinación herida le permitía. Luego separó los labios sobre su mohín
tembloroso, su propio corazón saltando varios latidos a medida que la punta de su
lengua revoloteaba a través de la carne satinada.
Primero su beso sorprendió a Layla. Luego la descartó. Una de sus pequeñas
manos se perdió en su cabello, y la otra se aferró tras su cuello, empujándolo más
cerca mientras sus labios pulsaban y se separaban. Su sabor brotó al encuentro, y
ambos temblaron de la cabeza a los pies. Pronto él envolvió sus brazos alrededor
de su cintura, levantándola desde el suelo, y los suyos estuvieron alrededor de su
cuello, sosteniéndolo tan cerca de ella mientras sus gemidos rodaban por su
lengua.
Con los ojos cerrados y sus cuerpos vibrantes, se probaron ansiosamente el
uno al otro hasta quedarse sin respiración, y aun así no pararon. Apneas fueron
más lento, saboreando sin prisa cada detalle, sin vergüenza alguna por su
necesidad de más. Cuando el movimiento cesó, sus labios permanecieron juntos,
agotados pero definitivamente no satisfechos.
Abrieron sus ojos al mismo tiempo, y los de Layla parpadearon
petulantemente con una respiración entrecortada. 173
—Vaya.
Quin estrechó su abrazo mientras suavemente chupaba su labio inferior,
queriendo más con cada probada. Había estado soñando con este momento por
años, pero nunca lo imaginó lo suficientemente bien. Nada podría haberlo
preparado para su beso, de su divino sabor, sentimiento y energía. Este había sido
el momento más físicamente y emocionalmente cargado de su vida. Había sido el
cielo.
—Eres asombrosa —murmuró, descubriendo más en sus ojos que antes.
Estaba mirando a su futuro.
Layla no estaba lista para que esto terminara, por lo que lo atrajo para más.
No tenía idea que un beso pudiera sentirse tan bien, tan fácil y tan correcto, tan
poderoso. Nunca había sido así antes. Ni un acalorado momento hormonal
adolescente podría compararse.
—¿Por qué esperaste tanto? —murmuró ella.
—He querido besarte por más tiempo de lo que posiblemente podrías saber
—declaró—. Pero no quería asustarte.
—Creí… —Sus labios se tensaron mientras cerraba los ojos.
—¿Qué? —la instó.
—No estaba segura si querías.
—Mírame, Layla.
Abrió sus ojos, y él le dio un suave beso.
—Desde el momento que te encontré, he estado pensando en ti,
pensamientos que mejor quedan en mi cabeza… por ahora. Tengo que ser
paciente, y eso está bien. Tienes bastante en tu plato ahora mismo, y la última cosa
que quiero hacer es agregar un estrés innecesario y miedo. Si iba a ti como quería
hacerlo, habrías pensado que estaba loco, porque te habría besado a los cinco
minutos de conocerte.
Layla cuidadosamente buscó su mirada. O estaba diciéndole la verdad, o era
muy bueno mintiendo cuando estaba besando.
—No sabía que un beso podía ser así —susurró.
—Mmm… —murmuró, inclinándose lentamente—. Ya somos dos.
174
Su segunda sesión de besos fue aún mejor que su primera, y duró mucho
más tiempo, sus mentes sumergidas en la dicha e inmunes a distracciones. No
tenían que pensar, solo sentir, y esa era la cosa más fácil en el mundo para hacer.
Cuando pararon para recuperar sus respiraciones por quinta vez, él deslizó
sus labios a su cuello, besando y respirando profundamente.
—Es la una de la mañana.
Layla había estado hipnotizada por su toque, pero cuando escuchó la hora,
se congeló.
—¿En serio?
—Sí. ¿Estás lista para continuar, o quieres permanecer aquí y besarme un
poco más?
Se derritió contra él.
—Eso es una obviedad.
Él rio, y sus labios se presionaron sobre su pulso.
—También puedes besarme ahí. Prometo dejarte.
—Apenas puedo dejar pasar esa oferta.
—Puedes hacer cualquier cosa que quieras —discrepó—. Voy a permanecer
aquí hasta el amanecer si quieres.
Layla apoyó la cabeza sobre sus hombros, tratando de atrapar un listón
verde precipitándose a través de su aura.
—Esa es una oferta tentadora, pero ya te he hecho permanecer aquí el
tiempo suficiente.
—Puedo permanecer más tiempo.
—No —rechazó ella, levantando su cabeza—. Podemos seguir, pero
solamente si prometes besarme de nuevo sin hacerme pedírtelo.
—Esa es una promesa que estoy más que dispuesto a hacer —accedió.
Luego besó su frente—. Si me dejas… —Besó su nariz—… voy a besarte cada hora…
—Besó ambas mejillas—… de cada día.
Ella rio, y él destelló sus profundos hoyuelos, encontrando sus labios para
otro beso celestial.
175
16
Traducción SOS por LizC
Corregido por La BoHeMiK

L
ayla jadeó cuando entró en el claro del aquelarre, revoloteando una
amplia mirada sobre la comunidad iluminada por la luna. Le habían
advertido, pero el extenso claro era más grande de lo que esperaba,
lo suficientemente grande para dar cabida a un campo de fútbol con un montón
de espacio de sobra, y más hermoso de lo que ella jamás hubiera esperado.
El centro consistía en una amplia extensión abierta, mientras que el
perímetro albergaba sus casas, cada una tan hermosa y única como la próxima, con
jardines individuales brotando de sus fronteras. La hierba verde exuberante crecía
de manera uniforme a todo lo largo y se veía seductoramente pulcra, sintiéndose
como si fuera completamente natural y bastante sensacional rodar en ella. De
repente, Layla anheló estar descalza.
Sin ser tocado por el ritmo apresurado y frenético que asolaba las ciudades,
y sin estar empañado por el sol abrasador y las malas hierbas tenaces que
plagaban el campo, era como un mundo totalmente diferente… pacíficamente
ordenado y de una belleza única.
—Te gusta —señaló Quin.
—Es maravilloso —susurró Layla, temiendo perturbar la pacífica
tranquilidad.
Pasó la mirada sobre las casas. Cada una tenía el espeso bosque como patio
trasero y el claro perfecto como patio delantero.
—¿Cuál era la casa de mis padres?
—La tercera a la izquierda —respondió Quin.
Layla la encontró, entonces tragó un nudo emocional.
176
Era una casa victoriana estilo Queen Anne verde pálido, tenía una torreta
circular sobresaliendo de su lado derecho, asemejándose a un castillo en miniatura,
pero su amplio porche delantero era una reminiscencia de una casa de plantación.
La mirada de Layla se deslizó sobre las festoneadas tejas de madera y persianas
blancas impecables, aterrizando en el jardín más atractivo que había visto nunca.
Éste cubría todo el patio delantero, salvo por una estrecha pasarela de ordenadas
hierba: rosas de todos los colores y de las especies emanaban de sus límites, de
alguna manera manteniendo una apariencia cuidada a medida que se arrastraban
hacia el césped y se envolvían alrededor del porche. Layla jamás había imaginado
un hogar más hermoso.
Miró a la gran mecedora del porche, y el ojo de su mente imaginó a sus
padres sentados allí, tan felices y tan enamorados al ver a su bebé jugar en el
césped inmaculado.
Así que, esta era la vida que se había perdido.
Sus ojos se llenaron con lágrimas culpables, lágrimas que eran injustas para
Katherine, quien había dado todo lo que tenía por ella. Sin embargo, Layla
permaneció allí de pie deseando algo diferente. Nada de eso era justo.
Quin dio a sus hombros un apretón de apoyo, y al centrarse en los detalles
cosméticos de la casa, ella fue capaz de fortalecer su corazón y debilitar el dolor.
—Es bonita —susurró.
—Tus padres la diseñaron y construyeron —reveló Quin.
Por razones que Layla no entendió, esto tenía todo el sentido del mundo.
—El jardín es increíble —señaló, mirando sobre el vasto mar de rosas.
—Morrigan cuida muy bien de él —le explicó—, del jardín y la casa. ¿Estás
lista para ver el interior?
Layla respiró hondo, dejándolo salir con un gesto firme.
—Sí.
Se mostró sorprendida por la facilidad con que sus pies la llevaron hacia
delante, como si supieran exactamente a dónde iban y estaban ansiosos por llegar.
Pero cuando llegó a la pasarela llena de rosas, se detuvo abruptamente.
Quin frunció las cejas, siguiendo su mirada alarmada al porche.
—Maldita sea, Bann —suspiró—. ¿Qué estás haciendo aquí? 177
Layla se recuperó de su sorpresa y examinó el aura de Banning, el cual no
era tan magnífico como el de Quin, pero por la forma en que fluía, daba la
impresión de felicidad y juventud… atributos agradables a la vista, así como al
alma.
La neblina se disipó a medida que Banning se encogía de hombros.
—Quería dar la bienvenida a Layla con un poco de mi planta de
hierbabuena —dijo, sosteniendo una vasija de barro—. Estaba aburrido sentado en
mi habitación, así que decidí sentarme aquí. Justo a tiempo, supongo.
—Deberías haber esperado —dijo Quin desdeñosamente—. Me estás
haciendo quedar mal.
—Oh —murmuró Banning, mirando con nerviosismo el aura de Quin—. Lo
siento, hombre. No quise hacer ningún daño. Es una tradición dar la bienvenida a
los nuevos miembros con una ramita de hierbabuena, y no quería que ella se lo
perdiera.
—Podrías haber esperado —contrarrestó Quin—. Y yo no debería tener que
decirte eso.
—Está bien —interrumpió Layla, apretando la mano de Quin—. Estoy bien.
Quin estudió su rostro, luego entrecerró los ojos en Banning.
—Vete a casa, antes que tu madre se dé cuenta que estás aquí. Ella no va a
ser tan indulgente como Layla.
Los hombros de Banning se hundieron mientras dejaba caer su cabeza.
—Cierto. Lo siento, Layla. No era mi intención hacerte sentir incómoda.
—Está bien —le aseguró—. Solo me sorprendiste, pero estoy bien, de
verdad. —Y lo estaba. Banning era obviamente inofensivo, y su entusiasmo le
divertía—. ¿Así que… hierbabuena?
—Hierbabuena —confirmó él, dejando la vasija junto a la puerta—. Dicen
que es para calidez y bienvenida, pero sus usos van más allá del simbolismo. —Su
aura se había iluminado, pero cuando miró a Quin, los colores se apagaron—. Los
veré mañana —dijo. Luego tomó dos grandes pasos hacia el norte, saltó la
barandilla, y desapareció detrás de la casa de al lado.
Quin suspiró, frotándose la mandíbula mientras guiaba a Layla al porche.

178
—No tenías que ser tan duro con él —dijo ella, examinando su nueva
planta—. Me trajo un regalo.
—Sabía lo que pasaría —respondió Quin, recogiendo la vasija de barro—. Y
tengo que respetarlo por presentarse de todos modos. Estoy seguro que esperaba
algo peor.
—Deberías pedir disculpas —insistió Layla.
Quin se detuvo con la mano en el pomo de la puerta, sonriendo mientras
alcanzaba el aura de ella.
—Se va a reír en respuesta, pero si te hace sentir mejor, mañana se lo diré.
—¿Por qué se reiría?
—Porque ya es agua pasada. Banning es mi hermano en todos los sentidos,
excepto en sangre. No habrá rencores por esto.
—Oh —murmuró—. Eso es bueno, porque no quiero alejar a mi familia
antes de llegar a conocerlos.
—Dudo que podrías alejar a nadie —respondió, abriendo la puerta—,
mucho menos a este aquelarre.
Layla entró mientras Quin encendía una luz, iluminando un gran salón. Sus
elementos principales eran prístinos y blanco: la alfombra, el sofá de gran tamaño
y los sillones acolchados, la chimenea de mármol incrustada con cuarzo reluciente.
Incluso las paredes eran blancas, pero de un tono mucho más cálido y decorado
con coloridos cuadros, estantes con piedras preciosas esparcidas y fotos
enmarcadas.
La mirada de Layla se congeló en la fotografía más grande, y lo siguiente
que supo era que estaba justo en frente de ella, incapaz de recordar su recorrido a
través de la habitación.
El marco era de unos tres metros de altura, hecho de plata pulida, y grabado
con una enredadera de rosas, cada capullo encerrando un cúmulo de piedras
preciosas de color verde y azul. Layla conocía la foto muy bien. La había mirado
durante horas a la vez en varias ocasiones.
Se quitó la mochila de sus hombros, sacando la foto de sus padres en el día
de su boda. Entonces, la sostuvo a un lado de la que estaba en la pared. Eran
idénticas, pero la foto más grande se veía impecablemente clara con colores muy
vivos, y los sujetos pareciendo reales. Ellos la miraban directamente a los ojos. No… 179
a través de ella. Sus padres nunca la mirarían de esa manera. Las lágrimas saladas
tornaron su visión borrosa mientras se preguntaba por qué. ¿Qué había destrozado
a su familia? Ahora que ella estaba allí, donde siempre debía haber estado, le dolía
saber por qué.
No se dio cuenta que Quin se había movido a su lado hasta que él secó una
lágrima de su mejilla, transformándola en un pétalo de rosa azul oscuro. Cuando él
tentativamente la tomó en un abrazo, ella con gusto se arrimó en su pecho.
—Sé que esto debe ser un infierno para ti —susurró él—. Lamento que te
esté haciendo daño.
—Simplemente no lo entiendo —respondió—. Necesito saber por qué.
—La respuesta a eso te hará daño también.
—Probablemente, pero ahora que he visto de dónde vengo, dónde debería
haber estado todo este tiempo, tengo que saber por qué no lo estuve.
Él suspiró y se echó hacia atrás.
—La caja está en el dormitorio principal.
—¿Ya está aquí? —preguntó ella, su corazón herido latiendo más rápido.
—Sí. Serafín la trajo antes de que llegáramos aquí.
Se preguntó cómo su abuelo había sabido que debía llevarla hasta allí.
Entonces se dio cuenta que no importaba.
—¿Dónde está el dormitorio?
Quin la condujo por un pasillo ancho, deteniéndose en la primera puerta a
la derecha. Luego metió la mano y dio vuelta un interruptor, encendiendo un
candelabro de cristal.
Al igual que la sala de estar, el dormitorio era enorme. A diferencia de la
sala, éste estaba bañado en color, varios tonos de azul y verde extendiéndose
desde las sábanas y las paredes. Pero no era de mal gusto o abrumador. Era
increíblemente perfecto, al mismo tiempo relajante y romántico.
A la derecha estaba puesta una cama grande con un ornamentado dosel de
cuatro postes de madera oscura coincidiendo con el banco en su extremo, las dos
mesas de noche, el tocador, el armario y la mesa de café a lo largo de la
habitación. En la mesa había un ramo de rosas verde esmeralda y azul mar, y dos
sillones azules estaban dispuestos a un lado, frente a una gran ventana oculta por
180
cortinas de terciopelo verde esmeralda. Detrás de las elaboradas cortinas, la vista
daría hacia el porche y jardín.
Estas paredes también estaban decoradas con cuadros y fotografías, pero de
un tipo muy diferente. Muchas de las piezas eran eróticas, pero a la vez tan
hermosas, exudando pasión en lugar de sexo, de modo que Layla no estaba ni un
poco avergonzada por su naturaleza explícita.
Sus ojos volvieron a la cama, cayendo sobre una caja tallada en madera de
color marrón rojizo oscuro.
—¿Estás segura que estás lista? —preguntó Quin, llevándola más cerca.
—No —confesó ella, su corazón latiendo irregular, sus pulmones
ineficientes—. Pero tengo que saber.
A pesar de su ardiente curiosidad, no se movió para tomar la caja. Solo se le
quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó Quin.
—No —dijo bruscamente, apretando su agarre.
Él alargó la mano, acariciando su tensa muñeca.
—Está bien —le aseguró—. No voy a irme a menos que me lo pidas. Puedes
relajarte.
—Lo siento —murmuró, soltando su agarre.
—No lo estés —insistió.
Layla se quedó mirando la caja por un momento más, pasando su mirada
sobre la rosa de tallo largo tallada en la tapa. Luego se quitó los zapatos y se izó
sobre la cama alta, sentándose con las piernas colgando sobre el borde.
—¿Puedes mirar dentro y decirme si hay algo allí además del anillo? —
preguntó ella.
—No puedo —negó Quin, sentándose a su lado—. Ha sido sellada con
magia que solo tú puedes romper.
—Oh, por supuesto —susurró. Luego suspiró y se deslizó hacia el centro de
la cama.

181
Una vez que se sentó con las piernas cruzadas frente a la caja, respiró hondo
y abrió la tapa, encontrando un anillo solitario brillante desde dentro de los suaves
pliegues de terciopelo verde esmeralda.
Layla lo miró fijamente durante varios segundos, demasiado nerviosa para
disfrutar de los detalles. A continuación, encontró la mirada de Quin.
—¿En serio no tienes idea de lo que va a pasar cuando me ponga esto?
—Sé algunas cosas que van a suceder —respondió él, moviéndose hacia el
lugar a su lado.
—¿Como qué?
—Bueno, no serás consciente de lo que está pasando aquí, en tiempo real,
hasta que los recuerdos se hayan completados. Y es probable que no seas
consciente de tu cuerpo. Vas a ver las cosas a través de la perspectiva de tus
padres, no de la tuya.
—¿Algo más? —preguntó, sacando el anillo del terciopelo.
—Sé lo que condujo a tu adopción —confesó—, pero no es mi historia para
contar. No sería justo para ti escuchar un recuento de segunda mano sobre tu
pasado.
—Ya veo —murmuró ella, jugueteando con su herencia.
Cuando su aura cambió, Quin supo que se estaba preparando para la
inmersión y le ofreció un lamentable consejo adicional.
—Deberías acostarte y ponerte cómoda antes de ponértelo. Como dije, no
serás consciente de tu cuerpo.
—Voy a tomar tu palabra —dijo ella, quitándose su suéter. Luego dejó la
caja a los pies de la cama y sin cruzar las piernas, se recostó entre el montón de
almohadas.
Quin pasó la mirada de la cabeza a los pies de ella, tratando de calmar su
propio corazón y pulmones. Una tarea difícil cuando tanto de sus curvas se
encontraban expuestas. Maldijo su moderación repentinamente inadecuada y la
miró a la cara, encontrando su mirada fija en él.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella.
—¿Qué quieres que haga? —respondió.
182
Después de un momento de vacilación, ella tomó su mano y tiró de él a su
lado.
—Quiero que te quedes conmigo —susurró.
—Entonces eso es lo que voy a hacer —acordó él.
—Gracias.
Alargó la mano, rozando la ruborizada mejilla con su dedo índice.
—No tienes que darme las gracias por esto. Quiero estar aquí para ti cuando
esto termine.
Layla sostuvo ansiosamente su mirada durante varios segundos. Luego miró
el anillo, tragando un bulto muy familiar. Después de llenar sus pulmones con
oxígeno, deslizó el anillo de bodas en el dedo anular de su mano derecha.
Se quedó sin aliento a medida que sus músculos temblaban. Entonces su
cuerpo se desvaneció mientras su mente tambaleaba a través de un borrón de
colores, aterrizando en un tiempo y lugar completamente diferente.

183
17 Traducido por Helen1 y Salikab
Corregido por La BoHeMiK

Marzo, 1988. Virginia.

L
a húmeda hierba reflejaba la luz del sol filtrándose a través de un
cielo parcialmente nublado, y Aedan se recostó en el césped de su
aquelarre, celebrando su cumpleaños diecinueve. Estaba rodeado por
la familia, los amigos y la mujer con la que había estado saliendo, Medea Blair de la
comunidad Blair/Casey, situada a unos trescientos veintidós kilómetros de
distancia.
Una bruja hermosa con una personalidad alegre, Medea estaba
acostumbrada a la atención de los hombres, y ella había tenido dos citas con
Aedan, las cuales terminaron con un beso cortés en su mano. La mayoría de los
magos habrían sellado el acuerdo a ese punto, si no antes, pero Aedan era inquieto
cuando se trataba de mujeres y solo se detenía para saborearlas en ocasiones,
usualmente encontrando que no era el sabor que estaba buscando.
No, él no tenía la intención de pedirle una cita a Medea por tercera vez, por
no hablar de sellar el acuerdo, así que cuando ella se invitó a sí misma a su fiesta
de cumpleaños, solo accedió por educación. Mientras la observaba adular a su
familia, lamentó haber consentido que viniera. Ya era hora de terminar con ella.
Echó un vistazo a los reflejos de color amarillo en su cabello marrón, el cual
era largo hasta el hombro, deslizó su mirada por las delgadas mejillas, viendo sus
labios definidos charlar con uno de sus amigos. Sus ojos eran como cálida miel de
color ámbar en la oscuridad y amarillos a la luz del día. Y fue solo eso lo que los
llevó a su primera cita. Aedan confiaba en que eso la llevaría a otra, pero con un
mago diferente.
Cuando Medea atrapó a Aedan observándola, sonrió, aparentemente
malinterpretando su mirada por una de cariño. 184
—¿Estás disfrutando de tu fiesta? —preguntó ella, arrastrándose más cerca.
—Sí —respondió, mirando a otro lado—. ¿Y tú?
—Siempre disfruto de mí misma cuando estoy contigo.
El estómago de Aedan se revolvió y tensó.
—Me alegro que lo estés pasando bien.
—Deberíamos volar a la playa cuando la fiesta termine —sugirió—. Solo tú y
yo.
Aedan observó a un pájaro elevándose a través del claro mientras
consideraba su respuesta.
—Dudo que tengamos tiempo. Ya sabes cómo son estas cosas. Podría
amanecer antes que el último hombre caiga.
—Sí —dijo sonriente—. Supongo que tienes razón. ¿Qué tal mañana? Podría
quedarme en la noche.
Aedan odiaba mentir, pero a menos que quisiera causar una escena, no
había otra forma. Esperó que su aura no lo delatara.
—Estoy ocupado mañana.
La expresión de Medea se derrumbó y luego se iluminó.
—¿Qué tal el domingo?
—No sé lo que vaya a suceder el domingo —esquivó Aedan—. Vamos a
tener que esperar y ver.
Medea deslizó sus dedos en el cabello de él, y el nudo en su estómago se
retorció.
—Necesito un aperitivo —murmuró él, poniéndose de pie. Entonces se
alejó, sin darle la oportunidad de auto invitarse a ir con él.
Aedan evitó a Medea el resto de la noche, pero ella se dio cuenta y se pegó
más a él, poniéndose cada vez más preocupada con cada movimiento evasivo que
él hacía. Para el momento que la fiesta terminó, ella estaba prácticamente unida a
él, y sus ojos estaban suplicando con voz lo suficientemente alta como para que
cualquiera pudiera escuchar.
En contraste con su décimo octava fiesta de cumpleaños, Aedan se mantuvo
sobrio, decidido a mantener su sentido común. Sería una desagradable experiencia
185
despertarse a la mañana siguiente con ella mirándolo embelesada. Y solo haría la
inevitable decepción más difícil.
Cuando el césped quedó vacío de todo el mundo a excepción de ellos dos,
Aedan le lanzó a Medea una mirada cansada y luego comenzó a limpiar la mesa,
preguntándose cuánto tiempo más podía mantener la boca cerrada.
No mucho tiempo.
—¿Qué está pasando, Aedan? —exigió ella—. Has estado evitándome toda
la noche. Incluso ahora que no hay nadie alrededor, me estás alejando.
Aedan respiró hondo y se giró, encontrando su preocupado rostro. Esta vez,
una mentira sería innecesaria.
—Vamos a sentarnos, Medea. Tenemos que hablar.
—No quiero sentarme —se rehusó—. Dime lo que está pasando.
—Bueno. Eres una hermosa bruja, pero no puedo corresponder tus
sentimientos por mí. Es hora de seguir adelante.
—¿Estás rompiendo conmigo? —dijo abruptamente, sus ojos color miel
ardieron con un brillante dorado.
—No estamos juntos —respondió—. Solo salimos en dos citas para llegar a
conocernos mejor.
—Pensé que la pasaste bien —resopló.
—Lo hice. Por eso hubo una segunda cita, pero no habrá una tercera. Me
gustas, pero no de esa manera. Es hora de seguir adelante.
Ella puso mala cara por un momento y luego se relajó, cerrando la brecha
entre ellos.
—Te estás engañando a ti mismo —lo desafió, metiendo sus dedos en la
pretina de sus pantalones—, al tratar de fingir que no se te puede domesticar, pero
no me engañas. Te diré una cosa —agregó, lamiéndose los labios y moviendo sus
dedos—, conserva tus formas salvajes; solo déjame acercarme a la bestia. Si me das
la oportunidad, te voy a demostrar lo divertido que puede ser una tercera cita.
—No voy a tomar ventaja de tus sentimientos por mí —negó él.
—¿Y si te dijera que no me importa? —contrarrestó ella.
186
Él tragó saliva, sin lugar a dudas tentado a dejarse llevar por un jugueteo de
cumpleaños en el césped.
—Lo sabría mejor —se resistió él, fortaleciendo su resolución.
La sonrisa de Medea cayó mientras su frente se arrugaba.
—Necesitas tiempo para pensar en ello —decidió, tirando de su mano—. Te
veré luego. —Ella lo fulminó con la mirada por un momento más y luego se
disparó al aire.
Aedan la vio alejarse, sorprendido y preocupado por la intensidad de su
decepción. Luego suspiró y tomó una jarra de vino de la mesa de bebidas,
mágicamente haciendo estallar el corcho mientras se dirigía hacia el interior.
~***~
Aedan no vio ni oyó de Medea por dos meses, por lo que su preocupación y
culpa disminuyó, pero luego regresó, trayendo con ella la ansiedad.
Aedan estaba en el granero del aquelarre, preparando su caballo, cuando
Medea apareció en la puerta, haciendo girar un pedazo de paja.
—Hola, Aedan.
Aedan reconoció su voz y se detuvo, tomándose un momento para suavizar
su expresión molesta antes de mirarla.
—Medea. ¿Qué te trae por aquí?
Ella dejó caer la paja y se adelantó.
—Tú.
—¿Qué hay de mí? —preguntó, volviendo a su tarea.
—No te hagas el tonto, Aedan. Sabes por qué estoy aquí.
—¿Por qué no me lo explicas? Por si acaso.
—He venido a ver si lo has reconsiderado —confesó—. ¿Has pensado en mí
oferta?
—No.
—¿Por qué no me miras cuando me mientes?
Aedan dejó lo que estaba haciendo y la miró.
187
—No estoy mintiendo.
—Entonces estás en negación.
—No. No me interesa y nunca lo estaré. Date una oportunidad y encuentra a
alguien que lo esté.
Su rechazo le entró por un oído y salió por el otro mientras tomaba un
rápido paso hacia él, suavemente deslizando su mano dentro de sus pantalones.
Para el momento en que Aedan miró hacia abajo para ver si realmente había hecho
lo que él pensaba que había hecho, ella tenía un firme agarre sobre su virilidad. Su
boca se abrió cuando intentó apartarla, con cuidado, pero ella se mantuvo firme
con sus ojos miel ardiendo.
—Quieres esto —insistió, apretando.
—Realmente no lo hago —negó él. Nada acerca de la situación era
tentadora. Ella estaba obviamente desesperada y totalmente demasiado
insistente—. Saca la mano de mis pantalones —dijo hirviendo—. No eres
bienvenida.
Ella permaneció en su lugar, con las fosas nasales dilatadas mientras
apretaba su agarre.
—Eres un tonto, Aedan. Ni siquiera me darás una oportunidad.
—Puedes llamarme lo que quieras —le advirtió tensamente—, pero si no
quitas la mano, voy a quitarla por ti.
Un matiz de miedo cambió sus facciones. Luego se relajó, levantando la
barbilla mientras sacaba la mano de sus pantalones.
—Veo que necesitas más tiempo, pero no te preocupes, voy a regresar. —
Entonces se dio la vuelta, silbando, mientras caminaba fuera del granero.
—Maldita sea —maldijo Aedan, volviéndose hacia su caballo.
Medea claramente no había cambiado, y temía que las cosas solo
empeorarían.
~***~
Al igual que antes, Medea mantuvo la distancia más tiempo de lo que Aedan
esperó que hiciera. Había pasado un mes desde la desagradable escena en el
granero, y no había visto ni oído nada de ella. No se atrevió a tener esperanza de
188
que ella hubiese cambiado a una conquista diferente; eso podría traer mala suerte
a su ausencia.
Su estado de ánimo era justo como el clima, soleado con una brisa fresca, y
estaba en camino a una comunidad mágica vecina para una fiesta. Aterrizó fuera
del césped, entró y después exploró la gran multitud, viendo a algunos amigos
descansando en una ladera.
Cuando se dirigía hacia esa dirección, Medea ágilmente se interpuso en su
camino, con una sonrisa que se habría visto tímida si ella tuviera un hueso
recatado en su cuerpo.
—¿Estás disfrutando de la fiesta? —preguntó.
Uno nunca sabría que su último encuentro terminó con su cruel pero
necesario rechazo.
—Acabo de llegar aquí —respondió, mirando a otro lado.
—Puedes sentarte con nosotros —ofreció ella, tirando de su mano.
Aedan se encontró con su mirada y flexionó su brazo, pero no dijo nada. Las
palabras, sin importar la forma en que fueran entregadas, le pasaban de largo.
Su cansada expresión luego se suavizó y ella de buen grado lo dejó en
libertad.
—Eres terco, Aedan, pero me gusta eso de ti.
Aedan observó su aura por un momento y luego suspiró, maniobrando
alrededor de ella y alejándose. Consideró mirar hacia atrás, pero no quiso darle la
satisfacción, por lo que mantuvo los ojos en el suelo, esperando que no lo siguiera.
Mientras se acercaba a sus amigos, levantó la vista, y sus ágiles pasos
vacilaron, lo que le obligó a hacer una pausa.
Literalmente impresionante, la desconocida ante él era más hermosa que la
luna y el sol combinados. Las estrellas y los planetas no eran nada ante ella. Su
espeso cabello dorado y rizado iba más allá de su delgada cintura, y llevaba un
vestido de color rosa pálido que se aferraba con elegancia a su esbelto cuerpo. Se
movía fluidamente, y su impecable piel brillaba como la superficie de un mar
bañado por el sol. Y su aura… era la más magnífica que había visto: más colores de
los que podía contar nadando con brillantes cintas de plata, alegremente vibrantes
y entusiastamente arremolinándose. Tenía que conocerla. La radiante belleza ante
él era la única cosa que faltaba en su bendecida vida. 189
Al acercarse, ella se giró, mirándolo con ojos tan azules que podía nadar en
ellos, ahogarse en ellos, y se le olvidó cómo respirar mientras su corazón se
aceleraba.
—Hola —saludó, inseguro de cómo manejar la situación.
Con esa sola palabra, el corazón de Rhosewen martilleó contra sus costillas,
dando tumbos hacia el hombre más exquisito que jamás había visto. Alto, moreno
y guapo, con un aura tan viva destellando distintos colores resplandecientes, la
inundó tanto en sombras y luz brillante. Ella tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás
para observar su rostro, encontrando primero el sol brillando en su lacio cabello
negro, luego hacia su mirada esmeralda, que parecía taladrar en su alma.
Ella respiró profundamente para calmarse, realmente esperando que no se
diera cuenta. Luego se aclaró la garganta ligeramente.
—Hola.
Entonces, pensó Aedan con su mirada firme, así es cómo suena un ángel.
Uno de los amigos de Aedan, un conocido de toda la vida llamado Keith
Ballard, trató de ganar su atención.
—Hola, Aedan. ¿Acabas de llegar?
—Hace unos cinco minutos —contestó Aedan, manteniendo sus ojos en la
dorada desconocida.
Keith debe haber notado el intercambio, porque los presentó con prontitud.
—Esta es Rhosewen, mi prima de Oregon. Este es Aedan, un compañero de
Virginia.
Rhosewen sonrió, causando más estragos en el corazón de Aedan.
—Es un placer conocerte —dijo ella, enviando fantásticos escalofríos a
través de su piel.
—El placer es todo mío —retornó Aedan, tomándola de la extendida mano,
pero no la agitó; la llevó a sus labios, rozando un beso en los esbeltos nudillos. Él
sabía que los otros estaban viendo, pero no le importó. No podía apartar la mirada
de ella. Su piel de marfil se había inundado de color, intensificando su brillantez.
Un escalofrío recorrió desde los dedos de Rhosewen hasta su espalda, y sus
rodillas temblaron. Nunca había tenido una reacción tan fuerte por un hombre y se
esforzó por mantener la compostura. Su corazón latía tan fuerte y rápido que el 190
grueso material de su vestido de satén, se sacudió notablemente por encima de su
palpitante pecho.
Aedan no quería dejarla ir, pero temía que la estuviera avergonzando, así
que dejó que sus dedos se apartaran.
—Voy a buscar el vino —dijo—. ¿Me acompañarías? —Quería alejarla de las
indiscretas miradas, de modo que pudiera saber más sobre ella, todo sobre ella.
Rhosewen miró a Keith, quien simplemente se encogió de hombros, por lo
que se dio la vuelta con una sonrisa.
—Claro.
Aedan ofreció su brazo y Rhosewen lo aceptó, dejando que él la condujera
alrededor de la multitud.
–¿Cuál es tu apellido Rhosewen?
–Conn –respondió– ¿El tuyo?
–Donnelly.
Aedan observó la mesa de bebidas y señaló con la palma hacia ésta,
convocando dos copas de vino, las cuales comenzaron a flotar hacia sus manos.
–Quiero llegar a conocerte Rhosewen Conn, ¿Te sentaría conmigo?
–Sí –aceptó ella–. Siempre y cuando sea recíproco.
Aedan sonrió y la condujo a un lugar vacío cerca de la ladera, dejando que
ella se pusiera cómoda antes de saltar al punto.
—¿Qué te gustaría saber?
–¿Tengo que ser yo primero?
–Por supuesto.
–Está bien. –Ella lo pensó por un momento–. ¿Cuál es tu elemento?
–Fuego.
–¿Y el segundo?
–Agua.
Ella alzó una ceja de manera sospechosa y él inclinó la cabeza con
curiosidad. 191
—¿Ya he dicho algo malo?
–¿Estás diciendo la verdad?
–Sí –se rio–. ¿Por qué lo preguntas?
Ella lo admiro por unos momentos más y luego se encogió de hombros.
–Es solo una gran coincidencia que los dos seamos hijos de fuego, con el
agua como nuestro segundo elemento.
–Esa es una gran coincidencia –concordó él–. Tal vez tenemos más cosas en
común.
–Quizá. ¿Cuál es tu signo?
–Piscis. Cumplí diecinueve el 5 de marzo.
–¿No estás mintiendo? –preguntó ella y se echó a reír otra vez.
–¿Por qué mentiría sobre eso?
–No lo sé, pero esto es muy raro.
–¿Supongo que eres piscis?
–Sí. Cumplí veinte el 15 de marzo.
Aedan consideró las similitudes mientras la observaba, fascinado por lo
perfecta que era.
—¿Te molesta que tengamos éstas cosas en común?
–No –respondió—. Solo es extraño.
–Estoy seguro que eventualmente encontraremos atributos diferentes —
supuso, buscando algo inusual de sí mismo–. Tengo una, soy un niño vinculado.
Rhosewen se congeló con el vino a mitad del camino, volteando su mirada
al aura de Aedan. Él se quedó paralizado también, enfocándose en la neblina
alrededor de ella. No podía creer que no lo hubiera descubierto antes, sin importar
que ella brillara tan intensamente.
Se quedaron así durante varios segundos, preguntándose qué hacer con sus
notables semejanzas. Entonces Aedan sonrió y rompió el penetrante silencio.
–Eres una niña vinculada.
Rhosewen tomó un trago de la bebida para aclarar su garganta. 192
–Sí.
–Esto es interesante, Rhosewen Conn.
–Mucho —acordó ella, también sonriendo.
Se sentaron en silencio por largo rato, leyendo el aura del otro mientras
tomaban su vino, increíblemente concentrados. Luego Rhosewen vacío su vaso y
continuó con la entrevista.
–¿Cuál es tu animal favorito?
–¿Te sentirías mejor si te dijera que los gatos?
–¿Estarías mintiendo?
–Sí.
–Déjame adivinar, la verdad serían los perros.
–Sí.
Rhosewen puso su vaso en el suelo y se giró hacia él.
–Tengo otra, pero creo que deberíamos responder a la vez.
Aedan dejó su vaso a un lado, extasiado por su vivacidad y divertido por su
juego.
–Está bien, dispara.
Se miraron fijamente a los ojos por cinco segundos, y entonces ella sonrió e
hizo la pregunta.
–¿Cuál es tu color favorito? A las tres. Uno… dos… tres…
–Verde –respondió ella, mientras él dijo–: Azul.
–¿Ves? –bromeó él–. Somos tan diferentes como la noche y el día.
Ella se echó a reír, y sonó como a un coro celestial cantando su canción
favorita.
–¿Vas a compartir otra copa conmigo, Rhosewen?
Ella asintió en aprobación, por lo que él volvió a llenar las copas y le entregó
la suya nuevamente.
–¿Trabajas? –le preguntó.
193
–Sí –respondió ella–. Soy guía de ecoturismo. Dirijo caminatas alrededor de
Mount Hood.
–¿Te gusta?
–Sí, pero mi pasión es el arte, más específicamente, la pintura.
–¿Vendes tu trabajo?
–Parte de ello; mis padres son dueños de una galería. Pero la mayor parte de
mi trabajo se queda en la familia. ¿Qué hay de ti? ¿Eres un pintor y guía de
ecoturismo?
–No –se rio–. Pero si trabajo con la naturaleza. Hago muebles de madera
para la tienda de mis padres.
–¿Te gusta?
–Claro, el trabajo de la madera es algo natural para mí, tanto que mucha
gente apostó que sería un niño tierra. Grabé mi primera silla mecedora a los tres
años.
–¿Tus padres la vendieron?
–No, está en el porche. A mamá le encanta contar la historia de cómo se
hizo.
–Eso es dulce.
–Las madres tienden a ser de esa manera –concordó.
Su privacidad disminuyó a medida que la multitud se reunió para ver un
partido de llama a lo lejos, treinta magos arrojándose una bola de fuego, mientras
un grupo de diez trataba de apagarla con hechizos de agua. Un grupo cercano de
niños traviesos rápidamente decidió jugar su propio juego, pero sus bolas de
fuego se apagaron antes de tiempo, y aquellos que aventaban hechizos de agua
terminaron salpicando más a sus vecinos que dando en el blanco.
Rhosewen sonrió a medida que miraba con adoración a los niños, y el
corazón de Aedan tambaleó mientras la observaba atentamente.
Cuando el amanecer se acercó, los participantes del partido de llama
perdieron el interés, y solo entonces los ocupantes de la ladera comenzaron a
dispersarse.
–¿Conoces a esa mujer? –preguntó Rhosewen, señalando hacia la colina.
194
Hasta que Aedan siguió la dirección del gesto de Rhosewen, se había
olvidado de la existencia de Medea, pero allí estaba, mirándolo con ojos ardientes
y labios fruncidos. Le dio la espalda a ella, un poco preocupado de que,
literalmente, pudiera quemarlo con sus dorados ojos, pero ella era más inteligente
que eso; había demasiados testigos.
–Su nombre es Medea –respondió–. Vive a unos ciento sesenta kilómetros al
suroeste de aquí.
–Bueno, no es la primera vez que nos ve de esa manera –señaló Rhosewen–.
¿Es una ex?
–No en mis estándares –respondió—. Salimos en dos citas el pasado febrero
y no funcionó.
Rhosewen levantó una ceja de manera curiosa, por lo que él rápidamente
cambió de tema.
–¿Quieres ir a dar un paseo? –preguntó, desapareciendo sus vasos vacíos–.
Hay un río al otro lado de la colina con una buena vista para la puesta del sol.
–Claro –aceptó ella, tomando su mano.
Mientras subían la colina, él envolvió un brazo alrededor de sus hombros y
ella lo miró sorprendida, pero no se resistió, el peso y el calor de su brazo se
sentían perfectos. Cuando llegaron a la cima de la colina, miró hacia atrás, y un
escalofrío recorrió su espina dorsal. Medea los seguía mirando, con su aura y ojos
ardiendo.
Rhosewen se dio la vuelta, mirando al hombre a su lado. Para entonces
estaban al otro lado de la colina completamente solos. Medea ya no existía. De
hecho, casi todo fue borrado de la mente de Rhosewen. Lo único en lo que podía
concentrarse era en Aedan, con el brazo en su espalda, los dedos apretando su
hombro y la cadera rozando su costado. Ella tragó saliva, preguntándose cómo iba
a mantener la cabeza firme con él. Nunca antes había estado tan profundamente e
inmediatamente atraída por un hombre. El maremoto de emociones la ponía
nerviosa.
El río quedó a la vista, por lo que Aedan dejó de caminar, explorando su
entorno mientras la atraía hacia él.
–¿Hasta cuándo vas a estar en Virginia?
–Una semana –respondió ella, maravillada por el cielo coral.
195
–Hmm… –murmuró Aedan. A pesar de que nunca tuvo la intención de
comprometerse con una mujer tan pronto en su vida, Rhosewen le hizo
considerarlo. Quizá podría dejarla ir en una semana y seguir adelante, pero la idea
le dio náuseas. Pensar que ésta noche podría ser su única oportunidad de admirar
sus cabellos dorados, piel de marfil y el mar en sus ojos azules le hizo nudos en su
estómago. Estaba sorprendido de su inmediata atracción hacia ella. Apenas la
conocía, sin embargo, era la razón de que sus pulmones transportaran aire en su
interior. Sin ella, sus órganos vitales probablemente se desinflarían. Necesitaba más
de ella, todo de ella, y para siempre. Tenía que actuar rápido. Si tenía alguna
esperanza de mantenerla en su vida, tendría que convencerla de que era digno, y
solo tenía una semana para lograrlo.
–Impresionante –susurró Rhosewen.
–Sí –aprobó Aedan, manteniendo sus ojos en ella.
Rhosewen lo miró y tuvo que ahogar un jadeo de asombro. La explosión de
colores en el horizonte era hermosa, pero él era aún mejor. Sus ojos color
esmeralda brillaron con afecto mientras él admiraba cada detalle de su cara, y las
esquinas de su sensual boca se volvieron hacia arriba, como si él estuviera
inmensamente satisfecho con lo que veía. El calor que emanó pasó a través de su
vestido, lamiendo su piel hormigueante, y su olor clamó su nombre, tentándola a
abrazarse a su cuello. Cuando él puso una mano sobre su cadera, ella se acercó
más, como si sus músculos tuvieran mente propia. Entonces él se inclinó,
compartiendo el aire que respiraba, y toda su vacilación huyó flotando. Ella era
masilla entre sus manos.
Aedan se detuvo a unos centímetros de su cara, buscando renuencia, pero
no encontró ningún rechazo, solo la línea sutil de sus regordetes y rozados labios
que ya no podían resistir.
Su primer beso fue lento, intenso y con más significado que cualquier otro.
Ansiosos por aceptarlo y prolongarlo, se abrazaron con fuerza, memorizando y
saboreando cada sabor y sentimiento, cada segundo de cada sensación.
Para el momento en que pararon a respirar, fueron bañados por la luz de la
luna.
–Quiero verte de nuevo –susurró Aedan, manteniendo sus dedos enterrados
en los suaves bucles de su cabello. Quería verla todos los días por el resto de su
vida. Quería besarla de esa forma cada mañana y cada noche. Quería despertar con
sus ojos aguamarina para siempre.
196
–También me gustaría eso –respondió Rhosewen–, pero no sé si es una
buena idea.
–Creo que es la mejor idea que he tenido jamás –respondió.
–Apenas nos conocemos –argumentó.
–Estoy tratando de remediar eso.
–Me voy en una semana Aedan.
–¿Estás tratando de convencerme? –preguntó–. ¿O a ti misma?
Ella no respondió y Aedan interpretó su silencio como una buena señal.
–¿Has estado alguna vez en la Reserva Natural La Guarida Del Diablo? –
preguntó, presionándola contra él, aterrorizado de dejarla ir.
–No, pero me han dicho que es hermoso.
–Lo es –confirmó–. Podríamos ir allí en una hora y media. ¿Me dejarías
llevarte?
–¿Cuándo?
–Mañana. Podríamos volar sobre ella antes de la salida del sol y pasar el día
allí. —Contuvo el aliento esperando su respuesta.
Rhosewen rio, poniendo una mano sobre su pecho mientras cedía.
–Está bien, siempre y cuando a mi familia no le importe que me salte el día.
Solo venimos una vez al año.
Aedan se emocionó. Hacerla decir que sí era la parte difícil. Había conocido
el aquelarre de Keith durante toda su vida y estaba seguro que conseguiría su
permiso.
–Bien. Paso a buscarte a las cuatro de la mañana, claro, siempre y cuando, tu
familia pueda permitirte el día.
–Es una cita –aceptó Rhosewen, con una sonrisa que le robó el aliento, pero
disparó su corazón a toda marcha.

