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Antropología de La Muertee

La presente obra pretende contribuir, aunque sea de forma preliminar, a la investigación que ha de desarrollarse aún más en los próximos años. Se trata de una recopilación de trabajos inéditos en los que se aborda, desde distintas perspectivas, el problema del estudio de las prácticas mortuorias, tanto desde la aplicación de nuevas técnicas y las observaciones realizadas por la etnoarqueología, como desde los procedimientos metodológicos adecuados y las propuestas teóricas que permitan una inter

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Antropología de La Muertee

La presente obra pretende contribuir, aunque sea de forma preliminar, a la investigación que ha de desarrollarse aún más en los próximos años. Se trata de una recopilación de trabajos inéditos en los que se aborda, desde distintas perspectivas, el problema del estudio de las prácticas mortuorias, tanto desde la aplicación de nuevas técnicas y las observaciones realizadas por la etnoarqueología, como desde los procedimientos metodológicos adecuados y las propuestas teóricas que permitan una inter

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Tafonomía,

medio ambiente
y cultura
Aportaciones a la antropología de la muerte

Carlos Serrano Sánchez


Alejandro Terrazas Mata
Editores

Universidad Nacional Autónom a de México


Instituto de Investigaciones Antropológicas
Este libro fue dictaminado.

Ilustración de portada: Entierro colectivo de Teopanzolco, Morelos


Fotografía de Carlos Serrano y Zaid Lagunas
Diseño de portada: Vincent Velasco Gonthier

Primera edición, 2007

© Instituto de Investigaciones Antropológicas


Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F.

ISBN 970-32-4180-8

D.R. Derechos reservados conforme a la ley

Impreso y hecho en M éxicoIPrinted and made in México


I n d ic e

I n t r o d u c c ió n ..............................................................................................................................9

B ases teóricas para el estu dio bio -social de las prácticas mortuorias

Alejandro Terrazas M a ta ................................................................................................. 13

C ontextos F unerarios : A lgunos A spectos M etodológicos para su estudio

Víctor Ortega León................................................................................................. 41

M f.t h o d s for stud ying bone m odification

David DeGusta, Henry Gilbert, Gary Richards y Tim White............................. 59

P roblemas relativos al estu dio tafonóm ico de los entierros múltiples

Grégory Pereira....................................................................................................... 91

A lteraciones tafonóm icas culturales ocasionadas


EN LOS PROCESOS POSTSACRIFICIALES DEL CUERPO HUMANO

Carmen Ma. Pijoan A. y Josefina Mantilla L ......................................................... 123

H uesos c rem a d o s : materiales elo c u en tes

Ximena Chávez Balderas .............................................................................................. 143

L as tradiciones funerarias en el norte de C am peche -


UN ENSAYO ETNOARQUEOLÓGICO

Vera Tiesler Bios 161


Tafonomía,
medio ambiente
y cultura
Aportaciones a la antropología de la muerte

Editado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas


de la unam , se terminó de imprimir en julio de 2007, en
los talleres d e J.L . Servicios Gráficos, S. A. de C. V., Mon­
rovia 1101 bis, Col. Portales, México, D.F. Vincent Velasco
y Martha González hicieron la composición en el iía, en
tipo Agaramond 9/11, 11/13 y 13/13 puntos; la corrección
estuvo a cargo de Guillermo Goussen, Jimena Rodríguez
y Adriana Incháustegui. La edición consta de 500 ejemplares
en papel bond de 90 g y estuvo al cuidado de Ada Ligia Torres.
I n t r o d u c c ió n

La presente obra pretende contribuir, aunque sea de forma preliminar, a la investi­


gación que ha de desarrollarse aún más en los próximos años. Se trata de una reco­
pilación de trabajos inéditos en los que se aborda, desde distintas perspectivas, el
problema del estudio de las prácticas mortuorias, tanto desde la aplicación de nuevas
técnicas y las observaciones realizadas por la etnoarqueología, como desde los proce­
dimientos metodológicos adecuados y las propuestas teóricas que permitan una inter­
pretación válida de las evidencias.
En el primer trabajo, Alejandro Terrazas analiza los factores biológicos, sociales
y culturales que pueden influir en la conformación de las prácticas mortuorias de una
organización bio-social determinada. Siguiendo un razonamiento inverso, se supone
que el estudio de las prácticas mortuorias puede dar información sobre estos mismos
factores para avanzar en la reconstrucción de los contenidos concretos de la orga­
nización biosocial. Por último, realiza una somera reflexión sobre las bases meto­
dológicas necesarias para el estudio de los restos materiales a partir de la propuesta
teórica.
En el segundo artículo, Víctor Ortega aborda los contextos funerarios, no sólo
como espacios centrados en el cadáver y dispuestos para su utilización, sino como
ámbitos culturales en los que se refleja gran cantidad de contenidos ideológicos de
una sociedad particular, a la manera de un palimpsesto. A partir de estas ideas, pre­
senta una propuesta metodológica para la aproximación al estudio de contextos
funerarios en cinco niveles de análisis: los cementerios, las tumbas, los entierros,
los individuos y los procesos tafonómicos. Cada nivel de análisis tiene sus caracterís­
ticas propias y exige diferentes técnicas de registro y perspectivas de interpretación,
pero son complementarios y necesarios para lograr un entendimiento mínimo de
las costumbres funerarias de la sociedad estudiada.
En el tercer capítulo, David de Gusta, Henry Gillbert, Garv Richards y Tim
White nos presentan una completa propuesta metodológica para la realización de
estudios rigurosos sobre la modificación intencional de restos óseos humanos. Estos
autores analizan aspectos generales de los estudios morfológicos en laboratorio,
presentando ideas prácticas y accesibles para facilitar el registro de las modificaciones
del hueso. Se trata de evitar el uso de equipos y técnicas que resultan inaccesibles
para la mayoría de los laboratorios, como la microscopía de barrido electrónico,
que puede ser reemplazada por equipos de fotografía digital, la elaboración y el
uso de moldes plásticos para documentar la información, así como por la prepa­
ración de las bases de datos que deberán ser realizadas de acuerdo con los objetivos
de la investigación, pero que deben cubrir un mínimo de requisitos que garanticen
la validez del estudio y permitan vaciar los datos en programas de estadística que posi­
biliten la detección de patrones y de similitudes respecto a otras colecciones y de manera
fundamental, con las evidencias encontradas en los restos de animales procedentes
del mismo yacimiento.
Si el anterior capítulo se dedica a los aspectos metodológicos ligados al estudio
en laboratorio de los restos óseos, Gregory Pereira nos presenta, un estudio detallado
de algunos problemas que se pueden encontrar al realizar la excavación de los mis­
mos en ciertos contextos arqueológicos, particularmente en el caso de los llamados
entierros múltiples, que deben ser estudiados de manera sistemática con el fin de rea­
lizar una correcta interpretación de las evidencias, tanto contextúales como osteo­
lógicas. Se presenta una clasificación de los entierros basada en su descripción, pero
que pretende señalar diferencias fundamentales según como se han formado los con­
textos, también se sugieren aspectos técnicos básicos para posibilitar su adecuado
registro.
En el capítulo quinto, Carmen Pijoan y Josefina Bautista se concentran en el
estudio de la manipulación del cuerpo humano realizada en sujetos supuestamente
sacrificados. Proporcionan una metodología de registro de las huellas de corte, de
raspado, fracturas intencionales, exposición al calor y otras manipulaciones que sir­
ven para inferir prácticas culturales sencillas o compuestas, que tienen un claro sen­
tido social. Este trabajo se refiere, en particular, a las prácticas que han sido registradas
en el México prehispánico aunque los principios metodológicos pueden aplicarse en
otras regiones, sobre todo en aquellas donde sólo se hayan utilizado instrumentos cor­
tantes de piedra.
La siguiente aportación, presentada por Ximena Chávez, se concentra en un as­
pecto problemático y complejo del estudio de las modificaciones culturales de los
restos humanos, se trata del análisis de restos óseos expuestos a altas temperaturas,
en particular en los casos de cremación cuando la mayor parte de esqueleto ha que­
dado reducido a restos carbonizados. Se presentan conceptos adecuados para la des­
cripción y criterios de diagnóstico pertinentes para evaluar las alteraciones térmicas
a altas temperaturas. También presenta una caracterización de las distintas formas
en que sociedades preindustriales pudieron disponer de los cuerpos para su crema­
ción, así como de los contextos que se producen al realizar esta práctica y que pueden
ser identificados por el arqueólogo. El trabajo se ha basado en observaciones directas
en crematorios modernos, análisis de materiales prehispánicos procedentes del Templo
Mayor de Tenochtitlan y una amplia gama de referencias bibliográficas.
Vera Tiesler se aproxima de forma distinta al estudio de las prácticas mortuo­
rias, realizando una importante investigación etnográfica en los cementerios de siete
comunidades de origen maya del norte de Campeche, durante las actividades de inhu­
mación, así como durante las festividades del día de muertos. Este trabajo nos revela
la complejidad que pueden tener las prácticas funerarias de una sociedad y las difi­
cultades que tendrán el arqueólogo y el antropólogo físico para poder inferir, aunque
sea mínimamente, esta notable riqueza simbólica y cultural.

10
Esperamos que la presente obra sirva para estimular el desarrollo de estas líneas
de investigación que prometen proporcionar en los próximos años no sólo mejores
datos sobre la biología y la cultura de las poblaciones humanas del pasado, sino nue­
vas propuestas teóricas que enriquezcan el campo de la antropología de la muerte con
una visión integral que cada día demuestra ser la mejor vía para el conocimiento de
la diversidad histórica del ser humano.

Carlos Serrano Sánchez


Alejandro Terrazas Mata
B ases t e ó r ic a s para el e s t u d io b io - so c ia l

DE LAS PRÁCTICAS MORTUORIAS

Alejandro Terrazas Mata


Instituto de Investigaciones Antropológicas de la unam

La muerte orgánica constituye un fenómeno biológico que forma parte del proceso
vital de todos los seres vivos; como tal, ocurre de maneras concretas y claramente
determinadas por las propiedades físicas y químicas de cada especie. Además, las condi­
ciones de vida de cada ser y el entorno específico en el que se da la suspensión de los
procesos fisiológicos condiciona de manera importante la forma particular en la que
el proceso de degradación corporal ha de suceder.
En el caso de los seres humanos, el acontecimiento biológico de la muerte ocu­
rre dentro de un ámbito marcado por la percepción consciente del proceso, tanto
por parte del sujeto en agonía como por otros seres humanos con los que se encuen­
tra asociado por una compleja red de relaciones sociales. Esta percepción consciente
ocasiona que este fenómeno impacte ampliamente en las formas culturales de todos
los grupos humanos, así como en la naturaleza fundamental de las estructuras socia­
les que componen cualquier sociedad concreta.
Sin embargo, la universalidad del impacto de la muerte contrasta con la enorme
diversidad de respuestas que este fenómeno puede provocar en cada sociedad en par­
ticular; esta diversidad ha llamado siempre la atención de los antropólogos que se inte­
rrogan acerca de las causas de las distintas reacciones, buscando motivaciones particulares
y creando, de paso, uno de los campos más amplios de la investigación cultural que
ha llegado a conocerse como antropología de la muerte.
Si bien el fenómeno de la finitud de la vida provoca reacciones emocionales y
conductuales en todos los seres humanos esto puede atribuirse al hecho innegable
de la unidad psíquica de la especie, necesitamos profundizar mucho más en los pro­
cesos bio-sociales y sus componentes para entender con claridad las causas que condi­
cionan la infinitud de reacciones individuales, culturales y sociales que suelen ser
producidas por las sociedades a lo largo del tiempo y el espacio.11

1 La mayoría de los trabajos que consideran que las prácticas mortuorias son un reflejo de la vida social
omiten el problema de contrastar esta hipótesis inicial y suelen presentar modelos demasiado simpli­
ficados de lo que es la organización social.
Por lo pronto, esta diversidad nos obliga a abandonar los modelos psicologi-
zantes de muchos antropólogos de la muerte, puesto que los mismos pretenden re­
ducir la gran variabilidad de respuestas a una cuantas estructuras mentales que, o
bien no explican nada, como las que recurren a una supuesta “naturaleza humana”
que puede ser definida de cualquier forma (o de ninguna) sin explicar claramente
el sustento material de semejante entidad, o bien se apoyan en modelos derivados
de la teoría freudiana en los que el tema central del Complejo de Edipo se explica
por la ocurrencia real de una supuesta rivalidad intergeneracional, como en el caso
de las explicaciones sobre el canibalismo, en las que el hambre de otros seres huma­
nos refleja el conflicto por la negativa al acceso de las mujeres para los hombres jó­
venes. Así, el consumo de carne humana expresa la complejidad de las relaciones
amor-odio entre componentes por género y edad de los grupos sociales.
Estos modelos fallan precisamente porque no son capaces de explicar por qué
razones encontramos tantas respuestas psicológicas contradictorias respecto al
fenómeno estudiado. Así, cada grupo social ha creado una estructura simbólica en
relación con el canibalismo cuya apreciación o rechazo del mismo es inexplicable
desde el modelo básico del Complejo de Edipo, puesto que las causas parecen des­
cansar más en meros acontecimientos históricos e incluso en el azar; además, dentro
de cada sociedad los individuos también reaccionan de maneras distintas, sin que
esto dependa de la naturaleza de las relaciones madre-padre-hijo que se establezcan.
Los modelos freaudianos fallan precisamente porque no existen estas estructuras
inconscientes universales que conformen el pensamiento humano.
El hecho de que se rechacen las explicaciones psicologizantes de la percepción
de la muerte no significa que se rechacen los componentes psicológicos de estas
respuestas. Sin duda, existe una reacción emocional y una racionalización de la muerte
por parte de los individuos, y estas reacciones influyen definitivamente sobre las
construcciones sociales y culturales que manejan la muerte como parte básica de
su funcionamiento. Se han realizado importantes acercamientos al estudio del im­
pacto de las reacciones psicológicas ante la muerte en la conformación de los
sistemas culturales, como el caso de la obra de Pegy Reeves Sanday (1987) sobre
las diferentes interpretaciones del canibalismo en la construcción de sistemas
culturales en todo el mundo. Esta autora establece que los distintos componentes
del complejo simbólico del sacrificio-muerte-canibalismo constituyen útiles metá­
foras que los sistemas sociales utilizan para comunicar acerca de lo que es propio y
ajeno, la otredad y la mismisidad, y las distintas clases de relaciones que se pueden
establecer entre estas categorías. La concepción de la muerte y el canibalismo no es
central en ninguna sociedad, pero todas la usan de manera directa para ordenar el
mundo en entidades asimilables, “domesticar lo desconocido” en categorías que
permiten integrar lo propio y lo ajeno, cuando es posible, y rechazarlo en tanto se
pone en peligro la integridad del sistema social. Las concepciones de la muerte no
emergen de los estados psíquicos, sino que se aprovechan de los mismos para cons­
truir comunicaciones subsecuentes y mantener el funcionamiento de los sistemas
sociales.

14
Por otra parte, se han realizado importantes trabajos que pretenden explicar la
actualidad de distintas prácticas y concepciones ante la muerte con base en el
desarrollo de las sociedades en medios ambientes característicos, estableciendo un
determinismo ambiental tan parcial como el de las teorías psicologizantes. La idea
es que diferentes condiciones ambientales pueden motivar distintos tipos de
creencias, como el modelo tradicional que proponía que las religiones monoteístas
serían un resultado de la vida en ambientes desérticos, al igual que la concepción
del santo como ermitaño del desierto y el más allá como lugar de abundancia y
humedad. Aunque estos modelos han sido ampliamente desprestigiados (cfr. Le
G off 1999: 25), todavía es común encontrar gente que piensa que las principales
religiones monoteístas (judaismo, cristianismo e islamismo) son el producto de
una vida difícil y esforzada en el desierto, mientras que las religiones politeístas y
basadas en la idea de la reencarnación son el producto de una vida cómoda y pasiva
en las fértiles zonas tropicales. Además de la inexactitud histórica de esta clase de expli­
caciones, es evidente el desconocimiento de los ecosistemas mundiales por la gente
que propone estos modelos, los cuales han sido ampliamente usados para jus­
tificar ideológicamente la intervención “misionera” (unida a la política, económi­
ca y militar) de los países donde se practica el monoteísmo sobre otras áreas del
mundo.
Existen otros enfoques en los que la interacción con el medio ambiente puede
orientar e incluso determinar la concepción de la muerte de una sociedad; en
ellos, la forma de organización de la subsistencia puede servir como modelo para
interpretar el más allá. Así, la dependencia de los pueblos agricultores de Mesoa-
mérica de la regularidad del ciclo anual sirvió a la gente del altiplano para establecer
la metáfora del alma humana como una semilla que debía volver a la tierra para
que la vida social pudiera continuar; la existencia del ciclo siembra-crecimiento-
cosecha sería el origen de la idea de que las almas se encuentran en el inframundo,
florecen en esta vida y a la muerte deben volver bajo la tierra para esperar un
nuevo ciclo vital (López Austin 1996:9-12). Parece, en todo caso, que es más ade­
cuado entender la concepción del cuerpo, la vida y la muerte del pensamiento
mesoamericano como un producto del desarrollo económico ligado a la agricultura
como forma básica de subsistencia, independientemente de las condiciones
ambientales en que esta tecno-economía se desarrolle.
Sin duda, estas aproximaciones nos dan una gran fuente de información sobre
la relación de las creencias sobre la muerte y las formas de subsistencia de los grupos
humanos, aunque todavía debemos explorar muchos otros ámbitos de la vida social
y su impacto en la estructuración de la escatología de las distintas culturas; además,
debemos acercarnos a otras implicaciones sociales de la muerte que han sido amplia­
mente descuidadas, como más adelante se intentará desarrollar.
La explotación del ambiente como fuente de explicaciones sobre distintas
concepciones ante la muerte también ha sido utilizada por autores materialistas,
principalmente en el caso del antropólogo norteamericano Marvin Harris, quien
propone que los principales cambios en la organización económica y política de

15
las sociedades humanas se pueden explicar por la tendencia de cada modo de pro­
ducción a sobre explotar el medio ambiente (Harris 2000); la prácticas mortuorias
evolucionan de acuerdo con los cambios que se produzcan en la organización social.
En el modelo de Harris, la concepción de la muerte en batalla o en el sacrificio huma­
no como la única forma digna de morir del hombre, propia del pensamiento azteca,
es un producto de la violencia generada por la escasez de recursos; mientras que el
aprecio por el consumo de carne humana por las elites y el pueblo se justificaría por
la carencia crónica de proteínas animales en la dieta mesoamericana, debida, a su
vez, a que los primeros cazadores-recolectores del continente americano habrían provo­
cado una extinción masiva de los grandes mamíferos, dejando a sus descendientes
con un territorio depauperado. De este modo, aunque el canibalismo no sería la
solución para la carencia de proteínas del pueblo, la promesa de un festín de nutritiva
carne humana serviría como estímulo para que los guerreros se esforzaran más en
la batalla.
El modelo de Harris falla puesto que las investigaciones arqueológicas han de­
mostrado que la fauna mesoamericana siguió siendo abundante y con la capacidad
de proveer proteínas y grasas a la población humana; cuando se observan problemas
alimenticios en las colecciones esqueléticas de Mesoamérica, la explicación suele
ser la desigualdad en la distribución de los recursos o la formación de crisis ambien­
tales episódicas. Por otra parte, en Teotihuacan, donde se han encontrado buenas evi­
dencias de canibalismo, éste se observa en una población bien alimentada, los restos
humanos se acompañan de abundante y variada fauna, y la práctica caníbal se observa
en pequeña escala en un barrio de artesanos (La Ventilla),2 no de militares, en un con­
texto en que difícilmente podría considerarse un estímulo alimenticio importante.
Por otro lado, todo parece indicar que, efectivamente, las concepciones sobre la muerte
en batalla y en el sacrificio en las culturas mesoamericanas fueron usadas como argu­
mentos ideológicos por los estados para mantener el control sobre amplios sectores
de la población. La explicación del desarrollo del pensamiento sobre la muerte en
Mesoamérica gira, entonces, en torno al desarrollo de las clases sociales y los Estados
y no en torno a problemas ambientales o fisiológicos.
La anterior discusión nos remite al hecho de que es necesario entender el desa­
rrollo de las creencias sobre la vida y la muerte en cualquier pueblo como parte de
sistemas biológicos, psíquicos y sociales más amplios que responden al desarrollo histó­
rico de organizaciones bio-sociales concretas (Terrazas 1992; 2001: 78); se trata del
hecho de que las creencias sobre la muerte y su expresión en las prácticas mortuorias
concretas son el producto del acoplamiento estructural de los componentes biológicos,
psíquicos y sociales en una profunda co-evolución entre ellas y con su entorno, de acuer­
do con la manera concreta como se han producido las particularidades de su propia
historia. Sólo así puede integrarse cualquier modelo en antropología de la muerte
con otros aspectos, tanto biológicos como sociales, como las influencias de otros gru­
pos humanos, las motivaciones psicológicas o el impacto del ambiente.

2 Terrazas, en preparación.

16
A partir de estas reflexiones se ha elaborado una propuesta para caracterizar
los procesos que se expresan a través de las llamadas prácticas mortuorias, como un
primer paso hacia un estudio integral de la antropología de la muerte a través de los
datos generados por la arqueología y la antropología física.

C a r a c t e r iz a c ió n d e la o r g a n iz a c ió n b io -s o c ia l a tr a v é s d e l e s t u d io
DE LAS PRÁCTICAS MORTUORIAS

Sin duda, una de las fuentes más ricas e importantes de que disponemos para cono­
cer las estructuras sociales ligadas al pensamiento sobre la muerte lo constituye el
estudio de los enterramientos humanos que suelen encontrarse en los sitios arqueo­
lógicos. En la mayoría de los casos, se trata de hallazgos realizados durante la libe­
ración de estructuras arqueológicas, pero también es muy común que se lleven al
cabo excavaciones sistemáticas con el objetivo central de obtener colecciones repre­
sentativas de enterramientos, que incluyen los restos físicos de los antiguos habi­
tantes de los sitios estudiados, los objetos que se encuentran asociados con los mismos
y los datos que pueda proporcionar el contexto. Este tipo de trabajos suelen consi­
derarse bajo el término de “arqueología de la muerte” y en general se han desarro­
llado varias propuestas teóricas y metodológicas que tratan de abordar los problemas
concretos de generación de la información y de su interpretación, que la hacen dis­
tinta de otros aspectos de la arqueología, como la excavación de espacios arquitec­
tónicos y talleres.
A continuación presento una revisión de los principales factores teóricos y me­
todológicos que deben considerarse mínimamente para el estudio de las prácticas
mortuorias en contextos arqueológicos. Estas reflexiones parten de un enfoque ba­
sado en el estudio de los procesos tafonómicos presentes en los contextos mortuo­
rios, así como de la consideración de la diversidad de las prácticas culturales que pueden
incidir en las condiciones de deposición final de los restos humanos.

Condiciones físicas y ecológicas

Régimen de descomposición del cadáver

Las características particulares de un cuerpo influyen en el proceso de cadaveriza-


ción, como son la corpulencia y la composición corporal (porcentaje de grasa, músculo
y hueso, así como otros órganos internos, y la piel).
También contribuye en el proceso de decaimiento corporal el estado general
de salud y nutrición del individuo, la edad al morir y la forma particular de muerte.
Es sabido que algunas enfermedades prolongadas eliminan grasa y tejido muscular
en el sujeto, mientras otras pueden hacer el hueso más frágil o más resistente, según
sea el caso. El padecimiento de algunas enfermedades gastro-intestinales puede pro­
piciar la producción de bacterias y de gases en los intestinos desde etapas tempra­
nas del proceso de putrefacción.
Algunas características biomecánicas intervienen en el proceso de esquele-
tización; así, el orden en que se van degradando las articulaciones del esqueleto
influye en el mantenimiento de segmentos corporales durante diferentes periodos
de tiempo.
Todas estas características físico-químicas del organismo se relacionan estre­
chamente con las condiciones ambientales para producir los procesos postmortem
que pueden ser percibidos por una sociedad humana.
En el caso de las sociedades mesoamericanas, sabemos que éstas poseían un
amplio conocimiento sobre los distintos procesos por los que atraviesa el cuerpo
humano después de la muerte; son abundantes las representaciones de cadáveres
en diferentes estadios de putrefacción. También percibían las alteraciones o dife­
rencias que estos procesos podían tener dependiendo de la forma de muerte y el
tratamiento mortuorio que se diera al cuerpo; posiblemente de este conocimiento
deriva la interpelación mesoamericana de los diferentes destinos que esperaban al
alma en el más allá, según la forma en que hubiera muerto el individuo (López
Austin 1996: 378 y ss).

Clima y ambiente

Las condiciones generales y locales (microclima) de temperatura, humedad, pre­


cipitación, altitud, latitud y longitud, insolación, etcétera, pueden influir gran­
demente en el destino final de un cuerpo humano. Así, en el trópico un cadáver
pasa más rápido hacia la esqueletización (teniendo una influencia mucho mayor
de organismos desintegradores) que un cuerpo depositado en el interior de una
cueva seca en un clima árido, en cuyo caso es muy posible que los tejidos blandos
se deshidraten y propicien un proceso de momificación natural que preserve el cuerpo
por muchos años.
Las características del suelo también resultan determinantes, como son el nivel
de acidez o alcalinidad, la oxigenación, la presencia de minerales, sales y compuestos
orgánicos, la humedad, el tamaño, clasificación y composición del sedimento, su
plasticidad y capacidad de movilidad, etc. Estos factores pueden propiciar la con­
servación de tejidos blandos o, por el contrario, la total destrucción del hueso en
muy corto tiempo.

Factores bióticos

En última instancia, la cadaverización depende de la acción de diferentes microor­


ganismos, bacterias, hongos y plantas que degradan la composición química de los
tejidos; estos organismos condicionan aspectos muy conspicuos de la muerte, como
los olores, cambios de color y textura, inflamación del abdomen por producción de
gases, etcétera.
Por otra parte, otros organismos mayores, principalmente artrópodos, pero en
ocasiones también reptiles y mamíferos, actúan como carroñeros que pueden des­

18
truir rápidamente al cadáver. Cuando estos comportamientos son observados por
los grupos humanos, suelen hacerlos reaccionar tratando de influir en el proceso,
en algunos casos retiran del alcance de los carroñeros el cuerpo, como en nuestra
propia sociedad, o bien facilitan el acceso al cadáver, como en algunos grupos
tradicionales del Tíbet o del desierto de Kalahari.
Todos los factores arriba descritos constituyen procesos tafonómicos que pueden
ser observados, por sus efectos en el cadáver,3 por cada organización bio-social, mo­
tivando el desarrollo de prácticas mortuorias que influyen en el destino final del
cuerpo. Aunque casi siempre se hace hincapié en los aspectos rituales de las prác­
ticas mortuorias, la motivación para estas reacciones puede ser de tipo profiláctico,
socio-económico o simbólico-religioso.

Condiciones biológicas

La constitución biológica de una organización bio-social se refiere al acervo de su


diversidad genética, por una parte, y a la estructura demográfica de su población, por
la otra.
Si bien sabemos que la composición genética puede influir en el carácter y el
comportamiento de los individuos, hasta la fecha no se ha podido demostrar que
estas condiciones afecten a poblaciones enteras. Si acaso existe un “carácter nacio­
nal”, éste es producto de la cultura, no de los genes.
Por otra parte, la estructura demográfica de la población puede influir pro­
fundamente en las características de las ideas sobre la muerte y las prácticas mortuo­
rias de una organización bio-social.
Las principales variables que pueden influir en la conformación de las prácticas
mortuorias son:
• Tamaño de la población. Las condiciones de concentración o dispersión de
grandes poblaciones modifican los patrones de distribución y elaboración de los depó­
sitos. La importancia de una muerte singular puede ser apreciada de manera diferente
en un grupo grande o en uno pequeño; así, unas pocas muertes en una población pequeña
pueden tener serias repercusiones para los sobrevivientes, mientras que en una pobla­
ción numerosa y concentrada la mortandad genera un problema, muy distinto, de dis­
ponibilidad de espacio para colocar el cadáver.
Los procesos demográficos de crecimiento explosivo de la población, o de re­
ducción acelerada de la misma pueden modificar, sin que interfieran otras variables,
los patrones que encontramos en el registro antropofísico. Estos procesos han cau­
sado muchos malentendidos, pues ha sido muy común que cuando un arqueólogo
encuentra grandes cantidades de enterramientos depositados en periodos cortos
de tiempo los interprete como la evidencia de grandes epidemias o matanzas. Sin

3 En general, estos factores pueden ser conocidos por medio de análisis tafonómicos que ayudan en la
reconstrucción del medio en que ocurrió la deposición del cuerpo (p. ej. Lymann 1994; Behrensmeyer
y Dechant 1988; Schiffer 1990, 1991a y 1991b).

19
embargo, es muy posible que estos enterramientos correspondan a periodos de
crecimiento poblacional. Si en una población de 100 habitantes la mortandad
anual promedio es del 10%, se producirán solo diez enterramientos por año; pero
cuando crezca a 1 000 habitantes, el mismo promedio de mortandad producirá
100 enterramientos; si este proceso ocurre rápidamente, dará la impresión, en el
contexto arqueológico, de que repentinamente aparece una gran cantidad de muer­
tes, fuera de lo “normal”. Esta es la conocida “paradoja osteológica”, que ha sido
bien documentada, aunque muchos arqueólogos y antropólogos físicos no se han
enterado.
• Estructura de la población. Se combina con su tamaño, haciendo más com­
plejo el problema de la determinación de sus distintos componentes. Así, la forma
de la pirámide demográfica puede darnos una idea de la valoración que una or­
ganización bio-social tendrá de cada individuo de acuerdo con su pertenencia a un
grupo de edad y género determinados.
Cuando algún acontecimiento concreto provoca una constricción en algún
punto de la pirámide de población suele suponerse una reacción en la valoración
de ese grupo en particular. Por ejemplo, en una población numerosa, en pleno creci­
miento demográfico, con una base amplia y simétrica en su pirámide, puede espe­
rarse que la organización bio-social soporte con relativa facilidad una tasa elevada
de mortandad infantil; mientras que en el caso de una pirámide estrechada en su base
se puede suponer una alta sensibilidad a la mortandad infantil, sobre todo si se produ­
ce muy rápidamente, en lo que podría denominarse un “síndrome de flautista de
Elamelin” .
• Tasa de natalidad. En relación con el último ejemplo, la tasa de natalidad tiene
un gran peso en la percepción que una organización bio-social pueda desarrollar
sobre la muerte, debido al peso que esta variable tiene en la capacidad de renovación
de la fuerza de trabajo y de reproducción de la organización familiar.
Otro motivo de la relevancia de la tasa de natalidad es que la misma se relaciona
con la capacidad de los individuos y de la sociedad de invertir suficiente energía
en el proceso de gestación y mantenimiento de los infantes. En general, parece
que se lamenta más la muerte de un niño o niña en sociedades con mayor desarrollo
económico, que favorece la expectativa de vida al nacer porque se realiza una gran
inversión energética e institucional en cada crío; mientras que en sociedades con
grandes problemas económicos y/o sociales la muerte de perinatales apenas implica
una gran pérdida en vista de que la inversión energética habría sido todavía la míni­
ma permisible, al tiempo que la muerte de niños o niñas mayores implica un gran
fracaso debido a que la inversión realizada en su crianza ha sido mayor, además de
la frustración de la expectativa de obtener una ayuda pronta en la producción,
mediante la incorporación de los infantes en el proceso de trabajo doméstico o
laboral.
• Tasa de mortandad. Éste es el factor que posiblemente influya más directa­
mente en la conformación de diferentes prácticas mortuorias en una organización
bio-social. Los distintos componentes de la pirámide demográfica suelen verse

20
alterados por las frecuencias particulares de mortandad por edad y sexo; es común
que exista una elevada mortandad en los segmentos bajos de la pirámide demográ­
fica, la muerte perinatal e infantil es relativamente común en poblaciones en alto
crecimiento demográfico. La expectativa de vida de los sujetos suele aumentar con
el paso de los años. Este fenómeno ayuda a que se desarrollen creencias y prácticas
mortuorias específicas de los infantiles y los adultos.
Por otra parte, la expectativa de vida puede variar ampliamente de una pobla­
ción a otra, desde un promedio de edad al morir de unos cuarenta años hasta las
esperanzas de vida de más de 70 años; esta condición estimula diferentes respues­
tas ante la valoración de los ancianos en distintas organizaciones bio-sociales; en
grupos pequeños con bajas expectativas de una vida larga, los ancianos son pocos
y su estatus como guardianes de la experiencia del grupo es importante para su su­
pervivencia, además de la ayuda que prestan en el cuidado de la descendencia una
vez concluido su propio ciclo de actividad reproductiva (cfr. Diamond 1993: 122-
136). Por otro lado, en las sociedades donde los cuidados médicos y sociales han
permitido que mucha más gente alcance edades avanzadas, en condiciones de
crecimiento demográfico y hacinamiento urbano, los ancianos son poco valorados
y es común que pasen en el abandono los últimos años de su vida. Estas diferencias
extremas se pueden manifestar en la forma en que una organización bio-social con­
creta dispone de sus muertos en términos de la energía dedicada a cada uno, depen­
diendo de su posición en la pirámide demográfica al momento del deceso.
• Tasa de morbilidad. Está íntimamente relacionada con la variable anterior y
se refiere a las principales causas de muerte probable dentro de una organización
bio-social. Los procesos de salud-enfermedad propios de un grupo humano deter­
minado influyen grandemente en la forma de disponer de sus muertos, así como
en Ta valoración que se hace de la persona en el momento del deceso.
En parte, los tratamientos mortuorios tienen una finalidad profiláctica, se trata
de evitar que el cadáver perjudique a los vivos, ya sea por la transmisión de enfer­
medades o por alguna otra interpretación del “contagio de la muerte” (cfr. Barley
2000: 19, 44, 232); los muertos de la peste son enterrados sumariamente en fosas
comunes con cal viva o fuego, el muerto por brujería debe recibir un tratamiento muy
especial para que no regrese a hacer daño.
Es sabido que los aztecas clasificaban las formas de morir de acuerdo con un
sistema de valores en el que el guerrero y la mujer muerta en el parto recibían los
mayores honores, puesto que iban a residir a la morada del sol; mientras que los muer­
tos por causas “húmedas” llegaban al Tolla, el paraíso de Tláloc, relacionado con la
fertilidad de la tierra. Los muertos comunes acababan en el Mictlán, una casa sin
puertas ni ventanas. Esta clasificación basada en la forma de morir, que incluye la
violencia y el sacrificio, tanto como las enfermedades y los accidentes, tenía serias
implicaciones en la forma de disponer del cuerpo; los muertos de Tláloc eran en­
terrados, en tanto que lo deseable era que el guerrero y el muerto “común” fueran
incinerados en una hoguera. Se trata de diferencias que en principio serían obser­
vables en el registro arqueológico (López Austin 1996).

21
• Procesos de mestizaje y migraciones. Los grandes desplazamientos de gente de
una población a otra por diversos territorios puede modificar de manera notable los
patrones de las costumbres mortuorias en general de dos maneras distintas. Por una
parte, los cambios bruscos en la pirámide demográfica pueden modificar la valoración
de los distintos grupos de edad y género; el aumento o disminución acelerado de la po­
blación suelen generar procesos de violencia endémica. Por otra parte, la gente viaja
junto con sus sistemas de creencias e instituciones propias; la llegada de gente extraña
a una región puede implicar el desarrollo de sus prácticas ancestrales en el seno de la
organización bio-social receptora, y con el tiempo las costumbres se entremezclan y
las prácticas mortuorias se combinan de maneras originales. Este puede ser el caso del
famoso barrio de los comerciantes en la ciudad de Teotihuacan (cfir Spence 1994).

Condiciones sociales

Organización del modo de reproducción

En la especie humana, la reproducción biológica depende de las relaciones sociales


que establecen las condiciones en que una población controla los procesos de elec­
ción de pareja, el lugar de residencia familiar y las posibilidades de intercambio gené­
tico con otras poblaciones. En este sentido, Felipe Bate ha definido el modo de
reproducción como

el conjunto de actividades y relaciones que permiten no sólo la procreación, sino


también el mantenimiento y la reposición de la población y la fuerza de trabajo
(alimentación, aprendizaje socializador, conservación de la salud, diversión, etc.).
En la medida en que la sociedad se hace más compleja, muchas de estas actividades
y condiciones de existencia son organizadas institucionalmente... En la esfera del
modo de reproducción sólo se realiza una parte de losprocesos de consumo de bienes
y servicios y se trata de aquellos que no se reintegran directamente al proceso produc­
tivo, sino parcialmente y transformados enfuerza de trabajo (1996: 53).

Del mismo modo, Vera Tiesler ha señalado que

el modo de reproducción es concebido como una categoría social que aludo a las rela­
ciones sociales que median, entre otras cosas, la reproducción biológica y otras,
dedicadas a la reproducción de la fuerza de trabajo... Designa losprocesosy las condi­
ciones de reproducción sexual, aun cuando éstos están condicionados por las re­
laciones socio culturales de filiación, y las funciones fisiológicas... todos ellos
vinculados finalmente a factores estructurales y superestructurales propios de cada
sociedad... E l modo de reproducción se refiere a aquellas actividades y condiciones
dedicadas directamente a la renovación de la fuerza de trabajo. Suelen operar a
cortoy mediano plazos, tanto a nivel biocultural (alimentación y mejoramiento de
las condiciones de salud) como psíquico (socialización y distracción) (1997: 44).

22
El análisis materialista histórico relaciona estrechamente el modo de repro­
ducción con el modo de producción mediante el cual la sociedad genera todos los bienes
y servicios necesarios para su supervivencia, se establece una relación total entre la
renovación de los medios de producción y la fuerza de trabajo. En general, el estudio
materialista del modo de reproducción se concentra en el trabajo de Meillassoux
(1987), en el que aborda las relaciones de parentesco por medio de las categorías de

relaciones de acoplamiento, aquellas que designan las posiblesformaciones de uni­


dades reproductivas, normadaspor reglas de acoplamiento impuestaspor la sociedad
(las uniones deseables y las que están prohibidas), así como las normas defiliación
que involucran las relaciones de dependencia de un individuo frente a las genera­
ciones anteriores, se establecen los nexos que cualquier individuo, por su nacimiento
opor afinidad, puede mantener con cada miembro delgrupo social (Tiesler 1997: 44).

Sin duda, el trabajo de Meillassoux ha determinado un gran avance en la com­


prensión de los procesos sociales que modifican o inciden en la constitución biológi­
ca de la organización bio-social, aunque, como él mismo lo ha señalado, el materialismo
histórico sólo ha señalado la existencia del problema de la reproducción biológica,
pero no ha sido capaz de abordar ampliamente el tema (Meillassoux 1987: 8).
Otros autores de esta tradición de investigación han realizado importantes
avances en este campo, como el caso del estudio del llamado comunismo primitivo
realizado por Alain Testart (1972), que explica la organización de las bandas de
cazadores-recolectores en términos de la estrecha correlación entre producción y
reproducción mediante el establecimiento de las relaciones de parentesco. Sin em­
bargo, puede considerarse que los enfoques materialistas de las sociedades jerár­
quicas han privilegiado el estudio de las relaciones de producción por encima de la
reproducción biológica.
Al revisar los trabajos disponibles sobre el modo de reproducción, puede apre­
ciarse que existe un escaso desarrollo del tema (déficit teórico), que no cubre ade­
cuadamente una perspectiva demográfica de las poblaciones; asimismo, falta una
perspectiva evolutiva, ecológica y social. Se ignoran prácticas que influyen a me­
diano y largo plazos en la estructura de la organización bio-social, como aquellas que
modifican la tasa de mortandad infantil y de adultos (inducida o accidental), la
tasa de morbilidad, la fecundidad y el control de la natalidad.
Por su parte, Harris y Rose (1987) han ido más lejos en la caracterización del
modo de reproducción de las sociedades; estos autores consideran que el modo de
reproducción consiste en las “prácticas que directa o indirectamente afectan los
procesos reproductivos, que, en particular, pueden modificar los rangos de fertilidad
y mortalidad sobre un amplio rango de valores de acuerdo con la optimización de
las presiones impuestas por modos de producción bajo ciertas condiciones tecno-
ambientales dadas” (p. 5).
Con propósitos de clarificación, estos autores han agrupado las prácticas ligadas
al modo de reproducción en cuatro categorías: (a) cuidado y tratamiento de los

23
fetos, infantes y niños; (b) el cuidado y tratamiento de las niñas y mujeres (y en cierta
medida en niños y hombres); (c) frecuencia de la lactancia y la crianza y (d) fre­
cuencia del coito (Harris y Rose 1987: 5 y ss).
A pesar de la utilidad de las consideraciones de estos autores, hemos decidido
caracterizar los componentes del modo de reproducción de una manera algo distinta,
que pueda permitir establecer relaciones más claras con otros aspectos constitutivos de
las organizaciones bio-sociales, principalmente con el modo de producción económica.

Reglas de filiación, residencia y parentesco

De acuerdo con Meillassoux (1987), las relaciones de parentesco se pueden com­


prender por medio de dos conceptos básicos; el de relaciones de acoplamiento, que
designa las posibles formaciones de unidades reproductoras (entre hombres y
mujeres fértiles), que son determinadas por normas impuestas por la sociedad, y el
concepto de filiación, que involucra las relaciones de dependencia del individuo
respecto a las generaciones anteriores. “Ambos conceptos responden, a su manera,
a la necesidad de reproducir la vida inmediata. Benefician la supervivencia de un
linaje o de una sociedad en general, e implican estrategias y mecanismos específicos,
como la endo y la exogamia” (Tiesler 1997: 44).
Resulta imposible comprender las características de una sociedad si nos limi­
tamos al estudio de sus procesos productivos (de bienes), del mismo modo que ca­
rece de sentido limitar la caracterización de una sociedad a la comprensión de sus
“estructuras” de parentesco; estas reglas reflejan tan sólo los modelos ideales de or­
ganización de las comunidades domésticas, pero se trata de expresiones formales
de procesos mucho más complejos que hacen posible la reproducción biológica de
la sociedad. Las relaciones de acoplamiento y de filiación pretenden explicar la in­
terdependencia entre la producción de bienes (que ha de garantizar la superviven­
cia de los individuos, pero sobre todo la estabilidad del sistema social -aun a costa
del sacrificio de numerosos individuos-) y la reproducción de seres humanos que
han de integrar su fuerza de trabajo en las labores de la producción.
En muchas sociedades, la forma concreta de la producción, la organización
social del trabajo, suele estructurarse de acuerdo con el lugar en el que las normas so­
ciales determinen que debe residir el sujeto, así como los grupos de individuos con los
que ha de cooperar directamente; estas normas se expresan en términos de la unidad
doméstica a la que se pertenece; las redes de filiación, afinidad y residencia ayudan
a mantener la posición de cada individuo en la sociedad.
Aun en sociedades donde la unidad doméstica no es el centro de la organización
social del trabajo, como el caso de la familia en el capitalismo, es verdad que la repro­
ducción biológica sigue dependiendo de estas normas de acoplamiento y de filia­
ción. Debido a que otros aspectos, como la transmisión de la propiedad particular,
también suelen depender de estas normas, hacen que muchos grupos familiares se
esfuercen por mantener el orden social establecido en términos de un parentesco
que puede sin embargo encontrarse superado por el desarrollo del modo de pro-

24
ducción, creando un conflicto real entre las prácticas ligadas a la producción y aquellas
relacionadas con la reproducción biológica.
Una de las formas de expresión más evidentes del mantenimiento de lazos de
acoplamiento y filiación, en cualquier organización bio-social, son las que se obser­
van en el desarrollo de las prácticas funerarias. El tratamiento dado a un muerto
por los miembros de su grupo social es una expresión del afecto concedido a la perso­
na, pero se trata también de la materialización de las relaciones sociales en que se
integró el individuo, en cuanto al grupo doméstico, el linaje, la clase social o
cualquier otra forma de organización concreta de un grupo determinado.
En relación con el modo de reproducción, las prácticas mortuorias ayudan a
comprender aspectos importantes de la composición de las unidades reproductivas
y domésticas, la tendencia a la endo o a la exogamia, a la mono o poligamia, a los
patrones de residencia de formación de parejas reproductivas. No se trata sólo del
estudio de las ofrendas que revelan la posición social del sujeto, sino de la com­
prensión de la realidad biológica del individuo; la correlación entre diversidad y
complejidad del tratamiento funerario se complementa con el análisis de las con­
diciones generales de vida del sujeto. Las relaciones biológicas se entienden por los
rasgos biológicos compartidos o no con otros sujetos, la apreciación social del géne­
ro se relaciona directamente con el sexo biológico del difunto y la posición de los in­
dividuos que murieron antes de alcanzar la edad reproductiva (así como los ancianos
que fallecieron después de finalizar su vida fértil) nos habla de la organización
amplia de la población, por encima del nivel del demef en las relaciones entre
todos los componentes de la población biológica y el ecosistema. Por ejemplo, los
niños pueden competir por una mayor atención nutricia por parte de los padres, o
se puede enseñar (obligar) a los hijos mayores a cuidar de los menores, a cambio
de la ración alimenticia suficiente. Los ancianos suelen ayudar en el mantenimien­
to de la economía doméstica, aun cuando ya no participen directamente de las rela­
ciones sociales de producción también pueden cuidar de los nietos, ayudando a
garantizar el volumen de la fuerza de trabajo de la próximas generaciones.
En principio, estas características del modo de producción pueden ser inferidas
a partir del estudio cuidadoso de la diversidad interna y externa de las costumbres
y creencias funerarias de una organización bio-social concreta.

