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Preludio de Amor Annette J. Creendwood

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PRELUDIO

DE AMOR


Parecían los restos fosilizados de la Revolución Industrial. Cuando me


bajé del taxi, frente a una caja de cemento y ladrillo rojo, pensé que mi
suerte no podría ir a peor.
Llevaba días buscando una habitación para alquilar pero sólo la idea de
desperdiciar el dinero del viaje me hizo seguir adelante en vez de darme la
vuelta y huir al ver lo que había delante de mí.
Me armé de valor y cerrando la puerta del vehículo con firmeza avancé
por una acera cuyo dibujo se había ido borrando con el tiempo. Las líneas
del suelo eran sutiles, como las arrugas que ya se han asentado sobre un
rostro viejo, las que ya han encontrado su lugar y se han acomodado
haciéndose casi invisibles.
Alcé la mirada, era un edifcio alto aunque no parecía que tuviese dos
pisos. No había ventanas y sólo una enorme puerta rompía la monotonía
del ladrillo. Era una puerta de tres metros de alto, por lo menos, de hierro
negro. Parecía muy pesada. Y la fan de la seguridad que habitaba en mí
aplaudió. Aunque la parte de mí que luchaba por ser normal y no vivir mi
vida vigilando mis espaldas no estaba nada contenta.
Ni siquiera mi yo más asustadiza podía alegrarse de que no hubiese
ventanas. Sí, había menos lugares por los que entrar pero sería como vivir
en un zulo. Ya había tenido bastante de eso.
Me sorprendió ver un telefonillo muy moderno, con cámara, justo al
lado de la robusta y anticuada puerta de metal. Era grande, casi el doble de
ancha que una puerta convencional y el metal, pintado de negro, se sentía
frío y áspero bajo mis dedos. Presioné el botóny una voz suave me
respondió casi al momento. Al parecer ella también estaba impaciente por
conocerme.
Las escaleras no mejoraron mi impresión del exterior. Eran apenas unos
escalones en el interior que elevaban el apartamento como medio metro
de la altura de la calle. Si no había ningún motivo oculto apostaría a que
era una ingeniosa manera de aprovechar alguna irregularidad del terreno.
Pero eso era una ventaja para los habitantes porque creaba una especie de
descansillo antes de acceder a la vivienda. La seguridad se llevaba una
buena puntuación. Otra puerta, un poco menos robusta pero aún así
impresionante y todavía de metal se abrió mientras yo aún permanecía
contemplando los escalones. Una chica rubia, que parecía muy joven se
asomó y me contempló con una enorme sonrisa. Apenas tuve tiempo de
apreciar su trenza rubia deshecha, su jersey enorme de suave lana gris y
sus leggins negros antes de que me hiciese pasar con un aleteo de la mano.
No me habría sorprendido encontrar un bosque lleno de hadas justo detrás
de ella.
- Hola, soy Natalie. Tú debes de ser Sam-. Se acercó a besarme y me
presenté incómoda mientras intentaba que no se me notase que me estaba
alejando.
- Ven, te enseñaré el apartamento, ya verás te encantará. Sólo tiene un
dormitorio. - Las alarmas comenzaron a sonar en mi cabeza, ¿Sólo un
dormitorio? entonces ¿Qué demonios iba a alquilar?, ¿un sofá cama? - No
soy muy buena fingiendo así que debió percibir por mi cara que estaba a
punto de darme al vuelta y desaparecer. - Te lo explicaré, en principio iba
a vivir aquí con mi novio, pero... bueno... al final no - Se notaba que aún le
dolía y suavicé mi expresión para simpatizar con ella. - Las habitaciones
son amplias así que sólo necesitábamos un dormitorio, pero como podrás
ver el salón es enorme, es todo un espacio abierto y he hecho un segundo
dormitorio con biombos. Tú dormirías en la habitación de verdad - Dice
cuando mi expresión vuelve a cambiar. Está nerviosa y me da pena pero
no puedo estar perdiendo el tiempo ahora mismo compadeciéndome de
nadie. Todos tenemos problemas. - Mira es mejor que lo veas por ti
misma. - Por fin me fijo en el espacio que hay ante mi y como por arte de
magia tener un dormitorio en medio del salón ya no me parece tan mala
idea.
