BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.
° 21 / 2016, 177-190 / ISSN 1029-2004
Investigaciones histórico-arqueológicas en el antiguo
claustro del noviciado, hoy Casa de la Columna,
del convento de Santo Domingo de Lima
Antonio Coello Rodríguez a
Resumen
El siguiente artículo presenta un resumen de las excavaciones arqueológicas realizadas al interior del antiguo claustro del
noviciado, el mismo que fuera parte original del convento de Santo Domingo de Lima. En la actualidad, este claustro es
conocido como la «Casa de la Columna» y se ubica en el actual jirón Conde de Superunda, cuadra dos. Estas excavacio-
nes formaron parte de un proyecto multidisciplinario, el cual tenía como objetivos la restauración del claustro, así como
la portada interior; en otros casos, se consolidarían otras estructuras originales que igualmente eran parte del antiguo
Claustro del Noviciado (nos referimos a la arquería misma del claustro). En la actualidad, la Casa de la Columna es
una gran casa de vecindad que, en el Perú, se denomina «callejón», en la cual moran más de 200 habitantes, los cuales
han tugurizado por completo el antiguo recinto religioso. Luego de que el claustro del noviciado fuera convertido en casa
de vecindad, hacia la segunda mitad del siglo XIX, albergó en sus antiguas celdas —donde vivían los sacerdotes— a
varias personas civiles que practicaban diversos oficios, incluso, a familias enteras, las cuales poco a poco fueron alterando
la fisonomía original del lugar. A la vez, el lugar empezó a soportar la cotidianidad de una nueva sociedad y quedaron
como restos de esta nueva vida elementos ajenos a una vida religiosa.
Palabras clave: arqueología histórica, convento de Santo Domingo de Lima, Lima, Casa de la Columna, vida cotidiana
en la Lima del siglo XIX
Abstract
HISTORICAL-ARCHAEOLOGY IN THE ANCIENT CLAUSTRO DEL NOVICIADO, PRESENT-DAY
CASA DE LA COLUMNA, OF SANTO DOMINGO CONVENT IN LIMA
This article is a summary of the archaeological excavations carried out inside the old cloister of the «Convent of Santo
Domingo de Lima», known today as «La Casa de la Columna», and located on the second block of the Calle Conde
Superunda. These excavations were part of a multidisciplinary project whose main objective was to restore, and in some
cases consolidate, the original structures that were part of the old convent (i.e., the cloister’s archway and entrance).
Today La Casa de la Columna is a densely populated habitation with more than 200 residents. After this cloister was
turned into a tenement house towards the second half of century XIX, the former priests’ cells came to house several peo-
ple including whole families who altered the place’s original appearance little by little over time. These changes involve
the addition of elements characteristic of the lifestyle of the inhabitants’ new society, which are quite different from those
of the place’s previous religious function
Keywords: historical archaeology, convent of Santo Domingo de Lima, Lima, Casa de la Columna, daily life in Lima
during 19th century
a
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Correo electrónico: [email protected]
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1. Lima y los primeros años del convento dominico
Al fundarse Lima hacia 1535, se instalaron, inmediatamente a la par, las diversas órdenes religiosas
que vinieron junto al conquistador español: mercedarios, dominicos, franciscanos. De estos, los
dominicos estuvieron en una situación muy privilegiada, debido a que ellos se adjudicaron cerca
de cuatro manzanas enteras para construir su futuro convento de Nuestra Señora del Rosario.
Para entender los primeros años fundacionales del convento dominico, debemos utilizar dos
fuentes muy tempranas. La primera es la dejada por el cronista dominico Juan Meléndez (Fig.1),
quien indica, respecto al antiguo convento de Nuestra Señora del Rosario, que la iglesia medía
84 varas de largo (65 metros aproximadamente), 36 de ancho (29 metros) y 18 de alto (cerca de
14 metros). Se dividía en tres naves. La central medía 15 varas de ancho (aproximadamente, 12
metros) y estaba formada por tres partes: capilla mayor; el cuerpo, que llaman de iglesia; y la gran
pieza de coro. La capilla mayor comprende el presbiterio, el crucero y dos capillas colaterales1.
