Daniela Luque - Seminario Criminalidad
Daniela Luque - Seminario Criminalidad
1
Neira, Marcelo “Castigo femenino en Chile durante la primera mitad del siglo XIX”, en Historia, Nº 37,
vol. 1, enero-junio, 2004, p. 386.
2
Ibíód., p. 372.
2
autoridades hacia el aumento de la criminalidad femenina. Esta era percibida como
una peó rdida de integridad de las mujeres, arguyendo que “es sensible que, a medida
que progresa la moralidad entre los hombres i se hacen maó s raras sus faltas, las
mujeres sigan una progresioó n contraria, aumentando el nuó mero de sus procesos” 3. La
mayoríóa de los casos se presentaban entre mujeres solteras y que desempenñ aban
oficios eminentemente urbanos: costura, lavanderíóa y servicio domeó stico,
estableciendo que la esfera de criminalidad se concentraba principalmente en las
ciudades.
3
[A raíóz de un aumento de 268 reos mujeres entre 1868 y 1869] “La relacioó n entre hombres i mujeres
ha sufrido un cambio notable, por esta causa, elevaó ndose de 6,1 por una, que era en 1868, a 5,2 por
una”. Oficina Central de Estadíóstica, Anuario Estadístico de la República de Chile, Santiago de Chile,
Imprenta Nacional, 1870-1871 [En adelante, AE].
4
“Los críómenes y su impunidad”, El Diario Ilustrado, Santiago, 27. Septiembre de 1905.
3
modernos, sino las representaciones, diversas seguó n las identificaciones políóticas, de
clase y geó nero de cada escrito, generadas en torno al delito 5.
Juan Suriano retoma la definicioó n de Morris, ampliaó ndola en torno a dos temas
significativos del períóodo: los problemas de geó nero “relacionados centralmente al rol
de la mujer en su caraó cter de trabajadora y/o madre”, y, la cuestioó n indíógena 7. Ademaó s,
merece atencioó n la relacioó n que efectuó a el autor entre Cuestión Social y Cuestión
Obrera:
“La cuestioó n social es un concepto maó s abarcador y ajustado que cuestioó n obrera, en
tanto eó ste uó ltimo remite especíóficamente a los problemas derivados de las relaciones
laborales. Sin embargo, es importante remarcar que, aunque no fue la primera
manifestacioó n de la cuestioó n social, el problema obrero estaó en el centro del debate y
cruza la gran mayoríóa de problemas inherentes a la cuestioó n social: la pobreza, la
criminalidad, la prostitucioó n, la enfermedad y las epidemias o el hacinamiento
habitacional, para no mencionar la conflictividad obrera, resultan todas cuestiones
5
Seguó n Daniel Palma, “los puetas nos presentan una sociedad donde el solo hecho de andar por la calle
constituíóa un riesgo para las personas. Una sociedad en cierto modo habituada a los hechos de sangre y
donde la criminalidad golpeaba en forma especialmente dura a los maó s pobres […] el cuadro que ofrece
el noticiero poeó tico es desolador. Muestra uno de los lados maó s sombríóos de la cotidianidad, el cual
tambieó n podemos apreciar en las novelas sociales o en los ensayistas de la crisis del Centenario”. Palma,
Daniel, “La ley pareja no es dura. Representaciones de la criminalidad y la justicia en la Lira Popular
chilena”, en Historia, Nº 39, vol. 1, enero-junio 2006, p. 195.
6
Morris, James, Las élites, los intelectuales y el consenso. Estado de la cuestión social y el sistema de
relaciones industriales en Chile, Santiago, Editorial del Pacíófico, 1967, p. 79.
7
Suriano, Juan, La cuestión social en Argentina, 1870-1943, Buenos Aires, Editorial La Colmena, 2000, p.
2.
4
vinculadas de una u otra manera al mundo del trabajo en tanto eran parte de sus
desajustes”8.
6
las personas. Los delitos contra la propiedad son abordados con mayor profundidad
en la tercera parte, por relacionarse directamente con el mundo del trabajo femenino.
Esta seccioó n se enfoca en los oficios maó s recurrentes de las mujeres del períóodo,
analizando los delitos con mayor incidencia en sus labores. Relacionando trabajo y
crimen, se intenta establecer el papel que los discursos acerca de la peligrosidad de
trabajo femenino jugaron en la asociacioó n entre delito y oficios “con sexo”. Una cuarta
y final unidad, que forma parte del cierre o conclusiones, se refiere a un anaó lisis de lo
investigado en base a las construcciones criminalizadoras de los sectores populares en
el marco de la Cuestión Social.
Es asíó como la realidad delictiva de Santiago difirioó de otras partes de Chile, por
ser precisamente uno de los focos de concentracioó n de mujeres y de las consecuencias
de la modernizacioó n11. Tambieó n se pone eó nfasis en que la mujer muchas veces
9
Urriola, Ivonne, “Mujeres transgresoras: delincuencia femenina en Santiago. 1900-1925”, Tesis para
optar al grado de Licenciatura en Historia, Universidad Catoó lica de Chile, 1996, p. 7.
10
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 10.
11
“Al examinar las estadíósticas, la ciudad de Santiago presentaban las tasas maó s altas de criminalidad
del paíós. Al mismo tiempo era la ciudad maó s poblada […] al separar por sexo las tasas de criminalidad
de la capital, eó stas nos muestran un panorama distinto a lo que ocurríóa en otras ciudades de Chile […]
7
delinquíóa en el aó mbito domeó stico, quedando fuera de las estadíósticas o incluso del
conocimiento de la sociedad. Del mismo modo, existíóan mujeres que cometíóan
críómenes en el aó mbito de lo privado que muchas veces no eran constatados, sobre
todo en la vivienda del conventillo. Sin embargo, esta ausencia en las fuentes tambieó n
proporciona una lectura acerca de los maó rgenes fijados por la ley ante los actos de las
mujeres, y las relaciones de geó nero expresadas en el mundo judicial.
La autora estudia los distintos delitos femeninos, constatando que los que maó s
cometíóan las mujeres eran el hurto, las lesiones y las injurias 12. Sin embargo, uno de
los delitos que maó s se condenaba, ademaó s del amancebamiento (en el que existíóa una
condena maó s social que punitiva), era la ebriedad. Esto demuestra la sancioó n social
que existíóa en torno a la mujer que salíóa al espacio puó blico y se emborrachaba, puesto
que iba “en contra” de su naturaleza femenina y de las normas de comportamiento
recatado que se esperaba de las mujeres. Esto no significa que las mujeres de los
sectores populares no hubieran consumido alcohol sino hasta que se enfrentaron a la
ciudad y la modernizacioó n; refleja, ante todo, un imaginario que se queríóa imponer
desde la elite y que permeaba en los sectores populares, acerca de lo que debía ser una
mujer.
Entre 1912 y 1915 […] cada 2 mujeres delincuentes, habíóa un hombre”. Ibíód., p. 16.
12
Ibíód., p. 19.
8
autora, su “cuota de delito” desde la perspectiva de las elites 13. Urriola retrata parte de
la identidad de la mujer criminal y sus relaciones al interior de los sectores populares.
Sin embargo, el anaó lisis no se centra en las representaciones del delito y las relaciones
entre criminalidad y Cuestión Social.
Desde otra perspectiva, Maríóa Soledad Zaó rate realiza un anaó lisis de las mujeres
delincuentes en la Casa Correccional de Santiago, representando un gran aporte en
tanto estudia las vidas de las criminales y las instancias y dispositivos de reclusioó n,
comparaó ndolos con los de la caó rcel de hombres 14. La autora establece que existíóa un
control sobre la sexualidad femenina, apoyada por muchas instituciones, que
relegaban al plano de lo domeó stico a las mujeres. Este discurso contrastaba con la
realidad de las mujeres populares del siglo XIX, quienes vivíóan un intenso proceso de
migracioó n e integracioó n al mercado laboral urbano. De esta manera, muchas de las
mujeres que trabajaban en Santiago eran calificadas de vividoras, prostitutas o
criminales. Su moralizacioó n se entendíóa como necesaria, y la Casa de Correccioó n se
perfiloó como el espacio ideal de trabajo y regeneracioó n.
El artíóculo de Juan Caó ceres resulta esclarecedor en tanto realiza un anaó lisis que
relaciona los delitos, los delincuentes y la sociedad urbana de la segunda mitad del
siglo XIX16. El autor considera que los procesos modernizadores y el crecimiento
econoó mico aumentaron la marginalidad social y, con ello, la criminalidad. Para el autor,
este fenoó meno urbano “no afectoó soó lo a los hombres sino que tambieó n un nuó mero
importante de mujeres cayoó en el delito como forma de salvar sus hogares” 17. Caó ceres
a su vez expone la visioó n de las elites, para quienes el delito y los delincuentes eran
culpables de su propia marginalidad. Estas personas transgresoras e inherentemente
“malvadas”, soó lo podíóan existir entre los pobres.
Desde otra perspectiva, Carla Rivera hace un anaó lisis de gran relevancia en
torno a la representacioó n del delito femenino en la prensa 19. Tomando las primeras
deó cadas del siglo XX, la autora indaga en la construccioó n del “sujeto criminal femenino
15
Zaó rate, Maríóa Soledad, op. cit., p. 174.
16
Caó ceres, Juan, “Crecimiento econoó mico, delitos y delincuentes en una sociedad en transformacioó n:
Santiago en la segunda mitad del siglo XIX”, en Revista de Historia Social y de las mentalidades, N° 4,
invierno 2000, Universidad de Santiago de Chile, pp. 87-103.
17
Ibíód., p. 87.
18
Caó ceres, Juan, op. cit., pp. 98-99.
19
Rivera, Carla, “Mujeres malas. La representacioó n del delito femenino en la prensa de principios del
siglo XX”, en Revista de Historia Social y de las mentalidades, Anñ o VIII, vol. 1/2, 2004. pp. 91-111.
10
a traveó s de la croó nica policial”20. El eó nfasis de Rivera estaó dado en la violencia
simboó lica ejercida contra las mujeres criminales retratadas por la prensa, entre las
que se escogen aquellas cuyos críómenes representan los mayores horrores. A pesar de
que la criminalidad, en teó rminos estadíósticos, era mayor en los hombres que en las
mujeres durante la mayoríóa de los períóodos, y que los críómenes contra las personas
fueran los que menos cometíóan, se les retrata con especial ahíónco y recriminacioó n.
Se ha elegido el tema de las mujeres para delimitar un espacio marcado por las
dinaó micas de geó nero y poder extrapolarlo a visiones maó s generales en torno al mundo
femenino del períóodo. Las praó cticas sociales, incluso las delictivas y el mundo que las
rodea (estudios criminoloó gicos, prensa, procesos judiciales) exhiben un imaginario
acerca de la mujer y estaó n traspasadas por discursos de geó nero, lo que particulariza su
estudio a la vez que lo integra a los procesos maó s generales.
25
Ibíód., p. 71-72.
26
Hutchison, Elizabeth, Labores propias de su sexo. Género, políticas y trabajo en Chile urbano 1900-1930,
Santiago de Chile, LOM ediciones, 2006.
12
El crimen “es un producto social y políótico”. Por lo tanto, hay que tener en
cuenta la construccioó n diferenciada de la “identidad social sexuada”, a la que el sistema
penal contribuye permanentemente 27. En el caso de los delitos, existe una
“esencializacioó n de la diferencia” que es constituyente de los valores aplicados en el
sistema judicial y de la manera de abordar los críómenes 28. Seguó n Lorena Fríóes y
Veroó nica Matus, “el derecho penal, como agente regulador del comportamiento social,
responde y sustenta modelos de convivencia social que reflejan y se alimentan de
valores culturales y sociales, enmarcados en estructuras de poder fuertemente
enraizadas, que han servido para reproducir un sistema social y juríódico patriarcal” 29.
Por lo tanto, el derecho expresa preferencias ideoloó gicas. La criminalizacioó n de las
mujeres se construye, por tanto, en base a las diferenciaciones de geó nero, al igual que
la de los hombres. Existen grandes diferencias entre la ley “abstracta” y los delitos que
son efectivamente perseguidos y castigados.
Para realizar un anaó lisis teoó rico de la criminalidad y las relaciones de geó nero
son muy importantes tres estudios. En primer lugar, La dominación masculina, de
Pierre Bourdieu, nos ofrece herramientas conceptuales acerca de la construccioó n
social de los cuerpos y los procesos de naturalizacioó n de identidades de geó nero 30.
Seguó n Bourdieu, la experiencia de la divisioó n de los sexos ha afectado los esquemas de
pensamiento, haciendo pasar por objetivas e inamovibles algunas caracteríósticas y
diferencias distintivas, es decir, volvieó ndolas naturales al punto de lo inevitable. En esa
pretensioó n, la divisioó n, socialmente construida, contiene una “total afirmacioó n de
legitimidad”31.
27
Laberge, Danielle, “Las investigaciones sobre las mujeres calificadas de criminales: cuestiones
actuales y nuevas cuestiones de investigacioó n”, en Anuario de Derecho Penal,
www.unifr.ch/ddp1/derechopenal/anuario/99_00/laberge.pdf, p. 4.
28
Sozzo, Maó ximo, “Retratando al ‘homo criminalis’. Esencialismo y diferencia en las representaciones
‘profanas’ del delincuente en la Revista Criminal (Buenos Aires, 1873), en Lila Caimari (comp.) La ley de
los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), Buenos Aires, Fondo de Cultura
Econoó mica, 2007, p. 37.
29
Fries, Lorena y Matus, Veroó nica, La ley hace el delito, Santiago de Chile, LOM ediciones, 2000, p. 5.
30
Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pp. 19-22.
31
Ibíód., p. 21.
13
Del mismo modo, ofrece una concepcioó n de violencia simbólica que es en gran
medida coherente con el estudio de los imaginarios, y que no se posiciona en medida
alguna en contraposicioó n a lo real o a la violencia real, sino que estaó inserta en el
mundo de lo cotidiano, dialogando o vieó ndose reflejada permanentemente en los
“efectos reales”, y por ello jamaó s ajena a las praó cticas. De alguna manera se posiciona
como discurso y realidad al mismo tiempo. La conceptualizacioó n de violencia
simbólica apunta maó s que nada a la constatacioó n de que las estructuras de dominacioó n
masculina estaó n contenidas en procesos histoó ricos, y por ello son cambiantes. La
violencia simboó lica se explica ante todo por la asimilacioó n de relaciones de poder 32.
32
Bourdieu, Pierre, op. cit., pp. 49-50.
33
Foucault, Michelle, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006.
34
Scott, Joan, “El geó nero: una categoríóa uó til para el anaó lisis histoó rico”, en Lamas, Marta (comp.), El
género: la construcción cultural de la diferencia sexual, Meó xico, UNAM, Programa Universitario de
Estudios de Geó nero, 1997.
14
poner especial atencioó n en las relaciones de geó nero (entendiendo el geó nero tanto
masculino como femenino) al estudiar a los sectores populares, pues se trata de una
perspectiva ineludible para su comprensioó n. La autora establece que “el geó nero es un
elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que
distinguen los sexos y el geó nero es una forma primaria de relaciones significantes de
poder”35.
35
36
Los datos de poblacioó n para 1870 son el resultado de un caó lculo hecho en base a las cifras de 1865 y
1875. Del mismo modo, para 1910 eó sta se calculoó a partir de datos de 1907 y 1916. AE, 1870, 1909-
1920.
15
Durante el períóodo estudiado, a partir de las estadíósticas de 1912 a 1920, los
delitos maó s cometidos por las mujeres eran, de mayor a menor, los siguientes: hurto,
mendicidad, ultrajes puó blicos a las buenas costumbres y lesiones corporales. Las cifras
fueron tomadas de las Caó rceles y Casas de Correccioó n, puesto que era donde se
agrupaban la mayor cantidad de hombre y mujeres procesados. Comparando los
totales nacionales de cada anñ o con los de Santiago, es posible observar que alrededor
del 10 por ciento de los hombres clasificados cada anñ o delinquíóan en Santiago,
mientras que maó s de la mitad de las mujeres lo hacíóan en la capital. La mayoríóa de los
anñ os estudiados, las mujeres superaban o igualaban a los hombres en cantidad, en la
ciudad de Santiago, relacioó n sin parangoó n en el resto de Chile. Esto vuelve las tasas de
criminalidad femenina capitalinas en íóndices muy significativos para el estudio de la
delincuencia de las mujeres. Esto porque se supone que las condiciones de trabajo,
vida y pobreza incidieron directamente en este aumento, en especial en relacioó n al
crecimiento demograó fico de Santiago, que tendíóa hacia las mujeres en una proporcioó n
de 118 mujeres por cada 100 hombres37.