Es un espacio muy amplio, enorme, suelo de madera brillante y el
mismo ladrillo que en el exterior, rojizo, con unos toques de verde,
antiguo y acogedor, hay una chimenea con una gran barra de madera
maciza coronándola y encima un jarrón con flores y un marco de plata
con una foto antigua de una novia sonriente. El sofá es de flor de piel, tan
suave que paso la mano inconscientemente por él, creyendo que se va a
hundir en su suave masa. Es de color camel y enorme, parece muy
cómodo y tiene unos cojines en tonos grises, unos de algodón y otros de
una tela un poco más áspera que no sé como se llama y que quedan bien a
pesar del contraste de colores y tejidos. También hay una manta de lana, de
las que parecen hechas a mano, muy imperfecta, con bultos y agujeros, la
típica manta que te pondrías por encima una tarde de domingo lluviosa,
con sólo un libro y un té como compañía. Hay una alfombra peluda en
color crema con una mesa de café de madera oscura sobre ella, sobre la
mesa hay otro jarrón con flores y un par de libros, apilados como si no
hubiesen sido lo suficientemente atractivos para entretener al lector. O
como si fuesen tan importantes que no soportase alejarse de ellos.
Hay un par de muebles repartidos por la sala. Una mesa de metal y
madera en una esquina, con más flores. Una estantería robusta que cubre
gran parte de una de las paredes, llena de libros y alguna fotografía más.
Está demasiado llena pero resulta atractiva. Debe ser el trabajo de algún
artesano, porque desde luego no es una de esas estanterías que ensamblas
tú mismo en casa, es una pieza enorme, y trabajada, algo que debe valer
una pequeña fortuna. Entonces me fijo en la cocina. El suelo cambia y es
un cuadrado de plaquetas negras y camel, que forman un diseño como de
tablero de ajedrez. La cocina es un pequeño cuadrado totalmente abierta al
resto de la habitación. Los muebles de aluminio forman una “L” en la
pared más alejada de la entrada, con una isla amplia con encimera de
madera. Y pienso que no me importaría dormir en el suelo a cambio de
todo lo demás. Las ventanas (sí, hay ventanas y dan todas al otro lado del
edificio, en vez de ver una calle industrial en el centro de Edimburgo, se
ve un precioso jardín, con árboles y bancos de piedra) son enormes y
deben de ser las originales, son como cuadrados divididos por hierro
negro y se abren por partes aunque cerrada parezca una sola ventana muy
grande. Vale, estoy completamente enamorada y la tal Natalie, sonriente a
mi lado, lo sabe.
Congelo mi expresión y recuerdo el dormitorio en el salón. Miro hacia la
esquina más alejada y compruebo que hay como una tarima, de treinta
centímetros de alta y un par de biombos de estilo marroquí, que encajan
bien a pesar de que el resto del apartamento está lleno de metal y madera
bastamente trabajada. Los biombos están medio cerrados dejando ver la
cama, muy sencilla, apenas un arcón con un colchón encima, no tiene
cabecero y un montón de cojines blancos se amontonan contra la pared,
las sábanas y el cobertor también son muy blancos, reflejan la luz de las
velas que están encendidas en el salón. No parece algo improvisado. Un
par de maletas antiguas, de cuero gastado hacen la vez de mesilla de
noche, encima hay más libros y un reloj despertador antiguo. Es de un
negro brillante y destaca en contraste con el blanco.
- Iba a ser un rincón de lectura. Con una chaise longue en color crema
y bueno... las vistas. -Tiene razón, las vistas también son muy buenas,
aunque está un poco oscuro puedo apreciar la zona arbolada que Natalie
me explica que es propiedad de la casa colindante. No puedo ver lo amplia
que es pero hay un sauce llorón, y bancos de piedra. Desde el improvisado
dormitorio de Natalie debe verse genial.
-Necesitaría ver mi dormitorio-. Suplico antes de claudicar.
-Por supuesto. Es grande también, aunque no tan amplio como podría
ser porque insistí en hacer un gran vestidor. Pero es acogedor.- El
dormitorio está justo al otro lado de donde ella duerme. Abre la puerta
pero se queda fuera. Seguro que durmió con su, ahora ex, aquí. Pero tengo
mis propias sábanas y he dormido en sitios peores. Es un dormitorio de
buen tamaño, la cama parece más grande que todas mis camas anteriores.
