La Historia de Dios Sobre La Creación - Padre Bruce Vawter, C.M PDF
La Historia de Dios Sobre La Creación - Padre Bruce Vawter, C.M PDF
La Serie Veritas
“Proclamando la fe en el tercer milenio”
La Historia de Dios
sobre la Creación
POR
Editor General
Padre Juan-Diego Brunetta, O.P.
Director del Servicio de Información Católica
Consejo Supremo de los Caballeros de Colón
Imprimatur
+ John F. Whealon
Arzobispo de Hartford, Connecticut
Este texto fue escrito alrededor de 1969 por el eminente estudioso de las Escrituras, Padre
Bruce Vawter, C.M. Debido a que es teológicamente sólido y las interrogantes que enfoca
continúan teniendo actualidad, el Servicio de Información Católica ha decidido
reproducirlo sin cambio alguno.
Copyright © 2009 por el Consejo Supremo de los Caballeros de Colón. Derechos reservados.
Portada: Creación de los Pájaros Duomo, Monreale, Italia © Scala/Art Resource, New York.
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EL DILUVIO Y EL ARCA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
EL HOMBRE SIGUE PECANDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
TAMBIÉN TIENE VIRTUD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
DIGNO DE LA VIDA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
EL PLAN DE DIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
HISTORIA SIMBÓLICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
LAS HISTORIAS DEL DILUVIO DIFIEREN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
LA BENDICIÓN DE DIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
PARA CONCLUIR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
NUEVAS INTERPRETACIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
ESCUCHAR A LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
I
NO HAY CONFLICTO ENTRE LA CIENCIA
Y EL GÉNESIS
Este folleto ha sido escrito para dos clases de personas, aunque con un mismo
propósito. El propósito se puede expresar de manera sencilla: para explicar el
significado de las llamadas secciones “prehistóricas” del libro del Génesis, es decir,
los primeros once capítulos. Por fuerza, en ciertos casos, para llegar a esta
explicación también es necesario dejar claro lo que estas secciones no significan.
Los dos tipos de lectores para quienes se ha elaborado esta explicación son los
creyentes y los no creyentes. Por “creyente” se entiende la persona que acepta el
carácter inspirado de la Biblia, el hecho de que es la Palabra de Dios. El “no
creyente” es la persona que no lo acepta.
El Génesis resulta difícil para ambos grupos, en particular los primeros
capítulos del libro. Aunque la dificultad es diferente para cada grupo, su origen es
el mismo. Lo que leen parece ir en contra de lo que la mayoría acepta comúnmente
como un hecho probado científicamente sobre la naturaleza del mundo, del
hombre y su origen.
Para el creyente es una dificultad que lo deja realmente perplejo. Tiene lo que
él sabe que es palabra de Dios, la palabra, por lo tanto, de Quien no puede
engañarse, y se pregunta cómo va a reconciliar las aparentes contradicciones de esa
palabra con el gran caudal de conocimiento que la ciencia moderna ha dado a
conocer al mundo. Quiere ser capaz de aceptar tanto la Biblia como lo que la
ciencia le presenta como un hecho. Quiere que su fe sea una fe inteligente. Le han
asegurado que no hay conflicto alguno entre la fe y la razón, cuando ambos se
comprenden apropiadamente. Tiene el derecho, por lo tanto, de ver esta aseveración
probada en el caso del libro del Génesis.
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El no creyente no siempre reconoce la dificultad. Puede pensar que esta
dificultad no existe para él. Convencido de que la Biblia es, en el mejor de los casos,
una recopilación inofensiva de la tradición judía antigua, puede pensar que no tiene
más razón para concordar con una visión científica del mundo que los Cuentos de
Hadas de Grimm o las Fábulas de Esopo.
De los dos tipos de dificultades, por lo tanto, el último puede ser el más
perjudicial. En el peor de los casos, el creyente nunca deja de sentirse perplejo, pero
el no creyente puede haber cerrado su entendimiento a un análisis serio de lo que
una gran parte del mundo considera firmemente como la palabra de Dios al
hombre; si esta creencia es cierta, le dice al hombre muchas cosas para las que no
tiene otra fuente de información posible.
En ambos casos, el origen de la dificultad es una interpretación incorrecta del
significado del Génesis. Por lo tanto, una interpretación correcta del significado del
Génesis – que es el propósito de este folleto – es la respuesta a esta dificultad.
Obviamente, un folleto tan reducido no puede contestar todas las preguntas
que han surgido en este campo, ni tampoco puede contestar ninguna pregunta con
mucho detalle. Lo que puede hacer es dar un breve bosquejo de lo que las
interpretaciones reverentes y científicas modernas tienen que decir sobre el
significado de los capítulos de la Biblia que describen el origen del hombre y su
mundo.
La interpretación definitiva del Génesis – y la de la gran mayoría de los pasajes
de la Biblia – no está aún definida. Ninguna de las explicaciones que ofrecemos
aquí tiene un sello “oficial”. La Iglesia da libertad a sus estudiosos para determinar
el significado de la Escritura a través de la aplicación de los métodos científicos de
que disponen ahora gracias a los grandes avances en el conocimiento del mundo
que han tenido lugar en las pasadas generaciones. En cuanto a las conclusiones
sobre la enseñanza de la fe, son las que dan quienes creen en un Dios que se les ha
revelado.
Este folleto no puede más que resumir lo que los intérpretes cristianos
modernos que creen en la Biblia como palabra de Dios – cuya comprensión nunca
dejará de mejorar gracias al aumento del conocimiento del hombre – han concluido
sobre los primeros once capítulos del Génesis.
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II
POR QUÉ FUE ESCRITO EL GÉNESIS
El Dr. Albert Einstein escribió que “Quien crea que su propia vida y la de sus
semejantes está privada de significado no sólo es infeliz, sino que apenas es capaz
de vivir.”
Aunque no se expresaron en esos términos, los hombres que escribieron el
Antiguo Testamento nos han dicho que ésta también era su convicción. Ellos nos
lo han dicho por medio del carácter de los libros que escribieron. Y de todos los
libros del Antiguo Testamento, ninguno expresa esta convicción con más claridad
que el libro del Génesis.
El Génesis es parte de lo que hoy llamamos “el Pentateuco,” de la palabra
griega que significa los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, los cuales
originalmente estaban unidos como una sola obra. Los judíos llamaban a esta obra
“la Ley”, porque el clímax de esta historia, según se relata en Éxodo y en Números,
es la revelación en el Monte Sinaí de la ley que dio Dios por medio de Moisés, y
porque los preceptos específicos de la ley mosaica ocupan una gran parte del resto
de los cinco libros.
No sabemos con exactitud cuándo fue dividido el Pentateuco en los cinco
libros que hoy conocemos como Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio. Tampoco sabemos, de hecho, cuándo fueron redactadas las
narraciones y las leyes en su forma actual por sus autores y editores inspirados. Los
estudiosos de la Biblia han aprendido mucho sobre el Pentateuco durante las
últimas generaciones, y hoy sabemos mucho más de lo que pudieron saber nuestros
antepasados, pero no es una exageración decir que es más lo que se desconoce que
lo que se sabe sobre su historia y composición.
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En tiempos pasados, se pensaba que las respuestas a estas interrogantes eran
muy sencillas. Moisés, el gran dador de leyes de los hebreos, era tradicionalmente
reconocido como el autor del Pentateuco. Hoy en día, aunque todavía hablamos del
Pentateuco como una obra sustancialmente mosaica, lo cual significa que en gran
medida se remonta a Moisés como su fuente primaria, sabemos que estos libros, tal
como los conocemos ahora, no pueden haber sido escritos por él en su totalidad. El
Pentateuco es el resultado de un largo proceso de recopilación y edición, al cual
contribuyeron muchos escritores inspirados y editores de muchas épocas diferentes.
En su forma definitiva representa lo que podría llamarse una síntesis de lo mejor
del pensamiento religioso del pueblo hebreo, que llegó a su clímax y conclusión en
el siglo V antes de Cristo.
Para muchos lectores, preguntarse quién fue el autor del Pentateuco y cuándo
fue compuesto podría no tener importancia. Sin embargo, siempre es importante
conocer cuándo y por quién fue escrito un libro para llegar a entender lo que el
autor está tratando de decir. Por eso sabemos que, a medida que aumente nuestro
conocimiento del tema ? como sin duda aumentará con estudios ulteriores y los
numerosos medios de investigación disponibles en la actualidad ? en el futuro
podremos interpretar el significado del Pentateuco de una manera mucho más
detallada y satisfactoria de lo que podemos hacerlo ahora, al igual que hoy podemos
hacerlo mucho mejor que los que lo analizaron en el pasado.
El Pentateuco
Con base en lo que sabemos ahora, podemos ver que el Pentateuco fue un
intento de autores inspirados para interpretar la historia del pasado para el pueblo
de Israel. Esta historia se remonta a los tiempos de Abraham, el padre de la raza
hebrea (1900-1800 A.C., según los cálculos más exactos), y llega hasta el principio
de la conquista de la tierra prometida de Palestina, después del éxodo de la
esclavitud en Egipto (en algún momento en el siglo XIII A.C.). Todos los hechos
de esta historia fueron interpretados a la luz de la providencia de Dios y su
consideración especial por su pueblo elegido, cuyos miembros Él eligió para ser sus
testigos en el mundo, y entre los que en algún momento Él llamaría un Salvador
del mundo.
Verdades de la historia
Así, el propósito y la intención del Pentateuco constituyen la clave para su
interpretación. Fue escrito por hombres profundamente religiosos, quienes
consideraban la historia no sólo como una serie de hechos objetivos, sino como el
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registro de la comunicación de Dios con los hombres. Fue escrito para comunicar
a los hebreos quiénes eran, cómo y por qué Dios los había escogido, las grandes
cosas que Él había hecho por ellos y lo que Él esperaba de ellos. El carácter religioso
que posee el Pentateuco no disminuye su contenido histórico, sino que nos dice lo
que significaba la historia para quienes lo escribieron. Lo importante no es la
historia por sí misma, sino que es historia para enseñar verdades religiosas.
El carácter histórico del Pentateuco tiene gran prestigio ahora que podemos
realmente verificar algunos de los hechos que relata. Hace un siglo no existía
prácticamente la ciencia de la arqueología, pero hoy en día ninguna región ha sido
más minuciosamente explorada que la descrita por la Biblia. Los hombres han
excavado debajo de la superficie de la tierra para descubrir las civilizaciones
enterradas del pasado que vivieron antes de que se escribiera el Pentateuco, y se ha
descubierto que éstas fueron fielmente descritas en los libros sagrados de Israel.
