El latín en Hispania: la romanización de la
Península Ibérica. El latín vulgar.
Particularidades del latín hispánico
Jorge Fernández Jaén
1. La Romanización de la Península
Ibérica
El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue
creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar
todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo,
llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima
expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano
Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y
desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y
Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En
consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio
Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y
social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la
romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que
gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base
social, cultural, administrativa y lingüística.
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se
inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnicacon el desembarco de los
Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo
instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las
conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de
Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en
el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la
resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de
toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a.
C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede
considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso
hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana
que había tenido.
La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había
partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan
colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración,
arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el
latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un reajuste de
tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas
en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo
consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de
la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se
llamaráTarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se
subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania.
Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto
del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se
dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini),
habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos
(servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los
nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III
d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del
Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se
implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica,
cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la
cohesión del imperio.
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los
pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un
proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes
colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores
puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras
culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían
de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas
vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una
diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes
mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus
lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este
respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que
permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del
Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo
de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la
Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios
culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos de
Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a
esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca,
Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han
visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.
2. El latín vulgar
¿Qué es el latín vulgar?
El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas
relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales
(variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y
con factores relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas);
pues bien, el latín vulgar (también llamado latín popular, latín familiar, latín
cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es decir, el latín que utilizaban los
romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en general,
en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín clásico y
normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana.
Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y
no del latín culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las
lenguas romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S.II-
VI).
A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar
el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se
encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto
de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la
Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No
obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística
que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede extraer
información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido capaces, con el
tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar
Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos
relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es
evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en
los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y
cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que se
pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a
algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir
un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las
principales fuentes para conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de
purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de
los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por
muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo
Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores hay
que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente
irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el
llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el mismo
manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores»
que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo
las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, mensa non
mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar que muchas
palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la
normativa.
b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente
monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la época
(glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más antiguo de
ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio,
pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy
conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive
etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el latín tardío y popular, tanto
de España como de otros lugares. También pertenecen a este tipo de textos las
famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de Logroño, ¿mitad del S. X?) y
las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces
como lueco (español luego) o sepat(español sepa, subjuntivo del verbo saber).
c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para
conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones
muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades,
proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están
grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.
d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de
Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en sus
obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus cartas
personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro lado,
muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios de la
gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna anécdota
curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase social (como
se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una especial
atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de
charlatanes vulgares y obscenos.
e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas
imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de
arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística.
También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como Catón el
viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos
conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de
elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina de
Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de vulgarismos.
f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin pretensiones
literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia Francorum, de
Gregorio, obispo de Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de Fredegarius (obra
escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia de los Francos);
el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo ser compuesto por
un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de historia gótica y
universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género.
g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y
sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que recalcar
que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de correcciones
que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de documentos
relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas redactados bajo
los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de los reyes visigodos
(S. VI-VII) y de los siglos siguientes.
h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron
decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas
ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, este
latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba cuajado
de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de elementos
griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los traductores de la
Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la versión que del estilo,
actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera preciso.
Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una
versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden
encontrar muchos datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos
religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles acerca de la
pronunciación del latín de la época baja) o en las obras hagiográficas o de vida de santos,
como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más piadoso que literato.
i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y textos
epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del Imperio que
han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar.
Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la
forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten
obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe
ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín
hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas evolucionadas a partir de la
latina asumieron propiedades que ya se encontraban cifradas en las últimas etapas
evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las
lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del
latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir de un
modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base para que
surgieran las lenguas románicas.
Características del latín vulgar
El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las
características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general
de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y
espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi
siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son
muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se
conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a
partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con
las características más importantes del latín vulgar.
a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los
hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados
por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden
vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo,
Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un
largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada.
b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la
frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se
sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico
se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría paso
incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre todo en las
oraciones subordinadas.
c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la
que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin
embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte
que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició
de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las
existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades
gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos
preposiciones que ya existían previamente, como es el caso
de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias
causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los
paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural,
simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el
occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el
nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV
mediante la supresión de las formas de nominativo.
d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los
sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos
(sagma > jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo
para los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar).
También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares
debido a su -a final (ligna> leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que todavía
hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja).
e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en
-issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de
las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo
mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún
perdura en la actualidad.
f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al
elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó
muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre
todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo
anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue
desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos
consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín
clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el numeral unus, empleado con
el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al sustantivo que
designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la
introducción de información nueva; con este nuevo empleo de unus surgió el artículo
indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín clásico.
g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar
muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas
simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos
como amabatur o aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus eraty se aperiunt.
También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían
para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los
futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo
tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas
como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas
las lenguas románicas (cantaría).
h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los
cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, se
producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía
un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; no
obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial
en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en las
vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de la
cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que respecta
a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como ciertos
fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos
sonidos.
i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico,
con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras
distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras
que magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo
conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes
léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo
que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos,
como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.
Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las
principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente
vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y
de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes
lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca
las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
La fragmentación del latín y el
surgimiento de las lenguas romances
Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos
investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su
desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter
unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto
es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta
fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua que tenga muchos
hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos factores:
a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado
cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a
la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo,
en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había
llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas
románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes
al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha evolucionado a partir
de comedere en lugar del más moderno manducare.
b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas
del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal)
compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a
Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está
relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas provincias; cuanto
más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la
variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello conlleva.
c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también
pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que
pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos
lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas
por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma
de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas
impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia sustratística.
Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de
la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como
herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la
ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.
4. Bibliografía
——Baldinger, K. (1971): La formación de los dominios lingüísticos en la Península
Ibérica, Madrid, Gredos.
——Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Madrid, Arco/Libros.
——Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel.
——Coseriu, E. (1977): «El problema de la influencia griega sobre el latín vulgar»
en Estudios de Lingüística Románica, Madrid, Gredos, pp. 264-280.
——Díaz y Díaz, M. (1974): Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Echenique Elizondo, M.ª T. y J. Sánchez Méndez (2005): Las lenguas de un reino.
Historia Lingüística Hispánica, Madrid, Gredos.
——Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos (10.ª reimp. De la
9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942).
——Medina López, J. (1999): Historia de la lengua española I. Español medieval,
Madrid, Arco/Libros.
——Posner, R. (1996): Las lenguas romances, Madrid, Cátedra.
——Väänänen, V. (1971): Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Wright, R. (1982): Latín tardío y romance temprano en España y la Francia
Carolingia, Madrid, Gredos.