Seguó n Juan Caó ceres, los delitos que maó s se cometíóan durante la segunda mitad
del siglo XIX entre las mujeres eran contra la moral, situacioó n que en las primeras
deó cadas del XX ya no es tal, puesto que la criminalidad femenina se concentraba con
mayor fuerza en los delitos contra la propiedad. Esto quiere decir que los hurtos, que
el autor consideraba en un 26%, aumentaron considerablemente hasta posicionarse
como mayoríóa38.
37
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 39.
38
Caó ceres, Juan, op. cit., p. 99.
16
materialmente putrefactos”39. Muchos de los delitos se dan en el aó mbito del
conventillo, en el contexto de la violencia cotidiana y las relaciones domeó sticas.
Para las elites, muchas de estas nociones estaban asociadas con el consumo de
alcohol. Muchos artíóculos en los perioó dicos llamaban la atencioó n sobre la importancia
que este teníóa en el delito, aludiendo a su protagonismo en las rinñ as y hechos de
sangre41. Seguó n la oficialidad, el alcoholismo jugaba “un papel importantíósimo en la
perpetracioó n de los delitos. Este vicio, tan arraigado en nuestro pueblo, y que viene a
constituir un peligro social, ha causado la consiguiente alarma en las esferas oficiales y
en la parte culta de nuestra sociedad”42. De esta manera, se consideraba la ebriedad
como motor para cometer delitos de mayor gravedad y como parte de la naturaleza
del bajo pueblo.
39
Salazar, Gabriel, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del
siglo XIX, Santiago de Chile, LOM, 1985, p. 328.
40
Meneses,Daniel, Grandes crímenes en Chile, asesinatos, salteos, puñaladas; robos i estafas, col. Lenz, 7,
14, citado en Palma, Daniel, “La ley pareja no es dura. Representaciones de la criminalidad y la justicia
en la Lira Popular chilena”, en Historia, N° 39, vol. I, enero-junio 2006, p. 186.
41
Ver Apeó ndice N° 2
42
AE, 1909.
17
En cuanto a la criminalidad femenina, el delito de ebriedad constituye el maó s
condenado por la justicia. De acuerdo a las estadíósticas, cada anñ o se procesaba a un
promedio de 2.377 mujeres por el delito de ebriedad, lo que constituye el 59% de las
transgresiones anuales. Esta exorbitante cifra no tiene comparacioó n con la masculina,
pues era un delito por el cual casi ninguó n hombre era condenado. Esto quiere decir
que la ebriedad masculina no se consideraba un delito, mientras que la de la mujer era
profundamente condenable. El delito de ebriedad era punible en síó mismo, pues no se
tomaba presa a una mujer por cometer un crimen en estado de embriaguez, sino por
el soó lo hecho de estarlo. Las estadíósticas muestran que, luego de constatarse la
ebriedad en el recuento del “estado mental” de los individuos al momento del cometer
el delito, en el que estas mujeres eran calificadas de “ebrias”, desaparecíóan del resto de
las estadíósticas. Es decir, la clasificacioó n de los tipos de delitos, las causas de salida y
los movimientos anuales se hacíóan en base soó lo al 41% restante 43.
43
La diferencia de un 3% entre los delitos analizados y el 41% que corresponde a los delitos, se debe
principalmente a transgresiones que no son analizadas aquíó, como delitos contra la fe puó blica o por
empleados puó blicos en el desempenñ o de sus cargos.
18
Total 455 11,3%
Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1912-1920.
Los desoó rdenes puó blicos y el desacato a la autoridad eran delitos no muy
extendidos numeó ricamente, pero la participacioó n femenina en ellos era casi exclusiva.
A los hombres casi no se les sancionaba por estas acciones, demostrando que existíóa
una mayor permisividad en el actuar puó blico masculino. Las mujeres eran
mayormente condenadas por este tipo de delitos, lo que muestra la sancioó n social que
existíóa hacia ellas en tanto sujetos que debíóan guardar mayor compostura en el mundo
de la calle. Estas transgresiones iban en contra de los mandatos de geó nero vigentes y
de los discursos hegemoó nicos acerca del recato y la obediencia femenina. Se trataba de
construir desde la oficialidad una figura pasiva y ajena a los escaó ndalos, restringiendo
actitudes en las mujeres populares que antes no hubieran sido consideradas delictivas,
y que reflejaban los intentos normativos que se desplegaban sobre los sectores
populares. El desorden puó blico y el desacato a la autoridad representaban una afrenta
hacia el orden moral hegemoó nico y hacia el reó gimen diferenciado de clases. Estos
delitos, como su nombre indica, amenazaban la seguridad nacional y el orden puó blico.
Como es posible observar, este tipo de críómenes componíóa alrededor del 11 por
ciento de la totalidad de los delitos. La mendicidad merece especial atencioó n no tanto
en teó rminos numeó ricos como por su significancia en teó rminos de geó nero. Las mujeres
eran procesadas en promedio 60 veces maó s que los hombres por este tipo de delito,
soó lo en nuó meros absolutos, ya que si tomaó ramos en cuenta los totales de criminalidad
19
de cada sexo, la diferencia seríóa muy superior. La mayoríóa de los anñ os no habíóa ninguó n
hombre inculpado por este crimen. Esto no significaba, ciertamente, que los hombres
fueran “menos mendigos”, sino que el castigo social de la mendicidad se atribuíóa
preferentemente, y casi con exclusividad, a las mujeres. Los hombres estaban maó s
asociados a la vagancia, donde alcanzaban mayor nuó mero de procesados que las
mujeres, lo que representa un porcentaje proporcionalmente similar entre ambos
sexos si se considera que habíóa mayor cantidad de hombres recluidos cada anñ o.
20
volvíóa blanco de las influencias inmorales de la prostitucioó n. Asimismo, no se le daba
tanta importancia a la posibilidad de que fueran mujeres desesperadas, tratando de
sobrevivir, como a la imagen de mujeres de “mala vida”, que pedíóan dinero para
comprar alcohol:
“Todos estos individuos que diariamente se arrastran en las plazas, paseos y calles de
la ciudad, esplotan miserablemente la caridad puó blica, para dar satisfaccioó n a sus
vicios y dejar en la primera taberna que encuentran en oó bolo de los que de buen
corazoó n se conduelen […] creyendo injenuamente que lo necesitan para satisfacer sus
dolencias o para llevar un pedazo de pan a sus pobres hogares. Pero nada de esto
existe; necesitan de la caridad simplemente para beber” 44.
44
“La mendicidad. Favoreciendo el vicio”, El Chileno, 21 de Agosto de 1905.
21
esta manera, lo primero que aprenden es la industria de vivir sin trabajar. En esa
industria pierden toda dignidad, todo sentimiento de decoro y concluyen por asociar
el robo a la mendicidad. Estaó averiguado que es en las filas de la mendicidad donde el
robo hace sus mejores reclutas. A tíótulo de mendicidad se golpea a todas las puertas y
se penetra en todos los hogares. Si se ve al mendigo, solicitado una limosna. Si no se le
ve, se la toma sin pedirla. De ahíó que puede establecerse que no hay un solo ladroó n que
no sea mendigo y que casi todos los mendigos son ladrones. ¿Se tiene pereza de
trabajar? Se toman unos cuantos harapos y se corre la ciudad alargando la mano a
todos los transeuó ntes. Se encuentra a la mendicidad en la calle, en el paseo, a la puerta
del hogar, del club, del cafeó . Hay mendigos diurnos y nocturnos. Aquellos son de
ordinario repugnantes de ver. Estos otros irritan con su desenfado. Son con frecuencia
gentes que revelan en su traje y en su aspecto la comodidad y la salud. Persiguiendo a
la mendicidad, se conseguiraó que sea un oficio riesgoso, lo que desalentaraó a muchos y
haraó emigrar a otros. Pero lo que conviene perseguir con maó s constancia es la ninñ ez
mendicante. Un ninñ o mendigo seraó un hombre ocioso que concluiraó en el robo y el
asesinato. Una muchacha mendiga seraó ladrona y prostituta” 45.
La mendicidad representaba para las elites un camino hacia otro tipo de delitos
maó s graves, perfilaó ndose como un traó nsito hacia mayores niveles de peligrosidad
social. Por otra parte, culpando al mendigo de su propia comodidad y pereza, se
construíóa una representacioó n del sujeto mendicante en oposicioó n directa a la del buen
trabajador. Esta figura de la criminalidad era irremplazable en los esfuerzos oficiales
por inculcar en la poblacioó n un espíóritu de laboriosa honradez. Los criminales como
los ladrones y las prostitutas eran, bajo esta oó ptica, depositarios directos de la
mendicidad, lo que volvíóa dicho delito en una trasgresioó n de primer orden. Inculpando
a los involucrados, las elites legitimaban su modelo de modernizacioó n y trabajo sin
hacerse cargo de los problemas que estos dejaban a su paso.
Los delitos contra el orden de las familias y la moralidad puó blica concentraban
todas aquellas faltas en que transgredíóan los preceptos morales vigentes durante el
períóodo estudiado, de acuerdo con los discursos y normativas oficiales. De esta
manera, se agrupaban delitos relacionados con la sexualidad y la moralidad puó blica de
las personas, especialmente de las mujeres. Su objetivo era proteger la familia, y con
45
“A propoó sito del decreto de prohibicioó n de la mendicidad” Editorial de El Ferrocarril, Santiago, 3 de
Mayo de 1872, en Sergio Grez, La Cuestión Social en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902),
Santiago, DIBAM, 1995, pp. 219-220.
22
ello, resguardar el buen comportamiento de sus integrantes, poniendo un eó nfasis
particular en la figura de la madre/esposa, en cuanto a sus funciones reproductivas y
sus comportamientos puó blicos.
Seguó n el Anuario de 1909, los delitos contra la moral y las buenas costumbres
teníóan por causas “las condiciones de la vida social y domeó stica, el alcoholismo” y las
“necesidades” de la mujer de la clase trabajadora, que sin educacioó n ni moral caíóa
muchas veces en la prostitucioó n46.
46
AE, 1909
23
Del amor que se teníóan
Se casaron dos mujeres”47.
Joseó Hipoó lito Casas Cordero, “El hombre que se casoó con seis mujeres”. Fuente: Memoria Chilena
El delito de aborto aparece como casi inexistente entre las estadíósticas oficiales.
Sin embargo, era un accionar cotidiano entre los sectores populares, sobre todo en
Joseó Hipoó lito Casas Cordero, “La ninñ a vestida de hombre i que se casoó con otra ninñ a en Illapel”, en
47
Memoria Chilena.
24
consideracioó n de las altas tasas de natalidad y la imposibilidad de mantener a tantos
ninñ os en el espacio paupeó rrimo del conventillo:
“–No sea tonta, pues, hija: ¡si es corriente eso! La Mercedes echoó dos asíó, porque veníóa
del campo, tambieó n le dieron que hacer sus amos. Cuando no se tiene para educar a
los pobrecitos y ni siquiera un nombre que darles, lo que le aconsejo es lo maó s
piadoso, lo mejor del mundo”48.
Entre los casos judiciales revisados, existíóan varios que teníóan relacioó n con el
aborto, llamados “Hallazgo de un feto”. Era muy difíócil identificar a la mujer que se
habíóa realizado el aborto, por lo que generalmente estas causas quedaban sobreseíódas
por falta de evidencia. Es el caso de un “feto de sexo masculino de 5 meses de edad,
maó s o menos, que fue encontrado en la calle”, en Santo Domingo esquina de Barroso
en 191950. Los perioó dicos tambieó n publicaban este tipo de noticias, como el “hallazgo
de un feto en una acequia”, el 4 de Junio de 1915 51.
“Desde hace maó s de un anñ o, manteníóa relaciones carnales con Antonio Candia sin que
mi madre Rosa Allendes lo supiera […] Candia iba a verme casi a diario cuando mi
48
D’Halmar, Augusto, Juana Lucero, Santiago, Imprenta, Litografíóa y Encuadernacioó n Turíón, 1902, p. 210.
Entre los cíórculos de trabajadoras maó s organizados, tambieó n existíóa una percepcioó n de la necesidad del
aborto entre las obreras. Seguó n Marta Vergara, “la maternidad para la madre obrera es soó lo una
pesadilla”, en “Necesidad del control de los nacimientos: el problema del aborto y la mujer obrera”, La
mujer nueva, boletíón del movimiento pro-emancipacioó n de las mujeres de chile, Santiago, Imprenta
Gutenberg, anñ o 1, n° 4, febrero 1936, p. 1, ambos documentos disponibles en Memoria Chilena.
49
“Matrona”, La Opinioó n, 5 de Noviembre de 1915., en Urriola, op. cit., p. 49.
50
Archivos Judiciales de Santiago [en adelante, AJS], 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 11052,
Hallazgo de un feto, 1919.
51
“Hallazgo de un feto en una acequia”, El Chileno, 4 de Junio de 1915. Tambieó n es el caso de un feto
encontrado en la calle Huemul dos díóas despueó s. “Morgue”, El Chileno, 6 de junio de 1915.
25
madre estaba en el trabajo y entonces yacíóa conmigo. En el mes de Febrero de este anñ o
me sentíó embarazada y le comuniqueó a Candia lo que me pasaba, hacieó ndole presente
que no queríóa que mi madre se impusiera de este hecho, a lo que Candia me contestoó
que no se me diera nada porque eó l buscaríóa un remedio para hacerme abortar. El
saó bado 27 del presente llegoó Candia a mi casa como a las cinco de la tarde y me
entregoó dos obleas en una cajita de cartoó n, dicieó ndome que me las tomara y que en
seguida abortaríóa. Asíó lo hice, y al díóa siguiente, es decir el domingo 28, como a las
doce de la noche, maó s o menos aborteó . En esos momentos yo me encontraba sola en mi
pieza y como queríóa ocultar a mi madre lo que me pasaba, no di gritos de dolor y asíó
pude evitar que mi madre supiera lo que me pasaba. Esa noche envolvíó el feto en unos
panñ os y al díóa siguiente, muy temprano, me levanteó y fui a ocultarlo en la cocina,
debajo de unos papeles con la intencioó n de ir hoy díóa mieó rcoles a enterrarlo, pero
habiendo quedado la cocina abierta, penetroó en ella el gato de la casa y sacoó el feto en
el hocico y lo llevoó al patio del citeó y entonces fue cuando lo vio un arrendatario y dio
cuenta a la policíóa”52.
Candia negoó el hecho, aludiendo que no sabíóa que las obleas que entregoó a
Maríóa Erazo fueran abortivas, sino que para la jaqueca. Al mismo tiempo, intentoó
desprestigiar el relato de la muchacha estableciendo que eó l no era el uó nico con quien
ella teníóa relaciones, sino que habíóa maó s hombres que “yacíóan” con ella. De esta
manera intentaba reducir su culpa como implicado en el delito. Finalmente los
acusados fueron absueltos, pues no se pudo evidenciar la responsabilidad de Antonio
Candia, y en cuanto a Erazo, se concluyoó que no era seguro que existieran
efectivamente remedios que provocasen aborto, y que no se sabíóa si lo que Maríóa
habíóa tomado era realmente abortivo, “ya que a sus cortos diecisiete anñ os no puede
saber nada de estas cosas”53.
52
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4577, Contra Maríóa Erazo, Aborto, 1916.
53
Ibíód. El caso tambieó n aparece en Urriola, op. cit., p. 48.
26
peticioó n, seguramente para evitar un escaó ndalo o intentar corregir alguna “conducta
desviada” de sus hijas. Anualmente un pequenñ o nuó mero de mujeres eran procesadas
bajo esta categoríóa, que tambieó n funcionaba como un motivo de salida; es decir, habíóa
situaciones en las cuales los padres teníóan poder para recluir y liberar a sus hijas.
El adulterio era un delito que recaíóa tanto sobre hombres como sobre mujeres.
Esta transgresioó n se consideraba socialmente reprochable tanto desde las elites como
entre los sectores populares:
Los casos revisados muestran que la mayor infraccioó n consistíóa, sobre todo, en hacer
del desliz un asunto puó blico, puesto que de este modo se danñ aba el honor de los
“burlados”. El delito de amancebamiento tambieó n formaba parte de estas
categorizaciones.
“Desde hace alguó n tiempo, he venido siendo martirizada cruelmente por mi marido, a
tal punto de dejarme, muchas veces, privada del conocimiento con los golpes
recibidos. I como si esto fuera poco, ha optado por arrojarme a la calle a fin de vivir
maritalmente con una prostituta llamada Rosario Venegas –inscrita en la
municipalidad- y que seguó n eó l mismo, sacoó de un prostíóbulo de la calle Camilo
Henríóquez. A esta meretriz la a instalado en nuestro propio domicilio, con quien hace
vida comuó n, con gran escaó ndalo del vecindario, desde hace algunos meses a esta parte,
mientras que a míó, que soi su lejíótima esposa, me ha arrojado a la calle, privaó ndome del
sustento cotidiano […] a mi marido lo han despedido de la faó brica donde trabaja, por
su mal vivir”55.