Costumbres de cuidado prenatal, infantil, de los adultos y los ancianos

Es importante conocer las motivaciones de una sociedad para establecer escalas de


valores en cuanto al cuidado de las madres durante el embarazo y de los hijos recién4

4 El concepto de deme se refiere sólo al total de individuos de diferentes sexos que pueden reproducirse
biológicamente en un momento determinado, lo cual excluye a los inmaduros, los ancianos, los infértiles
y aquellos sujetos que por otras causas se vean incapacitados para la reproducción; mientras que el
concepto de población sí incluye a todos. El concepto de deme se relaciona con la viabilidad genética
del grupo, en tanto que la población es más importante al estudiar el total de las relaciones que el
grupo humano establece con el ecosistema (Elderdge 1997).

25
nacidos y a lo largo de su infancia. En la especie humana es común que ocurra la
muerte intrauterina del feto de manera espontánea hasta en un 25% de los emba­
razos, según Harris y Rose (1987: 5); pero sin duda tanto estas muertes, general­
mente consideradas involuntarias o “naturales”, como los abortos y partos inducidos
ocurren en un entorno biológico y social que los determina, como el mantenimiento
de niveles de pobreza crónica, crisis ambientales, procesos de acelerado cambio
social y otros.
Todos estos factores han hecho que las sociedades humanas busquen ejercer
un control sobre su tasa de natalidad y mortalidad, en ocasiones mediante el esta­
blecimiento de políticas oficiales y en otros casos en contra de los preceptos reli­
giosos y civiles de los grupos en el poder. En la obra de Devereux (1967) se encuentra
una impresionante recopilación de casos etnográficos de todo el mundo en que se
documentan el aborto, parto inducido e infanticidio; también se intenta una expli­
cación de los estados anímicos y psicológicos que se relacionan con estas prácticas.
En general, se considera que la supervivencia de los individuos de mayor edad
de una población se relaciona con su utilidad y la percepción que el grupo tenga
sobre su valor; estas valoraciones se relacionan con las condiciones de vida, la po­
sibilidad del grupo de sostener a individuos que han agotado su vida productiva,
posiblemente a cambio de su experiencia y de la esperanza de los adultos jóvenes
de que a su vez los descendientes se encarguen de ellos durante su vejez, y posi­
blemente de la posibilidad de que los ancianos ayuden en la crianza de los nietos.
Este último criterio incluso se ha considerado la causa más probable de la existencia
de la vejez, mediante una selección del parentesco en un modelo conocido como la
“hipótesis de la abuela” (Diamond 1993: 122-136). Es interesante este aspecto
puesto que plantea un posible ejemplo de selección cultural sobre el acervo genético
de los seres humanos.

Preferencias sobre el género, el número de hijos y otras costumbres

Es sabido que cada organización bio-social desarrolla una valoración diferencial


acerca del género de los hijos. Estas preferencias también se relacionan con la
cantidad de vástagos que se considera deseable para una unidad doméstica, en
términos de la capacidad de manutención por parte de los adultos, así como de las
expectativas en cuanto a que en un futuro estos hijos e hijas ayuden a asegurar la
continuidad del grupo, además de la manutención de los padres al llegar a ancianos.
Del mismo modo, el orden de nacimiento de ios niños y niñas influye en sus posi­
bilidades de supervivencia: en los grupos donde la pertenencia al linaje se transmite
por vía paterna y la propiedad de los bienes personales y de producción no se here­
da por primogenitura suele suceder que el primer hijo varón recibe muchas aten­
ciones, al igual que las hijas, quienes son previstas como fuente de alianzas
matrimoniales; mientras que otros hijos varones reciben menos atenciones, debido
a que al crecer se corre el riesgo de desmembrar la propiedad con el reparto de la
herencia.

26
Estas valoraciones se reflejan en la clase de cuidado mortuorio que reciben los
hijos al morir jóvenes, de acuerdo con su género, según sea entendido por cada
sociedad, así como su posición de nacimiento en el grupo doméstico.

Organización de la producción

Entiendo que las costumbres mortuorias conforman la superestructura de las


sociedad, es decir, son parte de “los sistemas de creencias y reflejos condicionados
por la práctica del ser social y las organizaciones o instituciones que, en corres­
pondencia con aquéllos, instrumentan normativamente la voluntad social de man­
tener o transformar las formas de reproducción de la base material de la sociedad”
(Bate 1996: 53). La superestructura constituye una unidad real y jerarquizada con
la base material del ser social, compuesto por el modo de producción y el modo de
reproducción (del que se ha hablado antes).
El modo de producción se refiere a “la unidad de los procesos económicos bá­
sicos de la sociedad: producción, distribución, cambio y consumo, siendo esenciales
en la determinación de la estructura social las relaciones que se establecen en torno
al proceso de producción” (Bate 1996: 48).
De este modo, se entiende que una persona puede ocupar diferentes posiciones
en una sociedad, dependiendo del lugar que ocupe en las relaciones de producción
y de reproducción de la misma. La gran diversidad de prácticas y creencias mortuo­
rias que se observan en una sociedad compleja, como la teotihuacana, son el resul­
tado de las diferencias ideológicas que se conforman en diferentes segmentos de
la población, dependiendo de la posición que ocupen en cuanto al modo de repro­
ducción (género, edad, estado civil, etc.) y al modo de producción (clase social,
división del trabajo, organización de la producción, etc.). A continuación presento
unas consideraciones muy básicas de la forma como estos componentes de la
organización de la sociedad influyen en el desarrollo de las prácticas mortuorias.

Grado de desarrollo de lasfuerzas productivas, división social del trabajo, organización social
de la producción

El grado de desarrollo de las fuerzas productivas “puede medirse como el rendimien­


to promedio de la fuerza de trabajo. Éste se refiere a la cantidad media de trabajo
vivo necesario para la producción de los bienes que una sociedad genera y consu­
me” (Bate 1996: 50).
El desarrollo de las fuerzas productivas implica la transformación de la tecnolo­
gía aplicada a la producción; la generación de nuevas técnicas que permiten producir
más bienes con la misma o menor fuerza de trabajo invertida ayuda a alcanzar mayo­
res rangos de ganancia y puede llegar a producir un desequilibrio importante entre
la organización tradicional de la fuerza de trabajo y las nuevas condiciones de apli­
cación de la tecnología. El desarrollo de las fuerzas productivas determina direc­
tamente la cantidad de energía que puede invertir una organización bio-social en

2:
el mantenimiento de sus prácticas mortuorias, así como los porcentajes de esta energía y
de los bienes materiales que se han de canalizar a cada grupo social en específico.
Por otra parte, la división social del trabajo se deriva del hecho de que para la pro­
ducción de un bien determinado es necesario aplicar, de manera armoniosa, diferentes
técnicas en una cadena de producción bien determinada; para esto se necesita que
diferentes personas se organicen en un proceso productivo concreto. El resultado
es la especialización de sectores de la sociedad en la producción de bienes determi­
nados, el desarrollo de grupos de especialistas que, si bien se dedican de tiempo com­
pleto a la generación de satisfacrores específicos, no necesariamente son los dueños
del producto de su trabajo; esto depende de la organización de la propiedad de
cada sociedad concreta.
La división social del trabajo condice a la organización social de la producción,
que se refiere a “la naturaleza del conjunto de relaciones sociales que conforman la
integración de las unidades básicas de producción en cada sociedad (v. gr. Unidades
domésticas, comunidades, minifundios, latifundios, feudos, fábricas, empresas, etcé­
tera)” (Bate 1996: 50).
Es común que al interior de diferentes grupos organizados para la realización
de su trabajo productivo se desarrollen prácticas mortuorias particulares, como la cos­
tumbre de enterrar al difunto con sus herramientas de trabajo; no se trata sólo de que
el muerto necesite estas herramientas en el otro mundo, también implica el mante­
nimiento de un sentimiento de identidad entre los sobrevivientes del grupo social.
En principio es posible identificar estas particularidades de “gremio” a través del estu­
dio de la diverdidad de las prácticas mortuorias en diferentes grupos sociales que
componen una sociedad concreta.

Relaciones sociales de producción (propiedad, clases sociales)

Las relaciones sociales de producción se conforman “sobre la base de las relaciones


de propiedad objetiva de los agentes de la producción sobre los elementos del pro­
ceso productivo... La propiedad consiste en la capacidad real de los sujetos sociales
de disponer, usar o gozar de un bien” (Bate 1996: 50-51).
Se trata de un aspecto centra! del análisis, puesto que la caracterización general
de una sociedad depende del esclarecimiento de las formas concretas y reales en
que existen las relaciones de propiedad de los recursos, los bienes, las tecnologías y
la fuerza de trabajo. Este factor es el que nos permite entender si estamos estudiando
una sociedad igualitaria, tribal o clasista; otros aspectos, como la organización del poder
en términos de cacicazgos o estados, por ejemplo, dependen en primer lugar de que
pueda establecerse la existencia de clases sociales dentro de una sociedad.
Debido a que la existencia de diferentes formas de propiedad ocasiona la
segmentación de la sociedad en grupos caracterizados por el acceso diferencial a
los recursos, es posible establecer la hipótesis de que estas diferencias fundamentales
se han de reflejar, por lo menos en parte, en las prácticas funerarias de la organiza­
ción bio-social. Muchas de las grandes diferencias que se observan en los enterra­

28
mientos de las sociedades estatales se pueden explicar en términos de la existencia
de las clases sociales; sin embargo, es importante tener mucho cuidado al establecer
estas distinciones en casos concretos, porque una parte muy importante de la diver­
sidad de los patrones mortuorios se debe a causas muy diferentes, como el caso de
los grandes sacrificios humanos, donde lo que se está expresando es el poder del
Estado a través de su presentación como mediador con las fuerzas sobrenaturales;
mientras que en el entierro de un noble o un sacerdote de alto rango lo que se
expresa es la posición del individuo dentro de la escala social.
Asimismo, al interior de una misma clase social existe una gran diversidad de
prácticas funerarias que se dedican a diferentes individuos, dependiendo de su
lugar dentro de la.jerarquizadon interna de ese grupo o clase social; se trata de facto­
res como la edad, el género y los cargos ocupados por el sujeto en vida.
De este modo, antes de hablar de la existencia de clases sociales u otra forma
de organización de la propiedad, debemos asegurarnos de que no estamos obser­
vando otros procesos sociales. Es el estudio de esta real complejidad de los sistemas
sociales lo que hace tan interesante a los estudios de prácticas mortuorias, a pesar
de la aplicación de modelos simplistas e ingenuos como los propuestos por Binford
o Saxe, en su momento {vide infra).
Además de la producción, en cada sociedad se desarrollan otros procesos sobre
el flujo de los bienes producidos, la distribución, el intercambio y el consumo; las
particularidades de cada sociedad con respecto a estos procesos también pueden
manifestarse en las características de sus prácticas mortuorias.

Form as dom inantes y subalternas de la organización p olítica

La institucionalidad se refiere al sistema de organizaciones sociales a través de las


cuales se ejercen las actividades de coerción y administración que permiten la reten­
ción o los cambios en la reproducción de las formas de conducta del ser social. Ello
supone la correspondencia con una concepción normativa de la realidad que se estruc­
tura en la conciencia social. La institucionalidad no sólo incide recíprocamente en
la base material de la sociedad que la origina, sino también en la reproducción o cam­
bios contenidos y formas de la conciencia social (Bate 1996: 55).
La organización del poder, posición de dominación y subordinación entre dis­
tintos grupos humanos y de jerarquización interna inciden en el desarrollo de prác­
ticas mortuorias, que se extienden a lo largo de toda la sociedad en función de la
coerción que un grupo de poder ejercer sobre la población. Un ejemplo sería la impo­
sición que los españoles hicieron a los indígenas americanos para que dejaran de
enterrar a sus muertos en los pisos de sus viviendas y en los atrios de las iglesias; de la
misma manera, se observa la imposición del joven Estado mexicano para que los
cementerios se retiraran de las iglesias y se establecieran fuera de los poblados; se
trata de formas de ejercicio del poder para controlar el comportamiento funerario
de la sociedad que han dejado una importante huella en las prácticas mortuorias y
en el registro arqueológico.

29
Grado de institucionalización de la religión

Las creencias religiosas constituyen sistemas simbólicos que pretenden mediar las
relaciones entre los seres humanos y otras fuerzas de carácter sobrenatural; una
parte muy importante de estos sistemas se refiere a las características del destino
de los seres humanos después de la muerte, así como las acciones que ayudarán en
la realización de este tránsito y los comportamientos que pueden ayudar a garantizar
una buena posición en el más allá.
Se trata del elemento superestructural que de manera más evidente influye en
las creencias y las prácticas mortuorias; a través de la religión los seres humanos pre­
tenden relacionarse con poderes sobrenaturales, mediante el sacrificio y la oblación,
así como con las prácticas funerarias. Es importante comprender en qué forma estas
prácticas mortuorias son dirigidas por las instituciones religiosas, grupos corpora­
tivos que pretenden normar estas supuestas relaciones ejerciendo un control directo
sobre el comportamiento religioso de la población. El grado de institucionalización
de la religión se refiere a la capacidad de estos grupos de control (iglesias, sectas,
etcétera) para manejar al grueso de la sociedad.
En algunos casos, el Estado mismo se erige como centro de las instituciones
religiosas, usando sus preceptos como elemento ideológico de legitimación de su
autoridad; en otros casos se desarrollan Estados laicos que suelen entrar en franca
contradicción con las instituciones religiosas. Lo importante es que estas organi­
zaciones religiosas pueden ejercer un control directo sobre las prácticas mortuorias
que dejará un registro importante en el contexto arqueológico.

Relaciones entre religión oficial y popular, y entre diferentes religiones, etcétera

Además de considerar el grado de institucionalización de las religiones, es impor­


tante pensar en la diversidad interna y externa, en cuanto a las expresiones religiosas,
dentro de una sociedad concreta.
Dos procesos son de especial importancia; el primero se refiere al distancia-
miento que siempre existe, en las sociedades complejas, entre las formas populares
de la religión y la expresión oficial de las instituciones religiosas; este distancia-
miento puede ocasionar que se registren importantes diferencias entre las prescrip­
ciones oficiales sobre las prácticas mortuorias y su realización en sectores populares
que están lejos del control central de los sacerdotes.
La coexistencia de diferentes religiones en una misma sociedad también es una
importante fuente de diversidad de las prácticas religiosas. Este proceso se puede re­
ferir a la coexistencia pacífica de diferentes religiones, al intento de una institución
religiosa por erradicar las formas religiosas rivales, o incluso a la paulatina asimila­
ción de algunos elementos de religiones externas dentro de las prácticas religiosas
y mortuorias del culto dominante. Se establece de este modo una dinámica religiosa
significativa que es el reflejo de procesos sociales de gran relevancia para la compren­
sión de las organizaciones bio-sociales y sus procesos de cambio social.

30
Nivel y características del intercambio cultural y económico

Así como se establecen relaciones, contactos, enfrentamientos y asimilaciones de las


formas religiosas, todos los aspectos de la cultura de las organizaciones bio-sociales
están sujetos a la posibilidad de transformación causada por el contacto entre dife­
rentes sociedades.
El intercambio económico es un factor de primera importancia para cualquier
sociedad; la forma como este intercambio se establece puede ser muy diversa, desde
el trueque ocasional de bienes, el saqueo y la piratería, el tributo y el comercio, hasta
los niveles más elaborados del establecimiento de verdaderas relaciones de mercado.
Las condiciones del intercambio económico y su intensidad influyen en la percep­
ción que un grupo humano desarrolla sobre los bienes que han de ser entendidos
como indicadores de estatus y otras posiciones sociales ligadas a la edad, el género,
el cargo público, las relaciones de parentesco, etcétera.
La asignación de ese valor de uso de los bienes producidos localmente y los impor­
tados se puede reflejar en la composición de las ofrendas; es por ello que tradicio­
nalmente los arqueólogos dan un gran peso a la detección de manufacturas importadas,
versus los bienes locales, al hacer el inventario de los objetos encontrados en los
enterramientos humanos.
El intercambio cultural suele ser mucho más amplio que el económico, en el
sentido de que tanto los bienes intercambiados como las ideas que viajan de una
sociedad a otra pueden conducir a una profunda resemantización de las concep­
ciones sobre la vida y la muerte de una organización bio-social concreta. Este proce­
so ha sido entendido muchas veces en términos de aculturaciórr, sin embargo, es común
que el término conlleve un sentido negativo, mientras que en muchos casos el inter­
cambio cultural implica en realidad un enriquecimiento y una complejización de los
sistemas superestructurales de una sociedad.
La importación de nuevas creencias y prácticas mortuorias suele formar parte
de procesos de contacto intercultural más extensos y pueden ser un importante in­
dicador de los procesos de contacto de diferentes grupos humanos; su registro en los
contextos mortuorios se transforma en una de las herramientas más útiles para el cono­
cimiento de estos contactos.5

P a r t ic u l a r id a d e s h is t ó r ic a s d e la o r g a n iz a c ió n b io -s o c ia l c o n c r e t a

Si bien todas las organizaciones bio-sociales están constituidas por los elementos
estructurales y súper estructurales arriba descritos, gran parte de sus particularidades
se deben a acontecimientos singulares, momentos históricos que pueden cambiar

5 Recordemos siempre que las relaciones entre sociedades no son siempre de carácter pacífico, en muchos
casos se trata de relaciones de conflicto que se han manifestado en los contextos mortuorios en forma
de altares y ofrendas de carácter sacrificial, en los que las víctimas del sacrificio humano son prisione­
ros de guerra de los grupos rivales; estas formas de contacto antagónico, entonces, también se reflejan
directamente en los contextos mortuorios.

31
de alguna manera imprevisible ciertos aspectos de su composición. Nadie hubiera
podido prever el curso que tomarían las sociedades americanas después del siglo xv a
partir tan solo de sus condiciones internas; la conquista de los europeos es un aconte­
cimiento inmenso que sólo puede ser percibido por las organizaciones bio-sociales
americanas en términos de contingencia.
Aquí usamos el concepto de contingencia en el sentido materialista de fenó­
menos sujetos a las leyes de la causalidad, pero “carentes de fundamento”, y en tanto
que no forman parte directa de las causas del fenómeno estudiado sino que lo afec­
tan de manera secundaria o externa (Rosental y Straks 1960). La contingencia en
la organización social se debe a la enorme complejidad, tanto interna como externa
que tienen que enfrentar: el mundo siempre será más complejo que cualquier sistema,
complejidad que debe ser manejada de algún modo por el sistema para que éste
pueda continuar existiendo.
Los sistemas resuelven el problema de varias maneras al influir en la complejidad
del mundo, generalmente reduciéndola, aumentando su propia complejidad interna
(lo cual implica el nuevo problema de que cada subsistema tiene que enfrentar la
complejidad de los otros subsistemas también) y también puede tolerar la gran com­
plejidad de la realidad desarrollando una mayor selectividad (en el sentido de
Luhman 1991: 47, 72, 76, 122, 285; 1996: 233 y ss), creando mecanismos de con­
tacto sólo con ciertos aspectos del mundo e ignorando otros que no son inmedia­
tamente necesarios (en el sentido materialista) a través de un proceso de evolución.
El resultado es que existe, para cualquier organización bio-social, una cantidad de posibles
acontecimientos para los que no ha producido mecanismos de percepción y control;
estos acontecimientos son percibidos como contingencia desde el punto de vista
del funcionamiento interno de la organización bio-social, al igual que la perspec­
tiva de cualquier observador externo.
Aquí sólo podemos mencionar algunos aspectos que pueden modificar el curso
de las creencias y las práctica religiosas.
• Pensamiento, filosofía. Si bien es cierto que la concepción que del mundo
tiene cada sociedad está condicionada por las características estructurales de su de­
sarrollo estructural, siempre existe la posibilidad de que individuos o grupos sociales
particulares desarrollen e impongan formas de pensamiento muy particulares. Si las
condiciones sociales son adecuadas, algunas formas de pensamiento se impondrán
sobre otras; estos cambios pueden reflejarse en las prácticas mortuorias.
• Guerras, invasiones, migraciones. No es fácil determinar la importancia que estos
factores pueden tener a largo plazo (aunque sin duda pueden tenerlo, influyendo
en el desarrollo de las ideas sobre la muerte y en los tratamientos prácticos que debe
darse a los cadáveres); en el corto plazo, se manifiestan como cambios bruscos en algunos
patrones funerarios y mortuorios en general, debido a que la situación crítica im­
pone un trato particular de los cuerpos; los invasores pueden usar a los muertos del
otro bando para aterrorizar a los nativos (y viceversa), en las guerras los muertos pueden
quedar insepultos, los migrantes viajan con sus propias costumbres mortuorias, que
aparecen en el registro arqueológico de modo más o menos repentino e inesperado.
• Crisis ambientales y de organización de la producción. Estos procesos de crisis
pueden ser causados por la misma actividad humana, como el caso de la sobre explo­
tación de los recursos, o de manera natural por cambios ambientales bruscos e impre­
vistos. En última instancia, la organización bio-social ha sido incapaz de reaccionar
a esas condiciones; es común que estos fenómenos ocasionen el surgimiento de sectas
milenaristas y otras expresiones de pesimismo o desánimo que pueden incluir un con­
junto inesperado de prácticas mortuorias, como sacrificios humanos, etcétera. El
canibalismo será una respuesta a los episodios de hambruna (aunque también pueden
existir muchas otras motivaciones).
La incapacidad de las instituciones para reaccionar ante las crisis ambientales
puede conducir al desarrollo de tratamientos expeditivos de los muertos; cuando
son demasiados para disponer de ellos como dicta la tradición (el caso de las pestes
y epidemias) incluso pueden surgir revueltas y motines que modifiquen definiti­
vamente la conformación política y social. Son procesos de corta duración pero
que también pueden tener repercusiones a largo plazo en la evolución de la organi­
zación bio-social; por ello es importante registrar estos fenómenos históricos con­
cretos; el registro mortuorio ayuda a definir y detectar momentos de posible crisis,
aportando datos que complementen otros estudios ambientales y sociales.
Después de tomar en consideración los posibles aspectos ambientales, biológicos
y sociales que conforman la organización bio-social e influyen de un modo u otro
en el desarrollo de las prácticas mortuorias, podemos dedicarnos a definir en qué
consisten las mismas, cómo se pueden dividir para su estudio y cómo pueden ser
identificadas en el registro arqueológico y antropológico. La última parte del trabajo
se dedicará a utilizar estas consideraciones teóricas y metodológicas para obtener
alguna información sobre el caso concreto de la organización bio-social teotihuacana
a finales del periodo clásico en Mesoamérica.

C l a s e s d e p r á c t ic a s m o r t u o r i a s

Es importante definir la clase de procesos sociales que deseamos conocer, antes de


evaluar la adecuación de los procedimientos metodológicos y técnicos empleados.
Habitualmente la antropología de la muerte ha considerado que las creencias
de los distintos pueblos sobre la muerte y el más allá constituyen un reflejo y com­
plemento ineludible sobre su concepción del universo, la naturaleza y la sociedad:
la posición del muerto corresponde a su lugar en el mundo y el orden social.
A partir de esta premisa básica los arqueólogos han pretendido reconstruir dife­
rentes aspectos de la vida social de pueblos desaparecidos a partir del análisis de los
restos físicos encontrados en entierros y otros contextos mortuorios.
Es común referirse a las prácticas funerarias y mortuorias como sinónimos, alu­
diendo generalmente a los comportamientos que rodean el momento de la dispo­
sición definitiva de un cuerpo humano (p. ej. Ravesloot 1984). Esta costumbre,
principalmente en la arqueología norteamericana, asume el estudio de contextos
de enterramiento de personas que han muerto en el seno del grupo social que les

33
reconoce su identidad. En este sentido, Binford y Saxe han propuesto que las ca­
racterísticas del enterramiento son un reflejo del rol que la persona ha desempeñado
en su entorno social. De acuerdo con la teoría de roles, desarrollada por Linton y
Goodenough, el rol social sería la puesta en acción de la totalidad de los compo­
nentes del estatus ocupado por la persona en vida (Binford 1971; Saxe 1970).
En efecto, la propuesta de Saxe-Binford sobre el estudio de las prácticas sociales
se ha constituido en el modelo a seguir para la mayoría de los estudiosos de los
procesos sociales ligados a las prácticas mortuorias (Saxe 1970; Binford 1971), a
pesar de que ha recibido numerosas críticas y reformulaciones (cfr. Brown 1995).
También se han desarrollado otros enfoques que se preocupan por la interpreta­
ción de los contextos mortuorios con el fin de obtener otro tipo de información,
como los patrones de residencia (Lane y Sublett 1972), o de parentesco (Allen y Ri­
chardson III 1 9 7 1 ); también se han hecho propuestas más ambiciosas que han
ampliado la perspectiva representacionista del modelo Saxe-Binford, como la
postulación de modelos de escala regional (Brown 1995), o la idea de incorporar
las variables biológicas y demográficas de la población a los marcadores culturales
de significado social (p. ej. O 'Shea 1984). En esta línea de investigación puede
inscribirse toda la tendencia de integración de la arqueología y la antropología
física conocida como bioarqueología-, aunque no se trata de una posición teórica con­
creta y no ha desarrollado postulados teóricos propios, sino que cada autor ha echado
mano de componentes teóricos procedentes de campos como la teoría neodar-
winiana, la ecología de poblaciones, el procesualismo o el funcionalismo (Tiesler
1997: 14- 22).
La mayoría de las propuestas anteriormente citadas hacen algunas aseveraciones
acerca de la naturaleza del registro arqueológico y de los procesos sociales que lo
han generado, los cuales constituyen simplificaciones extremas sobre el comporta­
miento social de los grupos humanos; también se caracterizan porque mencionan
la existencia de componentes mentales y biológicos que influyen en la formación
de los patrones mortuorios, pero rara vez han intentado estructurar una teoría que dé
cuenta de la relación concreta entre biología, psicología y sociedad de las organi­
zaciones biosociales que han conformado los contextos arqueológicos (Terrazas
1998, 1997).
Por otra parte, se han generado importantes propuestas teóricas sobre las rela­
ciones entre los procesos biológicos y sociales, que se suelen agrupar bajo la deno­
minación de teorías de coevolución de genes-cultura6 (Lumsden y Wilson 1981;
Durham 1991; Cavalli-Sforza y Cavalli-Sforza 1994: 220- 2 6 7 9 ); pero estos trabajos
teóricos y empíricos resultan sumamente controvertidos y en todo caso han tenido
muy poco impacto en el ámbito de la antropología física.
En este trabajo se presenta una propuesta analítica que pretende considerar la
complejidad real de los fenómenos bio-sociales que caracterizan a cada grupo hu­
mano, así como la gran diversidad de comportamientos que pueden producir con­

6 Puede encontrarse una breve revisión crítica de esta clase de trabajos en Terrazas 2001: 66 y ss.

34
textos arqueológicos en los que están involucrados restos humanos, con el fin de
poder avanzar hipótesis y explicaciones realistas sobre la conformación de las socie­
dades que han existido en el pasado.
A diferencia de la mayoría de los trabajos y enfoques anteriormente citados,
en este ensayo se pretende dar un mayor contenido y amplitud al concepto de prácticas
mortuorias; no se ha de entender en adelante como un sinónimo de las costumbres
funerarias, se trata de una categoría con la que se intenta señalar la amplia diversi­
dad de comportamientos y prácticas de carácter social y cultural.
Por práctica mortuoria nos hemos de referir a todas las actividades socialmente
determinadas y expresadas en la particularidad cultural de cada sociedad, que invo­
lucran, de un modo u otro, los restos físicos de seres humanos, ya sea sobre el cadá­
ver o el esqueleto. Dentro de estas prácticas mortuorias podemos identificar,
provisionalmente, cinco clases diferentes por su funcionalidad, que no son excluyen-
tes y pudieron ocurrir en asociación temporal y espacial, pero en cada una de ellas
se logra distinguir una intencionalidad principal.
Usos pragmáticos. En estos casos, la intención de la manipulación del cuerpo
humano consiste en la obtención de bienes de consumo a partir de los componentes
del cuerpo, ya sea para la alimentación, la fabricación de herramientas o de objetos de
valor suntuario. Es posible que la manufactura de estos artículos se realice en tor­
no a ciertos rituales y ceremonias propiciatorias, pero el objetivo final es la obtención
de satisfactores de necesidades bien determinadas. Por otra parte, también pueden
considerarse dentro de esta categoría ciertas formas de canibalismo de subsistencia,
cuando éste se realiza para satisfacer una necesidad de índole alimenticia. La carac­
terística de estos usos consiste en que el cadáver es “deshumanizado”, es considerado
como una mera fuente de materias primas.
Prácticas funerarias. Se refiere a la disposición del cuerpo humano, realizando las
costumbres que se refieren a su tratamiento adecuado, de acuerdo con su condición
social, las creencias sobre el otro mundo e incluso con las disposiciones de preven­
ción e higiene practicadas por el grupo social. Puede tratarse del entierro primario
del difunto en fosas, bultos mortuorios, vasijas de barro, a la incineración y crema­
ción del cuerpo, su reubicación en entierros secundarios u osarios, el abandono a la
intemperie o cualquier práctica socialmente aceptada por el grupo de pertenencia. La
característica central de este tipo de práctica es que todas las acciones realizadas están
dedicadas al muerto, y éste es el objeto central de las actividades y rituales asociados.
Prácticas rituales o sacrificiales. En éstas el cuerpo forma parte de un ritual que
no está dirigido a él, sino a la consagración de algún edificio, monumento o altar,
la conmemoración de algún acontecimiento, la honra de alguna divinidad, etcétera.
El ser humano forma parte de la oblación dirigida a una divinidad, antepasado o
fenómeno natural, y todas las actividades y rituales realizados giran en torno a la
entidad honrada y no al individuo ofrendado. Estas prácticas incluyen la realización
de sacrificios humanos, la reutilización de restos de entierros funerarios en ofrendas,
la presentación de muertos de guerra en altares, la disposición de “acompañantes”
en el más allá para personajes importantes, etcetera.

35
Prácticas jurídicas y punitivas. Éstas son, hasta el momento, las más difíciles de
documentar en el registro arqueológico, aunque contamos con la ayuda de testi­
monios en las fuentes escritas que nos permiten asegurar que en el mundo mesoa-
mericano, como en cualquier sociedad humana, se llevaron a cabo prácticas que
pretendían regular el comportamiento de los individuos en comunidad. Las prác­
ticas jurídicas implican los beneficios otorgados a los que obedecían las leyes, pero
principalmente los castigos que recibían aquellos que las desobedecían; éstos pueden
incluir la mutilación y la muerte violenta, que suelen quedar registradas en el esque­
leto, por lo que se hacen de interés para el antropólogo físico.
Las prácticas punitivas se refieren a los castigos violentos que logra realizar un
grupo dominante sobre otro dominado cuando éste desobedece sus imposiciones,
por ejemplo, con el incumplimiento de los tributos, etc. Se trata de actos de violen­
cia colectiva que pueden conformar un contexto característico.
Prácticas terapéuticas. A pesar de que las prácticas terapéuticas se han desarro­
llado precisamente con la intención de impedir el deceso del sujeto, puede ocurrir
que una mala aplicación del tratamiento, o el desarrollo de prácticas terapéuticas
basadas en concepciones erróneas del proceso salud-enfermedad contribuyan a
acelerar la muerte del individuo.
Un ejemplo muy evidente es el de las llamadas “sangrías” que se realizaban en
Europa durante la Edad Media y que en muchos casos prescribían la extracción de
sangre del enfermo en cantidades que rebasan con mucho la que puede regenerar
de manera natural un ser humano. Algunas prácticas terapéuticas dejan marcas evi­
dentes en el esqueleto, por lo que son, en principio, susceptibles de ser identi­
ficadas en el análisis antropofísico. Ejemplo de estas prácticas que al desarrollarse
indebidamente pueden acelerar la muerte del sujeto son la amputación de extre­
midades y la realización de trepanaciones en el cráneo.

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39
C o n t e x t o s f u n e r a r io s: a l g u n o s a sp e c t o s
METODOLÓGICOS PARA SU ESTUDIO1

Víctor Ortega León


Dirección de Salvamento Arqueológico, in a h

Hamlet —¿No tendrá ese hombre conciencia de su oficio, que canta mientras abre una fosa?
Horacio —La costumbre le ha familiarizado con la tarea.

Acto V, Escena I

No deja de ser interesante la paradoja de que los seres humanos representemos nues­
tra muerte, es decir nuestra impermanencia, con la parte más permanente de nosotros:
los huesos. Ningún otro componente de nuestro cuerpo es más duradero que el esque­
leto; no obstante, éste representa la fungibilidad del resto. La durabilidad de los huesos
queda fuera de nuestra percepción al ser éstos ocultados junto con el cuerpo que ha
llegado a su fin, y sólo se pone de manifiesto cuando todo lo demás ha desaparecido.
De hecho, como apunta Louis-VincentThomas: “Cuando se quiere evocar o pintar la
muerte, es más fácil que se piense en el esqueleto que en el cadáver” (1993: 297).
Gracias a las características de la estructura ósea ha sido posible el desarrollo
de técnicas mediante las cuales es posible determinar el sexo, la edad, la estatura, la
raza, las patologías, el tiempo transcurrido desde el deceso e incluso la identidad de
individuos de quienes no se posee otra información que la que está escrita en los
huesos {cfr. Comas 1983; Ubelaker 1991). No obstante, si el individuo no se encuen­
tra aislado porque haya muerto desnudo, de causas naturales y lejos de cualquier
contacto con la sociedad, siempre habrá elementos que, no siendo propios de la

1 El presente estudio ha sido posible gracias al apoyo brindado por el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (c o N A C y T ) al proyecto interdisciplinario “La muerte entre los esclavos negros y sus des­
cendientes en el ingenio de San Nicolás de Ayoda, Oaxaca”. Una versión preliminar del mismo fue presen­
tada por el autor en el vil Simposio de Antropología Física “Luis Montané” realizado en La Habana,
Cuba, del 26 de febrero al 2 de marzo del 2001, con el título: “San Nicolás de Ayoda, Oaxaca:
arqueología y bioantropología en un contexto funerario”.
naturaleza humana, proporcionen mayor información acerca de él y su contexto,
y no sólo de su naturaleza biológica:

El convencimiento de que al difunto se le deben rendir exequias, o sea, alguna acción


ritual o ceremonial, es una constante de la humanidad. La constante, el hecho mis­
mo, ha recibido diversas explicaciones -el viaje al más allá, la espera de la resurrec­
ción o, ahora, el respeto a la persona—,pero ninguna explicación ha hecho cambiar el
convencimiento de la necesidad de rendir culto a los muertos (Saber Ver 1993:11-12).

En general, los restos óseos se encuentran en dos tipos de contexto: ese en el


que los restos fueron depositados intencionalmente y aquel en el que no lo fueron.
Ambos casos constituyen fuentes de información útil para el conocimiento biológico
y cultural de los individuos implicados y de los grupos humanos a los que pertene­
cieron. En este trabajo se tratará únicamente el primer tipo de contexto.
La excavación de un contexto funerario utilizando “técnicas arqueológicas” o
“técnicas bioantropológicas” suele resultar, como en la fábula de los ciegos y el elefan­
te, en interpretaciones distintas de un mismo hecho: no tanto por la información
que se recupera sino por la que se pierde.
Tanto la antropología física como la arqueología utilizan técnicas particulares
para obtener datos que respondan a preguntas tal vez distintas; sin embargo, ambos
conjuntos de procedimientos específicos no son excluyentes y tienen cabida, como
partes complementarias, en una metodología común: la metodología de excavación.
La excavación empieza con la prospección y termina con el relleno del pozo. Entre
estos dos extremos se encuentra toda una gama de técnicas de exploración, registro
y análisis que rara vez se aplican en su totalidad, ya sea por escasez de recursos o porque
el contexto mismo no lo requiere; no obstante, nada exime de su conocimiento.
Es necesario aclarar, de inicio, que la presencia de restos humanos, individuales
o múltiples, no indica necesariamente la existencia de un cementerio, ni siquiera
la de un contexto funerario, y puede estar asociada además con diferentes áreas de
actividad: casa-habitación, taller, plaza, etcétera, aunque no obligatoriamente. Por
ello es importante definir lo funerario para poder delimitar su contexto.
Funerario (del latín funerarium) es un adjetivo que se aplica a todo aquello relati­
vo con el entierro de un difunto o con sus exequias; sin embargo, para los fines meto­
dológicos de este trabajo esta definición resulta insuficiente. La mera presencia de material
óseo sobre el terreno, o debajo de éste, no constituye prueba suficiente de que allí tuvo
lugar un acto que pueda calificarse como funeral; por lo tanto, sólo puede definirse
como un contexto fúnebre mas no como un contexto funerario. La diferencia estri­
ba en que lo fúnebre hace referencia única y exclusivamente a los difuntos, y lo funera­
rio, como ya se dijo, al entierro y/o exequias de los mismos. En el contexto funerario
va implícita una intención, muchas veces solemne, reconocible en el acto mismo
del enterramiento, cualidad ésta que no se deriva del difunto en sí sino de su contex­
to; es por esto que la mera presencia de restos cadavéricos, sean humanos o no, es
insuficiente para determinar su carácter mortuorio.
Henri Duday apunta que para poder afirmar que un depósito de restos humanos
tiene un carácter funerario2 es necesario demostrar su “intencionalidad” (cfr.. Duday
1997), para lo cual propone la identificación y el estudio detallados de lo que ha
llamado los “gestos funerales”,3 que no son otra cosa que la pragmática del proceso
funerario:

A) prácticas preparatorias o tratamiento presepulcral (antes del depósito)


B) prácticas sepulcrales (estructura de la tumba, posición del cuerpo y del mate­
rial funerario)
C) prácticas postsepulcrales (reapertura de la tumba, manipulación de las osa­
mentas, reducción de cuerpos, reinhumación, etcétera.)

Esta propuesta lleva implícita la advertencia de la confusión que puede existir,


en determinados contextos, entre los gestos funerales propuestos por el autor y los
indicios de origen tafonómico “...provocados por las condiciones en que ocurrió
la descomposición del cuerpo y por la intervención fortuita de agentes naturales...”
(Duday 1997). Aunque la propuesta se restringe a los datos osteoarqueológicos, es
válido retomarla para el contexto funerario en general.
Los gestos funerales serían entonces el indicador de la intencionalidadfuneraria del
depósito; en consecuencia, constituyen el contexto funerario del cadáver.
Es importante señalar que en este estudio se asume la “intencionalidad” como
“direccionalidad de acción”; esto es, como “...aquella propiedad de muchos estados
y eventos mentales en virtud de la cual éstos se dirigen a, o son sobre o de, objetos y
estados de cosas del mundo” (Searle 1999: 17). Así, las creencias, temores, espe­
ranzas y deseos relativos a los contextos de depósito de restos mortuorios constituyen
también parte del universo funerario. “Los restos depositados intencionalmente
revelarán mucho acerca de cómo la cultura en cuestión se enfrentaba a la muerte”
(Hester et al. 1988: 190).
Aquí se retoma la propuesta de los gestos funerales en su acepción más amplia,
ya que los tres tipos de prácticas enumeradas son perfectamente aplicables al con­
texto funerario y no sólo al “entierro” en sí.
La fase previa, o fase presepultural, implica no sólo un tratamiento preparatorio
del cadáver, como el descarnado, el embalsamamiento o la evisceración, sino tam­
bién del lugar donde éste será depositado. La variedad de prácticas mortuorias vuel­
ve obsoleto el término “enterrar”, ya que no siempre ocurre que se deposite al individuo
dentro de una matriz de tierra -aunque actualmente constituye la práctica más co­
mún—; por lo tanto, conviene más hablar de “depósito” que de “enterramiento”

2 El autor utiliza el término “sepulcral”; sin embargo, la acepción arquitectónica del mismo invalida la
precisión que se requiere para la definición que se busca aquí.
3 “Gestos funerarios” en el original; sin embargo, la repetición de términos induce a la confusión y dado
que funeral y funerario son sinónimos he decidido, en aras de la claridad, asignar el adjetivo “funeral”
a los aspectos parciales y pragmáticos del proceso y “funerario” a los aspectos generales como el proceso,
el conjunto y el contexto en sí.

43
puesto que el individuo puede ser depositado intencionalmente, con independencia
de su condición material, prácticamente en cualquier parte y otorgándole al contex­
to la mitad de su carácter funerario. Además, el lugar de depósito requiere de una
preparación para recibir los restos que habrá de guardar; dicha preparación le otorga
al contexto la otra mitad de su carácter funerario mediante la práctica de una amplia
gama de actos que van desde cavar una fosa hasta realizar una ceremonia preparato­
ria. A este respecto, Louis-Vincent Thomas opina que: “Los ritos funerarios, compor­
tamientos variados que reflejan los afectos más profundos y supuestamente guían al
difunto en su destino post mortem, tienen como objetivo fundamental superar la
angustia de muerte de los sobrevivientes” (1999: 115).
Sin embargo, los ritos funerarios cumplen una función que trasciende al muerto
y a la angustia de los vivos: “The burial ritual must maintain a minimal consistency
with other rituals and material symbols and reinforce their message” (McGuire
1988: 440).
La segunda fase del proceso funerario o fase sepultural (del latín sepulturam),
por ser aquella donde se lleva a efecto el acto de sepultar el cadáver, implica una serie
de prácticas relativas tanto al individuo motivo del sepultamiento como al lugar del
mismo.
Desde la condición del depósito, es decir su estado físico, hasta la posición y
complejidad del mismo, todos los aspectos que lo caracterizan son producto tanto
de los procesos sociales en que se desenvolvió el individuo como de su historia
personal. Es difícil determinar qué tan lejos se está de la realidad al proponer una
interpretación del contexto funerario a partir de los datos residuales del proceso
sepultural, aun cuando ésta se desarrolle al día siguiente del evento, ya que la mayor
parte del proceso es intangible e impermanente.
La tercera fase del proceso funerario, o fase postsepultural, implica ya no sólo
las prácticas humanas que puedan alterar el contexto sino también los procesos tafo-
nómicos que determinan, muchas veces, la conservación o destrucción del mismo.
Así, a la reapertura y reutilización de fosas, a la reducción de cuerpos y a la reinhu­
mación se suman los factores ambientales, la perturbación biótica e incluso, como
se verá más adelante, la gravedad terrestre.
Para poder identificar con cierta precisión las etapas que componen cada una
de las fases del proceso funerario y reconstruir con menor ambigüedad la historia
del contexto se proponen los siguientes niveles de análisis.

