Canal Feijoo-Los Casos de Juan
Canal Feijoo-Los Casos de Juan
PERSONAJES
TIGRE
JUANCITO
TIGRA
CARANCHO
COMADREJA
LIEBRE
IGUANA
AMPALAGUA
SAPO
TORO JÓVEN
AGUILUCHO
CHUÑA
SAN PEDRO
MARTINETA
CALANDRIO
CALANDRIA
PAVO
PAVA
TORDO
GALLO 1
GALLINA
GALLO 2
GALLO 3
MARTINETO
LORO
JUANITA
QUIRQUINCHO
ESTUDIANTES
AVESTRUZ
CARNERO
LEÓN
VIZCACHA
CORZUELA
PERDIZ
LECHUZA
QUITILIPI
LA MUERTE
JUEZ
PRÓLOGO
Caven - el Autor lo cree.
y nosotros cómo no-
LOS CASOS DE JUAN 2
unas cuantas palabritas
antes de entrar en función
La fábula popular,
junto a la otra - la culta,
de Esopos y Lafontaines-
tiene su genio y figura.
Y de nada le valdría
decir lo que entiende hacer,
pues por último resulta
que no es más
Y ahora el asunto-
- es historia
que envuelve en el mismo lío,
un déspota poco lúcido,
su mujer, y su sobrino.
CASO PRIMERO
(El TIGRE y JUANCITO, por un camino)
JUANCITO: Tío, el sol está ya encima de nuestros lomos, y todavía no hemos
mordido nada. Yo ando viendo ya overo el aire...
TIGRE: La verdad es que no me vendría mal "hacer carne". A ver, subí a esa
horqueta y ve si alcanzas a divisar algo.
JUANCITO: (Se sube a la horqueta de un árbol y otea) Allá, lejos, alcanzo a ver
una linda tropilla de vacas pastando. (Llegan los ecos distantes de los bramidos de un toro
enfurecido)
TIGRE: (Escuchando los bramidos) Este... ¿De qué color son?
JUANCITO: ¡Hay una negra gorda!
TIGRE: No... Vaca negra, carne negra ha de tener. No me gusta
JUANCITO: ¡También distingo una barrosa que parece cargada de tan gordita!
TIGRE: (Siempre escuchando los bramidos como truenos) No... Vaca
barrosa, carne barrosa ha de tener. No me gusta.
JUANCITO: ¡Y un par de vaquillonas rositas, como para rajarlas con la uña!
TIGRE: (Idem) Menos... Vaquillona rosita, carne con pintas ha de tener. No me
gusta.
JUANCITO: (Decepcionado) Bueno. Ya veo que no le va a gustar ni ese mamoncito
que estoy viendo junto a la vaca más grande.
TIGRE: ¿Por qué?
JUANCITO: Porque ese mamón, y esa vaca, y ese novillito que está al lado, y esa
tambera que está conversando en secreto con aquel torito barchillo, y todos los demás que no
le he nombrado de la tropilla, todos, tienen un mismo color. No le pueden gustar.
TIGRE: ¿De qué color son, pues, vamos a ver?
JUANCITO: Yo no entiendo mucho de colores, ni el hambre me permitiría
comprender ahora nada, pero ya veo que no le va a gustar tampoco el de éstos.
TIGRE: ¡Pero de qué color son, decí!
JUANCITO: ¡Todos tienen el color... del bramido del Toro!
TIGRE: ¡Atrevido! Últimamente: no quiero renegar ahora con nadie. Tengo
pereza. Divisá para otro lado.
JUANCITO: (Oteando) ¡Tío! ¡Tío! ¡Aquí cerquita, una pareja de burros! Vienen por
el camino...
TIGRE: Esos sí. ¿Ve?, tienen un color que me gusta. Voy a subir a esperarlos.
(De un elástico salto trepa al árbol. Pasan los asnos. Se arroja sobre el cuello de uno de
ellos. El burro bufa de terror, y lucha desesperadamente. Al fin cae vencido por los
dientes y las garras del feroz agresor. El TIGRE despedaza a zarpazos el cuerpo yacente,
y comienza a comer. JUANCITO se restrega las manos relamiéndose ante la perspectiva
del banquete que se promete. Cuando "la mesa" está servida, desciende y se apresta a
participar. Pero el TIGRE, con las fauces repletas, lo rechaza)
JUANCITO: ¿No me puede dar esa presita?
TIGRE: Retírate. Eso es... para tu tía
JUANCITO: ¡Qué! ¿A mí no me va a tocar nada, después que le he servido para
encontrar la víctima?
TIGRE: Esperate. Algo te ha de tocar, si tienes paciencia
JUANCITO: ¿Me va a mezquinar esas tripas?
TIGRE: Eso es para que se distraiga, desenredando, tu tía
JUANCITO: ¿Y ese hueso de la canilla, siquiera?
TIGRE: No toques. Eso es para la bombilla del mate de tu tía
JUANCITO: ¿La panza, entonces?
TIGRE: Menos. Eso es para que le sirva de frazada a tu tía, las noches frías.
LOS CASOS DE JUAN 5
JUANCITO: (Sentándose decepcionado) "¡Ah, la... grana que tiene tinta!" (Para sí)
Bueno. Tomá: volvé otra vez a ser comedido. ¡Lindo tiíto te había dada Dios!... ¡Tah mi
suerte!.
TIGRE: Tené paciencia, y hacé méritos. (Sigue devorando. Pausa)
JUANCITO: Bueno. Me iré para otro lado.
TIGRE: (Con las fauces llenas) Que te vaya bien.
JUANCITO: (Tras breve vacilación) ¿No podría darme siguiera la vejiga, para irme
distrayendo? Eso no le ha de servir de nada a mi tía...
TIGRE: Claro que le había de servir... para forrar el mate. Pero bueno, llevala.
No quiero que andes diciendo por ahí que te mezquino las cosas.
JUANCITO: Gracias, tío. ¡Qué bueno es usted! (Toma la vejiga y se ausenta)
TIGRE: (Sigue devorando, cada vez más repleto) Muchacho ocioso y vago.
Pueda ser que a mi lado prosperes. Algún día tendrás que sentar cabeza. (Termina por
hartazgo. Se tumba a dormir junto a los restos. Comienzan a zumbar los primeros
moscardones. Reaparece, cauteloso, JUANCITO, con la vejiga. La infla; caza varios
moscardones y los introduce en ella; luego la ata al rabo del TIGRE dormido. Se esconde
y espera que el sol seque la neumática bolsa. Cuando están seca los moscardones
prisioneros en el pálido globo, suscitando un eco es como de distantes clamores.
Reaparece de nuevo JUANCITO, con aire azorado, y salta a la horqueta)
JUANCITO: ¡Tío! ¡Tío! ¿No oye? ¡He vuelto a avisarle! ¿No oye?
TIGRE: (Despertándose sobresaltado) ¡Qué hay, muchacho!
JUANCITO: (Señalando a la distancia) ¡Allá!... ¡Tres!... ¡Cinco!... ¡Quince!... ¿No
oye?
TIGRE: ¿Qué?...
JUANCITO: ¡Galgos!
TIGRE: (Escuchando el zumbido de los moscardones) ¡Galgos!
JUANCITO: ¡Sálvese con tiempo, que ha de estar muy pesado!
TIGRE: ¡Adiós! (Huye despavorido, llevando en la cola el rumor de la
ficticia persecución)
JUANCITO: (Desciende de la horqueta, riendo a carcajadas) ¡Juah... Juah...
Juah...! Que te vaya bien, y te agarre la trampa... (Acercándose a los restos) Ahora me toca a
mí. A ver lo que me ha dejado ese viejo roñoso. El hambriento siempre deja lo mejor, que es lo
más chico. El caso es saber hacerlo dejar a tiempo. (Comiendo) Esta es mi presa... Y ésta
también... Y vos. No se han de resentir conmigo. Ya saben que yo soy criollo, y para un criollo
no hay presa mala. (Un pájaro canta. Invitándolo) ¿Si gusta compadre...? (Come y come,
hasta la repleción. Se fricciona la panza) Servido. Y todavía me sobra este hermoso costillar.
Ya que no me lo voy a comer, podría quedar bien con alguien... (Reflexiona) ¡Ah, ya sé! Con
mi tía. Hace mucho que no la visito. No ha de verme con mala cara si ve que no llego con las
manos vacías. Como no son tantas las atenciones que le debe a mi tío, no le han de caer mal las
de su sobrino. Voy a quedar bien. Y de paso, ahora que está sola, quien te dice... ¡Juah...
Juah... Juah...! (Ríe malicioso y se va cargando la presa mencionada)
CASO SEGUNDO
(En "casa" de la TIGRA. Aparece JUANCITO cargando el costillar para si tía)
TIGRA: Juancito, ¿qué andás haciendo?
JUANCITO: Esto le manda mi tío;
que coma a su salud, dice,
y después duerma conmigo
TIGRA: Entre una intención, y un acto
sólo en el acto me fijo
No sé si él te habrá mandado
sino que vos has venido
JUANCITO: Le juro, tía, le juro...
LOS CASOS DE JUAN 6
TIGRA: No es bueno jurar, sobrino
Entre santos milagrosos
el presente ha de ser creído. (Devora, con gula de hembra sola)
Solo vos eras capaz de acordarte de tu tía, sobrinito. Así me tienes
ganado todo el cariño. ¿Dónde ha quedado tu tío?
JUANCITO: Después de comer, durmió un buen rato. Después se levantó y tomó
para aquel lado.
TIGRA: Y te dejó encargado que me trajeras estas sobras, ¿no?
JUANCITO: Este... Para decirle la verdad, tía, se fue sin decirme nada. Pero yo
interpreté sus pensamientos, y me dije: "Todo esto hay que llevarle a mi pobre Tiíta, que a lo
mejor está pasando necesidades, mientras uno está aquí de fiesta. No hay derecho. Y ella lo
merece más que nadie..."
TIGRA: Qué se le iba a ocurrir a él.
JUANCITO: Ya se había ido. Yo estaba interpretando sus pensamientos
TIGRA: ¡El muy sinvergüenza!... Sólo vos vales algo aquí, sobrino.
JUANCITO: Gracias, tía. (Concluye el banquete)
TIGRA: Bueno. Voy a echarme ahora una siestita. Vos de seguro vas a seguir
viaje. ¡Qué te vas a quedar quieto!...
JUANCITO: Le seré franco: me gustaría más quedarme aquí a pasar la siesta... ya
que está sola.
TIGRA: Si ese es tu deseo... Acostate, pues, por ahí.
JUANCITO: No sé si me va a dar permiso...
TIGRA: Estás en tu casa. Vení acostate aquí, del lado de mis pies.
JUANCITO: No es que yo no esté conforme
pero eso no puede ser;
después me han de andar diciendo
"salí de ahí, olor a pies"
TIGRA: Qué muchacho éste. Vení, entonces, acostate del lado de la cabecera
JUANCITO: Tampoco, Tiíta, y disculpe
pero me ha de hallar razón
Después me han de andar diciendo
"¡qué me cuentas, cabezón!"
TIGRA: De este costado, entonces, o de este otro...
JUANCITO: Dispense, Tía, tampoco,
y usté tiene que entenderlo:
después me han de andar diciendo
"costado ¡... la erraste fiero!
TIGRA: (Remilgosa) Si hay motivos para que no puedas acostarte a los pies, ni
a la cabecera, ni a los costados, entonces vení, echate donde no hay motivos...
JUANCITO: Eso sí, Tía, eso sí,
y me han de comprender todos;
ya los oigo que me dicen
¡Jacinto, que sois dichoso!...
TIGRA: Trompeta, siempre te das maña para ganarte las voluntades (La TIGRA
se hecha. JUANCITO donde le han concedido)
JUANCITO: ¿Dónde estará ahora mi Tío?
TIGRA: Muchacho, quedate quieto
JUANCITO: ¿No he de recordarlo ahora
que sé lo que está perdiendo?
TIGRA: Travieso. Dormí. Callate.
JUANCITO: Esta es la dicha soñada
¿Qué me importan las fatigas
si después tengo esta almohada?
LOS CASOS DE JUAN 7
(Ensoñando)
Tío, no sé si tu ausencia
sabrá ocupar mi tamaño,
pero yo me encuentro a gusto...
TIGRA: Dormite, despabilado. (Duermen. Duermen. De pronto llega el
TIGRE, cansado, y se sorprende ante el inesperado cuadro)
TIGRE: ¡Y esto! ¿Qué está haciendo este gracioso aquí con mi "mujer" (Ruge
de ira. JUANCITO y la TIGRA se despiertan, sobresaltados. JUANCITO ya tiene
encima las garras del TIGRE ,y sólo merced a una habilísima gambeta logra escabullirse,
y huye "como sin patas", no sin antes haber dejado algunos pelos entre las uñas del
felino. Este intenta perseguirlo, pero está cansado y desiste.) ¡Ya me las pagarás, bandido!
(Volviendo hacia la TIGRA, iracundo) ¡Te voy a enseñar a vos, cabra vieja!
TIGRA: ¿Pero qué he hecho yo?... (El TIGRE le ataca a manotazos. TIGRA
protesta y llora)
La moza
tiene una cosa.
¡Qué cosa
tiene la moza!
La moza
tiene una cosa.
¡Qué cosa
tiene la moza! (A esta altura, el ritmo y la intención van ganando al
CARANCHO, que dá señas de querer sumarse al canto) Cantá vos también.
De todos los rincones
uno es más negro.
Quiero encontrarte el fondo,
La moza
tiene una cosa.
¡Qué cosa
tiene la moza!
La moza
tiene una cosa.
¡Qué cosa
tiene la moza! (Al fin se decide el CARANCHO. Pero cuando abre
grande la boca para una de las modulaciones de su áspero "trac-trac-tragóo",
JUANCITO, alerta, le tapona de un puñado de tierra el gañote, y huye mientras la
pobre ave queda trastabillando aleteante de asfixia. En eso llega el TIGRE, que regresa
con el instrumento que fue a buscar. Sobreponiéndose angustiosamente al ahogo, el
CARANCHO, de un recio golpe de ala, alza el vuelo. El TIGRE comprende y lo mora
alejarse, furioso)
LOS CASOS DE JUAN 11
CASO QUINTO
"¿YAQUITUUU?"