“A fines de Junio fui despedida violentamente de mi casa por mi marido Juan Francisco
Sepuó lveda, sin que mediara de mi parte motivo alguno; actualmente me he impuesto
que mi marido vive en mi propio hogar conyugal con Maríóa Cortíónez, con quien,
ademaó s de hacer vida marital, lo hacen con escaó ndalo puó blico. 57”
En los intentos por normar la familia popular, los empresarios tomaban parte
despidiendo o amenazando a los trabajadores que llevaran vidas “desordenadas”. De
este modo se aseguraban el cumplimiento de los preceptos morales impartidos a nivel
social, disciplinando la mano de obra con praó cticas pervivientes de la tradicioó n.
“Elena Coe, comete puó blicamente el delito de adulterio, i vive en puó blico
amancebamiento con Ceó sar Caó diz, herrero mecaó nico, que es empleado en la casa de
maó quinas ‘Las Cisternas’, ferrocarril eleó ctrico de Santiago a San Bernardo […] Los
trabajadores de la casa de maó quina, vecinos, inspectores i conductores, creíóan al
principio que Elena Coe era la esposa lejíótima de Ceó sar Caó diz, ya que durmieron cinco
meses juntos, en una pieza, donde no hai maó s que una cama. En Abril del presente anñ o,
la Direccioó n del ferrocarril, llamoó a Ceó sar Caó diz, i le dijo que si no dejaba el
amancebamiento con Elena Coe le quitaban el empleo de la casa de maó quina, pues,
habíóan sabido que la citada Elena Coe era mujer casada […] En Las Cisternas no hai
quien no sepa del adulterio de Caó diz con Elena Coe, pueden declarar numerosos
testigos. Han cometido el delito sin ocultarse de nadie, a la luz puó blica. El nombre de
mis hijo i míóo, se ha infamado con ensanñ amiento. Por mis pobres hijos no me he
56
Coó digo penal de la repuó blica de chile, artíóculo 381 p. 133, citado en Urriola, op. cit., p. 51
57
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10892, Contra Maríóa Cortíónez, Amancebamiento, 1917.
28
convertido en criminal, castigando a Elena Coe, por mis manos, i me ha costado dar
este paso de acusarla criminalmente por el delito de adulterio, para que la justicia le
imponga un severo castigo.”58.
El abandono del hogar era un delito “con sexo”: soó lo se sancionaba a mujeres
por eó l. Estas transgresiones eran muy condenadas socialmente, puesto que
representaban una afrenta de las hijas hacia sus familias, y porque estaban marcadas
por un halo de sospechas con relacioó n a la moral de las mujeres que incurríóan en este
58
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 7212, Contra Elena Coe, Adulterio, abandono de hogar i
secuestro, 1915.
59
Gayol, Sandra, “La maté porque era mía: los asesinatos de mujeres en la Argentina (fines del siglo XIX –
primeras deó cadas del XX”, en O’Phelan, Scarlett, y Zeggarra, Margarita (ed.), Mujeres, familia y sociedad
en la historia de América Latina, siglo XVII-XXI, Lima, Instituto Riva Aguü ero, 2006., p. 233.
60
Juan Bautista Peralta, “Leyes promulgadas. El presidente de los amores, de acuerdo con los ministros,
espidioó el siguiente proyecto de lei”, en pliego: La Lira popular Num. 38, col. A. A., N° 170.
29
crimen. Cuando era la esposa quien abandonaba el hogar, las dudas se transformaban
en graves realidades:
“Elena Coe se ha convertido en una prostituta, i eso esplica el abandono del hogar, de
su marido i de sus hijos […] esta mujer mala no puede tener a mi hija” 61.
“Don Nicasio Díóaz se ha presentado […] a denunciar que su hija Clara, de 11 anñ os de
edad, se ha fugado del hogar paterno. / Se dio cuenta a la policíóa que Ineó s Aguilera de
18 anñ os de edad, abandonoó ayer el hogar. / Por abandono de hogar fue aprehendida y
puesta a disposicioó n del Juzgado Juana Loó pez, de 18 anñ os de edad. / Hijas tan
desnaturalizadas deben ser castigadas por la justicia con todo rigor” 62.
El delito de “ultrajes puó blicos a las buenas costumbres” teníóa una alta tasa de
detencioó n en el períóodo estudiado. Al igual que los “desoó rdenes puó blicos”, esta
infraccioó n, con mayor carga moralizante, se basaba en los mismos preceptos de geó nero
que regíóan la sociedad. Durante esas deó cadas, la prostitucioó n no constituíóa un delito,
por lo que muchas prostitutas o burdeles clandestinos, sin permiso municipal para
funcionar, pudieron haber sido consignados en esta categoríóa. El ultraje lo constituíóa
principalmente el escaó ndalo, ya que las prostitutas clandestinas muchas veces hacíóan
“en plena calle” su “inmundo comercio” 63. Se intentaba mantener lejos de templos y
escuelas, para “evitar el repugnante espectaó culo” 64. Sin embargo, muchas denuncias
por ultrajes a la moral puó blica llamaban la atencioó n de las autoridades:
“Don Juan de Dios Morandeó […] ha puesto en conocimiento que frente a la parroquia
[…] de Dolores […] y frente a su casa-habitacioó n se ha establecido un prostíóbulo
rejentado por Luis Cuadra i tanto este como las asiladas […] forman continuamente
escaó ndalos de caraó cter grave, pues en presencia del vecindario honesto, del cura
61
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 7212, Contra Elena Coe, Adulterio, abandono de hogar i
secuestro, 1915.
62
“Abandono” El Diario Ilustrado, 20 de Noviembre de 1905, “Abandono de hogar”, El Chileno, 4 de
Marzo de 1915, “Abandono de hogar”, El Chileno, 8 de Marzo de 1915, “Abandono del hogar”, El Chileno,
25 de Febrero de 1915.
63
Goó ngora, AÚ lvaro, La prostitución en Santiago. Visión de las elites, Santiago de Chile, DIBAM, p. 110.
64
Ibíód., p. 114.
30
paó rroco i de personas de ambos sexos, de corta edad, presentan al desnudo sus partes
genitales i pronuncian obscenidades que ofenden al pudor de cualquier persona” 65.
Sin contar la ebriedad, este delito fue el segundo maó s registrado por las
estadíósticas oficiales, despueó s del de hurto. De esta manera, aunque la categoríóa de
críómenes contra la moral no haya sido la maó s recurrente entre las mujeres (a pesar de
los imaginarios en torno a la desmoralizacioó n femenina), esta transgresioó n particular
se encuentra entre las maó s frecuentes entre las mujeres del períóodo estudiado.
Tando en la cama sí
No puede ser
Que fusilen en Chile
A una mujer.
Los delitos contra las personas estaban marcados por una doble visioó n hacia la
mujer. Por una parte, estadíósticamente los cometíóan en menor medida que los
hombres, quienes eran procesados mayoritariamente por este tipo de transgresiones.
Sin embargo, a nivel de discursos y representaciones, estos críómenes teníóan un gran
impacto social, al ser asociados a una naturaleza particular de la mujer y supuesto de
caraó cter moral que la vinculaban con la crueldad y la fragilidad emocional. Poniendo
especial eó nfasis en delitos como el infanticidio y los homicidios provocados por celos,
65
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9025, Denuncia de Don Juan de Dios Morandeó por Ultraje
a las buenas costumbres, 1917.
31
se intentaban dibujar los contornos de una mujer criminal esencialmente deó bil, sobre
todo en cuanto la control sobre su moralidad66.
El delito que maó s cometíóan las mujeres, de acuerdo a las estadíósticas, era el de
lesiones. Los hombres eran procesados por lesiones hasta ocho veces maó s que las
mujeres en Santiago, constituyendo uno de los delitos masculinos maó s frecuentes,
junto con el hurto, el homicidio y las estafas.
Uno de los espacios maó s tendientes a la violencia eran el aó mbito domeó stico y el
de las fiestas. La violencia cotidiana en los hogares y cantinas, teníóa relacioó n tanto con
el alcohol como con el hacinamiento permanente de las familias, que generaban
tensiones y agresividades, muchas de las cuales se canalizaban contra la mujer. Por
otra parte, la violencia formaba parte tambieó n de una realidad transversal en la
sociedad epocal, por lo que no es posible limitarla a los sectores populares, auó n
cuando estos teníóan sus propias praó cticas culturales de agresioó n, insertas de alguó n
modo en la realidad de las experiencias cotidianas.
Seguó n el discurso hegemoó nico, las violencias populares no teníóan nada que ver
con las estructuras socioeconoó micas ni con las pautas culturales extensivas a toda la
sociedad. Se decíóa que:
“el delito de lesiones tiene por causa o razoó n fundamental la embriaguez, cometido
con frecuencia por causas baladíóes, como por ejemplo, el negarse a invitar, o no
66
Rivera, Carla, op. cit., p. 102.
32
aceptar una invitacioó n a beber, casos que traen como consecuencia altercados en que
los renñ idores profieren injurias maó s o menos graves”67.
“Grande fue su sorpresa al encontrarse al frente a Maríóa Vaó squez y su marido Emilio
Ramos, quienes estaban en completo estado de ebriedad. La Vaó squez, en actitud hostil,
preguntoó a mi mujer, si se encontraba en mi casa Carlos Vaó squez y bastoó que ellas le
contestasen que no vivíóa ahíó, para que Ramos y la Vaó squez la injuriaran groseramente,
tratando a mi mujer y a mi hija, de prostitutas […] No contentos con dicho proceder,
penetraron al interior de mi casa, violentamente y contra la voluntad de mi mujer,
amenazaó ndolas auó n, darles de punñ aladas si no les precisaban el paradero de mi hijo” 68.
Durante esos anñ os, la poesíóa popular reflejaba las situaciones cotidianas de
violencias populares, bajo el tíótulo de “consejos” (tanto para la esposa como para el
esposo). Sin embargo, estas posiciones no eran uníóvocas, ya que habíóa otras poesíóas
que rechazaban la violencia en el matrimonio, especialmente contra la mujer.
Seguó n Salazar, no era extranñ o que “en este contexto de crisis, opresioó n y
flexibilidad moral recíóproca de hombres y mujeres, las relaciones internas de las
parejas constituidas (legalmente o no) fueran inestables, dando lugar a perioó dicos
estallidos de violencia fíósica y emocional” 70. Durante el períóodo estudiado, los
perioó dicos publicaban continuamente noticias acerca de maridos que golpeaban a sus
67
AE 1909.
68
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 3198, Contra Maríóa Vaó squez y Emilio Ramos, Lesiones y
violacioó n de domicilio, 1910.
69
Rosa Araneda, “Consejos para el hombre en contra de la mujer”, en pliego: Evasión de reos de la cárcel-
penitenciaría. Cinco muertos i muchos heridos, col. Am. II, 305, mic. 42.
70
Salazar, Gabriel op. cit., p. 319.
33
esposas, llegando incluso a titular iroó nicamente las resenñ as como “Caricias de esposo”,
“Esposo carinñ oso”, o “Un valiente”71.
A pesar de que muchas mujeres aceptaban las agresiones como parte de las
relaciones “normales” de pareja, no se les puede tildar de “pasivas”, puesto que los
coó digos culturales eran compartidos tanto por hombres como por mujeres. Tambieó n
existíóan casos en que ellas se defendíóan o tomaban la iniciativa en la violencia al
interior del hogar. En 1917 Victoria Zelada fue acusada por las lesiones inferidas a
Manuel Molina, con quien hacíóa “vida marital”. Seguó n la policíóa eó stas fueron:
“una herida en la espalda, otra en el hombro derecho, otra en la munñ eca izquierda i
otra en el brazo derecho, las cuatro graves y una leve en el brazo izquierdo, todas con
cuchillo, en defensa propia, seguó n dice, porque Molina le infirioó una herida leve en la
cabeza con un fierro”72.
Seguó n la acusada, Manuel Molina le habíóa pedido dinero para comprar alcohol:
“Si el defendido sufrioó la lesioó n o contusioó n leve que teníóa en el brazo, pues se la causoó
el mismo, puesto que yo estando en la cocina con el cuchillo en mis quehaceres fue
eó ste quien me atacoó a mi, contra mi persona y honra y por defenderme de tamanñ a
agresioó n se hirioó solo el reclamante o sea el tal Luis Pizarro” 74.
La defensa ante las lesiones no era algo extraordinario, pero tampoco debe
pensarse la violencia de la mujer soó lo desde la perspectiva de la proteccioó n, pues
reduciríóa las posibilidades de comprensioó n de este fenoó meno. En la poesíóa popular, los
“consejos” para las mujeres síó teníóan este tinte defensivo, pues de otro modo la
71
El Diario Ilustrado, 1 y 30 de Diciembre de 1905, 13 de Septiembre de 1915. Otros artíóculos sobre
violencia conyugal se pueden encontrar a lo largo de todo el anñ o en este mismo perioó dico y en El
chileno.
72
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9050, Contra victoria zelada, Lesiones, 1917.
73
Ibid.
74
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9527, Contra Julia Fernaó ndez, Lesiones, 1917.
34
violencia no se hubiera comprendido como “necesaria”, sino que habríóa formado parte
de una transgresioó n injustificada:
Muchas veces las lesiones se daban entre vecinas y vecinos, generalmente por
peleas ocasionadas dentro del espacio de convivencia del conventillo.
“Elisa Tapia Robiere, fue aprehendida en la calle Quinta, por haber dado de golpes con
un ladrillo a Puríósima Macaya, causaó ndole una herida grave en la frente” / “Rosa
Aguilera fue conducida a la Asistencia Puó blica con graves heridas que le ocasionoó
Margarita Abarca, con quien tuvo un altercado de palabras que terminoó en rinñ as” 76.
75
Lira popular, col. Lenz, vol. 6, mic. 4135, citado en Urriola, op. cit., p. 54.
76
“Con un ladrillo”, El Chileno, 4 de Marzo de 1915; “Entre mujeres”, El Chileno, 20 de Abril de 1920.
77
“Palos entre vecinos”, El Chileno, 20 de Abril de 1915; “Con una piedra”, El Diario Ilustrado, 7 de
Noviembre de 1905.
35
El delito de injurias es uno de los maó s frecuentes en los casos judiciales
revisados, auó n cuando en la estadíóstica su presencia sea exigua. Estos altercados
teníóan una relacioó n directa con el estrecho espacio, en el que las relaciones de
convivencia se comprimíóan e intensificaban. De esta manera, muchas mujeres eran
acusadas de calumniar a vecinos o companñ eros de trabajo.
“Conocíó a Mercedes Arancibia desde el anñ o 1909 pero hace un anñ o maó s o menos le
retireó en absoluto mi amistad, en vista de que descubríó que llevaba una vida
desordenada y recibíóa en su casa a infinidad de hombres. Siendo yo casada
lejíótimamente era natural que no debiera tener relaciones de ninguna especie con
semejante mujer [….] El domingo uó ltimo […] me salioó sorpresivamente al encuentro la
Arancibia, y allíó, en plena calle me injurioó de la manera maó s grosera jactaó ndose de que
el uó ltimo escaó ndalo que me hizo frente a mi casa […] lo habíóa cometido ella” 80.
“En vista que no podíóa conseguir la amistad de mi mujer, la Araya, desde hace maó s o
menos un anñ o a esta parte, hostiliza sin interrupcioó n a mi familia; mis hijos i mi mujer
no pueden asomarse a la puerta de la calle o a la ventana sin esponerse a recibir de
boca de la Araya los maó s groseros insultos i palabras obscenas, de modo que nuestra
vida, antes tranquila, se ha transformado en un infierno, pues, no podemos estar un
momento sin oíór, como ya lo he dicho, groseríóas de aquellas que ni auó n se oyen en boca
78
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10512, Contra Mercedes Carrasco, Injurias, 1918.
79
Gayol, Sandra, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008, p. 33
80
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4602, Contra Laura Plaza, Robo, 1912.
36
de carreteros […] dicieó ndole que era una rotosa que acostumbraba a cohabitar con los
amigos de nuestros hijos, i muchas otras palabras que no quiere reproducir. Al
imputar a mi mujer ese delito de adulterio, la Araya se hace reo del delito de injurias
[…] le imputa un vicio i falta de moralidad que perjudica considerablemente la fama i
creó dito de una mujer casada madre de familia”81.
Las injurias contra las mujeres generalmente teníóan que ver con su sexualidad,
con las relaciones que llevaban con los hombres, siendo el epíóteto de prostituta uno de
los que maó s danñ o producíóan en la reputacioó n. En el caso de los hombres, los
calificativos como ladrón o sinvergüenza primaban:
“Donñ a Ema Aguilera, empleada en las labores del sexo i domiciliada en Barnechea Nº
316, profirioó contra el infrascrito la espresioó n de ladroó n i contra su mujer […] la
espresioó n de puta. Esas espresiones, que menguan considerablemente mi creó dito
como mercantil i mi fama, constituyen el delito de injurias graves” 82.
