Warren Dean
Warren Dean
Capítulo 13
LA ECONOMÍA BRASILEÑA, 1870-1930
Los 60 años transcurridos entre 1870 y 1930, que abarcan las dos últimas décadas del imperio y
el conjunto de la primera república, representan el máximo apogeo de la economía de
exportación en toda la historia económica de Brasil. El gobierno y el sector privado trasladaron
los recursos hacia la exportación de la producción, de manera que las exportaciones crecieron
desde 1,31 hasta 2,83 libras per cápita, en el periodo comprendido entre las décadas de 1870 y
de 1920, lo que representaba un aumento del 1,6 por 100 anual. Gran parte de las
transformaciones sociales y diversificación económica experimentadas durante este periodo,
incluyendo la inmigración europea, la urbanización, las mejoras en las comunicaciones y
transportes, y un modesto nivel de industrialización, derivaron claramente de la expansión de las
exportaciones. Esta expansión fue, a su vez, el principal atractivo para el capital extranjero. El
nivel de las inversiones británicas y norteamericanas creció, desde 53 millones de libras en 1880
hasta 385 millones en 1929. La depresión mundial de la década de 1930 puso punto final a esta
era. Las exportaciones dejaron de ejercer una influencia dinamizadora en la economía, y a partir
de entonces hubo que recurrir cada vez más a la autarquía y a la sustitución de importaciones
con el fin de estimular un ulterior crecimiento.
Las exportaciones parecen haber sido el estímulo principal para el comienzo del crecimiento
económico per cápita, el cual no empezó, al parecer, hasta poco antes de 1900. No existe certeza
sobre el índice de tal crecimiento, ya que sólo se conservan las cuentas del Estado a partir del
año 1947. Para el periodo comprendido entre 1900 y 1929 se ha estimado una tasa media de
crecimiento per cápita del producto interior bruto de casi el 2,5 por 100 anual, pero es posible
que haya que establecer alguna corrección hacia abajo. Esa tasa es superior a la del crecimiento
de los países industrializados contemporáneos. Al final del periodo 1925-1929 el producto
nacional bruto per cápita podría haber ascendido a 110 dólares, en dólares corrientes. 1
1. Véase C. Contador y C. Haddad, «Produto real, moeda e precos: a experiencia bra-sileira
no periodo 1861-1970», en Revista Brasileira de Estatística (1975); O. Dias Carneiro,
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entrado el siglo xx, no puede ser contemplada como complemento de una economía dual, como
un sector atrasado que esperaba la absorción por el sector moderno. Su atraso era consecuencia
de la denegación de títulos de tierras a los pobres y de la retención de beneficios en el seno de
las ciudades donde vivían los burócratas de la corona, comerciantes de ultramar, plantadores
importantes y concesionarios de minas. Su atraso continuado fue útil para la colonia costera,
como lugar donde exilar a los disconformes, como amortiguador contra los ataques tribales y
forma conveniente de llevar a cabo su acción «civilizadora», y como sistema gratuito de
desbrozar la omnipresente e impenetrable selva. El asentamiento colonial fue incluso un
proyecto de la corona, a lo largo de las vagas y remotas fronteras con los territorios españoles,
desde Rio Grande do Sul a Mato Grosso.
A partir de 1808, momento en que la corte portuguesa se refugió en Río de Janeiro huyendo de
las tropas napoleónicas, la política económica brasileña dejó de estar determinada desde el
extranjero. Sin embargo, las estructuras coloniales, y con ellas el papel central del comercio
exportador (la caña de azúcar, el algodón y, a partir de entonces, también el café),
permanecieron casi intactas. Los conflictos entre el sector terrateniente y los comerciantes
portugueses de ultramar conducirían muy pronto a la independencia política de Brasil. Aunque
la independencia, bajo un príncipe portugués que se autoproclamó emperador, produjo pocas
innovaciones. El nuevo gobierno estaba lastrado con parte de la deuda portuguesa contraída con
Londres, muchos de los funcionarios coloniales continuaban en sus puestos, la clase plantadora
se confirmaba en su monopolio sobre los derechos de tierras y posesión de esclavos, y los
comerciantes ingleses, privilegiados por un injusto tratado comercial como precio del
reconocimiento por la Gran Bretaña, reemplazaron a las casas exportadoras portuguesas en los
puertos más importantes. El nuevo gobierno central tuvo problemas para establecer su autoridad
en el interior del país. Hubo rebeliones en las provincias periféricas, disturbios promovidos por
los artesanos de las ciudades y levantamientos de esclavos, que en el fondo eran reacciones
contra los efectos social y económicamente disgregadores del neocolonialismo. Hasta finales de
la década de 1840 no se alcanzaría la estabilidad política. Para entonces, los debilitadores
tratados comerciales de la posindependencia habían expirado, liberando así la política
arancelaria. En 1850 se confeccionó un código comercial inspirado en el modelo inglés, y se
aprobó una ley sobre la propiedad de la tierra. El mismo año se abolió la trata de esclavos bajo
la presión del gobierno británico, poniendo en un aprieto a la aristocracia del imperio, pero
obligándola a pensar en adelante de forma más creativa en la manera de aprovisionarse de mano
de obra.
POLÍTICA ECONÓMICA Y CREACIÓN DE UN MERCADO NACIONAL
El imperio, que sobrevivió hasta 1889, no persiguió de forma coherente ni enérgica ningún
objetivo económico que pueda calificarse como de desarrollo. Se propusieron unos pocos
proyectos nacionales —muy especialmente el censo de 1872 y el inicio de una red telegráfica
realizada por el Estado—, pero todavía menor fue el número de los que se aprobaron. En
realidad se apoyaron los
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intereses de las clases altas dominantes con un modesto nivel de fondos o de garantías de
rentabilidad. Los terratenientes de la provincia de Río de Janeiro solían ser los más proclives a
obtener apoyo, y de hecho constituían el sostén político del imperio. En particular, cuando el
café empezó a experimentar unas tasas de crecimiento significativas, la política exportadora
comenzó a recibir unas atenciones aún mayores por parte de los burócratas del gobierno central.
Dado que las aduanas representaban casi la única fuente de sus ingresos, y que ciertas
importaciones eran críticas para el funcionamiento del gobierno, tenían razones propias más que
sobradas para apoyar una política de orientación exportadora.
El «ambiente de negocios» del imperio era, sin embargo, más bien hostil hacia los empresarios
capitalistas. El hombre de negocios más enérgico e innovador de las décadas de 1850 y 1860,
Irineu Evangelista de Souza, a pesar de haber recibido el título de barón de Mauá, se lamentaba
de que su carrera fracasara debido en parte a la falta de colaboración, e incluso aversión,
gubernamental para con sus actividades. El suministro de dinero, excepto durante unos breves
intervalos, estaba controlado por un solo banco gubernamental, cuya misión parecía ser, más
que la de promocionar la iniciativa privada, la de contenerla. La autorización legislativa para la
formación de sociedades anónimas no salió hasta 1882. El Consejo de Estado del emperador
insistía en la necesidad de examinar profundamente las constituciones de sociedades, alegando
«tendencias irresponsables» por parte de los hombres de negocios brasileños. El fomento
gubernamental a la actividad empresarial, cuando existió, tomó normalmente la forma de
concesiones exclusivas. Los grandes terratenientes y comerciantes, sensibles al afán de lucro,
preferían que la economía se mantuviera dentro de los canales que aseguraran el mantenimiento
del control de los recursos. Sus economías no precisaban de un crecimiento muy rápido, ni de
ningún tipo de diversificación, ya que los beneficios se acumulaban en una sola clase, realmente
muy pequeña. Como ha señalado un historiador, «los intereses de clase eran tan dispares, como
por cuestionar seriamente la validez de utilizar a la nación como unidad de análisis». 2
La república, sin embargo, liberó el «espíritu de asociación» y transformó la naturaleza del
debate económico. El gobierno provisional centró sus preocupaciones en las cuestiones
económicas y promocionó de forma dinámica el crecimiento económico. Los aspirantes a
capitalistas e industriales, junto con algunos profesionales y oficiales militares urbanos activos,
descontentos con la incompetencia demostrada en la guerra contra Paraguay y por los escuálidos
presupuestos militares de la posguerra, promovieron un programa económico intervencionista.
En los últimos meses del imperio se había decretado la abolición total de la esclavitud y se
habían emitido bonos estatales para ayudar a los plantadores, que sufrían la pérdida no
compensada de sus esclavos. Estos fondos recayeron directamente sobre los acreedores urbanos,
lo que sirvió para alimentar un repentino auge. Entonces el gobierno provisional autorizó la
fundación de bancos emisores, sociedades anónimas y proyectos de desarrollo, en una gran ola
espe-
2. N. Leff, Underdevelopment and development in Brazil, 2 vols., Londres, 1982, vol. I,
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culativa, conocida como el encilhamento, que en el lenguaje de las carreras de caballos significa
ensilladura. Aunque muchas de las iniciativas tomadas en este bullicioso periodo de transición
fueran duraderas, la coalición nacionalista perdió el control en 1894, agotada por sus propios
excesos, obligada a sofocar una rebelión de la armada y otra en Rio Grande do Sul, y
sobrepasada por la inflación y la acumulación de la deuda exterior.
Los gobiernos siguientes, aunque aparentemente mucho menos intervencionistas que los de los
nacionalistas, puede decirse que pusieron impedimentos al desarrollo interior. El primer
gobierno civil, por ejemplo, canceló contratos que habían sido firmados con astilleros de Río de
Janeiro para la construcción de destructores para la armada. El gobierno, impulsado por los
plantadores, considerando más prudente comprar sus barcos de guerra a las firmas inglesas,
tanto para conservar los mercados británicos como la circulación ininterrumpida de capital
británico, dejó que los cascos de los buques a medio construir se pudrieran en los astilleros. Sin
embargo, ciertas circunstancias y contradicciones inherentes a tal política indujeron a la toma de
un apreciable número de medidas de desarrollo e impulsaron la intervención directa del
gobierno.3 Los programas de los plantadores fueron bastante caros y de amplio alcance. Con
frecuencia su puesta en práctica correspondía al Estado, en especial cuando los concesionarios
extranjeros o los empresarios nativos se mostraban vacilantes, o demasiado exigentes en sus
demandas de subsidios oficiales.
Se ha dicho a menudo que los intereses plantadores y exportadores eran partidarios de una
política monetaria y fiscal que indujera a una inflación gradual, para aumentar con ello sus
ingresos reales. La preocupación primordial de los gobiernos civiles a partir de 1894 se centró
en la credibilidad crediticia nacional a los ojos de los banqueros extranjeros. Esta perspectiva
era esencial debido a que los mismos intereses que habían instalado a esos gobiernos no estaban
dispuestos a acompañar sus mandatos con los ingresos adecuados para cubrir los déficits.