Han sido sacadas a la luz y cuidadosamente descifradas crónicas del pasado en un
sinnúmero de lenguas antiguas olvidadas, y la historia que nos cuentan coincide
maravillosamente con la historia de la Biblia. Las fuentes históricas usadas por los
escritores bíblicos eran asombrosamente correctas, hasta en sus más mínimos
detalles.
La historia de la migración de Abraham, por ejemplo, primero de Ur en el sur
de Mesopotamia a Jarán al norte de Siria y finalmente a Canaán o Palestina, según
se relata en Génesis 11-12, coincide con lo que la arqueología nos dice de los
movimientos de las personas en esa época. Las ciudades que menciona el texto, las
cuales habían desaparecido mucho antes de que el Génesis fuera escrito, han sido
excavadas para contarnos de las florecientes civilizaciones que algún día las
habitaron. Los lugares en los que se dice que Abraham vivió – Siquem, Hebrón, el
Négueb o el sur del desierto – son precisamente los lugares poblados en esos días,
según lo prueba ahora la arqueología. Ahora sabemos, gracias al descubrimiento de
antiguos códigos de Mesopotamia y Palestina, que las leyes de herencia y
matrimonio que refleja Génesis 15, 1-4, 16, 1-2, en la historia de Jacob y Labán,
etc. ? leyes que no eran observadas por los judíos bajo la ley mosaica en la época en
que estos libros fueron compuestos ? sin duda estaban vigentes en el tiempo de los
patriarcas.
Podríamos alargar indefinidamente la lista de estas coincidencias. Casi todos
los días surgen nuevas evidencias que nos indican la precisión de los registros de lo
que depende el Pentateuco. Hasta los críticos más severos de la Biblia, por lo tanto,
tienen hoy un gran respeto por la historicidad del Pentateuco.
Génesis 1-11 sirve de introducción a este relato histórico. Antes de Abraham,
el primero de los hebreos, se da una síntesis de los orígenes de la humanidad, y se
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precisa gradualmente el plan providencial de Dios hasta que surge el padre del
pueblo elegido.
Prehistoria
En nuestra percepción de la historia, estos capítulos introductorios no se
pueden llamar históricos, porque hablan de la época anterior al inicio de la historia.
Sin embargo, en la medida en que son un intento por expresar hechos, no fábulas,
y por describir ciertas verdades fundamentales que son reales y no míticas, se
pueden llamar históricos. Los escritores, que fueron tan cuidadosos al seleccionar el
material histórico en el resto del Pentateuco, fueron igualmente cuidadosos con lo
que incluyeron en esta introducción.
Pero sobre todo, es esencial tener en mente cuál era su propósito en esta
introducción. Lo que menos les interesaba era escribir una historia de la humanidad
desde el primer año de la creación. Relatar hechos sólo por relatarlos no era su idea
de lo que era escribir historia.
Su intención era primordialmente religiosa, y pretendían que esta
introducción fuera la base de la historia sagrada del pueblo hebreo que vendría a
continuación. Entre otras cosas, estas verdades aparecen como las enseñanzas en
estos primeros capítulos: la creación de Dios de todas las cosas en el principio del
tiempo… la creación especial del hombre como el objeto de la providencia
particular de Dios… la unidad de la raza humana… el estado original de la
santidad del hombre perdida mediante el pecado original… la promesa de la
Redención… el plan providencial mediante el cual finalmente Dios llevaría a cabo
esa Redención.
Estos y otros hechos religiosos, muchos de los cuales dependían de la
revelación divina, se exponen en Génesis 1-11 en forma de narración. Están
encubiertos bajo un lenguaje poético sumamente imaginativo que contienen una
gran variedad de metáforas y lenguaje figurado. No son, por supuesto, la
descripción de testigos de los hechos relatados. Nadie estaba presente cuando Dios
creó el mundo. No sabían más que nosotros sobre la forma exacta en que Dios llevó
a cabo la creación. Tampoco les interesaba mucho el tema. Pero estaban
completamente seguros del hecho de la creación, y es el hecho que intentan
enseñar.
Los artículos restantes de este folleto seguirán tomando una por una, las
diferentes verdades religiosas que se enseñan en los primeros capítulos del Génesis.
Inevitablemente, esto también significará que debamos señalar un número de cosas
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que dichos capítulos definitivamente no enseñan. Al menos hasta cierto punto, es
casi tan importante determinar lo que enseñan como lo que no enseñan.
Tiempos de cambio
Para nosotros tal proceso sería tan incorrecto como correcto para nuestros
predecesores. Les faltaban conocimientos que nosotros poseemos, conocimientos
que en nuestra interpretación deben tomarse en consideración y calcularse. Si
tenemos dos posibles interpretaciones de algo, una que contradice y otra que no
contradice otro hecho que conocemos, podemos estar seguros de que la
interpretación contradictoria es la errónea. Existe lógica en el universo, y el
conocimiento del hombre no es la excepción a la regla. No podemos aceptar
contradicciones. Si cierto factor científico es verdadero, su contradicción no puede
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ser verdadera. Por lo tanto, al explicar la Biblia, debemos tener en cuenta factores
desconocidos para generaciones anteriores. Esto da por resultado interpretaciones
que obviamente diferirán de las antiguas.
Repetimos, sabemos más que nuestros predecesores lo que es la Biblia. Ya
hemos dicho que aunque el lector promedio pueda pensar que la fecha y autoría de
los libros sagrados no le conciernen directamente, sin embargo, es muy importante.
He aquí un claro ejemplo de este hecho.
En la antigüedad se tomaba la Biblia como palabra de Dios en sentido
bastante estricto. Si Moisés fue el autor del Génesis, y si el Génesis en sus primeros
capítulos describe hechos que sólo Dios podía saber con precisión, entonces – se
concluyó – Dios debe haberle revelado el Génesis a Moisés de manera bastante
similar a la percibida por Moisés. Por consiguiente, se tendió a interpretar los
primeros capítulos del Génesis como si Dios hubiera dictado cada palabra y, por lo
tanto, como si cada palabra debiera poseer el mismo valor.
Hoy sabemos que el Génesis no se escribió así. Sí, se escribió por inspiración
divina, pero no fue dictado por el Todopoderoso. La inspiración implica que
contiene lo que Dios pretendió que debía contener, y que no enseña el error, pero
eso no significa que el escritor humano estuvo exento de las reglas ordinarias de
escritura al recopilar dicho material. Es decir, los autores bíblicos usaron fuentes
originales, orales o escritas, y compilaron sus trabajos como lo hacen otros hombres.
Los hechos revelados que contiene su trabajo también provienen de estas mismas
fuentes tradicionales.
En principio, los críticos más antiguos lo sabían – remontándose en el tiempo
hasta el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino enseñó muy claramente que un libro
de inspiración no era diferente de ningún otro en lo que se refiere a la recopilación
del material del escritor. Pero ellos no tuvieron la evidencia directa que poseemos
nosotros para mostrar que en la práctica, dicha teoría se verifica en el Génesis.
Nuevos descubrimientos
En las pasadas décadas se ha descubierto alguna de la literatura antigua del
Medio Oriente que floreció entre los pueblos de los tiempos bíblicos. En
numerosos casos se han encontrado similitudes con fragmentos de la narración del
Génesis, similitudes demasiado obvias para ser resultado de la casualidad. Dichas
similitudes no son las fuentes de las narraciones bíblicas, pero junto a la narración
bíblica, indican un origen más remoto del que ambos descienden. Es una de las
formas en que se ha mostrado la naturaleza compuesta del Génesis.
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Otra forma proviene de un análisis del libro. Como mencionaremos más
adelante, algunas historias, por ejemplo, el Diluvio, pueden coincidir muy
fácilmente en dos o más narraciones similares del mismo hecho, entretejidas por el
autor bíblico. El detalle de las divergencias entre dichas narraciones nos permite
distinguir los fragmentos que las componen.
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III
Y DIOS DIJO: “HÁGASE…”
Incluso entre los cristianos existe la práctica de hablar con cierto tipo de
condescendencia acerca de la figura de Dios que describe el Antiguo Testamento.
George Bernard Shaw, un genio a quien desafortunadamente le interesaba más el
ingenio que la rectitud, escribió un librito famoso sobre una niña en busca de Dios,
y en el cual se rechaza con horror al Jehová del Antiguo Testamento que aparece
entre truenos y relámpagos clamando sacrificio. Incluso quienes aceptan el
Antiguo Testamento como la palabra de Dios se inclinan a acentuar el carácter
primitivo de su revelación y a recordarnos que el cuadro completo de la Deidad sólo
se encontrará en el Nuevo Testamento como complemento del Antiguo.
Ahora bien, todo esto es cierto hasta cierto punto. Por otro lado,
probablemente estamos demasiado inclinados a ser apologéticos en cuanto al
Antiguo Testamento y a la representación que hace del Todopoderoso.
Los judíos del Antiguo Testamento eran quizás las personas menos orientadas
hacia la filosofía que hayan existido en el mundo. Cuando pensaban, lo hacían en
términos terrenos, no en términos abstractos. Cuando pensaban en Dios y escribían
sobre Él, lo hacían de la misma forma. Debido a que nosotros hemos aprendido
mejores formas de expresión, con frecuencia por su lenguaje práctico nos sorprende
lo que decían sobre Dios. Pero lo que dijeron sobre Dios no pudo haberlo dicho
ningún otro pueblo de la antigüedad y sólo ha sido igualado por el Nuevo
Testamento, que también fue escrito por judíos contemporáneos.
Los judíos habrían sido incapaces de desarrollar la bomba atómica. A los
antiguos griegos, posiblemente el pueblo con mentalidad más filosófica que haya
existido en el mundo, y de quienes evolucionó el método científico, podríamos
concebirlos desarrollando la teoría de la fisión nuclear – en todo caso tenían una
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noción de ésta. Pero siglos después de que los judíos fueran una raza antigua, los
griegos no estaban a un millón de años luz del conocimiento de Dios que aparece
en el Antiguo Testamento. Los griegos sabían que Dios era espíritu, que Él no
podía haber hecho literalmente algunas de las cosas que el Antiguo Testamento
poéticamente describe haciendo. Pero ignoraban todo lo importante. No sabían
que Dios era una Persona a quien se le podía rezar, quien se interesa por el mundo
del hombre, quien es Padre de la viuda y del huérfano. No sabían que Él es el
Creador del mundo.