En cuanto al antiguo Claustro del Noviciado, hoy patio de la Casa de la Columna, sitio
donde realizamos nuestra investigación, nos sirvió de mucho lo descrito por el cronista Dominico
Juan Meléndez, quien afirma que fue «el segundo Claustro algo menor que el primero pero de
la misma fábrica: tiene como el principal su fuente de agua en el medio: y del por distintos
tránsitos, se pasa al Noviciado, que puede ser convento de por sí, con capilla en que está colocado el
Santísimo Sacramento, Claustros, fuentes y dormitorios, y a otros 3 Claustros de la misma simetría, que
los primeros dispuestos con lindo orden, y con ser tanto los frailes, que moran en el Convento, que es lo
ordinario pasar de 250, es tan crecido el número de celdas, que no solo hay para todos si no que sobran
varias celdas, para muchos más» (1681: 61, el énfasis es nuestro).
Tal como puede haberse leído, el Claustro del Noviciado presentaba una capilla; una fuente
o pileta al centro, por donde discurría agua; y diversas celdas, luego convertidas en recintos habi-
tacionales, en donde se cobijaron los diferentes inquilinos de la Casa de la Columna. Esta cita
corroboró la información obtenida en campo. De este modo, pudimos contrastar dos tipos de
fuentes, la histórica y la arqueológica, para tener la certeza de lo que íbamos hallando durante el
proceso de excavación, sus usos y nuevos cambios.
Por otro lado, una segunda fuente conocida y muy apreciada es la de Bernabé Cobo, quien
en su obra Historia de la fundación de Lima, escrita hacia 1613, nos manifiesta la rica opulencia
dominica. Cobo la describe de la siguiente manera «La Iglesia es muy grande y de costosa fábrica;
de una nave con dos órdenes de capillas por los lados; estas son de bóvedas curiosamente labradas,
y la nave de en medio cubierta de madera y luzeria [sic] curiosa; la capilla mayor es de bóveda y
para tan grande iglesia es tenida por pequeña» (1882: 259).
En cuanto al interior del convento dominico, tema de nuestro interés, Cobo nos comenta: «El
Claustro principal es el más bien adornado de todos los de este reino; tiene las paredes y pilares
bajos por más de estado y medio desde el suelo cubiertos de azulejos de variados y curiosos labores,
los cuales se trajeron con gran costo de España […] en medio de este patio está una hermosa
fuente de piedra; sin este tiene el convento tres o cuatro patios menores, muchas celdas altas y
bajas con todas las oficinas muy cumplidas; edificio todo de tan buena fabrica» (Cobo 1882: libro
III, cap. III).
Ambas fuentes tempranas nos hacen imaginar lo ostentoso y magnífico del convento de
Nuestra Señora del Rosario; sin embargo, este apogeo será mermado posteriormente, luego de
dos grandes terremotos: el primero fue el de 1687; y el segundo, de 1748. Sendos terremotos
ocasionaron grandes cambios a nivel estructural y funcional al convento dominico. El 17 de
junio de 1687, Lima soportó un gran terremoto, el cual afectó enormemente la aún pequeña
ciudad de Lima; el convento dominico no estuvo exento de esta catástrofe. Como prueba de ello,
podemos enterarnos de los daños ocasionados a través de una fuente de primer orden, como es la
de Domingo Angulo: «El convento de Santo Domingo, la iglesia, capillas, altar y demás oficinas
esta caída, demolido y arruinado, abiertas brechas por diferentes partes, el coro alto y bajo y
sus bóvedas hundidas, y la torre caída al suelo, de donde dijo el padre Superior Fray Manuel de
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Figura 1. Plano del convento original de Santo Domingo levantado por Juan Meléndez hacia 1681.