C in c o n iv e l e s m ín im o s d e a n á l is is

Los cementerios, las tumbas, los entierros, los individuos y los procesos tafonómicos
son los cinco ámbitos generales dentro de los que puede registrarse la mayor parte de
la información concerniente a los contextos funerarios, y a partir de los cuales es posi­
ble cimentar el análisis contextual y una interpretación más coherente del fenómeno
mortuorio.

44
LO S CEMENTERIOS

Bajo tierra va todo y entra en juego


Paul Valery, E l Cementerio Marino

Son aquellos lugares destinados para el depósito de difuntos. Y son más que eso: la
expresión material de la ideología dominante del periodo y el lugar al que pertene­
cen. En palabras de Randall H. McGuire:“The cemetery has been an active participant
in the creation, maintenance, and recreation of these ideologies through the percep-
tions of the living” (McGuire 1988: 457). La cotidianeidad, el imaginario colectivo
y los signos figurativos de ciertos aspectos de la sociedad tienen su punto de fuga
en el cementerio y en sus componentes: “...la necrópolis es vista como mucho más
que un simple lugar de sepulturas” (Thomas, op cit).
Pero también es generador y depositario de otros aspectos cualitativos:

...el cementerio es un lugar simbólico de múltiples significaciones, no solamente un


terreno donde estánjuntos los árboles, los cercos vegetalesy las piedras, sino también
una representación de lospanoramas y los sueños que el hombre lleva en su corazón,
y que está lejos depoderformular. El cementerio es un símbolo cargado de emociones,
queprovoca tanto la tristeza y la melancolía como la reflexión calma. Pero es también
un símbolo espiritual complejo, queprocuray expresa lo que el hombre ha experimentado
y experimenta todavía en su corazón, a diferentes niveles. Este símbolo despierta
emociones profundas, que le revelan al hombre su situación precaria en el débil pro­
montorio del tiempo, y eso lo sobrecoge (Gutstaffon 1971:86-87; en Thomas 1993).

Un cementerio es un conjunto de elementos que interrelacionados reproducen


algunos aspectos representativos de la sociedad a la que pertenecen; por ello, median­
te su estudio es factible acceder a ciertos niveles ideológicos que son menos evidentes
en otros aspectos de la organización social. El simple hecho de la existencia de un
cementerio lleva aparejado todo un proceso de interpretación acerca del lugar de
los muertos -y de los vivos- en la sociedad y en la historia; no parece probable que
hayan desempeñado alguna vez únicamente la función de aseptizar a la sociedad:
“...el sentido del cementerio desborda la mera connotación de la muerte...’’(Thomas
1993: 315).
En este estudio se proponen algunas categorías susceptibles de ser analizadas más
allá de la descripción y que pueden resultar de utilidad para la interpretación del con­
texto funerario. Así, en este nivel es preciso determinar si el cementerio en estudio
corresponde a alguna de las siguientes categorías:

A) Rural o urbano. Esta categorización está directamente determinada por las


características propias del asentamiento al cual está adscrito el cementerio; no obs­
tante, presenta múltiples matices. Un cementerio rural puede convertirse en urbano
por el crecimiento del asentamiento pero sólo si continúa en uso y participa de los

45
procesos de urbanización. También ocurre que un cementerio urbano sea abando­
nado, como ha ocurrido con los asentamientos prehispánicos, y se integre al ámbito
de “lo rural” sin que por ello participe del mismo, puesto que difícilmente continúa
en uso.
¿Pueden coexistir los dos tipos de cementerio? Indudablemente: muchas po­
blaciones cuentan con un cementerio “nuevo” completamente urbanizado y en uso
junto a otro “viejo” de carácter rural y abandonado o en uso decreciente.
Es difícil especificar cuáles características definen a uno y otro tipo de cemen­
terio; sin embargo, resulta de gran utilidad su definición ya que ambos serán reflejo
de procesos sociales distintos además de resultar afectados por diferentes aspectos
tafonómicos.4
B) Cerrado, abierto o mixto. Cerrado es aquel que se encuentra completamente
delimitado por muros sólidos y continuos, y al que sólo se puede acceder por donde
la misma construcción indica. Las catacumbas de algunas iglesias pueden ser un
ejemplo extremo de esta categoría. Abierto es aquel que no tiene ningún tipo de deli­
mitación sino que es un continuo con el terreno circundante. Los cementerios de
muchos pueblos y rancherías poseen esta característica.
Mixtos son aquellos que comparten algunos aspectos de las dos categorías ante­
riores. Pueden ser de tres tipos:
1) los que aun teniendo delimitación sólida y continua han sido rebasados en su
capacidad interior de manera que se encuentran depósitos funerarios extramuros;
2) los que tienen una delimitación sólida parcial;
3) los que tienen una delimitación completa pero permeable; verbigracia, los
cercados con madera, tela de alambre, muros vegetales, etc.

C) Al exterior o al interior de un asentamiento. Es importante considerar la ubica­


ción espacial del cementerio con respecto a la población que lo utiliza o de la que
se encuentra más cercano, ya que los procesos tafonómicos naturales y culturales
afectan de manera diferencial a un depósito inmerso en un asentamiento que uno
localizado en su periferia o completamente distante del mismo.
El hecho de que el cementerio participe en mayor o menor medida de los proce­
sos cotidianos de un asentamiento o de los de la naturaleza determina considera­
blemente las vías y los alcances de la afectación que puede sufrir. Por ejemplo, el
mayor o menor resguardo del intemperismo, el número y frecuencia de visitantes,
el mantenimiento del inmueble y de las tumbas, la vulnerabilidad del depósito al
saqueo y a los cambios estructurales derivados de las necesidades propias del asen­
tamiento son factores que dependen en alto grado de la ubicación espacial del
cementerio.
D) Común o exclusivo. Común es aquel cementerio al que toda la población tiene
acceso, es de carácter publico y puede ser utilizado por cualquier miembro de la

4 Para ahondar en la problemática en torno a los cementerios y la urbanización véanse: McGuire 1988;
Thomas 1993: 424-429.

46
sociedad; esto no implica que el cementerio no pueda estar sectarizado espacial y
temporalmente, sino únicamente que no es de uso restringido, por lo cual es sus­
ceptible de una amplia gama de depósitos y de variables de alteración por el mero
hecho de estar más expuesto que otro de carácter exclusivo. Exclusivo es aquel
cementerio que se restringe a ciertos grupos por características como la posición
social, la religión, la raza, la etnia, etcétera.
E) Seccionado o indiviso. Un cementerio puede estar seccionado de manera tan­
gible por divisiones físicas como calles internas, muros, cercas, etcétera, y de manera
intangible por sectarización debida al uso exclusivo de ciertas áreas. El secciona-
miento acentúa la afectación diferencial del depósito al grado de que con el tiempo
pueden desaparecer sectores enteros del mismo quedando, para la investigación,
una muestra no representativa del universo original.
Por otro lado, el hecho de que no exista división alguna homogeniza al menos
la susceptibilidad del depósito de verse afectado por los mismos factores tafonó-
micos, aunque de ninguna manera determina que esto ocurra ya que resulta evidente
que son muchas las variables de afectación. El proceso a tomar en cuenta en estas
dos categorías es la afectación diferencial del depósito, que puede llegar a potenciarse
según el grado de seccionamiento del contexto.
F) Superficial o subterráneo. Superficial es aquel cementerio que se encuentra
sobre el terreno, es decir a nivel del asentamiento. La mayoría de los cementerios
corresponden a esta categoría. Subterráneo es aquel que se encuentra bajo el nivel
de la superficie. Las catacumbas y las criptas son un ejemplo claro de esta categoría.
Cabe aclarar que aquí se trata de cementerios y no de tumbas. Puede parecer
paradójico caracterizar un cementerio como superficial ya que la mayoría de las
tumbas son, por tradición, subterráneas; y por la misma razón puede parecer tau­
tológico caracterizarlo como subterráneo. Sin embargo, el cementerio tomado como
conjunto es lo que se categoriza, independientemente de si las tumbas que contiene
son superficiales o subterráneas.
G) Abandonado, en uso o mixto. Abandonado es aquel cementerio que no sólo
no continúa en funciones sino que ha sido completamente excluido de los procesos
sociales que lo rodean. Los cementerios prehispánicos son un buen ejemplo de este
tipo. En uso es aquel cementerio que se mantiene vigente como punto focal de los as­
pectos funerarios; esto es, continúa funcionando como depositario de la cultura fune­
raria de la sociedad.
Mixto es aquel cementerio en el cual se combinan de distintas formas ambas
categorías. Puede ser de dos tipos:
1) el que se utiliza para funciones distintas de las originales, por ejemplo, como
parque o centro de visitas; y
2) el que mantiene alguna de sus áreas en uso mientras otras se encuentran en el
abandono, tal es el caso de aquellos lugares donde coexisten los cementerios “viejos”
con los “nuevos”.
L as tumbas 5

Tumba.- Pabellón de la indiferencia.


Ambrose Bierce, Diccionario del Diablo

Pueden ser vistas como un artilugio para ocultar el cadáver, como una obra represen­
tativa de la sociedad de la que es producto, o como ambas cosas. “La tumba más
sencilla es la que consiste en un hoyo en el suelo que luego se cubre y no queda de
ella rastro alguno...”; es común a muchas culturas este tipo de sepulcro, sobre todo
en ambientes domésticos donde el muerto sigue conviviendo con sus familiares y mien­
tras la tanatomorfosis no implica problemas de salud ni el emplazamiento funera­
rio problemas de espacio; “Pero pronto se hizo que el difunto habitara aparte y su lugar
quedó marcado de alguna forma, casi siempre con un amontonamiento de piedras
o de tierra” (Saber Ver 1998: 32-33).
A) Tipo arquitectónico. Los tipos arquitectónicos son prácticamente innume­
rables debido a las variantes de los mismos tipos base. Los más comunes suelen ser
el ataúd, el arcosolio, el cenotafio, el catafalco, la cista, el mausoleo, los mounds, el
túmulo y la urna. El registro detallado de los mismos, su número y disposición
proveen al investigador una importante fuente de información acerca de aspectos
como las costumbres funerarias imperantes, la fdiación étnica, racial y/o religiosa,
la economía del grupo, la ideología representada, la importancia social del inhuma­
do y sus datos particulares, entre otras cosas; aunque no siempre el cadáver se encuentre
presente, como en el caso de los cenotafios y los catafalcos.
B) Número. La cuantificación resulta útil, en primer lugar, para tener conoci­
miento del universo de la investigación; después, tanto si el cementerio se encuentra
sectorizado como si no, permite reconocer el predominio en la distribución y repre­
sentación de los distintos tipos de tumbas; además, constituye un elemento impor­
tante en el espinoso asunto de la demografía.56
C) Dimensiones. El tamaño de una tumba no es determinante del estatus social
ni del número de individuos, pero es un atributo arquitectónico importante y un rasgo
susceptible de comparación.
D ) M ateriales de construcción. Además de compartir la importancia del aspecto
dimensional, los materiales de construcción son una variable a tomar en cuenta en

5 De la idea de amontonamiento proviene el vocablo “'tumba”, tomado del griego tymbé y que nos ha
llegado a través del latín. A pesar de ser palabra griega, tymbé está emparentada con la palabra latina
tuméscere que significa “hincharse”, de donde proviene también el término “tumor” y otro vocablo
referido a las tumbas, “túmulo” (Saber Ver 1998:33).
6 “La tarea fundamental y, lamentablemente, más difícil del análisis paleodemográfico es la recuperación
de una adecuada muestra de restos que constituyan una población.)...) Deberá ser demostrable que
los individuos cuyos restos se examinan vivieron cercanos unos de otros en la cultura, política,
organización social, geografía y en el tiempo, como para justificar su inclusión en una sola unidad de
análisis demográfico” (Hester 1988: 193).
las consideraciones de índole tafonómica, ya que muchas veces son determinantes
en los procesos de conservación-alteración del contexto.
E) Grado de conservación. El estado de conservación de los elementos no sólo
permite delimitar la confiabilidad de los datos, sino que además ayuda a reconstruir
la historia del contexto a través de los efectos y de sus posibles causas.
F) Orientación. Esta se determina sobre un eje imaginario que corre de los pies
hacia la cabecera. Es importante su registro para la caracterización cultural del
contexto.
G) Distribución espacial. La distribución espacial de las tumbas puede aportar
información acerca de procesos sincrónicos de sectorización o diacrónicos de ocu­
pación gradual; además, permite ubicar cada tumba con mayor especificidad en
relación con los procesos tafonómicos.
H) Epitafios. Toda inscripción sobre una tumba stricto sensu es un epitafio (del
griego: epi “sobre” y taphos “tumba”). El registro de esta fuente documental es de
gran importancia no sólo por la evidente razón de la información que proporciona,
sino además para contrastarla con los datos que se obtengan del registro directo de
los otros elementos del contexto. Siempre es interesante descubrir que una tumba
no guarda exactamente lo que reza su epitafio. Sin embargo, es poco frecuente
contar con esta ayuda documental porque no todas las tumbas tienen inscripciones
y porque el tiempo y la erosión hacen bien su trabajo. No obstante, siempre que sea
posible hay que incluir esta información en el análisis para lograr una interpretación
más rigurosa. Los datos que más comúnmente pueden encontrarse en una inscrip­
ción son: fechas, nombre, edad, sexo, parentescos, clase social, filiación étnica, fi­
liación racial, filiación religiosa y algún mensaje; aunque prácticamente nunca se
encuentran todos juntos.

El e n t ie r r o

¡Muertos ocultos! Están bien: la tierra


los recalienta y seca su misterio.
Paul Valery: E l cementerio marino

La importancia del estudio del “entierro” como unidad de análisis suele pasarse por
alto cuando, ante el hallazgo, es desarticulado para el estudio especializado de sus com­
ponentes sin que exista posteriormente la preocupación de reunir la información
de todas las piezas del rompecabezas para encontrarle un sentido de conjunto. Los patro­
nes que pudieran detectarse mediante un estudio detallado “ ...reflejan las ideas,
conducta social y conducta cultural del pueblo que se estudia, ya que se derivan de
éstas y les son atribuibles” (Hester 1988: 190).
De acuerdo con Peebles: “A human burial contains more anthropological infor­
mation per cubic meter of deposit than any other type of archaeological feature”
(Peebles 1977: 124); sin embargo, no es menos cierto que el cuerpo humano puede

49
ser “...a natural object that carries many powerful symbols (...) and wich, after
death, becomes a cultural product commonly used in various ways in mortuary
contexts” (Harrington & Blakely 1995: 105). Ambos aspectos contribuyen a crear
la “personalidad” propia de cada depósito, es decir el conjunto de su singularidad.
El registro detallado de estos elementos naturales manipulados culturalmente puede
aportar valiosa información tanto acerca del individuo como de la sociedad a la que
perteneció o en la que se encontraba inmerso cuando falleció. Las siguientes cate­
gorías pretenden constituir una lista mínima de características a ser tomadas en cuenta
durante una excavación, con el fin de conocer no sólo la personalidad biológica
del individuo sino también la cultural.

A) Primario, secundario o indefinido. Se considera primario al depósito de un


cadáver “fresco” —por tanto, poco después de la muerte- en el lugar definitivo en
el que tendrá lugar la descomposición total del cuerpo. Secundario es el depósito
de restos humanos que ha sido precedido por una fase de descarnado intencional (ac­
tivo o pasivo), transcurrida en un lugar distinto del que sería la sepultura prepro­
gramada definitiva.
Indefinidos son los depósitos que han sufrido un manejo más heterogéneo y
complicado que la simple relación deceso-enterramiento; los más comunes son las mani­
pulaciones de osamentas después de la reapertura de la tumba, como las reducciones
de cuerpos y el desplazamiento de huesos debido a la reutilización de la fosa (cfr.
Duday 1997).
B) Orientación(es). Dos tipos de orientación cardinal son importantes en el mo­
mento del registro y de la interpretación: la primera es aquella que se obtiene de la
posición del cuerpo, esto es, asimilando el cuerpo a una flecha en la cual el cráneo
representa la punta de la misma; así, ubicándose a los pies del esqueleto puede deter­
minarse la orientación del cuerpo entero. La segunda es aquella que se obtiene registrando
la posición del cráneo, es decir, hacia donde se encuentra orientada la región facial.
Ambos registros ayudan a caracterizar no sólo al individuo sino también al entierro
en conjunto. Si el entierro es múltiple ha de hacerse lo propio con cada individuo
y relacionar los datos.
C) Posición(es). El hecho mismo de que los restos estén dispuestos en alguna
posición identificable es indicador del grado de alteración o conservación de los mis­
mos. El cuerpo puede estar en posición contraída o flexionada, extendida o sedente,
boca abajo, de lado o de espaldas, reducido, disperso, o sin algún arreglo posicional
aparente; las extremidades tendrán también posiciones variables en combinación
con el tronco y la cabeza.
En el caso de entierros múltiples se hace necesario el registro de la posición
individual de cada esqueleto y las relaciones espacio-temporales que existen entre
los mismos. La posición es un rasgo muy importante en la determinación de la inten­
cionalidad funeraria del entierro así como también en la caracterización cultural
del mismo.

50
D ) Directo o indirecto. Directo es cuando se ha depositado al individuo sin que
medie ningún elemento entre éste y la matriz que lo recibe. Indirecto, cuando entre
el individuo y la matriz media algún recipiente o contenedor. El tipo más común
de entierro directo es aquel que se efectúa depositando el cadáver en la tierra misma;
el más común de los indirectos es aquel en el que media un ataúd entre el cadáver
y la tierra.
E) Superficial oprofundo. Superficial es el depósito funerario que se efectúa expo­
niendo el cadáver, aunque después sea sepultado por agentes naturales. Aquel depósito
que se cubre intencionalmente para que no quede expuesto puede encontrarse a
múltiples niveles de profundidad, aunque también puede ser descubierto poste­
riormente por agentes naturales. Lo importante es determinar con precisión su esta­
do inicial. El grado de superficialidad o profundidad es determinante en el momento
de identificar las alteraciones tafonómicas ocurridas en la historia del contexto.
F) Individual o múltiple. El entierro individual es aquel que, como lo indica su
nombre, contiene los restos de un solo individuo; sin embargo, a pesar de lo simple
que pueda parecer este concepto, es necesario aclarar que el hecho de encontrar
un solo individuo no indica que se haya depositado aislado desde el principio: un
solo individuo puede ser lo que resta de un entierro múltiple o el único que se
encuentra en una excavación restringida. La consideración de estos hechos debe
estar presente en todo momento para evitar, en lo posible, registros equívocos.
El entierro múltiple es aquel que contiene más de un individuo y puede tener
explicación en dos hechos distintos, aunque no excluyentes: el depósito sincrónico
o el depósito diacrònico de cadáveres; el primero suele tener su origen en epidemias,
guerras, sacrificios colectivos u otras causas de muerte masiva; el segundo, en que los
cadáveres se iban depositando en la medida en que morían los individuos a través
del tiempo y por múltiples causas.
G) Austero o con elementos asociados. La presencia o ausencia de elementos aso­
ciados con el muerto caracteriza, de entrada, al entierro. En el caso de presencia de
elementos asociados su análisis representa una rica fuente de datos que pueden ayudar
a comprender en mayor o menor medida el contexto funerario.
Los elementos pueden estar asociados directamente con el cuerpo, tal es el caso
del vestido o de algunos objetos ornamentales como joyería o pintura; o pueden
formar parte del ajuar funerario que se instala en torno al difunto.
H ) Relacionado con una tumba suprayacente o no. La relación de un entierro con
una tumba suprayacente implica, en el caso de que la haya, una mayor información
acerca del entierro mismo, y, en el caso de que no la haya, información acerca de los
procesos de alteración del contexto.

51
L O S IN D IV ID U O S

Desconfiad de todos los cadáveres.


M.Schwob

El cadáver7 es el cuerpo humano muerto; sin embargo, “...sigue formando parte


de la persona: de ahí la inviolabilidad de la sepultura...” (Thomas 1993: 312). Es
simplemente el estado final del individuo en la última etapa de su proceso vital
durante el cual estuvo caracterizado por numerosos atributos singulares, algunos
de los cuales pueden aún ser reconocidos en los restos mientras que otros se han
perdido irremediablemente a lo largo del proceso de descomposición, que es tam­
bién un proceso de despersonalización. Pero, aunque se esté de acuerdo en que:
“El método de disposición de los cadáveres y el modo en que éstos se preparaban
para el efecto, no solamente pueden reflejar las creencias religiosas y prácticas
mortuorias de una cultura, sino que como la muerte generalmente va acompañada
de fuertes reacciones emocionales, también nos dirán algo acerca de la psicología
popular. (Hester 1988: 190), hay que recordar que al cadáver se le atribuye exter­
namente el seguir siendo la “persona” que era y las reacciones emocionales que
suscita el fallecimiento quedan fuera del ámbito de lo que aquí se entiende por
“intencionalidad” (cfr. “discurso manifiesto” y “discurso latente”, en: Thomas 1999:
115-127).
El análisis de los restos físicos, llevado a cabo tradicionalmente por la Antro­
pología Física, es por sí mismo una valiosa fuente de datos que trasciende al in­
dividuo en estudio. Aspectos como las enfermedades, la dieta, los riesgos ocupacionales
y las condiciones genéticas pueden ser atribuidos a las características del individuo;
sin embargo, prácticas culturales como el canibalismo, la trepanación, el corte del
cuero cabelludo, la cacería de cabezas y algunos tipos de muerte violenta pueden infe­
rirse también, no sin un aura de incertidumbre y polémica, de los restos esqueléticos
humanos (cfr. Hester 1988). Las características mínimas a ser tomadas en cuenta,
de ser posible in situ (cfr. Ubelaker 1991; Duday 1997), son las siguientes:

A) Edad. La edad del individuo en el momento de morir puede ser indicador,


en concurso con otras características, de aspectos culturales como prácticas rituales,
epidemias que afecten más a ciertos sectores de la población, diferenciación social
y nutrición, entre otros.

B) Sexo. La determinación del género también trasciende los límites del indi­
viduo cuando, al igual que la edad, puede ligarse a otros elementos del contexto y
proporcionar información acerca de divisiones laborales, acceso diferencial a re­
cursos, propensión genérica a enfermedades, etcétera.

7 La palabra “cadáver” deriva del latín y está relacionada con “caer” .

52
C) Posición. Aunque éste es un aspecto que debe ser registrado desde el nivel ante­
rior, o sea desde las consideraciones acerca del “entierro”, es conveniente asociar la
posición individual de cada esqueleto para determinar si existe alguna relación entre
ésta y las características físicas del mismo. La posición individual debe relacionarse,
en caso de multiplicidad en el entierro, con la de los demás individuos para no perder
de vista alguna posible significación.

D ) Alteraciones. Éstas pueden ser patológicas o culturales. Es importante el aná­


lisis minucioso de las mismas para poder determinar su origen, ya que de esto depende
buena parte de la interpretación que se derive. De las patológicas, como artritis, osteo­
porosis, desórdenes congénitos, infecciones, etc., se derivarán interpretaciones
concernientes a las condiciones de salubridad y de orden genético del individuo y
del grupo al que pertenecía; de las culturales, como mutilación dentaria, deforma­
ción craneal, traumatismos, etcétera, se obtendrá conocimiento acerca de algunos
aspectos ideológicos y de la práctica cotidiana individual y socialmente.

E ) Estatura. La medición de este rasgo ayuda a caracterizar, mediante la suma


de datos y la estadística, a la población en estudio; también es importante su conside­
ración, en conjunto con la edad, el sexo y las patologías, para realizar interpretacio­
nes aproximadas en torno a la nutrición.

F) Estado de conservación. Es importante señalar siempre el estado de conser­


vación y saber distinguir sus características para evitar confusiones en la determina­
ción de los otros aspectos mencionados. Aquí entran en juego las variables tafonómicas
de las que se tratará más adelante.

G) Inventario óseo. Imprescindible resulta el conteo e identificación de las piezas


óseas encontradas, ya que la presencia de elementos de más o de menos tiene impli­
caciones importantes en el momento de la interpretación. El polidactilismo, la
braquimesofalangia y algunas mutilaciones, por ejemplo, serían aspectos que se pa­
sarían por alto sin un inventario preciso tanto en campo como en laboratorio.

53
T a f o n o m ía

Hamlet.- ¿Cuánto tiempo puede estar un hombre enterrado sin descomponerse?


Clown 1.- A decir verdad, si no está podrido antes de morir, puesto que hoy día nos
vienen muchos cadáveres galicosos que no hay modo de cogerlos para enterrarlos, os
vendrá a durar ocho o nueve años.
Hamlet.- ¿Y por qué él más que el otro?
Clown 1.- ¡Toma!, porque su pellejo está tan curtido por razón de su oficio, que resiste
mucho tiempo el agua; y el agua, señor mío, es un terrible destructor de todo hideputa
cuerpo muerto.
Acto V, Escena I

Del griego taphos entierro o sepultura y nomos ley o costumbre, la tafonomía como
estudio sistemático de los procesos de conservación y alteración de los enterra­
mientos tuvo su origen en los trabajos paleontológicos y paleoecológicos del final
de la década de los setenta realizados por Brain (1981), Behrensmeyer & Hill (1980)
y Shipman (1981). Poco después, las consideraciones de orden teórico-práctico
surgidas a partir de dichos estudios se aplicaron a enterramientos humanos tanto en
sus aspectos arqueológicos (Roberts et al. 1989; Boddington et al. 1987; Nawrocki
& Bell 1991) como forenses (Haglund & Sorg 1993; Micozzi 1990; Haglund, 1991)
[Nawrocki 1995: 49].
De acuerdo con Stephen P. Nawrocki, la tafonomía es: “The study of the pro-
cesses that cause sampling bias or differential preservation in bone or fossil assem-
blages...” (Nawrocki 1995: 49), y puede clasificarse según el nivel de análisis y el campo
de estudio de cada investigador; Henri Duday, por su parte, opina que el término
“designa las modalidades de conservación -o de alteración- de los elementos orgá­
nicos, luego de su enterramiento” (Duday 1997) y se ha aplicado, incluso, a elementos
no orgánicos, como artefactos de pedernal, cerámica y metal, entre otros. No obstante,
tomando en cuenta los procesos y variables que son relevantes para la investigación
de restos humanos, dentro de lo que se ha dado en llamar “arqueología funeraria”
y “antropología de campo”, existe la propuesta de clasificar el fenómeno tafonómico
en tres categorías principales: factores ambientales, factores individuales y factores
culturales (Nawrocki, op. cit.; Duday, op. cit.):

A) Factores ambientales. Son variables externas, como la gravedad, el clima y los ani­
males; pueden subdividirse en dos categorías: bióticos y abióticos.
1) Bióticos. Incluyen la presencia o acción de organismos vivos: osos, perros, roe­
dores, hongos, bacterias, insectos, plantas, etc.; éstos, además de la afectación directa
que producen, pueden propiciar o desencadenar otros procesos, como hundimientos
del terreno, inundación de la fosa, creación de espacios vacíos, etc. Las plantas, por
su parte, alteran no sólo de forma mecánica y directa tanto las tumbas como los hue­
sos, removiendo durante su crecimiento todo tipo de elementos, sino que además
las secreciones de sus raíces afectan tanto física como químicamente la estructura de
los mismos, especialmente los huesos. No obstante, también pueden crear mi-

54
croambientes favorables para la conservación —al evitar hundimientos, por ejemplo—
y facilitar, en algunos casos, los trabajos de excavación.
2) Abióticos. Incluyen, para el material óseo, la gravedad, la temperatura, la
exposición al agua y al sol, el grado de acidez o alcalinidad del suelo y la profundidad
del entierro; sin embargo, también deben tomarse en cuenta aquellos factores que
inciden sobre el conjunto funerario en sí y que pueden afectar la disposición original
de su contexto.
El agua contribuye particularmente a alterar física, espacial y molecularmente
los huesos, tanto por acción directa como por evaporación, sobre todo si ésta ocurre
rápidamente.
Los cambios de temperatura pueden crear fracturas que semejen patologías o
huellas culturales o que dificulten el estudio de las mismas; además, la exposición
al sol deviene no sólo en coloraciones diferenciales sino en la aceleración de los proce­
sos erosivos.
La presión del suelo puede torcer, distorsionar e incluso fracturar los huesos y
su disposición original, alteraciones que se acentúan cuando las condiciones de acidez
del suelo desmineralizan el hueso volviéndolo más frágil.
La gravedad terrestre es, como dice Duday, “el más universal de todos los
agentes tafonómicos” e incide sobre los conjuntos funerarios de numerosas maneras:
ejerciendo su acción directa sobre todos los elementos o de forma indirecta creando
diversas condiciones de alteración. En particular, el autor supone la afectación de
lo que denomina el “volumen global del espacio funerario” y el “volumen original
del cuerpo”.
El volumen global del espacio funerario hace referencia al conjunto funerario
como unidad básica compuesta por todos los elementos relacionados con el carácter
“sepulcral” del depósito. Estos resultan afectados directamente por la fuerza de
gravedad y sus efectos colaterales: la posición original de todo aquello, incluido el
esqueleto y por ende la posición de las articulaciones, que se encuentre depositado
sobre una base de material perecedero se ve alterada cuando éste desaparece, ya que
aquello cae, se rompe y/o desarticula. Otro tipo de desplazamientos se debe al colapso
del techo y de las paredes de la tumba.
El volumen original del cuerpo se refiere a la masa corporal como unidad ele­
mental con sus propios procesos de cambio. Durante la desaparición de la materia
blanda se van creando espacios vacíos hacia los cuales pueden desplazarse los com­
ponentes óseos del cuerpo. Estos desplazamientos varían en función de la posición
original del cadáver. Algunas de las modalidades más comunes son el hundimiento
de la caja torácica, la dislocación parcial de la columna vertebral y la dislocación de
la pelvis; aunque huelga decir que este proceso afecta a todos los componentes del
esqueleto {cfr. Duday 1997).
Cuando la materia blanda se vio remplazada por un sedimento intersticial
ocurre que el volumen original del cuerpo se ha visto afectado por rellenamiento,
mismo que puede ser diferido o progresivo. Diferido es cuando los huesos se des­
plazan, debido a la existencia de espacios vacíos, previamente al rellenamiento; esto

55
puede ser indicador de un entierro indirecto. Progresivo es cuando los elementos
perecederos del cadáver han sido sustituidos por el sedimento adyacente al tiempo
que iban desapareciendo, razón por la cual los huesos con mayor propensión al
desplazamiento por desequilibrio se mantienen en su posición original; esto puede
ser indicador de un entierro directo.
Cabe aclarar que el rellenamiento se produce por otros factores además de la
gravitación: la expansión de la tierra por humedad o la acción de agentes bióticos.

B) Factores individuales. Son aquellos que los propios individuos poseen en el mo­
mento de su muerte, como la masa corporal, la edad, el sexo, la talla, las patologías,
etc. Las variaciones en la descomposición de los huesos pueden apreciarse tanto en
el interior de un individuo como entre varios. Diferentes huesos del cuerpo y distin­
tas áreas del mismo hueso presentan variaciones en la cantidad y distribución de tejido
compacto y/o esponjoso, y en la exposición de sus superficies internas y externas.
Las enfermedades y los traumas afectan con frecuencia la preservación del esque­
leto, lo mismo que la talla corporal, la edad y el sexo.
Resulta de gran importancia el reconocimiento de este tipo de factores tanto en
el campo como en el laboratorio, ya que no sólo están relacionados con la suscep­
tibilidad del entierro a sufrir cierto tipo de alteraciones internas, sino que también
son una variable que entra en juego con el contexto y condiciona, hasta cierto punto,
la afectación de las variables externas.

C) Factores culturales. Estos incluyen, en principio, todo lo que está relacionado con
el proceso funerario, que de una u otra forma es “intencional”: el modo de enterra­
miento, la ceremonia, el lugar, el tiempo, el ajuar, la ofrenda, etc.; en fin, todo lo que
derivado de una tradición cultural incida favorable o desfavorablemente sobre el con­
texto funerario.
Las actividades humanas posteriores al entierro también producen efectos de
alteración, principalmente el reenterramiento y la reutilización de fosas. La exca­
vación, por más científica que pueda ser, no debe subestimarse como factor tafo-
nómico, así como tampoco el embalaje, transporte y limpieza de cualquiera de los
elementos del conjunto funerario, incluidos, por supuesto, los huesos.

Un p a l im p s e s t o

Un contexto funerario es un nudo de significaciones dentro del cual los restos huma­
nos no deben ser tomados como los únicos vestigios materiales de una persona de­
terminada, sino como un componente de la manifestación memorial de los espacios y
procesos en los que dicho individuo se vio envuelto en vida y en los que, una vez
muerto, participa todavía de manera pasiva, aunque no por ello menos importante.
El cadáver no es la única razón de ser de los procesos, conjuntos y contextos
mortuorios; alrededor de él se hacen visibles numerosos aspectos de la ideología

56
social, como si la muerte iluminara con su presencia momentánea la urdimbre y la
trama del tejido que la sociedad va elaborando alrededor de sus individuos. Pero
como es prácticamente imposible estar presentes en el momento de la muerte de
cada ser humano, sólo podemos acercarnos a su contexto a través de los elementos que
se ha considerado oportuno asociarle.
El estudioso de lo funerario debe estar siempre consciente de que cada vez que
investiga un cementerio, una tumba o un entierro se enfrenta con remanentes socia­
les, con los residuos materiales de una ideología cuyos aspectos más importantes son
por definición inmateriales: “All human societies process their dead. It might be
through primary inhumation, cremation, or secondary burial. It becomes obvious,
then, that the human body -both before and after death- carries with it many sym­
bols, and is considered important enough not to be discarded thoughtlessly” (Harring­
ton & Blakely 1995: 116).
¿Cuál es la representatividad de los residuos? ¿Cuál es su capacidad explicativa?
¿Cuál es el papel del cadáver y de los elementos presentes en la representación ideo­
lógica de la sociedad? ¿Están los elementos asociados con el cadáver o viceversa? Más
allá del conocimiento cualitativo que pueda lograrse de los restos humanos y de
los demás componentes del contexto funerario, debe intentarse una interpretación
del conjunto, una valoración del papel que desempeña cada pieza y del lugar que
ocupó el conjunto dentro del proceso que le dio forma y del cual es producto. El
texto funerario debe ser leído como un palimpsesto.

B ib l i o g r a f í a

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58
M e t h o d s f o r st u d y in g b o n e m o d if ic a t io n

David DeGustaE 2>3


Henry G ilbert 1-3
Gary Richards 1-4
T im W hite1-2>3
1 Laboratory for Human Evolutionary Studies,
2 Museum of Vertebrate Zoology,
3 Department of Integrative Biology,
4 Department of Anthropology, all at the University of California, Berkeley, USA

I n t r o d u c t io n

Studying alterations to bone surfaces (bone modification) has great potential for re­
vealing the behaviors of past peoples. As with any study, obtaining reliable results
requires using proper methods. This chapter reviews the methods used in studying
bone modification and illustrates their application to several skeletal samples.
The primary goal of studying bone modification is typically to address ques­
tions about past behaviors, cultures, and ecologies. Details such as database design,
incandescent versus fluorescent lighting, statistical tests for multiple pairwise com­
parisons, and aperture settings may seem far removed from inferences about
cannibalism, ritual sacrifice, and faunal exploitation. But mistakes in such metho­
dological details will lead to inaccurate conclusions about the past. To obtain the
most accurate inferences about the past, substantial effort must be invested in develop­
ing, refining, testing, and implementing good methods.
In this chapter we will discuss the methods for acquiring, analyzing, docu­
menting, and presenting bone modification data (figure 1). We use the term “bone
modification” broadly, to refer to any alteration to skeletal remains that occurred
around the time of death (perimortem) or after the death (postmortem) of the or­
ganism (human or non-human). For data acquisition, the investigator must decide
what types of bone modifications to consider, how to evaluate their presence, and
how to record the resulting data. Such data must then be analyzed, which can
require the use of statistics. Finally, the bone modifications must be documented
for presentation by using photographic, microscopic, and/or digital imaging techni­
ques. In addition, the investigator must consider the practical matter of the order
in which these different steps are carried out. For example, should the photography
be done during the data collection, or separately at the end?
While there are general methodological points that apply to all studies of bone
modification, there is no one single best method that is applicable in all circums­
tances. The optimal method depends on the specifics of the research project, parti­
cularly the hypotheses being tested, the nature of the skeletal sample, and the time
and resources available. In addition to considering the general methods of studying
bone modification, we therefore also present four case studies to illustrate how these
general principles can be adapted to different research projects. We draw heavily on
studies of cannibalism as examples of bone modification investigations, only because
the study of prehistoric cannibalism has been a particular focus of our research. However,
these methods are generally applicable to all types o f bone modification studies.
The methods we present are laboratory-based, and assume that the remains
under study have already been recovered and curated. The recovery and documen­
tation of remains in the field (excavation), along with their curation, is absolutely
critical, as choices (and mistakes) in these aspects limit all subsequent study. Even so,
the discussion of field and excavation practices is beyond the scope of this chapter,
and readers are referred to White (2000, especially chapter 14) for guidelines relevant
to field recovery of osteological remains. Figure 1 is a flow-diagram that illustrates
the relationships between approaches discussed below.

Figure 1. Information collection, analysis, and publication. A): Extraction. B): Analysis, photography,
and data entry, C): Core project computer(s). Raw data in the form o f databases and images ara
stored on the computers of the direct project participants (coauthors). D): Institutional network.
When assembled and organized, data and images can be freely transferred between trusted
colleagues on a local network. E): Internet. Selected information may be shared with and com­
mented on by colleagues around the world. F): Publication. The efficiency with which these steps
can proceed using digital tools significantly speeds and improves the quality of publications.
D ata a c q u is it io n

Acquiring bone modification data requires answering four questions: what bones
to examine, what modifications to look for, how to look for those modifications,
and how to record those modifications. Here we consider the possible answers to
those questions and some generally applicable principles. The actual approach taken
will depend on the specifics of the particular research project, especially the
hypotheses being tested, as is illustrated by the case studies (see Case Studies, below).

What bones to examine

The question o f which bones to study can be considered in three ways: which taxa
to examine, which spatial context to consider, and which temporal context to consi­
der. The best approach in theory is to examine all bones from all contexts being
considered. Analyzing only a portion o f the remains precludes comparisons across
taxa and/or contexts that are often highly informative about past behaviors.
However, it is not always practical or advisable to study all modifications in all bones
from a site. The scope of any study depends on the hypotheses being tested and the
amount o f available resources (e.g., time) relative to the amount of material nee­
ding study. In some cases, a carefully considered sampling strategy is advantageous.
For example, the skeletal sample from the site of Navatu in Fiji contains thou­
sands of fish bones (DeGusta 1999). Since the hypothesis being tested centered
on food processing (butchery/cannibalism), the examination o f thousands of fish
bones would have added very little relevant data relative to the time and effort ex­
pended. Therefore, a randomly selected sample of several hundred fish bones was
examined, along with all non-fish remains (DeGusta 1999). An alternative approach
is to take less data for certain categories of remains. Here again, the specifics will
depend on the hypotheses being tested.
A common mistake, though, is to study only the human remains and to ignore
the non-human fauna. For bone modification studies, results obtained on human
remains are almost always enhanced if comparative data are available for non-hu­
man remains {e.g., Defleur et al. 1999; DeGusta 1999; White 1992).

Types of data to consider gathering

A wide range of data can be gathered for any specimen in an osteological assemblage.
See White (1992) and Lyman (1994) for reviews o f osteological analysis involved
with bone modification. Basic biological identification o f a bone is a fundamental
step in bone modification studies. In any analysis of bone modification, there are
two primary identifications to be performed for any specimen (a “specimen” is a
singular, isolated, non-conjoined whole or partial bone or tooth; each specimen
must have a unique identifying label). Both identifications involve assessment of
the bone’s size and shape. The first major identification involves specifying exactly

61
what skeletal element the individual specimen represents (the term “element” refers
to the intact bone as it occurs in the adult skeleton). It is important to determine
exactly which bone is represented, whether the bone is from the right or left side,
and what portion o f the bone is available for analysis. Furthermore, because bone
shape and size change during an individual’s growth, comparisons with immature
skeletal remains become vital parts of determining the individual’s biological age.
The second basic identification is broadly taxonomic, and involves identifying
the species to which the specimen belonged. Taxonomic identification, like element
identification, is based on the bone’s shape, and is therefore ultimately based on
the comparative anatomy. The analyst’s skill and experience level will determine
how fast and accurate these identifications are (skilled and experienced analysts re­
quire less direct comparison with comparative skeletal remains in making the deter­
minations).
Once the element and portion has been determined for each specimen in the
assemblage (the “assemblage” is the set of bones under study), analysis can turn to
a consideration of representation. The representation of different elements, different
element portions, and different individuals of varying ages are all important in docu­
menting and understanding the composition of the assemblage.
Determining the minimum number of individuals (MNI) for any species pre­
sent in the bone assemblage is an important step (outlined in White, 1992, 2000).
Other measures of representation such as determining the number of identifiable
specimens (NISP) in an assemblage can be important in providing a basis for com­
parisons among different assemblages.
The analysis of single specimens is a second major consideration in bone modi­
fication studies. Assessment of the specimens and individuals in a bone assemblage
often involves the recording o f skeletal biological data such as paleopathologies.
However, in studies restricted to the analysis of bone modification, various modifi­
cations are observed and documented. Important perimortem modifications include
cutmarks, polish, abrasion, weathering, burning, fracture, crushing, peeling, adhering
flakes, percussion pits/striae/scars/adhering flakes, chopmarks, toothmarks, various
types of excavation damage, and others. These modifications are most often recor­
ded on a specimen-by-specimen basis. The various types of modifications and recor­
ding strategies are discussed at length in White (1992) and further presented in
Appendix B.
The analysis of an osteological assemblage often involves the refitting of spe­
cimens (“refitting” is putting fragments of elements back together) and the associa­
tion of different elements from single individuals from the occurrence. When spatial
data have been recorded for each specimen, such refitting, or conjoining, studies can
yield important insights about the behaviors that patterned the assemblage, allowing
reconstruction of butchery techniques, discard strategies, and assemblage history.
When information about the modifications to each bone is combined with knowledge
of soft-tissue anatomy (skin, tendon, muscular, joint capsule) for any given species,
precise behavioral reconstruction is possible (White 1992). Refitting of fragments

62
is an arduous, time-consuming practice, but the potential payoffs in understanding
past behavior sometimes make the investment worthwhile. However, it is essential
that all refits be made on a temporary basis (with masking tape to be removed within
a month of application). Do not glue separate specimens together across ancient
fractures because this will greatly confuse future studies of the assemblage.

Mechanics ofgathering data

The conditions under which any osteological assemblage is studied are critically im­
portant to the accuracy of the analytical results. White (2000) outlines basic labo­
ratory methods. The most basic steps in the analysis of bone modification are the
cleaning and curation of the specimens themselves. If the bone surfaces are varia­
bly cleaned, bone modifications can be hidden from the analyst. If the bone speci­
mens are not properly organized and labeled, analytical efficiency is degraded and
important information on provenience can be lost.
Analysis should only proceed when a proper laboratory setting has been esta­
blished. Critical to the operation is a strong source o f directional light. Incandescent
lights or flashlights can be very useful because strong light oblique to the modified
surface is very important in creating the shadows required to observe modifications.
Mounted and hand-held magnifying lenses are useful additions, and a good zoom
binocular microscope with a directional light source is essential.
Osteological remains from archaeological sites are often very fragile. Care should
be taken to prevent further damage. When multiple investigators analyze the same
assemblage, it is critically important that they are consistent in what is recorded, how
it is recorded, and the conditions under which it is recorded. The optimum situa­
tion, with consistency of identification being directly related to accuracy of identi­
fication, is for a single investigator to record the same data for all specimens in an
assemblage.
The recording of osteological data is best accomplished with a recording format
and routine individually tailored to the research program and research questions
being addressed. The recording of biological identifications and bone modifica­
tions is best facilitated by pairs of investigators working together. This increases effi­
ciency and accuracy of data acquisition and entry. The person making direct observations
on the specimen can make the identifications, while the co-worker enters these
identifications directly into the computer or the paper form.