Por consiguiente, existe información más auténtica sobre Dios en los primeros
dos capítulos del Génesis que en todas las otras palabras de la antigüedad en su
conjunto. En estos capítulos se encuentra el concepto más elevado de Dios nunca
antes alcanzado por ningún otro pueblo en la viña del Señor. Y si se ha
profundizado nuestro concepto cristiano de Dios, se trata de un concepto que
permanece por completo en Génesis 1-2.
Creación visible
Los primeros dos capítulos del Génesis tratan de la creación por Dios del
mundo visible. “Al principio Dios creó los cielos y la tierra”. Lo que interesa al
autor es el mundo visible: todo lo que sus lectores puedan ver, todo es obra de la
mano del Todopoderoso. Dios mismo no fue creado; Él ya existe cuando empieza
la creación. Él crea simplemente con la expresión de Su voluntad. Una vez
anunciado el suceso en general, el autor procede a detallar las diferentes etapas de
la creación, y en cada caso la forma de creación es la misma: “Dios dijo: ‘Hágase…’
Y así fue.”
Hoy, gracias al descubrimiento de otras literaturas antiguas, tenemos una
mejor noción de lo que el autor del Génesis intentaba lograr en su relato. Aunque
los otros pueblos antiguos con los que los hebreos tuvieron contacto no poseían el
conocimiento de la creación de Dios que poseía el Pueblo Elegido, hubo varios
intentos por explicar la existencia del mundo, varias historias de “creación”.
Aparentemente, sólo el hombre moderno, que ha aprendido tanto sobre la creación
del universo, no se interesa en conocer su origen.
Varios dioses
Los babilonios, un pueblo entre el que los hebreos pasaron años de exilio
después de la conquista de Judá a principios del siglo VI D.C., poseían una historia
de la “creación” que, a su vez, habían tomado de otro pueblo siglos antes. Describía
la creación del mundo material mediante dolorosos esfuerzos de varios dioses, sin
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creación de la nada, sino más bien una formación de material existente
previamente. En esta historia las estrellas desempeñaron un papel importante como
morada de algunas deidades. En cierta forma superficial, la historia se asemeja al
Génesis.
A lo largo de su relato, el autor del Génesis no pudo haber comparado más
enérgicamente al verdadero Dios de los hebreos con los dioses de los gentiles. En
comparación con los muchos dioses de la historia babilónica, es el único Dios
supremo de Israel. En comparación con la ardua creación del mundo en la historia
babilónica, Dios simplemente lo desea y así ocurre. En el Génesis las estrellas son
degradadas al estado de “señales para estaciones, días y años”. En la historia
babilónica, el hombre es como una especie de ocurrencia tardía, para servir a los
dioses según su conveniencia. En Génesis, el hombre es creado al final, en el
momento de mayor importancia, y hecho a imagen y semejanza de Dios.
Son las verdades básicas que el autor del Génesis se proponía colocar ante sus
lectores. Hay un solo Dios. Él es supremo por encima del universo. Él lo creó, todo
el universo. Él creó al hombre a su propia imagen y semejanza. De hecho, en cierto
sentido el mundo fue creado para el hombre. El hombre es el soberano del mundo
visible, se supone que debe satisfacer sus necesidades. Dios tiene un muy claro
interés por el hombre y su destino, un interés que no se expresa simplemente en el
acto de la creación, sino que se practicará continuamente a través de la historia.
De este modo el autor bíblico habló a sus compatriotas todo lo que diferenció
su religión y su Dios y eso los colocó por encima de su prójimo. Pero lo que escribió
trascendió el tiempo: hoy es tan verdadero y tan aplicable a nuestras propias
creencias como lo fue en el tiempo y las creencias de los antiguos hebreos.
Pero debe reconocerse que estas verdades las expone un hombre de la era en la
que se desconocía la ciencia y que escribe para sus contemporáneos. Su escritura
refleja inevitablemente las limitaciones de su época. Escribe en un lenguaje
comprensible, de no haber sido así, el Génesis no hubiera logrado su objetivo.
Creía que la tierra era una superficie plana, cubierta por lo que él llamó un
firmamento y que nosotros llamamos “el cielo”. Para él ese firmamento era media
esfera sólida, cuyos bordes llegaban hasta el borde de la tierra. Nosotros aún usamos
sus conceptos cuando nos referimos al cielo como “la bóveda celeste”. Para el
escritor, ese firmamento fue erigido por Dios cuando en el principio de los tiempos
tuvo lugar la “separación de la tierra de las aguas”. En el principio, había
simplemente una masa primordial de agua cubriendo la tierra. Primero, Dios
separó las aguas del firmamento (Génesis 1,7), entonces juntó en un lugar las aguas
que quedan bajo el cielo y apareció lo seco bajo el firmamento (1,9). Así fue como
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hubo aguas por encima del firmamento y aguas por debajo del firmamento. Las
aguas por debajo del firmamento formaron los mares y los ríos de tierra seca (1,10),
mientras que las aguas superiores, es decir, por encima del firmamento sólido del
cielo, fueron el origen de la lluvia (8,2). La lluvia se producía al abrir las “ventanas”
de ese firmamento que permitían que el agua pasara a través ellas.
El firmamento tuvo también otro propósito. En él colocó el sol, la luna y las
estrellas, que se movían para alumbrar la tierra y sirvieron de señales parar medir
el tiempo (1,14 sig.).
Ahora bien, se trata de un concepto muy primitivo de la cosmogonía, es decir,
de la formación del mundo. Es completamente irreal, no es científico. Pero, como
podemos ver, se basa totalmente en una simple observación superficial. La tierra se
ve plana, en el horizonte parece que se une con el cielo. El cielo parece una bola
invertida en lo alto, por lo que sólo una generación investigadora más moderna,
dotada de un genuino interés por descubrir la composición de las cosas y con la
ayuda de algunos instrumentos, podría dar una explicación alternativa. de estas
apariencias La explicación de la lluvia, los mares, la posición de las estrellas, todo
encaja rn la misma descripción. Todo se basa en apariencias externas.
Respecto a que el autor pensaba que así era el mundo, hoy sabemos que estaba
equivocado. Sin embargo, decía como lo veía en realidad. Estos conceptos son
fortuitos en su historia, y no se le puede acusar de ser más inexacto de lo que somos
nosotros cuando hablamos de “la bóveda celeste” o de “una puesta de sol”. La
mayoría de los que no poseemos una formación científica especial, somos culpables
de usar diariamente el mismo lenguaje no científico que el autor. Pero como a él,
no debería acusársenos de falsedad, ya que no intentamos explicar a los demás el
orden exacto de la naturaleza.
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IV
“VARON Y MUJER LOS CREÓ”
San Agustín dijo en una ocasión que de todas las cosas maravillosas que el
hombre ve en el mundo, ninguna es tan maravillosa como el hombre mismo.
Se trata de una afirmación con la que pocos discreparían. Sin duda, estarían de
acuerdo aquellos para quienes la gloria principal de la era actual es su preocupación
por la ciencia natural, porque en nuestros tiempos la preocupación por la ciencia
ha resultado estar extremadamente centrada en el hombre.
La fascinante historia del hombre durante el siglo pasado y más allá, nos
condujo a una etapa en la que hoy poseemos un grado de conocimiento que a
nuestros no muy remotos antepasados les habría parecido fantástico. Aunque todos
los científicos responsables admitirían que existen enormes lagunas en estos
conocimientos, algunas de las cuales nunca se colmarán, la visión total en su
conjunto es satisfactoria y completa.
En primer lugar, existe un acuerdo general entre los científicos con respecto al
hecho de la evolución biológica a pesar del furor de las controversias acerca de la
forma precisa en que pudo haber tenido lugar la evolución. Se acepta que el
hombre, según lo conocemos, es producto de un largo proceso de desarrollo que
comenzó eras atrás en una forma inferior de vida animal. Este desarrollo – una vez
más con grandes lagunas en el proceso – en el caso del hombre puede rastrearse a
través de algunas de sus etapas. En otras formas de vida, el proceso evolutivo en
funcionamiento puede verse incluso con mayor claridad.
Otro hecho sobre el que la ciencia está en común acuerdo, es la antigüedad de
la humanidad. Sin lugar a dudas, no es tan antigua si se compara con la antigüedad
del mundo, que se calcula en millones de años, pero es gigantesca si se compara con
la historia escrita del hombre, que es de sólo unos miles de años. Los cálculos sobre
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la edad del primer hombre verdadero – es decir, el hombre como lo conocemos hoy
– varía considerablemente, pero algunos se remontan a medio millón de años.
La ciencia distingue entre el primer hombre verdadero, llamado homo sapiens,
y los “hombres” que le precedieron en la escala evolutiva, de los cuales se conservan
restos fósiles. Debido a diversas razones estructurales, estos “hombres” primitivos
no caen en la clasificación científica del hombre, pero no cabe la menor duda de
que no eran meros animales, ya que demostraron tener uso de razón en las
actividades que realizaban.
Hasta cierto punto, a través de las ciencias comprometidas con el estudio del
hombre primitivo, se puede rastrear la evolución de la cultura o civilización que
recorrieron nuestros ancestros primitivos. Al inicio de su existencia y hasta donde
las investigaciones científicas pueden informarnos, el hombre vivía en cuevas u
otros lugares naturales habitables, y buscaba su alimento lo mejor que podía entre
la vegetación silvestre y las bestias que era capaz de cazar. Finalmente, a través de
ensayo y error perfeccionó sus armas y herramientas, empezó a cultivar la tierra y a
construir sus casas, y entonces comenzó el largo camino del progreso material que
aún no ha terminado.
Por último, la ciencia distingue entre los diferentes tipos de hombres, que a
veces difieren profundamente en color y otras características raciales.
El orden de la creación
Es evidente que en los primeros capítulos del Génesis esta descripción del
hombre difiere radicalmente.
El Génesis nos dice simplemente que el hombre fue creado por Dios. La
descendencia de toda la raza humana se trata a partir de un hombre y una mujer,
nuestros primeros padres, a quienes se les dan nombres propios, Adán y Eva, que
en hebreo significan “Hombre” y probablemente “Madre de vida”
respectivamente.
En el Génesis no se encuentra nada sobre una evolución del hombre a partir
de una forma de vida inferior. Es cierto que en el primer relato de la creación se
representa al hombre y la mujer creados al final del proceso, después de los otros
animales. Pero en el segundo relato, primero es creado el hombre (2,7), enseguida
la vida vegetal (2,9), después los animales (2,19), y finalmente la mujer (2,22). Es
evidente en cada caso que el autor pensaba sólo en términos de creación directa
por Dios.
