Sólo si se exploran las primeras exteriorizaciones de la constitución pulsional congenita, así como
los efectos de las impresiones vitales más tempranas, es posible discernir correctamente las
fuerzas pulsionales de la posterior neurosis y precaverse de los errores a que inducirían las
refundiciones y superposiciones producidas en la edad madura.
Cuando hemos indagado las primeras plasmaciones psíquicas de la vida sexual en el niño, en
general tomamos por objeto al varoncito. Suponíamos que en el caso de la niña todo sería
semejante, aunque diverso de alguna manera
La situación del complejo de Edipo es la primera estación que discernimos con seguridad en el
varoncito. Nos resulta fácilmente inteligible porque en ella el niño retiene el mismo objeto al que
ya en el período precedente, el de lactancia y crianza, había investido con su libido todavía no
genital. También el hecho de que vea al padre como un rival perturbador a quien querría eliminar
y sustituir se deduce limpiamente de las constelaciones objetivas {real}. Y ya en otro lugar - he
expuesto que la actitud (postura) edípica del varoncito pertenece a la fase fálica, y que se va al
fundamento {zugrunde gehen] por la angustia de castración, o sea, por el interés narcisista hacia
los genitales.
aun en el varoncito, el complejo de Edipo es desentido doble, activo y pasivo, en armonía con la
disposición bisexual. También él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre; a esto
lo designamos como actitud femenina.
el hecho de que el niño siga mojándose en la cama sería el resultado del onanismo, y el varoncito
apreciaría su sofocación como una inhibición de la actividad genital y, por tanto, en el sentido de
una amenaza de castracion.
acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la
primera excitación sexual y, por los efectos que trae con posterioridad {nachtraglich}, pase a ser el
punto de partida para todo el desarrollo sexual.
A más de los problemas del complejo de Edipo en eí varón, el de la niña pequeña esconde otro.
Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto, y no nos asombra que el varón lo retenga
para el complejo de Edipo. Pero, ¿cómo llega la niña a resignarlo y a tomar a cambio al padre por
objeto.'^
Todo analista ha tomado conocimiento de mujeres que perseveran con particular intensidad y
tenacidad en su ligazón-padre y en el deseo de tener un hijo de él, en que esta culmina. Hay
buenas razones para suponer que esta fantasía de deseo fue también la fuerza pulsional de su
onanismo infantil, y uno fácilmente recibe la impresión de hallarse frente a un hecho elemental,
no susceptible de ulterior resolución, de la vida sexual infantil.
Lindner [1879], el niño descubre la zona genital dispensadora de placer —pene o clitoris— durante
el mamar con fruición (chupeteo)
En suma: la zona genital es descubierta en algún momento, y no parece justificado atribuir un
contenido psíquico a los primeros quehaceres del niño con ella. Ahora bien, el paso siguiente en la
fase fálica que así ha comenzado no es el enlace de este' onanismo con las investiduras de objeto
del complejo de Edipo, sino un descubrimiento grávido en consecuencias, circunscrito a la niña
pequeña. Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de
notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano,
pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.
He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el
varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestrairresoluto, poco interesado al
principio; no ve nada, o desmiente ^ su percepción, la deslíe, busca subterfugios para hacerla
acordar con su expectativa. Sólo más tarde, después que cobró influencia sobre él una amenaza de
castración, aquella observación se le volverá significativa; su recuerdo o renovación mueve en él
una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza que hasta
entonces había echado a risa
determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o
menosprecio triunfalista hacia ella.
Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso,
sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.
En este lugar se bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer," que eventualmente, si
no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo hacia la
feminidad. O bien sobreviene el proceso que me gustaría designar desmentidas^ que en la vida
anímicainfantil no es ni raro ni muy peligroso, pero que en el adulto llevaría a una psicosis. La
niñita se rehusa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que
empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón.
Con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer —como cicatriz, por así decir— un
sentimiento de inferioridad." Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo
personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el
menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se
mantiene en paridad con el varón.^
Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el
rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento.
El niño golpeado-acariciado en ella no puede ser otro, en el fondo, que el clitoris mismo, de suerte
que el enunciado contiene, en su estrato más profundo, la confesión de la masturbación que
desde el comienzo de la fase fálica hasta épocas más tardías se anuda al contenido de la fórmula.
Una tercera consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos
con el objetomadre. La concatenación no se comprende muy bien, pero uno se convence de que al
final la madre, que echó al mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada
por esa falta de pene. El curso histórico suele ser este: tras el descubrimiento de la desventaja en
los genitales, pronto afloran celos hacia otro niño a quien la madre supuestamente ama más, con
lo cual se adquiere una motivación para desasirse de la ligazón-madre. Armoniza muy bien con ello
que ese niño preferido por la madre pase a ser el primer objeto de la fantasía «Pegan a un niño»,
que desemboca en masturbación.
Hay otro sorprendente efecto de la envidia del pene —o del descubrimiento de la inferioridad del
clitoris— que es, sin duda, el más importante de todos
Es que las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y
femeninos. No obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer está más alejada de la
masturbación, y para resolver el problema supuesto se podría aducir esta ponderación de las
cosas: al menos la masturbación en el clitoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la
feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea." Los análisis de la
prehistoria fálica me han enseñado que en la niña sobreviene pronto, tras los indicios de la envidia
del pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo, que no puede reconducirse
exclusivamente al influjo pedagógico de las personas encargadas de la crianza
No puedo explicarme esta sublevación de la niña pequeña contra el onanismo fálico si no es
mediante el supuesto de que algún factor concurrente le vuelve acerbo el placer que le
dispensaría esa práctica. Acaso no haga falta buscar muy lejos ese factor; podría ser la afrenta
narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso de que a pesar de todo no puede habérselas
en este punto con el varón y sería mejor abandonar la competencia con él. De esa manera, el
conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de
la masculinidad y del onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan al
despliegue de la feminidad.
Pero ahora la libido de la niña se desliza —sólo cabe decir: a lo largo de la ecuación simbólica
prefigurada pene = hijo— a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el
deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de axnot}^ La madre pasa a ser
objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer. Si me es lícito creer en comprobaciones
analíticas aisladas, en esta nueva situación puede llegar a tener sensaciones corporales que han de
apreciarse como un prematuro despertar del aparato genital femenino. Y si después esta ligazón-
padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación-padre con la
cual la niña regresa al complejo de masculinidad y se fija eventualmente a él.
En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de
castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de
castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo
de Edipo del varón se va al jundamento debido al complejo de castración,'^'^ el de la niña es
posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el
complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y
limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad.
La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible
consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con
ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.
En cambio, el complejo de Edipo es algo tan sustantivo que no puede dejar de producir
consecuencias, cualquiera que sea el modo en que se caiga en él o se salga de él. En el varónel
complejo no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de
castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus
objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó y prestan a esta
neoformación sus propiedades características. En el caso normal —mejor dicho: en el caso ideal—,
ya no subsiste tampoco en lo inconciente ningún complejo de Edipo, el superyó ha devenido su
heredero
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido
antes su efecto, y consistió en esfor.-?ar a la niña a la situación del complejo de Edípo. Por eso este
último escapa al destino que le está deparado en el varón; puede ser abandonado poco a poco,
tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la
mujer