La niñez bajo amenaza ¿Ya no hay tiempo para
la infancia? // Ariana Lebovic
Publicada en
“Los monstruos existen pero son realmente pocos para ser considerados verdaderamente peligrosos. Más
peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios preparados para vivir y actuar sin hacerse
preguntas”.
Primo Levi.
1 Derechos Torcidos.
En un país en el que la mitad de los niños, las niñas y los adolescentes son pobres, en el que las estadísticas de
abuso sexual infantil van en ascenso y los embarazos adolescentes aumentan, se elige discutir sobre la necesidad
de bajar la edad de punibilidad en lugar de poner más énfasis en políticas de protección y de cuidado hacia los
menores. En vez de pensar cómo proteger a los niños de la miseria y de la violencia se promueven mayores
sanciones y castigos a través de políticas de encierro. En el mundo del revés la crueldad contra las niñas cobra la
forma de discursos que se atreven a afirmar que podrían gozar durante la violación y que están preparadas para la
maternidad pero no pueden recibir educación sexual integral y menos decidir sobre su cuerpo. En lugar de mejorar
los protocolos de asistencia a las víctimas de abuso y de invertir en prevención se desfinancian los programas de
atención y se persigue a los profesionales que se involucran en las causas. El vaciamiento de la educación pública
es una clara representación del desinterés que representa hoy la infancia como apuesta al presente y como ideal de
progreso y de sueños futuros. Si la modernidad construyó un ideal de niño basado en la ilusión del porvenir hoy se
vive en un tiempo de urgencias donde la resignación deja poco espacio para la ilusión. El desfinanciamiento de
programas culturales como las orquestas infantiles o los programas para terminar la secundaria, como algunos
ejemplos posibles, son formas del desamparo al que quedan expuestos miles de niños y adolescentes. La proeza
de llegar a la escuela se ha transformado en el símbolo de la cultura meritocrática en lugar de ser la expresión
vergonzosa del estado de desprotección en el que se encuentra la infancia. La meritocracia es la justificación de
todos los males, no llega quien no puede sino quien no quiere, como contracara aparecen malestares psíquicos
cada vez más habituales, como el remordimiento, la depresión, la apatía y la falta de sensibilidad. Así lo plantea
Byun Chul Han “Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace responsable a sí mismo y se
averguenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la inteligencia del régimen
neoliberal. Dirigiendo la agresividad hacia sí mismo el explotado no se convierte en revolucionario, sino en
depresivo” .La falta de sensibilidad, el individualismo, el ataque a los lazos colectivos y solidarios, y la naturalización
de la violencia predominan en los comportamientos y los modos de pensamiento actual de una manera que
despierta asombro para quienes todavía disponemos de la sensibilidad como para escandalizarnos frente a
semejante arrasamiento subjetivo. Las representaciones sobre el cuerpo no están exentas en las prácticas
neoliberales pero se las reduce a su condición de órgano, cerebros que van a la escuela, vientres (envases) que
contienen fetos, fetos a los que se obliga a nacer sin importar las condiciones de subsistencia. Hay una permanente
y visible cosificación y degradación de los sujetos a la condición de objetos: de uso, de investigación, de
dominación, de consumo. Se fragmenta la subjetividad a la que se reduce o degrada a su mínima expresión, de
órgano.
El neoliberalismo instala discursos vacíos de sentido que paradójicamente cobran formas plenas o absolutas. Es así
como se ha instalado una cultura neurobiológica alrededor de mitos que tienen al cerebro o los embriones en el
centro de la escena, la robotización del pensamiento se humaniza al tiempo que los hombres se vuelven máquinas
en un escenario que no es pura ficción.
La modernidad líquida al decir de Baumann ha transformado el mundo en un lugar incierto, hostil y cambiante, eso
tiene serias consecuencias en la producción de subjetividad y en las biografías singulares. Los adultos están cada
vez más expuestos a vivencias de inseguridad, exclusión y desamparo, inmersos en situaciones de angustia por
mantener cierto piso de estabilidad económica y laboral, muchas veces más preocupados y conectados con sus
propias necesidades y con menos tiempo y disponibilidad para conectar con los más chicos. Los cambios científico-
tecnológicos inauguran nuevos modos de vivir, moldeando además tipos diferentes de subjetividad, hay nuevas
conformaciones parentales y familiares, y más lugar a la diversidad y la diferencia. A pesar de ciertas
transformaciones culturales y sociales la cultura neoliberal enaltece un tipo de hombre ideal al estilo self-made man,
autoengendrado e individual.
La ideología y las políticas de la mano del mercado consolidan un modelo de subjetividad y una idea de salud y
enfermedad. En el caso de las infancias el paradigma medicalizador promueve modelos de niños hiper-activos,
hiper-ocupados y sobre-estimulados. Que rindan, que atiendan, que sean exitosos, que sean productivos, y que lo
sean “ya”. Vivimos en el reino de la anticipación. La preocupación por no caerse del mapa de la inclusión deviene en
expulsión, la prevención en predicción, crónica de autismos y trastornos anunciados, la infancia en su punto máximo
de patologización. El miedo al futuro cortocircuita los ritmos de infancia, la angustia por quedar afuera es un
fantasma social que acelera los tiempos en constitución.
