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Crítica Postcolonial y Estudios Subalternos

Este documento resume los Estudios de la Subalternidad como una crítica postcolonial emergente en las décadas de 1970 y 1980. Cuestionó las narrativas históricas eurocéntricas dominantes y buscó dar voz a los grupos subalternos marginados por el colonialismo. Reconoció que la crítica postcolonial surge dentro de las estructuras de poder colonial que busca desafiar, y se centró en comprender las ideologías y acciones de las masas sometidas más allá de las perspectivas de las élites.
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Crítica Postcolonial y Estudios Subalternos

Este documento resume los Estudios de la Subalternidad como una crítica postcolonial emergente en las décadas de 1970 y 1980. Cuestionó las narrativas históricas eurocéntricas dominantes y buscó dar voz a los grupos subalternos marginados por el colonialismo. Reconoció que la crítica postcolonial surge dentro de las estructuras de poder colonial que busca desafiar, y se centró en comprender las ideologías y acciones de las masas sometidas más allá de las perspectivas de las élites.
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Prakash, Gyan. Los estudios de la subalternidad como crítica post-colonial.

En: Deba-
tes poscoloniales. 2002
Tomado de: http://168.96.200.17/gsdl/cgi-bin/library?e=d-000-00---0bcvirt--00-0-0--0prompt-10---4------0-
1l--1-es-50---20-help---00031-001-1-0utfZz-8-00&cl=CL2.9.33&d=HASH5517aca21408e00b10a609&x=1 (4
de junio de 2010)

Los estudios de la subalternidad como crítica post-colonial**1

Prestar atención al fermento creado por los Estudios de Subalternidad en disciplinas


tan diversas como la historia, la antropología y la literatura es reconocer la fuerza de la
crítica postcolonial reciente. Esta crítica ha obligado a repensar radicalmente el conoci-
miento y las identidades sociales autorizadas y creadas por el colonialismo y el dominio
Occidental. Por supuesto que el colonialismo y su legado han enfrentado desafíos ante-
riormente. Basta pensar en las rebeliones nacionalistas contra el dominio imperialista y
en la implacable crítica del marxismo al capitalismo y al colonialismo. Pero ni el nacio-
nalismo ni el marxismo han roto amarras con los discursos eurocéntricos.2 Así, al rever-
tir el pensamiento orientalista y atribuirle iniciativa [agency] **** e historicidad a la nación
sometida, el nacionalismo sólo consiguió aventurar sus demandas en el orden de la
Razón y del Progreso instituidos por el colonialismo. Cuando los marxistas comenzaron
a vislumbrar la explotación colonial, sus críticas se enmarcaron en un esquema históri-
co que universalizaba la experiencia histórica europea. En contraste con ello, la emer-
gente crítica postcolonial busca revertir el eurocentrismo que ha traído consigo la insti-
tución de la trayectoria de Occidente y su apropiación del otro como Historia. Lo hace
empero, dándose perfecta cuenta de que su propio aparato crítico no goza de una dis-
tancia panóptica con respecto a la historia colonial, sino que existe como una conse-
cuencia, como un después; es decir después de haber sido trabajando por el colonia-
lismo.3 La crítica que surge como consecuencia, reconoce que habita las estructuras de

*
En: Rivera Cusicanqui, Silvia y Barragán, Rossana (comp.), Debates Post Coloniales: Una Introducción a
los Estudios de la Subalternidad, SEPHIS, Editorial historias y Ediciones Aruwiry, La Paz, 1997, pp. 293-
313. N.E. Traducción de Raquel Gutiérrez y Alison Spedding, corregida por Silvia Rivera, del artículo: “Su-
baltern Studies as Postcolonial Criticism”. En: The American Historical Review, vol. 99, N° 5, December
1994, pp. 1475-1490. N.E. Como ya se señaló, Subaltern Studies se ha traducido como Estudios de Subal-
ternidad para hacer referencia tanto al grupo de trabajo como a la publicación que editó; sin embargo, en
los casos explícitos de referencia a la Revista, se ha mantenido el nombre en inglés Subaltern Studies.
1
Agradezco a Frederick Cooper y a Florencia Mallon por sus comentarios y sugerencias. Pese a que no
en todos los casos he seguido sus consejos, su lectura cuidadosa y crítica me fue de gran ayuda a la hora
de repensar y reescribir este ensayo. [N.E. Esta nota lleva asterisco en el original. La hemos numerado
para distinguirla de nuestras propias notas editoriales y de traducción, que también llevan asteriscos. Esto
introducirá cambios de número con respecto a las notas del original]
2
Al llamar eurocéntricos a estos acontecimientos, no quiero decir que siguen las directivas de autores y
pensadores Occidentales. La eurocentricidad se refiere aquí al historicismo que proyecta al Occidente
como Historia.
**
N.E. El concepto inglés de agency, si bien ha sido traducido como iniciativa, o iniciativa histórica, hace
referencia a un campo más vasto de significados, referidos al despliegue de la capacidad y creatividad de
un sujeto que asume el papel de actor.
3
He desarrollado y ejemplificado en otra parte esta noción de lo postcolonial. Ver mi artículo Introduction:
After Colonialism, en Gyan Prakash, After Colonialism: Imperial Histories and Postcolonial Displacements,
Princeton, N.J., 1996. Gayatri Chakravorty Spivak habla de postcolonialidad en términos similares. “Siem-
pre estamos tras el imperio de la razón, nuestros reclamos hacia ella nunca son adecuados”. Spivak,

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la dominación occidental a las que busca revertir. En este sentido, la crítica postcolonial
es deliberadamente interdisciplinaria y surge en los intersticios de las disciplinas de
poder/conocimiento a las que critica. Esto es lo que Homi Bhabha llama una posición
intermedia, híbrida, de práctica y negociación, o lo que en términos de Gayatri Chakra-
vorty Spivak es la catacresis **: “reversión, dislocación y apropiación del aparato codifi-
cación del valor”.4
La difusión de los Estudios de la Subalternidad, que comenzó en 1982 como inter-
vención en la historiografía surasiática y se desarrolló posteriormente como vigorosa
crítica postcolonial, debe ser ubicada en este proceso complejo y forzado (catacréstico)
de reelaboración del conocimiento. El reto que presenta al conocimiento histórico exis-
tente se ha sentido no sólo en los estudios sobre Asia del Sur sino también en la histo-
riografía de otras regiones y en disciplinas distintas de la historia. El término “subalter-
no” aparece ahora con creciente frecuencia en investigaciones sobre África, América
Latina y Europa, y los análisis de la subalternidad se han convertido en un modo reco-
nocible de erudición crítica en historia, literatura y antropología.

La formación de los Estudios de la Subalternidad como intervención en la historio-


grafía de Asia del Sur ocurrió en los albores de la creciente crisis del estado indio en los
años 70. La dominación del estado-nación, que durante la lucha nacionalista contra la
dominación británica fue parchada con una mezcla de compromisos y coerción, se
tornó precaria a medida que su programa de modernidad capitalista agudizaba las des-
igualdades y conflictos sociales y políticos. Al enfrentar el estallido de poderosos movi-
mientos de diversa tonalidad ideológica que ponían en entredicho su pretensión de re-
presentar al pueblo, el estado tuvo que recurrir crecientemente a la represión, con el fin
de preservar su dominio. Pero la represión no fue el único medio que adoptó. El estado
combinó el uso de medidas coercitivas con el poder del clientelismo y del dinero, por un
lado, y recurrió a slogans y programas populistas, por otro, con el fin de lograr una re-
serva fresca de legitimidad. Este tipo de medidas, iniciadas en el gobierno de Indira
Gandhi, afianzaron la dominación del estado pero a su vez erosionarion la autoridad de
sus instituciones. Los principales componentes del estado-nación moderno –los partidos
políticos, el proceso electoral, los cuerpos parlamentarios, la burocracia, la ley y la ideo-
logía del desarrollo- han sobrevivido a este proceso, pero su pretensión de representar
la cultura y la política de las masas ha sufrido un golpe mortal.
En los años 70 se puso en evidencia la peligrosa posición del estado-nación en el
campo de los estudios históricos, a través de la cada vez más acosada historiografía
nacionalista. Atacada implacablemente por la “Escuela de Cambridge”, que represen-
taba a la historia colonial de la India tan sólo como una crónica de la competencia entre