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Adán y Eva
El relato bíblico no sabe del proceso mediante el que el hombre desarrolló
gradualmente una cultura. Adán y Eva, así como sus descendientes inmediatos son
indistinguibles, como hombre y mujer, de los hombres y mujeres que el autor
bíblico conoció. Aunque el autor estaba consciente de que había transcurrido un
considerable lapso de tiempo entre el inicio del hombre y la llamada de Dios a
Abraham, que para él fue el primer suceso significativo en los tiempos históricos,
no cabe la menor duda de que no tenía idea del tiempo transcurrido como lo
sabemos hoy. En los capítulos 5 y 11 del Génesis se dan las genealogías para
calcular dicho lapso de tiempo. Hablaremos de esto más adelante. Por ahora sólo
es necesario señalar que en el capítulo 5 del Génesis se calculan unos mil años desde
el tiempo de Adán hasta el de Noé. Los hijos de Noé aparecen quinientos años más
tarde (5,31). Luego, en 11, 10 sig., se traza la descendencia de Sem, hijo de Noé y
ancestro remoto de los hebreos (“semitas”), y existe un período de
aproximadamente 500 años hasta el nacimiento de Abraham. Por lo tanto, el autor
del Génesis pensó en términos de más o menos 2000 años desde la creación del
hombre hasta la época de Abraham.
Podríamos sentirnos tentados a decir que en lo que se refiere a la historia del
hombre, sería difícil imaginar una mayor contradicción entre los puntos de vista
del autor del Génesis y el de la ciencia moderna.
Nadie estaría dispuesto a negarlo. Pero sea como sea, entre la enseñanza de la
Biblia sobre el hombre y los descubrimientos de la ciencia no hay contradicción
alguna.
El hombre es diferente
En primer lugar, ¿qué enseña el Génesis con respecto al hombre?
1) El primer relato de la creación enseña que el hombre fue creado por Dios.
2) Fue creado para gobernar el mundo visible. Es decir, el resto del mundo fue
creado para servir a la humanidad.
3) Fue creado “a imagen y semejanza de Dios” (1,26 sig.). Esto significa que
el hombre difiere sustancialmente de los demás animales, que sostiene una relación
con Dios que no comparten otras criaturas visibles. Lo anterior sólo puede implicar
las facultades espirituales de razonamiento y voluntad que no poseen las bestias. De
este hecho resulta también el estado especial del hombre de amistad con Dios que
se presupone en el relato bíblico.
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4) Desde el segundo relato de la creación, la dignidad especial del hombre es
más evidente pues su creación se describe con muchos detalles y realizada de
manera muy diferente al resto del relato de la creación. Si al igual que el resto de
los animales, el hombre está hecho de “polvo del suelo” (2,7), vive una vida que le
fue dada por la intervención especial de Dios. En este relato, incluso más que en el
primero, es evidente que el mundo fue hecho para el uso del hombre.
5) En este relato se enfatiza la relación especial y la afinidad entre el hombre
y la mujer. Se describe simbólicamente a la mujer como hecha de la propia carne y
hueso del hombre, el autor bíblico no pudo haber combatido de mejor forma los
antiguos errores de algunos pueblos con tendencia a considerar a la mujer como una
clase inferior de creación. A partir de este hecho de la afinidad natural del hombre
y la mujer, que es “una sola carne”, el autor ve la base de la unidad e indisolubilidad
del matrimonio (2,24), tal como hizo Cristo siglos más tarde (Mateo 19,5 sig.).
6) Génesis también nos dice por qué fue creado el hombre y la condición
especial en que fue constituido sobre y por encima del hecho de la creación. Estas
verdades religiosas serán examinadas en el próximo capítulo. Por ahora, nos
interesa simplemente la condición natural del hombre y la existencia primitiva
como lo detalla el autor bíblico.
Ahora bien, ¿de qué forma contradice los hechos antes mencionados cualquier
conclusión científica verdadera?
Primero, en cuanto al hecho de la creación: la ciencia no contradice y no puede
contradecir la enseñanza religiosa respecto a que el hombre es el objeto de la
creación de Dios. En el capítulo anterior discutimos la doctrina bíblica de la
creación, y con qué propósito el autor del Génesis se esforzó por representar esta
idea. En todo caso, la ciencia ha sustentado esta enseñanza aunque sea de manera
negativa. Ningún científico ha podido producir materia viva a partir de materia no
viva. Que tal cosa sucediera por pura causalidad natural, es en efecto,
científicamente infundado. En sus investigaciones la ciencia insiste en el principio
llamado “causalidad adecuada”. No se obtiene nada de la nada, porque de la nada
sólo nada se puede obtener. La vida es ese “algo” que no puede provenir de la nada,
de la no existencia. Para que la vida exista, es necesario que el Autor de la
naturaleza la origine con su intervención.
¿Evolución?
Por lo tanto, con certeza se requirió de la intervención especial de Dios para
explicar la existencia del hombre. La evolución por sí sola no hubiera podido
explicarla y no podría hacerlo. Pero el creyente en la creación de Dios puede
sostener, si así lo desea, que esta creación pudo haberse llevado a cabo mediante un
proceso evolutivo.
Está claro, como se afirma, que el autor bíblico no creía y no pudo haber creído
en un evolucionismo del que nunca había escuchado. Pero no estamos obligados a
restringir nuestros horizontes científicos a los que él poseía. Podemos estar bastante
seguros de que no creía que el hombre había sido creado literalmente según lo
describe en el segundo relato de la creación, como algo moldeado primero en arcilla
por Dios a quien después le sopló un aliento de vida. Tampoco creía que hizo a la
mujer de una costilla del hombre. Sabía que existía una gran diferencia entre la
arcilla y el cuerpo humano. Pero creía firmemente en las verdades que simbolizó
en este relato: que el hombre – embarbaron o mujer – es producto de un singular
acto creador de Dios, que tanto su cuerpo como el alma que lo anima dependen de
Él. Si en la actualidad podemos mejorar su descripción de cómo ocurrió esta
creación, no hemos podido perfeccionar las verdades religiosas que subyacen en esta
descripción.
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No es historia natural
Una vez que recordemos, como debemos hacerlo otra vez, que los primeros
capítulos del Génesis fueron escritos para fundamentar verdades religiosas, no para
entrometerse en la historia natural o la prehistoria, nos encaminamos a su adecuada
interpretación. El Génesis ni aprueba ni desaprueba la teoría de la evolución.
Sencillamente no la toma en consideración.
Tampoco la ciencia aprueba o desaprueba las doctrinas religiosas que el
Génesis enseña. Éstas no pertenecen al campo de la ciencia positiva. ¿Qué tiene la
ciencia que decir acerca del propósito de la creación del hombre? La ciencia no
descarta la descendencia del hombre de un solo par de padres originales, según
presupone el Génesis, como la base de la enseñanza religiosa contenida en la
doctrina de la caída del hombre. Esto se considerará en el próximo capítulo. Las
distinciones científicas respecto a las diferentes clases y especies de hombres, homo
sapiens y sus predecesores, las distintas razas, y similares, no tienen nada que ver con
esta enseñanza bíblica. La Biblia sostiene que todos los hombres, en lo relacionado
con lo que los hace hombres, su naturaleza humana esencial, son uno. Esto la
ciencia no lo contradice. Las distinciones científicas, importantes para la ciencia, no
tienen relevancia en la religión, y de hecho el autor del Génesis las deshecha como
si no tuvieran consecuencia alguna.
Nada es exacto
Por supuesto que las genealogías en sí mismas estaban incompletas. Incluso
en el sentido en que comprendemos esa palabra, no son genealogías científicas, sino
vagas expresiones que indican a algunos de los hombres poderosos del pasado que
tradicionalmente se asociaban a la época en cuestión. El carácter totalmente
artificial de estas genealogías puede verse en el hecho de que ambas, la del capítulo
5 y la otra en 11,10 sig., consisten exactamente de diez generaciones cada una,
contando desde la primera hasta la última.
Para indicar el lapso de tiempo que se sabía era mucho más largo que las pocas
generaciones en cuestión, sencillamente se exageró la edad de los individuos cuyos
nombres se incluyeron. Se trata de un recurso literario admitido del tiempo, que
no pretendía que se tomara literalmente. Tenemos otros ejemplos en las
enumeraciones dinásticas que mantenían los babilonios donde las edades
equivalían a cifras astronómicas, calculadas en miles de años en lugar de los
modestos cientos de años del Génesis.
Esta práctica convencional explica las edades extremadamente irreales
asociadas con los hombres en las listas de nombres de Génesis 5 y 11,10 sig. El
autor del Génesis no intentaba decirnos, por ejemplo, que Matusalén realmente
vivió novecientos sesenta y nueve años, no sabía más de lo que nosotros sabemos
cuántos años vivió Matusalén. Simplemente usó el nombre de Matusalén para
ayudarse a llenar el vacío entre el momento de la creación y el tiempo de Noé, y
para decirnos que había transcurrido mucho tiempo. Sus contemporáneos lo
hubieran entendido. Más tarde la gente olvidó que antes se escribía de esa forma –
que sin duda no es como nosotros escribimos – pero hoy estamos descubriéndolo
una vez más, y de ese modo estamos aprendiendo nuevamente cómo debe
interpretarse el Génesis.
La Biblia no es científica
El autor tenía otro propósito al emplear de este modo los números que
seleccionó y que al escribir coincidían con su propósito religioso. Este propósito lo
señalaremos en nuestro próximo artículo.
Aquí hemos mostrado que no existe conflicto entre el Génesis, que calcula
artificialmente la edad del hombre desde la creación hasta Abraham en
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aproximadamente 2,000 años, y el conocimiento científico, que nos habla de un
lapso de tiempo de muchos miles de años más. No hablan la misma lengua y no se
refirieren a lo mismo. La ciencia está interesada en descubrir con base a hechos
cuánto tiempo ha estado el hombre en la tierra y sus cálculos persiguen ese
objetivo. El autor del Génesis, simplemente deseaba mencionar un cierto lapso de
tiempo transcurrido, y escogió un recurso convencional aceptado para indicarlo.
No sabía cuánto tiempo había estado el hombre en la tierra, y muy probablemente,
tampoco le importaba mucho.
La mejor forma de ver que al Génesis no le interesa en absoluto la genealogía
científica, o en modo alguno la ciencia, es el uso que se hace de una genealogía
similar en el capítulo 10, esta vez de los hijos de Noé.