(Al borde de una laguna. JUANCITO se desliza por entre los juncos que la rodean, para
ir a beber. De pronto se detiene en actitud de tensa expectativa. Acaba de escuchar un
leve ruido sospechoso. Presta oído atentamente, soliviando una de las patas delanteras.
Alguien está escondido por ahí, del otro lado de la laguna. Es acaso su furibundo Tío que
se ha apostado por ahí, seguro de que JUANCITO no podría dejar de bajar a la aguada,
y dispuesto a caerle encima tan pronto como lo tenga a tiro. El cruel regusto de tenerle
ahora tan cerca le ha hecho sin duda realizar algún movimiento que traiciona su
presencia. JUANCITO sospecha algo de esto y decide comprobar)
JUANCITO: (Dirigiéndose al agua)
Agüita, por vos aquí ando.
Te traigo toda mi sed
a falta de otro regalo.
Dime: ¿te dejas beber? (Por cierto que el agua no contesta, no
obstante la larga pausa que abre JUANCITO detrás de su pregunta)
Despertate, calavera,
que el sol ya bien alto está;
te he preguntado una cosa
¿no me vas a contestar?...
CASO SEXTO
EL TERRIBLE CICLÓN
(JUANCITO, por un camino. Va muy confiado en su soledad, resobando tientos robados
a troperos. De pronto se da de manos a boca con el mismísimo TIGRE, que sin demora le
echa la zarpa encima)
TIGRE: ¡Te pillé, trompeta!
JUANCITO: Deme la bendición, Tío...
TIGRE: ¡Otra cosa te voy a dar ahora!
JUANCITO: Dése con el gusto en vida, Tío. Aquí me tiene.
LOS CASOS DE JUAN 12
TIGRE: Aquí te tengo, ¡sí!, y mi mayor placer será verte escapar otra vez, ¡pero
no ha de ser sin que hayas dejado todo tu cuero entre mis garras!
JUANCITO: Solo para dejarle ese recuerdo sería capaz de escaparme ahora mismo.
Pero no va servir de nada el testimonio. Si por lo menos supiera a qué manos irá a parar
mañana...
TIGRE: ¡Será mi mas preciado trofeo! ¡Lo guardaré con celo de avaro, para
renovar cada día, viéndolo, el placer del castigo que te voy a obsequiar ahora!...
JUANCITO: ¿Castigo? Dios lo oiga. ¡Pero que sea el que merezco - que es muy
grande- para purgar todas mis culpas, y poder así, purificado, esperar el juicio!...
TIGRE: ¡Estate tranquilo, que ésta vez vas a quedar más limpio, que víbora de
agua!
JUANCITO: Feliz de usted que no necesita que nada le sea perdonado, y puede
mostrarse tranquilo ante las Puertas...
TIGRE: ¿Ante las Puertas?...
JUANCITO: ¡Ante las puertas de la eternidad, que ya están de par en par abiertas
ante nosotros!...
TIGRE: Ante vos, ¡sí que lo están!
JUANCITO: ¿Y usted es Dios para librarse del destino?
TIGRE: ¡Yo pienso todavía andar mucho por la tierra!
JUANCITO: ¡Feliz ignorancia! Por lo menos usted se libra de las angustias de saber
lo que ya se nos viene encima...
TIGRE: Mi hora llegará cuando esté marcado. Entretanto todavía tengo mucho
que andar.
JUANCITO: Ande entonces ligero, si quiere llegar a tiempo. Porque lo que usted
ignora es que su hora es la hora de todos, ¡y esa ya está llegando!
TIGRE: ¡Ja, ja, ja!
JUANCITO: Sólo un favor quisiera pedirle. Y no me lo ha de negar, porque encierra
una última voluntad...
TIGRE: No siendo tu cuero, pedí lo que quieras.
JUANCITO: ¿Ve esos tientos? Una vez que se haya cobrado usted a gusto su castigo
-¡para mí salvación!-, sólo le pido, si algo sobra de mí, aun despojado de mi cuero, ¡me lo ate
bien con esos tientos en ese tronco de quebracho!...
TIGRE: ¡Curioso antojo!
JUANCITO: ¡Bien1, lo que se dice ¡bien atado!
TIGRE: Y ¿para qué, decime?
JUANCITO: ¡Para que siquiera mis despojos no se vean arrastrados por el horrendo
vendaval!...
TIGRE: Pero, ¿te has vuelto loco?
JUANCITO: No le pido otra cosa, Tío; y creo que bien merece tan poco un
condenado a muerte. ¡Pero no demore; no pierda tiempo, porque corremos peligro, minuto a
minuto, usted de quedarse sin su castigo; y yo de verme dispersado en los aires como afrecho
en cernida! ¡Ya veo cerrando el horizonte la nube negra, negra!
TIGRE: Y, a vos ¿quién te lo ha anunciado?...
JUANCITO: ¡La selva está llena del fatal aviso! ¿No lo ve?
TIGRE: No veo que se mueva ni una hoja...
JUANCITO: Precisamente: ¡la calma que anuncia las grandes catástrofes! Pero no es
momento de perder tiempo en razones. ¡Castígueme como guste, sáqueme el cuero; pero
después áteme bien a ese tronco, a la raíz de ese tronco! No le pido otra cosa... ¡No demore!
¡La nube negra va subiendo... subiendo!
TIGRE: ¿Un vendaval, dijiste...?
JUANCITO: ¡Un ciclón espantoso!... Los árboles verán desprendidos sus troncos de
la tierra, y volarán por los aires como pájaros heridos. Los pájaros serán arrojados al espacio
LOS CASOS DE JUAN 13
como piedras cerradas. Y los demás seres, sin raíces ni alas, ¡imagínese, Tío!... ¡Pronto, no
pierda tiempo, Tío! Tome los tientos...
TIGRE: Y... y... a mí, ¡quién me asegura!...
JUANCITO: Usted no necesita. Usted es fuerte. Más fuerte que un árbol... ¡Pronto:
la nube sube!
TIGRE: ¿Y si yo te perdonara a vos el cuero?...
JUANCITO: ¿De qué sirve ya?... ¡Áteme! ¡No quiero otra cosa! ¡Le exijo que me
ate!
TIGRE: y ¿quién sos vos para exigirme nada?...
JUANCITO: Le ruego, no haga cuestión de palabras a esta hora. No demores más.
¡Ya la nube estará desplegando su trapo negro sobre nuestra cabeza!
TIGRE: (Tartajenado de terror) ¿De modo que lo que vos pretendés es que no
sólo te castigue ahora, como me había propuesto, sino que encima te premie asegurándote la
vida contra el destino?...
JUANCITO: ¡Por Dios, por mi Tía, Tío! ¡No sea cruel ahora, en la hora de la muerte!
- Amén -.
TIGRE: ¡Nada detendrá mi castigo! ¡Pero mi castigo consistirá en que vos, con
tus propios tientos, me asegures a mí en las raíces de ese tronco!
JUANCITO: ¿Y yo, Dios mío, y yo?...
TIGRE: (Sádico) ¡El ciclón lo dirá! (JUANCITO llora desesperado) Pronto,
¡o te borro de un zarpazo!... (Ruge.)
JUANCITO: (Bajo el simulado terror de la amenaza, JUANCITO sollozante, ata
fuertemente a su Tío al tronco. Cuando ha terminado, restregándose las manos dice:)
Día lindo, ¿no? (Se aleja gritando, burlón) ¡Cuá, cuá, cuá...! (El TIGRE, al percatarse de
la grosera trampa en que ha caído, abre grande la boca; ruge iracundo)
CASO SÉPTIMO
LA COMADREJA SENSIBLE
(Al tercer día de esa prisión el TIGRE desfallece de inútil afán y de hambre. Ya va a
renunciar a toda esperanza, cuando acierta a pasar por el lugar la COMADREJA)
TIGRE: (Gemebundo) Comadre... ¡Desáteme!
COMADREJA: (Sorprendida) ¡Ah, vos ahí!
TIGRE: Cosas del trompeta de Juan, ¡que ya me la pagará!
COMADREJA: ¡Qué broma!
TIGRE: ¿Broma?... Tres días hace que estoy en esta prisión. Y ya pensaba
tirarme a morir, cuando quiso, comadre, mi buena suerte que usted pasara por aquí.
COMADREJA: No creo que tengas motivo para alegrarte mucho
TIGRE: ¡Mi gratitud tendrá que ser infinita, pues a usted le deberé la vida!
COMADREJA: ¿Cómo podrías sobrellevar el peso de una deuda tan grande?
TIGRE: No me importaría, ¡debiéndosela a usted!
COMADREJA: ¡No podrías vivir con una carga de ese tamaño sobre tu alma!
TIGRE: ¡Oh, comadre, le juro!
COMADREJA: Un día se te habría vuelto tan intolerable, que tendrías que resignarte a
la espantosa idea de que tu única redención sería la muerte. ¡la muerte de tu acreedor! Y no
tendrías más remedio que liquidar la cuenta... ¡liquidándolo!
TIGRE: ¡Qué cruel imaginación! ¡No comprendo cómo se pueda hallar placer en
castigar sobre la herida!...
COMADREJA: El hambre en libertad no puede responder de los compromisos de la
gratitud prisionera...
TIGRE: No le entiendo, Comadre.
COMADREJA: Digo, simplemente, que por mucha que sea la sinceridad de tus
sentimientos mientras estás preso, tan pronto como te veas libre no podrás dejar de comerme,
si me tienes a tu alcance.
LOS CASOS DE JUAN 14
TIGRE: ¡Ah sarcasmo! No tengo fuerzas para expresar mi indignación ante
tamaña malicia. ¡Maldigo mi suerte!... (Llora convulsivamente) Ni usted, Comadre, ni ningún
otro animal en la selva, cuentan ahora para mí, fuera de Juan. Sólo ese traidor existe para mí,
¡y no puede querer Dios que quede sin castigo! Su ley misma la siento señalarme este deber.
No me importa morir luego. No me importa el mañana. Ni siquiera siento el hambre que ya
debe haberme comido las tripas. Estoy poseído nada más que de la necesidad y la razón de ese
castigo. No quiero otra cosa. renuncio a todo. ¡Sólo quiero vengar esa traición!
COMADREJA: Pero ¿qué puede haber hecho Juancito? Habrá sido alguna de sus
travesuras...
TIGRE: ¿Travesura?... ¡Me ha engañado con mi propia mujer!
COMADREJA: ¿Con tu mujer?... ¡Cómo es posible!
TIGRE: Ya lo sabe. Mi dolor y mi rabia no tienen empacho en declararle mi
afrenta...
COMADREJA: El caso es más grave de lo que suponía.
TIGRE: ¿Es justa la sed de venganza?
COMADREJA: Pero veo que estás obsesionado con la idea del castigo que merece
Juancito, y nada me dices del que merece y has debido aplicar ya, ¡ya!, a tu mujer...
TIGRE: ¡Bien que le di ya un buen par de cachetadas!
COMADREJA: ¿Y piensas que con eso está provisto el castigo? Y ahora te ensañas con
el infeliz Juancito, que sin duda no es más culpable que tu mujer, pues ya se sabe que no
consintiéndolo ellas no hay macho que pueda...
TIGRE: (Adivinando cierto resorte psicológico de hembra de la
COMADREJA) ¡Ah! ¡Ahí está mi castigo! ¿Se imagina usted, Comadre, que yo me hubiera
conformado con las dos cachetadas? Bien sé que una afrenta no se venga con dolores del
cuerpo. ¡Hay que buscar los del alma! ¡Y he comprendido que ninguno será para ella más
terrible que el que la alcance en su cómplice! Por eso me ve ensañado en la persecución de
Juancito. ¡Cómo pudo haber sido él, el blanco de mi ira! ¡Es ella y sólo ella!... ¡Ah, espantosas
cadenas! ¡Y no tener quien me comprenda!... ¡Y cuando pienso que tal vez ahora mismo,
aprovechándose de esta prisión, han vuelto a juntarse para ratificar la infamia! (Ruge. La
COMADREJA, con mal oculta complacencia, comienza a desatar las ataduras del
TIGRE)
COMADREJA: El mundo debe tener un orden, y no quiero que por mí este pueda verse
alterado.
TIGRE: Ya no hay respeto para nada...
COMADREJA: Si no nos ayudamos los unos a los otros... (Listo. Pero tan pronto
como ha acabado de desatarlo, el TIGRE la aplasta de un zarpazo, sin darle tiempo de
proferir siquiera un grito. E inmediatamente la devora.
TIGRE: (Devorando) ¡Así, con algo en la panza, ya va a ver ese bandido se me
escapa!...
CASO OCTAVO
LA GUITARRA DE LA VIRTUD
(Contornos de una laguna. Árboles frondosos asomados al borde. Paisaje coral de
árboles más chicos y cactos. Claro a un lado donde se agrupan momentáneamente los
animales de la selva después de haber bebido en la laguna. Es una mañana de domingo
solar. JUANCITO sale del claro llevando una pequeña guitarra. Con fingida displicencia
se sienta sobre un tronco, atraviesa contra el pecho el instrumento y comienza a rasgar
en su única cuerda. Imposible dar una idea de la música que sus manos conjuran en la
extraña vihuela. Apenas ha enunciado los primeros compases cuando ya los animales
dispersos en el claro amusgan las orejas, repliegan los labios dejando en descubierto los
dientes, patean al aire, arquean el cuello, agitan las colas, y se encaminan al encuentro
LOS CASOS DE JUAN 15
unos de otros en infalible elección de parejas. JUANCITO, mientras toca, observa de
reojo. Pero llega un momento en que la precipitación de los encuentros toma un cariz de
peligrosa conjugación. Bruscamente JUANCITO suspende el mágico concierto. Los
animales se aquietan instantáneamente: las parejas se disuelven y cada animal recobra
su incompartible soledad.)
JUANCITO: Parece que están alegres ¿Qué pasa?
LIEBRE: Tu música, que pone en movimiento el agua y la mañana
JUANCITO: Qué tiene que ver... Soy un triste aficionado...
IGUANA: ¡Denme muchos de esos "tristes" que saben traer alegría!