Castro, habían sacado de sus ruinas 42 cuerpos muertos, y se juzgaba haber más; los claustros,
cuatro altos y cuatro bajos, caídos y arruinados en tierra; librería, Colegio de San Juan Bautista,
que está dentro de dicho convento, arruinado y sin forma, porque todo lo arraso el terremoto, con
el noviciado, profesado, sacristía y demás oficinas, sin que quedase cosa alguna, si no es en la iglesia
la capilla de Nuestra Señora del Rosario, que quedo ilesa» (1939: 30).
Este terremoto ocasionó una destrucción casi total a todo el convento, el cual tuvo que volver
a levantarse, por decir lo menos, desde sus cimientos. Ello ocasionó daños a la capilla mayor de
la iglesia, por lo que fue preciso derribarla. Asimismo, se reedificaron las capillas laterales, y se
remplazó el material constructivo utilizado en las bóvedas —ladrillo y piedra— por una armazón
de madera y caña. Posteriormente, otro terremoto —de mayores consideraciones— asolaría Lima
y su principal puerto, El Callao. Nos referimos al sismo del 28 de octubre de 1746 (Ulloa y Juan
1748[1703-1776]: 42-43), el cual ocasionó pánico y destrucción total de Lima y de Callao. Según
las fuentes escritas, perecieron en Lima no menos de 10.000 personas el mismo día. Este sismo
igualmente afectó a todo el convento dominico, que, de la misma forma que el anterior terremoto
del siglo pasado, volvería a alterar la arquitectura conventual. Sobre el famoso terremoto de 1746
que asoló Lima, puede consultarse la reciente publicación de Walker (2012), en la que se describen
las consecuencias calamitosas, en la que quedó la ciudad de Lima.
La acentuada crisis financiera en la que se hallaba sumergido el convento de Santo Domingo
iba envolviendo de la misma manera, poco a poco, a toda la ciudad. Ante este grave problema, el
convento de Santo Domingo empezaría a alquilar y vender, en otros casos, parte de sus antiguos
bienes y terrenos. Uno de los casos específicos fue el de la venta de uno de sus claustros, el cual
sería vendido hacia 1790, luego del terremoto de 1746, para convertirse en una gran residencia,
conocida desde entonces como la Casa de Superunda, ubicada en la calle Matavilela (Huertas y
Flores Espinoza 1981). Con esta primera venta, los dominicos empezarían a ver poco a poco cómo
disminuía su antiguo convento, pero, a cambio, obtendrían cuantiosas rentas que aliviarían sus
arcas venidas a menos.
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Los dominicos, al igual que otras órdenes, poseedoras de diversos terrenos y edificaciones
(fincas, casas, tiendas, pulperías, casas de vecindad y demás tipos de viviendas), supieron afrontar
estos problemas, tal como lo ha señalado Luna (2002: 141-163) para el caso específico de la
congregación de la Buenamuerte de la ciudad de Lima.
Como consecuencia de la independencia, el reciente creado Estado peruano sería centralista
y secular, manejado por una «élite» local limeña. Estos nuevos aires independentistas ocasiona-
rían entre otros cambios que las diversas órdenes religiosas empiecen a tener menores ingresos
económicos. Asimismo, sus seguidores disminuirían enormemente, lo que ocasionaría que los
amplios, pero ya vetustos claustros conventuales venidos a menos, empiecen a estar vacíos y sin la
cantidad de gente a la que estaban acostumbrados. Ante tal problema, el clero religioso empezaría
a arrendar y alquilar a terceros sus antiguas edificaciones para así poder obtener mayores ingresos
económicos y solventar sus alicaídas arcas.
Sumado a estos daños, un tiro de gracia ahondará esta crisis: el decreto de supresión de los
conventos de 1826, que afectó enormemente los terrenos del convento de Santo Domingo (Rohr
2005: 91).