Juntas. El cabecero es una enorme ventana como la del salón y el alféizar
hace de mesilla de noche porque hay allí unos libros y un jarrón sin
flores. Al otro lado hay un tabique que parece nuevo, pintado de blanco
crema. Y entre éste y la pared original idearon un amplio vestidor.
Todo es nuevo y tiene tantos cajones y barras para colgar que no creo
que pueda terminar nunca de llenarlo, salgo del vestidor que en realidad
tiene dos entradas, por los laterales del muro de nueva construcción y
contemplo todo el conjunto. Hay fotografías en blanco y negro en la pared
de escayola, un paisaje, una par de niños dándose su primer beso, un
columpio. Todo es hermoso. Miro a Natalie y veo que sigue fuera y
parece más interesada en lo que hay al otro lado del cuarto. Mientras me
da la espalda, dejo de ocultar mis sentimientos y me muerdo el labio. Es
un lugar hermoso. Y el precio no era excesivo. Está cerca del pub donde
trabajo. Natalie parece simpática y estoy segura de que necesita alquilar la
habitación. El capullo de su novio debe de haberse largado dejándola
tirada. No hay otro motivo para que alguien quiera compartir un lugar así.
- Me gusta. Si el precio sigue siendo el mismo que en el anuncio me
interesa. Supongo que tendrás que hacerme unas preguntas.
- Claro, prepararé un café y hablamos.- Cierro la puerta tras de mí y
ella parece relajarse. Debió de ser una mala ruptura.
- Bien, cuéntame algo sobre ti.
- Tengo veinticinco años. Acabo de terminar la universidad. Dirección
de empresas. Y trabajo por las noches de camarera en un pub cercano. Soy
organizada y limpia. Sobre todo quiero un lugar donde estar tranquila,
dormir y leer. Creo que a ti también te gusta leer. - Le doy el pie para que
ella me hable sobre sí misma pero le resbala.
-Bien, yo tengo veintidós años, casi veintitrés.- Sonríe como si su
cumpleaños fuese un secreto. Y tengo que devolverle la sonrisa.- Acabé
periodismo el año pasado y ahora trabajo para un periódico digital. Sobre
todo artículos sensacionalistas.
Un frío espeso me recorre la espalda. Sin perder la sonrisa me siento en
un taburete junto a la isla de la cocina y sujeto con ambas manos la taza de
café que me acaba de ofrecer. Una periodista. ¿Cuántas posibilidades hay?
- Suena fascinante. ¿Qué tipo de artículos?
- Ummm. Ya sabes. La vida secreta de Oscar Wilde. La última teoría
sobre quién era Jack el destripador. Cosas así.
- Parece divertido.- Suspiro aliviada. No es una perdiodista de verdad.
- No está mal, pero no sirve para pagar las facturas-. Dice con una
pequeña mueca auto-despectiva y cada vez me cae mejor.- ¿Y bien? ¿Qué
hay de tu familia? ¿Novio? ¿Novia? ¿Amigos?
- No tengo familia ni novio. Mis amigos están en el pub donde
trabajo así que no tendrás que preocuparte por las visitas molestas-. En
realidad no es cierto, no quiero amigos, novio, ni familia, pero la gente
no suele comprender esa actitud.- ¿Y tú? Ya ha quedado claro que tenías
novio, ¿y familia? - Me doy cuenta tarde de que ha sonado un poco brusco.
Intentaría disculparme pero ella se está mirando las manos y no me salen
las palabras, si me mirase a la cara sabría que lo siento. Soy muy
expresiva con los gestos.
- Prometido. Íbamos a casarnos el próximo año. Vivimos juntos desde
que cumplí los dieciocho, estábamos saliendo desde el instituto. Y ahora
tengo un loft que no puedo permitirme y una reserva para celebrar una
boda -. Aspira profundamente y juguetea con la cucharilla del café-. Tengo
unos cuantos amigos, pero nadie demasiado cercano, cuando vine aquí a
estudiar los amigos de... él, se convirtieron en mis amigos. Pero cuando
rompimos no le vi mucho sentido a mantener el contacto. Éramos una de
esas parejas que se lo pasan mejor siendo dos , así que tampoco teníamos
demasiada vida social.