Porque la república, en mayor medida incluso que el imperio, era deficitaria: en sus 41 aflos de
existencia, se produjo déficit en 32, y en 13 de ellos el déficit superó al 25 por 100 de las rentas.
Estos déficits no podían ser resueltos mediante créditos internos. Los mercados locales de
depósitos estaban desorganizados, lo que condujo al gobierno a la lamentable práctica de pagar
algunas de sus obligaciones con bonos, que eran descontados precipitadamente por los
receptores. Además, los créditos interiores no podían aplicarse a las deudas externas ya
contratadas y que se adeudaban en oro. Por otra parte, los créditos extranjeros venían
acompañados por unas condiciones que alcanzaban hasta los órganos directivos del gobierno y
mandaban sobre ellos. La rama de Londres de los Rothschild salvó las finanzas del nuevo
régimen civil, en 1898, mediante un crédito de 10 millones de libras, que permitió un
aplazamiento de 13 años en la devolución del principal. Pero, a cambio, pidió un recargo en los
derechos arancelarios de importación, a depositar en una cuenta reservada de Londres, y la
retirada gradual de circulación de muréis de papel hasta una cantidad equivalente al valor del
préstamo. Este programa deflacionista siguió
3. Véase S. Topik, «The evolution of the economic role of the Brazilian state, 1889-1930»,
en Journal of Latín American Studies, II/2 (1979), pp. 325-342.
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siendo el eje de la política gubernamental hasta 1905, a pesar de su grave impacto depresivo
sobre la producción y el empleo.
A pesar del crédito exterior, los déficits federales continuaron acumulándose. Según la
Constitución republicana, los estados y los municipios también podían contratar créditos. Y así
lo hicieron: entre 1900 y 1912, sus deudas al extranjero pasaron de 5 a 50 millones de libras;
esta última cantidad era el 37 por 100 de la deuda federal. El gobierno central, presionado por
sus propios acreedores, se negó a responsabilizarse de las deudas de los gobiernos locales. La
práctica deñacionista iniciada en 1898 resultó extraordinariamente penosa para los intereses
exportadores y de los plantadores, puesto que redujo sus ganancias en términos de muréis. Por
consiguiente, en 1905 alcanzaron un compromiso: el milréis se revaluó en algo más de 15
céntimos, pero el gobierno impediría que subiera más mediante la apertura de un fondo de
conversión. El fondo recibiría los valores en oro que le fueran depositados a ese tipo y,
simultáneamente, ampliaría el suministro de moneda en circulación mediante la emisión de
papel moneda.
No logró alcanzarse una regular consolidación periódica de la deuda externa brasileña, dada la
naturaleza cíclica del comercio exportador, exacerbada por la política que instigaban los propios
banqueros. Las mejoras cíclicas en los países industrializados incrementaron las demandas de
exportación de productos brasileños, aumentando por ello sus precios. El aumento de los precios
de los productos atrajo una entrada de capitales extranjeros, que intensificó la recuperación de
Brasil y estimuló una escalada desproporcionada de las importaciones, así como de la
producción interior. El descenso de la ola fue igualmente brusco pero más penoso, pues las
monedas respaldadas por el patrón oro se esfumaron del país, las aduanas se encontraron con un
montón de importaciones impagadas, y la deuda externa subió aún más de lo que lo había hecho
anteriormente. Se urgió a la banca extranjera para que concediera más crédito, pero para
entonces sus arcas estaban vacías, o sus condiciones eran demasiado draconianas para ser
aceptadas sin merma grave de la soberanía nacional. El único recurso que le quedaba al
gobierno brasileño en tal coyuntura, como más adelante, en agosto de 1914, fue el de romper las
reglas del juego. Abolió la conversión en oro y emitió 250 millones de milréis en papel moneda.
La ortodoxia monetaria era sólo un bien relativo, comparado con la supervivencia del gobierno;
la inflación, aunque al parecer endémica, solamente se solía abordar como último recurso."
La implantación de una política económica nacional desarrollista requería la creación de un
mercado nacional, pero ello no era fácil de conseguir. Brasil, geográficamente un subcontinente,
era en términos demográficos y económicos más bien un archipiélago. Con la destacada
excepción de Minas Gerais, el grueso de su población, algo menor de 10 millones de habitantes
en 1870 y 17 millones en 1900, todavía vivía a lo largo del extenso litoral, arracimada en torno
a las ciudades portuarias, las cuales, en la mayoría de los casos, eran capitales de estado. Las
líneas marítimas del litoral tenían barcos, muy viejos y
4. Véase W. Fritsch, «Aspectos da política económica no Brasil, 1906-1914», en P. Neu-
haus, ed., Economía brasileira: urna visao histórica, Río de Janeiro, 1980.
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escasamente mantenidos, horarios que rara vez se cumplían, y tarifas que eran el doble o el
triple de caras que las de las compañías transoceánicas. Las ciudades portuarias más pequeñas,
sin canales de aguas profundas, y que dependían de los vapores del litoral, intentaron buscar
financiación para dar más fondo a sus puertos y poder recibir así a los buques de ultramar de
mayor calado. Las élites de las ciudades mayores, como Salvador y Recife, deseosas de
mantener su papel de centros comerciales de importación y distribución, lucharon para sofocar
esos intentos.
Para acceder a las tierras del interior desde las ciudades costeras, existían redes más o menos
extensas de ferrocarril, carreteras o caminos. Pero tales redes tenían muy pocos puntos de
contacto entre sí, y en algunos casos estaban separadas por cientos de kilómetros de selva
cerrada. El Estado costero de Espirito Santo, por ejemplo, sólo tenía un enlace con el Estado
adyacente de Minas Gerais, por medio de un paso extremadamente difícil a través del río Doce.
Hasta 1905 no empezó la construcción de una línea de ferrocarril paralela al río, y no alcanzó
Belo Horizonte hasta la década de 1930. Goiás y Minas Gerais eran estados aislados y sin salida
al mar, mientras que los de Mato Grosso y Acre sólo eran accesibles por el río, tras grandes
rodeos. Como puede suponerse, el coste del transporte, independientemente de lo altas que
fueran las tarifas exteriores, representaba una barrera al comercio interregional de dimensiones
aún mayores.
A esos obstáculos había que añadir las tarifas interestatales e, incluso, las intermunicipales. La
práctica de imponer contribuciones a las mercancías procedentes de otros estados y ciudades se
había iniciado durante el imperio. Con la Constitución republicana, carta de carácter federalista,
la imposición de aranceles a la importación pasó a ser de exclusiva competencia del gobierno
central, pero los derechos arancelarios sobre la exportación se concedieron únicamente a los
estados. Los estados que gozaban de grandes ingresos por exportación, principalmente el de Sao
Paulo, fueron evidentemente los inspiradores de esta cláusula, lo que obligó a los estados menos
afortunados, sin exportaciones que gravar, a recurrir contra estos impuestos. A menudo, se
cargaba indiscriminadamente, tanto sobre mercancías importadas del extranjero, como sobre las
procedentes de otros estados, por lo que se constituía una especie de impuesto doble. Las
audiencias federales condenaban estas prácticas, que no tenían base alguna en la Constitución, a
pesar de lo cual continuaron siendo una constante. El hecho de que, a pesar de todo, esto fuera
posible, da una pista sobre la forma en que los intereses de las clases regionales dominantes
engranaban con los de los que controlaban los estados exportadores dominantes. Aunque el
gobierno central interviniera militarmente en numerosas ocasiones en los estados más pequeños
para deponer una u otra facción de estas oligarquías menores, no intentó nunca cortar
seriamente esta fuente de ingresos en beneficio de la creación de un mercado nacional.
A pesar de que los republicanos nacionalistas afirmaban desear la creación de tal mercado
nacional, este objetivo probablemente sobrepasaba sus intenciones en un aspecto más profundo.
El acceso a los factores de producción en Brasil dependía sólo, hasta cierto punto, del
funcionamiento del mercado. Los factores políticos y sociales determinaban en gran medida el
acceso al crédito,
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mente, ninguna de las demás exportaciones brasileñas gozó de un éxito sostenido similar en el
mercado mundial y, como resultado, en el periodo 1925-1929, el café proporcionó el 75 por 100
de los ingresos por exportación. De esta forma, la economía brasileña estuvo caracterizada por
una elevada dependencia del precio de un solo producto de exportación.
El caucho natural, segundo artículo brasileño en importancia en el mercado internacional
hacia fines de la década de 1880, pasó del apogeo a un colapso repentino. Las aplicaciones
industriales del caucho se multiplicaron rápidamente en el último cuarto del siglo xix,
induciendo a un extraordinario aumento de la demanda mundial. Su precio, 45 libras por
tonelada en 1840, creció hasta 182 libras en 1870, y 512 libras hacia 1911. Los recogedores de
caucho se extendieron a lo largo y a lo ancho del valle del Amazonas, que era el habitat natural
de varias especies de interés comercial de plantas cauchíferas. De todas ellas, la más productiva
era la Hevea brasiliensis. En 1870 se exportaron 6.591 toneladas de cauchos naturales; hacia
1911, las exportaciones ascendían a 38.547 toneladas. Durante la primera década del siglo xx, el
caucho proporcionó a Brasil más de una cuarta parte de sus ingresos por exportaciones.
Inmediatamente después se produjo un catastrófico descenso de los precios. Hacia finales de la
primera guerra mundial, Brasil había perdido casi todo su mercado de exportación. La Hevea
brasiliensis había sido introducida, y se había aclimatado, en Malasia y en las Indias holandesas
orientales, y estas plantaciones producían el caucho a un precio muy inferior al de Brasil. El
gobierno brasileño proyectó, pero no llegó a ejecutar, un costoso plan para desarrollar la
infraestructura de la región amazónica; a corto plazo se manifestó imposible efectuar una
rotación de cultivos en ese lugar. La red de recogida de caucho se fue deshaciendo
gradualmente y hacia 1930 las exportaciones habían caído hasta las 6.000 toneladas.
En los últimos años del siglo xix, la caña de azúcar, el más tradicional de los cultivos de
plantación y motor de la colonización de Brasil, tuvo una reactivación en el mercado mundial.
