Universidad Nacional
Autónoma de México
Facultad de Filosofía y Letras
Colegio de Letras Clásicas
Agustina A. D’Andrea
Etimologías – Dr. Enrique González Álvarez
Reporte de lectura 20/02/2019
Eugenio Coseriu, Estudios de lingüística románica. «El problema de la influencia
griega sobre el latín vulgar».
Coseriu comienza este capítulo poniendo de manifiesto que el problema principal en relación con el
tema del título es la ausencia de estudios sobre el influjo del griego en el «latín vulgar», que fue la
lengua que dio origen a los diferentes romances, y, por lo tanto, la influencia del griego en la formación
de los romances. Si bien es esperable que los romanistas ya hubieran estudiado el influjo del griego en
el latín vulgar, esto no ha sucedido: no se puede rastrear en los manuales –ni en los de lingüística
románica ni en los de latín vulgar– capítulos sobre el influjo del griego más que de manera breve y solo
en lo tocante al léxico. Si bien apareció una serie de estudios sobre este tema a principios del siglo XX
realizados por diferentes autores, la línea de investigación parece haber sido abandonada. Para
Coseriu, los trabajos de estos autores constituyen «voces aisladas», y es por ello que la investigación
en el área «sigue sin hacer progresos esenciales» (267).
Coseriu atribuye esta falta de interés de los romanistas respecto de la influencia griega en el
desarrollo del romance a varias causas. Primero, al hecho de que los romanistas no saben griego y
tampoco les interesa. Segundo, sostiene que los romanistas toman el «latín vulgar» como algo dado –
basándose en las coincidencias entre los latines de los distintos períodos– y es por eso que no se
detienen a analizar el influjo griego en el latín vulgar. El autor cree que es por esto que el planteo del
problema ha sido dado por filólogos indoeuropeístas, quienes por su formación son capaces de ver el
problema en un «marco más amplio», pero sostiene que los romanistas no han considerado el
problema que aquellos plantearon.
En tercer lugar, a la idea equivocada de que las influencias gramaticales del griego sobre el
latín vulgar son solo excepcionales y bajo condiciones históricas excepcionales. Coseriu refuta esta idea
y sostiene que de todos modos hay razones para pensar que las condiciones fueron, de hecho,
excepcionales, ya que el cristianismo se difundió en el Imperio Romano «a partir de Grecia y del Oriente
helenizado» (269), además de que el griego era lengua de educación para los romanos. Señala
particularmente que en Roma, en una época, el 90% de la población eran extranjeros que hablaban
griego, ya sea como lengua materna o como lengua de comunicación.
Por último, el autor sostiene que el romanista escandinavo Meyer-Lübke, de gran prestigio en
el área, ha tenido una actitud negativa respecto de la influencia griega en el romance, lo cual es
inevitablemente influyente sobre el resto de las posturas al respecto. Este romanista admite la
influencia del griego muy excepcionalmente y, según Coseriu, ello ha condicionado las actitudes de la
escuela escandinava de filología latina en general, la cual –según el autor– es consciente de las
coincidencias entre griego y latín vulgar, pero intenta explicar las coincidencias como dos desarrollos
independientes que se han dado en paralelo. Sus argumentos son cuatro: son hechos que ya estaban
presentes en el latín preclásico; son hechos que aparecen en escritores populares o escritores que
imitan el modo popular de hablar, lo cual dejaría fuera de la helenización las formas «cultas» de habla;
son hechos que aparecen en el romance; son hechos que, en las traducciones del griego, se presentan
en casos que no pueden justificarse por el original, lo cual les otorgaría la calidad de no-helenismos.
Coseriu refuta cada uno de ellos. Por empezar, el latín preclásico no es un latín «puro», mucho
menos el de Plauto, que es el ejemplo que esgrimen los estudiosos anteriormente mencionados:
justamente Plauto utilizaba juegos y giros «comprensibles solo para quienes conocieran bien el griego»
(272). Esto, por el contrario, sugiere que el público de Plauto estaba familiarizado con el griego. Y, más
allá de Plauto –sostiene el autor– el resto del latín literario antiguo es «regional y helenizante» (272),
contra el cual el «latín clásico» no fue más que una reacción purista. El latín tardío fue una
reivindicación de formas en contra de aquella norma purista. Por ello considera que una forma que
aparece en griego, en latín preclásico y en latín tardío, probablemente se trate de un helenismo.
En segundo lugar, opina que el latín vulgar y el castizo no son equiparables, puesto que los
helenismos ingresan por ambas vías, escrita y popular, y que, además, los textos «populares» que se
citan para justificar esta idea son textos que se refieren a un medio helenizado, que tienen personajes
griegos o que han sido directamente traducidos del griego –y probablemente por un griego–.