Asimismo, las injurias podíóan recaer sobre los hijos de los demandantes:
“Emilia Ulloa me gritoó puó blicamente que mi hija Maríóa Soledad Ruiz era una
‘prostituta capoteada por los hombres’ siendo que es una ninñ ita que auó n no ha
cumplido diez anñ os, matriculada en la escuela y de mui buenas costumbres” 83.
“Que hablas puta cortera, sinverguü enza, que si andas vestida decentemente es porque
chasqueas a los hombres […] Fuera de estas espresiones proferidas por la querellada i
que constituyen injuria grave por ir en deshonra, descreó dito o desprecio de mi
persona, emitioó la querellada otras espresiones tan injuriosas como las ya
mencionadas”84.
En algunas ocasiones, los acusados emitíóan una disculpa para que los cargos
fueran retirados:
“La querellada donñ a Ester Soledad campos […] a la vez que confiesa haber proferido la
injuria porque se le demanda, declara que ello lo hizo en un rasgo de ira contra la
persona del querellante, motivada especialmente por razones de enemistad que por el
81
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9018, Contra Julia de la Fuente, Injurias, 1917.
82
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10840, Contra Ema Aguilera, Injurias, 1919.
83
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Emilia Ulloa, Injurias, 1917.
84
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 12042, Contra Ana Loó pez, Injurias, 1920.
37
hecho del cobro que se enuncia en la demanda, esplicando que al espresarse en los
teó rminos que lo hizo fue porque desconocíóa en absoluto el alcance moral y material
que esa espresioó n podíóa producir en la buena reputacioó n y honorabilidad sin tacha
que le reconoce al querellante senñ or Aguayo, y sin que la moviera maó s que la intencioó n
de un simple insulto”85.
“movimientos pasionales, como los que producen los celos provocados por las mujeres
de nuestro bajo pueblo que viven en mancebíóa, que no guardan fidelidad alguna a sus
respectivos amantes y que, desprovistas de esos afectos que caracterizan la vida noble
y serena del hogar legíótimo, provocan conflictos que terminan con la baó rbara y
antisocial solucioó n del crimen”87.
De esta manera, de alguna u otra forma, los homicidios teníóan relacioó n con las
mujeres. La mujer asesina, como toó pico de representacioó n de una figura femenina
“malvada”, estaba socialmente muchos maó s distribuido a traveó s de la prensa de lo que
85
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Ester Soledad Campos, Injurias, 1919.
86
Nicomedes Guzmaó n, Los hombres oscuros, Santiago, Editorial Yunque, 1939, p. 28.
87
AE, 1909.
38
existíóa en las estadíósticas. Sin embargo, se le atribuíóa al delito caracteríósticas
diferentes a los masculinos.
En primer lugar, la mujer homicida actuaba movida por celos o por amor. Este
es el caso de Corina Rojas, mujer condenada a muerte por matar a su marido en 1916,
quien supuestamente se habíóa enamorado perdidamente de otro hombre. El caso
generoó gran revuelo en la prensa, por la poleó mica en torno a la pena de muerte
femenina:
“Las mujeres tienen razoó n para quejarse de que las leyes las hagan los hombres. Se
han reservado la parte del leoó n. La mujer se pierde en el hombre como el agua en la
esponja: el hombre la absorbe. En las leyes, ante los jueces no aparece si no eó l. Las
mujeres no son personas sino para los deberes del sexo y las cargas de la familia
(conste que todo esto lo dicen las mujeres; que nosotros no decimos nada). Por eso la
Corte de Apelaciones ha pedido al Consejo de Estado que no indulte ni conmute la
pena a Corina Rojas; que la fusile sin piedad. ¿Hay razoó n para tanta crueldad? Es
verdad que Corina fue un poco liviana de cascos; que se casoó sin amor y que el amor se
le despertoó despueó s, mediante las sugestiones de un Don Juan verboso como una
cotorra y enamorado como un gato […] Corina es mujer y mujer enamorada, doble
motivo para no ejecutar en ella la pena capital. Hay que ser beneó volos con los
críómenes del amor”88.
El fusilamiento de Corina Rojas resultaba poleó mico por ser una mujer. Se le
atribuíóan menores grados de consciencia criminal, al estar seducida por un hombre
que la habíóa enamorado. A ella y a la mayoríóa de las mujeres asesinas se las
identificaba con un grado de monstruosidad que no teníóa que ver con su lado
racional89: era sintomaó tico de una anomalíóa, imposible de describir, y que se traducíóa
en los llamados “movimientos pasionales”. Los poetas populares solíóan llamar a estos
críómenes “horrorosos” y “baó rbaros” y referirse a la asesina como una mujer “sin
piedad”.
88
Holmer, “Cosas de otro mundo”, Revista Corre Vuela, Santiago, N° 424, anñ o IX, 9 de Febrero de 1916,
citado en Carla Rivera, op. cit., p. 106.
89
Carla Rivera, op. cit., p. 111.
39
Por el hecho sucedido;
Tal como va referido
Esta es la pura verdad,
Los ultimoó sin piedad
En medias con su querido”90.
“Presa de una rara excitacioó n nerviosa, recorrioó el camino que los separaba,
empunñ ando en la mano derecha, el cabo negro del revoó lver, en ese momento envuelto
en trapos”92.
La acusada respondioó a los cargos exponiendo que “mi aó nimo fue defenderme,
pero sin causarle la muerte”. Sin embargo, fue condenada a 5 anñ os y 1 díóa de presidio
90
Rosa Araneda, “La hija que matoó al padre i a la madre, en medias con el querido”, en pliego: La hija que
mató al padre i a la madre en medias con el querido. I la niña que hizo pacto con el Diablo para que le
diese marido, col. Am. II, 326, mic. 46.
91
Rosa Araneda, “La mujer que matoó a su marido porque pilloó con la chei, en pliego: Crímenes en la
Araucanía, el marido que ultimó a su mujer a garrotazos. Gran esplosión en la fábrica de cartuchos, col.
Lenz 5, 28, mic. 28.
92
“La venganza de una esposa ofendida”, El Chileno, 8 de Septiembre de 1915.
93
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Carmen Covarrubias, por Homicidio, 1918.
40
mayor94. Otros asesinatos eran para defenderse no soó lo fíósicamente, sino que para
resguardar la “honra” de la ofendida:
“Las simpatíóas puó blicas estaban de parte del joven victimario. Era este una persona
recomendable, buen mozo, de finos modales, mui conocido i mui apreciado por sus
buenas prendas. A la infortunada Zoila se la habíóa visto conversar con otro que no era
su novio, oíór complacida sus palabras, prodigarle atenciones; pronto la mal dicencia
lanzaba sobre ella sus flechas envenenadas; i todavíóa despueó s de muerta, sobre su
cadaó ver auó n palpitante, tejíóa toda una historia calumniosa e infame, en la cual
padecíóan la pureza i el honor de la desgraciada. Se justificaba el crimen, se compadecíóa
a Palominos; se lanzaban en voz alta aquellas frases que queman maó s que el fuego, de
‘para queó sirve una mujer asíó’ […] comentaban […] que Palomino habíóa hecho bien,
mui bien, matando a una traicionera […] El examen meó dico […] ha venido a revelar que
aquella infortunada joven era una soó lida virtud; habíóa sabido defender su honra de
toda asechanza peligrosa. Esta reparacioó n poó stuma que hace la justicia ha echado por
tierra todos los comentarios venenosos, levantando en su lugar en todos los
corazones, en todas las conciencias, un sentimiento profundo de simpatíóa, de
admiracioó n […] Su familia, respirando ansiosa en medio del dolor aquellas brisas
94
Ibidem.
95
Rosa Araneda, “Terrible i traó jico suceso. Una ninñ a calumniada dio muerte a su ofensor” en pliego:
Terrible i trájico suceso. Una niña calumniada dio muerte a su ofensor, col. Am., II, 300, mic. 41..
96
Rosa Araneda, “El marido que ultimoó a la mujer i al lacho porque los pilloó durmiendo juntos”, en
pliego: El marido que ultimó a la mujer i al lacho porque los pilló durmiendo juntos, col. Am., II, 333, mic.
47.
41
salvadoras de la honra, de la virtud, de la fama de la muerta querida i por consiguiente
de la propia felicidad, amortajoó el cuerpo con un blanco vestido i margaritas i
azucenas, síómbolo de la pureza. Zoila Romero era hija del pueblo” 97.
“La mujer infame, no harta con dar muerte al hijo de sus entranñ as, poseíóda de un
delirio criminal, se bebioó una pocioó n de aó cido feó nico, se atoó el manto al cuello como
para ahorcarse, y de pronto febrilmente, presa de una locura horrible, se subioó sobre
la baranda de hierro del paseo, lanzoó un grito […] y se despenñ oó por la pendiente” 98.
-Traigo, aquíó, senñ or; a la uó nica culpable del atropellamiento de mi hijo; haó game el favor
de dejarla presa. ¡El cochero i la conductora del carro no tienen culpa ninguna! 99”.
97
Juan Garcíóa, “La virtud de una hija del pueblo”, El Chileno, Santiago, 30 de Mayo de 1900. Juan Bautista
Peralta tambieó n relata los hechos: “Palomino la increpoó /Sobre su nueva amistad/I poca fidelidad/Que
en Zoila reconocioó /La Romero contestoó /No de bien modo a su amante/El joven desde ese
instante/Pensoó en quitarle la vida/A su novia tan querida/Porque no le fue constante. Juan Bautista
Peralta, “Sobre el novio que asesinoó a su novia por celos i una proó xima ejecucioó n”, en pliego: Horribles
dramas. Asesinatos i violaciones. La Lira Popular N. 15, Col. A. A., N° 147.
98
“En Valparaíóso. Horrible crimen”, El Chileno, Santiago, 20 de Abril de 1905.
99
Juan Garcíóa, “Un drama popular ¡Debilidad de madre!”, El Chileno, Santiago, 21 de Octubre de 1900.
42
TRABAJO FEMENINO Y CRIMINALIDAD
En este capíótulo se analizan los delitos contra la propiedad, relacionaó ndolos con
los oficios maó s criminalizados en cuanto a hurtos y estafas, principalmente. Estas
transgresiones representaban la mayoríóa de los cometidos por mujeres en el períóodo
estudiado, lo que se puede relacionar directamente con las precarias condiciones
econoó micas de los sectores populares, y sobre todo de las mujeres trabajadoras, que
caracterizaron a Santiago en las primeras deó cadas del siglo XX.
A partir de lo estudiado, es posible observar que hay oficios que estaó n maó s
criminalizados que otros: lavanderas, prostitutas, costureras el servicio domeó stico y
las comerciantes. En cuanto a las trabajadoras industriales, auó n cuando eó stas no
aparecen en los casos ni las estadíósticas con mucha frecuencia, realizan un oficio que
socialmente se asocia a todos aquellos niveles de peligrosidad en que puede caer una
mujer visible: inmoralidad, callejeo, prostitucioó n, enfermedad.
43
definiciones100. Por lo tanto, de alguna u otra forma, todos los oficios eran “con sexo”,
puesto que se intentaba normalizar el trabajo y finalmente feminizarlo.
Es importante destacar que los oficios teníóan maó rgenes difusos: las empleadas
podíóan ser particulares o tambieó n industriales, una lavandera podíóa lograr emplearse
como sirvienta domeó stica y dentro de un hogar podíóa ser cocinera, amas de leche, ama
seca, etc. Muchas veces las prostitutas declaraban ser lavanderas, costureras o
empleadas para esconder su oficio. Ademaó s, las mujeres se movíóan con cierta fluidez
de un oficio a otro.
La gran mayoríóa los oficios aquíó retratados estaó n relacionados con el mundo del
conventillo, el cual, seguó n Nicomedes Guzmaó n, “estaó habitado por gente de la maó s baja
condicioó n social: obreros, peones, mozos, costureras que se amanecen pedaleando,
lavanderas que consumen sus vidas curvadas sobre la artesa, rateros y putas” 101. Estos
oficios se relacionaban, ademaó s de los delitos contra la propiedad, con agresiones, de
parte de los patrones mayormente y de ellas hacia ellos, casi siempre defensivas.
“Asíó como ellas influyeron en la economíóa de la capital, tambieó n la ciudad afectoó sus
actividades. Como vimos anteriormente, las mujeres que trabajaban en los sectores
informales de la economíóa eran principalmente migrantes de zonas rurales, que al
llegar a Santiago se instalaron en ranchos y luego fueron trasladadas a los fríóos y
estrechos conventillos. Tal como esto cambioó sus relaciones familiares y de pareja,
transformoó las actividades laborales de las mujeres. El delito se convirtioó en una forma
de escapar de la precaria situacioó n econoó mica en que se encontraban. Muchas de ellas
debieron hurtar, estafar, golpear y a veces matar, para sobrevivir en el mundo
laboral”102.
LAVANDERAS
100
Godoy, Lorena, “Armas ansiosas de triunfo: dedal, agujas, tijeras: la educacioó n profesional femenina
en Chile, 1888-1912”, en Godoy, Lorena, [et. al] Disciplina y desacato: construcción de identidad en Chile.
Siglos XIX y XX, Santiago, SUR-CEDEM, 1995, pp. 71-110.
101
Guzmaó n, Nicomedes, op. cit., p. 29.
102
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 66
44
“Domitila entre cucharada y cucharada clavaba sus ojos en los míóos y me transcurríóa un monoó logo
exclusivamente materialista […] sus ojillos agudos y fríóos me decíóan claramente: para comer este
puchero, mascar este pan y beber este trago de teó , trabajo mucho…lavo como esclava” 103.
Seguó n Alejandra Brito, entre 1865 y 1920 el 20 por ciento de las mujeres con
oficio en Santiago declaraban ser lavanderas. Era uno de los oficios maó s comunes en el
mundo popular de Santiago en el períóodo estudiado. Durante el siglo XIX, las
lavanderas habíóan representado un lugar importantíósimo en la conformacioó n del
trabajo femenino, llegando a haber 62.977 en todo Chile el anñ o 1907 104. Sin embargo,
esas cifras fueron descendiendo, puesto que si bien ese mismo anñ o en Santiago el 5,3%
de la poblacioó n femenina se dedicaba al oficio, en 1920 representaban tan solo un
2,8%105. Estos cambios pueden haber formado parte de los procesos de “hogarizacioó n”
de la mujer, quien lentamente pasoó a formar parte en las estadíósticas oficiales de la
categoríóa “Domeó stico” en vez de la de “Lavanderíóa”, en un esfuerzo maó s imaginario que
real de circunscribir a la mujer a las labores del hogar.
103
Gonzaó lez Vera, Joseó Santos, Vidas Mínimas, p. 57, citado en Pedraza, Ana Maríóa, La mujer popular
santiaguina, Tesis para optar al grado de Licenciatura en Historia, UC, 2004, p. 36
104
Salazar, p. 291.
105
En 1907 habíóa 11.769 lavanderas y en 1920 8.669. Urriola, p. 82. Seguó n la autora, si estas cifras se
comparan en relacioó n a la poblacioó n femenina econoó micamente activa, la diferencia es auó n maó s draó stica,
de un 17 a un 2,9%.
106
Brito, Alejandra, “Del rancho al conventillo. Transformaciones en la identidad popular femenina,
Santiago de Chile, 1850-1920”, en Godoy, Lorena (et al.), Disciplina y desacato. Construccioó n de
identidad en Chile, siglos XIX y XX., Sur-Cedem, 1995, p. 47. Seguó n la autora, “lavar ropas ajenas tuvo
una connotacioó n importante en una ciudad con una crisis de abastecimiento de agua, como lo era
Santiago”.
107
Brito, Alejandra, op. cit., p. 47.
45
mujeres adquiríóan los implementos necesarios y comenzaban su desempenñ o en el
oficio, muchas veces compartiendo labores en el estrecho mundo del conventillo.
El problema sanitario para las autoridades teníóa que ver principalmente con la
contaminacioó n del agua, el desgaste fíósico de las lavanderas y la transmisioó n de
enfermedades por medio de la ropa sucia. Es asíó como se decíóa que “el lavado de la
ropa […] lo hacen a la puerta de sus cuartos dejando el suelo cubierto de lavasa, que
produce miasmas imposibles de respirar”108. Asimismo, la postura corporal era
criticada por las consecuencias pulmonares que traíóa, en tanto la mujer lavaba “en una
artesa de madera, colocada en la mayoríóa de los casos sobre cajones que no reuó nen las
comodidades míónimas respecto a la altura y posicioó n, lo que les exige mayor tensioó n, y
desgaste fíósico”109. Un tercer problema lo representaba el riesgo de contagio de
enfermedades, puesto que al juntar la ropa, las lavanderas no distinguíóan “si ellas
provienen de personas sanas o enfermas y en caso de saber que pertenecen a estas
uó ltimas no toman ninguna clase de precaucioó n para evitar la transmisioó n de
enfermedades”110.