AMPALAGUA: Sólo te diré que tu música alcanza todo mi largo. De la boca a la punta
de la cala - y mirá que el trecho es bastante regular -, la siento como una caravana de hormigas
SAPO: ¿Y yo? Siento que mi cuello se estira, se estira, y que, un poquito más, y
llego a cantar... ¡o se me arranca el cuello!
JUANCITO: Son ideas de ustedes... (Con disimulada indiferencia cruza de nuevo
ante el pecho el instrumento y reinicia el concierto. Y he aquí otra vez a todos los
animales movilizados en una coercible zarabanda, en que el pretexto de la danza da
pábulo a las más temerarias combinaciones y tiende a transmutar los arbitrarios
ademanes del contento de certezas voluntades del instinto. Llega el hervor del gozo a un
punto en que JUANCITO ve la necesidad de cortar su diabólico concierto, con un
enérgico razguido de todos sus dedos sobre la única cuerda. Cesa la danza loca del coro.
JUANCITO sonríe.)
IGUANA: ¿Vas a decir que no es tu música?...
AMPALAGUA: Es tu música, ¡tu música! ¡Claro la he sentido envainándome todo a lo
largo de mi cuerpo!
IGUANA: (Casi susurrando al oído del AMPALAGUA) Claro la he sentido
envainándome todo a lo largo de mi cuerpo...
TORO JOVEN: El salto más alto es el que me pone en dos patas. Y yo siento que tu
música tiene el resorte de ese salto.
JUANCITO: Ideas... Qué puedo hacer yo con esta triste guitarrita de una cuerda...
AGUILUCHO: ¡Vos traes tus artes, de alguna "salamanca" misteriosa y quieres
probarlas con nosotros!
CHUÑA: Vos has estado en la "salamanca" de los hombres, y tienes el secreto de
la música que enloquece...
JUANCITO: A lo que yo sé, no hay más que una sola música... y en cuanto a la
"salamanca", pase que los hombres crean en eso, porque viven de la tierra para arriba; pero
nosotros, que conocemos todas las cuevas, ¡vamos!
LIEBRE: ¿Qué tienen entonces, tus dedos?
JUANCITO: Siempre se distinguen en algo los dedos del que sabe, de los dedos del
que no sabe.
CHUÑA: No. El secreto está en el instrumento. Yo me he fijado bien: está en los
tonos que da, que no parece a los de ningún otro. Viajan por el aire, más que como sonidos,
como si fueran flores, fragancias de flores desconocidas...
JUANCITO: (Riendo a carcajadas) ¡Fragancias de flores desconocidas!...
¡Fragancias de flores!
CHUÑA: Es una manera de decir...
TORO JOVEN: Y ¿por qué no? ¡Eso mismo! ¿Pues no he sentido yo la necesidad de
levantar las narices y aspirar profundamente el aire, como si esperara recoger una fragancia
que debía andar flotando en el fondo del viento?
JUANCITO: (Riendo a carcajadas, siempre) Una fragancia que flota en el fondo
del viento... ¡Esto es gracioso! ¡Una música de fragancias!... ¡Una música de fragancias de
flores desconocidas!... ¿Quién quiere cortar la flor desconocida de la fragancia de la música,
para ponérsela en el ojal?... ¡Juah, juah, juah!... (Siempre riendo a carcajadas, reanuda su
LOS CASOS DE JUAN 16
mágico concierto y, al compás, los animales su incoercible zarabanda. JUANCITO
apenas logra modular una copla entre las convulsiones de la risa)
Lo acomodé al instrumento
buscándole largo y luz;
y aquí se lo brinda a ustedes
... mi guitarra de virtud. (Reanuda entusiásticamente su concierto, y
los animales se abandonan a la frenética zarabanda entre gritos y carcajadas)
CASO NOVENO
LA FIESTA DE LAS AVES EN EL CIELO
(Gran fiesta de las aves en el cielo. Todo el mundo emplumado está allá. En un
estupendo desorden. Los machos cantan sus perentorios requiebros, y las hembras
disimulan púdicamente el hechizo amoroso picoteando al azar sobre los canteros del
celeste jardín donde transcurre la fiesta. Los pavos despliegan sus anchas capas y hacen
pases de ostentosa elegancia a los pies de las pavas. Las puertas del cielo están,
naturalmente, guardadas por SAN PEDRO que, viejo, ya insensible a todo estrépito de
fiesta duerme sentado, abandonando el peso de su sueño sobre el enredado colchón de
sus barbas. Sólo fuertes, insistentes golpes de la puerta consiguen despertarlo. Bosteza.
Se despereza. Abre la mirilla y mira hacia afuera: allí está JUANCITO)
SAN PEDRO: ¿Qué te trae a vos por aquí?
JUANCITO: Buen día, Santo Padre
SAN PEDRO: Bueno. ¿Qué andás queriendo?
JUANCITO: Parece que está linda la fiesta, ¿no?
SAN PEDRO: Como te parezca...
JUANCITO: Este...
SAN PEDRO: Abrevia. Aquí no se viene a conversar
JUANCITO: ¿Por qué no me deja curiosear un poquito?
SAN PEDRO: ¿Qué?
JUANCITO: Sí, Padrecito.
SAN PEDRO: Imposible. Esta es una fiesta reservada a las aves. Los animales de tu
especie no pueden participar de ella.
JUANCITO: Pero si yo no pretendo tal cosa, Padrecito. Quiero curiosear, nada más,
aparte, desde un rinconcito cualquier...
SAN PEDRO: Inútil. Además ya te conocemos; vos no sos de confianza. Vete. (Quiere
cerrar la mirilla)
JUANCITO: ¡Oh, mi Santo Padre! Me extraña que usted salga diciendo ahora eso,
usted que sabe bien cómo ocurren las cosas. Yo no digo que no hago alguna vez algo de lo que
dicen las malas lenguas, pero eso cuando la ocasión se presenta, y según dónde esté... Usted
sabe bien, mi Santo Padrecito, que las ocasiones no soy yo quien va a hacerlas; las ocaciones
son la voluntad de Tata Dios y El sabe muy bien lo que hace y cuándo y dónde tiene que
ponerlas. Y además, no va a pensar usted que yo, aquí, en sus propias barbas, cuando me hace
el favor de permitirme que entre... ¿Cómo cree? Si es por curiosidad; para ver cómo son las
fiestas de las aves.
SAN PEDRO: ¡Hum!... bueno. Quedate por aquí cerca; que no te pierda de vista.
JUANCITO: Gracias, mi Santo Padre. (Entra. SAN PEDRO cierra, le indica el
sitio donde debe ubicarse, casi junto a su silla; vuelve a sentarse y, a poco, impermeable
a los ruidos de la fiesta, a sepultarse en su sueño de vejez. JUANCITO observa. La fiesta
se despliega desordenada, estridente. Ebria de fiesta o nada más que fatigada, una
MARTINETA se descarta del entremezclado ruedo y se pierde por los senderos del
jardín. Las aves han advertido la presencia del insólito huésped, pero gozan de la
suprema inmunidad del lugar y no se muestran inquietas. Por el contrario, parecen
esmerarse en sus festivales transportes como para despertar emulaciones en el huésped o
LOS CASOS DE JUAN 19
demostrarle simplemente el poco cuidado en que les tiene. Pronto lo olvidan todos,
arrebatados por el ejercicio de la alegría y el amor.)
CALANDRIO: (Cantándole a la CALANDRIA)
Mi canto pongo de canto
sobre la rama que oscila
y el gajo para mirarlo
saca una flor para arriba.
PAVO: (A la PAVA, con su voz dura y opaca) No seré yo cantorcito de ésos... Pero
andá preguntarle a ella el provecho que saca. Hay cosas que no se pueden hacer en el aire.
(Suelta un ala en rígido abanico y traza en "la tierra", - si así puede llamarse al cielo que
pisan- con el extremo, una circunferencia perfecta)
TORDO: Porque sí,
porque no tiene razón;
porque se explica por sí,
porque no.
GALLO 1: (A la GALLINA)
"¡Quién tuviera la dicha
que tiene el gallo!";
así cantan los hombres,
vos demostralo
GALLINA: (Coqueta)
Ya sabés tu dicha,
¿por qué no me preguntás
cuál es la mía?
GALLO 2: Soy gallo en mi gallinero,
y en el ajeno gallazo;
y el que se tenga por grande
salga a probar su tamaño
CASO DÉCIMO
CABEZA ABAJO
(JUANCITO viaja ahora, fortuitamente, cielo abajo. Una inquietante progresión rige el
"tiempo" de su caída. El espacio está vacío. El espacio carece de recursos "para una
necesidad": sólo dispone de vanas nubes, siempre demasiado lejanas, y no tiene más
voluntad que la de la ley de la gravedad, única ley que hasta ahora no supone la
trampa...)
JUANCITO: (Midiendo como puede las proporciones de su fortuito descenso)
¡Al diablo! Esto ya se ha puesto feo... La tierra está todavía lejos, pero ¿quién te dice que no
está queriendo salirme al encuentro, de puro cariñosa que es conmigo? Y cuando ésa quiere
darse un gusto con uno, suele andar ligerito y no hay quién la pare. ¡Ah, si esto fuera sólo un
sueño, y resultase que en lugar de estar aquí estoy ahora en mi cueva, durmiendo, y aunque no
me doy cuenta de que estoy soñando, sólo fuese un sueño!... Pero esto no es un sueño,
¡Desgraciado de mí! Bien clarito lo siento; todavía está dentro de mi panza aquella Martineta...
¡Qué rica era!... Su carne, sus mismos huesitos, habían sido ablandados y endulzados por el
amor... En mi vida la olvidaré... ¡Si de esta hecha salvo siquiera el recuerdo!... ¿A qué no se le
va a ocurrir a esa ociosa de Juana ponerme el colchón en el lugar donde voy a caer?... Estas
infelices no advierten nada... (En todo esto va pensando JUANCITO en su caída, y ya está
a punto de desesperar cuando ve que también por allí va descendiendo un enorme
CARANCHO que lleva bajo el ala una guitarra; testimonio final del frenesí de otra
fiesta, en la cual lució sus habilidades de guitarrero, cuelga de un lado el extremo de una
cuerda rota. Dentro de la guitarra viaja el SAPO "cajonero". JUANCITO atisba su
salvación, y al pasar junto a ellos aprehende el extremo de al cuerda rota y queda
suspendido de ella) ¡La pucha que venías ligero!... Al fin he podido alcanzarte
CARANCHO: ¡Soltá! ¡Soltá! Sois muy pesado
JUANCITO: Te he estado oyendo allá... ¡Qué dedos habías tenido!... ¡Qué pico,
compadre! Cuando te retiraste, yo dije: ¡Se acabó la fiesta: qué voy a quedar haciendo aquí; ya
se ha ido lo único que valía la pena!... Y me largué para acompañarte... Pero vos disparás que
da gusto, y ya me estaba diciendo que no iba a poder alcanzarte... (Al SAPO) ¡Hola cajonero!
No te había visto. Así me gusta encontrarte, siempre junto al maestro. Humildecito es tu oficio,
si se mira bien; pero ¡cómo se hace grande cuando se aplica a servir al arte del Maestro!
Porque vos lo que hacés es marcar el compás; pero el compás no existiría si no existiese
primero la música y el canto...
SAPO: No digas macanas. el compás está antes que todo. La música y el canto
existen porque hay compás...
JUANCITO: ¡Eso es! Ahora vas a salir pretendiendo que vos sois todo y el Maestro
no es nada... ¡Te sacaría de ahí y te tiraría al aire por desagradecido!
SAPO: ¡Salí de ahí, vos, metido, que no hacés música ni hacés compás, pero te
metés donde no te llaman!
JUANCITO: No voy a ponerme a discutir aquí con vos, por respeto al Maestro...
Últimamente, yo no digo que sé hacer nada de eso, pero sí me alabo de tener gusto y saber
cuándo he de aplaudir y cuándo he de silbar... y sabete vos que si hay grandes artistas es
porque hay quien los escuche y aprecie. ¿De qué serviría ser grande, si no? Así que dejame que
yo justifique mi vida abandonándome a esta admiración al Maestro, como ahora lo hago. Su
grandeza está hecha de muchas admiraciones como la mía.
LOS CASOS DE JUAN 22
SAPO: De tu admiración sólo sé que ahora le va haciendo mucho peso al
Maestro. Con otra igual que se le prenda a la cuerda rota, no lo dejarían volar o lo obligarían a
soltar la guitarra... Creería en tus palabras si ahora mismo lo dejaras tranquilo.
JUANCITO: ¿Y quién sois vos para impedirme que yo siga al Maestro hasta el fin?
SAPO: No; si no es por mí, es por él...
JUANCITO: ¿Por él?... ¡Ah, si fuese por él ya sería otra cosa!... De cabeza sería
capaz de largarme si supiese que con mi admiración le causo alguna ofensa... Bien podría ser;
no me aparto... Con las mejores intenciones del mundo se peca muchas veces... Aquí mismo
me soltaría, sabiendo que iba a romperme las narices, con tal de que no caiga una sombra de
duda sobre la sinceridad de mi admiración... Que él diga una palabra, y me largo...
CARANCHO: (Al SAPO, después de un segundo de reflexión) Dejalo...
JUANCITO: ¿No ves? A Nadie ofende una admiración sincera.
SAPO: Lo que es por mí... De mis alas no vas colgando. (Ahora, suspendido
de las expertas alas del el descenso es pausado y cómodo. JUANCITO ha recobrado su
tranquilidad, y hace girar su cuerpo lanzando una mirada circular por todo el horizonte
del mundo. En eso cruza horizontalmente, a escasa distancia, en vuelo apresurado, un
LORO que va alargando el cuello en afán, al parecer, angustiado, e hilvana su carrera
con las puntadas de su áspero grito)
LORO: ¡Ckeo!... ¡Ckeo!... ¡Ckeo!...
JUANCITO: (Al verlo no puede contener su genio y le lanza una insinuante
pulla, gritándole en falsete burlesco) ¡Adiós... Ckallum Chaquiska!... (Quiere decir, en
quichua, "lengua reseca". Lo que irrita grandemente al apurado LORO, el cual vuelve
en redondo sobre su vuelo, enfila hacia el grupo y, de un habilísimo tijeretazo de su pico,
corta la cuerda de la que va suspendido JUANCITO, y toma nuevamente su rumbo)
LORO: (En la progresiva de su ausencia) ¡Ckeo!... ¡Ckeo!... ¡Ckeo!...