Después de haber dividido el período prehistórico en los dos períodos
divididos por el Diluvio, el autor está ansioso por resaltar el hecho de que incluso
después del Diluvio, cuando el mundo experimentó una segunda creación, como
sucedió, toda la humanidad aún era una. Hizo esto de manera poco natural por
medio de una genealogía, extrayendo personas del entonces mundo conocido de
uno u otro de los hijos de Noé.
A simple vista, la genealogía es totalmente artificial. La mayoría de los
“nombres” en ella son de ciudades o países, más que de hombres. Es del todo
científica en el sentido que se ignoran totalmente las bases reales de distinción
entre varios pueblos, y se hacen las distinciones a lo largo de líneas geográficas, en
parte políticas y sobre todo religiosas.
Por lo tanto, los pueblos gentiles que los hebreos conocían muy poco, en caso
de que los conocieran, derivan de Jafet, hijo de Noé. Entre estos se encuentran los
“Madai” (los medes) y “Javán” (Grecia), y más tarde “Tarsis” (Tartesus en España)
y “Quitím” (Chipre). Si bien es cierto que existen ciertos vínculos históricos y
raciales entre algunos de estos pueblos, no es lo que el autor del Génesis tenía en
mente al hacerlos provenir de un ancestro común. Eran los “buenos” gentiles con
quienes los judíos no tenían disputas. Eran, por lo tanto, los descendientes de Jafet,
quienes como se profetizó (9,27) participarían de las cosas buenas de los hijos de
Israel.
Por otro lado, los enemigos tradicionales de los judíos, sus opresores y
perseguidores, se clasifican entre los hijos de Cam, el hijo de Noé maldito por su
padre. Entre estos están Egipto y Canaán. En realidad, por su raza los cananeos no
eran un pueblo individual y de ningún modo se relacionaban más de cerca con los
hebreos que con los egipcioss. Pero el propósito del Génesis es enseñar religión, no
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genética. Por lo tanto, de la misma forma, de Sem, el hijo bendecido por su padre,
descendieron los israelitas y sus parientes reconocidos.
Por lo que hemos dicho hasta ahora, no debemos tener dificultad en conciliar
la descripción de la civilización de la humanidad como se relata en el Génesis, con
la dolorosa evolución sugerida por la ciencia. El autor bíblico sabía poco de los
orígenes de la cultura material, o de los procesos mediante los que se logró. Había
conservado ciertas tradiciones del material de la fuente que usó, por ejemplo en
10,8 sig., los inicios de la cacería se le atribuyen a cierto Nemrod (cuyo nombre
también han preservado otros pueblos del Medio Oriente), y la elaboración de
instrumentos musicales fue atribuida a un descendiente de Caín llamado Iubal
(4,21). Hasta cierto punto estas tradiciones pueden representar asociaciones
genuinas – el autor del Génesis las transmite sin comentarios – y hasta cierto punto
pueden ser simplemente un juego de palabras (ya que jobel en hebreo significa
“trompeta”). Aunque mediante esta limitada forma, se ha mostrado poco interés
en estos asuntos, está claro que en general no le preocupa al Génesis.
El don de la sabiduría
Podemos estar agradecidos por el hecho de que hoy estamos al final de una
cadena de conocimiento humano – un don de Dios – que poco a poco acomodó las
piezas de la evidencia del pasado para producir una comprensión del hombre que
estaba más allá de los sueños más disparatados de nuestro remoto ancestro que
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escribió los primeros capítulos del Génesis. Nuestros descendientes, construyendo
sobre los mismos cimientos, queremos creer que poseerán una sabiduría que
opacará a los nuestros por su insignificancia. Pero todos juntos seguiremos estando
ante el libro del Génesis comprendiendo formalmente que lo ahí escrito, fue escrito
para todos los tiempos. Es lo que nuestras investigaciones científicas nunca nos
hubieran dado a conocer. Es lo que nuestras investigaciones científicas nunca nos
quitarán y nunca reemplazarán.
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V
”DIOS… TOMÓ AL HOMBRE Y
LO PUSO EN EL JARDÍN”
El desaparecido Gilbert K. Chesterton describió su conversión al catolicismo
como el final de una serie de búsquedas. Una de las búsquedas que persiguió era la
solución al problema del hombre: la única criatura capaz de tanto bien y tanto mal.
Se trata, casualmente, de un problema que corre como un hilo a través de la
literatura de la antigüedad clásica y es un problema cuya solución nunca ha sido
totalmente comprendida.
El problema del hombre, su bondad y su maldad, la reconciliación de ambos
y su explicación, tal es el problema al que Chesterton encontró la respuesta en la
doctrina cristiana del pecado original. Es la respuesta que los antiguos griegos
buscaron en vano. Es una respuesta que sólo se encontrará en la revelación de Dios.
Es una respuesta que se encuentra, al menos parcialmente, en el tercer capítulo del
Génesis.
Esta enseñanza explica el hecho que el autor del Génesis haya incluido el
segundo relato de la creación en su narración, porque es el punto culminante de
este segundo relato.
Ahora bien, no hay conflicto posible entre esta historia y los descubrimientos
sobre el hombre que conozcamos mediante los descubrimientos de la ciencia
positiva. Esta historia trata asuntos que a la ciencia no le preocupan en absoluto,
sobre los que no tiene nada que decir ni en pro ni en contra.
Sin embargo, debido a la extrema importancia de esta historia en el desarrollo
de los primeros capítulos del Génesis, es vital que entendamos sus enseñanzas
correctamente. Y para entenderlas, nuevamente es esencial que tengamos en mente
el propósito religioso del Génesis y distingamos entre el significado del autor a
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partir de las formas literarias que usó, formas que para nosotros no son usuales, y
que, a no ser que estemos alerta, pueden llevarnos por caminos equivocados que el
autor nunca pretendió que siguiéramos.
Después de describir brevemente la creación del mundo y del hombre en 2, 4-
7, el autor procede a decirnos que “el Señor Dios plantó un jardín en Edén, al
oriente, y puso ahí al hombre que había formado”.
La geografía más bien curiosa que sigue en el texto al describir la localización
de Edén nos sugiere que al autor no le preocupaba el jardín como tal, sino más bien
lo que el jardín simbolizaba para él y sus lectores. Sugiere asimismo que algunos
comentaristas del pasado probablemente se perdieron en una peregrinación
infructuosa cuando intentaban localizar el jardín para comprender mejor el texto
sagrado.
En 2,10-14 se describen cuatro ríos como si salieran de Edén, el último de los
cuales, es sin duda el río Éufrates de Mesopotamia, aún conocido con ese nombre.
Se trata sin duda de un río “en el oriente”. Lo mismo sucede con el tercer río
mencionado por el autor, llamado por él Hiddekel en hebreo, un antiguo nombre
para el Tigris, el otro gran río de Mesopotamia. Pero los otros dos ríos
desconocidos, el autor no los ubica en Mesopotamia, sino a insólitas distancias. Uno
está en la región de Javilá, lo que muy probablemente era Arabia, y el otro “el que
recorre toda la tierra de Cus”. Cus era el país al sur de Egipto, por lo tanto al
occidente y sur, no al oriente. Está de más decir que estos ríos no podían manar de
una misma fuente.
Aunque es verdad que para nuestro gusto las nociones primitivas de exactitud
geográfica no siempre son satisfactorias, parece ser que el autor no intenta en
absoluto ubicar Edén, sino más bien hablar de él simbólicamente. Edén no es una
palabra hebrea. Es un nombre más antiguo que la Biblia, un tipo de palabra que
para el autor debe haber significado lo que “Utopía” o “Erewhon” significarían para
un escritor posterior. Para los antiguos “el oriente” era lo que para nosotros, es la
tierra lejana, la tierra misteriosa. Y aguas abundantes – particularmente aguas
como las del Éufrates, que era “el gran río” para los israelitas – eran símbolo de
grandes bendiciones y felicidad para el pueblo de la Palestina de agua escasa.
Cuando los profetas de Israel predijeron la llegada del gran Mesías y Rey, el agua
en abundancia fue uno de los símbolos que usaron para expresar la bendición que
acompañaría su llegada.
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El jardín de Edén
Si el autor del Génesis intentaba o no ubicar la escena de la historia que está a punto
de relatar – el punto es insignificante – sí podemos estar seguros de que el
significado simbólico de Edén es mucho más importante. No es significativo como
un lugar particular en la tierra, sino como la condición en la que Dios colocó al
hombre en la tierra por encima y por sobre su creación.
Por lo que es digno destacar en esta descripción que “el Señor Dios tomó al
hombre y lo puso en el jardín de Edén” (2,15). En otras palabras, lo que Adán está
por experimentar como habitante del jardín es su parte totalmente independiente
de su estado natural de creación.
¿Y cuál es la vida del jardín? Primero, tenía “toda clase de árboles, que eran
atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en
medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal“ (2,8). La orden
que Dios le dio al hombre al colocarlo en este jardín fue: “Puedes comer de todos
los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento
del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás
sujeto a la muerte” (2,16 sig.).
El simbolismo “comer de la fruta de un árbol” para dar a entender “participar
en algo” estaba ampliamente generalizado en la literatura antigua. El “árbol de la
vida” figura en las mitologías babilónica y asiria con el mismo significado que tiene
aquí. El autor bíblico lo usa como una imagen poética, como si habláramos de la
“fuente de la eterna juventud” para dar a entender que en el estado en que Dios
colocó al hombre después de su creación, poseía el don de la inmortalidad.
Libre albedrío
En este estado sobrenatural, el hombre poseía también otros dones. Sabemos
que después, “los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían
vergüenza” (2,25). No existía una condición de concupiscencia, no había
desorganización mediante la que las facultades superiores del hombre, de razón y
voluntad, pudieran ser arrastradas y dominadas por sus apetitos corporales
inferiores. El hombre tenía un perfecto control de sí mismo.
El cuadro que el autor describe en los capítulos 2 y 3, es sobre todo para
mostrar un perfecto estado de intimidad y amistad entre Dios y el hombre. Es
suficientemente significativo que el hombre se escondiera de la presencia de Dios
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después de haber perdido esta amistad y su derecho al estado especial al que Dios
lo había elevado, (3,8).
Simbolismo
Este estado elevado del hombre que el autor describe en la metáfora del jardín
y sus árboles, debía por lo tanto preservarse o perderse en los mismos términos
simbólicos en que lo describe: “Del árbol del conocimiento del bien y mal no
deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte.”