197
18
Traducido por Otravaga y Selene
Corregido por La BoHeMiK

A
edan llegó cinco minutos antes la mañana del domingo, pero
Rhosewen ya estaba afuera, esperando en el porche de su tía. Se
levantó del rellano cuando él se acercó, y como si fuera la primera vez
que la había visto, sus pasos vacilaron.
Ella era aún más hermosa de lo que recordaba. Los sueños de la noche
anterior no le habían hecho justicia. Su largo vestido color índigo contrastaba
maravillosamente con su piel de marfil, que brillaba como la nieve a la luz de la
luna.
—Buenos días —saludó abriendo su manto de vuelo azul medianoche.
Lo mantuvo abierto, dejando que ella deslizara sus brazos en su interior.
Luego cuidadosamente colocó la capucha sobre su cabello, dejando que sus dedos
bajaran a la deriva por los sueltos bucles hasta el broche de zafiro en su garganta.
A Rhosewen le alegró que él se tomara la libertad; estaba paralizada por sus
perfectos modales y apuesto rostro.
—Buenos días.
Aedan sonrió y tomó sus mejillas.
—Incluso hoy estás más bella que ayer —susurró.
—Gracias —dijo ella sin aliento, temblando de los pies a la cabeza.
Él se inclinó, inhalando sus superficiales respiraciones. Luego rozó un suave
beso en sus labios.
—¿Estás lista?
198
Su aliento se precipitó sobre su lengua, haciendo martillear su corazón y
destrozando su cerebro. ¿Cómo hacía eso? El más simple de los gestos de él hacía
que sus piernas se debilitaran y que su consumo de oxígeno fuese insuficiente.
—Sí —apenas se las arregló para decir, y él le soltó el rostro, tomando su
mano en su lugar.
Habiendo volado antes por estas tierras, ninguno de los dos observó el
paisaje. Incluso mientras navegaban sobre el Monte Rogers, sus ojos
permanecieron en el otro, haciendo caso omiso de las píceas rojas y los abetos
fraseri cubriendo las laderas de las montañas. Justo antes del amanecer,
descendieron en una amplia pradera en lo alto de la cresta de una montaña.
—Eres muy agraciada en vuelo —señaló Aedan, viéndola dejar caer la
capucha.
—Gracias —contestó ella, sonriendo hacia él—. ¿Creerías que estaba
pensando lo mismo de ti?
Aedan observó su radiante sonrisa durante varios tranquilos segundos.
Luego se aclaró la garganta y señaló al este.
—Veremos la salida del sol en unos dos minutos.
Se quedaron esperando en silencio, tomados de la mano, viendo el cielo
cambiar de azul oscuro a gris perla. Cuando el sol finalmente emergió en el
horizonte, los brillantes tonos de rojo y dorado los bañaron en calor y reluciente
luz.
Se tomaron su tiempo explorando la reserva y el uno al otro; y cuanto más
aprendieron, más claro se volvió: no estaban descubriendo lo suficiente. Querían
saberlo todo.
Cuando no había nadie alrededor, compararon su magia, encontrando sus
habilidades muy igualadas. Y cuando los desconocidos estaban cerca,
aprovechaban la oportunidad para cerrar la distancia entre ellos, susurrando en el
oído del otro.
Alrededor del mediodía, buscaron un desierto claro para un picnic, y Aedan
convocó sus suministros de la hechizada bolsa en su cintura.
—Entonces, ¿cómo acabaste en Oregon? —preguntó, tomándola de la
mano a medida que se sentaban.
—Bueno —respondió ella—, mi mamá creció en Virginia, en el aquelarre 199
Murray/Hughes.
—Murray/Hughes —repitió Aedan, recordando lo que sabía de ellos—. ¿Eres
la nieta de Adonia?
—Sí. Ella es la mamá de mi mamá.
—Entonces mi papá probablemente conoce a tu mamá.
—Probablemente, si conoce a mi abuela Addy.
—Entonces, ¿cómo terminó tu mamá en Oregon?
—Mi papá, por supuesto. Conoció a mi mamá en un festival de arte en
Irlanda. La multitud se abrió y ellos cruzaron sus miradas, justo como en un cuento
de hadas. Se vincularon a la siguiente noche, pero mamá dice que ella estaba lista
para desarraigar su vida al segundo en que lo vio. Solo estuvo aliviada de que él
fuese de los Estados Unidos.
—Apuesto que sí —respondió Aedan, dándose cuenta rápidamente de cuán
frustrante podría ser la distancia.
—Solía pensar que su traslado a Oregon fue pan comido —añadió
Rhosewen, explorando la naturaleza que los rodeaba—. Es tan hermoso allá. Pero
cuanto más visito Virginia, más me doy cuenta de lo difícil que debe haber sido
para ella irse. Este lugar es fantástico.
—Nunca he estado en Oregon —confesó Aedan, pasándole un sándwich—,
pero he escuchado que es impresionante.
—Igual que aquí —respondió ella, mirando un ciervo de cola blanca
aparecer sigilosamente a la vista.
—Sí —acordó él—, pero como hijos vinculados, los dos sabemos que la
tierra, sin importar cuán hermosa sea, no se puede comparar con el amor de tu
vida.
Rhosewen lo miró, encontrando su atenta mirada.
—Eso es cierto.
Se miraron entre ellos mientras comían en silencio, completamente
cómodos con el intenso contacto visual, y no fue hasta que él guardó sus
suministros que Aedan apartó la mirada.
—Entonces —dijo Rhosewen, echándole un vistazo a la cierva, que se había
acomodado para una siesta en el borde del claro—. ¿Qué sigue?
200
—Hay un lugar más que me gustaría mostrarte —respondió Aedan—, pero
probablemente hay mucha gente en estos momentos. Si esperamos hasta la
puesta del sol, lo tendremos para nosotros solos. ¿A menos que tengas prisa por
volver?
—No hay prisa. ¿Qué vamos a hacer hasta entonces?
—¿Alguna vez has pasado tiempo con una alpaca?
—No —se rio—. No puedo decir que lo he hecho.
—Hay una granja cercana que está abierta al público —explicó Aedan—.
Son criaturas increíbles. ¿Quieres verlas?
—Claro —accedió—. Vamos a pasar un momento agradable con las alpacas.
~***~
Aedan tenía razón. Las alpacas eran increíbles, y muy lindas. Cuando
Rhosewen entró en su recinto, tres bebés se acercaron rápidamente, y ella se
arrodilló, frotando la parte superior de sus rizadas cabezas. Las mamás de las crías
siguieron a sus cachorros, y Aedan frotó sus cuellos.
—Son tan lindas —susurró Rhosewen, asombrada de las dulces bestias—. Y
suaves.
—Las crían por su fibra —explicó Aedan—. Es más suave, más fuerte y más
caliente que la lana.
Rhosewen rio cuando una cría rubia le acarició el cuello.
—Son magníficas.
—Parece que sienten lo mismo por ti —observó Aedan, acariciando a la
ávida alpaca empujando su mejilla.
Después de pasar casi dos horas admirando las alpacas, Rhosewen se
despidió de los bebés en cuatro ocasiones diferentes y luego dejó que Aedan la
llevara a la tienda de regalos de la granja. Cuando la capturó admirando una
camisa sin mangas azul cielo hecha de fibra de cría, él encontró una de su tamaño
e insistió en comprarla.
No es que ella pusiera mucha resistencia. Estaba demasiado ocupada
enamorándose de él para pelear.
En el momento en que dijeron otro adiós a las alpacas y salieron de la
granja, la puesta de sol estaba a menos de una hora de distancia. Volaron de
201
regreso a la reserva y luego aterrizaron en un sendero abandonado, caminando
hacia su próximo destino.
—Gracias por mostrarme las alpacas —dijo Rhosewen, sintiéndose como la
chica más afortunada del mundo.
—De nada —respondió Aedan—. Me alegra que te haya gustado.
—Mucho, pero me habría gustado que me hubieses dejado pagar por la
camisa.
—Ni en sueños —negó él. Luego sonrió cuando examinó su aura—. Podrías
reembolsármelo.
—¿En serio? —preguntó ella, levantando una ceja con sospecha.
—Sí, dejando que te vea mañana con ella puesta.
El pensamiento de verlo de nuevo hizo que su corazón renaciera.
—Parece que me estoy quedando con la mejor parte del trato.
—No es posible —contrarrestó Aedan—. Este es el mejor acuerdo que he
hecho en mi vida.
Rhosewen miró la mano en su hombro, anhelando jalarla todavía más a su
alrededor, para moverse a su pecho y perderse allí. Pero había algo inquietándola.
—Entonces —dijo ella—, esa bruja de ayer… Medea. ¿Estabas diciendo la
verdad acerca de ella?
Aedan suspiró y se frotó la mandíbula.
—Lo que dije es verdad, pero hay más en la historia de lo que te conté.
—Ya me lo imaginaba. ¿Todavía hay algo entre ustedes dos?
—No —respondió rápidamente—. No es así.
—Entonces, ¿cómo es?
—Te dije la verdad. Solo salimos en dos citas y no funcionó. Lo que no te
dije es que ella no estuvo muy feliz por eso. Cree que estoy en negación acerca de
mis sentimientos por ella, pero ese no es el caso. La invité a salir para llegar a
conocerla y rápidamente me di cuenta que no la quería, así que terminé con eso.
—Umm… —murmuró Rhosewen—. ¿Hay más en ello? ¿Es una amante
despechada? 202
—No —le aseguró Aedan—. Las cosas nunca fueron físicas. Medea cree que
ese es el problema: que el sexo cerrará la brecha entre nosotros. Pero se está
engañando. —Hizo una pausa, encontrando la escrutadora mirada de Rhosewen—.
Básicamente, ella piensa que tenemos una oportunidad, y está un poco
obsesionada en conseguir que suceda. Esa es toda la verdad. Lo juro.
Hubo un largo momento de tenso silencio. Entonces Rhosewen se encogió
de hombros.
—A veces las mujeres se entusiasman demasiado cuando se trata de
hombres guapísimos. Lamento que Medea esté siendo tan molesta.
Aedan estaba tan aliviado, solo la mano de Rhosewen en la suya le impidió
hacer una voltereta hacia atrás.
—¿No te he convencido de que causo más problemas de lo que valgo?
Tenía que estar seguro.
—No es tu culpa —respondió Rhosewen—. Pero eso no significa que a ella
vaya a gustarle que yo ande por aquí.
Aedan no estaba seguro qué tan lejos iría Medea para salirse con la suya.
Esperaba no averiguarlo nunca.
—¿Eso te preocupa?
—No —respondió Rhosewen—. Puedo defenderme.
Aedan no tenía ninguna duda. Su magia era estrictamente disciplinada y
extremadamente poderosa.
—Además —añadió ella en voz baja—, me voy en seis días.
—Seis días —repitió Aedan. No era suficiente tiempo. No creía que ni
siquiera toda la vida sería suficiente.
Miró al poniente sol, una delgada línea en el horizonte entregándole la
mitad del cielo a las suaves estrellas y a una distante luna.
—Ya casi estamos allí —dijo apretando sus hombros—. El parque cierra al
público al atardecer, por lo que deberíamos tenerlo para nosotros solos.
Unos minutos más tarde, se acercaron a la oscura entrada de una profunda
caverna, deteniéndose a la sombra de unas enormes rocas inclinadas.
203
—No luce extraordinario al principio —admitió Aedan—, pero se siente
maravilloso.
Rhosewen entendió a qué se refería. El ambiente pulsaba con energía. Podía
sentirlo, olerlo, y cuando ella se concentró, pudo verlo. Una bruma multicolor
translúcida, muy parecido a un aura, rodeando la cueva, acurrucándose sobre la
irregular piedra y por el terreno. Había tenido experiencias anteriores con nieblas
similares, Rhosewen sabía que la formación rocosa era muy vieja.
—Es hermosa —susurró ella, acercándose—. ¿Cuánto tiempo ha estado
aquí?
—Los científicos dicen que seiscientos millones de años —respondió Aedan,
llevándola cuidadosamente por la empinada roca hacia abajo en las profundidades
de la caverna—. Pero solo los Cielos lo saben con seguridad. Sabemos que se
formó por una colisión rocosa en lugar de erosión producto del agua, así que ha
sido un refugio seco durante milenios antes de nosotros. ¿Quieres sentarte? —
preguntó, encontrando un gran trozo de granito.
—Sí —acordó Rhosewen bajando hacia la roca, pero antes de poder llegar
allí, Aedan la cargó.
Sonrió ante su sorpresa cuando se sentó, haciendo que ella se sentara
cómodamente en su regazo. Luego volvieron su atención a la nube de energía
deslizándose a lo largo de las paredes de cuarzo.
Después de varios tranquilos segundos, Aedan rompió el silencio.
—Te gusta.
—Mucho —confirmó Rhosewen—. Pero es un poco abrumador.
—Eso es lo grandioso de ello —respondió—. Es increíble cuánta emoción
contenida hay aquí. Ha protegido a millones de seres vivos, siendo testigo de la
vida y la muerte, conservando una impresión de cada sentimiento que pasa a
través de ella. Está plagada de recuerdos que hacen sentir humilde a cualquier
alma y le dan un tirón al corazón.
—Sí —acordó Rhosewen, percibiendo claramente lo que él decía.
—¿Cuál sentimiento sientes más? —le preguntó, jugando con un rizo
dorado.
Rhosewen lo miró, medio confundida, medio vacilante.
—¿Quieres saber lo que estoy sintiendo, o lo que siento de la atmosfera?
204
—La atmósfera —aclaró Aedan, sofocando una sonrisa—. Hay un montón
de emociones obvias flotando alrededor. ¿Cuál te llama más la atención?
Rhosewen sonrió, preguntándose si había querido atraparla. Sabía cuál
emoción era más fuerte en ella, pero no estaba segura que su fuente tuviera algo
que ver con el ambiente de la cueva.
—Tú primero —insistió.
Aedan miró sus labios, crispándose ante su propia diversión. Entonces le
tomó la mano y entrelazó sus dedos.
—Amor —respondió él—. Pasión en un cercano segundo lugar,
extrañamente seguida por dolor y luego placer, pero el amor es sin duda el más
fuerte. —Miró hacia sus manos y luego de vuelta a su cara—. ¿Lo sientes?
Rhosewen tragó un nudo mientras asentía, sus pulmones apretándose
alrededor de su dilatado corazón.
Ellos ya se amaban. De alguna manera, en menos de dos días, se habían
enamorado profundamente cada vez más. La forma en que se sentían al estar en
los brazos del otro era desconocida y fantástica, pura alegría, una anticipación
burbujeante, y una repentina dependencia. Ninguno de los dos quería dejarlo ir.
—Gracias por traerme aquí, Aedan.
—¿Así que lo has pasado bien?
—Por supuesto.
—Bien —afirmó él, abrazándola más cerca.
A medida que su nariz vagó por su cabello, respiró profundamente, dejando
salir el aire lentamente antes de acercarse más.
—¿Nadie te llama Rose? —preguntó.
—No —respondió ella—. ¿Por qué?
—Seguramente alguien te llama Rose.
—Absolutamente nadie —insistió—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque sería un apodo apropiado, y porque hueles como una.
Las entrañas de Rhosewen burbujearon con placer, sus rodillas temblaron y
sus extremidades hormiguearon. Ella siempre se preguntó por qué nadie la
llamaba Rose. Había tratado de iniciar el apodo cuando tenía siete años, pero a
205
pesar de que sus padres estuvieron de acuerdo en que era apropiado, se negaron a
acortar su nombre. Y por razones que nunca entendió, no encajó con sus
compañeros. Finalmente se dio por vencida, pensando que no se parecía lo
suficiente a una rosa como para ser llamada así.
Aedan acarició su cabello, recorriendo su cuello con suaves besos.
—¿Puedo llamarte Rose?
—Me encantaría —susurró ella, mientras su pulso se aceleraba por la forma
en que el calor se extendía desde su cuero cabelludo hasta los pies.
Aedan encontró su rostro y luego la miró a los ojos. Cada segundo que pasó
con ella, cada palabra que decía y cada movimiento que hacía fortaleció su
poderosa atracción. ¿Cómo demonios iba a dejarla ir después de pasar otros seis
días con ella? Era evidente que renunciar a esos seis días no era una opción.
Además, dejarla ir, incluso en este punto, sería enviarse a un lugar en el que nunca
había estado. Solo la idea de no volver a verla otra vez envió a su sangre en un
frenesí que le quitó el aliento y tensó sus músculos.
Apartó la mirada de su rostro y levantó su mano, acariciando sus dedos con
lentos besos.
—Rose.
—¿Sí? —suspiró, saboreando el nombre a medida que dejaba sus labios.
Aedan sonrió y la besó.
—Funcionó.
—¿Qué funcionó?
—Respondiste cuando te llamé Rose. —Él miró desde su mano hacia su
cara—. Rose.
—¿Estás hablando conmigo? —Se rio—. ¿O simplemente practicando?
—Rhosewen es un nombre hermoso. Tengo que asegurarme que el apodo
se compara o por lo menos te hace justicia.
—Me gusta la forma en que suena cuando me llamas Rose.
—Entonces está decidido. —Él le devolvió la mirada a su mano, reanudando
sus besos—. ¿Quieres oír algo loco, Rose?
206
Suspiró de nuevo. Sí, el nombre era perfecto cuando era bendecido por sus
labios.
—Claro.
—Ayer por la tarde —reveló—, era una persona diferente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Bueno, desde que te conocí, he experimentado cosas que no sabía que
existían y mi visión de la vida ha cambiado.
—Oh —exhaló ella cuando vio que besaba su meñique.
—Todo lo que puedo ver ahora son rosas —agregó—. Es seguro decir que
me he enamorado de ti.
Rhosewen pensó que su corazón podría explotar por la forma en que se
hinchó de repente, su estómago se agitó y su pecho se tambaleó. Ella metió la cara
en su cuello, ocultando la humedad salada que inundó sus párpados. ¿Cómo había
sucedido esto? ¿Cómo se había enamorado de alguien que vivía en un lugar tan
lejano?
Aedan besó la palma de su mano y luego la muñeca, abriéndose paso por
su brazo.
—Sé que la distancia es un problema —continuó—, pero no tengo la
intención de que el sábado sea la última vez que te vea. —Sus labios rozaron su
clavícula, deteniéndose en su cuello y luego mordisqueándolo ligeramente—.
Suponiendo, por supuesto, que quieras volver a verme.
—Más que nada —ronroneó ella, tratando de respirar profundamente
cuando sus labios encontraron los suyos.
Aedan sonrió mientras la envolvía en un abrazo, deslizando sus dedos en las
ondas de su cabello. Luego la atrajo firmemente hacia él, y la besó con tanta
pasión, que su pecho se tensó, sus dedos se flexionaron y los dedos de sus pies se
encresparon.
Cuando la necesidad de respirar interrumpió el beso, permanecieron cerca,
mirándose a los ojos a medida que jadeaban por aire. Rhosewen ahogó una risita,
pero no pudo dejar de sonreír mientras apoyaba su mejilla en su hombro, pasando
sus dedos por su aura.
—¿Tienes hambre? —preguntó, tocando con los labios su cabello.
207
—Se podría decir que sí —respondió ella, ansiando físicamente poder saciar
su sed.
—De comida —dijo él riendo.
—Por supuesto.
—Hay unos pocos lugares cercanos que permanecen abiertos hasta tarde. Si
lo deseas, cenaremos y luego pasaremos a ver las alpacas antes de regresar.
—Suena perfecto —concordó ella.
—Rose.
—¿Sí?
—Solo quería decirlo.
—Oh —susurró ella, acariciando su cuello—. Bien.
~***~
Durante el vuelo a casa, Aedan y Rhosewen pensaron acerca de su futuro y
lo que podrían hacer para mantenerse juntos. Cuando aterrizaron, ninguno de los
dos estuvo dispuesto a dar las buenas noches, pero era tarde y Aedan no quería
que su familia lo rechazara.
—¿Cuáles son tus planes para mañana? —le preguntó, rozando un ansioso
dedo índice por su mejilla.
—Voy a estar en Cape Charles hasta las cinco —respondió ella—, en la
tienda de mi tía Ellena. Después de eso voy a estar aquí. ¿Y tú?
—Voy a estar en el trabajo hasta las seis. Después de eso, mis planes
incluyen hacer todo lo que pueda para verte. —Echó un vistazo a la casa luego de
regreso a ella—. No creo que sea una buena idea robarte de tu familia dos días
seguidos, pero si quieres, si no te molesta, podría pasar por aquí en la noche.
—¿De verdad? —preguntó ella.
—No hay nada que prefiera hacer. Además —añadió, señalando la bolsa en
su mano—, me lo debes por esa camisa.
—Vas a cenar con nosotros —dijo sonriente—. Siempre es un evento
cuando alguien de la familia tiene compañía.
—¿No les importará la intrusión?
208
—Por supuesto que no.
—Entonces es una cita —accedió Aedan—. Voy a estar aquí mañana a las
seis y media.
—Hasta mañana. —Ella no quería que se fuera.
—A las seis y media. —Él no quería irse.
Se inclinó mientras ella se ponía de puntillas, y entonces sus labios se
juntaron para un dulce beso.
—Buenas noches, Rose.
—Buenas noches, Aedan.
Su mirada permaneció en el rostro de ella mientras daba un paso hacia
atrás. Luego le guiñó un ojo y articuló las palabras hasta mañana.
La gran sonrisa de Rhosewen fue un poco cursi a medida que lo veía volar
lejos, y no fue hasta que perdió de vista su aura que entró felizmente a la casa.

209
19
Traducido por Silvia Gzz y Jenn Cassie Grey
Corregido por La BoHeMiK

A
edan aterrizó sobre el césped de su aquelarre con una molesta
sorpresa: Medea, quien voló desde su porche y aterrizó frente a él.
—¿Dónde has estado? —le preguntó fríamente.
—No es de tu incumbencia —respondió él, dirigiéndose a la casa.
—Bien —resopló, siguiéndolo como un cachorrito empalagoso—, no me
digas. Ya lo sé. Estabas con esa bruja de la fiesta de ayer, la de Oregon.
Aedan se detuvo, encontrándose con la suplicante mirada de Medea.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque —dijo haciendo un puchero—, pensé que teníamos algo especial.
Han pasado meses y extraño la manera en que me siento cuando estoy contigo.
Podríamos estar muy bien juntos, Aedan.
—Ya te lo he dicho de todas las maneras posibles —respondió
firmemente—. No siento lo mismo por ti. Necesitas seguir adelante.
—Mientes. Tiene que ser eso, porque siento una conexión permanente entre
nosotros.
Aedan frunció el ceño y lentamente sacudió la cabeza.
—No estoy mintiendo, y no hay un nosotros. No existe ninguna conexión.
Tú y yo no somos nada, Medea. Tienes que asimilar eso en tu cabeza.
Ella echó pestes durante algunos segundos. Luego su ira se evaporó,
reemplazada por unos inocentes ojos.
—Mira, Aedan, estoy tratando de ser paciente. Puede ser que aún no te
sientas de la misma manera, pero puedo cambiar tu opinión. Tenemos algo con lo
210
cual trabajar o no me habrías pedido salir. ¿Porque luchar contra esto? Ninguno de
los dos está viendo a alguien más. ¿Por qué no darnos el uno al otro una
oportunidad?
Ella se acercó más, subiendo una mano a su pecho, pero él rápidamente
agarró su muñeca, devolviéndola a su lado.
—No.
—¿Por qué no? —demandó, estampando un pie en el suelo.
—Por qué no te quiero —contestó, frunciendo el ceño ante su falta de
madurez—. Y ya estoy viendo a alguien más.
—¿Quién? ¿La bruja de ayer?
—Sí.
Medea puso sus ojos en blanco y sonrió satisfecha con alivio.
—Ella se va el sábado, a su casa en Oregon. Yo todavía estaré aquí. La rubia
esa es una distracción temporal. En seis días, se irá.
A Aedan le disgustó lo mucho que Medea sabía acerca de Rhosewen.
—No si puedo evitarlo.
Medea arrojó su cabeza hacia atrás y se rio.
—¿Piensas que se quedará en Virginia por alguien que apenas conoce?
—Quizás —contestó, su intranquilidad aumentando cada vez más por
encima de la montaña rusa de emociones de Medea—. O tal vez me mudaré a
Oregon.
Medea se congeló en el lugar, estrechando los ojos mientras sus manos se
apretaban en puños.
—Mientes.
—No —afirmó—. Todo lo que he dicho es verdad. No sé qué va a pasar el
sábado, pero no tengo la intención de permitirle irse sin mí.
—¡Pero si solo acabas de conocerla! —chilló Medea.
Aedan se encogió de hombros, suponiendo que oiría eso a menudo. Bien
podría acostumbrarse.
—No importa cuánto tiempo tengo conociéndola.
211
Decía la verdad. Si Rhosewen iba a irse el sábado, se iría con ella. La decisión
estaba hecha. Esto no lo asustó o preocupó. Lo alivió. Estaría con Rhosewen la
próxima semana y la semana siguiente, siempre que ella se lo permitiera.
Medea perdió la calma, temblando desde la cabeza hasta los pies.
—¡No puedes hacer esto! —gritó, cayendo de rodillas y agarrándose a su
capa—. Por favor.
Aedan estaba sorprendido, y profundamente consternado por su reacción. Él
sabía que a ella le gustaba y estaba balanceándose hacia la obsesión, pero no tenía
idea que tomaría su rechazo tan duro.
—Vete, Medea —exigió, dando unos pocos pasos hacia atrás, pero ella se
mantuvo firme y aferrada al suelo, gritando en la hierba.
Esto es malo, reflexionó Aedan. No, se corrigió. Una bruja emocionalmente
inestable es malo, pero él estaba tratando con una bruja emocionalmente inestable
que se sentía traicionada, lo cual podría ser desastroso.
—Mira —dijo, controlando incluso el tono de voz—, no soy bueno para ti.
No puedo darte lo que buscas. Mereces alguien que pueda amarte, y ese no soy
yo.
Medea liberó su capa y se incorporó.
—No quiero a alguien más —dijo hirviendo—. Te quiero a ti.
—No puedes tenerme, Medea.
—Siempre obtengo lo que quiero —susurró.
Aedan sacudió la cabeza, su paciencia estaba agotándose.
—No esta vez. Quiero que me dejes en paz. Y tienes que dejar a Rhosewen
tranquila. No tiene nada que ver con mi decisión para no estar contigo. Ahora sal
de mi césped. No hay motivo para que estés aquí.
Medea no hizo ningún esfuerzo por hacerle caso.
Aedan observó su expresión en blanco y su mirada ausente por otro rato,
luego suspiró y caminó a casa. Cuando llegó a su dormitorio, dejó las luces
apagadas y miró fuera de la ventana. Ella no se había movido. Treinta minutos más
tarde, una vez que se duchó, aún no se había movido.

212
Maldijo mientras entraba en la cama. Si hubiera sabido que las cosas
saldrían de esta manera, nunca le habría pedido tener una cita. Se sentía débil e
irresponsable por permitirle a una inestable bruja entrar en su vida.
Estos y otros inquietantes pensamientos lo mantuvieron despierto por más
de una hora, y a las tres de la mañana, estaba levantado de nuevo, sacudiéndose
internamente hacia la consciencia.
Rhosewen había estado llamándolo en su sueño, y él había estado
buscándola con el miedo apretando su estómago. Cuando la encontró de espaldas,
voló hacia ella, aliviado, pero luego ella se giró y ya no era Rhosewen. Era Medea.
Aedan saltó de la cama y se movió a la ventana, explorando el césped y el
bosque a los alrededores. Vio un resplandor hacia el sur y se enfocó, observando el
aura de Medea esfumarse en el bosque. No podía demostrarlo, pero sabía que
plantó ese sueño en su cabeza.
Ansioso y preocupado, volvió a la cama, diciéndose a sí mismo que Medea
no era tan estúpida como para herir a Rhosewen. Luego recordó el ataque histérico
en su césped y se dio cuenta que no conocía a Medea en absoluto. No podía
contar con que ella fuera sensata.
~***~
El domingo en la mañana, mientras Aedan se ponía al día con las órdenes
del fin de semana, buscó la manera para decirles a sus padres que había caído
enamorado de una mujer que conoció hace solo dos días y estaba considerando
mudarse a Oregon para estar con ella.
Todavía estaba sin ideas cuando se sentó para almorzar, por lo que
permaneció inusualmente tranquilo cuando su padre se sentó frente a él,
convocando un plato de espagueti y pan tostado.
—¿Qué hay de nuevo contigo, hijo? —preguntó Serafín—. ¿Todo bien?
Aedan lo miró, pensando que ya podría saberlo.
—Sí, de hecho, hay algo nuevo.
La inclinación de cabeza de Serafín confirmó la sospecha de Aedan, así que
continuó con su confesión.
—Conocí a una mujer en la fiesta del sábado. Rhosewen Conn.
—Bonito nombre —contestó Serafín.
213
—Sí, lo es.
—¿Es una hermosa chica?
—La más hermosa.
—No dejes que tu madre escuche eso —bromeó Serafín—. Después de
todos estos años de ser tú chica número uno, esto podría romper su corazón.
Aedan rio mientras fingía cerrar con llave sus labios y tirar lejos la llave.
Luego, en silencio, tomó unos bocados, preparándose para decepcionar al hombre
quién le dio todo.
—Puede ser que el sábado me marche —reveló, preparándose para una
mirada conmocionada, de enojo o tristeza.
Serafín asintió, y Aedan exhaló, frunciendo sus cejas mientras echaba un
vistazo al aura de su padre.
—Ya lo sabías —concluyó.
—Vi algo —confirmó Serafín—, pero no estaba seguro. No era un trato
hecho, habían demasiados factores indecisos.
—¿Me estuviste comprobando? —preguntó Aedan.
—Siempre —confesó Serafín, y Aedan experimentó un fuerte ímpetu de
afecto por su padre.
—Entonces, ¿tú qué crees?
—Solo vi la posibilidad de que te irías, no el por qué. Tendrás que ponerme
al tanto de los detalles. ¿Asumo que esto tiene algo que ver con la hermosa chica?
—Asumes correctamente.
Serafín exploró el aura de su hijo y luego volvió a su espagueti.
—¿En dónde vive la belleza de ojos azules?
—Oregon.
Serafín frunció el ceño, pero se apresuró en suavizar su expresión.
—Un hermoso estado. Te encantará.
—¿No vas a intentar detenerme? —preguntó Aedan—. ¿O sermonearme por
mi prisa?
214
Serafín encontró la mirada fija de Aedan, sus ojos eran exactamente iguales
salvo por las minúsculas arrugas de sabiduría debajo de los suyos.
—Eres un joven bueno, Aedan, maduro más allá de tu edad, incluso para un
mago. Eres dedicado, determinado, responsable, y nunca me has dado una razón
para desconfiar de tu juicio o lamentar tus decisiones. No eres el tipo de hombre
que pierde la cabeza por las mujeres hermosas, por lo tanto, sí quieres seguir a
Rhosewen al otro lado del país, tengo que creer que es una buena idea. Confío en
ti, hijo, así como lo hace tu mamá. Vas a tener nuestro apoyo en cualquier decisión
que hagas. Vamos a llorar tu partida, pero vivimos por tu felicidad tanto como la
nuestra propia. Además —agregó, señalándolo con el tenedor—, no estoy ciego.
Tu aura está bastante clara para mí. Estaría preocupado si la viera de esa forma y
no estuvieras tomando medidas. Pensaría que crié a un vago en lugar de un
hombre que sabe cómo hacer las cosas.
Aedan estaba aturdido y conmovido por el voto de confianza.
—Gracias, papá. Tu apoyo significa mucho para mí.
Serafín sonrió y luego giró su húmeda mirada al plato.
—Creo que deberíamos llegar a conocer a la joven dama que se está
llevando a nuestro único hijo lejos de casa. ¿La verás esta noche?
—Sí —contestó Aedan, volviendo a su comida—. Ella y sus padres están
quedándose con el aquelarre Ballard/Lancing. Me uniré a ellos para cenar en su
jardín.
—Esa sería una buena oportunidad para conocer a Rhosewen y sus padres.
—Es posible que ya conozcas a su madre —reveló Aedan—. Ella es la
hermana de Ellena Ballard.
—¿Aquella que está vinculada?
—Sí, con un hombre de Oregon… Caitrin Conn.
—Es cierto —recordó Serafín—. Ella y Ellena crecieron en el aquelarre
Murray/Hughes.
—Sí —confirmó Aedan.
—Entonces tengo que habérmela encontrado —respondió Serafín—, pero
han pasado años. Así que Rhosewen es una niña vinculada.
—Sí —contestó Aedan. 215
—Umm… —masculló Serafín—. Estoy deseando conocerla. ¿Será esta
noche?
—No lo sé, papá. No le he dicho nada acerca del compromiso de
reubicación, y ustedes no están invitados. No quiero ser grosero.
—Tonterías. Le daré a Ellena una inocente llamada. Si extiende la invitación,
prometo comportarme.
—Está bien —acordó Aedan—. Si te invitan.
—Grandioso —aprobó Serafín, limpiando su desorden. Luego se puso de
pie y caminó a la puerta.
—Papá —lo llamó Aedan.
Serafín se detuvo, recorriendo una mano a través de su cabello café oscuro
cuando se giró.
—¿Sí?
—Gracias de nuevo. Por todo.
—Seguro —respondió Serafín, su pecho subiendo y bajando notablemente.
Luego se aclaró la garganta y dejó la habitación.
~***~
Rhosewen tarareaba alegremente mientras caminaba a través del jardín de
su tía, buscando por cosas que no pertenecieran allí. No había ido a Cape Charles
después de todo y estaba manteniéndose a sí misma ocupada al hacer tareas
alrededor de la casa. Apuntó a una mala hierba que lastimosamente se asomaba
desde el suelo y estaba creciendo grácilmente, transformándola en un lirio rosa de
belladona. Sonrió, pero no a la flor. Estaba recordando a Aedan, imaginando su
tierno toque.
Su sonrisa creció a medida que caminaba a la parte trasera del jardín.
Entonces el cabello en la nuca de su cuello se erizó y se dio la vuelta, encontrando
a Medea a menos de diez pies de distancia.
Rhosewen observó a la bruja, enfocándose en su expresión, dedos y aura,
buscando por signos de amenaza, pero no encontró nada inmediatamente
peligroso. Solo curiosidad, celos y una floreciente inestabilidad.
Rhosewen permaneció cautelosa. Odiaba la confrontación y hacía lo mejor
para evitarla, pero no dudaría en defenderse. 216
—Medea —saludó calmadamente—. ¿Puedo ayudarte con algo?
Medea dio un rápido paso hacia delante, frunciendo el ceño cuando su
competencia no se inmutó.
—Así que Aedan te habló sobre mí —dijo, estudiando el aura de
Rhosewen—. ¿Qué fue lo que dijo? ¿Que soy una loca bruja que no lo dejará en
paz?
—Nunca dijo que estuvieras loca —replicó Rhosewen—. Pero dijo que eres
persistente y que te es difícil dejarlo ir.
El labio superior de Medea se frunció.
—¿Y le creíste?
—Sí. ¿Quieres compartir tu lado de la historia?
—No es de tu incumbencia —soltó Medea—. Eres una extraña aquí.
—Tengo que diferir —reprendió Rhosewen—. Es la tierra de mi familia en la
que estás parada.
Medea dio un paso hacia atrás mientras el miedo retorcía su expresión.
Entonces se apresuró a recomponerse, pero su aura permaneció congelada
mientras escaneaba a Rhosewen de pies a cabeza.
Después de diez segundo de silencio, Rhosewen dio un paso hacia delante,
y Medea dio otro paso inestable hacia atrás.
—¿Hay alguna razón por la que estás aquí? —preguntó Rhosewen—. Si no,
deberías irte. Tengo cosas que hacer.
Medea alzó el mentón y empujó sus hombros hacia atrás.
—Quiero saber cuándo te vas.
—El sábado —respondió Rhosewen—. ¿Hay alguna otra cosa que pueda
hacer por ti?
Medea sacudió la cabeza, y Rhosewen dio otro paso.
—Entonces deberías irte.
Medea olfateó, la miró por otros diez segundos y después se lanzó al aire.
Rhosewen suspiró mientras la veía irse, agradecida de haber terminado con
ese encuentro y esperando que no hubiera ningún otro. Odiaba la confrontación. 217
~***~
El plan de Serafín fue un éxito. En cuestión de algunos minutos al llamar a
Ellena; él y Daleen fueron invitados para cenar, así que Aedan y sus padres volaron
a la comunidad Ballard/Lancing todos juntos.
Aedan pudo notar que su madre estaba tratando de poner una cara valiente.
Sin embargo, su aura le decía todo lo que estaba intentando esconder, y se le
encogió el corazón al verla tan triste, pero recordar el rostro de Rhosewen era el
antídoto perfecto. No podía esperar para tenerla frente a él.
Al momento que aterrizó, se encontró con la mirada de Rhosewen, y sus
rostros se iluminaron con sonrisas que no podían contener. Ella trató de mantener
su ritmo casual, pero prácticamente saltó a través del césped.
—Hola —dijo con alegría.
—Hola —respondió él, observando sus brillantes ojos y sus curvados labios.
Quería tomarla entre sus brazos, besarla tan profundamente como lo había hecho
la noche anterior, pero su familia estaba observando, así que se conformó con
tomar su mano, y besar sus dedos mientras colocaba una pura rosa blanca en su
palma—. Una rosa para una Rose —susurró.
Ella sonrió y olió su regalo.
—Gracias. Es hermosa.
Le dio un guiñó mientras se giraba hacia sus padres.
—Mamá, papá, esta es Rhosewen Conn.
—Es un placer conocerte —saludó Daleen, tomando las manos de
Rhosewen.
—Para mí también —replicó Rhosewen—. A ambos.
Serafín mostró una amplia sonrisa mientras daba un paso hacia delante.
—Hemos oído cosas buenas de ti de tu abuela Adonia. Eres aún más
encantadora de lo que muestran tus fotos.
—Gracias —contestó Rhosewen. Entonces arrugó su nariz hacia Aedan—. Es
bueno saber que la abuela Addy ha estado contando historias y mostrando mí
fotografía por ahí.
—Está orgullosa de la familia —dijo Serafín riendo.
218
—Y nosotros estamos orgullosos de ella —replicó Rhosewen, señalando
hacia sus padres que se aproximaban—. Estos son mis padres, Caitrin y Morrigan
Conn. Y ellos son los padres de Aedan —anunció, diciendo las presentaciones a su
alrededor—, Serafín y Daleen Donnelly.
Las dos parejas doradas se saludaron entre sí. Luego Serafín y Morrigan
recordaron su última reunión mientras acompañaban a sus esposas a la mesa.
Todos ellos se alejaron conversando, así que Aedan miró a Rhosewen
suspirando mientras tomaba sus manos.
—Te ves hermosa esta noche, Rose.
Estaba usando la camisa de la granja de alpacas, la cual le quedaba
perfectamente, suplicándole que la abrazara.
—Gracias —dijo ella, sonriendo de oreja a oreja.
Aedan gentilmente tocó su frente con la suya, rozando ligeramente la punta
de su nariz con la suya. Luego le dio un suave beso antes de acompañarla a la
mesa.
~***~
Después que la larga cena se convirtió en una abundante conversación,
Daleen y Serafín regresaron a casa, pero Aedan se quedó atrás, esperando que el
lugar se despejara. Cuando él y Rhosewen al final estuvieron solos, la llevó hacia su
regazo envolviéndola en un abrazo y enterrando su nariz en su cabello.
—He estado esperando todo el día para esto —murmuró, encontrando su
cuello—. Umm… ahí está.
La piel de gallina se esparció a través del pecho y espalda de Rhosewen; y
suspirando, deslizó sus hormigueantes dedos entre el cabello de él.
Se abrazaron en silencio durante varios minutos, absorbiendo la paz. Pero
entonces Rhosewen la rompió.
—Tuve un visitante hoy.
—¿Ah, sí? —murmuró, deslizando su nariz a través del hueco de su
garganta—.¿Quién?
—Medea.
Aedan echó bruscamente su cabeza hacia atrás.
219
—¿Qué estaba haciendo aquí?
—Quería saber cuándo me iba a ir.
—¿Hablaste con ella?
—Brevemente.
—Ten cuidado alrededor de ella, por favor, Rose. Si regresa, se cautelosa. O
solamente mantente alejada. Deja que alguien más se deshaga de ella.
Rhosewen pasó los dedos por su tensa mandíbula y tocó su arrugado ceño.
—Está bien, pero dudo que haga algo. Hoy le echó una larga mirada a mi
aura, y creo que averiguó que soy una niña vinculada.
Aedan cerró sus ojos y suavizó su frente, así que Rhosewen acarició sus
párpados.
—Estás más preocupado por ella hoy de lo que estabas ayer —notó ella.
—Sí —confesó él, abriendo sus ojos.
—¿Por qué?
—Porque anoche estaba en mi porche cuando llegué a casa. Sabía que
había estado contigo. Sabe mucho sobre ti, dónde vives y cuándo te vas. No vino
aquí a averiguar eso. Ya lo sabía, lo que significa que de alguna forma salió a
buscar información sobre ti.
—¿Es por eso que estás tan preocupado? —insistió Rhosewen.
—Sí. No la quiero en ningún lado cerca de ti. Es inestable. Vi un lado de ella
anoche que no había visto antes. Cuando le dije que estaba contigo, enloqueció.
Me preocupa que haya enloquecido por completo.
—Dijiste que ella ya sabía que estábamos juntos.
—Sabía que habíamos estado juntos, pero no sabía que estaba siendo serio
contigo. Pensó que te irías el sábado y eso sería el final de esto.
Rhosewen se olvidó completamente acerca de Medea mientras miles de
mariposas inundaban su estómago, revoloteando con esperanza y deseo.
—¿No lo es? —preguntó, apartando las prematuras expectativas a un lado—
. ¿Cómo es posible hacer que esto funcione con un país entero entre nosotros?
220
Aedan observó su esperanzada aunque todavía cautelosa expresión
mientras pensaba en lo que debía decir, lamentando que una conversación sobre
Medea los haya llevado a eso. Idealmente, lo habría dicho bajo otras circunstancias
más dulces. Pero necesitaba saber si Rhosewen sentía lo mismo. Si lo hacía, solo
tenían cinco días para prepararse.
La hizo girar delante de él, montándola a horcajadas sobre su regazo.
Entonces tomó sus mejillas y miró sus ojos claros.
—Rose, me he enamorado de ti.
Los huesos de Rhosewen se derritieron. Solo las manos de Aedan en su cara
evitaban que se hundiera en él.
—Solo han pasado tres días —continuó—, y ya estoy soñando con un futuro
contigo. Lo veo tan claramente. Es todo lo que veo. No te pediré que te quedes,
porque sé que no quieres. —Pausó, analizando sus ojos y su corazón. Sí, estaba
seguro—. Pero si sientes lo mismo, me mudaré a Oregon.
El cuerpo entero de Rhosewen tembló. Y entonces, comenzó a sollozar
mientras las lágrimas caían como océanos azules.
—Oye —dijo Aedan calmándola, alarmado por su repentina explosión—.
¿Por qué estás llorando? ¿Dije algo malo?
—No —respondió—. Dijiste todo correctamente.
—Entonces, ¿por qué las lágrimas? —preguntó, limpiándolas—. ¿Estás
triste?
—No… solo me siento culpable… y muy feliz.
Rhosewen trató de recobrar la compostura, pero no podía. Nunca había
sentido tantas cosas al mismo tiempo.
—También estoy enamorada de ti, Aedan. No quiero que el sábado sea el
final, pero no sé si pueda dejar mi hogar. El trabajo me espera, mi familia y amigos
están ahí. Es todo lo que he conocido. Y aquí estás tú, diciéndome que vas a dejar
tu casa y todo lo demás para estar conmigo. Me siento tan egoísta y que no lo
merezco.
Sus lágrimas cayeron más rápido, pero Aedan las secó tan rápido como
caían.
—¿También estás enamorada de mí?
221
—Sí —respondió ella—. No lo entiendo, pero no hay duda de ello.
Aedan le dio un beso tan fuerte y tan largo, que sus ojos estaban secos para
el momento en que se separaron.
—Eso lo resuelve todo —dijo él—. Me mudo a Oregon.
Rhosewen continuaba aturdida por su beso, así que le tomó un momento
para responder.
—¿No te dolerá dejarlo todo? No quiero eso para ti.
La sonrisa de Aedan permaneció en su lugar mientras sacudía la cabeza
lentamente.
—No lo sugeriría si no estuviera seguro.
—¿Qué hay de tu trabajo? —presionó ella.
—Estaba planeando abrir mi propia tienda —respondió—. Ahora será en
Oregon en lugar de Virginia. El negocio de mis padres no está tan concurrido para
nosotros tres.
—¿Qué hay de ellos, y tu aquelarre?
—Los extrañaré —confesó—, pero siempre consideré mudarme de la
comunidad como una buena opción, y si hay una razón para irme, eres tú. Amo
todo lo que he aprendido de ti, Rose, me muero por enamorarme del resto. Has
hecho mucho por mí en tres cortos días, quiero saber qué más puedes hacer.
Quiero experimentarlo todo, no solo durante una semana. Quiero estar contigo
cada día de cada año, y nada va a impedirlo. Así es como es ahora.
La había convencido. Rhosewen aún se sentía egoísta por dejarlo hacerlo,
pero él era la única cosa en la que había pensado por tres días, y no podía soportar
la posibilidad de dejarlo.
—Ven a casa conmigo, Aedan. También te quiero.
—Acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo —susurró.
Más lágrimas se derramaron de los párpados de Rhosewen, y Aedan
gentilmente las limpió, inclinándose para otro estremecedor beso.

222
20
Traducido por Scarlet_danvers e IvanaTG
Corregido por LizC

A
edan y Rhosewen pasaron su primera fiesta de pijamas en una manta
en medio del césped, abrazándose —en su mayoría inocentemente—
bajo las estrellas titilantes. A la mañana siguiente, precisamente al
mismo tiempo, sus ojos se abrieron y encontraron, y una sonrisa se extendió través
de sus rostros encantados.
—Buenos días, mi bella Rose —susurró, deslizando el pulgar por su mejilla.
Ella cerró los ojos y acarició su palma, incitando a su muñeca con sus labios.
—Buenos días.
Las venas de Aedan pulsaron contra la carne satinada, y no pudo negar el
impulso de besar su cuello, su cuerpo ligero como el aire y al mismo tiempo tan
lleno de sentimiento.
—Amo despertar contigo, Rose. Este ya es el mejor día de mi vida.
Él respiró profundamente, deslizando sus labios por su cara, y ella se alejó
de su muñeca, buscando su boca mientras le ponía la mano en su corazón. Su más
largo y tierno beso, hasta ahora, los dejó vibrando.
Estaban tan absortos en sí mismos, que se sobresaltaron cuando una puerta
se abrió. Entonces rieron y miraron hacia arriba, encontrando a Morrigan
avanzando hacia ellos con una bandeja, sus rizos color caramelo y sus ojos color
durazno brillando en el sol naciente.
—Buenos días —los saludó, deteniéndose al lado de su cama de mantas.
Aedan y Rhosewen se separaron y sentaron.
—Buenos días, mamá —dijo Rhosewen alegremente.
223
—Buenos días, Morrigan —añadió Aedan—. ¿Has dormido bien? —No
podía encontrar en sí mismo el sentirse culpable por dormir al lado de su hija.
Abrir sus ojos frente a Rhosewen había sido el momento más increíble de su vida.
Morrigan observó el aura de Rhosewen mientras contestaba.
—Lo hice. Gracias por preguntar. ¿Ustedes dos durmieron bien?
—Dormimos muy bien —respondió Rhosewen, imperturbable.
Morrigan sonrió mientras su aura pulsaba.
—Bien. He traído el desayuno.
—Podríamos haber entrado a comer —ofreció Rhosewen.
—Nosotros ya comimos —respondió Morrigan—, así que pensé en traerles
las sobras.
Aedan apretó la mano de Rhosewen y luego se puso de pie, ayudando a
Morrigan con la bandeja.
—Eso fue considerado de tu parte. Gracias.
—De nada —regresó, cambiando su atención a Rhosewen—. ¿Tienes planes
para hoy?
—En realidad no —respondió Rhosewen—. ¿Tú y papá van a ir Cape Charles
de nuevo?
—Creo que vamos a pasar el rato aquí en su lugar. ¿Les gustaría unirse a
nosotros para el almuerzo?
Rhosewen miró a Aedan, quien la miró detenidamente antes de contestar.
—Me gustaría eso, Morrigan, pero en otro momento. Tengo mucho que
hacer hoy.
—Oh —exhaló Morrigan—. ¿Y tú, cariño? ¿Vas a ir con él?
—Nop —respondió Rhosewen, jugando con la comida. Entonces se detuvo y
miró a Aedan—. ¿O sí?
—Si quieres —ofreció él—, pero solo voy a estar haciendo recados por la
ciudad.
—Parece que voy a estar aquí —dijo Rhosewen, sonriendo a su madre, cuyo
rostro y aura se iluminaron. 224
—Vamos a tener que idear algo para mantenernos ocupados. Hay un punto
a un kilómetro de distancia que sería un encantador paisaje para pintar en esta
época del año. Deberíamos comprobarlo.
—Suena muy bien. Entraré después que Aedan se vaya.
—Tomate tu tiempo —insistió Morrigan—. Qué tengas un buen día, Aedan.
—Tú también, Morrigan. Gracias de nuevo por el desayuno.
Morrigan le ofreció una sonrisa. Y luego le dio a Rhosewen una mirada más
antes de salir flotando. Una vez dentro, Aedan y Rhosewen abandonaron la
comida, y se recostaron en los brazos del otro.
—¿Realmente tienes recados que hacer? —preguntó ella, apoyando la
mejilla en su pecho.
—Sí —respondió—. ¿Por qué? ¿Quieres que me quede?
—Siempre quiero que te quedes.
—Lo siento. Pensé que te gustaría hablar con tus padres a solas. Puedo
hacer mis recados mañana.
—No, está bien. Sí necesito hablar con ellos a solas. Pero te voy a echar de
menos.
—También te voy a extrañar, Rose, pero tenemos toda una vida por delante,
y hay cosas que tengo que hacer para prepararme para ella.
Ella levantó la cabeza, con una sonrisa tranquila.
—Toda una vida.
—Sí —le susurró, llevando sus labios sobre los suyos—, una larga y preciosa
vida.
~***~
Mientras Aedan volaba a Virginia Beach, repasó lo que tenía que hacer en su
cabeza. Su padre necesitaría un nuevo empleado, pero había al menos tres
personas interesadas en el trabajo. Empacar sus posesiones sería fácil; no tenía
demasiado. Tenía que visitar a Kearny, su amigo más cercano fuera de su aquelarre,
pero quería llevar a Rhosewen con él, así que decidió esperar.
Al entrar en la más fina joyería de Virginia Beach, una campana sonó,
alertando a un hombre viejo en cuclillas en la parte posterior. 225
—¿Puedo ayudarle en algo?
—¿Cuánto tiempo tomaría una orden por encargo? —preguntó Aedan.
—Bueno —balbuceó el hombre, escaneando una agenda—, parece que
estoy libre esta semana, pero no te puedo dar un marco de tiempo sin saber lo que
quieres.
Aedan se acercó, colocando una pequeña bolsa de terciopelo sobre el
mostrador. Luego desdobló una hoja de papel.
—He dibujado lo que quiero —dijo, deslizando el boceto terminado.
El joyero se puso un par de gafas en su nariz y tomó el papel, examinando el
dibujo debajo de una lámpara cercana.
El anillo consistía en una banda delicada compuesta de dos cintas en espiral
de oro, dispuestas alrededor de una joya rosa champán redonda enmarcada por
diamantes mucho más pequeños.
—Tengo la piedra del medio —dijo Aedan, señalando la bolsa—, pero voy a
necesitar los diamantes y el oro rosa para el anillo.
—En general los pedidos personalizados me parecen de mal gusto —
murmuró el joyero, todavía escaneando el boceto—, pero este anillo es bastante
impresionante. —Dejó el papel a un lado y recogió la bolsa—. ¿Puedo?
—Por supuesto —accedió Aedan, por lo que el joyero inclinó la bolsa boca
abajo, agarrando la piedra preciosa en su palma.
Sus labios se abrieron de par en par al mirar a la translúcida piedra verde
salvia… por lo menos dieciocho quilates de pura perfección. Echó un vistazo a la
piedra de color rosa en el dibujo luego de vuelta a la piedra verde en la mano.
—¿Qué es esto?
—Zultanita —respondió Aedan.
La mano que sostenía la piedra preciosa se crispó mientras los ojos del
hombre se abrían aún más.
—¿Sabes lo raro que es esto?
—Lo sé —le aseguró Aedan—, y me alegro que estés al tanto también. Eso
hará que me sienta mejor por dejarla con usted.
226
El joyero se acercó a una ventana y examinó la piedra en la luz del sol.
Luego la sostuvo bajo una lámpara, y entonces de vuelta a las luces del techo,
viendo como algunos de sus muchos colores aparecían: caqui, amarillo canario,
champán y rosa pastel.
—Es exquisita.
—Sí, lo es —acordó Aedan, recordando lo duro que había trabajado para
obtener la zultanita, la cual tenía una única fuente: las Montañas Anatolia de
Turquía—. ¿Tienes los diamantes necesarios y el oro rosa?
—Sí —respondió el joyero—, pero por suerte trajiste esto, porque justo se
nos acabó la zultanita.
Aedan rio a medida que golpeteaba el boceto.
—Esas son las especificaciones del tamaño en la esquina superior derecha. Y
quiero las piedras más finas que tenga. El dinero no es un problema.
El joyero lo miró con admiración y luego asintió hacia la zultanita.
—No me gustaría empañar esta belleza con diamantes imperfectos. Voy a
usar mi mejor material.
—Genial. ¿Cuánto tiempo?
—Normalmente les digo a las personas por lo menos una semana, pero tú
estás entregando una buena parte del cambio y estoy intrigado por el trabajo, así
que… tres días.
—¿Estás seguro? Porque me voy de la ciudad el sábado.
—Probablemente voy a terminar en la noche del jueves —respondió el
hombre—. Puedes recogerlo el viernes por la mañana a primera hora.
—¿Necesitas un depósito?
El joyero se rio entre dientes.
—Generalmente pido la mitad, pero esta piedra vale más que tu factura.
Creo que volverás.
—Gracias —regresó Aedan, estudiando el aura indistinta del hombre. Luego
se dirigió a la puerta—. Nos vemos el viernes.
—Sí —murmuró el joyero, hipnotizado por la joya en su palma—. Qué
tengas un buen día. 227
~***~
Aedan llegó a la tienda de sus padres con un peso en su corazón, pero
imaginarse el rostro de Rhosewen lo tranquilizó, así que eso es exactamente lo que
estaba haciendo cuando entró.
—Hola, papá.
Serafín lo miró sorprendido.
—Aedan. Pensé que te di el día libre.
—Lo hiciste. ¿Dónde está mamá?
—Comprobando a un cliente en el salón. La mujer es una charlatana, por lo
que podría estar un tiempo ahí. ¿Estás aquí para trabajar?
—Solo si me necesitas. Quería llevarte a ti y mamá a almorzar. Es el día de
sopa de almejas en Charla’s.
—Mmm… no he tenido sopa de almejas en Charla’s en mucho tiempo. Tu
madre lamentará perdérselo.
—Vamos a traerle un tazón.
—Más nos vale, o recibiré la mirada.
—Oh, no —dijo Aedan riendo, sabiendo que Daleen podía darle a Serafín
cualquier mirada en el mundo y a él le encantaría.
—Oye, Anton —gritó Serafín—, encárgate de la tienda. Voy a almorzar.
Oyeron un “mmbien” amortiguado desde la sala de descanso y luego
salieron por la puerta.
Una vez que se sentaron en el patio en Charla´s, esperando su orden, Aedan
le dio la noticia.
—Hablé con Rose anoche. Ella siente lo mismo que yo.
—Eso es bueno —aprobó Serafín.
—Por decirlo a la ligera —acordó Aedan. Luego tomó una respiración
profunda, dejándola escapar con su confesión—. Me voy con ella el sábado en la
mañana.
—Tu madre y yo ya lo suponíamos —respondió Serafín—. Al verlos juntos
nos recordó a nosotros mismos, lo que llevó a… recuerdos muy agradables. — 228
Suspiró, sus ojos desenfocados. Entonces sacudió despejando su cabeza—. ¿Qué
sigue, una boda?
—Tal vez, pero podría pasar cierto tiempo. Me aseguraré que es feliz antes
de dar ese paso. No es que la ceremonia cambiará algo. Ya estoy comprometido.
Estaré con ella todo el tiempo si me acepta. Sé que suena loco, considerando que
solo la he conocido desde el sábado, pero estuve buscando mi alma gemela
durante tres días y lo único que encontré es a ella. Si quiere una boda, le daré una.
Si quiere evitarlo, lo evitaremos.
Charla les entregó su sopa. Luego Aedan esperó a que se alejara antes de
reanudar la conversación.
—Sé que es poco tiempo, así que encontraré a alguien para ocupar mi lugar
en la tienda.
—No te preocupes por eso —insistió Serafín—. Ya tengo a alguien
reservado. Pero hay otra cosa que puedes hacer por mí.
—¿De qué se trata?
—Quiero que tengamos una cena con tu madre, solo nosotros tres.
Significaría mucho para ella.
—Claro —aceptó Aedan—. ¿Qué tal tres cenas? Esta noche, mañana y el día
siguiente. ¿Qué tal le parecerá?
—Eso la hará llorar —respondió Serafín—. Aunque, unas buenas lágrimas.
Estará encantada.
~***~
Aedan se mantuvo ocupado durante los últimos tres días, terminando
proyectos en la tienda de sus padres, pasando tiempo de calidad con ellos y su
aquelarre, y volando a la comunidad Ballard/Lancing cada noche para así poder
dormir con Rhosewen en sus brazos. Para el viernes por la tarde, todavía no había
encontrado tiempo para visitar a Kearny. Oh, bueno. Tendría que esperar a verlo en
su primer viaje de vuelta. Tanto él como Rhosewen tenían raíces en Virginia, así
que volverían pronto y a menudo.
La emoción se abrió paso por sus venas cuando entró en la joyería, ansioso
por ver el producto final de su imaginación… casi terminado; tendría que ser
grabado. Había considerado buscar los materiales y formar el anillo él mismo, fácil
y expertamente. Pero había algo que decir acerca de los elementos creados por
físicos expertos en lugar de habilidades mágicas. O, en este caso, ambos, una
229
combinación de manos dedicadas y una mente devota. Aun así, poner su confianza
en la habilidad no mágica había sido un gran salto de fe.
—Ahh… —sonrío el joyero—, has venido por tu anillo.
—Sí —respondió Aedan—. ¿Está listo?
El hombre se echó a reír a medida que desaparecía en el cuarto de atrás,
hablando por el camino.
—Estaba tan fascinado que terminé ayer por la tarde. Te habría llamado,
pero no dejaste un número. —Volvió, sosteniendo la bolsa de terciopelo.
Aedan la tomó e inclinó boca abajo, dejando caer el anillo en su mano. La
zultanita brilló en un verde pálido bajo las luces fluorescentes, proyectando su
brillo a través de los diamantes circundantes, y el delicado oro rosa fue
profesionalmente pulido, mostrando el aliviado reflejo de Aedan. El anillo era lo
más precioso que había visto. Su hermosa Rose no merecía nada menos.
—¿Qué piensas? —preguntó el joyero.
—Es perfecto —respondió Aedan—. Hiciste un maravilloso trabajo, gracias.
—Es perfecto —concordó el joyero—, uno de los mejores trabajos que he
hecho, pero como era tu diseño, no puedo tomar el crédito.
—Dividamos el crédito —sugirió Aedan, y la sonrisa del hombre se amplió.
—Trato. ¿Te importa si lo fotografío?
—No, en absoluto —accedió Aedan, entregándolo.
El joyero lo dispuso en un pedazo de satén negro, tomó dos imágenes, y
luego se lo devolvió.
—Gracias de nuevo —dijo Aedan, guardando el anillo.
—Fue un placer trabajar con una piedra tan rara y un ingenioso diseño —
contestó el joyero—. Debería ser yo quien te agradezca.
—Su trabajo es suficientemente agradecimiento —le aseguró Aedan,
sacando una gruesa pila de billetes de su bolsillo—. ¿Qué te debo?