En cuanto al tercer argumento, sostiene que es completamente falaz asegurar que un
fenómeno es de procedencia latina solo por aparecer en las lenguas romances, cuando justamente se
está tratando de romper con ese círculo vicioso que emparenta al romance solo con el latín. Más bien,
dice Coseriu, si una forma aparece en griego y en romance pero no en latín clásico, no habría por qué
dejar de considerarlo un helenismo del latín vulgar.
Por último, considera que en una buena traducción los helenismos deberían ser evitados en
las traducciones, salvo que se tratara de construcciones o formas ya aceptados en la lengua latina. Y a
estos cuatro contraargumentos agrega el hecho de que históricamente –desde los neogramáticos– se
ha considerado la influencia «material» de una lengua sobre otra, es decir, . el plano léxico, pero no
en el de formación de procesos lingüísticos. El autor se detiene en tres coincidencias del plano de las
funciones semánticas entre el griego y el latín vulgar.
La primera de ellas consiste en las similitudes entre el sistema verbal perifrástico básico del
romance y el griego en construcciones como dicere habeo, habe scriptum y έχω ειπειν, έχω
γεγραμμένον, pero sobre todo en las similitudes entre el sistema verbal secundario, que «parece haber
seguido casi en su totalidad modelos griegos», por ejemplo las construcciones progresivas como sto
dicendo, estoy diciendo y la construcción griega ειμί + participio. También pone un ejemplo de una
categoría inexistente en latín y existente en griego, la acción verbal parcializada o global, que aparece
en romance. Para la parcialización, en griego se utilizaba una perífrasis de participio presente + ειμί u
otros verbos, mientras que en romance se utiliza stare, ese o verbos de movimiento con gerundio o
infinitivo del verbo principal, donde se evidencia la concidencia. En cuanto a la no parcialización, el
griego utilizaba perífrasis con el verbo principal en forma personal conjugada y participio de verbos de
movimiento, mientras que el romance tiene construcciones con verbos de movimiento y verbos que
significan ‘tomar’ en construcción copulativa, por ej., esp. agarré y me puse a escribir, it. Piglio e scrivo.
La segunda coincidencia tiene que ver con el uso de los modos en la subordinación, que en
romance es mucho más coincidente con el griego que con el latín. Por ejemplo, las completivas de
acusativo + infinitivo no llegan al romance, pero sí la forma griega ότι + indicativo, similar al romance
quia + indicativo. Las interrogativas indirectas en latín se armaban con subjuntivo mientras que en
griego y romance con indicativo; las consecutivas, en latín se armaban con subjuntivo mientras que en
griego y romance con indicativo o infinitivo; las causales en latín se armaban con indicativo o subjuntivo
pero en griego y romance con indicativo; las finales, en latín se armaban con subjuntivo, gerundio,
gerundivo y otros, mientras que en griego y romance con subjuntivo o infinitivo.
La última coincidencia de la que habla Coseriu tiene que ver con el uso de subjuntivo y verbum
infinitum; en romance se tiende a la sustitución del primero por el indicativo y del último por un verbo
conjugado en forma personal. Sin embargo, la tendencia se revierte «en los casos en los que el griego
tenía subjuntivo o verbum infinitum y el latín, en cambio, indicativo u otro modo» (276). Ilustro con un
ejemplo de subjuntivo y uno de verbum infinitum, si bien el autor proporciona varios de ambos casos:
lat. Quisquis deum amat…, gr. Όστις άν φιλη Θεόν, it. Chiunque ami Dio, esp. Quienquiera que ame a
Dios, donde los romances siguen al griego en lugar de al latín; y lat. Nihil habet quod dicat, gr. Ουδέν
έχει ειπειν, fr. Il n’a rien à dire, it. Non ha nulla da dire, esp. No tiene nada que decir, port. Não tem
nada que dizer.
Coseriu concluye que, si bien no sería correcto tomar todos estos datos como evidencia de la
influencia griega sobre el romance sin someterlos a un análisis histórico, tampoco se justifica excluir la
posibilidad de que sea la helenización la causante de estos fenómenos y quedarse con el preconcepto
de que son innovaciones del latín. Admite que es posible que hayan sido dos desarrollos paralelos,
pero que eso no significa que se trate de un hecho histórico real, y que no se excluye de ninguna
manera la explicación «externa», como suele llamarse a la explicación por medio de la influencia del
griego. Para este autor, los indicios históricos juegan a favor de la hipótesis de la influencia griega en
el romance. Finaliza diciendo que los fenómenos que pueden haber sido heredados del griego son
completamente corrientes en griego y «mucho más antiguos y arraigados en la tradición idiomática,
mientras que a menudo hay que recurrir a toda clase de expedientes ad hoc para explicarlos
internamente en latín» (278), además de que la gran cantidad de coincidencias hace difícil que se trate
de desarrollos paralelos independientes. Por todo lo anterior, el autor cierra su capítulo con la
esperanza de que los romanistas comiencen a tomar en cuenta el influjo griego sobre el latín vulgar.