JUANCITO: (Y ahí va otra vez JUANCITO por los aires, de cabeza, manoteando
en el vacío) ¡La recontra!... Ahora sí que se ha puesto feo el asunto...
SAPO: (Asomándose por la boca de la guitarra) ¡Ché... mañana hay una
fiesta en Tíu-Alto!... ¡Va a tocar y cantar el Maestro! Te aviso, porque como vos lo admirás
tanto...
JUANCITO: ¡Andate a la mierda con Maestro y todo!... (Ya percibe la terrible
progresión en que va saliéndole la dura tierra. Quiere la casualidad que esté yendo a
caer, precisamente, sobre el lugar donde se encuentran su casa y su mujer. Atina a
gritar:) ¡Juanita, colchonii!... ¡Juanita, colchonii!... (Lo que quiere decir, en giro quichua:
"Juanita, preparame mi colchón"; que le ponga en el sitio donde deba señalarse el
impacto de su caída un colchón. JUANITA oye los gritos, asoma y divisa a su marido en
el forzoso viaje cielo abajo. Pero tiene sus resentimientos, y no se conmueve mucho ante
el difícil trance en que se encuentra su marido)
JUANITA: (Viéndolo venir) Al cabo te habías acordado de que tienes "mujer", y
de volver a tu casa..., inconstante. ¿De dónde estarás viniendo ahora?... ¿De dónde te habrán
echado?. Cuentero... Egoísta... Hasta el "Hornero" le lleva alimento a su hembra, lo que es
vos...
JUANCITO: ¡Juanita, colchonii!...¡Juanita, colchonii!...
JUANITA: Ya vas a ver el colchón que te voy a preparar... (Apresuradamente
reúne cascotes, astillas, ramas secas, en el lugar donde presume que dará el cuerpo de
JUANCITO. Pronto queda listo el más áspero y duro colchón que el despecho conyugal
pueda urdir. JUANITA se retira a esconderse en la "casa", pregustando la ejemplar
venganza)
JUANCITO: (En la progresiva) ¡Juanita, colchonii!... (¡Paf! Mejor panzazo no se
recuerda haberse presenciado nunca. Ahí está JUANCITO sobre el erizado lecho, sin
mucho más relieve que un cuero estaqueado)
JUANITA: (Asomando) Buenas tardes, maridito... Dichosos los ojos... Parece que
vienes un poco cansadito, ¿no?... ¿Por qué no entrás a echarte en tu camita?... Ya le habrás
LOS CASOS DE JUAN 23
perdido el gusto, pues... Habrás encontrado otra mejor... Pero al menos aquí tienes a quien te
la tenga preparada para cuando se te ocurra venir... ¿Dónde anduviste? Ayer estuvo por aquí tu
Tío, buscándote... Dijo que volvería más tarde...
JUANCITO: (Reaccionando) ¡Ay!... ¡Qué panzazo! Todo por apurarme a venir a
verte.
JUANITA: ¿Vos, por venir a verme?...
JUANCITO: Eso es, discutime eso también... ¡Ay!...
JUANITA: ¿Pero te has acordado alguna vez de mí?...
JUANCITO: ¿Por qué me encontraré aquí, pues?...
JUANITA: Seguro que te han corrido de alguna parte.
JUANCITO: Pensá lo que quieras. Corrido o no, pude haber ido a otra parte. Pero no
estoy en otra parte, sino aquí. Lo que vale no es la razón de la partida, sino el punto de
llegada... (El propósito alcanza al corazón de JUANITA, que se acerca, tierna, a prodigar
sus conyugales cuidados a JUANCITO)
CASO UNDÉCIMO
JUANCITO Y LOS ESTUDIANTES
(El QUIRQUINCHO y el SAPO salen ebrios de una fiesta, blandiendo sendas botella. Es
una hora indescriptible. Legan vagos efluvios musicales de la fiesta abandonada.
Suspendido en el cielo, un astro circular enorme)
SAPO: ¡Huija!... ¡Huija!... ¡Viva yo!
QUIRQUINCHO: ¡Qué farra, hermano, qué farra!
SAPO: ¡Vivan el vino y las hembras
que uno halla fuera de casa!...
QUIRQUINCHO: Pucha que sois importuno,
trayendo aquí ese recuerdo.
SAPO: No hay vela que no se apague
ni leche sin algún pelo
QUIRQUINCHO: No me quejo de mi suerte
cuando me fijo en la ajena;
pero a la mía le falta
que no se le pidan cuentas...
SAPO: Hermano, también la mía
vive lastimada de eso;
apenas alza el cogote
que ya se da contra el techo...
QUIRQUINCHO: Cosa rara es el amor
y no acabo de entenderlo;
entra pidiendo prisiones
y acaba saltando el cerco
SAPO: De todo lo que hemos dicho
una cosa se desprende:
que ni cuando se hallan lejos
nos dejan nuestras mujeres.
QUIRQUINCHO: ¿Qué hora será a todo esto?
Advertí vos esta cosa
marido fuera de casa
todo se le va en ver la hora...
SAPO: Hermano ahora reconozco
que lo que es razón te sobra.
QUIRQUINCHO: Y aunque la cosa es de siempre
no deja de ser curiosa:
el varón cuando es soltero
LOS CASOS DE JUAN 24
suspira "no veo la hora",
pero una vez que se casa
se pasa "mirando" la hora.
SAPO: (Alzando la vista)
"Tarde-tarde" ha de estar siendo
porque allá veo la luna
QUIRQUINCHO: ¿La luna? ¿Esa bola grande
que está colgada en la altura?
SAPO: La misma que yo y vos vemos
QUIRQUINCHO: ¡La pucha que estás borracho!
¡Ja! ¡Ja! ¡Bonita tu luna!...
¿No ves que es el sol, hermano?
SAPO: ¿el sol, eso que está arriba?...
Bueno, te doy la razón
Aunque veo que es la luna,
te creo, porque sois vos...
QUIRQUINCHO: Gracias hermano, pero ahora
también caigo en duda yo;
si vos dices que es la luna
no puede ser ése el sol... (Llega JUANCITO, que también sale de la
fiesta hipando su borrachera)
SAPO: Pero aquí viene Juancito
y esto si es llegar a tiempo.
Seguro que él con su ciencia
nos va a aclarar el misterio.
QUIRQUINCHO: Che, Juan, vos que sois tan sabio,
vení sacanos de la duda:
Eso que alumbra en el cielo,
eso, ¿es el sol o es la luna?
JUANCITO: (Tambaleándose)
¿Eso que está allá colgado?
"Pues no les voy a decir"
Lo veo bien, más lo ignoro...
¡Porque yo no soy de aquí! ("¡Juah!... ¡Juah!..." Prorrumpe en
incoercibles carcajadas, que se prolongan hasta que el QUIRQUINCHO y el SAPO,
sintiéndose burlados, resuelven alejarse mascullando algo entre dientes, tambaleantes)
¡Adiós esclavos puntuales,
señores de la coyunda!
Luna o sol, ¿qué les importa,
si ya entregaron la nuca?
La luna y el sol se hicieron
sólo para seres libres;
y toda la diferencia
está en saber de qué sirven. (Van pasando en aquel punto, dos
pulcros estudiantes: el TERO y el GALLO, sin duda rumbo a alguna alta universidad)
¿Y estos dos, tan armaditos?
¡Ah, sí! Estos son estudiantes.
Van a aprender en los libros
lo que no le sirve a nadie.
Su ciencia voy a medirles
con una pregunta seria: (Dirigiéndose a ellos)
Jóvenes, con su permiso,
disculpen la impertinencia...
LOS CASOS DE JUAN 25
ESTUDIANTES: Hable no más, buen amigo.
JUANCITO: Pido a su ciencia una ayuda
Soy del campo, y mi torpeza
ahora me tiene a oscuras
ESTUDIANTES: Aquí tienes nuestras luces...
JUANCITO: A ver si me alumbran:
Pido toda su advertencia
porque es cuestión peliaguda
ESTUDIANTES: De una vez veámosla, amigo.
JUANCITO: Pues aquí va mi pregunta:
¿Por qué el sol es colorado,
y es tan pálida la luna? (Gran desconcierto en los ESTUDIANTES)
Viven en el mismo cielo,
respiran los mismos aires;
¿por qué ha de estar la luna, pálida,
y el otro, tan rozagante?...
ESTUDIANTES: La verdad que es un misterio...
JUANCITO: ¿Y no van a contestarme?...
¿Qué ciencia, es, pues, la que aprenden?
ESTUDIANTES: (Humildes ahora) No somos más que... estudiantes.
JUANCITO: Bueno, eso sí, con modestia,
ya se puede ir a algún lado,
Yo descubrí su ignorancia;
ustedes ya hallarán algo.
ESTUDIANTES: ¿Pero puede saber alguien
por qué de entre esos dos astros
el uno anda rozagante
y el otro siempre tan pálido?
JUANCITO: Que otro lo sepa en el mundo
yo no lo puedo saber;
mas lo que puedo jurarles
es que yo lo sé muy bien.
ESTUDIANTES: Sácanos, pues, de la duda
JUANCITO: Así va a tener que ser.
Y no olviden: de un negado
siempre hay algo que aprender.
Sepan, pues, por qué esos astros,
siendo los dos tan metódicos,
tienen uno el color tan malo,
y tan buen color el otro.
CASO DUODÉCIMO
JUANCITO TOMA CABALLO
(Campo abierto en el confín de una región boscosa. JUANCITO llega dando muestras de
enorme cansancio. Lleva en la mano unas pequeñas lonjas de cuero crudo. Se detiene)
JUANCITO: ¡Al diablo con el compañero que he echado encima! Si al menos me
sirviera para darme un consejo... (Se tumba) A ver, pues; aconsejame algo. Vos estás obligado
a mostrarme ahora tu agradecimiento, porque hace rato que vengo trayéndote sobre mi lomo,
ahorrándote el trabajo de andar con tus patas... Aconsejame qué tengo que hacer si en este
momento se me presenta mi Tío, que me anda siguiendo el rastro, y bien de cerca... (Suspira)
Hermosa es la libertad, pero cuando no se tiene que andar huyendo. Comprendo que a la larga
pueda resultar preferible entregarse. Ya estoy viendo que el cansancio es el mejor cómplice de
los tiranos... ¡Vete! ¡Salí de aquí, desagradecido!... (Dormita. De pronto despierta
sobresaltado, y va a emprender la fuga, cuando alcanza a localizar el vago ruido que ha
roto su sueño; es un espaciado grupo de avestruces que ha llegado al lugar en su
tranquila y lenta andanza en busca de alimento. JUANCITO se recobra. Se sienta.
Resoba como distraídamente sus lonjitas. Un avestruz le apercibe y no puede reprimir a
su vez un pequeño sobresalto. Pero la alta luz de la mañana transmuta pronto los reflejos
de su timidez en un puro transporte dinámico, y abriendo las alas, erguido el largo
cuello, despliega por entre las matas y arbustos el amplio diagrama de un retozo.
JUANCITO lo observa, y sus ojillos fosforecen como si su alma hubiera captado una
metáfora) ¡Loco que corre lindo!... (Súbitamente iluminado) ¿Ve? Este sería el caballo que a
mí me convendría para huirle a mi Tío...(Ebrio de imaginación) ¡Eh, bárbaro!... ¡Ni el polvo
me vería! Ya lo veo venírseme encima, derecho, como una bala, con su lomo duro, y cuando
mi Surí le hace una gambeta, pasar derecho y pegar el topetazo contra un cardón... ¡Piujú!...
(Ríe a carcajadas) Pero... ¿cómo lo agarro?... El caso sería ponérmele sobre el lomo; lo
demás correría por mi cuenta. ¿Cómo?... Ahí está la cosa. (Medita. El más grande de los
avestruces, el Macho de la Tropa, está ahí cerca; picotea aquí y allá; mira a JUANCITO
con indiferencia, acaso con desprecio; yergue el cuello; arranca un arpegio a su profundo
"contrabajo"; sigue hundiendo su pico en pausados golpes breves aquí y allá.
JUANCITO lo observa y trata de trabar conversación, siempre resobando sus lonjitas)
Linda pinta... (El AVESTRUZ no se digna contestarle) Linda pinta...
AVESTRUZ: Si te parece...
JUANCITO: Seguro que no soy el que te la ha descubierto.
AVESTRUZ: Puede ir de gustos
JUANCITO: Que les parezcas así a las avestruzas, bueno... Pero que a mí me lo
parezcas... Me está dando un poco de vergüenza habértelo dicho... ¡Pero qué me importa;
últimamente, que se piense lo que se quiera! Tu pinta es linda, y al que le pique que se rasque.
Dios te ha hecho así, y vos no tienes la culpa de que así sea, ni que otros te envidien...
AVESTRUZ: Yo no me meto con nadie.
LOS CASOS DE JUAN 27
JUANCITO: Pero yo sé de muchos que darían las cuatro patas del Tigre por andar
sobre las tuyas o "sobre" tus alas...
AVESTRUZ: ¿Sobre mis alas? Yo no sé volar...
JUANCITO: ¡Bah, volar! Eso la hace cualquier pajarito... La gracia está en poder
andar por aquí, por la tierra; y para eso se necesita tener buenas patas y saber gambetearle a
tiempo al obstáculo.
AVESTRUZ: Algo de eso creo que sé
JUANCITO: Pero, para mí - disculpame - todo eso es secundario. Lo principal para
mí, que quieres que te diga, es la pinta. Claro que si a vos te ha dado Diosa, encima de esto lo
otro, Él sabrá por qué. Pero lo principal es esa pinta. ¡Y no se había esmerado el Mozo con
ganas!... (Tras una breve hesitación) Este... claro que los que hemos andado por el mundo y
hemos visto otras cosas, podríamos mostrarnos exigentes, y pedir todavía algo más; pero son
detalles, no tiene importancia.
AVESTRUZ: No te comprendo
JUANCITO: No vale la pena; son detalles... Tal vez es mejor que las cosas queden
como están (Chancheando) Y quién sabe si cuando te haga la observación, no te sales tentado
de puro presumido para achicar más a los otros... No; mejor, como estás.