230
21
Traducido por Bettyfirefull
Corregido por LizC

L
os padres de Rhosewen tomaron la noticia de la seriedad de la
relación de ella con Aedan calmadamente, aceptando que Aedan se
quedara en su casa hasta que pudiera construir una propia. Aunque
ellos no lo dijeron, Rhosewen sabía que estaban emocionados por la decisión de
Aedan de mudarse, temiendo que su hija pudiera quedarse en Virginia.
La comunidad de Ellena brindó una cena de despedida el viernes por la
noche, invitando a todo el aquelarre de Aedan. Y Serafín y Daleen fueron invitados
a quedarse por la noche, una oferta que aceptaron rápidamente.
Aedan estaba llegando tarde, justo había terminado de grabar el interior del
anillo de Rhosewen, así que el césped estaba repleto cuando llegó. Suspiró cuando
encontró la sonriente cara de Rhosewen, pero entonces un mago puso un brazo
alrededor de ella, y Aedan volteó la mirada, encontrando a su mejor amigo, Kearny
Gilmore.
Aedan sonrió y caminó hacia ellos.
—¿Qué es esto?
—Bien —respondió Kearny, apretando los hombros de Rhosewen—, un
ángel vino a mí ayer, clamando que te está llevando a un mejor lugar y que esta
sería mi última oportunidad de verte.
Aedan dio un paso adelante, levantando a Rhosewen en un abrazo.
—Eres increíble —susurró, besando su oreja—. Gracias.
—Es lo menos que podía hacer —replicó—. Estás sacrificando mucho por
mí. No soy el ángel aquí. Tú lo eres.
231
—Estás equivocada —discrepó él, dejándola sobre el suelo. Solo entonces se
dio la vuelta para saludar a su amigo.
Abundó comida, bebidas, música y juegos, el matiz de la noche fue uno de
celebración en vez de uno de despedida. El corazón de Aedan se apretó cuando
miró a la familia y amigos que estaría dejando, pero estaba más feliz de lo que
había estado nunca. Saber que pasaría su futuro con Rhosewen le hacía sentir
como si estuviera flotando. Nada podía derrumbarlo mientras la tuviera.
Cuando la fiesta se fue apagando y la multitud se dispersó, Aedan y
Rhosewen se quedaron sobre el césped, acurrucados en una cama de mantas.
Ella ronroneó y se estiró, sintiéndolo más a través de su vestido. Luego se
acurrucó de nuevo.
—No puedo creer que conseguí llevarte a casa conmigo, debes ser el mejor
suvenir en la historia del mundo. —Ella presionó sus labios contra su corazón,
sonriendo mientras su duro cuerpo retumbaba por la risa—. Gracias por darme
tanto.
—Si me dejaras te daría mucho más —respondió.
—Podría —canturreó, moviéndose hacia su rostro. Su dedo índice trazó su
frente y nariz. Entonces ella extendió sus manos sobre sus mejillas—. Te amo,
Aedan.
Él sonrió pacíficamente, mirando sus ojos mientras peinaba su cabello hacia
atrás.
—También te amo Rose, por tanto tiempo como me lo permitas.
—Por siempre —insistió ella, sus labios curvándose sobre los suyos.
Entonces ella cerró sus ojos, fundiéndose en su tierno beso.
~***~
Cuando el tiempo de partir llegó, el pecho de Aedan dolió por las
inminentes despedidas. Ver a sus padres tan apagados fue duro. Ellos nunca
habían sido de esa manera.
—Tengo un favor que pedirte —dijo Daleen, dándole a Rhosewen un
abrazo—. Una que otra vez, agita un teléfono en la cara de Aedan y dile que llame
a su madre. Sé que estará ocupado mirando tus maravillosos ojos, pero si bloqueas
su vista con un teléfono, podría recordarme.
232
—Lo prometo —acordó Rhosewen—. Lo haré una prioridad. —Y ella lo
decía en serio. Odiaba separar a Aedan de sus padres—. Lamento que tenga que
ser de esta manera. Sé que debe ser duro. Yo… —No estaba segura qué más decir.
—Está bien, querida —le aseguró Daleen—. La felicidad de Aedan es nuestra
prioridad, y él la ha encontrado contigo. La distancia vale la pena si es por la paz
mental.
—Gracias por entender —susurró Rhosewen.
—Ni lo menciones —interrumpió Serafín, dándole un abrazo—. Ustedes dos,
cuídense el uno al otro y regresen a vernos pronto.
—Lo haremos —concordó ella. Entonces se volteó hacia Aedan y colocó una
mano sobre su corazón, deseando poder ofrecerle más apoyo. Pero sin nada más
que dar, ella meramente les ofreció a sus padres un saludo cabizbajo y se alejó.
Aedan respiró profundo, conteniendo el aliento mientras envolvía a Daleen
en un abrazo.
—Te amo, mamá.
—También te amo, cariño —dijo ella en voz baja, enterrando su cara en su
camisa.
—Vendremos a visitarlos pronto —juró él—. Realmente pronto. Lo prometo.
Daleen tomó una respiración entrecortada, soltándolo lentamente.
—Sé que lo harán. Cuídense, ¿de acuerdo?
—Lo haremos —le aseguró, apretando su agarre mientras besaba su cabello
ónix. Entonces la dejó ir y se volteó a Serafín, estrechando su mano—. Gracias por
todo, papá.
Serafín lo jaló en un firme abrazo y luego dio un paso atrás, encontrando su
triste mirada.
—Seguro, hijo. Ahora, mantente en contacto. Queremos saber de ti seguido.
—Los fastidiaré tanto que tendrán que desviar las llamadas.
—Eso sería maravilloso —suspiró Daleen, inclinándose hacia el brazo abierto
de Serafín.
Aedan sonrió mientras estiraba su brazo, tocando con la yema de los dedos
el corazón de Daleen mientras miraba sus pálidos ojos verdes. 233
—Sabré que he exagerado cuando cambien de número.
—Nunca —susurraron, sacudiendo sus cabezas.
Aedan los miró por un momento más, entonces dejó caer su mano y se dio
la vuelta, incapaz de decir adiós. Solamente los ojos y la sonrisa de Rhosewen le
hizo seguir avanzando. Ella hacía que todo fuera mejor. Cuando llegó a donde ella,
tomó su mano y la llevó a sus labios, hallando consuelo en su piel suave y su
aroma encantador.
Rhoshewen sonrió mientras tocaba su mejilla, más feliz de lo que soñó que
podría estar alguna vez. Entonces su expresión decayó cuando el cabello de su
nuca se erizó. Ella alzó su mirada, examinando el cielo, su estómago apretando en
un nudo. Y luego, un grito aterrador perforó el aire.
Todos miraron hacia el norte, encontrando a Medea en el borde del bosque:
sus ojos encendidos, los labios retorcidos, y sus dientes al desnudo. A medida que
su grito menguaba, un rayo se disparó desde sus manos, dirigiéndose directo a
Aedan.
Él alzó una mano para bloquearlo, pero Rhosewen ya había deslizado ambas
manos a través del aire, envolviendo a Aedan en un brumoso escudo azul que se
expandió rápidamente. En cuestión de dos segundos, todos en el césped estaban
protegidos.
Aedan contempló el rayo aproximarse, esperando que fallara cuando
golpeara la barrera, pero Rhosewen había sido meticulosa con su trabajo en el
hechizo. Cuando el rayo de electricidad hizo contacto con la niebla azul, rebotó en
su cubierta.
Medea giró a la izquierda, pero no lo suficientemente rápido. El rayo pasó
rosando su pómulo y luego golpeó en el tronco de un árbol. El enorme roble se
vino abajo con un sonido ensordecedor, amenazando con aplastar a la bruja herida
contra la reseca tierra de verano, pero ella se lanzó fuera del camino, escapando a
duras penas de la muerte.
Aedan la perdió de vista y la encontró de nuevo cuando se levantó del suelo
forestal, tocando cautelosamente su quemada y sangrienta mejilla. Ella le lanzó una
mirada mortal a Rhosewen, y entonces huyó, su aura carmesí desapareciendo
detrás del bosque espeso.
Sí, Medea definitivamente había enloquecido.
Aedan se dio la vuelta y haló a Rhosewen en un abrazo, enojado consigo 234
mismo por ponerla en un peligro mortal. El daño estaba hecho.
—Lo siento, Rose.
—Tú no hiciste nada malo —replicó Rhosewen, las palabras vibrando con su
cuerpo—. Obviamente Medea está completamente loca.
—¿Qué está pasando? —preguntó Serafín, aterrizando sin aliento junto a
Aedan.
—¡Medea acaba de tratar de matarme! —contestó Aedan—. Eso es lo que
está pasando. Y no le importó ni una mierda los testigos. ¡Está loca! —Tomó una
respiración profunda mientras besaba la cabeza de Rhosewen—. Lo siento tanto,
Rose. Odio que esto te haya alcanzado.
—No es tu culpa —insistió ella, apretando sus brazos alrededor de la cintura
de él.
—¿Esa bruja es una ex novia? —preguntó Morrigan, estrechando sus ojos
sobre Aedan.
—No —aseguró él rápidamente—, pero quería serlo. Tenemos que
encontrarla, papá —agregó, mirando a Serafín—. No podemos dejarla que se salga
con la suya en esto.
—No, no podemos —concordó Serafín—. Váyanse, chicos. Nosotros la
encontraremos.
A Aedan no le gustó la idea de alguien más limpiando su desorden, pero
quería sacar a Rhosewen de ahí, del estado, lejos de Medea.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto —respondió Serafín—. Iremos por su aquelarre después que
se vayan.
Aedan no se podía sacudir la culpa.
—Debería quedarme, Rose. Ve tú. Volaré una vez que me haya hecho cargo
de esto.
—No —espetó ella. Encontrando sus ojos frenéticamente.
—Esta es mi responsabilidad —replicó—. Tengo que asegurarme que esto
se solucionará.
—Entonces yo también me quedo.
235
—¡No! —protestó él, asustado por el ultimátum—. No te quiero en ningún
lugar cerca de ella. Tienes que irte antes de que vuelva buscando venganza.
—No me iré a menos que vengas conmigo.
—Rose…
—No —afirmó. Luego descansó su mejilla en su pecho, finalizando la
discusión exitosamente.
Aedan suspiró y miró a su padre.
—Vete —insistió Serafín—. Nosotros manejaremos esto.
—Lo siento —dijo Aedan en voz baja.
—No te preocupes —replicó Serafín, palmeando el hombro de Aedan—. Tu
madre y yo necesitamos una aventura. ¿No es cierto, cariño?
Daleen sonrió mientras se acurrucaba en el pecho de Serafín.
—Sí. Nuestras vidas son mortalmente aburridas. Váyanse —agregó,
despidiendo a Aedan con un gesto de la mano.
—Gracias —suspiró él, mirándolos por encima de la cabeza de Rhosewen—.
Llamaré cuando lleguemos, para avisarles que llegamos bien y para estar seguro
que la han encontrado.
—Buen viaje —respondió Serafín—. Nos encargaremos de las cosas por
aquí.
Aedan abrazó a sus padres una vez más. Entonces los cuatro viajeros se
dispararon hacia Oregon, felices de dejar el peligroso episodio atrás.

236
22
Traducido por MaEx y Zoe Benson
Corregido por LizC

E
l sol aún no había subido cuando Aedan surcó los cielos de Oregon el
domingo por la mañana, así que no podía ver correctamente el
próspero terreno sobre el que tanto había oído hablar. No le importó.
Tenía un montón de tiempo para descubrir sus secretos, y una hermosa lugareña
para susurrarlos en su oído.
Poco después de pasar el resplandor urbano de Portland, Aedan descendió
en un bosque oscuro de altísima madera, aterrizando sobre un césped vacío.
—Bienvenido a casa —ronroneó Rhosewen, enterrando la cara en su
pecho—. Espero que te guste.
—Mientras tú estés aquí —le aseguró—, me va a encantar.
Una vez dentro, Morrigan mostró a Aedan la habitación de invitados. Ni ella
ni Caitrin habían exigido que él durmiera lejos de su hija, pero Aedan se ofreció
voluntario, deseoso de evitar una situación incómoda y desesperado por causar
una buena impresión.
—¿Puedo llamar a mis padres? —preguntó, haciendo un gesto hacia el
teléfono en la cómoda.
—Claro —respondió Morrigan, dirigiéndose a la puerta—. Pero apenas son
las seis de la mañana en Virginia.
—No les importará.
—Por supuesto que no. Únete a nosotros para un bocado cuando hayas
terminado. Luego conseguiremos algo de sueño.
Ella salió de la habitación, y Aedan tomó el teléfono, marcando el número
de sus padres. 237
—¿Hola? —respondió Serafín.
—Hola, papá. Ya llegamos.
—Bien —aprobó Serafín, aclarándose la garganta.
—¿Encontraste a Medea? —preguntó Aedan.
—No.
—Maldita sea —murmuró Aedan, golpeando los nudillos en la cómoda.
—Le contamos a su aquelarre lo que pasó —continuó Serafín—, y no
adivinarás lo que dijeron.
—¿Qué? —preguntó Aedan.
—Que ella se ha estado derrumbando desde hace un tiempo —respondió
Serafín—. Se estaban preguntando cuánto tiempo pasaría antes que ella
enloqueciera.
Aedan se pasó una mano por la cara, deseando haber estado allí para dar al
aquelarre de Medea su opinión.
Serafín carraspeó.
—Sé lo que estás pensando. ¿Por qué demonios no han hecho algo al
respecto? Y créeme, pregunté.
—¿Contestaron?
—Al parecer, trataron de purificarla con piedras preciosas, hierbas y algún
trabajo a través de un hechizo de luz, pero ella se resistió y no tienen a nadie
comprometido con la curación. Su conocimiento sobre el tema es lamentable.
—Podrían haber encontrado al menos una docena de personas dispuestas a
ayudar —señaló Aedan.
—Cierto, pero creo que están avergonzados de ella. Parece que estuvieron
tratando de mantenerlo para sí mismos, con la esperanza de que mejorara por su
cuenta. Obviamente no es la opción más sabia, pero creo que se han dado cuenta
de su error.
—Demasiado tarde, maldición.
—Eso parece —accedió Serafín—. Esperamos con su familia hasta el
anochecer, y llamamos a sus padres antes de dormir, pero ella nunca llegó a casa.
238
—Esto es una mala noticia —susurró Aedan, mirando a la ventana. Por todo
lo que sabían, Medea podría estar arrastrándose en la comunidad.
—No me preocuparía demasiado —insistió Serafín—. Probablemente está
escondida, sanando su mejilla y su ego. Rhosewen los dañó a ambos.
—Esa es la razón del por qué estoy preocupado —contrarrestó Aedan—.
Antes, Medea estaba enojada conmigo. Ahora tiene una excusa para vengarse de
Rose.
—Buen punto —admitió Serafín—, pero trata de no volverte loco por esto.
Vamos a correr la voz de que estamos buscándola, y vamos a seguir visitando su
comunidad. Deberíamos escuchar algo en un día o dos.
—Déjame saber si lo hacen.
—Tan pronto como sepa lo que ella está haciendo, lo sabrás.
—Gracias, papá. Siento poner esto en ti. Odio no haber visto eso en Medea
antes de involucrarme con ella.
Una breve pausa y luego Serafín habló.
—¿Qué tan involucrados estaban? ¿Te has acostado con ella?
—No. Sabía que era una mala idea. Sus ilusiones se basan en dos citas que
terminaron con un beso en la mano.
—Estoy aliviado de que no alimentaras su fuego.
—Su fuego ya está ardiendo. Tiene que ser encontrada antes que lastime a
alguien.
—Haremos todo lo que podamos —le aseguró Serafín.
—Gracias de nuevo, papá. Me siento muy mal de que tú y mamá estén
limpiando mi desorden.
—Este no es tu lío. Es de Medea. Ahora duerme un poco. Tienes una gran
semana por delante, aprendiendo a desenvolverte en tu nuevo entorno y
conociendo a la gente.
—Estoy deseando que llegue. Dile a mamá que la amo.
—Lo haré, hijo. Adiós.
—Adiós, papá.
239
Aedan colgó el teléfono con un suspiro pesado y un peso en el corazón.
Luego siguió el sonido de voces en la cocina. Caitrin se sentaba en la mesa,
leyendo un informe, y Rhosewen y Morrigan estaban riendo mientras preparaban
muffins de arándanos. Cuando Aedan entró, todo el mundo detuvo sus tareas y
miró hacia arriba.
Aedan bajó la mirada al suelo, frotando una mano a través de la parte
posterior de su cuello mientras su estómago se revolvía. Nunca se había sentido
tan culpable o decepcionado de sí mismo.
—No han encontrado a Medea —confesó—. Ella nunca llegó a casa anoche.
Papá piensa que solo se está escondiendo por un tiempo, pero creo que sería una
buena idea dejar que todo el mundo aquí conozca la situación. Ella sabe dónde
vives, y después de lo que hizo ayer, no debemos subestimarla. —Hizo una pausa y
se aclaró la garganta a medida que encontraba los ojos azules como el mar de
Caitrin, iguales a los de su hija—. Lo siento mucho por esto, Caitrin. La última cosa
que quería hacer, era poner a tu familia en peligro.
—Nuestra historia está manchada por brujas como Medea —contrarrestó
Caitrin—. La culpa recae solo sobre sus hombros. Vamos a alertar a nuestro
aquelarre y los más cercanos, les dejaremos saber a quién y qué esperar. Sabremos
si ella se acerca.
—Gracias por tu comprensión —respondió Aedan.
Caitrin sonrió y miró a su informe.
—Tu sacrificio ha permitido que Rhosewen se quede con nosotros. La
comprensión es lo menos que puedo darte.
~***~
El domingo por la tarde, cuando Aedan despertó para darse cuenta que la
mujer con la que había estado soñando estaba a solo un grito de distancia, su
corazón se disparó. Rápidamente se duchó y vistió, luego bajó las escaleras,
siguiendo el encantador tarareo de Rhosewen a la cocina.
Estaba poniendo la mesa para dos, pero levantó la vista con una hermosa
sonrisa que tensó sus rosadas mejillas.
—¿Te gustan los panqueques?
—Sí —respondió, cerrando la brecha entre ellos—, pero no tanto como me
gusta tu sonrisa. —Él la tomó en un largo y apasionado beso, tomando el peso de
240
sus temblorosas rodillas al inclinar su espalda—. ¿Puedo ayudarte? —preguntó,
enderezándola.
—Claro —suspiró—. Prepara nuestro café mientras yo lleno nuestros platos.
Se sentaron, y Aedan miró su rostro mientras él generosamente añadía leche
y azúcar a su café, disfrutando de cada segundo de la simple experiencia.
—¿Tus padres van a unirse? —preguntó, deslizándole su taza.
—No. Se fueron para dejarles saber a todos que estamos en casa.
Aedan añadió una pizca de azúcar a su café y tomó un sorbo, pensando en
Morrigan y Caitrin diciéndole a su familia que Rhosewen había arrastrado a un
hombre a su casa y que una bruja desquiciada podría haberlos seguido.
Rhosewen terminó de llenar sus platos y comenzó a comer, tomando varios
bocados antes de observar los colores en el aura de Aedan.
—Sé cómo te estás sintiendo, Aedan, y no me gusta.
—Lo siento, Rose —respondió, sacudiendo su culpable cabeza—, por todo.
No se suponía que fuera así. No me gusta que mi falta de conciencia te haya
puesto en peligro, y no me gusta que ya haya hecho una mala impresión en tu
aquelarre.
—Medea ha retorcido las cosas —admitió Rhosewen—, pero no voy a dejar
que arruine esto para mí. Y en cuanto a tu preocupación por mi aquelarre, son
fantásticos, Aedan, el grupo de personas más comprensivo que jamás conocerás.
Los arrastrarás a tus pies como lo hiciste conmigo. —Ella dejó el tenedor sobre la
mesa y se acercó, suavizando su ceño—. Ahora, deja de sentirte culpable. No me
gusta.
Ella empezó a bajar la mano, pero Aedan la agarró, presionando sus labios
contra su palma.
—Te amo, Rose, y voy a hacer mi mejor esfuerzo para no dejar que Medea
arruine esto para ninguno de los dos.
—Gracias —asintió ella—. Y también te amo. —Se metió otro bocado—.
Entonces, ¿qué quieres hacer primero, ver el pueblo o conocer a la gente?
—Conocer a la gente. Podemos ver el pueblo a lo largo del camino.
—Buena idea. Te presentaré al aquelarre primero. Luego nos dirigiremos a la
costa. Hay un par de comunidades en ese camino. 241
—Suena perfecto. —Él era fácil de complacer. Mientras la tuviera a su lado,
no iría a ninguna parte.
~***~
Al final resultó que el aquelarre de Rhosewen era fantástico, acogieron a
Aedan como de la familia. Podía decir por sus auras que compartían un vínculo
extraordinario, y entendió completamente por qué Rhosewen era tan reacia a irse
de casa. Aedan extrañaría su viejo aquelarre, pero estaba confiado en que el nuevo
aliviaría el dolor.
En su camino a la costa, Aedan y Rhosewen rodearon dos comunidades
diferentes, donde ella le presentó a sus amigos más cercanos. Todos ellos
estuvieron sorprendidos por la velocidad y seriedad de la relación, pero los
apoyaron de igual manera, cubriendo a Rhosewen con bendiciones y alegres
bromas.
Una vez que las principales presentaciones terminaron, Rhosewen llevó a
Aedan a Cannon Beach, donde se detuvieron en la cafetería de su tía por café y
luego se tomaron su tiempo explorando la costa cercana. Aedan esperaba con
interés descubrir los secretos de la zona, pero por el momento, estaba
perfectamente contento con su bella guía turística.
Regresaron a casa para encontrar la cena siendo servida por Morrigan, quien
sonrió y añadió dos platos a la mesa.
—¿Quieren unirse a nosotros?
Acordaron tomando sus asientos, por lo que Morrigan sonrió y llenó sus
platos.
—¿Cómo estuvo su tarde?
—Genial —respondió Rhosewen—. Lo llevé a Cannon Beach.
Morrigan se sentó, y Caitrin arrojó sus papeles a un lado, inclinándose para
besarla en la mejilla.
—Gracias, mi dulce melocotón —susurró. Luego tomó un bocado y miró a
Aedan—. ¿Qué piensas de Cannon Beach?
—Es hermoso —respondió Aedan—. Podría ser el lugar perfecto para poner
en marcha mi negocio.

242
—Algunos de nuestros miembros del aquelarre tienen sus propias tiendas
allí —señaló Caitrin—. Nuestra galería está al norte de allí, en Seaside. ¿Qué harás
mañana mientras Rhosewen está en el trabajo?
—Me gustaría ir con ella —respondió Aedan—, unirme a uno de sus
recorridos por Mount Hood. Si a ella no le importa.
—Me encantaría llevarte al trabajo conmigo —concordó Rhosewen.
—Entonces es una cita —asintió Aedan.
~***~
Aún cansados de su largo viaje, Caitrin y Morrigan se fueron a la cama
temprano, pero Aedan y Rhosewen se quedaron abajo, acurrucados en el sofá
mientras echaban un vistazo a través de los listados de propiedades comerciales en
Cannon Beach. Cuando Aedan atrapó a Rhosewen bostezando, ignoró sus
protestas y la cargó arriba, dejándola en el piso delante de la puerta de su
dormitorio.
—¿De verdad vas a dejarme? —preguntó ella, haciéndole un mohín.
—Nunca voy a dejarte —le aseguró, tocando su puchero—. Pero sí, me voy
a la habitación de invitados.
—¿Por qué? —preguntó, jugueteando con los botones de su camisa.
—Porque no quiero que las cosas sean incómodas con tus padres.
—Hmm… —murmuró, acurrucándose más cerca—. Eso es noble de tu parte.
Él se rio y la besó en la cabeza.
—Te estás burlando de mí.
—Porque estás resistiéndote de mí —replicó ella, frotando sus labios sobre
su corazón.
Aedan inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, tomando un relajante
suspiro.
—No por mucho tiempo —le aseguró, apartándola de su pecho. Luego
suavemente la besó en los labios—. Buenas noches, Rose.
—Buenas noches —cedió ella, dando un paso atrás.
Aedan sonrió ante el brillo malvado en sus ojos. Luego se volvió y se alejó,
pensando que realmente necesitaba ponerse a trabajar en esa casa.
243
Cuando llegó a su habitación, llamó a sus padres, solo para encontrar que
no habían localizado a Medea. Cada mago en Virginia había sido alertado de la
situación, pero nadie la había visto desde la mañana del sábado.
Después de colgar el teléfono, Aedan reemplazó su preocupación por
Medea con una imagen cristalina de Rhosewen, y entonces se dio una ducha… fría.
Solo había estado recostado en la cama por unos segundos cuando tocaron
suavemente a la puerta.
—¿Sí? —llamó suavemente.
La puerta se abrió y Rhosewen se deslizó dentro, con una sonrisa en su
rostro mientras colocaba el seguro en su puesto. Aedan sonrió ante su terquedad.
Luego, su aliento quedó atascado en su pecho cuando ella se detuvo bajo la luz de
la luna.
Usaba un largo camisón blanco con tirantes delgados y escote profundo,
mostrando sus esbeltas clavículas y pecho firme.
Aedan tragó un nudo en su garganta y deslizó su mirada hacia su curvilínea
cintura, sus labios entreabriéndose con un suspiro reverente. El dobladillo de su
camisón flotaba alrededor de sus muslos, dándole el primer vistazo de sus piernas,
que eran mucho mejores de lo que había imaginado, y las había imaginado
perfectas.
Ella se acercó a él, su piel de marfil brillando con cada fluido paso.
—¿Dormías? —susurró, subiéndose a la cama.
Aedan rodó sobre su costado y puso la cabeza sobre su mano, mirándola de
arriba abajo.
—Nop.
Ella se movió más cerca.
—Te estaba extrañando.
—Qué coincidencia —susurró el, deslizando el pulgar por su mejilla—. Yo
también te estaba extrañando.
Quería ver el resto de su cuerpo, las partes escondidas tras el delgado
camisón. Clamaban su nombre, probando su autocontrol.
—Tienes un cuerpo fantástico, Rose. Si estás aquí para tentarme, misión
cumplida.
244
Las puntas de sus dedos fueron hasta el escote del camisón y luego
revolotearon a su lado, yendo desde su cadera hasta su muslo. Escalofríos le
siguieron, y ella soltó una risita, acurrucándose más cerca de su cálido cuerpo.
—¿Cuán tentado estás? —preguntó.
Él regresó sus dedos a la mejilla de ella, inclinando su cabeza para encontrar
su mirada.
—Mucho, pero no quiero forzar mi suerte.
—Eres dulce —susurró, buscando su mirada—, y amo eso de ti, pero en este
momento, hay otra cosa que quiero.
—Te daré el mundo, Rose.
—No quiero el mundo. Quiero que dejes de ser tan educado con mis padres
y empieces a hacer el amor conmigo.
—¿Aquí? —rio él.
—Ahora —confirmó ella seriamente, envolviendo su mano en la parte
posterior de su cuello. Entonces lo llevó hasta su boca, murmurando contra su
labio inferior—. ¿No me deseas?
Él sonrió de oreja a oreja, pero ella mordisqueó su labio y sus pulmones
tartamudearon.
—Eres una sirena —murmuró, cerrando los ojos.
—Me estás haciendo trabajar por ello —dijo ella haciendo un puchero.
Él se alejó, encontrándose con su brillante mirada.
—Esa no es mi intención, Rose. Te he deseado desde el primer día.
—Pruébalo —lo desafió, deslizando una de las manos de él hasta sus senos.
Él cerró sus ojos y apretó suavemente. Luego suspiró y devolvió la mano
hacia su rostro.
—No estoy preparado para esto.
—Hmm… —murmuró ella, presionando sus caderas contra él mientras lo
besaba en la mandíbula.
El corazón de Aedan se sacudió y sus músculos se tensaron. Era obvio que
estaba tratando de salirse con la suya, y él no tenía deseos de pararla. 245
—Oye —susurró él, sobresaltándose nuevamente.
Rhosewen detuvo su seducción y lo miró inocentemente.
—¿Qué?
—¿Sabes qué? —rio él—. Eres muy buena en esto.
—No lo suficiente —respondió.
—Sí, mi amor, muy buena, mejor de lo que creía, lo que significa que no
estoy protegido contra embarazos.
—Oh… —soltó ella, dejando caer los hombros.
Aedan frunció el ceño, odiando la forma en que se sintió al decepcionarla.
—Lo puedo arreglar —susurró, tocando suavemente la punta de su nariz—.
Ahora mismo, si me esperas.
Ella bajó la vista, sonrojándose por primera vez desde que entró a la
habitación.
—Nop.
Impactado por su rechazo, Aedan inclinó la cabeza, sus cejas fruncidas
mientras le acariciaba la mejilla.
—¿Lo arruiné?
—Imposible —le aseguró ella.
—Bien —suspiró—, pero aún estoy confundido. ¿Vamos a esperar?
—No.
Los pulmones de Aedan se expandieron mientras trataba de entenderla,
incapaz de encontrar respuestas en su aura.
—¿Qué estás diciendo, mi amor?
Rhosewen sabía exactamente lo que quería. Lo supo desde el momento en
que lo conoció. Había estado soñando sobre un futuro con él por ocho noches. Y
estaba segura de su relación, de su amor por ella. La prueba estaba en su aura cada
minuto de cada día; en sus ojos cada vez que la miraba; en su voz cada vez que le
hablaba; y en la forma en que la tocaba, constante y cuidadosamente. Él le daba
todo lo que necesitaba, y aun así anhelaba más. Nunca tendría suficiente de él.
246
—Estoy diciendo que tener tu hijo me haría la mujer más bendecida en el
mundo —confesó—. No tengo apuro en tener un bebé, pero estaría emocionada
por tener a tu bebé en cualquier momento. Amo todo sobre la idea. Sin embargo
—añadió ella, pasando el dedo índice sobre sus labios—, entiendo si no estás listo,
y si así es cómo te sientes, por favor dímelo. Esperaré el tiempo que creas
necesario.
El corazón de Aedan ya no era suyo, ni un poco. Ella lo había robado. Su
cuerpo se sacudió de emoción y palpitó con deseo ante el pensamiento de ella
teniendo un bebé suyo. Y su hijo sería grandioso, nada menos que extraordinario.
Podrían crear la familia perfecta y la vida perfecta. Podrían tenerlo todo. La
felicidad sin límites estaba a su alcance.
Aedan no tenía idea de qué había hecho para merecer tales bendiciones,
pero sin duda no las echaría a un lado.
—Cierra los ojos —le indicó.
Rhosewen se mordió el labio.
—Te he asustado.
—No —rio él—. Tengo algo para ti.
—Oh —dijo ella, sonriendo mientras cerraba los ojos.
Unos segundos después, volvió a hablar.
—Abre la mano.
Ella obedeció, su sonrisa ampliándose, y Aedan la besó mientras colocaba el
anillo en su palma.
—Te amo —susurró. Luego lamió sus labios y retrocedió, pidiéndole que
abriera los ojos.
—¡Oh! —jadeó ella, mirando entre su rostro y el anillo más hermoso que
había visto jamás—. Es hermoso.
—Me alegra que pienses eso, porque eres mi musa.
—Es perfecto —susurró, corriendo sus dedos por la piedra rosa pálido—.
¿Qué es?
—Zultanita.
Ella jadeó nuevamente, poniendo una mano sobre su boca. 247
—Esto es maravilloso —murmuró, sacudiendo la cabeza.
—No mereces nada menos —respondió el, tirando de la mano en su boca—
. Quiero que lo tengas ahora, pero si decides casarte conmigo, me gustaría que
fuera tu anillo de bodas.
Ella volvió la mirada a su rostro.
—¿Me estás pidiendo matrimonio?
—Sí, sé que es pronto, podemos esperar si quieres, pero planeo estar cerca
de ti todo el tiempo que pueda.
—Entonces sí —dijo sonriente—. Me encantaría casarme contigo.
Aedan estaba gratamente sorprendido por lo rápido que estuvo de acuerdo.
—Entonces eso es lo que harás. ¿Cuándo?
—¿Qué tal mañana? —sugirió, solo medio en serio.
Él rio y la besó en la mano.
—¿Qué tal si hablamos con nuestros padres mañana y vemos que piensan
ellos? Tan pronto como reunamos a todos, te daré la boda de tus sueños.
—Me das demasiado.
—Te dije que te daría el mundo —la contradijo.
—Lo hiciste —recordó ella, observando más cuidadosamente el anillo. Y
entonces jadeó de nuevo, al encontrar la rosa grabada en oro por la parte de atrás.
La punta de su largo tallo se curvaba en las palabras Mi amor—. Lo grabaste —
susurró, corriendo un dedo a través del minúsculo mensaje.
—Claro que lo hice —respondió el—. ¿Puedo ponértelo?
—Sí —aceptó, estremeciéndose de emoción.
Aedan tomó el anillo de su palma y ella giró la mano, dejando que él
colocara el anillo en su tercer dedo.
—Rhosewen Keely Conn, ¿harías de mí el esposo más afortunado de la
tierra?
Rhosewen inclinó su mano de izquierda a derecha, mirando la zultanita
brillar a través de lágrimas de alegría.
—Sí —respondió, sonriéndole—. Te quiero para siempre, Aedan.
248
—Ya me tienes —le aseguró, llevando los labios a los suyos—. Para siempre.
Se besaron, lenta y dulcemente al principio, pero a medida que los latidos
de sus corazones aumentaron, la pasión y necesidad tomaron el control. Por nueve
días habían estado llenos de emociones que no lograban entender,
experimentando el más fuerte deseo de sus vidas, luchando con la tentación
constante. Ahora habían desatado sus apetitos, y los impulsos físicos corrieron
descontrolados, prometiendo felicidad alucinante.
Sus labios se separaron, y se miraron fijamente el uno al otro, jadeando por
aire mientras él pasaba su pulgar por los labios temblorosos de ella.
—Te deseo, Rose.
—Entonces tómame —insistió ella, presionando su cuerpo más cerca.
Increíblemente, los músculos de Aedan se tensionaron más que antes, y
soltó su rostro, lanzando un hechizo para asegurarse que nadie, especialmente la
bruja y el mago al otro lado del pasillo, escucharan lo que pasaba en la habitación
de invitados.
La sangre de Aedan corría caliente, su excitación rogando por ser liberada,
pero él no aceleraría lo que muy seguramente sería el mejor momento de su vida.
Saborearía cada vista, sonido, sentimiento y aroma. Y pondría de su parte para
hacer esta experiencia perfecta y memorable, hacer que cada segundo de ello
fuera mejor que el anterior.
Al principio, solo la miró, intensificando su ansia mientras se concentraba en
sus partes favoritas: el color y suavidad de su piel, sus labios provocativos y nariz
pequeña, las largas pestañas rodeando brillantes océanos azules, y los bucles
dorados enmarcando su perfecto rostro.
—Eres tan hermosa —susurró, corriendo las puntas de sus dedos por su
frente—. No puedo creer lo afortunado que soy.
Hipnotizada por su sinceridad y ternura, Rhosewen simplemente tragó
saliva, incapaz de hablar.
Aedan sonrió y se acercó más a ella, levantando el tirante de su camisón
mientras besaba su clavícula, y Rhosewen se aferró a su hombro, singularmente
excitada por el mero toque de sus labios. Como la mayoría de las brujas, ella no se
asustó por un poco de promiscuidad, pues no era extraña al placer físico. Pero con
Aedan, todo era completamente nuevo. Cada contacto se filtraba más profundo,
cada beso era más largo, y cada respiro prometía llevarlos más alto. Con sus 249
corazones latiendo desenfrenadamente, estuvieron más cerca del cielo que nunca,
y el hermoso camino apenas comenzaba.
Después de arrojar su camisón de seda al suelo, Aedan contempló el rostro
de Rhosewen, buscando sus ojos.
—Te amo, Rose.
Rhosewen llevó una mano a su mejilla, sonriendo como una seductora que
se salía con la suya, pero lágrimas mojaron sus pestañas, exponiendo su dulce
vulnerabilidad… un regalo que Aedan fue primero en recibir, sin importar cuántas
otras aventuras vinieran tras él.
El aura de Aedan pulsó más cuando pasó su pulgar por el rostro de ella,
atrapando una lágrima. Luego deslizó los dedos entre sus cabellos a medida que
llevaba los labios a los suyos. Espasmos sacudieron sus cuerpos, estremeciendo
también la cama, y Aedan rio, cerrando los ojos mientras tomaba un respiro
tranquilizador.
—Esto va a ser grandioso —susurró, encontrando su mirada. Y entonces la
besó, amortiguando su respuesta sin aliento.
Rhosewen se derritió en su ritmo, perdida en profundas esmeraldas
mientras el resto del mundo se volvía borroso. A continuación, el mundo como lo
conocían dio vuelta de cabeza.
En el momento en que se unieron como uno solo, se adhirieron juntos como
imanes, una energía electrizante hizo cosquillear sus dedos y su cuero cabelludo.
Luego, sus pulmones se vaciaron cuando una fuerza mística los elevó de la cama,
suspendiéndolos en medio del aire. La energía vibrando desde sus extremidades
fluyó hacia dentro, cada fuerza electrificante colisionando con la otra, y calor
explotó por sus venas, emanando de su piel e iluminando la atmósfera. Justo
cuando gotas de sudor empezaban a formarse, una ola de aire fresco se precipitó
sobre ellos, como una inundación de euforia física, mental y emocionalmente
increíble.
Con sus corazones desbocados, se aferraron el uno al otro mientras caían en
la cama sorprendidos, aturdidos y cambiados. Todavía se miraban fijamente, pero
se veían de forma distinta, con perfecta claridad. Lo que una vez fue hermoso
había llegado al nivel de mágico, y una luz dorada brillante rodeaba ahora sus
vibrantes cuerpos, uniéndose a la luz de sus resplandecientes auras.
Se habían vinculado, cada pieza intangible de ellos conectada
indefinidamente. 250
—Vaya —exclamó Rhosewen—. Eso… fue… increíble.
Aedan inhaló profundamente, cerca de un frenesí sin sentido. Luego exhaló
mientras tomaba la mejilla luminosa de Rhosewen con su palma, susurrando contra
sus labios sonrientes.
—No hemos terminado, mi amor. No estamos ni cerca.

251
23
Traducido por Jenn Cassie Grey y Silvia Gzz
Corregido por LizC

V
inculados. Aedan y Rhosewen no lo podían creer. La vinculación
era muy rara, pero más aún, era algo sorprendente que dos niños
vinculados se hayan conocido y se enamoraran. Para Rhosewen y
Aedan vincularse era nada menos que alguna clase de milagro. Tan lejos como
ellos sabían, era la primera vez.
—Eso, mi hermosa Rose —susurró Aedan, abrazando su lánguido cuerpo
más cerca—, fue el momento más increíble de mi vida. Había escuchado de ello,
pero las palabras no pueden hacerle justicia.
—¡Lo sé! —concordó ella, sonriéndole—. Fue increíble, absolutamente
incomparable a nada que haya experimentado antes. Aún no puedo creerlo. Tal vez
estoy soñando.
—Bueno, hazme un favor… no te despiertes.
—Si hacerte el amor no me despertó, entonces nada lo hará.
Él rio mientras se inclinaba hacia delante, rozando sus labios a través de su
frente.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad? Estás estancada conmigo. Para
siempre.
—No querría que fuera de otra forma —le aseguró.
—Bien —dijo con aprobación, acariciando sus rizos, temiendo el momento
en que tuviera que dejarla ir—. Necesitamos comenzar a trabajar en una casa, mi
amor. Nuestro actual acuerdo de vivienda ya no funciona para mí.
—Oh, no —jadeó ella.
252
Aedan se apartó, encontrando sus mejillas sonrojadas y sus ojos bien
abiertos.
—¿Qué pasa? —preguntó. Para él, el mundo estaba bien, así que no tenía
idea de qué era lo que podía estar perturbándola.
—¡Mis padres! —exclamó—. Ellos van a saber. Tan pronto como nos vean
mañana, van a saber qué es lo que hicimos y cuándo lo hicimos.
Aedan no había considerado eso aún, pero tenía razón. Tan pronto como
Morrigan y Caitrin los vieran juntos, notarían sus luces vinculadas. Por lo tanto,
sabrían que su hija tuvo sexo en su casa mientras estaban dormidos al otro lado
del pasillo.
—Lo siento, Rose. No podíamos haberlo sabido.
—Lo sé —suspiró, tratando de relajarse—. Está bien. Estará bien. Pero es
vergonzoso.
—Y enervante —masculló Aedan, su estómago retorciéndose ante el
pensamiento de la expresión que vería en la cara de Caitrin en la mañana.
¿Cuántas veces podía estropearlo todo cuando tenía que ver con sus futuros
suegros? Parecía que estaba en la vía rápida para averiguarlo. Nunca había puesto
tanto empeño en estar en buenos términos con alguien, aun así, cada vez que
avanzaba un obstáculo se interponía en su camino. No era que alguna vez se
arrepintiera de haberse vinculado con su perfecta Rose. Podría decepcionar al
mundo entero solamente para tenerla mirando hacia él como si fuera el único
hombre en la tierra.
Rhosewen estaba inundada en la obvia admiración de Aedan, sus labios
curvándose en una pequeña sonrisa. Entonces se acurrucó en su pecho.
—Si alguien va a entender, deberían ser ellos, ¿cierto? Saben cómo es esto.
—Sí —dijo Aedan riendo—. Tal vez tu padre estará tan impresionado con mi
moderación hasta este momento, que se le olvidará odiarme.
Rhosewen rio y se recostó contra su pecho.
—Eso espero, porque si te echa, nos tocará acampar en el bosque.
—¿Te desterrarías por mí? —preguntó.

