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Daniela Luque - Seminario Criminalidad

Este documento presenta una introducción a una investigación sobre la criminalidad femenina de los sectores populares en Santiago, Chile entre 1900 y 1920. Explica que el aumento de la población femenina y la modernización en esta época crearon un escenario donde problemas sociales como la criminalidad se entrelazaban con imaginarios sobre el delito. También analiza cómo las autoridades comenzaron a ver el crimen femenino como una pérdida de moralidad y crearon instituciones como las correccionales para castigar y reformar a las mujeres. Finalmente, establece el

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Este documento presenta una introducción a una investigación sobre la criminalidad femenina de los sectores populares en Santiago, Chile entre 1900 y 1920. Explica que el aumento de la población femenina y la modernización en esta época crearon un escenario donde problemas sociales como la criminalidad se entrelazaban con imaginarios sobre el delito. También analiza cómo las autoridades comenzaron a ver el crimen femenino como una pérdida de moralidad y crearon instituciones como las correccionales para castigar y reformar a las mujeres. Finalmente, establece el

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Instituto de Historia, Universidad Catoó lica de Chile

Seminario Cuestión Social en Chile, 1884-1924


Profesor Julio Pinto

CRIMINALIDAD, MORAL Y TRABAJO FEMENINO EN SANTIAGO 1900-1920

DANIELA JESUÚ S LUQUE CARMONA

Imagen: Micaela Navarrete y Tomaó s Cornejo (comp.),


Por historia y travesura. La Lira Popular del poeta Juan
Bautista Peralta, DIBAM, 2006, p. 273.
INTRODUCCIOÚ N. CUESTIOÚ N SOCIAL, MUJER Y CRIMINALIDAD

La presente investigacioó n se centra en la criminalidad femenina de los sectores


populares entre los anñ os 1900 y 1920, en el mundo urbano de la ciudad de Santiago. El
contexto santiaguino es de especial intereó s, pues en este escenario los problemas de la
modernizacioó n y el crecimiento de la poblacioó n, especialmente femenina, se
entrecruzaban con el aumento del crimen urbano y los imaginarios que lo rodeaban,
perfilaó ndose asíó como un espacio de gran significancia para el estudio de las
relaciones entre Cuestión Social y delito femenino.

Ya en la primera mitad del siglo XIX, conjuntamente con la formacioó n de la


nacioó n y las interrogantes que esta planteaba, se empezoó a vislumbrar por parte de las
autoridades la aparicioó n de la criminalidad femenina 1. Bajo la creencia de que el sexo
de las personas influenciaba las responsabilidades frente a los delitos, el crimen
femenino era vinculado mayoritariamente a “transgresiones ocasionales” 2. A medida
que estas transgresiones se generalizaron, se comenzoó a configurar un aparato de
control y castigo sustentado por discursos acerca de la desmoralizacioó n de la mujer.
La correccional femenina, como instancia se re-moralizacioó n, marcoó la diferenciacioó n
sexuada de las políóticas de reclusioó n y las representaciones en torno al delito,
seleccionando como punibles transgresiones principalmente morales y sexuales
asociadas al aó mbito puó blico. Es decir, se comenzoó a detectar que gran parte del
‘problema’ de la mujer era su creciente visibilidad. Los circuitos de disciplinamiento se
forjaron, entonces, en estrecha relacioó n con las praó cticas normalizadoras del Estado y
los intentos por restringir la fluidez del mundo femenino, circunscribiendo a la mujer
al espacio del hogar.

En 1870, se calculaba un total de 13.492 reos en el paíós, de los cuales 2.173


eran mujeres. Durante ese períóodo ya se constataba una preocupacioó n por parte de las

1
Neira, Marcelo “Castigo femenino en Chile durante la primera mitad del siglo XIX”, en Historia, Nº 37,
vol. 1, enero-junio, 2004, p. 386.
2
Ibíód., p. 372.
2
autoridades hacia el aumento de la criminalidad femenina. Esta era percibida como
una peó rdida de integridad de las mujeres, arguyendo que “es sensible que, a medida
que progresa la moralidad entre los hombres i se hacen maó s raras sus faltas, las
mujeres sigan una progresioó n contraria, aumentando el nuó mero de sus procesos” 3. La
mayoríóa de los casos se presentaban entre mujeres solteras y que desempenñ aban
oficios eminentemente urbanos: costura, lavanderíóa y servicio domeó stico,
estableciendo que la esfera de criminalidad se concentraba principalmente en las
ciudades.

El aumento de la criminalidad general, en el períóodo, era una percepcioó n que


abarcaba variadas realidades: los procesos judiciales, las estadíósticas, la literatura, la
prensa, los discursos oligaó rquicos y las políóticas de Estado. Atravesando todos estos
espacios, se compartíóa una nocioó n de inseguridad e impotencia ante la incapacidad de
las autoridades de controlar los delitos, encontrando diferentes respuestas y
argumentos para explicarlo. En 1905 un indignado observador de El Diario Ilustrado
denunciaba que Santiago y Valparaíóso eran los lugares donde “mayor nuó mero de
críómenes han quedado impunes, por no haber sido posible descubrir a los autores”
manifestando que habíóa que “poner teó rmino a la situacioó n bochornosa que nos ha
creado ante los extranjeros, el hecho de no haber sido hasta ahora descubiertos
críómenes revestidos de los maó s alarmantes caracteres” 4.

Al mismo tiempo que se denunciaba con tintes moralizadores el delito, los


sucesos criminales eran parte integrante de la prensa del cambio de siglo. Tanto en los
perioó dicos de elite como en los pliegos de la bautizada Lira popular, el crimen se hacíóa
presente a diario, mostrando no soó lo el asombro ante los vertiginosos problemas

3
[A raíóz de un aumento de 268 reos mujeres entre 1868 y 1869] “La relacioó n entre hombres i mujeres
ha sufrido un cambio notable, por esta causa, elevaó ndose de 6,1 por una, que era en 1868, a 5,2 por
una”. Oficina Central de Estadíóstica, Anuario Estadístico de la República de Chile, Santiago de Chile,
Imprenta Nacional, 1870-1871 [En adelante, AE].
4
“Los críómenes y su impunidad”, El Diario Ilustrado, Santiago, 27. Septiembre de 1905.
3
modernos, sino las representaciones, diversas seguó n las identificaciones políóticas, de
clase y geó nero de cada escrito, generadas en torno al delito 5.

El problema de la criminalidad, sus dinaó micas, el tratamiento oficial que se le


dio y las representaciones que proyectaba, fue soó lo una de las tantas problemaó ticas y
conflictos generados junto con la creciente urbanizacioó n, en el marco del fenoó meno de
la Cuestión Social, que seraó situado entre los anñ os 1884 y 1924. Seguó n James Morris, la
Cuestión Social se define como la totalidad de las:

“consecuencias sociales, laborales e ideoloó gicas de la industrializacioó n y urbanizacioó n


nacientes: una nueva forma del sistema dependiente de salarios, la aparicioó n de
problemas cada vez maó s complejos pertinentes a viviendas obreras, atencioó n meó dica y
salubridad: la constitucioó n de organizaciones destinadas a defender los intereses de la
nueva clase trabajadora: huelgas y demostraciones callejeras, tal vez choques armados
entre los trabajadores, la policíóa o los militares y cierta popularidad de las ideas
extremistas, con una consiguiente influencia sobre los dirigentes de los trabajadores” 6.

Juan Suriano retoma la definicioó n de Morris, ampliaó ndola en torno a dos temas
significativos del períóodo: los problemas de geó nero “relacionados centralmente al rol
de la mujer en su caraó cter de trabajadora y/o madre”, y, la cuestioó n indíógena 7. Ademaó s,
merece atencioó n la relacioó n que efectuó a el autor entre Cuestión Social y Cuestión
Obrera:

“La cuestioó n social es un concepto maó s abarcador y ajustado que cuestioó n obrera, en
tanto eó ste uó ltimo remite especíóficamente a los problemas derivados de las relaciones
laborales. Sin embargo, es importante remarcar que, aunque no fue la primera
manifestacioó n de la cuestioó n social, el problema obrero estaó en el centro del debate y
cruza la gran mayoríóa de problemas inherentes a la cuestioó n social: la pobreza, la
criminalidad, la prostitucioó n, la enfermedad y las epidemias o el hacinamiento
habitacional, para no mencionar la conflictividad obrera, resultan todas cuestiones

5
Seguó n Daniel Palma, “los puetas nos presentan una sociedad donde el solo hecho de andar por la calle
constituíóa un riesgo para las personas. Una sociedad en cierto modo habituada a los hechos de sangre y
donde la criminalidad golpeaba en forma especialmente dura a los maó s pobres […] el cuadro que ofrece
el noticiero poeó tico es desolador. Muestra uno de los lados maó s sombríóos de la cotidianidad, el cual
tambieó n podemos apreciar en las novelas sociales o en los ensayistas de la crisis del Centenario”. Palma,
Daniel, “La ley pareja no es dura. Representaciones de la criminalidad y la justicia en la Lira Popular
chilena”, en Historia, Nº 39, vol. 1, enero-junio 2006, p. 195.
6
Morris, James, Las élites, los intelectuales y el consenso. Estado de la cuestión social y el sistema de
relaciones industriales en Chile, Santiago, Editorial del Pacíófico, 1967, p. 79.
7
Suriano, Juan, La cuestión social en Argentina, 1870-1943, Buenos Aires, Editorial La Colmena, 2000, p.
2.
4
vinculadas de una u otra manera al mundo del trabajo en tanto eran parte de sus
desajustes”8.

Este trabajo se posiciona desde las consecuencias sociales de la Cuestión Social,


con una perspectiva de geó nero, sin perder de vista el marco que otorga el problema
obrero definido anteriormente por Suriano.

Por otra parte, se considera la criminalidad como inserta en un mundo de


relaciones culturales propias de los sectores populares, dialogando permanentemente
con las posibilidades estructurales ofrecidas por la elite y sus intentos de
disciplinamiento social. Por lo tanto, existíóan tanto imaginarios propios en cuanto a
criminalidad del mundo popular como nociones de peligrosidad construidas desde la
oligarquíóa y el Estado. Se hace necesario recordar que los marcos legales fueron
impuestos desde el Estado y por lo tanto las conductas consideradas como delictivas
tambieó n. Para esta investigacioó n se consideraraó como criminalidad a los actos
establecidos por la legalidad existente como propensos a ser punitivos, aunque
tambieó n se tendraó n en cuenta las prohibiciones y las normas de comportamiento en
teó rminos de control social.

El estudio abordaraó , por otro lado, los discursos generados en torno a la


criminalidad femenina, poniendo eó nfasis en las visiones construidas desde el Estado y
las elites. Junto con ello se analizaraó n algunas visiones particulares de los sectores
populares hacia la mujer criminal, con la intencioó n de establecer relaciones y
divergencias. Esta investigacioó n propone que existe una naturalizacioó n de las
identidades de geó nero femeninas, que legitiman los discursos en torno a la
criminalidad, a la vez que licencian praó cticas de intervencioó n y disciplinamiento sobre
las mujeres y los sectores populares.

El objetivo principal de esta investigacioó n es estudiar la criminalidad femenina


entre los anñ os 1900 y 1920, enmarcaó ndola en la historia e identidades de las mujeres
trabajadoras urbanas de los sectores populares. De esta manera, se relacionan los
8
Suriano, op. cit., pp. 2-3.
5
íóndices de criminalidad femenina y los tipos de delitos con la Cuestión Social, poniendo
eó nfasis en los problemas estructurales del períóodo, los procesos de pauperizacioó n y
disciplinamiento de los sectores populares. Asimismo, se traza parte del imaginario en
torno al cual se representaba la criminalidad femenina, tanto desde la elite como de
los sectores populares. Finalmente, se analizan tanto los íóndices como los imaginarios
desde una perspectiva de geó nero, enmarcando la problemaó tica dentro de los intentos
criminalizacioó n de los sectores populares propugnados desde el Estado y la elite.

Las fuentes utilizadas en esta investigacioó n son variadas y buscan posicionarse


como la principal forma de acercamiento a las realidades de la criminalidad femenina
del períóodo. De esta manera, su lectura es fundamental para encontrar una
comprensioó n original de las temaó ticas que aquíó se proponen. En primer lugar, los
Archivos Judiciales de Santiago representan un valioso potencial de estudio de la
criminalidad, y contienen la mayor parte de la informacioó n de los procesos judiciales
contra mujeres, desde una perspectiva particular. Esto quiere decir que resultan maó s
aptos para un estudio cualitativo, de casos, que permitan establecer los tipos de delito
y sus causales. Para estudiar los íóndices de criminalidad y llevar a cabo un anaó lisis maó s
estructural, son fundamentales los contenidos ofrecidos por el Anuario Estadíóstico de
la Repuó blica de Chile, a pesar de que dan cuenta de toda la realidad criminal, pues
muchos de los delitos femeninos, por ser privados, no aparecíóan en las estadíósticas.
Para un estudio de las visiones y opiniones de los actores del períóodo, se utilizan
perioó dicos como El Chileno, El Diario Ilustrado y los pliegos de poesíóa de la llamada
Lira Popular.

La investigacioó n se divide en cuatro partes. La primera, que corresponde a la


Introduccioó n comprende, ademaó s del planteamiento del problema, una revisioó n
historiograó fica y el marco teoó rico. La segunda parte da cuenta de los tipos de críómenes
maó s recurrentes en las mujeres, con un anaó lisis de las categoríóas dadas por la
estadíóstica. El estudio se centra en los delitos contra los derechos garantizados por la
constitucioó n, contra el orden de las familias y la moralidad puó blica, y los delitos contra

6
las personas. Los delitos contra la propiedad son abordados con mayor profundidad
en la tercera parte, por relacionarse directamente con el mundo del trabajo femenino.
Esta seccioó n se enfoca en los oficios maó s recurrentes de las mujeres del períóodo,
analizando los delitos con mayor incidencia en sus labores. Relacionando trabajo y
crimen, se intenta establecer el papel que los discursos acerca de la peligrosidad de
trabajo femenino jugaron en la asociacioó n entre delito y oficios “con sexo”. Una cuarta
y final unidad, que forma parte del cierre o conclusiones, se refiere a un anaó lisis de lo
investigado en base a las construcciones criminalizadoras de los sectores populares en
el marco de la Cuestión Social.

CRIMINALIDAD Y TRABAJO FEMENINO EN LA HISTORIOGRAFIÚA

Existen trabajos de gran importancia para esta investigacioó n. En primer lugar,


la tesis de Ivonne Urriola sobre delincuencia femenina en Santiago en las primeras
deó cadas del siglo XX. La investigacioó n tiene por objetivo “explicar el proceso y las
circunstancias que incitaron a cometer delitos, a las mujeres pobres de Santiago a
principios de siglo”. Esto estaó motivado por el crecimiento de la criminalidad femenina
entre 1912 y 1915, constituyendo un 60% del total nacional 9. Seguó n Urriola, los
problemas derivados del trabajo (o su ausencia), junto con las viviendas insalubres se
tradujeron, por un lado, en “movimiento social y por otro en aumento de la
delincuencia”. De esta forma, resulta coherente el anaó lisis de la criminalidad femenina,
pues fueron justamente las mujeres quienes maó s migraron a la ciudad en busca de un
trabajo no siempre existente, y se establecieron en los ranchos y conventillos 10.

Es asíó como la realidad delictiva de Santiago difirioó de otras partes de Chile, por
ser precisamente uno de los focos de concentracioó n de mujeres y de las consecuencias
de la modernizacioó n11. Tambieó n se pone eó nfasis en que la mujer muchas veces
9
Urriola, Ivonne, “Mujeres transgresoras: delincuencia femenina en Santiago. 1900-1925”, Tesis para
optar al grado de Licenciatura en Historia, Universidad Catoó lica de Chile, 1996, p. 7.
10
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 10.
11
“Al examinar las estadíósticas, la ciudad de Santiago presentaban las tasas maó s altas de criminalidad
del paíós. Al mismo tiempo era la ciudad maó s poblada […] al separar por sexo las tasas de criminalidad
de la capital, eó stas nos muestran un panorama distinto a lo que ocurríóa en otras ciudades de Chile […]
7
delinquíóa en el aó mbito domeó stico, quedando fuera de las estadíósticas o incluso del
conocimiento de la sociedad. Del mismo modo, existíóan mujeres que cometíóan
críómenes en el aó mbito de lo privado que muchas veces no eran constatados, sobre
todo en la vivienda del conventillo. Sin embargo, esta ausencia en las fuentes tambieó n
proporciona una lectura acerca de los maó rgenes fijados por la ley ante los actos de las
mujeres, y las relaciones de geó nero expresadas en el mundo judicial.

La autora estudia los distintos delitos femeninos, constatando que los que maó s
cometíóan las mujeres eran el hurto, las lesiones y las injurias 12. Sin embargo, uno de
los delitos que maó s se condenaba, ademaó s del amancebamiento (en el que existíóa una
condena maó s social que punitiva), era la ebriedad. Esto demuestra la sancioó n social
que existíóa en torno a la mujer que salíóa al espacio puó blico y se emborrachaba, puesto
que iba “en contra” de su naturaleza femenina y de las normas de comportamiento
recatado que se esperaba de las mujeres. Esto no significa que las mujeres de los
sectores populares no hubieran consumido alcohol sino hasta que se enfrentaron a la
ciudad y la modernizacioó n; refleja, ante todo, un imaginario que se queríóa imponer
desde la elite y que permeaba en los sectores populares, acerca de lo que debía ser una
mujer.

El aporte maó s importante de Ivonne Urriola a la investigacioó n es, ademaó s de la


profusa informacioó n y utilizacioó n de fuentes, las relaciones que establece entre los
delitos y las realidades de las mujeres que los cometíóan, otorgando especial atencioó n a
los lugares que habitaban, sus relaciones afectivas y las ocupaciones que ejercieron. De
este modo se indaga en las caracteríósticas “semi-domeó sticas, semi-artesanales [y]
semi-industriales” de las mujeres populares, estableciendo que las conductas
criminales no eran propias necesariamente del exterior, del mundo de la calle, sino
que se daban en la cotidianeidad, en los espacios privados y semi-privados de la
vivienda compartida. Asimismo, muchas de las elecciones de vida de estas mujeres
(voluntarias o no), como la manera de vivir sus relaciones de pareja, teníóan, seguó n la

Entre 1912 y 1915 […] cada 2 mujeres delincuentes, habíóa un hombre”. Ibíód., p. 16.
12
Ibíód., p. 19.
8
autora, su “cuota de delito” desde la perspectiva de las elites 13. Urriola retrata parte de
la identidad de la mujer criminal y sus relaciones al interior de los sectores populares.
Sin embargo, el anaó lisis no se centra en las representaciones del delito y las relaciones
entre criminalidad y Cuestión Social.

Desde otra perspectiva, Maríóa Soledad Zaó rate realiza un anaó lisis de las mujeres
delincuentes en la Casa Correccional de Santiago, representando un gran aporte en
tanto estudia las vidas de las criminales y las instancias y dispositivos de reclusioó n,
comparaó ndolos con los de la caó rcel de hombres 14. La autora establece que existíóa un
control sobre la sexualidad femenina, apoyada por muchas instituciones, que
relegaban al plano de lo domeó stico a las mujeres. Este discurso contrastaba con la
realidad de las mujeres populares del siglo XIX, quienes vivíóan un intenso proceso de
migracioó n e integracioó n al mercado laboral urbano. De esta manera, muchas de las
mujeres que trabajaban en Santiago eran calificadas de vividoras, prostitutas o
criminales. Su moralizacioó n se entendíóa como necesaria, y la Casa de Correccioó n se
perfiloó como el espacio ideal de trabajo y regeneracioó n.

A pesar de que esta investigacioó n no abarca de manera particular el mundo del


presidio, el estudio de Zaó rate resulta de gran relevancia para entender el tratamiento
de la criminalidad femenina y los imaginarios que la rodeaban el hecho de que
existiera un sitio de encierro a cargo de una congregacioó n religiosa y con fuerte
contenido moralizante y cristiano, situacioó n sin parangoó n en el presidio masculino.
Una de las interesantes tesis que plantea la autora, es la de la intencioó n de la
oficialidad y las religiosas de convertir el encierro femenino en una vuelta al hogar, es
decir, convertir los presidios en caó rceles-hogares, donde se realizaran todo tipo de
tareas propias de su sexo. La Casa de Correccioó n se perfilaba, asíó, como praó ctica de un
discurso de domesticacioó n y disciplinamiento femenino. Por otra parte, Zaó rate plantea
que existíóa en la congregacioó n, encarnada en la Madre Superiora, una tensioó n entre el
13
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 117.
14
Zaó rate, Maríóa Soledad, Mujeres viciosas, mujeres virtuosas: la mujer delincuente y la casa correccional
de Santiago (1860-1900), Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad Catoó lica de
Chile, 1993, p. 17.
9
discurso de la criminalidad femenina como un problema de la naturaleza de las
mujeres y la constatacioó n del delito femenino como un problema social 15.

El artíóculo de Juan Caó ceres resulta esclarecedor en tanto realiza un anaó lisis que
relaciona los delitos, los delincuentes y la sociedad urbana de la segunda mitad del
siglo XIX16. El autor considera que los procesos modernizadores y el crecimiento
econoó mico aumentaron la marginalidad social y, con ello, la criminalidad. Para el autor,
este fenoó meno urbano “no afectoó soó lo a los hombres sino que tambieó n un nuó mero
importante de mujeres cayoó en el delito como forma de salvar sus hogares” 17. Caó ceres
a su vez expone la visioó n de las elites, para quienes el delito y los delincuentes eran
culpables de su propia marginalidad. Estas personas transgresoras e inherentemente
“malvadas”, soó lo podíóan existir entre los pobres.

El autor establece una relacioó n entre moralizacioó n y trabajo llevada a cabo en


los recintos penitenciarios, a la vez que analiza los tipos de delitos por los cuales son
condenados los criminales de distintos sexos. Los hombres eran condenados, ante
todo, por delitos contra las personas, el patrimonio y el Estado, en tanto que las
mujeres lo eran, primero que nada, por delitos contra la moral y las buenas
costumbres18. Estos íóndices, maó s que reflejar una realidad existente, exhibíóan el
pensamiento predominante en torno a las relaciones de geó nero del períóodo. Esto
quiere decir que las mujeres aparecíóan como mayormente condenables si los críómenes
que cometíóan eran contra la moral, que si delinquíóan por otras razones.

Desde otra perspectiva, Carla Rivera hace un anaó lisis de gran relevancia en
torno a la representacioó n del delito femenino en la prensa 19. Tomando las primeras
deó cadas del siglo XX, la autora indaga en la construccioó n del “sujeto criminal femenino
15
Zaó rate, Maríóa Soledad, op. cit., p. 174.
16
Caó ceres, Juan, “Crecimiento econoó mico, delitos y delincuentes en una sociedad en transformacioó n:
Santiago en la segunda mitad del siglo XIX”, en Revista de Historia Social y de las mentalidades, N° 4,
invierno 2000, Universidad de Santiago de Chile, pp. 87-103.
17
Ibíód., p. 87.
18
Caó ceres, Juan, op. cit., pp. 98-99.
19
Rivera, Carla, “Mujeres malas. La representacioó n del delito femenino en la prensa de principios del
siglo XX”, en Revista de Historia Social y de las mentalidades, Anñ o VIII, vol. 1/2, 2004. pp. 91-111.
10
a traveó s de la croó nica policial”20. El eó nfasis de Rivera estaó dado en la violencia
simboó lica ejercida contra las mujeres criminales retratadas por la prensa, entre las
que se escogen aquellas cuyos críómenes representan los mayores horrores. A pesar de
que la criminalidad, en teó rminos estadíósticos, era mayor en los hombres que en las
mujeres durante la mayoríóa de los períóodos, y que los críómenes contra las personas
fueran los que menos cometíóan, se les retrata con especial ahíónco y recriminacioó n.

Esto se debioó , seguó n la autora, a que las mujeres criminales irrumpíóan


directamente “contra las normas juríódicas, sociales y morales vigentes que se
relacionaban con la maternidad y el hogar, porque reniegan de su condicioó n esencial:
la bioloó gica”21. Se establece asíó una representacioó n de las mujeres en el binomio
criminal malvada / madre buena. Al otorgar una imagen de monstruosidad a la mujer
transgresora, se le daba al delito femenino un lugar “uó til al sistema”: el de pregonar a
la verdadera mujer, contraria a la criminal22.

El historiador Marcos Fernaó ndez, en su estudio sobre el presido, los


imaginarios y las identidades, realiza un anaó lisis teoó rico de gran importancia para la
investigacioó n, sobre todo en cuanto a las dinaó micas de geó nero que surcaban el mundo
popular y llegaban hasta el espacio del presidio y la criminalidad 23. La caó rcel, proyecto
moderno, estuvo acompanñ ada de la construccioó n por parte de la elite de un ser-
delincuente. Estas medidas no son aisladas, sino que estaó n insertas en las loó gicas del
Estado y sus procesos modernizadores, puesto que estaó n marcadas por la adopcioó n de
discursos en torno al mundo popular, y tambieó n por praó cticas de intervencioó n, como la
penetracioó n y normalizacioó n de la familia popular24.

La mujer tambieó n fue alcanzada por el imaginario generado en torno al


presidio, pero se consideraba que en ella habíóa menores rasgos de criminalidad, por
20
Ibíód., p. 92.
21
Ibidem.
22
Ibíód., p. 111.
23
Fernaó ndez, Marcos, Prisión común, imaginario social e identidad, Santiago de Chile, Centro de
Investigacioó n Barros Arana, Editorial Andreó s Bello, 2003.
24
Ibíód., p. 64.
11
tener mayores de moralidad. Maó s que por delitos comunes, se la juzgaba por
abandono, prostitucioó n o infanticidio, y se la definíóa como ajena de virilidad, puesto
que, actuando sin premeditacioó n y utilizando meó todos no confrontacionales, como el
envenenamiento, escondíóa ante todo pasiones y sentimientos en los críómenes que
cometíóa. De este modo, “la vida de la mujer popular, entendida como una eterna
defensa del honor, el pudor, la moralidad, era observada como una existencia sumida
en las debilidades cerebrales y el peso de las emociones” 25.

El estudio de Elizabeth Hutchison es vital para esta investigacioó n, puesto que se


acerca al mundo del trabajo y las políóticas de geó nero del períóodo 26. La autora se
aproxima a la mujer urbana desde el problema que su visibilidad suscitoó entre los
contemporaó neos. Por otra parte, la importancia del libro para efectos de esta
investigacioó n radica en la estrecha relacioó n que se establece entre las problemaó ticas
de geó nero y la Cuestión Social. Asimismo, hace un anaó lisis de la políótica obrera en
relacioó n con la mujer. Hutchison afirma que, histoó ricamente, se ha tendido a separar la
Cuestión Social de la Cuestión de la mujer, cuando en realidad eó sta uó ltima tuvo
importancia tal en el períóodo que marcoó profundamente las medidas tomadas para
combatir la primera. En otras palabras, la Cuestión Social, seguó n la autora, es una
problemaó tica intensamente atravesada por los discursos y praó cticas de geó nero.

EL ENFOQUE DE GEÚ NERO PARA EL ESTUDIO DE LA CRIMNALIDAD

Se ha elegido el tema de las mujeres para delimitar un espacio marcado por las
dinaó micas de geó nero y poder extrapolarlo a visiones maó s generales en torno al mundo
femenino del períóodo. Las praó cticas sociales, incluso las delictivas y el mundo que las
rodea (estudios criminoloó gicos, prensa, procesos judiciales) exhiben un imaginario
acerca de la mujer y estaó n traspasadas por discursos de geó nero, lo que particulariza su
estudio a la vez que lo integra a los procesos maó s generales.