2. Siglo XIX, de convento a casa de vecindad
Al llegar las primeras décadas del temprano siglo XIX, el panorama de Lima mostrará todavía el
predominio de las órdenes religiosas de perfil urbano. Aún sobresalen las grandes edificaciones reli-
giosas sobre una ciudad pequeñamente horizontal, pero no se observa ningún asomo de palacio,
cárcel u otro tipo de edificación civil majestuosa.
Una vez instaurado y desarrollado un nuevo tipo de sociedad más laica, Santo Domingo, al
igual que los otros conventos limeños, soportó mayores crisis económicas que mermaron aún
más sus terrenos originales. De su rico pasado arquitectónico, solamente quedaron algunos pocos
espacios, tal como nos lo dejó escrito el viajero francés Max Radiguet: «Ese convento posee varios
patios, cuyo centro está ocupado por una fuente de bronce; todas están rodeadas por dos hileras
superpuestas de claustros con arcadas cimbradas. Solo el primero de esos claustros, es decir el que está
próximo a la Iglesia, es conservado con cuidado» (1971: 91, el énfasis es nuestro).
De la extensión original, los dominicos poco a poco fueron vendiendo en enfiteusis2 otros
sectores de su convento. De este modo, parte del noviciado fue usado como refectorio y el resto
—un claustro de cuatro por siete columnas, una capilla, un patio con arquería a un lado y unas
celdas— fue utilizado como casa de vecindad con inquilinos provisionales.
El que fuera el original Claustro del Noviciado sería utilizado hacia 1830 y 1840 como cuartel
de policía, y, a la vez, como casa de vecindad3. Luego, entre las décadas de 1850 y 1860, el
comerciante Nicolás Rodrigo alquiló varios ambientes restantes de lo que había sido el noviciado
«Cuarto por cuarto, juntó en seis compras diferentes las áreas que quedaban en el centro de la
manzana, hasta obtener el conjunto que desde entonces fue denominado Casa de la Columna»
(Rohr 2005: 96, el énfasis es nuestro). Es posible que el nombre se deba a una mención irónica
del hecho de que, para adecuar el ingreso, fue necesario remover una columna de la esquina del
claustro (Rohr 2005: 96).
Desde entonces, la conocida Casa de la Columna empezará a sufrir modificaciones que alte-
rarán por completo su estructura original y la convertirán en una gran casa de vecindad, conven-
tillo o con el apelativo peruano de callejón4. El claustro del antiguo noviciado fue convertido en
una quinta de dos pisos. En los ejes de los pilares, paredes de madera separaban varias celdas estre-
chas y profundas. Cada celda tenía un ancho de 2,90 metros y una profundidad de 7,00 metros.
La única forma de iluminación que entraba desde el semioscuro pasillo se daba a través de una
ventana ubicada en el sobre luz de la puerta.
En el segundo piso, y por la disposición de los muros, el amplio claustro se convertía en
un estrecho pasillo de quinta. Del ancho de 22 por 12,5 metros (275 metros cuadrados) solo
quedaban 16 por 2,4 metros (38,4 metros cuadrados). Al mismo tiempo, la relación entre el
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área libre y el área construida fue empeorando considerablemente, puesto que el claustro colo-
nial había tenido 600 metros cuadrados de área libre para 594 metros cuadrados de celdas, una
relación de casi 1:1. En el nuevo edificio, 350 metros cuadrados de área libre servían para 1900
metros cuadrados de área construida. Además, el diseño se conformaba con una estructura con
ventilación pobre. No más de un tercio de las habitaciones debían contar con una ventana o una
teatina (Rohr 2005: 96).