AVESTRUZ: No soy vanidoso, ni siento que nada me falte
JUANCITO: Ahí está la vanidad. Pero una cosa es cómo se ve uno mismo, y otra
como nos ven los otros (Pausa)
AVESTRUZ: ¿Y cómo me ves vos?
JUANCITO: No te lo voy a decir, porque te vas a disgustar. Prefiero tenerte de
amigo
AVESTRUZ: Tu amigo soy, y no creo que nada pueda perturbar esa amistad. Dime lo
que sea
JUANCITO: Este... ¿Pero me juras que no te vas a enojar, diga lo que diga?
AVESTRUZ: Te lo juro.
JUANCITO: Bueno. Acordate, ¿no?... (Vacila) Son cositas de detalle. Tu pinta es
linda. Sois alto. Sois rápido. Pero... Fijándose bien, esas patas así, negras, largas y peladas,
como canillas de indio... Y ese cogote largo, largo desconyuntado como una culebra y que te
estuviese arrancando la cabeza de tan lejos que te lleva del cuerpo, y la muestra más chiquita
por la distancia a que la pone... Todo eso es, mirando bien, un poco deslucido. Disculpame que
te observe. Vos lo has autorizado.
AVESTRUZ: No te recrimino. tal vez tengas razón. La lástima es que no haya
remedio.
JUANCITO: ¡Tonto! ¿Que no hay remedio?... Ahí está el error de muchos que no
conocen el secreto de la vida. Creen que la obra de Dios es sin vuelta. Y así es; pero cuando
Dios deja un claro en sus obras es porque quiere que sus criaturas lo llenen. Algo tenemos que
hacer también nosotros de nuestra parte.
AVESTRUZ: ¿Pero dónde están los claros en mi caso?
JUANCITO: En lo que te he dicho: en tus piernas largas, negras, flacas y desnudas,
como canillas de indio; y en tu cogote, largo y descoyuntado como una culebra...
AVESTRUZ: (Irritado) ¿Y qué? ¿Vas a llegar a la conclusión de que tengo que
cortarme las patas y el cogote para perfeccionar la obra de Dios?...
JUANCITO: ¡Eh, bárbaro! No en balde tienes la cabeza tan chica. La obra de Dios
puede perfeccionarse cortando en el ancho, pero no en el largo. El largo es la única medida que
Dios defiende. Pero sus criaturas sólo descansan en el ancho. El largo tiene la forma de su
fatiga, y por eso les preocupa la necesidad de acortar siempre. Como no se puede cortar en esa
dimensión de Dios, que es el largo, las criaturas la remedian llenándola, ocupándola con algo
que distraiga la distancia sin objeto...
AVESTRUZ: ¿Y cómo se podría "distraer", según vos dices, el largo de mis patas y de
mi cuello?
LOS CASOS DE JUAN 28
JUANCITO: Nada más fácil. El largo de tus patas: con un buen par de polainitas
claras... ¿Eh? Te verías otro. Eso da mucha elegancia... Y el largo de tu cogote: con una
corbatita de moño, allá arriba, colgándole las puntitas. Arma mucho eso. Para el gusto más
exigente quedaría esito no más perfeccionada la obra de Dios... Ya ves que no era tan difícil la
cosa.
AVESTRUZ: Tienes idea, no hay que quitarte (Pregustando la imaginaria
elegancia) Una corbatita... Unas polainitas... No puede negarse que tienes tus ocurrencias.
JUANCITO: ¿Y no te parece que estoy en lo cierto?
AVESTRUZ: Te diría que me estoy viendo. (Pausa ensoñada) Pero la cuestión es
cómo me armo yo de esas prendas, cómo me las pongo.
JUANCITO: Es cosa de conseguirte unas lonjitas, así, chicas no más, como estitas...
(Las que viene resobando) Aventurate una noche por algún rancho y levantate alguna.
AVESTRUZ: Esas son cosas que yo no puedo hacer. De noche no valgo nada. Y de
día no me animo a llegar donde hay gente.
JUANCITO: ¡Ah! Entonces tendrás que tener paciencia...
AVESTRUZ: (Insinuante) ¿Y no podrías cederme esas que tienes?
JUANCITO: ¡Ajah!... ¿Y yo con qué me quedo?
AVESTRUZ: A vos te resulta más fácil llegarte a las casas...
JUANCITO: Bueno. Sois muy simple. Y no quiero que se me tache de egoísta.
tomalos. Ponételos...
AVESTRUZ: ¿Cómo me los voy a poner yo, si no tengo manos? Ya que has hecho lo
más, dándomelos, completá la obra poniéndomelos...
JUANCITO: Como pedidor, ni gato de pobre que fueras... Pero bueno, para servirnos
estamos en este mundo. Voy a ablandar los cueros para manejarlos mejor. (Moja las lonjas en
un charco. Las estruja. Separa la más ancha; envuelve uno de los extremos en la parte
inferior de la canilla del zancudo, el otro extremo a igual altura de la otra, de modo que
el AVESTRUZ queda maneado) Bajá la cabeza ahora (El AVESTRUZ se sienta y confía su
flexible cuello a JUANCITO. Éste toma otra de las lonjas y la ata fuertemente a medio
cuello del iluso. Cuando ha concluido esta segunda parte de su obra, lanza un alarido)
¡Acanqui, iurda!... ¡Ya sois mío! (Manteniendo el extremo pendiente de la corbata entre las
manos, a guisa de riendas, ha pegado un salto sobre el lomo del AVESTRUZ sentado. El
pobre zancudo se yergue de un bote y trata de correr para librarse de la carga. Pero está
maneado)
AVESTRUZ: ¡Bajate! ¿Qué hacés?
JUANCITO: ¿Qué quieres que haga?... Yo te he dado una idea para volverte
hermoso; y encima te he dado lo que necesitabas para conseguirlo. Me parece que bien puedes
pagarme sirviéndome de caballo. (El AVESTRUZ ha comprendido la cruel burla. Salta a
pies juntos, sacude el cuerpo, hace culebrear la cabeza. Inútil. JUANCITO está bien
prendido sobre el lomo. Cuando ya los bríos de la improvisada cabalgadura amaina un
tanto, se inclina sobre uno de los costados y, con una ágil maniobra de su mano armada
de un cuchillo corta la lonja que traba las patas del AVESTRUZ, el cual, sintiéndose
liberadas emprende una desatentada carrera. Pero el jinete es diestro; tiene la rienda en
la mano; tiene sus uñas y sus dientes; y su maña supera sin mucho trabajo los pobres
recursos del burlado enloquecido. Sesga al fin la carrera hacia el fondo de las pampas,
gritando) Huija...¡Ja!.. ¡Ja!.. ¡Que venga ahora a seguirme el rastro mi Tío!...
CASO DECIMOTERCERO
"COSA DE DIOS"
(Un abra estrecha entre grandes árboles. JUANCITO, sentado, escucha el extraño relato
que el CARNERO, de pié, con acento sobrecogido, le está haciendo)
LOS CASOS DE JUAN 29
CARNERO: Escuchame, Juancito, y decime si no es "cosa de Dios". Yo estaba
cansado de andar de un lado para otro, y había resuelto cercar y sembrar. Buscando un buen
lugar para mi trabajo, encontré aquí cerca una cañada hermosa, rodeada de algarrobos
copudos. Me preparé a hacer el cerco; corté ramas y las amontoné allí al alcance de la mano,
para ponerme enseguida a la obra, Pero en esta tarea me había pasado todo el santo día, y ya
estaba cayendo el sol, y además me sentía algo cansado. Entonces decidí suspender el trabajo
hasta el otro día. No podía ser para el siguiente, porque a éste tenía que dedicarlo a hacerme
de alguna comida, ya que el continuo trabajo del día anterior me había impedido probar bocado
y me hallaba hambriento. Volví, pues, al tercer día dispuesto a iniciar mi obra, cuando cuál no
sería Juancito mi sorpresa al encontrarme con que el cerco había sido ya comenzado con las
ramas que yo había acumulado el primer día. "Cosa de Dios", pensé, Juancito, el corazón
hinchado de gratitud, comprendiendo que Dios; contento de verme determinado a cumplir con
su ley, que es trabajar, había querido premiarme. Cuando me recobré de la sorpresa, no
necesito decirte con qué entusiasmo me entregué a la labor. En todo el día, sin descanso,
trabajé por lo menos otro tanto como lo que había encontrado hecho, y si no hice más fue
porque ya se venía la noche y me encontraba muy cansado. No podía regresar a proseguir el
trabajo al día siguiente, porque necesitaba dedicarlo a procurarme comida, así que al retirarme
a descansar, ya muy entrada la noche, me despedí de la obra hasta el transiguiente día. ¡Y qué
te digo, Juancito cuando regresé! ¿Pues no voy y me encuentro con que, durante mi ausencia,
la obra había adelantado tanto como lo que yo había dejado hecho la última vez?... "Cosa de
Dios", no cabía duda; y sentí que las rodillas se me habían aflojado de gratitud y fe hasta tocar
la tierra. Trabajé con más empeño que antes, y sólo porque vino la noche, y ya me había
aporreado hasta el último músculo el cansancio, abandoné la tarea sin terminar la obra aquel
mismo día. Me retiré como de costumbre, sin esperar por supuesto, que la gracia del cielo me
ahorrase todavía el poco trabajo que me quedaba, porque para prueba ya era bastante. ¡Pero
qué te cuento, Juancito! Pues cuando vuelvo al transtrassiguiente día, ¿no voy y me hallo con
que ya todo el cerco estaba terminado, y hasta tenía puesta la tranquera?... ¡"Cosa de Dios",
Juancito, "Cosa de Dios"!... Pero no paró en eso el milagro. Ya vas a ver. Ahora sólo me
faltaba ponerme a arar y sembrar la tierra, y ya no era de esperar que la ayuda de Dios llegase
hasta ahí. Aré todo lo que pude hasta la caída de la noche. Descansé y comí al siguiente día;
pero cuando volví al transiguiente hallé que mi obra había duplicado, que se había arado tanta
superficie como la que yo había dejado arada antes. ¡"Cosa de Dios", que es la bondad y la
generosidad sin límites!... Y así siguió ocurriendo, jornada tras jornada, hasta que terminé de
arar todo el cerco, y de sembrar mi maíz. Ahora ya está en espiga, y dentro de poquitos días iré
a cosechar. ¿No te parece extraordinario todo esto, Juancito? ¿Crees que pueda yo ser digno
de tanto favor de Dios? ¿No piensas que haya en esto una seña de algo grande a que yo pueda
estar llamado? Vengo a pedirte consejo, vos que tienes tanto discurso.
JUANCITO: (Bastante intrigado) Es como para creer...
CARNERO: No es un sueño, te lo juro. Un sueño siempre dura poco. Y lo que te
cuento ha sido cosa de días y días... Además, todo no lo he encontrado hecho; mi trabajo me
ha costado también. De esto estoy seguro. No es un sueño, no. Por lo demás, ahí está el cerco,
ahí están las chacras; ahí están ya los choclos bien granados. Dentro de muy poco la cosecha
estará entre mis manos. ¿No te parece, Juancito, que esto es "Cosa de Dios"... ¿Pero qué he
hecho yo para merecerlo?...
JUANCITO: Vos sabés que la gracia de Dios no tiene nada que ver con los
merecimientos de cada uno. Cuando la gracia tiene que ver con los merecimientos, ya no es
gracia: es justicia, cosa que tiene mucha menos importancia que la gracia, y no le interesa gran
cosa a Dios...
CARNERO: ¿Y por qué ha podido señalarme a mí Su Gracia, a mí, a la más humilde
de sus criaturas?...
JUANCITO: Sin duda por eso, porque no la mereces... Pero ahora ya no tienes de
qué preocuparte; ahora ya estás por encima de todos los merecimientos; ahora ya tienes... ¡la
gracia!
LOS CASOS DE JUAN 30
CARNERO: ¡Oh, mi Dios! ¡Oh, mi Señor magnífico! ¡Cortos serán los días de mi
vida para honrarte y venerarte!
JUANCITO: Amén... (El CARNERO, transido de unción, desaparece
apresuradamente en dirección al cerco. JUANCITO queda solo. Profundamente
intrigado) Tendría que haberlo visto para creerlo. Todo puede ser, pero... ¿Quién te dice que
este infeliz no está loco y no anda viendo visiones? Algunos llegan a verlo hasta al mismo Dios,
y sólo se sabe que están locos porque los demás no llegan a ver lo mismo... Tendré que
comprobarlo con mis propios ojos. (Se pone en marcha sin dirección determinada. Pero no
ha andado mucho, cuando en otra estrecha abra se da con el LEÓN que, de rodillas con
las manos juntas en alto realiza extraños movimientos de místico transporte)
LEÓN: ¡Oh, mi Dios! ¡Oh, mi señor magnífico! ¡Cortos serán los días de mi
vida para honrarte y venerarte!
JUANCITO: (Automáticamente) Amén...
LEÓN: (Volviéndose hacia él) ¡Oh, Juancito!... En tu pecho desahogaré la
sublime emoción que me embarga...
JUANCITO: ¿Qué te pasa? ¿Se te ha muerto tu mujer?
LEÓN: No es para tomar a broma lo que me pasa, Juancito. Esta es una señal
del cielo. Estoy confundido, y mi corazón arrebatado necesita de tu buen consejo para orientar
la acción de gracias a que está obligado...
JUANCITO: ¡Al diablo que te has puesto elocuente! Grave tiene que ser el asunto.
¿De qué se trata?...
LEÓN: ¡"Cosa de Dios", Juancito!...
JUANCITO: ¿Cosa de Dios, dices?...
LEÓN: ¡"Cosa de Dios", Juancito!... ¡"Cosa de Dios"!...
JUANCITO: No te comprendo
LEÓN: Escuchame. Vos sabés que yo nunca he sido muy trabajador...
JUANCITO: ¿En qué necesidad? Con tus colmillos y tus garras...
LEÓN: Pero de un tiempo a esta parte había empezado a entrarme una rara
comezón: la de dejar de una vez esa vida aventurera que llevaba, y ponerme a trabajar en la
tierra como un ser honrado. Serán los años, tal vez... O es que ya estaría siendo un consejo de
Dios, ¡Porque vas a ver lo que pasó, Juancito!
JUANCITO: Seguí... Seguí.