Las nuevas y más eficaces técnicas de producción convirtieron el azúcar en un artículo de
consumo masivo, el más barato de los hidratos de carbono y el suplemento siempre a mano en
la dieta de los trabajadores. Brasil participó de este resurgimiento durante los primeros años de
la década de 1880, pero, a partir de entonces, sufrió un declive exportador, que se convirtió en
caída vertiginosa después de 1900. La competencia del azúcar de remolacha, protegido en los
países industrializados, y de la caña de azúcar en nuevas áreas productoras, derrotó a los
productores brasileños. Cuba, Puerto Rico y las Filipinas adquirieron acceso preferencial al
mercado azucarero norteamericano, tras ser absorbidas por Estados Unidos como consecuencia
de su victoria sobre España en 1898. Cuba, reducida a la situación de protectorado, recibió una
inyección de 1.000 millones de dólares en su sector azucarero durante la década siguiente. Para
entonces las exportaciones azucareras brasileñas se habían estancado. En 1898, el valor de las
exportaciones de azúcar desde Per-nambuco, el estado con más plantaciones de caña del país,
fue sólo la mitad del que había tenido 15 años antes. La participación brasileña en el mercado
mundial, del 10 por 100 en 1850, fue cayendo progresivamente; hacia la primera década del
siglo xx sólo alcanzaba el 0,5 por 100.
El algodón también había sido tradicionalmente un artículo importante del
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comercio brasileño con ultramar. A principios del siglo xix, las especies arbóreas nativas de
fibra alargada suministraban el 10 por 100 del mercado mundial. Aunque la demanda de
algodón en rama se incrementó grandemente durante el siglo xix, las hilanderías inglesas
empezaron a ser abastecidas por Estados Unidos. Durante la guerra civil que resultó del intento
de secesión de los estados sureños (1861-1865), y durante unos pocos años después de la
misma, el algodón brasileño volvió a tener un breve periodo de competitividad. En 1870, Brasil
exportó 42.000 toneladas. Pero, con la recuperación del comercio del algodón en Estados
Unidos, y con el creciente cultivo del mismo en Egipto, Brasil perdió el mercado británico; en
1880, las exportaciones habían caído a la mitad del volumen de diez años antes.
Brasil había vendido cacao desde los tiempos coloniales, la mayor parte del • cual procedía de
lugares selváticos del valle del Amazonas. Durante la década de 1880 se plantó a gran escala
por primera vez en el sur de Bahía. La demanda mundial surgió poco después, y pasó de
100.000 toneladas a casi 550.000 toneladas hacia 1928. La participación brasileña en este
mercado era, sin embargo, modesta, suministrando a finales de la década de 1920 algo más de la
décima parte del mercado mundial. La mayor parte del cacao mundial procedía de las colonias
británicas del África occidental. A principios de la primera guerra mundial se instalaron unas
pocas plantas empacadoras en Rio Grande do Sul y Sao Paulo. Su éxito inicial de ventas en
ultramar, sin embargo, no sobrepasó mucho el periodo de escasez de la posguerra. Brasil
también vendía unos pocos miles de toneladas anuales de cuero, yerba mate, semillas
oleaginosas, madera, manganeso, pieles y tabaco. Ninguno de estos artículos añadía grandes
ganancias al conjunto de la exportación brasileña, pero suponían un estímulo significativo en el
seno de los mercados regionales del noroeste y del sur. Además, Brasil producía cantidades
inmensas de ciertos alimentos básicos, como maíz, fríjoles, plátanos y harina de mandioca, pero
sólo en casos muy especiales logró exportarlos al extranjero.
Es verdaderamente singular que Brasil, un país con un territorio inmenso y de recursos
variados, sólo participara esencialmente en el mercado mundial como plantador de un único
producto: el café. Los factores exteriores no sirven para explicar completamente la estrechez de
la gama de oportunidades explotadas, ni tampoco la erosión de las cuotas de mercado
conseguidas en periodos de corta duración. Las dificultades eran sólo hasta cierto punto
irresolubles. Había algunas desventajas naturales que se agravaron, o se hicieron más patentes,
conforme se fue desarrollando la demanda mundial. Por ejemplo, la ventaja decisiva de los
plantadores azucareros cubanos era su terreno más llano, más adecuado a las necesidades de los
molinos de alta capacidad, al permitir la rápida entrega de la caña al molino, circunstancia
esencial, puesto que los zumos de la caña se evaporan rápidamente. En la década de 1920 se
intentó el cultivo del árbol del caucho a gran escala en el valle del Amazonas, pero entonces
apareció una plaga exclusiva del género Hevea, que destruía los árboles que estaban plantados
muy próximos entre sí. Este hongo no afectó a las semillas cauchíferas que habían sido
transferidas al sureste asiático. En otras ocasiones, las dificultades parecieron tener solución,
pero los remedios no llegaron a aplicarse nunca por completo. La pérdida de los mercados de
ultramar ocurrió a pesar de la introducción del algodón de fibra corta en las plantaciones
brasileñas en la década de 1860.
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El mercado brasileño de ultramar parece haber estado limitado sólo a aquellos artículos en los
que las ventajas superaran abrumadoramente a los altos costes de producción y
comercialización y a los elevados impuestos interiores. Las fuentes de capital necesarias para
mejorar los métodos de producción y para organizar de forma más eficiente el mercado eran
realmente escasas, pero no imposibles de conseguir. En ausencia de iniciativas privadas, los
gobiernos central y estatales parecían predispuestos a proporcionar garantías e incluso fondos.
Pero tales proyectos, cuando se intentaron, solían ser tardíos, mal concebidos, o ejecutados de
forma incompleta. Hasta en el sector cafetero, que producía ingresos suficientes como para
abordar la mejora de la productividad a gran escala, la falta de atención prodigada a la
competitividad fue mayoritaria. En su lugar, el problema de la disminución de la cuota de
mercado se contemplaba como un mero problema de disminución de precios. En consecuencia
se hacía hincapié casi exclusivamente en el mantenimiento de los precios.
El gobierno brasileño emprendió la tarea de intentar estabilizar el precio de su producto más
importante en el comercio mundial. Hacia finales de siglo, los plantadores de café brasileños,
que después de 1885 habían ampliado considerablemente sus plantaciones, se tuvieron que
enfrentar con la depresión mundial de precios y con los efectos de la política interior
deflacionista, impuesta como condición para el crédito de los Rothschild de 1898. Los
delegados brasileños en la conferencia internacional del café de 1902 presionaron para la
instauración de un monopolio, pero su propuesta fue rechazada. Ese mismo año, el Estado de
Sao Paulo decretó un alto a la instalación de nuevas plantaciones, que se extendió
posteriormente hasta 1912. En 1906, el Estado de Sao Paulo convenció a los estados cafeteros
de Minas Gerais y Río de Janeiro para que participaran en un proyecto denominado
«valorización». Esos estados debían adquirir café al bajo precio de 0,15 dólares por kilogramo y
almacenarlo un tiempo hasta que los precios compensaran el coste de la operación. Los fondos,
procedentes de bancos europeos y estadounidenses, quedarían garantizados por la intercesión de
los importadores de café. De esta forma se retiró durante seis meses de la circulación la cantidad
de 660.000 toneladas de café. A los nuevos precios de venta se les añadió un recargo para
sufragar los costes de almacenaje, y finalmente se pudo convencer al gobierno federal para que
garantizara los créditos. Los precios del café empezaron a ascender de nuevo, y hacia 1912
habían alcanzado un promedio de 0,3 dólares por kilogramo. Hacia finales de ese año, todo el
café almacenado en Estados Unidos había sido vendido precipitadamente, a pesar de la
creciente irritación que allí se produjo.
Al parecer, la valorización amortiguó el impacto de la recesión mundial de 1907-1908 en Brasil,
benefició a los plantadores y fue ciertamente provechosa para los banqueros e intermediarios,
quienes obtuvieron notables comisiones y, como consecuencia, incrementaron su presencia en la
esfera comercial brasileña. Probablemente, el precio del café hubiera subido de todas formas, ya
que la demanda mundial seguía todavía en aumento. Al gobierno federal, sin embargo, le
convenció el procedimiento y patrocinó una segunda valorización durante la crisis de la primera
guerra mundial. Esta vez se adquirieron y almacenaron 180.000 toneladas, los precios subieron
drásticamente, en parte debido a unas graves heladas en Sao Paulo, y el gobierno logró unas
considerables ganancias.
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Durante la caída de precios de la posguerra se inició una tercera valorización. Para entonces, sin
embargo, una estabilización de la demanda y la reanudación de nuevas plantaciones en Sao
Paulo arruinaron la empresa. El gobierno federal puso fin a su participación, pero Sao Paulo se
vio acosado por sus plantadores para que asumiera la compra del café sin ayuda federal. En
1925 se declaró una «protección permanente», que continuó hasta el crack de 1929, con la
compra y almacenaje desesperados de una serie de cosechas excepcionales. El resultado de esta
política, que desviaba recursos de otros sectores de la economía e ignoraba la noción de
productividad, fue el de fomentar el aumento de la competencia extranjera.
La erosión de las cuotas de mercado y el fracaso en el desarrollo de mercados potenciales
pueden también atribuirse parcialmente, en el caso de otros . productos de exportación, a la
política oficial. Generalmente, la fase expansio-nista de la exportación de cada producto venía
acompañada por esfuerzos paralelos por parte de los productores establecidos para obstaculizar,
por mediación del gobierno, la creación de unidades productivas adicionales. Ello es fácilmente
perceptible en el negocio cafetero, ya que el café se extendía pasando por encima de las
demarcaciones estatales e implicaba rivalidades interestatales. En efecto, los entusiasmos pro
republicanos de los plantadores de Sao Paulo después de 1870 pueden atribuirse en gran medida
a las preferencias que había mostrado el imperio hacia los plantadores de Río de Janeiro. Esta
rivalidad también afectaba a los plantadores de caña de azúcar y algodón del noroeste, que se
resistían a la transferencia de esos cultivos hacia Sao Paulo, y es manifiesta entre los
comerciantes que supervisaban el negocio de la recogida del caucho y aborrecían la perspectiva
de un régimen interior basado en la plantación del caucho. Entre las victorias que se anotaron
los plantadores establecidos, cabe señalar el extremo retraso en la construcción de carreteras,
líneas de ferrocarril e instalaciones portuarias para el interior de la región del cacao del sur de
Bahía.
Los elevados impuestos a la exportación redujeron la competitividad de Brasil en los mercados
mundiales. Además, en grado considerable, las inversiones gubernamentales no estaban
dirigidas al desarrollo. Los gobiernos federal y estatales dedicaban grandes sumas de dinero al
embellecimiento de sus respectivas capitales y otros fines suntuarios; además, incluso aquellos
proyectos teóricamente desarrollistas eran en ocasiones la tapadera para otros fines. Por
ejemplo, los proyectos de colonización de tierras, cuyos primeros pasos eran la adquisición de
plantaciones existentes, a menudo no eran en realidad más que operaciones de rescate
disfrazadas para plantadores fracasados, y, cuando estas haciendas se subdividían, los
beneficiarios solían ser, más que esforzados agricultores, miembros destacados del partido
deseosos de especular con los terrenos resultantes. De hecho, el gobierno gastó grandes sumas
del dinero de sus ingresos, pero su único objetivo era permanecer en el poder. El desgaste de la
competitividad en los mercados mundiales fue una respuesta directa y acumulativa. Ello no era,
políticamente, un desastre completo. Los productos que desaparecían de la lista de
exportaciones, como el azúcar y el algodón, recibían protección en el mercado interno. Dada la
magnitud y crecimiento de tal mercado, esta circunstancia no era tan dramática y, a veces,
constituía casi una consoladora recompensa. Por ejemplo, el consumo interno de algodón de
Brasil en el periodo
LA ECONOMÍA BRASILEÑA, 1870-1930
347
1921-1923 representó el 77 por 100 de las 115.000 toneladas de sus cosechas algodoneras.
