20.
El trabajo de la representación
Representación, sentido y lenguaje
/ …/1 El concepto de representación ha llegado a ocupar un nuevo e impor-
tante lugar en el estudio de la cultura. La representación conecta el sentido
al lenguaje y a la cultura. Pero ¿qué exactamente quiere decir? Un uso de
sentido común del término es este: “Representación significa usar el lenguaje
para decir algo con sentido sobre el mundo, o para representarlo de manera
significativa a otras personas. Es posible preguntar, ¿Es eso todo?” Bien, sí y
no. La representación es una parte esencial del proceso mediante el cual se
produce el sentido y se intercambia entre los miembros de una cultura. Pero
implica el uso del lenguaje, de los signos y las imágenes que están en lugar de
las cosas, o las representan. Pero éste no es, para nada, un proceso directo o
simple, como pronto se descubrirá.
¿Cómo conecta el concepto de representación al sentido, al lenguaje y a
la cultura? A fin de explorar más esta conexión miraremos diferentes teorías
sobre cómo es utilizado el lenguaje para representar el mundo. Trazaremos
una distinción entre tres diferentes relatos o teorías: las aproximaciones
reflectiva, intencional y construccionista de la representación. ¿Será que el
lenguaje simplemente refleja un sentido que ya existe afuera en el mundo de
los objetos, la gente y los eventos (reflectiva)? ¿O el lenguaje expresa sólo lo
que el hablante, escritor o pintor quiere decir, su sentido intencional personal
(intencional)? ¿O, el sentido es construido en el lenguaje y mediante él (cons-
truccionista)? En un momento desglosaremos más estos tres enfoques.
La mayor parte del capítulo será dedicada a analizar el enfoque cons-
truccionista, porque es la perspectiva que más significativo impacto ha
tenido sobre los estudios culturales en años recientes. El capítulo examina
dos variantes mayores o modelos del enfoque construccionista: el enfoque
semiótico, fuertemente influenciado por el gran lingüista suizo Ferdinand
de Saussure, y el enfoque discursivo, asociando con el filósofo e historiador
francés Michel Foucault /…/
Dar sentido, representar cosas
/…/ Como los lingüistas gustan de decir: “Los perros ladran. Pero el concepto
de “perro” no puede ladrar ni morder”. Se puede hablar sólo con la palabra
para vaso —“vaso”—, el signo lingüístico que se usa en castellano para referirse
a los objetos en que se bebe agua. Es aquí donde aparece la representación.
Representación es la producción de sentido de los conceptos en nuestra
1 Los tres puntos suspensivos entre barras indican los lugares en los que hemos hecho
cortes en el texto original (Nota de los editores).
448 Stuart Hall
mente mediante el lenguaje. El vínculo entre los conceptos y el lenguaje es
lo que nos capacita para referirnos bien sea al mundo “real” de los objetos,
gente o eventos, o bien sea incluso a los mundos imaginarios de los objetos,
gente y eventos ficticios.
De modo que hay implicados dos procesos, dos sistemas de representación.
Primero, está el “sistema” mediante el cual toda suerte de objetos, gente y
eventos se correlacionan con un conjunto de conceptos o representaciones
mentales que llevamos en nuestra cabeza. Sin esas representaciones mentales
no podríamos de ningún modo interpretar el mundo. En primer lugar,
pues, el sentido depende del sistema de conceptos e imágenes formados en
nuestro pensamiento, que pueden estar en lugar del mundo o “representarlo”,
capacitándonos para referirnos a cosas que están dentro o fuera de nuestra
cabeza.
Antes de entrar a hablar del segundo “sistema de representación”, debemos
observar que lo que acabamos de decir es una versión simple de un proceso
complejo. Es bastante sencillo ver cómo podemos formar conceptos de cosas
que percibimos: gente y objetos materiales, como sillas, mesas y escritorios.
Pero también formamos conceptos de cosas más bien obscuras y abstractas,
que no podemos ni ver, ni sentir o tocar de manera inmediata. Pensemos, por
ejemplo, en nuestro concepto de guerra, muerte, amistad o amor. Y, como
hemos observado, también formamos conceptos sobre cosas que nunca hemos
visto, y posiblemente nunca veremos, y sobre gente y lugares que simplemente
hemos inventado. Podemos tener un concepto claro de, digamos, ángeles,
sirenas, dios, el demonio, o del cielo y el infierno, o de Middlemarch (el
pueblito provincial ficticio de la novela de George Eliot), o de Elizabeth (la
heroína de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen).
Hemos llamado a esto “sistema de representación”. Esto porque consiste,
no en conceptos individuales, sino en diferentes modos de organizar, agrupar,
arreglar y clasificar conceptos, y de establecer relaciones complejas entre ellos.