LEÓN: Entonces salí a elegir terreno. Cerca no más encontré una hermosa
cañada. Y que ésa era la que me estaba señalada, no cabía la menor duda, porque -¡asombrate,
Juancito!- ¡hasta hallé que ya estaban ahí cortadas y amontonadas las ramas con que debía
cercarla! Sin demora me puse a la tarea. Trabajé en esto todo el santo día; caía ya la noche y
estaba cansado y tenía además mucha hambre, porque con el entusiasmo del trabajo no probé
bocado en todo el santo día; dejé, pues, hecha una buena parte del cerco, y me fui a descansar.
Al día siguiente no pude seguir mi trabajo porque...
JUANCITO: Naturalmente
LEÓN: ¿Cómo?
JUANCITO: Naturalmente, porque ese día debías dedicarlo a procurarte comida y a
descansar.
LEÓN: En efecto. Volví, pues, recién al transiguiente día. Y... decime ahora si
no es "Cosa de Dios", Juancito; que ¿no voy y me encuentro con que...?
JUANCITO: Con que te habían adelantado el trabajo del cerco con otro tanto como
lo dejaste hecho el primer día...
LEÓN: ¡Sí!... ¡Sí!... ¿No es "Cosa de Dios", Juancito? Pero... ¿cómo lo has
sabido?
JUANCITO: No. Si yo no sé nada. Yo estoy imaginándome las cosas, nomás. Si
cuando sólo pensaste en ponerte a cercar te dieron ya cortadas las ramas, lo lógico era que
cuando te pusieses a cercar te regalasen con una parte de la tarea.
LOS CASOS DE JUAN 31
LEÓN: ¡Pero es que no fue sólo una parte, Juancito! Ahora vas a ver. Me puse a
proseguir el trabajo. Trabajé, trabajé como una hormiga, sin probar bocado, sin descanso, hasta
que me rindieron la fatiga y el hambre. Me retiré, la noche ya cerca a descansar y alimentarme.
No volví al día siguiente, pero cuando regresé al trassiguiente...
JUANCITO: Te diste con que el cerco ya estaba terminado
LEÓN: ¡Y sólo faltaba ponerle la tranquera para cerrarlo! ¿No es "Cosa de
Dios", Juancito?...
JUANCITO: Y entonces ya no quedaba otra cosa sino que te arasen por tu cuenta la
tierra...
LEÓN: ¡Y eso fue lo que ocurrió, Juancito!
JUANCITO: Y que cuando llegase el momento, te lo sembrasen por tu cuenta!...
LEÓN: ¡Y eso fue lo que ocurrió, Juancito!
JUANCITO: Y al último no faltase sino que fueras a levantar la cosecha...
LEÓN: ¿No es "Cosa de Dios", Juancito?
JUANCITO: (Pausa. Sus ojos fulguran) ¿Y no se te ocurre temer que también, a la
hora de la cosecha, sucediera que han venido a darte una manito?...
LEÓN: ¿Con qué objeto ya?...
JUANCITO: Pero que en lugar de cosecharlo para vos lo cosecharan para... (Hace
un gesto aludiendo al misterioso colaborador)
LEÓN: Pero eso no sería ya "Cosa de Dios"... Dios da...
JUANCITO: Dios da y quita, según su antojo, que es la única cosa segura en este
mundo
LEÓN: ¿Pero cómo me había de quitar lo que ya me había dado?
JUANCITO: ¿Quién te dice que, a lo mejor, no te estaba dando, sino que trabajaba en
sociedad con vos? ¿Vos te negarías a reconocerle un derecho al producto?...
LEÓN: Ya estás bromeando, Juancito. ¿Cómo va a pretender Dios esas
tonterías?
JUANCITO: Yo también creo que Dios no se rebajaría hasta ahí. Pero yo estoy
hablando aquí de Dios sólo porque vos lo has metido al medio, y le atribuyes una participación
en lo que te ocurre. Por mi parte, te diré que me parece una enorme herejía, suponerlo
terciando en este asunto... No podrías quejarte si el momento menos pensado te viniera un
castigo de donde menos lo supones.
LEÓN: ¿Pero puedo dudar que Él, en su infinita bondad, haya sido el que quiso
premiar mi voluntad de regenerarme y orientar mis pasos por la senda de la vida honrada?...
JUANCITO: A Dios no se le escapa ninguna buena acción, ninguna intención buena.
Pero cuando quiere ayudar y premiar, no hecha mano de actos como el que vos quieres
atribuirle.
LEÓN: ¿Pretendés entonces que no haya sido obra suya esa misteriosa
colaboración prestada a mi trabajo?
JUANCITO: ¡Qué quieres que te diga! Que Él me perdone, pero yo creo que no ha
podido ser obra suya.
LEÓN: ¿De quién pudo ser, entonces...?
JUANCITO: Ahí está el misterio. Quién te dice que...
LEÓN: (Alarmado) ¿Te parece que?...
JUANCITO: Mirá. Vos, como muchos otros, como el Carnero, por ejemplo, sois muy
crédulo y supersticioso. Hay espíritus del mal que sólo existen porque hallan en el mundo
credulidad y superstición. Sin ese pasto se morirían de hambre.
LEÓN: ¿Y qué hacen esos espíritus?...
JUANCITO: Hacen mofa de las buenas intenciones de las criaturas y de los designios
de Dios.
LEÓN: ¿Pero cómo podrán nada contra la omnipotencia de Dios?
LOS CASOS DE JUAN 32
JUANCITO: Contra la omnipotencia de Dios no pueden nada. Pero desvían la fe de
las criaturas, explotando y burlando la credulidad y la superstición. Se valen de las mismas
fuerzas que Él ha otorgado para su honra, para llevarlas a la perdición infernal.
LEÓN: De modo que vos creés que esto de mi cerco...
JUANCITO: Yo no creo nada. Yo sólo creo en Dios. Pero vos que sois un ser
sencillo, guardate. No te digo más...
LEÓN: ¿Y qué debo hacer con mi cerco?
JUANCITO: No te digo nada. Guardate. Por de pronto, no te empeñés mucho en
llamarle tuyo... Alguien anda metido ahí. Y ése no te va a dar su trabajo por tu linda boca. Dios
no es, tenelo por seguro. ¡Ya lo veo a Dios haciendo cercos!...
LEÓN: ¿Pero no me aconsejás nada?
JUANCITO: Mirá: a mí no me gusta dar consejos, precisamente a los crédulos y
supersticiosos, porque sobre ésos más pueden los espíritus que flotan en el aire que las buenas
intenciones y la sensatez. Lo único que te digo es que no trates de comunicar a nadie lo que te
pasa. Te pueden tomar por sonso, y ofender al Señor riéndose a carcajadas al oírte llamar
inocentemente "Cosas del Señor" a lo que sólo son tal vez...
LEÓN: ¿"Cosas del Diablo"?...
JUANCITO: Quien te dice... (El LEÓN sale huyendo. JUANCITO queda solo.
Pausa. Rompe en una carcajada) ¿Quién ha dicho que el mundo está mal hecho? ¡Juah...
juah... juah...! ¡Aquí es la mía! ¡Por dónde voy a venir a armarme de un cerco, y de una chacra,
y de una cosecha de maíz, sin que me haya costado un pelo! Esta sí que es "Cosa de Dios", y
ya no hay duda. Esos dos pobres infelices del León y del Carnero, almas simples, han realizado
toda la obra ignorando lo que uno debía al otro. Y a su ignorancia le han dado el nombre de
"Cosa de Dios"... ¡No! No puede tolerarse tamaña blasfemia. Algún castigo deben merecer. Y
el castigo será que se queden sin lo que han hecho. Por lo menos, sin lo que cada uno no ha
hecho... Es lo justo. Pero sería cruel sacarlos del engaño. Bueno es que sigan ignorando cómo
ha sucedido el "milagro"; que sigan creyendo cada uno en una colaboración de los espíritus. A
los humildes y desposeídos es necesario dejarles la fe. Sin ella pueden sentirse tentados a caer
en desesperación, y el pecado sería muy grave... Además, con quitarles a cada uno lo que no
ha hecho, que es lo ajeno, a nadie se ofendería...¡Juah... juah... juah...! (Se retira. Pasa el
tiempo y se los ve al LEÓN y al CARNERO frente al fuego, sentados a ambos lados de
JUANCITO. Éste último bosteza:) ¡Aaaaaah!
CARNERO: Yo también estoy que me caigo de sueño.
LEÓN: A mí se me cierran los ojos como si me hubiesen echado un puñado de
tierra.
JUANCITO: Yo no pegaré los párpados hasta no haber desenmascarado a los
espíritus que andan azotando esta región. Ustedes, duerman si quieren.
LEÓN: (Temblando) ¿Y vos no tienes miedo?...
JUANCITO: Yo cuento con recursos que enseña el nombre de Dios, para hacer frente
al mal... Mucho daño están produciendo por acá los espíritus, para que pueda yo
desentenderme de mi misión, ni aún muriéndome de sueño.
CARNERO: ¿Cómo son los espíritus, Juancito?
LEÓN: Yo tampoco he visto nunca ninguno...
JUANCITO: (Misterioso) ¡Ah! Mucha ciencia se necesita para reconocerlos, a pesar
de que andan continuamente cerca de uno. Son lo que no es siendo sin serlo
CARNERO y LEÓN: ¿Cómo? ¿Cómo?
JUANCITO: Por eso ni se los ve ni se los toca. Su presencia es la ausencia de lo que
está ahí sin embargo. Su cuerpo es inconfundible porque nadie lo ve, y se llaman espíritus
porque no teniendo cuerpo, toman para presentarse el cuerpo que no tienen.
LEÓN: ¡Cómo envidio tu ciencia, Juancito! Con ella nada temería en el
mundo...
CARNERO: ¿Y cómo se los reconoce?
LOS CASOS DE JUAN 33
JUANCITO: Eso es fácil. Están siempre donde uno no ve nada con los ojos abiertos.
Pero, eso sí, cuando uno cierra los ojos desaparecen como por encanto. Lo que no impide que
algunos aprovechen precisamente esa oportunidad para volver.
LEÓN: Y... aquí, donde estamos... ¿Podría haber espíritus?...
JUANCITO: ¿Podría haber?... ¿Cómo se nos hubiera ocurrido recordarlos si no
anduviesen por aquí? ¿O te crees vos capaz de inventar una cosa que no te lo esté pidiendo ella
misma?...
LEÓN: (Tembloroso) Entonces, ¿vos crees que están aquí rodeándonos?...
JUANCITO: Para demostrártelo estoy aquí. Es demasiado misterioso lo que ocurre
en esta región, para que no sea cosa de esa plaga. Pero estando yo con ustedes nada tienen que
temer. ¡Cierren bien los ojos y miren de frente lo que no ven! Sólo el valor los domina
LEÓN: Te confieso, Juancito, que creo muchas cosas extrañas que se mueven
en el lugar donde no velo nada...
CARNERO: (Idem) ¿Qué es eso que se desprende de los contornos de las plantas, y
vuela como un humo negro y transparente?...
JUANCITO: (Esotérico) Si no es nada de lo que es, es lo que no es... (Movimientos
de espanto en el LEÓN y en el CARNERO) Pero no tengan miedo. Cierren los ojos.
Duerman. Traten de dormir... Yo sólo me basto contra los espíritus del mal. Poseo el nombre
de Dios... Duerman. (Largo silencio. El sueño vence el miedo del LEÓN y del CARNERO,
por un instante. Duermen. JUANCITO que vigila, cuando comprueba que están
dormidos, coge una estaca y descarga un fuerte golpe sobre la cabeza del LEÓN, y se tira
simultáneamente al suelo fingiéndose dormido. El LEÓN se despierta sobresaltado y,
creyendo que se trata de un topetazo del CARNERO, va a arremeter contra éste. Pero se
para en seco cuando comprueba que tanto el CARNERO como JUANCITO duermen
profundamente... Lanza una mirada circular a la noche, y aterido de oscuros terrores
vuelve a echarse. Largo silencio. Cuando ya ha vuelto a dormirse, JUANCITO se
levanta, coge una rama espinosa, y a tiempo que aplica con ella al CARNERO un buen
azote, se tira al suelo fingiéndose dormido. El CARNERO lanza un alarido, y pensando
que ha recibido un zarpazo del LEÓN va a arremeter contra él... Pero el LEÓN y
JUANCITO se ponen de pié en ese preciso momento.) ¿Qué pasa? ¿Qué vas a hacer?...
CARNERO: Éste (Señala al LEÓN) acaba de pegarme un zarpazo mientras dormía
LEÓN: ¿estás loco? ¡Yo también estaba durmiendo!
JUANCITO: Habrás estado soñando
CARNERO: ¿Soñando? ¡Me están sangrando las carnes!
LEÓN: ¡Y a mí me acaban de dar un tremendo topetazo en la cabeza! Al
principio pensé que fueses vos... (Señalando al CARNERO)
CARNERO: Yo he estado durmiendo hasta este momento...
LEÓN: ¿Has oído, Juancito?...
JUANCITO: No oigo nada, pero si no oigo nada algo veo... No veo nada, pero si no
veo, algo suena...
CARNERO y LEÓN: (Aterrados) ¡Los espíritus!... (Huyen despavoridos en direcciones
opuestas))
JUANCITO: Bueno. Esos ya no vuelven más. ¡Qué le vamos a hacer! El mundo está
bien hecho. No hay que tocarle nada. "Cosa de Dios". El cerco es mío. (Se encamina hacia el
cerco. Alborea)
CASO DECIMOCUARTO
LA ESTRATAGEMA DEL TIGRE
(El TIGRE decide valerse de una estratagema para atrapar a su sobrino, que después de
haberse procurado su raudo moro-avestruz se encuentra ahora bastante fuera de su
alcance. Ha mandado convocar a un grupo de Liebres, a cuya jefa dirige ahora la
palabra)
LOS CASOS DE JUAN 34
TIGRE: Viviana: vos sabés que ahora Juan no corre por sus patas, sino por las
del pescuezudo avestruz, que sin temer mis iras se ha prestado así a la burla de mis designios.
¡Bm!... Ya nos veremos algún día las caras. Puedes concebir que si la reconocida astucia de
Juan dispone ahora de montado como ése, ni la razón de mis designios ni el largo de mi aliento
podrían jamás dar cuenta de él, si no me valgo de alguna ingeniosa estratagema para ponerlo al
alcance de mi mano.