25
Ibíód., p. 71-72.
26
Hutchison, Elizabeth, Labores propias de su sexo. Género, políticas y trabajo en Chile urbano 1900-1930,
Santiago de Chile, LOM ediciones, 2006.
12
El crimen “es un producto social y políótico”. Por lo tanto, hay que tener en
cuenta la construccioó n diferenciada de la “identidad social sexuada”, a la que el sistema
penal contribuye permanentemente 27. En el caso de los delitos, existe una
“esencializacioó n de la diferencia” que es constituyente de los valores aplicados en el
sistema judicial y de la manera de abordar los críómenes 28. Seguó n Lorena Fríóes y
Veroó nica Matus, “el derecho penal, como agente regulador del comportamiento social,
responde y sustenta modelos de convivencia social que reflejan y se alimentan de
valores culturales y sociales, enmarcados en estructuras de poder fuertemente
enraizadas, que han servido para reproducir un sistema social y juríódico patriarcal” 29.
Por lo tanto, el derecho expresa preferencias ideoloó gicas. La criminalizacioó n de las
mujeres se construye, por tanto, en base a las diferenciaciones de geó nero, al igual que
la de los hombres. Existen grandes diferencias entre la ley “abstracta” y los delitos que
son efectivamente perseguidos y castigados.

Para realizar un anaó lisis teoó rico de la criminalidad y las relaciones de geó nero
son muy importantes tres estudios. En primer lugar, La dominación masculina, de
Pierre Bourdieu, nos ofrece herramientas conceptuales acerca de la construccioó n
social de los cuerpos y los procesos de naturalizacioó n de identidades de geó nero 30.
Seguó n Bourdieu, la experiencia de la divisioó n de los sexos ha afectado los esquemas de
pensamiento, haciendo pasar por objetivas e inamovibles algunas caracteríósticas y
diferencias distintivas, es decir, volvieó ndolas naturales al punto de lo inevitable. En esa
pretensioó n, la divisioó n, socialmente construida, contiene una “total afirmacioó n de
legitimidad”31.

27
Laberge, Danielle, “Las investigaciones sobre las mujeres calificadas de criminales: cuestiones
actuales y nuevas cuestiones de investigacioó n”, en Anuario de Derecho Penal,
www.unifr.ch/ddp1/derechopenal/anuario/99_00/laberge.pdf, p. 4.
28
Sozzo, Maó ximo, “Retratando al ‘homo criminalis’. Esencialismo y diferencia en las representaciones
‘profanas’ del delincuente en la Revista Criminal (Buenos Aires, 1873), en Lila Caimari (comp.) La ley de
los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), Buenos Aires, Fondo de Cultura
Econoó mica, 2007, p. 37.
29
Fries, Lorena y Matus, Veroó nica, La ley hace el delito, Santiago de Chile, LOM ediciones, 2000, p. 5.
30
Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pp. 19-22.
31
Ibíód., p. 21.
13
Del mismo modo, ofrece una concepcioó n de violencia simbólica que es en gran
medida coherente con el estudio de los imaginarios, y que no se posiciona en medida
alguna en contraposicioó n a lo real o a la violencia real, sino que estaó inserta en el
mundo de lo cotidiano, dialogando o vieó ndose reflejada permanentemente en los
“efectos reales”, y por ello jamaó s ajena a las praó cticas. De alguna manera se posiciona
como discurso y realidad al mismo tiempo. La conceptualizacioó n de violencia
simbólica apunta maó s que nada a la constatacioó n de que las estructuras de dominacioó n
masculina estaó n contenidas en procesos histoó ricos, y por ello son cambiantes. La
violencia simboó lica se explica ante todo por la asimilacioó n de relaciones de poder 32.

En segundo lugar, el anaó lisis de Michel Foucault, contenido en su libro Vigilar y


castigar, merece especial atencioó n debido al estudio que realiza en torno a los
dispositivos de disciplinamiento y castigo 33. La modernidad se caracteriza, seguó n el
autor, por ejercer un nuevo poder sobre los individuos, particularmente en sus
cuerpos y relaciones sociales. En el mundo del presidio, el ejercicio de este poder se
privilegia en teó rminos de trabajo forzado y encierro. Junto con ello hay una
extremacioó n de la vigilancia, ejercida sobre la vida de los reos, y tambieó n articulada en
el mundo exterior. Aunque Foucault no hace un anaó lisis especíófico sobre las mujeres,
su teoríóa es relevante en cuanto ofrece una mirada sobre el presidio y el castigo que
pueden ser utilizadas para el estudio de la criminalidad femenina, con las diferencias
que eó sta representa.

Por uó ltimo, el anaó lisis de Joan Scott es fundamental para la investigacioó n. En eó l,


la autora realiza un estudio del geó nero como categoríóa de anaó lisis histoó rico,
estableciendo que las relaciones entre hombres y mujeres pueden otorgar valiosa
informacioó n sobre el Estado y sus instituciones, puesto que los esquemas de
pensamiento son compartidos por gran parte de la sociedad 34. De este modo, se debe

32
Bourdieu, Pierre, op. cit., pp. 49-50.
33
Foucault, Michelle, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006.
34
Scott, Joan, “El geó nero: una categoríóa uó til para el anaó lisis histoó rico”, en Lamas, Marta (comp.), El
género: la construcción cultural de la diferencia sexual, Meó xico, UNAM, Programa Universitario de
Estudios de Geó nero, 1997.
14
poner especial atencioó n en las relaciones de geó nero (entendiendo el geó nero tanto
masculino como femenino) al estudiar a los sectores populares, pues se trata de una
perspectiva ineludible para su comprensioó n. La autora establece que “el geó nero es un
elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que
distinguen los sexos y el geó nero es una forma primaria de relaciones significantes de
poder”35.

CRIÚMENES: TIPOLOGIÚAS Y CONSTRUCCIONES DE LA PELIGROSIDAD.

Tomando a Santiago como ejemplo clave de la situacioó n de inseguridad social


percibida por la poblacioó n, es posible constatar estadíósticamente un aumento de la
criminalidad femenina entre los anñ os 1900 y 1920 en relacioó n a 1870. En contraste
con las 2.173 reos del anñ o 1870, el promedio entre 1900 y 1920 es de 8.114 mujeres
procesadas por anñ o, lo que consiste en un aumento absoluto de 373% de los íóndices de
delito oficiales. Sin embargo, la poblacioó n tambieó n aumentoó entre esos períóodos en un
287%, pasando de haber en Santiago 122.592 habitantes el anñ o 1870 a 352.170 el anñ o
191036. Esto significa que si en 1870 de cada 100 habitantes 1,7 eran “mujeres
criminales”, en 1910 lo eran 2,3, lo que representa un aumento relativo del 27% de la
criminalidad femenina en el períóodo estudiado en relacioó n con el anñ o 1870.

Tabla 1: Delitos de mujeres en Santiago, 1912-1920


% en relación al total de
Delitos Cantidad promedio anual
delitos
Contra la propiedad 560 14%
Contra el orden y seguridad 455 11%
Contra las personas 295 7,3%
Contra la moral 283 7%
Total 1.539 38%
Fuente: AE, 1912-1920

35

36
Los datos de poblacioó n para 1870 son el resultado de un caó lculo hecho en base a las cifras de 1865 y
1875. Del mismo modo, para 1910 eó sta se calculoó a partir de datos de 1907 y 1916. AE, 1870, 1909-
1920.
15
Durante el períóodo estudiado, a partir de las estadíósticas de 1912 a 1920, los
delitos maó s cometidos por las mujeres eran, de mayor a menor, los siguientes: hurto,
mendicidad, ultrajes puó blicos a las buenas costumbres y lesiones corporales. Las cifras
fueron tomadas de las Caó rceles y Casas de Correccioó n, puesto que era donde se
agrupaban la mayor cantidad de hombre y mujeres procesados. Comparando los
totales nacionales de cada anñ o con los de Santiago, es posible observar que alrededor
del 10 por ciento de los hombres clasificados cada anñ o delinquíóan en Santiago,
mientras que maó s de la mitad de las mujeres lo hacíóan en la capital. La mayoríóa de los
anñ os estudiados, las mujeres superaban o igualaban a los hombres en cantidad, en la
ciudad de Santiago, relacioó n sin parangoó n en el resto de Chile. Esto vuelve las tasas de
criminalidad femenina capitalinas en íóndices muy significativos para el estudio de la
delincuencia de las mujeres. Esto porque se supone que las condiciones de trabajo,
vida y pobreza incidieron directamente en este aumento, en especial en relacioó n al
crecimiento demograó fico de Santiago, que tendíóa hacia las mujeres en una proporcioó n
de 118 mujeres por cada 100 hombres37.

Seguó n Juan Caó ceres, los delitos que maó s se cometíóan durante la segunda mitad
del siglo XIX entre las mujeres eran contra la moral, situacioó n que en las primeras
deó cadas del XX ya no es tal, puesto que la criminalidad femenina se concentraba con
mayor fuerza en los delitos contra la propiedad. Esto quiere decir que los hurtos, que
el autor consideraba en un 26%, aumentaron considerablemente hasta posicionarse
como mayoríóa38.

En el presente capíótulo se analizan los delitos contra el orden y seguridad,


contra la moral y contra las personas. Es importante senñ alar que “la proletarizacioó n
urbana e industrial de la mujer de pueblo tendioó a encerrar las relaciones de pareja y
la amplia fraternidad popular dentro de cíórculos urbanos cada vez maó s estrechos y

37
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 39.
38
Caó ceres, Juan, op. cit., p. 99.
16
materialmente putrefactos”39. Muchos de los delitos se dan en el aó mbito del
conventillo, en el contexto de la violencia cotidiana y las relaciones domeó sticas.

En relacioó n a las motivaciones de las inculpadas la justicia no hacíóa muchas


diferencias seguó n eximientes o atenuantes de responsabilidad. Si la acusada negaba el
cargo generalmente se sobreseíóa temporalmente el caso, sin importa las evidencias; si
confesaba, obteníóa una condena, no tomaó ndose en cuenta las motivaciones. Esa
premisa valíóa para la mayoríóa de los delitos.
Durante este períóodo, existíóa un sentir generalizado de que la peligrosidad
urbana estaba desbordando la ciudad de Santiago.

“Hoy díóa a la calle infiero


Ninguno sale tranquilo
Si sale, se topa un pililo
Y le quitan su dinero,
Sea pobre o caballero
Todos marchan con recelo
Yo escribo este verso al vuelo
Buscando las consonantes
Direó que los habitantes
Tienen su vida en un pelo”40.

Para las elites, muchas de estas nociones estaban asociadas con el consumo de
alcohol. Muchos artíóculos en los perioó dicos llamaban la atencioó n sobre la importancia
que este teníóa en el delito, aludiendo a su protagonismo en las rinñ as y hechos de
sangre41. Seguó n la oficialidad, el alcoholismo jugaba “un papel importantíósimo en la
perpetracioó n de los delitos. Este vicio, tan arraigado en nuestro pueblo, y que viene a
constituir un peligro social, ha causado la consiguiente alarma en las esferas oficiales y
en la parte culta de nuestra sociedad”42. De esta manera, se consideraba la ebriedad
como motor para cometer delitos de mayor gravedad y como parte de la naturaleza
del bajo pueblo.

39
Salazar, Gabriel, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del
siglo XIX, Santiago de Chile, LOM, 1985, p. 328.
40
Meneses,Daniel, Grandes crímenes en Chile, asesinatos, salteos, puñaladas; robos i estafas, col. Lenz, 7,
14, citado en Palma, Daniel, “La ley pareja no es dura. Representaciones de la criminalidad y la justicia
en la Lira Popular chilena”, en Historia, N° 39, vol. I, enero-junio 2006, p. 186.
41
Ver Apeó ndice N° 2
42
AE, 1909.
17
En cuanto a la criminalidad femenina, el delito de ebriedad constituye el maó s
condenado por la justicia. De acuerdo a las estadíósticas, cada anñ o se procesaba a un
promedio de 2.377 mujeres por el delito de ebriedad, lo que constituye el 59% de las
transgresiones anuales. Esta exorbitante cifra no tiene comparacioó n con la masculina,
pues era un delito por el cual casi ninguó n hombre era condenado. Esto quiere decir
que la ebriedad masculina no se consideraba un delito, mientras que la de la mujer era
profundamente condenable. El delito de ebriedad era punible en síó mismo, pues no se
tomaba presa a una mujer por cometer un crimen en estado de embriaguez, sino por
el soó lo hecho de estarlo. Las estadíósticas muestran que, luego de constatarse la
ebriedad en el recuento del “estado mental” de los individuos al momento del cometer
el delito, en el que estas mujeres eran calificadas de “ebrias”, desaparecíóan del resto de
las estadíósticas. Es decir, la clasificacioó n de los tipos de delitos, las causas de salida y
los movimientos anuales se hacíóan en base soó lo al 41% restante 43.

“UNA MUCHACHA MENDIGA SERÁ LADRONA Y PROSTITUTA”.


DELITOS CONTRA EL ORDEN Y SEGURIDAD

Los delitos contra el orden y seguridad cometidos por particulares


involucraban todas aquellas transgresiones puó blicas de las reglamentaciones de
“civilidad urbana”. Estos contemplaban, principalmente, la mendicidad, la vagancia, los
desoó rdenes puó blicos y el desacato a la autoridad, entre otros (como encubrir
delincuentes y asociaciones ilíócitas, casi inexistentes en los anñ os revisados).

Tabla 2: Delitos contra el orden y seguridad cometidos por particulares (1912-1920)


% en relación al total de
Delito Cantidad promedio anual
delitos
Mendicidad 288 7,2%
Vagancia 71 1,8%
Desoó rdenes puó blicos 65 1,6%
Desacato a la autoridad 26 0,6%
Otros 5 0,1%

43
La diferencia de un 3% entre los delitos analizados y el 41% que corresponde a los delitos, se debe
principalmente a transgresiones que no son analizadas aquíó, como delitos contra la fe puó blica o por
empleados puó blicos en el desempenñ o de sus cargos.
18
Total 455 11,3%
Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1912-1920.

Los desoó rdenes puó blicos y el desacato a la autoridad eran delitos no muy
extendidos numeó ricamente, pero la participacioó n femenina en ellos era casi exclusiva.
A los hombres casi no se les sancionaba por estas acciones, demostrando que existíóa
una mayor permisividad en el actuar puó blico masculino. Las mujeres eran
mayormente condenadas por este tipo de delitos, lo que muestra la sancioó n social que
existíóa hacia ellas en tanto sujetos que debíóan guardar mayor compostura en el mundo
de la calle. Estas transgresiones iban en contra de los mandatos de geó nero vigentes y
de los discursos hegemoó nicos acerca del recato y la obediencia femenina. Se trataba de
construir desde la oficialidad una figura pasiva y ajena a los escaó ndalos, restringiendo
actitudes en las mujeres populares que antes no hubieran sido consideradas delictivas,
y que reflejaban los intentos normativos que se desplegaban sobre los sectores
populares. El desorden puó blico y el desacato a la autoridad representaban una afrenta
hacia el orden moral hegemoó nico y hacia el reó gimen diferenciado de clases. Estos
delitos, como su nombre indica, amenazaban la seguridad nacional y el orden puó blico.

La vagancia y la mendicidad eran dos “males sociales” consecuencia de los


procesos de urbanizacioó n y modernizacioó n. El pauperismo entre los sectores
populares habíóa aumentado considerablemente durante las uó ltimas deó cadas, por obra
no solamente de la incapacidad de la estructura laboral de absorber a la gran masa de
migrantes internos, sino por los bajíósimos pagos que otorgaba la gran mayoríóa de los
trabajos populares, resultando insuficientes para sobrevivir. El problema de la
mendicidad era parte, de este modo, de los graves problemas estructurales que la
Cuestión Social acarreaba.

Como es posible observar, este tipo de críómenes componíóa alrededor del 11 por
ciento de la totalidad de los delitos. La mendicidad merece especial atencioó n no tanto
en teó rminos numeó ricos como por su significancia en teó rminos de geó nero. Las mujeres
eran procesadas en promedio 60 veces maó s que los hombres por este tipo de delito,
soó lo en nuó meros absolutos, ya que si tomaó ramos en cuenta los totales de criminalidad
19
de cada sexo, la diferencia seríóa muy superior. La mayoríóa de los anñ os no habíóa ninguó n
hombre inculpado por este crimen. Esto no significaba, ciertamente, que los hombres
fueran “menos mendigos”, sino que el castigo social de la mendicidad se atribuíóa
preferentemente, y casi con exclusividad, a las mujeres. Los hombres estaban maó s
asociados a la vagancia, donde alcanzaban mayor nuó mero de procesados que las
mujeres, lo que representa un porcentaje proporcionalmente similar entre ambos
sexos si se considera que habíóa mayor cantidad de hombres recluidos cada anñ o.

La mendicidad revestíóa un problema social de gran significancia para la eó poca.


Representaba, por una parte, el reverso de los intentos de hermoseamiento de la
ciudad que habíóan comenzado con Benjamíón Vicunñ a Mackenna. Su existencia iba en
contra de cualquier precepto de urbanidad compartido por las elites, sobre todo en
cuanto a los deseos de mostrar una imagen internacional de paíós civilizado, puesto que
era considerado un problema esteó tico pero tambieó n de descontrol de la poblacioó n
urbana. Es por ello que la mendicidad era ajena a las normativas estatales que
pretendíóan ordenar a las poblaciones en torno a esferas domeó sticas y laborales. Su
existencia, por lo tanto, era un problema de íóndole nacional en tanto entorpecíóa los
intentos por conquistar un proyecto de paíós asociado al progreso y al trabajo. Tanto la
vagancia como la mendicidad mostraban a las elites los problemas de la
modernizacioó n desde una perspectiva dirigente, lo que licenciaba los discursos acerca
de la “incapacidad” del bajo pueblo por mantenerse en forma digna tanto econoó mica
como moralmente. Este argumento evadíóa la atencioó n de las diferencias insalvables de
la distribucioó n de la riqueza hacia una mirada paternalista de asistencia beneó fica,
negando las facultades autonoó micas o de responsabilidad de los sectores populares.
Dichas representaciones posibilitaban la mantencioó n de la clase trabajadora en una
esfera de subordinacioó n no soó lo socioeconoó mica, sino juríódica, políótica y moral.

Si tomamos en cuenta que la mendicidad femenina acarreaba ademaó s un


problema de visibilidad, es posible relacionarla con preceptos de geó nero. La mujer que
salíóa a la calle podíóa ser calificada de sospechosa, en tanto el contacto con la gente la

20
volvíóa blanco de las influencias inmorales de la prostitucioó n. Asimismo, no se le daba
tanta importancia a la posibilidad de que fueran mujeres desesperadas, tratando de
sobrevivir, como a la imagen de mujeres de “mala vida”, que pedíóan dinero para
comprar alcohol:

“Todos estos individuos que diariamente se arrastran en las plazas, paseos y calles de
la ciudad, esplotan miserablemente la caridad puó blica, para dar satisfaccioó n a sus
vicios y dejar en la primera taberna que encuentran en oó bolo de los que de buen
corazoó n se conduelen […] creyendo injenuamente que lo necesitan para satisfacer sus
dolencias o para llevar un pedazo de pan a sus pobres hogares. Pero nada de esto
existe; necesitan de la caridad simplemente para beber” 44.

El delito de la mendicidad, entonces, se encuentra asociado a la peligrosidad de


la mujer puó blica, de la mano con la prostitucioó n. Auó n cuando existíóan posturas que
denunciaban la situacioó n precaria de la mujer en el mundo urbano, que veíóa en la
mendicidad la uó nica salida a la pobreza, persistíóa una visioó n condenadora de la
visibilidad de la mujer. La mendicidad estaba sancionada socialmente, en definitiva,
por su oposicioó n al trabajo. Sin embargo, al mismo tiempo habíóa una desaprobacioó n
generalizada hacia el trabajo femenino, lo que situó a a las mujeres en una suerte de
punto muerto en medio de sus necesidades materiales y de los discursos que
intentaban normarla. Es necesario considerar, naturalmente, que existen posturas
ambiguas, puesto que, aunque el trabajo femenino era visto como un problema
indeseable de la urbanizacioó n, tambieó n se valoraba que las mujeres optaran por
labores honradas antes que por la prostitucioó n o la mendicidad. Para proteger a la
mujer de ambos “vicios”, se debíóa inculcar un modo de vida decente desde la infancia,
realidad que para la elite era casi imposible entre los sectores populares. El problema
de la mendicidad era ante todo un comportamiento (mal) adquirido en el hogar, ya
que muchos ninñ os mendigaban para contribuir a los ingresos familiares, alentados por
los padres, lo que provocaba un fuerte rechazo entre las elites.

“La mendicidad ha tomado entre nosotros proporciones amenazadoras. La mayoríóa de


nuestras clases desheredadas mendiga un poco y hace de la mendicidad, ya su fuente
uó nica de entrada o ya una fuente para aumentar su entrada. Mientras el padre va al
trabajo y la madre guarda el hogar, los hijos corren las calles solicitando la limosna. De

44
“La mendicidad. Favoreciendo el vicio”, El Chileno, 21 de Agosto de 1905.
21
esta manera, lo primero que aprenden es la industria de vivir sin trabajar. En esa
industria pierden toda dignidad, todo sentimiento de decoro y concluyen por asociar
el robo a la mendicidad. Estaó averiguado que es en las filas de la mendicidad donde el
robo hace sus mejores reclutas. A tíótulo de mendicidad se golpea a todas las puertas y
se penetra en todos los hogares. Si se ve al mendigo, solicitado una limosna. Si no se le
ve, se la toma sin pedirla. De ahíó que puede establecerse que no hay un solo ladroó n que
no sea mendigo y que casi todos los mendigos son ladrones. ¿Se tiene pereza de
trabajar? Se toman unos cuantos harapos y se corre la ciudad alargando la mano a
todos los transeuó ntes. Se encuentra a la mendicidad en la calle, en el paseo, a la puerta
del hogar, del club, del cafeó . Hay mendigos diurnos y nocturnos. Aquellos son de
ordinario repugnantes de ver. Estos otros irritan con su desenfado. Son con frecuencia
gentes que revelan en su traje y en su aspecto la comodidad y la salud. Persiguiendo a
la mendicidad, se conseguiraó que sea un oficio riesgoso, lo que desalentaraó a muchos y
haraó emigrar a otros. Pero lo que conviene perseguir con maó s constancia es la ninñ ez
mendicante. Un ninñ o mendigo seraó un hombre ocioso que concluiraó en el robo y el
asesinato. Una muchacha mendiga seraó ladrona y prostituta” 45.

La mendicidad representaba para las elites un camino hacia otro tipo de delitos
maó s graves, perfilaó ndose como un traó nsito hacia mayores niveles de peligrosidad
social. Por otra parte, culpando al mendigo de su propia comodidad y pereza, se
construíóa una representacioó n del sujeto mendicante en oposicioó n directa a la del buen
trabajador. Esta figura de la criminalidad era irremplazable en los esfuerzos oficiales
por inculcar en la poblacioó n un espíóritu de laboriosa honradez. Los criminales como
los ladrones y las prostitutas eran, bajo esta oó ptica, depositarios directos de la
mendicidad, lo que volvíóa dicho delito en una trasgresioó n de primer orden. Inculpando
a los involucrados, las elites legitimaban su modelo de modernizacioó n y trabajo sin
hacerse cargo de los problemas que estos dejaban a su paso.

“ESTA MUJER MALA NO PUEDE TENER A MI HIJA”


DELITOS CONTRA LA MORAL

Los delitos contra el orden de las familias y la moralidad puó blica concentraban
todas aquellas faltas en que transgredíóan los preceptos morales vigentes durante el
períóodo estudiado, de acuerdo con los discursos y normativas oficiales. De esta
manera, se agrupaban delitos relacionados con la sexualidad y la moralidad puó blica de
las personas, especialmente de las mujeres. Su objetivo era proteger la familia, y con
45
“A propoó sito del decreto de prohibicioó n de la mendicidad” Editorial de El Ferrocarril, Santiago, 3 de
Mayo de 1872, en Sergio Grez, La Cuestión Social en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902),
Santiago, DIBAM, 1995, pp. 219-220.
22
ello, resguardar el buen comportamiento de sus integrantes, poniendo un eó nfasis
particular en la figura de la madre/esposa, en cuanto a sus funciones reproductivas y
sus comportamientos puó blicos.

Seguó n el Anuario de 1909, los delitos contra la moral y las buenas costumbres
teníóan por causas “las condiciones de la vida social y domeó stica, el alcoholismo” y las
“necesidades” de la mujer de la clase trabajadora, que sin educacioó n ni moral caíóa
muchas veces en la prostitucioó n46.

Tabla 3: Delitos contra el orden de las familias y la moralidad pública (1912-1920)


% en relación al total de
Delito Cantidad promedio anual
delitos
Ultrajes puó blicos a las buenas
173 4,3%
costumbres
Abandono del hogar 76 1,8%
Adulterio 5 0,1%
Otros 29 0,7%
Total 283 7%
Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1912-1920.

En la categoríóa “otros” figuran los siguientes delitos: matrimonio ilegal,


corrupcioó n de menores, aborto, incesto, y la categoríóa “a peticioó n de los padres”. El
adulterio era escaso en teó rminos estadíósticos: sin embargo aparece en la tabla por su
importancia en la representacioó n de los delitos contra la moral.

El matrimonio ilegal era un crimen que teníóa relacioó n principalmente con el


casamiento doble o muó ltiple, pero tambieó n con otro tipo de transgresiones, como el
matrimonio homosexual encubierto:

“Al fin es mui admirable


Este raro matrimonio
I en oficio del demonio
Fue el consorte incomparable,
Ocultar no seraó dable
Porque falto a los deberes
Por ignorancia estos seres
Esta falta cometíóan

46
AE, 1909
23
Del amor que se teníóan
Se casaron dos mujeres”47.

Joseó Hipoó lito Casas Cordero, “El hombre que se casoó con seis mujeres”. Fuente: Memoria Chilena

El doble matrimonio podríóa haber pasado bastante desapercibido en una


sociedad donde los registros no teníóan auó n un caraó cter moderno, lo que podíóa
desencadenar situaciones como la de Mercedes Ubal, quien en 1919 fue acusada de
doble matrimonio. Seguó n la imputada, ella habíóa contraíódo matrimonio en 1913 con
un hombre al cual dejoó de ver, enteraó ndose en 1916 de que habíóa muerto. Es por ello
que en 1918 se habíóa casado con Diego Palomo Torres, pintor, quien llevoó el caso a la
justicia, pues su mujer habíóa sido notificada de que su marido anterior estaba con vida
en San Francisco del Monte. El caso fue sobreseíódo, ya que no se pudo comprobar si
Mercedes se habíóa casado dos veces intencionadamente o sin tener conciencia de que
no era viuda.

El delito de aborto aparece como casi inexistente entre las estadíósticas oficiales.
Sin embargo, era un accionar cotidiano entre los sectores populares, sobre todo en

Joseó Hipoó lito Casas Cordero, “La ninñ a vestida de hombre i que se casoó con otra ninñ a en Illapel”, en
47

Memoria Chilena.
24
consideracioó n de las altas tasas de natalidad y la imposibilidad de mantener a tantos
ninñ os en el espacio paupeó rrimo del conventillo:

“–No sea tonta, pues, hija: ¡si es corriente eso! La Mercedes echoó dos asíó, porque veníóa
del campo, tambieó n le dieron que hacer sus amos. Cuando no se tiene para educar a
los pobrecitos y ni siquiera un nombre que darles, lo que le aconsejo es lo maó s
piadoso, lo mejor del mundo”48.

Muchas mujeres podíóan acceder al servicio, que se publicitaba incluso en los


perioó dicos:

“Rosas 1811. Aseguro eó xito cualquier eó poca de embarazo. Recibo pensionistas,


consultas secretas permanentes. Precios reducidos. Reserva absoluta” 49.

Entre los casos judiciales revisados, existíóan varios que teníóan relacioó n con el
aborto, llamados “Hallazgo de un feto”. Era muy difíócil identificar a la mujer que se
habíóa realizado el aborto, por lo que generalmente estas causas quedaban sobreseíódas
por falta de evidencia. Es el caso de un “feto de sexo masculino de 5 meses de edad,
maó s o menos, que fue encontrado en la calle”, en Santo Domingo esquina de Barroso
en 191950. Los perioó dicos tambieó n publicaban este tipo de noticias, como el “hallazgo
de un feto en una acequia”, el 4 de Junio de 1915 51.