108
AMS, vol. 327, 1887, citado en Alejandra Brito, op. cit., p. 47. Dice la autora que “en 1909, la Comisioó n
de Higiene informaba a la Municipalidad que en el conventillo de la calle Castro Nº 467 ‘hai maó s o
menos 25 cuartos redondos, sucios y huó medos, sin luz ni ventilacioó n alguna. Viven de 250 a 300
personas, siendo la mayor parte jente menesterosa, sin haó bitos de hijiene, cupados la mayor parte en el
oficio de lavandera’. Ibíód.
109
Lina Miranda, Investigación sobre las condiciones de vida y trabajo de 90 lavanderas, Tesis para optar
al grado de Asistente Social, Universidad Catoó lica de Chile, 1952, p. 29.
110
Miranda, Lina, op. cit., p.32
46
Lavanderas, principios del siglo XX. Fuente: Archivo Fotograó fico, Memoria Chilena.
El oficio permitíóa a las mujeres con casadas y/o con hijos realizar una labor de
subsistencia o de aporte al grupo familiar sin descuidar tareas domeó sticas:
“Este no fue un oficio limitado al sector maó s marginal de las mujeres de pueblo, sino
frecuente entre las mujeres que habíóan formado una familia proletaria estable,
realizado para aportar al sustento del grupo. Ademaó s, la actividad de la lavanderíóa
generoó todo un circuito laboral y artesanal femenino, que incluyoó las lavanderas, las
jaboneras, las almidoneras y las planchadoras” 111.
111
Brito, Alejandra, op. cit., p. 47.
47
la norma: muchas veces se encontraba en las fronteras maó s deterioradas de la
explotacioó n y el pauperismo.
“La Alejandrina Flores recibioó estas especies i como transcurrieran quince díóas sin
devolverlas, fui a su casa i al reclamar las especies me contestoó con evasivas i
comprendiendo que me embromaba le exigíó terminantemente la entrega de la ropa i
ella me devolvioó parte de las especies pues las demaó s las habíóa empenñ ado” 116.
“Don Amable Caballero […] dando cuenta que su lavandera Evarista Bustos […] del díóa
15 de diciembre no le ha entregado su ropa que este le tiene en el lavado i que son las
siguientes especies: panñ uelos, cuatro - [?] - camisas, diez – calzoncillos, cinco –
corpinñ os, tres – [?]– blusas, dos – cuello, uno – calcetines, nueve pares – panñ os, seis –
panñ uelos, seis – saó banas, cinco – fundas de almohadas, cinco – calzones de senñ ora, dos
pares – medias, tres pares – mantel, uno – y once servilletas” 117
114
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 11050, Contra Paulina AÚ vila, Estafa, 1919.
115
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 86.
116
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10519, Contra Alejandrina Flores, Estafa, 1918.
117
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4881, Contra Evarista Bustos, Estafa, 1913.
49
Las especies en este caso fueron avaluadas en 250 pesos. Por ello, la sentencia
recibida fue de 541 díóas de relegacioó n a Yumbel 118. El Coó digo Penal establecíóa que
quien “defraudare a otro en sustancia cantidad y calidad de las cosas que le entregare
en virtud de un tíótulo obligatorio” seríóa condenado con encierro o relegacioó n de
acuerdo al monto involucrado en la infraccioó n119.
“Al sentir hambre, hai necesaria i fatalmente que satisfacerlo, porque el instinto de la
conservacioó n obra en los seres vivientes con una fuerza irresistible de tal manera, que
no hai poder humano capaz de detenerlo. Si el senñ or Kaplan no le ha pagado a la
lavandera su trabajo, que es el pan de cada díóa, es natural que ella, para satisfacer el
hambre, haya empenñ ado la ropa. Ha sido mi defendida violentada por una fuerza
irresistible, la necesidad de satisfacer el hambre, i obra en consecuencia en su favor” 123
118
(1916, Marzo, estaba reo todo el tiempo, 3 anñ os en proceso). No se sabe con certeza. Pide fianza, por
lo que se nota que estaó presa. Tienen que conseguirse un afianzador, que les pague lo necesario, muchas
veces ellos se cansaban de seguir pagando, dejando constancia en los expedientes. Rasgo monetario de
la ley, difíócilmente pagable por parte de mujeres trabajadoras, que maó s encima permanecíóan recluidas
sin poder ganar dinero durante ese tiempo ni para ellas ni para sus familias.
119
Coó digo Penal, p. 264, citado en Urriola, Ivonne, op. cit., p. 87.
120
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 4881, Contra Evarista Bustos, Estafa, 1913.
121
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 11280, Contra Margarita Goó mez, Estafa, 1919.
122
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10906, Contra Virginia Loó pez, Estafa, 1919.
123
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 11050, Contra Paulina AÚ vila, Estafa, 1919.
50
Acudiendo a este tipo de recursos, que trasladaban toda la culpabilidad hacia
una propensioó n o “fuerza irresistible”, los abogados no hacíóan maó s que confirmar la
tendencia instintiva del delito femenino, prescindiendo de cualquier posibilidad de
resolucioó n autonoó mica por parte de las acusadas. Ademaó s, se esquivaba el asunto de
las deudas impagas de los clientes con las lavanderas, obviaó ndolo como problema
normativo, lo que lo volvíóa un simple aliciente de necesidades alimenticias. Los
querellantes nunca respondíóan a estas acusaciones, lo que demuestra que no era
considerado como un contenido relevante por parte de ellos o los jueces del caso. Asíó,
en los 61 díóas sentenciados a Paulina AÚ vila, no tuvo preeminencia alguna el argumento
de que habíóa empenñ ado “por necesidad pues la esposa de este caballero me debe
veinte pesos”124. Tampoco fue asíó en los 30 díóas de prisioó n que recibioó Margarita Díóaz,
quien retuvo la ropa encargada para el lavado porque, seguó n sus palabras, le debíóan
diez pesos de paga125.
“Desde que empenñ oó estas especies desaparecioó i no seó doó nde se ha ido. He tenido que
estar pagaó ndole a las ajencias el valor del empenñ o i he quedado con seis hijos
pequenñ os i con lo que gano con mi trabajo casi no me alcanza para darle de comer a
mis hijos”126.
En este caso, la imputada fue absuelta del delito. Varios otros casos fueron
sobreseíódos temporalmente, por no poder hallar culpable a la acusada, o porque
muchas de ellas, conociendo la pena que les esperaba, se habíóan dado a la fuga. En
tales casos las mujeres eran consideradas reos ausentes, y luego de la publicacioó n de
varios edictos en los perioó dicos, se las declaraba rebeldes127.
124
Ibíód.,
125
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10419, Contra Margarita Díóaz, Hurto, 1918.
126
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10999, Contra Margarita Díóaz, Estafa, 1919.
127
Mercedes Nuó nñ ez, reo ausente, rebelde, sabíóan lo que les esperaba, estafa por $300. Sobreseíódo
temporalmente. AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10385, Contra Mercedes Nuó nñ ez, Estafa,
1918; AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9434, Contra Maríóa Araya, Estafa, 1917;
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9211, Contra Juana Morales, Estafa, 1917
51
Los hurtos y estafas de las lavanderas, pueden ser considerados como parte de
los innumerables problemas generados a partir de la continua pauperizacioó n de los
sectores populares urbanos en el períóodo de la Cuestión Social. En ellos se mezclan
diversos elementos: los bajíósimos salarios de los trabajadores, la impotencia ante las
deudas impagas de los clientes, las necesidades imperiosas de alimentacioó n o
cuidados hacia sus familiares, y la asidua dependencia de extensos sectores de la
poblacioó n a las casas de empenñ o, ante la imposibilidad de subsistir, y auó n menos
ahorrar, con los jornales que ganaban.
“Ved ahíó a un maestro carpintero que tiene una magnifica caja de herramientas,
arsenal surtido de armas con que durante largos anñ os ha peleado heroicamente la
batalla de la vida. Se cayoó , falto ya de agilidad y vista, de un andamio, y con una pierna
quebrada yace en la cama dos largos meses durante los cuales ha agotado sus escasas
economíóas y su pequenñ o creó dito. Necesita comer eó l y dar de comer a su familia, y en la
pieza en que vive fuera de las camas y de la ropa, nada maó s le queda que su caja de
herramientas. Con dolor de su alma manda a uno de sus hijos a empenñ ar una media
docena de las que le parecen menos indispensables. Es preciso empenñ arlas o ayunar.
El prudente padre de familia se decide por empenñ arlas. ¿Y el senñ or Ministro tiene
valor para intervenir en tales circunstancias y decirle: No sabeó is lo que os importa:
vuestra resolucioó n es disparatada: guardad las herramientas en la caja y moríóos de
hambre: asíó lo ha dispuesto en su sabiduríóa el sabio Código Penal, y asíó lo he
determinado yo obedeciendo al amor entranñ able que os profeso! […] Las casas de
128
Ver apartado sobre los delitos de Estafa, Marcial Gonzaó lez, op. cit.
52
prendas son las uó nicas tablas de salvacioó n que los pobres tienen en sus frecuentes
naufragios”129.
La horrible cataó strofe en la Lavanderíóa Internacional, cuatro mujeres muertas. Pliego de Daniel
Meneses, disponible en Memoria Chilena.
Con el tiempo, la imagen de la lavandera dentro del mundo de las elites se fue
debilitando por tres razones principales. En primer lugar, el oficio adquirioó cierto
desprestigio, en parte debido a los hurtos y estafas que ocurríóan cotidianamente entre
las lavanderas. Segundo, los problemas de agua se fueron lentamente solucionando en
Rodríóguez, Zorobabel, “El proyecto de reglamento sobre las casas de prendas y los intereses de los
129
pobres”, El Independiente, Santiago, 23 de Diciembre de 1876, en Sergio Grez, op. cit., p. 277.
53
las casas de clase alta, por lo que la tarea del lavado se fue volcando paulatinamente
hacia el hogar, volvieó ndose responsabilidad de las sirvientas domeó sticas. Por uó ltimo, y
como parte de la modernizacioó n, el oficio emprendioó su propio proceso de
industrializacioó n, establecieó ndose lavanderíóas profesionales en distintos sectores de la
ciudad. Las lavanderas contratadas no mejoraron en gran medida su situacioó n, puesto
que las largas jornadas laborales, los bajos salarios y las condiciones insalubres de
trabajo continuaron existiendo130.
130
Brito, Alejandra, op. cit.,
131
Coleccioó n Amunategui: Pedraza, Ana Maríóa, op. cit., p. 44.
54
COSTURERAS
132
Col. Lenz, vol. 2, mic. 4110
55
F
aó b
r i
c a
El trabajo de costurera fue un oficio muy importante las primeras deó cadas del
siglo XX. A comienzos de siglo, alrededor del 23,8 por ciento de la poblacioó n
trabajadora femenina se desempenñ aba en labores relacionadas con la costura 133. En
Chile habíóan 63.518 costureras en 1854, 126.666 en 1907, para bajar a 63.199 en
1920134. Seguó n Hutchison, “en la medida que el censo chileno se volvíóa maó s ‘moderno’
en las primeras deó cadas del siglo XX, las estadíósticas oficiales transformaron a las
costureras del siglo diecinueve en una dependiente inactiva, dedicada a ‘los
quehaceres de la casa’”135. Esto explicaríóa el abrupto descenso en las estadíósticas
oficiales de las costureras.
“Este arreglo reducíóa los costos de los empleadores –porque el lugar de trabajo, el
transporte, las herramientas y los materiales eran costeados por los propios
trabajadores a domicilio- y facilitaba que los patrones les pagaran menos o les
aplicaran multas por tardanza o producto mal hecho”139.
136
Brito, Alejandra, op. cit., p. 51.
137
Muestra el aumento del oficio de costurera con el aumento de la importacioó n de las maó quinas de
coser (de 1 entre 1849 y 1853 a 48.435 entre 1879-1883 bajando su precio desde 100 a 7 pesos en el
mismo períóodo). Cuadro de Salazar, Gabriel, op. cit., p. 316. Muchas mujeres adquiríóan su propia
maó quina para el hogar.
138
Brito, Alejandra, op. cit., p. 52.
139
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 69.
57
Al igual que las lavanderas, y contrario al pensamiento de las elites, que se
felicitaban por haber encontrado una forma de conjugar el trabajo honrado de la
mujer con su ocultamiento en el hogar, el trabajo a domicilio no ofrecíóa en manera
alguna condiciones favorables de trabajo. Las costureras, se decíóa, “sobreexigíóan a su
cuerpo de un modo inadecuado, en una rutina laboral signada por la monotoníóa, la
repetitividad de los movimientos y una postura que dificultaba las funciones
respiratorias”140. Por lo demaó s, lejano a las suposiciones de que las trabajadoras a
domicilio contribuíóan monetariamente en forma complementaria a los presupuestos
familiares, las costureras solíóan ser, en su gran mayoríóa, las uó nicas sostenedoras de sus
hogares. Como se ha visto, Elena Caffarena en 1924 fue una de las personas que
denuncioó este concepto de trabajo a domicilio.
“El martes cuatro del presente mes como a las ocho de la noche, en circunstancias que
yo no me encontraba en mi casa, sino que soó lo estaban en ella mi mujer, mi hija de
trece anñ os de edad […] y algunas costureras, quienes trabajan en el interior estando la
puerta de calle cerrada, oyeron golpear y creyendo sería alguna costurera de mi taller
de sastrería que tengo instalado ahí salioó mi espresada mujer a abrir la puerta”143.
140
Armus, Diego, “El viaje al centro. Tíósicas, costureritas y milonguitas en Buenos Aires, 1910-1940”, en
Salud Colectiva, vol. 1, nuó mero 001, 2005, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanuó s, p. 85.
141
[Cursivas en el original] Caffarena, op. cit.,
142
Caffarena, Elena, op. cit.,
143
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 3198, Lesiones y violacioó n de domicilio, 1910.
58
La figura de la costurera fue muy recurrente en relatos literarios,
representando la visioó n de una mujer honorable, pero siempre en el líómite de la
peligrosidad, pues el escaso salario que recibíóa, junto con su “inocencia”, que la volvíóa
influenciable, la volvíóan presa faó cil de la inmoralidad y la prostitucioó n. El peligro de
caer en el “vicio” o estaba a la orden del díóa, y la costurera debíóa estar alerta a los
acosos, como en el caso de este poema del perioó dico La Reforma:
“La costurerita lleva un atado que la delata […] En el tranvíóa la costurerita lo pone
sobre su falda y calcula el precio de las docenas; poca cosa; el hilo estaó caro, hay
muchas costureritas, el trabajo no es permanente… […] Y el tranvíóa la arrastra a traveó s
de la ciudad, bajo el paquete, escasamente promisor, y que procura hacer lo menos
visible que se pueda […] ¡Oh, costurerita! Tu destino no es muy amplio, ya que el pozo
en que te ahogas es una corbata […] (Terminaraó s siendo) la esposa de la corbata de un
meó dico!”145.
144
La Reforma, 6 noviembre 1904, en Brito, Alejandra, op. cit., p. 53.
145
Storni, Alfonsina, La costurerita a domicilio, p. 926-927
59
El reconocimiento social que existíóa hacia las costureras convivíóa con una
sospecha generalizada acerca de sus labores, puesto que estadíósticamente el oficio
representaba un sector muy grande de mujeres, muchas de las cuales escondíóan su
trabajo en la prostitucioó n bajo el sello de costureras. En el caso de Evaristo Carriego, el
poeta argentino utiliza la temaó tica de “la costurerita que dio el mal paso”,
representando la caíóda de una mujer trabajadora en el mundo de la prostitucioó n. En
palabras de Diego Armus:
“es en torno a la figura de la ‘costurerita’ donde se cruza el cotidiano laboral con las
peripecias del ascenso social y la vida nocturna. En el poema 'La costurerita que dio
aquel mal paso', Carriego da color local a una trayectoria firmemente instalada en la
literatura occidental. Se trata del viaje de una joven de barrio, ingenua, con un origen
humilde, pero digno, que despueó s de una breve estadíóa en el mundo de la noche
termina en los amargos territorios de la prostitucioó n y la enfermedad” 146.
150
“La explotacioó n de la mujer por los industriales, en Chile”, 3 de Febrero de 1918, El Calderero,
Valparaíóso
151
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9024, Contra Manuela Romero, Estafa, 1919.