LIEBRE: ¿pero hay alguna estratagema que pueda confundir a Juan?
TIGRE: ¡La que he urdido ahora para él, sin duda alguna!
LIEBRE: Es diestro como una culebra para escurrirse entre las asechanzas.
TIGRE: Esta vez haremos que él mismo se entregue como un cordero.
¡Contaremos con la complicidad de su propio corazón, el que, como vos sabés, es el peor
enemigo de la astucia!
LIEBRE: No puedo imaginármelo a Juancito guiado por los impulsos de su
corazón... si es que acaso posee esta víscera, cosa que no me atrevería a jurar. No se le conoce
un amor. No se le conoce una verdadera amistad
TIGRE: No sólo por el amor y la amistad habla el corazón, ni es necesario irse
tan hondo para alcanzarlo... Fuera de que hay siempre un motivo más poderoso.
LIEBRE: ¿Más que el amor?...
TIGRE: ¡La muerte!..
LIEBRE: ¡La muerte!
TIGRE: No divaguemos. ¡Vos sabés que yo represento para Juancito, y no se
engaña, la seguridad de su muerte! ¿Te imaginás lo que pasaría si de pronto esta certidumbre
desapareciera para él?
LIEBRE: ¿Piensas perdonarlo?
TIGRE: ¡Ah, nunca! ¡Nunca!...
LIEBRE: Entonces no sé como podría desaparecer esa certidumbre...
TIGRE: Sólo hay un medio: ¡Muriéndome yo, que la represento y encaro a su
vista! (La LIEBRE ríe a carcajadas) No te rías. Esto es sólo un supuesto para aclararte mi
estratagema. Pensándome muerto, ¿te imaginás lo que haría Juancito?
LIEBRE: ¡Me imagino que se pondría muy contento!
TIGRE: Sois muy simple. Te dejas dominar fácilmente por la lógica. Claro que
tendría que sentirse de inmediato muy contento, puesto que se creería de pronto libre de la
peor sentencia. Sacudirá la cabeza, se abandonará a un loco retozo, como el perro que acaba
de dejar su prisión. Pero pasado este rapto, se acordará de mí, y no podrá dejar de acercarse a
mi cadáver... sea obedeciendo a un impulso espontáneo de su corazón, sea porque ha creído
necesario salvar las apariencias. ¡Recuerda que es, después de todo, mi sobrino, y que yo soy
el Rey de los animales!...
LIEBRE: Y cuando en esas circunstancia, se haya colocado a tiro...
TIGRE: ¡El cadáver pega un salto, y cae sobre él! (Ríe un espeso pregusto)
¿Comprendes ahora?
LIEBRE: Comienzo a comprenderlo. Pero mucho dudo de que pueda caer
Juancito en el engaño. Es muy avisado y suspicaz.
TIGRE: Rodearemos la treta de todas las apariencias de la verdad. Lanzaremos a
todos los vientos la noticia de mi muerte. Prepararemos un solemne velorio. Convocaremos a
todos los animales, a fin de que la conducta de los demás preste a la tramoya el color de la
sinceridad.
LIEBRE: ¿Y a mí, que me tocará hacer?
TIGRE: Ni poco, ni demasiado. Necesito simplemente que movilices tu piquete
veloz para la difusión de un bando en que se pregone a los cuatro vientos mi muerte, y se cite a
toda la fauna a asistir a mi velorio, cuidando muy especialmente de que la noticia llegue a oídos
de mi sobrino. Espero que no sabrás rehusarte...
LOS CASOS DE JUAN 35
LIEBRE: No tengo motivos para estar contenta de verme complicada en esta
celada contra el travieso Juancito, pero adivino que me conviene más ceder a tu ocurrencia que
detenerme en escrúpulos.
TIGRE: ¿Reconoces, Viviana, que no me falta ingenio?
LIEBRE: Lo encuentro un poco complicado. Cuando menos, hallo que la
distancia entre sus razones y sus tácticas es demasiado grande para ser abarcada por mi
mente...
TIGRE: ¡Tonta! Vos siempre ofuscada con tu lógica. Así te das a cada paso con
las flechas y las balas.
CASO DECIMOQUINTO
EL VELORIO DEL TIGRE
(El velorio del TIGRE. Abra en la selva, entre grandes árboles. En el centro el catafalco
donde yace supino en su lecho flanqueado de grandes velones, el felino. En torno, el
círculo de los animales que asisten al fúnebre oficio. Llantos formales y convencionales.
Rezos musitados)
VIZCACHA: ¿Y se sabe de qué ha muerto?
CORZUELA: Yo lo ví ayer mismo, ¡Y parecía tan fuerte!
PERDIZ: No se oyó decir nunca que anduviera enfermo
LECHUZA: Le llegó la hora.
LIEBRE: Algo he sentido decir por ahí de que puede ser consecuencia de un
disgusto
PERDIZ: Se habrá "insultado", por alguna de las travesuras de su sobrino...
LIEBRE: Precisamente...
PERDIZ: Alguna buena le hizo, para decir verdad...
VIZCACHA: Si no se "insultó" aquella siesta que lo encontró durmiendo en la Tía!...
(Ríen con sordina, juntando las cabezas)
LECHUZA: ¡Shhh!... Respeten al difunto.
VIZCACHA: ¡Es más travieso ese Juan!...
PERDIZ: ¿Y cómo no aparece por aquí?... ¿No se habrá anoticiado todavía de la
muerte de su Tío?... Tendrían que mandarle un mensaje.
LIEBRE: La noticia tiene que haberle llegado. Se ha difundido por todos los
rincones de la selva. Debe haberse encontrado lejos. Ya ha de caer.
CORZUELA: ¡Cómo va a faltar! Es su sobrino. Después de su mujer, no hay otro
pariente.
COMADREJA: No me parece que le llore mucho
TIGRA: (Con un suspiro de profundis) ¡Ayyyy!...
VIZCACHA: ¿A quién le estará suspirando ella?... Digo, ahora que estamos hablando
de Juancito.
QUITILIPI: (A la TIGRA) Hay que tener resignación.
TIGRA: Yo no sé que va a ser de mí sin él.
QUITILIPI: ¿Y no se le ha ocurrido pensar qué va a ser de él sin usted?
TIGRA: No me ha de extrañar el muy... Estaba acostumbrado a andar solo. Poco
se acordaba de mí. En realidad, mi duelo está pagando por él lo que no vale.
QUITILIPI: ¡Ah, señora! Siempre esta confusión... El error está en que lloramos en
el muerto al vivo., Y son dos cosas distintas: el vivo, que está siempre con nosotros, aunque
esté lejos, y el muerto, que está siempre donde no podemos estar nosotros aunque esté cerca.
(Cuchicheos en el coro) El gusto de la vida reside en esa presencia inevitable; el gusto de la
muerte en esta irremediable ausencia. Querer prestar a esta irremediable ausencia el gusto de la
vida, mediante el recuerdo de lo que sólo en vida pudo producirse, es un error tan enorme que
llega a doblegar la razón. Por este camino, vemos que todas las viuda se consuelan siempre
antes de tiempo.
TIGRA: Quiero creer que me estás aconsejando no llorar...
LOS CASOS DE JUAN 36
QUITILIPI: No se ha notado todavía que las lágrimas tienen una utilidad: la de lavar
los ojos. Quizás el dolor las manda para borrar de la pupila las imágenes restantes de los que ya
se fueron (Chuchilleos crecientes) Por lo menos, nublados nuestros ojos por las lágrimas, nos
parece que el difunto no puede estarnos viendo; es una manera de escondernos de sus miradas.
TIGRA: ¿Dónde estará él ahora?
VIZCACHA: está en la sombra.
TIGRA: Perdido...
VIZCACHA: No. Sus ojos están acostumbrados a ver en la oscuridad.
TIGRA: (Impaciente) ¡Y mi sobrino que no viene a hacerme compañía en este
trance!...
VIZCACHA: Ya vendrá: tiene la obligación... y sus motivos.
TIGRA: ¡Ay, es muy carnal el pobre!... Adivino lo que habrá sufrido durante la
larga persecución de mi marido
LIEBRE: No lo apreciaba mucho el difunto.
TIGRA: ¡Una injusticia! Le habrían ido con cuentos, seguramente. Pero él era
incapaz.
VIZCACHA: Las malas lenguas le atribuían algunas travesuras que no le pudieron
caer bien al difunto...
TIGRA: ¡Cosas de muchacho!... (Suspira hondamente)
CARANCHO: (En otro grupo) No sé por qué no acabo de encontrarme en este
velorio.
VIZCACHA: Será porque todavía no has entrado en calor. Prendete más fuerte a la
caña
CARANCHO: No acabo de sentir el olor de la muerte, y estoy como en una visita de
cumplido
VIZCACHA: Estarás resfriado
CARANCHO: Lo cierto es que yo poco o nada tenía que ver con el difunto ni con su
parentela. Estoy aquí de puro comedido.
VIZCACHA: ¿No tienes tus deberes con Juancito?
CARANCHO: Es una familia que no me gusta nada. Las cosas que he oído decir de
ellos, y las que conozco, no se ven en otras partes. El difunto era malo; la viuda, ya es sabido;
y el tal Juancito, una buena pieza, más corrido que hoja que arrastra el viento. Yo no puedo
llorar por ninguno de éstos
QUIRQUINCHO: Del difunto y de la viuda, decí lo que quieras: y si tenés razón me vas a
dar con el gusto. Pero de Juancito no te voy a permitir. Él ha sido siempre bueno con todos.
No desconozco que a vos te la jugó alguna vez en forma, pero fue sólo una de sus travesuras,
que a nadie perjudican. Dondequiera, se le ha visto siempre del lado del humilde y del débil,
para defenderlos del soberbio y del fuerte.
VIZCACHA: Me imagino cómo se las arreglará para defender a la débil y humilde
viuda del terrible dolor que la embarga...
LECHUZA: ¡Shsss!... Este es un velorio. No se olviden que el difunto es el Tigre. ¿A
qué viene ponerse hablar mal de los vivos aquí?...
LIEBRE: Si el muerto fue malo en vida, ya está muerto, y bien se le puede
perdonar, porque no tendría objeto mantener un rencor sin desahogo.
QUITILIPI: (Metiéndose entre ellos) ¡Infelices! El perdón es una preocupación de
miedosos, vuelta del revés. en nuestras cuentas con los muertos, los únicos que merecen
perdón son los que quedamos vivos. Pero como el muerto ya no necesita perdonar, ni para
nosotros podría contar su perdón, nos olvidamos. El olvido es el perdón que nos viene de
quien debe pero no puede perdonarnos...
QUIRQUINCHO: ¡Ni después de ver de frente al sol se está más a oscuras que cuando
éste habla!
ANIMAL: ¿Muerto ya él, no tendremos más Rey?
LOS CASOS DE JUAN 37
QUITILIPI: Si notas la falta de tu rey, no lo has perdido. En todo caso, ya te
amañarás para encontrarte otro.
ANIMAL: Pero yo no conozco otro que tenga su tamaño.
QUITILIPI: Tu necesidad se encargará de agrandar al que te interese. (Como una
marea doliente acrecen los llantos y oraciones. Pero de pronto se produce un revuelo en
la concurrencia. La LIEBRE anuncia la llegada de JUANCITO)
LIEBRE: ¡Ya viene Juancito!
TIGRA: ¡Al fin, ese ingrato!...
QUIRQUINCHO: ¡Y se viene en su moro armado!
CHUÑA: ¡No lo había sacado de paso!
LIEBRE: ¡Qué cara irá a poner ante su Tía! (Llega JUANCITO, caballero en su
MORO-AVESTRUZ, a paso gallardo y resuelto. Da dos vueltas en torno al catafalco
lanzando a la volea un desenfadado "¡Buenas noches a toda la concurrencia!", y por
último se detiene a cierta distancia del catafalco, sin apearse)
TIGRA: Buenas noches, sobrino. Bajate, pues, a velar a tu Tío
JUANCITO: ¿A velarlo? ¿Y por qué?
TIGRA: ¿Pero no estás viendo que está muerto?
JUANCITO: ¿Muerto? ¿Qué prueba tengo?
TIGRA: ¡Cómo! Ahí está su cadáver.
JUANCITO: Esa no es para mí una prueba.
QUITILIPI: ¡Estará queriendo que el muerto se levante a demostrárselo!
JUANCITO: No soy tan incrédulo para exigirle que cambie de postura. Pero si este
muerto quiere que yo lo vele tendrá que darme una prueba.
TIGRA: ¡Esto es una herejía, Juancito, que ofende mi dolor!
QUITILIPI: ¿Pero qué más pruebas puede dar un muerto que estarse muerto?
JUANCITO: No dudo que si lo afirman
ustedes, así ha de ser.
Pero antes han de probarme
que este muerto sabe peer.
TIGRA: ¿Qué estás diciendo, hereje?
QUITILIPI: ¡Inaudita pretensión!
LIEBRE: ¿Qué se propondrá con esa ocurrencia?
JUANCITO: El mundo está corrompido
y su ley es el engaño
Muerto o vivo, no le creo
sino al que pueda probarlo
QUITILIPI: Esto conturba todas las filosofías de la muerte
TIGRA: ¿Pero has pensado en lo que estás diciendo, o es que te has vuelto loco,
sobrino?
JUANCITO: Parecerá exagerada
semejante condición,
pero muerto que no pée
¡a ése no lo velo yo! (Describe nuevamente un gallardo círculo en
torno al catafalco, y vuelve a detenerse donde antes)
VIZCACHA: (Azorada) ¡El difunto se está inchando! (Movimiento de aprensiva
expectación de todos)
JUANCITO: Déjenlo que se acomode
está por darme su prueba
Lo que un vivo no comprende
siempre un muerto lo interpreta
TIGRA: (Ante el cadáver, aterrorizada) ¡Sigue hinchándose! ¡Va a reventar!
(El TIGRE en su féretro, se desinfla en una estupenda ventosidad. Gran pasmo y
desconcierto de todos. JUANCITO lanza una carcajada)
LOS CASOS DE JUAN 38
QUITILIPI: ¿No era ésa tu prueba? ¿Estás ahora contento de haber comprobado que
tu Tío está muerto? ¿Vas a bajar al fin a velarle?...