“Poststructuralism, Marginality, Postcoloniality and Value”, en Literary Theory Today, Peter Collier and Hel-
ga Geyer-Ryan, editores, Lomdres, 1990, p. 228. Aunque los teóricos literarios se han destacado por intro-
ducir la crítica postcolonial en la agenda académica, este hecho de ninguna manera se restringe a ellos. El
trabajo de los historiadores de Estudios de la Subalternidad debe ser considerado como parte importante
de esta crítica postcolonial. Para otros ejemplos de contribuciones a esta crítica, hechas por historiadores,
ver Colonialism and Culture, Nicholas B. Dirks, editor (Ann Arbor, Mich.,1992); Confronting Historical Para-
digms: Peasants, Labor and the Capitalist World System in Africa and Latin America, Frederick Cooper,
Allen F. Isaacman, Florencia E. Mallon, Willian Roseberry y Steve J.Stern, editores, Madison, Wis., 1993;
Gyan Prakash, Bonded Histories: Genealogies of Labour Servitude in Colonial India (Cambridge, 1990); y
Vicente Rafael, Contracting Colonialism: Translation and Christian Conversion in Tagalog Society under
Early Spanish Rule (Ithaca, N.Y., 1998). Los ensayos de Frederick Cooper y Florencia Mallon en AHR tam-
bién mencionan una serie de trabajos históricos que han contribuido a la crítica postcolonial en curso.
*
N. de T. Figura de retórica que consiste en emplear una palabra en sentido distinto del propio.
4
Homi K. Bhabha, The Location of Culture, Londres, 1994. pp. 22-26. Spivak, “Poststructuralism, Marginali-
ty, Postcoloniality and Value”, p. 228.

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sus élites, el tejido de la legitimidad nacionalista se despedazó.5 A esta escuela le cupo
exponer la hagiografía nacionalista pero sus análisis basados en las élites, convirtieron
a la gente común en títeres de sus dominadores. Los marxistas cuestionaron tanto la
historiografía nacionalista como la interpretación de la “Escuela de Cambridge”, pero su
narrativa de los modos-de-producción se combinó imperceptiblemente con la ideología
de la modernidad y del progreso del estado-nación. Esta coincidencia significa que los
marxistas, a tiempo de ser los abanderados de la historia de las clases oprimidas y de
su emancipación a través del progreso moderno, tropezaron con serias dificultades para
abordar el arraigo de masas de ideologías “atrasadas” basadas en la casta y la religión.
Incapaces de tomar en cuenta las costumbres marxistas de las rebeliones campesinas
pasaron por alto el lenguaje religioso de los rebeldes, o bien lo consideraron una mera
manifestación o etapa en el desarrollo de su conciencia revolucionaria. Por consiguien-
te, pese a que los historiadores marxistas han realizado estudios impresionantes y pre-
cursores, su pretensión de representar la historia de las masas continúa siendo un
hecho discutible.
Los estudios de la Subalternidad se lanzan a esta contienda historiográfica en tormo
a la representación de la cultura y la política del pueblo. Al cuestionar las interpretacio-
nes colonialistas, nacionalistas y marxistas por expropiar a la gente común de su inicia-
tiva histórica [agency], estaban anunciando un nuevo enfoque, que permitiría restaurar
la historia de los subordinados. El grupo de Estudios de la Subalternidad se inició como
colectivo editorial compuesto por seis estudiosos de Asia del Sur, dispersos entre Ingla-
terra, la India y Australia. Su inspirador fue Ranajit Guha, distinguido historiador cuyo
más notable trabajo era hasta entonces A Rule of Property for Bengal [Un régimen de
propiedad para Bengala] (1963). Guha editó los seis primeros volúmenes.6 de Subaltern
Studies. Después de renunciar a ser su editor, los volúmenes de Subaltern Studies si-
guieron siendo editados por un equipo editorial rotativo de dos miembros del grupo co-
lectivo. Guha continúa sin embargo publicando en Subaltern Studies, que ahora está en
manos de un colectivo editorial expandido y reconstituido.

El establecimiento de Subaltern Studies apuntaba a promover, como declara el pre-


facio de Guha al primer volumen, la investigación y discusión de temas de la subalterni-
dad en los estudios de Asia del Sur.7 El término “subalterno”, recogido de los trabajos
de Antonio Gramsci, se refiere a una subordinación en términos de clase, casta, géne-
ro, raza, lengua, y cultura y se utiliza para poner en relieve la centralidad de la relación
dominantes/dominados en la historia. Guha sugiere que, aunque los Estudios de la Su-
balternidad no ignoran lo dominante, por el hecho de que los subalternos están siempre
sujetos a su actividad, su objetivo es en realidad rectificar la inclinación elitista carac-
terística de gran parte de la investigación y del trabajo académico en los estudios de
Asia del Sur.8 Este acto de rectificación brota de la convicción de que las élites habrían

5
La afirmación clásica de la “Escuela de Cambridge” se puede encontrar en el estudio de Anil Seal, The
Emergence of Indian Nationalism: Competition and Collaboration in the Later Nineteenth Century, Cambrid-
ge, 1968, que plantea que el nacionalismo indio fue producto de las élites educadas en su competencia por
los “panes y los peces” de la burocracia estatal. Un matiz a lo anterior puede hallarse en Locality, Province
and Nation: Essays on Indians Politics, 1870-1940, J Gallagher, G. Jognson y Anil Seal, editores, Cambrid-
ge, 1973, cuyo punto de vista sobre el nacionalismo es que surgió del compromiso de las élites regionales y
locales con las instituciones coloniales. A medida que las instituciones oficiales alcanzaban el nivel de la
localidad y la provincia, las élites llegaron al nivel central para asegurar su dominio local y regional, y halla-
ron en el nacionalismo un instrumento útil para la articulación de sus intereses.
6
Ranajit Guha, A Rule of Property for Bengal, París, 1963. Debería mencionar también su importante artí-
culo, “Neel Darpan: The Image of Peasant Revolt in a Liberal Mirror”, Journal of Peasant Studies, 2, 1974,
pp. 1-46, que anticipa su crítica más completa a la historiografía de élite.
7
Ranajit Guha, Subaltern Studies I, Delhi, 1982, vii [N.E. Ver también este volumen, p. 23-24]
8
Guha, Subaltern Studies I, vii [N.E. Ver también este volumen, p. 25-32]

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ejercido sobre los subalternos dominación, pero no hegemonía, en los términos de
Gramsci. Una expresión de esta convicción es el argumento de Guha de que los subal-
ternos habrían actuado en la historia “por si mismo, es decir, independientemente de la
élite”; su política constituyó “un dominio autónomo, dado que no se originaba en la polí-
tica de élite, ni su existencia dependía de ella”.9
Mientras que el énfasis en la subordinación ha seguido siendo central para Subaltern
Studies, su cocepción de la subalternidad ha experimentado desplazamientos e inter-
pretaciones diversas. No es de extrañar por ello que las contribuciones individuales a
los distintos volúmenes hayan también seguido orientaciones divergentes. Se hace evi-
dente un cambio en los intereses, énfasis y bases teóricas a lo largo de los ocho volú-
menes de ensayos producidos hasta ahora y también entre las diversas monografías
hechas por estudiosos individuales de la subalternidad.10 Aún así, lo que ha permaneci-
do invariable ha sido el esfuerzo por repensar la historia desde la perspectiva de los
subalternos.
No estaba del todo claro, en el primer volumen, cómo es que la adopción de una
perspectiva subalterna iba a lograr deshacer la “primacía espúrea asignada a ellas (a
las élites, G.P.)”. Aunque los diversos ensayos –que abordaron desde la historia agraria
hasta el análisis de la relación entre campesinos y nacionalistas-, tenían un nivel
académico excelente, no eran tampoco novedosos. Si bien todas las contribuciones
intentaron destacar las vidas y la presencia histórica de las clases subalternas, no era
nueva la investigación exhaustiva y profunda en historia social y económica, ni la crítica
a la apropiación nacionalista india de los movimientos campesinos; ambas ya habían
sido realizadas, especialmente por historiadores marxistas.11 Fue en el segundo volu-
men que la novedad e insurgencia de Subaltern Studies se hizo más clara.
En el segundo volumen se hizo alegatos directos a favor del sujeto subalterno y se
quiso demostrar cómo su iniciativa histórica [agency] le había sido negada por una
perspectiva de élite, anclada tanto en narrativas colonialistas y nacionalistas como
marxistas. Al plantear que estas narrativas intentaban representar la conciencia y acti-
vidad de los subalternos conforme a esquemas que codificaban la dominación de la
élite, Guha aseveró que la historiografía había tratado “al rebelde campesino como una
persona meramente empírica o miembro de una clase, pero no como una entidad cuya
voluntad y razón constituían la praxis llamada rebelión”.12 Los historiadores eran capa-
ces de describir las rebeliones campesinas como irrupciones espontáneas que “estallan
como tormentas de truenos, se mueven como terremotos, se extienden como incendios
de monte”, o bien, alternativamente, las atribuyeron a una acción refleja en respuesta a
la opresión económica y política. “En ambos casos se considera a la insurgencia como
exterior a la conciencia del campesino y se coloca la Causa como sustituto fantasma de
la Razón, que se supone es la lógica de dicha conciencia”.13
Guha se preguntaba ‘cómo es que la historiografía adquirió esta ceguera? Para res-
ponder a esta interrogante, “La Prosa de Contra-Insurgencia” nos ofrece un tour de

