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Poemario de un Mundo Apático

Este documento presenta tres breves pasajes sobre una persona solitaria sentada en la orilla del mar contemplando el paisaje y reflexionando sobre la vida y el mundo. En el segundo pasaje, se describe a un héroe anónimo que tiene detrás el pasado y adelante el mundo corrupto. En el tercer pasaje, se compara a la humanidad con bestias que viven dentro de nosotros esperando tomar el control.

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Poemario de un Mundo Apático

Este documento presenta tres breves pasajes sobre una persona solitaria sentada en la orilla del mar contemplando el paisaje y reflexionando sobre la vida y el mundo. En el segundo pasaje, se describe a un héroe anónimo que tiene detrás el pasado y adelante el mundo corrupto. En el tercer pasaje, se compara a la humanidad con bestias que viven dentro de nosotros esperando tomar el control.

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Nicoláá s Tropeáno

Lás márávillás de un mundo ápáá tico, 1ª ed.


Buenos Aires, 2019.

Contacto:
tropeánonicolás@hotmáil.com
@ámericánpsychobolche

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A mi nono Nino:
“chi va piano, va lontano”.
PARTE I

SIETE DÍAS
(poemario intempestivo)
Creación

He visto una hoja solitaria


vacía,
indiferente,
apática;
y tuve esta fantasía
esta inocente aspiración
de colmarla por completo
de letras,
de palabras,
de sentido.

¿Es que odiamos el vacío?


¿Nos asusta tanto la nada?
¿No podemos leer un libro
con páginas sin escribir?

¿Qué significa la nada?


Oportunidad.

7
Fértil

La verdad del sol


está escrita en la luna
que aparece celosa
cada noche a recordar
que nada hay en este mundo
más que eterna oscuridad.

La verdad del viento


está escrita en las hojas
que tiemblan inescrupulosas
al ritmo del huracán
que la mariposa ha provocado
y sólo el tiempo consumirá.

La verdad de todo
está escrita en la nada
como un silencio
avasallante bullicio
que no deja al mudo escuchar
lo que sólo puede callar.

Tuve una sola idea hoy al despertarme:


La verdadera vida
camina los caminos descalza
sembrando a la orilla
de áridos senderos
nueva vida a cada paso
que superando las espigas
y cuantiosos pedregales,
fuerte y fértil se alza.

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Oximorón

Ella se despliega entre azares al sol


y a cada lluvia le dibuja un arco iris.
Yo no puedo manejar tanta alegría
y me escondo en mi propia oscuridad.

Ella envía señales desde el cielo.


Yo cabo un pozo que asegure mi futuro.
Ella salta con los ojos cerrados.
Yo tropiezo porque pienso cada paso.

Ella no se guarda nunca una sonrisa


y a nadie deja solo con sus miedos.
Yo hostigo siempre mi memoria
buscando nostalgias por revivir.

Ella llena de música a los más sordos,


a todos los sordos, menos a mí.

Ella sabe algo de la vida


que yo no me animo a preguntar.
Ella abre un frasco de alegrías
en cualquier persona, en cualquier lugar.

Ella va a bailar con el viento esta noche


yo seré el que se esconde en su propia oscuridad.

9
Cohabitación

Un despropósito
un flagelo
una agonía absurda, desligada de cualquier sentido.

Un rectángulo
quizás un cuadrado
yo absorto, vos espantada.

Soy una gota de agua que no se anima a ser río,


soy un árbol caído.

Estoy
vivo, estoy seguro.
Dobla en la próxima esquina y veme vivir.
Mírame intentarlo
y fracasar.
Como un arlequín nauseabundo
como un tirante flojo
como el fuego cuando quiere acariciarte.

¿Qué soy?
No existo más que en tu mente.

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Intento

Voy a gambetear mi soledad por el zaguán de tu enigma


y naufragar mi corazón en el delirio de tus ojos.

Voy a privar la realidad de su monocromática dictadura


y liberar mis ilusiones para vivir un sueño más.

Esperaré que el alba chille para esconder nuestros susurros


y saltaré sin red ni cuerda hasta el rojo inexorable de tus labios.

Acelera mi sonrisa tu sola presencia.


Quiébrame en mil pedazos y reármame otra vez.

No hay palabras que allanen el camino hasta tu boca


ni recetas grabadas en el inmortal escollo fiero.

Sólo un álgido deseo que trasciende nuestra existencia


un silbido entre las hojas que el viento empuja para ser.

Acelera mi sonrisa tu sola presencia.


Te diviso desde lejos, es momento de caer.

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Epífrasis

Divago noctámbulo en la blancura de mi tabula raza


Los pizarrones sangran tiza
Atravieso el pedestal de las atareadas ideas
El lápiz duerme bajo la cama
Tropiezo con un ejército de miedos invencibles
El agua hierve hasta cromar la pava
Estoy sediento de victorias
Tu nombre me atormenta como un rayo

El piso se mueve, las paredes crujen, estoy encerrado


El pobre es el único que madruga
Antes de caerme comienzo a flotar como un globo lleno de helio
La noche se apodera de las calles
Reviento estruendoroso inmerso en el aire frío
El viento te penetra hasta los huesos
Estoy famélico de esperanzas
Tu nombre me intriga como un deseo

La velocidad de tus pisadas desafía los latidos del reloj


La mañana sacude tu somnolencia
El eco de tu portazo aún retumba en mi cabeza
Intento enredarte en mi murga
Me resguardo en los rincones que conservan tu perfume
Creo que merezco un poco de tu empatía
Estoy hambriento de placer
Tu nombre se escapa entre mis manos

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Egos

Si busco en mí
sólo voy a encontrar
a otras personas
a otras voces
a otros pensamientos
que sabrá Dios de donde salieron
que ya ni se si son verdad
luchando a muerte
día y noche
violenta
encarnizadamente
por ponerse de acuerdo
y poder decir
quién soy yo.

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PARTE II

HABÍA SIDO UNA VEZ


(anecdotario pluscuamperfecto)
EN LA ORILLA
(monoá logo á espáldás de un mundo ápáá tico)

De vez en cuándo un álmá solitáriá se sientá á lá orillá del már


á vislumbrár lás bocánádás de lás olás devoráá ndose continuámente.
Un viento fríáo soplá impáciente contrá lá cárá de áquel
contemplátivo ser, empujándo consigo los máá s pequenñ os gránitos de
árená que revisten el tránquilo horizonte. El penitente viájero
ácercá sus rodillás á su pecho y colocá sobre ellás sus brázos,
construyendo un perfecto soporte párá su ábrumádá cábezá. Su
náriz se enfríáá hástá tenñ irse de un tono violáá ceo. Sus ojos se
entrecierrán párá resguárdár sus pupilás del insolente polvillo que
estorbá su devotá contemplácioá n. Su pelo se humedece con lá
cárinñ osá ventiscá hástá quedár, de pies á cábezá, totálmente mojádo,
sin siquierá háber probádo un áá pice del águá del már. Aprietá los
dientes por un escálofríáo y luego se relájá. El silencio lo protege de
los incesántes peligros del mundo. Su mirádá es inciertá, nádá
redundánte. Decide álejárse de lás filás de lá desolácioá n párá dejárse
átrávesár con humildád, áunque seá un instánte, por lá mágnitud de
tán singulár espectáá culo. Recubre con su esenciá todos los rincones
del páisáje mientrás el páisáje se encárná en eá l. Envuelve ál mundo y
lo devuelve á su sitio. Grávitándo por lás esquinás del pensámiento
se extránñ á de que, á pesár del sombríáo ámánecer que lo desvelá, lá
nubosidád impenetráble párá el sol, lá nebliná ríágidá del álbá, soá lidá

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como uná piedrá; soá lo le provoque sátisfáccioá n áquellá heládá
mánñ áná. Tiene lá clemenciá de un sánto, lá tránquilidád de un suenñ o
inmemoriál, y lá devocioá n de un rebelde en lás víásperás de uná grán
victoriá. Su espíáritu se áligerá en lás olás y se estáncá en lá ágitádá
espumá. Sufre con cádá distráccioá n que lo ápártá de tán profundo
equilibrio. Se decepcioná cádá vez que se hállá persiguiendo álguná
ideá complejá. Quiere ábándonárse á lá ocásioá n, hundirse en el
presente. Deseá con todo su ser, álgo tán sencillo, tán cotidiáno, que
resultá inmáculádo: átesorár el momento. Lo complejo de semejánte
empresá es que cuálquier esfuerzo que reálice por álcánzárlá lo
lleváríáá inmediátámente ál frácáso. Se disgregá totálmente de síá,
pierde todo contácto con sus extremidádes y se hunde sálvájemente
en el oceá áno de su mente. Asíá de descuidádo es.
De vez en cuándo un heá roe ánoá nimo se dejá llevár por lás
árrugás de lá árená que dividen ál mundo en dos. A sus espáldás
estáá el pásádo, tán feroz y burloá n como uná hiená, áránñ ándo sus
entránñ ás y clávándo los áfiládos colmillos con violenciá en su
esperánzá, devorándo, uná á uná, todás sus voluntádes. Trás eá l estáá
el mundo, enájenándo cádáá veres vivos, mercántilizándo el álmá,
destronándo íádolos fálsos párá poner otros máá s terribles. Ahíá estáá n
los villános de los cuentos de hádás. Ahíá estáá n los deprávádos reyes
que se ciernen por encimá de todás lás leyes del corázoá n humáno.
Ahíá estáá n lás brujás que vuelán en sus lujosás escobás, encántándo á
su páso á los ciegos, como el fláutistá á lás desdichádás rátás. Ahíá
estáá n los lobos hámbrientos, que con sángre en los ojos destripán
por plácer los suenñ os máá s inocentes. Todos juntos, ámontonádos,
unos sobre otros, en lás inmensás torres de Bábel que cuelgán desde
el cielo párá hundirse, violentás, penetrántes, envenenádás, en lás
ruinás de lá náturálezá. Asíá somos. Todos. Alguná bestiá vive en
nosotros, ácechándo, esperándo el momento oportuno párá
ápoderárse de nuestrá fátuá corporálidád. Lá resistimos como
podemos, pero álguá n díáá, sus dientes seráá n máá s poderosos que
nuestrás convicciones. Alguá n díáá querremos morder.
Hemos ábierto lá puertá de nuestrá cásá á los máá s cíánicos y
corrompidos personájes de lá historiá. Colonos despreciábles

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herederos dignos de Corteá s o Alejándro. Hán venido á lá conquistá.
Pero nosotros no somos los nátivos. ¡No! ¡Nosotros somos el oro!
Nos vendimos por bárátijás y corremos desventurádos háciá lás
fáuces del leoá n. Nos hán mánoseádo con repulsioá n lás mános
áá sperás de lá especulácioá n, dejáá ndonos sin nádá de áquellá noble
brisá llámádá dignidád. Vivimos átádos á uná perversá máquináriá
destinádá á nuestrá propiá destruccioá n. Lá álimentámos con
nuestros cuerpos, con nuestrá sángre, con nuestrás álmás, cádá díáá,
á todá horá. A veces nos párecemos á ellá. Máquinándo sucios
plánes, estirándo lá máno hástá áránñ ár lo máá s preciádo, lo máá s
sensible de nuestrá existenciá. Nos fundimos en lá máteriá y nos
dejámos convencer por uná formá de vidá que há redefinido lá
humánidád, que nos eleva á lo inmoá vil, á lo muerto. Y conseguimos
horripilántes proezás de tántá bánálidád. Hemos renunciádo párá
siempre á lá verdád y hemos enterrádo nuestrá sinceridád en el
rincoá n máá s oscuro de nuestro ser. Ahorá es un bicho ráro que
trástábillá todos los díáás con lá reálidád. Lá fálsedád es el oxíágeno
del mundo. Lá mentirá es lá nuevá reálidád.
Trás ese hombre desdibujádo por el rocíáo inclemente de lá
mánñ áná ventosá estáá lá sociedád que, de tántás buenás intenciones
que há tenido en su origen, soá lo há lográdo uná penosá házánñ á:
hácer sentirnos solos. Lá soledád es como lá árená de está pláyá:
permeáble á veces, pero cuándo se ensánñ á con álguien, se áferrá con
fervor á cádá rincoá n de su ser. Se entromete con lás cosás máá s
íántimás. Lás desojá, virtud á virtud, suenñ o á suenñ o, recuerdo á
recuerdo. Y luego no quedá nádá. No es uná soledád grátificánte que
nos permite álejárnos de todo en ocásiones párá cálmár ásíá nuestro
espíáritu y llenárnos de pensámientos nuevos. No, lá soledád que
lástimá es el sentirse solo, solo por siempre, solo entre tántá gente, y
en ese mismo sentimiento dárse cuentá de lá importánciá de los
otros en lá vidá, del ábrázo del ámigo, de lá máno en lá oscuridád,
del beso, cuálquierá seá, mientrás seá sentido. ¿Doá nde pensábás que
estábá lá felicidád? ¿Dentro tuyo? No háy nádá dentro tuyo máá s que
lo que tienes párá dár. No somos nádá máá s que eso. Somos lo que
dámos.

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Pero á sus espáldás támbieá n estáá el cámino, incierto de por síá,
como cuálquier otro futuro. Seductor e intimidánte como todo lo
desconocido. Erigieá ndose entre cábles de áltá tensioá n y
contenedores repletos de lá máá s toá xicá herenciá de lá civilizácioá n.
Esquivándo lás columnás que sostienen lá terrible obrá del poder,
contoneáá ndose con lá desdichádá urbánidád: el cámino luchá por su
libertád. Volver lá espáldá y árriesgárse á átrávesár el nuevo cámino
es nuestro sálto de fe máá s preciádo. Escápár del mundo es
imposible. Intentárlo párece cobárdíáá. A veces lo es. A veces es el
uá nico ácto de humánidád que nos quedá reálizár. Pero creár un
cámino nuevo es lá máá s gránde áventurá que nos ofrece lá vidá.
Volver ál mundo y construir uná nuevá rutá es todo lo que ánhelá
nuestrá libertád. Tendremos que clávár con fuerzá los pies en lá
tierrá, presionár un poco háciá ábájo, doblár lás rodillás y lá cinturá
hástá quedár lo máá s cercá posible del suelo, párá impulsárnos por
fin háciá árribá y cumplir nuestrá máá s soberáná ámbicioá n: ácáriciár
el cielo. Un sálto de fe. Fe significá válor. Aquellos con álás en sus
mentes siempre podráá n volár.
Aquel sereno e inquietánte ser en lá orillá del mundo no se dejá
enroscár en estás soá rdidás ideás. EÉ l yá tomoá uná decisioá n ácercá de
su futuro. Yá puede ábándonár su vitál objetivo de disfrutár del
momento. Ahorá se ábre á sus pensámientos. Comienzá á recorrer
su mente á uná velocidád estrepitosá, como quien liberá el águá de
un encierro ártificiál. Ahorá divágá entre fántáá sticás lucubráciones.
Ve su vidá enterá en un pestánñ eo y puede reconocerlá como propiá.
Lá siente, lá entiende, lá disfrutá. “¡Queá páisáje máá s hermoso!”,
exclámá párá síá. “¿Hábráá deseádo el oceá áno detenerse justo áquíá
párá dárme tán hermosá vistá? ¿Merecemos estás imáá genes?...”.
Continuá á hilándo pensámientos sin ninguá n repáro: “¿hábráá álguá n
otro ser vivo, plántá o ánimál, que puedá disfrutár voluntáriámente
del mundo como lo hácemos nosotros? ¿Estáráá n los otros impedidos
de disfrutár el mundo tánto como lo puedo hácer áhorá yo?
Disfrutár de lá bellezá de lás áves volándo, de lás hojás coloreándo el
otonñ o, del ámánecer desde lás sombrás. Y jugár con lás estrellás, y
regálárlás como si fuerán nuestrás. Sonreíárle á lá luná llená, áunque

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ellá ni nos distingá entre tántás cábecitás noctáá mbulás. Buscár
formás en lás nubes, seá cuál seá nuestrá edád. Perder el tiempo con
ámigos. Sáciár nuestros pláceres máá s inocentes, como cáminár sin
pisár el borde de lás báldosás o chupárse los dedos mánchádos de
chocoláte. Dibujár sin ninguá n tálento, coleccionár historiás, nárrár
con estilo. Meterse en el ojo de todos los hurácánes soá lo párá vivir
uná grán áventurá, y sálir de cádá tormentá siendo uná personá
nuevá. Escálár lá vidá juntos. Sentir, ámár, conocer, escuchár.
Enroscárse y desenredárse. Tántos senderos tán diversos por
recorrer...”. Y sobreponiendo preguntás estrámboá ticámente se vá
álejándo un poco de todá lá infeliz coherenciá. Se cuestioná por lá
incápácidád del ser humáno párá estornudár con los ojos ábiertos y
de su poder párá ponerse de pie despueá s del máá s gigántesco
tropezoá n. Problemátizá lá ideá ácercá de que todo en el universo
tiene un propoá sito, mientrás sucumbe ánte lá hipoá tesis de que lá
Torre Eiffel se párece á los láberintos que tiene todo el mundo en lá
mente.
De vez en cuándo un ser dubitátivo se sientá á lá orillá del már
párá sáciár su sed máá s profundá. Sus ojos brillán rememorándo ál
sol que háce yá tiempo que no golpeá áquel páisáje. Lás nubes grises
desfilán por el cielo, incesántes, invitándo á lá lluviá á ácáriciár con
sus gotás á nuestro intreá pido heá roe. Lá lluviá cáeráá y eá l no se
moveráá . Dejáráá envolverse por el águá, como un velo de sedá
perfumádo por el cielo. En lá oscuridád que se cierne en lá pláyá, eá l
encuentrá lá luz. Yá no quedán rástros de lá nostálgiá que lo clávoá en
lá árená. Uná nuevá esperánzá lo pone de pie con determinácioá n. Se
enjuágá los pensámientos con el águá que bánñ á lás costás y se
redescubre completámente. Lávádo por áquellá emotivá áventurá se
encuentrá dispuesto á enfrentár nuevás tempestádes. Y ántes de
pártir, se posá un instánte en lá cuá spide de todá lá humánidád párá
enriquecerse con áquello que cree que nádie máá s há podido ver
jámáá s: el májestuoso cáos que es lá vidá.

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LO SIENTO, PEQUEÑO MOSQUITO

Lo siento pequenñ o mosquito, pero no he tenido máá s álternátivá.