253
—En un latido —le confirmó, tocando con sus labios sus pulsantes
pectorales. Entonces ambos se quedaron en silencio, sin decir nada mientras se
deleitaban en su nuevo descubrimiento, felicidad, amor y unidad.
Eventualmente Aedan posó sus labios contra sus rizos, susurrándole
suavemente mientras besaba su oreja.
—¿Regresarás pronto a tu habitación?
Ella sonrió y giró su cabeza, alzando sus cejas sugestivamente.
—¿Tienes una mejor idea?
—De hecho, la tengo —dijo, jalándola hacia él mientras rodaba sobre su
espalda. Y con eso, ambos comenzaron a hacer el más perfecto e inimaginable
amor.
~***~
A la mañana siguiente, con el fin de evitar la vergonzosa situación, Aedan y
Rhosewen entraron a la cocina de la mano, pareciendo culpables mientras se
detenían en la puerta.
Cuando Morrigan alzó la mirada, su boca cayó abierta y dejó caer un huevo
en el suelo.
—Rhosewen —exhaló, con una mano sobre su pecho mientras se
precipitaba hacia ellos.
Tomó las mejillas de Rhosewen, intentando escanear sus ojos. Luego cubrió
su cara con besos.
—Oh, dulzura… estoy tan… feliz por ti. —Ella se desplazó hacia Aedan,
besándolo también—. Por… ambos.
El sonido del huevo estrellándose hizo que Caitrin alzara la mirada, y como
su esposa, su boca se abrió. Estudió la neblina dorada alrededor de su hija y
después posó su mirada en Aedan, aclarándose la garganta mientras se levantaba
de su asiento.
—Felicidades —ofreció, con una mano sobre su corazón a medida que
rodeaba la mesa. Después de estrechar la mano de Aedan, acunó el rostro de
Rhosewen, escudriñándolo con ojos empañados—. Estoy feliz por ti, cariño. Ésta es
una grandiosa unión. —Besó sus sonrosadas mejillas y entonces miró a Aedan—.
Por no decir increíble.
254
—Nosotros mismos estamos bastante sorprendidos —concordó Aedan—.
¿Había escuchado de algo como esto?
—No. Si esto ha pasado antes, ha permanecido como un secreto bien
guardado. Esto podría ser historia.
—No quiero hacer historia —contrarió Aedan—. Solamente quiero cuidar de
Rose y mantener nuestras vidas para nosotros mismos. Esto no es asunto de nadie.
—Cierto —concedió Caitrin—, pero todo el mundo que te conozca sabrá lo
anormal que es esto.
—Sí, pero no estoy preocupado por ellos. Sería preferible si esto no se
esparciera más allá de nuestros amigos y familia.
—Una petición razonable —aprobó Caitrin—. Haré mi parte para lograrlo,
pero parecería que los Cielos ya te están sonriendo, un regalo que un simple
mortal como yo simplemente no puede entender.
Aedan le sonrió a Rhosewen.
—Rose y yo hemos sido muy afortunados, bendecidos por los Cielos y
amados por nuestras familias.
Caitrin miró a las nuevas almas vinculadas por un momento más y luego
aclaró su garganta.
—¿Hay una boda en el futuro?
—Sí —respondió Aedan—. Anoche le pedí a Rose que se casara conmigo, y
ella aceptó. Tu bendición y la de Morrigan significarían mucho para nosotros.
—Por supuesto que tienen nuestra bendición —afirmó Caitrin, envolviendo
su brazo alrededor de los hombros de Morrigan—. Seríamos tontos si pensáramos
que podemos mantener a una pareja vinculada separada. No querríamos
intentarlo.
—Nunca —concordó Morrigan—, no sea que la diosa Willa nos castigue.
—¿La diosa de la misericordia? —Aedan rió—. Si no castigó al señor del
inframundo, no estará apuntando a nadie de por aquí. Y gracias por su bendición.
La llevaremos en nuestros corazones.
—Gracias, papá —añadió Rhosewen, cerniéndose sobre él para besar su
mejilla.
Morrigan estaba fuera de sí por la alegría, y saltaba con anticipación.
255
—Tenemos mucho que hacer si vamos a planear una boda. Necesitaremos
un vestido, flores, un anillo…
—Tengo un anillo —interpuso Rhosewen—. Él me lo dio anoche.
Orgullosamente mostró su anillo, y Morrigan jadeó mientras tomaba su
muñeca, queriendo mirarlo de cerca.
—¿Qué es esta piedra? —preguntó, girando la mano de Rhosewen de un
lado a otro—. Es hermosa.
—Zultanita —respondió Rhosewen, sonriendo de oreja a oreja.
Sus padres miraron su rostro, asegurándose de haber escuchado
correctamente.
—¡Lo sé! —exclamó ella—. ¿No es grandioso? —revoloteó por el suelo y
lanzó sus brazos alrededor del cuello de Aedan, plantándole un beso en la
mejilla—. Y es mío.
~***~
Sin ninguna razón para retrasarla, la boda fue planeada y agendada para
dentro de un mes; fijada para el tercer fin de semana en Julio. Los votos serían
dichos en las tierras del aquelarre, y docenas de invitados volarían para ser
testigos.
Rhosewen había tomado un permiso para ausentarse del trabajo, en parte
porque odiaba pensar estar lejos de Aedan cada día, y en parte, para ayudar con
los arreglos de la boda, pero su ayuda fue innecesaria. Con tantas brujas peleando
para ofrecerle su ayuda, la novia y el novio apenas tomaron decisiones, y
estuvieron de acuerdo con todo, así las decisiones fueron hechas fácil e
inmediatamente.
Con su boda siendo organizada por otros, Aedan y Rhosewen se
concentraron en construir su casa. Todo dentro, sobre y alrededor había sido
tocado por sus manos y magia, reflejando sus gustos y talentos.
Tres días antes de la boda, colgaron su columpio en el porche, completando
exitosamente su nuevo hogar. Mientras estaban de pie en el jardín de rosas,
admirando su trabajo, Daleen y Serafín llegaron, viendo a su alrededor mientras
aterrizaban en medio del lugar. Cuando observaron a Aedan y Rhosewen,
sonrieron con alegría y volaron hacia delante, con los brazos extendidos.
—No puedo creerlo —exclamó Daleen, abrazando fuertemente la cintura de 256
Aedan—. ¿Cuáles eran las probabilidades?
—En esto… —dijo Serafín, dándole a Rhosewen un gentil abrazo—, no hay
probabilidades. —Dio un paso hacia atrás, tomándose un momento para escanear
a la feliz pareja—. Las luces de vinculación se ven adorables y absolutamente bien
en ustedes, chicos. Los Cielos les sonríen a mi hijo y a su prometida.
—Nos bañan en bendiciones —concordó Aedan, tomando a Daleen y a
Rhosewen bajo sus brazos.
Después de un recorrido por la comunidad, Aedan les mostró a sus padres
la habitación de invitados de Caitrin y Morrigan. Entonces sugirió que Daleen viera
los preparativos de la boda con Morrigan y Rhosewen mientras los magos hacían
un viaje a Cannon Beach.
Treinta minutos después, los tres hombres se sentaban en una esquina vacía
en la cafetería de la hermana de Caitrin, Cinnia Giles.
Aedan le había hecho ver a Rhosewen que este era un viaje placentero, pero
fue todo menos agradable. Ignorando su delicioso café, miró a su papá, su barbilla
y sus hombros tensos.
—¿Dónde está Medea? —demandó.
Por dos semanas habían estado rastreando los movimientos de Medea. Se
había vuelto nómada, dejando su casa el mismo día que Aedan lo había hecho. A
una semana de sus viajes solitarios, Serafín recibió terribles noticias.
Aedan podía recordar vívidamente la llamada de su padre.
—Acabo de recibir noticias del sur de Texas —había revelado Serafín—,
Medea estuvo ahí ayer.
Al principio Aedan estuvo aliviado de escuchar que Medea estaba tan lejos.
Tres días antes había sido vista a treinta kilómetros al este de Portland. Escuchar
que estaba en el corazón de América había aliviado el nudo en su estómago.
Pero Serafín tenía más por decir.
—Ella está buscando a Los Imperdonables, Aedan.
El corazón de Aedan se había detenido. Y olviden el nudo; su estómago se
agitó y dio un vuelco, su contenido trepando su hinchada garganta.
—No —graznó.
La tristeza en la voz de Serafín había revelado mucho más que sus palabras.
—Eso me temo, hijo.
257
Los Imperdonables… era una unión de villanos fundada en 1947 por un
despiadado y determinado mago llamado Agro; el grupo más temido por los
magos que rondaban el continente desde el año 1600.
De acuerdo con los rumores, Agro había sido un adolescente rebelde que
desafió las reglas morales y el autocontrol, enojado por los límites establecidos en
su magia. Sentía que los magos debían reinar en lugar de esconderse, pero la
mayoría de los aquelarres, el suyo incluido, estaba en desacuerdo, de modo que
dejó su hogar y comenzó a buscar individuos que compartieran sus retorcidas
convicciones. Buscó a magos poco convencionales y poderosos, aquellos con
habilidades inusuales. Entonces hizo todo lo que estaba en su poder para esparcir
su evangelio.
Naturalmente carismático y anormalmente convincente, era bueno
convenciendo a la gente que su causa era justa. Y si realmente deseaba la
obediencia de alguien reacio a caer en sus mentiras, simplemente lo obligaba a
unirse, usando tortura, chantaje o su siempre creciente poder. Llamó
pretenciosamente a su clan la Elite Oscura, instándolos a abusar de su poder
mágico y a correr en ayuda de los malhechores. Rápidamente se encariñó con los
niños vinculados entre sus filas y se tomó su tiempo en buscarlos, añadiendo
tantos a su tropa como podía.
Sus números crecieron hasta que fueron demasiados para evadir con
seguridad a sus enemigos, así dividió sus tropas, escogiendo a niños vinculados
para dirigir a los demás. Permanecieron ocultos, saliendo para causar estragos y
esparcir rumores sobre la magia entre aquellos que no tenían. Luego se
desvanecieron para no ser vistos de nuevo hasta que los más inocentes no se lo
esperaban. Sus inconfesables y sanguinarios actos les había merecido el título de
Los Imperdonables, tan solo el nombre azotaba el miedo en el corazón de las
personas. Familias mágicas hacían lo que podían para protegerse a sí mismos, lo
cual no era mucho. Su única defensa era evitar darles a Los Imperdonables una
razón para llegar acercarse. Las familias vinculadas en particular prestaron atención
a este consejo.
Aedan no fue capaz de decir algo más que “Te llamo más tarde” a Serafn ese
día. Había estado demasiado inquieto. Podría haberse encargado de Medea, pero
Los Imperdonables eran una historia diferente.
Había pasado una semana desde la espantosa llamada telefónica, y las
únicas tres personas conscientes de las malas noticias estaban sentadas
discutiendo esto en Cinnia’s Café.
258
Con expresión sombría, Serafín contestó la pregunta concerniente al
paradero de Medea.
—Está fuera del radar.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó Aedan.
—Cuatro días. Fue vista por última vez a las afuera de Nueva Orleans.
Aedan dejó caer su puño sobre la mesa, derramando café de su taza
humeante.
—A Los Imperdonables les encanta Nueva Orleans.
—Lo sé —susurró Serafín, limpiando mágicamente el derrame.
Aedan sacudió la cabeza, su mandíbula tan tensa que apenas podía hablar.
—Esto es malo. Muy malo.
—Sí —concordó Serafín—. Esto podría ser malo.
—Vamos a ver esto racionalmente —sugirió Caitrin—. Los Imperdonables
no tienen ningún uso para Medea. Es mediocre en el mejor de los casos, por lo
tanto, no le concederán ningún favor. Podrían enseñarle una cosa o dos, seguro,
pero no van a hacer el trabajo sucio por ella. Así que tenemos que preocuparnos
de que Agro sea alertado de nuestra situación especial.
—Precisamente —acordó Serafín.
Aedan estaba perdido en sus pensamientos y no hizo comentario alguno, de
modo que Caitrin continuó.
—A Agro le encantaría saber que tú y Rhosewen están vinculados, pero no
es razón para que él resurja. Es más probable que espere de nueve a diez meses
antes de hacernos una visita. Todo el mundo sabe que no busca parejas
vinculadas… solamente a sus hijos.
Aedan se estremeció, descansando sus codos sobre la mesa mientras
enterraba su cara en sus manos.
Después de un momento de tenso silencio, Serafín susurró ominosamente.
—¿Qué es lo que no nos estás diciendo, hijo? ¿Rhosewen está embarazada?
Aedan se levantó, arrastrando lentamente los dedos por su cara.
—No lo sé. 259
—¿Qué quieres decir con que no sabes? —demandó Caitrin.
—Quiero decir que no lo sé —espetó Aedan, frustrado, preocupado e
increíblemente temeroso por la seguridad de Rhosewen. Tomó una profunda
respiración, tratando de reponerse. Luego se inclinó hacia delante, con elaborada
calma—. La noche que nos vinculamos, antes de nosotros saberlo, Rose y yo
estuvimos de acuerdo en tener un niño juntos, así que no nos pusimos protección
alguna en su lugar. Sé que las parejas vinculadas no necesitan ninguna, que
tenemos que decidir conscientemente tener un bebé. Sé todo eso, pero no sé qué
se hace en nuestra situación. Tomamos la decisión, pero la hicimos antes de estar
vinculados. ¿Así que eso cuenta? Si es así, sí, Rose está embarazada. Si no cuenta,
no, no lo está. A menos que nuestra primera vez no cuente como una experiencia
vinculada, en cuyo caso nuestra falta de protección podría significar que ella lo
está. Después que nos unimos, nos dimos cuenta de la clase de peligro que
nuestro hijo enfrentaría y decidimos esperar, pero ambos sabemos que existe una
posibilidad de que ella ya esté llevando a nuestro bebé. Por lo tanto, como ven —
concluyó tranquilamente—, no lo sé. —Cubrió su cara de nuevo, tratando de no
perder la razón. La necesitaba para conseguir salir de este lío.
Caitrin y Serafín lo miraron en silencio por un largo rato. Luego Serafín se
aclaró la garganta.
—Lo siento, hijo. No tengo algún consejo, porque tampoco lo sé. ¿Has oído
hablar de una situación similar, Caitrin?
—No —gruñó Caitrin.
Con los hombros hundidos, Aedan deslizó la mano a su barbilla,
encontrando sus miradas con ojos tensos.
—Si Rose está embarazada, y Medea encuentra a Los Imperdonables, esto
podría significar… esto podría resultar… —Su cabeza cayó dentro de sus palmas, su
garganta demasiado apretada para hablar.
—Escucha —susurró Serafín—. No sabemos nada con seguridad. Si resulta
que Rhosewen está embarazada, tomaremos las precauciones necesarias, pero
ahora tienes que recobrar la compostura. Por el bien de Rhosewen, si no por ti
mismo. Te vas a casar con tu compañera vinculada el sábado, y eso es algo para
celebrar. Nos preocuparemos sí y cuándo llegue el momento.
—Escúchalo —recomendó Caitrin.
Pero Aedan apenas asintió. Sería fuerte por su bella Rose, pero los nudos y
la preocupación permanecerían en su interior. 260
~***~
Para la tarde del sábado, el césped fue preparado para una hermosa boda.
Sillas blancas adornadas con satinadas cintas verde esmeralda se extendían en filas
curvas frente a un largo arco comprendido de rosas azul mar y verde esmeralda
rebosantes en torcidas viñas de oro. Detrás de las sillas, estaba posada una enorme
mesa redonda, la mayor parte de su superficie dedicada a una gran fuente de agua
resplandeciente, aun así podría albergar fácilmente suficiente comida para servir a
más de doscientos invitados. Peces tropicales nadaban en las profundidades de la
fuente, y su brillante superficie azul ondulada donde pétalos de rosas flotando
atrapaban la suave brisa.
Rhosewen estaba de pie en la sala de estar de sus padres, preparándose
para casarse con el hombre de sus sueños, su amor perfecto, su alma gemela. No
podía esperar.
Morrigan y Daleen revoloteaban sobre ella, pero ella permaneció serena
mientras observaba a Cordelia Kavanagh, su amiga y miembro del aquelarre,
arrullar a su bebé.
—No puedo creer esos hoyuelos —dijo Rhosewen, señalando hacia el
bebé—. Son más profundos que los de su papá, y juro que consiguen estar más
bonitos cada día.
—Lo sé —dijo Cordelia radiante, sumergiendo el dedo índice dentro del
pequeño aunque definido hoyuelo en la mejilla izquierda de su niño—. Es
hermoso, ¿cierto?
—Es perfecto —confirmó Rhosewen.
—Aún no puedo creer lo afortunada que soy —suspiró Cordelia—. Primero
encuentro a mi pareja vinculada, ahora esto. Algunas personas tienen toda la
suerte del mundo.
Mientras Rhosewen miraba a Cordelia acariciar a su bebé, reflexionó en lo
que sabía de su “felices para siempre”. Cordelia se trasladó al aquelarre de
Rhosewen dos años atrás, después de vincularse con Kemble, uno de sus miembros
de toda la vida. Se habían encontrado mientras visitaban a un amigo mutuo en
Roma, y había sido amor a primera vista, de modo que Cordelia dejó felizmente su
hogar en Alaska. Ella y Rhosewen encontraron al instante interés mutuo, llegando a
ser rápidamente amigas y ahora que ambas estaban vinculadas, se habían vuelto
aún más cercanas. A medida que Rhosewen se deleitaba en el hermoso milagro de
madre e hijo, posó una mano sobre su vientre, preguntándose qué otras
similitudes podría compartir pronto con Cordelia.
261
Su visión fue interrumpida cuando Daleen dio un paso frente a ella,
envolviendo un vestido en su cuerpo, pero Rhosewen ignoró la prenda de vestir y
encontró al bebé de nuevo.
—Gracias por ser mi chica, Cordelia. Has sido de gran ayuda. —Ni siquiera
encargarse de un bebé de cuatro meses cada dos horas le había impedido a
Cordelia atender incluso la más pequeña diligencia de la boda.
—De nada —contestó Cordelia—. Estoy feliz de poder ayudar. Y Kemble
está emocionado de tener a Aedan cerca. Es como tú y yo, cuando Kemble me
arrastró de mi casa.
Por lo que parecía ser la millonésima vez, Rhosewen consideró cuán extraño
era que su aquelarre tuviera ahora tres parejas vinculadas. Un mago usualmente
tenía que viajar a diez o más comunidades antes de posar los ojos en una, sin
embargo, aquí habían tres. Esto parecía injusto para todos los demás. Rhosewen se
preguntó de nuevo, no por primera vez, si el destino los había unido, si habían sido
considerados dignos a la vista de las deidades, tocados y guiados por ellos, o si
eran simplemente el aquelarre más afortunado en el mundo.
Cordelia sostuvo a su bebé frente a ella, arrullándolo suavemente. Luego lo
cambió a su otro pecho.
—Estoy tratando de llenarlo antes de la ceremonia —dijo—. Dudo que esto
es lo que tienes en mente para las fotos de la boda.
—No seas ridícula —contrarrestó Rhosewen—. Es asombroso observar tu
hermoso cuerpo alimentar a tu hermoso bebé. Cualquiera que tenga la suerte
suficiente para verlo, debería contar sus bendiciones.
—Eso es lo que Kemble dice —respondió Cordelia—, pero entre nosotras,
pienso que está celoso.
—¿De ti o Quinlan?
—Bueno, reconozco que él saltaría a la menor oportunidad para alimentar a
Quinlan, y por supuesto disfrutaría el hacerlo, pero estaría más allá de contento al
estar dos horas alimentándolo a su propio horario, así que diría que es un poco de
ambos.
Rhosewen rio a medida que Morrigan y Daleen la giraban frente al espejo.
Entonces su risita sofocada se desvaneció al examinar su reflejo desde la cabeza a
los pies.
262
Todo en ella brillaba: su piel, que parecía estar empolvada con brillo
prismático; sus bucles sueltos, que estaban entrelazados con hebras delicadas de
plata y atada con pequeños capullos de rosas azul mar; y su vestido de corte
griego de sedosa gasa, que tenía miles de minúsculas piedras aguamarinas
adornando el escote y la cintura imperio, así como también filamentos de plata
entrelazados a través de su suave falda en capas y la gasa pura flojamente
cubriendo su escote. Incluso sus uñas brillaban, resplandeciendo del mismo color
exacto de la zultanita en su anillo de bodas. Cuando la gema brilló de color verde
pálido, lo hicieron sus uñas. Cuando la gema se desvaneció al rosa, lo hicieron sus
uñas. Todo el conjunto estaba meticulosamente pensado y diseñado en base a sus
preferencias y las de Aedan, y así, se sintió cada pizca de mujer que él se merecía.
—Perfecto —susurró, sonriendo a Morrigan y Daleen, quienes habían estado
los pasado dos días elaborando su atuendo—. Han hecho un trabajo
extraordinario. Gracias.
Sus auras pulsaron con orgullo, y ni siquiera las lágrimas fluyendo por sus
mejillas pudieron ahogar sus brillantes sonrisas.
~***~
A las tres en punto, el césped retumbaba con una charla tranquila, una
suave música de piano, y un distante canto de pájaro; Aedan estaba de pie
descalzo debajo del largo arco, esperando a que Rhosewen hiciera su entrada
sobre el césped a través de la puerta frontal de Caitrin y Morrigan.
Su atuendo era casual: un cómodo pantalón caqui y una blanca camisa
abotonada hasta arriba, la cual dejó fuera del pantalón. A él no le importaba lo que
llevaba. Se habría casado con Rhosewen en nada más que un par de zapatos de
payaso si eso es lo que ella quería. En cuanto a su atuendo, él solo tuvo una
solicitud: que el último botón de su camisa estuviera abierto para así mostrar la
placa de la rosa de oro que Rhosewen le había hecho a mano. Unida a una
trenzada cadena de cuero y grabada con sus nombres y fecha de vinculación, era el
único objeto material que poseía y que consideraba incalculable.
Él era el epítome de la tranquilidad, ansioso solamente por ver a su novia,
pero eso no era nada nuevo. Le dolía posar sus ojos en ella cada vez que se
alejaba.
Cuando la puerta se abrió, sus miradas se encontraron, y sus luces
vinculadas estallaron libremente, mezclándose con sus eufóricas auras. La brillante
combinación se arremolinó a lo largo de la piel reluciente de Rhosewen y giró a lo
263
largo de su cabello fluyendo suelto a medida que flotaba agraciadamente hacia
delante, urgiendo a sus padres para avanzar más rápido.
Cuando llegaron al final del pasillo de pétalos, Rhosewen besó las manos de
sus padres y entonces los soltó, alcanzando a Aedan en su lugar. Él también la
buscó, y cuando las puntas de sus dedos se tocaron, la luminosidad de ambas
luces de vinculación, los envolvió en una reluciente esfera dorada.
Él la acercó más y luego la sostuvo firmemente contra sí a través de toda la
ceremonia, sus ojos clavados en el otro y sus cuerpos temblando.
Cuando Aedan sonrió y besó a la novia, cientos de palomas blancas se
precipitaron a través del claro, dejando caer montones de pétalos de rosas azules y
verdes, y los invitados aplaudieron, disparando hechizos coloridos en el aire.
Aedan y Rhosewen escucharon a sus seres queridos, pero siempre se
observaron el uno al otro, incapaces de reprimir sus sonrisas. Las yemas de los
dedos de él se deslizaron a través de su mejilla rosada y entonces recogió un
pétalo desde sus brillantes bucles. Cuando sopló suavemente sobre la
resplandeciente superficie sedosa, ésta estalló en un mar de purpurina azul,
formando su nombre.
El rostro de Rhosewen, así como su aura se iluminaron. Jalándolo a
continuación en otro beso, susurrando contra sus labios.
—Te amo, Aedan.
—Eres mi vida, Rose —susurró en respuesta, alzándola del suelo—. Para
siempre.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y apoyó la cabeza sobre sus
hombros, suspirando pacíficamente.
—Para siempre.

264
24
Traducido por Zoe Benson y Rihano
Corregido por Helen1

D
espués de un fantástico festín abundante en variedad, la mesa
desapareció mágicamente, pero la fuente de agua permaneció allí, al
nivel del suelo y rodeada de bancos forrados en seda. Las sillas
fueron reubicadas alrededor de una hoguera, y una mesa con aperitivos y bebidas
reemplazó el arco. Flautas encantadas y guitarras acústicas se materializaron cerca
de la línea de árboles al norte, y suave música empezó a resonar en medio de
animadas risas y brillantes conversaciones.
Cerca de la medianoche, el jardín se desocupó de aquellos que no iban a
quedarse, pero la banda encantada continuó tocando para el aquelarre. Serafín y
Daleen se quedaron, así como también Kearny, el amigo de Aedan, quien decidió
hacerlo después de haber conocido a Enid, la prima de Rhosewen. Los dos se
llevaron bien de inmediato y permanecieron cerca del bosque circundante,
conociendo más el uno del otro.
Aedan miró a su esposa, preguntándose cómo había sido tan afortunado.
Luego se inclinó más cerca, oliendo su cabello mientras susurraba:
—Baila conmigo.
Rhosewen volteó hacia él felizmente, y él envolvió un brazo en su cintura,
dándole vueltas en el aire.
—¿Fue la boda de tus sueños?—preguntó.
—Mejor —respondió ella.
—Bien —aprobó, recuperando el ritmo.
Él no tenía que igualar el ritmo de la música; los instrumentos hechizados
habían estado a la par con el suyo, por lo tanto era libre para concentrarse en los
ojos encantadores, labios rosados y piel brillante de Rhosewen.
265
—Parece imposible —susurró él.
—¿Qué? —preguntó ella, pensando que el mundo era exactamente como
debía ser.
—Que serás más hermosa mañana de lo que eres esta noche —explicó él—.
Pero no es imposible, porque así es a diario. Cada mañana, cuando te veo, eres
más hermosa de lo que recuerdo. Me dejas sin aliento cada vez.
Lágrimas escocieron los ojos de Rhosewen mientras le apretaba las mejillas.
—Te amo, Aedan. Lo eres todo para mí.
—Suena como si estuviéramos hechos el uno para el otro —dijo él en
broma, levantándola en el aire. Luego giró y llevó sus labios a los de él.
Todavía seguían besándose cuando Kearny y Enid salieron disparados de los
árboles, planeando inusualmente cerca del suelo. Cuando se aproximaron, sus pies
giraron hacia afuera frente a ellos, poniéndose al tanto con sus cuerpos sin aliento,
y Aedan y Rhosewen los miraron, encontrando sus rostros totalmente blancos.
—Los Imperdonables —advirtió Kearny.
El abrazo de Aedan se apretó mientras dedos helados agarraban su corazón.
—¿Hace cuánto?
—Treinta segundos. Tal vez.
—Mierda.
Aedan se volvió hacia la multitud, y Rhosewen giró con él, atrapada por sus
tensos bíceps. Los instrumentos se habían estrellado contra el suelo, y el lugar
estaba en silencio, sus ocupantes congelados.
—¿Qué están esperando? —gritó Aedan—. ¡Vayan! Lleven a los niños
adentro. Kemble… —murmuró, buscándolo—, toma a Cordelia y Quinlan y
escóndanse, los tres.
Sus gritos sacaron a todos de su trance, y muchos de ellos se dispersaron.
Pero Morrigan, Caitrin, Serafín y Daleen acudieron hacia su descendencia, y varios
magos adultos formaron un frente unido tras la familia dorada.
—¿Qué está pasando? —preguntó Rhosewen—. ¿Por qué Los
Imperdonables están aquí?
266
Aedan se encontró con su mirada aterrorizada, el terror retorciéndole las
entrañas.
—Medea —fue lo único que logró decir, y le dolió decirlo. Esto era su culpa.
Todos en la comunidad, todos los que más amaba, corrían terrible peligro por su
culpa.
Como si la hubiera llamado, Medea acechó lentamente desde la línea de
árboles al sur, su atención centrada en Rhosewen. Se veía salvaje, sus ojos dorados
enloquecidos; su cabello mate y sin brillo. Odio y venganza consumían su aura,
cambiando no solo los tonos, sino la forma en que fluía, lenta y sombría,
constantemente drenándose de vida. Otro cambio notable, uno que tenía todo que
ver con la situación en cuestión, era la cicatriz morada estropeando su huesuda
mejilla derecha. De alrededor de un centímetro de ancho y siete de largo,
dominaba horriblemente sus rasgos.
Furia hirvió en la sangre de Aedan mientras el miedo retaba a su fuerza. Ella
lo había hecho. Los había vendido a la mortal Elite Oscura.
—No puedo creer que hayas hecho esto, Medea. ¿Y para qué? Te has
condenado a ti misma tanto como nos has condenado a nosotros.
Medea no respondió. Solo corrió una descuidada uña por su fea cicatriz
mientras otros treinta magos emergían del bosque. Usando mantos voladores
color rojo sangre, se aproximaron en una perfecta V con Agro en su punta. Cuando
estuvo a tres metros de distancia, se detuvo, pero los otros formaron un medio
círculo alrededor de la audaz pero aun así asustada familia.
Atractivamente amenazador con largo cabello castaño, un rostro angular, y
brillantes ojos naranjas, Agro estiró cordialmente su brazo, su mirada deslizándose
por encima del grupo unido.
—Compañeros magos —los saludó, apreciando el abundante brillo
dorado—. Cuán agradable es verlos a todos reunidos. He escuchado maravillas de
su aquelarre.
Caitrin cuadró sus hombros y aclaró su garganta, hablando tan uniforme
como le fue posible.
—¿Qué estás haciendo aquí, Agro?
Agro lo miró con leve interés y luego miró a Morrigan.
—Es una boda, ¿cierto? Estoy aquí para darle a la feliz pareja mis mejores
deseos. 267
—No fuiste invitado —respondió Aedan cortante, sus músculos crispándose
alrededor de Rhosewen.
Agro entrecerró los ojos, examinando a Aedan de pies a cabeza.
—A ver, chico. ¿Es esa la forma de tratar a un invitado?
—No fuiste invitado —repitió Aedan, llevando su mirada a Medea, quien se
estaba moviendo fuera del círculo, su atención en Rhosewen.
Sus labios se entreabrieron y sus dedos temblaron.
—¡No! —soltó Aedan, girándose para cubrir a Rhosewen.
Medea se detuvo y calmadamente empezó a caminar en otra dirección.
—Debes ser Aedan —concluyó Agro—. Y esta debe ser Rhosewen, tu belleza
dorada.
Medea enseñó los dientes y siseó.
—Bueno, vamos —dijo Agro riendo, balanceando un dedo en el aire—, no
seamos groseros. —Y rio nuevamente, dándole un guiño a Aedan—. Tienes suerte
con las mujeres, chico. Dime, ¿es carisma natural… o hechicería?
Esta vez Rhosewen siseó, y Aedan acarició su cabello, pero no se atrevió a
apretar su agarre desesperado.
—No importa —continuó Agro—. Olvida a Medea. Es obvio que no
necesitaste hechicería para lograr esta unión. Debo admitir que no vine
simplemente a desearles lo mejor.
—¿En serio? —contrarrestó Aedan, observando a Medea acechar a las
afueras del círculo. Cuando sus labios y dedos temblaron, él giró en su dirección.
—Sí quería desearles lo mejor —clamó Agro, ignorando la maniobra de
Aedan—. Pero fue mi curiosidad la que me trajo aquí. Claro, ya deben saber eso. —
Miró intencionadamente a los recién casados, explorando sus neblinas doradas—.
No he oído de otro caso como el suyo en toda mi vida. Dos niños vinculados,
vinculándose entre ellos. Esta raza es tan rara, una especie en peligro desde el
inicio de los tiempos. Pero aquí están, desafiando las probabilidades… dejándolo
todo en familia. —Lamió sus labios lenta, voraz y envidiosamente. Entonces sonrió
de forma calculadora y chasqueó la lengua, sus cejas arqueándose sobre una
malvada sonrisa—. Dime, ¿hay niños en el futuro?

268
Un gruñido instintivo rugió en el pecho de Aedan, rodando por su garganta
y vibrando en su lengua, pero su atención permaneció en Medea, quien continuó
buscando una brecha. La encontró, y él rápidamente la cerró, deseando saber su
plan para así poderse defender de ello.
—Ahora te he hecho enfadar —observó Agro—. Mi curiosidad tiende a sacar
lo mejor de mí. Pero, ¿quién no se maravillaría con tu situación?
Caitrin dio un paso adelante, tomando ventaja de la fachada cortés de Agro.
—Ya es tarde. Si de hecho has cumplido con lo que viniste a hacer, necesitas
marcharte.
Agro inclinó su cabeza, sus modales desapareciendo mientras la indignación
tomaba lugar.
—Claro —respondió fríamente. Entonces miró de Aedan a Rhosewen, sus
ojos naranja flameando al rojo vivo—. Qué los Cielos los bendigan con regalos.
Estoy seguro que su unión será provechosa. Tal vez mi próxima visita traerá
mejores modales. Es imprudente el ser maleducado con los invitados.
Una flagrante amenaza.
Aedan miró por encima, encontrando la mirada de un monstro asesino que
había puesto sus ojos en su perfecta Rose, su perfecta familia.
A medida que todos observaban el intenso intercambio, nadie miró a
Medea.
El agarre de Rhosewen en la cintura de Aedan se tensó de repente. Entonces
un escalofrío sacudió su cuerpo de pies a cabeza.
—Rose —dijo Aedan entrando en pánico, girando la cabeza de golpe.
Todos los ojos fueron a la novia, Los Imperdonables tomaron vuelo,
desapareciendo rápidamente en la noche.
Rhosewen estaba temblando, pero parecía ilesa.
—¿Qué pasó? —preguntó Aedan—. ¿Qué te hizo?
—No lo sé —respondió Rhosewen—. Se sintió como si alguien hubiera
derramado agua helada en mi cabeza.
—¡Padre! —gritó Aedan—. Examínala.
Serafín se acercó, poniendo una mano en el hombro de Aedan. 269
—Necesito que la sueltes, hijo.
Aedan soltó su agarre de mala gana y dio un paso atrás, manteniendo su
mirada ansiosa en el rostro de Rhosewen. Serafín puso sus manos a medio
centímetro de su cuerpo y las movió de arriba abajo por toda su longitud, por
delante y por detrás. Hizo esto varias veces y retrocedió, llevándose una mano a la
barbilla.
—¿Y bien? —instaron Aedan y Morrigan a la vez.
—Si la alcanzaron con algo —murmuró Serafín—, no me es familiar. No
percibí nada malo.
—Verifica tú, Caitrin —insistió Aedan.
Caitrin se aproximó y besó la frente de Rhosewen. Entonces repitió la rutina
de Serafín.
—Nada —concluyó él, sacudiendo su cabeza lentamente.
Aedan no estaba satisfecho, así que se acercó y empezó a correr sus manos
sobre Rhosewen, realmente tocándola mientras buscaba una energía que no
perteneciera a ella. Deslizó sus manos bajo su falda y corrió sus palmas por sus
piernas desnudas. Luego corrió sus tirantes de seda a un lado y envolvió
gentilmente sus manos alrededor de su cuello, llevándolas por la parte superior de
su pecho, hombros y brazos. Cuando llegó a su espalda, desabotonó su vestido y
dejó a un lado el material, corriendo ambas manos arriba y abajo por su espalda.
Cuando se concentró en un lugar justo detrás de su corazón, se tensó.
—Aquí —dijo él, dándole a su padre acceso al área afectada.
Morrigan se aferró a Daleen por apoyo mientras Serafín colocaba una palma
en la espalda de Rhosewen. Cuando inclinó su cabeza tristemente, Morrigan
sollozó y colapsó en los brazos de Daleen. Caitrin rápidamente verificó por sí
mismo. Después de un momento de concentración, dejó caer su cabeza, cerrando
los ojos y tomando un respiro tembloroso.
Rhosewen se giró hacia Aedan con grandes y atemorizados ojos.
—¿Qué es?
—No lo sabemos —susurró el, tomándola en un abrazo.
—Pero me siento bien —contrarrestó ella—. Tal vez trataron y no funcionó.
—Tal vez —concordó Serafín, levantando la cabeza. 270
Aedan levantó la mirada, desesperado.
—¿Crees que sea cierto?
—Diría que es probable —respondió Serafín—, pero no imposible. Solo el
tiempo lo dirá. Nunca he sentido nada como ello, y no entiendo por qué ella no ha
experimentado ningún efecto colateral. Esto es o algo inusualmente avanzado y
completamente extraño para mí, o es un hechizo fallido.
La vaga respuesta no era lo que Aedan quería, así que miró a su hermosa
Rose, una vista siempre bienvenida.
—¿Estás segura que no te sientes distinta? —preguntó—. ¿Te duele en
alguna parte? ¿O estás experimentando sensaciones extrañas?
—No —aseguró ella—. Me siento bien. Tampoco me dolió antes. Solo sentí
frío y un cosquilleo.
Aedan escaneó su aura y miró a su padre.
—No estoy satisfecho. Quiero saber por qué su espalda se siente de esa
manera, ya sea si tiene un efecto en ella o no.
Serafín asintió mientras apretaba el hombro de Aedan.
—No puedo prometer respuestas, pero investigaré sobre ello.
—Yo también —ofreció Caitrin, tirando a Morrigan de Daleen. Entonces
colocó una mano en la parte trasera de la cabeza de Rhosewen.
Aedan miró a su esposa, rogándole a los Cielos que la mantuvieran a salvo
de la magia no identificada. No podía considerar la alternativa. Atormentaba su
interior, prácticamente cortando su suministro de aire. La alternativa lo mataría.
~***~
Durante los próximos días, Aedan llevó a cabo exámenes físicos en
Rhosewen cada noche, preguntándole múltiples veces si se sentía diferente, pero la
respuesta siempre fue no, y sus inspecciones dieron resultados normales.
Decidiendo que debió haber sido un hechizo fallido después de todo, todos
empezaron a relajarse.
Permanecieron resguardados frente a posibles visitas de Los Imperdonables,
y asumieron que estaban siendo observados desde la distancia, lo cual fue un gran
inconveniente para Cordelia y Kemble, quienes no habían salido de la casa con
271
Quinlan desde la boda. Pero en su mayor parte, la vida volvió a la normalidad. Por
un día o dos.
Rhosewen acababa de terminar de ducharse para ir a la cama y se paró
desnuda en el baño, examinando su cuerpo por dentro y por fuera. Tenía tres días
de retraso en su menstruación, algo que nunca le había pasado en su vida, por lo
que había estado llevando a cabo autoexámenes después de cada ducha, pero
hasta ahora habían sido infructuosos. No había encontrado nada más que su
propio y familiar cuerpo.
Con los ojos cerrados y la cabeza despejada, ella levantó las palmas de sus
manos hacia su abdomen inferior, concentrándose, sintiendo, buscando…
explorando… viendo…
Y lo encontró. Su alma no estaba sola. Otra se había unido a esta.
Sus ojos se abrieron de golpe mientras ponía sus manos más apretadas
contra su vientre.
—Bebé —susurró ella, mirando hacia abajo.
La emoción burbujeó en su pecho mientras la euforia ondeaba desde los
dedos de sus pies hacia su cabeza, haciéndola sentir ligera como el aire, consumida
por el más puro amor que alguna vez había experimentado. Pero la euforia no
duró mucho. Ésta se rompió cuando el dolor se aferró a cada hueso de su cuerpo,
doblando sus rodillas. Se agarró al borde del lavabo, apretando sus ojos
fuertemente y apretando los dientes, tratando de no gritar.
¿Qué estaba pasando? Estaba desorientada y asustada, inundada con la
embestida del ardiente y picoso tormento.
Tan repentinamente como la golpeó, el dolor disminuyó, dejando tras de sí
un dolor sordo y punzante. Se enderezó, se estabilizó y luego abrió los ojos,
perpleja pero muy feliz. Siempre había querido un bebé. Pero tener uno con Aedan
era un sueño hecho realidad. Su vida sería imposiblemente perfecta ahora.
Tomó una respiración profunda, asegurándose de que el dolor estaba bajo
control. Entonces salió del cuarto de baño, sintiendo una sensación desagradable
apretándose con cada paso. No tenía forma de saber si su aura reflejaba el dolor.
—¿Aedan?
Él levantó la vista de su libro y luego lo arrojó a un lado, frunciendo el ceño
mientras volaba de la cama y la sostenía en una posición acunada.
272
—¿Qué pasa? —preguntó, escudriñando su cuerpo.
—Yo… yo estoy…
—¿Estás qué? —instó—. ¿Estás herida?
Cuando Rhosewen observó su expresión de pánico, decidió no contarle del
episodio doloroso. Un bebé debe marcar una ocasión feliz. Quejarse con Aedan
sobre el dolor sería opacar la alegría, y ella se negaba a arruinar esto para él.
Hizo lo que pudo por parecer tan feliz como se sentía mientras colocaba
una mano tranquilizadora en su mejilla.
—Estoy embarazada, Aedan.
La emoción lo consumió, haciendo girar su cabeza e hinchando su corazón.
Cada sensación posible estalló en euforia: amor, felicidad, anticipación, asombro,
preocupación, miedo, y al encontrar los ojos de Rhosewen, de nuevo amor.
—Rose —susurró, su mirada vagando a su estómago, un refugio encantador
y maravilloso para mantener a su bebé seguro y caliente, mientras se convertía en
una pequeñita persona—. Un bebé.
—Nuestro bebé —dijo ella, poniendo sus manos sobre su vientre. El dolor
en sus huesos se agudizó, pero se obligó a permanecer inmóvil.
Aedan voló a la cama y suavemente la depositó en ella, colocando sus
manos sobre las de ella.
—Nuestro bebé —repitió él, descansando su cabeza sobre sus manos, pero
enseguida se levantó retrocediendo—. ¿Es demasiado pesado?
A Rhosewen le dolió, pero no por el peso en su vientre.
—No, pero acércate más. —Ella movió sus palmas, recolocándolas en sus
mejillas. Entonces deslizó sus dedos en su cabello, tratando de ignorar el sordo
dolor que no se iría—. ¿Qué tal eso? —preguntó ella—. ¿Mejor?
—Perfecto. —Él besó su vientre y luego se recostó, tirando de una de sus
manos hasta los labios para así poder besar sus dedos—. Te quiero, Rose. Y ya
quiero a nuestro bebé.
El dolor palpitó, pero no lo suficiente como para ahogar su alegría.
—Yo, también —dijo ella en voz baja, observando la parte superior de su
cabeza a través de lágrimas de felicidad.

273
Ella cerró los ojos, y después de un largo silencio, el dolor disminuyó,
dejándolos dormir el uno con el otro, y con su bebé en sus mentes y en sus
corazones.
~***~
A primera hora de la mañana siguiente, Aedan llamó a sus padres y les pidió
que volvieran a Oregon de inmediato. Ellos solo habían estado en casa durante tres
días, pero estuvieron de acuerdo sin dudarlo.
Ahora que Rhosewen sabía que estaba embarazada, otros magos lo sabrían
también, con solo mirar su aura, los colores testigo del amor y preocupación
congregados alrededor del vientre, su flujo vigilante de madurez y responsabilidad.
Ella estaba horneando, y la luz de su horno estaba encendida, así que no podía
salir de la casa. No le importó demasiado y nunca arriesgaría un viaje fuera si
existía la posibilidad de que Los Imperdonables estuvieran observando.
La preocupación de Morrigan y Caitrin pesó fuertemente sobre ellos, pero
hicieron todo lo posible para sonreír alrededor de su hija, no queriendo agravar su
estrés. No estaban engañando a nadie. Morrigan rara vez dejaba el lado de
Rhosewen en las veintidós horas que les tomó a Serafín y a Daleen llegar.
Una vez que la familia de seis personas se hubo reunido, se sentaron en el
salón de Aedan y Rhosewen para discutir sus opciones.
Para Aedan, solo había una.
—Tenemos que irnos —anunció, acariciando los nudillos delicados de
Rhosewen.
Daleen secó sus ojos con un pañuelo, Serafín besó el sedoso cabello de su
esposa, y Morrigan hundió su cara en el bíceps de Caitrin.
—Podrían ser seguidos —señaló Caitrin—. Entonces estarían solos para
enfrentarlos.
—Vamos a tener que tomar el riesgo —respondió Aedan—. Si nos
quedamos, ellos lo averiguarán y nadie en el aquelarre estará a salvo, sobre todo
nuestro bebé. Nuestra mejor opción es ocultarnos y esperar que nunca se enteren
que Rose concibió. Cambiaremos nuestros nombres y nos integraremos a una
comunidad no mágica. Siempre y cuando estemos juntos con solo nosotros
mismos de qué preocuparnos, tendremos la ventaja frente a los intrusos. Podemos
desaparecer en menos de un segundo, salir antes de que nadie sepa que estamos
allí. Podríamos escondernos así durante mucho tiempo. Hasta que sea seguro. 274
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó Caitrin, mirando a Rhosewen.
Ella negó lentamente con la cabeza, sacudiendo unas cuantas lágrimas
sueltas.
—No veo ninguna otra manera, papá.
La tristeza en su aura aferró el corazón de Aedan y lo retorció.
—Lo siento, Rose —susurró él, pasando el pulgar sobre sus lágrimas.
Ella agarró su muñeca y la apretó con fuerza.
—No lo sientas —insistió ella, moviendo su mano a su estómago—. No
acerca de esto.
Él pasó la mano por debajo de su camisa, encontrando su suave piel.
—Nunca de esto.
—Ellos tienen razón —interrumpió Serafín, encontrando brevemente la
mirada de Caitrin—. Lo mejor que podemos hacer es ponerlos a salvo sin ser vistos.
Al menos hay una posibilidad para ellos de esa manera. Agro hará cualquier cosa
para tener en sus manos a su bebé. Si se quedan aquí, va a descubrir la verdad
rápidamente. Y entonces no habrá ninguna esperanza… —Su voz se quebró, y un
triste silencio inundó la habitación, dejando a todos sin aliento.
~ *** ~
Para esa tarde, se hicieron los planes, las despedidas fueron dichas, y Aedan
y Rhosewen estaban tan preparados como ellos alguna vez estarían para salir de su
hogar. Por cuánto tiempo, nadie lo sabía.
Daleen había estado fuera todo el día, buscando un lugar para que ellos se
quedaran, y había conocido a una mujer agradable viviendo en Ketchum, Idaho.
Katherine Moore, de treinta y un años, era soltera y sin hijos, una secretaria de día y
una solitaria por la noche. Por suerte, o el destino, el que fuera, ella tenía un
apartamento sobre el garaje totalmente amueblado con los servicios públicos y
servicio telefónico necesarios. Daleen la agració con dos años de alquiler,
diciéndole la verdad en su mayoría: el apartamento era un regalo para su hijo y su
nuera que estaban esperando un bebé. Ella le dio a Katherine sus nuevos nombres,
Chris y Sara Callaway, y le dijo que ellos estarían llegando tarde esa noche,
insistiendo en que no los esperara levantada.
Daleen había resuelto el dónde, mientras que Aedan, Serafín y Caitrin
habían resuelto el cómo. Morrigan era un manojo de nervios, incapaz de apartar su
275
atención de Rhosewen por más de unos pocos segundos a la vez, por lo que no
participó en la planificación.
Los seis se irían juntos después de la puesta del sol, reduciendo la visibilidad
de sus cuerpos con el mismo hechizo que utilizaban cuando volaban durante el
día. Sin embargo, ocultar sus auras y luces de vinculación, era algo a lo que
ninguno de ellos estaba acostumbrado, así que Aedan y Rhosewen practicaron
durante todo el día, encontrando que era bastante fácil de hacer. Combinados, los
hechizos de ocultamiento proporcionarían una cobertura excelente, pero un mago
alerta de pie en el lugar correcto en el momento adecuado podría detectar
fácilmente el brillo de la evidencia, por lo que varios miembros del aquelarre
patrullaron las tierras y cielos circundantes, asegurándose que Los Imperdonables
no estuvieran lo suficiente cerca para presenciar la partida de la familia.
Dentro de la casa, Rhosewen y Aedan dijeron tristes despedidas a sus
padres. Los seis no estarían aterrizando juntos. De hecho, cada pareja estaría
aterrizando en una zona horaria diferente.
Las brujas lloraron, y los magos se inclinaron, con los ojos brillantes y rojos.
—Manténgase en contacto —insistió Serafín, agarrando los hombros de
Aedan—. Nos aseguraremos que nadie escuche nuestro lado de la conversación.
—Lo haremos —susurró Aedan, con la garganta demasiado apretada para
hacer más.
Cuando la noche se acercó, alguien llamó a la puerta, y Aedan
perezosamente se movió para abrirla, deseando que la tarea lo distrajera más de
unos pocos segundos.
—Kemble —saludó, escudriñando su aura.
—Todo está despejado —le informó Kemble—. No hemos visto a nadie.
—Gracias —murmuró Aedan, empezando a alejarse. Luego hizo una pausa y
miró hacia atrás—. ¿Vas a irte también?
Kemble se encogió de hombros mientras miraba a su casa.
—No lo hemos decidido.
—Deberías —insistió Aedan—. Si Agro viene en busca de nosotros y ve tus
luces… —Él tragó saliva y sacudió la cabeza—. Solo vete, aléjate por un tiempo. Tal
vez quédate con los padres de Cordelia.
Kemble asintió pensativo.
276
—Cordelia y yo hemos hablado de nuestras opciones. Si decidimos irnos,
tenemos lugares para alojarnos. —Él miró la cara llena de lágrimas de Rhosewen,
luego encontró la mirada triste de Aedan—. Lo siento, Aedan —dijo él,
estrechando su mano—. Tengo una idea bastante buena de lo que estás pasando,
y no me gusta que estos tiempos difíciles hayan caído sobre ti. Mantente a salvo,
se fuerte, y vuelve a nosotros cuanto antes.
—Vamos a hacer nuestro mejor esfuerzo —accedió Aedan—. Cuida de
Cordelia y Quinlan.
Kemble asintió y se alejó.
—Adiós, Aedan.
—Hasta pronto, Kemble.
—Hasta pronto —repitió Kemble. Luego se apresuró a su puesto.
—Todo el mundo conoce el plan —anunció Caitrin con voz ronca—. Llama
cuando lleguen de forma segura.
Aedan y Serafín asintieron, pero las mujeres siguieron llorando, y a
Rhosewen le estaba faltando el aire.
Aedan tomó su cara y se inclinó, tocando su nariz con la de ella.
—Respira —susurró él.
Ella asintió, manteniendo su mirada pegada a la suya mientras inhalaban y
exhalaban juntos, y sus ojos finalmente se secaron a medida que su temblor
cesaba.
—¿Lista? —le preguntó.
—Sí —chilló ella.
Él la miró por otro momento y luego se volvió hacia sus padres, ocultando
sus cuerpos y luces mientras Rhosewen hacía lo mismo con Morrigan y Caitrin.
Después que Aedan y Rhosewen realizaran sus hechizos el uno en el otro, solo
reflejos brumosos capturaron ocasionalmente la luz, revelando la ubicación de los
seis magos.
Cada pareja se agarró de las manos. Luego entraron en el cálido aire de la
noche, disparándose hacia el cielo como uno solo. Volaron hacia el este durante
treinta minutos y luego al sur por dos horas. Cuando volvieron de nuevo hacia el
este, Caitrin y Morrigan desaceleraron, sus siluetas apareciendo sobre la luna 277
brillante y luego desapareciendo fuera de vista. Los dos planearon de vuelta sobre
su camino a la comunidad, manteniendo sus sentidos alerta a las señales de que
hubieran sido seguidos.
Los otros volaron al este por una hora y media. Entonces Serafín y Daleen
aparecieron de la nada, pero no redujeron la velocidad o se dieron la vuelta.
Simplemente se abrazaron fuerte a medida que continuaban al este. Aedan y
Rhosewen ya no estaban con ellos. Habían girado hacia el norte.
Una hora más tarde, con Rhosewen envuelta en un abrazo, Aedan aterrizó
en el tranquilo patio trasero de una casa campestre de dos pisos. Él echó un
vistazo a su entorno mientras subía las escaleras externas de un viejo garaje.
Entonces utilizó la llave que Daleen le había dado, abriendo la puerta a un
pequeño apartamento, de una habitación.
Después de comprobar el baño y el armario, liberaron sus hechizos de
ocultamiento y aparecieron en los brazos el uno del otro, pero no hablaron. Ellos
solo se abrazaron fuertemente, captando las lágrimas calientes de cada uno y las
respiraciones trabajosas.
Una vez que las lágrimas se secaron, Aedan llamó a Caitrin. Luego él y
Rhosewen se metieron en su extraña cama, agotados por su largo y emotivo día.