9
Guha, “On Some Aspects of the Historiography of Colonial India”, en Subaltern Studies I, pp. 3-4 [N.E. Ver
también en este volumjen, p. 27-28]
10
Subaltern Studies I-VI, Ranajit Guha, editor, Delhi, 1982-89; vol. VII, Gyanendra Pandey and Partha
Chatterjee, editores, Delhi, 1992, vol. VIII, David Arnold y David Hardiman, editores, Delhi, 1993; Ranajit
Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Delhi, 1983; Partha Chatterjee, Natio-
nalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse?, Londres, 1986; y Chatterjee, The Nation
and Its Fragments: Colonial and Postcolonial Histories, Princeton, N.J., 1993; Dipesh Charabarty, Rethink-
ing Working-Class History: Bengal 1890-1940, Princeton, 1989; David Hardiman, The Coming of the Devi:
Adivasi Assertion in Western India, Delhi, 1987; y Gyanendra Pandey, The Construction of Communalism in
Colonial North India, Delhi, 1990.
11
Ver por ejemplo, Majid Siddiqi, Agrarian Unrest in North India: The United Provinces, 1918-22, Delhi,
1978; y Jairus Banaji, “Capitalism Domination and Small Peasantry: Deccan Districts in the Late Nineteenth
Century”, Economic and Political Weekly, 12, N° 33, 1 977, pp. 1375-1444.
12
Ranajit Guha, Subaltern Studies II, Delhi, 1983, [N.E. Ver también el presente volumen, pp. 33-72.]
13
Ibid., ver el presente volumen, p. 35.

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force metodológico, a la par que una perspicaz lectura de los escritos históricos sobre la
insurgencia campesina en la india colonial. Al describir estos escritos como textos de
contra-insurgencia, Guha comienza por distinguir tres tipos de discursos: primario, se-
cundario y terciario. Ellos diferían entre sí según el orden de su aparición en el tiempo y
en función de su grado de identificación reconocida o no, con el punto de vista oficial. Al
analizar estos discursos por separado, Guha nos muestra la presencia, transformación
y redistribución de un “código de contra-insurgencia”. Este código, presente en los rela-
tos de la insurgencia que los jefes producen en forma inmediata (discurso primario), es
procesado en otro tiempo y con otra narrativa en los informes y memorias oficiales (dis-
curso secundario), hasta ser finalmente incorporado y redistribuido por historiadores sin
adscripción oficial, que están más lejos aún del tiempo del evento (discurso terciario). El
“código de pacificación” que se inscribe en la información “cruda” de los textos prima-
rios y en la narrativa de los discursos secundarios, sobrevive y da forma al discurso
terciario de los historiadores, en la medida en que no consiguen leer en ellos la presen-
cia del otro excluido, el insurgente. Por consiguiente, aunque los historiadores producen
relatos que se diferencian de los discursos secundarios, su discurso terciario termina
también apropiándose del insurgente. Pongamos en consideración, por ejemplo, el mo-
do de abordaje de las rebeliones campesinas. Cuando los funcionarios coloniales, con
base en datos recogidos en el sitio, que contenían ya “el código de pacificación”, cul-
paban a los malos terratenientes y a los astutos prestamistas por el acaecimiento de los
hechos, estaban usando la causalidad como instrumento de contra-insurgencia: la iden-
tificación de las causas de la revuelta era un paso hacia controlarla y era también una
negación de la iniciativa histórica [agency] de los insurgentes. Esta negación asumió
una forma distinta en la historiografía nacionalista, puesto que el dominio británico –en
lugar de la opresión local- se transformó en causa de la revuelta, convirtiendo así a las
rebeliones campesinas en luchas nacionalistas. Los historiadores radicales, a su vez,
terminaron asimilando el código de contra-insurgencia del discurso secundario, en la
medida en que explicaban las revueltas campesinas con referencia a un continuum re-
volucionario que se dirigía al socialismo. Ninguno de los tres tipos de recuentos tercia-
rios consiguió zafarse del paradigma de la contra-insurgencia –arguye Guha- pues to-
dos se negaron a reconocer la subjetividad y la iniciativa histórica [agency] del insurgen-
te.14
El proyecto de restaurar la iniciativa histórica insurgente implicaba clramente, como
señana Rosalind O’Hanlon en una cuidadosa reseña, una noción re recuperación del
sujeto”.15 Así, al leer los documentos a contrapelo, estos investigadores buscaban des-
cubrir los mitos, cultos, ideologías y revueltas de las que pretendía apropiarse las élites
coloniales y nacionalistas, y que la historiografía convencional dejaba de lado mediante
el arma mortal de la causa y el efecto. El libro Elementary Aspects of Peasant Insurgen-
cy in Colonial India [Aspectos Elementales de la Insurgencia Campesina en la India
Colonial] (1983) de Ranajit Guha, es un ejemplo poderoso de un trabajo académico que
busca rescatar al campesino de los proyectos de la élite y de la historiografía positivista.
En este estudio de gran alcance, lleno de brillantes ideas e innovaciones metodológi-
cas, Guha retorna a las insurrecciones campesinas del siglo diecinueve en la India co-
lonial. A partir de una lectura inquisitiva de la documentación colonial y de sus represen-
taciones historiográficas, nos ofrece una fascinante reconstrucción de la conciencia,
rumores, visones míticas, religiosidad y lazos de comunidad entre los insurgentes cam-
pesinos. Los subalternos emergen del relato de Guha dotados de formas de sociabili-
dad y comunidad política que se contraponen a la nación y a la clase, y que desafían
los modelos de racionalidad y acción social utilizados por la historiografía convencional.
Guha arguye persuasivamente que tales modelos son elitistas por cuanto niegan la

14
Guha, “Prose of Counter-Insurgency”, pp. 26-33; en este volumen, pp. 57-64.
15
Rosalind O’Hanlon, “Recovering the Subject: Subaltern Studies and Histories of Resistance in Colonial
South Asia”, Modern Asian Studies, 22, 1988, pp. 198-224.