Existe un caso judicial acerca de un aborto en el que hablan sus protagonistas.


En 1916 Maríóa Erazo, de diecisiete anñ os, fue acusada junto con Antonio Candia, de
provocarse un aborto. Ante la acusacioó n, Maríóa expuso:

“Desde hace maó s de un anñ o, manteníóa relaciones carnales con Antonio Candia sin que
mi madre Rosa Allendes lo supiera […] Candia iba a verme casi a diario cuando mi

48
D’Halmar, Augusto, Juana Lucero, Santiago, Imprenta, Litografíóa y Encuadernacioó n Turíón, 1902, p. 210.
Entre los cíórculos de trabajadoras maó s organizados, tambieó n existíóa una percepcioó n de la necesidad del
aborto entre las obreras. Seguó n Marta Vergara, “la maternidad para la madre obrera es soó lo una
pesadilla”, en “Necesidad del control de los nacimientos: el problema del aborto y la mujer obrera”, La
mujer nueva, boletíón del movimiento pro-emancipacioó n de las mujeres de chile, Santiago, Imprenta
Gutenberg, anñ o 1, n° 4, febrero 1936, p. 1, ambos documentos disponibles en Memoria Chilena.
49
“Matrona”, La Opinioó n, 5 de Noviembre de 1915., en Urriola, op. cit., p. 49.
50
Archivos Judiciales de Santiago [en adelante, AJS], 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 11052,
Hallazgo de un feto, 1919.
51
“Hallazgo de un feto en una acequia”, El Chileno, 4 de Junio de 1915. Tambieó n es el caso de un feto
encontrado en la calle Huemul dos díóas despueó s. “Morgue”, El Chileno, 6 de junio de 1915.
25
madre estaba en el trabajo y entonces yacíóa conmigo. En el mes de Febrero de este anñ o
me sentíó embarazada y le comuniqueó a Candia lo que me pasaba, hacieó ndole presente
que no queríóa que mi madre se impusiera de este hecho, a lo que Candia me contestoó
que no se me diera nada porque eó l buscaríóa un remedio para hacerme abortar. El
saó bado 27 del presente llegoó Candia a mi casa como a las cinco de la tarde y me
entregoó dos obleas en una cajita de cartoó n, dicieó ndome que me las tomara y que en
seguida abortaríóa. Asíó lo hice, y al díóa siguiente, es decir el domingo 28, como a las
doce de la noche, maó s o menos aborteó . En esos momentos yo me encontraba sola en mi
pieza y como queríóa ocultar a mi madre lo que me pasaba, no di gritos de dolor y asíó
pude evitar que mi madre supiera lo que me pasaba. Esa noche envolvíó el feto en unos
panñ os y al díóa siguiente, muy temprano, me levanteó y fui a ocultarlo en la cocina,
debajo de unos papeles con la intencioó n de ir hoy díóa mieó rcoles a enterrarlo, pero
habiendo quedado la cocina abierta, penetroó en ella el gato de la casa y sacoó el feto en
el hocico y lo llevoó al patio del citeó y entonces fue cuando lo vio un arrendatario y dio
cuenta a la policíóa”52.

Candia negoó el hecho, aludiendo que no sabíóa que las obleas que entregoó a
Maríóa Erazo fueran abortivas, sino que para la jaqueca. Al mismo tiempo, intentoó
desprestigiar el relato de la muchacha estableciendo que eó l no era el uó nico con quien
ella teníóa relaciones, sino que habíóa maó s hombres que “yacíóan” con ella. De esta
manera intentaba reducir su culpa como implicado en el delito. Finalmente los
acusados fueron absueltos, pues no se pudo evidenciar la responsabilidad de Antonio
Candia, y en cuanto a Erazo, se concluyoó que no era seguro que existieran
efectivamente remedios que provocasen aborto, y que no se sabíóa si lo que Maríóa
habíóa tomado era realmente abortivo, “ya que a sus cortos diecisiete anñ os no puede
saber nada de estas cosas”53.

El aborto consideraba una pena de entre 3 y 5 anñ os de presidio, aunque se


consideraba un atenuante: si es que la mujer lo habíóa hecho para “ocultar su
deshonra”. Por esta razoó n, quizaó s, el delito estaba contemplado como “contra la moral”
y no “contra las personas”, puesto que la inculpacioó n se hacíóa, sobre todo, a la relacioó n
sexual que la mujer habíóa sostenido previamente. Era un problema de moralidad.

La categoríóa “a peticioó n de los padres” muestra la influencia que teníóan las


familias en materia de moralidad. UÚ nicamente las mujeres eran recluidas por esta

52
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4577, Contra Maríóa Erazo, Aborto, 1916.
53
Ibíód. El caso tambieó n aparece en Urriola, op. cit., p. 48.
26
peticioó n, seguramente para evitar un escaó ndalo o intentar corregir alguna “conducta
desviada” de sus hijas. Anualmente un pequenñ o nuó mero de mujeres eran procesadas
bajo esta categoríóa, que tambieó n funcionaba como un motivo de salida; es decir, habíóa
situaciones en las cuales los padres teníóan poder para recluir y liberar a sus hijas.

El adulterio era un delito que recaíóa tanto sobre hombres como sobre mujeres.
Esta transgresioó n se consideraba socialmente reprochable tanto desde las elites como
entre los sectores populares:

“La mujer que tiene amores


Con alguó n hombre casado,
Sufre bochorno y verguü enza
El díóa menos pensado”54.

Los casos revisados muestran que la mayor infraccioó n consistíóa, sobre todo, en hacer
del desliz un asunto puó blico, puesto que de este modo se danñ aba el honor de los
“burlados”. El delito de amancebamiento tambieó n formaba parte de estas
categorizaciones.

“Desde hace alguó n tiempo, he venido siendo martirizada cruelmente por mi marido, a
tal punto de dejarme, muchas veces, privada del conocimiento con los golpes
recibidos. I como si esto fuera poco, ha optado por arrojarme a la calle a fin de vivir
maritalmente con una prostituta llamada Rosario Venegas –inscrita en la
municipalidad- y que seguó n eó l mismo, sacoó de un prostíóbulo de la calle Camilo
Henríóquez. A esta meretriz la a instalado en nuestro propio domicilio, con quien hace
vida comuó n, con gran escaó ndalo del vecindario, desde hace algunos meses a esta parte,
mientras que a míó, que soi su lejíótima esposa, me ha arrojado a la calle, privaó ndome del
sustento cotidiano […] a mi marido lo han despedido de la faó brica donde trabaja, por
su mal vivir”55.

De esta manera, queda en evidencia que la mayor preocupacioó n frente al


adulterio era, precisamente, el escaó ndalo puó blico. Otra grave transgresioó n era cometer
la infidelidad dentro del propio hogar familiar, puesto que se traspasaban los líómites
establecidos desde las elites de lo que contemplaban las esferas domeó sticas y los
espacios exteriores. El adulterio al interior de la casa constituíóa un delito maó s grave en
54
Rosa Araneda, “Una reprensioó n a las mujeres que aman hombres casados”, en pliego: Ejecución del reo
Artemio Remijo Aburto. Las dos cartas que escribió el reo Aburto despidiéndose de sus compañeros de
armas, col. Lenz, 5, 2, mic. 24.
55
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10892, Contra Rosario Venegas,. Adulterio, 1919
27
la medida que se sacrificaba a la familia por el amoríóo. Si bien los hombres de la elite
practicaban estas prohibiciones al interior de sus hogares con las mujeres del servicio
domeó stico, no deslegitimaban el matrimonio, pues no se exponíóan al escrutinio de los
demaó s. El ideal era mantener las infidelidades en secreto, concurriendo a los
prostíóbulos con la mayor discrecioó n. De acuerdo con la ley, el marido que tuviese
“manceba dentro de la casa conyugal, o fuera de ella con escaó ndalo” podíóa ser
condenado a prisioó n por un períóodo de entre 61 y 541 díóas. La mujer, por el contrario,
era castigada con relegacioó n por un tiempo que iba entre los 61 díóas y los 5 anñ os 56.
Bajo estos preceptos, lo que maó s horrorizaba a las elites no era el adulterio,
considerado regular por parte de los hombre en el matrimonio, sino la algarabíóa y el
abandono de las obligaciones familiares que conllevaba el amancebamiento puó blico y
escandaloso entre los sectores populares. Ciertamente los abogados y los querellantes
reflejaron este discurso moral que iba lentamente siendo apropiado por la sociedad.

“A fines de Junio fui despedida violentamente de mi casa por mi marido Juan Francisco
Sepuó lveda, sin que mediara de mi parte motivo alguno; actualmente me he impuesto
que mi marido vive en mi propio hogar conyugal con Maríóa Cortíónez, con quien,
ademaó s de hacer vida marital, lo hacen con escaó ndalo puó blico. 57”

En los intentos por normar la familia popular, los empresarios tomaban parte
despidiendo o amenazando a los trabajadores que llevaran vidas “desordenadas”. De
este modo se aseguraban el cumplimiento de los preceptos morales impartidos a nivel
social, disciplinando la mano de obra con praó cticas pervivientes de la tradicioó n.

“Elena Coe, comete puó blicamente el delito de adulterio, i vive en puó blico
amancebamiento con Ceó sar Caó diz, herrero mecaó nico, que es empleado en la casa de
maó quinas ‘Las Cisternas’, ferrocarril eleó ctrico de Santiago a San Bernardo […] Los
trabajadores de la casa de maó quina, vecinos, inspectores i conductores, creíóan al
principio que Elena Coe era la esposa lejíótima de Ceó sar Caó diz, ya que durmieron cinco
meses juntos, en una pieza, donde no hai maó s que una cama. En Abril del presente anñ o,
la Direccioó n del ferrocarril, llamoó a Ceó sar Caó diz, i le dijo que si no dejaba el
amancebamiento con Elena Coe le quitaban el empleo de la casa de maó quina, pues,
habíóan sabido que la citada Elena Coe era mujer casada […] En Las Cisternas no hai
quien no sepa del adulterio de Caó diz con Elena Coe, pueden declarar numerosos
testigos. Han cometido el delito sin ocultarse de nadie, a la luz puó blica. El nombre de
mis hijo i míóo, se ha infamado con ensanñ amiento. Por mis pobres hijos no me he

56
Coó digo penal de la repuó blica de chile, artíóculo 381 p. 133, citado en Urriola, op. cit., p. 51
57
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10892, Contra Maríóa Cortíónez, Amancebamiento, 1917.
28
convertido en criminal, castigando a Elena Coe, por mis manos, i me ha costado dar
este paso de acusarla criminalmente por el delito de adulterio, para que la justicia le
imponga un severo castigo.”58.

El asunto del adulterio revestíóa, de esta manera, un problema que se


conflictuaba con el honor personal de los involucrados. Incluso matar a la mujer
sorprendida en adulterio era un eximiente de responsabilidad en casos de homicidio.
En Argentina, durante el mismo períóodo, existíóa la categoríóa del justo dolor, una
exoneracioó n de responsabilidad que se basaba en la presuncioó n o confirmacioó n de
“que el coó nyuge comete adulterio”. Esta atenuacioó n del delito implicaba
necesariamente “un reconocimiento del derecho a matar”59.

Entre los sectores populares solíóa rechazarse fuertemente el adulterio; el


amancebamiento, sin embargo, era parte de las experiencias cotidianas, y no
constituíóa infraccioó n alguna. Incluso podíóa llegar a ser deseable.

“Ninguna debe casarse


Sin antes hacer vivido
Tres anñ os con su querido
Para poder prepararse
Si alguna llega a pasarse
De veinte sin ser casada
Ni haya vivido enredada
A lo menos con un hombre
Puede mandarme su nombre
I seraó bien castigada”60.

El abandono del hogar era un delito “con sexo”: soó lo se sancionaba a mujeres
por eó l. Estas transgresiones eran muy condenadas socialmente, puesto que
representaban una afrenta de las hijas hacia sus familias, y porque estaban marcadas
por un halo de sospechas con relacioó n a la moral de las mujeres que incurríóan en este

58
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 7212, Contra Elena Coe, Adulterio, abandono de hogar i
secuestro, 1915.
59
Gayol, Sandra, “La maté porque era mía: los asesinatos de mujeres en la Argentina (fines del siglo XIX –
primeras deó cadas del XX”, en O’Phelan, Scarlett, y Zeggarra, Margarita (ed.), Mujeres, familia y sociedad
en la historia de América Latina, siglo XVII-XXI, Lima, Instituto Riva Aguü ero, 2006., p. 233.
60
Juan Bautista Peralta, “Leyes promulgadas. El presidente de los amores, de acuerdo con los ministros,
espidioó el siguiente proyecto de lei”, en pliego: La Lira popular Num. 38, col. A. A., N° 170.
29
crimen. Cuando era la esposa quien abandonaba el hogar, las dudas se transformaban
en graves realidades:

“Elena Coe se ha convertido en una prostituta, i eso esplica el abandono del hogar, de
su marido i de sus hijos […] esta mujer mala no puede tener a mi hija” 61.

De esta manera, las mujeres que abandonaban el hogar perdíóan no soó lo su


reputacioó n sino que sus facultades como madres, ademaó s de ponerse en peligro de
caer en prisioó n. La prensa publicaba continuamente reportes de ninñ as y mujeres que
abandonaban el hogar, instando a la justicia a actuar con mayor severidad sobre ellas.

“Don Nicasio Díóaz se ha presentado […] a denunciar que su hija Clara, de 11 anñ os de
edad, se ha fugado del hogar paterno. / Se dio cuenta a la policíóa que Ineó s Aguilera de
18 anñ os de edad, abandonoó ayer el hogar. / Por abandono de hogar fue aprehendida y
puesta a disposicioó n del Juzgado Juana Loó pez, de 18 anñ os de edad. / Hijas tan
desnaturalizadas deben ser castigadas por la justicia con todo rigor” 62.

El delito de “ultrajes puó blicos a las buenas costumbres” teníóa una alta tasa de
detencioó n en el períóodo estudiado. Al igual que los “desoó rdenes puó blicos”, esta
infraccioó n, con mayor carga moralizante, se basaba en los mismos preceptos de geó nero
que regíóan la sociedad. Durante esas deó cadas, la prostitucioó n no constituíóa un delito,
por lo que muchas prostitutas o burdeles clandestinos, sin permiso municipal para
funcionar, pudieron haber sido consignados en esta categoríóa. El ultraje lo constituíóa
principalmente el escaó ndalo, ya que las prostitutas clandestinas muchas veces hacíóan
“en plena calle” su “inmundo comercio” 63. Se intentaba mantener lejos de templos y
escuelas, para “evitar el repugnante espectaó culo” 64. Sin embargo, muchas denuncias
por ultrajes a la moral puó blica llamaban la atencioó n de las autoridades:

“Don Juan de Dios Morandeó […] ha puesto en conocimiento que frente a la parroquia
[…] de Dolores […] y frente a su casa-habitacioó n se ha establecido un prostíóbulo
rejentado por Luis Cuadra i tanto este como las asiladas […] forman continuamente
escaó ndalos de caraó cter grave, pues en presencia del vecindario honesto, del cura

61
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 7212, Contra Elena Coe, Adulterio, abandono de hogar i
secuestro, 1915.
62
“Abandono” El Diario Ilustrado, 20 de Noviembre de 1905, “Abandono de hogar”, El Chileno, 4 de
Marzo de 1915, “Abandono de hogar”, El Chileno, 8 de Marzo de 1915, “Abandono del hogar”, El Chileno,
25 de Febrero de 1915.
63
Goó ngora, AÚ lvaro, La prostitución en Santiago. Visión de las elites, Santiago de Chile, DIBAM, p. 110.
64
Ibíód., p. 114.
30
paó rroco i de personas de ambos sexos, de corta edad, presentan al desnudo sus partes
genitales i pronuncian obscenidades que ofenden al pudor de cualquier persona” 65.

Sin contar la ebriedad, este delito fue el segundo maó s registrado por las
estadíósticas oficiales, despueó s del de hurto. De esta manera, aunque la categoríóa de
críómenes contra la moral no haya sido la maó s recurrente entre las mujeres (a pesar de
los imaginarios en torno a la desmoralizacioó n femenina), esta transgresioó n particular
se encuentra entre las maó s frecuentes entre las mujeres del períóodo estudiado.

DELITOS CONTRA LAS PERSONAS

Tengo pena, tengo rabia,


Tengo ganas de llorar
Porque a la Corina Rojas
La quieren afusilar.

Dicen que la Corina


Siendo una dama
Ha muerto a su marido
Tando en la cama.

Tando en la cama sí
No puede ser
Que fusilen en Chile
A una mujer.

Presa está la Corina


Por asesina.

Los delitos contra las personas estaban marcados por una doble visioó n hacia la
mujer. Por una parte, estadíósticamente los cometíóan en menor medida que los
hombres, quienes eran procesados mayoritariamente por este tipo de transgresiones.
Sin embargo, a nivel de discursos y representaciones, estos críómenes teníóan un gran
impacto social, al ser asociados a una naturaleza particular de la mujer y supuesto de
caraó cter moral que la vinculaban con la crueldad y la fragilidad emocional. Poniendo
especial eó nfasis en delitos como el infanticidio y los homicidios provocados por celos,

65
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9025, Denuncia de Don Juan de Dios Morandeó por Ultraje
a las buenas costumbres, 1917.
31
se intentaban dibujar los contornos de una mujer criminal esencialmente deó bil, sobre
todo en cuanto la control sobre su moralidad66.

Tabla 4: Delitos contra las personas (1912-1920)


% en relación al total de
Delito Cantidad promedio anual
delitos
Lesiones corporales 141 3,5%
Pendencia 109 2,7%
Injurias 18 0,4%
Homicidio 13 0,3%
Infanticidio 3 0,07%
Otros 11 0,2%
Total 295 7,3%
Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1912-1920.

El delito que maó s cometíóan las mujeres, de acuerdo a las estadíósticas, era el de
lesiones. Los hombres eran procesados por lesiones hasta ocho veces maó s que las
mujeres en Santiago, constituyendo uno de los delitos masculinos maó s frecuentes,
junto con el hurto, el homicidio y las estafas.

Uno de los espacios maó s tendientes a la violencia eran el aó mbito domeó stico y el
de las fiestas. La violencia cotidiana en los hogares y cantinas, teníóa relacioó n tanto con
el alcohol como con el hacinamiento permanente de las familias, que generaban
tensiones y agresividades, muchas de las cuales se canalizaban contra la mujer. Por
otra parte, la violencia formaba parte tambieó n de una realidad transversal en la
sociedad epocal, por lo que no es posible limitarla a los sectores populares, auó n
cuando estos teníóan sus propias praó cticas culturales de agresioó n, insertas de alguó n
modo en la realidad de las experiencias cotidianas.

Seguó n el discurso hegemoó nico, las violencias populares no teníóan nada que ver
con las estructuras socioeconoó micas ni con las pautas culturales extensivas a toda la
sociedad. Se decíóa que:

“el delito de lesiones tiene por causa o razoó n fundamental la embriaguez, cometido
con frecuencia por causas baladíóes, como por ejemplo, el negarse a invitar, o no
66
Rivera, Carla, op. cit., p. 102.
32
aceptar una invitacioó n a beber, casos que traen como consecuencia altercados en que
los renñ idores profieren injurias maó s o menos graves”67.

Las lesiones podíóan provocarse entre vecinos, debido a enemistades o por


problemas de dinero u honor, como las que Timoteo Vaó squez denunciaba en contra de
su esposa en 1910:

“Grande fue su sorpresa al encontrarse al frente a Maríóa Vaó squez y su marido Emilio
Ramos, quienes estaban en completo estado de ebriedad. La Vaó squez, en actitud hostil,
preguntoó a mi mujer, si se encontraba en mi casa Carlos Vaó squez y bastoó que ellas le
contestasen que no vivíóa ahíó, para que Ramos y la Vaó squez la injuriaran groseramente,
tratando a mi mujer y a mi hija, de prostitutas […] No contentos con dicho proceder,
penetraron al interior de mi casa, violentamente y contra la voluntad de mi mujer,
amenazaó ndolas auó n, darles de punñ aladas si no les precisaban el paradero de mi hijo” 68.

Durante esos anñ os, la poesíóa popular reflejaba las situaciones cotidianas de
violencias populares, bajo el tíótulo de “consejos” (tanto para la esposa como para el
esposo). Sin embargo, estas posiciones no eran uníóvocas, ya que habíóa otras poesíóas
que rechazaban la violencia en el matrimonio, especialmente contra la mujer.

“Si te sale mui parada


Porfiada i de mal talento
Zuó rrale como de intento
Un charquicaó n de patada;
No hai que dispensarle nada
Porque es darsea aborrecer,
A golpes la has de tener,
Si acaso te cobra celo,
Dale un buen tiroó n de pelo
Hasta que aprenda a querer”69.

Seguó n Salazar, no era extranñ o que “en este contexto de crisis, opresioó n y
flexibilidad moral recíóproca de hombres y mujeres, las relaciones internas de las
parejas constituidas (legalmente o no) fueran inestables, dando lugar a perioó dicos
estallidos de violencia fíósica y emocional” 70. Durante el períóodo estudiado, los
perioó dicos publicaban continuamente noticias acerca de maridos que golpeaban a sus

67
AE 1909.
68
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 3198, Contra Maríóa Vaó squez y Emilio Ramos, Lesiones y
violacioó n de domicilio, 1910.
69
Rosa Araneda, “Consejos para el hombre en contra de la mujer”, en pliego: Evasión de reos de la cárcel-
penitenciaría. Cinco muertos i muchos heridos, col. Am. II, 305, mic. 42.
70
Salazar, Gabriel op. cit., p. 319.
33
esposas, llegando incluso a titular iroó nicamente las resenñ as como “Caricias de esposo”,
“Esposo carinñ oso”, o “Un valiente”71.

A pesar de que muchas mujeres aceptaban las agresiones como parte de las
relaciones “normales” de pareja, no se les puede tildar de “pasivas”, puesto que los
coó digos culturales eran compartidos tanto por hombres como por mujeres. Tambieó n
existíóan casos en que ellas se defendíóan o tomaban la iniciativa en la violencia al
interior del hogar. En 1917 Victoria Zelada fue acusada por las lesiones inferidas a
Manuel Molina, con quien hacíóa “vida marital”. Seguó n la policíóa eó stas fueron:

“una herida en la espalda, otra en el hombro derecho, otra en la munñ eca izquierda i
otra en el brazo derecho, las cuatro graves y una leve en el brazo izquierdo, todas con
cuchillo, en defensa propia, seguó n dice, porque Molina le infirioó una herida leve en la
cabeza con un fierro”72.

Seguó n la acusada, Manuel Molina le habíóa pedido dinero para comprar alcohol:

“y como no le di el dinero que eó l me exigíóa para seguir tomando, se armoó de un


estoque y me persiguioó con eó l con el objeto de herirme”73.
No es posible saber si era realmente en defensa propia, pero para el juez era
suficiente la confesioó n de la imputada, por lo que la condenoó a 21 díóas de presidio. En
otro caso, la sirvienta Julia Fernaó ndez agredioó a su patroó n:

“Si el defendido sufrioó la lesioó n o contusioó n leve que teníóa en el brazo, pues se la causoó
el mismo, puesto que yo estando en la cocina con el cuchillo en mis quehaceres fue
eó ste quien me atacoó a mi, contra mi persona y honra y por defenderme de tamanñ a
agresioó n se hirioó solo el reclamante o sea el tal Luis Pizarro” 74.

La defensa ante las lesiones no era algo extraordinario, pero tampoco debe
pensarse la violencia de la mujer soó lo desde la perspectiva de la proteccioó n, pues
reduciríóa las posibilidades de comprensioó n de este fenoó meno. En la poesíóa popular, los
“consejos” para las mujeres síó teníóan este tinte defensivo, pues de otro modo la
71
El Diario Ilustrado, 1 y 30 de Diciembre de 1905, 13 de Septiembre de 1915. Otros artíóculos sobre
violencia conyugal se pueden encontrar a lo largo de todo el anñ o en este mismo perioó dico y en El
chileno.
72
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9050, Contra victoria zelada, Lesiones, 1917.
73
Ibid.
74
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9527, Contra Julia Fernaó ndez, Lesiones, 1917.
34
violencia no se hubiera comprendido como “necesaria”, sino que habríóa formado parte
de una transgresioó n injustificada:

“Cuando tu marido trate


Pegarte o si te rasgunñ a
Como puedas las diez unñ as
Entieó rrale en el gaznate.
[…]
La llegada le tanteas
Con la tetera hirviendo.
Si te llega algo diciendo
Al tiro se la baseas”75.

Muchas veces las lesiones se daban entre vecinas y vecinos, generalmente por
peleas ocasionadas dentro del espacio de convivencia del conventillo.

“Elisa Tapia Robiere, fue aprehendida en la calle Quinta, por haber dado de golpes con
un ladrillo a Puríósima Macaya, causaó ndole una herida grave en la frente” / “Rosa
Aguilera fue conducida a la Asistencia Puó blica con graves heridas que le ocasionoó
Margarita Abarca, con quien tuvo un altercado de palabras que terminoó en rinñ as” 76.

Las lesiones representaban, en esos casos, la extensioó n fíósica de las agresiones


verbales.
“Ayer en la tarde Lucrecia Pobrete Bravo y Antonio Vega, vecinos ambos […] por
motivos fuó tiles armaron una gran gresca, en que se dijeron barbaridades, sirviendo de
gratuita diversioó n a los vecinos de ese populoso barrio” / “Zoila Bobadilla F., armada
de una piedra, atacoó a Maríóa Beníótez y a Cipriano Espinoza, pasaje Zaldíóvar nuó mero 10,
causaó ndoles a estos varias contusiones en la cabeza” 77.

El delito de “pendencia” representa un porcentaje relativamente alto en


relacioó n a los críómenes femeninos. En comparacioó n con los hombres es significativo,
puesto que no constituíóa una transgresioó n en el aó mbito masculino. El castigo social
que existíóa hacia la mujer renñ idora, impulsiva y “pendenciera” era alto: se estimaba
que no era propio de su sexo y por tanto implicaba una conducta reprochable.

75
Lira popular, col. Lenz, vol. 6, mic. 4135, citado en Urriola, op. cit., p. 54.
76
“Con un ladrillo”, El Chileno, 4 de Marzo de 1915; “Entre mujeres”, El Chileno, 20 de Abril de 1920.
77
“Palos entre vecinos”, El Chileno, 20 de Abril de 1915; “Con una piedra”, El Diario Ilustrado, 7 de
Noviembre de 1905.
35
El delito de injurias es uno de los maó s frecuentes en los casos judiciales
revisados, auó n cuando en la estadíóstica su presencia sea exigua. Estos altercados
teníóan una relacioó n directa con el estrecho espacio, en el que las relaciones de
convivencia se comprimíóan e intensificaban. De esta manera, muchas mujeres eran
acusadas de calumniar a vecinos o companñ eros de trabajo.

“Fui a sacar agua a la llave, la querellada me insultoó groseramente delante de un


sinnuó mero de personas trataó ndome de prostituta puó blica, sinverguü enza, podrida, que
vivíóa amancebada con un chino i muchas otras espresiones por el estilo” 78.

La importancia atribuida al estigma en el perfil puó blico que constituíóa la injuria


teníóa que ver con la sensibilidad “hacia el honor y el rol de la reputacioó n en la
construccioó n de una imagen”79. Si las injurias y calumnias estaban tan presentes en las
esferas judiciales es porque la defensa del honor actuaba legitimada en el espacio
social que la conteníóa, puesto que era una praó ctica extendida en los cíórculos cotidianos
de la sociedad. En 1912 Laura Plaza, al ser imputada de un robo a Mercedes Arancibia,
respondioó a las acusaciones diciendo:

“Conocíó a Mercedes Arancibia desde el anñ o 1909 pero hace un anñ o maó s o menos le
retireó en absoluto mi amistad, en vista de que descubríó que llevaba una vida
desordenada y recibíóa en su casa a infinidad de hombres. Siendo yo casada
lejíótimamente era natural que no debiera tener relaciones de ninguna especie con
semejante mujer [….] El domingo uó ltimo […] me salioó sorpresivamente al encuentro la
Arancibia, y allíó, en plena calle me injurioó de la manera maó s grosera jactaó ndose de que
el uó ltimo escaó ndalo que me hizo frente a mi casa […] lo habíóa cometido ella” 80.