Esto simplemente significa: “el día que peques, morirás”. No se habla de un
“conocimiento” intelectual, sino del conocimiento de la razón. Se trata de la forma
tradicional en la que los hebreos usaban la palabra, como cuando se referían al
hombre “conociendo” o “uniéndose” a su mujer (como en 4,1), se referían a una
experiencia sexual. Por lo tanto, de la experiencia del “bien y el mal” dependía la
condición para que el hombre preservara el estado de derecho especial que había
recibido.
“El bien y el mal” no significan bien o mal, sino bien y mal como una sola
unidad. Los hebreos usaban dicha expresión para referirse al juicio moral mediante
el cual se determinaban el bien y el mal, así como hablaban de obtener y perder
para referirse a la sentencia mediante la que se imponían las decisiones de juicio, o
entrar y salir, ir y venir y cosas semejantes, para referirse a los movimientos del
hombre en general. En cada caso, el contexto determina precisamente lo que
implica, bien o el mal, obtener o perder, entrar o salir, ir o vinir. Aquí, se trata
obviamente de una cuestión de la experiencia del mal.
Por consiguiente, al hombre se le prohibió la experiencia del mal moral, lo que
simplemente llamamos “pecado”. Los filósofos nos dirán que esta prohibición
impuesta por Dios como condición para la permanencia del hombre en su estado
elevado, no fue simplemente negativa. Para evitar el pecado se debe practicar el
bien.
La “serpiente”
Que el hombre haya fallado la prueba es la bien conocida consecuencia de la
historia del capítulo 3. El autor nos cuenta que la tentación se presentó ante
nuestros primeros padres mediante alguien a quien llama “la serpiente”. Las
tradiciones judía y cristiana siempre lo han interpretado como un símbolo de
Satanás, y con razón, ya que la historia del Génesis lo aclara por sí sola. A lo largo
del relato se trata a la “serpiente” como un ser intelectual mañoso y astuto. El autor
- 40 -
pudo haber escogido una serpiente como símbolo debido a que generalmente en
esa época, los gentiles de Canaán y el Medio Oriente estaban entregados al culto de
varios dioses-serpiente. Fue una forma del Génesis para mostrar su desprecio hacia
esta práctica.
En realidad el autor del Génesis escribió un comentario mucho más sutil sobre
los engaños de Satanás de lo que generalmente se le acredita. En otras palabras,
seguramente poseía una aguda conciencia del carácter intelectual sobrehumano de
Satanás, el enemigo tradicional de la humanidad. Su idea de la naturaleza
psicológica de la tentación es bastante precisa.
De este modo se presenta a Satanás como el primer distorsionador de la
condición divina de permanencia en el jardín: “¿Así que Dios les ordenó que no
comieran de ningún árbol del jardín?” (3,1). Se trata de una insinuación a la mujer,
quien es capaz de resistirse al citar correctamente el mandato divino en 3,2 sig.
“Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín, Dios nos ha dicho: No
coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte”. Sin
embargo, ante su siguiente ataque, ella no está a la altura, ya que él, mintiendo, le
dice cuáles serán las consecuencias de desobedecer al mandato divino (3,4 sig.).
“No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les
abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. La tentación
es atractiva, ella sucumbe, y con ella, su marido.
Un solo Dios
Antes de concluir el relato, sería útil señalar otra expresión empleada por el
autor y que a veces causa dificultades. ¿A quién se refiere Dios cuando dice que
Adán “se ha vuelto como uno de nosotros?” Como recordaremos, el autor describió
a Dios como si hablara de la misma forma en el primer relato de la creación, cuando
dice (1,26): “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Desde luego, no cabe la menor
duda de que el autor sabe que Dios es uno. Este lenguaje tampoco es un indicio de
que las fuentes empleadas eran originalmente politeístas, aunque como hemos
señalado, existían historias similares entre los pueblos paganos. Muchos
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comentaristas piensan que se trata de un lenguaje simplemente retórico, como el
“nosotros”, el plural que se suele usar en las publicaciones, la forma en que una
persona puede decir: “veamos”. Sin embargo, es más probable que el autor
considerara que en ese momento Dios estuviera pidiendo consejo a la corte
angelical. Esta misma idea, una pura forma de expresión, ocurre en Job 1,6 y en
otras partes de la Biblia.
Así que a manera de relato tradicional de la creación que había adoptado
muchas de las expresiones y figuras de la literatura contemporánea, el autor del
Génesis puso de manifiesto ante sus lectores el preciado conocimiento revelado en
la religión de Israel que explicaba el misterio del hombre. El hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios, creado por Dios para un destino por encima y más
allá de sus méritos naturales, el hombre capaz del bien mayor y el más sublime
anhelo, es al mismo tiempo una criatura pecadora, que vive en un mundo que
revela su oposición a Dios. El hombre es maldad y bondad y es el misterio cuya
clave se encuentra en la doctrina del pecado original. Como explicamos antes, esta
es la doctrina que resolvió el problema que Chesterton formuló a partir de su
observación y reflexión sobre el hombre.
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VI
EL DILUVIO Y EL ARCA
No hace mucho un periodista sensacionalista citó erróneamente a un
arqueólogo bíblico con la noticia totalmente injustificada de que se habían
descubierto los restos del Arca de Noé en el Monte Ararat en Armenia. (La noticia
apareció en primera plana; el descargo de responsabilidad del arqueólogo, apareció
al día siguiente en una de las últimas páginas).
No se trata del primer caso de esta naturaleza, ni tampoco del primer caso
relacionado con el Arca. Los descubrimientos arqueológicos genuinos que han
apoyado tan magníficamente la narración bíblica, no son actualmente menos
sorprendentes que el descubrimiento del Arca de Noé, aunque para el observador
superficial no sean tan obvios. Sin embargo hasta hoy, no se ha descubierto ninguna
evidencia tangible de la historia narrada en Génesis 6-9.
Y con toda probabilidad no se descubrirá nunca. Todos los pronósticos están
en contra. Los esfuerzos de los pocos que tratan de encontrarla están probablemente
condenados a la misma frustración que la sospecha del gobierno soviético (cuyo
territorio estaba bajo una visión panorámica de Ararat) de que tales investigaciones
son en realidad expediciones espía de las potencias occidentales. La arqueología
bíblica no consiste en encontrar Arcas, sino en interpretar vasijas, piedras, murallas,
escasas inscripciones y en unir laboriosamente pieza por pieza la historia del pasado.
A pesar de todo, aquellos que siguen intentando encontrar el Arca son menos
ingenuos que aquellos que piensan que no hay posibilidad de encontrarla nunca,
sencillamente porque nunca existió. Porque tenemos todas las razones para aceptar
la narración bíblica en Génesis 6-9 como referencia de un dato histórico genuino.
Lo primero que debemos hacer es determinar el propósito que esta historia del
Arca de Noé tiene en la narración del primer capítulo del Génesis. Al hacerlo,
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podemos decir lo que sabemos en relación a la base histórica de la narración, lo que
en realidad tiene un interés secundario tanto para el autor como para nosotros.
Después de haber expuesto la base teológica para su religión en la descripción
de un Dios Creador del mundo visible y en particular del hombre, para cuyo uso
Él creó el mundo, el autor del Génesis concluyó su segundo relato de la creación
con la historia de la elevación primitiva del hombre a un estado por encima de su
naturaleza, su pecado, y por consiguiente su caída de la gracia. Al pecado del
hombre se vinculan las consecuencias de dicho pecado: la pérdida de los dones de
inmortalidad, de inmunidad a la concupiscencia y similares.
En el capítulo 4 el autor ha incluido en su narración una historia de Caín y
Abel y otra historia de los descendientes de Caín que complementan la historia de
la caída del hombre y enseña otras lecciones.
Aunque lo había insinuado, el autor no nos dijo antes que la caída de Adán
implicaba una pérdida para toda la raza humana, a menos que en ese momento
Adán y Eva fueran toda la raza humana. En el capítulo 4 aclara que la caída de
nuestros padres originales incluía también a sus descendientes.
Digno de la vida
Lo que el autor pretendía originalmente era disminuir las edades con cada
generación sucesiva. El propósito era expresar gráficamente lo que ya había
enseñado explícitamente al decirnos que Adán fue excluido del árbol de la vida, es
decir, del don de la inmortalidad. Larga vida era un signo de bienaventuranza. Una
vida corta era una maldición. Por lo tanto, mostraría cada vez más corta la vida de
los hombres de cada generación sucesiva, la enseñanza – percibida por sus lectores
– sería que, por un lado el don original concedido a Adán no era sin duda alguna
una posesión de sus descendientes, y por otro lado, los hombres eran cada vez más
pecadores y por lo tanto, menos dignos de una larga vida.
Por lo tanto, con la posible excepción de Henoc, es muy probable que se haya
realizado este esquema original. Henoc era una excepción a la regla. Dios se lo
“llevó”, es decir, se lo llevó del mundo porque “siguió los caminos de Dios”. Por
ello, su edad es sumamente simbólica, su edad corresponde al número de días de
un año, un número perfecto e ideal (5,23 sig.).
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En el capítulo 11,10 sig. se usó el mismo sistema, excepto que ahora los
números simbólicos eran mucho menores de acuerdo a la adaptación del hombre
después de la “segunda creación” simbolizada por el Diluvio y sus consecuencias.
El mismo sistema se remonta a tiempos históricos y está representado en las edades
asignadas a Abraham y sus descendientes inmediatos. El sistema es un tanto
complicado, y no es necesario describirlo aquí. Simplemente es necesario señalar la
intención original del autor al trazar la genealogía del capítulo 5 (y del capítulo
11,10 sig.).
¿Entonces, cuál fue el propósito de la historia del Diluvio en este
acontecimiento?
Cuando el autor explica que el pecado de Adán se había multiplicado en sus
descendientes, buscó entre sus fuentes disponibles una historia que al mismo
tiempo dramatizara el estado de maldad en el que habían caído los hombres, y que
también demostrara la misericordia de Dios y su deseo de salvarlos. Encontró esta
historia en el relato del Diluvio.
Esta historia del Diluvio no sólo se preserva en la Biblia, sino también en la
literatura de numerosos pueblos del antiguo Oriente. La versión que se encuentra
en los textos babilónicos, es sorprendentemente similar al relato en el Génesis, e
indica una fuente común más antigua que en el relato bíblico. Sin embargo,
mientras el relato bíblico es estrictamente monoteísta, la historia de los babilonios
es infantilmente politeísta y alterada con numerosos elementos supersticiosos. El
Noé babilónico tiene el simpático nombre de Utnapistin.