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conciencia autónoma de los subalternos y, en esa medida, son herederos de los pro-
yectos colonial y liberal nacionalista de apropiación de lo subalterno.
Es cierto que el esfuerzo por recuperar la autonomía de los sujetos subalternos tiene
semejanzas con el enfoque de la “historia desde abajo”, desarrollado por la historia
social en Occidente. Pero la búsqueda subalternista de un sujeto-agente humanista
condujo con frecuencia al descubrimiento del fracaso de la iniciativa histórica [agency]
de los subalternos: el momento de la rebelión contienen siempre dentro de sí al mo-
mento de la derrota. El deseo de recuperar la autonomía de los subalternos se frustró
reiteradas veces porque la subalternidad, por definición, es la imposibilidad de auto-
nomía: las rebeliones subalternas sólo nos brindan efímeros momentos de desafío,
“una noche de amor” y no “un amor para toda la vida”.16 Su propio trabajo demostró
que éste era el caso, en la medida en que no logró reconocer plenamente el hecho de
que la resistencia subalterna no sólo se opone al poder; también es constituida por el
poder. Para complicar aún más este afán por recuperar al sujeto, a diferencia de la his-
toria social británica y estadounidense, el grupo de Estudios de la Subalternidad se
apoyó en la corriente anti-humanista del estructuralismo y el post-estructuralismo. Parti-
cularmente, la hábil lectura que hizo Ranajit Guha de los registros coloniales, se apoyó
explícitamente en Ferdinand Sassure, Claude Lévi-Strauss, Roman Jakobson, Roland
Barthes y Michel Foucault. En parte, como señala Dipesh Chakrabarty, el recurso a es-
tos teóricos y el énfasis en un análisis “textual” emana de la ausencia de autobiografías
de trabajadores y otras fuentes similares, que sí estaban a disposición de los historiado-
res británicos.17 Los campesinos indios no dejaron fuentes ni documentos desde los
cuales pudiera recuperase su propia “voz”. Pero el énfasis en la “interpretación” de
textos y el recurso a teóricos como Foucault, cuyos escritos ponen un velo de duda so-
bre la idea de un sujeto autonómo, contenían también la conciencia de que lo subalter-
no colonial no es sólo una forma de la subalternidad en “general”. Aunque el funciona-
miento de las relaciones de poder en escenarios coloniales y metropolitanos tienen cier-
tos paralelismos, las condiciones de la subalternidad son también irreductiblemente
diferentes. Por lo tanto, los Estudios de la Subalternidad no podían ser tan sólo la ver-
sión limitada de la corriente de la “historia desde abajo”, tenían que concebir lo subal-
terno de otra manera y escribir historias diferentes.

Esta diferencia ha ido creciendo en los volúmenes siguientes de Subaltern Studies, a


medida que el deseo de recuperar al sujeto subalterno se entrelazó crecientemente con
el análisis de cómo la subalternidad es constituida por los discursos dominantes. Por
supuesto, desde los inicios del grupo estuvo presente la tensión entre recuperar al sub-
alterno como sujeto fuera del discurso de la élite y analizar la subalternidad como efecto
de los sistemas discursivos,18 y esta tensión continúa caracterizando las investigaciones
actuales de Subaltern Studies, como lo señala Florencia Mallon** Sin embargo, en los
volúmenes más recientes se presta mayor atención al análisis de la emergencia de la
subalternidad como un efecto discursivo, aunque no se abandona la noción de lo subal-

16
Veena Das, “Subaltern as Perspective”, Subaltern Studies VI, Delhi, 1989, p. 315. [N.E. Ver también en
este volumen, p. 279-292]
17
Dipesh Chakrabarty, “Trafficking in History and Theory: Subaltern Studies”, Beyond the Discipline: The
New Humanities, K.K. Ruthven, editor, Canberra, 1992, p. 102.
18
El ensayo de Gayatri Chakravorty Spivak “Subaltern Studies: Deconstructing Historiography”, en Subal-
tern Studies IV, Delhi, 1985, señaló esta tensión (pp. 337-8). N.E. Ver el presente volumen, p. 247- 278.
*
N.E. El autor se refiere al artículo de Florencia Mallon “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies:
Perspectives from Latin American History”, en The American Historical Review, vol. 99, N° 5, diciembre
1994, publicado en castellano en el Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ra-
vignani N° 12, segundo semestre 1995 (Buenos Aires), bajo el título de “Promesa y dilema de los Estudios
Subalternos: perspectivas a partir de la historia latinoamericana”.

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terno como sujeto y agente. Esta perspectiva, amplificada desde Subaltern Studies III,
identifica la subalternidad como una posición de crítica, como una recalcitrante diferen-
cia que surge no fuera sino dentro del discurso de la élite para ejercer presión sobre las
fuerzas y formas que la subordinan.
La atención que se presta al discurso en la localización del proceso y los efectos de
la subordinación, puede verse en el influyente Nationalist Thought and the Colonial
World [El Pensamiento Nacionalista y el Mundo Colonial] (1986) de Partha Chatterjee.
Siendo un estudio de cómo el nacionalismo indio logró la dominación, este libro traza
los desplazamientos decisivos en el pensamiento nacionalista, que llevaron a una “re-
volución pasiva”, concepto que toma de Gramsci para interpretar la consumación de la
independencia india en 1947, como una revolución de masas que se apropió de la ini-
ciativa histórica [agency] de la gente común. Al interpretar los desplazamientos del pen-
samiento nacionalista, Chatterjee pone énfasis en las presiones que sufrió el discurso
dominante a raíz del problema de representar a las masas. Los nacionalistas se enfren-
taron a este problema marginalizando ciertas formas de acción y expresión de masas
por ir en contra de los objetivos orientados a la modernidad, que ellos derivaban del
discurso colonial. Si bien dicha estrategia podía asegurar la dominación de la élite, no
garantizaga su hegemonía sobre la cultura y la política de los subalternos. Su reciente
The Nation and Its Fragments [La Nación y sus Fragmentos] (1993) ** vuelve nueva-
mente sobre la temática de la apropiación de la subalternidad, esbozando cómo la na-
ción fue primero imaginada en el dominio cultural y luego preparada para la contienda
política por una élite que “normalizó” las diversas aspiraciones subalternas en torno a la
comunidad y la iniciativa histórica [agency] en el proceso de crear un estado-nación
moderno.
Investigar el proceso de “normalización” implica un compromiso complejo y profundo
con textos canónicos y de élite. Por cierto, esto no es algo nuevo para los Estudios de
la Subalternidad. Ensayos más tempranos, como es el caso notable de “La Prosa de
Contra-Insurgencia” de Guha, se ocuparon de ello interrogando a los textos de élite con
envidiable habilidad e imaginación. Pero estos análisis de los textos de élite buscaban
establecer la presencia de los subalternos como sujetos de su propia historia. El com-
promiso con temas y escritos de élite pone énfasis, por el contrario, en el análisis del
funcionamiento de la dominación en tanto que confronta, constituye y subordina ciertas
formas de cultura y política. Este enfoque se hace visible en el tratamiento de los escri-
tos de figuras políticas de gran autoridad como Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru y
en el análisis de las actividades del Congreso Nacional Indio, el partido nacionalista
dominante. En ellos se intenta mostrar cómo el nacionalismo de élite reescribió la histo-
ria y cómo esta reescritura fue orientada simultáneamente a confrontar el dominio colo-
nial y a proteger sus flancos de los subalternos.19 Otro tema que se explora con un ob-
jetivo similar es el funcionamiento entrelazado del colonialismo, el nacionalismo y el
“comunalismo” en el proceso de partición de la India Británica entre India y Pakistán, un
tema que ha ganado importancia con el reciente resurgimiento de grupos que abogan
por la supremacía hindú y el estallido de revueltas entre facciones hindú-musulmanas.20
La importancia de dichos temas es evidente por sí misma, aunque el significado real
de este desplazamiento hacia el análisis del discurso reside en que conduce a reformu-
lar la propia noción de subalternidad. Resulta tentador, aunque inexacto, caracterizar
este desplazamiento como si fuera un abandono de la búsqueda de grupos subalternos,

*
N.E. Ver la traducción de dos capítulos de este libro en este volumen, pp. 165-233.
19
Buenos ejemplos al respecto se encuentran en Shahid Amin, “Gandhi as Mahatma: Gorakhpur District,
Eastern UP, 1921-2”, en Subaltern Studies III, Delhi, 1984, pp. 1-61; y en “Approver’s Testimony, Judicial
Discourse: The case of Chauri Chaura”, Subaltern Studies V, Delhi, 1987, pp. 166-202. [N.E. ver en este
volumen pp. 119-156]
20
Ver Pandey, Construction of Comunalism in Colonial North India; y Gyanendra Pandey, “In Defense of
the Fragment: Writing about Hindu-Muslim Riots in India Today”, Representations, 37, Invierno del 92, pp.
27-55.