Nos quedamos en silencio, ambas fascinadas por el café que tenemos
delante. Levanta la cabeza como si intentara demostrar alegría y en un
tono un poco demasiado alto exclama.
- Así que no tienes que preocuparte de fiestas ni reuniones hasta altas
horas. Tengo un horario un poco caótico pero soy silenciosa y no te
molestaré. - Parpadeo por su emoción fingida y busco un tema menos
doloroso.

- ¿Fotos? ¿Eres fotógrafa? - Uf, un desliz, no quería contarle ahora


eso, tal vez nunca, pero de todos modos no es algo por lo que tenga que
avergonzarme.
- Más bien modelo. - Me da un repaso no demasiado discreto pero no
se lo reprocho. Aunque creo sinceramente que soy atractiva, soy
demasiado bajita y eh... exuberante, para ser modelo, excepto porque el
tipo de fotografía para la que poso no le importa mi altura y le encantan
mis curvas. - Fotografía erótica. - Se atraganta con un sorbo de café y
cuando me mira tiene los ojos vidriosos. No puedo evitarlo y me echo a
reír. Me mira asombrada pero finalmente ella también se ríe-. No es tan
malo como puedas pensar, son fotos muy elegantes, la mayoría para
portadas de libros eróticos, novelas románticas subidas de tono y algunas
se muestran en galerías, cuando hay alguna exposición sobre el tema.
- ¡Oh, no! ¡No te juzgo! Es sólo que me sorprendió. Es la primera vez
que conozco a una modelo de fotografía erótica. ¿Tienes alguna que pueda
ver? - Y mira mi móvil con ojos golosos.
- Lo siento. Pero puedes buscar en Internet a Cam Leigh que es el
fotógrafo con el que trabajo y verás algunas de sus fotos, la cara no suele
salir o sale en un ángulo en el que no es fácil reconocer a la persona así
que...
- Vaya, ¿pensarás mal de mí si te digo que me muero por ver las fotos?
- Sonrío y niego con la cabeza y ese parece ser el gesto que le da permiso
para levantarse e ir bailoteando a coger el portátil que está sobre un
escritorio de madera con patas de metal negro. Lo trae y sonríe nerviosa
mientras lo abre y teclea en el buscador el nombre del fotógrafo. El
primer resultado es la página web oficial. Entra y accede a la galería. Toda
la página es elegante y sobria, en tonos grises, y con letras cursivas. Las
fotos se van sucediendo y yo la miro a ella. Está un poco sonrosada
aunque sonríe y no parece molesta o escandalizada. Algunas fotos
muestran escenas de sado o tríos. Pero ella sólo parece emocionada y
divertida, lo que me alegra porque no me gustaría compartir casa con una
mojigata estrecha y prejuiciosa.
Veo alguna de mis fotos entre las que va pasando y me pregunto si me
reconocerá, a Cam le gusta jugar a lo impersonal así que sólo muestra los
rostros cuando quiere enseñar alguna emoción, si no los saca en alguna
postura en la que no se puedan apreciar los rasgos con claridad. Aunque
suelen salir los rostros de las chicas mucho más que los de los chicos, que
suelen ser aún más distantes, mostrando sólo un cuerpo, dominante,
sensual, incluso en éxtasis, pero que podría pertenecer a cualquiera. Mi
rostro no sale en ninguna.
Natalie observa las fotografías un largo rato hasta que vuelve a ser
consciente de mi presencia y se ruboriza adorablemente. Cierra el
ordenador y está claro que no sabe qué decir así que acudo en su ayuda.
- Así que el alquiler...
- Um, sí es el mismo precio que en el anuncio. Va incluido el agua y
la luz. Y si te parece bien empezaremos con un contrato por seis meses, así
podremos comprobar si encajamos-. Espero unos segundos a que diga
algo más pero parece que eso es todo así que pregunto tímidamente.
- Entonces ¿me quedo?
- ¡Sí, sí claro! Si la quieres la habitación es tuya. - Su sonrisa es dulce. -
Creo que podríamos ser muy buenas compañeras de piso. Así que ¿te
quedas?