Esta tugurización del claustro del noviciado, conocido desde entonces en el argot limeño como
«Casa de la Columna», soportará mayores cambios arquitectónicos, cuyo único objetivo estará en
función de que sea utilizado como una «vivienda» —sin los más mínimos requisitos de higiene y
salubridad— y que genere los mayores recursos a los nuevos dueños, para lo cual no importaba el
hacinamiento en que se hallaban los nuevos inquilinos, los mismos que irían en constante aumento.
A la vez, los dominicos seguirían vendiendo partes de su convento, como fue el caso de su
antigua enfermería, en la cual se fundó el colegio de Santo Tomás de Aquino hacia 1892. Desde
ese momento, el convento de Santo Domingo quedó reducido a su mínima expresión.
3. Nuevos usos, nuevos problemas, nuevas evidencias
Este cambio de uso, de un original asentamiento religioso utilizado para la formación de una élite
conventual a una gran vivienda habitada por gente de diversos oficios y profesiones, por personas
comerciantes, así como agricultores, poco a poco irá transformando las antiguas casas señoriales
coloniales en viviendas compartidas y ocupadas por diferentes personas, de variada condición
cultural y social, tal como puede verificarse en la Guía de domicilio de Lima (Fuentes 1863).
Para mediados del siglo XIX, el convento de Santo Domingo ocupaba las calles de Matavilela y
Veracruz, pero esta denominación será cambiada por la de «Jirón Lima». Justamente, en esta nueva
calle, se encontrará el antiguo Claustro del Noviciado y, sobre sus antiguas edificaciones, se presen-
tará una nueva configuración, tal como se daba el caso en otras casas. Este cambio morfológico
fue anotado por el viajero americano George Squier: «La mayoría de las casas tienen patios con
galerías abiertas que se extienden en torno de los cuatro lados. La planta baja, que da a la calle, está
ocupada, por lo general, por tiendas y los restantes cuartos se dedican al almacenaje o son usados
como caballerizas y cocinas, estas últimas a menudo adyacentes y a veces unidas» (1974: 23).
A su vez, esta nueva clase trabajadora, que cada vez más buscaba asentarse en aquella Lima
semiurbana, trajo consigo la presencia de una nueva cultura material. Esta nueva clase proletaria,
típica del siglo XIX, representada en la cotidianidad del mundo limeño, empezó a caracterizarse
por el consumo de nuevos bienes, sobre todo, de origen europeo, tales como alimentos, vestidos,
menaje de casa y, en general, todo objeto utilizado en la vida diaria. A la vez, muchos objetos
empezaron a ser copiados y adulterados por los mismos y nuevos inquilinos. Nuevos hábitos de
consumo alimenticios se darán gracias a la introducción de nuevas formas de etiqueta gastro-
nómica importadas de Europa, así como a la aceptación y consumo de nuevos hábitos alcohó-
licos5, tal como quedó reflejado en los distintos registros arqueológicos excavados en la Casa de la
Columna.
Sobre la base de los hallazgos encontrados durante las excavaciones efectuadas, podemos
entender cómo transcurría la vida de los nuevos moradores y, también, las carencias que tenían.
Esto atrajo la atención de las autoridades municipales, quienes, junto a los médicos, vieron desde
entonces a las casas de vecindad como centros de insalubridad, en donde pululaban las enferme-
dades, y todo tipo de desgracia moral e inhumana (alcoholismo, vicios, enfermedades infecto
contagiosas). Como prueba de este pequeño mundo, podemos destacar el interesante trabajo de
Juan Portella, quien hacia 1908 realizó varias inspecciones oculares a diversas casas de vecindad,
entre ellas, a la Casa de la Columna, en la cual describe el ambiente insalubre que existía; a la par,
entrega interesantes fotografías de este lugar (Fig. 2). Cabe anotar que no solamente la Casa de la
Columna sino otros sitios adyacentes atrajeron la atención de los llamados médicos higienistas,
quienes inspeccionaron y dejaron sendos informes tal como el mencionado anteriormente.