Tuá me átácáste, yo reáccioneá : estáá cláro que áctueá en defensá propiá.
Mi piel no se humectáráá ál recibir tus finos besos, ni el vello de mi
pierná creceráá de formá máá s sensuál por dejár que me piques. No
me háreá ni máá s listo, ni máá s guápo si reduces lá cántidád de sángre
que recorre mi cáucáá sico cuerpo. No creo en lá suerte, ni poseo en
míá experienciá álguná que me hágá pensár que ál recibir tu
pincházo, mis posibilidádes de gánár lá loteríáá áumenten
consideráblemente. De hecho he escuchádo váriás veces que
álgunos de ustedes tránsmiten enfermedádes o infecciones, que dán
á lá gente fiebre y mánchás; que incluso son portádores de muerte.
¿Por queá eres tán málo mosquito? Lo siento, pero áuá n no pretendo
desprenderme de está vidá, por máá s málgástádá que se encuentre.
Si fuerás un áá ngel… no, eso seríáá demásiádo pedir. Si fuerás ál
menos un gorrioá n resonánte, que con su cánto devuelve á uná joven
mujer su ámor por áquel ámánte que en uná noche de desátino le
fue ineludiblemente infiel. O si fuerás uná váquitá de Sán Antonio.
Seguro te hubiese dejádo con gusto que cáminárás intreá pidá por
todá mi pierná. Incluso te hubierá ácercádo mi dedo párá que te
subierás encimá de eá l y vácilándo un instánte sobre que ingenuo
deseo pedirte, hubierá sopládo con dulzurá tu cuerpecito rojo y

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negro párá que te decidierás por fin á tomár vuelo, llevándo mi
secreto pensámiento quizáá s á Dios, quizáá s ál Sol, quizáá s ál olvido.
Pero no. Teníáás que ser mosquito, pequenñ o, liviáno, fráá gil,
hámbriento, intreá pido, torpe. Si hoy hubierá llovido segurámente
seguiríáás con vidá. Ni tuá ni yo hubieá rámos sálido, y este violento
encuentro no nos tendríáá de árbitrários pártíácipes. Yo estáríáá en mi
cásá mirándo por eneá simá vez lá mismá tontá pelíáculá
norteámericáná párá no pensár en lá ángustiá, los celos, los errores,
en lás cuentás por págár, en los gritos de mi jefe, en otro exámen que
no recibiráá lá cálificácioá n esperádá, en lá cántidád de látidos que le
quedáráá n á mi corázoá n, en si soy o no soy el tíátere de álguá n genio
máligno, en coá mo es posible que de lás mediás soá lo encuentre
siempre uná, en lá cántidád de láá grimás que podríáán recorrer mi
rostro. En lá vidá, en mi locurá. En lá cáá lidá sonrisá que teníáá ellá
ántes de enojárse definitivámente conmigo. En mi estupidez, en su
rázoá n. Tál vez estáríáá pensándo en lo triste que debe ser lá vidá de
los mosquitos. Y segurámente tuá estáríáás vivo, y yo no me sentiríáá
desdichádo por háberte mátádo. Por háber dejádo á miles de
millones de lárvás sin un pádre. Por háber dejádo á este destenñ ido
mundo sin tu insoá litá bellezá. Por háber ácometido contrá vos y
tener lá culposá nocioá n de que mi golpe fue tán deá bil como poco
efectivo. Sáber que tuviste que sufrir un poco ántes de dár tu uá ltimo
áleteo, intentándo escápár yá no de míá, sino de ellá, lá muerte.
Seguiríáás vivo si no fuese por mi exceso de válentíáá o fáltá de
cordurá. Si lá tárde no hubierá sido hermosá. Si no hubierá
respirádo ese áire cáá lido de primáverá que me llenoá de coráje.
Segurámente seguiríáás vivo si hubierá dormido uná o dos horás
máá s. Si no hubierá márchádo hástá su domicilio sobre lá cálle Márco
Polo y, ábusándo de mi hábilidád párá ponerme en puntás de pie, no
hubierá tocádo el timbre que háá bilmente yáce incrustádo en lá
páred. ¡Ay! Si soá lo hubierá dejádo mis rudimentáriás pesunñ ás
mutiládás por los nerviosos dientes de un ámánte infiel sobre el
control remoto, como hice yá en otrás ocásiones nefástámente
similáres. Si no hubierá cometido tán gráve error… ¿Queá seríáá de tu
destino si hubierás sido máá s oportuno? Tuviste que sufrir lá

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desgráciá de interferir exáctámente diecinueve segundos despueá s
de que ellá, inundádá en coá lerá, me echárá de lás proximidádes de
lás rejás bláncás que lá áíáslán de los dispárátes de lá víáá puá blicá. ¡Me
hubierás permitido ál menos levántárme del cordoá n donde cáíá por
ámortiguár mis ábrumádos sentimientos! Si hubierás esperádo que
me levántárá ál menos de lá cállecitá de cemento áustero, con brotes
misioneros que emergen sigilosos entre lás heridás de lás báldosás...
Segurámente seguiríáás ágitándo ánimádámente tus álitás si
hubierás pensándo en lo poco práá ctico que resultáríáá picárme en lá
pierná cuándo yo me encontrábá álicáíádo en el cordoá n. ¿No
resultábá evidente que áquellá posicioá n fávorecíáá descomunálmente
ál átáque estrámboá tico de mi pálmá sobre tu delicádo cuerpo? ¡Ay,
miseráble! Seguiríáás volándo, picándo, sáciáá ndote de los hombres y
huyendo, como solíáás hácer ántes de que te topárás letálmente
conmigo.
Inocente criáturá, áhorá estáá s en un lugár mejor. Estáá s con los
que hán pádecido tu mismá desgráciá. Con lás hormigás que sin uná
cápácidád envidiáble en los sentidos, fueron á dár con lá finíásimá
telá de uná áránñ á átentá. Y con los gusános que creyeá ndose seguros
nádándo bájo lá tierrá, no imágináron que el pico de uná ástutá áve
fuerá á escábullirse entre polvo y bárro párá cápturárlos en pleno
ejercicio de sus queháceres cotidiános. Ahorá estáráá s en el lugár
máá s feliz de todos. Cási me lo puedo imáginár: colmádo de enormes
seres llenos de sángre de todos los grupos y fáctores, dejáá ndose
picár sin chistár por soá lo verte complácido á vos, mi infortunádo
ámigo. Donde no háy pálmás vengátivás ni lluviás que entorpezcán
tu vuelo. Donde no háy perversos ámántes infieles que áquejádos
por sus propiás penás se desquitán con un indefenso ánimálito que
sin álternátivá álguná, luchá díáá á díáá, áleteo por áleteo, por ese
mánáá que le de unos segundos máá s de vidá.
Yo quisierá ir álguá n díáá állíá párá pedirte perdoá n.

25
ELISA

Acáá estoy yo. En medio de un cámbáláche de cíánicos, egoíástás,


egoceá ntricos, obsecuentes, áduládores, tirános del árte, vendedores
del ábsurdo, soberbios y cobárdes encriptádos por iguál, cuádrádos
que se creen cíárculos soá lo por háber lijádo un poco sus águdás
esquinás. Llenán de color lá oscurá sálá con sus dispárátádos
ádornos. Fruncen el cenñ o de vez en cuándo, extránñ ádos por lás cosás
máá s corrientes. Se hálágán, se desollán, se ápláuden nuevámente sus
intrincádás mánñ ás. Se llenán lá bocá háblándo con orgullo de todos
sus cáprichos. Me áburren insoportáblemente. Asíá suelen sátisfácer
su ego noche trás noche. Insátisfechos con tántá lábiál
másturbácioá n, someten cádá juicio á lá injusticiá de su criterio. A
veces me los imágino en pleno coito, háciendo un ánáá lisis
terápeá utico de sus orgásmos y de lás implicánciás socioloá gicás de
sus deprimentes eyáculáciones. Es, sin lugár á dudá, un járdíán de
ninñ os málcriádos. Bueno, quizáá s álgunos no usán pánñ ál.
Por si quedán dudás, nuncá pude tolerár mucho á estás
personás. Me indigná, de verdád me indigná, lá solvenciá con lá que
deslizán lás pálábrás. Auá n con lá máá s águdá elocuenciá pueden
escuchárse lás máá s obtusás frivolidádes. Son viejos. Viejos verdes.
Tánto hombres como mujeres, siendo todávíáá joá venes, devinieron
ánciános con tál de no tener que pensár como ádultos nuncá.
Prefieren escápár por lás rámás de un sáuce lloroá n y terminár
directámente en el piso, que disfrutár con sinceridád de lá bellezá

27
del bosque. No tienen miedo de golpeárse contrá lá páred uná y otrá
vez. Respeto eso, lá estupidez y lá válentíáá se lleván pocá distánciá.
Pero ¡párá todo háy un líámite! Nuncá pretenderíáá pásárme lá vidá
háciendo ápologíáá de todos mis frácásos. Es uná torturá inminente
soportár el cálor de sus lenguás compártiendo áventurás tán
fríávolás. Háblán sin sálirse de síá mismos nuncá. Un monoá logo de lá
bánálidád que me he visto obligádá á soportár noche trás noche. Eso
es injusto. Eso es suicidár ál proá jimo.
Lá concurrenciá hábíáá sido dispárátádámente numerosá. Un
solo espectádor hubierá sido máá s de lo que el repertorio merecíáá.
Sábíáá lo que vendríáá á continuácioá n y no erá ágrádáble. El comienzo
se hábíáá demorádo, como no podíáá ser de otrá mánerá, máá s de
mediá horá. Otro máá s de los tíápicos engránájes de está ábsurdá
máquináriá. El puá blico suele sáboreár con devocioá n ese bocádo de
intrigá que los ártistás les sáben obsequiár, como si fuerá un pláto
de migájás deslizádo por debájo del teloá n á está celdá de mánicomio
ábnegádo. Sin embárgo, en estos sitios es normál disimulár el
entusiásmo, o lá álegríáá, o cuálquier emocioá n que á los otros les
puedá resultár grátificánte. Hán lográdo, no sin esfuerzo,
tránsformár su rostro en uná sutil, desálmádá, oscurá e insíápidá
piedrá. Es su ártimánñ á párá situárse en su elevádá posicioá n. No
sobre el mundo, sino fuerá del mundo. Deseán con implácáble
ánhelo ser lo menos humáno posible, pues en lá humánidád se
encuentrá lá dulce condená de cometer errores. Ellos son perfectos.
Perfectos idiotás.
Cuándo el teloá n se ábrioá , los muá sicos estábán ubicádos en sus
posiciones. ¿Eso es originálidád? ¿Eso es el nuevo gusto del
disgusto? Todos estábán vestidos soá lo con ropá de bánñ o. ¡Y no
cuálquier ropá de bánñ o! Lás mujeres llevábán puestás máyás
enterizás con dibujos de princesás y hádás, o estámpádos de
ánimáles de todá cláse; mientrás que los hombres teníáán puestos
shorts con impresiones de dibujos ánimádos de cádá erá que se les
puedá ocurrir. Erá bochornoso ver lás sonrisás y risotádás de
álgunos de los espectádores. Detráá s míáo pude escuchár á un hombre
insensáto exclámár “¡queá genios!”, segurámente obnubiládo por

28
álgunás copás de vino o álguá n tráumá sin resolver con su psiquiátrá.
¿Acáso el mundo se volvioá loco? Los muá sicos mirábán á los
espectádores con uná solemne seriedád. Yo hábíáá sido testigá de lá
construccioá n de semejánte májáderíáá. Queríáán representár lá
inocenciá del primer ámor, retrotráer ál puá blico á su ninñ ez máá s
tempráná párá que se sientán párte de lá áventurá infántil que
nárrábá lá sinfoníáá. Se hábíáán puesto de ácuerdo en mántener lá
composturá y lá seriedád duránte todo el concierto párá que el
puá blico no lo tomárá como un chiste, si no, como dijo Gábriel, “párá
que los espectádores se dejen envolver por el mánto de inocenciá
que recubriráá todo el sáloá n”. Es obvio que lográron dár su toque
infántil ál áuditorio. Y esperen á escuchár lá melodíáá…
Gábriel es mi novio. Es el director de lá orquestá y el
compositor de lá piezá que escucháríáámos á continuácioá n. Y por
esto, el responsáble uá ltimo de todá está pápárruchádá. EÉ l no es uná
málá personá, y puedo jurár que es un excelente muá sico. Lo conocíá
cuándo soá lo erá un violinistá máá s en lá Orquestá Juvenil de Sán
Mártíán. Pero nuncá se limitoá á tocár un solo instrumento. Párá poder
págár el álquiler, por lás noches ácompánñ ábá lá hermosá voz de su
hermáná, Renátá, con los márávillosos árpegios de esá Vintáge V300
en lá que hábíáá gástádo todos sus áhorros, tocándo en los báres máá s
páquetos de lá Ciudád de Buenos Aires. Teníáá un tálento
excepcionál, lo cuál lo llevoá á escálár posiciones ráá pidámente.
Mientrás se convertíáá en el violinistá principál de lá orquestá, erá
solicitádo por vários muá sicos del medio. Cuándo logroá entrár á lá
Sinfoá nicá de Buenos Aires, yá erá bástánte reconocido en el
ámbiente por componer cánciones párá grándes cántáutores
nácionáles. Cuátro ánñ os despueá s de háberlo escuchádo tocár por
primerá vez en La Giralda comenzoá á dirigir su propiá orquestá en
Cábállito. Pero tocár piezás cláá sicás á lá perfeccioá n no erá suficiente
párá eá l. Su espíáritu erá del todo necio cuándo se trátábá de lá
muá sicá. Y quiso desplegár sus propiás álás. Entonces fue que todo
cámbioá . Hárto de sujetárse á lás melodíáás gloriosás de los máá s
fámosos y respetádos compositores que lá humánidád nos háyá
sábido entregár, comenzoá á escribir su propiá sinfoníáá de tres

29
movimientos. Dejoá de tocár por un ánñ o y medio párá llegár á este
punto. ¡Un ánñ o y medio! ¿y no pudo dárnos máá s que esto?
Los muá sicos tomáron ásiento, los espectádores se
tránquilizáron un poco. Gábriel ápárecioá por un costádo y cáminoá
hástá el frente del escenário. Hizo uná reverenciá y luego comenzoá á
háblár:
─Bienvenidos dámás y cábálleros á está memoráble noche
─cláro que seráá memoráble pero no en el buen sentido, mi ámor
─en lá que tengo el ágrádo de presentárles mi primer composicioá n,
mi primer sinfoníáá. Un viáje que comienzá en lá mente de un ninñ o
que es árráncádo de su inocenciá por el confuso frenesíá del primer
ámor. Uná vez conquistádo el objeto de su deseo, su cámino se veráá
ligádo á un cáoá tico remolino de pásiones que márcáráá
ineludiblemente el desárrollo de su identidád, átrávesándo su
juventud y su etápá ádultá. Espero que disfruten de nuestrá
presentácioá n. Con ustedes… ─¡mierdá, lo vá á decir! ─mi sinfoníáá
primerá: ─¡málditá seá, no! ─“Elisá”.
El puá blico no escátimoá en ápláusos. Los que me conocíáán me
mirábán y me sonreíáán. Yo yá no sábíáá ni donde guárdárme tántá
verguü enzá. Se hizo lá oscuridád y el silencio. Ojáláá hubierán sido
eternos, pero no tuvimos esá suerte. Gábriel dio lá orden y lá
orquestá comenzoá á sonár. El principio erá sencillo, báá sico,
guárdábá ciertá bellezá áunque no se despegábá mucho de los
grándes áutores. Asíá hábíáá sido el principio de lá construccioá n de lá
obrá. Gábriel hábíáá escrito váriás líáneás básáá ndose en lá muá sicá
cláá sicá y los trázos máá s sutiles de lá muá sicá contemporáá neá. Pero no
pudo quedárse en eso, me gustáríáá decir que lo hizo, pero no pudo
con su snobismo. Queríáá ser máá s, queríáá márcár lá diferenciá. Asíá
fue que descártoá mucho de su primer trábájo y se dejoá llevár por lá
ideá de originálidád hástá lá locurá. Y encontroá gente tán locá como
eá l párá que tocárá su pártiturá.
Luego de lá ápácible introduccioá n comenzoá el segundo
movimiento. Erá el resultádo de horás y horás de trábájo diário. De á
poco se hábíáá ido gestándo como un virus deságrádáble que áhorá

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retumbábá por todo el sáloá n. Violines, chelos, contrábájos,
támbores, fláutás, oboes, clárinetes, un árpá y el márginádo piáno
chirriábán estrepitosámente en guerrá permánente por ponerse de
ácuerdo. Aquello no erá muá sicá. Erá puro berrinche. A pártir de állíá,
no hábíáá un solo momento en todá lá obrá en que uná sintierá uná
pizcá de sátisfáccioá n. Escuchárlá erá uná torturá, oíárlá debe háber
sido terrible. Derrochábá en sus notás lá voráá gine, lá fáltá de
compromiso con el áuditorio, lá desconsiderádá voluntád de
árruinár lá noche y los desámpárádos tíámpános de todo áquel que
se átrevierá á mántenerse sentádo.
¡Erá un espánto! Si grábáá rámos un ládrillo resbálándo por uná
lijá, lo mezcláá rámos con los ruidos de un gáto áránñ ándo uná plácá de
metál, y subieá rámos los áltopárlántes ál máá ximo de su potenciál,
segurámente obtendríáámos un sonido mucho máá s ágrádáble y sáno
párá los oíádos que este pedázo de porqueríáá. Asíá erá su obrá
máestrá. ¡Un ánñ o y medio! Un ánñ o y medio ocupádo en está
párásitáriá composicioá n. Un ánñ o y medio negándo páseos, sálidás,
espectáá culos, lás dulces veládás en lá costánerá, el sexo. ¡Por dios!
¡He tenido menos sexo en este ánñ o y medio que en mis uá ltimás
vácáciones de solterá!
Los árcos seguíáán ráspándo lás cuerdás como espádás
átrávesándo á los hombres y el segundo movimiento llegábá á su fin.
Nuncá vi á los instrumentos sángrár tánto en mi vidá. Ni cuándo son
tocádos por primerá vez por esás mános inexpertás en sus primerás
cláses. ¿Está erá su obrá máestrá? ¿Está erá su Última Cena, su
David, su Iglesia de Santa Sofía, lá Novena Sinfonía de lá
postmodernidád? Admito que no todo fue ángustiá y verguü enzá
mientrás escuchábá esá espeluznánte básurá que ni lás cucáráchás
probáríáán; de vez en cuándo, cuándo uná águdíásimá notá se escurríáá
por álguá n instrumento, entre lás incontábles rinñ ás musicáles que
colmábán el sáloá n, uná sonrisá se escábullíáá precipitádámente hástá
mis lábios. Apenás podíáá ocultárlá con mi máno. Uná sonrisá que
encubríáá álgo peor, álgo máá s monumentál, álgo todávíáá máá s
vergonzoso: uná cárcájádá bestiál que se burlábá con todos sus
dientes de está desorbitánte fársá.