Por ejemplo, usamos los principios de semejanza y diferencia para establecer
relaciones entre conceptos o para distinguirlos unos de otros. Así, tengo una
idea de que en algunos aspectos los pájaros son como los aviones en el cielo,
basado en el hecho de que se parecen porque ambos vuelan; pero también
tengo la idea de que en otros aspectos son diferentes, porque unos son parte
de la naturaleza mientras los otros son artefactos. Este mezclar y aparear
relaciones entre conceptos para formar ideas complejas y pensamientos es
posible porque nuestros conceptos están organizados dentro de diferentes
sistemas clasificatorios. En este ejemplo, el primero se basa en una distinción
entre voladores/no voladores, y el segundo se basa en la distinción entre
natural/artificial. Hay otros principios de organización como éstos en juego
en todos los sistemas conceptuales: por ejemplo, clasificar de acuerdo con la
secuencia —qué concepto sigue a qué— o causalidad —qué causa qué— y así
sucesivamente. El punto es que estamos hablando no de una colección alea-
toria de conceptos, sino de conceptos organizados, arreglados y clasificados
dentro de relaciones complejas entre sí. Esta es la manera como obtenemos
nuestros sistemas conceptuales. Sin embargo, esto no debilita el punto básico.
El sentido depende de la relación entre las cosas en el mundo —gente, objetos
El trabajo de la representación 449
y eventos, reales o ficticios— y el sistema conceptual, que puede operar como
representaciones mentales de los mismos.
Ahora bien, puede darse el caso de que el mapa conceptual que tengo
en mi cabeza sea totalmente diferente del suyo, de tal modo que usted y yo
interpretemos el mundo, o le demos sentido, de modos totalmente diferentes.
Seríamos incapaces de compartir nuestros pensamientos o expresarnos
mutuamente nuestras ideas sobre el mundo. De hecho, cada uno de noso-
tros entiende e interpreta el mundo de una manera única e individual. Sin
embargo, somos capaces de comunicarnos porque compartimos ampliamente
los mismos mapas conceptuales y por tanto interpretamos el mundo, o le
damos sentido, aproximadamente de la misma manera. Esto es lo que de
hecho entendemos cuando decimos que “pertenecemos a la misma cultura”.
Porque interpretamos el mundo de modo aproximadamente igual, podemos
construir una cultura compartida de sentidos y, por tanto, construir un mundo
social que habitamos conjuntamente. Por ello la “cultura” se define a veces
en términos de “sentidos compartidos o mapas conceptuales compartidos”
(cfr. du Gay et al. 1997).
Sin embargo, un mapa conceptual compartido no es suficiente. Debemos
ser capaces de representar o intercambiar sentidos y conceptos, y podemos
hacerlo sólo cuando tenemos acceso a un lenguaje compartido. El lenguaje
es, por tanto, el segundo sistema de representación involucrado en el proceso
global de construir sentido. Nuestro mapa conceptual compartido debe ser
traducido a un lenguaje común, de tal modo que podemos correlacionar
nuestros conceptos e ideas con ciertas palabras escritas, sonidos producidos
o imágenes visuales. El término general que usamos para palabras, sonidos
o imágenes que portan sentido es signos. Estos signos están en lugar de,
o representan, los conceptos y las relaciones conceptuales entre ellos que
portamos en nuestra cabeza y su conjunto constituye lo que llamamos sistemas
de sentido de nuestra cultura.
Los signos están organizados en lenguajes y la existencia de lenguajes
comunes es lo que nos permite traducir nuestros pensamientos (conceptos)
en palabras, sonidos o imágenes, y luego usarlos, operando ellos como un
lenguaje, para expresar sentidos y comunicar pensamientos a otras personas.
Recuérdese que el término “lenguaje” se usa aquí en un sentido muy amplio
e inclusivo. El sistema escrito y el hablado de un lenguaje particular son
ambos, obviamente, “lenguajes”. Pero también lo son las imágenes visuales,
sean ellas producidas por la mano o por medios mecánicos, electrónicos,
digitales o por cualquier otro medio, siempre y cuando se usen para expresar
sentido. También lo son otras cosas no “lingüísticas” en el sentido ordinario:
el “lenguaje” de las expresiones faciales o de los gestos, por ejemplo, o el
“lenguaje” de la moda, del vestido, o de las luces de tráfico. Aun la música es
un “lenguaje” con complejas relaciones entre diferentes sonidos y cuerdas,
aunque éste es un caso muy especial dado que no puede ser usado fácilmente
para referenciar cosas reales u objetos del mundo (un punto elaborado más
en detalle por du Gay 1997, Mackay 1997). Cualquier sonido, palabra, imagen
u objeto que funcione como signo, se organiza con otros signos dentro de un
sistema en el cual halla su sentido. De esta forma el modelo de sentido que
450 Stuart Hall
he venido analizando aquí es descrito a veces como “lingüístico”; y todas las
teorías sobre el sentido que siguen este modelo básico son descritas como
pertenecientes al “giro lingüístico” que se ha dado en las ciencias sociales y
en los estudios culturales.