Brasil era menos dependiente de un solo comprador o suministrador que la mayoría de los
demás países no industrializados de la época. Sus exportaciones de café y caucho se dirigían
principalmente a Estados Unidos, país que no los recargaba con derechos arancelarios; así, estos
dos productos, junto con la seda cruda, fueron las dos importaciones exentas de aranceles de
importación más importantes de ese país. A cambio buscaban un trato preferente para su trigo y
harina, queroseno, madera y productos manufacturados. Sin embargo, hasta después del final de
la primera guerra mundial Gran Bretaña fue el principal proveedor de productos
manufacturados y de crédito. Alemania ocupaba el segundo puesto. El comercio
complementario, existente o potencial, con África o el resto de Suramérica fue poco explorado.
El único intercambio apreciable de Brasil con Latinoamérica fue la compra de trigo argentino,
negocio que estaba en manos de intermediarios británicos, a cambio de yerba mate, cuya
demanda en Brasil estaba estancada. Al parecer no se llegó a estudiar la posibilidad de formar
una unión aduanera con la próspera Argentina, Uruguay y Chile.
El sistema mundial de comercio e inversión en el que se basaba la orientación exportadora de
Brasil sufrió un tremendo revés con la primera guerra mundial. La guerra salvó temporalmente
del olvido al caucho brasileño, y proporcionó a los desesperados antagonistas oportunidades de
mejora en la venta de algunas de sus exportaciones menos importantes —azúcar, vacuno,
frijoles y manganeso—, pero el café no ocupaba un lugar importante dentro de la lista de
prioridades de importación de los aliados, ni tampoco estaban demasiado preocupados por la
posibilidad de un colapso de la economía brasileña, ni por la falta de repuestos y combustibles.
Durante los cinco años de guerra, el valor en libras esterlinas de las exportaciones de Brasil
descendió en un 16 por 100, en contraste con los años de auge precedentes, al tiempo que las
importaciones caían en un 24 por 100. El coste de los embarques subió drásticamente, y
asimismo lo hicieron los precios de las importaciones. Por ejemplo, los tejidos importados, que
costaban un promedio de 0,98 dólares el kilogramo en 1913, pasaron a costar 3,46 dólares en
1918. Dado que más de la mitad de las importaciones de Brasil era de productos alimentarios y
materias primas, el impacto en la economía interna fue grave. Los precios interiores se
doblaron, alentados por las emisiones de papel moneda necesarias para la repatriación de
moneda extranjera y oro. En el último momento, el gobierno federal fue salvado del impago de
los créditos externos en octubre de 1914, gracias a un préstamo de 15 millones de libras
obtenido en Londres. No se intentó ningún tipo de racionamiento; se impusieron unos precios
tope, pero sólo en Río de Janeiro, y ni siquiera allí lograron hacerse efectivos. Los salarios no
subieron al ritmo de los precios, provocando grandes dificultades entre la población urbana y
dando lugar, en 1917, a manifestaciones y huelgas ampliamente extendidas en Río y Sao Paulo.
Como consecuencia de la entrada en la guerra de Brasil en octubre de 1917 en el bando de los
aliados, se cerraron los bancos y compañías de seguros alemanes, y las empresas vinculadas al
capital alemán fueron hostigadas o tuvieron que cerrar, en aplicación de la «lista negra»
británica. El gobierno brasileño
348
adquirió, como botín de guerra, 49 barcos alemanes amarrados en los puertos brasileños,
doblando así su tonelaje mercante, pero perdió una sustancial parte del valor de las cuentas
abiertas en bancos de Bélgica con las ganancias de las ventas de las reservas resultantes de la
valoración. Más graves que todo esto, a largo plazo, fueron las consecuencias que trajo la
guerra, que debilitaron las economías de todos los socios comerciales de Brasil (excepto
Estados Unidos), reduciendo su capacidad de adelantar crédito y de hacer importaciones de
otros países, como Brasil. El tambaleante centro financiero británico, crítico para la política
exportadora de Brasil, se mostró especialmente problemático durante la década de 1920.
349
Estado. Sao Paulo, como casi todos los demás estados, no imponía impuestos a los terrenos
rurales.
La concentración de la propiedad de las tierras en Brasil había sido tradicio-nalmente
exagerada. La corona portuguesa había creído que sólo la aristocracia terrateniente produciría
para los mercados de ultramar, y en consecuencia sus concesiones fueron enormes, típicamente
de 40 kilómetros cuadrados de superficie. Esta tradición se mantuvo durante el imperio, a causa
de la excesiva debilidad del gobierno central para hacer efectiva su ley (1850) que determinaba
la venta en subasta de las tierras de la corona. En lugar de esto, las poderosas élites locales
sencillamente usurparon tierras públicas, empleando el fraude en las oficinas del catastro y
desahuciando en el proceso a los ocupantes de los pequeños terrenos. El imperio sólo logró
promover con efectividad la pequeña propiedad en los estados sureños de Rio Grande do Sul y
Santa Catarina. En esos estados, siguiendo la política de la corona portuguesa de poblar las
áreas fronterizas, promovió asentamientos de inmigrantes alemanes e italianos en colonias
oficiales. Sus descendientes se desparramaron por esas provincias y formaron más colonias,
pero su influencia en la economía nacional fue limitada. A pesar de ello, su estructura
económica contrastaba fuertemente con la de las grandes plantaciones y estancias.
La república concedió, en efecto, la amnistía a los usurpadores de tierras, cuando distribuyó las
restantes tierras de la corona entre los estados. Entonces los gobiernos estatales mostraron la
misma incapacidad para salvaguardar el patrimonio público que había tenido el imperio. Una
serie de leyes estatales extendió títulos a todos aquellos cuya preeminencia social había
asegurado la aquiescencia local a sus expropiaciones privadas. Durante todo ese tiempo, ningún
gobierno había reconocido los derechos de tierras de los indígenas o los había desechado,
mostrando las reservas más inconsecuentes a su uso. A pesar de que en 1910 la protección de
las tribus indígenas pasó a ser responsabilidad federal, dentro de la esfera de un servicio
encabezado por el general Cándido Rondón, asesino de tribus enteras como prolegómeno de la
posterior apropiación por parte de manos privadas de las tierras federales, prosiguieron las
mismas prácticas. La propiedad de las tierras, como consecuencia de esta política, o de la
carencia de la misma, continuó estando altamente concentrada. En 1920, no más del 3 por 100
de los ocupantes de tierras poseían títulos de propiedad rural incluidos en el censo; y de este
pequeño grupo de propietarios de tierras, el 10 por 100 controlaba las tres cuartas partes de las
mismas.
Mano de obra
Entre 1872 y 1920, la población de Brasil pasó de 10,1 millones a 30,6 millones de habitantes.
Entre esas fechas, el ritmo de crecimiento se aceleró del 1,85 por 100 al 2,15 por 100 anual, y la
esperanza de vida creció de 27,4 años en 1872 (cuando la esperanza de vida de los esclavos era
de 21 años) a unos 34,6 años en 1930. La población urbana formaba una pequeña minoría cuyo
crecimiento no era muy superior al del conjunto de la población. En 1872, las personas que
vivían en poblaciones de 20.000 o más habitantes constituían algo
350
menos del 8 por 100 del total; hacia 1920, sólo eran un 13 por 100. Gran parte de este
crecimiento puede ser atribuido a la influencia del comercio de exportación, ya que fueron
precisamente las ciudades más involucradas en él las que crecieron más rápidamente. En 1920,
más de la mitad de la población urbana residía en Río de Janeiro y Sao Paulo, la cual había
pasado del décimo lugar que ocupaba en 1870, al segundo puesto entre las ciudades brasileñas.
La mano de obra creció, entre 1872 y 1920, a un ritmo del 2 por 100 anual aproximadamente.
De hecho la porción económicamente activa de la población es difícil de calcular debido a que
el censo de 1920 introdujo definiciones de empleo más estrictas, especialmente entre las
mujeres. Así, entre 1872 y 1920, el porcentaje de mujeres de diez o más años considerado
económicamente activo descendió del 51 al 14 por 100. Dado que el porcentaje de hombres
económicamente activos también descendió del 77 al 75 por 100, es posible que estas cifras más
bajas fueran hasta cierto punto un reflejo de la reducción de la capacidad de la economía para
absorber la mano de obra creciente.
A pesar de ello, los terratenientes y empresarios se quejaban continuamente de la falta de mano
de obra. A partir de 1870, el suministro de trabajadores esclavos, que en 1872 constituía
alrededor del 20 por 100 de las personas económicamente activas y el 70 por 100 de la mano de
obra en las plantaciones, fue ciertamente precario. El número de africanos transportados a Brasil
desde finales del siglo xvi hasta mediado el siglo xix, superó al de cualquier otra área del Nuevo
Mundo. Sin embargo, con la supresión efectiva de la trata de esclavos después de 1850, la
población esclava empezó a declinar. Las causas de este declive parecen haber sido la elevada
tasa de mortalidad, esto es, un nivel de desposeimiento superior al nivel de subsistencia, así
como a los costos de reproducción, o sencillamente un trato brutal a la mano de obra. También
se dieron con frecuencia la manumisión y las fugas, posiblemente como válvulas de escape, más
económicamente tolerables que el empleo ulterior de la fuerza represora. En parte como
respuesta a la creciente resistencia de los esclavos, en 1871 se aprobó una ley que liberaba a los
niños nacidos de madres esclavas. La esclavitud como tal había terminado; la esclavitud de por
vida se iría extinguiendo gradualmente.
Habida cuenta de que no se podía evitar que la población libre ocupara tierras públicas no
reclamadas, en las que su trabajo agrícola era tan productivo como el que se realizaba en las
grandes haciendas, no se le podía tampoco exigir que trabajara como asalariada, lo que hubiera
proporcionado un beneficio a los propietarios. Por consiguiente, en las regiones en que existían
tierras sin reclamar o vacías, la población libre formaba principalmente una mano de obra
ocasional, dispuesta sólo a pagar rentas en vales a cambio de trabajo en vales. Sin embargo, en
zonas apartadas de la frontera, en las que toda la tierra tenía ya título de propiedad privada y los
minifundios estaban rodeados por las haciendas grandes, la aparcería y otras formas de tenencia
incrementaron significativamente la fuerza de trabajo a disposición de las plantaciones, incluso
antes de la desaparición de la esclavitud.