Data storage

The data gathered on bone modification must be recorded and stored. A computer
database is the ideal storage system for such data, as it provides flexibility and
organization, and is easily shared. However, the benefits of using a computer da­
tabase can only be realized if the database is properly designed. A poorly designed
database is worse than no database at all. The specific database program to use

63
depends on the available computer resources. We recommend FileMaker Pro (Claris/
Apple, www.filemaker.com), which is available for both Apple Macintosh and PC
computers. However, most modern database programs can handle the fairly modest
requirements of most bone modification databases, so it is probably best to use whi­
chever program is supported in the facilities where the research is undertaken,
rather than purchasing a new and unfamiliar program. Microsoft Excel™, or other
spreadsheet applications, however, are generally not adequate for anything beyond
a very simple bone modification study.
The key issue in database design is what will constitute a single record in the
database-a bone specimen? a skeleton? a burial lot? This decision will depend on
the nature o f the skeletal material and the hypotheses being addressed. In general,
a record in the database should correspond to the unit of analysis of the study. If,
for example, the study focuses on skeletal individuals, then each database record
should correspond to one skeletal individual. For most studies of bone modification,
though, the unit of analysis (and thus each database record) should be the separate
pieces of bone (specimens). If in doubt, it is better to make the database records more
specific (i.e., specimens) rather than more general (i.e., skeletons). This is because
database records (e.g., specimens) can always be coded such that the larger group
they form {e.g., a skeleton) is clear, whereas the reverse is generally not possible. If
a site has multiple distinct contexts (for example both formal burials and trash
materials), multiple databases might be an option (e.g., one for the formal burials
and one for the trash materials). Generally, though, multiple databases should
only be considered if different units of analysis are used for different materials or
contexts.
Once the nature of the records in the database is determined, the next step is
to determine the fields to be included in the database (that will be present for each
record). In general, all the information available on the material should be integra­
ted into the database, including context, modifications, and curation. This provi­
des a central archival repository for the information, and allows quick determinations
to be made regarding the context of each specimen. The organization of the infor­
mation into specific fields should be given careful consideration prior to finalizing
the database design. In general, more fields are better than fewer. For example, if the
stratigraphic information is given as a range for each specimen (e.g, 3cm-6cm deep),
it would be wise to split this into two fields: Minimum Depth (e.g, 3cm) and
Maximum Depth (e.g., 6cm). Using two fields would allow an easy search for all
specimens below a particular depth (e.g., search Minimum Depth for all values less
than 7cm), whereas such a search would not be possible if the information was com­
bined in a single field.
Any bone modification database should have at least one field for each type of
modification evaluated (see above). The coding for the various states of each field
should be specified in a separate database key so that it is clear what each field and
entry mean. This will ensure consistency in coding, which is vital for analysis. For
example, if in the field “Toothmarks”, some specimens with rodent gnawing are

64
coded “RG ” while others are coded “Y”, this will cause serious problems in the
analysis. Furthermore, while the definition of fields and the coding of entries may
seem obvious at the time the project is done, it may be virtually undecipherable years
later. The only way to avoid these problems is to prepare, and keep current, an
explicit key/legend for the database. In devising a coding scheme for each field, it
is crucial to distinguish between specimens that do not have the particular modifi­
cation, and specimens which cannot be evaluated for that modification (e.g., due to
erosion of the surface of a bone, it might not be possible to say whether it was cutmar-
ked or not). Failure to distinguish between these categories will produce inac­
curate frequencies of the modification.
In addition to fields describing the context of the specimen, it is also useful to
include fields relating to their curation and analysis. For example, a field labeled
“More Preparation Needed” could flag specimens that require more cleaning. To
speed the documentation phase, those specimens that are identified as candidates
for imaging could be flagged using another field (e.g., “Image Needed?”), which would
then allow a list of specimens for photography to be generated easily. Here again,
advance planning is key-in the case of specimens to image, for example, it would be
advisable to include yet another field, this one describing why the specimen merits
imaging (e.g., excellent cutmark, strange burning, etc.), to avoid wasting time later
trying to remember why the specimen was flagged for imaging.
As with any method, it is wise to experiment with the details of the approach
before implementing it on the entire collection at hand. Once a prototype database
and data sheet are designed, test them on a small portion of the collection. Based
on the results of this test, the database can be refined and improved before being
used for the entire collection. In our experience, such pilot studies invariably result
in improvements, and often major changes, in the design of the database.
The database(s) that result from such a study constitute valuable primary data.
As such, multiple backup copies of the computer file(s) should be maintained in
different locations. In making such copies, though, care must be taken to insure that
changes are only entered to the master database copy in order to avoid the disaster of
different changes ending up in different versions of the database. Upon publication
of the results of the study, the database (and the database key) should be made genera­
lly available in as permanent a form as possible (see Reporting, below). One easy
method for this is to post the database on the world-wide web. Given the volatility
of the internet, though, this cannot be considered a permanent archive (see Repor­
ting, below).

D ata a n a ly sis

In order to test hypotheses about past behavior, bone modification data must be ana­
lyzed appropriately. As mentioned earlier, the particular analytical methods used
will depend on the hypotheses being tested. Most bone modification studies, though,

65
involve comparisons between different groups or categories of remains, whether
between human and non-human fauna, or between human remains from different
contexts. While the mere presence or absence of particular modifications (e.g.,
cutmarks) is often of interest, establishing this requires nothing more than looking
at the data. Making comparisons between groups, however, requires a more con­
sidered and statistical approach, and so will be the focus of our discussion here.
The fundamental question being addressed in comparisons between groups is
whether they are the “same” in terms of particular modification(s). This requires
first establishing the frequency of the particular modification in the various groups
and then making a statistical comparison to see if this differs across groups. Establi­
shing the frequency of a modification is usually simple: the database can be searched
to find the number of specimens with the modification versus the number without.
However, specimens that could not be evaluated for the modification (e.g., due to
damage or surface erosion) must not be included in this calculation. Attention must
also be given the effects of bone breakage, either pre-recovery or post-recovery.
Post-recovery breakage must be repaired or accounted for prior to obtaining the
data (see Data Acquistion, above). Pre-recovery breakage, though, can also bias an
analysis. For example, imagine a sample of 500 human bone fragments, of which
50 are burned, and a sample of 1000 non-human bones, of which 100 are burned.
Both samples have the same frequency o f burned specimens (10%). However, if
all 50 burned human specimens are fragments of one tibia, whereas the 100 burned
non-human specimens are all from different individuals, then clearly heat exposure
was much more common for the non-human remains, even though the frequency
of burned specimens is the same in both samples. Numbers and statistics are no
replacement for intelligent and careful consideration of the actual bones.
The identification o f modifications is also another source of bias, though one
that is frequently overlooked. Different investigators will produce different levels
of identification for the same skeletal sample depending on their background and
expertise (White 1992). The differential competence of one investigator in dealing
with bones of different taxa can also prevent meaningful comparisons. For example,
consider the evaluation of the degree of breakage in an assemblage, where specimens
representing less than 50% of the intact element are scored as “fragmentary” (White
1992). This modification can generally only be scored for specimens that can be
identified to element (White 1992). As such, a human osteologist evaluating an
assemblage including both human and non-human remains will almost always
find a higher frequency of “fragmentary” specimens for humans compared to non­
humans. This is because human osteologists (virtually by definition) are better at
identifying fragm entary human remains to element (which will then be
“fragmentary”) than they are for fragmentary non-human remains (which would
then be indeterminate for this modification category). While it is generally not
possible to quantitatively account for these types o f biases, they must be identified
and considered before frequency differences can be reliably attributed to differences
in past behaviors.

66
Care must be taken to ensure that modification frequencies between different
categories of remains are really comparable, as detailed above. If they are considered
to be truly comparable, care must also be taken in how they are compared. For
example, the frequency of cutmarks may differ some between two pig skeletons
butchered by the same person in the same way on the same day, merely due to
chance. On the other hand, it is possible that two human femora might, by chance,
be broken into the same number of pieces, though one was shattered by a hammers-
tone while the other was crushed by a truck. So the similarity or difference between
modification frequencies alone is of limited interpretive value. In order to make relia­
ble interpretations, it must be established what the odds are of the observed simi­
larities and differences being due to chance, rather than real differences in behavior.
Fortunately, there are a number of statistical methods available for quantitatively
addressing this question.

S ta tistic a l m ethods

Statistical methods for comparing frequencies between groups are designed to esti­
mate the probability of the observed difference being due to chance alone. They
estimate the chance that the two groups are really “one” group-that is, more formally,
whether the samples being considered could be drawn from the same underlying
population.
For example, imagine two vending machines that dispense candy of different
colors, 10 pieces at a time. From one machine, call it machine A, you obtain 2 red
candies and 8 blue candies. From another machine, call it machine B, you obtain 4
red candies and 6 blue candies. So the frequency of red candies differs between ma­
chines A (20% red) and B (40% red). But is this due to chance? What are the odds
that both machines contain the identical proportions of red and blue candies,
and that the difference observed is due to the fact that only a sample of the can­
dies was considered? This is the question that statistical methods are designed to
answer. The usual form of the answer is an estimate of the likelihood (in percentage)
of the observed difference being due to chance. This estimate is called the p-value,
and is generally presented in decimal form. For the above example, the Fisher’s
exact chi-squared test (see below) yields p = 0.63, which means that there is 63%
chance that the observed difference in the frequency of red candies is due to chance.
While this simple example of vending machines may seem unrelated to studies
of bone modification, the statistical considerations are the same for a skeletal assem­
blage where 2 out of 10 human specimens have cutmarks (20%), while 4 out of 10
non-human specimens do (40%). There is a 63% chance of the difference in cut-
marks being due to chance. Clearly, then, we cannot rule out the hypothesis that
there is no significant difference in cutmark frequency between the human and non­
human fauna.
The level of “significance”, also known a a a a ns for a particular skeletal sample:
cutmark frequency in the human remains versus cutmark frequency in the pig

67
remains, and percussion pit frequency in the human remains versus percussion pit
frequency in the pig remains. Imagine that, using a statistical test (e.g., Fisher’s
exact chi-squared) the significance of those two comparisons are p = 0.049 and
p = 0.051. If the level of significance (a = a = a = a = a = results of these two
comparisons differently. However, in reality, the statistical significance of these
two comparisons are virtually identical (p = 0.049 versus p = 0.051). The difference
in percussion pits (p = 0.051) is only 0.2% more likely to be due to chance than
the difference in cutmark frequency (p = 0.049). As such, it would clearly be
foolish to interpret those two results differently, even though, formally, one is
“significant” while the other is not.
There are thousands of described statistical tests, but applying an inappropriate
statistical test to the data (or misapplying an appropriate test) will produce invalid
results. As with any method, the proper use of statistics depends on the data and
hypotheses being considered. Luckily, most types of comparisons necessary in
dealing with bone modification data can be handled by only a few fairly straight­
forward statistical tests. Even so, those unfamiliar with statistics are urged to refer
to one of the many textbooks on this subject or, better, to a statistical consultant, be­
cause a full treatment of statistical issues is beyond the scope of this chapter.
The most common statistical question in bone modification studies is whether
two frequencies are significantly different. This question is usually best answered
via the chi-squared test. The chi-squared test evaluates the hypothesis that two
samples differ in the frequency of a certain feature. The raw data must be in the
form of “presence/absence” of the feature, and the two samples must be independent
of each other, and not overlapping. For example, consider the question of whether
the frequency of cutmarks in a sample of human bones is significantly different
(i.e., beyond what is expected by chance) from the frequency of cutmarks in a
corresponding sample o f pig bones. To investigate this question with the chi-square
test, four data points are needed: the number of human bones with cutmarks, the
number of human bones without cutmarks, the number of pig bones with cutmarks,
and the number o f pig bones without cutmarks. From those four data points, the
chi-square test calculates the probability of the observed frequency difference being
due to chance. This result is reported in the form of a p-value (described above).
There are a variety of computer programs that will automatically calculate the
chi-squared test, and the use o f whichever program is locally supported is
recommended. But the use o f a computer program does not guarantee that the
appropriate test will be used, the user must specify the test and often the particular
settings. For example, the standard chi-squared test is not reliable if any of the
expected values are less than 5. So if we had used it in the above example o f candy,
the p-values generated by the computer program would not have been accurate.
However, a variant of the chi-square test, known as Fisher’s exact chi-squared test,
can be used in cases where numbers are less than 5. While it is calculated somewhat
differently, the interpretation of this statistic is the same. Another option with
both tests is to use the Yate’s correction factor. This makes the statistic more con­

68
servative, in that the estimated odds of a difference being due to chance are generally
higher {i.e., rhe p-values are somewhat larger). Use of this correction factor is
generally standard, but this should be reported in any presentation of statistical
results.
One of the most common statistical mistakes, often seen in bioarchaeologi-
cal studies {e.g., Cook and Dougherty, 2001), is to conduct a variety of statistical
tests, which may individually be appropriate, without considering the overall effect
of multiple tests. The fundamental point to keep in mind is that the p-value
represents the odds of the observed difference being due to chance. So if we set
our level of significance at 5% (a = a =a = a = chance). Therefore, if we conduct
100 chi-squared tests, we would expect to obtain p < 0.05 for 5 of those tests by
chance alone! This is known as the issue of multiple pairwise comparisons, which
becomes a clear problem if more than 20 comparisons are made (since, with alpha
= 0.05 and 20 comparisons, one comparison is expected to be significant by chance).
If, for example, the frequency of 25 different modification types is compared with
the chi-squared rest between two taxonomic groups {e.g., humans and pigs), then
a single “significant” difference (p < 0.05) is actually expected by chance, and such a
difference cannot be considered truly significant. A simple w\ amber of comparisons
being made {e.g., for 100 comparisons, only p-values less than 0.005 would be con­
sidered significant), though this is only recommended if a large number of com­
parisons are being made. There are several other ways to correct for this issue
statistically, depending on the particular nature of rhe data and hypotheses, and
consultation with a statistician is recommended for cases involving large numbers
of comparisons.

D o c u m e n t a t io n

A key part of any scientific study is the documentation of the primary data for archival
purposes, for future study, and for eventual presentation in lectures and/or pu­
blications. In a molecular genetic study, the documentation of primary data might
take the form of a DNA sequence printout and an accompanying lab notebook. For
bone modification studies, the primary data are in the form of objects and their con­
texts, and these must be documented.
There are two general considerations that apply to documenting bone modifi­
cation. First, the documentation process must be carefully considered as part of the
overall research strategy-improper or insufficient documentation of primary data is
rightly regarded as a fundamental breach of the scientific method. Second, the do­
cumentation must be well-executed to be of value-photographs should be in focus,
properly lighted, and show the necessary detail; casts should be free of bubbles and
deformation. The best strategy for documentation will fail if it is not executed with
care. Overall, the documentation of the material generally takes a great deal more
thought and effort than is commonly recognized.

69
The documentation of bone modification has two components: the choice of
which materials to document, and the choice of how to document them. The choice
of which materials to document depends on the nature of the research project,
but some general guidelines will be provided here. The materials selected can be
documented by imaging and/or replication. The different methods of imaging
(traditional photography, scanning electron microscopy, and digital photography)
and replication (molding and casting) are introduced here. However, each of these
topics is itself a complete field of study, with numerous books devoted to, for exam­
ple, various aspects of scientific photography. A full description and consideration
of these methods is beyond the scope of this chapter. Instead, we will introduce
them, discuss their relative merits for use in studies of bone modification, and con­
sider aspects of these methods that are particular to studies o f bone modification.

Which materials to document

The short and simple answer to the question of which materials to document is
“all of them”. This is generally not practical, either in the lab or in the field. In the field,
though, striving to document as many materials as thoroughly as possible is neces­
sary, as there is no second chance for gathering contextual data (White, 2000).
In the lab, the selection of materials to document will depend on several factors,
such as the nature of the research project, the size of the collection, the storage
facilities for the materials, and the resources (time/money) available for documen­
tation. This selection can be guided by two considerations. First, which specimens are
the most important to archive? If the collection were somehow lost, which bones
would you most want photographs of? Second, when the research is reported (in lec­
tures and/or publications) which specimens are likely to be presented as examples?
Beyond just the choice of specimens, it is also necessary to consider which aspects
of those specimens need to be documented {i.e., the entire bone, or just the cutmarks
on one end, or both). For publications and lectures, it is often useful to have
composite images of multiple specimens. The possible presentation types of research
report (see Reporting, below) will influence the choice of materials to document.

Methods of documentation: Photography

Setting up high quality still-life photographs can be thought of as painting with


light, and thinking this way is extremely important when imaging bone modifica­
tions. Diagnostic features of bone modification, for example internal striae, shoulder
effects and percussion striae, become visible only when properly illuminated. For this
reason, careful attention must be given to the system for lighting and mounting the
specimen for photography.
For lighting, at least two lights are generally used: a high intensity spotlight
(focused beam) to provide a direct, low angle beam oblique to the modification;
and a more diffuse light to fill in the rest of the specimen. It is generally not neces-

'0
sary to purchase expensive lights designed for professional photographers. Microsco­
pe illuminators or small mirrors work very well as spotlights, and regular incan­
descent lights work well for floods. The only requirement is that the position of
these lights be very adjustable (in three dimensions), so that they can be maneuvered
to light the specimen as needed. More lights provide more flexibility. For example,
when the mo-dification being photographed has a great deal of three-dimensional
topography, it is frequently impossible to illuminate all of the modification with
only one spotlight. In such cases, two or three spotlights or mirrors from different
angles might provide the best coverage. Experimentation is key. The difference between
a good shot of a bone modification, that shows a great deal of diagnostic morphology,
and a poor one —that does not- usually comes down to how much thought has gone
into the lighting.
Care must also be taken to protect the bone during photography. Specimens
are at high risk for being damaged while being photographed: cameras can tip over,
lights can fall, and even prolonged exposure to hot lights can damage a fragile speci­
men. Most importantly, the attention of the photographer is naturally focused on
obtaining a good image and, in the heat of the moment, it is easy to forget the neces­
sity of exercising proper caution in handling the bones. Beyond simply being care­
ful, having an organized area for photography lessens the risk of damage to specimens.
If multiple specimens are being photographed, it is a good idea to keep the bones not
currently being imaged a little ways apart from the actual photography setup (where
equipment is being manipulated), perhaps on a separate table.

Methods of documentation: Scantling electron microscopy

Scanning electron microscopes (SEMs) have been used for over two decades to
photograph bone modifications (e.g., Shipman, 1981). SEMs have two advantages
over traditional light microscope photography. First, they produce highly magnified
images of three-dimensional objects with great depth of field (no loss of focus).
Second, they provide good images of bone surfaces without the confounding effects
of color. There are some drawbacks to SEMs, however. SEM machines are very
expensive to purchase (> $100,000 US dollars), maintain, and operate. Original
objects cannot, in general, be imaged directly in most SEM machines. Instead, special
casts must be made and coated with an extremely thin reflective, metallic coating. This
process is time consuming and expensive. In practice, this typically limits the number
of specimens that can be imaged with an SEM. Also, SEM machines are generally
designed for extremely high magnifications (> 5,000x). Bone modifications, however,
are generally best visualized at circa lOx - 5 Ox, which is at (or beyond) the lower limit
of many SEMs.
If an SEM and personnel skilled in its operation are available, then it may make
sense to use it to image a few key specimens from an assemblage. The SEM operators
should be consulted on the specifics of producing casts for SEM use, as different ma­
chines have different requirements. If, as is often the case, an SEM is not accessible,
then we recommend either careful light photography (macro or through a light mi­
croscope, see above) or, better yet, digital imaging (see below).

Methods of documentation: Digital imaging

Digital cameras provide images directly in digital form on a computer, rather than
on analog photographic fdm. Digital cameras can compete with SEMs because, like
SEMs, they can produce magnified images with high depth-of-field and good
surface detail rendering. Such images are crucial in studies of bone modification,
and digital imaging is an effective way to produce such images (Gilbert and Richards
2000). While the resolution of digital cameras are only beginning to technically
exceed the capabilities o f traditional film cameras, the control gained by using a
digital camera is substantial enough that they can be used for applications where
conventional cameras fall short. Specifically, the ability to instantly view a captured
image allows a photographer using a digital camera to optimize the lighting and
settings. Traditionally, photographers relied on light meters or other implements
for a guide, bracketed the shot with various apertures and shutter speeds, and waited
for the film to be developed before making any adjustments. When working with a
digital camera it is not uncommon to shoot 100 images -making slight adjustments to
camera settings and lighting arrangement after seeing each image- before the final
image is settled on. This process would take days or weeks with a standard film came­
ra, but takes only hours (or less) with a digital camera.
The drawback of digital cameras is currently cost: a high resolution digital ima­
ging setup, including the necessary computer and software, can cost between $5,000
and $10,000 US dollars. Lower priced equipment can produce decent images. For
all cameras, prices are falling while quality is increasing, so this cost barrier is rapidly
diminishing. Cost considerations aside, digital imaging is increasingly becoming
the documentation method of choice for labs with expertise using computers, or those
faced with the need to document large numbers of specimens. For groups dealing
with smaller collections, or those less proficient in computers, traditional imaging
can still produce excellent documentation.
A digital camera to be used for imaging bone modifications should satisfy
three basic criteria: it should have a high resolution (preferably over three megapixels),
it should have an iris adjustable to at least fl 6, and it should allow for quick viewing
of the captured image. Attention must also be paid to whether the lens (built-in
or available) is capable of macro (close-up) photography. There are many consumer-
grade digital cameras currently available that have over 3 megapixels of resolution,
but it is more difficult to find one with an iris capable of fine adjustments and the
ability to instantly view the resulting image. For this reason, a professional digital
camera with a fully adjustable iris, different lens options, and a computer interface
is preferable. The Nikon D lx and D lh (www.nikon.com) are examples (albeit
top-of-the-line examples) of this type of camera, and are ideally suited to imaging
bone modification, but others are also available. Given the fast pace o f change in

72
the digital marketplace, it is crucial to obtain current information before purcha­
sing a digital camera.
The lens used, though, is as important as the camera. The lens should be a key
factor in purchasing a digital camera. A high quality macro lens, for example a Nikon
AF 105/2.8D Micro or Nikon AF 60/2.8D Micro (or equivalent for non-Nikon ca­
meras), is necessary to image most bone modifications. Extension tubes used in
conjunction with such lenses allow for even greater magnification, though typically
at the cost o f some “sharpness” of the image.
Since digital cameras store images on a computer, a computer is necessary to
work in tandem with the digital camera. The specific requirements of the particular
camera to be used should be checked, but the internal memory and hard drive sto­
rage capacity of the computer should be as large as feasible. Downloading and mani­
pulating digital images requires substantial internal memory, and the large file
size of the images (often circa 8 mb per image) means that storing multiple images
requires a large hard drive. A backup system should be used for stored images (e.g.,
two hard drives), otherwise one computer problem can destroy all the images.
Thought must also be given to how the digital images will be communicated.
While such images are ideally suited for digital transfer (via compact discs, websites,
or e-mail), either a high-quality printer or a slide-making device is necessary if “hard”
(analog) copies are desired.
Bones can be imaged with a digital camera directly, but superior images are gene­
rally obtained if taken from casts of the modified area because recent bone is some­
what translucent and fossils are rarely uniform in color. To circumvent these lighting
difficulties a high-resolution epoxy replica can be made (see Appendix A: Making
a “Peel” Mold and Cast) with a surface coating that reflects light evenly. The poten­
tial for improved imagery using casts should be weighed against the extra time,
effort, cost, potential damage to the specimen, and potential distortion incurred
by molding and casting them. Such molds and casts are also “one-sided”, and of
limited area, and so restrict the image accordingly.
As with traditional film photography, digital imaging requires balancing good
lighting and exposure to obtain acceptable results. All the considerations o f pro­
per lighting and exposure crucial in traditional photography (see above) apply to the
digital medium. An advantage of digital imaging is that the results of the particu­
lar lighting, exposure, etc. can be viewed instantly, and the conditions adjusted to
produce better images. Thus digital imaging is an iterative process. First the camera
is adjusted, then a shot is taken. Upon viewing the image captured on the computer
monitor, lighting and camera setting are adjusted, and another shot is made. This
process is typically repeated several times before an image o f sufficient quality is
obtained. Once the desired image is obtained, it can be further enhanced digitally
(using image editing programs such as Adobe Photoshop™, www.adobe.com),
although such manipulation raises ethical issues (Gilbert and Richards 2000).
Methods of documentation: Molding and casting

For specimens that are rare or of great significance, the recording of a three-dimen­
sional replica of the specimen or the specific modification observed on it is recom­
mended. This replication involves molding and casting of the specimen. White
(2000) provides useful information in this regard, but it is necessary to take great
care in molding fragile specimens. Many important fossils have been damaged by efforts
to mold them, and much important data on bone modification has been lost in
the process. FFowever, if the specimen has the integrity to withstand molding, the
production of a cast is the most effective way to reproduce and document its mo­
difications. Appendix A provides some advice on how to replicate surface damage
to osteological specimens; the replicas can be used for photography or microscopic
examination, and shared with colleagues in distant laboratories without jeopardizing
the originals.

R e p o r t in g

Effective science relies on communication. Data gathered but never disseminated


are not useful. The methods of reporting bone modification data and analysis in­
fluence the value of the Work done. A well-done project that is incompletely re­
ported will not advance understanding as much as the same project properly reported.
Attention must be paid not only to the gathering and analysis of bone modification
data, but to its presentation as well.

Text and data

The crucial issue in the presentation of the data is that it be reported in such a manner
that other investigators can use it for c omparison. For example, frequencies reported
only in terms of percentages (e.g., 20% of bone is burned) cannot be used in statistical
comparisons (see Data Analysis, above), as those require the actual numbers of
specimens (e.g., 40 out of 200 bones are burned). In general, the raw data should
be reported as completely as possible. Given that space in books and journals is
limited, this may require negotiation with editors. Often, published raw data can
be reported in an appendix, set in smaller type. The computer database containing
all the data can also be made available on the world-wide web. FFowever, given the
limited life of most websites, and the eventual obsolescence o f most program for­
mats, material on a website is not as permanent as material in a scientific publica­
tion. Therefore, as much raw data as possible should be included in the actual
publication.
Data should be reported separately for all potential categories of remains. Even
if, for example, the non-human fauna were considered as a unit, separately reporting
the frequencies for the specific taxa (e.g., turtles, dogs, etc.) is very helpful as it

74
permits more specific comparisons in the future. The same is true for different spatial
and temporal contexts-lumping is to be avoided in the reporting, even if catego­
ries are combined analytically.
The raw modification data, however, are only useful if proper information is
given about how such data were generated. The specific criteria used to recognize
each modification must be provided, either directly or by reference to other pu­
blications. The details o f how, for example, refitting and curation of the material
were carried out should be provided, as these will influence the resulting data. In
general, all methodological information necessary to properly interpret the data
must be provided, and erring on the side of providing more, rather than less infor­
mation, is advisable. Naturally, the context of the remains should be specified as well,
either directly or by references.

Images

But modification data are, in a sense, secondary. They are derivatives of the actual
bones and context, which are the primary objects of study. Even the best written
description o f a bone presents only a limited view of that bone compared to the
actual tissue. A photograph of that bone helps bridge the gap between a written des­
cription and the real thing. Thus, most reports of bone modification studies include
images (usually photographs) of the bones and context. Published images are ge­
nerally the first thing a reader sees, and so they form a visual abstract of the report.
They provide visual support for statements made in the text of the report, allowing
for the verification of interpretations. Images can also present visual data that may
not have been discussed in the text per se (e.g., exactly how a cutmark looks, rather
than just a written description of certain aspects of its appearance).
The choice of which images to include is of crucial importance. The “right” ima­
ges can greatly enhance the information content of a report; indeed, in some cir­
cumstances, the images may be more important than the text. The “wrong” images,
however, will add nothing to the information content. What follows are some gui­
delines for what kinds of images to include in publications and presentations (of
course, for any image to be informative, it must be o f sufficient quality; see Docu­
mentation, above).
In general, the choice of which imagery to present should be guided by two
questions. First, what are the most important claims made in the report? These
claims should be supported, to the extent possible, with imagery. For example, a
report of cutmarks on 2.5 million year-old faunal remains should ideally include
several photographs of the alleged cutmarks, including close-up shots, as well as
an image(s) showing the stratigraphic context of the bones in situ.
Second, what aspects of the report are the most difficult to understand from the
text alone? These aspects should be clarified with imagery. For example, a burial found
in an odd arrangement (with, say, the long bones forming a circle) is much better
presented with photographs than with words alone.
The specific choice of images to present will depend on the nature of the pro­
ject and the presentation. Beyond the general considerations given above, the spe­
cific choice o f images should be made by keeping in mind their three main functions:
providing visual context, providing independent support for claims made in the
text, and providing additional data beyond what can be provided in words.
In terms of context, a map indicating the site’s relationship to a larger geographic
region and then to the rest of the world is generally very effective in the introducto­
ry parts o f a presentation. A site map and a stratigraphic section are of central impor­
tance, and should be included in most reports. Depending on the size and nature
of the sample, imagery relating to the context of specific specimens (e.g., a photo of
a skeleton in situ) may be appropriate.
In terms of providing independent support, it is useful to consider what the
most important or controversial points will be, and then to select specimens that
exemplify or support these points. Scale the image so that the key features cited in
the text are clearly visible. For example, if the controversial point is the presence of
stone tool cutmarks on a human femur, it is not useful to include just one image
o f the entire femur at a scale where the cutmarks are barely visible. More useful in
this case would be a closeup image(s) of the cutmark(s), with an accompanying dia­
gram or photo (at a smaller scale) of the whole bone to show the location(s) of those
marks on the bone.
In terms of providing useful data, images should focus on the important aspects
of the report that are difficult to describe in words. For example, the arrangement of
numerous overlapping modifications on the same specimen might not be des-
cribable in words.
To be of value, every image presented must be accompanied by description,
usually in the form of a caption. Careful attention should be paid to the labeling and
captioning, as they can substantially increase (or decrease) the value of the image. While
the image presented is likely to be very familiar to the author, it will be unfamiliar
to readers. As such, the full set of identifying information should be presented
along with each image. For photographs of specimens, this will typically include the
element, side, taxonomic identification, specimen number, and orientation. All pho­
tographs should contain a scale bar, either labeled on the bar itself or with the dimension
given in the caption {e.g., “scale bar is 5 cm long”).
There are usually limits to the number of images that can be included in any pre­
sentation. The key limitation in lectures is time and the fact that only the largest
features of a projected image are typically visible to most of the audience. The key
limitation in publications is space -the number o f images the publisher is willing
to include. For lectures, it is advisable to be conservative in the number of images presen­
ted to avoid overloading the audience. Publications, however, represent the perma­
nent record of the project, and so all vital images should be included if at all possible.
This will require careful use of images, as often several points can be made with one
well-composed graphic, thus saving space. This also requires the proper choice of

76
publication venue: a report that is best presented with 300 images is better suited
for a monograph than a journal report.
Each venue of publication has different space constraints which influence the
choice and function of images. Journal articles are the most restrictive, and there
is generally only space for some contextual images and the most important
specimens. The first consideration when choosing a small number of specimens as
representatives o f a larger assemblage is, of course, which ones best exemplify the
salient points of the text and which give the most accurate impression of the com­
plete assemblage. With journal articles it is especially important to view all of the
final images as a unit. Ideally the reader should be able to grasp the important
concept from the graphics alone, and it is also useful if the text abstract and the
imagery compliment each other. Books are typically less restrictive than shorter
publications, and more images can generally be included. However, the larger num­
ber of images typically presented in a book presents more of an organizational
challenge, in terms of how to arrange and group images in relation to the text.
Here again, there is no one best solution for the tremendous variety of publications
on bone modification, but the key point is that the organization of the images
(and their presentation in general) requires careful thought.
For any type of publication, it is important to check carefully the proof versions
o f images and captions. Images can be printed improperly (e.g., at the wrong scale
or resolution); captions are often overlooked in the proofreading process; images can
be placed at the wrong place in the text; and images and captions can be shuffled.
Another common source of error is for the text to refer to the wrong image number
(e.g., text reads “see figure 6” when the reference should really be to figure 5). This
should be checked carefully both prior to submission and in the proof stage.

C a se s t u d ie s

There is no single methodological “recipe” that will guarantee good results for all
bone modification studies. Instead, the general principles outlined above should
be adapted to the particular specifics o f the project at hand. The characteristics
of the skeletal samples, the hypotheses to be tested, the time available for the project,
the background and interests of the researcher(s), and the facilities and equipment
available for use will all influence the methods used. Here we present a selection of
case studies to illustrate how the general methodological considerations discussed above
were applied in particular circumstances. The range of possible projects is infinite,
so these case studies should be seen as illustrative, rather than comprehensive. Three
of the four case studies discussed involve hypotheses o f cannibalism, only because that
is a particular focus of our work. In presenting the case studies, we focus on the me­
thods used, rather than the actual results and conclusions, for which the cited refe­
rences can be consulted.

77
Mancos, Colorado

The prehistoric site of Mancos 5M TUM R-2346 from southwestern Coiorado pro­
vides a good example of how the analysis of a bone assemblage can lead to insights
about prehistoric behavior. The entire study is presented in detail by White (1992),
but the general analytical methods outlined there and below can be fruitfully applied
in many archaeological and paleontological studies of bone modification.
The Mancos assemblage comprised more than 2,000 fragments of bone that
had been recovered during salvage archaeological operations at an Anasazi dwelling
site dated to around 1100AD. Once the bone fragments had been washed and
individually labeled, they were segregated by element, side, maturity, and taxon.
After this sorting, 2106 specimens were determined to be human. Each specimen
was checked for evidence of recent (as opposed to ancient) fracture. Where fracture
surface characteristics showed unequivocally that there had been a recent break (usually
during excavation or transport), this surface was checked against all appropriate spe­
cimens (same taxon, element, side, maturity) to find the missing part. These re­
cent breaks were then glued together. This procedure insured that the collection to
be analyzed was as close as possible to the original assemblage that had been found
at the site.
A maximum conjoining (refitting) exercise was then performed on the entire
assemblage. At the end of this work, the remains were as close to their pre-breakage
condition as was possible. Individual aging of the specimens was conducted, and
observations on the maximally conjoined assemblage were made to assess and record
patterns of modifications related to perimortem trauma. After assessment of biolo­
gical features and perimortem alteration patterns in the maximally conjoined state,
all temporary joins (held with masking tape) were separated. The refitting exercise
was very time-consuming, but revealed much about anatomy and behavior at the
Mancos site (White, 1992).
First, the minimum number of individuals was estimated for the overall assem­
blage (n = 29) and for each element. The assemblage was then analyzed from a biolo­
gical perspective, with all individual ages, pathologies, and artificial deformations
documented for each specimen. Each specimen was then subjected to a comprehen­
sive set of observations related to bone modification. By integrating the physical
anthropological dataset with the bone modification results, detailed insights into
the past became possible. The large amount of data generated by the analysis of
bone modifications was entered into computer databases. Observations were made
for the attributes listed in Appendix 2. This is a very comprehensive listing, and a recom­
mendation was made (White 1992 Appendix 3) that any analysis of an assemblage
thought to be at least partly the product of hominid activities include recording
of the following attributes:
• Specimen number
• Conjoining set number
• Provenience
Faunal analyst identity
Side
Fragmentation
Element
Individual age
Intact external surface percentage
Perimortem fracture
Internal vault release
Inner conchoidal scars
Crushing
Percussion pits
Adhering flakes
Peeling
Cutmarks
Chopmarks
Polish or pot polish
Intentional scraping
Percussion striae
Rodent gnawing
Carnivore damage
Burning

White (1992) provides a full discussion and description of what these attributes
are and how they might be recorded in other zooarchaeological assemblages. When
the data recording on the Mancos project as completed, many of the bone modi­
fications were recorded via film photography and SEM imaging. These data were
then published in book form (White 1992).

Navatu, Fiji

The bone modifications in a prehistoric skeletal sample from the site of Navatu,
Fiji, were evaluated to test a hypothesis of cannibalism (DeGusta 1999). Multiple
taxa were represented in the large (circa 2,000 specimens) and very fragmentary
sample. Human remains were only one component of the fauna, representing about
25% of the remains. Only a randomly selected portion of the circa 1,000 fish speci­
mens were analyzed, to maximize the return of data relevant to the hypothesis
relative to the time invested (as discussed above). It was crucial, however, to check the
taxonomic identifications for all remains labeled as “fish”, since a number of mam­
malian specimens, including a complete human distal phalanx, were recovered from
the “fish” fauna. In general, the taxonomic sort between human and non-human should
be given careful attention, especially in fragmentary assemblages.
The fragmentary and multi-species nature of the assemblage indicated that
taking data on the full “Mancos” set o f bone modification categories would likely

79
be inefficient. The Mancos data sheet, as discussed above, was developed for an
effectively “human-only” assemblage, which was substantially more intact than
the Fiji sample, where the focus was on cross-taxa comparisons. As such, a reduced
set of modification types was derived from the Mancos set. This is presented in Appendix
C. Even so, the direction o f error was toward inclusion: better to include a category
of modification which is not actually encountered, than to exclude potentially infor­
mative modifications.
The data were originally recorded on paper data sheets and then entered into
a FileMaker Pro™ database. This was due, in part, to the lack of an appropriate
computer in the facility where the bones were and the investigator’s lack of a por­
table computer. However, experimentation also showed that it was much faster to
record the data on paper, since this could be done easily with one hand (while the other
held the bone). In addition, it requires a key press to move between the fields o f a
computer database, which would have been cumbersome in this case, since only a
few fields typically merited entry for any given specimen. On the other hand, the
paper records had to be entered into a database for subsequent analysis, which
required time. The best method, as usual, depends on the circumstances, and the
choice made here is discussed only to illustrate some of the options and conside­
rations.
The Fijian sample came from two distinct contexts. Most o f the sample was
from a “midden”, or prehistoric trash heap. This was the fragmentary multi-species
material, including human remains thought to have been cannibalized. The rest
of the sample was from spatially distinct formal human burials. These were relatively
intact human skeletons. The hypothesis o f cannibalism required comparing the
modification data for the midden human remains with those for the formal human
burials (to evaluate the possibility of a non-cannibalistic mortuary practice being
responsible for the modifications). As such, the unit of analysis for all the remains
was the specimen, or individual piece of bone. This is not the typical approach to
relatively intact skeletons, where the individual is often the unit o f analysis (e.g.,
in paleopathological studies). But the specifics of the sample and hypothesis to be
tested indicated that this was the necessary approach. As it turns out, the evaluation
of the burials on a “piece by piece” basis made for easy comparisons with the midden
material, so it was clearly the right choice under the circumstances.
The cutmarks seen in this Fijian sample are typically shallow, though diagnos­
tically clearly cutmarks. This is perhaps due to the use of shell and/or bamboo kni­
ves, rather than stone tools (DeGusta 1999). However, this trend only became apparent
as data was being gathered on the collection. As such, the scoring of cutmarks
(and percussion pits) was done differently than other modification types. Namely,
all specimens that might potentially have that modification were set aside. Then,
in a single round of analysis, a final determination was made as to which o f those
specimens bore cutmarks. This helped insure that the determination was made
consistently throughout the entire collection, since the relevant specimens could
be directly compared. Given the size of the collection, it took months to gather
the data for all the remains. This raises the possibility that recognition criteria for
various modifications may “evolve” over time, as the investigator’s familiarity with
the materials increases. For most modifications, the existence of written standards
(and frequent reference to them) solved this problem. But the special nature of
the cutmarks required a similar modification to the “standard” approach in this
case.
Other methodological considerations specific to this sample were the access
constraints: the “midden” material was on loan from the holding museum, while the
“burial” material was still held in the museum, and thus access to the “burial” mate­
rial was much more difficult. This emphasizes the need, if at all possible, to have all
the materials to be analyzed (preferably, all the bones from the site) in a single place.
The common practice of taxonomic segregation and dispersal (e.g., the fish remains
to the fish specialist, the bone tools to the archaeologist, etc.) hinders studies of bone
modification, and makes it difficult to check the initial taxonomic identifications
(which are bound to be in error in at least some cases).

Moula-Guercy, France

The cave site of Moula-Guercy in the Ardeche region of France has yielded strong
evidence for cannibalism among Neanderthals (Defleur et al. 1999). The bones from
this cave derive from an on-going excavation of a very rich site. This raised the ques­
tion of when to conduct the analysis. If analysis were only undertaken when the site
was completely excavated, this would delay the presentation of the research findings
by more than a decade. In addition, the continued funding of excavations is usually
contingent on such fieldwork producing results, in the form of publications. In this case,
once a large sample of both Neanderthal (about 80 specimens) and macro-mam­
malian fauna (about 1,500 specimens) were obtained, it was deemed an appropriate
time to analyze the modifications to these remains to test the cannibalism hypothesis.
There is no general rule to guide such decisions, and we mention the issue only to
illustrate that it needs to be considered.
We initially used traditional analog photography and SEM analysis of selected
specimens to document the modifications to the Moula-Guercy remains prior to
their publication in the journal Science (Defleur et al. 1999). Subsequent to the initial
imaging of the Moula remains, they were photographed with a digital camera to illus­
trate the advances made possible by digital imaging technology (Gilbert and Richards
2000). The close-up digital images cover a larger field of vision than the SEM images,
with improved contrast.

Sky Aerie, Colorado

During a Mancos-style analysis of a sample of skeletal remains from the prehistoric


(circa AD 1025) Native American site of Sky Aerie, Colorado, a mandible with an
unusual conical pit in the worn occlusal surface of the right canine (White et al.

81
1997) was examined. The morphology of the pit, particularly the internal striations,
suggested that it was human-induced. To assess this possibility, we carried out an
experimental replication experiment. We manufactured an obsidian drill and drilled
a hole in a modern human canine with similar occlusal wear. We then compared the
morphology of the prehistoric pit with the experimental pit, used both microsco­
pic observation and SEM imaging (though, subsequent to the initial analysis, im­
proved images were obtained via digital imaging, as discussed in Gilbert and Richards
2000). Based on those comparisons, and other considerations, we concluded that
the pit was human-induced, most likely in a dental operation to treat an associated
abscess and/or caries (White et al. 1997). The methodological approach used in this
case differs dramatically from those of the other case studies mentioned here. This
is to illustrate that the methods used must, in every case, be driven by the hypotheses
being tested. In addition, it emphasizes the important role of modern actualistic research
(whether experimental or ethnoarchaeological) in understanding prehistoric skeletal
assemblages.

C o n c l u s io n

We have attempted to provide a thorough overview of the methods involved in


studies of bone modification. While there are general principles to follow, and issues
to consider, there is no one methodological “recipe” that will produce a good result,
as illustrated by the different approaches taken in the various case studies presented
above. The key, however, is to give serious, careful thought to the question of what me­
thods to use for the project at hand. This involves both “scientific” considerations
(ie.g., which hypotheses to test with what sort of data) and “practical” considerations (e.g.,
how to image the remains, what type of database to use, etc.). But every methodolo­
gical decision made will influence the final result, for good or for ill. If we want to
better understand the behaviors, cultures, and environments of prehistoric people,
we need to pay close attention to methods of studying bone modification.

R efer en ces

C ook , D. C. and D ougherty S. P.


2001 “Row, row, row your boat: Activity patterns and skeletal robusticity in a series from
Chirik Island, Alaska”, A m erican Jo u rn al o f Physical Anthropology 32 (suppl.): 53.

D efleur, A., W hite T., V alensi P., S limak L., and C régut-B onnoure E.
1999 “Neanderthal cannibalism at Moula-Guercy, Ardèche, France”, Science 286: 128-131.