En el corazón del proceso de sentido dentro de la cultura hay, por tanto, dos
“sistemas relacionados de representación”. El primero nos permite dar sentido
al mundo mediante la construcción de un conjunto de correspondencias o
una cadena de equivalencias entre las cosas —gente, objetos, eventos, ideas
abstractas, etc.— y nuestro sistema de conceptos, o mapas conceptuales. El
segundo depende de la construcción de un conjunto de correspondencias
entre nuestro mapa conceptual y un conjunto de signos, organizados o
arreglados en varios lenguajes que están en lugar de los conceptos o los
representan. La relación entre las “cosas”, conceptos y signos está en el corazón
de la producción de sentido dentro de un lenguaje. El proceso que vincula
estos tres elementos y los convierte en un conjunto es lo que denominamos
“representaciones.”
Lenguaje y representación
Así como las personas que pertenecen a la misma cultura deben compartir
un mapa conceptual aproximadamente similar, deben también compartir el
mismo modo de interpretar los signos de un lenguaje, porque sólo de este
modo se pueden intercambiar los sentidos entre la gente. Pero ¿cómo sabemos
qué concepto está por qué cosa? O, ¿qué palabra efectivamente representa qué
concepto? ¿Cómo sé qué sonidos o imágenes portarán, mediante el lenguaje,
el sentido de mis conceptos y lo que yo quiero decirle a alguien con ellos?
Este puede parecer relativamente simple en el caso de los signos visuales;
por ejemplo, el dibujo, la pintura, o la imagen de cámara o televisión de una
oveja tiene semejanza con el animal peludo que pasta en un campo, al cual
quiero referirme. Aun así, necesitamos recordar que una versión construida,
o pintada, o digital, de una oveja no es exactamente como la oveja “real”.
Basta esto: casi todas las imágenes vienen en dos dimensiones mientras que
la oveja “real” existe en tres.
Los signos visuales y las imágenes, aun aquellas que tienen una semejanza
estrecha con las cosas a las cuales se refieren, son signos: portan sentido y
por tanto deben ser interpretados. Para hacerlo, debemos tener acceso a los
dos sistemas de representación discutidos antes: a un mapa conceptual que
correlacione las ovejas en el campo con el concepto de una “oveja”; y un
sistema de lenguaje que, en lenguaje visual, tenga alguna semejanza con la
cosa real o “se le parezca” de algún modo. Este argumento resulta muy claro si
pensamos en una caricatura o en una pintura abstracta de una “oveja”, donde
necesitamos un sofisticado y compartido sistema conceptual y lingüístico
a fin de estar seguros de que estamos todos “leyendo” el signo de la misma
manera. Aun así podemos encontrarnos con dudas sobre si realmente se
trata de una pintura de ovejas. Como la relación entre el signo y su referente
aparece menos clara, el sentido comienza a correrse y deslizarse de nosotros
hacia la incertidumbre. El sentido no es ya trasparente en su paso de una
persona a otra…
El trabajo de la representación 451
De modo que aun en el caso del lenguaje visual, cuando la relación del
concepto y el signo parece ser bastante directa, el asunto está lejos de ser
simple. Es aún más difícil con el lenguaje escrito o hablado, donde las palabras
no parecen ni suenan nada similares a las cosas a que se refieren. En parte esto
se debe a que hay diferentes clases de signos. Los signos visuales son signos
icónicos. Esto es, tienen en su forma cierta semejanza con el objeto, persona
o evento al cual se refieren. Una fotografía de un árbol reproduce algunas de
las condiciones actuales de nuestra percepción en el signo visual. Los signos
escritos o hablados, en cambio, se llaman indexicales.
Estos signos indexicales no tienen relación obvia con las cosas a que se
refieren. La palabra á.r.b.o.l.e.s no tiene ninguna relación con los árboles en
la naturaleza, ni la palabra “árbol” en castellano suena como el árbol “real”
(¡si es que hace algún sonido siquiera!). La relación en estos sistemas de
representación entre el signo, el concepto y el objeto al que se pueden referir
es enteramente arbitraria. Por “arbitrario” entendemos que en principio
cualquier colección de letras o de sonidos en cualquier orden podría hacer
el oficio igualmente. Los árboles no se van a resentir si usamos la palabra
“lobrá” — “árbol” escrito al revés— para representar su concepto. Esto es claro
a partir del hecho de que, en inglés, letras muy diferentes y de muy diferente
sonido, son usadas para referirnos a lo que, según todas las apariencias, es
la misma cosa —un árbol “real”— y, al parecer, al mismo concepto —una
planta grande que crece en la naturaleza—. El inglés y el francés parecen
usar el mismo concepto, pero el concepto que en inglés es representado por
la palabra “tree”, es representado en francés por la palabra “arbre”.