278
25
Traducido por Scarlet_danvers e IvanaTG
Corregido por Helen1

K
atherine Moore, alta y delgada con largo cabello castaño y lentes
bifocales sobre sus grandes ojos de color chocolate con leche. Era
dulce, agradable al instante, con un aura que brillaba más que la
mayoría de las auras no mágicas. La niebla estaba atada con colores tristes,
indicando un pasado turbulento y una vacilación profunda para confiar en el
mundo a su alrededor, pero también albergaba una cantidad excepcional de
optimismo y compasión.
Katherine adoró a Rhosewen desde el primer día, consintiéndola cada vez
que podía. En seis semanas, Rhosewen había encontrado la verdadera amistad en
Katherine, aunque basada en mentiras.
Una tarde, mientras Aedan hacía mandados, Katherine se unió a Rhosewen
para el té. Ella había estado encantada de aceptar la invitación de Rhosewen, y se
encontraba en un excelente estado de ánimo mientras volvía a llenar sus tazas,
delirando sobre una cuna de bebé que había visto en un mercadillo.
—Era muy bonita —dijo, añadiendo un montón de azúcar al té de
Rhosewen—, toda blanca con rieles delgados. Te habría gustado.
Rhosewen agitó su bebida y luego tomó un sorbo, observando la pulsante
bruma que rodeaba a su compañía.
—Suena linda. Deberías haberla comprado.
—No puedes conseguir una cuna sin verla primero —contrarrestó Katherine.
—No para mí —rio Rhosewen—. Para ti. Te gustan los niños, ¿verdad?
—Me encantan los niños —confirmó Katherine.
—Entonces es probable que tengas uno algún día. 279
El aura de Katherine se oscureció mientras su expresión decaía, dándole un
aspecto más viejo, más triste y más sabio. Pero entonces sus labios se curvaron en
una sonrisa de esperanza.
—No puedo tener un bebé, pero me gustaría adoptar uno. Algún día
pronto, espero.
—Oh —susurró Rhosewen, sus ojos se humedecieron—. La adopción es un
compromiso especial. Se necesita una persona especial para hacerlo. Creo que
serías perfecta para el trabajo.
Rhosewen creía lo que decía, pero su corazón dolía por Katherine, una mujer
exteriormente promedio, interiormente increíble y hermosa, quien nunca sabrá lo
que se siente al llevar un bebé, saber que su cuerpo era responsable de la más
preciosa, milagrosa y mágica cosa posible.
De repente un dolor agudo estalló en los huesos de Rhosewen, y su taza se
hizo añicos en el suelo. Cerró sus ojos fuertemente, aferrándose al aire antes de
encontrar el borde de la mesa, sus nudillos y frente dolorosamente tensos.
—¡Sarah! —gritó Katherine, corriendo alrededor de la mesa—. ¿Qué está
mal? ¿Qué pasó?
—Estoy bien —dijo Rhosewen con voz áspera—. Solo... necesito… un
segundo. —Se obligó a respirar a través del dolor remitiendo, el cual decayó
rápidamente a un dolor tolerable—. Estoy mejor ahora —dijo, quitando las manos
de la mesa mientras obligaba a su dolorido cuerpo a ponerse de pie.
—¿Qué estás haciendo? —jadeó Katherine.
—Limpiando mi desorden —respondió Rhosewen, agitando una mano
temblorosa hacia el vidrio roto.
—No lo creo —protestó Katherine, instando a Rhosewen a sentarse—. Voy a
limpiar tu desastre, mientras me cuentas qué fue todo eso.
—No es nada —aseguró Rhosewen—. Solo he estado adolorida desde que
quedé embarazada. A veces se pone peor.
—Deberías ver a un médico.
—No es tan malo —contrarrestó Rhosewen—. No sé por qué se me cayó mi
taza. Torpeza, supongo.
Katherine se detuvo, mirando con sospecha a su anfitriona.
280
—Eres la mujer con más gracia que he conocido, Sarah. Cualquier cosa que
eso sea, te dolió más de lo que estás mostrando. Necesitas ver a un doctor. —Dejó
caer el cristal roto en la basura y luego se volvió con las cejas levantadas—. ¿Chris
sabe de esto?
—No —murmuró Rhosewen, pensando en la cantidad de energía que
dedicaba en ocultárselo a Aedan. Por supuesto, ella se sentía culpable, un
interminable, desgarrador y estresante tipo de culpa. Pero no había encontrado el
coraje para destruir su felicidad. Cuando le hacía los exámenes físicos a ella y al
bebé, ella hacía funcionar su propia magia, protegiendo las zonas doloridas de su
cuerpo mientras sus manos se movían por encima de ella, y había aprendido a
cómo manipular su aura, lo cual le llevaba una concentración constante.
—Eso es lo que pensé —suspiró Katherine—, porque él no dejaría pasar esto
sin conseguirte ayuda médica. Él te ama y a ese bebé, demasiado.
—Lo sé —admitió Rhosewen—. Voy a decirle.
—¿Pronto?
Rhosewen estaba decidiendo cómo responder cuando Aedan entró.
Katherine lo miró y luego dirigió una mirada significativa a Rhosewen, pero ella no
dijo nada más sobre el tema.
Aedan cubrió la distancia a Rhosewen en dos zancadas, tirando de ella fuera
de la silla y en sus brazos.
—Hola, mi amor —exhaló, haciéndolo fácilmente por primera vez desde
que la había dejado. La besó en los labios y luego se arrodilló, acariciando y
besando su estómago—. Hola, mi otro amor.
El dolor de Rhosewen latía, pero se mantuvo completamente inmóvil. Se
había hecho muy hábil en su misión deshonesta.
Aedan se enderezó y miró a Katherine, quien había estado apoyada en el
mostrador, admirando la reunión familiar.
—¿Cómo estás, Katherine? —preguntó.
Katherine sacudió su cabeza aclarándola y sonrió, explorando el lugar en
busca de su bolso.
—Bien, Chris. Gracias por preguntar. ¿Llegaste al banco antes que cerraran?
Él no había ido al banco. Había volado a un pueblo cercano para llamar a
sus padres. No podían lograr una conexión mágica a esta distancia, y algo no
281
mágico como registros telefónicos podrían conducir fácilmente a su
descubrimiento, por lo que mantenían sus llamadas telefónicas desde el
apartamento a dos a la semana.
—Lo hice —mintió—. Solo a duras penas.
—Más vale tarde que nunca —regresó Katherine, agarrando su bolso del
sofá—. Bueno, tengo cosas que hacer en la casa. Llama si necesitas algo, Sarah.
—Lo haré —respondió Rhosewen—. Gracias por tomar el té conmigo.
—En cualquier momento. Nos vemos más tarde.
—Adiós —dijeron al unísono, agitando su mano mientras ella caminaba
hacia la puerta.
—Es dulce —susurró Rhosewen, enterrando su rostro en el pecho de Aedan.
—No es tan dulce como tú —respondió él, acariciando su cabello.
—¿Qué dijo tu papá?
—Han corrido la voz de que estamos en una prolongada luna de miel, pero
Agro es lo suficientemente inteligente como para descubrirnos. Solo tenemos que
esperar que nuestro escondite nos mantenga a salvo.
—Lo hará —le aseguró ella—. Tiene que hacerlo. —La alternativa era
impensable—. Tal vez voy a tratar de estar en comunión con los Cielos en mis
sueños. Madre Ava me llevó a ti. Tal vez ella me lleve a las respuestas.
—¿Crees que la diosa de los Cielos nos unió? —preguntó Aedan.
—¿Quién más aparte de Ava podría entregar el cielo en la tierra? —
contrarrestó Rhosewen—. Si puedo estar en comunión con ella en mis sueños, tal
vez pueda convencerla para que guíe mi cuento de hadas por caminos más
seguros.
—Apuntas a engatusar a los Cielos —dijo Aedan riendo—, ¿atraerlos con tu
astuto encanto?
—No es atraerlos astutamente, solo… solicitar humildemente.
—Si alguien puede influir en los Cielos —admitió Aedan, acariciando su
oreja—. Es mi dorada Rose.

282
—Mmm… —murmuró Rhosewen, apoyándose en sus labios. Entonces sonrió
y se alejó—. ¿Dónde están las piedras preciosas que trajimos? Tal vez ahí hay algo
que agudice mi percepción y profundice mi meditación.
Aedan rio a medida que buscaba en su mochila, muy dispuesto al humor de
la magnífica madre de su hijo.
~***~
Los siguientes meses pasaron sin incidentes, con Aedan y Rhosewen
aprovechando al máximo su tiempo de inactividad, pasando días y noches en los
brazos del otro, cantando canciones de cuna a su bebé, y llegando a conocer el
alma del otro.
El dolor de Rhosewen aumentó de forma constante, pero también lo hizo su
resistencia a él. Había llegado a considerarlo como una leve molestia. Era eso
después de todo. Todo lo demás era perfecto. Ni siquiera esconderse del mundo le
molestó demasiado. Mientras ella tuviera a Aedan y su bebé, se escondería
siempre. Extrañaba profundamente a sus padres y aquelarre, pero la separación era
un pequeño sacrificio por hacer para garantizar la seguridad de su bebé y
mantener la paz mental de su marido.
A pesar de no haber recibido visiones iluminadoras de la diosa Ava, ella
siguió durmiendo con una bolsa de gemas debajo de la almohada. Tenerlas ahí la
ayudaba a mantener la esperanza aunque solo fuera eso, y tal vez algún día le
traerían el coraje y la sabiduría que necesitaba para confesar sus inexplicables
dolores y sufrimientos a Aedan. Él estaba tan feliz y en paz sin saber nada, lo que la
hacía a su vez feliz y en paz a ella, por lo tanto, mantuvo su boca cerrada,
diciéndose a sí misma que el dolor no era tan malo como para eclipsar este
momento de alegría en sus vidas. Pero en el fondo de sus entrañas retorciéndose
ella sabía que estaba mal. Estaba albergando una mentira que se volvía más
pesada con cada día que pasaba.
Cuatro meses después de su retirada, estaban desnudos en la cama, algo
que hacían la mayoría de las veces, y sus manos estaban en su vientre creciente
mientras Aedan cantaba una canción de cuna.
Momentos como éstos eran los favoritos de Rhosewen, y ni siquiera el ligero
aumento en el malestar podría impedirle disfrutar de ellos. En ocasiones, el dolor le
impedía cantar las palabras, pero podía fácilmente engatusar a Aedan en hacerse
cargo de la letra mientras ella tarareaba.

283
Esta noche, mientras ella yacía adolorida pero feliz, tarareando una melodía
optimista, Aedan llevó sus labios a su estómago, cantando la canción que él llamó
“Canción de Cuna del Ángel”.
Cuán especial eres, mi amor.
Cuán especial siempre serás.
Cuánto has tocado nuestras vidas,
la de tu hermosa mamá y a mí.
Nos veremos pronto, dulce bebé.
Qué felices seremos
cuando miremos a los ojos
de nuestro angelical bebé.
Fue entonces cuando ocurrió: el más suave y pequeño golpe bajo sus dedos.
Su hermoso, increíble, maravilloso bebé se estaba moviendo. Sus ojos se
encontraron, amplios y brillantes como las sonrisas extendidas en sus rostros.
Rhosewen estaba tan emocionada que no tuvo ningún problema haciendo caso
omiso de la llameante quemadura deslizándose sobre su cuerpo.
Otro pequeño golpe.
Rhosewen rio, su corazón agitándose mientras sus dedos bailaban, y Aedan
reemplazó los suyos con sus labios, besando rápidamente cuando sintió otra
patada.
—Guau —suspiró Rhosewen—. Es increíble, Aedan. Puedo sentir que
nuestro bebé se mueve dentro de mí.
—¿Ahora puedo revisar? —preguntó, tamborileando sus dedos ansiosos
sobre su vientre.
Desde el principio, él había querido saber el sexo del bebé, pero Rhosewen
le hizo prometer esperar hasta que sintieran el movimiento.
—Ahora puedes comprobar —decidió ella.
Aedan sonrió y cerró sus ojos, presionando ligeramente las palmas sobre su
vientre mientras buscaba la energía del bebé. Cuando Rhosewen se rio y movió, su
concentración se rompió, y él la miró con un ojo entreabierto.
—Lo siento —se rio ella, moviéndose de nuevo—. Estoy muy emocionada.
284
—Necesito que te quedes quieta si quieres que sepa con certeza —bromeó.
—Bien. Te lo prometo. —Tomó una respiración profunda y luego se quedó
absolutamente inmóvil.
Aedan se centró en su vientre, y ella lo miró con impaciencia, pero su
expresión se mantuvo neutral. Después de unos largos cincuenta y tres segundos,
abrió sus ojos, una sonrisa serena arrugó sus mejillas cinceladas.
—¿Y bien? —instó, su cuerpo temblando. No podía esperar un segundo
más.
—Es una niña —respondió, su voz increíblemente tierna—. Tendremos una
niña.
Rhosewen se congeló cuando la realidad se apoderó de ella, inundándola
con un instinto maternal intenso y una increíblemente feroz devoción a su hija. Una
niña, hecha por ella y Aedan, creada por el amor que habían compartido, estaba
creciendo, pateando y viviendo dentro de su cuerpo.
Su cuerpo… en llamas, rompiéndose.
Ella gritó cuando el peor dolor que jamás había experimentado la consumió.
Se arqueó y arañó la cama. Mil dagas la apuñalaban, una enorme roca la aplastaba,
llamas lamían cada centímetro de su cuerpo por dentro y por fuera.
—¡Rose! —gritó Aedan, tratando de ahogar su dolor—. ¡Rose!
Su cabeza se echó hacia atrás, su cuello flexionado, sus venas hinchadas
mientras se obligaba a soportar.
—Aedan.
—¿Qué? —espetó, deslizando su mirada por todo su cuerpo—. ¿Qué está
sucediendo?
—Duele…
—¿Qué te duele?
—Todo…
—Mierda. —La histeria aumentó, Aedan parpadeó para contener la
humedad y se obligó a respirar—. ¿Qué puedo hacer, Rose? Ayúdame a hacerlo
mejor. Por favor.
285
Ella encontró su mano, envolviéndola entre sus dedos completamente
blancos, pero no respondió. No podía. Si las palabras pasaban a través de su
contraída garganta, no lo conseguirían hacer a través de sus apretados dientes.
—Rose —sofocó Aedan, comprobando su pulso, rápido pero no tan
fatalmente. De hecho, no podía encontrar ninguna razón para su dolor. Cada
órgano que examinó lucía alterado pero trabajando bien—. No puedo soportar
verte así, Rose. —Le quitaba el aliento y pulverizaba su corazón—. Dame una pista,
amor. Por favor.
Él levantó su otra mano de las sábanas y las aferró firmemente, rogándole al
dolor que lo tomara a él en su lugar, utilizando magia, fuerza de voluntad y fe para
hacerlo. Con mucho gusto tomaría todo de ello, hasta la última gota, cualquier
cosa para darle a ella alivio.
Sus manos comenzaron a hormiguear, como si un ejército de ardientes
hormigas los hubiese tragado repentinamente, y mientras el instinto le decía que
se encogiese, el amor eterno y devoción dieron la bienvenida al ardor. Cuando se
extendió por sus brazos y a través de su torso, Rhosewen se recostó laxa.
Con los músculos rígidos, Aedan luchó por respirar a través de sus dientes
apretados, pero estaba ganando la batalla, absorbiendo entonces el abrasador
dolor con relativa facilidad.
Rhosewen observó su rostro sin aliento mientras lágrimas corrían de sus
ojos inyectados en sangre.
—¿Cómo hiciste eso?
—No lo sé —murmuró él, alejando lo último que quedaba del ardor. Liberó
la mano de ella y tomó su rostro—. ¿Qué fue eso? ¿Tienes alguna idea de lo que
acaba de pasar?
Sus rasgos se retorcieron mientras más lágrimas se deslizaron por sus
sienes.
—Lo sabes —se dio cuenta—. Tienes que decirme, Rose. ¿Qué está
pasando?
—Esta… esta no era la primera vez.
—¿Qué? ¿Esto ha sucedido antes?
—Nunca tan malo.
—Maldita sea, Rose. ¿Cómo pudiste ocultarme esto?
286
—Lo siento —dijo sollozando—. No sabía lo que estaba pasando… y yo… no
quería que te preocuparas.
—Ssh… —susurró, poniendo su mejilla en la de ella—. Cálmate. Siento haber
maldecido.
—No, Aedan… tienes razón. Debería haberte dicho… pero nunca ha sido tan
malo. —Sus lágrimas y sollozos fueron implacables, rompiendo su discurso.
—Está bien —le aseguró, apartando el cabello de su rostro sudoroso—. No
te preocupes por eso. Es tanto mi culpa por no haberlo visto.
—Pero lo escondí, Aedan. He estado usando la magia para ocultártelo.
Aedan escondió el rostro en su bíceps, cerrando los ojos y respirando
profundamente. No tenía idea de cuánto dolería descubrir que le había estado
mintiendo. Calmó su expresión y se encontró con su mirada, acariciando
suavemente su húmeda mejilla.
—Vamos a olvidar que lo escondiste. Nunca vamos a hablarlo de nuevo,
pero me tienes que contar todo de ahora en adelante. Todo. ¿Está bien?
Ella respiró entrecortadamente, tratando de calmarse.
—Está bien.
—¿Cuándo fue la primera vez que te dolió?
—Cuando me di cuenta que estaba embarazada, pero no fue nada como
esto. Fue suave comparado a esto.
Maldita sea. Esto era malo.
—¿Cuánto tiempo duró?
—La mayor parte de eso se fue después de unos segundos.
—¿La mayor parte? —repitió, entrecerrando los ojos.
Ella se retorció.
—Bueno… nunca se fue por completo. Solo me acostumbré a ello. Es una
especie de sensación de dolor.
Las facciones de Aedan se retorcieron con un tipo diferente de dolor. Ella
había estado sufriendo en silencio durante cinco meses, mientras que había sido
un tonto ignorante.
287
—¿Ha habido otros momentos como el primero?
—Sí —confesó.
—¿Con qué frecuencia?
—Dos… tres veces al día.
—Mierda —murmuró, sacudiendo la cabeza—. Lo siento, Rose. Lo siento
mucho.
—¿Por qué? No tienes nada que lamentar.
—Lamento que estés dolorida y no pueda ayudar.
—Pero me ayudaste. Lo tomaste de mí.
—¿Qué hay de ahora? ¿Te duele ahora?
Ella se movió y tragó.
—Sí, pero puedo soportarlo.
—No deberías. Voy a llamar a nuestros padres. Tenemos que averiguar lo
que está pasando antes de que empeore.
—Está bien —murmuró ella, tirando de su mano al corazón—. Lo siento,
Aedan. Debería habértelo dicho, pero todo era tan perfecto. Eras feliz, lo que me
hacía feliz… —Bajó la mirada, avergonzada de su repentinamente inadecuada
justificación—. Eso no es excusa. Fue un error. Deberías estar furioso conmigo.
—Nunca —respondió él, tocando sus labios con los suyos—. Nunca podría
estar furioso contigo. Pero no más secretos. Tienes que decirme acerca de cada
pequeña cosa, sin importar lo insignificante que creas que es. Y por favor, no
manipules tu aura nunca más. Quiero ver todo lo que se supone que esté en ella,
así puedo ayudar.
—Está bien —accedió ella, desesperada por redimirse—. Lo prometo.
Él le dio un beso y luego comenzó a salir de la cama, pero ella lo empujó de
vuelta, más lágrimas brotando de sus ojos.
—Te amo, Aedan.
Él secó sus lágrimas y luego le dio otro beso.
—También te amo, mi bella Rose. Tú y nuestra niña son mi vida.
288
Observó sus ojos por otro largo momento y entonces se levantó de la cama,
caminando tres pasos al teléfono. Ahora que sabía por lo que ella estaba pasando,
él no la dejaría sola, así que aceptó el riesgo de llamar a su familia desde el
apartamento.
Llamó a sus padres primero, llegando a Serafín al segundo timbre.
—¿Hola?
—Hola —saludó Aedan.
—Hola, hijo. ¿Todo bien?
—No.
Aedan le transmitió lo que sabía del sufrimiento de Rhosewen, que no era
mucho a decir verdad.
—Nunca he visto o sentido algo como esto —terminó, recordando el dolor
que había absorbido de su mano—. Esto no es una complicación derivada del
embarazo. Es otra cosa.
—Piensas que la maldición de Los Imperdonables dio en el blanco.
—Temo que sí.
Aedan observó a Rhosewen caminar hacia el baño y luego esperó a que ella
cerrara la puerta.
—Parece que su dolor tiene algo que ver con el bebé —sugirió en voz
baja—. Comenzó al segundo que se enteró que estaba embarazada, y solo se
volvió más fuerte. El peor incluso sucedió justo después que el bebé pateó y nos
enteramos que es una niña. No puedo saberlo con seguridad, pero es como si…
parece… es como si cuánto más ama a nuestro bebé más le duele. Y si ese es el
caso… —Tragó saliva y cerró los ojos—. Si ese es el caso… tener a nuestro bebé
podría… podría… —No pudo decirlo.
No tuvo que hacerlo.
—Entiendo, Aedan. Llamaré a Caitrin y le informaré lo que está pasando.
Ahora que tenemos una idea de lo que el hechizo está haciendo en Rhosewen,
podemos investigar sus orígenes y tal vez aprender la forma de contrarrestarlo.
—¿Alguna vez has oído hablar de un hechizo como este?
—No, pero eso no quiere decir nada. Danos tiempo.
289
—Puede que no tengamos mucho.
—Haremos todo lo que podamos, Aedan. Es nuestra prioridad número uno.
La puerta del baño se abrió y Aedan miró a su amor. Era tan hermosa,
incluso con un rostro pálido y los ojos cansados.
—Llama cuando sepas algo —murmuró, observándola arrastrarse a la cama.
—Desde luego —concordó Serafín—. Dale un beso a Rhosewen de nuestra
parte.
—Lo haré —le aseguró Aedan—. Hablaré contigo más tarde.
—Adiós, hijo.
Ponderando con preocupación, Aedan colgó el auricular, arrastrándose
rápidamente en la cama con su dulce y afligida Rose.

290
26
Traducido por BookLover;3 y Lexie’
Corregido por Helen1

E
l dolor de Rhosewen continuó y empeoró de tal manera que, para su
séptimo mes de embarazo, estaba muy enferma. Cada movimiento
aumentaba su tortura; por lo tanto apenas se movía en absoluto. Su
pálida, flácida piel se adhería al hueso, venosa y de un blanco fantasmal, y sus
lacios rizos estaban perdiendo su brillo. La única parte de su cuerpo que no había
palidecido fueron sus brillantes ojos azules, los cuales siempre estaban brillando
con humedad, y su gran redonda barriga, que solo era grande en comparación con
el resto de su frágil figura. Aedan sostenía su mano todo el día, absorbiendo una
fracción de su agonía, pero Rhosewen había soportado la mayor parte de su
miseria física.
Sus padres pusieron su vida en peligro para buscar respuestas, yendo tan
lejos como para visitar a peligrosos y oscuros aquelarres, buscando información
sobre los hechizos malvados, pero no encontraron nada pertinente a su situación.
Ni siquiera los adivinos a los que habían pagado depósitos exorbitantes pudieron
adivinar respuestas útiles.
La idea de buscar a Los Imperdonables y pedirles que quitaran la maldición
había sido abordada varias veces, pero Rhosewen no lo permitiría.
—Esto arruinaría todo por lo que hemos pasado —discutió ella después de
oír la idea—. Nuestra prioridad número uno, es mantener a nuestro bebé seguro.
Por supuesto que Aedan quería mantener a su hija a salvo, pero ver a su
hermosa Rose marchitándose lo estaba matando. Sin embargo, decidieron
mantenerse alejados de Los Imperdonables.
Aedan estaba seguro que el lanzador del hechizo real había sido Medea. Le
había quitado los ojos de encima durante unos pocos segundos; ahí fue cuando la
maldición había golpeado. Él sugirió localizar a Medea y agarrarla sola. Podrían 291
hacerla hablar. Él la haría hablar, y no tendría ningún problema silenciándola. Pero
Caitrin había juntado información de que Agro mantenía a Medea bajo su pulgar,
lo cual significaba que ellos tendrían que pasar a través de un ejército para
capturar su objetivo.
Así que Rhosewen y Aedan sufrieron, a la espera de su destino.
A través de toda esa desesperación y tristeza, Katherine había sido un regalo
de Dios, nada menos que un ángel. Cuando la maldición comenzó a cobrar factura
en la apariencia física de Rhosewen, le dijo a Katherine que había sido
diagnosticada con una rara e intratable enfermedad cardíaca. Aunque curiosa y
sospechosa, Katherine mantuvo sus preguntas para sí misma, haciendo un esfuerzo
extra para hacer a sus inquilinos cómodos. Incluso hacía sus compras, tomando el
pago por la molestia solo porque Aedan colocaba el dinero en su bolso. Él
sospechaba que ella se lo devolvía comprando comida extra, y sabía que había
gastado más dinero en su bebé que en ella misma. Había equipado una de sus
habitaciones con lo que imaginaba que necesitaría el recién nacido; el
apartamento tenía un rincón dedicado a los regalos que había comprado para el
bebé; y había ordenado una cuna, midiendo cada centímetro del apartamento para
asegurarse que encajara.
Aedan y Rhosewen observaron la ávida preparación de Katherine y lo
encontraron dulce, divertido y deprimente. Querían unirse a ella en la planificación,
compartir su entusiasmo, pero debido a la salud de Rhosewen, no podían alcanzar
el nivel de entusiasmo de Katherine, por lo que se conformaron viéndolo. Ella los
animó, los mantuvo entretenidos y les dio una visión del mundo exterior, el cual no
habían visto en meses. Sí, Katherine era un ángel.
—¿Han decidido un nombre? —preguntó ella durante una de sus frecuentes
visitas.
—Depende del aspecto que ella tenga —respondió Rhosewen, acostada en
el sofá con la cabeza en el regazo de Aedan—. Tenemos uno por si ella es oscura y
hermosa, como su papá, y otro por si ella es rubia y hermosa…
—Como su mamá —terminó Aedan, acariciando los blancos nudillos de
Rhosewen.
—Supongo que no van a decirme las dos opciones —concluyó Katherine.
—Nop —dijo Rhosewen sonriendo—. Queremos sorprenderte.
Katherine levantó una mano hacía su corazón, obviamente conmovida por el
gesto. 292
—¿Sus padres van a venir pronto?
—En dos semanas —respondió Aedan—. Se quedarán hasta que nazca el
bebé. Mi papá es médico y atenderá el parto.
—Eso es lindo —aprobó Katherine—. Estoy segura que ustedes los extrañan.
—Sí —confirmaron ellos.
—¡Oigan! —exclamó Katherine, su cara y aura iluminándose—. Tengo una
idea. ¿Por qué no se quedan en mi casa por el resto del embarazo? Tengo dos
habitaciones extras, así sus padres pueden quedarse también. Tomaré el
apartamento mientras ellos estén aquí.
—Es amable de tu parte, Katherine —respondió Aedan, profundamente
conmovido—, pero no podemos imponerte algo así.
—Tonterías. Quiero hacerlo. Por favor.
Aedan y Rhosewen se miraron entre sí, considerando el pequeño
apartamento y su pequeño baño.
—Está bien —decidió Aedan—. Nos encantaría quedarnos, pero no te
queremos viviendo aquí. Cuando nuestros padres vengan, los míos tomarán el
apartamento.
—Pero realmente no…
—Ese es el trato —interrumpió Aedan—. Tómalo o déjalo.
—Lo tomo —aceptó Katherine, levantándose de la silla—. Voy a preparar las
habitaciones. Estaré de vuelta una vez que todo esté en orden.
—Estaremos aquí —bromeó Aedan secamente, y Katherine rio mientras ella
se acercaba a la puerta.
—Eso fue muy amable de su parte —susurró Rhosewen, frotando su
estirado abdomen.
—Sí —convino Aedan—. Katherine tiene una positiva y activa energía que le
gustaría a la mayoría de las brujas tener, y su corazón es extraordinario. —Se
inclinó, besando la sudorosa frente de Rhosewen—. Casi tan dorada como la tuya.
~***~
Dos semanas después de instalarse en la habitación más grande de
Katherine, Aedan dejó a regañadientes el lado de Rhosewen para encontrar a sus 293
padres en el jardín delantero. Los presentó a Katherine como Jack y Susan Callaway
y Paul y Diane Klein. Entonces Katherine dio una excusa para marcharse.
Cuando Aedan llevó a sus padres al interior, vieron su expresión y el aire
alrededor de él, sin decir una palabra. En el momento en que entraron a la casa,
Morrigan sollozó y se desplomó en el suelo. Caitrin rápidamente la atrapó con
magia y luego la abrazó contra su pecho, enterrando su roja cara en su cabello.
Daleen envolvió sus brazos en la cintura de Aedan, y Serafín tomó sus
hombros, buscando sus ojos.
—¿Es realmente así de malo, hijo?
Aedan no estaba llorando. Su Rose todavía tenía pétalos.
—Sí —confirmó, aclarándose la garganta.
Morrigan sacudió la cabeza en negación, su gemido amortiguado por la
camisa de Caitrin, y Aedan respiró hondo, siguiendo adelante.
—Ella está en cama. Ahí es donde siempre está… le duele moverse. —Miró
desde la madera descolorida a la espalda temblorosa de Morrigan—. Quiere verlos,
pero tienen que mantener su compostura alrededor de ella. No quiero que se
sienta culpable.
Cada uno asintió en acuerdo, excepto Morrigan.
—Sé que es difícil —añadió Aedan tocando el hombro de Morrigan—. Y no
espero que las lágrimas se detengan, pero no te puedes romper frente a ella.
Morrigan respiró hondo varias veces y luego se alejó del pecho de Caitrin.
—No lo haré —concordó ella—. Si no puedo manejarlo, voy a dejar la
habitación.
—Gracias —susurró Aedan—. Y… lo siento… por todo.
—Yo también —regresó ella, apretando sus bíceps. Entonces agarró la mano
de Caitrin mientras seguía a Aedan por el pasillo.
Cuando entraron en la habitación, Morrigan tropezó deteniéndose,
agarrando a Caitrin tan ferozmente que todo el brazo se le puso blanco.
El cuerpo de Rhosewen lucía escuálido, absolutamente lamentable, todo
menos la gran barriga redonda, rebosante de vida. Sus arruinados músculos
convulsionaron y flexionaron mientras miraba a sus padres, sus pálidos labios
curvándose en una débil sonrisa.
294
Aedan se apresuró a la cama, tomando rápidamente su mano izquierda.
Luego sus músculos se tensaron cuando los de ella se fundieron en las mantas.
—Eso está mejor —suspiró ella—. Gracias.
Él besó su mano y luego puso su mejilla en su palma.
—Por supuesto, mi amor.
—Llegaron justo a tiempo —dijo ella, mirando a su compañía—. Su nieta
está levantando una tormenta. Vengan a sentir.
Morrigan y Caitrin volaron a la cama, abrazando y besando suavemente a su
hija. Luego se movieron a un lado, dejando que Serafín y Daleen hicieran lo mismo.
Pronto los cuatro posaron sus manos sobre los temblores de su estómago,
suspirando a medida que se deleitaban en una milagrosa paz.
Una vez que el bebé se quedó tranquilo, Serafín realizó exploraciones sobre
la madre y el niño. Aunque Aedan hacía eso varias veces al día, pidió opiniones
adicionales, con la esperanza de poder refutar su grave evaluación.
Después que Serafín y Daleen terminaron, se tomaron de las manos y
miraron a Aedan.
—Vamos a darles un poco de privacidad —sugirió Serafín—. Vamos a hablar
en la cocina.
A Aedan no le gustó esa sugerencia y miró hacia otro lado, buscando los
ojos de Rhosewen.
—Anda —insistió—. Estaré bien.
Después de otro largo momento de verla, Aedan miró a Caitrin.
—Hazme saber si empeora.
Caitrin asintió, manteniendo la mirada sobre su hija, y Aedan se inclinó,
besando su frente.
—Te amo —susurró, besando sus labios. Luego la soltó y siguió a sus
padres.
Una vez que se sentaron en la mesa de la cocina, se volvió hacia su padre.
—¿Bien?
—Tienes razón —lamentó Serafín—. Sus órganos están fallándole.
295
Aedan dejó caer su cabeza sobre la mesa mientras un grito angustiado
rasgó su garganta.
Daleen ahogó un sollozo, envolviendo un brazo alrededor de la espalda de
Aedan, y Serafín se aclaró la garganta antes de continuar.
—Su corazón, hígado, riñones, huesos, incluso su piel, está todo en un
terrible estado. La única cosa sana en ella es la bebé, que está desarrollándose bien
a pesar de la condición de Rhosewen.
—¿No hay algo que podamos hacer? —graznó Aedan—. ¿Cualquier cosa?
Tiene que haber algo que aún no hemos pensado.
—Nos hemos topado con callejones sin salida a cada paso —respondió
Serafín—. Sabemos que la maldición fue diseñada para afectarla a ella y no al
bebé, y parecería que nuestra teoría es correcta: el catalizador del hechizo es su
amor por el bebé. Hemos descubierto la intención de la maldición, pero no nos
hace ningún bien. Un hechizo como éste implica detalle minucioso, detalles que no
podemos conocer. Y no hemos encontrado a nadie con una experiencia similar,
nadie que nos dé una pista sobre los detalles. Sin conocer el objetivo real del
hechizo, no podemos quitarlo o revertirlo. Podríamos adivinar por años y no hacer
las cosas bien. Hay demasiados componentes incorporados. Además, si nuestra
teoría es correcta, siempre y cuando ella ame a su hija, no podemos sanar su
cuerpo.
—He tratado de curarla —susurró Aedan—. No funciona.
Serafín se acercó, apoyando una mano en la espalda de su hijo.
—Estoy seguro que has hecho todo lo que puedes, Aedan, pero esto está
fuera de tus manos. Es mi creencia que esto terminará en una de dos maneras. La
primera, la más esperanzadora, es que estamos tratando con un hechizo temporal,
diseñado para afectar a Rhosewen solo mientras está embarazada. Una vez que ella
dé a luz, la maldición cesará, lo que significa que podríamos sanarla… si ella lo
logra a través del parto. —Hizo una pausa, deslizando su mano en el hombro de
Aedan—. Pero si la maldición es duradera, nuestras manos están atadas. El cuerpo
de Rhosewen no puede aguantar mucho más. Si esto sigue así, ella morirá.
La palabra colgó en el aire como un velo, sofocando a Aedan mientras
lentamente levantaba su cabeza.
—¿Qué escenario prevés? —preguntó, su voz cruda y áspera, sus pulmones
vacíos y en llamas, su corazón rompiéndose constantemente.
296
—Estamos hablando de Los Imperdonables —susurró Serafín—. Son
despiadados. Lo siento.
Aedan se levantó bruscamente, golpeando la silla. No podía quedarse
quieto, ahogándose en la agonía de un corazón roto, pero no nadaría a la
superficie. La superficie se había ido.
—Estaré de vuelta en diez minutos —dijo. Luego se giró y salió de la casa.
Tristeza, dolor, ira y amor, dulce y perfecto amor, lo tenían agarrando por el
corazón mientras caminaba hacia el garaje del apartamento. Una vez que atravesó
la puerta, cayó de rodillas, un rugido atormentado bramando de su pecho mientras
enterraba su cara en la alfombra afelpada.
Ella iba a morir. Su amor, su Rose, su vida, todo estaba llegando a un fin. Ella
no volvería a ver a sus amigos, familia o su casa de nuevo. Nunca celebraría otro
cumpleaños, o pasaría otro día en la playa. Nunca caminaría otro sendero en el
bosque, o sentiría otro rocío de la cascada. Nunca conocería a su hija… la preciosa
nena que tanto amaba, la vida por la que estaba muriendo. Merecía el mundo, sin
embargo, todo estaba siendo arrancado de ella.
La ira lo llenó, hirviendo su sangre y haciendo vibrar su cuerpo. Quería
rasgar su pecho y sacar su corazón. Quería arrancar hasta la última fibra de la
alfombra. Quería gritar hasta que sus pulmones estallaran. Pero no lo hizo.
Simplemente susurró una palabra.
—Medea.
No fue una decisión fácil de hacer, y no lo hizo a la ligera. Significaría dejar a
su pequeña niña, dejar la única pieza de Rose que le quedaría. Pero él no sería
capaz de mantenerla a salvo sin Rhosewen. Si Rose moría, parte de él moriría… la
mayor parte de él. La mejor oportunidad de su hija sería ocultarla en el mundo no
mágico, ajena a su herencia, y tenía que darle esa oportunidad. Se lo debía a ella.
Se lo debía a Rose.
Se levantó del suelo y caminó hacia el armario, salió con una gran caja de
joyas hecha de madera de cocobolo. Con bisagras de oro rosa, tenía una rosa de
tallo largo tallado en la tapa. Él la había hecho con la intención de colocar primero
el anillo de su hija dentro y dárselo a Rose en el día del nacimiento. Nunca había
tenido la oportunidad de llenarlo y nunca tendría la oportunidad de mostrárselo a
su amor.
Se sentó en la mesa, mirando tristemente la caja por varios desgarradores
segundos. Luego la selló con magia. Solo su hija sería capaz de abrirla ahora. 297
~***~
Esa noche, después que sus padres se hubieran ido a la cama tristes y
derrotados, Rhosewen yacía en los brazos de Aedan, pensando en los
acontecimientos del día.
—Me alegra que nuestros padres estén aquí —susurró ella—, pero está
poniendo a mamá muy triste.
—Todo el mundo está triste —respondió Aedan—. Es difícil ver a alguien
que amas en tanto dolor, pero no somos los que tenemos que sentirlo.
—Tú lo haces.
—Una pequeña fracción, mi amor. Odio que no pueda tomarlo todo.
—No querría que lo hicieras.
—Lo sé, pero lo haría de todos modos.
Usando su barbilla, él apartó el cabello de su cara mientras rozaba su mejilla
con la de ella. Con el corto período de tiempo que les quedaba, él no quería hablar
sobre el final, pero había algo que tenía que ser hecho.
—¿Rose?
—¿Sí?
Terror pesaba en su pecho como una roca mientras buscaba fuerza interior.
—¿Entiendes, cierto? Que tu cuerpo podría no… que hay una probabilidad…
—¿Por qué era tan difícil de decir en voz alta? Estaba furioso consigo mismo por
ser tan débil cuando su esposa e hija lo necesitaban desesperadamente.
—Está bien —susurró Rhosewen, poniendo una mano frágil en su rostro—.
No tienes que decirlo. Sé cuáles son las probabilidades.
Una lágrima se deslizó del rabillo de su ojo, y él las besó rápidamente.
—Lo siento, Rose. No merecemos esto. No debería ser así.
—No, pero lo es. La cosa más importante por hacer ahora, es hacer que
todo valga la pena, dar a nuestra niña la oportunidad que merece.
—Sí —aprobó él—. Y voy a asegurarme que ella tenga esa oportunidad. Sin
importar lo que nos pase.
298
—Sé que lo harás. Eres el hombre más increíble del mundo. Nuestra bebé y
yo somos muy afortunadas de tenerte.
Él besó su mejilla y luego miró su mano izquierda.
—Hay algo más que quiero hacer por nuestra hija. Quiero darle la
oportunidad de conocer a su mamá.
—También me gustaría —sollozó Rhosewen, más lágrimas derramándose de
sus ojos.
Aedan levantó sus manos, suavemente limpiando su cara con un nudillo.
—He estado trabajando en un hechizo que le proveerá eso… si las cosas van
mal.
—¿Qué clase de hechizo?
—Quiero grabar recuerdos de nuestro tiempo juntos en un accesorio, algo
simbólico de nuestra relación. Tu anillo de boda sería perfecto. Los dos estamos
conectados a él, lo que hará que las imágenes sean más claras, pero si lo prefieres,
podríamos usar algo más.
—No. Quiero usar el anillo. ¿Cómo funcionará?
—Me encargaré del hechizo. Todo lo que tienes que hacer es sostener el
anillo cerca de tu corazón mientras te concentras en los recuerdos que quieres que
vea.
—Suena fácil —acordó ella—. Me concentro en esos recuerdos diariamente.
—Yo también —susurró él, frotando sus labios a través de su huesuda
mejilla—. Estaré añadiendo mis propios recuerdos más tarde, así que no te sientas
presionada por recordar todo. No quiero que te sientas abrumada.
—No lo haré. Esta es una muy buena idea. ¿Cómo lo conseguirá?
Así que ella sabía. Sabía que él no se quedaría después que ella se hubiera
ido.
Consideró su pregunta por un largo momento antes de dar la mejor
respuesta que tenía.
—No puedo prometer que lo conseguirá. No he pensado todo todavía, pero
espero proporcionarle información suficiente que la lleve a casa. Dejaré las pistas,
pero será para que ella las siga. Si lo hace, el anillo estará esperando por ella. No
conozco otra manera de hacerlo sin ponerla en peligro o arriesgar su bienestar.
299
—Tengo fe en ti, Aedan, y en nuestra pequeña. Si ésta es nuestra mejor
oportunidad para compartir con seguridad nuestra vida con ella, quiero tomarla. —
Su mirada vagó a su anillo de boda—. ¿Cuándo debemos hacerlo?
—Cuando estés lista, pero no queremos esperar demasiado. Temo que entre
mientras más te debilites, más débil será el grabado.
—Eso tiene sentido. Aunque, ¿puedo esperar un par de días? Quiero
conseguir algunos recuerdos más antes de hacerlo.
—Por supuesto, amor.
Ella laboriosamente giró su cabeza, encontrando su devota mirada
esmeralda.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias por esto, Rose.
—No solo por esto. Por entrar en mi vida, por amarme y a nuestra bebé, y
por cuidar de nosotras.
—Las amo tanto, Rose. Haría cualquier cosa por ustedes. Moriría por mis dos
hermosas chicas.
—Lo sé. Es por eso que te amo. Por eso y mucho más. Eres mi todo, Aedan.
—Para siempre —susurró él, tocando sus labios con los de ella.
Yacieron juntos durante mucho tiempo esa noche, sin hablar, sin dormir,
solo sintiendo, solo estando juntos, ambos con el corazón roto, ambos sufriendo y
ambos profundamente enamorados.