61
“Nunca he sacado de la tienda al senñ or Fuentes, los doce pares de pantalones a que se
ha referido mi companñ era de detencioó n Eulofi i por consiguiente, eó sta falta a la verdad
pues yo no soi costurera i son falsos los cargos que se me hacen” 152.
El caso fue cerrado y la acusada absuelta, al igual que en otro caso de 1920,
donde una costurera proveniente de otra provincia fue acusada de robar geó nero de
una tienda. A pesar de que se declaroó inocente, resulta curioso el hecho de que
justamente una costurera se haya visto implicada en un robo de telas:
“Ayer a las ocho y media del díóa llegueó a esta ciudad proveniente de San Rosendo y
cuando me dirijíóa por la plaza de armas, una mujer que pasoó a mi lado me tiroó un
paquete, el que tomeó ignorando lo que conteníóa y que fuese mal habido […] yo no lo he
sustraíódo. Debo hacer presente que soi una mujer honorable y es la primera vez que
estoi presa”153.
A veces las costureras se podíóan ver envueltas en casos en los que debíóan
renunciar a sus lealtades previas a cambio de compensaciones monetarias. Muchas
veces el oficio pasaba de madre a hija, compartieó ndose labores domeó sticas y laborales
en el mismo espacio del conventillo. Debido a necesidades distintas o a enemistades
producidas a raíóz de problemas cotidianos y de subsistencia, se podíóan terminar
acusando unas a otras de delitos como el hurto. En 1918, Rosario Aravena, modista y
madre adoptiva de Carmela Alemani, fue acusada de hurto por su hija. La acusada se
defendioó argumentando que los implementos empenñ ados formaban parte de la
comunidad, comunidad de la cual ella y su hija participaban, y que gracias a ella
Carmela habíóa recibido instruccioó n en el oficio que desempenñ aba. Su abogado
manifestoó que:
TRABAJADORAS INDUSTRIALES
155
Brito, Alejandra, op. cit, p. 53.
63
El trabajo industrial de las mujeres estuvo principalmente concentrado en el
rubro del vestuario, la alimentacioó n, el tabaco, la cerveza y los textiles. Las cifras
muestran que en del total de mujeres econoó micamente activas en Chile en 1895, un
47,8% se dedicaba la industria, frente a un 38,1% de 1907 y un 29,6% en 1920 156. Esta
disminucioó n se debioó , probablemente, a que el censo de 1895 tomaba en cuenta
oficios que en 1907 ya no eran considerado como industriales, y que anteriormente,
por su caraó cter semiindustrial, fueron constatados como fabriles (por ejemplo,
alfareras o curtidoras). Ademaó s, en los primeros anñ os del siglo XX los trabajos
industriales a domicilio crecieron considerablemente, ocupacioó n que muchas veces
fue consignada como “quehaceres domeó sticos” por los empadronadores 157.
Al igual que la mayoríóa de los oficios de las mujeres populares –y de todos los
trabajadores en general- las condiciones laborales de las empleadas fabriles fueron
muy precarias, tanto en las circunstancias de trabajo como en las remuneraciones. El
perioó dico La Reforma manifestaba en 1921 que:
156
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 60.
157
La transformacioó n de la metodologíóa del censo a comienzos del siglo XX, que contribuyoó al aumento
de la invisibilidad de las actividades productivas de las mujeres en los coó mputos oficiales”. Ibíód, p. 59
158
Ibíód, p. 64
159
Ibíód, p. 67.
160
“Trabajadoras”, El Chileno, 8 de Febrero de 1915
64
“en una faó brica de camisas trabajaban maó s de 200 joó venes a las que por hilvanar una
docena de cuellos [les] pagan 10 centavos, habiendo ninñ as que, aun trabajando hasta
fatigarse, soó lo consiguen ganarse 60 a 70 centavos diarios” 161.
El trabajo fabril era uno de los que maó s se identificaba con el problema laboral
de la mujer, representando todas las promesas “y los peligros del progreso industrial
chileno”163. Con el tiempo, las condiciones en que se desarrollaban estos trabajos, en
especial la manufactura a domicilio, fueron foco del debate puó blico y terminaron
influyendo en gran medida en el Coó digo del Trabajo de 1924. De esta manera, las
soluciones propuestas a buena parte de la Cuestión Social, en especial en relacioó n al
trabajo urbano, se generaron a partir de debates marcados por las ideologíóas de
geó nero164. Seguó n Elizabeth Hutchison:
“como en el caso mejor conocido de las trabajadoras en las faó bricas, el problema del
trabajo industrial a domicilio de las mujeres vinculoó las preocupaciones sobre el
empleo femenino en esas denigrantes ocupaciones con los debates sobre
urbanizacioó n, industrializacioó n y proteccioó n a los trabajadores […] La participacioó n
femenina en las manufacturas con base en las faó bricas […] encendioó grandes
preocupaciones sobre la moralidad femenina y la organizacioó n de la familia de la clase
trabajadora”165.
161
La Reforma, 6 de Julio 1924, citado en Brito, Alejandra, op. cit., p. 52
162
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 69.
163
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 64.
164
“Las mujeres trabajadoras manufactureras fueron importantes no solo en teó rminos numeó ricos, sino
tambieó n por los cambios sociales e ideoloó gicos que acompanñ aron el crecimiento de la industria chilena.
Los conflictos sobre la naturaleza del trabajo industrial –y la capacidad y la igualdad de las mujeres para
ello- muestran coó mo estos debates fueron fundamentalmente cruzados por el geó nero”. De esta manera,
“El trabajo asalariado de las mujeres –y los debates sobre si se lo protegíóa, se lo promovíóa, o se lo
reprimíóa- fueron centrales en las reformas destinadas al progreso econoó mico nacional a comienzos del
siglo XX”. Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 74-75 y 77.
165
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 72.
65
La rama femenina de la industria siguioó creciendo, a pesar de los problemas
salariales, las largas jornadas de trabajo y los discursos moralizantes que lo
rodeaban166. Su caraó cter no especializado hizo que las remuneraciones fueran muy
inferiores a las de los hombres, sumado a la diferencia sexuada en las decisiones
salariales de los patrones. La Alborada, en 1905 manifestaba que:
“La mujer de los campos tiene una remuneración maó s o menos equitativa e igual a la
remuneracioó n del hombre, y vive maó s o menos contenta. La mujer de las ciudades estaó
mal remunerada en los gremios de trabajos manuales, de trabajo de costuras y de
trabajos de cigarros. En estos ramos, la mujer trabaja mucho y tiene poca
remuneracioó n”167.
Las malas condiciones de trabajo de las mujeres no soó lo fueron constatadas por
el perioó dico femenino. Todavíóa en 1918, el problema seguíóa maó s vigente que nunca:
“Las industrias que maó s aprovechan el esfuerzo de la mujer, son por ejemplo –Faó bricas
de tejido, faó bricas de camisas, faó bricas de calzado, faó bricas de cigarrillos, faó bricas de
galletas, faó bricas de cervezas, faó bricas de sombreros.- […] un salario que no estaó en
relacioó n con las necesidades maó s imperiosas de la vida ni mucho menos con el valor
de produccioó n, por lo general en todos los establecimientos se impone a las operarias
una labor de 10 y 12 horas diarias lo que es digno de un paíós de salvajes y no de paíós
civilizado como el nuestro, los salarios fluctuó an de uno a dos pesos diarios […] se les
trata como a bestias de carga teniendo que soportar el despotismo patronal y las
insolencias de los jefezuelos [es el caso de] Cerveceríóas Unidas de Santiago […], donde
trabajan no menos de cien mujeres las cuales ganan un peso cincuenta centavos diario
teniendo que trabajar en pleno invierno de 6.30 AM a 6 PM con una hora de almuerzo,
el trabajo que ejecuta la mujer allíó consiste en pegar etiquetas, acarrear cajones y lavar
botellas, el uniforme de trabajo consiste en un saco que se coloca como especie de
delantal, hay que advertir que andan mojadas hasta la cintura, el piso es de cemento y
por su naturaleza todo el tiempo estaó mojado, de modo que desde la muchacha de 12
anñ os hasta las ancianas de 50, andan tiritando de fríóo, ese cuadro presenta algo asíó
como los presidiarios relegados a la Siberia”168.
Bajo esta ruó brica argumentativa, en que la sociedad buscaba encontrar una
categoríóa adecuada para el trabajo femenino, y definirla en torno a los paraó metros
morales vigentes, Elena Caffarena llamaba la atencioó n sobre la conveniencia no soó lo
monetarias, sino estrateó gica que teníóa el trabajo a domicilio, puesto que poníóa a las
169
Godoy, Lorena, op. cit., pp. 90 y 92.
67
mujeres en una situacioó n de competencia y aislamiento incompatibles con cualquier
intento de organizacioó n:
“La casi totalidad de los obreros a domicilio, estaó constituido por mujeres, i estas no
tienen educacioó n social, ni espíóritu de asociacioó n: son por naturaleza de tendencia
individualistas. Hasta en los oficios en que trabajan juntas en grandes talleres, han
sido incapaces de organizarse en sindicatos. ¿Queó puede esperarse por lo tanto de las
que laboren separadas i se consideran rivales entre síó? Resulta pues, ilusoria la
espectativa de unir a todas las trabajadoras en una accioó n comuó n” 170.
El trabajo fabril femenino, por su caraó cter proletario, fue uno de los primeros
en llamar la atencioó n de los obreros organizados, quienes constataron los graves
problemas de las asalariadas:
“En los grandes talleres del centro, de modas, especialmente, y en algunas casas
comerciales, las obreras y las empleadas trabajan desde las ocho de la manñ ana hasta
las diez de la noche. Y el díóa saó bado, hasta maó s tarde auó n. A veces, por la desenfrenada
ambicioó n de sus patrones, suelen trabajar durante todo el díóa domingo” 171.
170
Caffarena, op. cit.,
171
La Democracia, Santiago, 1919, 5. Julio, “Problemas sociales. La mujer humilde”
68
“Puede afirmarse que las ventajas de la asociacioó n racional, como es la profesional, son
praó cticas y estaó n a la vista de todo el mundo […] La familia profesional debe ser para la
mujer una segunda familia, en reemplazo de la de sangre, para cuando eó sta no exista o
esteó distante, lo cual es positivamente una defensa en el mundo de los placeres y de los
vicios. La asociacioó n es para la mujer una salvacioó n” 172.
172
El Panificador, Santiago, 1918, OÚ rgano Federacioó n de Panificadores, 4. Agosto, “Lo que deben hacer
las mujeres”, Un panificador por amor.
69
“Soó lo la mujer proletaria es la que estaó obligada o debe temer las consecuencias de un
desliz, porque para ella no habraó perdoó n; ella debe callar y sufrir; ella debe ir a la
faó brica o a la tienda y escuchar con agrado las estupideces que el gomoso y presumido
duenñ os o dependiente le diga; si quiere ser honrada tiene que conformarse con
contraer ciertas enfermedades que danñ an horriblemente su organismo, tiene que
rebelarse contra la naturaleza, porque le han quitado el valor para rebelarse contra la
mentira y el crimen”173
173
Maríóa Munñ iz, 14 de Noviembre de 1896, A la Mujer, La voz de la mujer, p. 139.
70
SERVICIO DOMEÚ STICO
Seguó n los registros del Censo, en 1907 el 18,8% de las mujeres santiaguinas se
desempenñ aban como sirvientas domeó sticas, porcentaje que aumentoó a 28,5 en 1920.
Este aumento tuvo que ver probablemente tanto con la creciente demanda de servicio
entre las elites urbanas, como por la categorizacioó n estadíóstica, que trasladoó muchos
oficios como el de cocineríóa hacia la calificacioó n de “servidumbre” 174. A medida que
despuntaba el siglo XX, muchas mujeres llegaron a la ciudad y encontraron trabajo
como sirvientas, llegando a representar uno de los empleos con mayor cantidad de
trabajadoras en Santiago. Seguó n Alejandra Brito, entre 1865 y 1920 el 33,9% de los
oficios femeninos eran ocupados por sirvientas: “la mayoríóa proveníóa de zonas
rurales; casi la totalidad eran analfabetas y la mayoríóa, solteras” 175.
174
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 291.
175
Brito, Alejandra, op. cit., p. 50
71
En el períóodo estudiado, habíóa en Santiago muchas sirvientas de mano,
nodrizas, cocineras, sirvientas de comedor y amas de leche que trabajaban en distintas
casas de los sectores acomodados de la ciudad, a cambio de un pequenñ íósimo salario,
alimentacioó n y techo. La mayoríóa trabajaba puertas adentro, lo que facilitoó muchos
abusos que se desarrollaron en el aó mbito privado. Desde otra perspectiva, sin
embargo, entrar a servir “en casa de respeto” constituíóa una de las formas de trabajo
maó s respetadas entre los sectores populares y uno de los oficios femeninos maó s
aceptados por las elites.
“los salarios eran bajos, a pesar de las largas jornadas de trabajo; los patrones
consideraban que era pago suficiente el alojamiento y la comida. El salario era en
muchos casos un hecho de trascendencia limitada. Esto creaba lazos de dependencia y
servidumbre, lo que muchas veces se traducíóa en violencia y abuso sexual” 179.
Los derechos sobre las sirvientas se aplicaban muchas veces sobre el cuerpo, en
forma de violencia fíósica y sexual. De este modo, debíóan soportar continuamente
maltratos por parte de sus patrones, lo que formaba parte de la cotidianidad de las
sirvientas:
“La muchacha Maríóa nunca se quejoó de que fuese maltratada por mis ninñ os, pero yo he
visto que ellos le daban de golpes con las manos, los pies y auó n con la escoba, pero
esto no me llamaba la atencioó n por tratarse de ninñ os de tan corta edad; creo que los
ninñ os despueó s que yo le pegueó a la muchacha con la escoba ellos tambieó n la han
golpeado, con las manos i auó n con la escoba, pero como he dicho, esto lo creo sin
importancia”180.
Muchas veces las sirvientas se fueron víóctimas antes que como transgresoras.
Cuando estas eran acusadas, era por hurto o estafa, en el caso de las lesiones era mas
una parte de la servidumbre femenina del siglo XIX (‘las chinas’) tuviera un valor comercial de traspaso,
al modo de la esclavitud; 6) por lo dicho, se concluye que el servicio domeó stico femenino podíóa
prolongarse indefinidamente, a voluntad del amo y/o de las autoridades locales; 7) los amos solíóan
castigar fíósicamente, o abusar sexualmente, a sus servidores femeninos; 8) las mujeres que quedaban
embarazadas a consecuencia de esos abusos, solíóan ser echadas de la ‘casa de honor’, sin compensacioó n
aparente; 9) las sirvientes expulsadas de ese modo rara vez teníóan mejor alternativa que ‘andar
vagando por ahíó’, y 10) las hijas de las sirvientas repudiadas se hallaban altamente expuestas a ser
confiscadas y forzadas a servir a un amo, reproducieó ndose asíó el callejoó n sin salida de la servidumbre.
299
179
Brito, Alejandra, op. cit., p. 54.
180
Maríóa Isabel Guü emes, (AJS, 2do Juzgado, 1916, o 15 seguó n yo, Legajo 1657)
73
comuó n que fueran las victimas. La mayoríóa proveníóa de zonas rurales; casi la totalidad
eran analfabetas y la mayoríóa, solteras. Existíóa un rechazo casi generalizado hacia las
mujeres con hijos, y si es que las aceptaban, el hijo terminaba por convertirse en otro
sirviente
Al comenzar el siglo XX, las antiguas formas de reclutamiento de las sirvientas
seguíóan vigentes:
“Hace como dos meses conseguíó en la casa de la Providencia, que me entregaran una
ninñ a como de 16 anñ os, cuyo nombre era Maríóa i yo se la entregueó a mi hija Maríóa Isabel
para que la sirviera”181.
Las mujeres que trabajaban en el servicio domeó stico habíóan sido, en la gran
mayoríóa de los casos, entregadas por sus madres o por instituciones religiosas a las
casas donde estaban empleadas:
“Tengo madre uó nicamente y eó sta me entregoó a la Senñ ora Clotilde Arellano, hace cinco
anñ os maó s o menos donde trabajaba como sirvienta de mano” 182
“Yo me hallaba en las monjas de San Miguel Arcaó ngel del [¿] de Subercaseaux, a donde
me habíóa ido a colocar la senñ ora Mujica, en cuya casa estoi ahora. En casa de la senñ ora
Mujica, me habíóa colocado mi madre Rosa Serrano, que se encuentra en la hacienda
“Los Cardos” del departamento de Colchagua. Mi madre, seguó n parece, me dio a esta
senñ ora, y ella a su vez me dio a las monjas. Despueó s las monjas de […] me entregaron a
la senñ ora Recabarren en cuya casa permanecíó como seis meses” 183.