Códigos compartidos
La cuestión es, por tanto: ¿cómo la gente que pertenece a la misma cultura,
que comparte el mismo mapa conceptual y que habla o escribe el mismo
lenguaje (castellano) sabe que la combinación arbitraria de letras y sonidos
que forman la palabra “árbol” está en lugar de, o representa, el concepto de
“una planta grande que crece en la naturaleza”? Una posibilidad sería que los
mismos objetos en el mundo porten y fijen de alguna manera el “verdadero”
sentido. ¡Pero no es de ninguna manera claro que los árboles reales sepan
que son árboles, y menos claro que sepan que la palabra que en castellano
representa el concepto de ellos se escribe “árbol”, ¡mientras en inglés se escribe
“tree”! Por lo que a ellos concierne, podría haberse escrito “vaca” o “cow”,
o incluso “xyz”. El sentido no está en el objeto, persona o cosa, ni está en la
palabra. Somos nosotros quienes fijamos el sentido de manera tan firme que,
después de cierto tiempo, parece ser una cosa natural e inevitable. El sentido
es construido por el sistema de representación. Es construido y fijado por un
código, que establece una correlación entre nuestro sistema conceptual y
nuestro sistema de lenguaje de tal modo que, cada vez que pensamos en un
árbol, el código nos dice que debemos usar la palabra castellana “árbol”, o la
inglesa “tree”. El código nos dice que, en nuestra cultura —es decir, en nuestros
códigos conceptuales y de lenguaje— el concepto “árbol” está representado
por las letras á.r.b.o.l. arregladas de cierta manera, del mismo modo que en el
código Morse, el signo para V (que en la Segunda Guerra Mundial Churchil
452 Stuart Hall
hizo “estar en lugar de”, o representar “victoria”) es punto, punto, punto, raya;
¡y en el “lenguaje de luces de tráfico” verde = adelante, y rojo = pare!
Una manera de pensar sobre la “cultura” es, por tanto, en términos de
estos compartidos mapas conceptuales, sistemas de lenguaje y de códigos que
gobiernan la relación de traducción entre ellos. Los códigos fijan las relaciones
entre conceptos y signos. Estabilizan el sentido dentro de diferentes lenguajes
y culturas. Nos dicen qué lenguaje usar para expresar qué idea. El reverso
es también verdadero. Los códigos nos dicen qué conceptos están en juego
cuando oímos o leemos cuáles signos. Mediante la fijación arbitraria de las
relaciones entre nuestros sistemas conceptuales y lingüísticos (“lingüístico”
en sentido amplio) los códigos hacen posible que hablemos y escuchemos de
manera inteligible, y establezcamos la traducibilidad entre nuestros conceptos
y nuestros lenguajes, lo cual permite que el sentido pase de un hablante a
un oyente, y sea comunicado efectivamente dentro de una cultura. Esta
traducibilidad no está dada por la naturaleza ni está fijada por los dioses. Es
el resultado de un conjunto de convenciones sociales. Es fijada socialmente,
fijada en la cultura. Los hablantes de castellano, inglés o de lenguas indias
deben, a lo largo del tiempo, y sin decisiones o selecciones conscientes, llegar
a un acuerdo no escrito, una forma de convenio cultural no escrito, según el
cual, en sus varios lenguajes, ciertos signos están en lugar de o representan
ciertos conceptos. Esto es lo que los niños aprenden, y es la manera como
ellos llegan a ser, no simples individuos biológicos sino sujetos culturales.
Aprenden el sistema y las convenciones de la representación, los códigos de
sus lenguajes y cultura, que los equipan con un “saber hacer” cultural que a
su vez les posibilita funcionar como sujetos culturalmente competentes. No
es que este conocimiento esté impreso en sus genes, sino que ellos aprenden
sus convenciones y por ello gradualmente llegan a ser “personas culturizadas”
—esto es, miembros de su cultura—. Ellos internalizan inconscientemente
los códigos que les permiten expresar ciertos conceptos e ideas a través de
los sistemas de representación —escritura, habla, gestos, visualización, y
demás— e interpretar las ideas que les son comunicadas usando los mismos
sistemas.