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Figura 2. Interior de la Casa de la Columna a inicios del siglo XX (Fuente: Portella 1909).
Esta fue la caracterización de los inicios del siglo XX, aunque ya iniciada en el XIX: propieta-
rios de muchas de las antiguas edificaciones conventuales y grandes casas residenciales del centro
de Lima tuvieron la intención y el interés de convertir estos sitios originalmente construidos para
otros fines en conjuntos de alto rendimiento económico, sin considerar la calidad del mismo, su
higiene y salubridad. Las edificaciones específicamente conventuales eran bienvenidas, pero no
para rezar, sino para ahorrar costos de construcción. Estas nuevas viviendas, nacidas de una «celda
monacal», ahora eran denominadas como «callejón de cuartos», y se caracterizaban por tener una
pieza con una alacena en el muro, una cocina con fogón y sus pisos eran de tierra apisonada (cf.
Harth-Terré y Márquez Abanto 1962: 161).
Del material obtenido, podemos destacar, en primer lugar, la cerámica tanto colonial como
republicana, la cual es la más representativa y nos sirve para obtener información sobre los motivos
decorativos y diversas formas utilizadas, sean escudillas, cuencos, tazas, copas y demás menaje de
casa. No queremos entrar en detalles sobre los estilos ceramográficos coloniales, pues creemos que
aún no tenemos una secuencia maestra que nos sirva de guía para clasificar a la cerámica peruana o
la limeña de los siglos XVI, XVII y XVIII. Para no caer en la letanía de repetir los estilos foráneos y
superponerlos a la fuerza a nuestro material, tales como Panamá Polícromo, Panamá Blanco sobre
Azul, entre otros, simplemente los dividiremos de manera más fácil, pero sí claramente definidos
y caracterizados como cerámica colonial y cerámica republicana.
De la cerámica colonial, se caracterizan las llamadas botijas, peruleras y toda su diversidad
de formas y subformas. Asimismo, existen otras variedades de recipientes, tales como escudillas,
copas, tazas, cuencos, jarras, etc. (Zuzunegui 1965). En cuanto a los colores, predomina el color
blanco; las otras muestras son diversos fragmentos de color azul lapizlázuli, mientras que otras
presentan colores verde, azul y violeta (Fig. 3).
En cuanto a la cerámica republicana, esta presenta como motivos decorativos soldados de
caballería, con fondos de castillos medievales. Asimismo, abundan los motivos de torres con alme-
nados, arcos ojivales y arcos de medio punto. Otro motivo a destacar es el de los paisajes bucólicos,
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Figura 3. Cerámica colonial, de estilo Panamá (Foto por A. Coello).
Figura 4. Diversas muestras de cerámica republicana (Foto por A. Coello).
asociados con escenas de hombres y mujeres en actos románticos. Esta muestra, por lo general,
mantiene colores blancos en los fondos, y azules y rojos en los bordes de las tazas y platos (Fig. 4).
Cabe mencionar los fragmentos de botellas medicinales, tales como L’eau de Pin y diversos frascos
de perfumes (Fig. 5).
Una mención aparte merece la de los restos de botellas de bebidas alcohólicas (Fig. 6), las
cuales fueron consumidas en grandes cantidades. Tuvimos la suerte de que, durante las excava-
ciones, hallásemos algunas botellas enteras. Estas fueron identificadas gracias a la ayuda de fuentes
históricas publicadas e inéditas6.
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Figura 5. Diversas muestras de frascos de vidrio (Foto por A. Coello).
Otro componente arqueológico a mencionar es el material óseo animal, el cual apareció sola-
mente en el segundo patio. Creemos que estos restos son el resultado de la alimentación efectuada
por el destacamento policial que habitó la Casa de la Columna durante las décadas de 1830 y
1840. A la fecha, no hemos obtenido los resultados del análisis de este material por carencia de
fondos investigativos, pero creemos que, cuando los obtengamos, estos nos brindarán nuevas luces
para comprender cómo fueron utilizados y si los consumieron, así como el debido tratamiento
que tuvieron.