En estos contextos surgen instrumentos para la detección temprana de trastornos que, prematuramente sellan
sentidos y destinos. La infancia toda ha dejado de ser ese tiempo de la niñez donde se era libre de preocupaciones,
lo cual no significa que no hubiera conflictos, para pasar a ser un tiempo de definiciones.
Se acabó la visión edulcorada e ingenua de la infancia, hoy la infancia está en riesgo pues las instituciones
encargadas de su cuidado y protección están siendo destituidas de su función.
Las políticas neoliberales no hacen más que llevar a cabo actos violentos contra niñas, niños y adolescentes
redoblando el desamparo y la vulnerabilidad de la que son objeto. En este contexto la proliferación de
clasificaciones diagnósticas, la medicalización y la estigmatización son formas de violencia social y simbólica sobre
lo infantil.
Ana Berezin en su libro Sobre la Crueldad plantea “Así como la banalización de la injusticia y la violencia abre los
caminos y forma parte de la crueldad, los procesos de reducción cosificante de los sujetos, bajo el amparo del
predominio de la razón instrumental, es una condición actual que se agudiza en tanto se ha vuelto algo demasiado
fácilmente aceptado, tanto en las relaciones productivas como en las relaciones humanas en general. No sólo el
trabajo humano es una mercancía sino que el ser de cada uno es tomado como mercancía”.
Desde el Fórum Infancias vemos con preocupación el avance de dispositivos de control y vigilancia sobre la niñez
en lugar de verdaderas estrategias de cuidado hacia los más desamparados. En el campo de la salud mental esto
se evidencia a través de la proliferación de test y cuestionarios de evaluación que reducen la subjetividad a siglas y
etiquetas, eludiendo la complejidad que implica diagnosticar. La infancia toda queda reducida a un conjunto de
síndromes o signos, haciendo de la patologización una norma.
No es lo mismo prevenir que predecir, no es lo mismo diagnosticar que anticipar.
“La intervención es subjetivante cuando el profesional posibilita el proceso de subjetivación del infante, sosteniendo
la experiencia del existir. A partir de la observación empática y ampliada del bebé (cuerpo, sonoridad y contexto
vincular) la autoobservación (qué siente el profesional tratante) la captación de la ansiedad parental imperante y
una semiología vincular, promoverá la detección precoz de sufrimiento somatopsíquico. Las intervenciones no serán
solamente con el bebé, sino mediante el sostén de la díada interactuante y del medio ambiente, y la contención de
ansiedades parentales. Las intervenciones subjetivantes quedan implicadas en una comprensión multicausal del
sufrimiento y sus síntomas. A partir de una cuidadosa perspectiva interdisciplinaria, la terapéutica indicada buscará
integrar las dimensiones biológica, emocional y subjetiva del bebé y su entorno”
Desde el Fórum Infancias pensamos que los niños y las niñas merecen ser atendidos oportunamente, coincidimos
en la defensa de derechos que garanticen la atención en salud, defendemos el cuidado y el respeto por sus
tiempos, sus ritmos y sus procesos, pero nos oponemos a la detección compulsiva y masiva de trastornos que ni
siquiera reconocemos como verdaderos diagnósticos sino que son etiquetas que marcan la subjetividad.
Frente al desamparo por el que atraviesa la infancia actual las propuestas para protegerla no pueden ser la
implementación de leyes por patología que no hacen más que vulnerarla más.
Por su bien, dicen, le vamos a hacer un test a los 45 días, por su bien, dicen, le vamos a ofrecer un diagnóstico
como si tener un diagnóstico hoy pasara a ser parte de un bien personal, por su bien lo vamos a evaluar
desconociendo que los niños son sujetos en crecimiento y cambio permanente, que la mirada y el sostén parental
son constitutivas del psiquismo en los primeros tiempos de infancia y que cualquier interferencia temprana tiene
consecuencias psíquicas en la construcción de la subjetividad y en el vínculo parental.
Los diagnósticos son parte de un proceso sostenido en el tiempo y enmarcado en un vínculo transferencial, no el
resultado de un cuestionario que cualquier lego puede aplicar. La cantidad de niños sobrediagnosticados dentro del
espectro autista, 1 cada 60 es la estadística actual, nos interpela a poner alertas sobre los métodos, los
instrumentos y los procedimientos de evaluación diagnóstica. “Entré con un hijo y salí con un autista” relataba una
madre mientras recordaba el impacto con el que recibía una sentencia, no un diagnóstico, que quebraba para
siempre la confianza en el vínculo, en ella misma como madre, y en la relación con pequeño al que ya no miraría
con los mismos ojos. Dos horas de evaluación y algunas preguntas parecieron bastar para desarmar sueños y
proyectos.
¿Es ético evaluar a un niño a través de cuestionarios que los padres, observadores no objetivos, deben responder?