Ahora se puede entender fácilmente por qué sentido, lenguaje y repre-
sentación son elementos tan críticos en el estudio de la cultura. Pertenecer a
una cultura es pertenecer aproximadamente al mismo universo conceptual
y lingüístico, es saber cómo los conceptos e ideas se traducen a diferentes
lenguajes, y cómo el lenguaje refiere, o hace referencia al mundo. Compartir
estas cosas es ver el mundo desde el mismo mapa conceptual y dar sentido al
mismo mediante el mismo sistema de lenguaje. Los tempranos antropólogos
del lenguaje, como Sapir y Whorf, llevaron esta cuestión hasta su extremo
lógico cuando sostuvieron que todos estamos, por así decir, encerrados dentro
de nuestras perspectivas culturales o “estados de la mente”, y que el lenguaje
es la mejor clave que tenemos para tal universo conceptual. Esta observación,
cuando se aplica a todas las culturas, se convierte en la raíz de lo que hoy se
denomina relativismo lingüístico o cultural /…/
Una consecuencia de este argumento sobre los códigos culturales es que
si el sentido no es resultado de algo fijo allí afuera, en la naturaleza, sino de
El trabajo de la representación 453
nuestras convenciones sociales, culturales y lingüísticas, entonces el sentido
nunca puede fijarse de manera definitiva. Podemos todos “ponernos de
acuerdo” en hacer que las palabras tengan diferentes sentidos —como hemos
hecho, por ejemplo, con la palabra “gay”, o el uso, por los jóvenes, de la palabra
“horror” como término de aprobación—. Desde luego, debe haber alguna
fijación del sentido en la lengua, de otro modo no nos podríamos entender
unos a otros. No podemos levantarnos una mañana y decidir súbitamente
representar el concepto de “árbol” con las letras “wxyz”, y esperar que la gente
entienda lo que estamos diciendo. Por otro lado, no hay una fijación absoluta
o final del sentido. Las convenciones sociales y lingüísticas cambian a lo largo
del tiempo. En el lenguaje de la gerencia moderna, lo que acostumbrábamos
llamar “estudiantes”, “pacientes” y “pasajeros” ahora se llaman “clientes”. Los
códigos lingüísticos varían de modo significativo de una lengua a otra. Muchas
culturas no tienen palabras para conceptos que son normales y muy usados
entre nosotros. Las palabras constantemente salen del uso común, y aparecen
nuevas frases: pensemos, por ejemplo, en el uso de “adelgazamiento” para
representar el proceso mediante el cual las compañías sacan a los trabajadores
de sus puestos. Y aun en el caso de que las palabras permanezcan estables,
sus connotaciones se desplazan y adquieren nuevos matices. El problema
es especialmente agudo en las traducciones. Por ejemplo, ¿la diferencia en
inglés entre know y understand corresponde exactamente a la distinción
conceptual del francés entre savoir y connaître? Tal vez; pero ¿cómo podemos
estar seguros?
El punto principal es que el sentido no está inherente en las cosas, en el
mundo. Es construido, producido. Es el resultado de una práctica significante:
una práctica que produce sentido, que hace que las cosas signifiquen.
Teorías de la representación
Hablando ampliamente, hay tres enfoques para explicar cómo la representa-
ción del sentido trabaja a través del lenguaje. Como dije, podemos llamarlos
enfoque reflectivo, intencional y construccionista o constructivista. Pueden
pensarse como un intento de responder a las preguntas ¿de dónde vienen
los sentidos? Y ¿cómo podemos decir el “verdadero” sentido de una palabra
o imagen?
En el enfoque reflectivo el sentido es pensado como lo que reposa en el
objeto, la persona, la idea o el evento del mundo real, y el lenguaje funciona
como un espejo que refleja el verdadero sentido tal como existe en el mundo.
Como la poeta Gertrude Stein dijo una vez, “Una rosa es una rosa es una rosa”.
En el siglo IV antes de Cristo los griegos usaron la noción de mimesis para
explicar cómo el lenguaje, y aun el dibujo y la pintura, copiaba o imitaba la
naturaleza; pensaban el gran poema de Homero, La Ilíada, como la “imita-
ción” de una serie heroica de eventos. De modo que la teoría que dice que el
lenguaje actúa por simple reflejo o imitación de la verdad que ya está como
fijada en el mundo es a veces llamada “mimética”.
Desde luego hay cierta verdad obvia en las teorías miméticas de la repre-
sentación y del lenguaje. Como hemos dicho, los signos visuales portan cierta
relación con la forma y textura de los objetos que representan. Pero, como
454 Stuart Hall
también se dijo antes, una imagen visual bidimensional de una rosa es un
signo, no se debe confundir como la planta real que tiene espinas y crece y
florece en el jardín. Además, hay muchas palabras, sonidos e imágenes que
entendemos muy bien pero que son enteramente ficticios o fantasías, y se
refieren a mundos completamente imaginarios —¡incluyendo, como muchos
piensan hoy, casi toda La Ilíada!— Desde luego, puedo usar la palabra “rosa”
para referirme a las plantas reales, actuales, del jardín, como hemos dicho
antes. Pero esto es porque conozco el código que enlaza el concepto con una
palabra o imagen particulares. No puedo pensar, hablar o dibujar con una
rosa real. Y si alguien me dice que no hay una palabra “rosa” para una planta
en su cultura, la planta existente en el jardín no puede resolver la falla de
comunicación entre nosotros. Dentro de las convenciones de los diferentes
códigos lingüísticos que usamos, ambos tenemos razón —y para entendernos
uno debe aprender el código que vincula la flor con la palabra que a esa planta
corresponde en la otra cultura—.