El descenso del número de esclavos se vio mitigado, al principio, por un tráfico interior que los
enviaba desde las zonas inactivas del noreste hacia los estados cafeteros de Río de Janeiro y Sao
Paulo, y de las áreas urbanas a las
LA ECONOMÍA BRASILEÑA, 1870-1930
351
plantaciones. Hacia finales de la década de 1870, este comercio se hizo insuficiente y muchos
plantadores sureños, cuyas primeras experiencias en la contratación de mano de obra de
inmigración habían resultado un fracaso, se desalentaron, haciendo vaticinios agoreros de ruina
para ellos mismos y de bancarrota para el gobierno central. Nada parece mostrar que la
esclavitud brasileña hubiera sido poco lucrativa, salvo, quizás, en el último o en los dos últimos
años previos a su abolición. En realidad, numerosos estudios demuestran lo contrario. Mientras
existió la esclavitud, fue, al menos, tan productiva como cualquier otra inversión alternativa. A
pesar de ello, la asamblea legislativa general votó su abolición definitiva en 1888, en respuesta a
las presiones políticas por parte de los plantadores de las nuevas zonas de producción, que no
tenían esperanzas de obtener mano de obra esclava, de las clases medias urbanas, incluyendo
militares y funcionarios, impacientes por virar hacia una sociedad más moderna, de los ex
esclavos, y de los propios esclavos, que estaban organizando una oposición violenta y un
abandono masivo de las plantaciones.
La transición final de la mano de obra esclava a la mano de obra libre fue sorprendentemente
fácil, desde el punto de vista de los plantadores. Aunque muchos libertos se fueron a las
ciudades, la mayoría aceptó salarios o contratos de aparcería en haciendas cercanas, o incluso en
las mismas haciendas. La presión sobre los minifundios a causa del crecimiento de la población
(según la ley brasileña la herencia se repartía por igual entre los descendientes), las sequías
recurrentes en el interior de la zona noreste, y la continuada impotencia política de las clases
bajas, obligaron a muchos hombres libres a trabajar en las plantaciones. Al parecer, en la zona
noreste, el coste efectivo para los plantadores de la mano de obra libre era inferior a los
anteriores costes de mantenimiento de los esclavos. 5 Hubo una gran migración hacia las nuevas
zonas de explotación a gran escala para la exportación, como el sur de Bahía (cacao) y el oeste
de Amazonas (caucho). En la región de Amazonas, los elevados salarios ejercían una atracción
muy eficaz, pero el control de precios por parte de los empresarios caucheros y dueños de
almacenes de provisiones eliminó muchas de las ventajas esperadas, y la elevada mortalidad a
causa de las enfermedades transformó la región en un pozo sin fondo del que muy pocos podían
escapar.
Una gran oleada de trabajadores italianos, españoles y portugueses emigró hacia la región
cafetera. La inmigración neta a Brasil, entre 1872 y 1930, ascendió a 2,2 millones de personas.
Hacia 1920, los inmigrantes representaban el 10 por 100 de la mano de obra masculina. Buena
parte de esta migración tenía subsidios de los gobernantes estatales y federal, socializando así
los costes de los plantadores referentes a reproducción de mano de obra. Se ofrecían contratos
anuales a los inmigrantes, que combinaban salarios en dinero, por el cultivo y recogida de
cosechas, con derecho a plantar cultivos de subsistencia. Los ex esclavos de las regiones
cafeteras que continuaban trabajando en la plantación se vieron obligados a aceptar empleos
más precarios, con niveles salariales equivalentes a la mitad de los de los europeos, poniendo
con ello su propia contribución a los subsidios de inmigración. El flujo de inmigrantes fue
mantenido lo
5. Véanse D. Denslow, «As origens da desigualdade regional no Brasil», en Estudos
Económicos, 1973; P. Eisenberg, The sugar industry in Pemambuco, 1840-1910, Berkeley,
1974.
352
más elevado posible hasta la primera guerra mundial, y el estado de Sao Paulo, incluso ya
avanzada la década de 1920, continuó pagando parte de los costes de pasaje. Esto se hizo
necesario porque los inmigrantes solían cambiar de empleo una vez realizadas unas pocas
cosechas o volvían a sus países de origen. También hubo un intento evidente de mantener un
bajo nivel salarial. Un historiador afirma que los salarios de la industria cafetera no crecieron
nada entre 1870 y 1914.6
Aunque la abolición de la esclavitud colocara a la mano de obra más o menos dentro de un
mercado, mejorara su movilidad y monetizara hasta cierto punto su retribución, este periodo
debe ser considerado como transitorio con respecto al régimen anterior basado en la coacción
física. Las condiciones sociales de gran parte del Brasil rural se acercaban bastante a las del
servilismo. Hasta en las zonas de inmigración europea, los grandes terratenientes exigían
respeto y contrataban los servicios de pistoleros particulares para intimidar a sus trabajadores.
Los asalariados, según las leyes en vigor en fecha tan avanzada como el año 1890, eran
encarcelados en caso de incumplimiento del contrato. En 1902 Italia, actuando conforme a los
informes de sus cónsules, prohibió que se siguiera dando subsidios de emigración a sus
ciudadanos. Como respuesta, el estado de Sao Paulo creó juntas de arbitraje para atender las
quejas. Hubo que esperar a 1916 para que se estableciera la igualdad de contrato en una ley
federal. Hasta los años treinta no se estableció ningún otro derecho laboral.
La educación pública contribuyó escasamente a elevar el nivel cultural general. Según el censo
de 1872, el índice de analfabetismo alcanzaba el 90 por 100 entre las mujeres y el 80 por 100
entre los hombres. La élite gobernante veía al nativo de clase baja como prácticamente
ineducable; en realidad, esta era una de las razones más influyentes en los proyectos de
inmigración europea de los plantadores. En general los inmigrantes estaban más alfabetizados
que los nativos; según el censo de 1920, en Sao Paulo, sólo el 56 por 100 de la población era
analfabeta, comparado con el 73 por 100 de analfabetismo del global de la población. Si el
gobierno hubiera gastado en educación primaria los mismos fondos que destinó a subsidiar la
inmigración, habría obtenido resultados económicos similares, pero con un cumplimiento de sus
responsabilidades mucho más social y humano. Se proporcionó muy poca escolarización a la
clase trabajadora, e incluso a la clase media, en lo referente a técnicas productivas. En el año
1920, la escolarización total en escuelas secundarias o escuelas técnicas, públicas o privadas,
ascendía sólo a 62.500 personas. Aunque las primeras fases de la producción mecanizada
incluyeran sustanciales innovaciones realizadas por brasileños, especialmente en el equipo de
transformación de café y yerba mate, la experiencia organizativa y la técnica necesaria para
instalar empresas de fabricación y comercialización venían suministradas en gran medida por
los inmigrantes.
6. Véase Michael Hall, «The origins of mass immigration in Brazil, 1871-1914», tesis doctoral
inédita, Universidad de Columbia, 1969.
LA ECONOMÍA BRASILEÑA, 1870-1930
353
Capital
No hay estimaciones sobre la formación de capital bruto anteriores a la década de 1920. Se ha
calculado que, para esa década, ascendía al 13,7 por 100 del producto nacional bruto, o 14
dólares anuales per cápita, en dólares corrientes. Según las mismas estimaciones, el flujo de
capital neto procedente del extranjero durante la década de 1920 ascendió a una media del 8,8
por 100 de la formación de capital bruto, y en 1929 la reserva de capital neto alcanzó los 260
dólares per cápita, en dólares corrientes. 7
La movilización de capital interior no estuvo muy institucionalizada, al menos durante la
primera mitad del periodo. Hasta bastante después de 1900, la mayoría del crédito agrícola era
de carácter informal y privado: adelantos de dinero por parte de agentes intermediarios o
importadores, o créditos obtenidos de prestamistas privados, muchos de los cuales limitaban su
negocio a parientes o vecinos. Los tipos de interés empezaron siendo del 12 por 100 y a menudo
alcanzaban el 24 por 100. Casi hasta la época de la abolición, los créditos agrícolas requerían
como garantía subsidiaria esclavos en lugar de tierras. Rara vez, excepto para los plantadores de
productos para la exportación, se podía disponer de créditos, cualquiera que fuera su tipo, y era
bastante infrecuente la obtención de hipotecas, incluso para los plantadores de café.
En 1870 sólo había seis bancos en Río de Janeiro, dos de ellos ingleses, y solamente había
nueve más en el resto del país. Estos bancos trabajaban casi exclusivamente con depósitos y
descuentos de valores negociables a corto plazo. Los bancos extranjeros se confinaron, en gran
medida, a transacciones de divisas, y gastaron sus mejores energías en la especulación con el
cambio. En la década de 1860, el Banco de Brasil, bajo control gubernamental, empezó a
conceder algunos créditos al sector agrícola. Pasado ya el año 1875, se fundaron algunos bancos
de crédito de fomento agrario, pero no tuvieron mucho éxito por carecerse de una ley de
hipotecas adecuada. Hubo que esperar hasta después de 1900 para que los bancos hipotecarios
gubernamentales de los estados de Sao Paulo y Minas Gerais proporcionaran una cantidad
limitada de fondos. Por fin, en 1909, se creó en Sao Paulo un sistema de garantías, innovación
relacionada con el proyecto de valorización, que reducía los cargos por intereses al 9 por 100. El
valor de las hipotecas registradas en las oficinas del catastro en todo Brasil se multiplicó por
diez entre 1909 y 1929, año en que se alcanzó el equivalente a 181 millones de dólares, en
dólares corrientes. Buena parte de esto correspondió a la financiación de transacciones
inmobiliarias urbanas. Hacia 1929, la gran mayoría de estas hipotecas tenía un tipo de interés
inferior al 10 por 100, lo que sugiere que el mercado había ganado en eficiencia. Aunque la
suma total seguía siendo todavía modesta, comparada con el valor del suelo agrícola que
aparece en el censo de 1920, lo que demuestra que las hipotecas aún no eran una cosa corriente.