Poniendo en duda la reputacioó n de la querellante, la acusada recomponíóa su


propia imagen frente al juez, lo que desvalorizaba el cargo de robo, hasta el punto de
invisibilizarlo.

“En vista que no podíóa conseguir la amistad de mi mujer, la Araya, desde hace maó s o
menos un anñ o a esta parte, hostiliza sin interrupcioó n a mi familia; mis hijos i mi mujer
no pueden asomarse a la puerta de la calle o a la ventana sin esponerse a recibir de
boca de la Araya los maó s groseros insultos i palabras obscenas, de modo que nuestra
vida, antes tranquila, se ha transformado en un infierno, pues, no podemos estar un
momento sin oíór, como ya lo he dicho, groseríóas de aquellas que ni auó n se oyen en boca
78
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10512, Contra Mercedes Carrasco, Injurias, 1918.
79
Gayol, Sandra, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008, p. 33
80
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4602, Contra Laura Plaza, Robo, 1912.
36
de carreteros […] dicieó ndole que era una rotosa que acostumbraba a cohabitar con los
amigos de nuestros hijos, i muchas otras palabras que no quiere reproducir. Al
imputar a mi mujer ese delito de adulterio, la Araya se hace reo del delito de injurias
[…] le imputa un vicio i falta de moralidad que perjudica considerablemente la fama i
creó dito de una mujer casada madre de familia”81.

Las injurias contra las mujeres generalmente teníóan que ver con su sexualidad,
con las relaciones que llevaban con los hombres, siendo el epíóteto de prostituta uno de
los que maó s danñ o producíóan en la reputacioó n. En el caso de los hombres, los
calificativos como ladrón o sinvergüenza primaban:

“Donñ a Ema Aguilera, empleada en las labores del sexo i domiciliada en Barnechea Nº
316, profirioó contra el infrascrito la espresioó n de ladroó n i contra su mujer […] la
espresioó n de puta. Esas espresiones, que menguan considerablemente mi creó dito
como mercantil i mi fama, constituyen el delito de injurias graves” 82.

Asimismo, las injurias podíóan recaer sobre los hijos de los demandantes:

“Emilia Ulloa me gritoó puó blicamente que mi hija Maríóa Soledad Ruiz era una
‘prostituta capoteada por los hombres’ siendo que es una ninñ ita que auó n no ha
cumplido diez anñ os, matriculada en la escuela y de mui buenas costumbres” 83.

La demanda por injurias se dividíóa por lo general en dos partes: primero se


presentaba al juez la ofensa, para luego “limpiar” el honor por medio de un descargo
acerca de la inverosimilitud de la agresioó n verbal:

“Que hablas puta cortera, sinverguü enza, que si andas vestida decentemente es porque
chasqueas a los hombres […] Fuera de estas espresiones proferidas por la querellada i
que constituyen injuria grave por ir en deshonra, descreó dito o desprecio de mi
persona, emitioó la querellada otras espresiones tan injuriosas como las ya
mencionadas”84.

En algunas ocasiones, los acusados emitíóan una disculpa para que los cargos
fueran retirados:

“La querellada donñ a Ester Soledad campos […] a la vez que confiesa haber proferido la
injuria porque se le demanda, declara que ello lo hizo en un rasgo de ira contra la
persona del querellante, motivada especialmente por razones de enemistad que por el

81
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 9018, Contra Julia de la Fuente, Injurias, 1917.
82
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10840, Contra Ema Aguilera, Injurias, 1919.
83
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Emilia Ulloa, Injurias, 1917.
84
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 12042, Contra Ana Loó pez, Injurias, 1920.
37
hecho del cobro que se enuncia en la demanda, esplicando que al espresarse en los
teó rminos que lo hizo fue porque desconocíóa en absoluto el alcance moral y material
que esa espresioó n podíóa producir en la buena reputacioó n y honorabilidad sin tacha
que le reconoce al querellante senñ or Aguayo, y sin que la moviera maó s que la intencioó n
de un simple insulto”85.

A partir de los casos estudiados, es posible establecer que en las primeras


deó cadas del siglo XX la importancia del honor y la reputacioó n individual eran de gran
significancia en todos los cíórculos sociales, auó n cuando tuvieran valoraciones
culturales diferentes. El honor funcionaba como un ordenador del espacio social, en el
que cada individuo necesitaba permanentemente negociar su identidad.

En el mundo del conventillo, las injurias se volvieron maó s intensas, debido al


estrechamiento de las relaciones sociales. En el mundo de los cuartos redondos las
personas “se trenzan, a menudo, en rencillas cuyos resultados se definen con la
aparicioó n de dos o maó s carabineros, que arrean con el culpable o con todos los
peleadores y, muchas veces, hasta con los curiosos. Las mujeres se disgustan por
nimiedades”86.

El delito de homicidio, aunque escaso en las mujeres en comparacioó n con los


hombres, teníóa para la elite una connotacioó n particular acerca de las relaciones de
convivencia de los sectores populares. Seguó n la oficialidad, muchos de estos críómenes
teníóan por causa:

“movimientos pasionales, como los que producen los celos provocados por las mujeres
de nuestro bajo pueblo que viven en mancebíóa, que no guardan fidelidad alguna a sus
respectivos amantes y que, desprovistas de esos afectos que caracterizan la vida noble
y serena del hogar legíótimo, provocan conflictos que terminan con la baó rbara y
antisocial solucioó n del crimen”87.

De esta manera, de alguna u otra forma, los homicidios teníóan relacioó n con las
mujeres. La mujer asesina, como toó pico de representacioó n de una figura femenina
“malvada”, estaba socialmente muchos maó s distribuido a traveó s de la prensa de lo que

85
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Ester Soledad Campos, Injurias, 1919.
86
Nicomedes Guzmaó n, Los hombres oscuros, Santiago, Editorial Yunque, 1939, p. 28.
87
AE, 1909.
38
existíóa en las estadíósticas. Sin embargo, se le atribuíóa al delito caracteríósticas
diferentes a los masculinos.

En primer lugar, la mujer homicida actuaba movida por celos o por amor. Este
es el caso de Corina Rojas, mujer condenada a muerte por matar a su marido en 1916,
quien supuestamente se habíóa enamorado perdidamente de otro hombre. El caso
generoó gran revuelo en la prensa, por la poleó mica en torno a la pena de muerte
femenina:

“Las mujeres tienen razoó n para quejarse de que las leyes las hagan los hombres. Se
han reservado la parte del leoó n. La mujer se pierde en el hombre como el agua en la
esponja: el hombre la absorbe. En las leyes, ante los jueces no aparece si no eó l. Las
mujeres no son personas sino para los deberes del sexo y las cargas de la familia
(conste que todo esto lo dicen las mujeres; que nosotros no decimos nada). Por eso la
Corte de Apelaciones ha pedido al Consejo de Estado que no indulte ni conmute la
pena a Corina Rojas; que la fusile sin piedad. ¿Hay razoó n para tanta crueldad? Es
verdad que Corina fue un poco liviana de cascos; que se casoó sin amor y que el amor se
le despertoó despueó s, mediante las sugestiones de un Don Juan verboso como una
cotorra y enamorado como un gato […] Corina es mujer y mujer enamorada, doble
motivo para no ejecutar en ella la pena capital. Hay que ser beneó volos con los
críómenes del amor”88.

El fusilamiento de Corina Rojas resultaba poleó mico por ser una mujer. Se le
atribuíóan menores grados de consciencia criminal, al estar seducida por un hombre
que la habíóa enamorado. A ella y a la mayoríóa de las mujeres asesinas se las
identificaba con un grado de monstruosidad que no teníóa que ver con su lado
racional89: era sintomaó tico de una anomalíóa, imposible de describir, y que se traducíóa
en los llamados “movimientos pasionales”. Los poetas populares solíóan llamar a estos
críómenes “horrorosos” y “baó rbaros” y referirse a la asesina como una mujer “sin
piedad”.

“Por su indigno corazoó n


I su intento maldito,
Aunque llore su delito
No podraó tener perdoó n;
Moriraó en la correccioó n

88
Holmer, “Cosas de otro mundo”, Revista Corre Vuela, Santiago, N° 424, anñ o IX, 9 de Febrero de 1916,
citado en Carla Rivera, op. cit., p. 106.
89
Carla Rivera, op. cit., p. 111.
39
Por el hecho sucedido;
Tal como va referido
Esta es la pura verdad,
Los ultimoó sin piedad
En medias con su querido”90.

“Sin maó s porque lo pilloó


Con otra ninñ a abrazado,
Aquel diablo condenado
La punñ alada le dio
Las tripas fuera le echoó ,
¡Buena la barbaridad!
Se esparcioó esta novedad
Por las calles, sin enbozo,
De que victimoó su esposo
Una mujer sin piedad”91.
Siempre movidas por celos o amor, las mujeres homicidas eran asociadas a
extranñ as fuerzas incontenibles, excitaciones nerviosas y ataques de rabia que
aparecíóan producto de su propia naturaleza mujeril.

“Presa de una rara excitacioó n nerviosa, recorrioó el camino que los separaba,
empunñ ando en la mano derecha, el cabo negro del revoó lver, en ese momento envuelto
en trapos”92.

Un segundo elemento en la representacioó n de las mujeres que cometíóan


homicidios, era su actuar en defensa propia. Es el caso de Carmen Covarrubias, quien
fue acusada del homicidio de Luis Díóaz:

“En la calle Rivera esquina de Victorias, aprovechando la obscuridad, Díóaz la haloó al


suelo con el fin de violarla, entonces ella en defensa sacoó un cuchillo que llevaba en la
pierna dentro de la media y le dio varias punñ aladas, en seguida, huyoó por la calle
Rivera, donde encontroó un guardiaó n y le dijo que en la esquina habíóan dos hombres
peleando y uno de ellos habíóa recibido unas punñ aladas” 93.

La acusada respondioó a los cargos exponiendo que “mi aó nimo fue defenderme,
pero sin causarle la muerte”. Sin embargo, fue condenada a 5 anñ os y 1 díóa de presidio

90
Rosa Araneda, “La hija que matoó al padre i a la madre, en medias con el querido”, en pliego: La hija que
mató al padre i a la madre en medias con el querido. I la niña que hizo pacto con el Diablo para que le
diese marido, col. Am. II, 326, mic. 46.
91
Rosa Araneda, “La mujer que matoó a su marido porque pilloó con la chei, en pliego: Crímenes en la
Araucanía, el marido que ultimó a su mujer a garrotazos. Gran esplosión en la fábrica de cartuchos, col.
Lenz 5, 28, mic. 28.
92
“La venganza de una esposa ofendida”, El Chileno, 8 de Septiembre de 1915.
93
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente s/n, Contra Carmen Covarrubias, por Homicidio, 1918.
40
mayor94. Otros asesinatos eran para defenderse no soó lo fíósicamente, sino que para
resguardar la “honra” de la ofendida:

“Tranquila i mui serena


Se encuentra ella les direó
Diciendo ya me vengueó ;
I con la vida ha pagado
El que mi honra ha quitado
AÚ njel Petraglia fue”95.

Muchas veces, una mujer asesinada podíóa ser considerada socialmente


culpable, por haber dado razones a su victimario de matarla.

“En la cama los halloó


Haciendo no seó queó cosa;
Luego la mujer manñ osa
Malamente lo tratoó
Porque no se le humilloó
Ella i le pidioó perdoó n,
Si no como tiburoó n
Lo recibioó de tal suerte,
Por eso eó l le dio muerte
Con justíósima razoó n”96.

Un caso significativo es el de Zoila Romero, quien fue asesinada por su novio


por celos en 1900. Los motivos del joven fueron compartidos por la prensa hasta que
se restituyoó el “honor” de la víóctima.

“Las simpatíóas puó blicas estaban de parte del joven victimario. Era este una persona
recomendable, buen mozo, de finos modales, mui conocido i mui apreciado por sus
buenas prendas. A la infortunada Zoila se la habíóa visto conversar con otro que no era
su novio, oíór complacida sus palabras, prodigarle atenciones; pronto la mal dicencia
lanzaba sobre ella sus flechas envenenadas; i todavíóa despueó s de muerta, sobre su
cadaó ver auó n palpitante, tejíóa toda una historia calumniosa e infame, en la cual
padecíóan la pureza i el honor de la desgraciada. Se justificaba el crimen, se compadecíóa
a Palominos; se lanzaban en voz alta aquellas frases que queman maó s que el fuego, de
‘para queó sirve una mujer asíó’ […] comentaban […] que Palomino habíóa hecho bien,
mui bien, matando a una traicionera […] El examen meó dico […] ha venido a revelar que
aquella infortunada joven era una soó lida virtud; habíóa sabido defender su honra de
toda asechanza peligrosa. Esta reparacioó n poó stuma que hace la justicia ha echado por
tierra todos los comentarios venenosos, levantando en su lugar en todos los
corazones, en todas las conciencias, un sentimiento profundo de simpatíóa, de
admiracioó n […] Su familia, respirando ansiosa en medio del dolor aquellas brisas
94
Ibidem.
95
Rosa Araneda, “Terrible i traó jico suceso. Una ninñ a calumniada dio muerte a su ofensor” en pliego:
Terrible i trájico suceso. Una niña calumniada dio muerte a su ofensor, col. Am., II, 300, mic. 41..
96
Rosa Araneda, “El marido que ultimoó a la mujer i al lacho porque los pilloó durmiendo juntos”, en
pliego: El marido que ultimó a la mujer i al lacho porque los pilló durmiendo juntos, col. Am., II, 333, mic.
47.
41
salvadoras de la honra, de la virtud, de la fama de la muerta querida i por consiguiente
de la propia felicidad, amortajoó el cuerpo con un blanco vestido i margaritas i
azucenas, síómbolo de la pureza. Zoila Romero era hija del pueblo” 97.

Un uó ltimo delito contra las personas concierne a los infanticidios. Estos


críómenes, cuyas procesadas soó lo eran mujeres, correspondíóan en su mayoríóa al
hallazgo de recieó n nacidos abandonados o muertos. Estas situaciones se repetíóan
regularmente entre los sectores populares, por ser parte de la situacioó n de
pauperismo y desesperacioó n de muchas familias trabajadoras. Para las elites, sin
embargo, estos delitos eran calificados de horripilantes, senñ alando como uó nico
culpable al estado mental de las mujeres “enloquecidas” y no a las condiciones de
pobreza existentes.

“La mujer infame, no harta con dar muerte al hijo de sus entranñ as, poseíóda de un
delirio criminal, se bebioó una pocioó n de aó cido feó nico, se atoó el manto al cuello como
para ahorcarse, y de pronto febrilmente, presa de una locura horrible, se subioó sobre
la baranda de hierro del paseo, lanzoó un grito […] y se despenñ oó por la pendiente” 98.

El infanticidio era calificado usualmente en la prensa como llevado a cabo por


“madres desnaturalizadas”. Cuando un ninñ o era encontrado muerto, sin importar las
causas, se culpaba a la madre de familia por el abandono. De esta manera, la madre era
culpable no soó lo cuando cometíóa el delito, sino tambieó n cuando dejaba que otros lo
hicieran. Cuando un ninñ o en 1900 fue atropellado por un tranvíóa, el perioó dico decíóa,
haciendo hablar al por medio de la narracioó n:

-Traigo, aquíó, senñ or; a la uó nica culpable del atropellamiento de mi hijo; haó game el favor
de dejarla presa. ¡El cochero i la conductora del carro no tienen culpa ninguna! 99”.

97
Juan Garcíóa, “La virtud de una hija del pueblo”, El Chileno, Santiago, 30 de Mayo de 1900. Juan Bautista
Peralta tambieó n relata los hechos: “Palomino la increpoó /Sobre su nueva amistad/I poca fidelidad/Que
en Zoila reconocioó /La Romero contestoó /No de bien modo a su amante/El joven desde ese
instante/Pensoó en quitarle la vida/A su novia tan querida/Porque no le fue constante. Juan Bautista
Peralta, “Sobre el novio que asesinoó a su novia por celos i una proó xima ejecucioó n”, en pliego: Horribles
dramas. Asesinatos i violaciones. La Lira Popular N. 15, Col. A. A., N° 147.
98
“En Valparaíóso. Horrible crimen”, El Chileno, Santiago, 20 de Abril de 1905.
99
Juan Garcíóa, “Un drama popular ¡Debilidad de madre!”, El Chileno, Santiago, 21 de Octubre de 1900.
42
TRABAJO FEMENINO Y CRIMINALIDAD

En este capíótulo se analizan los delitos contra la propiedad, relacionaó ndolos con
los oficios maó s criminalizados en cuanto a hurtos y estafas, principalmente. Estas
transgresiones representaban la mayoríóa de los cometidos por mujeres en el períóodo
estudiado, lo que se puede relacionar directamente con las precarias condiciones
econoó micas de los sectores populares, y sobre todo de las mujeres trabajadoras, que
caracterizaron a Santiago en las primeras deó cadas del siglo XX.

Tabla 5: Delitos contra la propiedad (1912-1920)


% en relación al total de
Delito Cantidad promedio anual
delitos
Estafa 32 0,7%
Hurto 427 11%
Robo y robo con violencia 45 1,1%
Otros 56 1,3%
Total 560 14,1%
Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1912-1920.

A partir de lo estudiado, es posible observar que hay oficios que estaó n maó s
criminalizados que otros: lavanderas, prostitutas, costureras el servicio domeó stico y
las comerciantes. En cuanto a las trabajadoras industriales, auó n cuando eó stas no
aparecen en los casos ni las estadíósticas con mucha frecuencia, realizan un oficio que
socialmente se asocia a todos aquellos niveles de peligrosidad en que puede caer una
mujer visible: inmoralidad, callejeo, prostitucioó n, enfermedad.

Las mujeres siempre habíóan trabajado en el mundo popular. Sin embargo,


cuando su adecuacioó n al mundo urbano se hizo algo inevitable desde el punto de vista
de las elites, se intentoó sexual las labores adecuadas para ellas. Es asíó como, hasta en
los oficios industriales, las mujeres fueron dirigidas hacia trabajos “propios de su
sexo”. Las Escuelas profesionales de ninñ as jugaron un papel importante en esas

43
definiciones100. Por lo tanto, de alguna u otra forma, todos los oficios eran “con sexo”,
puesto que se intentaba normalizar el trabajo y finalmente feminizarlo.

Es importante destacar que los oficios teníóan maó rgenes difusos: las empleadas
podíóan ser particulares o tambieó n industriales, una lavandera podíóa lograr emplearse
como sirvienta domeó stica y dentro de un hogar podíóa ser cocinera, amas de leche, ama
seca, etc. Muchas veces las prostitutas declaraban ser lavanderas, costureras o
empleadas para esconder su oficio. Ademaó s, las mujeres se movíóan con cierta fluidez
de un oficio a otro.

La gran mayoríóa los oficios aquíó retratados estaó n relacionados con el mundo del
conventillo, el cual, seguó n Nicomedes Guzmaó n, “estaó habitado por gente de la maó s baja
condicioó n social: obreros, peones, mozos, costureras que se amanecen pedaleando,
lavanderas que consumen sus vidas curvadas sobre la artesa, rateros y putas” 101. Estos
oficios se relacionaban, ademaó s de los delitos contra la propiedad, con agresiones, de
parte de los patrones mayormente y de ellas hacia ellos, casi siempre defensivas.

Como dice Ivonne Urriola:

“Asíó como ellas influyeron en la economíóa de la capital, tambieó n la ciudad afectoó sus
actividades. Como vimos anteriormente, las mujeres que trabajaban en los sectores
informales de la economíóa eran principalmente migrantes de zonas rurales, que al
llegar a Santiago se instalaron en ranchos y luego fueron trasladadas a los fríóos y
estrechos conventillos. Tal como esto cambioó sus relaciones familiares y de pareja,
transformoó las actividades laborales de las mujeres. El delito se convirtioó en una forma
de escapar de la precaria situacioó n econoó mica en que se encontraban. Muchas de ellas
debieron hurtar, estafar, golpear y a veces matar, para sobrevivir en el mundo
laboral”102.

LAVANDERAS

100
Godoy, Lorena, “Armas ansiosas de triunfo: dedal, agujas, tijeras: la educacioó n profesional femenina
en Chile, 1888-1912”, en Godoy, Lorena, [et. al] Disciplina y desacato: construcción de identidad en Chile.
Siglos XIX y XX, Santiago, SUR-CEDEM, 1995, pp. 71-110.
101
Guzmaó n, Nicomedes, op. cit., p. 29.
102
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 66
44
“Domitila entre cucharada y cucharada clavaba sus ojos en los míóos y me transcurríóa un monoó logo
exclusivamente materialista […] sus ojillos agudos y fríóos me decíóan claramente: para comer este
puchero, mascar este pan y beber este trago de teó , trabajo mucho…lavo como esclava” 103.

Seguó n Alejandra Brito, entre 1865 y 1920 el 20 por ciento de las mujeres con
oficio en Santiago declaraban ser lavanderas. Era uno de los oficios maó s comunes en el
mundo popular de Santiago en el períóodo estudiado. Durante el siglo XIX, las
lavanderas habíóan representado un lugar importantíósimo en la conformacioó n del
trabajo femenino, llegando a haber 62.977 en todo Chile el anñ o 1907 104. Sin embargo,
esas cifras fueron descendiendo, puesto que si bien ese mismo anñ o en Santiago el 5,3%
de la poblacioó n femenina se dedicaba al oficio, en 1920 representaban tan solo un
2,8%105. Estos cambios pueden haber formado parte de los procesos de “hogarizacioó n”
de la mujer, quien lentamente pasoó a formar parte en las estadíósticas oficiales de la
categoríóa “Domeó stico” en vez de la de “Lavanderíóa”, en un esfuerzo maó s imaginario que
real de circunscribir a la mujer a las labores del hogar.

La lavanderíóa era un oficio que se desarrolloó primero en lugares que contaban


con aguas puó blicas y maó s tarde en el aó mbito semi-domeó stico y semi-privado de las
acequias de los conventillos. Los hogares de las elites o de las clases medias preferíóan
mandar a lavar sus ropas afuera, por lo mucho que esta labor ensuciaba las aguas 106.
Es por ello que el oficio de lavanderíóa en contacto con el conventillo resultoó grave en
teó rminos sanitarios. No obstante, se incrementoó sistemaó ticamente, ya que “la
posibilidad de contar con agua –aunque fuese sucia-”, hizo maó s atractivo el oficio en el
espacio popular –y mayoritariamente femenino- de los cuartos redondos107. Las

103
Gonzaó lez Vera, Joseó Santos, Vidas Mínimas, p. 57, citado en Pedraza, Ana Maríóa, La mujer popular
santiaguina, Tesis para optar al grado de Licenciatura en Historia, UC, 2004, p. 36
104
Salazar, p. 291.
105
En 1907 habíóa 11.769 lavanderas y en 1920 8.669. Urriola, p. 82. Seguó n la autora, si estas cifras se
comparan en relacioó n a la poblacioó n femenina econoó micamente activa, la diferencia es auó n maó s draó stica,
de un 17 a un 2,9%.
106
Brito, Alejandra, “Del rancho al conventillo. Transformaciones en la identidad popular femenina,
Santiago de Chile, 1850-1920”, en Godoy, Lorena (et al.), Disciplina y desacato. Construccioó n de
identidad en Chile, siglos XIX y XX., Sur-Cedem, 1995, p. 47. Seguó n la autora, “lavar ropas ajenas tuvo
una connotacioó n importante en una ciudad con una crisis de abastecimiento de agua, como lo era
Santiago”.
107
Brito, Alejandra, op. cit., p. 47.
45
mujeres adquiríóan los implementos necesarios y comenzaban su desempenñ o en el
oficio, muchas veces compartiendo labores en el estrecho mundo del conventillo.

Tabla 6: Materiales necesarios para el oficio de lavandera y sus precios


Material Precio ($)
2 Artesas 6,7
2 Canastos 3
1 Escobilla 0,3
30 metros de Cordel 3
1 Tabla 1
2 Planchas 1,6
1 Caldero 3,5
Total 19,1
Fuente: Guillermo Eyzaguirre y Jorge Erraó zuriz, Estudio Social. Monografía de una familia obrera de
Santiago, 1903, p. 20

El problema sanitario para las autoridades teníóa que ver principalmente con la
contaminacioó n del agua, el desgaste fíósico de las lavanderas y la transmisioó n de
enfermedades por medio de la ropa sucia. Es asíó como se decíóa que “el lavado de la
ropa […] lo hacen a la puerta de sus cuartos dejando el suelo cubierto de lavasa, que
produce miasmas imposibles de respirar”108. Asimismo, la postura corporal era
criticada por las consecuencias pulmonares que traíóa, en tanto la mujer lavaba “en una
artesa de madera, colocada en la mayoríóa de los casos sobre cajones que no reuó nen las
comodidades míónimas respecto a la altura y posicioó n, lo que les exige mayor tensioó n, y
desgaste fíósico”109. Un tercer problema lo representaba el riesgo de contagio de
enfermedades, puesto que al juntar la ropa, las lavanderas no distinguíóan “si ellas
provienen de personas sanas o enfermas y en caso de saber que pertenecen a estas
uó ltimas no toman ninguna clase de precaucioó n para evitar la transmisioó n de
enfermedades”110.

108
AMS, vol. 327, 1887, citado en Alejandra Brito, op. cit., p. 47. Dice la autora que “en 1909, la Comisioó n
de Higiene informaba a la Municipalidad que en el conventillo de la calle Castro Nº 467 ‘hai maó s o
menos 25 cuartos redondos, sucios y huó medos, sin luz ni ventilacioó n alguna. Viven de 250 a 300
personas, siendo la mayor parte jente menesterosa, sin haó bitos de hijiene, cupados la mayor parte en el
oficio de lavandera’. Ibíód.
109
Lina Miranda, Investigación sobre las condiciones de vida y trabajo de 90 lavanderas, Tesis para optar
al grado de Asistente Social, Universidad Catoó lica de Chile, 1952, p. 29.
110
Miranda, Lina, op. cit., p.32
46
Lavanderas, principios del siglo XX. Fuente: Archivo Fotograó fico, Memoria Chilena.

El oficio permitíóa a las mujeres con casadas y/o con hijos realizar una labor de
subsistencia o de aporte al grupo familiar sin descuidar tareas domeó sticas:

“Este no fue un oficio limitado al sector maó s marginal de las mujeres de pueblo, sino
frecuente entre las mujeres que habíóan formado una familia proletaria estable,
realizado para aportar al sustento del grupo. Ademaó s, la actividad de la lavanderíóa
generoó todo un circuito laboral y artesanal femenino, que incluyoó las lavanderas, las
jaboneras, las almidoneras y las planchadoras” 111.

Bajo estas circunstancias, el pequenñ o jornal que obteníóan las lavanderas


hubiera sido compensado con otros ingresos familiares. Sin embargo, muchas eran
mujeres solas que contaban uó nicamente con su aporte monetario para el sustento de
sus hogares. El oficio dinaó mico y complementario de la lavandera existíóa, pero no era

111
Brito, Alejandra, op. cit., p. 47.
47
la norma: muchas veces se encontraba en las fronteras maó s deterioradas de la
explotacioó n y el pauperismo.

