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Cartas de Rilke

Rilke responde a una carta de un joven poeta que le envió algunos de sus poemas para obtener su opinión. En 3 oraciones, Rilke aconseja al joven poeta que mire hacia adentro en lugar de buscar aprobación externa, que explore profundamente sus propias experiencias y emociones para desarrollar una voz poética auténtica, y que solo escriba poemas si siente una necesidad íntima de hacerlo.

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Cartas de Rilke

Rilke responde a una carta de un joven poeta que le envió algunos de sus poemas para obtener su opinión. En 3 oraciones, Rilke aconseja al joven poeta que mire hacia adentro en lugar de buscar aprobación externa, que explore profundamente sus propias experiencias y emociones para desarrollar una voz poética auténtica, y que solo escriba poemas si siente una necesidad íntima de hacerlo.

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Educación de calidad, inclusiva y participativa

LICEO DE MACHALÍ
DEPARTAMENTO DE LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
PROFESORA TAMARA BARRERA CÁDIZ.

OBJETIVO DE LA CLASE: Identificar los procedimientos discursivos aplicados por Rilke para exponer y
desarrollar sus argumentos, considerando, entre otros aspectos, la información utilizada, la progresión
temática, la situación comunicativa y las presuposiciones que hace respecto del destinatario.

París, a 17 de febrero de 1903


Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle
las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la
índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para
tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico,
en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos
quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un
recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras
de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes
quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es
en el último poema: “Mi alma”. Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz
y forma y melodía. Y en los bellos versos “A Leopardi” parece brotar cierta afinidad con ese
hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada
independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los
acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con
todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras
personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud
cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle
consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto
es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un
solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir.
Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia
confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir.
Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando
y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro
de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija
el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a
ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si
fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al
principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza
muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos
y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que
cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y
su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para
expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto
vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para
lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay
tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en
una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo,
¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros
del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese
vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad
convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si
de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos,
entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se
interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su
propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su
modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún
otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo
y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se
pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles
interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su
destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de
fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí
y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que
renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir,
para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá
sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean
buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo
sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al
cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se
empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que
sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a
este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame
el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aun se acuerde de
mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las
gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y
concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como
extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke.

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