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en aras del descubrimiento de discursos y textos. Pese a que algunos estudiosos han
rechazado la posibilidad de un rescate positivista de los subalternos, la noción de una
heterogeneidad radical –ya que no autonomía- de los subalternos con respecto al mun-
do dominante, continúa siendo decisiva. Es sin embargo evidente que los estudiosos
localizan esta hetererogeneidad en los discursos que se entretejen con las estructuras
dominantes y se ponen de manifiesto en el propio funcionamiento del poder. En otras
palabras los subalternos y la subalternidad no desaparecen en el discurso; aparecen en
sus intersticios, subordinados por estructuras sobre las que ejercen presión. Así, Shahid
Amin muestra que los nacionalistas indios de 1921-1922, al enfrentar el lenguaje mile-
narista y profundamente subversivo de la política campesina se apresuraron a reclamar
como propias y gandhianas las acciones del campesinado. Incapaces de reconocer la
apropiación insurgente que hicieron de Gandhi los campesinos, los nacionalistas indios
la representaron como una relación estereotipada entre santo y devotos.21 Amin lleva
aún más lejos este punto de vista en su innovadora monografía sobre la violencia cam-
pesina de 1922, que resultó en la muerte de varios policías y llevó a Gandhi a suspen-
der la campaña de no-cooperación contra el dominio británico. Retornando a esta emo-
tiva fecha de la historia nacionalista de la India, Amin muestra que este hecho de vio-
lencia “criminalizado” por el discurso judicial colonial, fue “nacionalizado” por los nacio-
nalistas de élite, primero mediante una “amnesia obligatoria” y después a través del
recuerdo y la reapropiación selectivos.22 Para tomar otro ejemplo, Gyanendra Pandey
sugiere que el discurso del estado-nación indio, que tuvo que imaginar a la India como
una comunidad nacional, era sin embargo incapaz de reconocer a la comunidad (reli-
giosa, cultural, social y local) como forma política y ello porque contraponía al naciona-
lismo (considerado bueno por “estar más allá de las diferencias), con el comunalismo
(considerado malo por no “elevarse por encima” de estas diferencias).23
Tal reconsideración de la historia de Asia del Sur no invoca a los subalternos “re-
ales”, preexistentes al discurso, para encuadrar su crítica. Al situar a los subalternos en
el laberinto de los discursos, no puede pretender un acceso sin mediaciones a su reali-
dad. Los subalternos y la subalternidad existentes surgen de entre los pliegues del dis-
curso, a través de sus silencios y cegueras y de sus pronunciamientos sobredetermina-
dos. Al interpretar la violencia campesina de 1922, Amin identifica la presencia subal-
terna como un efecto en el discurso. Este efecto se manifiesta en el significativo dilema
que enfrentaron los nacionalistas. De un lado, no podían respaldar la violencia campe-
sina como actividad nacionalista, pero del otro, tenían que reconocer a los “criminales”
campesinos como parte de la nación, pero despojándolo de su iniciativa [agency]: se
mostró así a los campesinos actuando de esa forma, ya sea por obra de la provocación
o por estar insuficientemente entrenados en los métodos de la no-violencia.
La subalternidad emerge por lo tanto de las paradojas en el funcionamiento del po-
der y en el funcionamiento del discurso dominante, en tanto representa y domestica la
iniciativa histórica [agency] campesina como respuesta espontánea y “pre-política” a la
violencia colonial. La subalternidad ya no aparece fuera del discurso de la élite como
dominio separado, incorporado en una figura dotada de voluntad que los dominantes
suprimen y dominan, pero no constituyen. Se refiere en cambio a ese imposible pensa-
miento, figura o acción sin la cual el discurso dominante no puede existir y que se hace
reconocible en sus subterfugios y estereotipos.
Este retrato de la subaternidad es por cierto muy distinto a la imagen del sujeto autó-
nomo, pues emerge de la confrontación con el mundo sistemáticamente fragmentado
de la documentación sobre la subalternidad. Los archivos registran el inevitable fracaso
de los subalternos por hacer reconocer sus derechos, tanto como la presión que ejer-
cen sobre el sistema discursivo, lo que provoca a su vez su supresión y fragmentación.
21
Amin, “Gandhi as Mahatma”, pp. 2-7.
22
Ver el libro de Shahid Amin, Event, Metaphor, Memory: Chauri Chaura 1922-1992, Berkeley, University of
Califormia Press, California, 1995.
23
Ver Pandey, Construction of Communalism in Colonial North India, pp. 235-43, 254-61.

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La representación de este modo de ser discontinuo de la subalternidad exige una estra-
tegia que reconozca tanto la emergencia como el desplazamiento de la iniciativa [agen-
cy] subalterna en los discursos dominantes. Es en la adopción de este tipo de estrategia
que los estudiosos de Subaltern Studies, vuelven a desplegar y definir el concepto de
subalternidad, reforzando, en lugar de moderar, su carácter recalcitrante.

La reubicación de la subalternidad que realiza Subaltern Studies, en el accionar de


los discursos dominantes, los conduce necesariamente a una crítica del Occidente mo-
derno. Porque si la marginalización de “otras” fuentes de conocimiento e iniciativa ocu-
rrió en el funcionamiento del colonialismo y de su discurso “derivativo”, el nacionalismo,
entonces el arma de la crítica debe apuntar contra Europa y contra los modos de cono-
cimiento que Europa instituyó. Es en este contexto que surge cierta convergencia entre
los Estudios de la Subalternidad y la crítica post-colonial que se origina en los estudios
literarios y culturales. Para citar solamente un ejemplo, el Orientalismo de Edward Said
no sólo sirvió de fundamento a la crítica del nacionalismo indio que hizo Partha Chatt-
yerjee; Said también escribió un prefacio conceptuoso a la colección de ensayos de
Estudios de la Subalternidad [N.E.. publicada en norteamérica].24 Es importante recono-
cer que las críticas del grupo hacia Occidente no se limitan a señalar la trayectoria co-
lonial de explotación y enriquecimiento; se extienden asimismo al conocimiento discipli-
nario, y sobre todo a los procedimientos que autoriza la disciplina de la historia.
En un reciente ensayo, Dipesh Chakrabarty realiza una convincente crítica a la disci-
plina académica de la historia como categoría teórica cargada de poder. Considerando
que es algo prematura la celebración de los Estudios de la Subalternidad como caso
exitoso de descolonización del conocimiento, Chakrabarty escribe:
en lo que concierne al discurso académico de la historia –es decir, la “historia” como
discurso que se produce en el espacio institucional de la universidad- “Europa” contin-
úa siendo el sujeto teórico soberano de todas las historias, incluyendo aquellas que
llamamos “indias”, “chinas”, “kenyanas”, etc. Hay un modo peculiar en el que todas
estas otras historias tienden a convertirse en variaciones de una narrativa maestra que
podía ser llamada “la historia de Europa”. En este sentido, la propia historia “india” está
en una posición de subalternidad; en nombre de esta historia sólo es posible articular
posiciones-de-sujeto subalternas.25
El lugar de Europa como referente silecioso se expresa de muchas maneras. En
primer lugar, está el asunto de la “ignorancia simétrica”: los no occidentales deben leer
a los “grandes” historiadores occidentales (E.P. Thompson, Emmanuel Le Roy Ladurie
o Carlo Ginzburg) para producir buena historia, pero en cambio no se espera que los
académicos occidentales conozcan los trabajos de los no occidentales. De hecho, los
estudiosos no occidentales son reconocidos por su imaginación y capacidad innovadora
cuando ponen en práctica tipos de indagación desarrollados para la historia europea;
así posiblemente se aplaudirá como bueno un estudio sobre la “historia total” de la Chi-
na, o sobre la historia de las mentalités en México o sobre la formación histórica de la
clase obrera en la India.
Pero como Chakrabarty sugiere, más importante es aún la instalación de Europa
como el sujeto teórico de todas las historias. Esta universalización de Europa trabaja
mediante la representación de las historias como Historia; en este sentido, “no siempre
las afirmaciones metodológicas/epistemológicas de Marx han resistido con éxito las

24
Chatterjee, Nationalist Thought and the Colonial World, pp. 36-39; Edward Said, “Foreword”, Selected
Subaltern Studies, Ranajit Guha y Gayati Chakravorty Spivak, editores, New York, 1998, v-x.
25
Dispesh Chakrabarty, “Postcoloniality and the Artifice of History: Who Speaks for “Indian” Pasts?”, Repre-
sentations, 37, Invierno de 1992, p. 1.