300
27
Traducido por Bettyfirefull y Rihano
Corregido por Helen1

L
as noches de Aedan y Rhosewen fueron consagradas a yacer solos en
su cama prestada, pero pasaban sus días con sus padres. Así que
durante la siguiente semana, en las horas del día, uno podía
encontrar a la familia de seis en la sala más grande de la vieja casa campestre.
Rhosewen permanecía en cama. Aedan sostenía su mano izquierda mientras
Morrigan sostenía su derecha. Caitrin hizo lo mejor que pudo para mantener a su
esposa e hija cómodas. Y Daleen se sentaba a la derecha de su hijo, con una mano
envuelta alrededor de su espalda. Serafín era el único mago que raramente se
mantenía quieto. Cuando no estaba haciéndole exámenes a Rhosewen y al bebé,
estaba ocupado satisfaciendo las necesidades de los ocupantes sanos de la
habitación.
Sus conversaciones se mantuvieron ligeras y enfocadas en la familia.
Kemble, Cordelia y Quinlan se estaban quedando con los padres de Cordelia en
Alaska. Cinnia estaba expandiendo su negocio en Cannon Beach. Y Kearny estaba
pasando una cantidad cada vez mayor de tiempo en Oregon, enamorando a Enid.
—Hay algo sobre esas chicas de Oregon —dijo Serafín bromeando—.
Nuestros chicos de Virginia siguen desapareciendo.
—Criamos a mujeres hermosas —susurró Morrigan, apartando un bucle de
la frente de su hija.
—Sí —aprobó Aedan con voz ronca.
Él ya raramente hablaba. Solo escuchaba y miraba a su esposa, absorbiendo
cada movimiento y cada palabra. Estaban en constante agonía ahora, pero el dolor
se había convertido en una parte de ellos como cualquier otra cosa. La mayoría del
tiempo, ellos solo soportaban, aguantaban silenciosamente, pero cuando
Rhosewen sentía una oleada de amor por su hija cada vez mayor, a menudo 301
desencadenada por los movimientos del bebé, su tortura se intensificaba,
arrojándolos en ataques de agonía que los hacían doblarse. Cuando pasaba esto,
Morrigan tenía que dejar la habitación.
Katherine aparecía esporádicamente para preguntar si alguien necesitaba
algo, y siempre se quedaba un rato, visitando a Rhosewen y consintiendo al bebé
no nacido. Como un rayo eterno de sol, Katherine iluminaba la atmósfera,
recordándoles que la vida continuaba fuera de la melancólica habitación.
El miércoles por la mañana, ella les llevó un desayuno de panqueques,
bacón, tostadas y jamón, y Rhosewen insistió en que se quedara y desayunara con
ellos. Todos comieron, menos Aedan, quien no soltaría la mano de Rhosewen.
Engulliría un pedazo de tostada la siguiente vez que usara el baño.
Katherine terminó primero y puso su plato en el tocador, moviéndose al
lado de Rhosewen.
—¿Puedo hablarle al bebé mientras comes?
Rhosewen tragó laboriosamente y sonrió.
—No tienes que preguntar.
Katherine sonrió alegremente mientras miraba el estómago de Rhosewen.
—Hola, bebita —arrulló—. ¿Tienes la barriga llena? Deberías; tu mami ama
los panqueques. ¿Sabes que más ama tu mami? —preguntó ella, palmeando
gentilmente la barriga de Rhosewen—. A ti. Tu mamá y papá te aman muchísimo,
eres una niña muy afortunada.
El bebé se movió, rodando debajo de la piel casi translucida tan claramente,
que pudieron discernir la forma de su diminuta mano y sus diminutos cinco dedos.
Allí fue cuando las cosas fueron de mal a peor.
Rhosewen gritó mientras su atormentado cuerpo daba sacudidas y su plato
de desayuno volaba de su pecho, haciéndose pedazos contra la mesita de noche.
Aedan apretó su agarre mientras gemía contra sus bíceps y sus padres saltaron de
sus asientos, sus platos de desayuno desapareciendo en el aire. Sobresaltada,
Katherine se había caído de la cama y yacía en el piso.
—Deberías irte —dijo Serafín, ayudándola a levantarse—. No deberías ver
esto.
Horrorizada, Katherine se retiró de la habitación, cerrando la puerta mientras
salía y Serafín se acercó a la cama, contemplando cómo examinar el maltratado 302
cuerpo de Rhosewen.
Morrigan corrió a tomar la mano derecha de Rhosewen y Aedan apretó
fuerte sus ojos, tratando de dominar el dolor en un desesperado intento de traerle
apoyo mental, físico y emocional a su esposa. Pero era el más largo y doloroso
episodio hasta ahora y el dolor en su cuerpo era difícil de ignorar.
Los gritos de Rhosewen se desvanecieron en gemidos mientras las lágrimas
inundaban sus párpados cerrados, y sus piernas se curvaban y flexionaban, sus pies
se clavaron en la cama mientras su cabeza se enterraba en las almohadas. Aedan
abrió sus ojos, encontrándola mordiendo su labio fuertemente, y se tragó un
sollozo mientras enterraba su rostro en el cuello de ella.
Estaba en tanta agonía; él no podía soportarlo. Tenía que hacer algo. Tenía
que ayudarla. Habló a través de sus dientes apretados, frotando sus labios
fruncidos a través de los tendones tensos en su cuello.
—Rose… ¿recuerdas la cueva a la que te llevé? ¿La que está en La Guarida
del Diablo? ¿Cómo nos sentamos leyendo las emociones en la atmósfera? —sintió
un ligero cambio en su cuerpo y forzó al suyo a moverse, trepando a la cama con
ella—. Ya estaba enamorado de ti —susurro él, arrastrándose tan cerca como fuera
posible—. Ya había decidido seguirte a los confines de la tierra. Todo lo que decías,
todo lo que hacías, exudaba belleza, compasión y gracia. Eras la mujer más
cautivadora que había conocido jamás. Desde el principio. —Fue capaz de aflojar
su mandíbula y los gemidos de ella se habían calmado, pero lágrimas todavía
corrían de sus párpados cerrados mientras sus pies flexionados empujaban los
cobertores—. Y cuando te vi jugar con el bebé alpaca —continuó, besando
suavemente su garganta tensa—, ya estaba ideando maneras para mantenerte en
mi vida. Te convertiste para siempre en mi perfecta Rose ese día.
—Aedan —sollozó ella, abriendo sus ojos.
Él dejó su cuello, encontrando su mirada llorosa.
—Ssh… no tienes que decir nada. Solo deja que mejore. Está mejorando.
Mientras su cálido aliento barría sobre sus labios y mejillas, sus piernas se
aquietaron, hundiéndose en las mantas. Ella soltó la mano de su madre y luego se
puso de lado, llevando su mano a la mejilla de Aedan.
—Me tuviste… al momento… en que me conociste…
Sus rostros se reunieron, mejilla contra mejilla y las lágrimas corrieron de sus
ojos inyectados en sangre, ríos tristes corriendo por los contornos de sus rasgos
hundidos. Aedan no quería llorar, pero una vez que empezó, no pudo detenerse,
303
así que lloraron juntos, atesorando lo que amaban y perderían, mientras combatían
la agonía que aprisionaba sus cuerpos.
~***~
Para el momento en que Rhosewen y Aedan recuperaron el control, Serafín
había hecho siete exámenes. Aedan se quedó en la cama, yaciendo junto a
Rhosewen mientras escuchaban la conclusión de Serafín.
—Has dilatado dos centímetros en tres días —explicó él—, incluyendo hoy a
primera hora de la mañana. Ahora estás en tres. El bebé luce genial, alrededor de
dos kilos setecientos, completamente desarrollada y saludable. Podría nacer sin
ningún problema en el momento del parto. Sin embargo, tu cuerpo, es una historia
diferente. El deterioro está incrementando de velocidad. Tu salud ha menguado
más en las cuatro horas pasadas que en los tres días que llevamos aquí. —Hizo una
pausa, aclarando ligeramente su garganta mientras miraba hacia el piso—.
Particularmente tu corazón, está luchando para mantener tu sangre bombeando, y
temo que otro episodio como ese lo detendría por completo.
Rhosewen asintió calmadamente, entendiendo. A este punto no tenía miedo
de morir. Las dos cosas que más temía eran la separación de Aedan y el riesgo
para su hija. Ella sabía que la separación no duraría mucho tiempo, así que su
prioridad número uno era la seguridad de su hija.
—¿Crees que lo logrará durante el parto? —preguntó ella, hablando de su
corazón como si fuera una pieza oxidada de maquinaria vieja.
—No puedo prometer nada —respondió Serafín—. Pero entre más dure
esto, más pequeñas son las posibilidades.
Los labios amoratados de Rhosewen se fruncieron en un ceño.
—¿Qué podemos hacer para acelerar el parto?
Aedan hizo una mueca de dolor. Acelerar el parto significaba acortar su
tiempo en la tierra con ella.
Serafín observó a su hijo e inclinó su cabeza.
—Hay cosas que podemos hacer para provocar un nacimiento temprano,
pero ya has progresado de dos a tres esta mañana. Creo que deberíamos esperar
un rato, ver cómo se desarrolla naturalmente. Si no te dilatas más para hoy, inducir
la labor de parto podría ser nuestra más sabia opción.
Rhosewen consideró la sugerencia, contemplando cada escenario posible. 304
—Está bien —decidió ella—. Esperaremos y veremos cómo va, pero no
quiero que mi bebé sea arrancada de su madre muerta.
Todos cerraron sus ojos, gimiendo ante la imagen que ella había puesto en
sus cabezas, pero no podía dejar que eso la disuadiera.
—Si parece que eso es lo que va a suceder quiero tenerla antes.
Serafín pasó una mano por su cara y sacudió su cabeza.
—Está bien querida. Te examinaremos a ti y al bebé cada treinta minutos a
menos que el dolor aumente, en ese caso lo haremos cada diez minutos.
—Hazlo cada diez igualmente —insistió Aedan.
—Por supuesto —concedió Serafín—. Lo que sea que pienses que es mejor.
—¿Podemos Aedan y yo tener unos pocos minutos a solas? —preguntó
Rhosewen, estudiando las caras cansadas de todos.
—Claro, cariño —accedió Morrigan, tomando la mano de Caitrin. Entonces
ella lo haló de la habitación, seguidos inmediatamente por Serafín y Daleen.
Aedan miró la puerta cerrarse y luego a Rhosewen, observando
ardientemente sus ojos hinchados.
—Eres la mujer más increíble que he conocido jamás, Rose. Nuestro tiempo
separados será un infierno para mí.
—Para mí también —susurró ella—. Pero pronto estaremos juntos de nuevo.
—Muy pronto —afirmó él, dándole un suave beso.
—Estoy lista para grabar el anillo —dijo ella, mirando sus manos—. Tengo
miedo de esperar más tiempo.
—Claro —concordó él—. Solo déjame decirles que esperen un rato antes de
que entren de nuevo. Estaremos desnudos durante el hechizo.
—Estupendo —aprobó ella, sonriendo dulcemente.
Aedan miró su sonrisa mientras trataba de comunicarse mentalmente con su
padre, pero la conexión era demasiado borrosa y Serafín pronto entró en la
habitación.
—Tu alcance mental no es muy discernible —dijo él.
305
—Lo deduje —respondió Aedan—. Necesitamos algo de tiempo solos. No
vuelvan hasta que los llame.
—Seguro —convino Serafín. Luego salió, cerrando la puerta detrás de él.
Después de quitarse sus ropas. Aedan instruyó a Rhosewen a que rodara
sobre su lado derecho. Luego él acomodó su cuerpo a la espalda de ella.
Presionando su palma izquierda contra el corazón de ella, de modo que la banda
del anillo hiciera contacto con su piel.
—¿Lista? —preguntó el.
Cuando su aliento rozó a través de su mejilla, ella suspiró, emocionada, pero
tranquila.
—Hay algo sobre lo que no estoy segura —confesó ella.
—¿De qué se trata, mi amor?
—Bueno, no estoy segura que debamos incluir nuestro vínculo. Quiero
compartir la experiencia con ella, mostrarle lo increíble y realizados que estamos
juntos, pero temo que la avergüence.
—Cuando nuestra hija encuentre su camino al anillo —contestó Aedan—, no
va a ser una niña; será una mujer, lo suficientemente madura como para manejar la
idea de su concepción. Pero si estás preocupada por eso, puedes filtrar lo que va a
sentir. Solo dale la canción sin el baile.
—Buena idea —aprobó Rhosewen—. Puedo mostrarle cómo me haces sentir
sin mostrarte desnudo. Además, ahorrará tiempo. Si incluyo todas las formas en
que me has amado, ella va a estar experimentando la impresión durante meses.
Aedan logró mostrar una pequeña sonrisa mientras besaba su mejilla.
—Esos fueron los momentos más increíbles de mi vida, Rose. Voy a extrañar
cumplir mis deseos mundanos contigo.
—Yo también —susurró ella—. Le dimos un nuevo significado a las palabras
hacer el amor. Éramos perfectos juntos.
Aedan cerró los ojos. Habían pasado meses desde que había hecho el amor
con ella, pero él recordaba los magníficos momentos con perfecta claridad.
—Está bien —suspiró ella, trayéndolo de vuelta a su presente sombrío—.
Estoy lista.
306
La besó en la mejilla, dejando que sus labios permanecieran mientras
susurraba:
—Cierra los ojos y concéntrate en lo que quieres que ella vea, sienta y
escuche de tus recuerdos. Yo haré el resto.
Rhosewen cerró sus ojos y llevó su mente de regreso al día en que lo
conoció, al amor de su vida, el padre de su hija, el proveedor perfecto, protector y
amante… su alma gemela.
Mientras lo hacía, él comenzó a cantar junto a su oído, tan suave y
rápidamente que ella no podía entender lo que estaba diciendo. No estaba
tratando de entender. Se había sumergido en una repetición de los últimos nueve
meses de su vida, profundizando en el peligro, así como en la adoración.
Permanecieron recostados de esa manera, Rhosewen recordando y Aedan
cantando, durante más de una hora. Cuando por fin ella llegó al presente, abrió los
ojos y el anillo se puso caliente. Cuando el murmullo de Aedan cesó, el anillo se
enfrió. El hechizo había funcionado.
Rhosewen deslizó sus manos hasta su vientre sobresaliente, y entonces las
retuvo allí mientras tarareaba una melodía dulce y lenta. Aedan escuchó
embelesado, saboreando hasta la última gota del momento agridulce. Luego él
añadió suaves letras a su serenata sentimental.
Nuestra dulce, preciosa hija,
que pronto estará en el mundo.
Vas a traer tanta alegría,
nuestra preciosa bebé.
Mamá y papá te aman tanto,
y te desean lo mejor.
Solo se tu precioso ser,
y tu corazón hará el bien.
~***~
Por la tarde, era claro que invocar un nacimiento prematuro, no sería
necesario. Rhosewen progresó a un ritmo normal y había dilatado seis centímetros
para las cinco de la tarde. Ella no notó los dolores del parto. Su cuerpo había
307
estado en la peor agonía durante demasiado tiempo. Solo el endurecimiento de su
abdomen confirmó sus contracciones.
La familia se mantuvo en constante vigilia junto a su cama, sabiendo que
podría ser su última oportunidad de pasar tiempo con ella, pero una cortina de
miedo mantenía la habitación tranquila y sombría mientras el tiempo volaba sobre
alas sobrenaturales.
Cuando Aedan miró el reloj de pedestal al otro lado de la habitación,
encontrando a la manecilla corta acercándose a las doce, él negó con la cabeza y
reenfocó.
—¿Es esa la hora correcta?
—Sí —respondió Caitrin, comprobando el reloj en su muñeca—. Son las
11:17.
Cuando Serafín realizó un examen, poniendo sus manos sobre el vientre
desnudo de Rhosewen, el bebé pateó y Rhosewen gimió. Aedan se puso en acción,
rozando besos rápidos en toda la mandíbula apretada de Rhosewen.
—Está lista —anunció Serafín, y Rhosewen gritó de nuevo, apretando su
agarre en Aedan.
—Mamá… —jadeó ella, llegando a ciegas con su mano derecha—… papá…
los quiero…
Sus padres respondieron inmediatamente inclinándose más cerca, y
Morrigan hundió la cara en sus rizos dorados mientras Caitrin tiernamente limpiaba
las lágrimas de Rhosewen.
—Nosotros también te queremos, cariño —dijo él con voz ronca—. Eres lo
mejor que nos ha pasado a tu madre y a mí. Y estamos muy orgullosos de ti… por
ser tan fuerte por tu niña. —Tocó su frente con la de ella, cerrando los ojos con
gruesas lágrimas—. Te amo, Rhosewen, con cada latido de mi corazón. Siempre. —
Él la besó en la frente arrugada y luego retrocedió, literalmente ahogándose en la
pena.
Morrigan acarició el cabello de Rhosewen mientras acercaba sus labios a su
oreja, murmurando una suave proclamación de devoción que solo una madre
podría declarar correctamente.
—Vas a estar con nosotros por siempre y para siempre, mi dulce niña, en
nuestros corazones y en nuestras mentes. Te amo con cada onza de mi ser, y hasta
que te vea de nuevo, voy a extrañar todo de ti cada segundo de cada día. —Se
308
apartó, mirando profundamente a los ojos de Rhosewen durante un largo y
desgarrador momento. Entonces le dio un largo beso, susurrando “te amo” una y
otra vez. En lugar de retroceder, ella cayó, aterrizando en los brazos abiertos de
Caitrin.
Los rasgos de Rhosewen se retorcieron mientras cerraba los ojos. Entonces
su cuerpo se estremeció cuando sus ojos se abrieron de golpe, buscando
frenéticamente por la habitación. Cuando encontró a Daleen, trató de hablar, pero
gritó en su lugar.
Daleen se acercó, llevando sus labios a la frente sudorosa de Rhosewen.
—No necesitas decir nada, querida. Tú has hecho a nuestro hijo más feliz de
lo que alguna vez ha sido, y has hecho un trabajo maravilloso manteniendo a
nuestra nieta segura y saludable. Eres una hija, esposa y madre increíble, y cosas
especiales esperan a una persona como tú, a dónde sea que te estés dirigiendo.
—Gracias…
—No, Rhosewen. Esa es nuestra línea. Amamos y apreciamos todo sobre ti.
Por favor, queremos que sepas eso.
Rhosewen logró hacer una pequeña inclinación de cabeza, y Daleen sonrió
con dulzura mientras se alejaba. Pero tan pronto como estuvo fuera de la vista de
Rhosewen, sollozó en silencio entre sus manos.
—Ya es hora —insistió Serafín, manteniendo una mano en el abdomen
inferior de Rhosewen—. Tu cuerpo está demasiado débil para hacerlo solo, así que
Daleen va a darte una mano mágica, pero voy a necesitar que empujes durante las
contracciones.
Rhosewen y Aedan encontraron los ojos el uno del otro y buscaron las
almas de cada uno, tratando de recordar todos los detalles de su viaje, cada
segundo que habían pasado juntos. Pero el tiempo fue demasiado corto.
—Te amo, mi hermosa Rose —susurró él—. Más que a mi propia vida.
Estaremos juntos de nuevo pronto. Lo prometo.
—También te amo… —sollozó ella—. No voy a estar completa sin ti. —Cerró
los ojos y luego los obligó a quedarse abiertos, encontrando su mirada una vez
más—. Voy a estar buscándote cada segundo hasta que te encuentre… pero, por
favor… —declaró, apretando su agarre—, por favor asegúrate que nuestra hija esté
a salvo antes de venir a mí. Por favor.
309
—Lo juro, Rose. Voy a darle a nuestra bebé lo que ella necesita, pero luego
me voy a encontrar contigo.
Él tocó con su frente ardiente la de ella, luchando contra las lágrimas al rojo
vivo. Luego se besaron, tan apasionadamente que sus luces de vínculo llegaron a
su máximo potencial por primera vez en meses, brotando de sus formas
temblorosas como una explosión celestial. Demasiado pronto sus labios se
separaron, interrumpidos por el cuerpo doblándose de Rhosewen, y la neblina
dorada retraída.
—Tenemos que hacerlo ahora —aconsejó Serafín.
Aedan echó un vistazo a la expresión triste de su padre y luego miró a los
ojos azul mar de su esposa.
—¿Lista, mi amor?
—Sí —respondió ella, apretándole la mano.
—Entonces vamos a conocer a nuestra bebé.
—Nuestra bebé —suspiró ella, y Aedan inhaló el dulce suspiro mientras le
daba otro beso.
Aedan sostuvo sus manos, Morrigan sujetó su espalda, y Daleen colocó las
dos manos sobre su estómago, murmurando con los ojos cerrados. Serafín recibiría
al bebé con la ayuda de Caitrin.
Después de treinta minutos de increíble esfuerzo por parte de Rhosewen,
Serafín anunció que podía ver el cabello del bebé.
—Solo unos cuantos empujes más —la instó él. Luego bajó la voz mientras
miraba a Daleen—. Suelta su vientre y comprueba su pulso.
Daleen obedeció, ahogando un chillido alarmado mientras tocaba el pecho
de Rhosewen.
Aedan oyó el terror silenciado de su madre, pero lo ignoró, manteniendo
sus ojos en Rhosewen mientras ella empujaba de nuevo.
El reloj de pedestal marcó la media noche, resonando en los oídos de Aedan
como una sentencia de muerte mientras los hombros demacrados de Rhosewen se
elevaban temblando sobre jadeos desesperados. La segunda campana sonó, y
Rhosewen apretó los ojos con fuerza, dándole a su hija toda la fuerza que le
quedaba. Cuando la tercera campanada del reloj se desvaneció en el aire, un
310
pequeño grito llenó la sala con una milagrosa música. Serafín trabajó rápidamente
y colocó al bebé en el pecho de Rhosewen antes de la quinta señal del reloj.
Rhosewen y Aedan miraron a su pequeño milagro: diminuta, roja y sucia,
pero sana y tan perfecta. Ella tenía la piel oscura y el cabello color ónice de su
padre, los rizos de su mamá, y una brillante aura blanca nadando con tenues ríos
de plata nacarado y rosa suave. Apretando sus pequeñitos puños sobre su barbilla,
ella los miró con borrosos ojos verde esmeralda, la confusión aumentando en los
rasgos de su menuda cara.
—Es hermosa —dijo Rhosewen en voz baja, pasando un pulgar tembloroso
a través de la frente arrugada de su hija—. Nuestra perfecta… Layla. —Ella agarró la
mano de Aedan como nunca antes, tirando de esta hacia su mejilla mientras bajaba
sus labios a los rizos enmarañados de Layla—. Los amo, chicos —jadeó, su aura
hinchándose en prueba—. Tan… to…
La oscuridad de repente se apoderó de Aedan mientras el peor dolor físico
que jamás había experimentado se disparó de la mano de Rhosewen, pulverizando
sus entrañas, robando su aliento y cordura. Pero tan rápido como llegó, la agonía
se fue, por completo, y él lo supo.
Abrió los ojos, encontrando a su bebé yaciendo sobre el pecho inactivo de
su esposa, el corazón en el interior sin latir más. Se había roto con amor.
Aedan sacó el anillo de boda de su dedo y luego cruzó sus manos sobre su
vientre plano. Después de cerrar cuidadosamente sus párpados, le susurró en sus
labios.
—Te amo, mi perfecta Rose. Para siempre.
Después de un último beso, él dejó sus labios y envolvió sus manos
alrededor de su hija, halándola suavemente hacia un cálido abrazo. Su Rose se
había ido, pero un pedazo de ella vivía en su bebé, su hermosa y perfecta Layla.
Inclinó la cabeza sobre ella, cerró los ojos, y lloró como nunca antes.

311
28
Traducido por BookLover;3 y Zoe Benson
Corregido por Selene

A
edan no fue capaz de sentarse al lado del cuerpo vacío de Rhosewen
por mucho tiempo. Morrigan y Caitrin ya habían dejado la habitación, y
tan pronto como él se compuso lo suficiente como para llevarse a su
bebé, también lo hizo.
Caminó aturdido por el pasillo, encontrando a los padres de Rhosewen
sentados en el sofá de la sala, llorando en los brazos del otro, y Katherine sentada
en un sillón junto a la chimenea, luciendo perdida y desamparada mientras retorcía
un pañuelo empapado en lágrimas.
Cuando Aedan trató de hablar, su voz falló, así que aclaró su dolorida
garganta y lo intentó de nuevo.
—Necesita una manta.
Katherine saltó y desapareció por el pasillo, regresando un segundo después
con una manta rosa.
—¿Puedo? —preguntó, señalando al bebé.
Aedan rozó la punta de su nariz a través de la suave mejilla de su hija y
luego suavemente se la entregó.
Katherine la arrulló y susurró mientras envolvía al bebé en un acogedor
capullo.
—Hola, preciosa, pequeña niña. Es tan bueno conocerte finalmente. —Besó
su pequeña frente y después se la regresó a Aedan—. ¿Cómo la llamaste?
—Layla —respondió él, viendo los ojos de su bebé—. Significa belleza
oscura.
—Layla —susurró Katherine—. Es hermoso. ¿Tiene segundo nombre?
312
Rhosewen y él no habían discutido sobre segundos nombres, pero para él
solo había uno.
—Love —respondió—. Layla Love. ¿Te gusta?
—Me encanta —aprobó Katherine, sus ojos brillaban como chocolate
derretido—. Creo que es perfecto.
—Bien, tu aprobación es importante para mí.
Las cejas de Katherine se alzaron, mostrando su sorpresa y confusión. Luego
sorbió e inclinó su cabeza.
—Lo siento tanto por Sarah, Chris. Ella era… una hermosa persona, de todas
las formas posibles. La extrañaremos.
—Sí —dijo Aedan con una áspera voz—. ¿Te importaría darle a Layla un
biberón?
—Por supuesto que no —concordó Katherine—. ¿Qué marca escogemos?
—La que creas que es mejor —respondió Aedan no sabiendo
absolutamente nada sobre fórmulas de bebé.
—Está bien —respondió Katherine—, estaré de vuelta en unos minutos.
Aedan la vio salir de la habitación y luego caminó hacia Morrigan y Caitrin,
sentándose entre ellos para que así tuvieran una clara visión de su nieta.
—Es hermosa —susurró Morrigan, luchando contra sus continuos sollozos—
. Puedo ver a Rhosewen tan claramente.
—Sí —graznó Caitrin—. Tiene un parecido sorprendente con sus dos padres.
—¿Te gustaría sostenerla? —preguntó Aedan, volviéndose hacia Morrigan.
—Sí —respondió ella, sacudiéndose sus lágrimas sueltas con un ávido
asentimiento—, muchísimo.
Aedan le pasó a Layla, y Morrigan ahogó un sollozo mientras ponía la mejilla
de la recién nacida contra su pecho, apretando sus ojos cerrados y metiendo la
barbilla.
—Puedo oler a Rhosewen —suspiró ella.
El corazón de Aedan se apretó mientras miraba sus manos vacías y
flexionaba sus dedos flojos.
313
—¿Por qué no llevas a Layla a tu dormitorio, Morrigan? Haré que Katherine
se encuentre contigo allí con el biberón. Necesito hablar con Caitrin y mis padres.
Las lágrimas de Morrigan se detuvieron mientras miraba a Aedan.
—¿Estás seguro?
—Sí. Necesito lidiar con unas cosas. Después seré capaz de sostenerla en la
manera que quiero.
—De acuerdo —aceptó Morrigan, sus labios curvándose en una pequeña
sonrisa—. Será tuya cuando estés listo.
—Gracias. Caitrin se unirá a ti pronto.
Katherine entró a la sala cuando Morrigan se iba y estuvo encantada con la
invitación de ver a la recién nacida beber de su biberón, por lo tanto las mujeres se
alejaron por el pasillo.
Los ojos de Aedan permanecieron en la puerta por un momento y luego se
volteó hacia su suegro.
—Lamento tu pérdida, Caitrin. Nuestra pérdida.
—Nuestra perdida —repitió Caitrin—. También lo siento.
—¿Vas a llevarla a su casa? Ella querría ser enterrada en su casa.
—Sí, si eso es lo que deseas… lo que ella deseaba.
—¿Serán capaces ustedes cuatro de llevarla sin ser vistos?
—Sí.
—Nadie fuera del aquelarre puede saber los detalles de lo que paso aquí —
remarcó Aedan—. Por la seguridad de Layla.
—Por supuesto —acordó Caitrin—. La seguridad de Layla es lo primero.
Rhosewen murió por ella. Estamos dispuestos a hacer lo mismo.
—Sí —murmuró Aedan, mirando hacia el pasillo.
Caitrin miró también.
—¿Cuándo nos la llevaremos?
—Pronto —respondió Aedan—. Necesito hablar con mis padres, y quiero
que ustedes pasen algún tiempo con Layla. —Su garganta se cerró, cortando su
respiración—. No hay ninguna garantía que la vean de nuevo.
314
Caitrin tragó a medida que miraba sus manos en puños.
—Supuse que escogerías este camino, el más seguro… el más difícil. —
Levantó sus nudillos, mordiéndolos—. Eso es lo que mi bebé quería, ¿verdad?
Aedan cerró sus ojos, imaginando claramente el rostro de Rhosewen.
—Ella conocía mis intenciones.
—Entonces sí —suspiró Caitrin, pasándose los dedos flexionados por su
rostro—, queremos pasar algún tiempo con nuestra nieta. Nos iremos una hora
antes de la salida del sol.
—Gracias, Caitrin. ¿Les puedes decir a mis padres que me encuentren en el
apartamento cuando terminen allí?
—Seguro —acordó Caitrin, levantándose con mucha menos energía de la
habitual—. Les dejaré saber eso en mi camino a sostener a mi nieta.
~***~
Después de estar sentado en el apartamento por diez minutos,
simultáneamente de luto y planificando, Aedan levantó la vista para encontrar a
sus padres en la puerta. Él se puso de pie letárgicamente, y ellos se lanzaron hacia
delante, tirando de él en un abrazo familiar.
—Lo siento tanto, cariño —susurró Daleen.
—Las palabras no pueden expresar lo suficiente —añadió Serafín—. No
puedo imaginar el dolor que estás pasando. Desearía saber una manera de
ayudarte a soportarlo.
—El dolor estará ahí —respondió Aedan—, pero hay algo más para lo que
necesito tu ayuda.
—Solo dilo.
—Pronto me iré de aquí, y estoy seguro que no volveré. Ni aquí ni a ningún
otro lugar.
El brazo de Daleen se apretó alrededor de su cintura, pero no objetó.
—Voy a hacer los arreglos necesarios para que Layla sea escondida en el
mundo no mágico —continuó Aedan, empujando las palabras a través de su
garganta dolorosamente apretada—. Pero si todas las piezas caen en el lugar que
yo quiero, ella eventualmente recibirá la información que le podría llevar a nuestro
aquelarre en Oregon.
315
—¿Eventualmente? —preguntó Serafín.
—Una vez que crezca —explicó él—. Los niños necesitan estabilidad, la cual
no va a conseguir si su familia está siendo perseguida o huyendo de los magos
que quieren utilizarla. Ella necesita tiempo para madurar y explorar su corazón con
claro entendimiento antes de que le digan las circunstancias de su nacimiento, lo
cual podría contaminar el sentido de sí mismo a cualquiera, especialmente a una
niña. Nada de ésta situación debería ser dicha a un niño, así que no voy a darle la
verdad hasta que ella haya tenido tiempo de ser una niña y graduarse de la
secundaria. Además, cuánto más tiempo permanezca fuera de nuestro mundo, más
tiempo tendrá Agro para olvidarse de ella.
Hizo una pausa, levantando una caja de la mesa de café.
—Lo que me lleva al favor que necesito pedirles. Voy a dejar esta caja con
ustedes. En caso de que Layla encuentre su camino a casa, quiero que la tenga. Por
el momento está vacía, pero he encantado el anillo de boda de Rose para
mantener nuestros recuerdos. —Levantó su mano derecha, mostrando el anillo en
medio de su dedo meñique—. Rose imprimió los suyos ayer, pero todavía no he
terminado con los míos. Necesito que realicen un hechizo que transfiera este anillo
de mi dedo directamente a esta caja al momento en que muera, ni un segundo
después, y tiene que funcionar. De lo contrario, Agro conseguirá un mapa del
tesoro que lo llevará directamente a Layla. Una vez que el anillo llegue a esta caja,
se mantendrá seguro. Solo Layla puede abrirla, y la madera no se quebrará ni
quemará.
Sus padres se vieron del uno al otro y luego de regreso a su hijo.
—No tiene que ser de esta manera —insistió Serafín—. Sé que vas a
extrañar a Rhosewen. Sé que cada segundo sin ella disminuirá tu calidad de vida,
pero puedes encontrarla en tu hija. Layla ayudará a llenar el hueco en tu corazón.
Al menos dale una oportunidad.
—No puedo —negó Aedan—. Si me siento y no hago nada, Layla podría no
pasar de su primer cumpleaños. Pero si puedo encontrar a Agro, haré que sea
seguro para ella. Le prometí a Rose que le daría a nuestra bebé la mejor
oportunidad posible, y ésta es. Si pudiera matar a Agro, y a su ejército, lo haría.
Entonces llevaría a mi bebé a casa, donde pertenece, y permanecería junto a ella lo
que mi corazón roto me permitiera. Pero es un sueño. No tengo un ejército a mi
disposición, así que me conformaré con llenar sus cabezas de mentiras. Esta es la
última cosa que puedo hacer por mi esposa e hija, y lo voy a hacer.
Preferiblemente con tu ayuda. 316
Daleen rompió en sollozos, enterrando su rostro en el bíceps de Aedan, y
Serafín corrió una mano temblorosa por su larga melena, con su propia tristeza
clara en sus acuosos ojos verdes y hombros caídos.
—Eres muy valiente —susurró él—. No esperaba nada menos. Por supuesto
que ayudaremos.
Mientras Aedan examinaba la postura abatida de su padre, el vasto agujero
en su corazón se hizo aún más grande.
—Lo siento, padre.
Serafín sacudió la cabeza, y deslizó una de sus manos por el costado del
cuello de Aedan.
—No te disculpes, hijo. Entendemos y mantendremos las posesiones de
Layla a salvo hasta su tan esperado retorno.
—Gracias —respondió Aedan—. Los extrañaré. A todos ustedes… —Su voz
se rompió mientras se aferraba a su garganta en busca de aire—. Mi Layla Love —
dijo atragantado, con lágrimas derramándose de sus ojos.
Bajó la mirada hacia la caja, pensando en cuán lamentable regalo era para
dejar a su hija. Luego la puso a un lado y levantó la cabeza, con una mano en el
hombro de su padre.
—Si ella los encuentra, asegúrense de hacerle saber lo mucho que Rose la
amaba, cuánto la amo. Y manténganla a salvo una vez esté cerca. Muéstrenle todo
el amor del que se va a perder, denle la familia que merece, y háganla feliz. —Su
cabeza cayó nuevamente—. Por favor.
—Lo prometemos —respondió Serafín—. Nuestras vidas son suya.
~***~
Aedan observó mientras los abuelos de Layla cuidaban de ella las horas
siguientes, pero muy pronto llegó la hora en que debían llevarse el cuerpo de
Rhosewen, el cual permanecía imperturbable en la habitación en la que ella se
había ido. Aedan no los vería llevarla lejos. La mujer que amaba estaba en otra
parte, esperando a que él terminara su propósito en la tierra.
Cada abuelo sostuvo a su nieta por última vez, pidiéndole que se
mantuviera a salvo y feliz, y diciéndole que fuera a visitarlos lo más pronto posible.
Entonces la dejaron en la cama para así poder despedirse de Aedan.
317
Morrigan lo abrazó primero, envolviendo un brazo alrededor de su cintura y
colocando una mano en su corazón.
—Gracias por amar tanto a nuestra hija, Aedan, y por apaciguar su dolor.
Siempre estaremos en deuda contigo por hacer su vida mejor.
—Al contrario, la deuda es mía. Estoy eternamente agradecido con ustedes
por haberle dado la vida a mi hermosa Rose.
Morrigan se acercó, tocando su mejilla. Luego dejó caer la mano y se apartó.
Caitrin se aproximó y palmeó el hombro de Aedan.
—Saluda a Rhosewen de nuestra parte cuando la veas. Hazle saber que la
extrañamos.
—Lo haré —respondió.
—Buena suerte, hijo mío. Qué los Cielos estén contigo.
—Gracias, Caitrin. Dale al aquelarre nuestro saludo y despedida.
Caitrin asintió y lo dejó ir. Entonces abrazó a Morrigan. Mientras dejaban la
habitación, retrocedieron rápidamente para tomar un vistazo de su nieta por
última vez.
Daleen se lanzó al pecho de Aedan, sollozando incontrolablemente.
—Te amo, mamá —susurró él, abrazándola fuertemente—. Perdóname por
dejarte de esta forma. Por favor entiende.
—Lo hago —sollozó ella. Luego tomó varias respiraciones, tratando de
hablar claramente—. Te amo Aedan, con todo mi corazón roto. Y confío en tu
corazón… y en tu hermosa alma. Algún día, cuando mi vida haya acabado,
estaremos juntos por siempre.
—Cuento con ello —susurró él, inhalando su familiar aroma.
Ella levantó la mirada, tomando su rostro entre sus manos temblorosas.
—Adiós por ahora, hombrecito.
—Por ahora —respondió, poniendo las palmas sobre las de su madre.
Ella se ahogó en un sollozo y se alejó, fijando su mirada en Layla. Después
dejó la habitación entre lágrimas.
318
Aedan tomó una respiración profunda mientras se volteaba hacia su padre,
imitando su apesadumbrada expresión.
—¿Tienes un plan? —preguntó Serafín.
—No uno elaborado —confesó Aedan—. ¿Cuál fue la última locación en la
que Agro fue visto?
—Cerca de Duluth, Minnesota hace dos semanas, pero limpió el área. Si
alguien sabe a dónde fue, no me lo dijo. Tal vez tú tengas mejor suerte.
—Entonces empezaré allí —decidió Aedan.
Miró a Layla, llevando una mano a su corazón atormentado.
—Voy a pasar un tiempo con ella antes de irme. Parece injusto… que yo
tenga la oportunidad cuando Rose no la tuvo… —Cerró los ojos, recordando el
rostro sonriente de su esposa. Luego volvió de nuevo la mirada a su bebé—. No
me iré hasta saber que estará completamente a salvo. No sé cuánto tiempo
tomará, pero no importa. Hay requerimientos con los cuales debo cumplir antes de
partir. Uno de ellos es la reubicación. No quiero que se quede en Idaho o en algún
otro lugar conectado a nuestra familia. Si sientes ganas de encontrarla, y sé que las
tendrás, no te molestes en volver aquí. Y si no es posible localizarla en entero
secreto, no lo hagas. Al menos espera hasta que crezca. Si no te encuentra a esas
alturas, búscala cuidadosamente, pero recuerda que quizá no quiera que la
encuentres. Su falta de conocimiento puede dejarla disgustada, y si no tiene interés
en saber más de su familia biológica, es su decisión.
—La tentación siempre estará ahí —confirmó Serafín—, pero jugaremos
bajo tus reglas. La felicidad y seguridad de Layla son lo que más importa.
—Moriría mil veces para asegurarme de su seguridad y felicidad —susurró
Aedan. Pero no podía morir mil veces. Lo que tenía para dar era lamentable—. Le
dejaré todo el dinero que tengo, incluyendo el dinero que tú y Caitrin nos dieron,
así podrá estar financieramente establecida. No tendrá un aquelarre en el cual
apoyarse, pero será amada y cuidada. Me aseguraré de ello.
—Bien —aprobó Serafín—. Ella merece el mundo.
Aedan asintió, su mandíbula y dedos tensándose mientras miraba de su
bebé a su padre.
—Una vez que todo aquello esté listo, empezaré a buscar a Agro y a Medea.
No sé cuánto tiempo tomará, o si incluso tendré éxito, pero morir intentándolo
será mi último regalo para mis chicas. 319
—Si me necesitas para cualquier cosa —ofreció Serafín—, o cambias de
opinión, por favor vuelve a casa.
—No puedo cambiar de opinión, y no seguiré arrastrándolos a ti y a mamá
en el fondo de este lío.
Se quitó el collar que Rhosewen le había dado. Luego presionó sus labios en
la rosa de oro, besando sus nombres grabados.
—Pónselo a Rose en el cuello —dijo él, entregándoselo—. No tendré un
entierro apropiado, por lo tanto, me gustaría ser considerado enterrado con mi
Rose. Esta es la única forma que conozco de hacer eso. Espero que Morrigan y
Caitrin lo comprendan.
—Lo harán —aseguró Serafín, examinando el collar.
Levantó la vista y ambos tragaron fuerte, mirándose el uno al otro a través
de la humedad salada de sus lágrimas. Luego se abrazaron firmemente.
—Recuerda, padre, si Layla te encuentra…
—Cuidaremos de ella, hijo. Te lo prometo.
—Gracias —susurró Aedan—. Por todo.
—Te amo, Aedan. Eres el más precioso logro de mi vida.
—También te amo, papá. Soy quién soy gracias a ti. A mamá y a ti.
—Adiós —dijeron al unísono, aferrándose ferozmente. Entonces Serafín dejó
la habitación.
Aedan lo observó irse, y comprendió completamente el significado de un
corazón roto. Estaba destrozado, y dolía como el infierno.
Se dirigió hacia la cama y se recostó junto a Layla, recorriéndola con la
mirada desde la punta de un pequeño rizo hasta la de un dedito del pie. El
enrojecimiento de su nacimiento había desaparecido, dejando su piel suave como
el terciopelo y de un tono bronceado, y su cabello negro limpio y seco contra su
cabeza, con los más perfectos rizos jamás imaginados. Sus pequeños puños
estaban enrollados contra su boca fruncida, una boca como la de su madre. Y sus
mejillas redondas lucían naturalmente de color rosa, justo como habían sido las de
Rose. Mientras dormía, sus largas pestañas negras revolotearon, y sus labios rosas
chuparon sus delicados dedos. Era la perfección en persona.

320
Lágrimas empezaron a fluir mientras Aedan la miraba, tan hermosa e
inocente, traída al mundo por un amor perfecto, bendecida con la vida por una
mujer perfecta, su perfecta Rose. Solo podía esperar que un día, su angelical Layla
Love supiera exactamente cuán perfecto había sido todo.

321
29
Traducido por Scarlet_danvers y Lexie’
Corregido por Selene

E
l reloj de pedestal marcó el mediodía mientras Layla se estiraba en
los brazos de Aedan, despertándolo con una sacudida de pánico. Los
recién nacidos no se suponía que debían pasar tanto tiempo sin
comer.
Echó un vistazo a su hija, en busca de signos de sufrimiento, pero su cuerpo
sano se estiró sin prisa, y sus grandes ojos verdes miraban alerta. Ella estaba bien.
Mejor que bien. Su brillante aura resplandecía a medida que se arremolinaba
alrededor de su pequeño cuerpo, exudando claramente una sensación de
asombrosa calma.
—Hola, mi Layla Love —la saludó, su voz tensa, pero llena de un dulzor
suave y adoración serena que era tan natural como respirar—. Has dormido
durante mucho tiempo.
Ante su voz, su boca formó una pequeña ‘O’ de sorpresa, y su mano se
extendió en busca de su cara. La besó en la palma de la mano y bajó sus labios a
sus rizos suaves, inhalando su dulce aroma. De alguna manera familiar y nueva al
mismo tiempo, su esencia era perfectamente sutil en su potencia, pero
increíblemente potente en su objetivo. Mientras se deslizaba a su nariz y garganta,
la paz se apoderó de él, aligerando su corazón terriblemente pesado por un breve
y bendito momento. Ella olía a rosas y lilas, con un toque de vainilla.
Su corazón suspiró cuando la levantó de la cama y se dirigió a la cocina,
constantemente mirándola y hablando con ella.
—Hay tanta gente que te quiere, mi niña. Espero que tengas la oportunidad
de reunirte con ellos, una vez que hayas crecido.
Ella respondió, y su arrullo y gorgoteo fueron los más dulces sonidos que
había oído nunca.
322
—Tienes una voz muy hermosa, mi ángel. Tu mamá también sonaba como
un ángel. ¿Te acuerdas? Estarías pateando como loca, pero entonces tu madre te
cantaría su nana y te calmarías.
Layla se retorció, dejando escapar un pequeño grito que tiró de su corazón.
—Sé que tienes hambre, nena. Papá está preparando tu biberón ahora
mismo.
Miró a la cacerola de agua fría que había colocado en la estufa. Luego miró
a la botella vacía y la lata de fórmula en el mostrador. Después de un momento de
vacilación y una mirada a su alrededor, agitó su mano libre, viendo como la
comida de Layla se preparaba sola. Cuando flotó hacia él, mantuvo la parte interior
de su muñeca extendida, atrapando unas cuantas gotas de leche caliente. Luego
tomó la botella desde el aire.
—Ahí vamos, Layla Love. Eso es lo que llamamos magia. Tal vez algún día
llegarás a probar tu magia, pero no pasa nada si no lo haces, porque eres
perfectamente mágica sin ella.
Al entrar en la sala de estar para ponerse cómodo, la puerta se abrió
lentamente, y Katherine asomó la cabeza.
Aedan se detuvo, levantando la vista desde los diminutos dedos de los pies
que había estado contando.
—Hola, Katherine.
—Hola —le devolvió ella, deteniéndose en el umbral—. No quiero
entrometerme. Solo necesito un poco de café.
Aedan se acercó, instándola suavemente al interior y cerrando la puerta.
—Esta es tu casa, Katherine. No puedes entrometerte en lo que es tuyo.
—Lo sé, pero quería darte algo de privacidad.
—Has hecho un gran trabajo en respetar nuestra privacidad —la elogió,
moviéndose al sillón—. Has sido una bendición para mi familia. No puedo
agradecerte lo suficiente.
Katherine se ruborizó, pero finalmente se relajó, acercándose a admirar al
bebé.
—Hola, pequeña Layla.
323
Aedan dejó la botella a un lado y levantó una de las manos de Layla, dando
a Katherine un pequeño saludo.
—Saluda a Katherine, mi amor.
Katherine sonrió y se inclinó.
—Eres la cosa más preciosa que he visto jamás —susurró, apartando un
pequeño rizo de la frente de Layla. Luego la besó—. ¿Dónde están tus padres,
Chris?
—Se fueron esta mañana —respondió Aedan, siguiendo su mirada hacia el
pasillo—. Se llevaron a Sarah con ellos.
—¿Por qué no se fueron tú y Layla?
Aedan escaneó la expresión de sorpresa de Katherine y luego suspiró.
—Hay algunas cosas que tengo que decirte. ¿Tienes tiempo para hablar?
—Claro. Me tomé el día libre cuando me enteré que Sarah estaba de parto.
Layla dio un pequeño grito que robó toda la atención de Aedan.
—Lo siento, cariño —la tranquilizó, quitándole la botella mientras él se
sentaba—. Has sido muy paciente con tu padre. Aquí tienes.
Durante un tiempo él solo sacudió y admiró a su bebé, escuchando cada
sonido y observando cada movimiento. Cuando se preguntó cómo habría sido
verla alimentarse de los pechos de Rhosewen, de la manera que debería haber
sido, una punzada atravesó su dolido corazón. Combatió la humedad empañando
su visión. No quería que nada obstruyera su hermosa vista.
Cuando Layla estaba lista para un eructo, Aedan la movió a su hombro,
dándole palmaditas en la espalda mientras miraba a Katherine.
—No fuimos completamente honestos contigo —reveló—. Estoy seguro que
ya te habías dado cuenta. Como he dicho, has hecho un gran trabajo respetando
nuestra privacidad. Pero eso no hace nuestras acciones correctas, y lamento
haberte hecho sentir que tenías que reservarte tus preguntas y opiniones. Por lo
general, no vivimos de esa manera, y nunca fue nuestra intención hacerte vivir de
esa manera, pero era necesario. Incluso ahora hay cosas que no puedo decirte, y
también lamento eso. Espero que puedas seguir mostrando la comprensión que
has demostrado hasta ahora.

324
Regresó a Layla a su brazo, colocando la punta de la botella en sus ansiosos
labios. Luego alzó la vista, encontrando a Katherine confundida, pero escuchando
atentamente.
—Te dijimos que nuestros padres viven en Florida, pero eso es una mentira
que usamos para explicar su ausencia. Los padres de Sarah realmente viven en
Oregon, y ella y yo teníamos una casa allí antes de venir aquí. —Hizo una pausa,
tratando de averiguar cómo expresar su confesión a medias—. Lo que voy a decirte
podría asustarte, pero estás perfectamente a salvo en este momento, así que trata
de mantener la calma. —Él estudió su cara: todavía confusa y curiosa, pero sin
miedo—. Sarah y yo nos mudamos a Idaho para escondernos de un grupo de…
personas… que quieren llevarse a Layla.
—¿Qué? —jadeó Katherine, llevándose una mano a la boca.
—No son autoridades gubernamentales —se explicó Aedan rápidamente—,
o nada de eso. Esta… gente, es muy peligrosa y capaces. Sarah y yo también
éramos capaces. Hasta que ella se enfermó.
—No entiendo —objetó Katherine—. ¿Qué gente?
—No puedo entrar en detalles, Katherine. Lo siento. Solo te puedo decir que
son la peor clase de gente, y Layla definitivamente no puede llegar a estar en
ninguna parte cerca de ellos. Sé que esto es confuso, pero ruego por tu paciencia y
comprensión.
—Pero…
—Por favor, Katherine, trata de confiar en mí.
Sus cejas se fruncieron. Pero entonces ella las suavizó a propósito.
—Está bien, te escucho.
—Gracias —respondió Aedan, viendo a Layla comer mientras reanudaba su
confesión—. Vinimos aquí porque éste es uno de los últimos lugares en el que
ellos esperarían que estemos. Nuestro plan era que nosotros tres nos
escondiéramos hasta que fuera seguro regresar a casa. Es por eso que nuestros
padres permanecieron lejos, para mantener nuestra ubicación en secreto. Pero la
situación ha cambiado. Todavía no es seguro para Layla ir a casa, no lo será por
mucho tiempo, y ahora que su madre se ha ido…
Su garganta se apretó mientras él cerraba los ojos ante las lágrimas, pero
una escapó, cayendo en la mejilla sonrosada de Layla. Ella dejó de chupar y lo miró
325
con los ojos muy abiertos, su mano agarrando a la nada. No, no a la nada; al aura
de él. Se preguntó cómo la vería ella en este momento.
Él tiernamente secó su mejilla y luego levantó la vista con seriedad.
—Hay algo que tengo que hacer, Katherine, un lugar al que tengo que ir, y
yo… no voy a regresar. —Podía decir que ella estaba confundida, pero confesarle
toda la verdad haría más daño que bien—. Sé que esto debe sonar loco, pero
realmente es mi única opción aceptable.
—Entiendo si te tienes que mudar —ofreció Katherine—. No esperaba que
tú y Layla se quedaran en el apartamento del garaje para siempre. Y no tengo
ningún problema en regresar el dinero extra de la renta.
—No —negó Aedan—. Ese dinero es tuyo. Te has ganado cada centavo que
mi mamá te dio. Como he dicho, has sido un regalo del cielo, y ninguna cantidad
de dinero puede comprar eso.
—No sé nada de eso —murmuró ella, sus mejillas ruborizándose.
—Yo sí —contrarrestó Aedan—. Has sido una bendición de tantas maneras.
—Entonces, ¿por qué te vas? —bromeó, tratando de aligerar el ambiente y
desviar su atención.
—Bueno —respondió, tomando una respiración profunda—, has entendido
mal lo que estoy tratando de decirte.
—¿No te vas?
—Sí, me voy —le confirmó. Luego se aclaró la garganta, encontrando su
mirada directamente—. Sarah me dijo una vez que no podías tener un bebé y que
esperas adoptar. —Observó cómo las cosas comenzaron a encajar en su lugar—.
Sé que quieres a Layla, y sé que querías a Sarah. —Se detuvo, tomando otra
respiración calmante. Entonces exhaló su desgarradora solicitud—. Por eso, quiero
que adoptes a nuestro bebé y la trates como Sarah lo haría si tuviera la
oportunidad.
Observó las cejas levantadas, la boca abierta y la postura congelada de
Katherine. Luego miró hacia abajo, tirando de la botella de los labios fruncidos de
Layla. Una vez que la acomodó en su hombro, volvió su atención a Katherine, quien
no se había movido ni un centímetro.
—Sé que es un gran compromiso —añadió—, criar a un bebé por tu cuenta,
pero también sé que eres capaz de hacerlo. Serás una madre fantástica. Si no lo 326
creyera, no te pediría que te quedes con mi Layla Love.
Un largo momento de estupefacto silencio pasó antes que Katherine
respondiera.
—No tengo problemas con el compromiso, Chris. Tengo problemas con
alejar a un bebé de su padre. ¿Cómo puedes siquiera considerarlo? Quiero decir,
puedo ayudar. Serás un padre soltero, pero no estarás solo. Puedes vivir en el
apartamento, y yo puedo ser la tía Katherine para Layla.
—No se trata de eso —interrumpió Aedan—. Ser un padre soltero está bien
dentro de mis capacidades. Hay pocas cosas que quiero más que quedarme con
Layla para siempre.
—Entonces quédate con ella.
—No puedo —susurró, parpadeando para contener las lágrimas.
Katherine negó con la cabeza.
—No lo entiendo, Chris.
—Sé que no lo haces —concedió Aedan.
—¿No querría Sarah que te quedes? —argumentó Katherine.
Aedan sacó a Layla de su hombro y examinó su sereno rostro: una mini
Rhosewen, solo que de color diferente.
—Sarah sabía de mis planes, y ella entendió. Ella también te quería,
Katherine. Sé que quería que hicieras esto por nosotros.
Katherine no respondió. Simplemente se sentó allí, mirando al perfecto bebé
en sus brazos.
—Katherine —susurró—, esto es algo que tengo que hacer. No tengo otra
opción. Quiero que seas la madre de Layla, pero si no puedes, voy a encontrar a
alguien más.
—¡No! —espetó, con los ojos muy abiertos—. Por favor, no hagas eso. Me
quedaré con ella. Odiaría no saber dónde está o con quién está.
—Gracias —suspiró Aedan—. Sé que ella va a estar en buenas manos
contigo, pero antes de comprometerte, hay algunas estipulaciones a tener en
cuenta. —Él puso a Layla en su pecho, y ella estiró sus rodillas y brazos hacia
dentro, acurrucándose contra él como si perteneciera a ese lugar. Cerró los ojos,
memorizando todo lo relacionado con el momento: la sensación de su piel, el olor
de su cabello, el ascenso y la caída de su pequeño torso. Luego miró a Katherine—. 327
Quedártela significa que tendrás que cambiar tu apellido y dejar Idaho sin decirle a
nadie a dónde vas.
—¿Cambiar mi nombre? —susurró ella.
—Tu apellido —confirmó—. Sé que es mucho pedir, pero voy a pagar por
todo, así que el dinero no es un problema.
—¿Vamos a estar en peligro si nos quedamos? —preguntó, finalmente
mostrando una pizca de miedo.
—No lo creo —respondió Aedan—, pero quiero asegurarme, y mudarte solo
aumentará tu seguridad. Te voy a comprar un vehículo más fiable y un nuevo
hogar dondequiera que elijas. Lo único que pido es que te mantengas alejada de
las costas, este, oeste y el golfo, y lejos de la frontera norte, en particular los
Grandes Lagos. ¿Es algo que estás dispuesta a hacer?
Katherine consideró en silencio su petición por más de cinco minutos. En el
momento en que ella dio su respuesta, los nervios de Aedan estaban en llamas.
—Sí —accedió—. Voy a hacer cualquier cosa que necesites que haga.
—Gracias —exhaló, pero nunca podría realmente expresar su gran
agradecimiento por la manera maravillosa que había manejado todo—. Aparte del
dinero que te voy a dar para la mudanza, te voy a dar dinero para Layla. Si necesita
algo, úsalo. Cuando cumpla los dieciocho años, puede tener lo que quede.
—No tienes que hacer eso —contrarrestó Katherine, pero Aedan negó con
la cabeza.
—A donde voy, el dinero no vale nada. Quiero que todo lo que tengo vaya a
ti y Layla.
—Oh —murmuró ella, obviamente especulando por el sentido oculto de su
comentario—. ¿Conocerá alguna vez a su verdadera familia?
—Ella tiene que creer que eres su verdadera familia —insistió—. Por ahora.
Una vez que crezca, debería ser lo suficientemente seguro para ella buscar a los
padres de Sarah. Quiero que lo haga, si eso es lo que quiere, pero no hasta que
haya madurado y terminado la secundaria. Eso es muy importante, Katherine. Ella
tiene que esperar. Si comienza a buscarlos como una niña, antes de que haya
crecido en la asombrosa mujer que sin duda será, su seguridad podría verse
comprometida en gran medida, así que disfruta de los siguientes dieciocho años
con ella antes de exponerla a esta pena. Con suerte, para entonces tendrá las
herramientas que necesitará para hacer frente a lo que se atraviese en su camino. 328
—¿Así que voy a mentirle durante dieciocho años? —dijo Katherine
palideciendo.
—Sí —confirmó Aedan—. Eso es parte del trato. No puedo arriesgarme a
tenerla ahí fuera como una niña, exponiéndose al peligro, y no quiero que lleve
esta carga durante la adolescencia.
—Oh —suspiró Katherine—. No había pensado en cómo podría reaccionar a
la verdad.
—Estará herida —predijo Aedan—, por lo que necesito que te asegures que
esté preparada para manejar las noticias antes de dejarlas caer en ella.
—Sí —concordó Katherine, pero estaba perdida en sus pensamientos,
probablemente tratando de imaginar cómo le daría la noticia.
—Por razones que no puedo explicar adecuadamente —continuó Aedan,
retomando su atención—, te hemos dado nombres falsos. No puedo darte los
reales, ni siquiera para que se los des a Layla, ni puedo darte las direcciones de
nuestras familias. Te dejaré una foto de Sarah y yo, y puedo decirte que vivíamos
en algún lugar cerca de Portland, Oregon. Cuando Layla tenga edad suficiente,
espero que eso la ayude a encontrar a sus abuelos.
—¿Eso es todo? —espetó Katherine—. ¿Cómo los encontrará alguna vez?
—Lo sé —susurró—, es mísero.
Bajó la mirada a su hija, buscando una manera de llevarla a casa a salvo. La
respuesta no tardó en llegar, y experimentó la primera oleada de esperanza que
había tenido en… bueno, no podía recordar.
—Hay una pequeña ciudad en la costa —explicó—. Cannon Beach. Cerca de
una hora al oeste de Portland. Sarah y yo pasamos mucho de nuestro tiempo libre
allí, y siempre nos detuvimos en un lugar llamado el Cinnia’s Cannon Café. Dile a
Layla que si va a Oregon, debería probar el café de Cinnia, porque es el mejor que
hay.
—¿Sinya’s Cannon Café?
—Sin-nee-a —la corrigió—. C-I-N-N-I-A.
Katherine tomó una pluma y escribió el nombre en su mano.
—Bien, pero, ¿cómo eso va a guiarla a ningún lugar?