Se ha calculado que, en la década de 1920, la productividad media de las inversiones derivada
del ahorro nacional era baja.8 No parece probable que la
7. Días Carneiro, «Past trends», cuadro 8A.
8. Ibid., cuadros 27 y 29E.
354
productividad del capital en las décadas anteriores hubiera sido mucho mayor. Las empresas
nacionales experimentaron dificultades de crecimiento de una magnitud tal que les imposibilitó
la aplicación de nuevas técnicas y la creación de un mercado nacional. La propiedad compartida
más allá de los límites familiares era casi desconocida, excepto en la organización bancada y en
el ferrocarril. El capital se obtenía de la reinversión de los beneficios, basándose a veces en una
política de precios monopolista, o se reconstruía a partir de préstamos comerciales. No existía
un mercado significativo para obligaciones o acciones industriales. Durante un breve periodo, el
comprendido entre 1888 y 1893, unos pocos bancos, a los que se había concedido el derecho de
emisión, jugaron el papel de financieros en algunos proyectos industriales, pero fracasaron en su
mayoría. Después de eso, ningún otro banco, ni siquiera el Banco de Brasil, volvió a intentar
jugar un papel semejante. De este modo, aquellas fuerzas que en otros países habían fusionado
firmas familiares convirtiéndolas en corporaciones de gestión pública fueron casi inexistentes en
Brasil. Ocasionalmente se formaron consorcios de dos o más familias, más o menos estables,
generalmente en el seno de grupos étnicos determinados, que a veces desembocaban en una
política de matrimonios entre miembros de las propias familias. Esto se producía especialmente
cuando era necesario instalar tecnologías nuevas y más complejas; por ejemplo, en los casos de
los tejidos sintéticos, papel, celulosa e industrias químicas.
Las inversiones extranjeras en Latinoamérica aumentaron a modo de oleadas cíclicas, cuyas
etapas más destacadas fueron las de 1888 a 1895, 1905 a 1913 y 1924 a 1929. En cada uno de
estos periodos, Brasil recibía una importante cuota de las inversiones europeas en
Latinoamérica, aunque no en la proporción que por su población le hubiera podido
corresponder. Más de la mitad del capital extranjero destinado a Brasil servía para financiar al
gobierno central y a los gobiernos locales. También sirvió para financiar la mayoría de los
bancos, sistemas de electricidad, teléfono y gas, instalaciones portuarias, ferrocarriles,
compañías de transporte marítimo y, hacia el final del periodo, líneas aéreas. Hasta la primera
guerra mundial este capital era mayoritariamente británico. La casa Rothschild, de Londres,
constituía la fuente exclusiva de fianza del imperio, los exportadores e importadores más
importantes eran todos británicos, y la mayoría de los ferrocarriles eran de, o habían sido
financiados por, los británicos. El mayor banco británico, el Banco de Londres y Brasil, tenía
unos recursos financieros considerablemente superiores a los del semioficial Banco de Brasil, e
incluso en 1929 los bancos extranjeros siguieron realizando la mitad de todas las operaciones
bancarias comerciales. Por otra parte, los intereses extranjeros en tierras, recursos naturales y
empresas productivas eran bastante limitados, a diferencia de otras economías latinoamericanas
más «penetradas» y del, por aquella época, mundo colonial; ciertos sectores —seguros,
trapiches azucareros, banca y ferrocarriles— empezaron a ser recuperados, incluso durante ese
periodo, por el capital brasileño privado o público. Además, el rendimiento medio del capital, si
se puede considerar el caso británico como típico, era de un moderado 5 por 100. Con todo, las
disminuciones de interés y beneficios, que fueron aumentando gradualmente durante el periodo
objeto de este estudio, representaron una considerable carga sobre la economía. En 1923, la
atención a
LA ECONOMÍA BRASILEÑA, 1870-1930
355
la deuda del gobierno federal y de los gobiernos locales supuso el 22 por 100 de los ingresos por
exportación.
Las actividades de las empresas británicas hasta la primera guerra mundial podrían calificarse,
en general, como «compradoras», en el sentido en que concentraban sus inversiones en el sector
exportador. Los empresarios locales que querían construir fábricas para' competir con las
importaciones carecían a menudo de fondos. Se puede citar el espectacular caso de una
hilandería en Alagoas, que fue comprada por una empresa británica, desmantelada y su
maquinaria arrojada al río Sao Francisco. Como en el caso de los bancos británicos, cuando más
prosperaban era cuando los tipos de cambio eran transitorios. Se afanaban en maniobras
destinadas a desestabilizar el muréis y les molestaba cualquier intento del Banco de Brasil para
interferir en esas maquinaciones. Eran reacias a proveer a las empresas de propiedad estatal e
incluso llegaban, en ocasiones, a rechazar los billetes de banco emitidos por el Banco de Brasil.
Las extremas medidas deflacionarias impuestas al gobierno federal, como condición para el
empréstito concedido en 1898, provocaron una oleada de bancarrotas que arruinó a muchas
firmas comerciales y bancos locales, reduciendo la competencia con las empresas británicas y
de otros países.
Sin embargo, la preeminencia británica en la economía brasileña estuvo sujeta a poderosas
amenazas a partir de 1900. Su vulnerabilidad emanaba de su posición como financieros y
navieros: dado que la demanda de café era mayori-tariamente estadounidense y alemana, los
tostadores de café americanos y los importadores lograron ocupar el lugar de los intermediarios
británicos antes de la primera guerra mundial, y las casas exportadoras alemanas, apoyadas por
la ofensiva comercial de su gobierno, se lucraron fuertemente en el mercado de bienes de capital
y adquirieron intereses en empresas que compraban sus equipamientos. La «lista negra» revela
el grado en que las firmas comerciales alemanas habían socavado sus competencias. En el caso
extremo de las fábricas de cerveza, controlaban toda la producción nacional.
AGRICULTURA Y GANADERÍA
El atraso tecnológico de la agricultura brasileña era extremo. La agricultura de roza era
mayoritariamente extractiva y conllevaba la necesidad de inmensas reservas forestales que
abastecían muchas de las necesidades de los agricultores, especialmente en cuanto a proteínas y
materias primas. Las selvas recién despejadas y quemadas eran extraordinaria, aunque
temporalmente, fértiles. Las cenizas de la selva proporcionaban abundantes nutrientes a las
plantas y, a menudo, eran el único fertilizante empleado. Las cepas y troncos se dejaban pudrir y
el cultivo se llevaba a cabo casi siempre cuesta arriba, favoreciendo la erosión. Algunas
cosechas «cultivadas», como la papaya, el coco, los plátanos, la pina y los cítricos, se dejaban a
menudo crecer a su aire, sin mayores cuidados. Cuando la plantación era invadida por la maleza
y las plagas, se abandonaba para trasladarla a selvas o pastos secundarios. Cuando todas las
selvas de una región determinada quedaban agotadas, el agricultor generalmente se retiraba y se
convertía en ganadero. En este régimen, era raro el uso del arado; en reali-
356
dad, en algunas regiones no se empleaba en absoluto. En 1920, menos del 14 por 100 de las
propiedades censadas lo utilizaban y en muchas de las que lo empleaban, probablemente, los
arados eran de madera. Por consiguiente, las cosechas agrícolas dependían casi por completo de
la fertilidad inicial de los suelos selváticos. La producción brasileña de fertilizantes era escasa, y
en los años veinte el 90 por 100 de ellos se destinaba a la exportación. Se aplicaban con más
frecuencia rituales, amuletos y oraciones que el estiércol, que, según la agronomía popular,
«quemaba» la tierra.
Las plantaciones de café estaban mejor dirigidas que la media de las haciendas, pero aun así
tenían un atraso considerable con respecto a los conocimientos agrícolas contemporáneos. Los
fertilizantes orgánicos disponibles se aplicaban irregularmente, no se prestaba atención a la
selección de las semillas, no se empleaban las abejas como agentes polinizantes, y el arado se
utilizaba de forma inadecuada. Las plantaciones más grandes se solían dejar en manos de
administradores, ya que, con frecuencia, los propietarios tenían más de una finca y numerosos
intereses en las ciudades. La forma de los contratos de trabajo no favorecía el cuidado en la
plantación y recogida y proporcionaba demasiadas ventajas a los trabajadores empleados en las
nuevas plantaciones, estimulando la ulterior expansión y la desertización de las reservas
forestales y el exceso de plantación. En las plantaciones azucareras del noreste, en las que ya
estaban en uso las tierras bajas superiores, la expansión de la década de 1880 se llevó a cabo
mediante la tala de las selvas de las laderas. Estos suelos no eran muy apropiados para el azúcar,
requerían más mano de obra y estaban sujetos a la erosión. Como nadie se molestó en retirar las
cepas, en estas laderas no podía utilizarse el arado. Los plantadores azucareros no empleaban
abonos, sino que dejaban las tierras en barbecho durante periodos variables. Sin embargo, la
aparición de una enfermedad fungosa a partir de 1879 fomentó la introducción de algunas
nuevas variedades de caña, un cierto grado de experimentación en el cuidado de la plantación y
algunos ensayos con fertilizantes de importación. El trabajo en los cañaverales siguió siendo de
carácter altamente estacional e intensivo, y la plantación, cultivo y recogida continuaron
haciéndose manualmente. La mejora más significativa en la plantación de caña fue la
introducción, en la década de 1870, de ferrocarriles ligeros, arrastrados en un principio por
caballos y más tarde de vapor, para llevar la caña a los trapiches azucareros. Posteriormente al
establecimiento de la república, se instalaron modernos trapiches azucareros de vapor,
fuertemente subvencionados por el gobierno. Ello mejoró sustancialmen-te la productividad, y
hacia 1910 las cosechas azucareras brasileñas se igualaron aproximadamente a la media
mundial.
En 1873 había ya dos escuelas imperiales de agricultura, y poco después del establecimiento de
la república se fundaron algunas más en diversos estados, pero no parecieron tener una gran
influencia en las prácticas agrícolas, excepto, tal vez, la de Sao Paulo. Algunas instituciones
estatales eran, de hecho, escuelas para huérfanos y no queda claro si sus graduados tuvieron la
oportunidad de poner en práctica sus conocimientos. Durante este periodo, sólo Sao Paulo llegó
a disponer de un sistema de agentes de extensión agraria.
La producción de alimentos para el mercado interior durante este periodo está muy poco
estudiada, pero parece haber sido un sector atrasado. Hasta la
LA ECONOMÍA BRASILEÑA 1870-1930
357
primera guerra mundial, los precios de los productos alimentarios se multiplicaron por tres, con
la misma rapidez que los de las exportaciones e importaciones. Al producirse, hacia la década
de 1890, las oleadas de plantación de café y recogida de caucho, lo mismo sucedió con los
precios y las importaciones de los productos alimentarios. En parte, el crecimiento de la
exportación estaba evidentemente basado en la desviación de recursos de capital del sector de
suministro de alimentos. El abastecimiento de las ciudades era llevado a cabo principalmente
por los pequeños agricultores, que vendían sus excedentes, cuando los tenían. En las cercanías
de Sao Paulo y Río de Janeiro se organizaron algunas colonias oficiales, abiertas a los
agricultores nativos y también a familias inmigrantes, para intentar incrementar las reservas de
productos alimentarios de las ciudades. Sin embargo, los pequeños agricultores que
comercializaban sus cultivos carecían de crédito y eran víctimas de los intermediarios.