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Erá un verdádero desáfíáo quedárse áhíá sentádá. Al dolor en los
oíádos y el revoltijo en lá pánsá, se sumábá lá sensácioá n de que cádá
uná de mis nálgás erá un gigántesco resorte que águárdábá
ágázápádo párá hácer reálidád el desesperádo suenñ o de eyectárme á
lá velocidád de uná bálá de lá hipoá critá sálá hástá los confines del
espácio. Lá butácá se sentíáá como uná prisioá n, o mejor, como uná
sillá eleá ctricá, donde mi mente erá golpeádá por electrochoques
árríátmicos hástá hácerme ánhelár lá muerte. En ninguá n momento
me sentíá coá modá állíá, yá no sábíáá de queá formá sentárme párá
soportár semejánte torturá.
Y mientrás tánto, eá l movíáá sus brázos de un ládo á otro,
ágitándo lá infátigáble bátutá en sus mános. Y los muá sicos lo
seguíáán, como un rebánñ o que sigue ál pástor hástá un precipicio y
cáe intreá pidámente golpeáá ndose unos contrá otros en un festíán
sánguinário de cuerpos desmembrádos. Asíá erá, lo juro: uná
másácre. Y Gábriel, el ásesino. Yá no se párecíáá en nádá á áquel chico
lleno de suenñ os, que tocábá cuálquier instrumento con el corázoá n
con tál de sátisfácer uá nicámente su cáá ndido deseo de colmár de
muá sicá su vidá. ¿Doá nde hábíáá quedádo áquel muchácho ideálistá
que llevábá su orquestá á tocár grátis á lás escuelás del bárrio párá
ácercár lá muá sicá á los joá venes? Incluso recuerdo el díáá en que
hábiendo terminádo uná esplendorosá presentácioá n de Adiós
Nonino, dáá ndose vueltá bástánte ágitádo, se tomoá tiempo párá
buscárme entre el puá blico y ágrádecerme por háber sido su fiel
compánñ erá. Eso quedoá tán en el pásádo. Ahorá todo erá peor.
¡¿Coá mo pudo hácerme esto?! ¡¿Ponerle á está mierdá mi nombre?!
Es definitivámente el peor regálo que un novio me há dádo jámáá s.
Me imágino que si á uná mádre le cuestá trábájo conmoverse
cuándo su pequenñ o ninñ o extiende sus mános y con los ojos llenos de
ternurá le entregá un pápel lleno de gárábátos sin sentido y
mánchás álborotádás, que no soá lo costáron el silloá n nuevo, sino que
ádemáá s llenáron de mugre váriás porciones del párqueá ; ¿coá mo yo
ibá á presentár álguá n tipo de emocioá n positivá ánte semejánte
mámárrácho, hecho por un ádulto con lás fácultádes cognitivás ál

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díáá, que ni siquierá sálioá de mi vientre y que no se há esforzádo en
meses por cáutivárme de álguná mánerá?
Lás notás se estremecieron indecorosás por uá ltimá vez. El
tercer movimiento llegábá á su fin. El quejido de un violíán ánunciábá
el finál del tormento. El silencio se hizo presente nuevámente y fue
como llegár á lá oxigenádá superficie luego de nádár mediá horá
desde lás profundidádes de uná fosá máriná. Los muá sicos estábán
detenidos áhíá, esperándo álguá n tipo de reáccioá n del puá blico. EÉ l ni
siquierá se hábíáá dádo vueltá. Entonces ocurrioá . Mi sorpresá fue
colosál cuándo lá concurrenciá explotoá en uná encárnádá nebulosá
de irremediáble esquizofreniá. Apláudíáán con un entusiásmo
inusitáble. Uno trás otro se poníáán de pie y golpeábán sus pálmás
cádá vez máá s fuerte, cádá vez máá s ápásionádos, como
retroálimentáá ndose unos á otros. Silbidos eufoá ricos bájábán desde
lás butácás hástá el escenário. No silbidos burlones o
desáprobátorios como yo hubierá esperádo; silbidos de plácer y
sátisfáccioá n, silbidos de ádmirácioá n, de estupor indescriptible. Erá
como si uná turbá irácundá hubierá sido convencidá con uná
pálábrá de que todo su odio debíáá tránsformárse en devocioá n. Erá
uná noche locá de verdád.
Entonces sentíá que yo no entendíáá ábsolutámente nádá. Hástá
sospecheá por un instánte estár equivocádá, ser yo lá que no estábá
cápácitádá párá comprender semejánte obrá máestrá. Me párecioá
uná hipoá tesis poco convincente, sin embárgo tuve que seguir lá
corriente: me puse de pie y ápláudíá, soá lo párá mántener lás
ápárienciás. Gábriel se dio vueltá, hizo uná reverenciá ánte el
puá blico y luego me buscoá con lá mirádá. Yo queríáá desápárecer.
Y áhorá estoy ácáá . Recibiendo lás felicitáciones por uná
páupeá rrimá obrá de lá cuál no tengo ni lá máá s míánimá culpá. Todos
párecen máá s que sátisfechos por lá sorderá premáturá que les hán
provocádo. ¡Les gustoá ! ¡es increíáble! Ni uno se átreve á decirme álgo
negátivo de lá piezá. Pálábrás como “monumentál”, “uá nicá”,
“ámbiciosá” o “perfectá” se deslizán precipitádámente por lás bocás

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de esos cretinos sin ninguá n mirámiento. Es uná situácioá n
insoportáble. ¡Necesito que termine yá!
Cámino por el pásillo del teátro hástá los cámerinos. Un
violinistá en pelotás con uná máyá de He-Mán en lá máno estáá
buscándo su cálzoncillo entre otros tántos interiores ámontonádos
descuidádámente trás el teloá n. Uná chelistá estáá áfinándo su
instrumento (senñ oritá, deberíáá háber hecho eso ántes de lá funcioá n,
¡por dios!). Lá fláutistá responsáble del dispárátádo solo, juegá con
lá bátutá de Gábriel como si fuerá uná báritá máá gicá mientrás otros
ríáen con ellá. Y estoy segurá de háber visto ál piánistá con uná
tristezá profundá en su rostro, que nádie máá s notoá .
Llego hástá un grupo de muá sicos yá cámbiádos, que se felicitán
entre síá incontábles veces. En el medio de ellos estáá eá l. Me detengo y
lo miro un instánte. Su bocá dibujá uná sonrisá níátidá, sin mátices.
Sus mános tiemblán violentámente exáltándo con despárpájo su
emocioá n y orgullo. Su pelo es uná exclámácioá n de su personálidád,
enruládo, desprolijo, como torbellinos desprendieá ndose de su
mente. Su tráje es puro clicheá , con esos párches cocidos
innecesáriámente en los codos. ¡Y párá queá háblár de sus lentes!
Ríáos de tintá podríáán correr sobre el uso de los ánteojos en lá
postmodernidád.
Luego de vácilár un instánte me ármo de válor y cámino hástá
eá l. Antes de tiempo, eá l notá que me áproximo. Pide disculpás ál resto
como si fuerá de lá noblezá y se ádelántá hástá míá con íámpetu. Me
tomá de lá cinturá y, ántes de que puedá decir nádá, me ábrázá. Su
cuerpo párece desplomárse por completo sobre el míáo, como
buscándo uná contencioá n ánheládá por horás. Puedo sentir su
felicidád en lá ternurá de sus mános, en lá fuerzá de sus brázos, en
su frente colgádá en mi hombro. Yo no lo ábrázo, no puedo, no
puedo ni doblár el cuerpo por lá formá en lá que eá l me estrujá.
Luego se ápártá unos centíámetros pero sin soltár mi cinturá y me
mirá con sus ojos impácientes, con esá mirádá frescá y áfectuosá
que desenváiná soá lo conmigo. Humedece sus lábios, prepárá su
gárgántá. Estáá á punto de decir álgo.

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─¿Queá te párecioá ?
Titubeo incontenible. Todá está noche há sido espántosá. Y
todá está noche espántosá há sido prepárádá duránte un ánñ o y
medio espántoso. EÉ l no se há dádo cuentá, no há tenido ni el menor
repáro en lá distánciá que há plásmádo entre nosotros por
dedicárse á está estuá pidá obrá. Lo miro, intento compádecerme,
pero no puedo. Mi mente quiere desembuchár á gritos uná voráá gine
de pálábrás hirientes. Mi cuerpo estáá listo párá sácárse de encimá el
peso que lo há entorpecido todo este tiempo. Mi corázoá n láte con
tántá violenciá que podríáá sálir dispárádo de mi pecho en cuálquier
momento. Mi bocá estáá listá párá dispárár.
─Gábriel, tenemos que háblár.

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UN MOTIVO PARA SONREÍR

Un muá sico espánñ ol átáscádo en su improductividád, recorre lá


Rutá 40 buscándo álgo de inspirácioá n. Su coche, un Yugo ámárillo
del 82, se quedá sin combustible en mitád del cámino entre
Animánáá y Cáfáyáte, en lá provinciá árgentiná de Sáltá. Fástidiádo,
debe recorrer cinco kiloá metros á pie hástá lá estácioá n de servicio
máá s cercáná. Mientrás llená su bidoá n rojo con lá náftá máá s bárátá
del mercádo, ve llegár uná Hilux mánejádá por uná mujer que
excede por demáá s los estáá ndáres de bellezá ácostumbrádos por
áquel espánñ ol. Impáctádo ánte tál ápáricioá n el muá sico comienzá á
cáminár háciá lá cámionetá sin siquierá pensárlo un segundo,
mientrás el bidoá n rojo derrámá su comburente gásoliná por el suelo
de lá estácioá n. Cuánto máá s se ácercá, máá s pátente le resultán lás
innumerábles virtudes de áquellá mujer. Sus cábellos rubios se
átormentán con el viento intránsigente del veráno sáltenñ o. Su
beligeránte mirádá se disuelve en un horizonte invisible. Sus lábios
se entremezclán con los rojos látidos del sol. Lás gotás de sudor
distribuidás por su cuerpo párecen deliberádámente dibujádás con
pincel en rincones especíáficos de su piel párá decorár lás páráá bolás
de su figurá. Su respirácioá n es ejemplár: su bocá yáce á penás
ábiertá párá tomár lás bocánádás míánimámente necesáriás del
cáá lido áire punenñ o, inflándo su pecho con sutilezá ánte lá feá rreá
ánñ oránzá de vidá. Su exhálácioá n, por otrá párte, exháustivá,
prolongádá, ríátmicá, lá desinflá lentámente hástá comprimirse en

37
ellá mismá. Resultá imposible no enloquecer por hástá el máá s
míánimo de sus detálles.
El muá sico sigue ávánzándo, hipnotizádo por semejánte
epifáníáá. Cuándo yá estáá á unos pásos de lá Hilux, lá mujer se
recuestá sobre su ásiento, dejándo ver, del ládo del copiloto, ál
gálánte hombre que lá ácompánñ á. Párá cuándo el muá sico lográ
percátárse de lá sortijá que ámbos lleván en su dedo ánulár, yá estáá
demásiádo cercá de lá cámionetá. Lá mujer, que sonríáe ánte álguá n
átinádo comentário de su coá nyugue, ve háciá el costádo párá
descubrir ál muá sico, párádo justo ál ládo de lá puertá de su áuto. Ellá
lo mirá y, ántes de que eá l puedá árticulár álguná síálábá consecuente,
lá joven le dispárá uná ámáble sonrisá ál petrificádo muá sico. Luego
repone:
─Buen díáá. ¿Premium, podráá ser?
El muá sico sigue inmoá vil, con lá máá s ábsurdá y páteá ticá cárá
dibujádá en su rostro. Lá mujer insiste, mánteniendo siempre lá
ámábilidád y uná finá sonrisá.
─¿Me escuchá? ¿Nos podráá cárgár náftá? ─insiste, ánte lá
ápárente incomprensioá n del muá sico.
EÉ l ápenás reáccioná párá ásentir con lá cábezá. Cáminá medio
metro hástá el surtidor, tomá lá pistolá y comienzá á cárgár
combustible á lá Hilux. Mientrás llená el tánque áuá n puede escuchár
á lá párejá diálogándo dentro del áuto.
─¿Queá le pásá á ese tipo? Es medio ráro ─dice el hombre.
─No seás málo… ¡Te quiero ver á vos trábájándo ácáá ! ─bromeá
lá mucháchá.
Ambos conversán y ríáen mientrás el muá sico espánñ ol llená el
tánque de combustible. Uná vez que terminá, se ácercá nuevámente
á lá ventánillá del conductor con sus ojos fijos en el suelo. El hombre
del áuto se incliná háciá lá ventánillá y preguntá:
─¿Cuáá nto le debo?
─Trecientos ochentá y cinco pesos ─responde con urgenciá el
muá sico.

38
─¡Pero queá cáro! ─bromeá el hombre del áuto y se recliná párá
buscár dinero en su billeterá.
Lá mujer se ádelántá:
─Tome 400 y queá dese con el vuelto.
Lá mujer extiende su máno con el dinero á tráveá s de lá
ventánillá del áuto, siempre con uná ámáble sonrisá clávádá en su
rostro. El muá sico levántá lá cábezá y cruzá su mirádá con áquellá
mujer. Nuncá hubierá podido prever el cimbronázo que le ibá á
propiciár cruzárse con áquellos ojos. Se hunde por completo en
áquel verde cristálino ábrásádor, zámbulleá ndose como en un ríáo
átestádo de vertiginosos ráá pidos. El instánte se vuelve eternidád. El
muá sico levántá su máno párá tomár el dinero, áunque soá lo puede
pensár en el roce cásuál de sus dedos con los de ellá. Llegándo por
fin sus mános á comunicárse en ese intercámbio efíámero de dinero,
lá piel de áquel espánñ ol se erizá hástá dejár sus pelos ríágidos, como
si hubierá sufrido un shock eleá ctrico. Entonces el muá sico por fin
sonríáe.
─¡Gráciás! ─le dice á lá mujer mientrás ácercá el dinero hástá
su pecho, sin ápártár lá mirádá de sus ojos.
─De nádá ─responde ellá, mientrás árráncá el áuto párá
continuár su viáje.
El muá sico sigue con lá mirádá áquellá Hilux hástá que
desápárece en el horizonte infinito de lá Rutá 40. Su corázoá n láte
con uná ferocidád indoá mitá. Soá lo luego de unos minutos su cuerpo
lográ reáccionár. Sále corriendo hástá lá cábiná telefoá nicá máá s
cercáná y llámá á su representánte.
─¡Tengo uná ideá párá uná cáncioá n! Prepáráá todo. En uná
semáná estoy álláá .
Esá cáncioá n álcánzáráá tántá fámá que lográráá volver á cruzár el
Oceá áno Atláá ntico y regresár á su páíás de origen. Allíá, en un bár de Lá
Tábládá en lá provinciá de Buenos Aires, un joven divisáráá á uná
mucháchá bebiendo solá á lá orillá de uná mesá de pool. El joven,
poseíádo por lá noche, lá brutál bellezá de lá joven ánte sus ojos y lá
fáltá de decoro que le produce el álcohol en su sángre, se ácercáráá

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despácio á lá chicá párá entáblár conversácioá n. El desintereá s de lá
mucháchá por ser cortejádá y lá fáltá de ástuciá del vároá n párá
improvisár árgumentos que hágán fluir lá conversácioá n páreceráá n
echár por tierrá cuálquier posibilidád de dárles á estos dos joá venes
uná oportunidád de entrecruzár sus destinos. Sin embárgo, en ese
mismo instánte, comenzáráá á sonár en lá viejá rockolá del bár lá
cáncioá n de áquel muá sico espánñ ol.
─¡Me encántá está cáncioá n! ─diráá el joven involuntáriámente,
como si lás pálábrás se le hubierán escápádo de lá bocá.
No podráá evitár moverse un poco ál ritmo de lá muá sicá, cási se
podríáá decir que báiláráá . Lá mucháchá levántáráá lá mirádá y por
primerá vez observáráá ál joven con átencioá n. Estudiáráá sus ojos un
lápso prolongádo de tiempo, ál líámite justo de lá incomodidád. Los
ánálizáráá , como leyendo uná extensá biográfíáá en ellos. Luego dejáráá
su váso de Fernet sobre lá mesá de pool y colocáráá sus mános sobre
los hombros del joven, dejándo envolver su cuerpo por lá suáve
melodíáá de áquellá sencillá cáncioá n. Tomáráá áire, cláváráá sus ojos
sálvájemente en los del joven y sonreiráá diciendo:
─A mi támbieá n me gustá mucho.
¿Y vos me preguntáá s por queá sonríáo?

Un joven vuelve de su trábájo á visitár á su noviá. Es 14 de


Febrero, pero ámbos hábíáán concordádo en lo estuá pidá y comerciál
que erá esá fechá, por lo que no se regáláríáán nádá. Soá lo cenáríáán y
dormiríáán juntos en su pequenñ á cámá individuál.
Mientrás mánejá, el joven se distráe un segundo párá ver en el
celulár los mensájes de su noviá sin dárse cuentá que el conductor
de lá cámionetá bláncá de ádelánte debe pisár el freno de imprevisto
párá evitár átropellár á un ciclistá que se le cruzá de lá nádá. Cuándo
el joven vuelve á álzár lá mirádá ve lá cámionetá inerte delánte suyo
y pisá eá l támbieá n el freno lo máá s fuerte que puede.
Lámentáblemente eá l no lográ frenár á tiempo ánte lá repentiná
mániobrá, dándo como resultádo un fuerte impácto entre ámbos
áutos y un celulár destrozádo.

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El conductor de lá cámionetá se bájá álgo álterádo mientrás el
joven tiemblá de nervios. ¡Ni siquierá tiene el seguro ál díáá!
─Nene, ¿queá hiciste? ─le recriminá el hombre de lá cámionetá
bláncá.
─No... disculpemeá . No llegueá á frenár ─responde el joven con
voz temblorosá.
El hombre de lá cámionetá mirá su vehíáculo y ve como lá párte
tráserá quedoá destruidá con uná fácilidád inverosíámil, dejándo lás
luces colgándo, con los cábles expuestos; mientrás el áuto del joven
se encuentrá sorprendentemente ileso.
─¡Uy, encimá tengo que terminár está entregá...! Bueno dále,
pásáme los dátos del seguro ─el chico se quedá tieso, ni siquierá
puede formulár en su cábezá lo que debe decir ─. ¿No me digás que
no teneá s seguro? ─lá preguntá erá tán retoá ricá que el hombre de lá
cámionetá se llevá sus mános á lá cárá ántes de poder terminár de
formulárlá ─¿Ahorá queá hágo con lás flores?
─¿Flores? ─repite el joven.
─Síá, soy duenñ o de uná floreríáá. Estábá háciendo lás entregás de
Sán Válentíán. Pero si sálgo con lá cámionetá ásíá me vá á párár lá
cáná. ¡Y si no entrego todo esto hoy voy á perder un montoá n de
guitá!
El floristá recuestá su cuerpo sobre lá cámionetá bláncá con
resignácioá n. Párece máá s preocupádo por perder su clientelá que por
el áccidente en síá. El joven piensá por un instánte hástá que uná ideá
surge en su mente. Nuncá ántes sintioá tener uná ideá tán clárá y
brillánte en su vidá.
─Yo lo llevo.
─¿Queá ?
─Yo lo llevo. Cárgámos todo en mi áuto y lo entregámos.
El floristá ríáe ánte tál propuestá, pero el joven insiste.
─Dele, yo lo áyudo ─dice mientrás se ácercá ál hombre de lá
cámionetá. Luego lo mirá fijo á los ojos ─. Pero me dejá que le págue
el árreglo en cuotás.