A pesar de parecer un oficio flexible y coó modo en relacioó n a los quehaceres


domeó sticos, era altamente demandante y extenuador, ocupando la mayor parte del díóa
–y muchas veces de la noche, sobre todo para el planchado junto al brasero- de las
mujeres que lo desempenñ aban. Ademaó s, recibíóa una bajíósima remuneracioó n y se
necesitaba contar con implementos y materiales. En 1924 Elena Caffarena denunciaba
esta situacioó n, sobre todo en cuanto a la ilusoria creencia de que una lavandera teníóa
tiempo de cuidar el hogar y los hijos. Sus palabras se enmarcaban en una críótica
general al trabajo a domicilio, en cualquiera de sus formas:

“Por desgracia esta no es la verdad. Basta asomarse a la casa de una obrera


para encontrar en ella la miseria: mujeres estenuadas por largas horas de labor i en
otras ocasiones ninñ os abandonados cuando maó s necesitan de los cuidados de su
madre”112.

El problema de la insalubridad era una cuestioó n que preocupaba al Estado y


horrorizaba a las clases altas. Sin embargo, para las lavanderas, el asunto maó s urgente
teníóa que ver con la escasa paga que recibíóan. Solíóan ganar 1,50 pesos por docena de
piezas, menos aproximadamente 50 centavos que debíóan gastar en materiales 113. Un
pago no hecho, un cliente que se atrasara con el jornal, unos díóas sin encontrar trabajo,
y la situacioó n podíóa volverse sumamente críótica. Y, al parecer, este tipo de escenarios
eran recurrentes. Muchas de las mujeres acusadas por hurto o estafa teníóan por oficio
el de lavandera.
112
Caffarena, Elena, El trabajo a domicilio, Santiago, Boletíón de la oficina del trabajo i Ministerio de
Obras puó blicas, Imprenta Santiago, vol. 17, anñ o XIV, Nº 22, 1924, p. 98
113
Una lavandera recibíóa mensualmente alrededor de 50 pesos. Esto en el caso de que fuera casada o
compartiera con alguien las entradas y gastos familiares, siendo su ingreso un aporte hasta 3 veces
menor que el de su marido/cohabitante. En esos casos, tendríóa que haber lavado entre una docena y
docena y media de piezas de ropa diarias. Si hubiese sido una mujer sola, con o sin hijos, lo maó s
probable es que hubiera tenido que lavar el doble o el triple de esas prendas a diario para poder
alcanzar una mensualidad suficiente para costearse el alimento y la vivienda, siendo auó n un pago
inferior al de un padre de familia de clase obrera. (Seguó n datos del Boletíón de la Oficina del Trabajo [en
adelante, BOT]. Esto significa que cada trabajo era imprescindible para sobrevivir, y las jornadas se
pudieron haber extendido hasta el amanecer, seguó n la cantidad de labor a realizar. Nada maó s lejano a la
idea de holgura de los tiempos de una lavandera en comparacioó n con los de una trabajadora fabril, por
ejemplo. Datos monetarios de BOT, Nº 18, Anñ o XII, 1922, p. 90-97, citado en Ivonne Urriola, op. cit., p.
86.
48
Las fuentes judiciales revisadas muestran que X cantidad de los XX casos son
protagonizados por mujeres con oficio de lavanderas. La mayoríóa de los delitos por los
que eran procesadas era el de “Estafa” y “Hurto”. Ambas transgresiones teníóan una
relacioó n similar, que consistíóa en no devolver las piezas de lavado encargadas a sus
clientes. En el caso del hurto, el demandante denunciaba a la lavandera por no haber
retornado la ropa; las estafas implicaban que la acusada habíóa empenñ ado las piezas en
“ajencias”, montepíos o casas de prendas. Es asíó como Paulina AÚ vila “confesoó haber
recibido varias piezas de ropa blanca para el lavado, especies que empenñ oó entregando
todos los boletos al reclamante”114

Muchos de estos delitos pudieron haber pasado desapercibidos debido a que


las lavanderas acostumbraban a realizar estas acciones como forma de aumentar sus
recursos por algunos díóas mientras conseguíóan dinero para recuperar lo empenñ ado 115:

“La Alejandrina Flores recibioó estas especies i como transcurrieran quince díóas sin
devolverlas, fui a su casa i al reclamar las especies me contestoó con evasivas i
comprendiendo que me embromaba le exigíó terminantemente la entrega de la ropa i
ella me devolvioó parte de las especies pues las demaó s las habíóa empenñ ado” 116.

Al confesar el delito, Alejandrina fue condenada a 61 díóas de presidio. Tanto en


los casos de estafa como en los de hurto, las especies se tasaban, puesto que las penas
estaban en relacioó n con la cantidad de dinero en que se avaluaba lo sustraíódo:

“Don Amable Caballero […] dando cuenta que su lavandera Evarista Bustos […] del díóa
15 de diciembre no le ha entregado su ropa que este le tiene en el lavado i que son las
siguientes especies: panñ uelos, cuatro - [?] - camisas, diez – calzoncillos, cinco –
corpinñ os, tres – [?]– blusas, dos – cuello, uno – calcetines, nueve pares – panñ os, seis –
panñ uelos, seis – saó banas, cinco – fundas de almohadas, cinco – calzones de senñ ora, dos
pares – medias, tres pares – mantel, uno – y once servilletas” 117

114
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 11050, Contra Paulina AÚ vila, Estafa, 1919.
115
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 86.
116
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 10519, Contra Alejandrina Flores, Estafa, 1918.
117
AJS, 3er Juzgado del Crimen, Expediente N° 4881, Contra Evarista Bustos, Estafa, 1913.
49
Las especies en este caso fueron avaluadas en 250 pesos. Por ello, la sentencia
recibida fue de 541 díóas de relegacioó n a Yumbel 118. El Coó digo Penal establecíóa que
quien “defraudare a otro en sustancia cantidad y calidad de las cosas que le entregare
en virtud de un tíótulo obligatorio” seríóa condenado con encierro o relegacioó n de
acuerdo al monto involucrado en la infraccioó n119.

Las motivaciones de los acusados no teníóan mayor incidencia en las


resoluciones de los jueces. De este modo, cuando Evarista Bustos pidioó
reconsideracioó n en su caso, arguyendo que hurtoó “apremiada por necesidad mayor” su
sentencia se mantuvo, al igual que cuando alegoó irreprochable conducta anterior 120.
Muchas veces las acusadas explicaban su delito como parte de un apremio urgente,
para poder ayudar a alguó n familiar o alimentarse. Tal es el caso de Margarita Goó mez,
quien manifestaba que habíóa empenñ ado: “para atender la enfermedad de mi ninñ o, pero
he pagado gran parte de ella”121. Virginia Loó pez, por otra parte, declaraba haberlo
hecho “por necesidad, pues tengo familia chica y un marido postrado en cama” 122. No
obstante lo anterior, ambas recibieron condena, la primera de relegacioó n y la segunda
de 25 díóas de prisioó n, por un total de 40 pesos en especies empenñ adas. Las
argumentaciones en estos casos no teníóan mayor influencia: la confesioó n de la acusada
era el uó nico referente que se tomaba en cuenta. Muchos defensores intentaban
persuadir al juez de la inevitabilidad del hecho, como en el caso de Paulina AÚ vila:

“Al sentir hambre, hai necesaria i fatalmente que satisfacerlo, porque el instinto de la
conservacioó n obra en los seres vivientes con una fuerza irresistible de tal manera, que
no hai poder humano capaz de detenerlo. Si el senñ or Kaplan no le ha pagado a la
lavandera su trabajo, que es el pan de cada díóa, es natural que ella, para satisfacer el
hambre, haya empenñ ado la ropa. Ha sido mi defendida violentada por una fuerza
irresistible, la necesidad de satisfacer el hambre, i obra en consecuencia en su favor” 123
118
(1916, Marzo, estaba reo todo el tiempo, 3 anñ os en proceso). No se sabe con certeza. Pide fianza, por
lo que se nota que estaó presa. Tienen que conseguirse un afianzador, que les pague lo necesario, muchas
veces ellos se cansaban de seguir pagando, dejando constancia en los expedientes. Rasgo monetario de
la ley, difíócilmente pagable por parte de mujeres trabajadoras, que maó s encima permanecíóan recluidas
sin poder ganar dinero durante ese tiempo ni para ellas ni para sus familias.
119
Coó digo Penal, p. 264, citado en Urriola, Ivonne, op. cit., p. 87.
120
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 4881, Contra Evarista Bustos, Estafa, 1913.
121
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 11280, Contra Margarita Goó mez, Estafa, 1919.
122
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10906, Contra Virginia Loó pez, Estafa, 1919.
123
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 11050, Contra Paulina AÚ vila, Estafa, 1919.
50
Acudiendo a este tipo de recursos, que trasladaban toda la culpabilidad hacia
una propensioó n o “fuerza irresistible”, los abogados no hacíóan maó s que confirmar la
tendencia instintiva del delito femenino, prescindiendo de cualquier posibilidad de
resolucioó n autonoó mica por parte de las acusadas. Ademaó s, se esquivaba el asunto de
las deudas impagas de los clientes con las lavanderas, obviaó ndolo como problema
normativo, lo que lo volvíóa un simple aliciente de necesidades alimenticias. Los
querellantes nunca respondíóan a estas acusaciones, lo que demuestra que no era
considerado como un contenido relevante por parte de ellos o los jueces del caso. Asíó,
en los 61 díóas sentenciados a Paulina AÚ vila, no tuvo preeminencia alguna el argumento
de que habíóa empenñ ado “por necesidad pues la esposa de este caballero me debe
veinte pesos”124. Tampoco fue asíó en los 30 díóas de prisioó n que recibioó Margarita Díóaz,
quien retuvo la ropa encargada para el lavado porque, seguó n sus palabras, le debíóan
diez pesos de paga125.

En otras ocasiones las acusadas reclamaban ser inocentes, culpando a alguien


maó s del delito, como en el caso de Rosa Rivera, quien declaraba que la ropa que recibioó
la habíóa empenñ ado su marido cuando ella se encontraba ausente:

“Desde que empenñ oó estas especies desaparecioó i no seó doó nde se ha ido. He tenido que
estar pagaó ndole a las ajencias el valor del empenñ o i he quedado con seis hijos
pequenñ os i con lo que gano con mi trabajo casi no me alcanza para darle de comer a
mis hijos”126.

En este caso, la imputada fue absuelta del delito. Varios otros casos fueron
sobreseíódos temporalmente, por no poder hallar culpable a la acusada, o porque
muchas de ellas, conociendo la pena que les esperaba, se habíóan dado a la fuga. En
tales casos las mujeres eran consideradas reos ausentes, y luego de la publicacioó n de
varios edictos en los perioó dicos, se las declaraba rebeldes127.
124
Ibíód.,
125
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10419, Contra Margarita Díóaz, Hurto, 1918.
126
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10999, Contra Margarita Díóaz, Estafa, 1919.
127
Mercedes Nuó nñ ez, reo ausente, rebelde, sabíóan lo que les esperaba, estafa por $300. Sobreseíódo
temporalmente. AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 10385, Contra Mercedes Nuó nñ ez, Estafa,
1918; AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9434, Contra Maríóa Araya, Estafa, 1917;
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9211, Contra Juana Morales, Estafa, 1917
51
Los hurtos y estafas de las lavanderas, pueden ser considerados como parte de
los innumerables problemas generados a partir de la continua pauperizacioó n de los
sectores populares urbanos en el períóodo de la Cuestión Social. En ellos se mezclan
diversos elementos: los bajíósimos salarios de los trabajadores, la impotencia ante las
deudas impagas de los clientes, las necesidades imperiosas de alimentacioó n o
cuidados hacia sus familiares, y la asidua dependencia de extensos sectores de la
poblacioó n a las casas de empenñ o, ante la imposibilidad de subsistir, y auó n menos
ahorrar, con los jornales que ganaban.

El empenñ o era parte de la cotidianidad popular, reflejo del estado de


pauperismo de las clases bajas, y de la desesperacioó n de muchas trabajadoras. Lejos
de Marcial Gonzaó lez y su Moral del ahorro, el problema del empenñ o reflejaba la visible
situacioó n de pobreza de los sectores populares y la necesidad perioó dica de buscar en
estos lugares un alivio ante los apremios econoó micos 128. Algunos miembros de la elite
se daban cuenta de esta situacioó n, como Zorobabel Rodríóguez, cuando argumentaba en
contra del coó digo limitante de las casas de prenda en 1876. Mediante sus palabras
pretendíóa evidenciar la realidad de la pobreza, impedida de vivir sin contar con los
montepíos, pero tambieó n de defender la libertad comercial predominante, auó n cuando
las Casas de Preó stamo solíóan abusar de los intereses y caer en la usura:

“Ved ahíó a un maestro carpintero que tiene una magnifica caja de herramientas,
arsenal surtido de armas con que durante largos anñ os ha peleado heroicamente la
batalla de la vida. Se cayoó , falto ya de agilidad y vista, de un andamio, y con una pierna
quebrada yace en la cama dos largos meses durante los cuales ha agotado sus escasas
economíóas y su pequenñ o creó dito. Necesita comer eó l y dar de comer a su familia, y en la
pieza en que vive fuera de las camas y de la ropa, nada maó s le queda que su caja de
herramientas. Con dolor de su alma manda a uno de sus hijos a empenñ ar una media
docena de las que le parecen menos indispensables. Es preciso empenñ arlas o ayunar.
El prudente padre de familia se decide por empenñ arlas. ¿Y el senñ or Ministro tiene
valor para intervenir en tales circunstancias y decirle: No sabeó is lo que os importa:
vuestra resolucioó n es disparatada: guardad las herramientas en la caja y moríóos de
hambre: asíó lo ha dispuesto en su sabiduríóa el sabio Código Penal, y asíó lo he
determinado yo obedeciendo al amor entranñ able que os profeso! […] Las casas de

128
Ver apartado sobre los delitos de Estafa, Marcial Gonzaó lez, op. cit.
52
prendas son las uó nicas tablas de salvacioó n que los pobres tienen en sus frecuentes
naufragios”129.

Estos tipos de delitos eran socialmente maó s comprendidos, auó n cuando


judicialmente no lo eran, porque se asociaban a la familia y las necesidades de dar a
comer a los hijos, antes que con problemas de moralidad. La lavandera que empenñ aba,
por lo general, buscaba resolver alguó n problema econoó mico inmediato, y no recibíóa
mucho dinero por las prendas. No siempre las condenaban, aunque el hecho de
confesar ya significaba una pena seguó n el valor asignado a la ropa empenñ ada o
hurtada.

La horrible cataó strofe en la Lavanderíóa Internacional, cuatro mujeres muertas. Pliego de Daniel
Meneses, disponible en Memoria Chilena.

Con el tiempo, la imagen de la lavandera dentro del mundo de las elites se fue
debilitando por tres razones principales. En primer lugar, el oficio adquirioó cierto
desprestigio, en parte debido a los hurtos y estafas que ocurríóan cotidianamente entre
las lavanderas. Segundo, los problemas de agua se fueron lentamente solucionando en

Rodríóguez, Zorobabel, “El proyecto de reglamento sobre las casas de prendas y los intereses de los
129

pobres”, El Independiente, Santiago, 23 de Diciembre de 1876, en Sergio Grez, op. cit., p. 277.
53
las casas de clase alta, por lo que la tarea del lavado se fue volcando paulatinamente
hacia el hogar, volvieó ndose responsabilidad de las sirvientas domeó sticas. Por uó ltimo, y
como parte de la modernizacioó n, el oficio emprendioó su propio proceso de
industrializacioó n, establecieó ndose lavanderíóas profesionales en distintos sectores de la
ciudad. Las lavanderas contratadas no mejoraron en gran medida su situacioó n, puesto
que las largas jornadas laborales, los bajos salarios y las condiciones insalubres de
trabajo continuaron existiendo130.

Desde otra perspectiva, la imagen popular de la lavandera, aunque imposible de


sintetizar, teníóa rasgos distintos a los que le otorgaba la elite, asociados
principalmente a la criminalidad y el abandono. La lavandera representaba un oficio
digno y honorable entre los sectores populares, asociado al esfuerzo y a la imagen de
una mujer joven y perspicaz. La lavandera era considerada como una mujer
trabajadora y honrada:

Soi morena vivaracha


No soi floja (es lo mejor)
Todos dicenme ¡muchacha!
Lavandera de mi amor
Si los futres me enamoran
O me juran fiel pasioó n
No les creo i aunque lloran
Yo les lavo el corazoó n
Con la artesa i las gamelas
Las costillas, el alfiler
Futrecillo, no receles
Sea fuó nebre el querer
¡O no piensas desgraciado
Que eres pompa tu nomaó s!
Yo no dejo mi lavado
¡Ah por ti! Jamaó s jamaó s131

130
Brito, Alejandra, op. cit.,
131
Coleccioó n Amunategui: Pedraza, Ana Maríóa, op. cit., p. 44.
54
COSTURERAS

Yo soi una costurera


La mejor i la maó s ladina
En lo que es costura fina
No me avanza cualesquiera
Mi maó quina es la primera,
Que me hace ganar la vida
Tambieó n la aguja en seguida
Y la tijera descojo
Y para cortar a ojo
Me voy como por medida132.

132
Col. Lenz, vol. 2, mic. 4110
55
F
aó b
r i
c a

de Matas y Ca., Seccioó n de costuras, hacia 1890. Fuente: Memoria chilena.

El trabajo de costurera fue un oficio muy importante las primeras deó cadas del
siglo XX. A comienzos de siglo, alrededor del 23,8 por ciento de la poblacioó n
trabajadora femenina se desempenñ aba en labores relacionadas con la costura 133. En
Chile habíóan 63.518 costureras en 1854, 126.666 en 1907, para bajar a 63.199 en
1920134. Seguó n Hutchison, “en la medida que el censo chileno se volvíóa maó s ‘moderno’
en las primeras deó cadas del siglo XX, las estadíósticas oficiales transformaron a las
costureras del siglo diecinueve en una dependiente inactiva, dedicada a ‘los
quehaceres de la casa’”135. Esto explicaríóa el abrupto descenso en las estadíósticas
oficiales de las costureras.

Este oficio representaba otra de las opciones consideradas como honorables


dentro de los trabajos de la mujer popular. Las costureras realizaban su servicio en
forma domeó stica, al igual que las lavanderas, si es que teníóan su propia maó quina.
133
Brito, Alejandra, op. cit., p. 51. Habíóa hilanderas, tejedoras, modistas, sastres y costureras.
134
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 291
135
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 61.
56
Tambieó n podíóan trabajar en un taller, o formar parte de las empleadas de una faó brica.
Muchas de estas uó ltimas, sin embargo, estaban contratadas como costureras a
domicilio, recibiendo pagos por pieza terminada y no un jornal fijo. Estas dos uó ltimas
opciones representaron buena parte de los procesos de proletarizacioó n de muchas
mujeres trabajadoras, marcados por los discursos acerca de la desproteccioó n y la
peligrosidad de la mujer en el mundo laboral.

El trabajo a domicilio era, seguó n los preceptos de la eó poca, acorde con el


creciente control de la mano de obra femenina y de las mujeres en general dentro de
esferas domeó sticas136. Era importante la pertenencia de su propio medio de
produccioó n, puesto que podíóa significar –aunque muchas veces no lo hiciera- mayor
independencia econoó mica y salvaguardia en tiempos difíóciles 137. Las mujeres
costureras no estaban circunscritas ríógidamente a una de las categoríóas de trabajo.
Podíóan trabajar en forma independiente, y destinar algunos díóas a la semana a un
taller, o trabajar en una faó brica una temporada y la siguiente a domicilio.

El trabajo a domicilio de las costureras se habíóa vuelto una forma provechosa


de lucrar para los empresarios. De esta manera, se pagaba la misma cantidad de
dinero por mayor nuó mero de horas de trabajo, puesto que se remuneraba por pieza
terminada y no por el tiempo que la empleada habíóa permanecido en el taller 138. Este
tipo de empleo se perfiloó , entonces, como uno de los maó s importantes en cuanto a la
contribucioó n femenina a la produccioó n fabril:

“Este arreglo reducíóa los costos de los empleadores –porque el lugar de trabajo, el
transporte, las herramientas y los materiales eran costeados por los propios
trabajadores a domicilio- y facilitaba que los patrones les pagaran menos o les
aplicaran multas por tardanza o producto mal hecho”139.

136
Brito, Alejandra, op. cit., p. 51.
137
Muestra el aumento del oficio de costurera con el aumento de la importacioó n de las maó quinas de
coser (de 1 entre 1849 y 1853 a 48.435 entre 1879-1883 bajando su precio desde 100 a 7 pesos en el
mismo períóodo). Cuadro de Salazar, Gabriel, op. cit., p. 316. Muchas mujeres adquiríóan su propia
maó quina para el hogar.
138
Brito, Alejandra, op. cit., p. 52.
139
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 69.
57
Al igual que las lavanderas, y contrario al pensamiento de las elites, que se
felicitaban por haber encontrado una forma de conjugar el trabajo honrado de la
mujer con su ocultamiento en el hogar, el trabajo a domicilio no ofrecíóa en manera
alguna condiciones favorables de trabajo. Las costureras, se decíóa, “sobreexigíóan a su
cuerpo de un modo inadecuado, en una rutina laboral signada por la monotoníóa, la
repetitividad de los movimientos y una postura que dificultaba las funciones
respiratorias”140. Por lo demaó s, lejano a las suposiciones de que las trabajadoras a
domicilio contribuíóan monetariamente en forma complementaria a los presupuestos
familiares, las costureras solíóan ser, en su gran mayoríóa, las uó nicas sostenedoras de sus
hogares. Como se ha visto, Elena Caffarena en 1924 fue una de las personas que
denuncioó este concepto de trabajo a domicilio.

En su estudio, Caffarena analiza la situacioó n de varias costureras, una de ellas


llamada Aíóda Silva. A partir de su caso, concluye que “el trabajo no es constante;
disminuye a principios de la temporada de verano i cesa absolutamente en Abril i
Mayo. En este período para no morirse de hambre tiene que dedicarse a la
prostitución”141. Asimismo, manifiesta que las remuneraciones de las costureras
constituyen un “salario de hambre”142. Al escaso jornal, se le sumaban los precios de
los materiales, que debíóan ser costeados en muchos casos por ellas mismas. Las largas
jornadas laborales podíóan extenderse hasta la noche, o comenzar al caer la tarde,
seguó n el tipo de trabajo de cada costurera: es el caso de este extracto de un expediente
judicial, que muestra que los turnos podíóan comenzar al anochecer, seguramente
porque algunas costureras trabajaban en faó bricas o en sus hogares durante el díóa y
maó s tarde podíóan haber cumplido labores en alguó n taller:

“El martes cuatro del presente mes como a las ocho de la noche, en circunstancias que
yo no me encontraba en mi casa, sino que soó lo estaban en ella mi mujer, mi hija de
trece anñ os de edad […] y algunas costureras, quienes trabajan en el interior estando la
puerta de calle cerrada, oyeron golpear y creyendo sería alguna costurera de mi taller
de sastrería que tengo instalado ahí salioó mi espresada mujer a abrir la puerta”143.
140
Armus, Diego, “El viaje al centro. Tíósicas, costureritas y milonguitas en Buenos Aires, 1910-1940”, en
Salud Colectiva, vol. 1, nuó mero 001, 2005, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanuó s, p. 85.
141
[Cursivas en el original] Caffarena, op. cit.,
142
Caffarena, Elena, op. cit.,
143
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 3198, Lesiones y violacioó n de domicilio, 1910.
58
La figura de la costurera fue muy recurrente en relatos literarios,
representando la visioó n de una mujer honorable, pero siempre en el líómite de la
peligrosidad, pues el escaso salario que recibíóa, junto con su “inocencia”, que la volvíóa
influenciable, la volvíóan presa faó cil de la inmoralidad y la prostitucioó n. El peligro de
caer en el “vicio” o estaba a la orden del díóa, y la costurera debíóa estar alerta a los
acosos, como en el caso de este poema del perioó dico La Reforma:

Yo me llamo Pilar, tengo veinte anñ os...


Me paso alegremente la existencia
Cosiendo calzoncillos i camisas...
Monoó tona labor que me produce
Seis o siete reales cada díóa...
Hace unas cuantas noches, cuando salgo
De entregar la labor, junto a la esquina,
Me asalta un caballero, respetable
Por su cabello cano i sus patillas...
¡Miserable canalla! Quiere en cambio
De esas joyas i galas que me brinda,
Que abandone este ajuar que representa
Un capital de insomnios i fatigas,
I el sublime placer, el santo orgullo
Que siento al concluir cada camisa,
I el sagrado recuerdo de mi madre
Que al verme honrada se murioó tranquila144.

Seguó n Alfonsina Storni, la escritora argentina, la costurerita teníóa ademaó s un


mundo de ensuenñ os asociados a la buó squeda de lujo y bienestar material,
representados en un hombre de dinero. Este hombre enganñ ador personificaba gran
parte del peligro que acechaba a las mujeres trabajadoras:

“La costurerita lleva un atado que la delata […] En el tranvíóa la costurerita lo pone
sobre su falda y calcula el precio de las docenas; poca cosa; el hilo estaó caro, hay
muchas costureritas, el trabajo no es permanente… […] Y el tranvíóa la arrastra a traveó s
de la ciudad, bajo el paquete, escasamente promisor, y que procura hacer lo menos
visible que se pueda […] ¡Oh, costurerita! Tu destino no es muy amplio, ya que el pozo
en que te ahogas es una corbata […] (Terminaraó s siendo) la esposa de la corbata de un
meó dico!”145.

144
La Reforma, 6 noviembre 1904, en Brito, Alejandra, op. cit., p. 53.
145
Storni, Alfonsina, La costurerita a domicilio, p. 926-927
59
El reconocimiento social que existíóa hacia las costureras convivíóa con una
sospecha generalizada acerca de sus labores, puesto que estadíósticamente el oficio
representaba un sector muy grande de mujeres, muchas de las cuales escondíóan su
trabajo en la prostitucioó n bajo el sello de costureras. En el caso de Evaristo Carriego, el
poeta argentino utiliza la temaó tica de “la costurerita que dio el mal paso”,
representando la caíóda de una mujer trabajadora en el mundo de la prostitucioó n. En
palabras de Diego Armus:

“es en torno a la figura de la ‘costurerita’ donde se cruza el cotidiano laboral con las
peripecias del ascenso social y la vida nocturna. En el poema 'La costurerita que dio
aquel mal paso', Carriego da color local a una trayectoria firmemente instalada en la
literatura occidental. Se trata del viaje de una joven de barrio, ingenua, con un origen
humilde, pero digno, que despueó s de una breve estadíóa en el mundo de la noche
termina en los amargos territorios de la prostitucioó n y la enfermedad” 146.

No es casual que Juana Lucero, la historia de Augusto D’Halmar transcurrida en


el Barrio Yungay a principios del siglo XX, haya sido retratada como hija de una
costurera, que es conducida al “abismo” de la prostitucioó n147.

Seguó n Ivonne Urriola, el oficio de costurera independiente comenzoó a


desprestigiarse por las mismas razones que el de lavandera: descreó ditos producidos
por empenñ os de las prendas encargadas, ya fuera para pagar deudas o remediar alguó n
otro problema148. De este modo, el trabajo a domicilio, maó s controlado
industrialmente, y el empleo fabril, comenzaron a predominar en el rubro. Se
necesitaba mucha mano de obra en la pujante manufactura textil, como rezaba este
anuncio en el perioó dico, similar a tantos otros, que requeríóa 200 costureras “para
vestones de media medida […] en Hueó rfanos 2871149”

El trabajo en la industria textil tampoco representoó mejoras para las costureras.


En una “casa de ropa hecha”, propiedad de empresarios espanñ oles, pagaban a las
costureras entre 7 y 14 pesos a la semana, 2 o 3 de los cuales eran gastados en hilo.
146
Armus, Diego, op. cit., p. 83.
147
Augusto D’Halmar, Juana Lucero
148
Urriola, Ivonne, op. cit., p. 95.
149
El Chileno, 10 de Febrero de 1915
60
Ademaó s: “la que llega atrasada cinco minutos pierde medio díóa […] si lleva un pequenñ o
defecto es devuelto el trabajo en su totalidad quedando de esta manera la operaria sin
recibir un centavo a fin de la semana”150.