D e G usta, D.
1999 “Fijian cannibalism: Osteological evidence from Navatu”, American Jou rn al o f Physical
Anthropology 110: 215-241.

82
G ilbert, W. H. and R ichards G. D.
2000 “Digital imaging ofbone and tooth modification”, The NewAnatomist 26\: 237-246.

L yman, R. L.
I994 Vertebrate Taphonomy, Cambridge University Press, Cambridge.

S hipman, P.
1981 “Applications o f scanning electron microscope to taphonomic problems” , Annals
of the New York Academy of Sciences 376: 357-385.

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1992 Prehistoric Cannibalism atMancos 5MTUMR-2346, Princeton University, Princeton,
Nueva Jersey.
2000 Human Osteology, Second Edition, Academic Press, San Diego, California.

W hite , T. D., D e G usta D., R ichards G. D. and B aker S. G.


1997 “Brief Communication: Prehistoric dentistry in the American Southwest: A drilled
canine from Sky Aerie, Colorado”, AmericanJournal of Physical Anthropology 103:
409-414.

83
A p p e n d ix a
How TO MAKE A “ PEEL” MOLD AND CAST

The molds typically used to replicate bone modifications are called “peels”. They
are generally flat (approximately two-dimensional) and produce casts with one im­
pression side and one blank side. Most bone modifications are small enough that
large, two part molds are not necessary. The molding agent we use is President Jet
Plus Molding compound, made by Coltene of Switzerland, though other molding
products are available. The first step in molding is to prepare the surface of the speci­
men. It must be cleaned of dirt and other debris, but thought should be given as to
whether original matrix should be removed, as such matrix cover over modifica­
tions can provide information about the timing of the modification (for example,
constituting proof that the modification is ancient rather than recent).
Specimens with fragile surfaces should not be molded. Apply the molding
compound to the area of the specimen to be molded and let it set. Peel off the mold
and build a wall around its edge to contain the epoxy that will be used for making
casts. It is a good idea to make two molds if time permits. Experimenting with a few
“test” molds (and casts) is also recommended prior to making replicas o f impor­
tant specimens.
Casting is more difficult than molding, with keeping bubbles out of the epoxy
being the biggest challenge. For this step many things are necessary: Epoxy (Four
to One, Tap Plastics), a vibrating platform, plastic syringes, mixing cups, a vacuum
pump and chamber, and small flat sheets of wood or another rigid substance. Although
the working time of epoxy is greater than with plaster, it is very difficult to remove
all of the bubbles. This means that, just as with plaster, care must be taken to avoid
premature setting (onset of catalysis). The high surface tension of epoxy bubbles
makes them resistant to bursting even when vibrated vigorously. Care should be
taken at every step to avoid introduction of bubbles, especially when stirring.
Attach a few molds to each small wooden sheet with a drop of President Jet.
Make sure that there is enough of a levee built up on each of the peels so that the
epoxy will cover the entire specimen surface without running out the sides; even a
small hole will cause problems. The pieces of wood make the molds rigid, allowing
them to be manipulated more easily throughout the procedure. Designate four work
areas: a vacuum chamber area, a pigment and epoxy mixing area, a vibrator area, and
a curing area. Place a table-protective covering under each area and prepare each
for operation before mixing epoxy.
Cut the tips off of two plastic syringes. Mark two cups with the appropriate
ratios of epoxy components (4 parts resin to 1 part hardener). Lay out the pigments
you will use. Carefully pour the resin into its cup without introducing bubbles. Add
the pigment and fold the mixture slowly on the vibrating platform. Pour the har­
dener into the second cup. Try to eliminate bubbles in both components by vibra­
ting each separately before they are mixed. Use a syringe to add the hardener to
the resin/pigment mixture without introducing bubbles. Mix the epoxy on the
vibrating platform with a stick, quickly but carefully. When the two are completely
mixed, place the cup in the vacuum chamber and vacuum for five minutes, or until
the foam of bubbles on the surface deflates, whichever is first. It is important the
mixture not cure in the vacuum chamber so do not exceed five minutes, especially
if the room is hot. Upon removing the epoxy from the vacuum chamber, imme­
diately place it on the vibrating platform, allowing the bubbles that surface to pop
if possible. Remove the epoxy from the vibrating platform and decrease the intensity
of vibration.
Make sure the vibrating platform is set to a low speed, hold the molds (affixed
to the small sheet of wood) on the vibrating platform and slowly pour the epoxy
into one side of the mold. Be careful to not trap air anywhere in the mold, and be
sure that the whole specimen surface of the mold is covered. Keep the mold on the
vibrating platform until bubbles no longer rise to the surface. Place the poured molds
in a safe place for approximately eigth hours. Curing time will vary significantly
with room temperature.
If the cast is to be used for photography, a thin coating of matte white ammo­
nium chloride will improve the resulting image quality. Needed for this step are the
following: a fume hood, a Bunsen burner, a glass pipette with a rubber squeeze bulb
on one end, ammonium chloride crystals, a pipette holder, and a stage that can posi­
tion the specimen at about the height of the Bunsen burner. Carefully remove the cast
from its mold and place it on the stage about 10cm from the Bunsen burner, under
the fume hood. Place a pinch of ammonium chloride crystals in the middle of the pi­
pette, light the burner, and heat the crystals. When the ammonium chloride vaporizes
squeeze gently on the bulb to lightly coat the specimen. Do not over apply. Once
the specimen is coated do not touch it, for the ammonium chloride will rub off easily.
The ammonium chloride should be removed from the specimen prior to archiving
as it will produce trace amounts of hydrochloric acid over decades.

85
A p p e n d ix b

T he “m a n c o s ” b o n e m o d if ic a t io n data sh e e t

Only the data fields are listed here. For the definitions, scoring, and related methodological consider­
ations, see White (1992).

1. Site name
2. Burial number
3. Specimen number
4. Side (R, L, B = if midline, or I = indeterminate) ___
5. Fragmentation (W or F) ___
6. Element (T.W. code) ___
7. Age (00 - 99, AD, IM, and ?? = indeterminate) ___
8. Taxon (I = indeterminate, H = H. sap.) ___

Enter 9-14 onlyfor specimens not identifiable byfaunal analyst


9. Side (R, L, B = if midline, or I = indeterminate)
10. Fragmentation (W or F) ___
11. Element (T.W. system) ___
12. Age (00 - 99, AD, IM, and ?? = indeterminate) ___
13. Taxon (I = indeterminate, H. = H. sap.) ___
14. Conjoining set number
15. Intact outer cortex (0-100% ) ___
16. Rolling or polish (+, -, or P = pot polish) ___
17. Weathering (0-5, see code) ___
18. Preparation damage (+ or -) ___
19. Random striae (+ or -) ___

Enter 20-22for identifiable appendicular specimens


20. Element portion (see code, «1» if 6 is indet.)
21. Shaft circumference (1, 2, or 3, see code) ___
22. Shaft length (1, 2, or 3, see code) ___
2 3. Modern fracture (+ or -) ___
24. Ancient fracture (+ or -) ___
2 5. Fracture time indeterminate A or-) ___

Enter 26-28for cranial vault only


26. External vault release (+ or -) ___
27. Internal vault release (+ or -) ___
2 8.Sutural release (+ or -) ___

Enter 29-36for fractured shafts only


2 9. Proximal fracture modern (+ or -) ___
3 0. Proximal fracture ancient (+ or -) ___
31. Proximal fracture indet. (+ or -) ___
32. Proximal fracture indet. (see code) ___
3 3. Distal fracture modern (+ or -) ___
34. Distal fracture ancient (+ or -) ___
3 5. Distal fracture time indet. (+ or -) ___
36. Distal fracture pattern (see code) ___

86
37. Outer conchoidal scars (No.)
38. Inner conchoidal scars (No.)
39. True bone flake ( + o r -)
40. Incipient fracture cracks (No.)
41. Crushing (+ or -)
42. Percussion pits (No.)
43. Adhering flakes (No.)
44. Peeling (+ or -)

45-98: Enter (-) where not applicable, and (0) i f not present
4 5 . Proximal shaft cuts (No.)
46. Distal shaft cuts (No.)
47. Cuts on bone ends (No.)
48. Midshaft cuts (No.)
49. Cuts on nonlimb elements (No.)
50. Proximal shaft chopmarks (No.)
51. Distal shaft chopmarks (No.)
52. Chopmarks on bone ends (No.)
53. Midshaft chopmarks (No.)
54. Chopmarks on nonlimb elements (No.)
55. Proximal shaft scrapemarks (+ or -)
56. Distal shaft scrapemarks (+ or -)
57. Scrapemarks on bone ends (+ or -)
58. Midshaft scrapemarks (+ or -)
59. Scrapemarks on nonlimb elements (+ or -)

60-64: Percussion striae can be anvil- or hammer-related


60. Proximal shaft percussion striae (+ or -)
61. Distal shaft percussion striae (+ or -)
62. Percussion striae on bone ends (+ or -)
63. Midshaff percussion striae (+ or -)
64. Striae on nonlimb elements (+ or -)

Enter 65-80for mammalian chewing damage


65. Proximal shaft tooth scratches (No.)
66. Distal shaft tooth scratches (No.)
67. Tooth scratches on bone ends (No.)
68. Midshaft tooth punctures (No.)
69. Scratches on nonlimb elements (No.)
70. Proximal shaft tooth punctures (No.)
71. Distal shaft tooth punctures (No.)
72. Tooth punctures on bone ends (No.)
73. Midshaft tooth punctures (No.)
74. Punctures on nonlimb elements (No.)
7 5 . Proximal shaft tooth pits (No.)
76. Distal shaft tooth pits (No.)
77. Tooth pits on bone ends (No.)
78. Midshaft tooth pits (No.)
79. Tooth pits on nonlimb elements (No.)
80. Rodent gnawing (+ or -)

87
Enter 81-85 for evidence o f thermal alteration (burning)
81. Proximal shaft discoloration (+ or -)
82. Proximal shaft exfoliation ( + o r -)
83. Proximal shaft cracking/crazing (+ or -)
84. Distal shaft discoloration ( + o r -)
85. Distal shaft exfoliation (+ or -)
86. Distal shaft cracking/crazing (+ or -)
87. Discoloration on bone end ( + o r -)
8 8. Exfoliation on bone end ( + o r -)
89. Cracking/crazing on bone end (+ or -)
90. Discoloration at midshaft (+ or -)
91. Exfoliation at midshaft (+ or -)
92. Cracking/crazing at midshaft (+ or -)
93. Discoloration: nonlimb elements (+ or -)
94. Exfoliation: nonlimb elements (+ or -)
95. Cracking: nonlimb elements (+ or -)
96. Shaft splinter length (in mm)
97. Shaft splinter breadth (in mm)
98.Splinter cortex thickness (max., in mm)

88
A p p e n d ix c
T h e “ f iji ” b o n e m o d if ic a t io n d a t a s h e e t

Only the data fields are listed here. For the definitions, scoring, and related metho­
dological considerations, see DeGusta (1999) and White (1992). Additional
“analytical” fields were created in the database after the data were gathered. For example,
a field “Human?” (coded either Y or N) was added to the database to permit easy
searches for the human remains.

Site
Level (should split into multiple fields for upper limit, lower limit, etc.)
Specimen Number
Conjoining Number
Taxonomic Class
Original Taxonomic Id
Taxon
Element
Side
Age
Fragmentation:
Intact Outer Cortex
Element Portion
Shaft Circumference Intact
Shaft Length
Weathering
Preparation Damage
Random Striae
Fracture - Modern
Fracture - Ancient
Fracture - Indeterminate
Cutmarks
Burning
Internal Vault Release
External Vault Release
Sutural Release
Inner Conchoidal Scars
Outer Conchoidal Scars
Incipient Fracture Cracks
Crushing
Percussion Pits
Percussion Striae
Adhering Flakes
True Bone Flakes
Peeling
Polish
Toothmarks (should split into separate fields for rodent, carnivore, and indet)
Photograph Needed?
X-Ray Needed? (probably not necessary)
SEM Needed?
Very Important Specimen?
Comments

89
P r o b l e m a s r e l a t iv o s a l e s t u d i o t a f o n ó m ic o
DE LOS ENTIERROS MÚLTIPLES

Gregory Pereira
Centre National de la Recherche Scientifique, Nanterre, Francia

I n t r o d u c c ió n

El estudio de los entierros múltiples o colectivos, como de cualquier otro conjunto


funerario, tiene como propósito la restitución de las costumbres funerarias a partir
del análisis de los vestigios arqueológicos y osteológicos encontrados en las sepultu­
ras. Sin embargo, los depósitos que contienen grandes cantidades de restos humanos
entremezclados exigen el uso de métodos específicos, adaptados a tales casos. Más aún
que en otros contextos funerarios, los datos osteológicos y tafonómicos ocupan un lugar
fundamental para quien trata de desarmar esos grandes rompecabezas.
Al respecto, nos parece importante recordar que lo que llamamos entierro múl­
tiple abarca una amplia gama de prácticas mortuorias. El término “múltiple” sólo
se refiere al aspecto cuantitativo del depósito (al número más o menos elevado de
individuos que lo integran). En cambio, su proceso de formación puede obedecer a
comportamientos socio-culturales muy diversos. En este sentido, no podemos dejar
de mencionar la gran variedad de interpretaciones que se ha dado a dichos depósitos.
Como ejemplo, basta recordar la reciente polémica que generó una de las tumbas más
famosas de Mesoamérica: la Tumba 7 de Monte Albán. Los restos humanos que contenía
fueron considerados primero por Caso (1969) como correspondientes a un entierro
secundario. Sin embargo, esta idea fue discutida hace unos años por McCafferty y
McCafferty (1994), quienes propusieron que el estado en el cual Caso encontró las
osamentas se debía a la dislocación in situ de entierros primarios. Últimamente,
Middleton et al. (1998) pusieron en tela de juicio las interpretaciones anteriores: ellos
explicaban que el estado en el cual se encontraron los restos humanos era el producto
de una reutilización sucesiva de la misma tumba.
El caso de la Tumba 7 demuestra cuán delicada es la interpretación de tales contex­
tos. Como lo vamos a ver, esta dificultad no está solamente relacionada con la comple­
jidad y la variabilidad intrínseca de los contextos colectivos, sino que también está
estrechamente vinculada con la cualidad del registro en el momento de la excavación
y con los métodos empleados en el análisis de laboratorio. Nuestro propósito es pro­
poner criterios tafonómicos y herramientas metodológicas que permitan diferen-
ciar el proceso de formación y la estructura de esos conjuntos cuya interpretación
inmediata resulta difícil. Para ilustrar nuestra presentación, usaremos materiales pro­
cedentes de dos sitios michoacanos del periodo Clásico: el sitio de Guadalupe que
se encuentra en la cuenca de Zacapu y el de Tingambato ubicado cerca de Uruapan.

Las diferentes formas de depósito

Como lo hemos mencionado anteriormente, los entierros colectivos pueden ser el resul­
tado de tratamientos y comportamientos socioculturales muy variados. Antes de
discutir los problemas metodológicos que implica el estudio de dichos contextos, quisié­
ramos presentar los principales tipos de depósito que se pueden encontrar (figura 1),
haciendo hincapié en sus características tafonómicas.
1 . El depósito prim ario simultáneo corresponde a la acumulación de una gran
cantidad de cadáveres que fueron sepultados al mismo tiempo. Ese tipo de depósito
se relaciona con contextos de mortalidad excepcionales, ya que implican el deceso
de muchos individuos en un periodo muy corto. Puede estar relacionado con epide­
mias, catástrofes naturales, matanzas o sacrificios a gran escala. Durante la excavación,
ese tipo de depósito aparece bajo la forma de una acumulación de esqueletos que conser­
van la mayoría de sus relaciones anatómicas. La superposición de elementos en conexión
anatómica -en particular las articulaciones que se destruyen primero durante el
proceso de descomposición del cadáver—atestigua la contemporaneidad de depósito
de los cuerpos (cfr. Duday etal. 1 990: 46, 1 9 9 7 : 1 21). Sin embargo, también se puede
registrar la presencia de dislocaciones debidas a la descomposición simultánea de
cuerpos sobrepuestos: los elementos óseos ubicados en la parte superior del depósito
tenderán a caer en los vacíos liberados por la descomposición de los cadáveres ubicados
en la base (op. citó).
2. A diferencia del caso anterior, ios depósitos prim arios sucesivos están rela­
cionados con una utilización del sepulcro durante un periodo largo. Se trata de una
sucesión de depósitos primarios en el mismo espacio. Se vuelve a abrir el sepulcro cada
vez que fallece una persona, de tal forma que los nuevos depósitos generan perturba­
ciones y desplazamientos en los sujetos depositados anteriormente y cuyos restos se
encuentran en un estado de descomposición más o menos avanzado. Muy a menudo,
los huesos son removidos y acumulados en alguna parte de la tumba para dejar espacio
al nuevo difunto. En ese caso es común que los huesos más chiquitos (extremidades,
vértebras, etc.) permanezcan en el lugar del depósito original, mientras que las piezas
más voluminosas (cráneo, grandes huesos largos, pelvis) estén desplazadas. Cuando la
remoción resulta parcial es frecuente también que ciertos segmentos del esqueleto per­
manezcan en relación anatómica en su lugar de origen. En todo caso, en los depósitos
primarios sucesivos, las perturbaciones observadas en el orden anatómico son el resul­
tado de una remoción interna de la sepultura definitiva, lo que marca una diferen­
cia fundamental con los depósitos secundarios.
3. Otro tipo de entierro colectivo corresponde a los depósitos secundarios u osa­
rios. Para no retomar la forma en que se suele emplear el término “secundario” en la

92
Depósitos primarios
sucesivos

Desplazamiento de los restos óseos

^ movimientos internos

introducción de material
óseo desde el exterior

Figura 1. Representación esquemática de los diferentes tipos de entierros múltiples.

93
arqueología mexicana (Romano 1974: 89), nos parece importante distinguir las re­
mociones internas del sepulcro (como es el caso de los depósitos primarios sucesi­
vos) de aquellas otras que implican un traslado de los huesos. Al igual que otros
autores (Ubelaker 1974: 8; Masset 1987: 113; Duday et al. 1990: 43; Duday 1997:
118-119; Middleton et al. 1998: 298), limitaremos el uso del término secundario a
esos rituales en los cuales el depósito definitivo se efectúa después de un proceso de des-
carnamiento parcial o total, natural (descomposición) o artificial (cremación, descar-
namiento y desarticulación por medio de instrumentos cortantes), ocurrido en otro
lugar. Eso implica un traslado de los restos óseos durante una segunda etapa y su acu­
mulación dentro de un osario. La formación del osario puede ser progresiva (depó­
sitos sucesivos) o bien deberse a un evento único (depósito simultáneo). También se
pueden distinguir los depósitos secundarios selectivos, en los cuales sólo se recogió
algún hueso específico (cráneo, fémur), de los depósitos no selectivos, donde no aparece
un tratamiento diferenciado intencional. De manera general, los depósitos secundarios
se caracterizan por la ausencia de conexiones. No obstante, el traslado de los huesos
hacia la tumba definitiva no impide la posibilidad de que ciertos segmentos anató­
micos se encuentren todavía articulados, ya que, como lo explicaremos, algunas articu­
laciones pueden conservarse mientras lo demás esté dislocado. Falta señalar que los
tratamientos secundarios pueden presentar distorsiones importantes en la represen­
tación relativa del esqueleto: los huesos de tamaño pequeño, que fácilmente se “pierden”
en el transcurso de las manipulaciones, suelen ser poco representados a comparación
de los grandes huesos del esqueleto.
4. En fin, hay que considerar que puede encontrarse también toda una variedad
de depósitos mixtos en donde los tratamientos descritos anteriormente pudieron existir
en el interior de un mismo espacio sepulcral. Estos casos son seguramente los más difí­
ciles de entender.
La identificación entre estas diversas formas de entierros múltiples es raramente
posible a primera vista. En la mayoría de los casos es necesario recurrir a un análisis
meticuloso de las características del entierro antes de llegar a alguna conclusión. En
este trabajo propondremos varios métodos complementarios que permiten conocer
mejor los comportamientos mortuorios. En una primera parte presentaremos los
diferentes métodos empleados. Luego expondremos los resultados que su aplicación
ha permitido lograr en los entierros múltiples de Guadalupe y Tingambato.

A p u n t e s d e o r d e n m e t o d o l ó g ic o

El análisis cuantitativo

La cuantificación de los restos óseos es frecuentemente empleada por los arqueozoó-


logos, quienes elaboraron varios conceptos y métodos para así acercarse al signifi­
cado de los vestigios faunísticos. Este enfoque no ha sido desarrollado en igual medida
por los antropólogos físicos. Sin embargo, en el estudio de los entierros múltiples es

94
de gran importancia para entender el proceso de formación del depósito funerario. Bási­
camente, nos puede proporcionar información acerca de dos aspectos de los conjun­
tos estudiados:
-E l primero se refiere al número de individuos que fueron depositados. A partir
de la muestra ósea disponible, se calcula el número mínimo de individuos (NMI).
Como lo ha subrayado Poplin (1976), esta cifra no es más que una aproximación del
número inicial de individuos (NII)1 y del número real de individuos (NRI).2 La dife­
rencia entre el NM I y el NII y NRI -que suele ser proporcionalmente más impor­
tante cuanto más aumenta el número de individuos involucrados en la muestra—se
explica por dos factores principales: a) la destrucción del material óseo en la tierra y
b) la confusión generada por la mezcla de las piezas anatómicas de diversos indivi­
duos. Como lo indican varios autores, existen diferentes maneras de calcular el NM I
(Poplin 1976; Lyman 1994). Se puede solamente tomar en cuenta las cifras propor­
cionadas por el elemento esquelético mejor representado de la muestra. Por ejemplo,
si el mejor resultado es proporcionado por los húmeros derechos y es de 20, NMI =
20. Esta forma es la más segura, pero es posible mejorarla si pensamos en criterios de
edad que permiten “individualizar” algunos sujetos. Tomando otra vez el ejemplo de
los húmeros, si entre los 20 derechos, 15 son adultos y cinco son infantiles, y si existen
18 izquierdos entre los cuales siete son infantiles, se puede considerar que NMI = 22
(=15 húmeros adultos derechos + 7 húmeros infantiles izquierdos). Aspectos como el
sexo o la robustez también pueden ser usados para diferenciar los sujetos. Sin embargo,
por depender de criterios más subjetivos, el uso de estos rasgos no nos parece conve­
niente cuando la muestra incluye muchos sujetos (más de cinco). En cambio, puede
ser útil en el caso de los entierros que contienen pocos individuos.
-E l segundo aspecto importante que se puede estudiar a través de un enfoque
cuantitativo se refiere a la representación relativa de las diferentes partes del esque­
leto. Los arqueozoólogos han desarrollado ampliamente este enfoque con el fin de
inferir los comportamientos cinegéticos y culinarios de las sociedades antiguas
(Binford 1978; Lyman 1994: 223-293). Se ha planteado por ejemplo que las dife­
rencias de representación podían deberse a tratamientos diferenciales en el momento
del descuartizamiento de los animales, el traslado del área de matanza al de consumo
(Binford, 1978) o el aprovechamiento culinario o económico del esqueleto (Lyman
1994: 294-353). Obviamente, se ha tratado de entender los factores tafonómicos natu­
rales que podían influir en la conservación diferencial (incidencia de los carnívoros,
intemperización, diagénesis). La unidad de medida que más conviene para este tipo
de estudio es el Número Mínimo de Elementos (NME) que es una estimación de núme­
ro mínimo de individuos calculada a partir de una sola parte del esqueleto (Lyman
1994: 102).
Salvo en el caso del canibalismo, en que el tratamiento de los restos humanos
se asemeja al de los animales de consumo (Villa etal. 1986; White 1992), es evidente
1El número de sujetos que contribuyeron a la muestra arqueológica, aun si algunos ya no están representados
en el material estudiado.
2 El número de sujetos que están representados al menos en un resto de la muestra.

95
que no se pueden interpretar las variaciones en la representación de las piezas esque­
léticas según los esquemas de la arqueozoología. En el contexto funerario son objeto
de un depósito intencional que obedece a reglas sociales y culturales muy distintas de
las estrategias alimenticias y económicas mencionadas anteriormente. Sin embargo,
el estudio de la frecuencia de una u otra pieza ósea no deja de ser de gran interés para el
estudio de los comportamientos funerarios. Efectivamente, como ya lo hemos in­
dicado arriba, los tratamientos mortuorios son susceptibles de generar distorsiones
más o menos marcadas en la muestra ósea considerada. En los entierros primarios sería
lógico encontrar una representación relativamente pareja de las diferentes unidades
óseas, mientras que, en el caso de depósitos secundarios, ésta debería ser dispareja.
En cuanto al segundo caso, uno puede esperar que falten huesos pequeños como los
de las extremidades o de la columna vertebral que fácilmente pudieron ser
“olvidados” en el lugar del depósito primario. Estas lagunas también pueden afectar
otras partes más voluminosas del esqueleto voluntariamente excluidas del lugar de
inhumación definitivo, por razones inherentes al ritual funerario.
Evidentemente, este esquema es teórico y sería un grave error olvidar los demás
factores susceptibles de modificar la representación de las osamentas. El primero
de todos es la conservación diferencial de los huesos, cuyo origen es muy variado (Hen-
derson 1987; Van Vliet-Lanoé & Cliquet 1989). Obedece a factores intrínsecos como
la morfología y la densidad de cada pieza ósea, a los cuales se agregan factores extrínsecos
que pueden ser de tipo mecánico (de origen antrópicos y naturales), bioquímico,
climático. Antes de concluir que se trata de un tratamiento diferencial, hay que pregun­
tarse si algunos de estos factores pudo influir en la conservación de los huesos.
Con este fin, se debe considerar el estado de conservación general del material
analizado (fragmentación, erosión, huellas de raíces, alteraciones debidas a animales,
etc.) y averiguar si los huesos que hacen falta no son los que, por su estructura,
resultan ser los más frágiles. Por desgracia, a diferencia de lo que sucede con varias
especies animales (Lyman 1994: 235-258), son escasos los estudios sistemáticos
sobre la densidad estructural de los huesos que conforman el esqueleto humano
(Galloway et al. 1997). El trabajo de Waldron (1987) referente a la conservación
diferencial en contexto arqueológico es seguramente más útil para nosotros. Basán­
dose en los datos proporcionados por la excavación de un cementerio romano-britá­
nico, este autor analizó la representación relativa en una muestra de 88 individuos
adultos procedentes de entierros primarios individuales. Los datos obtenidos permiten
sacar conclusiones ilustrativas. Primero, es interesante observar que existe una dife­
rencia entre el NII (=88) y el NM I (calculado con el hueso coxal), que sólo alcanza
62. Por otro lado, las diferentes partes del esqueleto muestran notables diferencias
en cuanto a su conservación (figura 2). Huesos como el cóccix, los carpianos, el ester­
nón o las rótulas proporcionan las tasas de conservación más bajas3 (menos de

3 En la gráfica presentada en la figura 2 hemos calculado la tasa de conservación basándonos en el NMI


(62), y no en el NII (88) como lo hace Waldron. Tomamos tal decisión porque esta fórmula es más
adecuada para comparar esta muestra con las que proceden de entierros múltiples, donde sólo podemos
contar con el NMI.

96
40%). El tarso distal y el peroné están mejor representados pero su tasa no rebasa
el 50%. Los demás huesos del esqueleto proporcionan cifras que superan el 60%,
aunque muestran diferencias notables. Por ejemplo, piezas como la clavícula o los
metatarsos sólo alcanzan el 65%, mientras que el hueso coxal, los metacarpianos, la
mandíbula o el hueso temporal superan el 90%. Estas cifras son indicativas, pero sería
necesario repetir este trabajo en otras muestras del mismo tipo para afinar los resul­
tados. Otra limitante de importancia es que el autor no proporciona datos precisos
acerca del estado de conservación del material óseo, de las posibles perturbaciones
que pudieron sufrir los entierros así como de los métodos empleados para su excava­
ción. Dichos factores pueden efectivamente tener incidencias sobre la representación
relativa del esqueleto. Al parecer, las disparidades relevantes observadas indican un
estado de conservación bastante malo del material usado para este estudio. Por cierto,
si comparamos las tasas de West Tenter Street con las de la tumba colectiva de
Mournouards (figura 2), en la cual el carácter primario de los depósitos fue clara­
mente demostrado (Leroi-Gourhan et al. 1963), notamos que en este último caso
las diferencias no son tan marcadas.

W.T.S. Mournouards
100

i \ CN O >< O o
axis

c cd
e — cd !—
‘0 'O 3 t-
3 3 po u c
cd <u
'u cd
U cd
sO <U > “o- 3
cd "3 H u cd
'O -3
3
cd <u “ü 3o J3
u 6

Figura 2. Perfil osteológico realizado a partir de los datos procedentes de los sitios de West Tenter Street,
Grán Bretaña (según Waldron, 1987) y de Mournouards, Francia (según Leroi-Gourhan et al.,
1963). Adultos en contextos primarios. Nótese que en cuanto a las vértebras cervicales,
Waldron no proporciona cifras detalladas, razón por la cual no son representadas
estas dos categorías en el histograma de W. T. S.

97
Tampoco hay que olvidar que algunos comportamientos funerarios pueden
generar distorsiones notables. Por ejemplo, las costumbres que consisten en volver
a abrir el sepulcro para extraer algunas piezas óseas, como el cráneo, la mandíbula
o algún hueso largo, pueden generar subrepresentaciones de esas partes del esque­
leto, aun en contextos primarios (Duday 1987b: 95; Acosta 2000: 65). También hay
que considerar el cuidado con el cual se recuperan y trasladan los huesos en el caso
de los entierros secundarios. El uso de tal o cual tipo de continente puede influir sobre
la representación de los restos.
Para concluir esta sección es preciso poner énfasis, por un lado, en la necesidad
de cuantificar los restos óseos de forma sistemática y detallada, tomando en cuenta
no solamente los grandes huesos o las piezas completas sino también los huesos más
pequeños y los fragmentos. Por otro lado, resulta claro que la interpretación de los
datos obtenidos tiene que ser muy cautelosa y debe comprender otras características
del entierro como el estado de conservación del material estudiado y, sobre todo,
la organización in situ de los restos. Los dos puntos que vamos a desarrollar ense­
guida se refieren a este último aspecto.

L a s r e l a c i o n e s a n a t ó m ic a s

El análisis de las relaciones anatómicas es un elemento fundamental para el estudio


de los entierros en general, ya que proporciona informaciones únicas sobre el estado
en el cual se hallaban los restos humanos en el momento del depósito funerario y
sobre su evolución en el interior de la tumba (véanse Leroi-Gourhan etal 1963; Ubelaker
1974; Duday 1997). Como ya lo hemos mencionado, las conexiones anatómicas
son uno de los principales argumentos para distinguir los depósitos primarios o
secundarios. También por los conjuntos articulados se pueden rescatar datos básicos
como los que se refieren a la posición del cadáver o su orientación.
Si los puntos que acabamos de mencionar parecen bastante evidentes, su iden­
tificación e interpretación no lo son tanto.
-Primero existe un problema de registro. Efectivamente, si la identificación de
un esqueleto completo en posición anatómica en una sepultura individual no resul­
ta muy difícil, en contextos colectivos los conjuntos anatómicos pueden estar entre­
mezclados, ser parciales -representados a veces por pequeños segmentos del esqueleto—
o haber sufrido desplazamientos reducidos de los huesos que lo conforman, de tal
forma que es muy fácil que pasen totalmente inadvertidos durante la excavación si
los que la llevan a cabo no han integrado un conocimiento profundo de la anatomía.
-En el aspecto interpretativo se deben tomar en cuenta varios factores relacio­
nados con la tafonomía del cadáver. La conservación de una u otra relación anató­
mica no tiene el mismo valor si se trata de una articulación de tipo lábil o persistente.
Como lo han demostrado varios autores (Ubelaker 1974; Duday etal. 1990; Duday
1997), en el transcurso de la descomposición el orden en que se desintegran las articu­
laciones es muy variable, según la región anatómica considerada. Según Duday et

98
al. (1990: 31), se califican de “lábiles” las articulaciones que se destruyen rápido
durante el proceso de descomposición. Estas incluyen los huesos de las manos, los
extremos distales de los pies, las vértebras cervicales medias e inferiores (entre C3 y
C7), y la unión del omóplato con la caja torácica. Su presencia en el contexto estu­
diado sugiere que los individuos a quienes corresponden fueron traídos a la tumba
poco tiempo después de su deceso. En cambio, las articulaciones “persistentes”
suelen resistir mucho más tiempo a la descomposición por encontrarse unidas por
ligamentos más fuertes. Es el caso de la unión entre el atlas y el occipital, entre la tibia
y el peroné, el tobillo, la pelvis, las vértebras lumbares.4 La presencia de estos ele­
mentos aislados no implica forzosamente un depósito primario, puesto que el cadá­
ver podía carecer ya de la mayoría de sus partes blandas cuando los restos fueron
depositados en el sepulcro. No es posible entonces descartar la posibilidad de un depó­
sito secundario. Los osarios estudiados por Ubelaker (1974) en Nanjemoy Creek,
Maryland (Estados Unidos), son un ejemplo elocuente de este tipo de evidencia. En este
caso, se encontraron fosas que contenían una gran cantidad de restos óseos, muchos
de ellos formando segmentos corporales incompletos. El análisis cuidadoso del contexto
y los datos proporcionados por las fuentes etnohistóricas permitieron demostrar clara­
mente que estos depósitos eran el resultado de un ritual funerario en dos etapas: el
entierro en fosa colectiva se llevaba a cabo después de una primera etapa en la cual los
cadáveres eran expuestos al aire libre, sobre estructuras de madera. La ceremonia
de entierro colectivo ocurría cada 10 o 12 años independientemente del estado de
descomposición de los difuntos, lo que explica la presencia de segmentos corporales
más o menos completos.
A la luz de los elementos que acabamos de mencionar, resulta claro que la pre­
sencia de segmentos corporales en relación anatómica no es forzosamente el resultado
de un desmembramiento relacionado con alguna práctica sacrificial. Aun en el con­
texto mesoamericano, donde este tipo de tratamientos están claramente reportados
en las fuentes etnohistóricas e iconográficas, no nos parece razonable proponer este tipo
de interpretación sin que existan evidencias directas en los huesos como huellas de
corte en zonas articulares (Pijoan y Mansilla 1997).

E l a n á l i s is e s p a c ia l : e s t r u c t u r a e h i s t o r i a d e l d e p ó s i t o

La estructura interna de los entierros múltiples está estrechamente vinculada con


su historia. Más allá de las cuestiones relacionadas con el número de sujetos que los
conforman y el estado en que fueron introducidos en el sepulcro, se tiene que plan­
tear el problema de la duración y de los ritmos de uso del espacio funerario. Este
aspecto es particularmente importante en el caso de los entierros de depósitos suce-

4 Es preciso señalar que este orden es válido en condiciones ambientales intermedias (Duday 1997: 94).
En cambio, en condiciones que permiten la momificación, se ha notado cierta inversión en el orden
de destrucción de las articulaciones (Maureille & Sellier 1996).

99
sivos, en los cuales el estado en que se presentan las osamentas en el momento de
la excavación corresponde básicamente a la última etapa de uso. Es un estado final que
seguramente esconde una historia más compleja (Leclerc & Masset 1980). Sin em­
bargo, ese último estado no deja de conservar las huellas de sus estados anteriores o
de la forma en que se constituyó. Nuestro objetivo es descubrir la “estructura latente”
del depósito. Este concepto, que fue elaborado por Leroi-Gourhan (Leroi-Gourhan
& Brézillon 1972) acerca del análisis de los pisos habitacionales paleolíticos, no deja
de ser perfectamente adaptado para los contextos funerarios que analizamos aquí
{cfr. Gallay & Chaix 1994; Gallay 1986: 226-230). La estructura latente de un depósito
arqueológico se opone a la “estructura evidente” . A diferencia de esta última, integra las
características que no son inmediatamente perceptibles en el momento de la excavación
pero que pueden ser evidenciadas a través del análisis de sus componentes.
El análisis espacial constituye una forma muy provechosa de acercarse a esta dimen­
sión desconocida de los vestigios. Este camino, inaugurado de forma espectacular
por Leroi-Gourhan en contexto tanto funerario (Leroi-Gourhan et al. 1962) como
habitacional (Leroi-Gourhan & Brézillon 1972), implica el uso de dos herramientas
analíticas que son: a) la comparación de los modos de distribución de las diferentes
categorías de vestigios, b) el estudio de los desplazamientos sufridos por estos vesti­
gios mediante la búsqueda de relaciones entre elementos que pertenecen a un mismo
individuo.
En el ámbito estrictamente funerario, las propiedades intrínsecas de los restos
humanos permiten enriquecer las interpretaciones al abordar su distribución desde
varias perspectivas. Por ejemplo, se puede analizar la repartición espacial de los ves­
tigios cruzando datos anatómicos con criterios de sexo o de edad, con el objetivo
de averiguar si estas variables biológicas tuvieron un papel significativo en la orga­
nización del entierro. En varios casos, este enfoque ha permitido inferir tratamientos
diferenciales que no eran perceptibles a primera vista. Podemos citar el ejemplo de
la cueva neolítica de l’Aven de la Boucle, Francia, en la cual Duday notó que la
distribución de los huesos infantiles sugiere la existencia de una especialización zonal
interna relacionada con criterios de edad. Un sector específico de la cueva parece
haber estado destinado a los niños (Duday 1987b: 94). Otro caso interesante pro­
cede del sitio megalítico suizo de Petit Chasseur (neolítico), en el cual se ha notado
que la distribución de los mismos huesos infantiles y de los ornamentos de concha
era excluyente (Gallay 1986: 229-330), lo que sugiere que este tipo de adorno esta­
ba reservado a los adultos. Finalmente citaremos una vez más el trabajo de Ube-
laker (1974: 37-39) sobre los entierros colectivos de Nanjemoy Creek; el análisis
de distribución demuestra en él un tratamiento diferencial que depende de la edad
pero también del tipo de hueso. Mientras que los grandes huesos del esqueleto de
adultos y de niños se encontraban mezclados, las piezas pequeñas (pies, manos, vér­
tebras) mostraban diferencias marcadas relacionadas con la edad, patentes por su
distribución. A partir de este dato, Ubelaker propuso una reconstrucción referente a
la forma en la que se recuperaron y trasladaron los huesos desde el lugar en que estaban
originalmente expuestos los cadáveres: al parecer, los huesos grandes fueron recolec­
tados primero y juntados sin distinción, mientras que los huesos chicos fueron agru­
pados por separado, tal vez en un continente de material perecedero en el cual estaba
el cadáver. Esta evidencia permite suponer que, en el lugar de depósito primario,
los cuerpos estaban colocados de forma separada.
La organización del depósito también puede ser estudiada desde la perspectiva
de las relaciones osteológicas. El objetivo de este método es reconstruir los movi­
mientos sufridos por los restos de un mismo individuo en el interior del entierro.
El hueso humano ofrece una amplia variedad de posibilidades al respecto (Duday
1987a: 53). Al igual que páralos artefactos, se pueden establecer relaciones pegando
pedazos de un mismo hueso fragmentado. También se pueden establecer relaciones
de simetría entre los huesos pares del organismo, de contigüidad articular, de un mis­
mo estado de desarrollo óseo (especialmente para los restos infantiles), de un mismo
conjunto patológico (en el caso de las patologías articulares o de las enfermedades
de sistema). La representación planimétrica y estratigráfica de los resultados obte­
nidos aporta información interesante acerca del tratamiento de los restos humanos,
del grado de homogeneidad/heterogeneidad de los conjuntos óseos, de los
movimientos horizontales y verticales que las intervenciones sucesivas del hombre
han podido generar. Evidentemente, el éxito de este tipo de análisis está condicio­
nado por varios factores. Primero, depende del estado de conservación de los restos
óseos. Cuanto menos incompletos y erosionados estén los huesos, más fina y con­
fiable será la observación que permitirá asociar una u otra pieza ósea con un mismo
sujeto. Por otra parte, varios autores (Duday 1987a: 53; Villena I Mota et al. 1996)
han demostrado que algunas piezas óseas se prestaban mejor que otras para realizar
relaciones de simetría y de contigüidad articular. Las articulaciones sacro-coxal, as-
trágalo-calcáneo o inter-metatarsiana aportan buenos resultados. En cuanto a las
relaciones de simetría, los pequeños huesos como los del tarso, los metatarsos o las rótu­
las proporcionan mejores resultados por ser más fáciles de manipular por el observador
y fragmentarse menos que los grandes huesos. Finalmente, al igual que para
cualquier otro análisis espacial, la utilización de las relaciones osteológicas no es
posible si no se ha realizado un registro preciso y sistemático en el momento de la
excavación. En todo caso, el registro tridimensional es, sin lugar a dudas, el más
adecuado.

C a r a c t e r ís t ic a s g e n e r a l e s d e l o s c o n t e x t o s f u n e r a r io s p r e s e n t a d o s

Con el objetivo de ilustrar nuestra exposición, examinaremos aquí los resultados


obtenidos al aplicar los métodos que acabamos de presentar en dos contextos fu­
nerarios mesoamericanos: los entierros múltiples que fueron excavados en los sitios
de Tingambato y Guadalupe, Michoacán. La Tumba 1 de Tingambato fue explo­
rada en el marco de un proyecto dirigido por R. Piña Chan (Piña Chan y Oi 1982).
La Estructura Funeraria 1 de Guadalupe fue descubierta en el marco del proyecto
desarrollado por el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (c e m c a )

101
en el área de Zacapu. Fue excavada en 1986 por las arqueólogas M .C. Arnauld y
M.F. Fauvet-Berthelot (Arnauld et al. 1993).
Estos dos contextos muestran características comunes. Para empezar, están
fechados en el Clásico tardío, que corresponde a la fase Lupe (600-850 d C) de la
secuencia cronológica definida en la cuenca de Zacapu (Michelet et al. 1989). Por
otra parte, presentan similitudes en cuanto a la arquitectura: se trata de cámaras
funerarias de planta cuadrangular con muros de piedra, techo de lajas y entrada
lateral acomodada en una de las paredes. Dicha entrada permitía acceder a la tumba
por medio de unos escalones. El contenido de estas tumbas está conformado por
los restos óseos de varios individuos asociados con objetos de cerámica, obsidiana,
basalto, hueso, etc. Es interesante destacar que este tipo de tumba es característico
del Clásico tardío en el norte de Michoacán. Para el mismo periodo se han excavado
contextos similares en sitios como Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo (A. Macías
Goytia y K. Vackimes Serret 1988) y Uricho, en la cuenca de Pátzcuaro (Pollard
1996).
Ahora bien, cada sepultura muestra también variaciones en cuanto a sus di­
mensiones, técnicas constructivas y ubicación en el sitio:
—La Tumba 1 de Tingambato (T. 1) se encontró dentro de un área residencial
habitada seguramente por la elite del sitio, ya que se sitúa justo al norte del conjunto
ceremonial mayor. Consta de una cámara funeraria de planta más o menos cuadrada
de 3.40 por 3.30 m, construida con lajas y techada con un sistema de falsa bóveda.
El acceso se realizaba por una entrada ubicada en la pared sur, a la cual se bajaba
por medio de una escalera de seis gradas. En el momento de la exploración, la esca­
lera se encontraba rellenada mientras que grandes lajas colocadas verticalmente tapa­
ban la entrada. Por dentro, la tumba había sufrido muy pocas infiltraciones de
sedimento, de forma que el volumen interior de la cámara había permanecido vacío.
Los restos humanos y artefactos asociados eran numerosos y yacían en la superficie
del piso. El material arqueológico fue publicado de forma completa por Piña Chan
y Oi (1982). Contiene buena cantidad de vasijas, incensarios, tapaderas, figurillas,
sellos, así como varios objetos de piedra, concha y hueso. Los restos óseos fueron estu­
diados y publicados por Zaid Lagunas Rodríguez (1987). En 1997, hemos vuelto
a revisar dicho material (Pereira 1997c) con el fin de conseguir datos que permi­
tieran comparar la tumba de este sitio con las que se habían excavado en Guadalupe,
Zacapu.5
-A diferencia de la tumba que acabamos de describir, la Estructura Funeraria 1
de Guadalupe (E. F. 1) no se encontraba en un contexto habitacional, sino que for­
maba parte de un verdadero cementerio que integra otras cámaras funerarias así
como entierros más sencillos en caja, fosa u olla (Pereira 1997a, 1997b, 1999). En

5 Quisiera agradecer a Zaid Lagunas Rodríguez su cordial ayuda. Mi reconocimiento se dirige igualmente
a Enrique Serrano, director de la Dirección de Antropología Física(DAí) del Instituto Nacional de
Antropología e Historia ( in a h ) y a los investigadores de la misma institución por recibirme y permitirme
el acceso a las bodegas.