Muchas veces, las ninñ as reclutadas encontraban en las casas donde trabajaban
un espacio lleno de abusos y explotaciones. Siguiendo con el caso anterior, declaraba
la menor Mercedes Serrano, sirvienta, sobre la demanda en contra de Amelia
Recabarren, su patrona, por maltratos:
“En ese espacio de tiempo sufríó lo indecible, pues desde el primer díóa me exijíóan un
trabajo que no estaba en relacioó n con mi escasa edad y fuerzas. Me hacíóan asear toda
la casa, hacer las piezas, limpiar el comedor y cocina, lavar los platos y servicios, etc.
Me obligaba ademaó s la senñ ora Recabarren a surcirle diez pares de medias al díóa, cosa
que yo no podíóa hacer. En esa casa habíóa una cocinera llamada Ana, y la senñ ora
Recabarren teníóa un hijo llamado Manuel Millaó n. Pues bien, por no poder efectuar esos
trabajos, me golpeaban entre todos daó ndome de puntapieó s, de palos y mordiscos.
Otras veces me desnudaba el joven Manuel y con la cocinera, me obligaban a ponerme
en la llave del agua, en donde me mojaban. En otras ocasiones, me tiraban baldes de
181
(AJS, 2do Juzgado, 1916, o 15 seguó n yo, Legajo 1657)
182
Bernardina Carrera, Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
183
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
74
aguas. Una vez me inculparon del robo de un anillo y para obligarme a que me
confesara culpable de ese delito, siendo inocente, me pegoó de puntapieó s y [?] me torcioó
los dedos, arrancaó ndome ademaó s trozos de cabeza, el citado hijo Manuel de la senñ ora
Recabarren. Ademaó s de estos maltratos me teníóan los maó s de los díóas sin comer o
racioó n de hambre; lo que me obligoó en cierta ocasioó n a hurtarme un poco de alimento
de las ollas. Sabedores de esto, el joven Manuel y la cocinera, me maltrataron
baó rbaramente, me amordazaron y aquíó casi me ahorcoó con sus dedos. A todo esto,
debo anñ adir que me teníóan prohibida la salida a la calle. A causa de las diversas
lesiones que presentaba yo en el cuerpo y cabeza, una sirviente vecina, testigo de estos
maltratos, denuncioó a la policíóa lo que pasaba y entonces la senñ ora Recabarren me
entregoó a la senñ ora Tapia, vendedora de ropa quien me llevoó a su casa, pues la senñ ora
Recabarren no queríóa que me viesen herida. De la casa de la senñ ora Tapia me recojioó la
policíóa y me condujo al Hospital en donde he permanecido maó s de cuarenta díóas
medicinaó ndome de mis lesiones”184.
Este caso resulta significativo de los maltratos y abusos cometidos contra las
sirvientas, puesto que muestra coó mo se involucraba toda la familia en eó l, incluso con
colaboracioó n de otras sirvientas, como es el caso de la cocinera. Frente a esto, existíóa
tambieó n un apoyo solidario por parte de otras mujeres trabajadoras, como la
empleada vecina y la senñ ora Tapia, vendedora de ropa, quienes ayudaron a sacar a la
muchacha de la casa. El abuso llegoó a instancias judiciales soó lo por el hecho de que la
ninñ a hubo de ser trasladada a un hospital, donde meó dicos y policíóas debíóan obtener
respuestas por las agresiones:
184
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
75
“De las averiguaciones practicadas por el ajente Ríóos […] se ha establecido que la
muchacha Mercedes Serrano fue sacada de la casa de donñ a Amelia Recabarren viuda
de Millaó n ayer a las nueve am por Maríóa Tapia, lavandera de la senñ ora Recabarren y la
llevoó a su casa avenida Cumming 960 en donde el ajente pudo verla constatando que
teníóa una herida en la ceja del ojo izquierdo, varios machucones en la cabeza, los ojos y
cara hinchada, los dedos dislocados y varias contusiones en los brazos y piernas
siendo todas estas lesiones inferidas por los golpes de palo que le daba el joven
Manuel Millaó n hijo de la senñ ora Recabarren, golpes que le dio con el objeto de hacerla
confesar de un robo de dinero que le habíóan hecho. La muchacha manifestoó tambieó n
que un díóa la habíóan metido a una tina llena de agua despueó s de darle de palos y que la
tuvieron dentro del agua hasta que quedoó casi ahogada. Agrega que esto lo
presenciaba la senñ ora Recabarren y le decíóa a su hijo ‘ahoga esta china ladrona’ […] El
estado de la muchacha es bastante grave por efecto de las lesiones y la sangre que ha
perdido”185.
185
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
186
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
76
Mediante estas declaraciones, es posible inferir que habíóa un sentido
compartido entre el poder judicial y los sectores de la elite de que la violencia fíósica
contra las sirvientas domeó sticas era algo regular, e incluso permitido, en tanto se
justificara como parte de un castigo provocado por el “mal” comportamiento de la
empleada, comportamiento siempre designado bajo los paraó metros de lo “correcto”
desde la perspectiva de las clases dominantes. De esta manera, el disciplinamiento del
servicio era parte cotidiana de la vida al interior de un hogar de la elite, llegando a
convertirse en delito soó lo cuando la violencia llegaba a ser “injustificada”. Por lo
demaó s, al expresar que Mercedes Serrano era una muchacha de mal caraó cter, Manuel
Millaó n hacíóa eco de la importancia del desprestigio de los involucrados en la
resolucioó n de un caso. Poniendo en entredicho el comportamiento previo de las
personas, se sembraba una “duda razonable” acerca de la verosimilitud de los hechos,
restaó ndoles gravedad y credibilidad. De este modo, el caso de maltrato fue sobreseíódo
temporalmente “por no haber meó rito para proceder contra determinada persona” 187.
187
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910.
77
culpabilidad. Es el caso de Maríóa Isabel Guü emes quien, acusada del homicidio de su
sirvienta Maríóa Luisa Caballero, se defendioó en base a dichos argumentos.
188
Maríóa Isabel Guü emes, (AJS, 2do Juzgado, 1915, Legajo 1657), Homicidio de Maríóa Luisa Caballero
78
El problema de la violencia, por lo tanto, no lo era sino hasta que extralimitaba.
Maríóa Luisa Caballero fallecioó de neumoníóa producto de las lesiones pulmonares que
le ocasionaron los golpes. El caso fue sobreseíódo. Los abusos contra las empleadas
domeó sticas no eran desconocidos socialmente. Muchos casos aparecíóan tanto en la
prensa “burguesa” como en los pliegos de las “liras populares”:
“A la pobre cocinera
Por una casualidad
Un asado, a la verdad,
Se le quemoó de manera;
La patrona como fiera
Al notar asíó el asado
Con un garrote la ha golpeado
Hasta aturdir la sirviente,
I yo digo tristemente
Un crimen se ha perpetrado”189.
189
(Col Lenz, vol. 4, mic. 4123 s/anñ o,).
79
Habíóa muchas empleadas del servicio domeó stico que, en vez de haber sido
reclutadas en su infancia, eran contratadas por los hogares de la elite a traveó s de
“ajencias”, que publicaban sus servicios en los perioó dicos: “Amas de leche, cocineras,
sirvientes piezas, comedor, ninñ eras, mozos, ayudantes de cocina y toda clase de
servidumbre ofrecemos”190. Las mujeres que se desempenñ aban en este oficio recibíóan
un promedio de 42 pesos mensuales, siendo las amas secas y las cocineras quienes
maó s ganaban (50 las primeras y 46 las segundas); las que recibíóan la menor
remuneracioó n eran las sirvientas de comedor, quienes percibíóan en promedio 38
pesos191.
“Tengo fundadas sospechas para creer que la detenida sea la autora de este hurto,
pues eó sta era la uó nica que dentraba a las piezas donde encontraban las alhajas” 193.
“La acusa que, siendo su empleada, le sustrajo un anillo con brillantes y un prendedor
con varios brillantitos, que avaluó a todo en ochocientos pesos” 195.
190
El Diario Ilustrado, 30 Octubre de 1905
191
(Cuidadora de ninñ os 42, servicio piezas 41, servicio de mano 40), fuente BOT Nº 21, 1923, citado en
Urriola p. 72
192
Benjamíón Vicunñ a Mackenna, Un anñ o en la Intendencia de Stgo. P- 203 citado en Zaó rate, Mujeres
Viciosas, Mujeres Virtuosas. La mujer delincuente y la casa correccional de stgo. 1860-1900, TUC 1993,
p. 131.
193
(Maríóa del Traó nsito Romero, Hurto, sirvienta, Exp nº 5514)
194
1913, Nº 5449, Esperanza Zamora, Hurto
195
1920, Nº 11982, Contra Rita Goó mez, Hurto. En el caso de “En la casa no hay ninguna persona estranñ a
y la uó nica que teníóa acceso al dormitorio nuestro era la detenida Bernardina, la que a mi juicio tomoó el
80
Hurtar o estafar era un delito claó sico entre las empleadas domeó sticas 196. En
general se trataba de cosas que se pudieran empenñ ar, como joyas, ropa y utensilios,
por los que no recibíóan grandes cantidades de dinero.
“Yo no he hurtado las alhajas que reclama mi patrona Donñ a Luisa Bravo y ninguó n
conocimiento tengo de ese hurto. La uó nica especie que yo tomeó , fue una medalla de
oro, pero eó sta me la encontreó en el patio y la guardeó en mi caja, de donde se me perdioó .
Las otras especies que la senñ ora encontroó enterradas las tomeó cuando barríóa las
habitaciones creyendo que eran inuó tiles y de poco valor. Repito que estas son las
uó nicas especies que yo he tomado pero no las alhajas” 198.
“No tengo ninguó n conocimiento del robo de las alhajas que reclama don Alberto Apel.
Hace seis meses que trabajo como sirvienta de mano en la casa del senñ or Apel, sin que
jamaó s tuvieran alguó n reclamo en mi contra”199.
“UÚ ltimamente y a causa de los malos tratos que recibíóa tanto de la senñ ora como de su
esposo don Daniel Argomedo me retireó sin avisarle de su casa, y auó n maó s me vi
obligada a proceder en esta forma debido que el senñ or Argomedo me perseguíóa
constantemente con insinuaciones para que me entregara a eó l y me amenazaba con la
anillo del velador, donde teníóa costumbre de dejar todas las noches mi marido”. Bernardina Carrera,
Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
196
Ver Cuadro final
197
(Maríóa Adelaida Silva, Hurto, 1922, Nº 14800, 3er juzgado, Urriola, Ivonne, op. cit., p. 80.
198
Maríóa del Traó nsito Romero, Hurto, sirvienta, Exp nº 5514
199
1913, Nº 5449, Esperanza Zamora, Hurto
81
Justicia. De estos hechos era sabedora la senñ ora Arellano la que por celos me pegaba y
maltrataba”200.
“Porque tampoco era caso del otro mundo este del amo y la domeó stica, pan cotidiano
en toda casa de Santiago, lo que a la postre es legal, ya que las chinas no tienen idea del
honor, justo es que sirvan de salvaguardia a los hombres uó tiles en la sociedad, que no
buscaraó n asíó otros entretenimientos perjudiciales para su salud” 201.
200
Bernardina Carrera, Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
201
(Juana Lucero, p. 112)
82
“Necesito cocinera
Con treinta pesos mensuales
Tiene que saber lavar
Y todo lo que se quiera
Se prefiere una soltera
Que tenga precisamente
Rosadas mejillas y frente
Y gracia particular
Su dulzura en el hablar
Y muy blanquitos los dientes
83
A la mejor maravilla
El vestido a la rodilla
Y su talle sin quebranto
Debe tener por encanto
Un lunar en la mejilla”202.
“Basta el ver que una mujer no puede batirse en ninguó n caso con un hombre i en todo
caso aquíó se trataba que eó l era superior a míó en toda forma por ser yo empleada de
este agresor. Delito no ha habdio jamaó s de mi parte, el delito lo cometioó el reclamante
que estaó acostumbrado a hacerlo seguó n lo comprobareó a su debido tiempo” 203.
202
(Lenz, vol. 8, mic. 4152), Urriola, Ivonne, op. cit., p. 76
203
Julia Fernaó ndez, lesiones, 1917, 3er Juzgado, exp. Nº 9527
84
autoó nomamente a la calle, establecer relaciones de amistad y formar pareja de manera
libre. Muchas de ellas teníóan prohibido salir fuera del hogar patronal, por lo que
algunas se fugaban. En otros casos, se les vetaba la posibilidad de relacionarse con los
hombres que quisieran, tanto por preceptos moralizantes impuestos desde las elites,
como por la necesidad de mantener la disponibilidad laboral de la sirvienta, que se
preferíóa soltera y sin familia. De esta manera, al impedir que las sirvientas forjaran
lazos de ninguó n tipo, ya fuera para buscar otro trabajo, compartir vivienda o
establecer una relacioó n de pareja, se manteníóan la estrecha dependencia hacia la
familia patronal, dejaó ndoles como uó nica alternativa el continuar empleadas ahíó.
204
Nº 4361, Heriberto Gonzaó lez, rapto de Emma Navarrete, 1912. Ver la carta en Apeó ndice N°
85
A dichas acusaciones, Heriberto Gonzaó lez respondioó que:
COMERCIO
205
Nº 4361, Heriberto Gonzaó lez, rapto de Emma Navarrete, 1912
206
“En la medida en que la actividad comercial crecíóa de modo constante, lo hacíóa a su vez el empleo
femenino en este sector, incluso, aunque el comercio permanecioó altamente masculinizado, hacia 1930
casi 30.000 mujeres trabajaban en empleos comerciales.” Hutchison, op. cit., p. 61
207
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 61
86
“Muchas, muchíósimas son las familias que no tienen maó s entradas que el producto del
honrado trabajo de la mujer, la anoó nima heroíóna del taller, de la faó brica o del mesoó n de
un tienda […] enorme injusticia que pesa sobre los deó biles hombros de sus protectores
femeninos”208.
Las mujeres arranchadas del siglo XIX en los períómetros urbanos se habíóan
dedicado a las actividades comerciales relacionadas con el mundo peonal, vendiendo
“comidas, bebidas, albergue y entretencioó n a campesinos de paso y a peones
itinerantes”209. Esta particular forma de arranchamiento constituyoó una de las
primeras formas de penetracioó n del mundo femenino campesino a las ciudades.
Debido a las actividades que desarrollaban, las clases dominantes calificaron muchas
veces a estas mujeres de prostitutas y “aposentadoras de vagos”, por lo que las
relaciones entre estas comerciantes urbanas primerizas y la policíóa nunca fueron muy
tranquilas210. Con el tiempo, las turbulencias no dejaron de existir reactualizando los
conflictos a nivel de comercio urbano del conventillo. Las ventas callejeras convivíóan
permanentemente con la mirada autoritaria, amparada ademaó s por la prensa de elite,
que reprobaba el comercio ambulante por su desorden y contrariedad con los
principios del orden y el progreso.
208
La Democracia, Santiago, 1919, 5. Julio, “Problemas sociales. La mujer humilde”
209
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 261.
210
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 281
87
Thomas Wright, “Comercio peonal”, c. 1900. Fuente: Memoria chilena.
88
de patente de alcoholes, sobre todo, fue una de las que cayoó con mayor rigor sobre las
comerciantes, quienes solíóan ser acusadas de vender alcohol sin acompanñ arlo de
alimentos, o de expenderlo sin tener el permiso correspondiente.
“No es verdad […] hubiera habido gente bebiendo sin estar comiendo […] todos los
que se encontraban estaban comiendo” 211.
211
1917, Contra Dominga Reyes Valenzuela, Infraccioó n Ley de Alcoholes.
212
Juan de D. Bravo Rojas, La Nacioó n 29 de Agosto de 1917, en Contra Guillermo Vergara por violacioó n
de domicilio, 1917, N° 9287.
213
La situacioó n dejoó de ser flexible: las mujeres debíóan responder de alguna manera, abandonar sus
negocio, "higienizarse", "moralizarse", vivir de acuerdo a lo que se esperaba de una mujer "proletaria", o
seguir desarrollando su comercio en las calles, en tanto siguiera siendo una salida viable y honrada para
un gran nuó mero de pobres -especialmente para ellas-, que carecíóan de un lugar claro en una sociedad
particularmente excluyente. Hacia 1920, las comerciantes, en particular las callejeras, vivíóan una
evidente tensioó n entre el discurso moralizador de las elites dominantes que necesitaba una fuerza de
trabajo femenina circunscrita al aó mbito domestico, y las necesidades econoó micas de las mujeres pobres,
que las empujaban a seguir ocupando los bordes de la modernidad con sus ventas ambulantes. Brito,
Alejandra, op. cit., p. 46
89
“Estas piezas tienen tres puertas: una de ella da al patio, otra comunica a un saloó n en
donde pasa constantemente un joven ejecutando piezas de muó sica en un piano y por
lo demaó s esa puerta jamaó s se cierra. La otra puerta […] estaba cerrada […] es
imposible que allíó haya ocurrido el acto: reclamo por la honorabilidad de mi casa de
negocios, donde por ninguó n motivo y circunstancia habríóa permitido algo asíó” 214.