¿Es científicamente correcto hacer diagnósticos por internet? ¿Es posible implementar una campaña masiva sin
hacerse preguntas por la responsabilidad ante la cantidad de falsos positivos? Dice el poeta “Al andar se hace el
camino, se hace camino al andar” por qué clausurar caminos a poco de iniciada la travesía.
Son muchas las causas por las que un niño puede replegarse sobre sí mismo, armar corazas defensivas o parecer
autista, por qué fijarle un rótulo a pocos días de nacer.
Los que hace años trabajamos con niños vemos con mucha preocupación cómo problemáticas muy distintas son
catalogadas con el mismo rótulo o etiquetas diagnósticas y abordadas con iguales estrategias expulsando del mapa
lo más singular para hacerlo entrar en los casilleros diagnósticos de lo igual.
El riesgo que observamos en la actualidad es la dificultad del mundo adulto para entender y respetar los ritmos y
los procesos que constituyen devenir niño sin sancionar las diferencias como fallas o fracasos. Se coagula la
subjetividad con siglas o etiquetas, ropajes imaginarios que nombran y dan una definición ontológica del ser del
niño, también pareciera que esa definición “paradójicamente” generara cierta tranquilidad.
El riesgo aparece cuando en lugar de funcionar como guías u hojas de ruta, los diagnósticos funcionan como
nombres impropios (vasen, 2017) con los que se identifican a los chicos y que se los incorpore como parte de la
personalidad.
El problema es que el niño crezca con la idea de que eso que le pasa, que puede ser algo transitorio o
circunstancial, lo asuma como un rasgo de su identidad imposible de modificar.
Oponernos a los etiquetamientos tempranos y anticipados es poner en acto una ética, la de negar nuestro
consentimiento a procedimientos que en nombre de la ciencia y del bien común terminan siendo invasivos, poco
respetuosos y por sobretodo, iatrogénicos para miles de niños y sus familias.
El furor de la inclusión puede generar mayor riesgo de exclusión.
Se atenta contra las infancias cuando sobre ellas se implanta el terrorismo de los diagnósticos.
2. Jugarse por la infancia.
“En la Infancia los diagnósticos se escriben con lápiz”
1. Untoiglich.
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Lejos estamos de la ilusión de una infancia protegida y cubierta en sus necesidades básicas, sin embargo
seguiremos resistiendo a lo arrasamientos contra la singularidad a través de la construcción de prácticas e
intervenciones subjetivantes. Los niños tienen derecho a ser escuchados, a que se respeten sus tiempos, a
fantasear sin que se los llame dispersos, a ser rebeldes sin que se los etiquete de oposicionistas desafiantes, a
estar tristes sin que se los medique o medicalice. Y los adultos tenemos la obligación de acompañar, contener,
cuidar, limitar, criar, guiar, educar, escuchar y respetar a los niños en sus procesos y en sus conflictos.
Para concluir me gustaría tomar la frase de la Dra Gisela Untoiglich, miembro del fórum infancias que dice: “En la
Infancia los Diagnósticos se Escriben con Lápiz”. Así como el niño aprende a escribir sus primeras letras con lápiz,
los profesionales deberíamos escribir con lápiz las hipótesis diagnósticas que deberían funcionar como brújulas,
guías que orientan nuestro trabajo y forman parte del proceso de la cura y nunca como marcas indelebles en la
vida de un sujeto.
Un niño es una persona que se encuentra en un proceso de constitución de su subjetividad entramado con otros y
atravesado por la época histórica que le tocó vivir. Los diagnósticos se construyen en un devenir que se va
modificando ya que tanto el trabajo profesional que se va realizando con el niño, con los padres y con los
profesionales e instituciones intervinientes, van posibilitando cambios en las condiciones psíquicas. No es lo mismo
pensar que un trastorno o una conducta es algo indeleble, inmodificable, determinado genética o estructuralmente
de una vez y para siempre que pensar que la infancia como un proceso de constitución que lleva tiempo, y que en
ese proceso hay movimiento, hay apertura, que el psiquismo es dinámico y está abierto a los intercambios y que
hay intervenciones oportunas que pueden producir modificaciones y reorganizaciones en sujetos que presentan
dificultades en su constitución subjetiva.
Hacer del diagnóstico una práctica subjetivante es un desafío ético en tiempos de subjetividades para armar.
A 30 años de la convención de los derechos del niño es nuestro deber como profesionales de la salud mental seguir
trabajando por infancias libres de etiquetas, y en contra de la patologización,
la medicalización y la estigmatización de los niños, las niñas y los adolescentes.
Psicopolítica. Herder. 2000.
Ana N. Berezin. Psicolibro ediciones. Colección ensayo psicoanalítico, Paidós. 2010.
Diagnósticos y Clasificaciones en la infancia. Herramientas para abordar la clínica. Ilusiones y desilusiones en las
prácticas. S. Morisi, G. Untoiglich y J. Vasen (comps) Noveduc. 2018.