102
1998, durante una última temporada de campo llevada a cabo en el sitio, hemos
podido demostrar que estos conjuntos funerarios se organizaban alrededor de un
patio ceremonial rectangular.6 La E. E 1 se encontraba en la orilla sur del patio. Consta
de una cámara de planta subcuadrada de 2.90 por 2.75 m con acceso lateral. La entrada
fue acomodada en el lado norte y consta de un solo escalón. Los materiales emplea­
dos para su construcción son bloques de basalto burdamente desbastados y algunas
lajas colocadas en el piso, en el centro de la cámara. Las modificaciones realizadas en la
tumba justo antes de su abandono nos impiden conocer la forma en que estaba techada.
La parte superior de la estructura fue entonces desmantelada y los muros fueron reba­
jados. Luego, el espacio interior fue rellenado con tierra y tapado por un piso de lajas.
Sin embargo, es probable que la techumbre estuviese originalmente realizada con
lajas, tal como se pudo observar en otras tumbas excavadas en el sitio (Pereira 1999:
80-82). El contenido de la E. F. 1 es muy rico también, consta de una cantidad impor­
tante de osamentas asociadas con numerosas vasijas, artefactos de concha, piedra
y hueso (Arnauld et al. 1993). El estudio de los restos óseos fue llevado a cabo por
V. Gervais (véase Arnauld etal. 1993: 141-145) y por el autor de este trabajo (Pereira
1992, 1997a, 1999).
Antes de presentar los resultados del análisis del contenido de estos dos entie­
rros, es preciso señalar notables diferencias en la naturaleza de los datos de campo con
los que hemos podido contar para realizar este estudio. Efectivamente y por varias
razones, no hemos podido tener una documentación igualmente detallada en los
dos casos. Primero, hay que señalar que en ninguno de ellos se contó con la partici­
pación de una persona familiarizada con la osteología, lo que abre la posibilidad
de que datos anatómicos (relaciones anatómicas parciales en particular) no hayan sido
registrados. En cuanto al levantamiento del material óseo, éste se realizó en ambos
casos por conjuntos determinados de forma arbitraria.
—En el caso de la Estructura Funeraria 1, los restos óseos fueron levantados en
conjunto por niveles arbitrarios según la cuadrícula (cuadros de 1 m de lado). Sin em­
bargo, pudimos contar con el registro fotográfico completo que nos resultó útil para
analizar el contenido de la tumba. Las autoras de la excavación nos proporcionaron
también las notas de campo.
—En el caso de la Tumba 1 de Tingambato, el levantamiento del material óseo
se realizó por conjuntos definidos de forma arbitraria en el momento de la excava­
ción. Estos suelen corresponder a concentraciones de mayor densidad que fueron
registradas y fotografiadas. Por desgracia, no hemos tenido la oportunidad de estudiar
estos documentos que parecen haberse perdido, lo cual constituyó una limitante im­
portante para nuestro trabajo ya que no nos fue posible ubicar los conjuntos óseos
en el espacio interior de la cámara funeraria.

6 Esta estructura es la más importante del sitio. Mide 30 m de largo por 20 m de ancho. Fue descubierta
al cabo de una prospección magnética realizada por Luis Barba, Agustín Ortiz y Karl Link (Instituto
de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México). La excavación de
varias calas permitió determinar con mayor precisión las características del patio.

103
A n á l is is c o m p a r a t iv o

Datos cuantitativos

Los resultados obtenidos al concluir el inventario del material óseo procedente de


la tumba de Guadalupe y de la deTingambato nos permiten calcular un NMI de 35
en el primer caso y de 39 en el segundo. En la E.E 1 este resultado fue proporcio­
nado por los fémures pertenecientes a 18 adultos y 17 sujetos inmaduros. En la tumba
deTingambato fue obtenido al sumar el NM E proporcionado por los cráneos adul­
tos (35) con el NM E de los fémures inmaduros (4). En el segundo ejemplo nos llamó
la atención el hecho de que los resultados obtenidos difieren de las cifras publicadas
por Z. Lagunas (1987: 11). Paradójicamente, las cifras que él obtiene son más bajas
que las nuestras en cuanto al NM E, mientras que son mucho más altas en cuanto al
número total de individuos que pudieron conformar la muestra. Creemos que esta
diferencia resulta básicamente de los distintos criterios empleados para contabilizar
las piezas anatómicas y establecer el número mínimo de individuos. Éste es un pro­
blema que ya ha sido señalado por otros autores (Lyman 1994), quienes preconizan
que los criterios usados están claramente presentados. En el caso de nuestro estudio,
para establecer el NME no sólo hemos tomado en cuenta los huesos más completos
sino también los fragmentos, entre los cuales sólo hemos usado la porción del hueso
que proporcionaba la mejor conservación (Anexo 1): la porción pétrea del temporal
para el cráneo, el borde inferior de la zona de la sínfisis para la mandíbula, la
porción superior de la escotadura isquiática mayor para el hueso coxal, etc. También
hemos contabilizado todos los elementos de la columna vertebral y de las extremi­
dades (Anexo 3, 4). Luego, para calcular el NMI no hemos tomado en cuenta las agru­
paciones creadas por los arqueólogos en el momento de la excavación puesto que
son arbitrarias. Este último criterio explica la diferencia marcada entre nuestra estima­
ción (39 individuos) y la que proporciona Z. Lagunas (124 individuos). Este autor
calculó efectivamente esta cifra sumando los resultados obtenidos para cada conjunto
óseo, como si estas unidades fueran independientes. Esto presupondría negar la posi­
bilidad de que los huesos de un mismo individuo estén presentes en distintos conjuntos.
Esta suposición nos parece muy poco probable ya que dichos conjuntos proceden
del interior de la misma tumba.
En cuanto a la composición demográfica de los dos contextos, es interesante obser­
var que en ambos casos la proporción entre adultos e inmaduros no es nada compatible
con la que producen condiciones demográficas normales en poblaciones pre-jenne-
rianas. En Tingambato, los sujetos menores de 15 años representan menos de 10%
del total cuando las tasas de mortalidad proporcionadas por la demografía histórica
alcanzan ya cifras de 400-500 por mil para los cinco primeros años de la vida (Leder-
mann 1969). En Guadalupe, la proporción de menores de 15 años es más elevada
(49%). Sin embargo, si analizamos con más detalle la composición de esta muestra
(Pereira 1999: 148-149), nos damos cuenta de que los niños de menos de cinco años
sólo están representados por dos individuos, cuando es bien sabido que estas edades

104
son las que proporcionan normalmente las tasas de mortalidad más elevadas. Una
primera explicación a estas lagunas sería la conservación diferencial, ya que los restos
infantiles tienden a destruirse más fácilmente que los de los adultos (Masset 1973).
Es posible que este factor haya tenido cierta influencia, aunque por sí solo no puede
explicar tales desproporciones. Otra explicación igualmente probable (y de hecho
compatible con la anterior) es la de una selección de los difuntos colocados en la tumba
según criterios de edad: estas tumbas estarían reservadas a los individuos mayores
y, al menos en el caso de Guadalupe, a los niños de más de cinco años, mientras que
los niños menores serían enterrados en otro lugar. Esta hipótesis pudo ser corro­
borada en el caso de la E. F. 1 de Guadalupe por el hecho de que se encontraron en
otras partes del sitio zonas de concentraciones de entierros correspondientes a indivi­
duos muertos en los primeros años de la vida (Pereira 1999: 150).
Respecto a la representación relativa de las piezas esqueléticas, los datos obte­
nidos en ambos contextos nos permitieron calcular la tasa de conservación máxima
(Toussaint 1986) para cada elemento. Usamos estos valores para realizar perfiles
osteológicos relativos a los restos adultos (figura 3) e infantiles (figura 3b). Las grá­
ficas obtenidas muestran una disparidad evidente entre los grandes huesos y los pe­
queños. Si sólo tomamos en cuenta los huesos de adultos de Guadalupe, piezas como
el cráneo, la mandíbula, el omóplato y los grandes huesos largos de los miembros mues­
tran tasas superiores al 60%, mientras que los pequeños huesos de las extremidades y
de la columna vertebral muestran tasas inferiores al 50%. La conservación diferencial
no es un argumento suficiente para explicar estas diferencias. Por un lado, hay que
considerar que el estado de conservación del material óseo procedente de la E. F. 1
es bueno. Por otro lado, es notable la baja representación de piezas como el atlas y
el axis, el sacro, el astràgalo, el calcáneo o los metatarsos, que suelen proporcionar buenos
resultados en contextos primarios.7 Considerando lo anterior, es necesario pensar
en los factores antrópicos. En particular, los datos que tenemos aluden a un patrón
de depósito de tipo secundario en que los huesos menos voluminosos no hubieran sido
trasladados a la tumba. Los perfiles obtenidos sobre los adultos de Tingambato y los
inmaduros de ambos sitios llevan a la misma idea, aunque en estos casos la represen­
tación de los elementos óseos es aún más marcada: entre los adultos de Tingambato
resaltan piezas como el cráneo, la mandíbula, el fémur y la tibia; entre los huesos infan­
tiles sobresalen el fémur y la tibia. En estos ejemplos es posible que la conservación
diferencial haya tenido una influencia más importante, ya que en Tingambato la
conservación de los materiales no es tan buena como en Guadalupe. El hueso mani­
fiesta cierta erosión química mientras que su textura es más frágil. Cabría aún otra
explicación: podría tratarse de un patrón de depósito secundario selectivo.
Para concluir esta étapa del análisis, se puede considerar que los perfiles osteo­
lógicos indican que una porción importante de los restos encontrados en las tumbas

7 Nótese que en el estudio de Waldron (1987) estas piezas rebasan el 60%, mientras que en la tumba de
Mournouards (Leroi-Gourhan etal. 1963) el atlas y los metatarsos son las piezas que proporcionan las
tasas más elevadas.

105
G u a d a lu p e -*■ T in g a m b a to
100

b) inmaduros

Figura 4. Perfiles osteológicos de la E. F. 1 de Guadalupe y de la Tumba 1 de Tingambato:


a) adultos, b) inmaduros.

106
fue el resultado de un depósito secundario. No obstante, falta averiguar, a partir
de los indicios proporcionados por el contexto, si no pudieron existir también otras
formas de tratamiento.

Estructura evidente y relaciones anatómicas

La estructura evidente de los entierros estudiados nos está revelada durante la excava­
ción. La disposición de los vestigios en las tumbas ha conducido a los arqueólogos que
las han excavado a proponer interpretaciones que presentaremos y discutiremos a
continuación. Pero antes es necesario describir las características más relevantes de
ambos contextos.
El contenido de la Estructura Funeraria 1 de Guadalupe muestra una organi­
zación cuya intencionalidad es muy clara (Arnauld et al. 1993). La mayoría de los
restos óseos voluminosos estaba amontonada en dos conjuntos ubicados al este y
al oeste del eje determinado por la entrada. El conjunto oeste se concentra en el cua­
dro N6, mientras que el conjunto este abarca los cuadros L6 y L7, presentando
una mayor densidad en L7. Los conjuntos muestran arreglos internos que revelan una
oposición (Pereira 1997a): el del oeste se presenta bajo la forma de un montón de huesos
largos delimitado por una hilera de cráneos mientras que del lado este la disposición
es al revés: los cráneos colocados en el centro y rodeados por los huesos largos. Otros
indicios muestran que, antes de clausurar la tumba, su contenido fue acomodado
según un patrón cuyo valor simbólico es evidente. Los artefactos que conforman el ajuar
funerario fueron agrupados en tres conjuntos: en el centro de la tumba, al este y al oeste.
Finalmente, en el momento en que se rellenó la cámara funeraria se colocó una hilera
formada por tres fémures asociados con tres brazaletes de concha y un hueso coxal.
Esta hilera coincide con el eje norte-sur determinado por la entrada. En el momento
de la excavación los arqueólogos no observaron ninguna relación anatómica significa­
tiva,8 lo que los condujo a interpretar el entierro como un osario usado durante un
tiempo más o menos largo y cuya estructura correspondería a la última etapa (Arnauld
et al. 1993: 146). Sin embargo, al revisar detenidamente el registro fotográfico
pudimos observar la presencia de una conexión anatómica parcial ubicada debajo de
una de las vasijas del conjunto de objetos localizado del lado oeste. Corresponde a un
pie, probablemente derecho, en que se conservaron in situ dos o tres metatarsianos y
posiblemente algunas falanges (Pereira 1992: 20-21, fig. 18). Este dato es importan­
te porque plantea la posibilidad de que haya existido también al menos un depósito
primario en la zona de ofrendas que habría sido removido antes de que se clausurara
la tumba.

8 Se reporta una sola relación anatómica correspondiente a dos vértebras lumbares (Arnauld et al. 1993:
144). Al analizar este material nos dimos cuenta de que estas dos piezas no podían ser consideradas
como tales, ya que estaban soldadas ante mortem a nivel del arco posterior, formando un bloque
bivertebral patológico (Pereira 1992: 20).

107
En la cámara funeraria de Tingambato, los restos óseos estaban dispersos en
toda la superficie del piso. Los autores de la excavación (Piña G ian y Oi 1982)
insisten en el hecho de que los huesos no conservaban ningún orden. Identificaron
sin embargo los restos de un solo esqueleto casi completo cerca de la entrada. En
todo caso, concluyen que el estado en que fueron encontrados indica que los sujetos
aquí representados fueron sacrificados, desmembrados y posiblemente consumidos.
Piensan también que la cámara fue usada una sola vez. Al revisar los documentos
de la excavación, Z. Lagunas (1987) corrige varios errores de observación al notar la
presencia de 14 conjuntos anatómicos parciales (figura 4). Propone entonces que
la cámara fue usada en varias ocasiones; sin embargo, retoma la interpretación de
los arqueólogos y considera también el entierro como un depósito de individuos sacrifi­
cados y desmembrados. La ausencia de argumentos relativos a huellas de corte en
el material estudiado permite cuestionar esta interpretación, ya que, como lo señala­
mos arriba, la presencia de piezas óseas dispersas y de segmentos esqueléticos articulados
puede resultar de procesos —como la reutilización del sepulcro—que no tengan nada
que ver con el desmembramiento.
Con el fin de aclarar esta duda nos pareció necesario volver a revisar las osamentas
de este contexto para buscar posibles huellas de corte en el hueso.9 Los resultados
fueron negativos salvo en el caso de un cráneo (cráneo 12, figura 5), en el cual identifi­
camos claras huellas de un descarnamiento realizado con una herramienta litica cor­
tante. Esta pieza, si bien demuestra la existencia de prácticas de desmembramiento
y descarnamiento en Tingambato, no deja de ser un caso aislado en el contexto de la
tumba. Nos habla más bien de un tratamiento excepcional reservado a un individuo
particular que no puede ser generalizado para los demás moradores del sepulcro.
El hecho de que ninguna de las mandíbulas encontradas muestre huellas semejantes
indica que el cráneo fue introducido como pieza aislada. Podemos concluir que la
mayoría de los individuos presentes en la tumba fueron objeto de depósitos prima­
rios y secundarios que se asemejan más a un patrón funerario que a una práctica
relacionada con el sacrificio. En este contexto es posible que el cráneo descarnado
haya sido considerado como una ofrenda y no como un destinatario del ritual funerario.

Estructura latente y formación del depósito

Como ya lo hemos mencionado, el estudio de la estructura latente exige un registro


lo suficientemente preciso para que se pueda emprender un análisis espacial de los
elementos que lo conforman. Esto no fue posible en el caso de Tingambato, ya que
no contábamos con datos que nos permitieran ubicar cada conjunto de huesos en
la tumba. En cuanto a la Estructura Funeraria 1 de Guadalupe, pudimos situar los

9 Un estudio semejante fue llevado a cabo en el material de Guadalupe. No se encontró ninguna evidencia
de este tipo.

108
Figura 4. Plano de la Tumba 1 deTingambato (según Pifia Chan y Oi 1982 y Lagunas 1987). Los
segmentos esqueléticos articulados aparecen en negro. Los objetos están sombreados.

109
Figura 5. Huellas de descarnamiento en el cráneo 12 de Tlngambato. a) Fotografía, b) Registro gráfico.
La presencia de huellas de corte tanto en la bóveda como en la parte facial indican
que el cráneo fue totalmente descarnado.

110
elementos encontrados durante la excavación según la cuadrícula usada para el regis­
tro y el levantamiento. Aun cuando este sistema resultó demasiado impreciso, per­
mitió al menos tener una idea de la distribución general de los vestigios.
Primero, realizamos planos de distribución para cada categoría de hueso. Por
otra parte, tratamos de establecer relaciones osteológicas con el propósito de obser­
var los posibles desplazamientos ocurridos durante el uso de la tumba (Pereira 1992).
Este trabajo aportó buenos resultados, concretamente reveló patrones espaciales dis­
tintos entre los huesos voluminosos y los huesos pequeños. La primera categoría
de vestigios (cráneos, grandes huesos largos de los miembros, coxales) tiene una distri­
bución conforme a la que hemos descrito en la sección anterior: se encuentran básica­
mente en los dos montones ubicados a ambos lados del eje norte-sur de la tumba. Por
otra parte, tanto los resultados obtenidos por Y. Gervais a partir de los grandes huesos
largos (véase Arnauld et al. 1993: Fig. 50) como los que nosotros obtuvimos con los hue­
sos de la pelvis (figura 6) demuestran que los elementos de un mismo sujeto fueron
a menudo esparcidos entre los dos conjuntos. La distribución espacial y los movimientos
ocasionados en los huesos pequeños muestran un patrón totalmente distinto. Son esca­
sos en los montones, mientras se concentran más en áreas donde los huesos grandes
son poco numerosos. En particular, las concentraciones mayores se encuentran en
los cuadros donde se ubican los conjuntos de ofrendas (N7, M7, L6). En cuanto a
las relaciones osteológicas que pudieron establecerse, éstas muestran que las piezas
más pequeñas del esqueleto -especialmente las que integran las articulaciones más
lábiles- sufrieron desplazamientos limitados (figura 7). Aunque el sistema de registro
empleado durante la excavación no permita conocer precisamente la amplitud de estos
movimientos, podemos decir que éstos ocurrieron dentro de un mismo cuadro o
entre cuadros contiguos.
Las diferencias observadas entre estas dos grandes categorías de osamentas per­
miten proponer una hipótesis sobre el proceso de formación del contexto arqueo­
lógico. La distribución de los huesos pequeños refuerza la posibilidad de que hayan
existido depósitos primarios asociados con el ajuar funerario. Dadas las cifras pro­
porcionadas por el NM E de los huesos pequeños, podemos suponer que estos depósitos
no correspondieron a más de 6 o 7 sujetos. Una vez finalizada la descomposición de
los cadáveres, la mayor parte de los restos de esos individuos quizá fueron juntados
en los montones de huesos donde habrían sido mezclados con restos óseos traídos
fuera de la tumba. Podemos concluir que en la Estructura Funeraria 1 de Guadalupe
se llevó a cabo un depósito de tipo mixto (primario y secundario). Las características
del tratamiento funerario sugieren cierta diferenciación entre los individuos colocados
en la tumba: unos cuantos muertos fueron depositados poco tiempo después de la muer­
te y probablemente con numerosas ofrendas, mientras que los demás fueron traídos
como huesos secos. Un tratamiento semejante pudo haber existido en Tingambato. En
el plano de la tumba se percibe una coincidencia entre las zonas donde se encontraron
las ofrendas y las relaciones anatómicas. Los elementos articulados se encuentran
en la mitad sureste de la cámara, sector donde se concentra también la mayoría del
N M L

▼ sacro adulto
c coxal adulto
v sacro inmaduro
<D ilion inmaduro
□ isción-pubis inmaduro
• fragmento
,___ > relación por contigüidad particular
----- relación por sistema
----- relación por unión de fragmentos
relación por pertenencia a un mismo
estadio de desarrollo óseo

Figura 6. Relaciones osteológicas entre los elementos de la pelvis de la E. E 1 de Guadalupe.

112
N M L

•metatarso
•falange del pie
ccarpo
°metacarpo
0 falange de la mano
• vertebra cervical (C3-7)
O vasija

Figura 7. Distribución y relaciones osteológicas (simetría) de los huesos de la mano,


del pie (metatarsos y falanges) y de las cervicales (C3-C7).

113
ajuar funerario. En cambio, en la mitad noroeste, donde los huesos carecen de orden
anatómico, los artefactos son escasos (figura 4).

C o n c l u s ió n

En este trabajo hemos tratado de presentar algunos enfoques que permiten recons­
truir parte de los comportamientos acerca de la muerte mediante el estudio osteoló­
gico de los entierros múltiples. Como lo vimos, entender estos contextos exige el análisis
detallado de sus componentes óseos. Éste implica el uso de métodos complemen­
tarios que ayuden a evidenciar ciertas facetas del tratamiento mortuorio y brinden
la posibilidad de entender las dinámicas de formación del depósito funerario. Eviden­
temente, los datos proporcionados por el material óseo tienen que ser integrados con
los que derivan de los demás componentes del entierro (arquitectura y distribución
de artefactos y ecofactos). En todo caso, las posibilidades de estudio e interpretación
están estrechamente determinadas por el cuidado a la hora de registrar los datos en
campo. Desde luego, el conocimiento profundo de la osteología humana resulta ser
una condición importante para la identificación de los conjuntos anatómicos. Por otro
lado, el registro tridimensional es seguramente el más adecuado para el análisis de
la estructura latente del depósito.
Con los dos ejemplos presentados, hemos tratado de mostrar algunas de las posi­
bilidades de interpretación. Es interesante destacar cómo los resultados obtenidos
por los diferentes enfoques indican que, a pesar de las diferencias observadas en cuanto
al aspecto final del entierro, los tratamientos mortuorios muestran varios elementos
en común. En ambos casos se pudo evidenciar el carácter sucesivo y mixto de los depó­
sitos en que se encontraron tanto indicios de entierros primarios como de aportes secun­
darios. En cuanto a este último tipo de tratamiento, dado que no se registró ninguna
huella en el hueso que permitiera pensar en un descarnamiento artificial, es factible que
ese proceso haya sido el resultado de una descomposición natural sucedida en otro
lugar. El caso del cráneo 12 deTingambato sería entonces una notable excepción.
En este ejemplo, el hueso fue claramente descarnado artificialmente con la ayuda
de una herramienta lítica filosa. Finalmente, tanto para Guadalupe como para Tin-
gambato podemos pensar que, a pesar de la mezcla aparente de los restos, los entie­
rros primarios parecen haber sido objeto de un tratamiento privilegiado. Su asociación
con las ofrendas sostiene esta idea.

114
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118
/mk
n ou \

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ogn»
m Oa g D

Anexo 1. Porciones óseas tomadas en cuenta para el cálculo del N M E de los grandes
huesos del esqueleto (indicadas en negro).

119
10 20 30 40

Anexo 2. Gráfica de los resultados obtenidos al calcular al N M E a partir de diferentes huesos del cráneo
procedente de la Tumba 1 de Tingambato (adultos e inmaduros). El hueso temporal proporciona los
mejores resultados (el total obtenido corresponde a temporal derecho).

120
Hueso Adulto Inmaduro NM E %

derecho izquierdo derecho izquierdo


calvarium 20 7 27 77
mandíbula 19 7 26 74
atlas 4 0 4 11
axis 3 0 3 9
C 3-7 17 0 4 11

torácicas 61 4 7 20
lumbares 38 2 11 31
sacro 9 3 12 34
cóccix 1 0 1 3
esternón 4 0 1 3
clavícula 8 10 0 1 11 31
omóplato 15 13 1 3 18 51
húmero 15 15 8 5 22 63
radio 14 13 0 4 18 51
cubito 18 12 1 2 21 60
carpo 4 4 0 0 2 6
metacarpo 14 19 0 0 6 17
coxal 17 18 3 3 21 60
fémur 18 18 17 13 35 100
tibia 17 18 11 11 29 83
peroné 12 12 2 1 14 40
rótula 4 3 0 0 4 11
astràgalo 8 7 0 0 8 23
calcáneo 7 11 0 0 11 31
tarso distai 16 9 0 0 5 14
metatarso 14 23 0 0 6 17

Anexo 3. Estructura funeraria 1 de Guadalupe: datos cuantitativos.

121
Hueso Adulto Inmaduro NM E %

derecho izquierdo derecho izquierdo


calvarium 35 1 36 100

mandíbula 34 1 35 97
atlas 7 0 7 19
axis 8 0 8 22

C 3-7 38 0 8 22

torácicas 55 1 6 17
lumbares 28 0 6 17
sacro 14 1 15 42

cóccix 0 0 0 0
esternón 1 0 1 3
clavícula 7 5 0 1 8 22

omóplato 13 11 0 0 13 36
húmero 15 12 0 0 15 42

radio 6 6 0 0 6 17
cubito 7 8 0 0 8 22

carpo 6 0 0 0 2 6
metacarpo 9 2 0 0 4 11

coxal 13 20 1 0 21 58
fémur 32 24 3 4 36 100
tibia 26 22 2 2 29 81
peroné 3 9 1 2 11 31
rótula 3 4 0 0 4 11
astràgalo 18 20 0 0 20 56
calcáneo 19 19 1 ! 1 20 56
tarso distai 29 20 0 0 9 25
metatarso 30 32 0 2 9 25

Anexo 4. Tumba 1 de Tingambato: datos cuantitativos.

122
A l t e r a c io n e s t a f o n ó m ic a s c u l t u r a l e s o c a s io n a d a s
EN LOS PROCESOS POSTSACRIFICIALES DEL CUERPO HUMANO

Carm en Ma. Pijoan A.


Josefina M ansilla L.
Dirección de Antropología Física-iNAH

In t r o d u c c ió n

El análisis de los procesos tafonómicos que afectan los huesos de animales, así como de
humanos, ha cobrado importancia en los últimos años en todo el mundo. Estos pro­
cesos pueden ser bioestratinómicos o diagenéticos (Müller 19 51; cfr. Micozzi 1991).
Aunque ambos tipos son de interés para los antropólogos, lo son en particular los
primeros, ya que abarcan las transformaciones de los restos orgánicos entre la muerte
y el entierro de éstos, considerando como entierro el momento en que los restos en­
tran en el subsuelo, sin importar el mecanismo involucrado (Pijoan 1997). La impor­
tancia de estos procesos radica en que entre ellos se deben considerar ocasionados
por el hombre, es decir, los culturales. Entre ellos se cuentan algunas actividades de
subsistencia, como la caza y preparación de alimentos, la guerra y la violencia, así
como varias de tipo ritual, entre las que podemos mencionar las prácticas mortuorias,
sacrificiales y postsacrificiales. Cada una de ellas ocasiona alteraciones en el hueso de
manera particular, dejando marcas específicas sobre él. A partir de los patrones de las
diferentes alteraciones visibles sobre ellos podemos inferir algunas de las activida­
des que se practicaban en diferentes sociedades, así como las técnicas utilizadas para lle­
varlas al cabo.
Desde hace más de una década se viene realizando el análisis de materiales es­
queléticos, provenientes de diversos sitios prehispánicos, que muestran alteraciones
tafonómicas culturales. Lo anterior nos ha mostrado que el tipo de proceso que se
realizaba con el cuerpo de los sacrificados varía según los sitios y a través del tiempo.
De esta manera hemos podido integrar los patrones de alteraciones que dejan los
diferentes pasos de los diversos procesos postsacrificiales.

Materiales

En diferentes sitios arqueológicos de México hemos visto que un gran número de


restos esqueléticos humanos, provenientes tanto de contextos ceremoniales como
de asentamientos y sitios de enterramientos, muestran diversos tipos de alteraciones
debidas a manipulaciones culturales, como marcas de cortes, fracturas intencionales,
perforaciones, impactos y alteraciones térmicas, entre otras. El análisis de los dis­
tintos tipos de alteraciones a través de las observaciones y registro de éstas nos deja
establecer su ubicación y concentración, y a partir de ello determinar el patrón de fre­
cuencia en cada una de las muestras esqueléticas que las presentan. Este patrón nos
permite reconstruir los procesos de la conducta humana e inferir el conjunto de instru­
mentos que los ocasionó (Pijoan y Pastrana 1989; Pijoan 1997).
De esta manera hemos podido determinar en varios sitios del Preclásico, como
son: Tlapacoya-Zohapilco, Estado de México, durante las fases Ayotla, Manantial
yTetelpan (1250-600 aC ) (Niederberger 1976; 1987; Pijoan 1996); Tetelpan, D. E
(700-500 aC) (Reyna, s/f; Pijoan y Pastrana 1987, 1989), y en la Cañada del
Macaya, San Lorenzo Tenochtitlan, Veracruz (1250-900 aC) (Coe y Diehl 1980;
Pijoan 1996), la existencia de canibalismo, puesto que los huesos humanos muestran
un conjunto de alteraciones, como marcas de cortes, fracturas intencionales y expo­
sición térmica, que nos permiten inferir esta conducta. Además, en el último sitio
mencionado, San Lorenzo Tenochtitlan, se localizó una cabeza humeral a la que le
fue cortada la diáfisis y seguramente es parte de desecho en la fabricación de instru­
mentos. De igual manera, se identificaron varios instrumentos, principalmente pun­
zones y adornos, elaborados con huesos humanos procedentes de Tlatilco, Estado
de México (1400-600 aC) (Ochoa 1982; García et al. 1991; Ochoa er^/. 2000),
y de Terremote-Tlaltenco, D .E (600-100 aC) (Serra 1988; Pijoan 1996; Ochoa et
al. 2000).
A finales del Clásico, en el área de Mesoamérica septentrional, particularmente
en Altavista, Zacatecas (470-900 dC) (Kelley 1976; 1980; Holien y Pickering
1978; Pickering 1985), y Cerro de Huistle, Huejuquilla el Alto, Jalisco (550-900
dC) (Márquez y Civera 1977; Pompa 1983; Hers 1989), se observa la primera
evidencia de la exposición ritual de segmentos corporales, en general cráneos que
fueron descarnados y a los que se les practicó una perforación en la parte superior,
para suspenderlos de los techos de los edificios y templos (Pijoan y Mansilla 1990a).
En Electra, Villa de Reyes, San Luis Potosí (350-800 dC) (Braniff 1992), fueron
enterrados restos humanos, posiblemente producto de sacrificio, después de ser
descarnados, desarticulados y fracturados, como ofrenda para una nueva cons­
trucción (Pijoan y Mansilla 1990b).
Para el Postclásico las evidencias son mucho más numerosas y vemos en los recin­
tos sagrados, principalmente del centro del país, gran cantidad de entierros cere­
moniales, entre los cuales hay algunos que comprenden el depósito de grandes
hacinamientos de segmentos óseos de individuos que fueron desarticulados y
parcialmente descarnados, como en el caso del entierro No. 14 de Tlatelolco, D .E
(1337-1521 dC) (Pijoan 1997), y el 205 dé.Cholula, Puebla (1325-1519 dC)
(Serrano 1972; López et al. 1976; Alemán et al. 1999). Durante este periodo con­
tinúa la costumbre de exponer los cráneos de los sacrificados en espacios especiales
{tzompantlis), para lo cual se realizaba la decapitación postmortem, se limpiaba y se

124
elaboraba una gran perforación a los lados de los cráneos (González R. 1963;
1998; Pijoan et al. 1989; Botella y Alemán, en prensa). También vemos el uso de
huesos humanos para la elaboración de artefactos de tipo ritual, como máscaras-
cráneo (López L. 1993; Pijoan etal., en prensa), instrumentos musicales (omichica-
huastlis) (Pereyra y Pijoan, en proceso) y huesos esgrafiados.

Método y técnica

Para poder integrar el registro sistemático de todas las alteraciones visibles sobre
los huesos, en los trabajos antes citados se utilizó el método propuesto por Pijoan
y Mansilla (1990b), para el cual es necesario observar en todos los huesos que confor­
man la muestra, separándolos por segmentos óseos y por lado, revisando cada uno
sobre sus diferentes caras con una lupa de por lo menos diez aumentos, bajo luz artifi­
cial directa en posición tangencial a la superficie en observación, delimitando todas
las áreas con alteraciones y registrándolas en una cédula gráfica, donde señalamos la
presencia, número e inclinación de los cortes, así como cualquier otro tipo de altera­
ción (Pijoan y Mansilla 1990b). A partir de este registro determinamos el patrón de
alteraciones presente en la muestra, lo que nos permitió inferir las diferentes actividades
que las ocasionaron. Las diferentes alteraciones que en general se observan sobre los
huesos son:
Cortes. Pueden dividirse en cortes sobre hueso y corte de hueso (Pijoan y Pas-
trana 1989). Los primeros son el resultado indirecto del corte de partes blandas adya­
centes al hueso, que produce marcas sobre éste al servir de apoyo por ser de mayor
dureza; generalmente se presentan en aquellas partes óseas en que es necesario usar
un filo agudo para separar la carne del hueso, el hueso del hueso o la piel del cuerpo.
Deben ser incisiones antiguas y limpias, con secciones generalmente en “V ”, dis­
continuas en huesos con superficies irregulares puesto que el filo inflexible salta
las depresiones menores de la superficie ósea, marcándose sólo en las partes protube­
rantes. Según su localización puede determinarse el tipo de acción que se realizó, como
el desprendimiento de masas musculares, la exposición de las articulaciones o el
desollado (Pijoan 1997).
El corte de hueso es aquel utilizado para separarlo en dos partes, lo cual puede
lograrse por desgaste o percusión. El primero se logra a base de cortes lineales usando
el filo de un instrumento cortante repetidas veces sobre el mismo lugar hasta partir­
lo; en ocasiones se realiza un corte en el hueso y se termina de dividirlo por medio
de flexión (Pijoan y Pastrana 1989; Pijoan 1997; Pijoan et al., en prensa). En el
caso de percusión, la separación del hueso se realiza por medio de un golpe que provo­
ca su ruptura. Este último caso debe incorporarse al de las fracturas intencionales.
Raspado. A veces se observa una serie de líneas de corte muy delgadas en diferen­
tes direcciones, y una sobre otra, las cuales son producidas al raspar la superficie
del hueso para eliminar la totalidad de la materia orgánica, incluyendo el periostio
(Botella y Alemán 1998; Botella et al. 1999). También hemos considerado como
raspado una línea múltiple, generalmente curveada, paralela al eje del hueso, que

125
es ocasionada al usar un borde cortante de arriba-abajo, a manera de un raspador
(Pijoan 1997).
Fracturas intencionales. Son aquellas provocadas por el hombre de manera de­
liberada y con diversos fines, como: la extracción de la médula ósea, la grasa de los
huesos o la obtención de un segmento para la fabricación de instrumentos u objetos.
Estas fracturas se realizan cuando el hueso está en estado fresco, empleando prin­
cipalmente el método por percusión con un martillo o percutor y uno o dos apoyos
que forman el yunque. El tipo de rotura que se obtiene es una fractura helicoidal, incli­
nada 45° con respecto al eje, en el punto de impacto se forma un área de depresión
circular producida por el percutor, así como incipientes fracturas circulares o hueso
aplastado, se desprenden esquirlas de hueso y en la pared opuesta aparecen fisuras nega­
tivas (Johnson 1983, 1985, 1989; Pijoan 1997). Los huesos delgados, como las costi­
llas, en general son rotos por torsión, es decir, se dobla el hueso hasta quebrarlo,
ocasionando una fractura en rama verde (Resnick et al. 1988).
Las fracturas del cráneo que no muestran evidencias de proliferación de la capa
osteogénica deben considerarse perimortem. Estas pueden ser producidas para dar
muerte al individuo o al romperlo, ya sea para tener acceso a la masa encefálica o para
la obtención de hueso en la fabricación de algún artefacto. Las fracturas craneales son
en forma de líneas rectas o curveadas e irradian del lugar de impacto, el cual puede ser
una fractura hundida o una fractura estrellada (Gurdjan 1973; Merbs 1989; Dastu-
gue y Gervais 1992; Berryman y Jones 1996; Roberts 1997; Botella et al. 1999).
Cuando el individuo aún se encuentra con vida en el momento del impacto se pro­
duce un fuerte sangrado que puede infiltrarse en el hueso, ocasionando manchas
cafés o rojizas (Simonin 1973; Maples 1986).
Abrasión por percusión. Cuando un hueso es arrastrado sobre una superficie irre­
gular de piedra se pueden ocasionar surcos y fosillas de variadas dimensiones. De igual
manera, al golpear un hueso para fracturarlo, éste puede resbalar sobre el yunque pro­
vocando una serie de estrías en la pared opuesta al lugar de percusión (White 1992).
Debido a que estas estrías son en general cortas y paralelas entre sí, es necesario diferen­
ciarlas de los cortes.
Impactos. Pijoan (1997; Pijoan y Mansilla, en prensa) señala la presencia de im­
pactos, muescas o machucones sobre las epífisis de los huesos largos, el cuerpo de las
vértebras y en general todas las superficies articulares. Estos impactos pueden ser
por percusión o presión y regularmente aplastan ligeramente la superficie del hueso,
dejando la huella del instrumento usado; en ocasiones tienen en el fondo restos de
un betún o pigmento negro. La autora propone que son ocasionados en el momento
de realizar la desarticulación, al golpear o introducir un instrumento puntiagudo
en la cápsula articular; dicho instrumento puede tener sobre su superficie un reves­
timiento de resina caliente que seguramente ayudaba a la desarticulación (figura 1).
Exposición térmica. En un gran número de huesos es posible observar altera­
ciones ocasionadas por la exposición al calor cuando se encontraban en estado
fresco. Pijoan (1997) propone los términos de exposición térmica indirecta cuando
el hueso es cocido en un ambiente húmedo (hervido, en barbacoa, etc.) y directa

126
Figura 1. Tlatelolco, D.F. Entierro no. 14. Marca de impacto por percusión
sobre cavidad glenoidea de un omóplato.

cuando es asado o colocado directamente al fuego. Los cambios macroscópicos obser­


vados (Pijoan e tai, en prensa) son: cambio en coloración, alteración de la superficie
ósea, el hueso se vuelve más compacto y tiene una apariencia vidriosa y translúcida,
y la trabecula del tejido esponjoso se modifica, ampliándose, endureciéndose y
perdiendo su apariencia esponjosa (figura 2). En general, este tipo de alteración se
observa en aquellos huesos de los cuales se consumió la carne, cuando se limpió total­
mente de materia orgánica o se empleó el fuego para endurecerlo para su utilización
posterior.
En aquellos restos óseos a los que se continúa quemando, o cuando se efectúa
la cremación de un cuerpo, vemos que los huesos se vuelven desde negros a blancuzco
azulado, se tuercen, las diáfisis de los huesos largos presentan fracturas anilladas trans­
versales u oblicuas en secuencia lineal, se encogen, y los cráneos explotan (Heglar
1984; Buikstra y Swegle 1989). En cambio, los huesos quemados en estado seco no
presentan ninguna distorsión de forma o tamaño y las fracturas que surgen son longi­
tudinales (Guillon 1986; Buikstra y Swegle 1989).
Hueso esponjoso aplastado. Además de las fracturas intencionales que afectan
principalmente los huesos largos en su diáfisis y los anchos en su parte media, White
(1992) ha señalado el aplastado o machacado de las porciones esponjosas de los hue­
sos, como son las epífisis de los huesos largos, los cuerpos vertebrales, huesos del

127
Figura 2. Tlatelcomila, Tetelpan, D.F. Fragmento de hueso largo que muestra modificación
de la trabecula por exposición térmica.

tarso y en ocasiones los ilíacos. Dicha actividad tiene como finalidad la obtención
de grasa y jugo de los huesos al aumentar el área de superficie de exposición de tejido
esponjoso.
Bordes pulidos. White (1992) reporta la presencia de pulido en los bordes de
algunas astillas de hueso humano. Determinó que este pulimento se ocasiona por
el roce de estas astillas contra las paredes de un recipiente burdo de cerámica, al ser
hervidas para derretir y obtener la grasa de los huesos. Esto ha sido discutido por
diversos autores; sin embargo, creemos que depende en gran medida del desgra­
sante utilizado en la manufactura del recipiente. Esta alteración siempre estará
asociada con la exposición térmica indirecta. No obstante, se debe tener cuidado
de diferenciarla del pulimento por uso de los bordes de instrumentos fabricados
ex profeso.
Representación de elementos óseos. Los seres humanos pueden alterar la frecuencia
de elementos óseos en un yacimiento por medio del tratamiento de los cuerpos,
en algunas costumbres funerarias como la cremación (parcial o total), la reutilización
de espacios de enterramiento, el depósito de segmentos corporales (en general como
ofrenda), así como la reducción de ellos en fragmentos para la extracción de
nutrimentos y la selección de segmentos acarreados, utilizados u ofrendados. Sin
embargo, si la frecuencia de elementos se encuentra alterada, debe verse la posibi­
lidad de que lo sea por acción de la diagénesis como pueden ser suelos altamente

128
ácidos, la intervención de roedores en cuyo caso generalmente queda huella en algún
otro hueso, o por el proceso de excavación.
Perforación. En ocasiones se realizaron perforaciones en algunos huesos, las cua­
les quizá fueron hechas por desgaste o con un perforador. En el primer caso se des­
basta el hueso, consumiéndolo poco a poco por medio de un instrumento cortante
hasta traspasarlo y dejar un orificio lenticulado irregular; lo anterior lo hemos visto
generalmente sobre cráneo. Por otro lado, la perforación con instrumento puede
ser simple o con la mano, y se efectúa con la ayuda de un barreno o perforador de piedra
que deja sobre las paredes trabajadas un aspecto escalonado y el agujero obtenido
es de forma cónica o bicónica irregular; otra manera puede ser por medio de arco, con
lo que se obtiene un orificio cilindrico o tubular con estrías muy finas y regulares en
las paredes (Suárez 1974; Semenov 1981; Rodríguez 1985).
También debe mencionarse la elaboración de grandes orificios, generalmente
en el cráneo, los cuales se realizan por medio de percusiones continuas que dejan la
huella de una pequeña fractura y un borde festonado (Pijoan et al. 1989; Pijoan et
al., en prensa).
Esgrafiado y pulido. Algunos artefactos muestran terminaciones especiales, como
es el esgrafiado de la superficie con un objeto puntiagudo y duro, formando dibujos.
Lo anterior debe realizarse cuando el hueso está fresco o húmedo; ya seco no es posible
llevar a cabo este trabajo. También pueden pulirse todas o algunas superficies, así
como los bordes de un corte de hueso para eliminar las rebabas que han quedado,
para lo cual se usa algún tipo de abrasivo fino (Ochoa et al. 2000).
En el presente trabajo, basándonos en los resultados obtenidos en los estudios
antes citados, pretendemos proponer cuáles fueron los diferentes pasos realizados en
cada uno de los tratamientos, así como el conjunto de alteraciones que deben presen­
tarse necesariamente para efectuarlos.

R esu lta d o s

A partir de los resultados obtenidos en los diversos estudios de las modificaciones


tafonómicas observadas en diferentes muestras esqueléticas, hemos visto que cada
tratamiento involucra ciertas acciones que, en general, dejan alteraciones distintivas,
concentradas en patrones bien definidos.
De esta manera, consideramos oportuno integrar un cuadro de relaciones entre
las acciones desarrolladas y las alteraciones producidas.
Al realizar esta labor, vimos que existen una serie de tratamientos que podemos
considerar simples, puesto que incluyen una serie de actividades necesarias para obte­
ner un resultado específico, las cuales en general no se presentan juntas. En las mues­
tras analizadas hasta el momento, estos tratamientos simples incluyen el desarticulado,
el desollado, el descarnado, el fracturamiento intencional, la exposición térmica y
la limpieza de huesos.