El segundo enfoque del sentido en la representación argumenta el caso
opuesto. Sostiene que es el hablante, el autor, quien impone su sentido único
sobre el mundo a través del lenguaje. Las palabras significan lo que el autor
pretende que signifiquen. Este es el enfoque intencional. De nuevo, tienen
algo de razón en su argumento dado que todos nosotros, como individuos,
usamos el lenguaje para expresar o comunicar cosas que son especiales o
únicas para nosotros, para nuestro modo de ver el mundo. Sin embargo,
como teoría general de la representación por medio del lenguaje, el enfoque
intencional tiene sus fallas. No podemos ser la única fuente de sentidos en
la lengua, dado que esto significaría que podríamos expresaros en lenguajes
enteramente privados. Sino que la esencia del lenguaje es la comunicación
y esto, a su vez, depende de las convenciones lingüísticas y de los códigos
compartidos. El lenguaje no puede ser un juego privado. Nuestros sentidos
privados, por más personales que sean, deben entrar en las reglas, códigos y
convenciones del lenguaje a fin de que sean compartidos y comprendidos. La
lengua es un sistema social de un todo y por todo. Esto significa que nuestros
pensamientos privados han sido guardados a través del lenguaje y es a través
del mismo como pueden ser puestos en acción.
El tercer enfoque reconoce este carácter público y social del lenguaje.
Reconoce que ni las cosas en sí mismas ni los usuarios individuales del
lenguaje pueden fijar el sentido de la lengua. Las cosas no significan: nosotros
construimos el sentido, usando sistemas representacionales —conceptos y
signos—. Por tanto éste es llamado el enfoque constructivista del sentido
dentro de la lengua. Según este enfoque, no debemos confundir el mundo
material, donde las cosas y la gente existen, y las prácticas simbólicas y los
procesos mediante los cuales la representación, el sentido y el lenguaje operan.
Los constructivistas no niegan la existencia del mundo material. Sin embargo,
no es el mundo material el que porta el sentido: es el sistema de lenguaje o
aquel sistema cualquiera que usemos para representar nuestros conceptos. Son
los actores sociales los que usan los sistemas conceptuales de su cultura y los
sistemas lingüísticos y los demás sistemas representacionales para construir
El trabajo de la representación 455
sentido, para hacer del mundo algo significativo, y para comunicarse con
otros, con sentido, sobre ese mundo.
Desde luego, los signos pueden también tener una dimensión material. Los
sistemas representacionales consisten en sonidos actuales que hacemos con
nuestras cuerdas vocales, las imágenes que hacemos con las cámaras sobre
papel sensible a la luz, las marcas que hacemos con pintura sobre la tela, los
impulsos digitales que transmitimos electrónicamente. La representación
es una práctica, una clase de “trabajo”, que usa objetos materiales y efectos.
Pero el sentido depende, no de la cualidad material del signo, sino de su
función simbólica. Porque un sonido particular o palabra está por, simboliza
o representa un concepto, puede funcionar, dentro de un lenguaje, como
un signo y portar sentido —o, como dicen los construccionistas, significar
(sign-i-ficar)—.
El lenguaje de los semáforos
El ejemplo más sencillo para este punto, que es crítico para entender cómo
funcionan los lenguajes como sistemas representacionales, es el ejemplo
famoso de las luces de tráfico. Una luz de tráfico es una máquina que produce
diferentes luces de colores en secuencia. El efecto de la luz de diferentes
longitudes de onda sobre el ojo —fenómeno natural y material— produce la
sensación de diferentes colores. Ahora bien, estas cosas no existen ciertamente
en el mundo material. Es nuestra cultura la que quiebra el espectro de luz en
diferentes colores, los distingue uno de otro, y les da nombres —rojo, verde,
amarillo, azul—. Usamos un modo de clasificar el espectro de colores a fin
de crear colores y clasificarlos de acuerdo con diferentes conceptos-colores.
Este es el sistema conceptual de colores de nuestra cultura. Decimos “nuestra
cultura” porque, desde luego, otras culturas pueden dividir el espectro de
manera diferente. Más aún, usan diferentes palabras o letras en sí para
identificar diferentes colores; lo que llamamos “rojo” los franceses lo llaman
“rouge”, y así sucesivamente. Es el código lingüístico, el que correlaciona
ciertas palabras (signos) con ciertos colores (conceptos), y así nos posibilita
comunicarnos sobre los colores con otra gente, usando “el lenguaje de los
colores”.
Pero ¿cómo usamos este sistema representacional o simbólico para
regular el tráfico? Los colores no tienen ningún sentido “verdadero” o fijo
en tal sentido. Rojo no significa “pare” en la naturaleza, como tampoco el
verde significa “siga”. En otros contextos, el rojo puede estar en lugar de,
simbolizar o representar “sangre” o “peligro” o “comunismo”; y verde puede
representar “Irlanda”, o “el campo”, o “medio ambiente”. Aun estos sentidos
pueden cambiar. En el “lenguaje de los implementos eléctricos” el rojo se
usó en un tiempo para significar “la conexión con la carga positiva” pero
esto fue cambiado arbitrariamente y sin explicación por el color café. Y así
durante muchos años los productores de implementos tuvieron que adherir
una marquilla de papel que decía que el código o convención había cambiado,
de otro modo ¿cómo se podría saber? Rojo y verde funcionan en el lenguaje
del tráfico porque “pare” y “siga” son los sentidos que les han sido asignados
en nuestra cultura por el código o convención que gobierna este lenguaje,
456 Stuart Hall
y este código es ampliamente conocido y casi universalmente obedecido en
nuestra cultura y en las culturas similares a la nuestra; aunque podríamos
imaginar otras culturas que no poseen el código, en las cuales este lenguaje
podría ser un completo misterio.