JUANCITO: En mi vida aventurera
he visto cosas muy raras,
pero juro que ninguna
como en esta circunstancia
CASO DECIMOSEXTO
EL RETORNO DEL AUSENTE
(En la rama más alta de un árbol, se balancea la CHUÑA que arranca una melancólica
melodía a la pequeña "flauta de hueso" que tiene en el pico. Entre amenazante e
implorante, el QUIRQUINCHO se dirige desde el suelo a la CHUÑA)
QUIRQUINCHO: ¡Devolveme esa flauta! es mía. Yo la hice con el huesito de su pata. Es
el único recuerdo que tengo de él. Dámela.
CHUÑA: Yo también fuí su amiga
QUIRQUINCHO: Andá a buscar vos otro hueso, y hacé otra flauta, si tanto lo aprecias.
esta es mía. Dentro de ella está su recuerdo, y su recuerdo me pertenece a mí.
CHUÑA: Pero atendé cómo me habla cuando yo la interrogo. (Toca con más
profunda melancolía)
QUIRQUINCHO: Dámela. No me hagas enojar. Algún día te encontrarás a mi alcance. ¡Lo
vas a sentir en los dos sunchos que te sirven de patas!... (Pero la CHUÑA sigue absorbida en
su triste concierto. en esto aparece JUANCITO)
JUANCITO: ¡Adiós Bolita! ¿Cómo te va?
QUIRQUINCHO: (superándo a duras penas su enorme desconcierto) ¡Vos!... ¡Vos!...
¡Vos!..
JUANCITO: Sí. Yo mismo, animal. ¿No me estás viendo?
QUIRQUINCHO: (Palpándolo primero, con algún temor, después ansiosamente)
¡Vos... vos... vos... Hermano! (Lo abraza llorando)
JUANCITO: ¡La pucha! ¿Qué pasa aquí?...
QUIRQUINCHO: (Gritándole a la CHUÑA) ¡Chuña: mirá quién está aquí! (La , sin
suspender su tocata, baja la vista, y al descubrir que es JUANCITO, abre grande el pico,
deja caer la flauta, y desciende como si se desplomara)
CHUÑA: ¡Vos!... ¡Vos!... ¡Vos!..
LOS CASOS DE JUAN 39
JUANCITO: ¿Desde cuándo se usa preguntarle a uno si uno es uno?
QUIRQUINCHO: (Abrazándolo enternecida) ¡Hermanito!... ¡Vos!...
JUANCITO: Y ¿así se alegran de volverme a ver? O es que están por darme una mala
noticia... Seguro que van a decirme que se ha muerto mi Tío...
QUIRQUINCHO: (A la CHUÑA, refiriéndose a la flauta) ¿De quién era, entonces, ese
hueso?
CHUÑA: ¡Ya me estaba pareciendo a mí! No sabía por qué tenía ganas de
devolvértelo!
JUANCITO: (Levantando el hueso) ¿Qué es esto? Una flauta (Sopla y arranca
dolientes modulaciones) ¡La pucha! Parece que hubo muerte sentida. ¿A quién llorará este
hueso?
QUIRQUINCHO: ¿Te acuerdas de aquel día que apostamos a cuál era mejor domador? Yo
había domado el avestruz, a tu vista. Vos elegiste la corzuela, sin recordar que este animal,
cuando dispara se hunde en la maleza. La corzuela tomó por lo más espeso del monte. Sentí
como en mi propia carne los guascazos de las ramas en tu cuerpo, los lonjazos, los arañazos de
los espinillos, que parecían haber salido a castigarte. Ibas dejando aquí un mechón de pelos,
allá un pedazo de cuero; al último era más fácil rastrearte por las prendas que iban quedando
agarradas de las ramas, que por las pisadas de la corzuela. Traté de ir en tu busca. Anduve días,
días y días. Pasó tanto tiempo sin tener tus noticias, que llegué a pensar que te habías muerto.
¡Y una noche te soñé efectivamente difunto! Lleno de tristeza, me dediqué a buscar tus restos.
Por ahí, por donde creí que te había arrastrado la sacha cabra, en un zanjón encontré... ese
huesito. Pensé que era de tu pata, e hice una flauta, para llorar tu recuerdo. esa es la historia.
JUANCITO: No deja de ser algo triste. Y te confesaré que alguna vez he sentido que
alguien debía estar pensando en mi muerte, porque sentía como si anduviera cerca. Vos sabés
que siempre hay un amigo que está sabiendo de nuestra muerte antes que uno mismo. Pero por
suerte no me fuí tan lejos. Cuando disparó la sacha-cabra, traté de cuerpear los primeros
obstáculos. No me libré de algunos buenos lonjazos. Pero al último me había amañado
bastante, y así pude atravesar a salvo toda la selva. Del otro lado me encontré con una pampa
tan linda, tan ancha, que me dió ganas de seguir y seguir nomás. Siguiendo al acaso, rumbo al
sur, llegue a Buenos Aires. Algún día les contaré lo que he visto por allá. Tierra linda; un
poquito pelada, pero linda.
QUIRQUINCHO: ¡Hermano! Lo importante es que ahora estás aquí otra vez. Te hemos
necesitado mucho.
CHUÑA: Estábamos muy desamparados
JUANCITO: ¿Sigue siempre mi Tío con sus cosas?
QUIRQUINCHO: Hace mucho que no sabemos nada de él. Quién sabe si no se murió de
verdad, de la rabia que le dió aquella vez que se hizo velar para engañarte, cuando comprendió
que ni así podía engañarte, cuando comprendió que ni así podía hecharte mano. Pero hace
mucho que no se oye nada de él. Algunos dicen que ha subido para los Chacos, corrido por los
golpes de las hachas. Sabrás que ahora están en guerra los hombres con la selva. Las hachas
muerden en los troncos con dentelladas de chancho del monto, y los árboles caen con un
quejido que parte el corazón. No sé qué tendremos que hacer nosotros.
JUANCITO: Todavía hay mucho campo en el mundo para los animales chicos. No
hay que preocuparse, mientras Dios nos dé salud... y vida.
QUIRQUINCHO: Necesitamos de tu discurso, Juancito
JUANCITO: Algo me ha enseñado la experiencia. Será una maestra tan sabia la... (Se
detiene) Noto que la ando nombrando mucho. Malo es eso. El que se acuerda mucho de Ella
es que la tiene cerca.
QUIRQUINCHO: ¿De quién hablás, Juancito?
JUANCITO: Pensar mucho en ella y querer volver al lugar donde uno nació, señas
seguras. El recuerdo y la nostalgia de la tierra son sus llamados. Y no se pueden desoir... Eso
es lo malo.
LOS CASOS DE JUAN 40
QUIRQUINCHO y CHUÑA: Tu acento es extraño, Juancito. ¿A quién te refieres? (De
pronto se yergue ante ellos la MUERTE)
LA MUERTE: Se refiere a mí. Aquí estoy.
JUANCITO: ¡Dios mío!
QUIRQUINCHO y CHUÑA: (Retrocediendo espantados) ¡Oh...! ¡Oh...! ¡La muerte!
LA MUERTE: Por tí estoy aquí. Hubiese podido ir a buscarte allá lejos, y entrar en tu
cuerpo con dolores de soledad y ausencia. Pero siempre has sido bueno, después de todo. Y te
hice llegar mis mensajes de memoria y nostalgia para que volvieras a tu patria, y mi abrazo te
supiera más dulce. Aquí estás con tus viejos amigos, en el paisaje que acunó tu infancia y fué
testigo de tus hazañas.
JUANCITO: ¿Y era preciso que viniera a buscarme justamente ahora?
LA MUERTE: Nunca llego antes ni después. La hora del tiempo suena a mi llegada.
JUANCITO: No quiero discutirle nada; pero le declaro que su hora en el tiempo
suena siempre a destiempo o contratiempo.
LA MUERTE: Me agradan las presas ingeniosas y alegres. Las sonrisas que florecen
sobre mi abrazo son mis únicas glorias. Los amantes desesperados ensucian el tránsito.
JUANCITO: La reconozco. Sé que no se puede escapar de sus garras. Ya me siento
más suyo que mío. Pero déjeme que rinda mi último tributo a la vida, declarando que nunca
pudo ser usted más inoportuna que ahora. No la maldigo, porque no tiene objeto. Pero no la
bendigo tampoco. Cúmplase su voluntad.
LA MUERTE: ¿A qué buscar dilaciones, si yo soy el fin?
JUANCITO: Puesto que usted es el fin ¡qué le, importan las dilaciones! Muestra
siempre tanto apuro, que parecería que tiene miedo que se les escapen sus presas...
LA MUERTE: (Riendo a carcajadas) Tienes gracia.
JUANCITO: Ojalá pudiera decirle a usted lo mismo. Pero lo cierto es que no
encuentro ningún motivo para reírme en su presencia. Con franqueza le diré que me ha
embromado.
LA MUERTE: No me atribuyas intenciones. Yo no formo parte del comercio de los
seres del mundo.
JUANCITO: Pero se mete donde no lo llaman...
LA MUERTE: Yo determino mi lugar. Mi reino es la eternidad desocupada. Yo
determino mi hora. Cuando ella suena, todos los relojes del mundo se detienen.
JUANCITO: Es una manera de no fallar. Pero dispense si le digo que a mi modesto
entender resulta más meritorio marcar la hora justa sin parar los relojes. Ganar la carrera
porque se muere el adversario es menos lucido que ganarla porque se llega primero.
LA MUERTE: No pretenderás ponerme en disputa con nadie...
JUANCITO: Usted no tiene adversarios. Por eso sale ganando todas las partidas. Ya
nadie piensa siquiera en discutirle.
LA MUERTE: Pero es que vos ¿no parece que estuvieras pretendiéndolo ahora?...
JUANCITO: ¿Yo? Sólo digo que usted me está quitando la única ocasión de mi vida.
Y no le veo la gracia. eso es todo.
LA MUERTE: ¿Pretenderías que yo, que ya estoy aquí, resulte que no estoy aquí?
JUANCITO: Si fuera posible... Pero, puesto que ya está aquí, quédese nomás, y aquí
me tiene a su arbitrio. esperaré a la otra vida.
LA MUERTE: Ya ingresa a tu cuerpo la suprema sabiduría.
JUANCITO: Y la amargura de que, por culpa suya, me haya perdido la única ocasión
de mi vida... No quiera tomarme el gusto cuando me abrace...
LA MUERTE: Y ¿qué ocasión es esa, tan anhelada?
JUANCITO: ¡Qué puede interesarle! Son cosas de la vida
LA MUERTE: Veamos de que se trata
JUANCITO: ¿Le ha entrado la curiosidad?
LA MUERTE: Tu humor, tus antecedentes, en fin... si la razón fuera muy poderosa.
LOS CASOS DE JUAN 41
JUANCITO: Cositas de la vida... tal vez para usted no valgan la pena. Para nosotros
son... ¡la vida!
LA MUERTE: Veamos de que se trata
JUANCITO: (A los dos testigos) ¿Le aviso? (Pausa. Inventando afanosamente)
Este... Se trata de que para mañana yo había preparado una carrera, en la que he puesto todas
mis esperanzas. De ella depende el porvenir de los míos... Una carrera entre... ¡entre el
avestruz y... y el sapo!...
LA MUERTE: ¿Entre el avestruz y el sapo (Ríe a carcajadas)
JUANCITO: Sí entre el avestruz y el sapo. Un avestruz mentado, que ha venido
ganando todas las carreras hasta hoy. Y un sapo que yo vengo adiestrando desde hace tiempo.
¡Tengo mucha fe en mi pollo... en mi sapo! Difícil será que se le gane.
LA MUERTE: (Riendo a carcajadas) ¿entre el avestruz y el sapo! Caigo en la cuenta
de que no llevo muy entero de juicio...
JUANCITO: Usted no conoce a mi pollo... digo a mi sapo. Si la cree tan robada, ¿Por
qué no hacemos una apuestita, cualquier cosa?
LA MUERTE: ¿Eh?
JUANCITO: Para salir de dudas... Nada cuesta.
LA MUERTE: Indudablemente, tu pretenderás que apostemos... tu vida
JUANCITO: Le pediría mucho menos. Le pediría sólo un poco de paciencia, y que
espere hasta mañana, para ver el resultado.
LA MUERTE: Eres irremediablemente insensato. Si ganas -cosa que no podrá ocurrir
porque es contraria al orden del universo- irás del mundo con la pena de no haber podido
disfrutar de tus ganancias. Y si pierdes, como es seguro, con la pena de haber sido derrotado
en tan disparatado empeño. Reflexiona un poco, y dime si vale la pena esta dilación.
JUANCITO: Contésteme usted si no sería peor ir con la pena de no haber aventurado
nada a ganar o perder.
LA MUERTE: Eres enternecedor. Accedo.
JUANCITO: (Pretendiendo besarle la mano) ¡Gracias, Señora!
LA MUERTE: No me toques. Mañana estaré a tu lado, tan pronto como se haya
decidido la absurda prueba de la avestruz y el sapo. Hasta mañana. (Desaparece)
QUIRQUINCHO: ¿Qué vas a hacer ahora?
JUANCITO: Ahora vamos a ver
CHUÑA: ¿Vas a huir? ¿Dónde podrías esconderte?
JUANCITO: Dicen que no caven trampas a la muerte... (Suma indecisión)
QUIRQUINCHO: ¡Hay que hacer algo!
CHUÑA: Si convocáramos a todos los animales para deliberar...
JUANCITO: Hay que ir despacio. Todavía me queda un día.
QUIRQUINCHO: Y esa carrera, ¿va a correrse? ¿O fué una patraña para distraer a la
Muerte?
JUANCITO: Esa carrera podría correrse... (Van a retirarse silenciosos. La CHUÑA
alza la flauta de hueso y distraídamente modula en ella algunos melancólicos compases.
JUANCITO , sobrecogido, se arrebata) ¡Tirá ese hueso, ave de mal agüero!.
EPÍLOGO
La historia se acaba aquí
y ya era tiempo, caramba.
Pero antes de los adioses
permítanse dos palabras
Y si a su muerte Juancito
no dejó herencia ni gajes,
la pucha si dejó algo:
¡dejó su puesto vacante!