En los casos revisados, habíóan pocas costureras involucradas, aunque el


teó rmino “empleada” para referirse tanto a labores domeó sticas como fabriles puede
contener algunas costureras en su categoríóa. Los delitos de estafa eran podíóan darse
en relacioó n a la misma maó quina de coser de la costurera, utensilio baó sico en la
mantencioó n del oficio. Es asíó como en 1917, Pabla Ormenñ o denuncioó a Manuela
Romero, quien fue calificada en “quehaceres domeó sticos”, a pesar de contar con una
maó quina de coser, presuntamente para realizar labores de costura. Manuela
argumentoó que teníóa hace cinco meses viviendo en su casa a “la Ormenñ o” con toda su
familia, sin cobrarles renta, por lo que habíóa sido autorizada para el empenñ o de la
maó quina (avaluada en 50 pesos), como forma de pagar las deudas contraíódas. El caso
fue sobreseíódo temporalmente151.

No es extranñ o que las costureras utilizaran el mismo medio del empenñ o en


casas de prenda para costearse materiales o para reducir apremios urgentes de la
cotidianidad, en vista de los bajos pagos y las muchas veces que les eran descontados
dineros por defectos en el trabajo. En general, a excepcioó n de aquellas costureras de
mejor situacioó n, que teníóan sus propios talleres o varios clientes del mundo de la elite,
la costura era un oficio que apenas alcanzaba para la subsistencia. Esta situacioó n no
mejoroó –y acaso empeoroó - con el trabajo fabril y a domicilio. A veces, las empleadas de
alguó n taller o industria eran acusadas por hurtar y luego empenñ ar piezas de ropa,
como es el caso de Sara Eulofi, quien optoó por declararse inocente y culpar a otra
persona del delito. Maríóa Peó rez, la inculpada, sostuvo que:

150
“La explotacioó n de la mujer por los industriales, en Chile”, 3 de Febrero de 1918, El Calderero,
Valparaíóso
151
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9024, Contra Manuela Romero, Estafa, 1919.
61
“Nunca he sacado de la tienda al senñ or Fuentes, los doce pares de pantalones a que se
ha referido mi companñ era de detencioó n Eulofi i por consiguiente, eó sta falta a la verdad
pues yo no soi costurera i son falsos los cargos que se me hacen” 152.

El caso fue cerrado y la acusada absuelta, al igual que en otro caso de 1920,
donde una costurera proveniente de otra provincia fue acusada de robar geó nero de
una tienda. A pesar de que se declaroó inocente, resulta curioso el hecho de que
justamente una costurera se haya visto implicada en un robo de telas:

“Ayer a las ocho y media del díóa llegueó a esta ciudad proveniente de San Rosendo y
cuando me dirijíóa por la plaza de armas, una mujer que pasoó a mi lado me tiroó un
paquete, el que tomeó ignorando lo que conteníóa y que fuese mal habido […] yo no lo he
sustraíódo. Debo hacer presente que soi una mujer honorable y es la primera vez que
estoi presa”153.

A veces las costureras se podíóan ver envueltas en casos en los que debíóan
renunciar a sus lealtades previas a cambio de compensaciones monetarias. Muchas
veces el oficio pasaba de madre a hija, compartieó ndose labores domeó sticas y laborales
en el mismo espacio del conventillo. Debido a necesidades distintas o a enemistades
producidas a raíóz de problemas cotidianos y de subsistencia, se podíóan terminar
acusando unas a otras de delitos como el hurto. En 1918, Rosario Aravena, modista y
madre adoptiva de Carmela Alemani, fue acusada de hurto por su hija. La acusada se
defendioó argumentando que los implementos empenñ ados formaban parte de la
comunidad, comunidad de la cual ella y su hija participaban, y que gracias a ella
Carmela habíóa recibido instruccioó n en el oficio que desempenñ aba. Su abogado
manifestoó que:

“La defensa de esta causa necesariamente ha de ser deficiente, ya que se trata de un


proceso de insignificante cuantíóa y la reo es una anciana pobre, enferma i desvalida,
que ha tenido que contar solo con la buena voluntad de personas que, convencidas de
su absoluta inocencia i de que en este proceso no hai delito alguno que pesquisar, se
han prestado para defenderla, guiados solo por el intereó s de salvar a una inocente” 154.

A pesar de esto, la acusada recibioó la pena de 541 díóas de presidio menor. Es


claro que las motivaciones para delinquir de la mayoríóa de las costureras involucradas
en casos judiciales –junto a la gran cantidad de transgresiones en el aó mbito privado
152
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 9288, Contra Sara Eulofi, Estafa, 1917.
153
AJS, 3º Juzgado del Crimen, Expediente Nº 12391, Contra Juana Flores, Hurto, 1920.
154
Rosario Aravena, modista, hurto a Carmela Alemani, costurera, 1918, s/n:
62
que no son posibles de documentar- estuvieron marcadas por las carencias materiales
que su oficio conllevaba. Por otra parte, sin embargo, el rubro de las costureras fue
uno de los pocos oficios femeninos que se agrupoó para luchar por sus derechos,
debido probablemente a la temprana proletarizacioó n que tuvo su oficio. Las
condiciones de pauperismo y explotacioó n, llevaron a muchas costureras a organizarse
y formar, en 1906, la Asociacioó n de Costureras “Proteccioó n, ahorro y defensa”, cuyo
punto neuraó lgico era la publicacioó n del perioó dico La Palanca. Mediante esta iniciativa,
se intentaba obtener reivindicaciones como el descanso dominical, el recorte en las
horas de trabajo, la abolicioó n de la jornada nocturna y el aumento de los salarios 155.

Portada de La Palanca, oó rgano de la Asociacioó n de Costureras “Proteccioó n, ahorro y defensa”, Anñ o I, Nº


1, 1908. Fuente: Memoria Chilena.

TRABAJADORAS INDUSTRIALES

155
Brito, Alejandra, op. cit, p. 53.
63
El trabajo industrial de las mujeres estuvo principalmente concentrado en el
rubro del vestuario, la alimentacioó n, el tabaco, la cerveza y los textiles. Las cifras
muestran que en del total de mujeres econoó micamente activas en Chile en 1895, un
47,8% se dedicaba la industria, frente a un 38,1% de 1907 y un 29,6% en 1920 156. Esta
disminucioó n se debioó , probablemente, a que el censo de 1895 tomaba en cuenta
oficios que en 1907 ya no eran considerado como industriales, y que anteriormente,
por su caraó cter semiindustrial, fueron constatados como fabriles (por ejemplo,
alfareras o curtidoras). Ademaó s, en los primeros anñ os del siglo XX los trabajos
industriales a domicilio crecieron considerablemente, ocupacioó n que muchas veces
fue consignada como “quehaceres domeó sticos” por los empadronadores 157.

En Santiago existíóa mayor fuerza laboral femenina manufacturera que en el


resto de Chile, representando alrededor de un 33% de las mujeres trabajadoras, frente
a un 25% del resto de Chile 158. Esto quiere decir que un nuó mero significativo de
mujeres se empleaban en el sector industria, ya fuera a domicilio o en la faó brica, en las
primeras deó cadas del siglo XX. Junto con el crecimiento de la industria del vestuario y
la alimentacioó n, muchas mujeres fueron empleadas en este rubro, lo que contribuyoó a
la “feminizacioó n” de estas ocupaciones. Las mujeres figuraban como mayoríóa entre los
trabajadores en las producciones de ropa, textiles y tabaco 159: “se necesitan para la
faó brica de conservas de Santa Ineó s (Nos) mujeres y ninñ as de 12 anñ os arriba” 160.

Al igual que la mayoríóa de los oficios de las mujeres populares –y de todos los
trabajadores en general- las condiciones laborales de las empleadas fabriles fueron
muy precarias, tanto en las circunstancias de trabajo como en las remuneraciones. El
perioó dico La Reforma manifestaba en 1921 que:

156
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 60.
157
La transformacioó n de la metodologíóa del censo a comienzos del siglo XX, que contribuyoó al aumento
de la invisibilidad de las actividades productivas de las mujeres en los coó mputos oficiales”. Ibíód, p. 59
158
Ibíód, p. 64
159
Ibíód, p. 67.
160
“Trabajadoras”, El Chileno, 8 de Febrero de 1915
64
“en una faó brica de camisas trabajaban maó s de 200 joó venes a las que por hilvanar una
docena de cuellos [les] pagan 10 centavos, habiendo ninñ as que, aun trabajando hasta
fatigarse, soó lo consiguen ganarse 60 a 70 centavos diarios” 161.

El trabajo a domicilio fue una de las formas maó s lucrativas en la produccioó n de


las faó bricas. Este tipo de labores “a menudo era propuesto como un solucioó n a la
incoó moda presencia de mujeres en las faó bricas”: de esta manera ellas podríóan
“mantener su hogar, contribuir al ingreso familiar y preservar su dignidad como
esposas virtuosas y madres de familia de la clase trabajadora”. Estas ideas dejaban
conforme tanto a quienes estaban en contra de la introduccioó n de la mano de obra
femenina en los trabajos asalariados como a los que preferíóan ocultar las labores
productivas de las mujeres dentro de la esfera de las labores hogarenñ as 162.

El trabajo fabril era uno de los que maó s se identificaba con el problema laboral
de la mujer, representando todas las promesas “y los peligros del progreso industrial
chileno”163. Con el tiempo, las condiciones en que se desarrollaban estos trabajos, en
especial la manufactura a domicilio, fueron foco del debate puó blico y terminaron
influyendo en gran medida en el Coó digo del Trabajo de 1924. De esta manera, las
soluciones propuestas a buena parte de la Cuestión Social, en especial en relacioó n al
trabajo urbano, se generaron a partir de debates marcados por las ideologíóas de
geó nero164. Seguó n Elizabeth Hutchison:

“como en el caso mejor conocido de las trabajadoras en las faó bricas, el problema del
trabajo industrial a domicilio de las mujeres vinculoó las preocupaciones sobre el
empleo femenino en esas denigrantes ocupaciones con los debates sobre
urbanizacioó n, industrializacioó n y proteccioó n a los trabajadores […] La participacioó n
femenina en las manufacturas con base en las faó bricas […] encendioó grandes
preocupaciones sobre la moralidad femenina y la organizacioó n de la familia de la clase
trabajadora”165.

161
La Reforma, 6 de Julio 1924, citado en Brito, Alejandra, op. cit., p. 52
162
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 69.
163
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 64.
164
“Las mujeres trabajadoras manufactureras fueron importantes no solo en teó rminos numeó ricos, sino
tambieó n por los cambios sociales e ideoloó gicos que acompanñ aron el crecimiento de la industria chilena.
Los conflictos sobre la naturaleza del trabajo industrial –y la capacidad y la igualdad de las mujeres para
ello- muestran coó mo estos debates fueron fundamentalmente cruzados por el geó nero”. De esta manera,
“El trabajo asalariado de las mujeres –y los debates sobre si se lo protegíóa, se lo promovíóa, o se lo
reprimíóa- fueron centrales en las reformas destinadas al progreso econoó mico nacional a comienzos del
siglo XX”. Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 74-75 y 77.
165
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 72.
65
La rama femenina de la industria siguioó creciendo, a pesar de los problemas
salariales, las largas jornadas de trabajo y los discursos moralizantes que lo
rodeaban166. Su caraó cter no especializado hizo que las remuneraciones fueran muy
inferiores a las de los hombres, sumado a la diferencia sexuada en las decisiones
salariales de los patrones. La Alborada, en 1905 manifestaba que:

“La mujer de los campos tiene una remuneración maó s o menos equitativa e igual a la
remuneracioó n del hombre, y vive maó s o menos contenta. La mujer de las ciudades estaó
mal remunerada en los gremios de trabajos manuales, de trabajo de costuras y de
trabajos de cigarros. En estos ramos, la mujer trabaja mucho y tiene poca
remuneracioó n”167.

Las malas condiciones de trabajo de las mujeres no soó lo fueron constatadas por
el perioó dico femenino. Todavíóa en 1918, el problema seguíóa maó s vigente que nunca:

“Las industrias que maó s aprovechan el esfuerzo de la mujer, son por ejemplo –Faó bricas
de tejido, faó bricas de camisas, faó bricas de calzado, faó bricas de cigarrillos, faó bricas de
galletas, faó bricas de cervezas, faó bricas de sombreros.- […] un salario que no estaó en
relacioó n con las necesidades maó s imperiosas de la vida ni mucho menos con el valor
de produccioó n, por lo general en todos los establecimientos se impone a las operarias
una labor de 10 y 12 horas diarias lo que es digno de un paíós de salvajes y no de paíós
civilizado como el nuestro, los salarios fluctuó an de uno a dos pesos diarios […] se les
trata como a bestias de carga teniendo que soportar el despotismo patronal y las
insolencias de los jefezuelos [es el caso de] Cerveceríóas Unidas de Santiago […], donde
trabajan no menos de cien mujeres las cuales ganan un peso cincuenta centavos diario
teniendo que trabajar en pleno invierno de 6.30 AM a 6 PM con una hora de almuerzo,
el trabajo que ejecuta la mujer allíó consiste en pegar etiquetas, acarrear cajones y lavar
botellas, el uniforme de trabajo consiste en un saco que se coloca como especie de
delantal, hay que advertir que andan mojadas hasta la cintura, el piso es de cemento y
por su naturaleza todo el tiempo estaó mojado, de modo que desde la muchacha de 12
anñ os hasta las ancianas de 50, andan tiritando de fríóo, ese cuadro presenta algo asíó
como los presidiarios relegados a la Siberia”168.

El trabajo industrial femenino no dejoó de ser un oficio “con sexo”, determinando


de antemano las ramas laborales de participacioó n femenina, las diferencias salariales y
la ocupaciones que se consideraríóan “aptas” para las mujeres. Dentro de este marco,
las iniciativas de las Escuelas Profesionales de Ninñ as estuvieron orientadas a
“proporcionar a las alumnas los conocimientos praó cticos y lucrativos que les
permitieran ejercer trabajos afines a su sexo, es decir, aquellos tradicionalmente
166
Ibíód, p. 75; Provocoó crisis del servicio domeó stico de 1913
167
La Alborada, primera quincena de diciembre de 1905, “La mujer”.
168
El Calderero, Valparaíóso, 3/2/1918, “La explotacioó n de la mujer por los industriales, en Chile”, Manuel
Araya V.
66
encomendados a las mujeres”. Bajo esta premisa, la educacioó n profesional se orientoó
principalmente hacia la formacioó n de trabajadoras textiles 169.

Faó brica de Sombreros Girardi, 1910. Fuente: Memoria Chilena.

Bajo esta ruó brica argumentativa, en que la sociedad buscaba encontrar una
categoríóa adecuada para el trabajo femenino, y definirla en torno a los paraó metros
morales vigentes, Elena Caffarena llamaba la atencioó n sobre la conveniencia no soó lo
monetarias, sino estrateó gica que teníóa el trabajo a domicilio, puesto que poníóa a las

169
Godoy, Lorena, op. cit., pp. 90 y 92.
67
mujeres en una situacioó n de competencia y aislamiento incompatibles con cualquier
intento de organizacioó n:

“La casi totalidad de los obreros a domicilio, estaó constituido por mujeres, i estas no
tienen educacioó n social, ni espíóritu de asociacioó n: son por naturaleza de tendencia
individualistas. Hasta en los oficios en que trabajan juntas en grandes talleres, han
sido incapaces de organizarse en sindicatos. ¿Queó puede esperarse por lo tanto de las
que laboren separadas i se consideran rivales entre síó? Resulta pues, ilusoria la
espectativa de unir a todas las trabajadoras en una accioó n comuó n” 170.

El trabajo fabril femenino, por su caraó cter proletario, fue uno de los primeros
en llamar la atencioó n de los obreros organizados, quienes constataron los graves
problemas de las asalariadas:

“En los grandes talleres del centro, de modas, especialmente, y en algunas casas
comerciales, las obreras y las empleadas trabajan desde las ocho de la manñ ana hasta
las diez de la noche. Y el díóa saó bado, hasta maó s tarde auó n. A veces, por la desenfrenada
ambicioó n de sus patrones, suelen trabajar durante todo el díóa domingo” 171.

Junto con esto, una visioó n paternalista de la desproteccioó n de la mujer marcoó


las representaciones de los gremios hacia el trabajo femenino, ofreciendo la
organizacioó n como una alternativa a las carencias familiares, a la situacioó n de
“orfandad” de muchas mujeres urbanas. La asociacioó n, entonces, se perfilaba como un
medio que, ante todo, evitaríóa el envilecimiento de las mujeres:

170
Caffarena, op. cit.,
171
La Democracia, Santiago, 1919, 5. Julio, “Problemas sociales. La mujer humilde”
68
“Puede afirmarse que las ventajas de la asociacioó n racional, como es la profesional, son
praó cticas y estaó n a la vista de todo el mundo […] La familia profesional debe ser para la
mujer una segunda familia, en reemplazo de la de sangre, para cuando eó sta no exista o
esteó distante, lo cual es positivamente una defensa en el mundo de los placeres y de los
vicios. La asociacioó n es para la mujer una salvacioó n” 172.

Las mujeres trabajadoras fabriles no aparecen en ninguno de los casos


judiciales revisados, auó n cuando pudieron haberse encontrado bajo la etiqueta de
“empleadas”. En cuanto a las estadíósticas criminales, existíóa la categoríóa “obreros a
jornal” y “oficios y artes mecaó nicas”, donde fueron agrupadas pocas mujeres. Sin
embargo, pudieron haber sido registradas como empleadas, si es que se tomaba en
cuenta su oficio, como el de costurera, por ejemplo, antes que el lugar de trabajo, la
faó brica de vestuario. A pesar de su poca notoriedad en críómenes, se les atribuíóa una
peligrosidad particular, que estaba muy relacionada con su oficio, sobre todo en
relacioó n a las tendencias desmoralizadoras, a las posibilidades a ser acosadas y de
caer en el “vicio”, debido a la sospecha inminente que recaíóa sobre una mujer visible.

172
El Panificador, Santiago, 1918, OÚ rgano Federacioó n de Panificadores, 4. Agosto, “Lo que deben hacer
las mujeres”, Un panificador por amor.
69
“Soó lo la mujer proletaria es la que estaó obligada o debe temer las consecuencias de un
desliz, porque para ella no habraó perdoó n; ella debe callar y sufrir; ella debe ir a la
faó brica o a la tienda y escuchar con agrado las estupideces que el gomoso y presumido
duenñ os o dependiente le diga; si quiere ser honrada tiene que conformarse con
contraer ciertas enfermedades que danñ an horriblemente su organismo, tiene que
rebelarse contra la naturaleza, porque le han quitado el valor para rebelarse contra la
mentira y el crimen”173

Las definiciones de la peligrosidad urbana femenina fueron construidas


inicialmente desde las elites, puesto que en los sectores populares las mujeres habíóan
desempenñ ado histoó ricamente un papel laborioso importante, y fluíóan cotidianamente
entre los espacios puó blicos y privados, cuya diferenciacioó n no era tal sino hasta la
elaboracioó n de discursos oficiales modernos. Con el tiempo, estas representaciones
permearon la sociedad, resignificando muchas de sus caracteríósticas.

173
Maríóa Munñ iz, 14 de Noviembre de 1896, A la Mujer, La voz de la mujer, p. 139.
70
SERVICIO DOMEÚ STICO

Seguó n los registros del Censo, en 1907 el 18,8% de las mujeres santiaguinas se
desempenñ aban como sirvientas domeó sticas, porcentaje que aumentoó a 28,5 en 1920.
Este aumento tuvo que ver probablemente tanto con la creciente demanda de servicio
entre las elites urbanas, como por la categorizacioó n estadíóstica, que trasladoó muchos
oficios como el de cocineríóa hacia la calificacioó n de “servidumbre” 174. A medida que
despuntaba el siglo XX, muchas mujeres llegaron a la ciudad y encontraron trabajo
como sirvientas, llegando a representar uno de los empleos con mayor cantidad de
trabajadoras en Santiago. Seguó n Alejandra Brito, entre 1865 y 1920 el 33,9% de los
oficios femeninos eran ocupados por sirvientas: “la mayoríóa proveníóa de zonas
rurales; casi la totalidad eran analfabetas y la mayoríóa, solteras” 175.

174
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 291.
175
Brito, Alejandra, op. cit., p. 50
71
En el períóodo estudiado, habíóa en Santiago muchas sirvientas de mano,
nodrizas, cocineras, sirvientas de comedor y amas de leche que trabajaban en distintas
casas de los sectores acomodados de la ciudad, a cambio de un pequenñ íósimo salario,
alimentacioó n y techo. La mayoríóa trabajaba puertas adentro, lo que facilitoó muchos
abusos que se desarrollaron en el aó mbito privado. Desde otra perspectiva, sin
embargo, entrar a servir “en casa de respeto” constituíóa una de las formas de trabajo
maó s respetadas entre los sectores populares y uno de los oficios femeninos maó s
aceptados por las elites.

Durante el siglo XIX, el trabajo de servidumbre tuvo caracteríósticas de forzoso,


puesto que las autoridades definieron que, para evitar el arranchamiento y la
inmoralidad de las mujeres de pueblo, estas podíóan ser obligadas judicialmente a
trabajar en casas “honorables”. Asimismo, “un alto porcentaje de las sirvientes
femeninas de las ‘casas de honor’ habíóa sido reclutado cuando eran ninñ as de ‘tierna
edad’; generalmente, sin el consentimiento de sus padres” 176. Otras veces, las madres
dejaban a sus hijas en los hospicios, desde donde eran colocadas a servir. Otra manera
de encontrar fuerza laboral femenina para la servidumbre era identificar mujeres sin
oficio, consideradas cercanas al “vicio”, o que se encontraban procesadas por alguó n
delito, y darles como condena la obligacioó n de emplearse en una casa de la elite, sin
recibir salario177. Esto puso en evidencia la “asociacioó n entre castigo y trabajo
domeó stico”, lo que arraigoó fuertemente la nocioó n esclavista de la servidumbre
femenina178.
176
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 292. Seguó n el historiador, “El intereó s patronal por las ninñ as de tierna edad
se arraigaba en una apreciacioó n esclavista: esas ninñ as podíóan ser educadas para ser maó s doó ciles y fieles
que las sirvientas arreadas por los bandos de policíóa” p. 287
177
Brito, Alejandra, op. cit., p. 54
178
Neira, Marcelo, op. cit., pp. 374 y 377. Seguó n Salazar: “1) Aunque el servicio domeó stico estaba
concebido como un trabajo asalariado, de hecho operaba como un servicio compulsivo no remunerado,
puesto que no permitíóa la vida independiente de las sirvientes; 2) los meó todos de reclutamiento no
incluíóan un concierto de trabajo entre el amo y la sirviente, pues, en una elevada proporcioó n, la mano de
servicio femenina se obteníóa por medio del forzamiento policial y judicial; 3) tambieó n en una alta
proporcioó n, los meó todos de reclutamiento incluíóan la confiscacioó n de ninñ as de tierna edad, bajo pretexto
de la conducta inadecuada de sus madres; 4) el reparto de las ninñ as confiscadas lo realizaban las
autoridades entre sus parientes o amigos, sin consulta con las madres de las ninñ as; 5) el hecho de que
una fraccioó n de las sirvientas se compusiera de muchachas compradas ‘a la usanza’, determinaba que
72
De esta manera, el trabajo en el servicio domeó stico significaba una opcioó n
segura de trabajo que alejaba de los problemas cotidianos del mundo del conventillo
pero, por otra parte, estaba sujeto a fuertes normas de subordinacioó n. Seguó n Brito:

“los salarios eran bajos, a pesar de las largas jornadas de trabajo; los patrones
consideraban que era pago suficiente el alojamiento y la comida. El salario era en
muchos casos un hecho de trascendencia limitada. Esto creaba lazos de dependencia y
servidumbre, lo que muchas veces se traducíóa en violencia y abuso sexual” 179.

Los derechos sobre las sirvientas se aplicaban muchas veces sobre el cuerpo, en
forma de violencia fíósica y sexual. De este modo, debíóan soportar continuamente
maltratos por parte de sus patrones, lo que formaba parte de la cotidianidad de las
sirvientas:

“La muchacha Maríóa nunca se quejoó de que fuese maltratada por mis ninñ os, pero yo he
visto que ellos le daban de golpes con las manos, los pies y auó n con la escoba, pero
esto no me llamaba la atencioó n por tratarse de ninñ os de tan corta edad; creo que los
ninñ os despueó s que yo le pegueó a la muchacha con la escoba ellos tambieó n la han
golpeado, con las manos i auó n con la escoba, pero como he dicho, esto lo creo sin
importancia”180.

Muchas veces las sirvientas se fueron víóctimas antes que como transgresoras.
Cuando estas eran acusadas, era por hurto o estafa, en el caso de las lesiones era mas

una parte de la servidumbre femenina del siglo XIX (‘las chinas’) tuviera un valor comercial de traspaso,
al modo de la esclavitud; 6) por lo dicho, se concluye que el servicio domeó stico femenino podíóa
prolongarse indefinidamente, a voluntad del amo y/o de las autoridades locales; 7) los amos solíóan
castigar fíósicamente, o abusar sexualmente, a sus servidores femeninos; 8) las mujeres que quedaban
embarazadas a consecuencia de esos abusos, solíóan ser echadas de la ‘casa de honor’, sin compensacioó n
aparente; 9) las sirvientes expulsadas de ese modo rara vez teníóan mejor alternativa que ‘andar
vagando por ahíó’, y 10) las hijas de las sirvientas repudiadas se hallaban altamente expuestas a ser
confiscadas y forzadas a servir a un amo, reproducieó ndose asíó el callejoó n sin salida de la servidumbre.
299
179
Brito, Alejandra, op. cit., p. 54.
180
Maríóa Isabel Guü emes, (AJS, 2do Juzgado, 1916, o 15 seguó n yo, Legajo 1657)
73
comuó n que fueran las victimas. La mayoríóa proveníóa de zonas rurales; casi la totalidad
eran analfabetas y la mayoríóa, solteras. Existíóa un rechazo casi generalizado hacia las
mujeres con hijos, y si es que las aceptaban, el hijo terminaba por convertirse en otro
sirviente
Al comenzar el siglo XX, las antiguas formas de reclutamiento de las sirvientas
seguíóan vigentes:

“Hace como dos meses conseguíó en la casa de la Providencia, que me entregaran una
ninñ a como de 16 anñ os, cuyo nombre era Maríóa i yo se la entregueó a mi hija Maríóa Isabel
para que la sirviera”181.

Las mujeres que trabajaban en el servicio domeó stico habíóan sido, en la gran
mayoríóa de los casos, entregadas por sus madres o por instituciones religiosas a las
casas donde estaban empleadas:

“Tengo madre uó nicamente y eó sta me entregoó a la Senñ ora Clotilde Arellano, hace cinco
anñ os maó s o menos donde trabajaba como sirvienta de mano” 182

“Yo me hallaba en las monjas de San Miguel Arcaó ngel del [¿] de Subercaseaux, a donde
me habíóa ido a colocar la senñ ora Mujica, en cuya casa estoi ahora. En casa de la senñ ora
Mujica, me habíóa colocado mi madre Rosa Serrano, que se encuentra en la hacienda
“Los Cardos” del departamento de Colchagua. Mi madre, seguó n parece, me dio a esta
senñ ora, y ella a su vez me dio a las monjas. Despueó s las monjas de […] me entregaron a
la senñ ora Recabarren en cuya casa permanecíó como seis meses” 183.