129
En ocasiones, algunos de estos tratamientos simples se presentan juntos, así como
con otras alteraciones diferentes, por lo que los consideramos tra ta m ien tos mixtos
o com plejos. En estos casos vemos que el objetivo final tiene una fu n c ió n social,
como el canibalismo, la exposición de partes corporales o la fabricación de arte­
factos.
Debido a lo anterior, separamos en dos el cuadro de relaciones; por una parte
el de los tratamientos simples (cuadro 1) y, por la otra, los mixtos o complejos
(cuadro 2).
De esta manera hemos observado que cuando los cuerpos fueron desarticu lados
se presentan cortes lineales relativamente largos por debajo de las epífisis, dejados
en el momento de cortar todos los ligamentos inmediatos a la articulación, para
quedar libre esta región. En ocasiones también vemos cortes lineales cortos sobre
los lugares de inserción de músculos y ligamentos próximos a la articulación, lo
que indica que se descarnó esta parte. En aquellas muestras en que hemos apreciado
este tipo de tratamiento, en general, también se presenta una serie de impactos, ya
sea por percusión y/o por presión sobre las superficies articulares, que se produjeron
al golpear o introducir un instrumento puntiagudo en la cápsula para facilitar el
descoyuntamiento (Pijoan y Mansilla, en prensa). En este apartado incluimos la
decapitación, puesto que en todos aquellos cráneos considerados de decapitados,
y los cuales en general conservan la mandíbula y las tres o cuatro primeras vértebras
cervicales, hemos visto que este proceso era realizado con sumo cuidado, separando
las vértebras a nivel de la cápsula intervertebral, dejando, en ocasiones, ligeros
cortes por debajo de las carillas articulares o un impacto por presión sobre el cuerpo,
en el lugar en que se introdujo un instrumento para facilitar la desarticulación.
Debido a que la piel se encuentra separada de los huesos por toda la masa
muscular, no queda ninguna evidencia del proceso de desollad o, excepto sobre el
cráneo y quizá los huesos de la muñeca, donde el tegumento se encuentra próximo
al hueso. Así, hemos podido determinar esta acción en aquellos cráneos que pre­
sentan largos cortes lineales que, en general, van desde la glabela hasta el occipital,
o por encima de la arcada supraorbital. Sin embargo, estas alteraciones también se
dan cuando se le quita el cuero cabelludo al individuo muerto (Hamperl 1967;
Ortner y Putschar 1985).
Cuando existe una serie de marcas de corte lineales cortas, perpendiculares al
eje del hueso y siguiendo la línea de inserción de músculos y tendones, hemos deter­
minado que fueron dejadas al desprender las masas musculares, es decir el descar­
nado, de la misma manera en que procede un carnicero hoy en día. También hemos
visto marcas de raspado dejadas al efectuar la misma acción, usando el filo de la
navaja o un raspador con una dirección paralela al eje del hueso. Lo anterior ocasiona
una línea múltiple, generalmente curva.
En diversas muestras encontramos huesos, en general fragmentados, aunque
en ocasiones pueden estar completos, que muestran un cambio de coloración que va
del amarillento al rojizo, con alteración de la superficie y la trabécula del tejido
esponjoso, una apariencia vidriosa y translúcida y un endurecimiento general que

130
nos indica que estos huesos sufrieron una exposición térm ica (Pijoan et al., en
prensa). Dentro de este apartado también deben considerarse los restos de crema­
ciones de cuerpos o de huesos secos, los cuáles presentan un color negro o gris-blan­
cuzco y fisuras longitudinales.
El tratamiento que involucra la lim pieza de huesos abarca una serie de trata­
mientos simples juntos, por lo que en principio debería considerarse mixto o com­
plejo; sin embargo, la meta del mismo es obtener un resultado específico, por lo
que se incluyó en los simples. Esta limpieza comprende el desarticulado y descar­
nado, necesarios para obtener el hueso deseado. El desprendimiento del periosteo
que queda sobre la superficie ósea se logra mediante el raspado, que deja alteraciones
muy características, o por la exposición térmica indirecta (hervido). Ya limpio, el
hueso puede ser utilizado de diversas formas.
En los tratamientos mixtos o complejos, que tienen una función social, vemos
que es necesaria una serie de actividades juntas para lograr la acción determinada.
Entre éstos podemos señalar la práctica del canibalismo, la exposición de segmentos
y la fabricación de artefactos.
La existencia del canibalismo en cualquier parte del mundo siempre ha oca­
sionado grandes polémicas. Su presencia en México ha sido muy discutida, existen
autores que niegan tajantemente su existencia (Arensm 1981) y aquellos que consi­
deran necesaria su existencia, puesto que los grupos mexicanos, en particular los
mexicas, carecían de suficientes fuentes de proteína de origen animal (Harner 1977),
postura aceptada por Harris (1989; 1991) y repudiada por diversos investigadores
(Ortiz de Montellano 1979; Sahlins 1979; Farb y Armelagos 1980; Davies 1981).
Debido a lo controvertido del tema, ciertos autores han propuesto una serie de
constantes que debe mostrar un conjunto óseo para poder inferir la existencia del
canibalismo en dicha muestra. De esta manera, desde hace más de dos décadas, Turner
y Morris (1970) propusieron la obligatoriedad de la presencia de ciertas alteraciones
para poder determinar la existencia de esta práctica. Más tarde Flinn et al. (1976)
la amplían hasta alcanzar diez requisitos. Ultimamente, Turner y Turner (1992) la
limitan a cinco (presencia de fracturas intencionales, marcas de corte, exposición
térmica, estrías por percusión y la ausencia o aplastado de la mayoría de las vérte­
bras), a las que posteriormente (Turner 1993; Turner y Turner 1993) le agregaron
otro (bordes pulidos). Si bien nosotros creemos que la interpretación del patrón
de las diferentes alteraciones, en relación con el contexto arqueológico, será lo que
nos permita reconstruir la actividad social, consideramos que la conjunción de cier­
tas alteraciones es la que nos lleva a plantear la existencia de esta práctica, o de otras
diferentes.
De esta manera, las alteraciones que en general presentan los restos esqueléticos
que presumiblemente son producto de canibalism o son las de los siguientes trata­
mientos simples: el desollado observable sobre el cráneo (con el fin de eliminar el
cuero cabelludo), el descarnado, el desarticulado, la fracturación intencional de
huesos largos y cráneos, la exposición térmica y la representación sesgada de elemen­
tos óseos. A éstos en ocasiones se debe adicionar el hueso esponjoso aplastado y los

131
bordes pulidos. Lo anterior es lógico, puesto que el procesamiento de un cuerpo
empieza por partirlo en porciones manejables; el cuero cabelludo estorba para poder
romper el cráneo y acceder a la masa encefálica; los segmentos corporales serán
descarnados, después debe realizarse el desmembrado y la fracturación de los huesos
para obtener los nutrimentos de la médula ósea, y, debido a que se trata de apro­
vechar al máximo el cuerpo, los fragmentos óseos con mayor cantidad de tejido
esponjoso son aplastados para aumentar la superficie de absorción, y junto con las
astillas de huesos largos serán cocidos en un recipiente con agua para obtener la
grasa y nutrimentos, lo cual ocasionará que al menear el contenido del recipiente
las aristas de los fragmentos en el interior se pulirán contra los bordes del mismo.
En ciertos sitios arqueológicos hemos determinado la existencia de segmentos
óseos que fueron expuestos en estructuras y templos. Así, vemos que en sitios de
finales del Clásico, en la región de Mesoamérica septentrional, fueron localizados
cráneos a los que se les realizó una perforación en vertex, después de ser descarnados,
tanto en AltaVista, Zacatecas, como en Huejuquilla, Jalisco. Al parecer, éstos estaban
colgados, junto con algunos huesos largos, de las vigas de templos y pasillos (Pijoan
y Mansilla 1990). Para épocas más tardías, en la ciudad deTlatelolco, D .E, tenemos
la evidencia de cráneos con mandíbulas y, en ocasiones, las primeras vértebras cervi­
cales, a los que se les elaboraron grandes perforaciones en la región de los temporales,
que al parecer fueron colocados en un tzompantli (Pijoan et al. 1989) y después de
un tiempo enterrados en depósitos especiales (González R. 1963, 1998). Estas
mismas evidencias fueron determinadas en el estudio que hicieron del tzompantli
de Sultepec, Tlaxcala (Botella y Alemán, en prensa).
A partir del estudio del material antes citado, hemos podido determinar que
para realizar esta exposición de partes corporales, una función o actividad social
claramente de índole ritual, el cuerpo es desarticulado para obtener el segmento
que se quiere en el caso de cráneos, las alteraciones también incluyen el desollado de
la bóveda, el segmento es descarnado posteriormente , para lo cual en ocasiones tam­
bién se utiliza la exposición térmica indirecta (hervido), y finalmente se realizan las per­
foraciones en los cráneos que permiten la colocación del mismo, ya sea colgado
por medio de una cuerda o ensartado en una vara de madera. En el caso del tzompantli
deTlatelolco, la limpieza no fue completa, puesto que estos cráneos se localizaron
con su mandíbula y en ocasiones algunas vértebras, lo que nos indica que se respe­
taron los ligamentos que unen los diferentes huesos (Pijoan et al. 1989; González
R. 1963, 1998).
Hemos analizado una serie de instrumentos y artefactos elaborados con huesos
humanos, en ocasiones de uso ritual y en otras de actividades cotidianas, procedentes
de diversos sitios. Así, hemos observado punzones, posiblemente mangos, pendien­
tes, máscaras-cráneo, mandíbulas esgrafiadas e instrumentos musicales (Ochoa et
al. 2000; Pijoan e tai, en prensa). También hay fragmentos de huesos largos que, aunque
no son artefactos, presentan un corte de hueso intencional, por lo que seguramente
son partes de desecho, al obtener un tubo de hueso (blank) (Figura 3).

132
Figura 3 . San Lorenzo Tenochcitlan, Ver. Cabeza de húmero que tiene la diáfisis cortada,
para la obtención de un tubo de hueso.

El tratamiento postsacrificial es el más complejo de todos, puesto que involucra


una misma cantidad de actividades. Se parte de un hueso limpio que posteriormente
se corta o fractura para obtener la pieza deseada, la cual puede ser pulida, se le hacen
perforaciones o muescas, son esgrafía o usa para manufacturar artefactos más com­
plejos.
A partir del análisis de los cuadros anteriores, así como de las consideraciones
antes expuestas, podemos hacer la siguiente propuesta, en la que establecemos las alte­
raciones encontradas hasta hoy, en los diferentes tratamientos postsacrificiales de los
cuerpos humanos (cuadros 1 y 2).

133
C u ad ro 1
Tipos de alteraciones que se presentan en los tratamientos generales simples

{
Cortes lineales relativamente largos por debajo de las epífisis.
Escasos cortes sobre las regiones de inserciones musculares y
Desarticulado
tendinosas.
Impactos por percusión y/o por presión sobre superficies
articulares, con o sin presencia de emoliente.

{
- Largos cortes lineales sobre bóveda craneal.
- En ocasiones, raspado sobre bóveda craneal.

- Posibles cortes lineales a nivel de los huesos de la muñeca.

Cortes cortos y lineales perpendiculares al eje del hueso,


sobre la región de inserción de músculos y ligamentos.
Descarnado
- Zonas de raspado sobre las regiones de inserciones en huesos
largos y sobre la bóveda craneal.

f - Cambio de coloración hacia el rojizo o amarillento.


Exposición I - Alteración de la superficie ósea.
térmica I - Apariencia vidriosa y translúcida.
- Alteraciones de la trabecula del tejido esponjoso.

Depresión en el lugar de impacto.


Fracturas helicoidales de los huesos largos.
Fracturas
Depresiones concéntricas y fracturas radiales en cráneo.
intencionales
En ocasiones, fracturas en rama verde por torsión de huesos
planos

f - Marcas de corte en las regiones de inserciones musculares y


Limpieza \ tendinosas.
de huesos J - Numerosas marcas de raspado.
V - En ocasiones, exposición térmica indirecta.

134
Cuadro 2
Tipos de alteraciones en tratamientos postsacrificiales complejos

{
- Desarticulado.
- Desollado para eliminar el cuero cabelludo.

Canibalismo

- Descarnado.
- Fracturas intencionales de huesos largos y cráneos.
- Exposición térmica indirecta y/o directa.
Desarticulado.
- Posible abrasión por percusión.
Exposición Desollado cuando se trata de cráneos.
- En ocasiones, hueso esponjoso aplastado.
Descarnado.
de partes - En ocasiones, bordes pulidos.
corporales Limpieza del hueso.
- Representación de elementos óseos muy sesgada.
Perforaciones, principalmente si se trata de cráneos.
En ocasiones, exposición térmica.

Desarticulado.
Desollado cuando se trata de cráneos.
Descarnado.
Limpieza de hueso.
Fabricación Fracturas intencionales de huesos largos.
de artefactos Corte de hueso.
Perforaciones.
Pulido, tanto de los bordes de uso de un instrumento como
de un corte de hueso para eliminar rebabas.
En ocasiones, elaboración de muescas.
En ocasiones, esgrafiado.

135
C o n c l u s io n e s

A partir del estudio, desde hace más de una década, de las alteraciones que presentan
diferentes muestras esqueléticas prehispánicas de México, en las que se estableció
el patrón recurrente en cada una de ellas, podemos proponer los diferentes pasos
necesarios para obtener un resultado especial. Cada uno tiene características y
secuencias específicas de alteraciones. Al realizar estudios tafonómicos en muestras
esqueléticas, observamos diversas alteraciones de las cuales se pueden establecer los
patrones de presencia. El análisis de estos patrones nos permite interpretar las accio­
nes realizadas y de éstas, las posibles funciones sociales.
Sin embargo, hemos visto que el tratamiento de los cuerpos, así como algunas
de las técnicas utilizadas para lograrlo varían con cada muestra esquelética, lo cual
implica que en el futuro esta propuesta puede cambiar y/o ampliarse. Es patente­
mente necesario acrecentar el número de estudios de muestras que presentan evidencias
de tratamientos para tener una idea más clara de los diversos tratamientos postsacri­
ficiales del cuerpo humano en las diferentes poblaciones prehispánicas de México.

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H u e s o s c r e m a d o s : m a t e r ia l e s e l o c u e n t e s

Xim ena Chávez Balderas


Proyecto Xalla, colaboradora del Museo del Templo Mayor

N o digas: ahora vivo y m añana moriré.


N o dividas la realidad entre la vida y la muerte.
D i: ahora vivo y muero.
Marcel Schwob (1894)

Un horno de gas, siete u ocho cadáveres al día y dos horas para cada uno de ellos
puede ser una jornada común y corriente en un crematorio comercial hoy en día. El
olor de la grasa domina el ambiente, 1600° Fahrenheit y una máquina para pulve­
rizar los restos son definitivos para que los deudos reciban en una pequeña urna
las cenizas de su difunto. Es sin lugar a dudas una parte muy dura: ya no hay más
cadáver, sólo cenizas; pero a juicio de muchas personas ésta será una forma más fácil
de ir asimilando la pérdida. Y aun así, estando los restos mortales completamente
pulverizados, son susceptibles de ser analizados por los forenses (Maples y Browning
1994: 142-143). Si es posible llegar a conclusiones a partir de sólo ceniza, los restos
cremados arqueológicos deberán ser, con mucha más razón, una gran fuente de
información sobre las costumbres funerarias de los grupos del pasado. Por supuesto,
la tecnología de una pira funeraria es completamente diferente a la de un horno
moderno, ya sea de gas o de soplete, de temperatura y tiempo controlados. A pesar
de esto, con el mayor gasto de recursos y de energía que implicaba, la cremación
era un tratamiento muy común en muchas sociedades del pasado por todas los
beneficios particulares que puede implicar, en especial los de tipo simbólico.
Cuando no se cuenta con un horno y si el objetivo es reducir lo más posible
los restos óseos, existe un procedimiento general para garantizar la eficiencia del
proceso. En primer lugar se debe elegir un lugar para elaborar la pira que permita
la correcta oxigenación, aunque con seguridad existirán mejores razones para elegir
el lugar en donde se va a construir, como la sacralidad del sitio, etcétera. El principal
tipo de combustible es la madera, aunque resinas, textiles, cabellos y la propia grasa del
cadáver son auxiliares en la combustión. En cuanto a la cantidad de madera a em­
plear, existe el dato de que para las cremaciones que se llevan a cabo en la India se
necesitan de dos a tres esteras de leña para cremar un cadáver al aire libre y en público.
Esta operación dura de tres a diez horas (Louis-Vincent Thomas 1983: 319). Se
acomodan los restos mortuorios y, de ser el caso, las ofrendas, se enciende el fuego,
que puede estarse atizando constantemente; ya culminado el proceso se pueden
quedar in situ o se recolectan, manualmente si ya perdieron el calor o con ayuda
de algún recipiente si aún lo conservan. Se pueden enfriar agregando agua, lo cual
los fragmentará aún más por el cambio súbito de temperatura. El tipo de cremación
tiene que ver con la temperatura alcanzada y con el tiempo de exposición. Gómez
Bellard (1994: 56-61) los define como factores interdependientes, ya que la
temperatura puede aumentar en función del tiempo. Este último no puede
calcularse.
Al llevar a cabo el análisis de un contexto funerario en el cual se tenga la presen­
cia de individuos cremados es muy importante analizar todas las ofrendas, la fauna
asociada, las urnas, los elementos arquitectónicos, pero sobre todo los propios restos
del individuo que fue expuesto al fuego, los cuales han sido tradicionalmente rele­
gados, almacenados, olvidados. Es primordial el análisis del material óseo simple­
mente porque el cadáver es la razón de la existencia de la tumba y el elemento central:
alrededor de éste se ordenan las prácticas funerarias, como apunta Henry Duday
(1997: 91). Tan sencillo como afirmar que si se lleva a cabo un funeral es porque alguien
murió.

E v id e n c ia a r q u e o l ó g ic a e n M é x ic o

Numerosas sepulturas de individuos cremados han sido reportadas y excavadas a


lo largo del territorio nacional. Una primera tendencia era suponer que, debido al
estado de los huesos, no había nada más que hacer por el difunto. Los contextos
excavados en la primera mitad del siglo XX fueron generalmente ignorados,
destinados al olvido y en casos más extremos los huesos, que son ni más ni menos
que los restos del individuo cuya muerte motivó el ritual funerario, fueron tratados
como desechos. Afortunadamente, hubo investigadores como Noguera (1935: 163-
171), quien se tomó la molestia de hacer descripciones de los contextos y del estado
de los materiales, las cuales hoy en día resultan de gran utilidad. A partir de la déca­
da de los 70 se comenzó a valorar más este tipo de contextos, no sólo en nuestro
país sino en muchos otros. En México los primeros trabajos que le prestan la aten­
ción suficiente al material óseo cremado son los realizados por Alberto Ruz (1989)
para el área maya y por Sergio López Alonso (1973: 111-118) para el sitio de Cholula.
De acuerdo con estos autores, toda la información disponible nos indica que la prác­
tica mortuoria de la cremación es tardía, con algunos antecedentes tempranos (López
Alonso 1973: 113; Ruz 1989: 163).
Quizá uno de los casos más interesantes (y no tan tardíos), con una gran can­
tidad de hallazgos reportados, es el de Teotihuacan, en donde es común encontrar
la evidencia del fuego in situ, en algunos casos de no muy altas temperaturas (ya
que permitieron la perfecta conservación de las articulaciones, además de la colora­
ción del hueso), los cuales a veces tienen el daño por el fuego localizado en una

144
región anatómica, como se ha podido observar en algún material del Proyecto La
Ventilla 1992-1994 (Sergio Gómez, comunicación personal, julio del 2000). En
la Ciudad de los Dioses la cremación está presente en distintos sectores de la ciudad:
Tetitla (Séjourné 1966: 219-223; Sempowski 1999: 478-490 ), La Ventilla (Serrano
y Lagunas 1999: 42-43, 74; Gómez y Núñez 1999: 99-129), el occidente de la ciudad
(Cid y Torres Sanders 1999: 291-334), el centro político-religioso y la periferia (Gon­
zález y Salas 1999: 229, 233), así como el barrio de los comerciantes (Rattray y Civera
1999: 137), son algunos de los ejemplos excavados en Teotihuacan. Cabrera (1999:
518-523) realiza una revisión más amplia de esta práctica funeraria en dicha ciudad.
Sin lugar a dudas la cremación se generaliza más en el Posclásico, donde cabe desta­
car que es muy diferente a la practicada por los teotihuacanos, ya que por lo regular
implica la recolección de los restos, se asocia con urnas funerarias y las temperaturas
alcanzadas fueron mucho más altas, por lo tanto los restos se suelen encontrar más
fragmentados, lo que los hace más difíciles de analizar.
En el área maya los contextos son generalmente tardíos e incluso coloniales.
Alberto Ruz (1989: 85-154) realiza una revisión de los sitios en los que fue excavado este
tipo de contextos hasta la década de los 60. Recientemente en Jilotepeque Viejo, Gua­
temala, se encontraron urnas funerarias que contenían restos óseos cremados. En este
caso, a diferencia de las excavadas hace ya tantos años, los restos óseos fueron analizados
de una manera sistemática (Fauvet-Berthelot, Rodríguez y Pereira 1996: 513-535).
Para el occidente, Teresa Cabrero (1989: 49-52) revizó de algunos sitios donde
han aparecido contextos correspondientes a esta práctica funeraria. Actualmente
esta investigadora y Torres Sanders trabajan de manera conjunta el material óseo
cremado proveniente de las excavaciones realizadas en el Cañón de Bolaños (Torres
Sanders, comunicación personal, mayo de 2000). Un caso peculiar, también del occi­
dente, son los restos pulverizados encontrados en el sitio de Loma Alta, los cuales
fueron estudiados, empleando todas las técnicas disponibles, por Carot y Susini (1989:
112-115). Una vez más, demostraron que hasta de las cenizas es posible obtener infor­
mación si se cuenta con una metodología y las técnicas adecuadas.
En el altiplano, si atendemos a las fuentes y a la evidencia arqueológica, parece
haber sido una práctica asociada con los funerales de los grandes señores y caciques.
Destacan las sepulturas encontradas en el Templo Mayor de Tenayuca (Noguera
1935: 163-165), en el Templo Mayor de Tenochtitlan (López Luján 1993: 220-236),
en el vecino edificio La Casa de las Aguilas (Román Berrelleza y López Luján 1999:
36-39), así como las encontradas en las excavaciones llevadas a cabo por Alicia Bonfil
en el Proyecto Gasoducto Palomillas, Toluca, Sitio Los Toritos (Arturo Talavera,
comunicación personal, junio de 2000). Todas éstas tienen en común que los restos
fueron recolectados y depositados en urnas y las temperaturas alcanzadas fueron altas.
Otras regiones donde se ha reportado esta clase de sepulturas, aunque de manera
aislada, son la del río Balsas (Litvak 1967: 28-30) y la del Golfo (Drucker 1943:
102-106).
Las fuentes, tanto escritas como pictográficas, son por supuesto una magnífica
ayuda. Por sí mismas son materia inagotable para la elaboración de numerosos escritos,

145
pero en este caso baste decir que nos permiten ubicar la práctica funeraria de la
cremación en el norte {La Historia de la Nueva Galicia), en el occidente {La Relación
deMichoacdn), el centro del país (Durán, Sahagún, Muñoz Camargo, CódiceMaglia-
bechiano, Telleriano-Remensis, por citar unos ejemplos) y en el área maya (Landa).
Y como cualquier tipo de contexto que ha sido relegado durante mucho tiempo,
existe la necesidad de comenzar a estudiarlo de una manera sistemática, estandari­
zando criterios y conceptos.

A lgu n as p r e c is io n e s

Antes de adelantarnos a hablar de las prácticas funerarias, el primer paso será dis­
cernir si el contacto con el fuego puede ser intencional (cultural) o no intencional,
ya sea por factores naturales o por entrar accidentalmente en contacto con un fuego
antropogénico (Lyman R. Lee 1994: 388).
Y específicamente al referirse a la cremación como tratamiento mortuorio, antes
que nada: ¿qué es más correcto, llamarla cremación o incineración? Algunos autores
plantean que cremación es el término adecuado cuando aún se conservan fragmen­
tos óseos, mientras que incineración se debe utilizar cuando los restos se han redu­
cido a cenizas (López Alonso 1973: 111; Romano, comunicación personal, abril
de 2000). Esto es correcto en el sentido más literal, ya que incinerar quiere decir hacer
cenizas. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que dichas cenizas, tal y como las entre­
gan actualmente en los crematorios comerciales, no son producto de las altas tempe­
raturas ni del tiempo controlado, sino de otro proceso: la pulverización. De no llevarse
a cabo, se conservarían algunos fragmentos de hueso aún identificables, como se ha
podido observar en crematorios que utilizan hornos de gas. Para Maples y Browning
(1994: 142), la pulverización de los restos óseos cremados, en los Estados Unidos, está
muy relacionada con tratar de evitar demandas por parte de los familiares de los
difuntos, motivadas por la inclusión de fragmentos de otros individuos en la urna.
Volviendo a la cuestión de qué palabra es la que se debe emplear, existen autores que
opinan que no hay mayor problema en hacer los términos cremación e incineración
equivalentes y al revisar la literatura de Francia o de Inglaterra se puede apreciar
que de hecho así se hace (Gómez Bellard 1994: 56). No obstante, cremación parece ser
el término más adecuado para emplear y no caer en confusiones, siempre y cuando
se precise el tipo de exposición al calor que tuvieron los huesos.
Al respecto, Mayne (1997: 275) define que los diferentes tipos de afectación
durante la exposición al calor de los restos mortuorios son:
- Carbonización: cuando sobreviven órganos.
- Parcial: cuando sobreviven tejidos blandos.
- Incompleta: si aún hay piezas óseas.
- Completa: se reduce a cenizas.1

1 Aunque cabe recordar que la reducción total a cenizas es producto de la pulverización.

146
Antes que nada, es importante aclarar que esto evidentemente se aplica nada
más a cadáveres. Cuando se trata de hueso seco es diferente, ya que obviamente no con­
tamos con la presencia de tejidos y mucho menos de órganos. Los criterios (y los diferentes
autores que los proponen) para discernir si el difunto fue cremado seco o fresco se men­
cionarán más adelante.
A su vez Herrmann (1977: 101) opina que la cremación completa se da entre
los 700-800°, cuando se pierde la materia orgánica y los cristales minerales comienzan
a fusionarse. Los componentes orgánicos se destruyen primero por carbonización
y luego por combustión (Maples y Browning 1994:138).
Es importante precisar que en el caso de la carbonización y de la afectación
parcial, de encontrarse los restos in situ, tal y como quedaron después de extinguirse
el fuego, es mucho más probable detectar conexiones anatómicas, ya que el fuego no
destruyó las articulaciones. Si un cadáver es expuesto a bajas temperaturas o durante
poco tiempo, apenas logrará una carbonización parcial de sus tejidos (Etxeberría 1994:
112). En el caso de la carbonización incompleta será muy difícil que sobreviva alguna
conexión y en la completa definitivamente se perderán.
En hornos crematorios modernos de gas se han podido observar los cuatro
tipos de afectación del hueso que menciona Mayne. En la primera parte del proceso
se observa una carbonización y una pérdida de los tejidos blandos. Las costillas son
los primeros huesos en quedar libres de tejido y se ha observado que se separan del
esternón debido a que la caja torácica sufre una especie de explosión, por lo que al
culminar el proceso obviamente se aprecia completamente colapsada. En la segunda
mitad se van fragmentando los huesos de tal manera que se pierden las articulaciones
hasta sólo quedar restos sin orden aparente. De encontrarse esto de manera arqueoló­
gica, solamente con una excavación controlada, un registro muy meticuloso y la mayor
identificación in situ de restos óseos podrá detectarse la “posición anatómica”.
Dejando atrás lo que se puede observar a simple vista, en general el proceso es
resumido por Mayne (1997: 280-281) en la fase de deshidratación, de descomposi­
ción de la materia orgánica, de pérdida de carbonatos y de fusión de cristales.

La pira funeraria

Se ha descrito diferentes tipos de pira funeraria, excavados e imaginados por muy diver­
sos investigadores. A partir de la información de estos autores, a continuación se
describen tres tipos de piras, tomando en cuenta que pueden existir muchas otras va­
riantes:

a) La primera consiste en una cama de madera (misma que actúa como com­
bustible). Sobre ésta se colocan los restos mortuorios y, de ser el caso, las ofrendas.
Este tipo de pira es utilizada en la India (Louis-VincentThomas 1983: 319) y además
es la que presenta mayores ventajas tecnológicas, ya que permite una correcta
oxigenación y la manipulación de los restos (Gómez Bellard 1996: 61). Sin lugar

147
a dudas, los trabajos experimentales más importantes los ha llevado a cabo Jacque-
line McKinley (1997: 134-136), quien reprodujo esta pira utilizando fauna, obtuvo
muy buenos resultados y encontró algunas similitudes con los contextos arqueológicos.
Al final se colapsa y los restos conservan relativamente la forma original. Esto cam­
biaría si son atizados, removidos y, dependiendo de la intensidad y la frecuencia, incluso
puede ser una de tantas razones para que el material presente cremación diferencial.
b) Esta pira es similar a la primera. El combustible fue puesto debajo (en una
especie de fosa) y el cuerpo arriba, pero en este caso colocado sobre una plataforma,
la cual probablemente resolvía en cierta medida los problemas en el suministro de
oxígeno causados por tratarse de una fosa, ya que recordemos que, como nos dice Gó­
mez Bellard (1994: 61), la oxigenación depende del espacio entre cuerpo y combus­
tible, así como de la ventilación. Arqueológicamente este tipo de pira es reportada por
Darrell Creel (1989: 310-312) en Nuevo México. Consiste en una fosa de 1.66 m
por 53 cm, con hoyos para postes que servían para soportar una plataforma (aproxi­
madamente a los 55 cm de altura). El cuerpo fue puesto sobre ésta, la cual finalmen­
te se colapso y la madera de la que estaba fabricada se confundió con la empleada como
combustible.
c) En este tercer caso el difunto se pone sobre el suelo y se coloca el combustible
encima. Este modelo fue propuesto por Wells (1960: 29) a partir de la observación
de los restos cremados: éstos no estaban tan dañados en la parte que se suponía en
contacto con el piso. Reinhard y Fink (1994: 600) apoyan está idea en el material
hohokam, de acuerdo con el daño que presentaban las vértebras. Sin embargo, una
pira con estas características, según McKinley (1997: 132-134), hubiese tenido pro­
blemas severos en el suministro de oxígeno y la cremación no se hubiese llevado a
cabo de la manera adecuada por el mal aprovechamiento del calor. Esta clase de pira
tampoco permitiría la manipulación directa de los restos para acercarlos a la fuente
de calor. El material estaría menos quemado y menos fragmentado que una pira más
eficiente como la descrita en el primer caso.

En cuanto a la pira funeraria utilizada en el Posclásico, por las descripciones de


las fuentes escritas, parece corresponder al primer tipo, lo cual es apoyado por la des­
cripción de que eran atizadas constantemente y después se recolectaban los restos
para depositarse en otros lados. Por ejemplo, cuando Sahagún (1997: libro XII, 783-
784) relata la muerte de Moctezuma II, narra que fue colocado sobre una pira de
madera y después se le prendió fuego. En el apéndice del libro III (1997: 207) dice
que “ dos viejos, con dos palos estaban alanceando al difunto”. Durán (1995, tomo I,
356) maneja la misma versión de que atizadores, diputados para ese oficio, removían
la lumbre con unos palos. La Relación de Michoacán (Jerónimo de Alcalá 1980: f 29v,
f 21v, 277) relata que para quemar al cazonzi o a un cacique se le ponía encima de
aquella leña y el fuego era atizado. Para los tigüex, en Nuevo México, tenemos La
Historia de la Nueva Galicia (de la Mota y Padilla Matías 1920: 236), la cual des­
cribe que:

148
figura 1. Diferentes tipos de pira funeraria (basado
en McKinley 1997: 134-136; Creel 1989: 310-313;
Wells 1960:29). Dibujo de Enrique uez.

149
... vieron los españoles estando en esta tierra que, habiendo muerto un indio, ar­
maron una gran balsa de leñay quepusieron el cuerpo muerto encima de ella, cubierto
con sola una mantilla, y que luego vinieron todos los delpueblo, hombresy mujeres;
y cada uno trajo de la comida que ellos usaban, como pinole, calabazas, frijoles,
atole, maíz tostado, y todo lo pusieron sobre la balsa de leña.

Para el caso del periodo Clásico, en Teotihuacan la tecnología de la pira parece


haber sido diferente porque, como ya se mencionó, en muchos casos se encuentran
las huellas del fuego in situ y las temperaturas no son tan altas como se ha podido
observar en otros casos correspondientes al Posclásico, como sería el del material
encontrado en la segunda etapa constructiva del Templo Mayor de Tenochtitlan.

Á reas d e a c t iv id a d r e l a c io n a d a s c o n la p r á c t ic a d e la c r e m a c ió n

Por supuesto, la pira funeraria y la sepultura no son los únicos tipos de contexto
relacionados con la práctica de la cremación. Partiendo de la definición de Linda
Manzanilla (1986: 11) de área de actividad como “la concentración y asociación
de materias primas, instrumentos o desechos en superficies o volúmenes específicos,
que reflejen actividades particulares”, a continuación se describen las diferentes áreas
de actividad que se pueden encontrar relacionadas con la práctica de la cremación:

a) Cremación primaria y fuegos in situ


b) Lugar de la pira
c) Lugar de los desechos de la pira
d) Sepultura del individuo cremado

a) Cremación primaria y/o fuegos in situ. Apagado el fuego puede optarse por
dejar los restos en el lugar en donde ocurrió la combustión. Algunos arqueólogos
llaman a este tipo de contextos “cremaciones primarias” (Reinhard y Fink 1994:
602). En éstos se suele percibir de alguna manera la relación anatómica y puede
darse el caso de que se conserve alguna conexión anatómica, lo cual es muy raro,
como la reporta Creel (1989: 313). Se debe ser muy cuidadoso en el empleo del
término “cremación primaria”, ya que ésta hace referencia a la exposición al fuego
de individuos en posición anatómica. No se debe perder de vista que se puede
encontrar un contexto en donde se cremaron huesos secos aislados (que provengan
de un entierro secundario). En estos casos y cuando no se esté seguro, quizá lo
mejor es hablar de fuegos in situ (Pereira, comunicación personal, mayo de 2000).
b) Lugar de la pira. Si la decisión fue recolectar los huesos para llevarlos a una
sepultura, el “lugar de la pira” será en donde se llevó a cabo la combustión y que­
daron los restos de carbón, fragmentos de algunos huesos cremados y ofrendas, que
por alguna razón, por ejemplo su tamaño, no se recogieron. Este concepto lo desa­

150
rrolla McKinley (1997: 132). En este lugar sucedió la cremación, y la diferencia con
primaria//« situ es que el individuo o la mayor parte de éste fue llevado a otro lado.
c) Basurero de los desechos de la pira. Ya finalizada la cremación del difunto, los
residuos de la pira pueden ser llevados a otro lado, el cual será propiamente un
basurero. Este concepto también lo desarrolla McKinley (1997: 137), quien
considera que es muy importante poder distinguir en campo el sitio de la pira del
lugar en donde fueron depositados los desechos. Esta área de actividad de desecho
puede ser parecida al lugar de la pira, pero en este último se realizó la cremación y
en el otro no, ya que es en realidad un basurero. En éste los componentes deberán
estar mezclados y sin una aparente selección.
d) Sepultura de los restos mortuorios. Implica un primer paso: la recolección de
los restos que puede darse ayudándose con un recipiente, si los huesos aún estaban
calientes, o manual, si estos ya se encontraban fríos, ya sea porque se esperó el
tiempo necesario para que perdieran calor o porque fueron enfriados utilizando
agua. Gómez Bellard (1994: 62) clasifica los diferentes tipos de recolección en
cuidadoso, medio y superficial. Sin embargo, hay que recordar que los restos que
encontramos en un depósito no son necesariamente todo lo que se recolectó, ya
que pudieron tener otro destino diferente al que estamos encontrando, el cual nos
es desconocido. Después de recolectarlos existe la posibilidad de que se sepulten
dentro de una olla, urna, canasta, plato, cista, debajo de un cajete invertido, etc.,
en un edificio, en una cueva, etc. Las posibilidades son muchas.

El e s t u d i o d e l m a t e r ia l ó s e o

Generalmente se ha dejado de lado el estudio de los restos óseos cremados por la defor­
mación, fragmentación y reducción ocasionada por el fuego que alcanzó altas tem­
peraturas. A este tipo de destrucción, Lyman R. Lee (1994:391) lo denomina “destrucción
analítica” : las piezas están presentes, pero ya no son identificables. Esto es en casos
extremos, pero por lo regular algunos fragmentos pueden identificarse, contrario a lo
que muchos investigadores quieren creer. Y aunque éste fuera el caso, el análisis no de­
pende de la identificación, ya que hay otros muchos rasgos por observar. Los restos
cremados han corrido con mala suerte, no sólo en México sino en todo el mundo,
ya que se ha considerado que por sus características no permiten la recuperación de la
información. Si ésta se ha perdido es por la creencia común de que no se puede hacer
nada con los huesos (McKinley 1997: 129; Gómez Bellard 1996: 55).
Sin lugar a dudas, el trabajo con el material óseo nos ofrece una serie de posibili­
dades que a continuación se resumen en dos categorías. La primera de ellas alude a
los aspectos clásicos que han sido tratados por los antropólogos físicos, los cuales se
refieren a las características del individuo, como edad, sexo, patologías, estrés en el hueso.
La segunda categoría nos vincula con algunos aspectos del ritual funerario, como
el tiempo que transcurrió entre la muerte del individuo y la cremación, el número de
individuos colocados por urna, la preferencia por algún segmento corporal, etc.

151
Cabe aclarar que ciertos tipos de análisis no son aplicables en todos los casos; esto
dependerá de las características de cada depósito funerario.

D e t e r m in a c ió n d e a s p e c t o s r e l a c io n a d o s c o n e l in d iv id u o

Edad al morir. Los criterios para asignarla son exactamente los mismos que para el hueso
no cremado, pero con el problema de que las partes que generalmente son observadas
para este fin se encuentran muy fragmentadas, y en casos más extremos no sobrevivieron
al fuego; un ejemplo de esto serían los maxilares. Dependiendo del daño en el hueso,
otra posibilidad es que se intenten aplicar técnicas de tipo histológico para este propósito.
Sexo. De igual forma, los criterios empleados son básicamente los mismos que
los desarrollados para material no cremado; sin embargo, existen varios problemas
al tratar de utilizarlos. Como en el caso anterior, la fragmentación es sin lugar a dudas
uno de ellos, ya que precisamente las partes que suelen ser observadas son las que
se destruyen con más frecuencia, como serían la pelvis y el cráneo. Quizá el mayor
problema para asignar sexo es la reducción que sufre el material óseo, porque si no
es tomada en cuenta se puede estar considerando como femenino un individuo masculino
que presenta reducción. Mayne (1997: 277) reporta que los huesos correspondientes
a los individuos del sexo masculino (que tienen un porcentaje más alto de mineral en
el hueso) son más susceptibles a sufrirla. Siguiendo con esta autora, la reducción que
realmente afectaría la asignación de sexo es la que se da después de los 800°. Por tanto,
si el material fue expuesto a temperaturas más bajas, la determinación de sexo es un
poco más confiable. Una solución sería establecer un coeficiente de error para la reduc­
ción (Buikstra y Swegle 1989: 254).
Patologías. De la comparación entre individuos cremados e inhumados Reinhard
y Fink (1994: 597-603) afirman que la cremación no necesariamente destruye la
información. A partir del análisis minucioso que realizan concluyen que la expo­
sición al fuego produce un efecto negativo en la observación de la criba orbitalia y
de las enfermedades dentales (sólo las pérdidas ante mortem son observadas). Las pa­
tologías que sí fueron estudiadas son la hiperostosis porótica, la osteofitosis y un
poco la osteoartritis.
Estrés. Un estudio de este tipo, que generalmente se realiza con el fin de inferir
las actividades físicas que realizaba un individuo, dependerá del estado del material.
Aquí sí es necesario que no se encuentre excesivamente fragmentados y no esté defor­
mado o torcido, por lo que sólo el material expuesto a bajas temperaturas o algunos
huesos cremados en seco, servirán para esta clase de estudios.

D e t e r m in a c ió n d e a s p e c t o s r e l a c io n a d o s c o n e l r it u a l f u n e r a r io

A partir de la observación de ciertos rasgos en el material cremado se pueden inferir


muchos aspectos del ritual funerario, mismos que al ser evaluados, en conjunto con las
descripciones y las imágenes de las fuentes, nos podrán llevar a elaborar una versión
más completa de cómo fue el ritual funerario en cuestión.

