COLONIZACION FRANCESA EN AMERICA
Francia ocupó la actual Guayana Francesa en Sudamérica (aún bajo su dominio), Louisiana en el
Golfo de México, algunas islas del Caribe, y la región canadiense de Quebec.
La colonización francesa de América se inició en el siglo XVI y prosiguió hasta el siglo XVIII. La
primera colonia viable de Francia en América fue la colonia - Ciudad de Quebec, fundada por
Samuel de Champlain en 1608.
Francia construyó su primer imperio colonial en América del Norte, denominado Nueva Francia,
el cual se extendía desde el golfo de San Lorenzo hasta las Montañas Rocosas al oeste y hasta el
golfo de México por el sur. Los franceses colonizaron igualmente las Antillas: Saint-Domingue,
Santa Lucía y la Dominica, así como Guadalupe y Martinica.
En América del Sur, los franceses intentaron establecer tres colonias, de las cuales solo una
sobrevivió hasta nuestros días: la Guayana Francesa.
Durante este período de colonización, los franceses fundaron varias ciudades, tales como
Montreal, Quebec en Canadá; Baton Rouge, Detroit, Mobile, Nueva Orleans. San Luis, en los
Estados Unidos, Puerto Príncipe y Cabo Haitiano en Haití.
Los franceses fueron capaces de recuperar por poco tiempo algunas de sus antiguas posesiones,
durante la Era napoleónica, con el tratado de San Ildefonso. Francia no tenía la armada para
suministrar a sus dominios norteamericanos. El bloqueo del Imperio francés fue una parte clave
de la estrategia británica contra Napoleón y porque Francia no quería que sus posesiones
cayeran a manos de los británicos.
Napoleón vendió esta Luisiana colonial a los Estados Unidos, una operación referida como la
compra de Luisiana. Este hecho tuvo lugar el 3 de mayo de 1803 y la indemnización fue de 15
millones de dólares, una considerable suma para el joven estado americano. Ente 1555 y 1567
los hugonotes franceses bajo el liderazgo del vicealmirante Nicolas Durand de Villegaignon
intentaron establecer la colonia de Francia Antártica (cerca de Río de Janeiro en lo que es hoy
Brasil), pero fueron rechazados por los portugueses.
Entre 1612 y 1615, se llevó a cabo un segundo intento al establecer la colonia de Francia
Equinoccial (en el actual São Luís, Brasil) que acabó igualmente con la expulsión de los franceses
por tropas portuguesas. La Guayana Francesa fue colonizada por primera vez por los franceses
en 1604, aunque los primeros asentamientos fueron abandonados debido a la hostilidad de los
indígenas y las enfermedades tropicales.
El asentamiento de Cayenne se estableció en 1643 pero fue abandonado. En la década de 1660
se refundó y a excepción de breves ocupaciones por ingleses y holandeses durante el siglo XVII
y por los portugueses en el siglo XIX, Guayana ha permanecido bajo control francés desde
entonces. Entre 1851 y 1951 fue el lugar de la célebre colonia penal de la Isla del Diablo. Desde
1946, Guayana Francesa es considerada un departamento de ultramar francés.
EL imperio colonial francés en América aparece distribuido, a principios del siglo XVIII, entre el
Caribe y el sub continente norte. Desde un punto de vista estratégico, los enclaves situados en
Norteamérica, una línea de fuertes y ciudades extendida desde Canadá a Luisiana, tenían un
indudable valor, pues impedían a las colonias inglesas penetrar con comodidad hacia el interior
de la masa continental. Económicamente, sin embargo, resultaban mucho más rentables las islas
caribeñas con sus plantaciones de azúcar y tabaco, en especial, cuyo comercio. compensaba con
creces las inversiones efectuadas por la metrópoli para mantener dichos dominios. Por ambos
motivos, a Francia le interesaba sostener sus posesiones americanas. Si desde las tierras del San
Lorenzo sólo llegaban cargamentos de pieles, con un valor que no cubría sus gastos de
administración. y defensa, a cambio se obstaculizaba la expansión británica por el Noroeste;
únicamente quedaba reforzar las bases del Mississipi para hacer más efectiva esta obstrucción.