A pesar de todo, la producción para el mercado interior no estaba estancada. Aunque durante el
periodo que se está tratando los precios de los alimentos subieron mucho, no parece que
aumentaran más rápidamente que los salarios, al menos en Río de Janeiro, a excepción de la
crisis derivada de la primera guerra mundial. Además, las importaciones de productos
alimentarios se fueron reduciendo gradualmente a partir de 1900; entre 1903 y 1929, las
importaciones de alimentos pasaron de 142 a 34 kilogramos per cápita. El aumento de la
esperanza de vida parece querer indicar que el consumo de alimentos per cápita no sólo no
declinó, sino que aumentó ligeramente. Junto a la conversión de anteriores productos de
exportación, como el azúcar y el algodón, en la satisfacción de la demanda interior hubo un
cierto grado de diversificación, especialmente por parte de los pequeños propietarios, en
productos como el vino, el aceite, la mantequilla y productos lácteos. El trigo, introducido en la
dieta por los inmigrantes, resultó de muy difícil cultivo en Brasil, pero las patatas se plantaron
con éxito, y se amplió mucho el cultivo del arroz. En Rio Grande do Sul, los grandes
hacendados acometieron la plantación de arroz a gran escala para la venta en los mercados
nacionales.
La ganadería ocupaba extensas áreas de pastos naturales y sabana, así como las zonas
degradadas por la agricultura. Los brasileños se sentían muy inclinados al consumo de vacuno.
En el estado más meridional de Brasil, Rio Grande do Sul, demasiado alejado como para
transportar los animales vivos, se industrializó la carne en forma de cecina (carne sometida a
presión y secada posteriormente al sol). La población ganadera brasileña durante el periodo en
estudio era más numerosa que la humana. Gran parte de aquélla estaba formada por diversos
cruces de cebúes, importados de la India en la década de 1880, y muy apreciados por su
resistencia a las enfermedades y a la sequía. La ganadería, tal como se practicaba en el interior,
era extraordinariamente barata en cuanto a mano de obra y capital. Casi nunca se construían
establos, vallados o abrevaderos. Después de marcado, se dejaba al ganado pastar y criar a su
aire. En 1920, la densidad de ganado existente en pastos naturales era de unas 18 cabezas por
kilómetro cuadrado. La única modificación que se realizaba habitualmente en el entorno
consistía en la quema de campos para inducir el crecimiento de nuevos brotes tiernos. Esta
práctica solía producir hierbas resistentes al fuego y desabridas. Cerca de las terminales de
ferrocarril, se plantaban hierbas exóticas en
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tierras que habían sido selváticas anteriormente para reponer a los animales que habían sufrido
traslados largos y engordarlos para su venta en el mercado.
ENERGÍA Y TRANSPORTE
Los yacimientos de carbón de Brasil eran exiguos y de baja calidad; en 1929, la producción de
las minas de Santa Catarina fue sólo de 360.000 toneladas. Debido a la carencia de este recurso
energético, se quemaba la madera y el carbón de leña, lo que tenía graves consecuencias
ulteriores en las reservas forestales, en la erosión de las cuencas y en el manto vegetal. El
consumo doméstico de combustible per cápita se estimaba en dos metros cúbicos anuales. En
1930, Brasil arrasó 330.000 hectáreas de selva sólo con este fin. Dado que la reforestación de
los bosques duraba unos veinte años, ello implicaba la necesidad de mantener una reserva de
66.000 kilómetros cuadrados, pero, de hecho, casi no se mantuvo reserva alguna. Las
dificultades en la obtención de madera y carbón de leña limitaron las actividades de los
ferrocarriles, las fundaciones y las fábricas. Para algunas líneas ferroviarias, se recurrió a la
plantación de eucaliptos, aunque en escala inadecuada. En las terminales marítimas y en las
fábricas situadas en ciudades portuarias se recurrió al carbón de importación, pero en el interior
la norma general fue la caldera alimentada con leña. Algunas de las primeras fábricas también
empleaban la energía hidráulica, de fácil instalación en un país tan abundante en lluvias y
terreno accidentado.
Hasta después de la segunda guerra mundial no se descubrieron los yacimientos interiores de
petróleo en cantidad suficiente como para justificar su comercialización. Las importaciones de
petróleo estuvieron necesariamente restringidas, lo que limitó el empleo de motores de
combustión interna. A pesar de ello, las importaciones de vehículos a motor aumentaron
considerablemente en la segunda mitad de la década de 1920. En 1929, el registro de
automóviles alcanzaba las 160.000 unidades y se habían mejorado más de 21.000 kilómetros de
carretera. La primera línea aérea regular empezó a funcionar en 1927, y para 1930 había ya
cuatro líneas en funcionamiento.
La producción térmica de energía eléctrica empezó en la década de 1880. Sin embargo, limitada
como estaba por la necesidad de importar el carbón, hacia 1900 ya había sido superada en escala
por la energía de producción hidráulica. La capacidad total de electricidad de Brasil en 1890 era
de un megavatio, de 10 en 1900 y de centenar en 1908. La construcción de grandes diques y las
mejoras en la producción y transmisión se llevaron a cabo en Sao Paulo y Río de Janeiro
durante los años veinte, de manera que hacia finales de esa década había ya un total de 780
megavatios. Aunque se hubiera alcanzado un ritmo de crecimiento impresionante, esta cantidad
equivalía sólo a 22 vatios per cápita, una quinceava parte del índice de Estados Unidos en aquel
momento. Para el sur y el sureste brasileño, la energía hidroeléctrica fue un avance tecnológico
tan fortuito como lo había sido el carbón para la Inglaterra de dos siglos atrás. No es posible
imaginar el desarrollo de la industria sobre la limitada base del carbón de leña, y el coste del
petróleo y del carbón de importación hubiera sido tan
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tendidas más allá de las áreas de plantación se empleaban para el transporte de ganado vivo
procedente de las tierras del interior —reduciéndose así la pérdida de peso inherente a la
conducción del mismo por los medios pedestres tradicionales— y la madera de las selvas
vírgenes, en proceso de rápida desaparición, con lo que se reducía el derroche de maderas duras
y se abarataban los costes de construcción. El ferrocarril constituyó, sin ningún género de dudas,
un gran instrumento para que Brasil pudiera salir del estancamiento económico, aunque hay que
reconocer que su estímulo llegó tarde y se limitó a unas pocas regiones.
INDUSTRIA
El desarrollo de la industria en Brasil puede ser contemplado como un proceso de sustitución de
la producción artesanal y de las importaciones. De entre estos dos procesos, se suele destacar
con más frecuencia el segundo, ya que afectó de forma más visible a las áreas urbanas y puede
seguirse a través de los registros de importación. Pero el primero fue, al menos en las primeras
etapas, más importante. El mercado brasileño de bienes no agrícolas se abastecía mayo-
ritariamente de la artesanía. Después de todo, la capacidad económica para la importación era
extremadamente limitada y una gran parte de los productos de consumo importados estaba
formada por objetos de lujo para los ricos. Los productos artesanales que se producían en las
propias casas eran para autocon-sumo y venta o trueque, y los que se fabricaban en los talleres
artesanales se vendían en los mercados locales. Por ejemplo, los tejidos de algodón y lana
fueron, en su gran mayoría, de producción doméstica hasta la instalación de las primeras
fábricas textiles. En casi todas las familias e instalaciones con esclavos había alguien que podía
hilar y tejer con un taller manual. El alcance de la producción doméstica artesanal se puede
deducir de la desproporción en el consumo aparente de hilo de coser. En 1903, Brasil consumió
aparentemente 1.045 toneladas de hilo de algodón, todo él de importación. Sin embargo, en el
mismo año se consumieron 21.900 toneladas de tejido local y de importación. La relación 1:21
es anómala, considerando una relación moderna de, aproximadamente, 1:60. Parece muy
verosímil que, al menos, la mitad del hilo importado se empleara en la confección de prendas de
vestir —hechas con telas tejidas en casa— y en bordados. Además, había muchas clases de
producción doméstica —mantas, hamacas, ponchos, colchas— en las que no se empleaba hilo.
Hasta una fecha tan avanzada como 1966, en un estudio realizado sobre familias campesinas en
Minas Gerais se mostró que la mitad de los que plantaban algodón todavía seguían hilando y
tejiendo sus propias ropas.9
En general, la transición de la producción artesanal a la fabril no fue brusca ni discontinua. La
artesanía complementaba la producción de las fábricas locales; por ejemplo, en la industria de la
ropa, mediante el sistema de «reparto de trabajo a domicilio», algunas tareas se realizaban fuera
de las fábricas. Gran parte de la industria de transformación de alimentos se desarrolló en
talleres
9. Maria de Lourdes Borges Ribeiro, Inquérito sobre práticas e supersticóes agrícolas de
Minas Gerais, Río de Janeiro, 1971, pp. 37-38.
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construyó varios altos hornos. A lo largo del siglo xix continuaron operando intermitentemente
los hornos pequeños de Minas Gerais, cuya producción ascendía a unos pocos miles de
toneladas de hierro en bruto. Entretanto, se extendieron las herrerías y la fabricación de
herramientas, de manera que las importaciones de hierro y acero tomaron principalmente la
forma de suministros a las industrias locales, tales como alambres, planchas, raíles, varillas y
chapas. La metalistería se dedicó al equipamiento del comercio de exportación, dado que sus
propios inputs, incluyendo los obreros especializados, eran importados y técnicamente
avanzados. Por lo tanto, los talleres de reparación de ferrocarriles y los astilleros fueron los
talleres metalúrgicos de mayor tamaño y los mejor equipados.
Sin embargo, la fabricación de hierro y acero a gran escala sólo experimentó un ligero
desarrollo hacia finales de la última década del periodo en estudio. En la década de 1920, en
Minas Gerais, una empresa belga añadió altos hornos y una laminadora a un taller de
laminación de reciente instalación que funcionaba con carbón de leña, y en Sao Paulo y Río de
Janeiro se empezó a reciclar chatarra mediante pequeños hornos eléctricos. En 1910, un
consorcio británico dirigido por un promotor norteamericano llamado Farquhar, que había
obtenido los derechos sobre las minas de Itabira, en Minas Gerais, intentó conseguir del
gobierno federal la concesión exclusiva para la exportación de mineral de hierro, vía la línea de
ferrocarril que planeaban construir hacia el puerto de Vitoria. Al mismo tiempo se
comprometieron a construir un taller completo que emplearía el carbón traído por los mismos
barcos que se habían llevado el mineral de hierro. Las negociaciones se dilataron. Hubo una
oposición nacionalista considerable a tan amplia y exclusivista concesión, y también por parte
de los propietarios de hornos de carbón y de plantas de electricidad. Finalmente, la depresión
mundial provocó una disminución de la demanda exterior de acero, y el consorcio abandonó el
proyecto. Es posible que hubieran demorado todo lo posible la entrega del taller, al que habría
puesto objeciones el monopolio internacional de hierro y acero del momento. A pesar de todo,
la propuesta de Farquhar ocupó por completo la atención del gobierno durante veinte años y
desalentó a otros productores potenciales de acero. Hacia 1929, la producción brasileña de acero
era sólo de 57.000 toneladas, equivalentes al 11 por 100 del consumo.