La existencia de esta historia entre muchos pueblos, transmitida por
tradiciones independientes, es el mejor argumento posible para el carácter histórico
de los hechos esenciales que relata. No ha aparecido evidencia física que lo
confirme, así como no hay por ejemplo, evidencia física de que Julio César
realmente estuvo en Galia como dice que estuvo, pero la evidencia literaria es
bastante sólida. Se llegó a pensar que las excavaciones arqueológicas mostrarían
evidencias físicas de este Diluvio, pero fue un error.
Existen muchas razones históricas para creer que a través de Mesopotamia – la
cuna de los ancestros de los hebreos – en tiempos prehistóricos ocurrió una
inundación extraordinaria que debe haber destruido una gran extensión del
territorio. Existen muchas razones, incluso aparte de la veracidad del relato bíblico,
para creer que había un Noé mediante cuyos esfuerzos fue posible empezar
nuevamente cuando desapareció la inundación.
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El plan de Dios
El autor del Génesis eligió esta antigua historia para marcar el punto medio
en su desarrollo religioso que conduce a Abraham. Está claro que el Diluvio fue una
visitación a la humanidad a causa de sus pecados. Los hebreos no podían concebir
que ocurriera algo que no estuviera en el plan de Dios para el mundo, y por
supuesto sabemos que estaban en lo cierto, aunque las cosas no siempre hayan sido
tan sencillas como las hizo parecer. Así también, la preservación de Noé y su familia
se realizó mediante el plan de Dios. La salvación de Noé y su gente era la evidencia
de la misericordia de Dios, y evidencia también de que había hombres buenos en
el mundo, dignos de ser salvados.
Este antiguo Diluvio no cubrió al mundo entero. Tal cosa es inconcebible y
físicamente imposible. Tampoco es necesario pensar que destruyó completamente
a la raza humana entonces existente, es decir, que cubrió todo el mundo habitado.
A primera vista, es muy improbable. Probablemente el autor creía que así fue y por
lo menos escribió su relato de fuentes que así lo decían, pero nosotros interpretamos
su texto de acuerdo al uso actual que hizo de sus fuentes y su propósito al escribirlo.
Es su enseñanza y nada más que su enseñanza.
Historia simbólica
El autor no pretendía enseñarnos literalmente que fue destruida toda la raza
humana, así como en Génesis 3,8 no intentaba decirnos literalmente que Dios se
paseaba por el jardín a la hora en que sopla la brisa. Ya hemos señalado que la
genealogía en Génesis 10, que traza todos los pueblos de la tierra – o al menos los
pueblos que el autor hebreo conocía – desde los tres hijos de Noé, pretende probar
la unidad de la raza humana, al mismo tiempo que otros asuntos doctrinales. No
es necesario que esta genealogía sea literalmente histórica, y como hemos dicho,
muestre indicios de ser sumamente artificial. Tampoco es necesario que nuestra
interpretación de la historia del Diluvio lo considere más allá de una parábola, una
historia simbólica, aunque como hemos señalado, el hecho histórico básico detrás
de ella es bastante certero.
Debemos destacar nuevamente que lo que le interesa al autor es enseñar
religión, no historia natural. Se valió de la historia para ejemplificar enseñanzas
religiosas y no necesitamos apresurar ninguna conclusión sobre ésta que no sea la
que se propuso como objetivo de su narración.
Entonces, independientemente de la magnitud real de este antiguo Diluvio,
cualquiera que haya sido, su propósito simbólico es enseñar el castigo de Dios
mediante el pecado de la humanidad y Su misericordia por amor a los justos, como
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Noé. Esto también se toma como el momento decisivo en el trato de Dios con el
hombre, y el inicio de una nueva era en su relación con los hombres.
Para los judíos, el acto supremo entre Dios y el hombre era simbolizado por
la alianza establecida mediante Moisés en el Sinaí, por la cual el pueblo de Israel
fue elegido para ser el instrumento de Dios para la salvación de humanidad.
Mirando hacia atrás en la historia, el autor del Génesis observó los tiempos
antiguos como si de alguna forma los hubieran presagiado y preparado para este
gran suceso.
De este modo, la relación de Dios con Adán había sido, en cierto sentido, una
alianza, misma que Adán había quebrantado y por lo tanto perdido su derecho.
Después de la narración del Diluvio, el autor describirá la renovación de las buenas
relaciones de Dios con los hombres como otra alianza. Mucho más tarde, describirá
cómo Dios eligió a Abraham en términos de una alianza. Por lo tanto, el Diluvio,
simboliza para el autor el final de una era y el inicio de otra. El pecado de Adán y
sus descendientes llega a su clímax, y el castigo del Diluvio se reduce. Más tarde,
Dios se acerca una vez más a la humanidad en la persona de Noé, y comienza de
nuevo. Con seguridad, muy pronto los hombres estarán pecando más que nunca,
pero la historia de todo el Antiguo Testamento, en lo que a eso respecta, se refiere
al esfuerzo constante de Dios para atraer a los hombres hacia Él a pesar de ellos
mismos.
Por consiguiente, lo que hace el autor por medio de esta historia es enunciar
algunas profundas verdades religiosas que trascienden a la época, el lugar y el
alcance del Diluvio que la historia narra. Serían igualmente ciertas aunque no
hubiera en absoluto bases históricas respecto al Diluvio, aunque tenemos buenas
razones para creer en éste, independientemente de la narración bíblica.
Sería muy difícil determinar cuántos de los detalles de la historia narrada en
el Génesis necesitamos tomar como históricamente ciertos, y qué se nos dice más
bien sin intención de que sea una enseñanza del autor. En lo que se refiere a algunos
de estos detalles, realmente podemos ver que evidentemente, éstos no corresponden
en absoluto al propósito del autor. Está claro que es la “moral” de la historia o su
aplicación la que contiene sus enseñanzas, no sus detalles.
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VII
LA ESPOSA DE CAÍN…LA TORRE DE BABEL
En una época, era una práctica del “pueblo de ateos” al estilo del fallecido
Coronel Robert Ingersoll, el terror de los fundamentalistas, hacer preguntas tan
incorrectas gramaticalmente e intrascendentes teológicamente como: “¿Por qué
Dios no mató la maldad?” o amenazar al Todopoderoso con matarlo en un
momento determinado, con usar la Biblia como un libro fuente de absurdos y
contradicciones. Una de las preguntas favoritas se relacionaba con la esposa de
Caín. “¿Con quién se casó Caín si sólo había cuatro personas en el mundo, él y su
hermano Abel, recién asesinado, y sus dos padres?”
Por lo general, el inquisidor pasaba por alto otros “absurdos” considerables en
el mismo contexto, que significan tanto o tan poco como el que había encontrado.
¿Quién se suponía que mataría a Caín, como él temía (4,14), cuando fue arrojado
para “andar por la tierra errante y vagabundo?” ¿Y cómo es que Caín era
“agricultor” (4,2), cuando “Noé se dedicó a la agricultura y fue el primero que
plantó un viña?” (9,20)? Y así sucesivamente.
Uno de los aspectos más sorprendentes de este tipo de preguntas, no es que
deban surgir, sino que de alguna forma el inquisidor debía pensar que había
descubierto astutamente un difícil problema oculto que previamente había evadido
al leer cuidadosamente la Biblia. Cualquier colegial puede reconocer las
discrepancias de este tipo y el autor del Génesis, que ya deberíamos saber que no
era un ingenuo, las podía reconocer tan fácilmente como nosotros, realmente con
mucha más facilidad.
Es cierto que algunos de los antiguos comentadores tendían a tomar estos
problemas casi con tanta seriedad como los intérpretes fundamentalistas, o
fundamentalistas burlones como Ingersoll. La razón de que así sea se ha discutido
en un capítulo anterior. Hoy, nuestra mejor comprensión de la naturaleza de la
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composición del libro del Génesis, el propósito que habría de servir y cómo se unió
a partir del material de fuentes tradicionales, nos ha ayudado a evitar tales
preocupaciones innecesarias.
En cuanto a la propagación inicial de la raza humana a partir de una pareja
original de padres, no deberíamos tener dificultad en reconocer que debe haber
habido un número considerable de matrimonios entre parientes muy cercanos, y
hasta entre hermanos y hermanas. En realidad, tales matrimonios continuaron
hasta tiempos históricos entre algunos pueblos, como los egipcios. Después, las
leyes prohibieron tales matrimonios entre la mayoría de los pueblos, y estas leyes
se basaban en razones naturales de peso. Pero obviamente, tales matrimonios eran
una necesidad al principio de la historia de la humanidad.
Nos lo dice el sentido común. Sin embargo, la Biblia no nos enseña nada sobre
el principio de la propagación de la humanidad.
Caín y Abel
El autor no incluyó la historia de Caín y Abel en Génesis 4,1-16, para
informarnos acerca de los descendientes inmediatos de Adán, sino para continuar
y ampliar la historia del pecado de Adán, que se explicó en el capítulo precedente.
Para cumplir con este propósito, era necesario tener una historia de esa naturaleza
sobre el pecado humano, como la que nos proporciona este relato.
Es el significado de la historia que emplea el autor. Sin embargo, no pretendía
que la historia original fuera una historia de la “primera generación” de los seres
humanos, pero presupone tiempos muy posteriores y el desarrollo en la raza
humana.
Originalmente, la historia comparaba los estados de pastor y agricultor – está
claro que de los acontecimientos posteriores – y falló a favor del primero, que
recibió la bendición de Dios. Es precisamente dicha historia la que hubiera podido
ser narrada con entusiasmo por pastores como los israelitas. De este modo podemos
entender fácilmente el hecho de que la narración supone una población esparcida.
Por lo tanto, en la historia original no se ponía en duda ningún problema respecto
a la esposa de Caín o a sus enemigos, porque en la historia original la narración no
concernía a un hijo inmediato de Adán.
Sin embargo, como lo usa el autor y lo adapta para sus propósitos, se presenta a
Caín como el hijo inmediato de Adán. De esta forma el autor puede mostrar mejor
la conexión entre el pecado de asesinato y la caída de Adán. Pero como al autor no
le preocupaban las cuestiones de generación y matrimonio, los hechos puramente
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naturales de la historia antigua de la humanidad, dejó los detalles en la historia sin
alterarlos. Por consiguiente, es erróneo tratar de encontrar conexiones literales que
no eran intención del autor entre los capítulos 3 y 4.
Otro tema que el autor deseaba poner de manifiesto en esta historia era el
aumento del pecado entre los descendientes de Adán, que aumenta gradualmente
hasta llegar al clímax del Diluvio. De esa forma, al final del episodio de Caín,
cuando teme ser destruido por los hombres debido a su crimen, El Señor le asegura
que el temor por la terrible venganza, siete veces, disuadirá a los hombres. Esto
supone los tiempos tribales, cuando se vengaba la sangre con los parientes de un
hombre por sus crímenes. Es la forma en que el autor nos dice cuán fuerte y
desenfrenada se vuelve la tendencia al crimen y al desorden.