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lecturas historicistas”.26 El estudio de Chakrabarty sobre los trabajadores del yute en
Bengala se dirige precisamente contra el mismo eurocentrismo que subyace el análisis
de Marx sobre el capital y la lucha de clases.27 En su investigación, Chakarbarty en-
cuentra que las nociones fuertemente jerárquicas de casta y religión provenientes de la
tradición india, animaron las organizaciones y la política de la clase trabajadora de Ben-
gala. Esto plantea un “Árbol de la Libertad” que había nutrido, de acuerdo a E.P.
Thompson, la conciencia de la clase trabajadora inglesa, ¿estaban los trabajadores
indios condenados a un “bajo nivel de clase”? La alternativa consistía en vislumbrar
que, tarde o temprano, la clase trabajadora india alcalzaría el nievle deseado de con-
ciencia emancipatoria. Esta visión da por supuesta la universalidad de nociones como
los derechos del “inglés nacido libre” y la “igualdad ante la ley”, y plantea que “los tra-
bajadores de todo el mundo, con independencia de su pasado cultural específico, expe-
rimentan ‘la producción capitalista’ de la misma manera”.28 Esta posibilidad sólo puede
surgir si se presupone la existencia de un sujeto universal imbuído de una narrativa
emancipatoria. Chakrabarty sugiere que este tipo de supuesto está presente en el aná-
lisis de Marx, quien a pesar de diferenciar cuidadosamente al proletariado del ciudada-
no, acaba recayendo en nociones ilustradas de libertad y democracia al definir dicha
narrativa emancipatoria. Como resultado de ello, en las versiones marxistas, los traba-
jadores del yute, que resistieron al idel burgués de la igualdad ante la ley con su visión
jerárquica de una comunidad pre-capitalista, están condenados al “atraso”. Más aún,
esto permite entra en escena al estado-nación, como instrumento de transformación
liberal de estas masas cautivas de la jerarquía.
No sorprende, por ello, que los temas relativos a la transición histórica ocupen un lu-
gar destacado en la escritura de las historias no occidentales. Los historiadores se pre-
guntan si estas sociedades lograron una transición exitosa al desarrollo, la moderniza-
ción y el capitalismo, y a menudo responden por la negativa. Una sensación de fracaso
abruma la representación de la historia de estas sociedades. Tan es así –y Chakrabarty
lo reconoce- que incluso proyectos contestarios como los Estudios de la Subalternidad
escriben la historia de sociedades no-occidentales en términos de transiciones fallidas.
Estas imágenes de transiciones abortadas refuerzan la subalternidad de las historias
no-occidentales y la dominación de Europa como Historia.29
La dominación de Europa como historia no solamente subalterniza a las sociedades
no-occidentales sino que sirve también a los propósitos de sus estados naciones. De
hecho, los Estudios de la Subalternidad desarrollaron su crítica a la historia en el curso
de su examen del nacionalismo indio y del estado-nación. La reconstrucción que hace
Guha del lenguaje de la política campesina en su Aspectos Elementales de la Insurgen-
cia Campesina en la India Colonial está basada en el argumento de que la historiografía
nacionalista se vio envuelta en la apropiación sistemática de los campesinos al servicio
del nacionalismo de élite. El trabajo de Chatterjee contiene un extenso análisis del Dis-
covery of India [Descubrimiento de la India] de Jawaharlal Nehru, un texto fundacional
del nacionalismo, donde muestra el uso de la Historia, la Razón y el Progreso en la
normalización de la “irracionalidad” campesina.30 La conclusión inescapable de dichos
análisis es que la “historia” autorizada por el imperialismo europeo y por el estado-
nación indio funciona como una disciplina que potencia ciertas formas de conocimiento
a tiempo de debilitar a otras.

26
Chakrabarty, “Postcoloniality and the Artifice of History” p. 4.
27
Ver, Chakrabarty, Rethinking Working-Class History.
28
Ver, Chakrabarty, Rethinking Working-Class History.p. 223.
29
Chakrabarty, “Postcoloniality and the Artifice of History”, pp. 4-5. En este ensayo, Chakrabarty incluye la
orientación inicial de Subaltern Studies hacia la cuestión de la transición, tal como se ve reflejada en las
afirmaciones programáticas de Guha en “On Some Aspects of the Historiography of Colonial India” [N.E.
Véase la traducción de este artículo en esta compilación] y en el propio trabajo de Chakrabarty, Rethinking
Working-Class History.
30
Jawaharlal Nehru, Discovery of India, New York, 1946; Chatterjee, Nationalist Tought and the Colonial
World.

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Si la historia funciona como una disciplina que convierte ciertas formas de pensa-
miento y acción en “irracionales” y subalternas, entonces ¿no debería extenderse la
crítica a las técnicas y procedimientos que utiliza? Abordando esta pregunta, Chakra-
barty recurre a “una de las más elementales reglas de método en la escritura académi-
ca de la historia: que sus fuentes deben ser verificables”.31 Señalando que esta regla da
por supuesta la existencia de una “esfera pública” y un “libre acceso a la información”
tropieza con el hecho de que el conocimiento está atravesado de privilegios, pues “per-
tenece a y circula en las numerosas y particularizadas redes de parentesco y comuni-
dad, en los espacios generizados (y) en las estructuras de edad”. Si este es el caso,
Chakrabarty se pregunta entonces cómo es que puede presuponerse la universalidad
de los cánones de la escritura histórica; es decir “¿a quién pertenecen estos universa-
les?”.32

Es importante señalar que para los Estudios de la Subalternidad, “Europa” o el “Oc-


cidente” son términos que se refieren a una entidad imaginaria pero poderosa, creada
por un proceso histórico que la autoriza como el hogar de la Razón, el Progreso y la
Modernidad. Según Chakrabarty, para contrarrestrar la autoridad de dicha entidad, que
se distribuye y universaliza por obra del imperialismo y el nacionalismo, se requeriría “la
provincialización de Europa”. Pero ni el nativismo ni el relativismo cultural infunden vida
a este proyecto de provincialización de Europa; no hay un llamado a invertir la jerarquía
Europa/India ni tampoco un intento de representar a la India desde una perspectiva
“india” y no occidental. Más bien, el reconocimiento de que la “historia del tercer mundo
está condenada a conocer ‘Europa’ como el hogar original de lo ‘moderno’, mientras
que la historia ‘europea’ no comparte una situación comparable en relación a los pasa-
dos de la mayor parte de la humanidad”, sirve como condición para un pensamiento
deconstructivo de la historia.33 Tal estrategia aspira a encontrar en el funcionamiento de
la historia como disciplina (en el sentido de Foucault) la fuente para una otra historia.
Para la crítica postcolonial, este movimiento resulta familiar y no debiera confundirse
con los enfoques que insisten simplemente en la construcción social del conocimiento y
de las identidades. Excava en la historia del colonialismo no sólo para documentar la
crónica de su dominación sino también para identificar sus fracasos, silencios e impas-
ses; no sólo para registrar la trayectoria de los discursos dominantes sino para encon-
trar aquellas posiciones (subalternas) que podrían no estar siendo debidamente reco-
nocidas ni nombradas, tan sólo “normalizadas”. El objetivo de tal estrategia no es des-
enmascarar los discursos dominantes sino explorar sus fallas geológicas con el fin de
brindar recuentos diferentes, describir historias que se revelan en las grietas de la ar-
queología colonial del conocimiento.34
Esta perspectiva se sustenta en la crítica a las oposiciones binarias, a las que los
historiadores de imperios del pasado miran con suspicacia, como señala Frederick
Cooper ** Es verdad, como afirma Cooper, que las oposiciones binarias encubren histo-
rias entrelazadas y compromisos en medio de dicotomías, pero la crítica debe ir más
allá. Oposiciones tales como Este/Oeste y colonizador/colonizado son sospechosas no
solamente porque distorsionan la historia de tales compromisos sino también porque
evitan, suprimen y marginalizan todo lo que transtorna los valores fundacionales. Al

31
Chakrabarty, “Trafficking in History and Theory”, p. 106.
32
Chakrabarty, “Trafficking in History and Theory”, p. 107.
33
Chakrabarty, “Postcoloniality and the Artifice of History”, p. 19.
34
Ver, en relación a esto, Homi K. Bhabha, “Of Mimicry and Man: Ambivalence of Colonial Discourse”, en
Bhabha, Location of Culture, pp. 85-92.
*
N.E. Frederick Cooper, “Conflict and Connection: Rethinking Colonial African History”. En: The American
Historical Review, vol. 99, N° 5. December 1994.