Nueva Francia a principios del siglo XVIII
Aparentemente, a principios del siglo XVIII, los franceses parecían sólidamente asentados en la
región canadiense, pero se trataba de una realidad más bien ficticia que auténtica. Las pequeñas
poblaciones carecían de una eficaz conexión entre sí para hacer frente a los problemas comunes;
la extensión de los cultivos fuera del ámbito próximo a las ciudades hablaba de una colonización
en desarrollo (perceptible desde el último cuarto del siglo XVII), pero también de una peligrosa
dispersión dentro de un vastísimo territorio; era difícil el apoyo mutuo entre las distintas partes
del imperio colonial (Acadia, Terranova, Quebec y Luisiana) y las comunicaciones con Francia
dejaban bastante que desear, así como la preocupación de la metrópoli por la defensa y el
bienestar de sus súbditos ultramarinos, quienes sólo podían expresar sus inquietudes a través
de un gobernador nombrado por la Corona. No pudo evitarse, de tiempo en tiempo, el choque
Iglesia-Gobierno colonial, que tuviera su máximo ejemplo en el enfrentamiento del obispo Laval
con Frontenac. Concepciones e intereses distintos respecto al papel de los religiosos en la
sociedad colonial, al trato con los indígenas, a la actividad comercial o a la política de ampliación
de fronteras provocaron disensiones internas que en nada beneficiaban a la estabilidad del país.
Incluso cuando hubo conjunción de objetivos, caso del obispo Saint-Vallier y del intendente
Champigny, en orden a favorecer los asentamientos agrícolas en detrimento del comercio de
pieles y del nomadismo de los coureurs des bois, no fue posible impedir las discrepancias de.
quienes se sentían coartados en su libertad por la adopción de tales medidas. El problema de
los ataques indígenas había quedado momentáneamente resuelto a través de alianzas o
mediante la coacción militar. Desde 1701 reinó cierta tranquilidad y desapareció en parte el
temor a las incursiones de los aborígenes, gracias a un tratado de paz, obra de Callieres
(gobernador de 1699 a 1703 en sustitución del fallecido Frontenac), que garantizaba la no
beligerancia de los iroqueses y su neutralidad en los conflictos franco-británicos. Esta situación
pacífica permitió la fundación de puestos comerciales en la región comprendida entre los
Grandes Lagos y el curso superior del Mississipi. Surgen así Kaskaskia y Cahokia (en el actual
Estado de Illinois), y Vincennes (en Indiana) en 1705. Poco antes se había reforzado, con el envío
de un contingente de tropas, el emplazamiento de Michilimackinac (hoy, Mackinaw City), la
primitiva misión de San Ignacio fundada por el Padre Marquette en un lugar clave (en el borde
sur del canal de comunicación
entre los lagos Míchigan y Hurón) de la ruta acuática que facilitaba la unión entre Nueva Francia
y Luisiana, además de abrir el camino hacia regiones de especial interés para el tráfico de pieles.
El primer comandante de la guarnición situada en Michilimackinac fue Antoine Laumet de la
Mothe, señor de Cadillac, quien desde 1683 se encontraba en Canadá. y había participado de
forma destacada en las luchas contra los iroqueses. Luego de vivir durante algún tiempo en
Maine obtuvo la jefatura de la patrulla situada en Mackinac de 1694 a 1697 (hasta 1715 no se
levantó un fuerte en este lugar), años que le sirvieron para explorar la región y constatar su
estratégica ubicación. Esta experiencia le llevó a solicitar el permiso de Luis XIV para establecer
un centro de comercio peletero y de control del territorio; nace así, en 1701, Fort Pontchartrain
du Détroit (la actual Detroit) en el punto vital de unión de los lagos Hurón, Saint Clair y Erie, y en
una excelente posición para conectar con el Míchigan y con el río Mississipi (tiempo atrás, desde
New York se había instado al gobierno inglés, sin éxito, a construir un fuerte en la zona alegando
su importancia crucial). Cadillac gobernó el fuerte hasta 1710, año en que marchó a Luisiana,
tras dar un buen impulso a la consolidación de la cadena de fortines que enlazará el San Lorenzo
con el golfo de México. Hay que valorar en su justa medida, omitiendo cualquier referencia al
carácter difícil, la visión política de determinados personajes (Frontenac, Callieres, Cadillac,
entre ellos) que comprendieron la necesidad de asegurar los límites de Nueva Francia si quería
mantenerse la colonia. Como sucediera en Luisiana, el rey francés no quiso comprometerse en
exceso en tierras canadienses, contentándose con el dominio sobre la franja que iba desde
Quebec hasta Montreal y dejando, en todo caso, el avance de la frontera a la iniciativa de los
misioneros en un claro apoyo a la labor pastoral en detrimento del negocio peletero. Mediante
la persuasión logró se vencer, en algunas ocasiones, el desinterés real y fundar varios puestos
fundamentales para la defensa de Canadá, mantener el comercio de pieles y establecer contacto
con tribus indígenas. El triple objetivo funcionó eficazmente, al menos consiguió no aumentar
el malestar reinante entre los comerciantes de corambres, satisfizo el ansia de aventura de parte
de la población y permitió estrechar la amistad con naciones indias de Ohio, Indiana, Míchigan
o Illinois, esencial para conservar el equilibrio de fuerzas con los ingleses en la. pugna que se
intuía próxima.