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El floristá dudá. Luego sonríáe.
─Tráto hecho ─repone, estrecháá ndole lá máno ál joven.
Entre los dos cárgán como pueden todos los árreglos floráles,
mácetás y rámos en el áuto del intreá pido joven. Recorren juntos lá
Ciudád de Buenos Aires de norte á sur, de este á oeste. Rosás,
hortensiás, tulipánes, dáliás, lirios, cláveles y hástá nárcisos son
entregádos de puertá en puertá á lá máá s ámpliá váriedád de dámás
portenñ ás.
El sol se pone mientrás ámbos terminán lá impetuosá lábor.
─Se nos estáá háciendo tárde. ¿Vos no teneá s plánes pibe?
─interrogá el floristá ál joven.
─Síá, pero nádá importánte. Ademáá s nos fáltá entregár esás
flores rosás.
El floristá mirá átráá s en el áuto y luego lánzá uná cárcájádá.
─¡Son orquíádeás color mágentá! Son muy rárás... ─háce uná
prolongádá páusá párá pensár y luego formulá ─¿Por queá no te lás
quedáá s vos? Párá tu noviá...
─No. No se preocupe. Decidimos no regálárnos cosás párá Sán
Válentíán. Es mediá tontá lá fechá.
El floristá le lánzá uná mirádá ál joven, como compádecieá ndose
de eá l. Luego formulá:
─No importá que fechá seá. Todos los díáás son uná oportunidád
de hácer álgo bueno por lá personá que ámáá s.
Esá noche el joven llegáráá muy tárde á cásá. Su noviá se hábráá
preocupádo muchíásimo por eá l. De lá preocupácioá n hábráá pásádo ál
enojo, y del enojo ál llánto, imáginándo lás peores posibilidádes. Sin
embárgo, cuándo eá l toque el timbre del depártámento, ellá sáldráá
corriendo con frenesíá á su encuentro. El joven sostendráá en su máno
uná mácetá de orquíádeás color mágentá y presentáráá en su rostro lá
mismá sonrisá inocente con lá que ácostumbrá ápárecer siempre
frente á ellá. Al verlo, tán desfáchátádo y dulce como siempre, ellá
desáceleráráá su márchá párá dilátár un instánte máá s el momento de
su encuentro y poder grábár en su retiná áquellá cárinñ osá imágen.

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Cuándo yá esteá frente á eá l, lo átrávesáráá con su mirádá. Luego
observáráá lá plántá.
─Mágentá... es mi color fávorito, ¿sábíáás?
Ambos sonreiráá n y se disolveráá n en un beso fervoroso. Esá
noche se decláráráá n ámor por primerá vez.
¿Y vos me preguntáá s por queá sonríáo?

El empresário álemáá n Ludwig Bloch erá de áquellos hombres


que soá lo viven párá el trábájo. Su uá nicá preocupácioá n erá expándir
su imperio comerciál. Solíáá pásár lás horás de su díáá reunieá ndose
con posibles inversionistás, viejos ácreedores, disenñ ádores de
publicidád muy modernos, ábogádos de todo cálibre, contádores
que sábíáán hácer desápárecer nuá meros máá gicámente, árquitectos,
ingenieros, teá cnicos y gente de lá máá s váriádá reputácioá n y oficio. Se
concentrábá tánto en su táreá que cási nuncá átendíáá su celulár. Y
cási nuncá estábá en su oficiná. Su secretáriá, Frederiká, siempre
teníáá que perseguirlo por los distintos edificios de su compánñ íáá párá
poder dárle álguá n recádo.
Y vivioá de está mánerá hástá áquel fátíádico 15 de Noviembre de
2001. Aquel díáá hábíáá álmorzádo con el gerente de lá compánñ íáá rivál
párá ácordár álgunás míánimás reglás de competenciá. Luego pásoá
un buen ráto con su contádor, intentándo que los bálánces tuvierán
álguá n sentido párá el fisco. Por uá ltimo, se dirigioá á lá obrá del
edificio nuevo párá supervisár el árreglo de los ductos de águá que
estábán teniendo pequenñ ás peá rdidás. Mientrás átrávesábá los
chárcos bájo lás enormes cánñ eríáás, esquivándo turgentes goterás
junto ál contrátistá y el plomero responsábles de lá obrá, pudo
escuchár á lo lejos el eco que producíáá el repique veloz y firme de
los tácos áltos en los zápátos de lá senñ oritá Frederiká. Hástá ese díáá,
verlá envueltá en este tipo de situáciones lo hábíáá divertido
muchíásimo.
─Senñ or... ¡Senñ or! ─trátábá de reclámár su átencioá n lá joven
secretáriá.

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Al ver que Ludwig intentábá ignorárlá y álejárse de ellá, ápuroá
el páso hástá pártir el tácoá n del zápáto en el embárrádo suelo del
edificio en obrá. Frederiká hizo un váno esfuerzo por hácer
equilibrio y no terminár en el piso, pero su golpe fue tán fuerte que
ninguno de los hombres que estábán con Ludwig pudo ignorárlo.
Ludwig y el resto de lá comitivá se volteoá y se dirigioá á ellá. El
empresário no podíáá evitár sonreíár burlonámente ál ver á su
secretáriá revolcádá en el enlodádo suelo.
─Senñ oritá Frederiká... discuá lpeme, no lá hábíáá visto ─entonoá
Ludwig ─. ¿Queá lá tráe á este chárco? ─preguntoá sátíáricámente
mientrás lá áyudábá á levántárse.
Lá secretáriá se reincorporoá . Ni se preocupoá por su ropá
totálmente embárrádá, soá lo miroá á Ludwig consternádá y bálbuceoá .
─Senñ or... su esposá...

Despueá s del funerál, Ludwig no hábíáá vuelto á levántárse de su


cámá nuncá. A penás hábíáá podido comer o dormir. Seguíáá en estádo
de shock, áturdido por el mándáto del destino y el bullicio de su
mente incriminádorá. Estábá ábátido por lá culpá de no háber
podido estár con ellá, con lá mujer que hábíáá ámádo, en sus uá ltimos
minutos de vidá. Si tán soá lo hubierá átendido el teleá fono... quizáá s
hubierá llegádo ál hospitál á tiempo párá despedirse de ellá.
Dos meses hábíáán pásádo. Dos meses, hástá el díáá que áquellá
rátá entroá á su hábitácioá n. Ludwig lá vio escábullirse por lá ventáná
y átrávesár velozmente el párqueá . Lá vio subirse á lá sillá y trepár
con destrezá el ármário. Lá vio dudár á lá orillá de áquel álto mueble
y sáltár hástá lá coá modá. Y lá vio reposár en lá coá modá con
insolenciá, en esá coá modá donde su esposá solíáá sentárse párá
peinárse, donde se probábá los vestidos que Ludwig ásiduámente
insistíáá en obsequiárle, donde lá hábíáá visto sonreíár por uá ltimá vez.
El sácrilegio de lá rátá fue demásiádo. Ludwig golpeoá lá cámá y
lá páred intentádo espántár ál ánimál. Al ver que no reáccionábá
ánte táles ámenázás quiso gritár, pero lá fáltá de práá cticá de lá que
uá ltimámente gozábán sus cuerdás vocáles dio como resultádo soá lo

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un leve murmullo que no logroá imponer el máá s míánimo respeto. Sin
máá s opciones, Ludwig quitoá lás frázádás que cubríáán sus piernás y
se levántoá de su cámá de un sálto, enfurecido con lá náturálezá
muá ridá de áquel feá tido ánimál. Sus pies en el piso támbáleáron:
hácíáá mucho tiempo que no usábá sus piernás. Ayudádo por lá cámá
y los muebles se sostuvo en pie y logroá ávánzár unos metros. Luego
tomoá lá espádá que decorábá el pie del cátre y, sin desenfundárlá
siquierá, quiso átinár de un golpe ál peá rfido roedor. El golpe no logroá
ser certero en su cometido, pero provocoá un suceso áuá n máá s
espectáculár. Mientrás lá rátá huíáá por lá ventáná de lá hábitácioá n, el
impácto de lá espádá hizo que el cájoá n de lá coá modá se ábrierá. De
állíá, uná cájitá de muá sicá de máderá sálioá volándo hástá los pies de
Ludwig. De repente el cilindro de lá cájá musicál comenzoá á girár y
sus pequenñ os pinchecitos golpeáron contrá el cepillo de metál
produciendo á cádá páso lá notá justá de lá melodíáá exáctá párá
colmár de lá máá s delicádá meláncolíáá cádá rincoá n de lá hábitácioá n
de Ludwig. El empresário se inclinoá levemente párá recoger el
ártefácto y, cuándo lo tuvo frente á sus ojos, no pudo contener el
llánto. Le pidioá perdoá n uná vez máá s á su esposá por háberlá
ábándonádo tántos ánñ os, por no háber estádo con ellá lo suficiente,
por no háber compártido y dedicádo su vidá á ellá y soá lo á ellá. Se
desplomoá en el piso y lloroá lo que duroá áquellá dulce melodíáá.
Cuándo lá melodíáá finálizoá , Ludwig secoá sus láá grimás con su
bátá de sedá y miroá devueltá lá cájitá musicál. En ellá pudo
distinguir uná hojitá de pápel dobládá, encástrádá entre lás solápás
de máderá del ártefácto. Lá sácoá con cuidádo y lá desdobloá párá
encontrár en ellá lá preciosá cáligráfíáá de su esposá. Erá uná listá,
pero no cuálquier listá. Se titulábá: “Cosás que hácer ántes de
morir”. Al leer esto, Ludwig lloroá por uá ltimá vez.

Ludwig hábíáá pásádo los uá ltimos ánñ os de su vidá cumpliendo


los distintos encárgos que figurábán en lá listá de su esposá. Hábíáá
cenádo en un restáuránte de Páríás donde se podíáá ver lá luná y lá
Torre Eiffel por lá mismá ventáná; hábíáá hecho el Cámino del Incá

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duránte siete díáás y siente noches hástá el Máchu Picchu; hábíáá
áprendido á tocár el piáno con lá concertistá Alexándrá Blumen;
hábíáá nádádo con tiburones en Cáncuá n, visitádo lá Cápillá Sixtiná y
lás piráá mides de Guizá. Hástá hábíáá cumplido lás encomiendás máá s
simples, como reíár hástá llorár en el cine o cántár á lá gorrá en un
subterráá neo hástá recolectár lo suficiente párá poder comprár lá
cená. Su empenñ o lo lleváríáá hástá Argentiná. Allíá cumpliríáá otro
suenñ o de su esposá: visitár el fáro del fin del mundo, en Tierrá del
Fuego.
Se dejoá envolver por áquel desoládor páisáje, ál líámite mismo
de lá reálidád. El fríáo vencíáá su cuerpo y el ruido del águá
rompiendo en lás rocás golpeábá sus oíádos con inclemenciá. Sácoá de
su cámperoá n lá listá. Se quitoá con los dientes el guánte derecho y
tomoá de su bolsillo el láá piz negro que lo hábíáá ácompánñ ádo duránte
todo el viáje. Pásoá , como pudo, el láá piz sobre un íátem máá s de lá listá
y vio todás lás táreás táchádás, menos uná: áprender á volár un
ávioá n. Entonces Ludwig decidioá que no volveríáá á Alemániá,
áprenderíáá á volár állíá mismo, en Argentiná.

El 15 de Noviembre de 2006 Ludwig se encuentrá en un bár á


lás áfuerás de Rosário bebiendo en honor á su esposá. Está noche
deberíáá estár reálizándo su uá ltimo vuelo de práá cticá ántes de
obtener lá licenciá de piloto, pero no podráá volár: uná tormentá
ázotá como nuncá lá ciudád. Justo ántes de poder finálizár su tercer
trágo de Heineken, el celulár del hombre sentádo junto á eá l en lá
bárrá comienzá á sonár fuertemente.
─Holá, ¿holá?... No te escucho ─el hombre gritá intentándo
entenderse con su interlocutor ─. ¿Coá mo?... No... Síá... ¡¿Queá ?! ─ el
hombre desconocido quedá páá lido frente á lá mirádá confundidá de
Ludwig ─¡¿Coá mo que estáá en trábájo de párto, si teníáá párá dentro
de un mes?!
Ludwig sigue átentámente con lá mirádá á áquel hombre. Su
voluble comprensioá n del espánñ ol es suficiente párá entender lo que

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estáá pásándo. El extránñ o se lánzá desesperádo contrá el bármán
preguntáá ndole coá mo llegár á lá terminál.
─¡Por fávor senñ or! Mi esposá vá á dár á luz y no me lo puedo
perder. ¡Tengo que ir á Buenos Aires yá! Por fávor, ¡áyuá deme!.
Al ver esto, Ludwig se pone de pie golpeándo lá mesá, vácíáá de
un sorbo su trágo y se dirige á áquel desconocido con uná mezclá de
espánñ ol, álemáá n y álcohol en su voz:
─¡Yo lo lleváreá á Buenos Aires!
─Gráciás senñ or, pero con ir á lá terminál estáráá bien, de áhíá me
tomo un micro y... ─repone el extránñ o mientrás buscá dinero en su
billeterá.
Ludwig lo detiene.
─No dinero. Yo lo llevo á Buenos Aires. Tengo ávioá n.
El extránñ o piensá por un instánte que se trátá de álguná cláse
de bromá, pero ál ver ál álemáá n dirigirse firmemente háciá lá puertá
de sálidá del bár, decide seguirlo. Cáminán bájo lá implácáble
tormentá por un descámpádo. Quizáá s lá desesperácioá n del extránñ o
por llegár á Buenos Aires y ver á su esposá es lo uá nico que le
permite átrávesár los mátorráles junto á Ludwig. Su juicio,
ábsolutámente nubládo, le impide dár cuentá de lá insensátez de lá
áccioá n que estáá á punto de reálizár y del terror que cuálquier otro
ser humáno sentiríáá ánte uná situácioá n similár. En medio del cámpo,
uná viejá ávionetá Cessná 172 descánsá solemnemente. Un ráyo lá
iluminá un instánte y en ellá se puede vislumbrár soá lo uná pálábrá:
“Viktoriá”.
─El nombre de mi esposá ─se ádelántá á reponer Ludwig ánte
lá mirádá átoá nitá del extránñ o.
Asíá es como áquel extránñ o conoceráá lá historiá de Ludwig. Y ásíá
es como tendráá el viáje máá s terroríáfico de su vidá, con un piloto
álemáá n nováto y álcoholizádo, átrávesándo con imprudenciá uná de
lás tormentás máá s terribles que ázotáráá lá regioá n. Pero el extránñ o
podráá llegár á Buenos Aires y ásistir ál nácimiento de su hijá.

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Con lá bebeá yá en brázos, eá l y su esposá se dáráá n cuentá de que
áuá n no hán decidido el nombre párá su hijá. El extránñ o miráráá á lá
bebeá y recordáráá á áquel temerário álemáá n.
─¿Queá te párece: “Victoriá”?
¿Y vos me preguntáá s por queá sonríáo?

Hoy cumplimos cincuentá ánñ os de cásádos. Nuestros áhorros


se márchitáron con el desgáste del tiempo y nuestrá jubilácioá n
ápenás álcánzá párá los medicámentos. Mucho menos párá dárte lá
fiestá que te mereceá s por háber estádo conmigo á lo lárgo de todos
estos ánñ os, de progresos y retrocesos, idás y vueltás, locurás,
conflictos, dudás y ámor. Pero está noche nuestrá hijá nos tiene uná
sorpresá. En un sáloá n elegánte, decorádo con orquíádeás color
mágentá, nuestrá fámiliá y nuestros ámigos nos brindán uná cená en
honor á nuestrá unioá n. Nos sirven nuestros plátos preferidos,
háciendo cáso omiso, ál menos por uná noche, de lás prescripciones
meá dicás que oprimen nuestrá dietá. Nos deleitán con nuestrás
cánciones fávoritás. Hástá nos proyectán un video de recuerdos de
nuestrás vidás ántes y despueá s de hábernos conocido. ¿Quieá n dijo
que el tiempo pásá volándo?
Miro á mi álrededor y veo á nuestrá hijá Victoriá con su esposo,
sus hijos, ¡nuestros nietos! Veo á viejos ámigos que áuá n nos
ácompánñ án, y pienso con tristezá y álegríáá entremezcládás en
áquellos que yá se hán ido. Miro lá decorácioá n, los vestidos y los
trájes. Miro lás sonrisás, y siento que puedo ver lá formá de ser del
tiempo mismo. En los párlántes del sáloá n suená áquellá viejá
cáncioá n con lá que nos conocimos en un bár háce cási sesentá ánñ os.
Tomáá s mi máno con lás dos tuyás, como siempre ácostumbráá s.
Percibo en tus ojos áquel brillo cristálino de vidá átrávesándo los
míáos y, con uná curiosidád inocente, me preguntáá s por queá sonríáo.
─Mi mundo es perfecto.

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MR. TIBBETS

Lá álármá del reloj sonáráá exáctámente á lás seis y mediá de lá


tárde y Mr. Tibbets se levántáráá con resolucioá n de su cámá. Se
sentáráá en el borde y reálizáráá unás flexiones con su cuello, primero
de derechá á izquierdá, luego de átráá s háciá ádelánte. Mr. Tibbets no
requeriráá de máá s áyudá párá estár perfectámente despierto.
Posteriormente ácercáráá sus pies á lás pántuflás que colocoá
especíáficámente en ese ládo de lá cámá ántes de su cotidiáná siestá y
se lás cálzáráá , comenzándo siempre por lá derechá. Uná vez bien
cálzádás lás pántuflás, se levántáráá recto de lá cámá y dáráá dos
pásos, quedándo frente á lá puertá del bánñ o. Despueá s de ábrirlá con
determinácioá n, Mr. Tibbets entráráá dispuesto á colocárse frente ál
retrete párá hácer sus necesidádes sánitáriás.
Uná vez que se háyá lávádo muy bien lás mános, ábriráá el
primer cájoá n del mueble de su cuárto y sácáráá uná musculosá
bláncá impecáble, dejáá ndolá perfectámente dobládá en el borde
izquierdo de su cámá, frente ál bánñ o. Luego sácáráá un pántáloá n del
segundo cájoá n y un cálzoncillo y mediás del tercero. Mr. Tibbets
siempre verificá que háyá uná toállá limpiá colgádá ál ládo de lá
duchá ántes de entrár á bánñ árse dádo que no es de su ágrádo
deámbulár desnudo por lá cásá, exhibiendo innecesáriámente sus
verguü enzás máá s de lo debido. Recieá n áhíá estáráá dispuesto á ábrir el
grifo y meterse inmediátámente bájo el águá. Mr. Tibbets nuncá

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esperá que el águá tome uná temperáturá máá s ámená: el águá no es
álgo que debá desperdiciárse por complácer gustos tán delicádos.
Despueá s de háberse lávádo bien cádá párte de su cuerpo sin
tocár por demáá s ninguná, Mr. Tibbets cerráráá el grifo y estiráráá su
máno fuerá de lá duchá párá álcánzár lá toállá. Se secáráá bien fuerte
el pelo, los hombros, lás áxilás, los brázos, el torso y lá cinturá.
Pásáráá su toállá con precisioá n por su entrepierná y entre los dedos
de sus pies y mános, pues no estáá en los plánes de Mr. Tibbets tener
hongos en un futuro cercáno.
Mr. Tibbets evitáráá permánecer mucho máá s tiempo desnudo. Se
ácercáráá hástá lá cámá donde dejoá prepárádá su ropá y se colocáráá
con medidá urgenciá el cálzoncillo y lá remerá. Volveráá entonces ál
bánñ o párá continuár su áseo. Cuándo Mr. Tibbets se párá frente ál
espejo del bánñ o sábe siempre con plená concienciá donde se
encuentrá cádá ártefácto requerido. Sobre el espejo, bien á lá
derechá, en un lugár donde el ojo humáno normál no llegáríáá jámáá s,
se encuentrá un váso con dos utensilios dentro: lá návájá de áfeitár
de Mr. Tibbets y uná brochá. Este díáá es de enorme importánciá,
probáblemente un díáá histoá rico, por lo que procuráráá que su
áfeitádá quede perfectá. Del cájoá n que se encuentrá justo ál ládo del
lávábo, Mr. Tibbets sácáráá el ásentádor de cuero y el pote de cremá
de áfeitár. Mojáráá con un poco de águá lá brochá y lá pásáráá por lá
cremá. Luego se llenáráá lás pártes de su cárá que considere
requierán ser áfeitádás con lá espumá que considere seá suficiente,
sin generár demásiádá, porque, como su pádre le dijo uná vez,
“áfeitárse no es un juego, muchácho, es lo que háce á un hombre un
cábállero”. Por eso cuándo Mr. Tibbets se áfeitá es el momento del
díáá en que menos sonríáe.
Mr. Tibbets engáncháráá el ásentádor ál grifo y lo estiráráá con
fuerzá párá áfilár su návájá. Entonces procederáá á áfeitárse. Cuándo
termine, se láváráá bien lá cárá y lás orejás. Deberáá tener cuidádo de
que ninguná inescrupulosá mánchitá bláncá quede en su cárá, en su
cuello o en su ropá. Luego verificáráá nuevámente que lá áfeitádá
háyá quedádo impecáble, dejándo su tez perfectámente deseá rticá.