Sigamos con el ejemplo por un momento a fin de explorar un poco más
cómo, según el enfoque construccionista de la representación, los colores y
el “lenguaje de los semáforos” funcionan como un sistema de significación
o representación. Recordemos los dos sistemas representacionales que
mencionamos antes. Primero, está el mapa conceptual de colores en nuestra
cultura —el modo como los colores se diferencian uno de otro, se clasifican
y se organizan en nuestro universo mental—. Segundo, están los modos
como las palabras y las imágenes se correlacionan con los colores en nuestro
lenguaje —nuestros códigos lingüísticos—. De hecho, desde luego, un lenguaje
de los colores es más que las palabras individuales para los diferentes puntos
del espectro de colores. Depende también de cómo esos colores funcionan en
relación con otros —el tipo de cosas que son gobernadas por la gramática y
sintaxis en los lenguajes escritos o hablados, lo que permite que expresemos
ideas más bien complejas—. En el lenguaje de los semáforos, es la secuencia
y la posición de los colores, lo mismo que los colores como tales, lo que les
permite portar el sentido y por tanto funcionar como signos.
¿Importa qué colores usamos? No, arguyen los construccionistas. Esto
ocurre porque lo que significa no son los colores en sí mismos sino (a) el
hecho de que son diferentes y pueden ser distinguidos uno de otro, y (b) el
hecho de que están organizados en una secuencia particular—rojo seguido
de verde, con una eventual luz naranja de por medio, que dice, en efecto
“¡prepárese!: las luces van a cambiar” —. Los construccionistas argumentan
de la manera siguiente. Lo que significa, lo que porta sentido —arguyen— no
es cada color en sí mismo ni siquiera el concepto o palabra que está en su
lugar. Es la diferencia entre rojo y verde lo que significa. Este es un principio
muy importante, en general, sobre la representación y el sentido, y volveremos
sobre él más adelante. Pensémoslo así. Si no pudiéramos diferenciar entre
rojo y verde, no podríamos usar uno para significar “pare” y el otro para decir
“siga”. De la misma manera, es sólo la diferencia entre las letras P y T las que
permiten que la palabra “sheep” esté vinculada, en el código lingüístico inglés,
al concepto de “animal con cuatro patas y una piel lanuda”, y la palabra “sheet”
al “material que usamos para cubrirnos en la cama por la noche”.
En principio, cualquier combinación de colores —como cualquier colec-
ción de letras en el lenguaje escrito o de sonidos en el hablado— haría lo
mismo, con tal que los elementos sean suficientemente diferentes para no ser
confundidos. Los construccionistas expresan esta idea diciendo que todos los
signos son “arbitrarios”. “Arbitrario” significa que no hay una relación natural
entre el signo y su sentido o concepto. Dado que rojo sólo significa “pare”
porque es así como el código funciona, en principio cada color podría servir,
incluso el verde. Es el código el que fija el sentido, no el color por sí mismo.
Esto tiene también amplias implicaciones para la teoría de la representación
y sentido dentro del lenguaje. Significa que los signos mismos no pueden fijar
el sentido. El sentido, en cambio, depende de la relación entre un signo y el
El trabajo de la representación 457
concepto que está fijado por un código. El sentido, dicen los construccionistas,
es “relacional” /…/
Con tal que el código nos diga claramente cómo leer o interpretar cada
color, que cada uno acepte interpretarlos de esta manera, cualquier color
puede servir. Son sólo colores, del mismo modo que la palabra “sheep” es
sólo un conjunto de letras. En francés el mismo animal es referido mediante
un signo lingüístico muy diferente, “mouton”. Los signos son arbitrarios. Sus
sentidos son fijados por códigos.
Como dijimos antes, los semáforos son máquinas, y los colores son el
efecto material de ondas de luz sobre la retina del ojo. Pero los objetos —las
cosas— pueden también funcionar como signos, provisto que se les haya
asignado un concepto y un sentido dentro de nuestros códigos culturales y
lingüísticos. Como signos, trabajan simbólicamente —representan conceptos,
y significan—. Sus efectos, sin embargo, son sentidos en el mundo social y
material. Rojo y verde funcionan en el lenguaje de los semáforos como signos,
pero tienen efectos reales materiales y sociales. Regulan el comportamiento
social de los conductores y, sin ellos, habría muchos más accidentes de tráfico
en los cruces de las vías.
Resumen
Hemos andado un largo camino en la exploración sobre la naturaleza de la
representación. Es tiempo de que resumamos lo que hemos elaborado sobre
el enfoque construccionista de la representación a través del lenguaje.