- ¡Sí, sí, claro que me quedo!

Esa noche entro en el pub cuarenta minutos tarde. Me meto detrás de la


barra y dejo
mi bolso en el despacho que usamos para almacenar cajas y dejar los
abrigos y los bolsos, aunque creo que Noah también lo usa para darse un
revolcón con alguna chica borracha de vez en cuando. La calefacción no
está demasiado alta pero el ambiente en el pub es cargado. Huele a
alcohol, perfume y sudor. Por raro que parezca ese olor me recuerda a
casa. No por el perfume desde luego...
El ambiente en el pub es alegre y hay varios grupos ensordeciendo la
música con sus charlas. En una de las mesas vegetan unos habituales, con
pinta de obreros, que suelen venir los viernes a descargar la tensión de
toda la semana. En otra de las mesas un grupo de tatuados ha acercado un
par de sillas al sillón de cuero en forma de u. También suelen venir por
aquí aunque cambian de día e incluso cambian ellos. Esta vez son muchos
pero no hacen demasiado ruido, charlan animadamente y coquetean entre
ellos y con alguna de las chicas que los miran embobadas.
Me coloco detrás de la barra y le hago un gesto a Noah que está
atendiendo a un par de universitarios que parecen extranjeros. Yo sirvo a
unos cuantos más hasta que ambos tenemos un descanso y él se coloca
detrás de mí. Me pasa las manos por la cintura y apoya la barbilla en mi
hombro. Su olor a whisky me inunda. Es el olor más sexy del mundo. El
whisky sobre su piel. Estoy segura de que usa el alcohol como si fuese
Channel Nº 5.
- ¿Encontraste apartamento? - Su aliento cargado me acaricia el cuello
y me aprieto contra su cuerpo en busca de calor.
- Si, una habitación, en una especie de loft. Con una chica, periodista,
muy agradable.
- Yo también soy muy agradable.
- Sí, pero tú roncas - sonríe travieso y me besa el cuello antes de
alejarse a atender a una chica.
Echo una mirada por el local para ver si hay alguien que quiera algo
desde una mesa y veo que en el grupo de los tatuados unos ojos gris
líquido me observan. Ni siquiera sé su nombre pero me impresionó desde
la primera vez que le vi. Es un tipo alto con el pelo oscuro, corto y sólo
una sombra de barba. Me imagino que debajo de todas las capas de ropa
que lleva habrá un buen cuerpo. Siempre va con una chaqueta de cuero y
vaqueros gastados que logran que la boca se me haga agua.
Lleva viniendo unos meses y he sentido su mirada intensa sobre mí
cada vez. Al principio pensé que le atraía pero como no hizo ningún
intento de acercamiento creo que sólo le intrigo, o tal vez hay algo en mí
que le molesta. Su mirada me intimida. Y me calienta. Es probablemente el
hombre más atractivo que he visto jamás. Y eso que he tenido a los
hombres más atractivos semidesnudos posando sobre mí durante horas, en
las posturas más excitantes posibles y que nunca me había afectado ahora
me encuentro casi jadeando sólo con una mirada.
Noah se coloca delante de mí y se estira para coger una botella que está
justo detrás de mi hombro. Me besa la piel desnuda, justo sobre la
clavícula y me observa fijamente cuando lo miro con los ojos muy
abiertos. Gira la cabeza sobre su hombro y clava la mirada en el tipo de
los ojos plateados. Noah tiene una expresión que reserva sólo para mí.
Posesiva, satisfecha, ligeramente desafiante, pero el otro hombre no se
amedrenta. Llamo a Noah. Apenas un suspiro saliendo de mis labios y él
se gira y me besa, suave, dulce y sensual. Hace que se me erice el vello.
Cuando se aparta no me atrevo a mirar al otro lado de la habitación.
Observo mis manos y veo una botella de whisky y un resoplido insolente a
mi izquierda me recuerda que estaba sirviendo una copa a alguien que ya
tiene demasiadas encima.