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Cuándo todo esto esteá superádo, tomáráá el cepillo de dientes con su
máno derechá y lá pástá dentál con su máno izquierdá. Apretáráá el
pomo deslizáá ndolo suávemente sobre el cepillo, dejándo siempre
áproximádámente lá mismá cántidád de pástá. No es álgo que Mr.
Tibbets cálcule necesáriámente, no es que seá un obsesivo.
Simplemente es álgo que terminá pásándo cuándo lá vidá se vuelve
tán rutináriá como lá vidá de Mr. Tibbets.
Mr. Tibbets es un hombre que gozá de uná sálud y uná fuerzá
oá ptimás, incluso superiores á lás promedio. Por eso es normál que
no sientá dolor, ni sángre ál lávárse los dientes con semejánte
vehemenciá. Luego de hácerse reiterádás gáá rgárás escupiráá todo en
el lávámános, limpiáráá su cárá por si quedásen rástros de pástá
dentál, limpiáráá el lávámános, volveráá á lávárse lás mános y se lás
secáráá con uná pequenñ á toállá. Posteriormente miráráá el bánñ o párá
verificár que todo esteá perfectámente iguál de limpio que ántes de
que eá l lo usárá.
Siendo yá lás seis y cuárentá y cinco, Mr. Tibbets termináráá de
vestirse. Todo lo reálizáráá con cierto grádo de solemnidád:
ábotonárse lá cámisá, ájustárse lá corbátá, enderezárse el pántáloá n,
cálzárse lás botás negrás y ánudáá rselás con firmezá, perfumárse un
poco, no demásiádo, no necesitá destácár. Mr. Tibbets no pierde el
tiempo en cosás tán bánáles como jugár, báilár, conquistár á uná
chicá, divertirse, cántár, reíár, disfrutár. Es un hombre responsáble,
con los objetivos bien cláros.
Uná vez termine de vestirse se quedáráá un instánte sentádo en
lá cámá. Ese díáá tiene álgo en párticulár. Miráráá por lá ventáná, pero
el sol le molestáráá lo suficiente como párá desistir de semejánte
contemplácioá n. Luego miráráá lá mesá de luz. Lá foto de su mádre se
destácáráá por sobre el resto de lás imáá genes. Es uná foto ántiguá,
ellá erá tán joven, tán hermosá. Mr. Tibbets tomáráá el márco unos
segundos. Contempláráá á su mádre con devocioá n. Lá sentiráá á su
ládo, sentádá junto á eá l como cuándo erá un ninñ o, sonriendo,
llenándo de esperánzás su vidá. Ni uná pizcá de emocioá n ásomáráá
por lá áusterá cárá de Mr. Tibbets. Mr. Tibbets nuncá se átreveríáá á

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llorár, no es ninguá n máricoá n. Su rostro seguiráá firme, resuelto, lleno
de orgullo. Tomáráá su cárpetá sobre lá repisá, se ácercáráá hástá lá
puertá de sálidá y extenderáá su máno hástá lá perillitá de plátá. Pero
álgo lo detendráá . Es álgo insoá lito que Mr. Tibbets dude. Miráráá
nuevámente lá pequenñ á mesitá de luz y, por primerá vez en
muchíásimo tiempo, titubeáráá un instánte. Luego se volveráá sobre sus
pásos, dejáráá lá cárpetá sobre lá repisá, se sentáráá en lá cámá y
desármáráá el márco de lá foto de su mádre. Tomáráá lá fotográfíáá y lá
guárdáráá dobládá en el bolsillo izquierdo de su cámisá, junto á su
corázoá n. Apoyáráá los restos del márco álborotádámente sobre lá
mesá de luz, pero seráá mucho máá s desorden del que Mr. Tibbets este
dispuesto á soportár. Volveráá á ármár el márco, áhorá sin lá foto que
solíáá conservár, y por fin estáráá listo párá sálir.
Mr. Tibbets átrávesáráá el járdíán á lás siete en punto. Su frente
siempre estáráá áltá y, su páso, firme. Reluciráá sus botás militáres que
hán sido lustrádás con esmero lá noche ánterior. Cruzáráá todo el
sendero hástá llegár á lá puertá de sus oficinás, donde un soldádo le
dáráá el sáludo militár y le ábriráá lá puertá. Allíá dentro lo estáráá
esperándo su secretário, otro oficiál, pero de menor rángo. Luego de
los sáludos protocoláres, Mr. Tibbets le dáráá á su secretário lá orden
¡descanse!. Esto no significáráá que el secretário podráá descánsár, irse
á dormir, sálir á jugár báloncesto o hámácárse en su sillá con sus
mános en lá nucá y lás piernás sobre el escritorio. Solámente
significá que el secretário podráá modificár su posturá de saludo á
uná posturá de trabajo en el papeleo.
Luego de unás horás de reálizár este tipo de táreás por párte de
ámbos, el teleá fono de lá oficiná de Mr. Tibbets sonáráá . Seráá el
llámádo que há estádo esperándo. El llámádo que há ánheládo
desde háce meses. Mientrás escuche por lá bociná, Mr. Tibbets
ánotáráá todo en su cuáderno. Lá comunicácioá n se cortáráá del otro
ládo y eá l seguiráá ánotándo. Cuándo termine de ánotár todo lo
necesário, pediráá á su secretário que solicite ál soldádo de lá puertá
que lláme á todos los oficiáles párá dár sus uá ltimás indicáciones.

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Mr. Tibbets sáldráá de su oficiná á páso veloz y constánte. Trás
eá l, el secretário lo seguiráá como puedá, con lás cárpetás, los
cuádernos, los mápás y su bolso. Atrávesáráá n juntos todo el pátio y
lá pistá de áviones. En un trásbordádor, el soldádo Kárl estáráá
terminándo de retocár lá inscripcioá n que Mr. Tibbets solicitoá hácer
en el ávioá n del Cápitáá n Lewis. Probáblemente Kárl sáludáráá desde
lejos á Mr. Tibbets con uná complicidád retorcidá.
Cuándo lleguen ál hángár, Mr. Tibbets y su secretário váciáráá n
lá mesá del centro, dejándo lá máyoríáá de lás cosás dentro de los
cájones del escritorio o en otros muebles máá s álejádos, donde nádie
deberíáá ir á husmeár el desorden que ámbos desátáráá n en su ápuro.
Sobre lá mesá yá despejádá, desplegáráá n un mápá enorme, que
mántendráá n desenrolládo con lá áyudá del peso de distintos
objetos: un cuáderno de ánotáciones, lá tásá donde el secretário se
prepárá todos los díáás su cáfeá , uná bruá julá que háce tiempo no
ápuntá ál norte y uná cájitá de máderá con ádornos, que á Mr.
Tibbets le páreceráá inápropiádá, pero que dejáráá állíá trás no
encontrár otro elemento máá s oportuno párá tál funcioá n. Sobre este
mápá desenrolláráá n otros dos máá s pequenñ os. Ademáá s de esto,
ácercáráá n á lá mesá un divisor, otrá bruá julá, regálo de su pádre (está
si funcioná, pues Mr. Tibbets cuidá con religiosidád todás sus
pertenenciás), dos compáá s de puntá, el cuáderno de ánotáciones
donde Mr. Tibbets ápuntoá lás coordenádás secretás, y otro tánto de
instrumentos de návegácioá n.
Mediá horá despueá s todos los oficiáles estáráá n reunidos
álrededor de lá mesá. Entonces Mr. Tibbets le pediráá á su secretário
que se retire del hángár yá que no le corresponde, por su rángo,
escuchár todos los detálles referentes á lá misioá n, y se quedáráá soá lo
con el resto de los oficiáles, pilotos, ártilleros, návegántes,
meteoroá logos, operádores e ingenieros. Comenzáráá su exposicioá n, lá
cuál seráá escuchádá por el resto sin lá menor distráccioá n y sin
ninguá n tipo de interrupcioá n. Luego de mediá horá de háblár sin
párár, cádá tripulánte se dirigiráá á su áeronáve. Si los cáá lculos de Mr.
Tibbets son correctos, seráá n lás dos y mediá de lá mánñ áná cuándo

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todo este listo. En medio del Oceá áno Pácíáfico lá noche los ábrázáráá
con recelo.
Mr. Tibbets márcháráá con seguridád hástá el ávioá n del Cápitáá n
Lewis. Este segurámente rebálsáráá de coá lerá ál ver lá inscripcioá n en
su áeronáve. Hábráá quedádo perfectá, pues no háy que subestimár
lás hábilidádes párá el árte gráá fico del soldádo Kárl. En lá pánzá del
B-29, iluminádo por lás luces del hángár, se podráá leer clárámente
“Enolá Gáy”, el nombre de lá mádre de Mr. Tibbets. El Cápitáá n Lewis
miráráá á Mr. Tibbets lleno de hástíáo pero Mr. Tibbets le increpáráá
primero:
─¿Alguá n problemá Cápitáá n Lewis?
Pero el Cápitáá n Lewis no vá á responder y cási no volveráá á
dirigirle lá pálábrá nuncá. Se enderezáráá y miráráá fijámente á Mr.
Tibbets. Este le devolveráá lá mirádá con muchá máá s firmezá. El
Cápitáá n Lewis yá hábíáá sido desplázádo del pilotáje de su propiá
náve por Mr. Tibbets, ásíá que está segundá osádíáá soá lo le permitiráá
confirmár párá síá lo retorcido y pedánte que puede llegár á ser Mr.
Tibbets. El Cápitáá n Lewis deberáá mirár háciá ábájo párá ocultár su
resignádá sonrisá.
Máá s álláá de su pedánteríáá, lá cuálidád que máá s se destácá en Mr.
Tibbets es su sentido del honor. Aunque el honor signifique cosás
distintás dependiendo lá personá. Por ejemplo, párá Mr. Tibbets, no
háy nádá máá s honoráble que defender su pátriá ásesinándo
jáponeses. De hecho, muchás personás piensán lo mismo que eá l en
este mismo momento. Cuándo Mr. Tibbets pilotee orgulloso el Enola
Gay á tráveá s del Oceá áno Pácíáfico, en lá párte de átráá s del B-29, el
ingeniero Williám Pársons termináráá de ensámblár el ártefácto máá s
áterrádor que se conoceráá jámáá s. Con ese terrible ártefácto se
podráá n mátár muchos jáponeses que, seguá n Mr. Tibbets, ponen en
peligro su pátriá. Construidá con mános humánás e ideás humánás,
esá monstruosidád no podráá ser lánzádá sin lá discipliná del
escuádroá n ál mándo del Teniente Coronel Pául Tibbets.
Al llegár á Hiroshimá, el meteoroá logo Cláude Buck Eátherly
divisáráá un climá lo suficientemente despejádo como párá soltár el

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ártefácto. Buck cámbiáráá su culpá por demenciá. El resto ni tendráá
esá suerte. Menos de un minuto despueá s de que suelten lá bombá,
uná grán explosioá n sácudiráá el ávioá n del Cápitáá n Lewis, piloteádo
por Mr. Tibbets. Uná enorme luz de fuego pártiráá el cielo en dos y
quebráráá lá historiá de lá humánidád párá siempre. En menos de un
segundo, donde ántes hábíáá edificios, áutos, cásás, hospitáles,
escuelás y máá s de cien mil personás vivás, no hábráá ábsolutámente
nádá. Mediá ciudád moriráá en un instánte, mientrás lá otrá mitád,
sucumbiráá trás horás, díáás, semánás o ánñ os, como resultádo de lá
rádiácioá n. Lo que se quemáráá párá siempre en ese fuego nucleár
seráá el uá ltimo frágmento de inocenciá que le quedábá á lá
humánidád. El mundo no volveráá á tener justiciá nuncá. Lás cáretás
se quebrántáráá n párá siempre. Lá deudá seráá eterná. Ninguá n
segundo en lá historiá de lá humánidád hábíáá sido tán fátál. Y
ninguá n segundo seríáá máá s despiádádo de no ser por el hecho de que
tres díáás despueá s, con está experienciá yá en sus álmás, los áltos
mándos estádounidenses decidiráá n átácár nuevámente uná ciudád
jáponesá con otro de estos devástádores ártefáctos. Los humános
áprenderáá n mucho de lá bombá, eso seguro. Pero sobre todás lás
cosás áprenderáá n que, de todos los peligros que pueden átormentár
ál mundo, no háy nádá que se compáre con lá áváriciá de un solo
hombre. Porque no se necesitá máá s que eso párá ácábár con lá
humánidád.
Apenás regrese ál hángár, Mr. Tibbets seráá condecorádo por su
desempenñ o. Seráá un heá roe párá muchos, incluso párá eá l mismo. Mr.
Tibbets nuncá se árrepentiráá de háber árrojádo lá bombá y
áseguráráá reiterádás veces hástá el díáá de su muerte, que bájo lás
mismás circunstánciás, volveríáá á hácer lo mismo.

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LISA MIRANDO TV

El sol no sálioá hoy.


Se incliná intempestivá en lá rigidez del fríáo suelo. Envuelve su
cuerpo en su áurá silenciosá, áliviándo lá ángustiá escámosá,
ádecuándo su espácio, ánteponieá ndose ál grán sonido de lás seis de
lá tárde. Se contoneá en buscá de lá posicioá n perfectá. Un grán
empujoá n invisible lá árremeteráá en un instánte. Ajustá sus muá sculos
de formá tál que su ánátomíáá se correspondá precisámente con lás
leyes grávitácionáles de lá Tierrá. Llevá su máno izquierdá ál piso y
ápoyá en eá l su pálmá semicerrádá, doblándo delicádámente lá
munñ ecá. El resto sále por loá gicá: su torso quedá ligerámente
inclinádo háciá lá izquierdá, mientrás que soá lo uná párte del muslo
se encárgá de soportár sus veintidoá s kilográmos. Lás piernás
quedán dobládás por lá rodillá, ápoyádás en el suelo, uná
ligerámente sobre lá otrá. Lentámente comienzá á moverlás,
frotáá ndose los pies. Se siente álgo impáciente y á lá vez ásustádá.
Estáá esperándo málás noticiás.
Mide su respirácioá n (no querráá pádecer un infárto siendo tán
joven). Los látidos se ácelerán á medidá que el segundero se
áproximá ál tán ánsiádo evento. Son lás cinco y cincuentá y nueve.
Estirá su brázo y dispárá á lá cájá negrá uná luz ultrávioletá que le
dáráá lá bienvenidá. Bájá un poco el volumen, áunque eso no
mermáráá el escáá ndálo. Lás luces se refleján en sus ojos. Brillá. Yá no

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ve lás estrellás. El rátoncito se prepárá párá su buá squedá cotidiáná.
El queso quedáráá servido y lá trámperá lá pártiráá en dos.
En su emergenciá por no perderse ni un minuto del festíán, há
dejádo tirádá en el suelo lá mochilá del colegio. Los cuádernos
párecen querer escápár, como ápenádos por tánto desintereá s. Pero
Lisá tiene problemás máá s urgentes. Lá táreá de lá Senñ oritá Márcelá
tendráá que esperár un tiempo párá ser átendidá. En lá libretá de
comunicáciones uná notá de lá Vicedirectorá se destácá entre tántos
ávisos:

Sr. y Sra. Driussi:

En el día de la fecha se le ha llamado la atención a la alumna


Lisa Soledad Driussi por no prestar atención en clase. Al consultar por
la tarea ha respondido de muy mala forma a la señorita a cargo.
Dado que no es la primera vez que esto ocurre, la situación nos
resulta preocupante. Les solicito tengan a bien presentarse el día
Martes 13 de Mayo entre las 15hs. y las 17hs. en el despacho de la
Directora para poder hablar sobre este tema.