El tema se desarrolla en el siguiente episodio, la historia de Lamec, vinculada
con Caín por una genealogía para mostrar su vínculo, es visto como extensión y
aumento de la característica violencia de Caín. Este pasaje (4,17-24) es otra fuente
antigua que tomó el autor y que unió a la precedente. Originalmente contenía
muchas otras piezas de conocimiento, como los nombres de los creadores
tradicionales de diferentes artes y artesanías, pero el autor del Génesis no los
incluyó con estos propósitos que difícilmente le preocupaban.
Venganza
Su uso se limita a la imagen de Lamec, descendiente de Caín, por cuyo tiempo
de venganza de sangre exigiría setenta y siete veces, y ya no por un simple crimen,
sino por un insulto.
Cuando el Pentateuco llega al punto de exponer la Ley Mosaica, se verá qué
tan genuinamente se trató de un avance en comparación con el desorden existente
antes de la alianza del Sinaí. La legislación mosaica restringiría la venganza a la
norma de justicia estricta: “Ojo por ojo y diente por diente” (Éxodo 21, 24). Cristo
la sustituirá por la ley de caridad aún más perfecta: “No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete.” (Mateo 18,22).
Como ya hemos señalado, el autor del Génesis agregó al final del capítulo 4
una corta referencia a otros descendientes de Adán para mostrar que con Caín y
Lemac la descripción no estaba completa. También había hombres buenos en el
mundo.
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El simbolismo del autor
Uno de los pasajes más intrigantes de los primeros once capítulos del Génesis
es 6,1-4. “Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la tierra y les
nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que estas eran hermosas, y tomaron como
mujeres a todas las que quisieron… En aquellos días – y aún después – cuando los
hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y ellas tuvieron hijos, había
en la tierra gigantes: estos fueron los héroes famosos de la antigüedad”.
No es difícil ver el simbolismo que el autor intentaba dar a estos versículos.
En su historia, para que sirva de introducción inmediata a la historia del Diluvio,
y su propio comentario sobre su significado, se encuentra en 6,5: “Cuando el Señor
vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios
que forjaba su mente tendían constantemente al mal”.
La dificultad consiste en determinar qué significaba originalmente el pasaje,
antes de que se extrajera de su contexto anterior y el autor lo incorporara a la
historia del Génesis.
Al parecer la historia era originalmente un mito que describía la generación
de los Nefilim, o gigantes, también identificados como “los hombres más
poderosos”, similares a los “titanes” de la mitología griega, fruto de una unión de
dioses y mujeres humanas. Los “hijos de Dios” en 6,2 probablemente denotaba
originalmente “los dioses”, es decir, los “hijos de dios”. Este término es usado para
los dioses en los lenguajes de los cananeos, babilonios y otros con quienes los
israelitas tenían contacto. La creencia de una raza primitiva sobrehumana de
gigantes era común en el costumbrismo de los pueblos antiguos.
Por lo tanto, era muy probablemente el simbolismo del pasaje cuando se
escribió en un principio. Pero no es lo que el autor del Génesis deseaba simbolizar
al usarlo.
No sabemos si creía en una raza antigua de gigantes o no. El punto es
intrascendente. Sin duda no creía en los dioses de la mitología pagana y en
consecuencia, no creía que pudiera existir una unión matrimonial entre ellos y los
hombres.
Por lo tanto, sin importar su significado original, en su narración
probablemente pretendía identificar a los “hijos de Dios” como la gente buena de
la tierra, simbolizada mediante los descendientes de Set, y las “hijas de los
hombres” para referirse a la gente mala, simbolizada mediante los descendientes de
Caín. Por ello, con sus manos transformadoras, este mito deja de ser un mito para
convertirlo en un acontecimiento que expresa un hecho histórico. Dice que la gente
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mala y la gente buena del mundo estaban mezcladas sin esperanza. Uno de los
males específicos de esos tiempos antiguos que deseaba condenar era la poligamia.
Por eso enfatiza el hecho de que “tomaron como mujeres a todas las que quisieron”
(6,2). De este modo está preparado para hacer el resumen del v. 5 que conduce al
Señor a decidir el castigo del Diluvio.
El significado de Babel
En Génesis (11,1-9) ocurre la famosa historia de la torre de Babel. Ya hemos
señalado brevemente el papel que esta historia desempeña en el Génesis dentro del
esquema del autor. Mediante esta historia, el autor muestra que aún después del
castigo del Diluvio, los hombres siguieron siendo malos, probablemente capaces de
rebelarse contra Dios, llenos de orgullo y de su propia autosuficiencia.
Sin embargo, el propósito original del relato, antes de que el autor lo usara era
algo diferente. Fue un intento primitivo por explicar los orígenes de las diferentes
lenguas del mundo.
El origen de la historia es obviamente mesopotámico. Describe un
acontecimiento que ocurrió en Senaar, la palabra antigua para designar Babilonia.
La construcción descrita es típicamente mesopotámica: ladrillos de barro unidos
por brea o asfalto. Las ciudades antiguas que han visto la luz en Mesopotamia
mediante las excavaciones de los arqueólogos estaban construidas precisamente de
esa forma. Probablemente existía la construcción de alguna torre extraordinaria que
proporciona la base histórical relato. Casualmente la “torre” en cuestión era el
zigurat, o gran templo escalonado, característico de las ciudades mesopotámicas.
El propósito original de la historia era explicar el origen de las diferentes
lenguas como medio adoptado por la Deidad para dispersar a los hombres que
estaban construyendo este templo. De este modo se hace un juego de palabras,
entre Babel, la supuesta ubicación del lugar de la torre, y la palabra hebrea balal,
“confusión”, porque “allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y
los dispersó por toda la tierra”. A esto se le conoce como “etimología popular,”
extremadamente común en la Biblia y en la literatura antigua en general. Con más
crueldad y menos pedantería, podríamos llamarlo “juego de palabras”. En realidad
el nombre Babel derivó de dos palabras babilónicas que significaban “la puerta del
Señor”.
Al apropiarse de esta historia y usarla para sus propósitos, el autor del Génesis
no pretendía que esta ingenua explicación de las lenguas del mundo se incluyera
como parte de su enseñanza. En primer lugar, sabemos que su propósito al escribir
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el Génesis no era hacer tal cosa. Más aún, en la genealogía que se da en el capítulo
10 ya había considerado las “lenguas, familias y naciones” que se impondrían en
todo el mundo (10,5, 20, 31, 32).
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VIII
PARA CONCLUIR
Es obvio que en estas pocas páginas no hemos podido más que rascar la
superficie de lo relacionado con algunos de los problemas de interpretación y
dificultades casuales de los primeros capítulos del Génesis. Existen muchos más
problemas que no hemos considerado. Existen muchos otros factores que
deberían tomarse en consideración al ofrecer una adecuada comprensión de este
interesante libro de la Biblia.
Sin embargo, sentimos que al menos hemos podido cubrir de manera
satisfactoria las enseñanzas supremas del autor bíblico, y aclarar al menos algunas
de las dificultades que obstruyen el camino del lector ordinario.
La síntesis anterior representa un resumen impreciso de lo que consideramos
es la mejor opinión del significado del Génesis que sostienen hoy los eruditos
bíblicos católicos. En esta interpretación ellos siguen las directrices de la
Pontificia Comisión Bíblica, instituida por el Papa para promover los estudios
bíblicos, y que en 1948 escribió:
“La cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del
Génesis es…oscura y compleja. Estas formas literarias no responden a ninguna
de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros
grecolatinos o modernos. No se puede, consiguientemente, negarse ni afirmarse
en bloque la historicidad de estos capítulos sin aplicarles indebidamente las
normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Si se admite
que en estos capítulos no se encuentra historia en el sentido clásico y moderno,
hay que confesar también que los datos científicos actuales no permiten dar una
solución positiva a todos los problemas que plantea. El primer deber en esta
materia que incumbe la exégesis científica consiste en el cuidadoso estudio de
todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales, y religiosos
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relacionados con estos capítulos; en segundo lugar, se requiere examinar
detenidamente los métodos literarios de los pueblos orientales de la antigüedad,
su psicología, su forma de expresión e incluso su noción de la realidad histórica;
en una palabra, el requisito es reunir todo el material de las ciencias
paleontológica, histórica, epigráfica y literaria, sin prejuicios. Sólo de esta forma
existe una esperanza de lograr una visión más clara de la verdadera naturaleza de
ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis”.
Nuevas interpretaciones
Al comentar estas palabras, una de las más distinguidas y antiguas
publicaciones bíblicas no católicas declaró: “Sería difícil plantear de manera más
explícita la actitud de los mejores estudiosos modernos del Antiguo Testamento
en relación a los problemas de los primeros capítulos del Génesis”.
Algunos creyentes cristianos considerarán nuevas algunas de estas
explicaciones. Y era de esperarse. Afortunadamente, la interpretación bíblica no
ha permanecido estancada mientras todas las otras artes y ciencias se desarrollan
activamente. Esperamos con devoción que el futuro nos brinde mejores
explicaciones que las ofrecidas hasta hoy. Para todos, católicos y no católicos, lo
mejor que podemos hacer es citar las palabras de Pío XII, escritas en su famosa
carta encíclica de 1943 para la promoción de estudios bíblicos:
Escuchar a la Iglesia
“Y tengan presente todos los hijos de la Iglesia… estar muy lejos de aquel
celo no muy prudente que pretende se haya de rechazar todo lo nuevo por
nuevo o tenerle a lo menos por sospechoso. Y tengan, en primer lugar, ante
los ojos que en las normas y leyes dadas por la Iglesia se trata de la doctrina
tocante a las cosas de fe y costumbres, y que de lo mucho que en los Libros
Sagrados, legales, históricos, sapienciales y proféticos se contiene, son muy
pocas las cosas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la iglesia
y son tampoco más aquellas en que unánimemente convienen los
Padres…Esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios, el mantener
fielmente la doctrina de la Iglesia y el recibir como un don de Dios, con
gratitud, y aprovechar todo cuanto los conocimientos profanos aporten. Esta
libertad, por el fervor de todo exaltada y mantenida, es condición y fuente
de todo genuino fruto y de todo progreso sólido en la ciencia católica”.
“¡La palabra de nuestro Dios permanece para siempre!” (Isaías 40,8).
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