Termino de servir el whisky y sigo atendiendo a los que se acercan a la
barra hasta que un gesto de uno de los obreros me hace acercarme a la
mesa con una bandeja llena de cervezas. Observo de reojo al tipo de las
miraditas pero está charlando animadamente con una diminuta chica que
está sentada a su lado y a la que también he visto en otras ocasiones. Me
recuerda un poco a Natalie, en la inocencia supongo, ambas tienen un aire
de duende. Pero Natalie es alta y rubia y esta chica es bajita y con el
cabello negro, con un flequillo que le tapa los ojos y mirada de
adolescente resentida que casi siempre me dedica a mí. Y a Noah. Parece
no conocer la regla número uno: no cabrees a la persona que te sirve las
copas.
La gente me mantiene ocupada las siguientes dos horas, no tengo
tiempo de hacer mucho caso al coqueteo de Noah ni de acechar a ningún
cliente más de la cuenta. Observo cómo los licores caen en las copas,
cuento las propinas, atenta a todas partes excepto a los ojos grises. Hasta
que una mano tatuada se extiende y me ofrece un fajo de billetes. Alzo la
mirada sorprendida pero es uno de los compañeros del que me fascina. Un
tipo algo mayor, alrededor de los cincuenta. Con barba larga y la piel de
los brazos algo flácida. Lleva un chaleco de cuero y una banda roja en la
cabeza. Pero me mira con una sonrisa agradable. “Yo pago éstas” dice y
yo asiento como una colegiala no muy despierta. Sale del local y parece
llevarse a la mitad de los clientes con él.
El pub se queda mucho más tranquilo, el ruido desciende de golpe y
ahora es sólo un murmullo agradable. La conversación los mantiene
ocupados y los vasos les duran más tiempo en las manos. Noah y yo nos
relajamos tras la barra. Él seca los vasos que yo acabo de fregar mientras
yo vigilo el local sin detenerme en nadie en concreto. Sé que va a empezar
con las preguntas y jugueteo con el paño entre mis manos mientras espero.
- Así que ya encontraste un lugar.
- Sip.
- Y esa chica con la que vas a vivir... - Lo miro cautelosa, Noah puede
parecer un seductor superficial, pero es protector y desconfiado, sobre
todo conmigo, o sería mejor decir, únicamente conmigo. Pero no quiero
que le coja manía a Natalie sin conocerla siquiera. Así que estoy preparada
para defenderla a muerte aunque yo apenas sé nada de ella.- ¿Está buena?
La risa se me escapa abruptamente y suena casi como un ladrido. Él sonríe
y me guiña un ojo coqueto. Por eso le quiero, cuando Noah me sonríe así
las ideas más locas tienen lógica en mi retorcida cabeza.
- Venga, algo bueno tengo que sacar de esto. Dime que le van los tríos
y seré un hombre feliz.
- Es una chica muy agradable. Le acaba de dejar su prometido y no
creo que tenga ganas de salir con nadie de momento. Además no es tu tipo.
- ¿Es una mujer? Pues es mi tipo.
- Um... - digo dudosa, haciéndome la interesante – No lo creo. - Eso
despierta su curiosidad y se planta frente a mí.
- No, venga, dime. ¿Por qué no es mi tipo?
- Porque tiene cerebro. - me burlo. Y él me sacude en la cabeza con el
paño.
- Me gustan los cerebros. - Dice con voz de zombi e intenta chuparme
el cuello. Le abrazo y con mi cabeza en su hombro lo consuelo.
- Estaré bien, de verdad, es una buena chica y el sitio es precioso. -
Justo en ese momento suena mi móvil. Alzo la mirada mientras me separo
de él y le veo con la mirada clavada en el otro lado de la barra. Me giro y
veo que los ojos plateados le devuelve la mirada a Noah. Ninguno de los
dos intimidado. Una pelea de alfas. De alfas gallitos.
Me aburro de su juego de miradas y compruebo mis mensajes. Intento
no ponerme tensa porque Noah aún me abraza y borro rápidamente el
mensaje antes de que me quite el móvil. Sin embargo no disimulo tan bien
como yo creía y Noah me arrebata el móvil de las manos, pero ya no hay
mensaje que leer así que me mira con el ceño fruncido. Intento alejarme
con la excusa de traer más botellas desde el almacén. Noah no va a
seguirme. Si hay algo que quiere más que a mi es a su negocio y no va a
descuidarlo.