Firmado atentamente
Vicedirectora Graciela Inés Benítez de Solá

Lisá se esconde en sus ásuntos. Emáncipá de síá todo


pensámiento ájeno á lá reálidád que lá ácongojá. Bánálizá todás lás
otrás circunstánciás que suceden lejos de su recientemente
ádquiridá reálidád. Extrálimitá su álcánce, segurámente. El de ellá, y
el de su reálidád. Ahorá, máá s bien, cree entenderlo todo. El mundo
se le muestrá en uná cájá y cuándo lá ábrá, Pándorá pásáráá á lá
prehistoriá. Su legádo es máá s gránde, su disertácioá n máá s profundá.
Cuálquier áspirácioá n deviene en enclenque frente á lá pásioá n
reveládá en su propoá sito. Sus ideáles brillán máá s, sus ojos se tensán:

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diez segundos párá lás seis. “¡Háy cosás máá s importántes que lá
táreá de Mátemáá ticás!”, esá solá fráse le hábíáá válido un buen reto.
Se erosioná en lá estrátágemá de su edád. Se escábulle un
segundo por los reflejos del enredádo cristál de lá ventáná oeste.
Pálpitá temblorosá, como si esá fuerá su uá ltimá bocánádá de áire
ántes de sumergirse en lo profundo del oscuro oceá áno. Asíá se
despide del cielo, quizáá s seá lá uá ltimá vez que lo veá y ni siquierá
háy sol. Auá n envueltá en su uniforme de escuelá, clává los ojos con
violenciá en lá pántállá. Humedece sus lábios. Se álistá párá lá
funcioá n.
Dán lás seis. Lá pántállá cámbiá sus tonos. El presentádor
comienzá su voráá gine de ánuncios. Lá ninñ á los recibe todos como
uná bálácerá, y con los brázos ábiertos. En Sántá Fe, lás
inundáciones cáusán decenás de muertos y miles de evácuádos… el
ejeá rcito isráelíá bombárdeá lá Fránjá de Gázá… un átentádo en Jápoá n
dejá cientos de víáctimás fátáles… un secuestro en Montevideo
terminá con vários muertos por lá imprudenciá policiácá… cuátro
ninñ os mueren de inánicioá n en el Cháco… otro muerto en un
áccidente de tráá nsito… represioá n en Mánzini, ál sur de AÉ fricá… uná
ninñ á fue ábusádá en Coá rdobá… cientos de heridos en… otro muerto
por… decenás de heridos… muertos… muertos…
Lás pálábrás se ábárrotán en sus oíádos y penetrán con durezá
su álmá. Se dejá llevár por el álgoritmo estrepitoso de lá vidá.
Adoptá á cádá mujer que llorá como su mádre, á cádá ninñ o perdido
como su hijo, á cádá hombre muerto como su hermáno. Su inocenciá
no conoce otrá formá de entender estás noticiás. Se incá sobre su
cuello párá descubrir mejor lo que ve. Pero cuánto máá s mirá, máá s se
álejá de áquello. Lo persigue, en su corázoá n deseá sálvárlos,
sálvárlos á todos. Abrázá ál mundo con uná láá grimá y se secá
ráá pidámente. Debe mostrárse fuerte ánte todos ellos, porque ellá,
uná ninñ á de siete ánñ os en uniforme de escuelá, es todo lo que tienen.
Su álmá se viste de luto, pero por dentro ellá soá lo deseá rásgár
el tráje hástá los cimientos, derribár lás velás de todos los entierros,
ábrir los átáuá des y despertár á los muertos. Quiere tener poder

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sobre el pásádo y sobre el futuro. Anhelá con todo su ser detener lá
cíáclicá debácle en lá que se ve envueltá. Pero mánñ áná seráá otrá vez lo
mismo, el misterio que ánudábá el velo del futuro se há deshecho
ánte ellá y se revelá indecoroso como un libro de cuentos báráto. Lás
oportunidádes se cercenán dejáá ndolá sin esperánzá. Háce meses
que há descubierto este prográmá y lo há visto todos los díáás, pero
el destino de lá humánidád no cámbiá: todos los díáás sufre, todos los
díáás muere. Todos los díáás el gátillo es oprimido y el ácero átráviesá
el cuerpo. Todos los díáás lás mesás estáá n vácíáás y los escálofríáos
recorren lá piel. En un despoá tico segundo, un universo infinito es
destruido. Lás mujeres lloráráá n, los ninñ os sufriráá n, los hombres
moriráá n. El destino es uná monedá girándo en el áire, y siempre sále
cruz.
Con su genio sobrenáturál lográ ver los titiriteros trás lá
violenciá desátádá. Por momentos quedá átrápádá en su red y deseá
fuertemente devolverles álgo de todo lo que hán provocádo.
Anfitriones de cádá funerál, ermitánñ os jugándo á ser Dios,
secuestrádores trás los secuestrádores, ideoá logos de un mundo
ápáá tico. Cuándo siente que vá á explotár, respirá. Intentá cálmárse,
pero su serenidád es superficiál. Por dentro los rugidos se suceden
desbordáá ndolá.
Ve todos los díáás lá posibilidád de cámbio, estáá állíá, en el
ámánecer. Pero nádie máá s párece verlá. Políáticos háciendo
málábáres con nuá meros y vidás, mádres perdiendo lá fe párá
siempre, hombres cánsádos de ser váciádos en cuerpo y álmá, ninñ os
mirándo televisioá n… todos encerrádos en un mismo bote. Ellá solá
remá, siempre en cíárculos. El futuro muere desángrádo en el fríáo
suelo del living de Lisá.
Entonces un ruido lá despiertá, lá árrebátá de lá hipnosis
siderál en lá que se encuentrá sujetá. Se espábilá en un instánte.
Apágá ápurádá el televisor y se álistá párá el ácontecimiento
venidero. Uná sombrá átráviesá el pásillo y llegá con tránquilidád
hástá el comedor. Exáminá su entorno hástá que divisá lá mochilá de
Lisá despárrámádá por el suelo. Se ácercá hástá állíá y se ágáchá párá

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levántárlá, ácomodándo con gálánteríáá sus cuádernos. Ellá se há
percátádo de todo. Sále dispárádá del suelo como un resorte y corre
á su encuentro tránsfigurándo su desesperácioá n. EÉ l se ágáchá párá
sáludár á su hijá. Lá envuelve en sus brázos con fuerzá, lá ácoge con
uná ternurá colosál. Ellá se resguárdá en su pádre, como si hubierá
átrávesádo mil desiertos párá verlo. Posiblemente en su mente há
sido ásíá. En sus ojos, eá l notá que Lisá há llorádo. Intentá consolárlá,
ánte lá imposibilidád de dilucidár el motivo de sus láá grimás. Ni se
imáginá queá máles árremeten contrá ellá todos los díáás, á que
desáfíáos se enfrentá con lá conviccioá n de un máá rtir, que bátállás se
combáten en el living de su cásá. Estáá confundido, pero yá no
importá. Yá es tárde párá consolárlá: ellá yá no llorá. Sonríáe. EÉ l no
entiende, pero ellá lo ábrázá máá s fuerte. Se resguárdá en eá l con
fervor, se áferrá á su segundo de ámor. Y es que por ese segundo, en
los brázos de su pádre, el mundo dejá de ser un lugár tán espántoso.

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LA CIUDAD DE LOS SITIOS
PARTE I

24 de Noviembre de 2019
Algo muy grácioso pásoá ese díáá. Erá el cumpleánñ os de mi
hermáná menor y mi mámáá me mándoá urgente á comprár cremá
que le fáltábá párá lá tortá. Me puse uná gorrá con viserá párá tápár
mi cárá de dormido y sálíá á lá cálle sin prestár átencioá n ál resto de
mi ropá. Cuándo estábá por llegár ál álmáceá n me di cuentá que
todávíáá no le hábíáá comprádo nádá á mi hermánitá, ásíá que seguíá de
lárgo dos cuádrás máá s hástá lá jugueteríáá. Elegíá un cábállito de
pláá stico, ellá ámá los cábállos desde que vimos “Spirit”. Volviendo de
lá jugueteríáá vi á uná senñ orá regordetá sálir de lá cárniceríáá en lá
mismá cuádrá, con lás mános ábárrotádás de bolsás llenás de trozos
de cárne. Intentábá, de formá inuá til, coordinár sus brázos párá
meter su monedero en lá cárterá mientrás que ninguná de sus
cárnes terminárá rodándo por el piso. Máá s álláá de nosotros dos, lá
cálle estábá desiertá. Cuándo se dio cuentá de mi presenciá, cinco
metros frente á ellá, se párálizoá por completo. Párecíáá ásustádá.
Dudoá un instánte, luego hizo dos pásos sobre lá mismá veredá, giroá
en seco y por uá ltimo, cruzoá lá cálle ápresurádá. Al párecer el motivo
de su susto erá yo. Me sorprendioá muchíásimo, nuncá me hábíáá
pásádo álgo ásíá. Ellá seguíáá cáminándo ápresurádá por lá cuádrá de
enfrente, mientrás intentábá, indiscretámente, mirárme de reojo. De
álguná extránñ á formá esá cálle que nos sepárábá lá hácíáá sentirse

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segurá, lá protegíáá de un posible átáque de mi párte. Despueá s de
unos minutos volteeá párá verlá volver á cruzárse de cálle,
confirmándo mi sospechá de que hábíáá reálizádo lá mániobrá
evásivá máá s ridíáculá de lá historiá soá lo por un ninñ o de diez ánñ os con
uná viserá y un cábállito de pláá stico. ¿Verdád que es uná historiá
gráciosá?

30 de Octubre de 2020
Lás fiestás en lás cásás de Fernándo son lás mejores. Es lá cásá
máá s gránde que conozco, uná de lás máá s grándes del bárrio. Los
pádres de Fernándo prefirieron comprár un equipo de muá sicá que
hicierá vibrár todá lá cuádrá ántes que terminár de revocár lá páred
del pátio. Mi mámáá dice que eso no estáá bien, pero á míá me párece
perfecto.
Esá noche fue muy divertidá, sentíá que yá no eá rámos ninñ os, yá
no jugáá bámos en los cumpleánñ os. Ahorá báiláá bámos, como hácen los
grándes. Algunos vecinos empezáron á quejárse por los ruidos pero
Osváldo, el pápáá de Fer, los sábíáá mánejár muy bien:
─Es por uná noche… ─les decíáá á los que tocábán el timbre de
lá cásá ─¿O no se ácuerdán de los báiles que hácíáámos nosotros en
lá sociedád de fomento?
─¡Son lás cuátro de lá mánñ áná! ─se quejábá lá senñ orá de lá
esquiná.
Osváldo intentábá, con uná sonrisá burloná grábádá en su cárá,
ágárrár su máno como querieá ndolá sácár á báilár. Con Fernándo
miráá bámos lá escená y nos mátáá bámos de risá.
A eso de lás cinco de lá mánñ áná pásoá lá policíáá. Tocáron el
timbre de lá cásá insistentemente. Osváldo hábíáá tomádo un poco y
se dirigioá á lá puertá cási zigzágueándo. Cuándo lá ábrioá y vio ál
policíáá párádo como un poste en el umbrál, su reáccioá n fue
espontáá neá:
─Buen díáá oficiál, ¿viene ál báile? ─su borrácherá erá imposible
de disimulár en esás pálábrás.

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El oficiál le pidioá , primero ámáblemente, que terminárán lá
fiestá en ese mismo instánte. Al ver que el pápáá de Fer no respondíáá
á lá ámábilidád, empezoá á ámenázárlo con llevárlo detenido si no
cesábá, á lo que Osváldo respondíáá siempre con máá s ironíáá.
Mientrás lá discusioá n ibá subiendo de tono, un áromá náuseábundo
llegoá hástá lá cásá. Cuándo el olor se hizo máá s fuerte los policíáás
termináron ábruptámente lá discusioá n y se fueron mientrás Osváldo
los ácusábá de cobárdes desde lá puertá.
Al olor, se sumoá uná brumá oscurá que inundoá el pátio.
Subimos con Fernándo ál techo de lá cásá y áhíá pudimos verlá: uná
columná de humo negro se elevábá prepotente háciá ál cielo. Bájo
ellá, destellos ámárillos y rojos de fuego se entrelázábán en uná
dánzá feroz.
─Otrá vez el básurál… ─dijo Fernándo.
EÉ l párecíáá álgo frustrádo. Cádá vez que eso pásábá el olor
quedábá en el bárrio por vários díáás, e incluso hábíáá gente que
enfermábá. Uná vez recuerdo, el fuego se hábíáá sálido de control y se
hábíáán quemádo váriás cásás. Yo no pude pensár en eso en ese
momento. Me sentíá átrápádo por lá imágen, tánto que yá cási ni
sentíáá el mál olor. Soá lo contemplábá estupefácto. Lá montánñ á de
básurá árdíáá incontroláble á orillás del ríáo, iluminándo el cielo y el
ríáo ál mismo tiempo. Erá repulsivo y, sin embárgo, hábíáá uná bellezá
singulár contenidá en esá escená.

6 de Abril de 2021
Cuándo sonoá el timbre del recreo yá sábíáámos que álgo ibá á
pásár, se veníáán boqueándo desde el díáá ánterior: Christián y
Rámiro se ibán á peleár. Mientrás unos intentáá bámos evitár que lá
cosá terminárá mál, otros los provocábán párá que se ágárren á
trompádás.
Tili y yo quisimos párárlos. Pero yá erá tárde: uná pinñ á sálioá
dispárádá del brázo de Christián, con lá málá suerte de que pásoá de
lárgo lá cárá de Rámiro y fue á párár justo de lleno en mi bocá.

65
Mientrás mi cuerpo y mi diente se despárrámábán por el piso del
pátio del colegio, el resto de mis compánñ eros se ámontonáron
álrededor míáo profiriendo todá cláse de exclámáciones. Lá máestrá
Susáná, ál dárse cuentá de lá situácioá n, sepároá á lá muchedumbre
enfervorizádá y, ál verme desplomádo en el piso con lá bocá llená de
sángre, pálidecioá instántáá neámente. Me tomoá del brázo y me áyudoá
á reincorporárme mientrás me preguntábá á míá y á mis compánñ eros
que hábíáá pásádo.
─Nádá, se cáyoá solo ─oíá decir á uno de los chicos.
─¿Ah síá? No me digá, Ledesmá ─replicoá Susáná con ironíáá ─.
Supongo que el piso áhorá dá trompádás támbieá n ─luego se dirigioá
á míá inquisidoá rámente ─¿Quieá n le hizo esto, álumno?
Yo no respondíá. No pensábá delátár á nádie. Ademáá s hábíáá sido
un áccidente. Seguíáá tomáá ndome lá bocá, ángustiádo por lá peá rdidá
de un diente. Susáná se enojoá conmigo por encubrir á mis
compánñ eros y me árrástroá del brázo hástá lá direccioá n. En ese
momento recordeá que ciertá vez, el hermáno de Fernándo nos contoá
que cuándo háy uná peleá en lás cáá rceles, quien recibe el cástigo de
lá penitenciáríáá no es el ágresor sino el ágredido. No es bueno párá
los guárdiácáá rceles tener álguien lástimádo bájo su custodiá, es uná
pruebá viviente de su propiá incompetenciá. Porque no importá lá
justiciá o lá injusticiá, lo que importá es guárdár lás ápárienciás.
Me quedeá sentádo en lá direccioá n del colegio, con uná botellá
congeládá envueltá en un trápo presionándo mi bocá, mientrás
esperábá á mi mámáá . Ibá á tener problemás segurámente por esto.
Ademáá s, en esá situácioá n llámáá s mucho lá átencioá n: cádá docente o
álumno que entrábá á lá direccioá n, estirábá el cuello párá poder
mirárme de reojo. Yá lo sábíáá: yo ibá á ser el objeto de los chismes
de lá escuelá.
Sin embárgo, por momentos, álgunos profesores ni se dábán
cuentá que yo estábá áhíá. Ver coá mo son esás personás desde
ádentro, coá mo háblán y coá mo se relácionán entre ellos, reálmente
me párecioá fáscinánte. Por primerá vez noteá que háy profesores
tíámidos, que le háblán á otros ádultos como si fuerán ninñ os; háy

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otros que no soá lo máltrátán á sus álumnos, sino támbieá n á lás
secretáriás; háy coqueteos, guinñ os, gestos. Hástá escucheá chistes de
lá bocá de los profesores máá s serios.
Despueá s de un ráto áhíá lás dos secretáriás del colegio yá
háblábán como si yo no estuvierá. Virginiá es joven y muy buená con
todos. Ráquel no es málá, pero síá mucho máá s rectá. Recuerdo que se
decíáá que teníáá como mil ánñ os. Cosás de chicos.
─Soldáno trábájá ácáá háce cincuentá ánñ os y todávíáá no sábe
coá mo llenár uná plánillá de ásistenciás ─se quejábá Virginiá.
─Cuándo tengás lá edád que tiene eá l ácáá vámos á ver si te dán
gánás de hácer álgo bien ─decíáá Ráquel.
─¡Espero no estár cincuentá ánñ os ácáá , Ráquel!
Párece que á los grándes támpoco les gustá venir á lá escuelá.
En ese momento lá puertá se ábrioá y lá directorá entroá junto
con lá otrá máestrá de sexto, Ineá s D'ámico. Se notábá un intenso
nerviosismo en lá docente.
─¡Cálmáte Ineá s!
─¡No me cálmo nádá, esá pendejá me sácá!
─Bueno entremos ál despácho y háblemos...
─¡Esá páráguáyá del orto se cree muy vivá! ¡¿Se cree que me vá
á pásár por árribá?! Pero conmigo no, eh... conmigo no.
Lás secretáriás hábíáán dejádo de llenár sus plánillás y mirábán
lá situácioá n con desconcierto. Yo hábíáá quedádo pásmádo, no podíáá
creer que esá fuerá lá formá de háblár de lá ríágidá senñ oritá Ineá s.
Ademáá s sábíáá exáctámente de quieá n estábá háblándo: Mágálíá
Cástánñ o, lá hermáná mellizá de Tili.
Al párecer lá senñ oritá Ineá s todávíáá no se hábíáá percátádo de mi
presenciá ál decir esás cosás porque cuándo me vio sentádo en un
rincoá n miráá ndolá con los ojos infládos por lá conmocioá n, su cárá se
tránsfiguroá . En un instánte su rostro pásoá de estár árrugádo y rojizo
de coá lerá, á páá lido, cási tránspárente. Sus ojos crecieron
vertiginosámente ál ritmo en que sus pupilás se fijábán en míá. Luego

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se irguioá tomándo áire hástá inflár su pecho y rectificár su
ápárienciá, y me lánzoá uná mirádá severá.
─¿Queá mirá álumno?
No respondíá. Soá lo pude mirárlá fijámente.
─Veníá Ineá s, háblemos en el despácho ─se ápresuroá á decir lá
directorá ábriendo lá puertá de su oficiná párá que Ineá s pásárá.
Ellá áuá n no sácábá sus ojos de los míáos, desáfiáá ndome, como si
esperárá que ágáchárá lá cábezá en senñ ál de ser su doá cil cordero, o
que dijerá álgo párá desquitár su furiá en míá. Al ver que mi reáccioá n
no cámbiábá, que mis ojos llenos de estupor y desprecio no se
ápártábán de los suyos y sentir, á su vez, lá insistente mirádá de lá
directorá, se volvioá con soberbiá háciá lá puertá y entroá en el
despácho. Lá directorá ávánzoá trás de ellá y pude ver como
resoplábá ágobiádá ántes de cerrár lá puertá.
Auá n dentro del despácho, lá voz de lá máestrá Ineá s seguíáá
penetrándo hástá donde estábá yo.
─¡Se copioá , te digo que se copioá ! No seá coá mo lo hizo pero es
obvio. En cláse nuncá prestá átencioá n. Si le pregunto álgo me mirá
con cárá de boludá. Andá con el celulár á escondidás. ¡No se pudo
háber sácádo un 10, si no entiende nádá!
Mientrás se escuchábá esto, Virginiá se ácercoá á míá.
─Mejor seguíá esperándo en el áulá.
Yo ásentíá con lá cábezá y me fui lentámente de lá direccioá n
mientrás seguíáá escuchándo á lá senñ oritá Ineá s D'ámico
despotricándo contrá Mágálíá Cástánñ o.
Nuncá le conteá á nádie sobre esto. Imágineá que no hubierá sido
lindo párá Mágálíá enterárse.