152
Ya sean los detalles técnicos, como la temperatura alcanzada y el tipo de combus­
tible, o bien información que se relaciona con aspectos simbólicos, como la elección
de una sola parte del cuerpo para depositar en la sepultura, pueden ser conocidos
a partir del análisis de los restos cremados y de otros fragmentos que generalmente
los acompañan. A continuación se mencionan algunos ejemplos, considerando que
existen muchos otros y que cada caso en particular o cada sitio puede arrojar aún
más posibilidades.
Tiempo transcurrido entre la muerte y la cremación. La pregunta sobre si un hueso
fue cremado seco o fresco se refiere al tiempo transcurrido desde la muerte de un
individuo hasta que son cremados sus restos mortales. ¿Fue entregado al fuego de
manera inmediata evitando la descomposición, fue entregado mientras la padecía
o cuando ya la había sufrido? La observación de fisuras transversales (en asociación
con el hueso fresco) o longitudinales (más relacionadas con el hueso seco) es uno
de los principales criterios empleados (Buikstra y Swegle 1989: 252-254). Otras carac­
terísticas observables a simple vista en el hueso son las fracturas curvas de forma
semilunar, así como la torsión y la deformación (Simón González Reyna, comu­
nicación personal, abril del 2000; Maples y Browning 1994: 177-178), las cuales
se relacionan con el hueso cremado en fresco. En algunos casos no será tan fácil discer­
nir el estado en el que fue cremado y cuando exista esa duda quizá lo más conveniente
sea emplear criterios de diferenciación histológicos (Carmen Pijoan, comunicación
personal, abril del 2000).
Otro ejemplo de este tipo de análisis lo proporcionan Grévin y colaboradores
(1990: 77) quienes encuentran evidencia del ataque bacteriano post mortem, lo cual
nos indica que hubo descomposición y que obviamente no fue cremado de manera
inmediata.
Es muy importante la recolección y la revisión de todos los elementos asociados
con los huesos, ya que se ha reportado la presencia de tejidos blandos carbonizados
(McKinley 1997: 142). En hornos crematorios se ha podido constatar la presencia
de este tipo de restos, los cuales parecen ser fundamentalmente la grasa corporal proba­
blemente mezclada con otros restos orgánicos (Simón González Reyna, comunicación
personal, abril de 2000).
Temperatura. Para inferirla se emplean tablas colorimétricas, las cuales permiten
relacionar el color con la temperatura alcanzada. Para evitar confusiones, Barba y
Rodríguez (1990: 94-95) transformaron los colores de las colorimetrías a la tabla Munsell.
Es necesario considerar que existen otros factores que pueden hacer cambiar el color
del hueso, como la impregnación de manganeso (Shultz 1997: 215), o bien el trata­
miento con cal que, de existir la duda, microscópicamente puede establecer la diferen­
ciación (Etxeberría 1994: 115). Las fisuras, el color homogéneo, la torsión y la reducción,
sin lugar a dudas, nos llevarán a concluir que sí fueron expuestos al fuego.
Cuando se trata de individuos cremados en estado cadavérico, encontrados in
situ, la perfecta preservación de las articulaciones nos indicará que las temperaturas
fueron muy bajas o quizá fue poco el tiempo de exposición, de tal manera que la
afectación debió ser más en los órganos y tejidos que en el hueso mismo. Altas

153
temperaturas hubieran ocasionado retorcimiento en los huesos, fragmentación y
la pérdida de muchas de las articulaciones.
Tipo de combustible empleado. Por lo regular entre los restos óseos se suelen en­
contrar pequeños fragmentos de carbón, con los cuales se podrá identificar el tipo
de madera utilizada y si hay en gran cantidad se podrá emplear para el fechamiento
por carbonol4. Ciertas maderas como el mezquite permiten alcanzar temperaturas
mucho mayores, mientras que otras como el pino y junípero, no (Reinhard y Fink
1994: 601,605). Esto implica que maderas como el mezquite dañarán más los huesos.
Número de individuos depositados en la urna. Es un error asumir a priori que
una urna corresponde a un solo individuo (McKinley 1997: 130). Por supuesto, tam­
poco se debe asumir el caso contrario, ya que un solo individuo puede estar dividido
en varios continentes. Para trabajar este aspecto se debe hacer una separación e iden­
tificación del material y así proceder a realizar un conteo mínimo. Los lincamientos
para hacerlo son los mismos que para hueso no cremado, aunque en este caso se
deberá tomar en cuenta la reducción que pueden presentar y la cremación diferencial
que suele tener un mismo individuo, ya que la temperatura en una pira no es uniforme.
Preferencia por algún segmento corporal. Para darnos cuenta si se decidió colocar
en la urna todo el individuo o hubo una selección de cierta parte del cuerpo es
necesario hacer la separación y la identificación de los huesos. Pesar los restos
óseos por regiones anatómicas puede ser también de gran ayuda para comprender
mejor el tipo de depósito al que nos enfrentamos. La selección de una parte del
cuerpo en específico puede ser, más que una simple coincidencia, resultado de las concep­
ciones del cuerpo o quizá de las creencias en torno a la muerte; por eso será impor­
tante detectar si se dio o no dicha selección.
Cremación de ofrendas. Por lo regular, al cremar a un difunto se incluían objetos
con éste, ya fueran ofrendas propiamente o elementos de ornato y parte de la vesti­
menta. Pequeños fragmentos suelen pasar inadvertidos y se confunden con los
restos mortuorios si éstos no son revisados con cuidado. Además de la información
en cuanto al tipo de ornato, al estatus del personaje, el simbolismo de los objetos,
etc., la exposición al fuego que presentan los objetos, su fragmentación, etc., nos
ayudan a saber si fueron cremados de manera conjunta o no. 1000° son necesarios
para degradar la roca caliza (Etxeberría 1994: 115), por lo que puede emplearse como
un indicador de la temperatura, a comparar con la de los restos óseos. Incluso actual­
mente, aunque se deben retirar en general todos los objetos, algunos de valor
religioso o sentimental y que puedan ser consumidos fácilmente por el fuego, son
incluidos en el horno por petición de los deudos.
Cada contexto en particular presentará sus propios problemas y cada investigador
deberá aportar soluciones creativas para cada caso. Lo que sí queda claro es el potencial
de los huesos cremados, en algún tiempo almacenados, en otro tiempo olvidados.

154
Figura 2. Hueso cremado aún con tejido, (fotografía de Germán Zúñiga,
cortesía del Museo del Templo Mayor, i n a h ).

Agradecimientos

Al doctor Reyes Téllez Girón y a Simón González Reyna, de la Facultad de Medi­


cina, así como a Juan Andrade y Angel Acosta, del crematorio del Panteón Español,
por la valiosísima experiencia de aprender de su trabajo cotidiano.
Las fotografías pertenecen al acervo del Museo del Templo Mayor, ina h .

155
Figuras 3 y 4. Cuchillo de sílex y navajilla de obsidiana cremados junto con los restos de un individuo,
(fotografías de Germán Zúñiga, cortesía del Museo del Templo Mayor, i n a h ).

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160
L as t r a d ic io n e s f u n e r a r ia s e n e l n o r t e d e C a m p e c h e .
Un e n sa y o e t n o a r q u e o l ó g ic o 1

Vera Tiesler Blos


'Programa de Maestría en Arqueología, Escuela Nacional de Antropología
e Historia, in a h

El tema de este estudio —las costumbres funerarias tradicionales en el norte de Cam­


peche- se desarrolla alrededor de las prácticas observadas durante varias visitas en
1998 a siete comunidades mayas: Calkiní, Dzodzil, Poc-boc, Dibalché, Hecelchakán,
Pomuch y Tenabo (figura 1). Para su interpretación etnoarqueológica partimos del
concepto de “entierro”, producto de los tratamientos funerarios y punto de partida
en el estudio arqueológico de las prácticas y creencias escatológicas.
Una breve revisión de las costumbres funerarias entre los grupos yucatecos históri­
cos y actuales introduce a algunas tradiciones mortuorias observadas en las comunidades
tradicionales del norte de Campeche. Primero se refieren las creencias y prácticas que
allí integran el complejo funerario. Analizamos el tratamiento que los difuntos reciben
al ser enterrados y, después de tres años, exhumados en ocasión del día de los difuntos,
expresados en los arreglos de las sepulturas y la arquitectura funeraria de los panteones
locales. En conjunto, las tradiciones funerarias repercuten en la disposición de los
restos y el contexto material asociado, y permiten hacer inferencias tafonómicas acerca
de las prácticas pretéritas, hacia las que finalmente buscamos apuntar.

1 Presentado en el VIIIEncuentro de Investigadores de la Cultura Maya, Universidad Autónoma de Campeche,


(uac)-inah celebrado del 10 al 13 de noviembre de 1998 en Campeche, Campeche. Aquí quisiera
expresar mi agradecimiento al personal del Centro inah Campeche por el generoso apoyo que me
brindó en la realización de este estudio. En particular, estoy en deuda con la licenciada Karina Romero.
Ella me acompañó a las comunidades, participó en las numerosas entrevistas y realizó el registro
audiovisual de las actividades locales del Día de Muertos. Un gracias muy especial también para la
gente de las comunidades del norte de Campeche, que con su cooperación, calidez humana y alegría
nos han enseñado tanto sobre el morir como el vivir.
162
P l a n t e a m ie n t o

El entierro, que en el registro arqueológico se presenta como un conjunto de elemen­


tos estáticos y materiales, es el resultado de una serie de conductas sociales. Consti­
tuye, a menudo, el único testigo que nos permite acceder a un aspecto íntimo del
repertorio cultural del pasado, el de la muerte individual y colectiva.
En primer lugar, el entierro nos remite al enterramiento, definido como el pro­
ceso de la deposición del difunto. Este acto suele ser la culminación de una serie de
preparativos, destinados al tratamiento del cuerpo, al arreglo de la sepultura y las dis­
posiciones generales observadas en ocasión de su muerte. Posteriormente a la deposi­
ción primaria, la sepultura puede o no sufrir modificaciones de los arreglos iniciales.
Puede seguir la exhumación de los restos y su colocación en otro lugar. Así consi­
derado, el contexto funerario es fruto de un sinnúmero de factores circunstanciales
y sociales que forman parte de las prácticas pretéritas. En conjunto, los gestos manifies­
tan un código escatológico que a la vez constituye lo que etnológicamente se estudia
bajo el rubro de las costumbres funerarias.
La reconstrucción de los tratamientos mortuorios sólo a partir del registro ar­
queológico siempre ha sido una empresa problemática y necesariamente incom­
pleta en su ambición de reconstitución sociocultural. Al ser excavado, el entierro
se presenta deteriorado o simplemente incompleto, alterado por procesos naturales
o culturales (de reuso por ejemplo). En particular, en los contextos secundarios, es
decir de re-deposición, aparecen distorsionadas las disposiciones funerarias iniciales.
Por otra parte, se dificulta la interpretación de la disposición y localización de
los restos, del contenedor funerario y los objetos asociados, en la medida en que
faltan enlaces analíticos que permitan atribuir una dimensión social al vestigio ma­
terial. La misma complejidad de creencias y ritos, involucrados en los tratamientos
mortuorios, se aúna al reto de su estudio, hecho que ha conducido a algunos investi­
gadores a considerar el estudio de los contextos funerarios como una “pesadilla de
los arqueólogos” (Ucko 1969).2
Las diferentes tipologías que se emplean en la clasificación de los contextos fune­
rarios constituyen una de las herramientas analíticas con las que cuenta la arqueo­
logía para evidenciar patrones culturales. Igual que en las clasificación de otros
contextos o materiales, aquí se busca que la selección y ponderación de los atributos
clasificados den cuenta de la presencia y diversidad de los patrones funerarios regio­
nalmente observables. Idóneamente, los criterios de definición de cada categoría
deben ser mutuamente excluyentes, explícitos y precisos, para permitir su trata­
miento cuantitativo y la comparación con otras clasificaciones alternativas. Un

2 Ucko (1969) relata que entre los ashanti de África existe la costumbre de orientar la cara de los difuntos
hacia un lugar lejano de la comunidad para evitar su regreso y el daño que ello causaría a los vivos. Sin
embargo, también hay la creencia de que algunos muertos, conscientes de su posición, se voltearán a buscar
sus antiguas moradas en el pueblo. Algunas familias tratan de prevenir contra esta amenaza al engañar
a su difunto orientándolo precisamente hacia la comunidad.

163
aspecto crítico constituye la relevancia cultural de la tipología funeraria, no sólo como
costumbre pretérita, sino también como punto de partida en la reconstrucción y
explicación social. Adicionalmente, los parámetros tipológicos deben responder a
las interrogantes y problemas particulares de cada proyecto.
Revisemos brevemente algunos antecedentes en la clasificación de contextos
funerarios. En la investigación de los mayas prehispánicos se emplean varias tipolo­
gías, basadas en diferentes parámetros clasificatorios, si bien tienen en común que
dan cuenta de las particularidades regionales de las costumbres. La investigación na­
cional distingue la ubicación, asociación y marco cronológico de los contextos, aparte
de la enumeración de las ofrendas y la descripción del contenedor, cuyos criterios apa­
recen ampliamente descritos en Ruz (1991). El autor distingue entre el pozo sencillo
(en su variante de protegido o no protegido), la cista, la fosa, la cámara funeraria con o
sin sarcófago, además de la vasija y los espacios naturales o culturales aprovechados como
lugar de deposición. A eso se agregan las especificaciones relativas a la disposición del
cadáver y sus partes constitutivas, los que evidencian aspectos numéricos y secuenciales
en la disposición de los restos humanos.3
Ahora bien, para resanar los inconvenientes inherentes a la interpretación del
vestigio funerario, muchos investigadores han recurrido a la información iconográ­
fica, las fuentes históricas y las análogas con grupos actuales para complementar la
información que proporciona el contexto arqueológico. Particularmente, la etnografía
ha resultado de utilidad al proponer nuevos planteamientos, nuevas vías en la investi­
gación de los tratamientos mortuorios. Mencionamos como ejemplo los aspectos
que consideran los procesos tafonómicos, la disposición inicial y secundaria del cadá­
ver, así como la reconstrucción de las ofrendas y los contenedores mortuorios (Ucko
1970). Desafortunadamente, la literatura etnográfica sobre las costumbres fune­
rarias tiende a dirigirse a aspectos culturales que no se manifiestan directamente en
artefactos.
En particular, en la etnografía del complejo mortuorio mayense, al lado de las
abundantes descripciones relativas al papel socio-ideológico de la muerte y de la
vida después (Ruz 1968; Coe 1975), no existe hasta ahora un estudio de las prácticas
mortuorias desde una perspectiva etnoarqueológica, lo cual constituye el punto de
partida y el objetivo del presente trabajo.

A n t e c e d e n t e s r e g io n a l e s

Nuestro tema, es decir, las costumbres funerarias tradicionales en el norte de Cam­


peche, se desarrolla alrededor de las prácticas observadas en siete comunidades ma­
yas. Intentamos incursionar de manera prospectiva en la relación observable entre

3 Es preciso señalar que existen algunas discrepancias, no sólo terminológicas, con la tipología empleada
por los investigadores de extracción norteamericana y francesa (en la demarcación, por ejemplo, de
“entierro directo”, y “entierro indirecto” y el uso de los términos “fosa”, “entierro sencillo”, “cripta” y
“tumba”). Retomamos el aspecto de las tipologías al final del ensayo.

164
las creencias y costumbres escatológicas locales, sus influencias y raíces, cuyas mani­
festaciones materiales serán de potencial relevancia en la reconstrucción de las cos­
tumbres funerarias pretéritas.
Revisaremos en primer lugar la literatura correspondiente al área maya septen­
trional. Entre los cronistas coloniales que suministran información sobre prácticas
y creencias funerarias del norte del área maya se cuentan fray Diego de Landa (1982),
fray Bernardo de Lizana, Pedro Sánchez Aguilar y varios autores anónimos (Ruz 1968).
Landa reporta dos tipos básicos de disposición del cadáver: la cremación y la inhuma­
ción. Mientras que la primera forma se reservaba para los señores, es decir, los círculos
sociales dominantes, la segunda se practicaba en las habitaciones familiares, donde
el difunto se enterraba bajo el piso, acompañado de objetos de uso cotidiano, algu­
nos ídolos o una cuenta de jade colocada en la boca. Las cenizas, producto de la crema­
ción, comúnmente se colocaban en una vasija de barro, aunque su tratamiento varía
según cada linaje. Landa refiere que a los guerreros, o en general a los muertos en
combate, les quitaban la mandíbula para limpiarla de carne y ponerla en el brazo del
difunto.
Las prácticas funerarias expresan las creencias escatológicas de su momento.
Acompañaban el último pasaje en el curso de la vida prehispánica de la persona, una
separación social que según se pensaba iba seguida por su viaje al xibalbd o metnal.
En los términos de los rituales de transición, Welsh (1988: 199) interprétala muerte
del individuo en tres fases. La primera consiste en el cambio de su condición al morir;
en la segunda fase el ahora difunto se transforma al recibir los tratamientos funerarios
y, finalmente, se convierte en el antepasado de sus familiares.
Landa (1982: 59) es igualmente explícito sobre el aspecto de la continuidad entre
la vida y muerte cuando afirma que los mayas yucatecos proporcionaban maíz,
bebida y moneda a sus difuntos con la finalidad de que no les faltase nada en la
otra vida. El lugar del enterramiento solía ser la misma residencia, antes compartida,
ahora ocupada por los miembros familiares sobrevivientes.
Según el antiguo pensamiento, el muerto, ahora en estado incorpóreo, poseía
ciertos poderes. Su cuerpo se consideraba una reliquia, ya que constituía el punto
de enlace entre su nuevo lugar de permanencia y la tierra, entre los vivos y los
muertos (Steggerda 1941; Redfield et al. 1962; Villa Rojas 1978). El mito quiché
del Popol Vuh relata como la cabeza de Hunahpú es transformada en un jícaro. En
esta forma aparece y fecunda a Xquic, hija del señor Cuchumaquic. En otra ocasión,
los huesos molidos de Hunahpú y Xbalanqué germinan en el fondo de un río, de
donde renacen los dos.
Las creencias tradicionales están relacionadas también con las ideas acerca de
la disgregación del difunto en sus componentes anímicos (De la Garza 1990, 1997;
López Austín 1989). Mercedes de la Garza (1997) habla de la dualidad que se perci­
be entre el cuerpo y el espíritu. Se cree que sólo el espíritu persiste después de la
muerte del hombre y, de éste, tan sólo la parte denominada “corazón inmortal” ,
identificada como ol, o chu’lel entre los mayas actuales. Únicamente esta entidad
anímica del ser emprende el viaje hacia otro sitio. Mientras, el wayjel o tonalli, es

165
decir, el destino que el hombre comparte en vida con el animal, se desvanece en el
momento de su muerte. Por todo lo expresado, podemos suponer que la muerte indi­
vidual, como éxodo y destino final en el sentido cristiano, no existía en la antigua
cosmovisión maya.
Naturalmente, los conceptos occidentales introducidos al bagaje cultural prehis­
pánico a lo largo del proceso de evangelización con la concepción dual de cuerpo
y alma, un destino final, así como la imposición de nuevas prácticas funerarias,
han alterado o distorsionado las antiguas creencias y costumbres. Al sintetizar los
elementos materiales y espirituales que integran el complejo funerario en el mundo
maya actual, Mario Humberto Ruz (1998) los divide en de extracción europea e
indígena. Sobre la etnografía del norte de la península de Yucatán y las costumbres
funerarias de sus grupos tradicionales se dispone de una información general
(Steggerda 1941; Redfield 1942; Redfield y Villa Rojas 1962; Ruz 1998), que se
remite a Yucatán y al oriente del actual estado de Quintana Roo. Aquí la contrasta­
remos con la información que presentamos en seguida.

E s t u d io e t n o g r á f ic o

Las comunidades bajo estudio se localizan en el norte del estado de Campeche, al


este de la sierra Puuc. Las siete comunidades estudiadas se agrupan a lo largo de la
parte sur del antiguo Camino Real, actualmente la carretera Campeche-Mérida. His­
tóricamente están afiliados a los canules, cuyo nombre se refiere a los grupos “guar­
dianes”, presentes en Mayapán durante el Posclásico tardío, aunque las ocupaciones
son más antiguas, algunas remontan al Clásico. La influencia occidental comenzó a
percibirse allí en los años cuarenta del siglo xvi, si bien los grupos locales, concentrados
en Calkiní y Hecelchakán, inicialmente se oponían a la ocupación española (Roys 1965,
1972; Williams 1998a, 1998b).
Seguidamente volveremos sobre algunas ideas escatológicas en el norte de Cam­
peche y los usos y costumbres que giran alrededor de la muerte individual y colec­
tiva. La exposición se basa en varias entrevistas efectuadas en los panteones y
domicilios particulares, que fueron grabadas y posteriormente transcritas. Poste­
riormente incorporamos nuestras observaciones de los preparativos y las actividades
llevadas a cabo en ocasión del Día de Muertos.

Creencias escatológicas

Según se piensa, las almas de los difuntos reposan en el paraíso o en el infierno, o aún
esperan su destino final en el purgatorio. Doña May de Tenabo afirma: “que no va
uno directo al cielo, nos vamos al purgatorio. De ahí, con las oraciones, rosarios y
misas que te hacen te van sacando. Por eso los familiares deben rezar. En el cielo están
los ángeles con sus trompetas esperándote...”.

166
La morada final del occiso depende mayormente de su conducta en vida, y de
las circunstancias de su muerte; se piensa por ejemplo que los niños ascenderán al
cielo sin parada previa, ya que no tienen pecado ni malicia; mientras que los brujos,
los malos y suicidas irán al infierno. Muchos de los entrevistados consideraron que
no hay forma alguna de salvar a los suicidas, los ahorcados, “que se quitaron la vida
que les dio Dios”. No se reza por ellos y antiguamente se enterraban boca abajo, vien­
do a la tierra, para que nunca reaparezcan. Las creencias del norte de Campeche ase­
mejan las ideas externadas en las comunidades de otras partes de la península (véanse,
por ejemplo, Steggerda 1941; Redfield 1942; Redfield y Villa Rojas 1962; Ruz 1998).

La muerte

Cuando el moribundo está por fallecer se recurre a los rezos, las velas y el agua bendita
para que sea acogido por Dios, para que descanse. Se piensa que inmediatamente
después de morir el alma del difunto aún se encuentra muy cerca de los vivos, igual
que durante el Día de los Difuntos, cuando regresa con sus familiares y amigos.
Como espíritu sin cuerpo, los recién fallecidos requieren del apoyo moral de los vivos
para preparar su tránsito al otro mundo, ya que sin éste sus almas quedan penando
y pueden causar daño en forma de sustos, enfermedades o accidentes. Los espíritus
de los occisos se conciben como aires invisibles que en ocasiones se manifiestan como
“aluxes”, fantasmas enanos temidos por los habitantes. Otros espíritus protegen y
acompañan a los suyos. En ocasiones, sus familiares recurren a ellos para pedirles ayuda.
Los que se sienten cercanos al difunto les dedican cantos y rezos, contribuyen con
flores y veladoras. Estas medidas son consideradas importantes, en particular cuando
los recién muertos no ha tenido el tiempo para arrepentirse de sus pecados, como
es el caso de los accidentados.4 Se procura pagar la deuda del finado porque de otra
forma “quedará en pena, llorando la deuda”. En conjunto, los esfuerzos parecen expre­
sar el deseo de guiar el alma del difunto para salirse del cuerpo y transitar al cielo.
Es preciso señalar que las creencias señaladas son también observadas en otras
partes de la península, como muestran las descripciones de Steggerda, Villa Rojas,
Ruz o Redfield, si bien con variaciones. En Chan Kom, por ejemplo, se corta un
hueco redondo en el techo de la habitación para facilitar la salida del espíritu. Allí
se piensa que, al revelarse al difunto su estado “incorpóreo”, su alma regresa a la
tierra para permanecer hasta el séptimo día, cuando finalmente se libera y desaparece
con definitividad. Redfield describe sobre las creencias escatológicas del oriente de
Quintana Roo que sólo al tercer día el espíritu del difunto se entera de su muerte
corporal y comienza a llorar; hasta el día siguiente no emprende su marcha al otro
mundo, donde será evaluado dependiendo de su comportamiento en vida. Aunque
según las creencias de los indígenas de Quintana Roo existen el cielo, el purgatorio

4 En ocasión del Día de los Fieles Difuntos atestiguamos, por ejemplo, que el hijo de un señor de Pomuch,
quien había sufrido un accidente fatal dos meses antes y cuyos restos reposaban en el panteón municipal,
solicitó emotivamente apoyo de los presentes en el panteón para su padre.

167
y el infierno, no todos los pecadores van al infierno, ya que los que maltrataron a
sus familiares, o los pecadores sexuales se convierten en el viento que acompaña el fuego
que quema las milpas, después se vuelven venados, para finalmente ser matados
por algún cazador (Redfield 1942).
En Tenabo y Pomuch, algunas personas juzgan importante echar un cubo de
agua en la calle al paso del ataúd el día en que el cuerpo es llevado al cementerio,
para así facilitar la salida del espíritu. Se le llama por su nombre indicándole que
se vaya. Después de echar agua se acostumbra en algunas familias colocar una cruz
de cal sobre este lugar, y encima de ésta una segunda, confeccionada de flores.
Durante toda la semana siguiente se recomienda barrer bien el hogar, acumular el
polvo y la basura hasta sacar todo al término de los novenarios. La cruz igualmente
se levanta y se lleva al lugar del sepulcro en el panteón. Se piensa que, en este momen­
to, el espíritu ya ha dejado su hogar.

Deposición del cuerpo

El cuerpo del recién fallecido se adelanta al alma. En las primeras 24 horas es prepa­
rado, colocado en un ataúd de madera o metal, envuelto en una manta y velado,
para ser llevado poco tiempo después al lugar de descanso preliminar o final. Algu­
nos finados reposarán en pozos sencillos, otros en nichos (Calkiní), criptas o bóve­
das. A unos pocos les esperan los mausoleos familiares. Algunos terrenos son comprados,
otros rentados por tres años, tiempo previsto para la descomposición y esqueletiza-
ción del cadáver, si bien es sabido que este proceso puede prolongarse cuando el difunto
tomaba mucha medicina, y fue embalsamado para regresar de lejos con sus familiares.
En estos casos especiales se prevé una prórroga antes de sacar los restos y reutilizar
el espacio.
A los que no tienen posibilidades de solventar las rentas les asignan espacios
comunales, donde pueden depositar los restos mortales en un pozo sencillo, cubierto
o no con una lápida improvisada de cemento o una cruz de madera. En una parte del
cementerio de Hecelchakán se entierran las placentas, como nos informa el admi­
nistrador encargado.
También el material del féretro influye en el proceso de descomposición cada­
vérica. Se sabe que los de metal no permiten que los jugos y las grasas del cuerpo
se filtren hacia la tierra, y tampoco permiten “tirar todo el suero y la sangre, toda
la carne para que los huesos queden blancos y bonitos”.
Una modalidad alternativa consiste en la colocación en nichos de iglesias y
capillas, fuera o dentro del cementerio, tal como lo evidenciamos en Tenabo y Hecel­
chakán. Parece que esta práctica se asocia con un acelerado proceso de descompo­
sición, al final del cual, “a los tres, cinco años, no queda más que un puño de tierrita” ,
para retomar las palabras de doña May en Tenabo. Para reusar el recinto sólo se recoge
este resto y se deposita en una esquina. Cabe agregar que la gente de la comunidad
comparte su rechazo hacia la cremación, la cual no está descrita en la Biblia. “En

168
fin, casi todos irán a parar al cementerio. Allá vamos ricos y pobres, allá nadie dice,
no voy. Allá se va a quedar, en su casa” .

Tratamientos secundarios

Al cabo de tres años se emprende la exhumación de los cuerpos enterrados, por


razones de espacio o “para hacer lugar”, para unirlos con los del osario familiar o
para llevarlos a la fosa común del panteón, que suele localizarse en una de las
esquinas (figuras 2, 3, 4 y 5).
Se contratan sepulteros para esta tarea, que comienzan con la apertura del recinto,
la aereación de los restos y su recuperación y limpieza. Doña May nos explica que:
“...acá hay la costumbre de sacar los restos y ponerlos en un osario, si es que
aprecias tu ser querido. Porque hay muchos que los ponen en un cartón, en una
caja, y los dejan en el cementerio...
y sigue:
“hay un sepultero que los saca, se paga ese señor, sacan los restos, se limpian muy
bien, el señor muy experto, saca hasta las uñitas, no te deja nada, espulga bien la tierra.
Hay gente que mueren y no cae el cabello. Todo se entre la caja, no se bota nada...
Cuando saqué a mí esposo, lo dejé tres días en el cementerio en una caja para que
le de el aire y el sol... después de eso entonces tu lo puedes poner en donde quieras...”

Figura 2. Cementerio de Dzodzil, municipio de Hecelchakán, Campeche.

169
Figura 3. Osario individual en el panteón de Pomuch, municipio de Hecelchakán, Campeche.

F igu ra 4. O s a r io m ú ltip le e n el p a n te ó n d e P o m u c h , m u n ic ip io d e H e c e lc h a k á n , C a m p e c h e .

170
Figura 5. Limpieza de osamenta en el panteón de Dzodzil, municipio de Hecelchakán, Campeche.

Los restos, que en ocasiones conservan aún las partes blandas, como son el cabe­
llo, las uñas y la piel, son limpiados cuidadosamente y envueltos en una tela o
colocados dentro de una caja de madera o metal (a veces se improvisa con cajitas
de galletas). En algunas comunidades, estas cajas permanecen cerradas; en otras,
como Pomuch, están abiertas, para permitir que les llegue aire y sol a los difuntos
(figuras 3 y 4).
Al parecer, no hay reglas exactas en la disposición de la osamenta, si bien se
usa colocar primero los huesos largos, luego las costillas, los huesos cortos y planos
y se sitúa el cráneo con o sin mandíbula encima de todo. El cabello, que en ocasiones
se preserva, se acomoda encima de la frente. El parámetro para la disposición ósea
parece ser de orden práctico, “para que quepan bien” (figura 5). No se debe perder
ninguna parte de los restos, ya que:
“todos los huesos son importantes, la columna aunque sean rueditas son impor­
tantes, porque sin eso no te puedes mover, y así todos los huesos, si no, cómo caminas,
cómo trabajas. Por eso se tiene que guardar todo, ni modo que lo botes. Se sacan los
huesos blancos y bonitos” .
Con el mismo objetivo de preservar los restos se usa descuartizar los restos momi­
ficados.
A partir de este momento, las telas de algodón, bordadas o no, visten a los difun­
tos. Las decoraciones, de vistosos colores, con motivos de alebrijes, cruz y flores, iden­
tifican la última morada del muerto, junto con su nombre y fecha de fallecimiento.

171
Si no tiene familiares, en Tenabo se recurre al presidente municipal para darle su
cajita, y el que tiene tienda le da su telita.
Cabe señalar que difieren las modalidades señaladas en las prácticas de la co­
munidad de Dzibalché. Allí se usa dejar los huesos recién levantados envueltos en
una tela por varios meses, antes de introducirlos por un hueco al depósito familiar,
inmediatamente debajo. Por otra parte, parece que en Calkiní los huesos paran
directamente en un depósito sellado. Al comparar la información del norte de
Campeche con la de Chan Kom (Redfield et al. 1962), se pueden encontrar muchas
similitudes; allí los restos encuentran su lugar en nichos al margen del cementerio;
sólo que la exhumación coincide con las festividades en honor a los muertos. Antes
de la deposición final de los huesos, la familia aprovecha en Chan Kom para llevarlos
a la casa y dedicarles una ceremonia en honor y recuerdo del difunto.
Regresando a las costumbres del norte de Campeche, la construcción arquitec­
tónica de los osarios familiares expresa los gustos particulares, el número de restos
que ha de contener y los recursos económicos. Los familiares se encargan de la cons­
trucción o la delegan en un auxiliar del panteón. Los recintos, a primera vista, asemejan
pequeñas casas; la disposición general de los cementerios representa comunidades
amuralladas en miniatura.
En la voz de la gente, los osarios son como “cuartitos”, como “casitas”. “Allá se mete
y depende de uno si se le pone puertita, ya sea de vidrio o de madera, pero cuando le
vaya a rezar le abres para que le dé el aire. Las casitas son para toda la familia y también
se pueden poner amigos”.
Al respecto es preciso agregar que no pudimos hallar reglas fijas, asociadas con
el parentesco, en la colocación de los restos en los osarios, al menos en Pomuch y
Tenabo. Si bien es cierto que los lazos consanguíneos desempeñan un papel más impor­
tante que los lazos políticos en la selección del último paradero, también se vuelven
importantes los factores circunstanciales y prácticos. Al lado de la última voluntad
se da asilo a los amigos cercanos a la familia. Por otra parte, los restos de los que no
tienen familia paran en la fosa común o son abandonados en los rincones del pan­
teón (figura 6).

El día de muertos

El tiempo alrededor del Día de Muerto, el pixan, constituye una ocasión en que se
recuerda a los difuntos de manera colectiva, cuando regresan a la tierra para reunirse
espiritualmente con los que viven. En el norte de Campeche se piensa que los difuntos
vienen de visita durante todo noviembre. En este mes, las ánimas están de regreso,
paseando hasta despedirse el 30 de noviembre para volver el próximo año o hasta
su aniversario.5

5 Algunas personas afirman que los difuntos regresan cada aniversario de muerte o cuando son recordados
en ocasión de su cumpleaños, día de santo y día de la madre.
Figura 6. Cúmulo de restos humanos abandonados en el panteón de Pomuch,
municipio de Hecelchakán, Campeche.

Los preparativos comienzan a mediados de octubre. Se limpian, decoran y pintan


las criptas, es el tiempo de dar mantenimiento a las instalaciones del panteón, blan­
quear el muro, el campanario y la capilla. El 31 de octubre se conmemora a los niños,
a ellos se dedican los altares. Las mesas están puestas con regalos de dulce, frutas, panes,
pequeñas jicaras, el chorote, el tulín, el bisuá, los pibinales y velas de color. Se da agua
y atole a los difuntos.
El agua se considera muy indispensable porque es para apagarles la sed, quitarles
su pecados, “porque con agua nos bautizaron” . Por eso siempre hay que ofrecerles
un vaso de agua a los difuntos en las noches, y “cuando amanece uno se lo toma”.
En general se prefieren alimentos olorosos y aromáticos, ya que se considera
que los muertos sólo se llevan el aroma y el olor de la comida.
Llegan las rezadoras a entonar los cánticos, rezos y rosarios en un aire de con­
vivencia alegre en honor de los espíritus visitantes. Al final de los rezos se entrega
parte de la ofrenda a los visitantes grandes y pequeños. En algunos altares aparecen
los retratos de los pequeños, junto con la virgen o el niño de Atocha (porque es niño).
Mientras, en los panteones están concluyendo los últimos preparativos para dar
la bienvenida a los difuntos. El pibi-pollo, enterrado y exhumado, llega a ser el ele­
mento central de las ofrendas del segundo día. El primer día de noviembre está dedi­
cado a los grandes, Día de la Santa Cruz. Se repite la ceremonia del día anterior, si bien
en un tono más solemne y con algunos cambios en los arreglos de los altares. Agregan
cerveza, licores, cigarro o refrescos, según lo que agradaba al difunto en vida.

173
El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, se desarrolla principalmente en
el panteón; este día es de paseo, misa y fiesta. Se lleva lo que queda del altar, las flores,
las velas y otros ingredientes indispensables para la bienvenida de los familiares.
Se les pone rosas, gladiolas, dalias, margaritas y vicalia, según las posibilidades eco­
nómicas de cada quien. Las flores de papel sólo sirven de adorno, ya que carecen
de olor: “Quién no quisiera darles a los antepasados algo bueno, pero si no se puede,
se les da lo que esté a su alcance” .
Igualmente grande es la diversidad en velas. Hay veladoras de parafina y más
accesibles de cebo, chicas y grandes, velas de color y blancas.
Doña Decolli explica que a su difunta madre no le alcanzó para el bordado,
sólo consiguió una tela. Una vecina se disculpa por no haber aportado más ofrendas.
“Mira, no te traje veladoras, pero mira cómo estoy con bastón...”.
Otros consideran que es pecado hablar con los difuntos, porque el que responde
es el diablo.
En ocasión del día 2 de noviembre limpian los restos y cambian su ropa, a cargo
de los sepulteros o de los mismos familiares, ceremonia que se repite a lo largo del
día y siempre culmina en la limpieza de las manos con alcohol. Los sepulteros de
Dzodzil afirman que es importante no separar los restos, deben limpiarlos hasta
que quede la pura tierra.
Las visitas siguen hasta la noche. Sólo los que no tienen familiares y los pobres
quedan sin atenciones, sus hogares sin mantenimiento, a la intemperie, sólo decora­
dos con un ramito de flores o una veladora. Igualmente solitarios quedan los recintos
de los difuntos de familias convertidas a otra religión que se niegan a seguir las
tradiciones.
Cabe agregar que a los siete días se celebra nuevamente una comida en honor
de los difuntos, al igual que al final de noviembre, cuando los muertos se despiden.
Comúnmente son agasajados con un platillo de pibi-pollo, acompañado de tamales,
pollos asados, tortillas y pibinal. En esta última ocasión se prefiere servir ingredien­
tes secos, para que los muertos los puedan llevar consigo.

Implicaciones para la formación del registro

Al sintetizar los elementos materiales y simbólicos que constituyen el complejo fu­


nerario en las comunidades del norte de Campeche se pueden identificar elemen­
tos francamente occidentales y otros probablemente autóctonos, una amalgama,
cuya trama forma un complejo cultural integrado. Así visto, el tratamiento mor­
tuorio refleja un sistema de pensamiento complejo y a la vez unificado, que difí­
cilmente permite disgregarse en sus partes. Es interesante notar al respecto que,
muchas veces, los mismos elementos occidentales sufren un cambio en su papel o
significado, y viceversa. En la comparación regional se repiten algunas modalidades
de las tradiciones funerarias regionales, otras facetas aparecen limitadas al sur del Ca­
mino Real.

174
Las observaciones e impresiones recolectadas en las comunidades expresan directa
o metafóricamente las creencias locales que existen en torno a la muerte. Enfati­
zan la noción de continuidad, entre la vida y la muerte, los vivos y los difuntos. El alma
del muerto aparece como ente casi concreto en el imaginario escatológico, mientras su
cuerpo se presenta como reliquia, como un punto de partida y de regreso para el espíritu
del difunto en su viaje a otro mundo y sus retornos a la tierra (la exhumación, el entierro
secundario). Recordemos que encontramos la misma concepción hacia la muerte
en las crónicas arriba mencionadas, con la personificación y el temor del espíritu
(Landa 1982).
De igual forma, los cementerios, como paradero de los difuntos, en su aparien­
cia general, con su arquitectura y visitados por los familiares periódicamente, se con­
vierten en una especie de extensión del hogar de los difuntos, su conjunto da visualmente
la impresión de una ciudad viva aparte (figura 7). La arquitectura de los panteones que
visitamos es variada, si bien su organización sigue un patrón general. Al parecer, no hay
una orientación cardinal de preferencia. El portón principal y gran parte de los recintos
dan a la calle principal de la mayoría de las comunidades visitadas, comúnmente ubica­
dos en sus afueras. Otras sepulturas están alineadas a lo largo de la muralla.
Cabe agregar que cada panteón visitado guarda un estilo particular que también
se extiende a las prácticas que allí toman lugar, y que son renovadas año por año. Des­
pués de los recorridos y de la revisión bibliográfica regional pensamos que en par­
ticular la costumbre de la exposición de los restos óseos en las cajas, una vez pasados
tres años, aparece como elemento circunscrito al Camino Real entre Mérida y Cam­
peche, sobre todo su parte sur.

Figura 7. Panteón de Poc-Boc, Campeche.

175
El espacio en el interior del muro suele estar dividido en secciones, sus parcelas
portan números para facilitar el registro luctuoso. Allí se agrupan los osarios y depó­
sitos de diferentes tamaños, formas y colores, los nichos y las fosas, los pozos sen­
cillos. El Hecelchakán tiene 296 osarios, en tanto que el número de entierros primarios
es de 120 (encargado, comunicación personal 1998).
En cuanto a la arquitectura funeraria, conviene retomar algunos de los pará­
metros clasificatorios arriba mencionados. Podemos hacer una primera distinción
entre los depósitos primarios y secundarios (figuras 8 y 9).

Primario

1. Pozo (entierro sencillo, sin ataúd): descomposición en espacio rellenado, contacto


directo con la tierra.
2. Pozo con ataúd, cubierto.
3. Arquitectura de cripta formal (debajo de la tierra, sin contacto con el sustrato
del suelo).
4. Misma que 3, encima de la tierra.
5. Bóveda, protegida, múltiple.

Secundario

1. Fosa común (osario múltiple), accidental sin contenedor formal, en contacto


directo con la tierra.
2. Fosa múltiple en contenedor formal.
3. Osarios, encima del piso.
4. Osarios debajo, divididos en osario y depósito.
5. Mismo que 4, encima.

Cabe agregar que las diferencias observadas en la deposición primaria y secun­


daria repercuten naturalmente en los ritmos de descomposición, así como en la disposi­
ción, relación anatómica y coloración superficial de los restos.
El devenir de los cementerios, evaluados a través de la memoria colectiva, se marca
con cambios paulatinos. Hay espacios luctuosos relativamente recientes, como el de
Tenabo, ocupado sólo en una pequeña parte. Otros ya cuentan con una larga se­
cuencia ocupacional (considerando las fechas que aparecen grabadas en los osarios
de Pomuch, Tenabo) y han sido ampliados en varias ocasiones. Sus espacios son reuti­
lizados, sus osarios aparecen llenos. La mayoría de los cementerios fueron fundados
en la segunda mitad del siglo pasado y en la primera mitad de nuestro siglo, en par­
ticular a consecuencia de las epidemias de cólera y de sarampión que diesmaron a
la población en ese momento. Para Pomuch se menciona la viruela maligna que en
1917 causó graves bajas en la población local (Tuz 1979). Tuz afirma que “al no
haber lugar en el panteón fueron enterradas las víctimas en los patios de las casas.

176
--4

Figura 8. Esquema de la arquitectura de depósitos funerarios primarios en el norte de Campeche.


Figura 9. Esquema de la arquitectura de depósitos funerarios secundarios en el norte de Campeche.
Trece años después, la población de Pomuch fue nuevamente azotada, esta vez por
una epidemia de sarampión”.
En el caso de Dzodzil, sabemos de la existencia de un panteón anterior al actual,
que fue reutilizado como milpa, probablemente en la segunda o tercera década, y
después abandonado por completo (comisario de la comunidad, comunicación perso­
nal 1998). Allí, según se sabe, enterraban a los difuntos en pozos sencillos. Importa
señalar que en este momento quedan pocos restos, sólo la muralla y algunos cúmulos
de piedras. Se fundó un nuevo cementerio, de 25 metros por cada lado, cuyo morador
principal era el señor Galo Alonso, de origen español, según se comenta. En la actuali­
dad, la mayoría de las criptas, veinte de cada lado, han sido abiertas. Directamente encima
de ellas se construyeron los osarios (figura 2).
El panteón requiere de mantenimiento, ya que con el tiempo se han formado
grietas en su muro. Dos abejales fueron sacados de allí, dejando grandes huecos en
la pared. Revisamos la distribución de materiales inmediatamente alrededor del recin­
to, lugar de deshecho: numerosas botellas, algunas usadas para el blanqueado, otros
envases de bebida alcohólica; encontramos también veladoras de cebo, latas de pintura,
flores de plástico y algunas telas de algodón.
Hacia el siglo pasado se desvanece la memoria de los cementerios entre Tenabo
y Calkiní, y con eso sus costumbres circunscritas a esta área. No pudimos hallar en
los archivos de Campeche las fuentes históricas que refieran las costumbres locales
antes del siglo xix. Los sitios posclásicos recorridos o excavados del norte de Campe­
che no han revelado muestras de entierros que permitan generalizar sobre los patro­
nes funerarios, si bien a nivel regional sí contamos con amplias evidencias de las prácticas
deposicionales (Williams 1998a, 1998b).
Con respecto al registro material, resultado de las prácticas regionales, observa­
mos lo siguiente: dada la preferencia por los tratamientos secundarios, la mayoría de
los esqueletos desaparecen paulatinamente del contexto o sus partes son mezcladas
con otros, en la medida en que son sometidos a la colocación en cajas de osario. La
distribución luctuosa espacial y su representación poblacional dependen del tratamiento
inicial y secundario. Los osarios representan más fielmente los lazos familiares, si bien
nunca de forma exclusiva, al importar también factores circunstanciales y afectivos,
tal como mencionamos. Por otra parte, las fosas comunes no permitirían una diferen­
ciación.
En conclusión, pensamos que si bien sólo refleja de manera indirecta las prácticas
mortuorias de su antecedente prehispánico, la información etnográfica indudablemente
contribuye a la explicación de fenómenos culturales que sólo en forma fragmentada
pueden deducirse de los hallazgos arqueológicos. Arriba hemos dado el ejemplo de
las prácticas en algunas comunidades tradicionales del norte de Campeche que, aunque
hayan sufrido modificaciones a lo largo del tiempo después de la Conquista, han podi­
do mantener una continuidad ocupacional y cultural con la sociedad maya yucateca del
Posclásico, constituyendo lo que Angulo Villaseñor (1990) llama “agrupación cultural
homotaxialmente semejante”.

179
En este análisis sobre las costumbres funerarias tradicionales indígenas hemos
intentado correlacionar las creencias escatológicas con las costumbres mortuorias
observables y los contextos materiales que de allí estriban. Pensamos que la inte­
gración causal y funcional de ambos aspectos es deseable para realmente constituir
un punto de partida en el registro etnográfico que podría ser usado en la interpreta­
ción de complejos funerarios que se encuentran en el registro arqueológico regional,
en este caso del norte de Campeche. Hemos aprendido en el transcurso de esta investi­
gación que no existen reglas precisas en los procedimientos de las costumbres mortuo­
rias de las comunidades: sus múltiples modalidades parten de la vida cotidiana que
allí se vive, si bien manifiestan un cuerpo de pensamiento unificado. Lo mismo, según
pensamos, se considera para las prácticas regionales de los antiguos mayas de Yucatán.
Esta línea de pensamiento impone, naturalmente, reflexiones profundizadas acerca
de la utilidad de las clasificaciones formales, convencionalmente empleadas en la des­
cripción funeraria prehispánica, su relevancia en la reconstrucción de las costumbres y
creencias escatológicas y su papel en la organización social, interrogante que formó el
punto de partida y objetivo de este ensayo.

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