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competencia de ultramar impidieron que Brasil pudiera incrementar el volumen de ventas. Las
recaudaciones en concepto de café alcanzaron el 12 por 100 del producto nacional bruto en
1923, y a partir de entonces iniciaron un prolongado declive. La intervención había hecho poco
más que asegurar los ingresos de los plantadores y fomentar nuevas inversiones en el sector
cafetero.
En 1924, el gobierno federal, alarmado por el peligro de que las fuerzas inflacionarias que había
propiciado minaran su estabilidad, adoptó una política deflacionaria. Más tarde intentó, a finales
de 1926, adherirse al patrón oro, utilizando el mecanismo de un fondo de conversión. Una vez
más, esta medida colaboró en la atracción del capital extranjero, el cual empezaba a ser esencial
para mantener el nivel de importaciones a la vista de la creciente demanda. Brasil precisaba de
una amplia gama de importaciones, tales como las telecomunicaciones y equipo de aviación,
que conllevaran las nuevas tecnologías necesarias para incrementar su competitividad en los
mercados mundiales. Los bancos de Estados Unidos tenían capacidad e interés en avanzar los
fondos. Sus créditos posibilitaron un descenso en el superávit comercial del 22 al 11 por 100 de
los ingresos por exportación, entre la primera y la segunda mitad de la década. Entre 1924 y
1930 casi se dobló la deuda exterior de los gobiernos central y locales brasileños, ascendiendo
hasta 1.295 millones de dólares. La deuda interna creció a un ritmo similar, robustecida por los
déficits récord de la primera mitad de la década de 1920. Sorprendentemente, los aranceles
anteriores a la guerra, erosionados por la inflación hasta aproximadamente la mitad de su
efectividad, no fueron sometidos a una revisión general. La tributación interior, especialmente
en cuanto a las transacciones, empezando a jugar un importante papel en las finanzas del
gobierno federal; hacia finales del periodo en estudio, ascendía a cerca del 45 por 100 de los
ingresos del erario.
Con todas estas vicisitudes, la industria nacional sufrió considerablemente. Además, los precios
de los productos manufacturados de importación empezaban a descender, mientras la
competitividad de su industria se vio debilitada a causa de la interrupción que hubo en la
renovación del equipamiento técnico durante el periodo bélico. La cuota de mercado de las
importaciones en el consumo interior de tejidos de algodón creció del 7 por 100 en 1921-1923
al 17 por 100 en 1925-1928, y los precios de los productos de algodón nacional disminuyeron
en un 25 por 100 entre 1925 y 1927. Sin embargo, los tejidos de algodón representaron el caso
más grave, ya que el sector estaba agobiado por un exceso de producción, aunque, aun en este
campo, los fabricantes que habían logrado comprar maquinaria nueva pudieron obtener
beneficios. Hubo otras industrias ya establecidas que obtuvieron beneficios, y hacia la segunda
mitad de la década las empresas incluidas en el registro de contribuyentes crecían a un ritmo
anual aproximado del 5 por 100. Además de todo esto, durante la década de 1920, se produjo
una diversificación considerable de la producción: productos farmacéuticos, productos
químicos, maquinaria textil, maquinaria para los trapiches azucareros, cabinas de camión,
estufas de gas e instrumentos agrícolas. Como medida indirecta del progreso de estas firmas,
puede citarse el consumo aparente de chapa de acero, que creció desde una media de 59.000
toneladas anuales en el periodo 1901-1905, hasta 288.000 toneladas anuales en el quinquenio
1926-1930. Muchas de estas empresas nacieron de los talleres de reparaciones, que habían
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cerdo, pero en los demás sus efectos principales fueron exprimir el margen de beneficios de los
productores.
El colapso de los países capitalistas avanzados que siguió al derrumbe de Wall Street de octubre
de 1929 tuvo un impacto profundo en el comercio y las finanzas de Brasil. El precio del café,
que a finales de 1929 estaba cifrado en 0,50 dólares el kilogramo, cayó hasta 0,29 dólares a
principios del año siguiente. El gobierno brasileño, en su intento desesperado de salvaguardar su
crédito, liberó su reserva completa de oro cifrada en 150 millones de dólares a sus
obligacionistas extranjeros. El estado de Sao Paulo, agobiado con una carga de 875.000
toneladas de café invendible, valorado en 1929 en una suma equivalente al 10 por 100 de todo
el producto nacional bruto, buscó fondos para mantener en funcionamiento el programa de
valorización y, sorprendentemente, logró obtener otro crédito de 20 millones de libras. Sin
embargo, el muréis se depreció hasta aproximadamente una cuarta parte de su valor, la moneda
en circulación cayó en una sexta parte y el fondo de conversión se colapso. Entre 1929 y 1931,
los años más críticos de la depresión en Brasil, el producto nacional bruto se hundió en un 14
por 100, y el café descendió hasta los 0,17 dólares por kilogramo. A fines de 1930, entre un
caos de quiebras empresariales, desempleo y ruptura social, fue derribada la República.
CONCLUSIÓN
Celso Furtado caracterizó el periodo de 80 años que precedió a 1930 como una fase de
transición: la importación de capital, tecnología y mano de obra especializada era necesaria para
provocar un aumento de la productividad, un mercado monetizado y el inicio de la acumulación
de capital. Considerando el año 1930 como punto de inflexión, Furtado observó un cambio,
desde un estímulo al crecimiento desde el exterior, a otro desde el interior; transformación
producida por la crisis mundial. Sin embargo, la visión más extendida es que la orientación
exportadora operó de forma contradictoria como un obstáculo al crecimiento, que los intereses
asociados a ella no aspiraban a un crecimiento ulterior, y que, consecuentemente, la
industrialización avanzó en forma de «oleadas» sólo durante los momentos en que la economía
internacional estaba desorganizada por la guerra o la depresión. Subrayando esta interpretación,
existe la sospecha de que la economía capitalista internacional tuvo una forma de actuar
meramente imperialista. Algunos historiadores económicos han intentado demostrar que la
economía brasileña, por el contrario, creció y se diversificó rápidamente como resultado directo
de su integración en la economía mundial, que las condiciones globales fueron al mismo tiempo
favorables al desarrollo de Brasil, y que el gobierno brasileño habitualmente actuó de forma
astuta y siguiendo los intereses nacionales. Otros, en un intento de síntesis parcial, sostienen que
la alternancia de periodos de crecimiento y de crisis en la economía mundial condujo en sí
misma a la industrialización de Brasil.
Tal vez la élite política y burocrática que dio forma a las políticas de orientación exportadora no
tuviera la intención de entregar la economía nacional a los intereses extranjeros, teniendo en
cuenta lo importante que era el capital
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extranjero para su estrategia, aunque aceptó una serie de recetas de política importadas y actuó
como si cualquier desviación de esas fórmulas fuera aberrante, e incluso hasta patológica. En
realidad, bajo el programa de orientación exportadora subyace un inquietante sentimiento de
inferioridad que debió de ser fatal para la iniciativa entre los cuadros dirigentes, e incluso entre
la masa de la población. La práctica generalizada de falsificar las etiquetas de marcas
extranjeras no sugiere meramente una fase de aprendizaje a través de la imitación, sino también
una epidemia de inseguridad en las propias capacidades y de alienación.
La orientación económica fue una estrategia llevada a cabo por una élite burocrática para
promover la estabilidad gubernamental y el crecimiento económico, en interés de una clase
terrateniente cuyos horizontes no iban más allá de la especulación inmediata. En verdad, no fue
una política realmente nacional, ni mucho menos redistributiva. Los beneficios derivados de ella
no tuvieron una distribución amplia. Las investigaciones recientes sobre este periodo no han
abordado la cuestión de la concentración de los ingresos, pero lo más verosímil es que la misma
aumentara en su transcurso. La diversificación económica y la mayor presencia de mercado en
pueblos y ciudades hicieron posible la movilidad social de una pequeña minoría en el sur y en el
sureste, entre la que los inmigrantes europeos eran los privilegiados —una pequeña burguesía
de tenderos y artesanos, y un grupo de pequeños propietarios que vendían a los mercados de las
ciudades. La élite dirigente no amplió sus preocupaciones mucho más allá de este estrato.
Consideraba subversivos a los sindicatos, subordinados indigentes a los trabajadores, y vagos y
criminales en potencia a los desempleados. Las relaciones laborales en las ciudades, si es que se
practicaban, se consideraban una forma de caridad y se esperaba de los trabajadores que
correspondieran con humildad y gratitud. El destino de los trabajadores rurales que no
estuvieran bajo el radio de acción de los cónsules extranjeros no era considerado como objeto de
preocupación por los gobiernos federal o estatales. Evidentemente, estas actitudes no ayudaban
mucho a inducir a una productividad elevada o a promover el desarrollo más allá de la
agricultura extractiva de plantación.
El periodo objeto de este estudio fue testigo del inicio de otra forma de concentración de rentas:
el abismo entre los niveles de vida de la región sureste y el resto del país. Hacia 1920, por
ejemplo, la relación de capital por trabajador en la industria era ya el 59 por 100 más elevada en
Sao Paulo que en el noroeste. Este fenómeno ha sido explicado de muy diversas maneras, pero
parece muy factible que, en su inicio, fuera el resultado del desarrollo más completo de los
mercados y fuerzas productivas en el sureste, bajo el estímulo del comercio de exportación, y de
la consecuente iniciación de un mercado masivo. Sin embargo, el federalismo de la Constitución
de 1891, y un pacto informal realizado por el Partido Republicano de Sao Paulo con el de Minas
Gerais, garantizaron a estos dos estados el control de la política económica del gobierno central.
Hasta los estados exportadores de caucho de Para y Amazonas, inmensos pero muy poco
poblados y rivales entre sí, fueron incapaces de retener los ingresos federales recaudados dentro
de sus propios límites y de reclamar los recursos del territorio de Acre, que, en cambio, pasó al
gobierno federal. Una sola vez se invirtieron cantidades significativas para el desarrollo fuera de
la región del sureste: en el noreste se acometió la construcción de una presa, como
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