12 de Junio de 2021
Fui á báilár por primerá vez con mis compánñ eros del colegio.
Me lleváron á lá fámosá mátineá de Sán Mártíán. Hábíáá sido uná noche
increíáble, me divertíá muchíásimo. Al sálir, recuerdo que quedeá heládo

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por el contráste entre lá fríáá noche y el áire sofocánte del boliche.
Cáminábá cási temblándo hástá lá párádá del colectivo, con los
brázos metidos dentro de lá remerá. Conmigo veníáán Fer y
Christián. Nuncá hubo rencores por su pinñ á áccidentál, de hecho
eá rámos áun máá s ámigos desde entonces.
Cási llegándo á lá esquiná, nos cruzámos con un grupo de
chicos que veníáán tomándo. Lo que pásoá despueá s fue tán ráá pido que
á penás llegueá á entenderlo en el momento.
─Eh, ¿ustedes son de Villá Bosch? ─nos increpoá uno de ellos. Ni
pudimos intentár uná respuestá, que exclámoá ápuntáá ndonos con el
dedo ─¡Síá, son de Villá Bosch! ¡Vámos á dárles!
─¡Correá ! ─Fer me ágárroá del hombro y cási me árrástroá hástá
que reáccioneá y empeceá á correr.
Corríá sin párár, sin mirár átráá s, como si mi vidá dependierá de
ello. Y reálmente erá ásíá. Detráá s nuestro, uná tormentá de insultos,
pálos y piedrás nos perseguíáán con lá vehemenciá de un ejercito de
lunáá ticos. Vi uná piedrá volándo á centíámetros de lá mejillá de
Fernándo. Trás nuestrás veloces pisádás, lá cántidád de pisádás se
triplicábá o cuátriplicábá. ¡Hábíáá que sálir de áhíá como seá!
Entonces Fernándo me gritoá :
─¡Dobláá en está!
Lo seguíá y doblámos en uná esquiná. Luego nos metimos por
uná diágonál y otrá cálle ángostá hástá llegár á uná plázá. Mirámos
átráá s y yá no hábíáá nádie siguieá ndonos. Fer me hizo senñ ás de que
párárá.
─¡Queá divertido!, ¿no? ─comentoá . Lo mireá serio, á mi no me
hábíáá párecido nádá divertido. Luego Fernándo miroá á su álrededor
─¿Y Christián?
Mireá yo támbieá n háciá todás lás direcciones. Christián no
estábá. Cáminámos unos metros devueltá por donde hábíáámos
venido y no lo encontráá bámos por ninguá n ládo. Fer intentoá llámárlo
ál celulár pero no respondíáá. El fríáo fue reemplázádo por un
escálofríáo terroríáfico que me recorríáá lá espáldá. Lo hábíáámos
dejádo átráá s.

69
Decidimos esperár un ráto y volver hástá el boliche. Solámente
fáltábá uná cuádrá párá llegár, cuándo dos pátrulleros de lá policíáá
comenzáron á seguirnos. Primero redujeron lá márchá y
ácompánñ áron nuestro páso un ráto, mientrás que Fer me
murmurábá pidieá ndome por fávor que no los mirárá. Pero uno de
los pátrulleros encendioá sus potentes sirenás y del susto que me
provocoá no pude evitár mirár. Los dos áutos frenáron y de ellos se
bájáron seis tipos vestidos de ázul, con sus ármás en lá cinturá y sus
mirádás firmes, ámenázántes. Jámáá s hábíáá tenido tánto miedo en mi
vidá.
─¡Contrá lá páred, áhorá! ─ordenoá uno de ellos.
Yo me quedeá heládo en ese mismo lugár. Seá que Fernándo
estuvo á punto de correr nuevámente, despueá s me lo dijo. Ahorá que
seá lo que pásoá quizáá s hubierá sido lo máá s sensáto.
─¡De espáldás contrá lá páred, yá!
Los seis policíáás nos rodeábán. Yo me di vueltá lentámente
háciá lá páred, pero Fer dudoá un instánte de máá s. Uno de los policíáás
lo ágárroá del cogote y lo tiroá ál piso. Pude escuchár el golpe de su
cárá contrá el ásfálto.
─¿Queá sos? ¿Sordo o boludo? ─le dijo mientrás un compánñ ero
lo áyudábá á pálpárlo ─. Estámos buscándo á unos que se creen muy
vivos y ándán ámenázándo á lá gente y tirándo piedrás.
─¡Nosotros no tenemos nádá que ver! ─vociferoá Fer como
pudo, con su cárá comprimidá contrá el piso y uná mánchá de
sángre en su rostro.
Otro policíáá me árrinconoá contrá lá páred y comenzoá á
pálpárme. No seá queá pretendíáá encontrár. Me pidioá los documentos
e hizo uná llámádá por el hándy. Mientrás tánto el policíáá que hábíáá
reducido á Fer le sujetábá lás mános con un precinto y ápoyábá su
rodillá sobre lá espáldá de mi ámigo con fuerzá, mirándo á sus
compánñ eros como si Fernándo fuerá un trofeo de cáceríáá. Yo yá no
podíáá soportár, teníáá que intervenir.
En ese momento, el policíáá con el hándy notoá mi mirádá y luego
se dio vueltá háciá su compánñ ero.

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─¿Queá háceá s? Bájáá un cámbio, Rámbo.
El otro policíáá se puso de pie y levántoá á Fernándo del piso. Su
cárá estábá enchástrádá de mugre y sángre. Luego el hándy hizo un
sonido y el policíáá se lo ácercoá á lá orejá párá escuchár.
─Este estáá limpio ─le dijo á sus compánñ eros senñ áláá ndome ─. Te
podes ir fláco ─yo no me movíá, esperábá que soltárán á Fernándo ─.
Tu ámigo viene con nosotros, no tiene documentos y se resistioá , ¿me
escuchoá ?
Lá voz del policíáá hábíáá pásádo de tránquilá á ámenázánte en
esá uá ltimá preguntá. Lo mireá á Fer uná vez máá s. EÉ l me ásintioá con lá
cábezá párá que me fuerá.
Retrocedíá unos pásos y vi como lo subíáán ál pátrullero. Cuándo
el policíáá puso su máno sobre lá cábezá de Fernándo párá que
pásárá lá puertá de lá cámionetá se ápresuroá á decirme:
─Avisále á mi viejo...
Osváldo lo pudo sácár de lá comisáríáá soá lo tres horás máá s
tárde. Todávíáá teníáá lá cárá ensángrentádá por lo que lá policíáá
informoá como un cáso de “resistenciá á lá áutoridád”. A Christián lo
vimos en el hospitál. Mientrás nosotros corrimos, eá l se hábíáá
quedádo inmoá vil. Le hábíáán dádo lá pálizá de su vidá. Nuncá nos
pudimos olvidár de lá reáccioá n de lá mámáá de Christián ál ver por
primerá vez á su hijo con lá cábezá vendádá y el brázo enyesádo en
el hospitál. Lejos de áterrárse o ápiádárse de eá l, resoploá con
decepcioá n y le preguntoá como trátáá ndolo de idiotá:
─¿Por queá no corriste, Christián?

21 de Agosto de 2021
Mánñ áná cumplo doce ánñ os. Párá festejár, hoy nos juntámos á
jugár á lá pelotá en lá cánchitá de “El Pino”. Es uná porqueríáá de
cánchá lá verdád. El cemento del piso estáá rájádo, lá relácioá n entre el
áncho y el lárgo de lá cánchá es incoherente, y lá iluminácioá n te háce
perder de vistá lá pelotá por lás noches. Pero es lá uá nicá bárátá en lá

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zoná. Es eso, o peleárnos por lá cánchá del pátio centrál. Pero eso no
nos conviene, son gente peligrosá.
Lá verdád, lá estábá pásándo muy bien. Creo que por ser mi
cumpleánñ os me hábíáán dejádo meter álguá n que otro gol. Pero
álgunos no pueden dejár de ládo lá competenciá. El pártido
comenzoá á ponerse cádá vez máá s áá spero, hástá llegár á lá violenciá.
Creo que el hecho de que fueá rámos gánándo por tántos goles hizo
que el equipo de Mátíáás (mi primo) comenzárá á cálentárse.
Un cánñ o fue suficiente párá que lá situácioá n se sálierá de
control. Germáá n, un ámigo de mi primo, no se báncoá el lujo de Tili, y
lo levántoá en peso de un pláncházo. Al ver á Tili despárrámádo por
el piso, álgunos de mis compánñ eros se álteráron y sálieron
corriendo á ápurár á Germáá n. Erán todos insultos y empujones,
hástá que Germáá n mánoteoá á Rámiro y este reáccionoá dáá ndole uná
pinñ á que le volteoá lá cárá. Germáá n quiso responder pero mi primo lo
detuvo, mientrás otros álejáá bámos á Rámiro párá evitár que lá peleá
siguierá escálándo.
Cuándo se cálmáron, dimos por terminádo el pártido. Pero lá
cosá no terminoá áhíá.
Mientrás me cámbiábá los botines escucheá un fuerte grito
viniendo de los vestuários que me heloá lá sángre.
─¡No! ¡Páráá pelotudo!
Sálimos corriendo á los vestuários y ál entrár vimos á Germáá n
ápretándo á Rámiro del cuello mientrás en su otrá máno sujetábá un
cuchillo que estábá levemente ápoyádo en el ábdomen de mi ámigo.
Mi primo Mátíáás tomábá del brázo á Germáá n y erá el uá nico motivo
por el que el cuchillo todávíáá no hábíáá penetrádo en el cuerpo de
Rámiro. Ninguno se ánimoá á ácercárse, temíáámos empeorár lá
situácioá n. Germáá n miroá á un costádo y nos vio á todos párádos en lá
puertá del vestuário. Nos lánzoá uná mirádá de desprecio, pero luego,
ál percátárse de su brázo sujetádo por Mátíáás, dio un páso háciá
átráá s. Mátíáás lo soltoá , pero Germáá n volvioá á árremeter
repentinámente contrá Rámiro y ápoyáá ndole el cuchillo en lá cárá le
dijo:

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─Por está vez záfáste, pero que no te vuelvá á cruzár,
¿escucháste?
Rámiro á penás ásintioá con lá cábezá. Su cuerpo vibrábá. Luego
Germáá n se volvioá á álejár, guárdoá el cuchillo en su mochilá y sálioá
cáminándo del lugár, sin mirár á nádie.
Máá s tárde esá noche, Mátíáás me pidioá perdoá n por háber
invitádo á Germáá n. Yo nuncá lo perdoneá reálmente.

24 de Diciembre de 2021
Cuándo en uná cásá no háy ni uná solá personá que creá en
Pápáá Noel, lá Návidád se vuelve álgo un poco embolánte. En lá cená
estáá bámos todos: mi mámáá , mis hermánás, mis tíáos, mis primos, y lá
ábuelá Totá.
Duránte lá cená, me di cuentá que mámáá se puso álgo triste
cuándo vários de los primos pidieron repetir el pláto, pero lá comidá
se hábíáá terminádo. Seá que le hábíáá costádo mucho trábájo poder
conseguir y prepárár todá esá comidá. Cuándo hubo que levántár lá
mesá párá lávár los plátos, lá vi llorándo en lá cociná. Siempre
llorábá en Návidád, pero está vez no me ásusteá , está vez no ibá á
mántenerme indiferente. Me ácerqueá á ellá párá ábrázárlá mientrás
ellá intentábá pedirme perdoá n por estár llorándo. ¿Perdoá n por
llorár? ¿Por queá uná personá deberíáá pedir perdoá n por llorár?
Despueá s de lás doce intercámbiámos regálos. Yo recibíá unás
zápátillás de mis tíáos y uná remerá de mi mámáá . Pero lá noticiá máá s
importánte fue el compromiso de mi hermáná Málená con su novio
Diego. Todos nos emocionámos por lá noticiá, hástá lá ábuelá Totá
que es bástánte ortivá. Mi mámáá volvioá á llorár esá noche, está vez
de álegríáá.
A eso de lá uná y mediá de lá mánñ áná me pásoá á buscár Fer
párá juntárnos un ráto en lá plázoletá. Ahíá nos esperábán Tili y
Rámiro. Lá noche estábá hermosá. Yo me sentíá feliz, feliz de verdád.

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22 de Mayo de 2022
Mi mámáá me despertoá muy tempráno con lá noticiá de que
hábíáán ásesinádo á Tili. Lá policíáá dijo que murioá en un
enfrentámiento contrá otrá bándá de lá villá. Lá policíáá se
equivocábá. Tili nuncá tocoá un ármá en su vidá, por lo que nuncá se
podríáá háber “enfrentádo” á nádie. EÉ l trábájábá limpiándo unás
cuevás donde se sintetizábá lá drogá. A diferenciá de lá máyoríáá de
los que trábájábán áhíá, no lo hácíáá párá drogárse, solámente queríáá
áyudár á su mámáá á llegár á fin de mes. Lá otrá bándá átácoá lá cuevá
y en medio del tiroteo le pegáron un tiro en lá cábezá. Pero Tili
nuncá tuvo un ármá, Tili nuncá se “enfrentoá ” á nádie, eá l no “murioá ”, á
eá l lo ásesináron. Pero eso á nádie le importá.
Mi viejá me pidioá que no váyá ál velátorio porque lá situácioá n
estábá tensá. Pero queríáá ácompánñ ár á su fámiliá y despedirme de
eá l, áunque su cájoá n estuvierá cerrádo. Esá tárde me escápeá de cásá
párá ir á lá cocheríáá. Cámineá unos metros y páseá frente ál puesto de
gendármeríáá que se encontrábá máá s áctivo que nuncá. Hástá ese díáá
nuncá me hábíáá percátádo que, desde el díáá en que nácíá, ál entrár y
sálir de lá villá pásábá por un puesto custodiádo por gente con
pistolás y rifles, vestidá párá ir á lá guerrá. Nácimos rodeádos de
muros, puestos de guárdiá y ármás. ¿Nos hábíáámos criádo
custodiádos o bájo custodiá?
El servicio fue concurrido. Tántás personás y nádie podíáá decir
ni uná pálábrá. Mágálíá, lá hermáná de Tili, llorábá junto á su tíáá con
los ojos fijos en áquel oscuro cájoá n cerrádo. Donñ á Aná, su mámáá ,
áceptábá lás condolenciás sentádá en uná sillá. Cuándo álguno de
los chicos del colegio se ácercábá á sáludárlá, ellá los mirábá con lá
cárá emocionádá y hástá bosquejábá uná leve sonrisá ácompánñ ádá
de uná diminutá láá grimá. Cuándo tocoá mi turno de sáludárlá no
pude decir nádá. Sentíáá culpá por no háberle contádo del lugár
donde estábá trábájándo Tili. Quizáá s estáríáá vivo si hubierá estádo
en su cásá o cuálquier otro sitio que no seá áhíá. Donñ á Aná se hábíáá
enterádo de lá verdád el díáá que le entregáron el cuerpo de su hijo.
Queríáá pedirle perdoá n, pero no me sentíáá digno de su perdoá n.

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El ábrumádor silencio se quebrántoá cuándo quisieron entrár á
lá cocheríáá álgunos miembros de lá bándá párá lá que Tili trábájábá.
Queríáán dár el peá sáme, pero álgunos fámiliáres no estábán de
ácuerdo y les impidieron el páso. De repente, empezáron á llover
insultos de todás pártes y comenzáron los empujones en lá puertá
de entrádá. Donñ á Aná, ál escuchár el griteríáo, ábrioá sus ojos como
dos plátos y se levántoá lentámente de su sillá. Su rostro me ásustoá ,
párecíáá uná personá cápáz de todo. Cáminoá dos pásos hástá el
portoá n de entrádá y comenzoá á gritár á quien pudierá oíárlá:
─¡Se ván de ácáá ! ¿Es que no tienen respeto? ¡Es mi hijo, mi hijo!
¡Se ván! ─y poniendo un pánñ uelo en su cárá, rompioá en llántos y se
desplomoá de rodillás en el suelo.
Su llánto erá tán fuerte que hácíáá eco en el enmudecido sáloá n.
Su rostro se deformábá y oscilábá entre lá tristezá y lá
desesperácioá n. Sus mános se tensábán, como si quisierá
comprimirse hástá desápárecer. Por un segundo me imágineá á mi
viejá en el piso, llorándo de lá mismá mánerá y, á pesár de mi
esfuerzo, no pude evitár que mis ojos se humedecierán. Me volteeá
contrá lá páred párá que nádie me veá llorár. Sin embárgo no podíáá
escápár del llánto y el desgárrádor bálbuceo de Donñ á Aná en el
polvoriento piso de lá cocheríáá.
─Mi hijo, mi hijo...

24 de Mayo de 2022

Volver ál colegio fue difíácil. Apenás me hábíáá podido levántár de


lá cámá en ese tiempo. Yá ni siquierá estábá triste, soá lo sentíáá culpá.
Todos sábíáámos donde trábájábá Tili y no se lo hábíáámos dicho á
Donñ á Aná. Ojáláá hubieá rámos hecho máá s.
En el colegio, lás cárás de mis compánñ eros expresábán el
mismo sentimiento: tristezá, culpá, resignácioá n. Nádie hácíáá bromás,
nádie reíáá. Con está solemnidád entrámos á lá primerá cláse.
Estebán, el profesor de Mátemáá ticás, ál ver el áá nimo del curso,
propuso reálizár un minuto de silencio en honor á Tili. A míá me

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párecioá uná buená ideá. Luego dijo unás pálábrás. Esá yá no fue tán
buená ideá:
─Bueno chicos, espero que lo ocurrido nos sirvá á todos párá
reflexionár sobre lás cosás que hácemos. Ese estilo de vidá... no es
bueno, es peligroso. Antes de tomár decisiones ásíá, piensen en su
fámiliá, en sus ámigos...
El modo condenátorio en que háblábá de Tili me molestoá
muchíásimo. EÉ l no hizo nádá málo, soá lo queríáá áyudár á su fámiliá.
Pude notár en lás cárás de mis compánñ eros el mismo
sentimiento. Fernándo le estábá clávándo uná mirádá furiosá ál
profesor Estebán mientrás este seguíáá con su discurso ácercá de lo
que estáá bien y lo que estáá mál, sin dárse cuentá de que todos
queríáámos que se cállárá yá. Por uá ltimo, remátoá :
─ Y no creo que quierán terminár como “Tito”.
En ese momento Fernándo sálioá eyectádo de su sillá como un
cohete. Su rábiá ál háblár expresábá el sentimiento de todos.
─¡Tili! ¡Su nombre erá Tili! Y deberíáá lávárse lá bocá ántes de
háblár de eá l.
El profesor Estebán quedoá petrificádo. El resto de mis
compánñ eros ásentíáán con lá cábezá o murmurábán áprobándo lás
pálábrás de Fer. Algunos hástá ápláudieron. Yo lo mirábá
ásombrádo. Nuncá lo hábíáá visto ásíá, tán ádulto.
El profesor se recompuso:
─Bueno, perdoá n. “Tili”... ─lo dijo como sobrándo lá relevánciá
de su nombre. Si hubierá sábido por queá le decíáámos ásíá... ─pero
tienen que entender el peligro de llevár ese tipo de vidá...
Otro de mis compánñ eros lo interrumpioá :
─¿Queá tipo de vidá? Vos no sábes nádá.
─Síá, ¡mejor cálleseá !
Otros máá s empezáron á increpár ál profesor, mientrás álgunos
silbábán. Lá situácioá n se hábíáá sálido de control. Mientrás el
profesor Estebán pedíáá cálmá, Rámiro se levántoá de su sillá y fue
directámente á ápurárlo. Fer y otros máá s se ácercáron támbieá n y le

76
decíáán de todo. Estebán les insistíáá que se sentárán. Al ver que no le
hácíáán cáso comenzoá á ámenázárlos con sánciones. Otros se dieron
cuentá que esto podíáá terminár mál y támbieá n les pedíáán á mis
compánñ eros que se sentárán. Yo logreá escuchár como Rámiro le
decíáá á Estebán: “máá s vále que corrás porque te voy á mátár”.
Tátiáná, otrá compánñ erá, sálioá corriendo del áulá á buscár á lá
preceptorá. Por suerte, lá preceptorá pudo cálmár lá situácioá n ántes
que terminárán á lás mános.
Unos díáás despueá s el profesor renuncioá . No lo hizo por
verguü enzá, ni támpoco ninguá n directivo se lo hábíáá pedido. Lo hizo
porque tuvo miedo de lás ámenázás que le hábíáán hecho mis
compánñ eros. Lo cierto es que nádie le hubierá hecho nádá. Lá gente
cree que porque somos pobres y villeros, somos todos cápáces de
sostener un ármá y ápretár el gátillo.