Respiro hondo varias veces y dejo mi mente en blanco. No será lo más
sano, pero hay problemas de los que sólo puedes huir, no puedes
enfrentarte a ellos porque sabes que te destruirían así que corres lo más
rápido intentando que el momento de paz dure lo máximo posible, no
puedes esconderte porque sabes que siempre, vayas donde vayas, te
encontrará.
Cuando vuelvo detrás de la barra Noah me somete a un tercer grado
con la mirada, podría hacerme la despistada pero sé que no va a dejarlo
estar así que disimulo, se me da bastante bien y comienzo a parlotear, sé
que eso lo despista.
-Era la chica del loft, Natalie. Quería decirme que mañana fuese
temprano para coger la llave y así ya puedo ir colocando mis cosas.
Espero que no te moleste que hoy no me quede hasta muy tarde. De todos
modos sabes que no tengo demasiadas cosas que llevar. Si me ayudas con
ese viejo trasto que llamas coche terminaríamos en una hora, y así te
enseño el loft, ya verás es precioso. Y creo que Natalie me va a caer bien...
Noah coloca un dedo sobre mi nariz y me mira con el entrecejo
fruncido
-¿Quieres dormir hoy en mi casa?- Su mirada es grave y odio cuando
me mira así, como si pudiese ver todos mis secretos, todos mis miedos.
Trago saliva audiblemente y asiento. No querría ir a mi pisito a la vuelta
de la esquina por ningún motivo. A diferencia de las demás personas yo
no encuentro paz en mi hogar. Realmente no creo haber tenido nunca un
hogar. Lugares donde vivir sí, muchos en realidad, pero ningún lugar
donde sentirme cómoda, donde no tener miedo.
El resto de la noche pasa relativamente tranquila, el tipo de los ojos
grises se va. Y se lleva a la chica duende con él. Le he pedido el carnet en
un par de ocasiones y aún no puedo creer que tenga dieciocho años. Noah
se lo ha pedido al menos una docena veces. Esos dos parecen tener una
pequeña guerra abierta, aunque creo que a quien realmente le gustaría
liquidar es a mí. No es como si la fuera a olvidar, es una chica peculiar,
supongo que gótica o algo así, aunque no parece triste, vale, no sé mucho
de tribus urbanas, pero es una chica preciosa y diminuta, con faldas de tul,
camisetas rasgadas y botas de motorista, y tiene la sonrisa más dulce que
haya visto, ni siquiera Natalie se le puede comparar cuando sonríe. Y está
totalmente enamorada del tipo de los ojos grises. No sé si tienen algo
porque jamás se han tocado, no es que yo haya estado mirando. Además él
podría ser su padre, no solo por la edad si no por la forma de mirarla y
hablarle. Con incluso una pizca de condescendencia. Supongo que tienes
que estar muy enamorada para permitir que un tipo te hable así.
Cuando esos dos se van el resto del grupo se desmorona, como si
hubiesen quitado la pieza clave del jenga. Resulta difícil creer que alguien
como ese tipo sea el factor común entre personajes tan dispares, que ese
tipo atraiga a la gente. Yo cambiaría de acera si lo viese venir en una calle
solitaria de madrugada. Creo.
Varios personajes son arrastrados por la marea humana que busca algo
más marchoso para pasar el resto de la noche antes de caer inconscientes
en la... bueno, en cualquier sitio. Algunos aprovechan las últimas horas en
el local. Charlan casi a gritos mientras música irlandesa y escocesa suena
de fondo. No es como si Noah fuese a cambiar la banda sonora pronto.
Observo el reproductor, que debe tener más años que la chica gótica. Esa
es otra de las cosas que me gustaría cambiar en “El irlandés errante”. Pero
Noah no va a permitirlo y la idea que lleva dando vueltas en mi cabeza por
casi un año ya se me enquista en la garganta, deseando salir, y provocando
que una bilis ácida me inunde la boca. Noah no es un mal tipo, me
recuerdo, simplemente no es tu lugar. Afortunadamente el alcohol, que le
sirvo a los demás, me mantiene demasiado ocupada como para pensar
demasiado.