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respecto reviste cierta relevancia la estrategia de Jacques Derrida, consistente en des-
montar las implacables oposiciones de la dominación occidental.
La metafísica, mitología blanca que reúne y refleja la cultura de Occidente: el hombre
blanco toma su propia mitología, la mitología indoeuropea, su propio logos, esto es, los
mythos de su idioma, por la forma universal a la que todavía desearía llamar Razón. La
mitología blanca, metafísica que ha borrado en su interior la escena fabulosa de la que
es producto, la escena que sin embargo permanece activa y conmovedora, inscrita en
tinta blanca, un invisible diseño cubierto en el palimpsesto **.35
Si la producción de mitología blanca ha dejado a pesar de todo “un invisible diseño
cubierto en el palimpsesto”, Derrida sugiere que la estructura de la significción, de la
“différance”, puede ser rearticulada de manera distinta a la estructura que produjo al
Occidente como Razón. Más aún, la fuente de la rearticulación de estructuras que pro-
ducen mitos fundacionales (la historia como marcha del hombre, de la Razón, el Pro-
greso) está dentro, y no fuera, de su funcionamiento ambivalente. Desde este punto de
vista, el trabajo crítico busca sus bases no fuera sino dentro de las fisuras de las estruc-
turas dominantes. O, como lo dice Gayatri Chakravorty Spivak, la posición filosófica
deconstructiva (o la crítica postcolonial) consiste en decir un “imposible ‘no’ a la estruc-
tura que se critica, aunque también se habita íntimamente”.36
El potencial de esta posición deconstructiva ha sido explorando con efectividad en
las recientes lecturas de los documentos de archivo sobre la abolición del sati, el sacri-
ficio hindú de las viudas, en los inicios del siglo diecinueve. Como lo he señalado en
otro lugar, el historiador se enfrenta a estos registros como evidencias del enfrenta-
miento entre la “misión civilizadora” británica y el paganismo hindú, entre la modernidad
y la tradición; y como la historia de los albores de la emancipación de las mujeres hind-
úes y del nacimiento de la India moderna.37 Esto es así porque, como lo muestra Lata
Mani, la propia existencia de estos documentos tiene una historia que perpetúa el uso
de las mujeres como un espacio en el cual tanto las élites masculinas coloniales como
las indígenas construyen las tradiciones autorizadas del hinduismo.38 Las preguntas
que se plantea a las fuentes acumuladas sobre el sati –si el sacrificio de las viudas está
o no sancionado por los códigos hindúes; si las mujeres van o no voluntariamente a la
pira funeraria; o las bases sobre las cuales podía ser abolida la inmolación de estas
mujeres- nos llegan marcadas por la historia temprana del siglo diecinueve. Por lo tanto,
la confrontación actual de los historiadores con las fuentes sobre el sati, no puede eludir
el eco de ese primer encuentro. Al repetir ese encuentro, ¿cómo pueden los historiado-
res de hoy no reproducir la representación temprana del siglo diecinueve sobre el tema,
como contienda entre la tradición y la modernidad, entre la esclavitud de las mujeres y
los esfuerzos por su emancipación, entre las bárbaras prácticas hindúes y la “misión
civilizadora” británica? Lata Mani aborda este dilema examinando cómo y con qué con-
secuencias se formularon estas preguntas. Ella muestra que ambos argumentos con-
trapuestos presuponían que el origen de las costumbres hindúes se afincaba en la auto-
ridad de una tradición escritural generadora de leyes: tanto quienes estuvieron a favor
como quienes estuvieron en contra del sati sustentaron sus opiniones en la autoridad
de sus orígenes textuales. En otras palabras, el debate decimonónico fabricó la autori-
dad de ciertos textos como hinduismo, sin reconocer su propio trabajo de autorización;
el partriarcado indígena y el poder colonial se confabularon así en la construcción de los
orígenes a favor o en contra del sati a tiempo de encubrir su complicidad. La conse-
*
N. del T. Palimpsesto es el pergamino reutilizado para un nuevo documento, pero sin borrar del todo las
huellas de la escritura anterior.
35
Jacques Derrida, Margins of Philosophy, Alan Bass, trad., Chicago, 1982, p. 213.
36
Gayatri Chakravorty Spivak, “The Making of Americans, the teaching of English, The Future of Colonial
Studies”, New Literary History, 21, 1990, p. 80.
37
Esta discusión del sati se apoya en gran medida en mi “Postcolonial Criticism and Indian Historiography”,
Social Text, 31-32, 1992, p. 11.
38
Lata Mani, “Contentious Traditions: The Debate on Sati in Colonial India”, Cultural Critique, 7, Otoño de
1987, pp. 119-56.

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cuencia de todo ello, como lo afirma Spivak cabalmente, fue que el debate no dejó es-
pacio para la posición enunciatoria de la viuda. Presa en la contienda sobre si las tradi-
ciones sancionaban o no el sati o sobre si ella se auto-inmolaba o no voluntariamente,
la mujer subalterna colonizada desapareció: en el discurso patriarcal indígena, la viuda
fue literalmente extinguida en aras de su marido muerto, o bien se le ofreció la opción
de hablar con la voz del individuo soberano autenticado por el colonialismo.39 El pro-
blema aquí no se refiere a las fuentes (la ausencia del testimonio de la mujer), sino a la
puesta en escena del debate: no dejaba un sitio desde el cual la viuda pudiera hablar.
Spivak arguye que el silenciamiento de las mujeres subalternas marca los límites del
conocimiento histórico.40 Es imposible recuperar la voz de la mujer cuando a ella no le
ha sido concedida una posición-de-sujeto desde la cual hablar. Este argumento parece
contradecir la convención historiográfica que propone la recuperación de las historias
de los tradicionalmente ignorados: las mujeres, los trabajadores, los campesinos y las
minorías. La crítica de Spivak, no obstante, no implica que tales rescates no debieran
emprenderse, sino que el proyecto de rescate en sí es vulnerable a la borradura históri-
ca de la “voz” subalterna. La posibilidad de recuperación, por lo tanto, es también un
signo de su imposibilidad de recuperación, por lo tanto, es también un signo de su im-
posibilidad. Es necesario reconocer la condición aporética del silencio de los subalter-
nos a fin de someter la intervención del historiador-crítico a un cuestionamiento sis-
temático e impedir así la refracción de “lo que puede haber sido el Otro absoluto en
Otro domesticado”.41
Estas orientaciones de la crítica postcolonial la convierten en una práctica ambiva-
lente, a caballo entre la historiografía tradicional y sus fracasos; en el interior de los
pliegues de los discursos dominantes, intentando rearticular su embarazoso silencio,
bosquejando “un diseño invisible cubierto por el palimpsesto”. Esto no debe confundir-
se con el pastiche postmoderno, pese a que actualmente, el uso de conceptos tales
como sujetos descentrados y textos paródicos ha sido convertido en moneda corriente,
brindando un marco de recepción y apropiación para la crítica postcolonial. La crítica
postcolonial se aferra a los silencios y a los momentos aporéticos del discurso, pero no
para celebrar la polifonía de las voces nativas ni para privilegiar su multiplicidad. Antes
bien, su argumento central es que el funcionamiento del poder colonial era heterogéneo
con respecto a sus oposiciones fundantes. Lo “nativo” era al mismo tiempo lo otro, y lo
enteramente conocible; la viuda hindú era una subalterna silenciada, a pesar de lo cual
se le exigía declarar, como sujeta soberana, si su inmolación era o no voluntaria. Con
toda claridad, los discursos coloniales funcionaron como la estructura de la escritura,
pues la estructura de su enunciación siguió siendo heterogénea con respecto a las opo-
siciones binarias que dichos discursos instituyeron.
Esta perspectiva sobre la historia y sobre la posición que en ella ocupa la crítica
postcolonial, presta atención tanto a las condiciones del conocimiento histórico como a
la posibilidad de su reinscripción. Es precisamente esta doble visión la que permite a
Shahid Amin utilizar los límites del conocimiento histórico para poner en marcha esta
reinscripción. Su monografía sobre la violencia campesina de 1922 en Chauri Chaura
es al mismo tiempo escrupulosamente “local” y “general”. Ofrece una “densa descrip-
ción” de un hecho local, que ha sido colocado en su escenario más amplio por el nacio-
nalismo y por la práctica historiográfica. Amin captura esta escenificación general (na-
cional) de lo local, no solamente para mostrar cómo emerge la nación india en el curso
de su narración, sino también para marcar la tensión entre ambos niveles como el nexo

39
Gayatri Chakravorty Spivak, “Can the Subaltern Seak?”, en Marxism and Interpretation of Culture, Cary
Nelson and Lawrence Grossberg, editores, Urbana, III., 1988, pp. 271-313, esp. 299-307.
40
Más sobre esta argumentación en torno a las mujeres colonizadas, atrapadas entre el patriarcado indí-
gena y la política de producción archivística, podrá encontrarse en Gayatri Chakravorty Spivak, “The Rani
of Sirmur: An Essay in Reading the Archives”, History and Theory, 24, 1985, pp. 247-72.
41
Gayatri Chakravorty Spivak, “Three Women’s Texts and a Critique of Imperialism”, Critical Inquiry, 12,
1985, p. 258.