329
—No sé si lo hará, pero podría ser más útil de lo que crees, así que no lo
excluyas.
Perpleja, Katherine suspiró y asintió de acuerdo.
—¿Cuándo te vas?
—Eso depende. Podría irme tan pronto como esta noche, pero si me
necesitas para ayudar con la mudanza, me quedaré.
—¿Necesitas irte tan pronto?
—Cuanto antes me vaya, más fácil será mi objetivo. Y te aseguro, mi
objetivo es vital. Si pudiera decirte al respecto, estarías de acuerdo, pero solo
tendrás que confiar en mí.
—Lo hago —susurró ella—, y puedo encargarme de la mudanza, pero debes
querer pasar más tiempo con Layla antes de irte.
—Me gustaría pasar la eternidad con mi Layla Love si tuviera la opción, pero
sería egoísta de mi parte quedarme más tiempo de lo necesario. ¿Prometes
mudarte tan pronto como seas capaz?
Katherine se puso a pensar por un largo momento y luego asintió.
—Sí. Tan pronto como tenga el dinero, puedo irme en un par de semanas.
—Gracias —respondió él—. No tienes idea de cuánto significa tu sacrificio
para mí. ¿Qué apellido tomarás?
—Hmm… ¿Qué hay de Callaway?
—Sí —aprobó él, levantando sus cejas—. Es perfecto. Tendré todo lo que
necesitas para esta noche. Luego, una vez que me vaya, serás la única familia de
Layla Love Callaway hasta que el destino decida lo contrario. —Hizo una pausa,
acariciando los rizos de su hija mientras respiraba profundo—. Prométeme una
cosa más, Katherine.
—Claro, Chris, cualquier cosa.
—Ámala más de lo que nadie ha amado en la historia del tiempo. Ámala
como su mamá la amaba, como yo la amo… —Su garganta se apretó,
estrangulando su petición.
—Lo prometo —susurró Katherine, secándose una lágrima—. Ella lo merece
todo.
330
—Sí —susurró, cerrando los ojos fuertemente—. Lo hace.
~***~
Katherine pasó el día haciendo mandados, mientras Aedan pasó el día
sosteniendo a Layla, sin dejarla ni una vez. Necesitaba usar el baño, pero obligó su
cuerpo a esperar. Dejaría que su vejiga estallara antes de sacrificar tiempo con su
hija.
Cuando Layla no estaba comiendo, Aedan la sostenía frente a él,
memorizando sus rasgos mientras le hablaba en voz baja. Sus ojos se abrían de par
en par cuando él le habló de sus esperanzas y sueños para ella; sus labios se
fruncieron cuando habló de su madre; y cuando cantó la canción de cuna favorita
de Rhosewen, los párpados de Layla se tornaron pesados, cerrando las cortinas
sobre las esmeraldas brillantes.
En asombro reverente, Aedan observó cada segundo agridulce, asombrado
de su pureza y perfecta belleza. Su corazón se disparó, montando en lo alto del
viento debido al milagro en sus brazos. Pero a medida que se disparaba, sangraba,
las heridas irreparables dividiéndose aún más cada segundo que la miraba. Abrazó
el dolor, sabiendo que no se aliviaría hasta que su corazón dejara de latir por
completo. Y no sacrificaría estos momentos por nada en el mundo, y mucho menos
una dosis de alivio temporal.
Decidido a dedicarse a Layla cuando ella despertara, Aedan pasó su siesta
preparando las cosas para su partida. Llamó a un banco local y algunos
funcionarios del gobierno, mediante una inteligente combinación de magia y
encanto mental para engañar al sistema. Luego usó una mano para preparar
mágicamente documentos oficiales para Katherine y Layla Callaway.
Parecía que el tiempo había sido maldecido para acelerarse, y Aedan suspiró
profundamente y muy tristemente cuando los relojes dieron las nueve. Se
preguntó cómo se las estaba arreglando para poner un pie delante del otro, pero
entonces la cara de Rhosewen apareció en su imaginación mientras miraba a Layla,
y su temor se transformó en determinación. Sin embargo, el dolor se fortaleció.
Solo podía esperar que su angustia trabajara a su favor una vez que encontrara a
Los Imperdonables.
Entró en la sala para encontrar a Katherine esperándolo, así que con
sobriedad la llevó a la mesa de café.
—Abrí una cuenta bancaria bajo tu nuevo nombre —dijo, pasándole por
encima un pedazo de papel doblado—. Los fondos estarán disponibles para 331
mañana, y todo está en orden con el personal del banco, por lo que no habrá
ningún trámite, papeleo o explicaciones que tratar.
Katherine desdobló el papel y enderezó sus gafas.
—¡Oh! —exclamó—. Eso es… eso es mucho dinero.
—Es tu dinero —insistió—. El tuyo y el de Layla. Quiero que lo uses para
todo lo que necesiten. Un auto, una casa y todas las cosas que Layla necesitará al
crecer. Ninguna de las dos debe prescindir de nada jamás. Y quiero que se
diviertan, así que no lo guardes todo. Derrocha a veces.
Katherine asintió de acuerdo, los ojos muy abiertos y acuosos, y Aedan
escaneó su cara y su aura, asegurándose que estaba absorbiendo todo.
—He preparado los documentos necesarios —continuó, recuperando un
sobre de la mesa—. Certificados de nacimiento, tarjetas de seguro social, licencia
de conducir, son válidos con el gobierno, así que no dudes en usarlos.
—¿Cómo…? —murmuró, pero luego negó con la cabeza—. No importa.
Tomó el sobre y miró por encima su contenido, deteniéndose cuando llegó
al certificado de nacimiento de Katherine Anne Callaway como única madre de
Layla Love Callaway.
—Aquí está la foto de Sarah y yo —dijo Aedan, tendiéndole la fotografía—.
Fue tomada el día de nuestra boda.
Katherine deslizó el certificado de nacimiento de nuevo en el sobre y luego
tomó la foto.
—Vaya —susurró—. Sarah se ve como una diosa griega. Ambos estaban tan
hermosos.
—Sarah hacía ver todo más hermoso de lo que era antes —concordó Aedan,
mirando nostálgicamente el simple recuerdo de su Rose.
Katherine levantó la mirada, y Aedan despejó un nudo de su garganta.
—No muestres esa foto a nadie —la instruyó—. Es solo para los ojos de
Layla. Si ella decide buscar a los padres de Sarah, debe ser muy selectiva acerca de
a quién se la muestra. Podría llevarla a sus abuelos, pero también podría llevarla al
peligro.
Aturdida por el giro de los acontecimientos, Katherine se limitó a asentir.
332
—Sé que esto es abrumador —simpatizó Aedan—, pero estás manejando
todo muy bien. No me puedo imaginar una persona más perfecta para hacer esto.
Katherine asintió en silencio de nuevo, y Aedan apretó su hombro.
—Recuerda, si Layla quiere encontrar a los padres de Sarah, tendrá que
comenzar cerca de Portland, Oregon.
—Lo recordaré —le aseguró Katherine—. Portland, Oregon, y ella debe ir al
Cinnia’s Cannon Café en la ciudad costera de Cannon Beach.
—Sí —confirmó—. Cinnia’s puede ser el consejo más útil que te he dado.
Por otra parte, Cannon Beach es una zona segura. Sus probabilidades de encontrar
allí peligro son bajas. —Miró a Layla, y Layla lo miró—. Sé que es miserable de mi
parte, pero es lo mejor que puedo hacer por ella. Por favor, cuídala mientras tanto.
Es mi más sincera esperanza que las dos compartan una vida de felicidad y amor.
—¿Estás seguro que tienes que irte, Chris?
—Sí. Es lo mejor para Layla.
Katherine suspiró mientras enderezaba sus lentes con una mano temblorosa.
—Bueno, si puedes volver, o si cambias de opinión, estoy bastante segura
que estaremos en Oklahoma. He querido visitar ese lugar desde que vi el musical, y
está casi lo más lejos de las costas que se puede llegar.
—Gracias por hacer esto, Katherine. Sé que es un sacrificio.
—No, Chris. El sacrificio es tuyo. Me mudaría un millón de veces por Layla.
Aedan asintió tristemente mientras observaba a su bebé.
—¿Puedo tener un momento a solas con ella?
—Por supuesto —aprobó Katherine—. Estaré en la cocina.
Salió de la habitación, y Aedan se sentó en el sofá, sosteniendo a Layla
delante de él. Cerró sus ojos, asegurándose de haber memorizado cada parte de
ella. Desde sus pequeños rizos hasta sus pequeñitos pies, era tan perfecta en su
mente como lo era en sus brazos.
Levantó sus párpados ardientes, luchando contra las lágrimas que estaban
empañando su visión.
—Eres tan hermosa y especial —susurró, bajando su cara más cerca de
ella—. Y lo siento pero tengo que dejarte, es lo mejor para ti. Con suerte 333
entenderás cuando sea el momento de conocer la verdad. —Tragó saliva, tratando
de aflojar su garganta, pero no funcionó, y casi atragantado continuó—. Sé que no
vas a recordar esto, y está bien. Solo quiero que lo escuches. Al menos una vez. El
nombre de tu mamá era Rhosewen Keely Donnelly. Me gustaba llamarla mi Rose.
Era tan hermosa, Layla, y ella te amaba tanto. Ojalá las cosas hubieran sido
diferentes. Entonces podríamos quedarnos contigo para siempre. Eso es lo que
queríamos, lo que soñamos desde el momento en que nos conocimos, y rompe mi
corazón que no lo consigamos. Pero estarás a salvo con Katherine. Ella es tu mamá
ahora, y cuidará bien de ti, porque te quiere mucho. —Suavemente le besó la
nariz—. Me tengo que ir, bebé, pero siempre estarás en mi corazón. —Él la besó en
la arrugada frente—. Con suerte, algún día, sabrás quién fui. —Besó sus mejillas
sonrosadas—. Soy Aedan Dagda Donnelly, tu papá, y te amo más que a la vida
misma. —La atrajo a su pecho, llorando sobre sus suaves bucles—. Cuídate, Layla
Love, y encuéntranos cuando puedas.
El dolor era terrible, pero el amor era puro, y lloró entre sus rizos por una
hora más antes de obligarse a ponerse en pie.
Lentamente se dirigió a la cocina, constantemente besando su pequeña
palma. Luego contuvo el aliento mientras se la pasaba a Katherine.
—Mantenla a salvo —susurró.
—Lo prometo —juró Katherine, derramando ríos salados.
—Gracias, Katherine. Por todo. De principio a fin.
Ella asintió solemnemente.
—Adiós, Chris.
Aedan miró a su hija una vez más, corriendo lentamente un dedo a través de
su angelical mejilla. Luego dejó caer su mano y se alejó, dejándola a regañadientes
por primera y última vez.

334
30
Traducido por Lexie’ y Bettyfirefull
Corregido por Selene

A
edan dejó a las lágrimas fluir mientras volaba hacia Duluth,
Minnesota, y cada gota salada reforzó su propósito.
Después de pasar trece horas a través de la costa occidental
del Lago Superior, encontró que Agro se había ido a Maine, así que se dirigió al
este.
Dos semanas y siete estados —algunos de ellos dos veces— y ninguna vez
vaciló en su misión. Había aterrizado, comido, dormido y luego buscado a Los
Imperdonables, tratando de captar la mente de Medea. No sabía si funcionaría ya
que sus poderes habían menguado, pero siguió intentando. El intento, exitoso o
no, no pasaría desapercibido. Si él se acercaba a ella, sabría que iría. Y él quería
que ella supiera.
El cielo de medianoche brillaba mientras volaba sobre Colorado Springs,
explorando las tierras humedecidas por tormentas pasajeras. Cuando las luces de
la ciudad se apagaron, finalmente obtuvo una lectura confusa sobre Medea. Sabía
que era una trampa. Los Imperdonables estaban esperándolo. Pero picó el anzuelo
fácilmente.
No podía leer los pensamientos de Medea o ver lo que sus ojos observaban,
pero intuyó su presencia. Estaba cerca.
Varias formaciones grandes de arena aparecieron en la distancia, como
dedos artríticos alcanzando el cielo estrellado. Aedan conocía la zona, habiendo
caminado estos senderos cuando tenía quince. Cuán apropiado sería encontrar su
fin en el Jardín de los Dioses.
Aterrizó y miró a su alrededor, buscando Pikes Peak aparecer en el
horizonte, y el gran y prominente North Gateway Rock dominando la vanguardia.
335
Respirando lenta y constantemente, se bajó el dobladillo de sus pantalones,
retorciéndose de pies a cabeza mientras la fresca brisa contrastaba con su sangre
hirviendo. Los rostros de Rhosewen y Layla pasaron por su mente. Entonces guardó
bajo llave las hermosas imágenes, decidido a protegerlas de intrusiones externas.
Hizo su camino a la famosa Balanced Rock, un gran trozo de arenisca
precariamente equilibrada sobre su extremo más pequeño, y escaneó su
plataforma de tierra. Al principio parecía desierta, pero pronto encontró algo que
no pertenecía al lugar. Medea estaba agazapada a la sombra de la roca.
La tentación crispó los dedos de Aedan. Un hechizo haría que la roca se
desplomara. Pero la ruina de Medea no era una prioridad. Además, Aedan no tenía
ningún deseo de destruir algo tan hermoso, no a la bruja, sino el fenómeno natural
que la escondía.
Aedan no podía ver a los otros Imperdonables, pero los sentía allí. No tenía
miedo. Después de toda la pena que había sufrido, la muerte sería una dulce
liberación. Llenó sus pulmones de oxígeno fresco, decidido a permanecer sensato y
fuerte por sus dos hermosas chicas, pero ninguna cantidad de meditación
extinguiría el fuego en sus venas.
—Medea —estalló—. ¿Por qué no te pones de pie y me dejas verte mejor?
Ella vaciló y luego se enderezó, revelando su aura mientras se escabullía
hasta el borde de la plataforma granulosa.
Aedan observó cada uno de sus movimientos, complacido de ver que ella
lucía como el infierno. Aparentemente, la vida bajo la cuidadosa vigilancia de Agro
no le sentaba. Grotescamente hueco, su pálido rostro tenía una apariencia
esquelética y sus caídos ojos amarillos lucían enrojecidos y opacos. Atormentada
por una melancólica mezcla de marrón, azul y gris, su aura estancada revelaba un
alma perdida, un espíritu caducado pidiendo liberación.
—Te ves como la mierda —señaló él, y su labio superior se curvó con un
siseo.
—Tú no luces muy atractivo.
Cierto, pero a Aedan no le importaba.
—Puedo agradecerte por eso.
Una sonrisa maliciosa se extendió por el rostro demacrado de Medea. Luego
fingió una mueca de simpatía.
336
—Ahh… ¿le pasó algo a tu preciosa Rose? —El adorable nombre se deslizó a
través de sus dientes, profanado por su desdén, mancillado por su repugnante
rencor.
Los músculos de Aedan se tensaron. Quería matarla. Quería envolver sus
manos alrededor de su escuálida garganta y ver cada onza de vida drenarse de su
asqueroso cuerpo. El odio desencajó otro pedazo de su corazón destrozado, pero
no lamentaría esa pieza. Si alguna vez habría un odio justo, este lo era.
—Está muerta —confirmó—, pero ya lo sabías.
—Lo imaginé —confesó Medea, tocando su marcada mejilla con una uña
dentada—. Es por eso que estás aquí después de todo. ¿Venganza? Pues estás en
una misión suicida. ¿De verdad creíste que serías capaz de matarme y vivir para ver
otro día?
Ella miró a su alrededor, y Aedan siguió su mirada, encontrando treinta y
ocho capas carmesí rodeándolo.
—No —respondió, sin inmutarse por su repentina aparición.
—¿No deseas matarme? —se mofó Medea.
—Oh, disfrutaría viéndote morir —corrigió Aedan—, y me encantaría
hacerlo yo mismo, pero no espero vivir.
Los ojos de Medea se estrecharon, y Aedan se concentró en filtrar su aura y
bloquear su mente.
—De hecho —continuó él—, te has asegurado que no tenga nada por lo
que vivir.
Terror retorció las feas facciones de Medea cuando abrió su boca para
hablar, pero gritó en cambio, cayendo de rodillas y doblándose en una bola.
Aedan sabía la clase de tortura que estaba experimentando, porque también
conocía muy bien esa expresión agonizante. Rhosewen la llevó a menudo a lo
largo de los últimos cuatro meses de su vida, pero la había llevado con gracia y
belleza. Medea solo lucía miserable y nerviosa. Aedan observó atentamente,
esperando que el dolor lo golpeara también, pero no llegó.
Uno de Los Imperdonables bajó su capucha y caminó hacia delante, Aedan
le echó un vistazo, sin sorprenderse de encontrar los ojos anaranjados de Agro.

337
—Aedan —saludó él, agitando una mano hacia Medea, quien cayó laxa, sus
gritos desvaneciéndose en sollozos—. Es una pena que siempre nos encontremos
en términos poco amistosos.
—¿Hay algún otro modo contigo? —argumentó Aedan.
—Algunos dirían que no —confesó Agro.
—Estoy de acuerdo con ellos —dijo Aedan con desdén.
Los ojos de Agro destellaron rojo, pero su postura se mantuvo casual.
—Como dije, una pena. —Miró a Medea luego de regreso a él—. ¿Tu esposa
está muerta?
—Sí —respondió Aedan, con la mandíbula apretada.
—Lamento escuchar eso.
—Apuesto que lo haces.
Agro escaneó cada pulgada de Aedan y el aire a su alrededor, tratando de
encontrar un agujero en su persona.
—Tal vez piensas que fui yo quien maldijo a tu pareja, pero te aseguro, no
tuve nada que ver en eso. Hubiera preferido manejar la situación por mí mismo,
pero fue obra de Medea. Me hizo creer que no haría nada más que hacer que el
cabello de tu pareja cayera, o manchar sus dientes de verde, algo incómodo pero
insignificante. No tenía idea que saldría con algo tan… creativo. Ya he dispuesto de
los magos desleales que la ayudaron a resolver los detalles.
La falta de participación de Agro sorprendió a Aedan, pero no dijo nada
para demostrarlo. Era su palabra contra la de Medea, y tenía que jugar su parte
convincentemente. Todo lo que había dejado en la tierra dependía de ello.
Miró a Medea, genuino odio e ira quemando su cuerpo y aura.
—Tú.
Ella encontró su mirada, meneando la cabeza mientras lágrimas corrían por
sus mejillas debilitadas.
—Una vez dijiste que te importaba —dijo Aedan hirviendo—, aun así
destruiste mi vida. Mereces un castigo mucho peor que la muerte, porque lo que
he perdido era más precioso que el aire, y fuiste tú y solo tú quien me lo robó. Tu
alma es miserable, Medea. Tu vida no significa nada. No eres nada más que una
mancha de excremento en lo que habría sido una hermosa creación.
338
Agro dio un paso más cerca.
—¿Dónde está tu hijo, Aedan?
—¿Qué hijo?
—¡No! —chilló Medea—. ¡Está mintiendo! Juro que lo hice bien… —Un
escalofriante grito fue arrancado de su garganta mientras se curvaba como una
bola de nuevo.
—¿Estás diciendo que Rhosewen no concibió? —insistió Agro.
—Mi amada estaba embarazada —confirmó Aedan—, pero le robaron el
aliento antes de su tercer trimestre, llevándose el corazón latiente de mi bebé con
ella.
—No —sollozó Medea—. Él está mintiendo… tiene que estar mintiendo.
—¡Silencio! —gruñó Agro. Levantando una mano y la boca de Medea se
cerró de golpe.
La palma de Agro se giró hacia Aedan, quien ya estaba listo para la
sensación helada que aprisionó sus huesos. Él había soportado tanto dolor en los
pasados cuatro meses que su cuerpo simplemente se sacudió.
Agro frunció el ceño. Entonces el agarre se hizo más fuerte, amenazando
con oprimir sus huesos hasta hacerlos polvo congelado. Aedan cayó sobre sus
rodillas mientras un gemido brotaba de su garganta, pero su cuerpo se mantuvo
erguido y sus ojos abiertos.
Agro inclinó curiosamente la cabeza, alzando una ceja en apreciación.
—Tu resistencia al dolor es increíble.
Aedan no podía responder. Si abría la boca, gritaría.
—Ahora —susurró Agro, dando un paso más cerca—. Voy a preguntarte de
nuevo. ¿Rhosewen dio a luz?
El frío apenas disminuyó, y Aedan difícilmente llenó sus pulmones.
—No… solo tenía cinco meses de embarazo…
El dolor aumentó, más que antes y Aedan cayó hacia delante, sus palmas
golpeando la tierra roja mientras un atormentado rugido hizo vibrar sus dientes
apretados, llevando remolinos de arena a sus fosas nasales.
—¿Estás absolutamente seguro? —preguntó Agro.
339
Cuando la fuerza agonizante menguó, Aedan respiró profundo,
levantándose laboriosamente para encontrar la mirada de Agro.
—¿Crees que estaría aquí, enfrentando mi condena, si mi bebé viviera? ¿Si
todavía tuviera un precioso pétalo de mi Rose? —Tomó otra respiración
entrecortada—. No soy lo suficientemente fuerte… para dejar lo que más quiero en
el mundo en busca de justicia, una justicia imposible. No, estoy desesperado…
perdido sin mi amor y roto sin el niño que no pude salvar. Vine aquí a buscar mi
final, para así poder unirme a mi familia en la otra vida. Solo déjame llevarme a la
bruja conmigo. —Respiraba por la nariz, tratando de ignorar el dolor de modo que
pudiera enfocarse en ocultar la verdad.
Agro lo consideró por varios tortuosos segundos antes de bajar su palma, y
Aedan se desplomó en el piso, jadeando mientras el frío helado daba paso a una
furia caliente.
—Bien, bien Medea —dijo Agro enfurecido.
Aedan se recompuso rápidamente, enderezando su torso para así poder ver
los suplicantes ojos de Medea. No quería perderse esto, el último placer culpable
que tendría en la tierra.
—Parece que has cometido un error —rabió Agro, mirando
despiadadamente a la bruja—. Quizás Rhosewen amaba a su bebé más de lo que
esperabas.
Los labios de Medea estaban sellados mágicamente, pero un sonido sordo
rasgó de su garganta mientras trataba de defender su caso, suplicando con los ojos
inyectados en sangre.
Agro no estaba interesado en juzgar a la acusada. Él era el verdugo.
—¿Entiendes lo enojado que estoy? —retumbó, su voz y temperatura
elevándose—. Me has robado al niño vinculado más poderoso que jamás será
concebido.
Aedan flexionó sus músculos, lamentando realmente que no estuviera en su
poder destruir a Agro antes de hacer su salida. Pero un intento podría
comprometer el bloqueo en sus pensamientos, y muchos de los buitres que lo
rodeaban estaban esperando que perdiera la concentración para así poder
destruirlo. No les daría la oportunidad.
—¡Esto es inaceptable! —explotó Agro. Luego habló en un tono mucho más
calmado, más letal—. Debes pagar las consecuencias. —Su mano derecha barrió el 340
aire y luego bajó en un gesto indiferente de despedida.
Los ojos amarillos de Medea se ensancharon cuando cuatro figuras
encapuchadas dieron un paso fuera del círculo que los rodeaba. Entonces cuatro
hechizos diferentes la golpearon al mismo tiempo. Fuego, agua, tierra y aire
combinados en un estallido de caos y color que la levantó de la roca,
contorsionándola y doblándola como masilla.
Arena azotada por el viento y calor húmedo salpicaron la cara de Aedan
mientras veía la última danza embrujada de Medea, una escena macabra y
enfermiza, pero innegablemente satisfactoria.
Para el momento en que la tormenta de maldad se levantó, Medea era una
pila humeante de miembros retorcidos. Los cuatro hechiceros hicieron un
movimiento para sacudirse el polvo, y el mutilado cuerpo se convirtió en ceniza,
yendo a la deriva en el Jardín de los Dioses.
Agro se giró dirigiéndose a Aedan, claramente decepcionado, pero aún
ávidamente intrigado.
—Lamento tu pérdida, Aedan.
—Mientes —dijo Aedan con desprecio, sacudiendo su cabeza—. Lo sientes
por tu perdida. No puedes ver más allá de tu perversa agenda lo suficiente para
darte cuenta que las muertes de mi esposa y bebé son una perdida para muchos,
no para unos pocos.
—Medea se pasó de la línea —concedió Agro.
—Tú la llevaste allí esa noche —contraatacó Aedan—, e incluso si no
hubiera maldecido a mi esposa, tú habrías tramado tu propio plan malvado para
destrozar a mi familia.
—Dices palabras afiladas para un hombre con pocas opciones, Aeda. Te
estoy ofreciendo un trato. No estarías por tu cuenta, sino serías un activo valioso
en la Elite Oscura.
—Vete al infierno —se rehusó Aedan.
—Respondes sin ni siquiera considerarlo —lo reprendió Agro.
—No estoy de acuerdo con tu ética —explicó Aedan, respirando en el frío
aire de la noche, apreciando todo sobre ello.
Estaba listo. Él triunfaría y su bebita, su perfecta Layla Love, estaba a salvo.
Solo un cabo suelto más que atar, antes de dejar esta vida en busca de otra. Él
puso su mano derecha sobre su corazón, asegurándose que el anillo de bodas de 341
Rhosewen tocara la piel punzante.
—Podrías terminar todo esto de una vez —susurró él—. Si no me matas,
pasaré el resto de mi vida tratando de matarte.
—Preferiría usarte que matarte —reprochó Agro—. Desearía que lo
reconsideraras.
—De ninguna manera —suspiró Aedan, una sonrisa serena curvando sus
labios.
Iba a ver a su Rose, su hermosa, dorada Rose. Ya podía sentir la pena
levantándose. Pronto se sentiría tan ligero como el aire.
Agro lo miró curiosamente por un minuto entero entonces dio tres pasos
atrás, alzando su mano derecha.
Los ojos de Aedan se cerraron lentamente mientras realizaba un poco de
magia por última vez, y los más felices y más tristes momentos de su vida llenaron
su corazón antes de encontrar su camino al anillo de Rhosewen. Adiós, Layla Love,
mi dulce ángel. Te extrañaré…
Primero increíble dolor. Luego oscuridad. Después… nada.
Aedan se había unido a su amor en la otra vida.

342
31
Traducido por LizC
Corregido por Selene

En la Actualidad. Oregon.

L
ayla estaba muerta. Había muerto con su padre. ¿O no?
Nada la envolvía, el cuerpo y la mente sofocados, llevándose su
sentido de ser y sustituyéndolo con el de sus padres. Sus recuerdos
reproduciéndose una y otra vez. Layla no podía excluirlos o dejar que cualquier
otra cosa los reemplazara, así que ella repetidamente atestiguó el encuentro de su
madre y padre, su unión, y luego continuó por un camino de amor puro y triste
lleno de destrucción, culminando en el sacrificio supremo: la muerte.
Los recuerdos cesaron de repente, suspendiendo a Layla en una piscina
oscura de realización desapegada donde diseccionó y retuvo los hechos como un
científico sediento. Entonces la nada se alejó, dejando un desastre a su paso.
Los pulmones de Layla se expandieron, los dedos de sus manos y pies
despertaron, y su corazón herido resonó en sus tímpanos. Un gemido doloroso
burbujeó en su garganta hinchada, cada vez más fuerte a medida que la agitación,
un dolor emocional tan físico como ningún otro que hubiera sentido alguna vez, la
agarró y apretó, envolviéndola en una bola.
—¡No! —Quería volver a la nada. El dolor de la realidad era demasiado,
derrumbándola y moliendo los pedazos a polvo.
Arañó su corazón, tratando de rasgar el órgano agonizante de su pecho,
pero una gran mano rodeó su muñeca, tirando de sus uñas frenéticas.
Jadeó sin aliento, los agarres aflojando mientras sus ojos se abrían de golpe,
mojados y desorientados. Entonces un aire caliente flotó sobre su mejilla izquierda.
343
—Está bien, Layla. Estás a salvo.
—Quin —sollozó, acurrucándose en su pecho—. Oh Dios…
Quin envolvió sus brazos alrededor de ella y la apretó, pero ella apenas lo
sintió. El dolor se aferraba mucho más fuerte.
Sus gritos se hicieron más fuerte a medida que su cuerpo se estremecía, a
merced de las emociones implacables. Tantas emociones… un abrumador asombro
por cuán profundamente sus padres la amaron; un dolor insoportable por los
sacrificios que hicieron para mantenerla a salvo; una tristeza absoluta por la forma
en que las cosas salieron; y amor… desgarrador amor por las personas que habían
dado su vida, los padres que nunca conoció. Amor por los padres que se habían
ido. Muerto.
—Oh, Dios —gimió otra vez—. Eran perfectos… y nunca sabré cómo es…
tocarlos y dejar que me toquen.
El lamento revolvió su estómago, su cabeza y corazón latiendo
dolorosamente. Había estado albergando ira por su adopción; resentimiento hacia
su padre y la falta de conexión que sentía con su madre. Ahora, la ira repercutió,
sofocando su remordimiento, castigándola por haberse atrevido a faltarle el
respeto a aquellos que la habían bendecido con aliento antes de perder el suyo
propio. Y la expiación no estaba a la vista. Nunca sería capaz de mirar a sus padres
y decirles lo mucho que los amaba, cuánto significaba su devoción hacia ella.
Después de todo lo que ellos pasaron, merecían saber… escuchar de los labios de
su hija que su amor eterno la conmovió; que lo sentía en el pulso de su corazón
roto y corriendo por sus venas prósperas. No la habían abandonado; la habían
salvado, y ella daría cualquier cosa para hacerles saber que comprendía la
enormidad de su sacrificio.
Sollozó más fuerte, sus hombros temblando. Pero luego, sus oídos
comenzaron a zumbar a medida que el anillo de bodas de su madre se estremeció,
expulsando oleadas de vibraciones por su brazo. Abrió los ojos, sorprendida y
confundida. Y entonces, una sensación de enfriamiento se apoderó de su
fluctuante carne, derritiendo sus músculos tensos.
La camisa de Quin se deslizó de su agarre, y él se echó hacia atrás, pasando
su mirada desconcertada de la cabeza a los dedos de los pies de ella. Layla miró
también hacia abajo, y solo entonces se dio cuenta que ella estaba
resplandeciendo. ¡Y cantando! El zumbido no estaba en sus oídos, sino todo a su
alrededor, fluyendo desde la niebla etérea que se vertía del anillo y cubría su
cuerpo. 344
Una humedad salina empañó la hermosa vista, por lo que Layla cerró los
ojos, deslizando su mano aún vibrando contra su pecho. Cuando el anillo encontró
su corazón, un cálido afecto y una hermosa tranquilidad inundaron sus sentidos, y
ella los desplegó, perdiéndose en la magia.
Por un momento espléndido en el tiempo, su corazón roto y su doloroso
caparazón desaparecieron, y no fue más que un alma, felizmente flotando en el
amor de sus padres.
Podía sentirlos tan claramente como ella sentía cualquier otra cosa más.
Eran más reales que la cama debajo de ella. Y aunque no hablaron, pudo oírlos. La
niebla fascinante y su mensaje mágico le dijeron más de lo que las palabras
podrían retratar. Por otra parte, si ella podía sentirlos, recibir su mensaje,
seguramente ellos podrían sentirla.
Cierto o no, eso a Layla le trajo paz, imaginar a sus padres flotando en su
alma, absorbiendo todo el amor y el aprecio que ella tenía para dar, tomando
sublime consuelo en saber que sus esperanzas para su hija se habían hecho
realidad… ella permaneció a salvo de los magos malvados y había encontrado a su
familia.
Mientras Layla derivaba en la esperanza y el amor, tan tranquilo como un
ángel dormido envuelto en nubes esponjosas, se comprometió a vivir su vida de
una manera que nunca olvidaría los sacrificios de sus padres. Le habían dado un
don sin medida. Ya no iba a gastar su tiempo en una rutina. Iba a encontrar por lo
menos una cosa para estar agradecida cada día, y recordaría el amor eterno que
allanó su camino.
El anillo de Rhosewen dejó de vibrar, el murmullo celestial se desvaneció, y
la magia sanadora decayó, volviendo a Layla a su cuerpo etéreo, pero no se movió
ni abrió los ojos. Solo permaneció allí con la mano sobre el corazón, mientras
lágrimas silenciosas corrían por sus sienes.
A pesar de su nueva vida y su voto para apreciarla, el dolor emocional
regresó al momento en que la magia se fue. Ni siquiera los hechizos más fuertes
podrían hacerla olvidar la expresión cariñosa que su madre llevaba cuando su
corazón estalló con amor, o la triste y dulce despedida que su padre le había dado
antes de morir en un destello de agonía. Esos recuerdos y muchos más siempre
estarían con ella, y siempre le harían daño.
Layla conocía la permanencia de la pérdida muy bien. El día después de la
muerte de Katherine, mientras se mecía en el viejo sillón reclinable que olía a
recuerdos, Layla se había dado cuenta con certeza que la muerte era definitiva, que 345
ninguna cantidad de deseos, esperanza u oración podría revertir lo que los
médicos no podían. Si alguna vez ocupó la fe, la había perdido ese día… el día en
que se dio cuenta que Katherine se había ido para no volver jamás, y estaba sola,
atrapada en un mundo sin nadie a quien amar.
Ahora, mientras yacía de luto por aquellos que habían dado su vida,
dándose cuenta con certeza que se habían ido para no volver, la desesperanza una
vez más amenazó con engullirla, despojar cualquier rastro de fe que había logrado
retener. Pero esta vez Layla tenía algo que le faltó antes. Ella tenía una familia… una
hermosa y amable familia. Ya no estaba sola sin nadie a quien amar.
Se tragó un nudo y abrió los ojos, buscando su primera razón para estar
agradecida. Exquisitamente tendido junto a ella, con su pecho sin obstáculos y
perfecto para las caricias. Quin estudió su rostro, su mirada oscura, brillante y
profunda.
—Hola —susurró él, jugando con uno de sus rizos.
Layla trató de saludar de vuelta, pero su garganta estaba cerrada por la
hinchazón.
—¿Necesitas algo? —preguntó.
Ella negó con la cabeza, sacudiendo más lágrimas de sus párpados, y Quin
se acercó, suavemente limpiando la humedad. Su toque tierno intensificó las
emociones punteando en sus fibras sensibles al rojo vivo, y ella volvió el rostro en
sus manos, estallando en más sollozos.
—Lo siento —jadeó ella, haciendo un charco sollozante en su palma.
—No lo hagas —respondió él, deslizando su mano libre debajo de la cabeza
de ella. Luego la hizo un ovillo y la atrajo hacia sí, acunándola en su pecho.
Layla siguió luchando con un suministro interminable de lágrimas, pero el
aroma seductor de Quin, los fuertes latidos de su corazón, y el abrazo firme la
acunó como un acogedor capullo, manteniéndola a salvo y caliente a medida que
ella lloraba por su antigua vida y abrazaba la nueva… una vida plena de magia,
familia, y si era realmente afortunada… Quin.

346
Epílogo Traducido por LizC
Corregido por Selene

En la Actualidad. Oklahoma.

E
l barrio mundano estaba en silencio, solo contaba con una ligera
brisa de primavera haciendo crujir las suaves flores blancas de los
perales Bradford, meciendo el cuidado césped y ensombreciendo los
arbustos.
Oscura y desierta, había una pequeña casa con un porche cubierto, un aviso
de En Venta plantado cerca de la pulcra pasarela. El césped iluminado por la luna
se agitaba en oleadas.
Entonces cinco capas carmesí aparecieron de la nada, proyectando largas
sombras sobre la hierba susurrante. Mirando desde la capa más cercana al porche,
habían ojos de color naranja.
Las fosas nasales de Agro se dilataron a medida que fruncía el ceño a las
ventanas oscuras. Él podía sentir la energía persistente de la bruja, pero ella se
había ido. Subió al porche, abriendo la puerta principal con un gesto de la mano.
Luego flotó al interior, deteniéndose cuando llegó a la habitación desierta de la
bruja. El pequeño armario y el aglomerado tocador estaban vacíos, y la cama
estaba sin funda, su colchón ladeado desde el somier.
Agro aterrizó junto a la cama y se inclinó sobre el lugar en el que una vez
ella durmió, respirando el dulce aroma floral de puro poder. Su cuerpo se tensó
cuando sus pulmones se aceleraron, ahogándose en su esencia, y ansió poner sus
manos en la fuente, para inhalar la flor en su más fresco ser.
Después de memorizar todos los elementos de su esencia, se enderezó y
empezó a girar, pero se detuvo cuando vio una beta de color asomando de debajo
del colchón ladeado.
Hizo un gesto con la mano izquierda, arrojando el colchón a un lado. Luego
se quedó inmóvil, mirando fijamente a una sirena de cabellos oscuros como
347
ninguna otra. La forma en que se veía en la fotografía: grande, redondos ojos
esmeraldas más profundos que el alma más sabia, sin embargo, llenos de
inocencia, hizo a Agro estremecer, al mismo tiempo asombrarse y emocionarse.
Incluso a través del papel brillante podía decir que ella poseía los poderes de los
Cielos. Moldeada en su imagen celestial, podría haber sido dada a luz por la diosa
Ava, Madre de las brujas, la primera de la raza.
Agro levantó con cuidado la fotografía, preguntándose por qué tal belleza
sería escondida debajo de un colchón. Entonces se dio cuenta de un viejo pliegue
corriendo por la mitad inferior del retrato, oscureciendo las palabras Clase del
2007. La foto de graduación había sido empujada bajo el colchón para aplanar un
pliegue. Por suerte para él, había sido dejada atrás.
Corrió un índice sobre el pliegue, por arte de magia reparando el daño.
Luego la dobló cuidadosamente, metiéndola en su capa mientras regresaba hasta
sus guardias. Habían permanecido donde los dejó, escaneando en alerta su
entorno, por lo que Agro se acercó al letrero de En Venta y se agachó.
—Farriss —dijo entre dientes.
—¿Señor? —respondió el hombre de confianza, arrodillado junto a él.
—Dime otra vez lo que has descubierto —exigió Agro.
Durante la semana pasada, Farriss había estado explorando Oklahoma, en
busca de información sobre una bruja viviendo una vida sin magia. Con el tiempo
se puso en contacto con un aquelarre en el sureste de Oklahoma que conocía a
una persona así. Dos de sus miembros habían encontrado a una bruja desconocida
mientras cenaban en Gander Creek: un pequeño pueblo cerca de la frontera de
Kansas. Uno de los miembros había estado más que feliz de contarle su historia,
alegando que la bruja sostenía una inusual belleza, tanto en cuerpo como en aura,
y se había visto y actuado como si ella no supiera nada de la magia.
Siguiendo la vaga pista, Farriss terminó en un abrevadero solitario en
Gander Creek, descubriendo rápidamente que su objetivo: Layla Callaway, de 21
años de edad, había dejado la ciudad. Obtuvo fácilmente su antiguo domicilio y
lugar de trabajo, junto con un breve resumen de su vida. Luego entregó la mala
noticia a Agro, quien insistió en visitar por sí mismo Gander Creek.
—Esta casa y la cafetería —respondió Farriss—. Es todo lo que tenemos. La
bruja ha estado recluida durante tres años. Los locales en la taberna afirman
conocerla tan bien como cualquiera, pero no saben nada de su paradero o
actividades actuales. Ni siquiera sabían que se iba de la ciudad hasta que se fue. 348
—Tú vas a visitar la cafetería —decidió Agro—, interroga a su jefe. Después
le harás una visita a este agente comercial… Gerald Greene.
—Sí, señor —acordó Farriss—. El restaurante está abierto las veinticuatro
horas. ¿Le gustaría que fuera ahora mismo?
—Sí, pero no quiero que la bruja se entere de tu visita. Después que hables
con el jefe, convéncelo de que mantenga la boca cerrada. No debe decirle a su
personal el asunto de tu interrogatorio. Mañana vas a intimidar al señor Greene. Si
su oficina está cerrada los domingos, lo encontrarás en su casa.
—Sí, señor.
Agro miró a la casa abandonada, un gruñido amenazador rodando en su
pecho. Luego levantó una palma, observando con placer como la estructura
insípida estalló en furiosas llamas.
~***~
Llano, sucio y demasiado brillante para el campo oscuro que lo rodea, la
cafetería abierta toda la noche se encontraba en una carretera desierta, atendiendo
a los motorizados locales, madrugadores, y al camionero ocasional.
Farriss descendió detrás del edificio y lanzó sus hechizos de ocultación,
cerniéndose a un centímetro por encima del cemento agrietado a medida que
fruncía los labios por el contenedor de basura desbordado. Guardó su capa en su
mochila, convocó unos zapatos de cuero pulido en sus pies, y luego ajustó los
puños de diamantes de su traje de Armani… aquel que usaba para intimidar a los
sin magia. Después de enderezar su corbata, peinó su largo cabello en una coleta
baja y lo aseguró con una banda mágica. Cuando se enfrentaba a aquellos sin
poder, prefería mantener su enfoque en sus ojos de color amarillo azafrán en lugar
de su cabello rojo cobrizo.
Permaneciendo en las sombras, se dirigió a la parte delantera del edificio,
luego dio vuelta a la esquina, sorprendido de encontrar una fila en la puerta. Al
parecer, los bebedores locales habían acudido al restaurante a altas horas de la
noche.
Farriss aminoró el paso, reacio a llamar la atención de una multitud. Pero
entonces se relajó, dándose cuenta que las circunstancias podían trabajar en su
favor. Con ese estado de embriaguez no lo recordarían, y los empleados se
apresurarían a sacarlo de su duda.
Él continuó a lo largo de su curso, abriéndose paso fácilmente a través de 349
los clientes embriagados, que dejaron sus charlas y lo miraron con ojos borrosos.
—¿Quién es este idiota? —murmuró un chico, y la chica junto a él lo golpeó
en las costillas.
—Cállate, idiota. Amigo, parece un federal.
—¿Qué sabes tú de federales? —respondió el borracho arrogante. Entonces
él y sus amigos se echaron a reír, olvidando al hombre vestido elegantemente que
entró en la cafetería.
Farriss miró a su alrededor, tomándose unos segundos para evaluar la
situación: múltiples clientes en todas las mesas, y solo tres servidores, ninguno de
los cuales vestía como un jefe. A través de una ventana con marcos de metal se
encontraba un cocinero, y detrás de él un lavavajillas, pero no se veía un gerente.
Una desaliñada mujer de anteojos con el cabello suelto corrió detrás de la
barra, deteniéndose para apilar los condimentos en una bandeja.
Farriss dio un paso adelante, poniendo una mano en su bandeja.
—Necesito al jefe.
—¿Acaso no lo necesitamos todos? —resopló la mujer, agachándose fuera
de vista. Luego apareció de nuevo, lanzando un puñado de pajillas en el
mostrador—. El jefe no está aquí. Si ya puso una queja, vuelva mañana.
Ella trató de tomar sus cosas e irse, pero Farriss mantuvo la mano sobre la
bandeja.
—Tengo que ver al hombre a cargo —insistió.
La camarera se detuvo, levantando una ceja escéptica ante la chaqueta
elegante de Farriss.
—El hombre se reportó hoy enfermo —respondió ella—. La próxima vez,
mejor suerte.
—Escucha —respondió Farriss, mirando a su etiqueta con su nombre—,
Phyllis, tengo un asunto con tu jefe…
—¿Me veo como si me importara tu “asunto”? —interrumpió ella—. Claro,
luces elegante y todo… y un poco guapo de una manera extraña, pero no tengo
tiempo para esto. Estoy en medio de una hora pico.
Farriss entrecerró los ojos. La molesta anciana no estaba ni un poco
intimidada por él.
350
—Tal vez hay alguien más con quien pueda hablar —sugirió él, luchando
por mantener la calma—. ¿Quién es el hombre a cargo cuando el jefe no está?
—Señor, ayúdanos —resopló Phyllis, poniendo los ojos en blanco. Entonces,
tiró de su bandeja y se volvió, hablando con un camarero que pasaba—. Encárgate
de este cerdo chovinista, Travis. No estoy de humor.
—Sí, señora —acordó el camarero, pasando bajo el mostrador, pero cuando
vio a Farriss, se enderezó, levantando una ceja mientras observaba el traje de
Armani—. Usted debe ser el Sr. Cerdo.
Farriss escaneó al chico escuálido de pies a cabeza.
—Denme un respiro —gruñó, apretando los dientes.
El camarero encogió sus hombros flacos y se volvió hacia la caja.
—Lo dudo mucho.
—Necesito a tu jefe —repitió Farriss, agotado por la falta de personal
adecuado.
—Esa sería ella —respondió el camarero, empujando a la desaliñada mujer
vieja, que estaba sacudiendo algunas órdenes al cocinero—. Es todo tuyo, Phyllis
—añadió Travis—. No soy lo suficientemente hombre.
El camarero se alejó, y la mandíbula de Farriss se tensó mientras sus fosas
nasales se dilataban.
—Basta ya —dijo, estirándose sobre el mostrador. La camarera trató de
retroceder, pero Farriss atrapó su delantal, le quitó su bloc de notas y bolígrafo, y
los azotó sobre la barra—. Dame el nombre de tu jefe y su dirección —exigió,
señalando el papel—. Justo aquí.
La camarera frunció el ceño, pero Farriss podía decir que la había
estremecido. Ya era hora.
—Vete al infierno —le espetó ella, lanzándose hacia el teléfono—. Tienes
tres segundos para irte o llamaré al sheriff.
Farriss se puso rígido, sorprendido por el rechazo de la mujer.
—Escuche, señora —dijo hirviendo—, he estado en este restaurante de
mierda el tiempo suficiente. Dame la dirección de tu jefe y me iré de una jodida vez
de aquí.
351
Phyllis recolocó el teléfono, y Farriss pensó que finalmente había
conseguido llegar a ella, pero luego sonrió y apoyó las manos en las caderas.
—Esta cafetería puede ser un agujero de mierda, pero es la única abierta a
ochenta kilómetros, lo que explica por qué el Sheriff Jenkins está entrando por la
puerta.
—Mierda —maldijo Farriss, dándose la vuelta.
Efectivamente, el sheriff y su ayudante estaban paseándose entre la gente,
asegurándose que los borrachos no estuvieran causando problemas. El sheriff hizo
contacto visual con Farriss, luego se volvió a Phyllis, quien había salido de la barra
para darle la bienvenida con café y quejas.
—Si está buscando a los alborotadores —declaró ella—, tengo a uno en el
mostrador.
—¿El hombre de traje? —preguntó Jenkins, mirando hacia la barra, pero no
había nadie allí.
—¿A dónde fue? —murmuró Phyllis, examinando la sala. Entonces se desató
el caos total cuando alguien gritó: ¡Fuego!
~***~
—Mierda —susurró el desconocido, flotando a unos quince metros por
encima de la tierra mientras observaba las llamas saltar desde el restaurante. Dos
kilómetros al norte, el humo continuaba encrespándose desde los rescoldos de la
antigua residencia de la bruja. El desconocido podía oír las sirenas a medida que el
departamento de bomberos se precipitaba de un desastre sin esperanza a otro, y
gritos de vez en cuando llegaron a él de los clientes asustados saliendo a toda
prisa de la cafetería.
El desconocido buscó en el cielo, vislumbrando un brillo a medida que
Farriss hacía su salida, y se preguntó si Agro había ordenado el incendio o el bruto
había perdido los estribos.
—Tonto —desdeñó el desconocido.
Agro y sus perros eran tontos. Quemar la antigua casa de la bruja era
bastante malo. Al destruir la cafetería, Los Imperdonables habían izado dos
banderas rojas. Muy bien podrían haber llamado por teléfono a la bruja para
decirle que iban en camino.
—Inaceptable —murmuró el desconocido, saliendo disparado sobre el 352
humo.
Este era su proyecto, maldita sea. No de Agro. Él era el mago que descubrió
a la bruja, y era su cuidadosa planificación y experiencia mágica lo que había
puesto las cosas en marcha. No podía permitir que Agro arruinara su esquema.
Tenía planes especiales para la bruja especial, y Agro no haría nada para
cambiarlos. Tal vez involucrar a Los Imperdonables en el plan fue un error.
Bueno, si Agro continuaba actuando como un demente obsesionado, el
desconocido ajustaría su camino, evitaría las consecuencias de su juicio erróneo.
El restaurante estaba en ruinas, y conocía las intenciones de Agro, así que no
había razón para quedarse en Oklahoma. El desconocido voló más alto entonces
disparado sobre el humo, en dirección a Oregon.