Muchas veces, las ninñ as reclutadas encontraban en las casas donde trabajaban
un espacio lleno de abusos y explotaciones. Siguiendo con el caso anterior, declaraba
la menor Mercedes Serrano, sirvienta, sobre la demanda en contra de Amelia
Recabarren, su patrona, por maltratos:

“En ese espacio de tiempo sufríó lo indecible, pues desde el primer díóa me exijíóan un
trabajo que no estaba en relacioó n con mi escasa edad y fuerzas. Me hacíóan asear toda
la casa, hacer las piezas, limpiar el comedor y cocina, lavar los platos y servicios, etc.
Me obligaba ademaó s la senñ ora Recabarren a surcirle diez pares de medias al díóa, cosa
que yo no podíóa hacer. En esa casa habíóa una cocinera llamada Ana, y la senñ ora
Recabarren teníóa un hijo llamado Manuel Millaó n. Pues bien, por no poder efectuar esos
trabajos, me golpeaban entre todos daó ndome de puntapieó s, de palos y mordiscos.
Otras veces me desnudaba el joven Manuel y con la cocinera, me obligaban a ponerme
en la llave del agua, en donde me mojaban. En otras ocasiones, me tiraban baldes de
181
(AJS, 2do Juzgado, 1916, o 15 seguó n yo, Legajo 1657)
182
Bernardina Carrera, Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
183
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
74
aguas. Una vez me inculparon del robo de un anillo y para obligarme a que me
confesara culpable de ese delito, siendo inocente, me pegoó de puntapieó s y [?] me torcioó
los dedos, arrancaó ndome ademaó s trozos de cabeza, el citado hijo Manuel de la senñ ora
Recabarren. Ademaó s de estos maltratos me teníóan los maó s de los díóas sin comer o
racioó n de hambre; lo que me obligoó en cierta ocasioó n a hurtarme un poco de alimento
de las ollas. Sabedores de esto, el joven Manuel y la cocinera, me maltrataron
baó rbaramente, me amordazaron y aquíó casi me ahorcoó con sus dedos. A todo esto,
debo anñ adir que me teníóan prohibida la salida a la calle. A causa de las diversas
lesiones que presentaba yo en el cuerpo y cabeza, una sirviente vecina, testigo de estos
maltratos, denuncioó a la policíóa lo que pasaba y entonces la senñ ora Recabarren me
entregoó a la senñ ora Tapia, vendedora de ropa quien me llevoó a su casa, pues la senñ ora
Recabarren no queríóa que me viesen herida. De la casa de la senñ ora Tapia me recojioó la
policíóa y me condujo al Hospital en donde he permanecido maó s de cuarenta díóas
medicinaó ndome de mis lesiones”184.

Este caso resulta significativo de los maltratos y abusos cometidos contra las
sirvientas, puesto que muestra coó mo se involucraba toda la familia en eó l, incluso con
colaboracioó n de otras sirvientas, como es el caso de la cocinera. Frente a esto, existíóa
tambieó n un apoyo solidario por parte de otras mujeres trabajadoras, como la
empleada vecina y la senñ ora Tapia, vendedora de ropa, quienes ayudaron a sacar a la
muchacha de la casa. El abuso llegoó a instancias judiciales soó lo por el hecho de que la
ninñ a hubo de ser trasladada a un hospital, donde meó dicos y policíóas debíóan obtener
respuestas por las agresiones:

184
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
75
“De las averiguaciones practicadas por el ajente Ríóos […] se ha establecido que la
muchacha Mercedes Serrano fue sacada de la casa de donñ a Amelia Recabarren viuda
de Millaó n ayer a las nueve am por Maríóa Tapia, lavandera de la senñ ora Recabarren y la
llevoó a su casa avenida Cumming 960 en donde el ajente pudo verla constatando que
teníóa una herida en la ceja del ojo izquierdo, varios machucones en la cabeza, los ojos y
cara hinchada, los dedos dislocados y varias contusiones en los brazos y piernas
siendo todas estas lesiones inferidas por los golpes de palo que le daba el joven
Manuel Millaó n hijo de la senñ ora Recabarren, golpes que le dio con el objeto de hacerla
confesar de un robo de dinero que le habíóan hecho. La muchacha manifestoó tambieó n
que un díóa la habíóan metido a una tina llena de agua despueó s de darle de palos y que la
tuvieron dentro del agua hasta que quedoó casi ahogada. Agrega que esto lo
presenciaba la senñ ora Recabarren y le decíóa a su hijo ‘ahoga esta china ladrona’ […] El
estado de la muchacha es bastante grave por efecto de las lesiones y la sangre que ha
perdido”185.

Asíó y todo, Amelia Recabarren, la acusada, se manifestoó imposibilitada de


declarar, por lo que mandoó a su hijo Manuel, quien habíóa cometido buena parte de los
maltratos. El joven de diecinueve anñ os expuso lo siguiente:

“No es exacta la acusacioó n que ha hecho la espresada muchacha en contra de mi madre


y míóa, previniendo desde luego que las uó nicas tareas de trabajo que se encomendaban
a esta muchacha, eran las de [¿] el servicio de cocina, y surcir algunos pares de medias
[¿], todo esto por supuesto, en relacioó n con su discernimiento y fuerzas, de manera
que jamaó s se le hizo hacer trabajo que no estuviese de acuerdo con su capacidad y
edad. Con respecto a los golpes de que queja la Serrano, declaro que, efectivamente,
una vez que llegueó a casa, me encontreó con que mi madre habíóa sufrido un síóncope a
consecuencia de que esta muchacha le habíóa faltado el respeto gravemente. Por esta
causa, no me pude contener y en un acceso nervioso tomeó una vasilla y con ella azoteó a
la Serrano, sin inferirle ninguna lesioó n. En otra ocasioó n, esta chiquilla fue sorprendida
por la sirvienta o, creo que por mi hermana, de que penetraba al comedor con las
manos sucias y tomaba con ella los comestibles, sonaó ndose al mismo tiempo con las
servilletas. Este acto repugnante, me hizo castigarla nuevamente con las manos,
siendo mentira que le hiciera torciones en los dedos, tratara de estrangularla,
arrancarle el pelo, etc. Con respecto a que yo mojara a dicha muchacha, tampoco es
cierto, y en esto intervino soó lo la sirvienta Ana, quien teníóa orden de mi madre de que
cuando la Serrano no se levantase temprano, y se lavase acto continuo, la obligase a
ello por la fuerza; y asíó ocurrioó que la sirviente, sacaba la muchacha al patio y allíó la
mojaba, mas no seó si con llave o con baldes […] La muchacha habíóa adquirido el haó bito
de robar comida con la mano de las mismas ollas, acciones por las cuales la sirviente
sabíóa pegar a la Serrano, pero nunca baó rbaramente. Ahora, si mi madre entregoó esta
muchacha para que la llevase la Maríóa Tapia, fue con el esclusivo objeto de que le
condujera nuevamente a las monjas, y no para ocultarla de la policíóa. No me esplico la
gravedad que el doctor Benavides atribuye a las contusiones que espresa en su
informe […] esas lesiones no se le han inferido en mi casa. Creo conveniente hacer
presente que la Serrano era una muchacha mui rabiosa, y cada vez que se le reprendíóa
se aranñ aba ella misma la cara y se daba de cabezazos contra la pared” 186.

185
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
186
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910
76
Mediante estas declaraciones, es posible inferir que habíóa un sentido
compartido entre el poder judicial y los sectores de la elite de que la violencia fíósica
contra las sirvientas domeó sticas era algo regular, e incluso permitido, en tanto se
justificara como parte de un castigo provocado por el “mal” comportamiento de la
empleada, comportamiento siempre designado bajo los paraó metros de lo “correcto”
desde la perspectiva de las clases dominantes. De esta manera, el disciplinamiento del
servicio era parte cotidiana de la vida al interior de un hogar de la elite, llegando a
convertirse en delito soó lo cuando la violencia llegaba a ser “injustificada”. Por lo
demaó s, al expresar que Mercedes Serrano era una muchacha de mal caraó cter, Manuel
Millaó n hacíóa eco de la importancia del desprestigio de los involucrados en la
resolucioó n de un caso. Poniendo en entredicho el comportamiento previo de las
personas, se sembraba una “duda razonable” acerca de la verosimilitud de los hechos,
restaó ndoles gravedad y credibilidad. De este modo, el caso de maltrato fue sobreseíódo
temporalmente “por no haber meó rito para proceder contra determinada persona” 187.

Las justificaciones de los acusados tambieó n podíóan enmarcarse, en el caso de


las mujeres, en accesos irracionales de locura o rabia, lo que podíóa restarles

187
Contra Amelia Recabarren, Maltrato a la menor Mercedes Serrano, Nº 3281, 1910.
77
culpabilidad. Es el caso de Maríóa Isabel Guü emes quien, acusada del homicidio de su
sirvienta Maríóa Luisa Caballero, se defendioó en base a dichos argumentos.

“Cuando la Caballero llegoó a mi casa, recieó n se desarrollaba la epidemia de tos


convulsiva que atacoó a dos de mis hijitas, una llamada Raquel de un anñ o y dos meses y
la otra Olga de dos anñ os y meses. La primera murioó creo yo no a causa de la tos
convulsiva sino de gastroenteritis […] Como tres díóas despueó s de haber fallecido mi
hija Raquel y estando yo atendiendo a mi hijita Olga que estaba bastante grave de tos
convulsiva, me llamoó la atencioó n el ver la cacerola en que se cuece la leche para las
ninñ itas enfermas, que estuviese completamente inmunda […] Creíó entonces que la
muchacha Maríóa, por su flojera y negligencia indirectamente teníóa la culpa en la
muerte de mi hija Raquel. Al pensar esto sufríó una gran impresioó n que excitaó ndome
demasiado me hizo tomar una escoba que teníóa a mano y junto con decirle a la
muchacha que era una criminal, que habíóa muerto a mi ninñ ita Raquel y queríóa
matarme la otra con su flojera, le di de golpes con la escoba no seó por donde, ni
cuaó ntos golpes, pues me cegueó completamente. Al díóa siguiente la muchacha hizo su
servicio como de costumbre y solo me llamoó la atencioó n el que fuese con mucha
frecuencia al W.C. por lo cual le hice comprar un purgante de aceite […] en vez de
mejorarse se empeoroó . Un díóa en la tarde, que mi mamaó fue a la casa y le dije que
temíóa que estuviese grave la muchacha me hizo tomarle la temperatura y habieó ndose
comprobado que teníóa cerca de cuarenta grados de fiebre, acordamos enviarla al
hospital […]”188.

188
Maríóa Isabel Guü emes, (AJS, 2do Juzgado, 1915, Legajo 1657), Homicidio de Maríóa Luisa Caballero
78
El problema de la violencia, por lo tanto, no lo era sino hasta que extralimitaba.
Maríóa Luisa Caballero fallecioó de neumoníóa producto de las lesiones pulmonares que
le ocasionaron los golpes. El caso fue sobreseíódo. Los abusos contra las empleadas
domeó sticas no eran desconocidos socialmente. Muchos casos aparecíóan tanto en la
prensa “burguesa” como en los pliegos de las “liras populares”:

“A la pobre cocinera
Por una casualidad
Un asado, a la verdad,
Se le quemoó de manera;
La patrona como fiera
Al notar asíó el asado
Con un garrote la ha golpeado
Hasta aturdir la sirviente,
I yo digo tristemente
Un crimen se ha perpetrado”189.

189
(Col Lenz, vol. 4, mic. 4123 s/anñ o,).
79
Habíóa muchas empleadas del servicio domeó stico que, en vez de haber sido
reclutadas en su infancia, eran contratadas por los hogares de la elite a traveó s de
“ajencias”, que publicaban sus servicios en los perioó dicos: “Amas de leche, cocineras,
sirvientes piezas, comedor, ninñ eras, mozos, ayudantes de cocina y toda clase de
servidumbre ofrecemos”190. Las mujeres que se desempenñ aban en este oficio recibíóan
un promedio de 42 pesos mensuales, siendo las amas secas y las cocineras quienes
maó s ganaban (50 las primeras y 46 las segundas); las que recibíóan la menor
remuneracioó n eran las sirvientas de comedor, quienes percibíóan en promedio 38
pesos191.

Muchas de ellas contaban con la sospecha permanente de sus patrones, y la


desconfianza generalizada de las elites: “todas las casas de la capital estaó n abiertas de
par en par a los abusos impunes i auó n a los críómenes atroces del primer venido que
‘busca servicio’”192. En repetidas ocasiones fueron acusadas de hurtos, algunos de los
cuales eran culpables, otros producto del recelo y la “prevencioó n” de los hogares
acomodados:

“Tengo fundadas sospechas para creer que la detenida sea la autora de este hurto,
pues eó sta era la uó nica que dentraba a las piezas donde encontraban las alhajas” 193.

“Funda sus sospechas en el hecho que las alhajas estaban en el dormitorio de su


esposa, y al cual soó lo teníóa acceso la Zamora que es la encargada del aseo de las piezas,
y en que ayer antes de que la senñ ora se sentara a almorzar dejoó esas alhajas en su
dormitorio y al volver ya habíóan desaparecido”194.

“La acusa que, siendo su empleada, le sustrajo un anillo con brillantes y un prendedor
con varios brillantitos, que avaluó a todo en ochocientos pesos” 195.

190
El Diario Ilustrado, 30 Octubre de 1905
191
(Cuidadora de ninñ os 42, servicio piezas 41, servicio de mano 40), fuente BOT Nº 21, 1923, citado en
Urriola p. 72
192
Benjamíón Vicunñ a Mackenna, Un anñ o en la Intendencia de Stgo. P- 203 citado en Zaó rate, Mujeres
Viciosas, Mujeres Virtuosas. La mujer delincuente y la casa correccional de stgo. 1860-1900, TUC 1993,
p. 131.
193
(Maríóa del Traó nsito Romero, Hurto, sirvienta, Exp nº 5514)
194
1913, Nº 5449, Esperanza Zamora, Hurto
195
1920, Nº 11982, Contra Rita Goó mez, Hurto. En el caso de “En la casa no hay ninguna persona estranñ a
y la uó nica que teníóa acceso al dormitorio nuestro era la detenida Bernardina, la que a mi juicio tomoó el
80
Hurtar o estafar era un delito claó sico entre las empleadas domeó sticas 196. En
general se trataba de cosas que se pudieran empenñ ar, como joyas, ropa y utensilios,
por los que no recibíóan grandes cantidades de dinero.

“Durante los meses de Enero y Febrero uó ltimos y en circunstancias que me encontraba


pasando la temporada de verano en NÑ unñ oa, dejeó al cuidado de mi casa a la inculpada
Maríóa Adelaida Silva, circunstancia que aprovechoó para tomar y empenñ ar varias
especies que no fueron detalladas […] No he habíóa presentado antes a la justicia
porque la Silva me prometíóa sacar esas especies lo que no ha hecho hasta la fecha” 197.

Muchas veces negaban los hechos, arguyendo desconocimiento o buen


comportamiento anterior:

“Yo no he hurtado las alhajas que reclama mi patrona Donñ a Luisa Bravo y ninguó n
conocimiento tengo de ese hurto. La uó nica especie que yo tomeó , fue una medalla de
oro, pero eó sta me la encontreó en el patio y la guardeó en mi caja, de donde se me perdioó .
Las otras especies que la senñ ora encontroó enterradas las tomeó cuando barríóa las
habitaciones creyendo que eran inuó tiles y de poco valor. Repito que estas son las
uó nicas especies que yo he tomado pero no las alhajas” 198.

“No tengo ninguó n conocimiento del robo de las alhajas que reclama don Alberto Apel.
Hace seis meses que trabajo como sirvienta de mano en la casa del senñ or Apel, sin que
jamaó s tuvieran alguó n reclamo en mi contra”199.

Algunas sirvientas se defendíóan de los cargos en su contra argumentando


haberlo hecho por las deudas impagas en sus salarios, al igual que por los maltratos y
acosos recibidos. Muchas decidíóan fugarse de sus lugares de trabajo, llevando en
ocasiones consigo alguó n objeto hurtado de la casa patronal:

“UÚ ltimamente y a causa de los malos tratos que recibíóa tanto de la senñ ora como de su
esposo don Daniel Argomedo me retireó sin avisarle de su casa, y auó n maó s me vi
obligada a proceder en esta forma debido que el senñ or Argomedo me perseguíóa
constantemente con insinuaciones para que me entregara a eó l y me amenazaba con la

anillo del velador, donde teníóa costumbre de dejar todas las noches mi marido”. Bernardina Carrera,
Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
196
Ver Cuadro final
197
(Maríóa Adelaida Silva, Hurto, 1922, Nº 14800, 3er juzgado, Urriola, Ivonne, op. cit., p. 80.
198
Maríóa del Traó nsito Romero, Hurto, sirvienta, Exp nº 5514
199
1913, Nº 5449, Esperanza Zamora, Hurto
81
Justicia. De estos hechos era sabedora la senñ ora Arellano la que por celos me pegaba y
maltrataba”200.

El acoso sexual, las violaciones y los embarazos al interior de los hogares de la


elite eran parte integrante en las relaciones de subordinacioó n del servicio domeó stico a
sus patrones. Esta situacioó n era ampliamente conocida e incluso estimada desde la
elite como una mejor alternativa ante los riesgos meó dicos y los escaó ndalos puó blicos
que podíóan traer como consecuencia la prostitucioó n:

“Porque tampoco era caso del otro mundo este del amo y la domeó stica, pan cotidiano
en toda casa de Santiago, lo que a la postre es legal, ya que las chinas no tienen idea del
honor, justo es que sirvan de salvaguardia a los hombres uó tiles en la sociedad, que no
buscaraó n asíó otros entretenimientos perjudiciales para su salud” 201.

La poesíóa popular tambieó n estaba consciente de esta realidad, caracterizando


las relaciones sexuales entre sirvientas y patrones como extensioó n de las labores
obligadas de su oficio:

200
Bernardina Carrera, Hurto, 3er Juzgado, Nº 7976, 1916.
201
(Juana Lucero, p. 112)
82
“Necesito cocinera
Con treinta pesos mensuales
Tiene que saber lavar
Y todo lo que se quiera
Se prefiere una soltera
Que tenga precisamente
Rosadas mejillas y frente
Y gracia particular
Su dulzura en el hablar
Y muy blanquitos los dientes

Sus ojos bien azulitos


Deben ser color de cielo
Y la punta de su pelo
Debe estar mui bien crespito
Los labios bien rosaditos
Igual que una munñ equita.
Se advierte a la sirvienta
Su primera obligacioó n
Muy temprano a su patroó n
Darle un beso con lenguü ita

Debe ser lo maó s curiosa


En lustrarme los zapatos
Darle de comer al gato
Y hacer las veces de esposa
Bien arregladas mis cosas

83
A la mejor maravilla
El vestido a la rodilla
Y su talle sin quebranto
Debe tener por encanto
Un lunar en la mejilla”202.

Cuando una sirvienta se intentaba defender de este tipo de situaciones, corríóan


el riesgo de ser acusadas –y muy posiblemente condenadas- ante la justicia. Julia
Fernaó ndez, acusada de Lesiones a su patroó n, expuso que se habíóa protegido de un
abuso de eó l:

“Basta el ver que una mujer no puede batirse en ninguó n caso con un hombre i en todo
caso aquíó se trataba que eó l era superior a míó en toda forma por ser yo empleada de
este agresor. Delito no ha habdio jamaó s de mi parte, el delito lo cometioó el reclamante
que estaó acostumbrado a hacerlo seguó n lo comprobareó a su debido tiempo” 203.

No obstante lo anterior, la acusada fue condenada a 80 díóas de presidio. De esta


forma, muchas mujeres podríóan haber preferido guardar silencio antes que denunciar
los abusos, a riesgo de perder su trabajo e incluso caer en prisioó n.

Un uó ltimo elemento de lo que representaba la limitacioó n de las posibilidades de


accioó n de las sirvientas domeó sticas tiene que ver con las restricciones de salir

202
(Lenz, vol. 8, mic. 4152), Urriola, Ivonne, op. cit., p. 76
203
Julia Fernaó ndez, lesiones, 1917, 3er Juzgado, exp. Nº 9527
84
autoó nomamente a la calle, establecer relaciones de amistad y formar pareja de manera
libre. Muchas de ellas teníóan prohibido salir fuera del hogar patronal, por lo que
algunas se fugaban. En otros casos, se les vetaba la posibilidad de relacionarse con los
hombres que quisieran, tanto por preceptos moralizantes impuestos desde las elites,
como por la necesidad de mantener la disponibilidad laboral de la sirvienta, que se
preferíóa soltera y sin familia. De esta manera, al impedir que las sirvientas forjaran
lazos de ninguó n tipo, ya fuera para buscar otro trabajo, compartir vivienda o
establecer una relacioó n de pareja, se manteníóan la estrecha dependencia hacia la
familia patronal, dejaó ndoles como uó nica alternativa el continuar empleadas ahíó.

En los casos en que las sirvientas dejaban la casa donde trabajaban, se


inculpaba a alguien por el delito de “rapto”, auó n si la mujer se habíóa fugado por su
propia decisioó n. Es el caso de Emma Navarrete, quien desaparecioó del hogar en 1912.

“Anteayer en la tarde desaparecioó de mi casa, una muchacha de 17 anñ os que estaba a


mi servicio i, por los datos que tengo en mi poder (una carta) la persona que se la
llevoó , es el guardiaó n de la 5ta comisaríóa Heriberto Gonzaó lez” 204.

204
Nº 4361, Heriberto Gonzaó lez, rapto de Emma Navarrete, 1912. Ver la carta en Apeó ndice N°
85
A dichas acusaciones, Heriberto Gonzaó lez respondioó que:

“es enteramente falso el cargo que se me hace i ni he pensando en cometer el delito


que se me impura. Es cierto que yo requeríóa de amores a la ninñ a Emma Navarrete a la
cual veíóa mui pocas veces i no pudiendo hablar con ella, le dirijíó la carta que se ha
agregado a estos autos i la cual reconozco como escrita por mi punñ o i letra. Desde la
fecha en que escribíó esa carta no he vuelto a ver a la muchacha pues como no obtuve
ninguna contestacioó n, creíó que la muchacha no correspondíóa a mi carinñ o. Si la ninñ a
Emma ha abandonado el hogar yo no he tenido ninguó n conocimiento” 205.

De esta manera es posible observar coó mo el oficio de sirvienta domeó stica


estaba marcado por preceptos de geó nero, abusos, una visioó n paternalista del trabajo y
la restriccioó n de las praó cticas sociales independientes.

COMERCIO

Entre las actividades de subsistencia propias de las mujeres populares, el


comercio habíóa desempenñ ado histoó ricamente un papel importante, auó n cuando no
concentraba grandes contingentes de trabajadoras ni era un rubro feminizado 206. De
todos modos era una de las opciones laborales para muchas mujeres en Santiago,
puesto que, junto con el servicio domeó stico, conformaba una de las dos aó reas de
crecimiento urbano. Las mujeres clasificadas como comerciantes constituíóan
alrededor del 5% de la poblacioó n activa femenina 207. Dentro del este sector laboral,
existíóan tanto comerciantes establecidas, que teníóan sus propios negocios, vendedoras
ambulantes, y empleadas del comercio. Al igual que las trabajadoras de las industrias,
las empleadas del comercio proyectaban una imagen de esfuerzo al resto de la
sociedad, que se sustentaba en una mirada compasiva acerca de la incapacidad de la
mujer de mantenerse sola.

205
Nº 4361, Heriberto Gonzaó lez, rapto de Emma Navarrete, 1912
206
“En la medida en que la actividad comercial crecíóa de modo constante, lo hacíóa a su vez el empleo
femenino en este sector, incluso, aunque el comercio permanecioó altamente masculinizado, hacia 1930
casi 30.000 mujeres trabajaban en empleos comerciales.” Hutchison, op. cit., p. 61
207
Hutchison, Elizabeth, op. cit., p. 61
86
“Muchas, muchíósimas son las familias que no tienen maó s entradas que el producto del
honrado trabajo de la mujer, la anoó nima heroíóna del taller, de la faó brica o del mesoó n de
un tienda […] enorme injusticia que pesa sobre los deó biles hombros de sus protectores
femeninos”208.

Las mujeres arranchadas del siglo XIX en los períómetros urbanos se habíóan
dedicado a las actividades comerciales relacionadas con el mundo peonal, vendiendo
“comidas, bebidas, albergue y entretencioó n a campesinos de paso y a peones
itinerantes”209. Esta particular forma de arranchamiento constituyoó una de las
primeras formas de penetracioó n del mundo femenino campesino a las ciudades.
Debido a las actividades que desarrollaban, las clases dominantes calificaron muchas
veces a estas mujeres de prostitutas y “aposentadoras de vagos”, por lo que las
relaciones entre estas comerciantes urbanas primerizas y la policíóa nunca fueron muy
tranquilas210. Con el tiempo, las turbulencias no dejaron de existir reactualizando los
conflictos a nivel de comercio urbano del conventillo. Las ventas callejeras convivíóan
permanentemente con la mirada autoritaria, amparada ademaó s por la prensa de elite,
que reprobaba el comercio ambulante por su desorden y contrariedad con los
principios del orden y el progreso.

208
La Democracia, Santiago, 1919, 5. Julio, “Problemas sociales. La mujer humilde”
209
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 261.
210
Salazar, Gabriel, op. cit., p. 281
87
Thomas Wright, “Comercio peonal”, c. 1900. Fuente: Memoria chilena.

En cuanto a la estadíóstica criminal, existíóa un promedio de 56 vendedoras


ambulantes procesadas por anñ o, y 24 comerciantes, de un total promedio de 4.015
anual.

El comercio sedentarizado tambieó n era acosado por leyes y discursos


moralizadores, poniendo en duda la “honorabilidad” de las cantinas y negocios. La ley

88
de patente de alcoholes, sobre todo, fue una de las que cayoó con mayor rigor sobre las
comerciantes, quienes solíóan ser acusadas de vender alcohol sin acompanñ arlo de
alimentos, o de expenderlo sin tener el permiso correspondiente.

“No es verdad […] hubiera habido gente bebiendo sin estar comiendo […] todos los
que se encontraban estaban comiendo” 211.

Un contingente de inspectores municipales vigilaba constantemente los locales,


muchas veces cometiendo transgresiones.

“Estos individuos, so pretexto de sorprender infracciones a la ley de alcoholes,


penetraron al interior de la casa, a viva fuerza, en contra de la voluntad de sus
moradores y sin exhibir orden alguna de autoridad competente. La ley les senñ ala y les
limita el sitio hasta donde pueden llegar en cumplimiento de sus deberes. En este caso
se han extralimitado, penetrando a habitaciones particulares y atropellando el claro
precepto del artíóculo 137 de la Constitucioó n Políótica del Estado. Pero, no es raro, senñ or
cronista, el proceder de este oficial, por cuanto abusan de continuo en la forma ya
dicha”212.

Los intentos de higienizacioó n, control de la ebriedad y ordenamiento del


comercio, sumados a la necesidad de las elites de cenñ ir a las mujeres a espacios cada
vez maó s domeó sticos, pusieron en evidente tensioó n los variados aó mbitos del
comercio213. Por lo demaó s, las mujeres comerciantes parecíóan auó n maó s sospechosas
porque sus negocios muchas veces eran asociados a la prostitucioó n y la inmoralidad.
Existíóa en Santiago una gran cantidad de “cafeó s chinos”, “casas de citas” y “cantinas” y
“salones de teó ” que amparaban la prostitucioó n, el juego y el “vicio” de las parejas que
allíó asistíóan. De esta manera, algunas comerciantes tuvieron que responder por la
“honorabilidad” de sus locales, ante acusaciones de distinta íóndole.