La representación es la producción de sentido a través del lenguaje. En la
representación, sostienen los construccionistas, usamos signos, organizados
en lenguajes de diferentes clases, a fin de comunicarnos significativamente
con los otros. Los lenguajes pueden usar signos para simbolizar, estar en lugar
de, o referenciar objetos, personas y eventos en el llamado mundo “real”. Pero
pueden también referenciar cosas imaginarias y mundos de fantasía o ideas
abstractas que no son de manera obvia parte de nuestro mundo material. No
hay relación simple de reflejo, imitación o correspondencia uno a uno entre
el lenguaje y el mundo real. El mundo no está reflejado de manera adecuada
ni inadecuada en el espejo del lenguaje. El lenguaje no funciona como un
espejo. El sentido es producido dentro del lenguaje, en y a través de varios
sistemas representacionales que, por conveniencia, llamamos “lenguajes”. El
sentido es producido por la práctica, por el “trabajo”, de la representación.
Es construido mediante la significación —es decir, por las prácticas que
producen sentido—.
¿Cómo ocurre esto? De hecho, depende de dos sistemas de representación
diferentes pero relacionados. Primero, los conceptos que se forman en la
mente funcionan como un sistema de representación mental que clasifica y
organiza el mundo en categorías con sentido. Si aceptamos un concepto para
algo, podemos decir que conocemos su “sentido”. Pero no podemos comu-
nicar este sentido sin un segundo sistema de representación, un lenguaje. El
lenguaje consiste en signos organizados en varias relaciones. Pero los signos
sólo pueden acarrear sentido si poseemos códigos que nos permiten traducir
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nuestros conceptos a un lenguaje —y viceversa—. Estos códigos son cruciales
para el sentido y la representación. No existen en la naturaleza sino que son
el resultado de convenciones sociales. Constituyen parte crucial de nuestra
cultura —nuestros compartidos “mapas de sentido”, que aprendemos e inter-
nalizamos inconscientemente a medida que nos convertimos en miembros
de nuestra cultura—. Este enfoque construccionista del lenguaje introduce
entonces el dominio simbólico de la vida, donde las palabras y las cosas
funcionan como signos, dentro del mismo corazón de la vida social /…/
El legado de Saussure
El enfoque construccionista del lenguaje y la representación que hemos
venido discutiendo debe mucho a la obra e influencia del lingüista suizo
Saussure, que nació en Alemania en 1857, hizo buena parte de su obra en
París, y murió en 1913. Se le conoce como “el padre de la lingüística moderna”.
Para nuestros propósitos, su importancia radica, no en su detallado trabajo
en lingüística, sino en su visión general de la representación y en el modo
como su modelo del lenguaje perfiló el enfoque semiótico del problema de la
representación válido para una amplia gama de campos culturales. Mucho
del pensamiento de Saussure se reconocerá en lo que hemos dicho ya sobre
el enfoque construccionista.
Según Jonathan Culler (1976), para Saussure la producción de sentido
depende del lenguaje: “El lenguaje es un sistema de signos”. Sonidos, imágenes,
palabras escritas, pinturas, fotografías, etc. funcionan como signos dentro
del lenguaje “sólo cuando sirven para expresar o comunicar ideas [...] [Para]
comunicar ideas deben formar parte de un sistema de convenciones [...]”
(Culler 1976: 19). Los objetos materiales pueden funcionar como signos y
comunicar sentido también, como lo vimos al hablar del “lenguaje de los
semáforos”. En un importante movimiento Saussure analizó el signo en dos
elementos adicionales. Está, añadió, la forma (la palabra actual, la imagen, la
foto, etc.) y luego la idea o concepto en la cabeza del hablante, idea con la cual
la forma está asociada. Saussure llamó al primer elemento el significante y al
segundo —el correspondiente concepto que el significante desencadenó en
la cabeza— el significado. Cada vez que uno oye, lee o ve el significante (es
decir, la palabra o imagen de un walkman, por ejemplo) hay una correlación
con lo significado (el concepto mental de una casetera portátil). Se necesitan
ambos para producir sentido pero es la relación entre ellos, fijada por nuestros
códigos culturales y lingüísticos, la que sostiene la representación. Por tanto,
“el signo es la unión de una forma que significa (el significante) [...] y una
idea significada (el significado). Aunque pudiéramos hablar [...] como de dos
entidades separadas, ellas existen sólo como componentes del signo [que es]
el hecho central del lenguaje” (Culler 1976: 19).
Sassure insistió también sobre lo que llamamos la naturaleza arbitraria
del signo: “No hay un vínculo natural o inevitable entre el significante y el
significado” (Culler 1976: 19). Los signos no poseen un sentido fijo o esencial.
Lo que significa, según Saussure, no es “rojo” o la esencia de “rojura”, sino la
diferencia entre “rojo” y “verde”. Los signos, señalaba Saussure, “son miembros