4. Sobre las excavaciones
Durante el proceso de excavación, se abrieron en total 19 unidades divididas de la siguiente
manera: 15 en el primer patio y cuatro en el segundo patio. No entraremos en detalle específico
sobre el proceso de excavación arqueológica, pues es muy extenso y a veces cae en el tecnicismo
únicamente entendible quizás por los propios arqueólogos. Por tal razón, presentaremos los rasgos
más importantes de algunas unidades y nuestras hipótesis de trabajo sobre lo hallado durante la
excavación (Fig. 7).
Comenzaremos por el segundo patio, que es el menos denso y de mayor importancia, por los
hallazgos, para entender la historia de la Casa de la Columna. En el segundo patio, se abrieron
cuatro unidades de excavación: tres de ellas se ubicaron en medio del patio, mientras que una se
instaló a los pies de la portada que daba acceso al mismo (Fig. 8). Esta unidad, la 12, tenía por
finalidad hallar los cimientos de dicha portada, y ubicar los posibles restos de cañerías o albañales
colapsados que dañaban con humedad a dicha portada.
Las Unidades 13 y 14 nos dieron importantes hallazgos, tales como abundante material óseo
animal, mezclado con material cultural (restos de menaje y vajilla de cocina en general)7. Esta
unidad reveló gran cantidad de desechos orgánicos e inorgánicos (restos de basura), los cuales
fueron compactados con el tránsito continuo de los habitantes. Esto se acentuaba con el vertido
del agua que se empleaba para limpiar momentáneamente este patio. Estas evidencias son clara-
mente representativas de la vida cotidiana del siglo XIX, cuando una parte del antiguo claustro
original se convirtió en un cuartel de policía y la otra parte en recintos habitacionales.
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Figura 6. Fragmentos de botella de bebidas alcohólicas (Foto por A. Coello).
Por último, la Unidad 15 también nos mostró abundante evidencia de fragmentería de cerá-
mica colonial asociada a un piso de ladrillo rojo, que creemos formó parte del convento original del
siglo XVII (Fig. 9). Estos restos de piso también los hallamos en el primer patio, en las Unidades
1, 2, 3, 4 y 16. El piso presenta un tramado conocido como espina de pez y colindante al mismo,
un sardinel formado por cantos rodados. Creemos que dichos elementos constructivos formaban
parte de un claustro; los cantos rodados eran el límite que daba paso al jardín o patio propiamente
dicho, mientras que el piso de ladrillos rojos conformaba la galería-corredor del claustro.
Por otra parte, en el primer patio, se abrieron 15 unidades. De estas, las 8, 9 y 10 se empla-
zaron en el medio del claustro o actual patio; las Unidades 2, 4, 5, 6, 7 y 16 se distribuyeron a lo
largo de la galería-corredor que circunda al claustro, mientras que, en el zaguán de entrada que
comunica a la casa con el jirón Conde de Superunda, se colocaron las restantes.
En las Unidades 8, 9 y 10, colocadas en el medio del patio, se tenía como finalidad hallar
los posibles restos de la pileta que existió en este antiguo claustro del noviciado, así como ver
las huellas de las antiguas canaletas que distribuían agua y que fueran señaladas en el plano de
Meléndez (1681). Sin embargo, nuestros hallazgos no fueron tan alentadores, puesto que no
encontramos lo deseado, aunque sí restos de antiguos ductos de cañerías de plomo, los cuales
sabemos que fueron colocados en la ciudad de Lima a mediados de 1850, durante el gobierno de
Ramón Castilla (Regal 1967). Dichos ductos estaban parcialmente destruidos.