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que permite a la memoria subalterna de 1922 entrar en la historia. Esta memoria, reac-
tualizada para el autor durante su trabajo de campo, no se invoca para presentar un
registro más “completo” del evento, ni con el fin de recuperar lo subalterno. De hecho,
al tratar las brechas, contradicciones y ambivalencias, como componentes constitutivos,
necesarios, de la narrativa nacionalista, Amin inserta la memoria como un dispositivo
que al mismo tiempo disloca y reinscribe el registro histórico. El resultado no es una
arqueología del nacionalismo que nos devuelve capas sin vida de evidencias y episo-
dios suprimidos. En lugar de ello, llegamos a un escenario donde se representan varios
dramas diferentes pero interrelacionados que se disputan la atención y preeminencia; el
telón cae abruptamente sobre algunos y, a menudo, las voces campesinos sólo pueden
ser oídas en el estruendo de otras voces más poderosas.
Leer de este modo el trabajo de Amin nos muestra, espero, que su estragetia de-
constructiva no “aplana” la tensión que ha existido en estos estudios, desde sus inicios,
como correctamente apunta Florencia Mallon.** Con seguridad, el relato de Amin no
está animado por la urgencia de recuperar al subalterno como sujeto autónomo; antes
bien, él sitúa su indagación en el punto de tensión entre la pretensión nacionalista de
conocer al campesinado y su representación de los subalternos de Chauri Chaura como
“criminales”. Lo subalterno permanece como una presencia recalcitrante en el discursr,
a la vez parte de la nación y fuera de ella. Amin transita entre estas dos posiciones,
demostrando que la insurgencia subalterna dejó su marca, aunque desfigurada, en el
discurso: “un diseño invisible cubierto en el palimpsesto”.
Ni la reelaboración de Amin sobre el evento de 1922, ni el proyecto de Chakrabarty
de “provincializar Europa”, pueden disociarse de la crítica postcolonial a las disciplinas,
incluida la disciplina de la historia. Así aunque Subaltern Studies se ha alejado de su
objetivo inicial de recuperar la autonomía subalterna, la subalternidad ha surgido como
una posición desde la cual se hace posible repensar la disciplina de la historia. Pero
esta reconsideración no conduce a un rechazo de la disciplina ni de sus procedimientos
de investigación, sino todo lo contrario. Como escribe Chakrabarty, “no es posible sim-
plemente abandonar el barco de la ‘historia’ por su profunda connivencia con las narra-
tivas modernizantes”.42 Tampoco es posible abandonar la investigación histórica por ser
una disciplina académica que se practica en la universidad y funciona para universalizar
al capitalismo y al estado-nación. No existe otra alternativa que la de habitar la discipli-
na, escarbar en los archivos y empujar hacia los límites el conocimiento histórico para
convertir sus contradicciones, ambivalencias y lagunas, en fundamento para su re-
escritura.

Si la poderosa intervención de los Estudios de la Subalternidad en la historiografía


de Asia del Sur se ha convertido en una aguda crítica a la disciplina de la historia, ello
se debe a que Asia del Sur no es un escenario asilado, pues se halla entretejido con la
trama de un discurso histórico que se centra, como arguye Chakrabarty, en el Occiden-
te moderno. A través de una prolongada historia colonial y nacionalista, el discurso de
la modernidad, el capitalismo y la ciudadanía, ha adquirido una fuerte, aunque peculiar
presencia, en la historia de la región. Las instituciones de educación superior en Asia
del Sur, relativamente grandes y florecientes, han funcionado desde mediados del siglo
diecinueve en estrecho vínculo con la academia metropolitana, incluyendo los centros
de estudios surasiáticos de Occidente. Por todas estas razones, la erudición india ha
estado en posición privilegiada tanto para experimentar como para formular penetrantes

*
N.E. El autor se refiere al artículo ya citado de Mallon “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies:
Perspectives from Latin American History” en AHR.
42
Chakrabarty, “Postcoloniality and the Artifice of History”, p. 19.

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críticas a los discursos metropolitanos, aún si su objeto se limita al campo de Asia del
Sur. Para su mérito, los Estudios de la Subalternidad transformaron la enmarañada re-
lación de Asia del Sur con el Occidente moderno, en una base para traducir su inter-
vención en la historia surasiática en términos de una crítica a los discursos que autoriza
la dominación Occidental.
Los Estudios de la Subalternidad han arribado a esta postura crítica comprometiendo
tanto al marxismo como al postestructuralismo. Pero la naturaleza de estos compromi-
sos es compleja. Si la influencia del marxismo gramsciano es palpable en el concepto
de lo subalterno y en el abordaje de temas como la hegemonía y la dominación, a su
vez el marxismo es sometido a la crítica postestructuralista del humanismo europeo.
Cabe anotar, sin embargo, como señala Spivak, que mientras “exista una afinidad entre
el sujeto imperialista y el sujeto del humanismo”, la crítica del humanismo europeo no
podrá brindar la fuerza motriz principal al proyecto de los Estudios de la Subalterni-
dad.43 Así, aunque este proyecto utiliza el análisis genealógico de Foucault para desen-
trañar los discursos de la modernidad, su punto ventajoso de crítica se sitúa en lo subal-
terno. La presencia recalcitrante del subalterno, que marca los límites del discurso do-
minante y de las disciplinas de representación, permite a los Estudios de la Subalterni-
dad identificar la procendencia europea del análisis de Marx sobre el capital, para reve-
lar al pensamiento ilustrado como lo impensado de su análisis. Lejos de Europa, en
localizaciones subalternas, la narrativa emancipatoria de Marx se desenmascara como
un telos profundamente implicado en un discurso que alguna vez fue parte del colonia-
lismo y que sirve ahora para legitimar al estado-nación.44 Un compromiso complejo y
crítico con el marxismo y el postestructuralismo, cuya fuerza emana del concepto de lo
subalterno, es lo que define al proyecto de Estudios de la Subalternidad.
Como crítica postcolonial, resulta claro que los Estudios de la Subalternidad extraen
su fuerza de una combinación característica entre marxismo y postestructuralismo,
Gramsci y Foucault, la India y el Occidente moderno, la investigación de archivo y la
crítica de textos. A medida que este proyecto se traduce a otras regiones y disciplinas,
tendrán que reconocerse las historias discrepantes del colonialismo, el capitalismo y la
subalternidad en las diferentes regiones. Corresponde a los estudiosos de estos cargos,
incluidos los europeístas determinar cómo usan las percepciones de Subaltern Studies
sobre la subalternidad y su crítica a la genealogía colonial del discurso de la moderni-
dad. Pero vale la pena tomar en cuenta que el propio Subaltern Studies es un acto de
traducción. En la medida en que representa una negociación entre la historiografía de
Asia del Sur y la disciplina historiográfica centrada en Occidente, sus percepciones no
pueden restringirse al Asia, pero tampoco ser globalizadas. Al transitar entre ambos
polos y al haberse originado ellos mismos como consecuencia ambivalente de la situa-
ción colonial, los Estudios de la Subalternidad exigen también que su propia traducción
se lleve a cabo entre líneas.

43
Spivak, “Subaltern Studies: Deconstructing Historiography”, 337. [N.E. Véase la traducción de este artícu-
lo en el presente volumen, pp. 247-278].
44
Chakrabarty, Rethinking Working-Class History, pp. 224-29

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