6 de Julio de 2022
Mi hermáná llámoá llorándo hoy. Ese hijo de putá le volvioá á
pegár. Fuimos con mi viejá hástá lá cásá de Málená. Cuándo
entrámos, vimos todo revuelto: lás puertás de los muebles ábiertás,
lás sillás tumbádás, lá porceláná y el vidrio hecho ánñ icos en el piso.
Málená estábá en uná esquiná de su piezá, ácostádá en el suelo,
sujetáá ndose lás rodillás y temblándo. Su ropá estábá rotá y
mánchádá de sángre. Al verlá quedeá tieso. Mi viejá dio un grito y
sálioá corriendo á ábrázárlá. Lás dos llorábán entrelázádás, hundidás
en el fríáo suelo de áquellá hábitácioá n conyugál.
─Veníá hijo, áyudáme.
Me costoá moverme. Yo támbieá n queríáá temblár. Pero debíáá ser
fuerte por ellá. Mi viejá y yo áyudámos á Málená á reincorporárse.
¡Lá deberíáán háber visto! Sus piernás se támbáleábán, como lás de
un bebeá áprendiendo á cáminár. Su cárá estábá hinchádá por los
golpes recibidos. Sus lábios, cortádos, derrámábán sángre oscurá.
Teníáá moretones en el cuello y los brázos, y del páá nico se hábíáá
mojádo el pántáloá n. No cábíáá lá menor dudá: hábíáá estádo en

77
presenciá de un monstruo. Y no soá lo eso, vivíáá con eá l, dormíáá con eá l,
lo hábíáá ámádo, y quizáá s áuá n lo hácíáá.
Llámámos á lá policíáá de inmediáto. El pátrullero vino cuándo
quiso. Mi mámáá áyudoá á Málená á cámbiárse y entre los dos lá
subimos ál áuto. Los tres fuimos átráá s mientrás el policíáá que
mánejábá no párábá de háblár:
─¿Queá pásoá ? ¿le serviste lá sopá fríáá? ─se mofoá ─. No, no se
preocupe, es un chiste ─quiso áclárár ─. El otro díáá vino uná pibá
que decíáá que el novio lá queríáá prender fuego por servirle lá sopá
fríáá. ¿Pueden creer? Lá gente llámá á lá policíáá párá cádá boludez...
Nádie dijo nádá, solámente queríáámos que ese viáje terminárá.
─No se preocupe, el chico no vá á volver máá s. Y si vuelve le
vámos á pegár un susto de muerte y no se vá á querer ápárecer máá s
por ácáá .
¿Ese ibá á ser todo el cástigo de este hijo de putá? ¿No háy
juicio, no háy pená, no háy cáá rcel? En lá comisáríáá lá situácioá n no
mejoroá . Un policíáá que no párábá de fumárle en lá cárá á mi viejá, le
pedíáá á mi hermáná que deá máá s detálles de lo ocurrido. Le insistíáá,
sobre todo, que contárá los motivos por los cuáles le hábíáá pegádo.
Mi hermáná á penás podíáá háblár y eso poníáá nervioso ál oficiál.
Despueá s de que llenárán el informe, nos mándáron á cásá. Mi mámáá
le insistíáá ál comisário que nos tomoá declárácioá n que le pusierán un
pátrullero en lá puertá, por proteccioá n, pero se negáron.
─Mire senñ orá, háy un proceso y se tiene que respetár. Mánñ áná
ván á ir con el meá dico forense á que tome notá de todás lás lesiones
y despueá s se iniciáráá uná cáusá. Busque un ábogádo máá s o menos
decente y cápáz consigá que les de álgo de guitá.
Nádie hábíáá pensádo en lá plátá. Mi hermáná soá lo podíáá sentir
miedo. Mi viejá pedíáá un poco de justiciá. Yo hubierá querido buscár
á Diego y devolverle cádá uno de los golpes que le hábíáá dádo á
Málená.
Despueá s de eso, mi hermáná vino á vivir á cásá unos díáás. No lo
soportoá mucho, con mi viejá nuncá se entendieron. Decidioá volver á

78
lá cásá que teníáá con Diego. Hábíáámos áveriguádo y eá l se hábíáá ido á
vivir con su ábuelá á Cástelli.
Un díáá esá cásá de Cástelli ápárecioá prendidá fuego. Por suerte,
no hábíáá nádie en ellá. Lá investigácioá n ácercá del incendio de lá
cásá fue exháustivá, todo indicábá que el fuego hábíáá sido
provocádo. Málená erá lá principál sospechosá del incendio, pero
eso nuncá se comproboá .

21 de Agosto de 2022
Hoy mi mámáá me pidioá que váyá á comprár frutá. Lá deberíáá
háber despedido de otrá formá. En el supermercádo, el chino me
átendioá de muy málá gáná. Al volver con lás bolsás, decidíá desviárme
un pár de cuádrás párá pásár por lo de Málená. Soá lo queríáá ver coá mo
estábá. Párecíáá máá s segurá y fuerte que en todá su vidá.
Cuándo volvíáá párá cásá, me cruceá con uná coquetá senñ orá. Al
verme, se cruzoá de veredá álgo ásustádá. Está vez no me párecioá
grácioso. Lá mireá con desdeá n, y ellá á míá con miedo y desprecio. Yo
soá lo ásimile el desprecio. Párece que es monedá corriente por estos
lugáres.
Seguíá cáminándo yá ofuscádo, creo que enojádo con todo. Con
lá gente, con el bárrio, con lá violenciá que nos envuelve díáá á díáá.
Pensábá, en ese momento, que vivíáámos en uná prisioá n, uná de esás
prisiones donde los guárdiás soá lo evitán que sálgás, pero que no
velán por lá seguridád de los presos. Como confinádos en uná islá
donde el resto del mundo disfrutá de vernos mátárnos entre
nosotros.
Soá lo fáltábá mediá cuádrá párá llegár á mi cásá. De repente uná
fuerte sirená de lá policíáá me sustrájo de mis pensámientos. Yo
ácelereá el páso, no queríáá ver un ázul otrá vez. Lá 4x4 se detuvo
detráá s míáo y yo empeceá á correr: ¡no estábá dispuesto á soportár
máá s violenciá!
Escucheá un grito de ¡alto! mientrás pásábá por lá puertá de mi
propiá cásá. Pero decidíá seguir corriendo. Fáltábá poco párá lá

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esquiná. Un poco máá s y podríáá evitárme otro problemá máá s en mi
vidá.
Justo cuándo estábá á punto de doblár sentíá un pellizcoá n en mi
pierná izquierdá. El sonido del dispáro párecioá llegár despueá s.
Es fuerte, seco, áterrádor. Luego vino el dolor. No pude hácer pie. Mi
cuerpo se bálánceoá háciá el costádo y luego háciá ábájo. Atineá á
ápoyár mi rodillá derechá en el piso párá no desplomárme. Lá bolsá
de frutás se soltoá de mi máno y golpeoá contrá el suelo. Lás
mánzánás y lás perás rodábán por lá cálle.
No escucheá el segundo dispáro. Ese fue á terminár
áccidentálmente en mi cábezá. Lo sentíá entrár por mi nucá y
átrávesár mis sesos, provocáá ndome un pitido águdo que retumbábá
en todo mi cuerpo. Que uná bálá átráviese tu cien se siente como
uná jáquecá extremá, como cuándo te obsesionáá s con uná ideá
áterrádorá y tu mente no te dejá descánsár. No sentíá sálir lá bálá,
áunque seá que átrávesoá mi ojo derecho con el mismo íámpetu con el
que entroá por mi nucá. Morir no es tán terrible despueá s de todo. Los
dolores cesán, lás ideás deján de preocupárte, lás tristezás se
eváporán. A pesár de lás despedidás ádeudádás, lá sensácioá n de
libertád es inconmensuráble.
Seá que los diários no hábláráá n de esto mánñ áná. Lá policíáá
encontráráá álguná buená excusá párá háberme ásesinádo. Lá justiciá
es cosá de hombres. Nosotros somos nádá.

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LA CIUDAD DE LOS SITIOS
PARTE II

Hoy teníáá que ir á lá fácultád pero llegueá tárde. Mientrás


cáminábá hástá lá párádá pásáron dos colectivos seguidos frente á
mis nárices. Quizáá s fue ese mál humor el que me impidioá evitár
hácerle frente ál fácho con el que me encontreá hoy.
Seámos honestos: todos los díáás te vás á cruzár con un fácho. Es
muy difíácil evitárlo, estáá n áhíá áfuerá, ácecháá ndote, esperándo
ágázápádos. Trábáján con vos, estudián con vos, viáján en los
mismos colectivos; son tus vecinos, tu fámiliá, tus ámigos. Incluso en
ocásiones duermen bájo tu mismo techo.
En lá párádá del 53 eá rámos dos. Ojáláá hubierá estádo solo, y me
hubierá quedádo solo, sumido en mi solitário pensámiento. Pero no,
eá rámos dos: el gordo fácho y yo. Obviámente en ese momento no
sábíáá que erá un fácho. Por lo generál no son muy fáá ciles de
identificár: los háy de todás lás formás y colores. Segurámente
támpoco erá tán gordo. Lá necesidád de ápodárlo despectivámente
llegoá despueá s. Debíáá ser un chico joven, quizáá s de mi edád. Creo que
eso áyudoá á que todo lo que pásoá despueá s me áfectárá tánto.
Estáá bámos párádos á pocos metros uno del otro esperándo el
mismo colectivo, cuándo un pibe pásoá cercá nuestro pidieá ndonos
unás monedás. Yo no suelo dár plátá por reglá generál. Si tengo
comidá no tengo problemá, pero plátá no. Nuncá sentíá que dár

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dinero me sirvierá párá lávár mis culpás. Hágá lo que hágá, mis
culpás siguen áhíá, intáctás. Támpoco es álgo de lo que me sientá
orgulloso, máá s bien es álgo que en álguá n momento de lá vidá uno
tiene que decidir por propiá coherenciá: o le dás á todos o no le dás
á nádie. O áyudo á todo el mundo, o no áyudo á nádie. Lá máyoríáá
elegimos no áyudár á nádie.
Despueá s de eso, el pibe cruzoá lá cálle y se puso á revolver lá
básurá del cánásto del edificio de en frente. Yo empeceá á pensár lo
que pienso siempre que veo este tipo de situáciones: “¿coá mo llegá
un ser humáno á necesitár revolver lá básurá?”. Lá conclusioá n de
áquel interrogánte suele ser siempre lá mismá: “el mundo es uná
mierdá, lá humánidád es uná mierdá, y yo no me quedo átráá s”. ¿Queá
hice yo en mi vidá párá cámbiár esto? Lá verdád, no mucho. Me
suelen molestár los hipoá critás que se hácen los comunistás con el
culo átornilládo en un coá modo silloá n. Yo, sin embárgo, tengo bien
ásumido lo que soy. No soy un hipoá critá, soy un vágo con
sensibilidád sociál.
El gordo comenzoá á ácercáá rseme de formá poco sutil. Por
álguná rázoá n, yá desde entonces me generábá recházo, hástá
repugnánciá. Fumábá desesperádámente su cigárrillo y el viento
tráíáá el humo exháládo de su bocá hástá mi cárá. Yo, que háce poco
empeceá á trábájár de docente en uná escuelá primáriá, hábíáá
recobrádo ciertá intoleránciá infántil ál humo del cigárrillo. Los
ninñ os son máá s instintivos que los ádultos: nuncá se pondríáán en lá
bocá por propiá voluntád álgo que huele mál, máreá y dá tos.
El gordo seguíáá ácercáá ndose y temíá que quisierá intercámbiár
pálábrás conmigo. En eso el infánte támbieá n estáá mejor prepárádo
que el ádulto: jámáá s hábláríáá con un extránñ o en lá cálle.
Cuándo llegoá á párárse á mi ládo supe que hoy no seríáá un buen
díáá: un tipo con el que no queríáá háblár me obligáríáá á escuchárlo.
─¿Lo viste ál que pásoá ? ─hizo uná páusá como párá que yo
respondierá, pero de mi párte no hábíáá ni el máá s míánimo intereá s en
entáblár uná conversácioá n ─¿el que pásoá recieá n?, ¿el que se puso á

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buscár en lá básurá? ─reformuloá insistiendo, como si yo no hubierá
entendido su preguntá iniciál.
Mi silencio no se debíáá á mi fáltá de compresioá n sino á mi
resignácioá n. Lá resignácioá n de áquel que sábe que álgo horrible se
áproximá y no puede hácer nádá párá detenerlo. El gordo siguioá
háblándo:
─Yo, cuándo lo vi venir, penseá : “este me vá á robár” ─lo dijo con
consternácioá n y ásco. Pero támbieá n, uná sonrisá máliciosá se podíáá
distinguir en su páá lido rostro ─. Te piden párá comer pero bien que
párá el vinito les álcánzá ─y jádeoá uná risá junto á su uá ltimá
áfirmácioá n.
Lo mireá con desprecio. Juro que en mi vidá jámáá s mireá á
álguien con tánto desprecio como á ese gordo deságrádáble que me
obligoá á párticipár de su comentário fácho un mártes á lás once de lá
mánñ áná despueá s de háber perdido dos colectivos seguidos.
Lámentáblemente no creo que mi mirádá de desprecio háyá sido lo
suficientemente clárá párá eá l porque sus ojos seguíáán depositádos
en míá, esperándo uná respuestá que impulsárá nuestrá
conversácioá n y lá elevárá hástá el soá táno de lá verborrágiá. Mi
silencio iniciál se empezábá á sentir incoá modo frente á su mirádá
insistente, llená de expectátivá. Lo odie, lo odie con todo mi ser. No
soá lo por ser un fácho, sino por ponerme en el deber de emitir álguá n
tipo de sonido que sirvá de respuestá á su incesánte mirádá. Cuándo
uná personá te háblá, te obligá á responder. Te dá lá libertád de
responder lo que quierás, pero nuncá vás á ser libre de quedárte
cálládo. Ese gordo no soá lo estábá siendo un fácho, támbieá n erá un
secuestrádor. Hábíáá usurpádo mi voluntád de permánecer en
silencio, ápropiáá ndose párá siempre de mi voz.
Quise escápár reponiendo áquel fámoso sálvoconducto
universál que se ácostumbrá utilizár párá huir sutilmente de uná
conversácioá n.
─Y bue... ─dije yo.
Y que esos puntos suspensivos no se entiendán como un signo
de querer continuár lá orácioá n. Esos puntos suspensivos simbolizán

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uná pálábrá que se estirá párá levántár un muro. Un muro
fortificádo por lá distánciá. Un desierto de hielo soá lido que se
levántá entre dos personás que se condenán mutuámente ál
ostrácismo.
Pero tál desintereá s no cálmoá los áá nimos del gordo. Por el
contrário, creo que soá lo logreá exácerbárlos. Al dárse cuentá que yo
no ibá á dejárme árrástrár por su reáccionário discurso se volteoá
háciá lá cálle mientrás murmurábá pálábrás irritádás y sácoá su
celulár párá hácer uná llámádá. Yo no teníáá ninguá n intereá s en su
conversácioá n pero álcánceá á escuchár el finál:
─... Síá, síá. Estoy en Belgráno y Hornos. Cáseros.
Por un momento penseá que hábíáá llámádo á un remíás o á un
ámigo párá que lo pásárá á buscár. Imágíánense mi sorpresá cuándo
ál minuto ápárecioá un pátrullero de lá policíáá en el lugár. El gordo
los hábíáá llámádo párá denunciár á un pobre pibe, que hábíáá
cometido el crimen de pedir unás monedás y revolver lá básurá
buscándo queá comer.
Al ver ál gordo indicándo á tráveá s de lá ventánillá de lá 4x4 de
lá policíáá háciá donde se hábíáá ido áquel chico, mi sentimiento
cámbioá . Yá no me párecíáá un gordo despreciáble. Ahorá me párecíáá
un gordo peligroso. Lá verdád es que no suelo topárme con gente
ásíá, ál menos no que se ánime á tánto. A ser tán fáchá. A perseguir ál
pobre, ál humilde, ál negro, con tánto entusiásmo, con tál feá rreá
pásioá n. Se lo veíáá soberbio, áltivo, con áires de suficienciá. No pude
evitár preguntárme si creyoá estár háciendo lo correcto, si creyoá
estár hácieá ndole álguá n bien á álguien máá s que á sus propios
prejuicios. Si se hábráá sentido orgulloso de síá mismo, si se hábráá
sentido un heá roe.
Pero máá s peligroso me sentíá yo. Porque ánte tántás
bárbáridádes no hice nádá, no dije nádá. Ni siquierá tuve los huevos
suficientes como párá insultárlo. Ni siquierá me ánimeá á verlo á los
ojos y gritárle en lá cárá “¡vos sos un gordo fácho!”. Me di cuentá que
no hácer nádá soá lo puede estár bien cuándo se vive en un mundo
justo, donde todo estáá bien. Pero en un mundo tán injusto, ser un

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cobárde es peor que ser un gordo fácho. Porque en un mundo
injusto es normál que háyá corruptos, delincuentes, lácrás,
máchistás, retroá grádos, reáccionários y gordos fáchos. Pero lá gente
que se dá cuentá de lo injusto que es el mundo no tiene derecho á
ser cobárde. Me di cuentá que el problemá con el mundo no es que
háyá gordos fáchos, sino buenos cobárdes. Que lá injusticiá vá á
existir siempre mientrás que los que somos cápáces de dárnos
cuentá de que álgo no estáá bien, no hágámos nádá párá cámbiárlo.
Me di cuentá de que el mundo todos los díáás nos cruzá con uná
injusticiá y que, si sábemos mirár, si podemos hácer á un ládo el
ruido en el que cotidiánámente estámos inmersos y prestámos
átencioá n, vámos á poder escuchár un deá bil pero encárnizádo
susurro que se filtrá por lo bájo en nuestros oíádos. Es el mundo
dicieá ndonos: “tránsfoá rmáme”.

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ÍNDICE

PARTE I – Siete díáás (poemário intempestivo)

Creácioá n............................................................................. 7
Feá rtil.................................................................................... 8
Oximoroá n.......................................................................... 9
Cohábitácioá n.................................................................... 10
Intento................................................................................ 11
Epíáfrásis............................................................................. 12
Egos..................................................................................... 13

PARTE II – Hábíáá sido uná vez (ánecdotário pluscuámperfecto)

En lá orillá.......................................................................... 17
Lo siento, pequenñ o mosquito.................................... 23
Elisá...................................................................................... 27
Un motivo párá sonreíár................................................ 37
Mr. Tibbets........................................................................ 49
Lisá mirándo TV.............................................................. 57
Lá ciudád de los sitios - Párte I................................ 63
Lá ciudád de los sitios – Párte II.............................. 81

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