Las unidades colocadas en la galería-corredor se instalaron, a su vez, colindantes a las columnas
que forman la arquería. Estas servirían para identificar y explicar los diferentes momentos construc-
tivos que soportó el convento. El común denominador en todas estas calas exploratorias fue que
se halló la misma secuencia estratigráfica. Comenzaremos por explicar el proceso, de arriba hacia
abajo, señalando que, luego de extraer el piso de cemento que representa el nivel actual de uso, se
hallaron dos niveles, un apisonado informal con restos de caliche y tierra arcillosa semicompacta.
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Figura 7. Ubicación de las unidades de excavación.
Figura 8. Portada de la Casa de la Columna en su estado actual (Foto por A. Coello).
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Figura 9. Piso de la unidad 15 (Foto por A. Coello).
Figura 10. Piso de la unidad 16 (Foto por A. Coello).
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Figura 11. Fin de excavación de la unidad 5 (Foto por A. Coello).
Figura 12. Fin de excavación de la unidad 6 (Foto por A. Coello).
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Por debajo de esta última, se halló el ya mencionado piso de ladrillo rojo, el mismo que apareció
en el segundo patio. Debemos indicar que, en algunas unidades, apareció íntegramente el piso,
mientras que en otras apareció solo parcialmente. Como ejemplo, se puede ver el piso de las
Unidades 2, 4 y 16, el mismo que circundaba a la columna (Fig.10). En las unidades en las que
apareció parcialmente el piso, continuamos descendiendo y hallamos sucesivas capas formadas por
grandes cantos rodados. Creemos que estas serían parte de los cimientos del claustro. No debemos
olvidar que, en sus inicios, el convento de Santo Domingo colindaba con el río Rímac, lugar en
donde se pudo extraer fácilmente este material constructivo; los cantos rodados están mezclados
con calicanto, lo cual los hace más compactos y resistentes al paso de los años (Figs. 11 y 12).
En cuanto a la técnica constructiva encontrada por nosotros, existen datos históricos, publi-
cados por Harth-Terré (1950) y Harth-Terré y Márquez Abanto (1962), sobre las técnicas cons-
tructivas, el sistema de cimientos y los pisos, que son semejantes a lo hallado por nosotros.
Agradecimientos
La presente investigación formó parte de un proyecto de restauración, que contó con el finan-
ciamiento de la World Monuments Fund, y la asesoría técnica de la Escuela Taller de Lima y
el CIDAP en convenio con la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, actual propietaria.
Asimismo, en la dirección técnica arquitectónica, debemos agradecer a las arquitectas Iraida
Carbajal y Violeta Paliza, y al especialista Francisco Quispetierra, así como al equipo de arqueó-
logos, integrado por los especialistas Giannina Bardales, Henry Tantaleán y César Trigoso. A todos
ellos queremos expresarles nuestro sincero y eterno agradecimiento por su colaboración, profesio-
nalismo y entrega desinteresada.
Notas
1
Hemos utilizado la equivalencia de la vara castellana en relación de 772 milímetros.
2
Refiere a la cesión perpetua o por mucho tiempo, de bienes raíces, mediante un canon anuo que
se paga al cedente, quien conserva el dominio directo (Real Academia Española 1980: 1271).
3
Archivo Histórico del Convento de Santo Domingo.
4
Para entender estas definiciones y comparar el caso chileno con el peruano, se puede consultar a
Urbina Carrasco (2002) y Ramón (1998).
5
Nos referimos de manera específica a los restos hallados de nuevas bebidas alcohólicas que no se
consumían en Lima, tales como Cinzano, Vermouth, Cerveza Guiness, Ginebra y otras.
6
En el Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, en la sección «Higiene y salubridad»,
hallamos varios expedientes sobre la adulteración y consumo de diversos licores que se comercia-
lizaban en la segunda mitad de la Lima del XIX.
7
En este segundo patio, se hallaron restos y, en otros casos, botellas enteras de bebidas alcohólicas.
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190 ANTONIO COELLO RODRÍGUEZ
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