Continuará…

353
Escena Extra
Quin Encuentra a la Chica de sus Sueños
Traducido y Corregido por LizC

E
l aroma a humedad así como el reconfortante olor a páginas gastadas
inundó los sentidos de Quin mientras cerraba el libro encuadernado
en cuero y lo devolvía al estante. Tomó otro, su desvanecido título
oscurecido por las sombras, pero él ya sabía el título. Lo había leído bajo el
resplandor de una luz mágica una vez, junto con todos los otros libros recubriendo
los estantes que se alineaban en las paredes del cuarto de atrás de Enid’s.
Para las personas sin magia, Enid’s era una librería pintoresca con una
modesta colección desplegada en una habitación justo en la entrada. Para los
magos, Enid’s tenía la más completa colección de literatura mágica en el noroeste
del Pacífico. Y a diferencia de los libros en el vestíbulo, aquellos del cuarto trasero
mucho más grande no eran para vender. Los locales podían pedirlos prestado, y
los viajeros podían pagar por las copias, pero los originales… cientos de ellos,
todos escritos por magos y algunos valiendo más que los ingresos anuales del
hombre promedio, no estaban a la venta.
Por suerte, Quin compartía un aquelarre con la Enid de la Librería Enid’s y
tenía acceso ilimitado a los escritos de incalculable valor de su patrimonio oculto.
Cuando ojeó a través de un libro titulado “Sueño Pacífico: Cómo Limpiar
Sueños Indeseados y Bloquear Visiones No Bienvenidas”, el puso de Quin se
aceleró. Él entrecerró los ojos ante el lomo del libro y tragó duramente al recordar
la única vez que se atrevió a abrir la tapa y escanear la tabla de contenido. Hacerlo
se había sentido mal, como si estuviera rompiendo una regla cardinal de la vida, y
su estómago se había apretado cuando su dedo inestable flotó hacia abajo por los
títulos de los capítulos. Cuando llegó a las palabras del Capítulo 9: Soluciones
Permanentes a los Sueños Indeseados, su estómago se había revuelto a medida
que su corazón daba un vuelco, y cerró de golpe la tapa del libro.
354
Eso fue hace siete años, y no había tocado el libro desde entonces. Ahora,
seis días después de su vigésimo segundo cumpleaños, se acercó y apoyó los
dedos en el estante de madera. Levantó su dedo índice, su punta a menos de un
centímetro del lomo de “Sueño Pacífico”, su corazón latiendo tan fuerte que
resonó en el espacio silencioso entre las altas estanterías.
—¿Quin?
Quin soltó el aliento que no se dio cuenta estaba conteniendo cuando su
nombre se hizo eco en su cabeza. Reconociendo la energía mental de Brietta, se
abrió paso a la mente en su búsqueda y respondió a la misma.
—¿Qué pasa?
—¿Estás en la librería?
—Sí.
—¿Puedes venir a la cafetería? Hay… algo que quiero que veas.
—Seguro —accedió él, dejando que sus dedos cayeran de la estantería—.
Estaré allí en un segundo.
Él continuó observando “Sueño Pacífico” mientras cortaba la conexión
mental. Luego suspiró y se dio la vuelta, apagando su luz mágica antes de entrar
en el vestíbulo de la librería.
—¿Encontraste lo que estabas buscando? —preguntó Enid, levantando la
vista desde sus papeles.
La tienda había estado cerrada al público por más de una hora, de modo
que el vestíbulo estaba vacío cuando Quin se abrió paso alrededor de las
estanterías.
—No estaba buscando nada en particular.
Enid se echó a reír mientras devolvía la mirada a su trabajo.
—Tienes mi inventario memorizado, Quinlan. No sé por qué te molestas en
rebuscar en los estantes.
—Tienes cuatro nuevos volúmenes esta semana.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Debería haber sabido que te darías cuenta. ¿Ya te vas?
—Sí. Hay algo que Bri quiere que vea.
355
—¿Quieres que me quede por aquí para que así puedas volver y encontrar
lo que no estabas buscando particularmente?
—No —dijo riendo—, pero gracias. Podría pasarme mañana.
—Haz lo que quieras. Cierra eso, ¿quieres? Me iré por la parte de atrás.
Quin se despidió de Enid y entonces salió de la librería, cerrando la puerta
con magia detrás de él. La entrada de la cafetería estaba a pocos pasos de
distancia, al otro lado de una cubierta de madera compartida, y cuando Quin llegó
a ella, la confusión que había sentido al ver el lomo de “Sueño Pacífico” fue
reemplazada por una extraña combinación de tranquilidad y anticipación. Trató de
interpretar la sensación a medida que abría la puerta de la cafetería y entraba,
apenas registrando el calor emanando desde la chimenea o el aroma del café de
alta calidad.
Una fila se extendía desde el mostrador, tres clientes al fondo, de modo que
Quin se movió detrás de la barra para ayudar a Brietta a servirlos. Después de
lavarse las manos para apaciguar a los sin magia, estudió el bloc de notas de
Brietta y comenzó a preparar las bebidas.
—¿Qué pasa?
—Te diré en un minuto —respondió ella, y la ansiedad en su voz lo instó a
dejar de girar el dispensador de crema batida y acelerar el ritmo.
Tendría que presionarla por una explicación más detallada, pero ella no
había encontrado aún su habilidad en la magia mental, y carecía de la paciencia
para practicar el don en la vida cotidiana, de modo que él no contaría con ese
recurso.
Trabajando juntos, despejaron la fila rápidamente y pronto fueron libres de
hablar.
—¿Qué está pasando? —preguntó. Entonces su confusión aumentó cuando
Brietta se puso de puntillas, se apoderó de su cuello, y acercó su oreja a sus labios
susurrantes.
—Hay una mujer… o una bruja. Quiero decir, ella se ve como una bruja, pero
no tiene una franja de energía… creo que no. Era difícil de decir sin mirarla
fijamente. Había tantos colores.
Quin estaba a punto de preguntarle de qué demonios estaba hablando
cuando ella resopló en su oreja y llegó al punto.
356
—Solo mira por ti mismo. Está detrás de ti, en la esquina de atrás.
Brietta soltó su cuello, y él se enderezó, volviendo su mirada curiosa a la
esquina más oscura de la cafetería. Bueno, por lo general era oscura, y los
taburetes en torno a la alta mesa rara vez eran ocupados debido a su ubicación
sombría y aislada.
Pero esta noche, el asiento más solitario en el café dio paso a un arco iris
brillante de bruma resplandeciente, y la boca de Quin cayó abierta mientras sus
pulmones dejaban de funcionar. El tiempo pareció detenerse, suspendido en el
momento que Quin clavó sus ojos en un aura diferente a cualquiera que hubiera
visto antes, sus colores llamativos demasiado numerosos para contarlos, cada uno
fluyendo por separado de los demás y exudando una intensidad que solo se
encuentra en las más profundas emociones.
Quin se obligó a parpadear, para asegurarse que no estaba imaginando la
belleza delante de él, pero la bruma deslumbrante tenía un encanto sobrenatural
que exigía a sus párpados a permanecer abiertos. O tal vez no podía parpadear
porque el tiempo no se movía. No podía estar seguro. En ese momento, de lo
único que podía dar fe era la innegable necesidad a sentir ese aura acariciando su
piel, para encontrar el reconocimiento en su composición luminosa.
El corazón retumbó contra sus costillas, marcando el ritmo del segundo
congelado, y su concentración se redujo a la mujer dentro de la bruma.
Grandes ojos redondos le devolvieron la mirada, amplia, brillante y
honesta… una traición a su vulnerabilidad. Y sus labios rosados se entreabrieron, el
labio superior elevándose en una curva definida sobre un puchero regordete. Su
pecho subía y bajaba rápidamente, recordando a Quin respirar. Entonces las
mejillas de la chica se encendieron y bajó la cabeza.
El gesto inseguro lo sorprendió; el motivo detrás del mismo lo complació; y
su autenticidad lo atrajo más profundamente en su mundo misterioso.
Una cola de caballo de rizos negros comenzó a deslizarse por encima de su
hombro derecho y luego ganó el peso suficiente para tirar del resto de las trenzas
a lo largo. Los rizos caían en cascada por la parte delantera de su camisa y en su
regazo, y Quin observó reverentemente cada detalle, curioso y confundido… y
excepcionalmente excitado.
Brietta se echó a reír en silencio y le dio un empujón en la espalda.
—Cálmate, muchacho. Se supone que debes interrogarla, no seducirla.
Manteniendo su mirada fija en la extraña hechicera, Quin respiró
uniformemente y despidió a Brietta. Hasta el día de su muerte él no recordaría 357
poner un pie delante del otro hasta llegar al ángel. Si no fuera por la falta de
reacción de parte de Brietta, quien seguramente se habría apresurado a recordarle
a mantener los pies en el suelo, estaría inclinado a creer que flotó fuera de detrás
del mostrador y al otro lado de la cafetería llena de gente al único lugar en el
mundo que quería estar.
El aura del ángel se dividió alrededor de él, su humilde calidez penetrando
más profundo en su interior tanteando tanto su espíritu como su mente. Ella siguió
mirando hacia abajo, como si su taza de café vacía fuera la cosa más interesante en
la tierra, y Quin no pudo resistir la oportunidad para deslizar su mirada a través de
la parte posterior de su cuello, su suave piel expuesta por debajo de su alta cola de
caballo.
Quería seguir las delicadas curvas de su cuello hasta sus hombros, pero ella
llevaba una sudadera con capucha, haciendo que su salvaje imaginación se liberara
mientras especulaba sobre lo que había debajo del material voluminoso.
Tragó saliva y volvió su atención a su aura, tratando de seguir su elaborado
flujo. Algunos de los colores más dominantes habían vuelto hacia el interior para
deslizarse a lo largo de la silueta de la chica, expresando una intensa vergüenza, así
que él tomó una respiración de calma y habló.
—¿Te gustaría una recarga? —Lo que realmente quería decir era: Eres la
mujer más hermosa que he visto en mi vida y quiero ver más. Vamos a conseguir
una habitación en la posada calle abajo. Pero había sido criado para ser más
respetuoso que eso. Y más inteligente. Si empezaba la conversación de esa forma,
la más impresionante criatura en la tierra desaparecería de su mundo tan rápido
como vino.
—Um… —murmuró ella, finalmente levantando la mirada, y a pesar de su
indecisión, su voz fue dulce y suave, dando vida a Quin cuando sus pulmones se la
negaban—. Sí, claro.
El fugaz parpadeo de sus pestañas llamó su atención, y dejó de mirar a sus
labios el tiempo suficiente para mirar hacia arriba, esperando encontrar sus
magníficos ojos, pero consiguiendo mucho más de lo que esperaba.
Cuando su mirada se fijó en las esmeraldas brillantes… puras y luminosas y
escondidas en unos ojos redondos de forma única envueltos de largas pestañas
negras, su vida cambió. Incluso si ella nunca le decía una palabra más, él jamás
sería igual, porque la primera vez que se perdió en sus ojos fue la primera vez que
se vio a sí mismo con claridad. En ese momento, el resto del mundo se desvaneció,
358
y fue tragado por su mirada: enormes ventanas a su alma abiertas de par en par
exponiendo no solo su propio potencial, sino el de él también.
Ella parpadeó, con lo que el resto del mundo entró al enfoque de Quin, y
echó un vistazo a sus mejillas sonrojadas, las cuales estaban varios tonos más
oscuras que la primera vez que se sonrojó. Se preguntó cuán rojas podrían ponerse
y estuvo tentado a averiguarlo, pero se contuvo, alcanzando su taza en su lugar.
—Ya vuelvo.
Le tomó una gran cantidad de restricciones de su parte para caminar en
lugar de correr a la barra, y le tomó aún más fuerza de voluntad para evitar mirar
hacia atrás cada dos segundos.
A medida que preparaba el café del ángel, Brietta se acercó y fingió limpiar
el mostrador al lado de él.
—Caray, Quin, ¿vas a tomarla aquí mismo en el piso de la cafetería?
Quin sabía que Brietta lo decía por su aura, la cual sin duda exponía su
atracción por la chica, pero él no era de los que ponen excusas.
—Solo lo he dicho seis palabras, Bri.
—¿Cuáles fueron? ¿Y si nos conseguimos una habitación?
Su chiste le habría hecho reír si no fuera tan jodidamente preciso.
—Ella probablemente habría huido de aquí si hubiera dicho eso.
—Probablemente tienes razón —concordó Brietta—. Es rara, ¿verdad? Como
si ni siquiera supiera.
—Ya veremos —murmuró, alejándose.
El ángel estaba mirando a la mesa cuando él regresó, así que aprovechó la
oportunidad y se sentó frente a ella, una vez más disfrutando de la calidez de su
magnífico resplandor.
Ella lo miró entonces, y él robó otro momento de sus ojos antes de sostener
en alto su taza.
—¿Cómo lo tomas?
—Con azúcar y la crema.

359
La ansiedad dominó cada palabra que dijo, dando la impresión de debilidad,
pero su voz invadió ferozmente todos los sentidos de Quin culminando en su
cabeza y corazón, para nunca ser olvidada.
Complacido por su vaga respuesta, reprimió una risa y agarró la crema.
—Tendrás que ser más específica.
—Yo lo haré —insistió ella, tomando la taza—. Le pongo mucha azúcar.
No estaba bromeando, y tuvo que retener otra carcajada cuando ella arrojó
varias cucharaditas más de azúcar en su café. Midió mentalmente la cantidad, hasta
habría contado los granos si tuviera la oportunidad. Quería preparar su café de la
manera que le gustaba todos los días por el resto de su vida.
—Eso es mucha azúcar.
—Todos tenemos nuestros vicios —respondió—. El mío es el café realmente
dulce.
Quin anheló tentar al ángel en unas cuantas adicciones mucho más dulce
que el café azucarado, pero cuanto más la observó, más claro se hizo: ella
desconocía absolutamente a la mujer a la que estaba destinada a ser, una extraña
en su propio cuerpo y en ninguna condición para dejar que otra persona entrara.
Cuando se sentó erguida frente a él, sonrojándose y reservada, su aura reveló todo
lo que ella quería ocultar. Esta criatura celestial, esta contradicción andante, estaba
perdida. Era asustadiza y a la vez valiente; recatada pero honesta; tímida pero
ardiente; y emanaba tanto sexualidad como ingenuidad.
Ella enderezó los hombros y se encontró con su mirada.
—¿Siempre te sientas y visitas las mesas de tus clientes?
—No trabajo aquí —confesó él.
—Entonces, ¿por qué estás trabajando?
—No lo estoy. Más temprano estaba ayudando a una amiga. Ahora solo soy
un cliente sentado junto a una hermosa mujer.
Echó un vistazo alrededor de la mesa, como si sus palabras no fueran para
ella, y Quin comenzó a contar los segundos hasta que pudo responder de nuevo.
Su mirada volvió a él. Luego señaló a la mesa vacía frente a él.
—No eres un cliente.
360
Un detalle técnico, y el hecho de que ella lo señalara le hizo sonreír.
—¿Ayudaría si consigo una taza de café?
—¿Ayudaría a qué?
—Hacerte más cómodo el sentarte conmigo.
—Quizás, si me dijeras quién eres y por qué estás sentado aquí.
—Entonces conseguiré una taza de café. —Se levantó de su silla, renuente a
perderla de vista, pero ansioso por complacerla. Él cruzaría la cafetería un millón de
veces si ese era el precio de su tiempo—. Ya vuelvo.
Mientras rodeaba el mostrador, se preparó para más chistes de Brietta, pero
las bromas no vinieron. Por el rabillo del ojo la vio dirigiéndole una mirada mordaz,
obviamente esperando una explicación, pero él no tenía una, así que la ignoró y
volvió a la hermosa desconocida.
Después de tomar asiento y agregar una pizca de azúcar en su café, bebió y
dejó la taza de lado.
—Ahora bien, ¿qué es lo que querías saber?
—¿Quién eres?
—Cierto. —Él sonrió y le tendió la mano—. Mi nombre es Quinlan, pero la
mayoría de la gente me llama Quin. —Su corazón y pulmones se negaron a
funcionar mientras esperaba a sentir su tacto, y cuando ella puso la palma de su
pequeña mano en la suya, sus órganos revivieron con una descarga a medida que
escalofríos se deslizaron por su columna vertebral.
—Es un placer conocerte, Quin. Mi nombre es Layla.
Quin casi se traga su propia lengua cuando su mano se estrechó alrededor
de la suya, y fue todo lo que pudo hacer para permanecer exteriormente tranquilo
mientras campanas resonaban en su cabeza… años de condicionamiento
subconsciente. Su frecuencia cardíaca se disparó y su sangre se aceleró, su piel
ardiendo y amenazando con exponerlo, así que él le soltó la mano y miró hacia
abajo. Dejarla ir era la cosa más difícil que había tenido que hacer, pero su mundo,
el cual de repente dependía de su futuro, daba vueltas.
Esta mujer angelical no estaba perdida. Ya no. Finalmente había encontrado
a la misteriosa Layla.
—También es un placer conocerte, Layla. ¿Tienes un apellido? 361
—Es tu turno para responder.
Su audaz respuesta lo sorprendió… y le agradó. Quería que ella lo conociera,
todo lo relacionado a él, por lo que tomó una respiración relajante y la miró a los
ojos… ojos que había esperado más de dos décadas por ver.
—Supongo que lo es. Quieres saber por qué estoy sentado aquí, ¿verdad?
Ella asintió, y él le dio una versión filtrada de la verdad.
—Porque estoy intrigado por ti. —Y locamente atraído por ti, y siento que el
cielo me va a aplastar si alguna vez te pierdo de vista. Obviamente la versión
filtrada era más segura.
Pero tal vez no lo suficientemente segura. Su expresión le dijo que no le
creía.
—¿Y qué es lo que te intriga de mí? —preguntó.
—Nop —negó—. Tu turno otra vez. —Su cabeza todavía estaba girando, y
necesitaba tiempo para idear respuestas honestas que ella aceptara.
Ella frunció, y su corazón dio un vuelco, su boca muriéndose por probar su
puchero.
—¿Cuál es tu apellido, Layla?
—Callaway.
El apellido le resultó familiar a Quin, añadiendo más verdad a las pruebas
frente a él, por lo tanto, se obligó a apartar la mirada de ella, ocultando el
reconocimiento que sin duda iba a encontrar en sus ojos si ella fuera lo
suficientemente valiente para mirarlo el tiempo suficiente.
—No estoy conforme con tu respuesta anterior, Quin. ¿Por qué estás
sentado aquí?
Su respuesta fue la más difícil que había tenido que dar.
—¿Quieres que te deje sola?
—No.
Lo decía en serio, y eso hizo que su corazón cantara, pero ella se sonrojó y
bajó la cabeza, avergonzada por la verdad. Eso no estaba bien con él.
—Quería conocerte —se explicó, con la esperanza de aliviar su malestar.
362
—Oh.
Ella lentamente levantó la vista, y cuando se encontró con su mirada, le
pidió a los Cielos para dejarlo quedársela… para siempre.
—He estado mucho por aquí —señaló—, y nunca te había visto. ¿Eres de
por aquí?
—No, esta es mi primera vez aquí.
—¿Aquí en Cannon Beach? ¿O aquí en Cinnia’s?
—Ambas. Es mi primera vez en Oregon.
—¿Estás de vacaciones?
—Haces muchas preguntas, Quin.
Maldita sea, lo tenía de puntillas. Él nunca había tenido un momento tan
difícil engatusando a una mujer en una conversación.
—¿Te estoy molestando?
—En realidad no.
Se aclaró la garganta, y su intento de poner a un lado sus inseguridades no
se le pasó de largo a él. Por qué era tan insegura, no lo sabía, pero estaba
dispuesto a pasar su vida arreglándolo.
—¿Vives en Cannon Beach? —preguntó.
—No —respondió él, reforzado por su interés, pero cuando se inclinó hacia
delante, ella se quedó paralizada. Sin embargo, su aura tomó velocidad,
amenazando con arrastrar la mirada de Quin de su rostro.
—Vivo al noroeste de Jewell —reveló—, una comunidad leñadora entre
Portland y aquí.
—Vi el cruce.
—¿Cruce?
—Sí, el cruce a Jewell. ¿En la autopista desde Portland?
—Cierto. —Nunca había visto el cruce desde la tierra, y tan sin sentido como
pareciera, él anheló verlo ahora, para experimentar todo lo que ella había pasado,
para experimentar junto a ella—. ¿Allí es donde te estás quedando? ¿Portland?
363
—Por ahora. Me mudé aquí a toda prisa, así que aún no tengo un lugar.
Estoy en un hotel hasta que averigüe dónde quedarme.
—¿Eso es lo que estás haciendo en Cannon Beach? ¿Buscando una casa? —
Él le compraría diez casas si eso hiciera que se quedara junto a él.
Ella vaciló y luego dio lo que probablemente pensó que era una respuesta
oscura, pero revelando mucho más de lo que pretendía.
—No, estoy aquí por el café. Me dijeron que el Cinnia’s Cannon Café era el
mejor.
—Cinnia’s tiene una buena reputación. Ha estado aquí por años.
—Es lo que oí.
—Así que condujiste a la costa solo para probar el café de Cinnia’s. —No
esperaba que ella le dijera la verdad. No quería que le dijera la verdad. Le asustaba
demasiado que ella le otorgara sus secretos tan descuidadamente. Pero no pudo
evitar preguntar. Él anhelaba descubrir todo lo que estaba pasando en su cabeza.
—Bueno —respondió ella—, también quería ver la playa.
—¿La viste?
—Desde la distancia.
—¿Tienes una chaqueta abrigada en tu auto?
Echó un vistazo a su sudadera con capucha y luego de nuevo a él.
—Sí.
—Bien. —No dispuesto a dejarla ir tan pronto… y muriendo por tenerla a
solas, él tomó presuntuosamente su taza y se levantó—. Voy a rellenar nuestras
tazas de café. Luego iremos a la playa a ver la puesta de sol.
Se dio la vuelta y se dirigió al mostrador, no queriendo ver su duda y
renuencia a confiar en él. No podía culparla, pero verlo sería como un golpe al
corazón y a su ego. Cada noche, durante más de veinte años, se había ido a dormir
con la esperanza de encontrarla en sus sueños, y había pasado incontables horas
imaginando el momento en que finalmente la encontraría en realidad. Pero ni sus
sueños ni sus reflexiones se podían comparar con todo el asunto real, y seguro
como el infierno no lo prepararon para los nervios y el terror de un posible fracaso.
Al rodear el mostrador, prácticamente chocó con Brietta, quien estaba
mirando hacia él con los ojos muy abiertos.
364
—¿Qué está pasando, Quin? Tu aura es un desastre.
—¿En qué sentido? —preguntó, sirviéndose café.
—Bueno —respondió ella, inclinándose sobre el mostrador mientras
exploraba el aire a su alrededor—, nunca la he visto tan agitada… o activa. ¿Esa
mujer te excita o te estresa?
—Ella no me estresa —le corrigió él, moviéndose a la crema y el azúcar—.
Pero esta situación sí lo hace.
—¿Por qué? Nada te perturba, y mucho menos conocer a una mujer
hermosa.
Él echó un vistazo a Layla, encontrándola de pie poniéndose su mochila.
Entonces volvió su mirada a Brietta.
—Esa no es solo una mujer hermosa.
Brietta sonrió y le dio un codazo en las costillas.
—Mírate, todo deslumbrado por una chica. Nunca pensé que vería el día.
—Bri…
—De acuerdo —lo interrumpió—, lo siento, No es solo una mujer hermosa.
Entonces, ¿qué tiene? Además del aspecto de una diosa y un aura que pone al sol
en vergüenza.
Él se volvió y puso una mano en el hombro de Brietta, tratando de evitar
que reaccionara.
—Necesito que mantengas la calma.
Sus cejas se fruncieron mientras su sonrisa decaía.
—De acuerdo.
Layla estaba, sin duda, en su camino hacia el mostrador, así que él bajó la
voz a un susurro.
—Esa es Layla.
La boca de Brietta se abrió, y Quin rápidamente levantó la mano y la cerró,
pasando de un susurro a una conexión mental.
—No reacciones. Ella no tiene idea de lo que somos o lo que es ella. La voy
a llevar a la playa. Llama a Caitrin. Dile lo que está pasando y que estoy tratando de 365
averiguar en dónde se aloja. Asegúrale que entiendo lo que está en juego y que le
voy a dar toda la información que tengo pronto. —Hizo una pausa y buscó la
mirada atónita de Brietta—. ¿Lo entiendes?
—Sí —murmuró ella.
Sus ojos se desplazaron a la derecha, y Quin también miró, encontrando a
Layla apartándose de ellos, su aura se arremolinaba de forma insegura. Maldita sea.
Tenía que arreglar eso.
Llamándola por su nombre, él le presentó a Brietta, quien escondió su
sorpresa y emoción, lo cual debe haber sido un desafío. Brietta era fácilmente
impresionable, y no era todos los días que una persona llega a conocer a su prima
perdida hace mucho tiempo.
—Gracias, Bri —le transmitió Quin mentalmente, rodeando el mostrador.
Su mirada recorrió a Layla de la cabeza a los pies, pero solo se permitió una
breve mirada, y simplemente le hizo desear más. Ella era pequeña, para los
estándares de una bruja, pero no carecía de curvas, y la cabeza de Quin se llenó de
visiones de sus manos sobre ella. Incluso a través de los jeans, su trasero bien
formado probablemente podía disparar su excitación a la luna, y ni siquiera una
sudadera con capucha podía ocultar las proporciones generosas de su pecho.
Sí, su cuerpo y todas sus partes clamaban el nombre de él, despertando
impulsos que nunca había experimentado, pero su timidez y desconfianza era
como una luz roja intermitente, por lo que simplemente colocó una mano en su
pequeño hombro.
—¿Lista?
—Um… sí. Adiós, Brietta.
—Adiós, Layla. Nos vemos, Quin.
—Nos vemos —contestó, guiando a Layla fuera de la cafetería.
Una vez que estuvieron fuera, dejó caer la mano y la dejó respirar, pero
cuando se acercaron a la carretera, sintió una fuerte necesidad de protegerla. No
estaba seguro de qué quería protegerla. ¿Autos? ¿Aceras? ¿Asfalto agrietado?
Cualquiera que sea el caso, la necesidad se mostró inflexible, rugiendo su
presencia en su pecho, así que tocó tentativamente su espalda mientras cruzaban
la calle. Ella tembló, pero podía decir por su aura que le gustó su contacto, incluso
si la ponía nerviosa, de modo que él mantuvo su mano en la espalda de ella
mientras se abrían camino hasta su auto. 366
Después de unas cuantas preguntas sobre su viaje, ella se abrió más que en
el café. De hecho, divagó un poco, y ella lo sabía, sus mejillas iluminándose con su
hermoso sonrojo, pero a él no le importó. Podría escucharla balbucear toda la
noche. Su voz aún seguía sonando insegura, pero de vez en cuando, detectó al
ángel que le hablaba en sus sueños.
Ella extendió las llaves y accionó las cerraduras de un sedán, y su mano
abandonó su espalda para así poderle abrir la puerta. La mirada de asombro que
ella le dio le molestó, y estuvo tentado a preguntarle si había venido de una tierra
de cerdos desconsiderados, pero no quería presionarla, así que escondió su
disgusto y ahogó su temperamento.
Él no había estado en un auto en varios años, no desde la escuela
secundaria, y podía contar con una mano las veces que había estado en un
vehículo, así que se sintió extraño subir en el asiento del copiloto de su auto.
El asiento trasero estaba repleto, casi obstruyendo la vista de la ventana
trasera, y mientras se preguntaba, un poco tristemente, si eso era todo lo que ella
tenía, celebró el hecho de que era evidente que pensaba quedarse un tiempo.
—Estamos a solo unas pocas cuadras de un estacionamiento al lado de la
playa —señaló él—. Ya que estamos aquí para recoger tu abrigo, también
podríamos conducir. Podemos ir directamente desde aquí y seguir las señales que
anuncian Haystack Rock.
—¿Lo veremos?
—Sip. Así que, has estado en Oregon por dos días, ¿cierto? Incluyendo la
venida.
—Correcto.
—Y has visto el centro de Portland, la Autopista Escénica del Cañón
Columbia, la Avenida Sunset y Cannon Beach.
—Sí. Ahora voy a visitar el Océano Pacífico por primera vez en mi vida.
Él sonrió, sintiéndose como el hombre más afortunado del mundo. No todo
el mundo tenía la oportunidad de mostrar a un ángel su primer vistazo del Océano
Pacífico. Compartir esta experiencia con ella lo gratificaba de forma en que nada
más lo ha hecho.
—¿En serio?
—Sí. He visto la costa este unas pocas veces, pero nunca he estado así de 367
lejos en el oeste.
—Has estado ocupada, Layla. ¿Siempre haces tanto en pequeñas cantidades
de tiempo?
—No lo sé. No me pareció como mucho. Quizás logré más porque no tenía
nada retrasándome.
Aprovechando la oportunidad, empezó a revisar su música sin ser invitado,
memorizando los artistas y álbumes. Todos eran de personas sin magia, pero tenía
una amplia gama de géneros, la mayoría de los cuales él disfrutaba.
—¿Como qué?
—Estaba sola.
—¿Otras personas te retrasan?
—Bueno, siempre se ralentizan las cosas cuando hay otras personas a
considerar. Ahora estoy por mi cuenta, yendo a mi propio ritmo.
—¿Es así como te gusta? —Contuvo la respiración, preparándose para una
respuesta aplastante.
—No necesariamente —respondió ella—, pero a eso es a lo que estoy
acostumbrada.
La respuesta lo aplastó, pero no por las razones que él anticipó. Ella no
quería estar sola, pero lo estaba, y si su ansiedad social era una indicación, había
estado sola demasiado tiempo. Poco a poco llenó sus pulmones, decidido a acabar
con su soledad, de una manera u otra, muy pronto.
Ella se aclaró la garganta y cambió de tema.
—¿Has vivido siempre en Oregon?
—Sí. Bueno, me mudé a Alaska cerca de un año cuando era un bebé, pero
aparte de eso, sí.
—¿Misma ciudad?
—Mismo lugar, misma casa. —Al darse cuenta de lo extraño que podría
sonar para alguien criado por personas sin magia, él levantó la vista de sus CDs,
capturando la mirada de reojo que ella le echó.
—¿Todavía vives con tus padres? —preguntó.
—Sí —confesó—. ¿Eso te preocupa?
—¿Puedo preguntar por qué?
368
—Porque no necesito mudarme. Tengo una estupenda relación con mis
padres y toda la libertad y privacidad que quiero. Hasta que tenga una razón para
irme, me quedaré.
—¿No se vuelven locos entre sí y pelean por cosas insignificantes? ¿Como la
mayoría de las familias?
—No peleamos.
—¿Nunca?
—Nop.
—Eso es inusual.
—Quizás, pero siempre ha sido de esa forma para mí. Me mudaré cuando lo
necesite. Mientras tanto, disfruto viviendo en casa.
No podía mentir. Mentir no estaba en su naturaleza, y él no quería mentirle.
Quería contarle todo, cada pensamiento pasando por su cabeza. Le estaba
volviendo loco tener que filtrarse a sí mismo.
Sus ojos permanecieron en el camino mientras consideraba su afirmación, y
él volteó su mirada de su perfil a su aura, buscando si le gustaba la idea de una
familia feliz. Bien, porque ella tenía una grande esperándola.
Prácticamente saltó del auto después de estacionar, y él mantuvo sus ojos
en ella a medida que la seguía a un ritmo más pausado, preguntándose si tenía
una veta feminista. Él iba a averiguarlo muy pronto.
Después de quitar sus zapatos, los metió en su bolsa. Luego la estudió de
pies a cabeza, preparándose para poner a prueba sus límites.
—Deberías dejar los zapatos en el auto.
Sus ojos se agrandaron mientras miraba entre él y la playa.
—No hemos llegado a la arena.
Él retuvo una carcajada mientras se arrodillaba y desataba sus zapatos.
—Levanta tu pie.
—Puedo hacer eso, sabes.
Si no fuera por su aura, se habría preocupado que, de hecho, había
presionado un botón feminista, pero su objeción no estaba basada en la necesidad
369
de ser independientes. Ella estaba avergonzada, obviamente, poco acostumbrada a
que los hombres hagan cosas para ella.
—Solo levanta tu pie —insistió, sonriendo hacia ella. No quería cambiarla,
pero él le mostraría otra manera y esperaba como el infierno le gustara.
Sus mejillas se encendieron, pero ella obedeció, y él le quitó los zapatos, su
pulso fortaleciéndose a medida que se imaginaba quitando todas las capas entre
ellos, tanto tangibles como intangibles. Sus dedos desaparecieron bajo el
dobladillo de sus jeans, y dejó que su sentido del tacto se haga cargo de él,
consiguiendo una clara imagen de su delicado tobillo mientras su mano seguía sus
curvas.
Maldita sea. Estaba perdiendo la razón. Ella le hacía perder la cabeza. Como
un hombre que había visto más que su parte justa de mujeres desnudas, un mero
pie no debería estallar su excitación, pero nunca había deseado nada como él la
deseaba a ella, cada parte de ella… cualquier parte de ella, su tobillo o lo que sea, y
su cuerpo estaba completamente de acuerdo.
Haciendo un esfuerzo noble para calmarse a sí mismo, le quitó la media y la
depositó en el suelo.
—Ven, párate en esto mientras saco la otra.
Ella lo hizo, flexionando y moviendo una fila perfecta de dedos.
—El piso está helado.
—No estarás en él por mucho —le aseguró, quitando su otro zapato. Nunca
había tenido una atracción inusual por los pies, ni siquiera el mínimo indicio de un
fetiche de pie, pero con ella, podía ver el atractivo.
Estaba descalza y de pie sobre dos medias, y lo que él iba a hacer a
continuación o bien haría que lo abofetearan o haría sus sueños una realidad.
Envolviendo un brazo alrededor de sus rodillas, se enderezó y la arrastró de sus
pies, capturando suavemente su espalda con el otro brazo. Incluso sin magia,
cargarla fue fácil, y aunque no podía sentir los detalles de su cuerpo a través de las
capas de ropa que llevaba, sostenerla en sus brazos le hizo sentir como si
sostuviera al mundo entero. Él la miró a la cara: sus ojos muy abiertos, sus mejillas
de color rojo brillante, y ni una bocanada de aire escapando de sus labios
entreabiertos. Quería besarla, tirar de ella un centímetro más cerca y presionar sus
labios contra los suyos. Podía olerla… una dulce combinación suave de flores y
vainilla, y su aura despierta prácticamente incitándolo a cruzar las líneas que había
370
dibujado para sí mismo. Pero ella no estaba respirando, y temió que se desmayara
si sus pulmones no conseguían un poco de aire rápidamente.
Él sonrió y le dio un suave apretón.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello.
—¿Qué?
—Sostente de mi cuello para que así pueda recoger tus medias.
Sus brazos rodearon su cuello, y se imaginó nunca dejándola ir mientras
recogía sus medias y zapatos descartados y los arrojó en el auto.
—¿Cómo están tus pies?
—Fríos, pero tolerable.
—Dime si eso cambia.
Al salir de la zona de estacionamiento y en dirección al agua, mantuvo los
ojos en el rostro de Layla, estudiando todas las facciones como si fueran su
destino, un espectacular mapa a su propósito. Y cuanto más lo miró, más
encontró… y más profundo cayó.
—Eres impresionante, Layla. Y entre más te miro, más hermosa te vuelves.
Su mirada se posó sobre su regazo, y él se preguntó si alguna vez alguien
había señalado lo obvio para ella.
—No estás acostumbrada a los cumplidos —asumió.
—No —confesó ella, levantando de nuevo la mirada—. No a unos como ese.
—Eso es muy malo. Tendremos que cambiar eso. —Y él lo haría. Si ella le
daba la oportunidad, le diría todos los días cuán magnífica era—. ¿Debo seguir
llevándote?
Perdió su mirada cuando ella vio la arena.
—Caminaré. Hasta que mis pies sucumban en la congelación.
No mientras él estuviera cerca.
—Los calentaré cuando te lleve de vuelta.
Bajó sus piernas, y ella movió los pies en la arena, resplandeciendo una
amplia sonrisa que él se estaba muriendo por ver todo el tiempo.
371
—Ahora veo por qué me dijiste que dejara los zapatos en el auto — admitió
ella, caminando hacia el agua—. Esta sensación sin duda vale la pena el shock.
—Pienso lo mismo. Todo el mundo debería probarlo por lo menos una vez.
Cuando llegaron a la línea de marea alta, ella se detuvo y miró a través del
océano hacia el horizonte colorido.
—Vaya.
El viento azotaba su cola de caballo por todos lados, y los dedos de Quin
picaron por desaparecer la banda conteniendo los rizos para así poder sumergirse
entre ellos, pero ella agarró las largas trenzas y las puso sobre su hombro.
Tragándose la tentación, volvió la mirada hacia el océano.
—Nos perdimos la zambullida final. Hubieras tenido una visión más
detallada hace diez minutos.
—No importa. Esto es perfecto. Bueno, un poco apestoso.
Quin sonrío y respiró profundamente.
—No puedo evitar eso. Querrás ser cuidadosa si vienes aquí sola. Mantén
tus ojos abiertos por las olas que vienen sin aviso y los escombros. Es común que
se deslaven árboles enteros.
—Suena peligroso.
—Puede serlo. —Quin no quería viniera a la playa sola… nunca. Quería estar
con ella cada paso que diera, ya sea que fuera en asfalto, arena o en las nubes. Él la
seguiría a cualquier lugar, al infierno y de regreso, pero él no estaba invitado, por
lo que se metió sus hambrientas manos en los bolsillos.
Después de darle un momento para ver el sol desvanecer en el mar, se
decidió a profundizar un poco más, tratando de recopilar información que su
familia querría saber.
—¿Por qué te mudaste a Oregon, Layla?
Ella apartó la vista del océano y encontró su mirada.
—Escuché que es un buen lugar para vivir.
—¿Dónde vivías?
—Oklahoma.
372
—Eso está bastante lejos. ¿No tienes gente allá que te extrañará?
—Claro. Mis amigos Travis y Phyllis me extrañarán.
—¿Sin familia?
—No.
Esto no solo lo sorprendió, sino que lo golpeó en las entrañas, dejándolo sin
aliento, pero ocultó su malestar en un esfuerzo por aliviar el suyo.
—Aun así, es un gran acto de fe… mudarte al otro lado del país sin ninguna
razón.
—¿No es un acto de fe incluso si tienes una razón?
Un rizo suelto derivó a lo largo de su mejilla, llamándolo por su nombre en
voz alta y clara, por lo que aprovechó la oportunidad y tomó el mechón de cabello
brillante. Ella se quedó sin aliento en el pecho, así que él se detuvo, dándole la
oportunidad de oponerse a su contacto, pero no lo hizo, y su corazón suspiró
cuando sus dedos encontraron un bucle sedoso.
—Supongo que lo sería. ¿Tenías una razón?
—Quería salir de Oklahoma.
—Y escuchaste que Oregon era un buen lugar.
Empezó a morderse el labio, y él se esforzó por permitírselo. Lo que
realmente quería hacer era tirar de su mohín desde sus dientes y morderlo entre
los suyos.
—Recientemente descubrí que tenía familia aquí —confesó.
—Ahí está —le concedió él, sorprendido al conseguir tanto de parte de
ella—. ¿Viniste aquí para verlos?
—Um… en realidad no. No sé sus nombres, menos sus direcciones, así que
probablemente nunca los conozca. Solo era momento de mudarse, y Oregon era
tan buen lugar como cualquier otro. —Ella miró al océano, y luego de regreso al
rostro de Quin—. De hecho, mejor.
No estaba hablando del escenario, y eso le dio un enorme ímpetu al saber
que había hecho una buena impresión en ella. Nunca había intentado nada con
tantas ganas. Por lo general, le importa una mierda lo que la gente piensa de él,
pero sería cualquier cosa que este ángel necesitara que sea.
373
—¿Qué hay de ti? —preguntó ella, abandonando su mirada—. ¿Tienes
familia aquí? ¿Además de tu mamá y papá?
—Tengo una familia muy grande.
—Eso es lindo.
—Eso creo.
—¿Trabajas en algún lugar? ¿Además del café?
Él se echó a reír, increíblemente encendido por el sentido del humor que
ella retrataba a pesar de su nerviosismo.
—Trabajo con mis padres. Podrías decir que somos contratistas, pero
también diseñamos y decoramos los lugares que construimos.
—El paquete completo, ¿eh? ¿Fuiste a la universidad para eso?
—No. He estado envuelto en el negocio toda mi vida. Después de
graduarme de la secundaria, mis padres me hicieron socio.
—¿Te gusta?
—Seguro. Es un trabajo creativo, y puedo tener todos los días libres que
quiera.
—Eso es una ventaja. ¿Crees que siempre harás eso?
En ese momento, él estaba dispuesto a dejar su trabajo y ponerse a su
disposición las 24/7. No necesitaba el dinero. Él la necesitaba a ella.
—A menos que venga algo mejor. ¿Qué hay de ti? ¿Tienes una carrera?
Ella apartó la mirada, obviamente avergonzada por su respuesta.
—No. Fui mesera por tres años antes de mudarme. No una carrera de
mesera, una mesera en una cafetería.
—¿Te gustaba?
—No lo odiaba. Trabajé con los amigos que mencioné, Travis y Phyllis, así
que era un ambiente bastante tranquilo.
—Ayuda que te guste la gente con la que trabajas.
Ella asintió. Luego un momento de silencio pasó, un silencio que la hacía
sentirse incómoda, pero no a él. Podría pasar el resto de su vida simplemente
mirándola fijamente.
374
—No te he preguntado tu apellido. —Notó ella.
—Kavanagh —respondió—, con K.
—¿Cuántos años tienes, Quinlan Kavanagh?
El oírla decir su nombre envió un cosquilleo por su espalda y por medio de
sus apéndices.
—Cumplí veintidós el sábado pasado. ¿Tú?
—Cumplí veintiuno el tres de este mes.
Sí, no había ningún error. Tenía a la chica correcta, la mujer de sus sueños,
una mujer como ninguna otra.
—Feliz cumpleaños atrasado.
—Para ti también.
Retirando su dedo índice de uno de sus rizos, tomó la mejilla de Layla, su
palma calentándose con su rubor.
—¿Tienes que regresar a Portland esta noche?
—Si quiero dormir, sí.
—Mi tía es dueña de una posada aquí, justo aquí por la calle. Te daría
encantada una habitación gratis.
—No quiero imponerme.
—No lo harías. Me estarías haciendo un favor. —Por decir lo menos. Si lo
hacía, él podría ser capaz de dormir. Pero si ella se negaba y regresaba a Portland,
no descansaría hasta que la volviera a ver.
—¿Cómo es eso? —preguntó.
Quería decirle toda la verdad, pero solo le dio parte de ella.
—Quiero verte mañana. —Y al día siguiente, y el día después de ese… todos
los días… para siempre.
—Um…
Contuvo el aliento, esperando como el infierno que su buena impresión
fuera lo suficientemente buena para hacerla quedarse.
375
—Está bien —aceptó, aligerando el peso sobre sus hombros—, pero voy a
pagar la habitación.
—Eso no es necesario.
—Sí, lo es. No voy a quedarme de otra manera.
Eso hizo el truco, y él cedió.
—Si debes hacerlo, pero ella va a darte un descuento.
—Bien —suspiró, fingiendo molestia.
Él se echó a reír mientras echaba un vistazo a su auto.
—¿Supongo que tienes ropa contigo?
—Todo lo que tengo está allí.
Eso es lo que pensaba, y no podía negar la urgencia de darle más.
—Si te falta algo, podemos pasar por una de las tiendas.
Ella le dedicó una sonrisa de complicidad, y aunque no era tan brillante
como aquella que destelló ante la arena, era preciosa y lo dejó sin aliento.
—Eso no será necesario —insistió.
Era testaruda, pero él disfrutaba de un buen desafío y estaba dispuesto a
hacer el esfuerzo y tener la paciencia que se necesitaría para convencerla de
aceptarlo y todo lo que él quisiera darle. Moviéndose un poco más cerca, sonrió y
bajó la voz.
—Voy a intentarlo una vez más. Entonces voy a darte un descanso. — Hasta
la próxima vez de todos modos—. ¿Me dejas que te invite a desayunar en Cinnia’s
en la mañana?
—Invítame una taza de café y es un trato.
Su rápido acuerdo disparó un escozor por toda su columna vertebral, y su
sonrisa se extendió, con el corazón aliviado por la idea de verla al día siguiente.
Su mirada se detuvo en la sonrisa de Quin y luego viajó a sus ojos,
explorándolos con atención. Él dejó que lo mirara, esperando que a ella le gustara
y creyera lo que encontró. Su expresión no le dio motivo de preocupación, pero
cuando ella miró hacia otro lado a bostezar, decidió que mejor dejaba de quitarle
su tiempo. Una mujer tan hermosa como ella, sin duda necesitaba su sueño de
belleza.
376
—¿Lista para tu viaje de vuelta? —preguntó, metiendo la mano en su bolsa.
Ella asintió, de modo que él levantó sus pies del suelo, los cuales habían
perdido su color rosado debido al frío. Poniéndose sobre una rodilla, apoyó el
peso de su pie en la otra rodilla. Luego los envolvió en un trozo de terciopelo que
había calentado con magia. Con suerte ella asumiría que era debido a su calor
corporal.
Su tensión cesó, pero lo miraba boquiabierta frente a sus pies, y él tuvo que
reprimir una carcajada mientras se levantaba y la llevaba al otro lado de la playa.
~***~
Quin mostró a Layla la posada junto al mar de su tía, y se sintió aliviado al
encontrar el estacionamiento y vestíbulo en calma. Lo último que Layla necesitaba
era decenas de ojos curiosos sobre ella. Aunque no pudo evitar la mirada intrigada
de la recepcionista, y Layla se sonrojó y pareció encogerse cuando se enfrentó a
ella.
Después de pasarles la llave de la habitación y aceptar el dinero que Layla
insistió en pagar, la empleada miró entre ellos.
—¿Necesitas algo más?
—Sí —respondió Quin, señalando detrás del mostrador—. ¿Tienes uno de
los CDs de Morrigan ahí atrás?
Ella giró en su taburete y abrió un cajón, hojeando los CDs hasta que
encontró el que buscaba.
—Aquí está.
—Genial —aprobó, aceptando el estuche. Luego sonrió a Layla—. ¿Lista?
Layla permaneció en silencio hasta que casi estuvieron en su habitación.
Luego señaló el CD.
—¿Quién es Morrigan?
Quin quería decirle exactamente quién era Morrigan, pero aún no era el
momento, por lo que solo le dio parte de la verdad mientras abría la puerta.
—La mejor pianista que he escuchado tocar.
La boca de Layla se abrió.
—¿Y tú la conoces? 377
—Sí.
Layla entró en la habitación, y Quin la vio valorar el espacio, aliviado al ver
que a ella le gustó. Tal vez eso la convencería a quedarse por un tiempo.
—¿Dion es tu tía? —preguntó ella, echando una mirada más cercana a las
pinturas colgando en la pared.
Quin, una vez más tuvo el impulso de soltar toda la verdad y decirle que la
mayor parte de la obra de arte en la posada fue creada por su madre biológica y
abuelos, pero él se resistió. La historia no era suya para contar.
—No —respondió, colocando su maleta y la llave de la habitación sobre la
cama. Luego se dirigió a un escritorio en la esquina e introdujo el CD de Morrigan
en un equipo de música—. El nombre de mi tía es Karena. Trata de evitar trabajar
en las noches. ¿A qué hora te gustaría desayunar?
Después de comprobar el reloj, Layla volvió su mirada hacia él.
—¿Qué tal a las nueve?
—Genial.
Él no quería irse. De hecho, su cuerpo le instaba a quedarse, a hacer todo en
su poder para conseguir que ella acceda a pasar la noche con él. Pero tenía a más
de veinte personas esperando por él, y por mucho que quería estar esa noche con
ella, estaba mucho más interesado en un futuro con ella, por lo que despegó los
pies del suelo y la dejó de pie al final de la cama.
Una vez que estuvo en el pasillo, se volvió y señaló hacia el umbral.
—Voy a estar aquí a las 8:45.
—Voy a estar lista —le aseguró.
Su postura seguía siendo tímida, pero ella estaba haciendo un sólido
contacto visual con él, y los colores felices en su aura activa disminuyeron su
ansiedad y aligeró su corazón.
—Buenas noches, Layla Callaway.
—Buenas noches, Quinlan Kavanagh.
Él sonrió mientras tomaba el pomo de la puerta, pero le llevó hasta la última
gota de fuerza de voluntad que poseía para salir por esa puerta. En cuanto la
perdió de vista, su ansiedad volvió, y se quedó mirando la puerta por varios
minutos antes de encontrar la fuerza para alejarse.
378
Sí, él había encontrado a la misteriosa Layla, y en el proceso, había perdido
la propiedad de su corazón.

379
Próximo Libro
Impassion
Layla
De acuerdo a los cuentos de hadas que
Layla Callaway leía cuando era niña, había
entrado en uno. De repente tiene la gran
familia que siempre quiso, un hermoso hogar
en Oregon, y la capacidad de realizar
asombrosa magia. Pero su mundo perfecto
tiene un precio, y puede terminar pagándolo
con su vida.

Quin
Quin Kavanagh no quiere nada más que
deshacerse su pasado playboy y dedicarse a Layla, pero su reputación de
mujeriego amenaza con destruir su relación en ciernes y hacer añicos sus sueños.

El Enemigo
Obsesionado con el inmenso poder de Layla, Agro elimina las pistas en su
camino a Oregon. Pero hay un extraño merodeando mucho más de cerca el nuevo
hogar de Layla, y él se está acercando más rápido de lo que nadie sabe. Dejando
un rastro de tragedia en sus estelas, ambos magos anhelan lo que Layla tiene, y no
se detendrán ante nada para conseguirlo.

Saga Mystic #2
380
Sobre la Autora
¡Hola! Soy B.C. Burgess, autora de
historias fantásticas y romance paranormal. Soy
una chica de un pequeño pueblo con grandes
sueños y una imaginación salvaje. Soy adicta al
café y a la escritura. La combinación de ambas
es mi idea del cielo. Leo todos los días, aunque
solo sea para mi hijo, a quien espero inspirar
algún día con mi pasión por la escritura.
Me encanta escuchar de mis lectores, así
que no duden en ponerse en contacto conmigo
a través de cualquiera de los siguientes enlaces:
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Email: [email protected]

Saga Mystic:
1. Descension
2. Impassion
3. Deception
4. Retribution
5. Destruction
6. Devastation

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Créditos
Moderadora
LizC

Traductores
Bettyfirefull Lexie' Salilakab
BookLover;3 LizC Scarlet_danvers
Dani :3 MaEx Selene
Fanny Otravaga Selene1987
Helen1 PaulaMayfair Silvia gzz
IvanaTG Rihano Teff Youngblood
Jenn Cassie Grey Roxywonderland Zoe Benson

Staff de Corrección
Correctores
Helen1 La BoHeMiK Mari NC
Key. LizC Nony_mo
Selene

Recopilación y Revisión Diseño


LizC July

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