PROSTITUCIOÚ N
Entre los anñ os 1910 y 1920 fueron aprehendidas por críómenes de diversa
íóndole 3.380 mujeres catalogadas como prostitutas, correspondiendo al 8,8% del total
de delincuentes femeninas. El hecho de que los nuó meros varíóen draó sticamente en
algunos anñ os puede deberse a la variabilidad de las clasificaciones de los oficios,
puesto que en algunas ocasiones se situaba a las prostitutas como mujeres “sin
ocupacioó n conocida u oficio ilíócitos”. Ademaó s, la prostitucioó n era un oficio no siempre
reconocido y muchas veces temporal, por lo que las mujeres que en ciertos meses del
anñ o (especialmente el verano) se dedicaban a la prostitucioó n, pudieron haber
consignado su otro oficio ante la policíóa. A pesar de lo inseguro del caó lculo, puede
servir para explicar las diferencias entre nuó meros y representaciones.
214
s/n (paó gina mutilada), Contra Pedro Valenzuela, Estupro, 3er juzgado, 1911
215
1915, Nº 7245, Contra Alfonsina Ginier, por Estafa
90
Tabla 1: Reos mujeres consignadas como prostitutas (1902-1920)
% en relación al total
Año Nº de prostitutas
femenino
1902 578 15,6
1903 406 10
1904 359 8,8
1905 257 7,1
1906 249 7,3
1907 247 7,8
1908 309 14,2
1909 321 8,4
1910 247 5,8
1911 s/d* s/d
1912 - -
1913 15 0,3
1914 746 17,6
1915 1871 42,3
1916 80 1,9
1917 - -
1918 72 1,6
1919 124 3,2
1920 225 6,8
*s/d: sin datos de ese anñ o. Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1902-1920.
Lombroso habíóa establecido en sus estudios criminoloó gicos que las prostitutas
teníóan un tipo delincuencial nato, representante genuino de la criminalidad, puesto
91
que “le faltaba sentido maternal”216. De esta manera, se forjaba una visioó n opuesta
entre mujeres buenas y malas, madres y prostitutas, criminales y virtuosas.
Para las elites, la prostituta era una mujer carente de fortaleza moral, que soó lo
contribuíóa a la perpetuacioó n de los vicios sociales, la enfermedad y, sobre todo, el
crimen. A pesar de ser calificada como un oficio, la prostitucioó n se entendíóa como lo
opuesto al trabajo, representando la “vida faó cil” o el “mal vivir”, contrario a las labores
“honradas”. Sin embargo, el problema de la prostitucioó n de las mujeres populares no
era, para la elite, la falta de un trabajo “decente”, sino el abandono y la incapacidad de
la mujer de mantenerse sola, tanto econoó mica como moralmente:
216
Cesare Lombroso, La mujer delincuente; la prostituta y la mujer normal, 1899, nombrado en
http://74.125.45.132/search?
q=cache:hstq12T7pWEJ:www.avizora.com/publicaciones/biografias/textos/textos_l/0015_lombroso_c
essarer.htm+lombroso+la+prostituta&hl=es&ct=clnk&cd=1&gl=, consultado el 17. Noviembre de 2008.
217
“La situacioó n de la mujer en Chile”, El Independiente, Santiago, 16. Febrero de 1872, en Sergio Grez, La
Cuestión Social en Chile. Ideas y debates precursores, Santiago de Chile, DIBAM, 1995, pp. 171-172.
92
regulacioó n del mundo popular femenino. Es decir, las pautas de comportamiento
difundidas como correctas y los discursos que las sustentaban, vendríóan a impactar
directamente en las políóticas estatales de normalizacioó n de la familia, el trabajo y los
espacios de sociabilidad populares. Las mujeres solas, comunes entre los sectores
populares, eran marcadas por la oficialidad como mujeres “abandonadas”, lo que las
posicionaba al borde de la inmoralidad, puesto que “abandonada asíó marcha
raó pidamente a la prostitucioó n y ya sabemos lo que la prostitucioó n da a las sociedades
que la fomentan”218.
La prostituta muchas veces era reconocida socialmente como una mujer que
“habíóa elegido una vida maó s autoó noma y por esa razoó n percibida por muchos hombres
como un peligro o una amenaza al orden de geó neros vigente” 219. Del mismo modo, la
prostitucioó n se asociaba directamente con el crimen y el vicio, llegando a justificarse la
violencia contra las mujeres bajo la mirada suspicaz de una sociedad que no veíóa con
buenos ojos la visibilidad femenina220. Sus delitos se relacionan con la sospecha, el
hurto, los ultrajes a la moral, el escaó ndalo y las agresiones o robos 221.
“Antes, la mujer apreciada en mucho la valentíóa […] Ahora, en cambio, la mujer aprecia
en mucho el dinero […] En tus manos, mujercita, estaó que cese en los hombres esa fiel
religioó n del metal”222.
La mujer incitaba al delito masculino, quien, por culpa de ella, era capaz de
robar y matar. De esta manera, la peligrosidad de la mujer no soó lo la influíóa a ella, sino
a toda la sociedad. Es por esto que debíóa ser re-moralizada, inculcaó ndole la
importancia de mantener el lugar que la sociedad le habíóa otorgado:
“El error elementar estaó en el querer aparentar ser maó s de lo que uno es. ¡Queó distinto
marcharíóa el mundo si cada cual se resolviera a vivir, francamente, seguó n su situacioó n!
Hay que convencerse, no hay situaciones inferiores, soó lo hay almas incapaces de
vivirlos con nobleza”223.
222
“A las mujeres”, El Azote, Talca, Septiembre de 1920.
223
Ivonne Sarcey, “La dignidad de una vida sencilla”, El Chileno, 21 de Julio de 1920.
94
importancia, lo que les restaba gravedad. Los problemas de violencia domeó stica o
conyugal, eran condicionados al comportamiento de la mujer y su honorabilidad.
APEÚ NDICES
96
Desde este momento jamaó s le podreó olvidar porque siempre la tendreó en mi memoria y
grabada en mi corazoó n.
Díógnese mi querida Emita de hoíórme con toda atencioó n mis suó plicas que su […] le pide le juro
como hombre en cumplirle todo porque ud. es la uó nica duenñ a de mi corazoó n.
Hai mijita linda tanto que la amo le pido por servicio que no me desprecie por otro joven maó s
simpaó tico que su negrito la quiere para bien y procuraraó […] Emita que se digne hasertar
[aceptar] el amor maó s puro y sincero que le tiene su negrito espero en Ud. que sea una buena
senñ orita de un corazoncito bondadozo y se compadesca de quien tanto le ama de todo
corazoó n.
Hai mi querida Emita que feliz fuera si Ud. me asertara todo lo que yo le pido haíó pasaríóamos
la vida como dos palomitos. Le juro que no tengo a nadie a quien querer.
Vivo solito y deseo tener una duenñ a de casa porque lla estoi enteramente aburrido de vivir
solo quiero tener una fiel companñ íóa hasta mi muerte
Hasíó que espero en Ud. mi querida Emita que se haga duenñ a de este fatal corazoó n seríóa mui
feliz con migo.
Espero que Ud. me conteste lo maó s pronto posible si es que no sea mucha la molestia.
No le escribo maó s por falta de tinta, síórbase disculparme el atrevimiento y la confianza que me
he tomado sin que Ud. me la diera.
Sin maó s de esto reciba el […] carinñ o y amor maó s puro con que distinguirle en toda parte soi de
Ud. mi querida Emita el maó s afectivo y aficionado servidor.
Heriberto Gonzaó lez.
Un albanñ il se pagoó el saó bado recieó n pasado del trabajo de la semana. Recibioó la suma de 28
pesos mondos y lirondos.
Es un buen jornal, que demuestra que el albanñ il era tambieó n un buen obrero.
Recibido su dinero, en vez de irse a su casa, el albanñ il se dirijioó a una casa de remolienda de la
calle de Maestranza.
En dos o tres horas, nuestro obrero se bebioó con amigos el jornal, y lo que no se bebioó , lo
perdioó en el juego.
Total, que al llegar a la casa llevaba
¡Treinta centavos!
Treinta centavos para mantener a su mujer, a sus hijos, comprar lo que falta y vestirse y
alimentarse…
Pero esto no es nada.
Al poco rato de llegar, se presentan ajentes de la justicia en busca del obrero.
Se le acusa de haber arrojado una mujer al canal de San Miguel…
Alguien lo vio en companñ íóa de esa mujer. Esta aparece despueó s ahogada. Se le culpa a eó l de ser
el asesino. ¿Es culpable? ¿Es inocente?
Sea como fuere, el albanñ il, el obrero que pocas horas antes recibíóa un jornal subido y bien
ganado, estaó a estas horas en un calabozo de la seccioó n de detenidos.
Y no es posible decir si iraó a parar al presidio.
Todo por hacer tomado el camino del vicio en vez del camino del hogar
[…]
Mediten los obreros.
Es un ejemplo vivo el que les ofrecemos. Es una historia de ayer. Es un hecho rejistrado ya en
el parte de policíóa, que da cuenta de una mujer ahogada en el canal de San Miguel y senñ ala al
presunto autor de esta muerte
97
[…]
(Mujer-esposa desesperada se halla despueó s con el patroó n)
Y el patroó n agregoó :
- ¡Era un buen obrero! Todos lo queríóan. Y bien que se ganaba el jornal.
“No es necesario profundizar gran cosa en el asunto para echar de ver cuaó n dura y
triste ha de ser la vida de las pobres mujeres obligadas a subvenir totalmente a sus
necesidades mediante el producto de su trabajo honrado, y cuaó nto influye esa fatalidad en la
espantosa desmoralizacioó n que se observa en las ciudades populosas. Nadie ignora, en efecto,
que en los grandes centros de poblacioó n, al lado de las solicitaciones del lujo y la elegancia
maó s vehementes y seductoras para las almas femeninas, se mueve un ejeó rcito de
desheredadas de la fortuna, muchas de las cuales por un pedazo de pan fabrican y urden con
sus propias manos aquellas galas ostentosas que las deslumbran, y a medida que allíó
aumentan los refinamientos de todo jeó nero y crecen las necesidades de la vida, el jornal de la
mujer baja, y baja hasta alcanzar en ciertas labores proporciones verdaderamente
inverosíómiles por lo exiguas.
¿A queó causas atribuir semejante fenoó meno? En el fondo a las leyes de la competencia
y uó nicamente a ellas; a la accioó n continuada de esta competencia inflexible, despiadada y cruel
que rije las manifestaciones todas de la vida, no a la manera semi-justa o compensadora como
el hombre organiza, por ejemplo, una carrera de caballos, graduando el peso que ha de llevar
cada uno teniendo en cuenta sus condiciones de edad, de raza y de aptitud probada, sino en la
forma escueta, fríóa y horriblemente despiadada con que la lucha por la vida condena
irremisiblemente a los deó biles en frente de los maó s fuertes.
La mujer, como teniendo jeneralmente menos necesidades que el hombre, cuando ha
acudido a competir con eó ste, verbigracia en el trabajo de las faó bricas, ha envilecido la mano de
obra al contentarse con un jornal menor; y del mismo modo ha contribuido tambieó n a
despreciar las labores jenuinamente femeninas, aumentando la oferta de eó stas en notable
desproporcioó n con las demandas de las mismas.
Hemos dicho que la mujer teníóa naturalmente menos necesidades que el hombre, y
hemos de anñ adir ahora, a propoó sito de oferta senñ alada, que la maó s grave concurrencia que se
suscita a las mujeres obligadas a proveer a su subsistencia, es la de aquellas otras que cuentan
con alguó n otro medio de vida independiente de su trabajo personal.
Hai, en efecto, un sinnuó mero de mujeres para las cuales el producto de su trabajo
significa tan solo un suplemento maó s o menos indispensable para cubrir sus necesidades, y
aun a veces para satisfacer sus pequenñ os caprichos; y la esposa del obrero que busca el medio
de emplear sus ocios para atender con maó s desahogo los gastos de la casa, sumando alguó n
ingreso al jornal ordinario del marido; la hija de familia que pretende lo mismo para
contribuir en alguó n modo al sosteó n del hogar o disponer de algunos reales para alfileres, y auó n
la senñ ora venida a menos o las muchachas cursis, amigas de perifollos que quieren a todo
trance llevar sombrero y cosen de tapadillo para lograrlo, son otras tantas enemigas juradas, si
bien inconscientes, de la infeliz que necesita ineludiblemente trabajar, so pena de morir de
hambre, ya que todas aquellas contribuyen de un modo decisivo a abaratar maó s y maó s la mano
de obra femenina, merced de una competencia que bien se puede llamar desenfrenada.
Aparte de esta lucha de caraó cter meramente econoó mico, no falta quien senñ ales como
uno de los escollos que entorpecen frecuentemente el trabajo de la mujer, toda la serie de
injusticias, preferencias, vejaó menes, halagos e intrigas de diversos oó rdenes que con frecuencia
se provocan en dondequiera que se entablan relaciones entre personas de diferente sexo. La
98
observacioó n es justa y no hai duda de que, ahondando en ello, encontraríóamos frecuentes
motivos de acre censura; pero prescindiendo de sus raíóces y objetivo, en lo esencial, no
podemos admitir que sean esclusivas del trabajo de las mujeres las desigualdades e injusticias
de los patrones, derivadas de impulsos personales ajenos a una mira puramente econoó mica.
Una absoluta imparcialidad puede decirse que no existe ni casi se concibe y en el fondo
de la mayoríóa, por no decir de todas nuestras resoluciones, adoptamos frecuentemente un
criterio de justicia que en el fondo talvez no es otra cosa maó s que hoja de parra con que
instintivamente cubrimos nuestras veleidades de simpatíóa y antipatíóa. Hoi es la belleza de una
mujer la que nos mueve a favorecerla con preferencia, recordando los peligros que para ella
entranñ a la propia hermosura, y manñ ana favoreceremos a la maó s fea en compensacioó n de su
falta de atractivos; invocamos ahora el caraó cter de padre de familia del candidato a un cargo
como prueba plena de sus merecimientos, y luego invocaremos la condicioó n de independiente
y libre de otro candidato como perfecta garantíóa de sus aptitudes; y asíó en todos los casos, la
juventud o la madurez, el vigor o la salud escasa, las muchas luces o los cortos alcances, seraó n
alternativamente seguó n en cada caso convenga a nuestros impulsos de benevolencia, los
tíótulos irrecusables que alegaremos en favor de aquellos a quienes pretendamos favorecer.
Todo esto a un lado, es indudable que la condicioó n econoó mica de la mujer resulta
materialmente insostenible, sobre todo en las grandes capitales, donde la remuneracioó n de
sus labores propias tiende a bajar infinitamente por virtud de las causas indicadas. Pero ¿es
aquella mejor en otros medios?
A despecho de todos los feminismos, la mujer libre, sola y aislada, fuera de los grandes
centros de poblacioó n, no existe, ni casi se concibe: nacida para el hogar, es en el campo madre,
esposa o hija, y en uó ltimo teó rmino que afecta al servicio domeó stico, que es para ella como una
prolongacioó n de la familia. Tal es la mujer en el mundo, tal es la mujer en la naturaleza y tal
parece querer que sea la inflexible lei econoó mica que la condena o poco menos a perecer en
las grandes ciudades, si no recurre al uó nico medio de existencia que resulta medianamente
retribuido y que no es otro que el servicio domeó stico.
No es esto decir que no sea mui racional y justa la noble aspiracioó n a vivir con el
producto de un trabajo independiente en aquellas mujeres a quienes las continjencias de la
vida dejaron solas y sin bienes de fortuna; pero es fuerza reconocer que eó stas en buena loó jica
debieran ser mui pocas. La mujer no ha venido al mundo para trabajar en el sentido de ganar
dinero ni para vivir aislada: su puesto estaó en el hogar domeó stico, junto al hombre, y al
hombre incumbe el sostenimiento de todas las necesidades de su hogar.
El problema del trabajo de la mujer envuelve, pues, un factor moral al lado del factor
econoó mico, y su beneficiosa solucioó n estriba en el acrecentamiento del espíóritu de familia y en
la mayor retribucioó n del trabajo masculino.
El díóa en que se casen todos los hombres y en que todos ellos ganen lo suficiente,
quedaraó resulto moral y materialmente el arduo problema del trabajo de las mujeres.
M. M. Illas y Farra.
99
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103
IÚNDICE
APEÚ NDICES. 94
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