211
1917, Contra Dominga Reyes Valenzuela, Infraccioó n Ley de Alcoholes.
212
Juan de D. Bravo Rojas, La Nacioó n 29 de Agosto de 1917, en Contra Guillermo Vergara por violacioó n
de domicilio, 1917, N° 9287.
213
La situacioó n dejoó de ser flexible: las mujeres debíóan responder de alguna manera, abandonar sus
negocio, "higienizarse", "moralizarse", vivir de acuerdo a lo que se esperaba de una mujer "proletaria", o
seguir desarrollando su comercio en las calles, en tanto siguiera siendo una salida viable y honrada para
un gran nuó mero de pobres -especialmente para ellas-, que carecíóan de un lugar claro en una sociedad
particularmente excluyente. Hacia 1920, las comerciantes, en particular las callejeras, vivíóan una
evidente tensioó n entre el discurso moralizador de las elites dominantes que necesitaba una fuerza de
trabajo femenina circunscrita al aó mbito domestico, y las necesidades econoó micas de las mujeres pobres,
que las empujaban a seguir ocupando los bordes de la modernidad con sus ventas ambulantes. Brito,
Alejandra, op. cit., p. 46
89
“Estas piezas tienen tres puertas: una de ella da al patio, otra comunica a un saloó n en
donde pasa constantemente un joven ejecutando piezas de muó sica en un piano y por
lo demaó s esa puerta jamaó s se cierra. La otra puerta […] estaba cerrada […] es
imposible que allíó haya ocurrido el acto: reclamo por la honorabilidad de mi casa de
negocios, donde por ninguó n motivo y circunstancia habríóa permitido algo asíó” 214.

Algunas mujeres que trabajaban en casa comerciales eran acusadas de hurtos o


estafas por parte de sus contratantes. Eran consignadas como empleadas, lo que
significa que muchas mujeres clasificadas con este oficio pueden haber trabajado en el
rubro del comercio. Es el caso de Alfonsina Ginier, quien fue condenada a relegacioó n
por 541 díóas a Curicoó :

“La detenida desempenñ aba el puesto de cajera en la talabarteríóa nombrada desde el


mes de Enero, y confiesa que durante todo este tiempo, y diariamente, se apropiaba de
diversas sumas de dinero correspondiente a los pagos que le hacíóa el puó blico por
compra de mercaderíóas. Para no ser sorprendida se hurtaba (de) los vales que los
empleados dan al puó blico para que pagaran en la caja y ella de ingresar al libro caja los
vales de díóa omitíóa los que habíóa sustraíódo y se apoderaba del dinero que
representaban”215.

PROSTITUCIOÚ N

Entre los anñ os 1910 y 1920 fueron aprehendidas por críómenes de diversa
íóndole 3.380 mujeres catalogadas como prostitutas, correspondiendo al 8,8% del total
de delincuentes femeninas. El hecho de que los nuó meros varíóen draó sticamente en
algunos anñ os puede deberse a la variabilidad de las clasificaciones de los oficios,
puesto que en algunas ocasiones se situaba a las prostitutas como mujeres “sin
ocupacioó n conocida u oficio ilíócitos”. Ademaó s, la prostitucioó n era un oficio no siempre
reconocido y muchas veces temporal, por lo que las mujeres que en ciertos meses del
anñ o (especialmente el verano) se dedicaban a la prostitucioó n, pudieron haber
consignado su otro oficio ante la policíóa. A pesar de lo inseguro del caó lculo, puede
servir para explicar las diferencias entre nuó meros y representaciones.
214
s/n (paó gina mutilada), Contra Pedro Valenzuela, Estupro, 3er juzgado, 1911
215
1915, Nº 7245, Contra Alfonsina Ginier, por Estafa
90
Tabla 1: Reos mujeres consignadas como prostitutas (1902-1920)
% en relación al total
Año Nº de prostitutas
femenino
1902 578 15,6
1903 406 10
1904 359 8,8
1905 257 7,1
1906 249 7,3
1907 247 7,8
1908 309 14,2
1909 321 8,4
1910 247 5,8
1911 s/d* s/d
1912 - -
1913 15 0,3
1914 746 17,6
1915 1871 42,3
1916 80 1,9
1917 - -
1918 72 1,6
1919 124 3,2
1920 225 6,8
*s/d: sin datos de ese anñ o. Fuente: Elaborado a partir de datos de AE, 1902-1920.

El porcentaje de mujeres involucradas en la prostitucioó n que eran


aprehendidas por distintos delitos era relativamente bajo en comparacioó n con las
empleadas, ya fueran a domicilio (lavanderas, costureras), particulares (sirvientas
domeó sticas) o fabriles (textiles, de alimentacioó n, tabaco, etc.)

Sin embargo, era considerado como el oficio maó s tendiente a la criminalidad,


marcado sin duda por imaginarios que situaban la prostitucioó n como terreno feó rtil
para el desarrollo de distintos dramas populares. Por lo demaó s, las mujeres que
desempenñ aban este oficio eran constantemente acosadas por la policíóa y mucho maó s
susceptibles a ser detenidas por sospechas de sus clientes (CITA).

Lombroso habíóa establecido en sus estudios criminoloó gicos que las prostitutas
teníóan un tipo delincuencial nato, representante genuino de la criminalidad, puesto

91
que “le faltaba sentido maternal”216. De esta manera, se forjaba una visioó n opuesta
entre mujeres buenas y malas, madres y prostitutas, criminales y virtuosas.

Para las elites, la prostituta era una mujer carente de fortaleza moral, que soó lo
contribuíóa a la perpetuacioó n de los vicios sociales, la enfermedad y, sobre todo, el
crimen. A pesar de ser calificada como un oficio, la prostitucioó n se entendíóa como lo
opuesto al trabajo, representando la “vida faó cil” o el “mal vivir”, contrario a las labores
“honradas”. Sin embargo, el problema de la prostitucioó n de las mujeres populares no
era, para la elite, la falta de un trabajo “decente”, sino el abandono y la incapacidad de
la mujer de mantenerse sola, tanto econoó mica como moralmente:

“Hay en el abandono en que dejamos a la mujer el germen de gravíósimos males


sociales […] La mujer, entre nosotros, no puede bastarse a síó misma. Entregada a sus
propios recursos por la falta del padre, del esposo o del hermano, no tiene otro
porvenir que la miseria o la perdicioó n […] Si al mismo teó rmino se ha de llegar por un
camino de rosas y por un sendero de espinas, no es raro que se prefiera el primero, a
no ser que posea una soó lida virtud que es el uó nico baluarte seguro contra las
seducciones del mundo y la uó nica fuerza capaz de resistir a los sacrificios de una vida
de martirio”217.

Estos discursos consentíóan la necesidad de la constitucioó n familiar, la


incapacidad moral de la mujer y su articulacioó n en la sociedad como un sujeto
necesitado de proteccioó n. A pesar de que se le atribuíóan mayores grados de moralidad,
eó stos eran significativos en tanto se la mantuviera resguardada, al alero de una familia,
instruida y en las labores domeó sticas. Todas estas caracteríósticas, sin embargo,
correspondíóan a mujeres de clase alta, designaó ndose un modelo inaplicable como ideal
para los sectores populares, puesto que en ellos las mujeres circulaban
constantemente entre los espacios privados y puó blicos, el trabajo, el hogar y los
lugares de esparcimiento. Este “modelo” no soó lo conllevaba un imaginario abstracto,
sino que se socializaba permanentemente por medio de praó cticas de control y

216
Cesare Lombroso, La mujer delincuente; la prostituta y la mujer normal, 1899, nombrado en
http://74.125.45.132/search?
q=cache:hstq12T7pWEJ:www.avizora.com/publicaciones/biografias/textos/textos_l/0015_lombroso_c
essarer.htm+lombroso+la+prostituta&hl=es&ct=clnk&cd=1&gl=, consultado el 17. Noviembre de 2008.
217
“La situacioó n de la mujer en Chile”, El Independiente, Santiago, 16. Febrero de 1872, en Sergio Grez, La
Cuestión Social en Chile. Ideas y debates precursores, Santiago de Chile, DIBAM, 1995, pp. 171-172.
92
regulacioó n del mundo popular femenino. Es decir, las pautas de comportamiento
difundidas como correctas y los discursos que las sustentaban, vendríóan a impactar
directamente en las políóticas estatales de normalizacioó n de la familia, el trabajo y los
espacios de sociabilidad populares. Las mujeres solas, comunes entre los sectores
populares, eran marcadas por la oficialidad como mujeres “abandonadas”, lo que las
posicionaba al borde de la inmoralidad, puesto que “abandonada asíó marcha
raó pidamente a la prostitucioó n y ya sabemos lo que la prostitucioó n da a las sociedades
que la fomentan”218.

La prostituta muchas veces era reconocida socialmente como una mujer que
“habíóa elegido una vida maó s autoó noma y por esa razoó n percibida por muchos hombres
como un peligro o una amenaza al orden de geó neros vigente” 219. Del mismo modo, la
prostitucioó n se asociaba directamente con el crimen y el vicio, llegando a justificarse la
violencia contra las mujeres bajo la mirada suspicaz de una sociedad que no veíóa con
buenos ojos la visibilidad femenina220. Sus delitos se relacionan con la sospecha, el
hurto, los ultrajes a la moral, el escaó ndalo y las agresiones o robos 221.

CONCLUSIONES: CRIMINALIZACIOÚ N DEL PUEBLO, CONSTRUCCIOÚ N DE LA NACIOÚ N

La criminalidad femenina atrajo un sinnuó mero de discursos relacionados con


su moralidad y con el ordenamiento de la mujer en el nuevo espacio social de la
ciudad. Uno de los problemas maó s significativos para la elite en el períóodo, fue el de la
mujer trabajadora. Mediante representaciones de la peligrosidad, el trabajo se asocioó
fuertemente a los signos desmoralizadores de los tiempos, y en particular a la peó rdida
218
“La situacioó n de la mujer”, en Grez, Sergio, op. cit., p. 172
219
Armus, Diego, “El viaje al centro. Tíósicas, costureritas y milonguitas en Buenos Aires, 1910-1940”, en
Salud Colectiva, vol. 1, nuó mero 001, 2005, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanuó s, p. 88.
220
“El cadaó ver de una mujer en la víóa puó blica soó lo era posible entre los integrantes de la geneó ricamente
llamada ‘mala vida’. Se creíóa que las mujeres honestas no estaban dispuestas y expuestas, por su propio
estilo de vida, sufrir este tipo de experiencia. ‘Mala vida’ del asesino, pero tambieó n de la víóctima; ‘mala
vida’ que remitíóa en líónea directa a los bajos fondos sociales.” Sandra Gayol, “La maté porque era mía: los
asesinatos de mujeres en la Argentina (fines del siglo XIX – primeras deó cadas del XX)”, en Scarlett
O’phelan y Margarita Zegarra (ed.), Mujeres, familia y sociedad en la historia de América Latina, siglo
XVII-XXI, Lima, Instituto Riva Aguü ero, 2006, p. 226.
221
Ver casos en Apeó ndice N° 4
93
de virtud femenina que, desprovista de la proteccioó n natural requerida para su
debilidad esencial, habíóa “ido a parar” al mundo del trabajo.

Los peligros del trabajo, constituyentes de la criminalidad, gatillaban seguó n


estas visiones, los problemas maó s terribles para las mujeres. En primer lugar, las
trabajadoras aumentaban su ambicioó n por el lujo y el dinero. Esta percepcioó n era
transversal en la sociedad y se manifestaba de diversas maneras

“Antes, la mujer apreciada en mucho la valentíóa […] Ahora, en cambio, la mujer aprecia
en mucho el dinero […] En tus manos, mujercita, estaó que cese en los hombres esa fiel
religioó n del metal”222.

La mujer incitaba al delito masculino, quien, por culpa de ella, era capaz de
robar y matar. De esta manera, la peligrosidad de la mujer no soó lo la influíóa a ella, sino
a toda la sociedad. Es por esto que debíóa ser re-moralizada, inculcaó ndole la
importancia de mantener el lugar que la sociedad le habíóa otorgado:

“El error elementar estaó en el querer aparentar ser maó s de lo que uno es. ¡Queó distinto
marcharíóa el mundo si cada cual se resolviera a vivir, francamente, seguó n su situacioó n!
Hay que convencerse, no hay situaciones inferiores, soó lo hay almas incapaces de
vivirlos con nobleza”223.

A pesar que le mujer cometíóa variados delitos, siempre se la asociaba maó s a la


prostitucioó n, a la desvirtuacioó n moral antes que al crimen “racional” del hombre. Esa
misma disculpa social hacia las mujeres que robaban, en el supuesto de que lo hacíóan
“para dar de comer a sus hijos”, o que heríóan “para defender su honor”, quitaba la
responsabilidad o la capacidad de la mujer para ser una “verdadera” criminal. Las
veces que no habíóa justificacioó n, se daba gran resonancia a los hechos, apelando a la
desnaturalizacioó n de la madre y lo grotesco y horrible del crimen. Estos casos servíóan
sobre todo para alertar a la sociedad de los líómites que se estaban forzando,
permitiendo remitirse a discursos que intentaban devolver a la mujer al hogar, ante la
degradacioó n que se estaba produciendo. Otro tipo de delitos, propios de la
convivencia, como las injurias, eran constatados como peleas mujeriles sin

222
“A las mujeres”, El Azote, Talca, Septiembre de 1920.
223
Ivonne Sarcey, “La dignidad de una vida sencilla”, El Chileno, 21 de Julio de 1920.
94
importancia, lo que les restaba gravedad. Los problemas de violencia domeó stica o
conyugal, eran condicionados al comportamiento de la mujer y su honorabilidad.

Las conductas consideradas como delictivas formaban parte de un proceso de


marginacioó n y pauperizacioó n de los sectores populares, con acceso insuficiente o nulo
al mercado laboral. Sin embargo, el Estado y las elites en sus intentos por forjar una
representacioó n de la criminalidad como derivada del trabajo femenino, buscaban
moralizar y criminalizar a los sectores populares. A los hombres por no trabajar, a las
mujeres por hacerlo. De esta manera, la criminalidad femenina era resultado no soó lo
del trabajo de las mujeres, sino consecuencia de que los hombres de los sectores
populares no fueran “capaces” de mantener a sus familias. Esta visioó n fue legitimada
entre las elites para intentar sedentarizar y forjar en los hombres la obligatoriedad del
trabajo, sin hacer una revisioó n de sus condiciones salariales ni sociales. Los pobres
eran culpables de su pobreza, en tanto transgredíóan los mandatos de geó nero. 224

De este modo, el problema de la delincuencia femenina se perfilaba desde sus


comienzos como un asunto de degeneración moral de los sectores populares y la falta
de controles estatales sobre ellos. Conscientes de los cambios que estaban sucediendo
debido a los procesos modernizadores, el Estado y las elites formularon sus propias
medidas de normalizacioó n del cuerpo social en el marco de la llamada Cuestión Social.
Una parte importante de estas políóticas consistioó en la configuracioó n de espacios de
reclusioó n, dinaó micas de control y discursos moralizantes en torno a la criminalidad
femenina.

A traveó s del delito femenino se tensionaban todos aquellos supuestos sociales


que estaban asociados desde las elites con la formacioó n del Estado-nacioó n. De esta
manera, los roles de la mujer se vieron influenciados por el discurso hegemoó nico,
generando binomios opuestos de lo socialmente “esperado” entre los sectores
populares. La madre hogarenñ a fue insertada en el discurso como contraria a la
trabajadora criminal, auó n cuando estas posiciones no eran excluyentes. Mediante la
224
Ver Apeó ndice Nº 3.
95
utilizacioó n de la imagen de la mujer criminal, a traveó s del espacio social, se le daba al
delito femenino un lugar “uó til al sistema”: el de pregonar a la verdadera mujer,
contraria a la criminal.

APEÚ NDICES

1. Carta de evidencia en el caso de rapto de Emma Sotomayor, sirvienta, contra Heriberto


Gonzaó lez, 1912.

“Senñ orita Emma Sotomayor:


Mi maó s apreciada amiguita:
Tengo el honor de tomar la pluma para escribirle a ud. y espero que al recibo de estas mal
formadas letras se encuentre gozando de una intachable salud y felicidad yo quedo bien
solamente con los grandes deseos de verla esta es para decirle lo que estaó sufriendo mi
corazoó n por su amor.
Hai, mi querida Emita lla no puedo soportar por maó s tiempo mi cruel dolor que siento en mi
corazoó n por su […] amor que me mata.
Hai mi Emita querida desde la primera vez que la vide y tuve la suerte de conocerla mijita
nacioó el maó s puro amor que le tengo asta la muerte.

96
Desde este momento jamaó s le podreó olvidar porque siempre la tendreó en mi memoria y
grabada en mi corazoó n.
Díógnese mi querida Emita de hoíórme con toda atencioó n mis suó plicas que su […] le pide le juro
como hombre en cumplirle todo porque ud. es la uó nica duenñ a de mi corazoó n.
Hai mijita linda tanto que la amo le pido por servicio que no me desprecie por otro joven maó s
simpaó tico que su negrito la quiere para bien y procuraraó […] Emita que se digne hasertar
[aceptar] el amor maó s puro y sincero que le tiene su negrito espero en Ud. que sea una buena
senñ orita de un corazoncito bondadozo y se compadesca de quien tanto le ama de todo
corazoó n.
Hai mi querida Emita que feliz fuera si Ud. me asertara todo lo que yo le pido haíó pasaríóamos
la vida como dos palomitos. Le juro que no tengo a nadie a quien querer.
Vivo solito y deseo tener una duenñ a de casa porque lla estoi enteramente aburrido de vivir
solo quiero tener una fiel companñ íóa hasta mi muerte
Hasíó que espero en Ud. mi querida Emita que se haga duenñ a de este fatal corazoó n seríóa mui
feliz con migo.
Espero que Ud. me conteste lo maó s pronto posible si es que no sea mucha la molestia.
No le escribo maó s por falta de tinta, síórbase disculparme el atrevimiento y la confianza que me
he tomado sin que Ud. me la diera.
Sin maó s de esto reciba el […] carinñ o y amor maó s puro con que distinguirle en toda parte soi de
Ud. mi querida Emita el maó s afectivo y aficionado servidor.
Heriberto Gonzaó lez.

2. “¡Siempre el alcohol! Una historia fresca”, El Chileno, 3 de Octubre de 1905.

Un albanñ il se pagoó el saó bado recieó n pasado del trabajo de la semana. Recibioó la suma de 28
pesos mondos y lirondos.
Es un buen jornal, que demuestra que el albanñ il era tambieó n un buen obrero.
Recibido su dinero, en vez de irse a su casa, el albanñ il se dirijioó a una casa de remolienda de la
calle de Maestranza.
En dos o tres horas, nuestro obrero se bebioó con amigos el jornal, y lo que no se bebioó , lo
perdioó en el juego.
Total, que al llegar a la casa llevaba
¡Treinta centavos!
Treinta centavos para mantener a su mujer, a sus hijos, comprar lo que falta y vestirse y
alimentarse…
Pero esto no es nada.
Al poco rato de llegar, se presentan ajentes de la justicia en busca del obrero.
Se le acusa de haber arrojado una mujer al canal de San Miguel…
Alguien lo vio en companñ íóa de esa mujer. Esta aparece despueó s ahogada. Se le culpa a eó l de ser
el asesino. ¿Es culpable? ¿Es inocente?
Sea como fuere, el albanñ il, el obrero que pocas horas antes recibíóa un jornal subido y bien
ganado, estaó a estas horas en un calabozo de la seccioó n de detenidos.
Y no es posible decir si iraó a parar al presidio.
Todo por hacer tomado el camino del vicio en vez del camino del hogar
[…]
Mediten los obreros.
Es un ejemplo vivo el que les ofrecemos. Es una historia de ayer. Es un hecho rejistrado ya en
el parte de policíóa, que da cuenta de una mujer ahogada en el canal de San Miguel y senñ ala al
presunto autor de esta muerte
97
[…]
(Mujer-esposa desesperada se halla despueó s con el patroó n)
Y el patroó n agregoó :
- ¡Era un buen obrero! Todos lo queríóan. Y bien que se ganaba el jornal.

3. “El trabajo de la mujer”, El Chileno, 5 de Junio de 1905

“No es necesario profundizar gran cosa en el asunto para echar de ver cuaó n dura y
triste ha de ser la vida de las pobres mujeres obligadas a subvenir totalmente a sus
necesidades mediante el producto de su trabajo honrado, y cuaó nto influye esa fatalidad en la
espantosa desmoralizacioó n que se observa en las ciudades populosas. Nadie ignora, en efecto,
que en los grandes centros de poblacioó n, al lado de las solicitaciones del lujo y la elegancia
maó s vehementes y seductoras para las almas femeninas, se mueve un ejeó rcito de
desheredadas de la fortuna, muchas de las cuales por un pedazo de pan fabrican y urden con
sus propias manos aquellas galas ostentosas que las deslumbran, y a medida que allíó
aumentan los refinamientos de todo jeó nero y crecen las necesidades de la vida, el jornal de la
mujer baja, y baja hasta alcanzar en ciertas labores proporciones verdaderamente
inverosíómiles por lo exiguas.
¿A queó causas atribuir semejante fenoó meno? En el fondo a las leyes de la competencia
y uó nicamente a ellas; a la accioó n continuada de esta competencia inflexible, despiadada y cruel
que rije las manifestaciones todas de la vida, no a la manera semi-justa o compensadora como
el hombre organiza, por ejemplo, una carrera de caballos, graduando el peso que ha de llevar
cada uno teniendo en cuenta sus condiciones de edad, de raza y de aptitud probada, sino en la
forma escueta, fríóa y horriblemente despiadada con que la lucha por la vida condena
irremisiblemente a los deó biles en frente de los maó s fuertes.
La mujer, como teniendo jeneralmente menos necesidades que el hombre, cuando ha
acudido a competir con eó ste, verbigracia en el trabajo de las faó bricas, ha envilecido la mano de
obra al contentarse con un jornal menor; y del mismo modo ha contribuido tambieó n a
despreciar las labores jenuinamente femeninas, aumentando la oferta de eó stas en notable
desproporcioó n con las demandas de las mismas.
Hemos dicho que la mujer teníóa naturalmente menos necesidades que el hombre, y
hemos de anñ adir ahora, a propoó sito de oferta senñ alada, que la maó s grave concurrencia que se
suscita a las mujeres obligadas a proveer a su subsistencia, es la de aquellas otras que cuentan
con alguó n otro medio de vida independiente de su trabajo personal.
Hai, en efecto, un sinnuó mero de mujeres para las cuales el producto de su trabajo
significa tan solo un suplemento maó s o menos indispensable para cubrir sus necesidades, y
aun a veces para satisfacer sus pequenñ os caprichos; y la esposa del obrero que busca el medio
de emplear sus ocios para atender con maó s desahogo los gastos de la casa, sumando alguó n
ingreso al jornal ordinario del marido; la hija de familia que pretende lo mismo para
contribuir en alguó n modo al sosteó n del hogar o disponer de algunos reales para alfileres, y auó n
la senñ ora venida a menos o las muchachas cursis, amigas de perifollos que quieren a todo
trance llevar sombrero y cosen de tapadillo para lograrlo, son otras tantas enemigas juradas, si
bien inconscientes, de la infeliz que necesita ineludiblemente trabajar, so pena de morir de
hambre, ya que todas aquellas contribuyen de un modo decisivo a abaratar maó s y maó s la mano
de obra femenina, merced de una competencia que bien se puede llamar desenfrenada.
Aparte de esta lucha de caraó cter meramente econoó mico, no falta quien senñ ales como
uno de los escollos que entorpecen frecuentemente el trabajo de la mujer, toda la serie de
injusticias, preferencias, vejaó menes, halagos e intrigas de diversos oó rdenes que con frecuencia
se provocan en dondequiera que se entablan relaciones entre personas de diferente sexo. La
98
observacioó n es justa y no hai duda de que, ahondando en ello, encontraríóamos frecuentes
motivos de acre censura; pero prescindiendo de sus raíóces y objetivo, en lo esencial, no
podemos admitir que sean esclusivas del trabajo de las mujeres las desigualdades e injusticias
de los patrones, derivadas de impulsos personales ajenos a una mira puramente econoó mica.
Una absoluta imparcialidad puede decirse que no existe ni casi se concibe y en el fondo
de la mayoríóa, por no decir de todas nuestras resoluciones, adoptamos frecuentemente un
criterio de justicia que en el fondo talvez no es otra cosa maó s que hoja de parra con que
instintivamente cubrimos nuestras veleidades de simpatíóa y antipatíóa. Hoi es la belleza de una
mujer la que nos mueve a favorecerla con preferencia, recordando los peligros que para ella
entranñ a la propia hermosura, y manñ ana favoreceremos a la maó s fea en compensacioó n de su
falta de atractivos; invocamos ahora el caraó cter de padre de familia del candidato a un cargo
como prueba plena de sus merecimientos, y luego invocaremos la condicioó n de independiente
y libre de otro candidato como perfecta garantíóa de sus aptitudes; y asíó en todos los casos, la
juventud o la madurez, el vigor o la salud escasa, las muchas luces o los cortos alcances, seraó n
alternativamente seguó n en cada caso convenga a nuestros impulsos de benevolencia, los
tíótulos irrecusables que alegaremos en favor de aquellos a quienes pretendamos favorecer.
Todo esto a un lado, es indudable que la condicioó n econoó mica de la mujer resulta
materialmente insostenible, sobre todo en las grandes capitales, donde la remuneracioó n de
sus labores propias tiende a bajar infinitamente por virtud de las causas indicadas. Pero ¿es
aquella mejor en otros medios?
A despecho de todos los feminismos, la mujer libre, sola y aislada, fuera de los grandes
centros de poblacioó n, no existe, ni casi se concibe: nacida para el hogar, es en el campo madre,
esposa o hija, y en uó ltimo teó rmino que afecta al servicio domeó stico, que es para ella como una
prolongacioó n de la familia. Tal es la mujer en el mundo, tal es la mujer en la naturaleza y tal
parece querer que sea la inflexible lei econoó mica que la condena o poco menos a perecer en
las grandes ciudades, si no recurre al uó nico medio de existencia que resulta medianamente
retribuido y que no es otro que el servicio domeó stico.
No es esto decir que no sea mui racional y justa la noble aspiracioó n a vivir con el
producto de un trabajo independiente en aquellas mujeres a quienes las continjencias de la
vida dejaron solas y sin bienes de fortuna; pero es fuerza reconocer que eó stas en buena loó jica
debieran ser mui pocas. La mujer no ha venido al mundo para trabajar en el sentido de ganar
dinero ni para vivir aislada: su puesto estaó en el hogar domeó stico, junto al hombre, y al
hombre incumbe el sostenimiento de todas las necesidades de su hogar.
El problema del trabajo de la mujer envuelve, pues, un factor moral al lado del factor
econoó mico, y su beneficiosa solucioó n estriba en el acrecentamiento del espíóritu de familia y en
la mayor retribucioó n del trabajo masculino.
El díóa en que se casen todos los hombres y en que todos ellos ganen lo suficiente,
quedaraó resulto moral y materialmente el arduo problema del trabajo de las mujeres.

M. M. Illas y Farra.

99
FUENTES Y BIBLIOGRAFIÚA

DOCUMENTOS DE TRABAJO
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- Coleccioó n Amunaó tegui, Archivo de Literatura Oral, Biblioteca Nacional
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PERIOÚ DICOS
El Diario Ilustrado (Santiago)
El Chileno (Valparaíóso)
El Calderero (Valparaíóso)
El Panificador (Santiago)
La Democracia (Santiago)

LIBROS, TESIS Y ARTIÚCULOS


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103
IÚNDICE

-INTRODUCCIOÚ N. CUESTIOÚ N SOCIAL, MUJER Y CRIMINALIDAD. 2


Criminalidad y trabajo femenino en la Historiografíóa. 7
El enfoque de geó nero para el estudio de la criminalidad. 13

-CRIÚMENES: TIPOLOGIÚAS Y CONSTRUCCIONES DE LA PELIGROSIDAD. 16


“Una muchacha mendiga será ladrona y prostituta”.
Delitos contra el orden y seguridad. 19
“Esta mujer mala no puede tener a mi hija”
Delitos contra la moral. 23
Delitos contra las personas. 32

-TRABAJO FEMENINO Y CRIMINALIDAD. 45


Lavanderas. 47
104
Costureras. 58
Trabajadoras industriales. 66
Servicio domeó stico. 72
Comercio. 84
Prostitucioó n. 87

CONCLUSIONES: CRIMINALIZACIOÚ N DEL PUEBLO, CONSTRUCCIOÚ N DE LA NACIOÚ N. 91

APEÚ NDICES. 94
FUENTES Y BIBLIOGRAFIÚA. 98

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