Noah se ocupa de cerrar. Siempre. Y de abrir también. A veces incluso me


pregunto
si me necesita ahí. Mientras él comprueba las puertas y ventanas, una y
otra vez, haciendo ruido para que me quede tranquila, yo subo al pequeño
apartamento que tiene sobre el pub. Cuando llego arriba enciendo sólo la
luz del baño, sé donde se encuentra todo y con el halo azul hielo
guiándome abro el cajón de la cómoda que técnicamente me pertenece
aunque Noah suele ignorar ese tipo de límites. Cojo unas bragas limpias
que me dejé la última vez que estuve aquí y la camiseta con una frase de
Oscar Wilde “Si no tardas mucho... te espero toda la vida”. A Noah le
encanta Oscar Wilde. No sé si porque de verdad le gusta o porque es
irlandés. Pero tiene varias frases buenas, que no le pegan para nada a mi
irlandés.
Cuando salgo de la ducha me pongo la camiseta verde y me cepillo los
dientes con el único cepillo de dientes que hay. Abro el sofá cama y ya me
estoy cubriendo con las mantas que saqué de la misma cómoda cuando se
vuelve a abrir la puerta. Con la luz del baño Noah se guía por la cocina.
Lo siento servirse un tazón de cereales para críos, supongo que eso es la
confianza, él no tiene necesidad de preguntarme si quiero y yo no tengo
necesidad de preguntarle si puedo usar su cepillo de dientes. Lo oigo
masticar ese veneno de colores hasta que hace chocar el tazón contra el
fregadero. Pasa por delante del sofá cama y la luz del baño desaparece tras
la puerta cerrada, entonces se vuelve a abrir y se queda entreabierta, le
siento darse una ducha y sale sólo con unos calzoncillos. Deja la luz del
baño encendida y se mete en la cama, que realmente es sólo otro sofá
cama que siempre está abierto como si fuera una cama de verdad, sin decir
nada. ¿cómo puede hacerme sentir tan mal sin siquiera intentarlo?
Mientras yo me ahogo de rabia porque no me deja participar en el
negocio él se preocupa por dejarme una luz en la oscuridad, me ofrece su
casa, una vez más y ni siquiera intenta sonsacarme.
-Noah
-¿Qué nena?
-Gracias.
-Denada nena, duerme, mañana tenemos que madrugar.
Y duermo.

Me despierto sobresaltada. No porque no sepa donde estoy o con quién,


conozco lo suficiente la sensación de las mantas de Noah, el olor de su
piso, de su colonia, como para identificarlo antes siquiera de despertarme,
pero siempre me despierto sobresaltada, nunca sabes quien puede
encontrarte durante la noche. No entiendo como los humanos podemos
simplemente hundirnos en la inconsciencia dejándonos a nosotros mismos
tan desprotegidos, me gustaría ser un gato, perezoso pero siempre alerta,
que se despiertan dispuestos a atacar, listos para huir. La cama frente a mi
está vacía, pero oigo a Noah moverse a mi espalda y el olor del café
irlandés hace que me pique la nariz. Desde luego es un chico de extremos.
Sabe que me he despertado, normalmente lo hago con una sacudida, no
es muy elegante, pero sirve para espantar a los atacantes invisibles, aunque
no los aleja demasiado. Siempre vuelven. Me desperezo y corro al baño.
En diez minutos estoy lista para empezar el día. Rechazo el café que Noah
me ofrece con un gesto y le digo que le llamaré cuando tenga las cajas
listas para empezar a cargarlas.
Siempre salgo corriendo las mañanas que me despierto en su piso, no
sé muy bien porqué. Como si me despertase en la cama de un desconocido
con el que no recuerdo haberme acostado. No me avergüenzo tanto de mi
miedo por la noche, cuando de verdad lo siento y haría cualquier cosa por
alejar sus garras de mi espalda. Pero por las mañanas, esa luz azulada que
viene del baño me hace retorcerme en otro sentido, de vergüenza. Me odio
por necesitar tan desesperadamente a alguien cuando, obviamente, todo el
mundo termina fallándote.
Bajo las escaleras casi a saltos, son muy estrechas, antiguas, un
pequeño hueco entre dos paredes, con escalones de madera que se deshace
al contacto con los pies. Sé que a Noah no le interesa demasiado la parte
de arriba, en realidad sólo es una oficina convertida en hogar, con una
cama en el salón, un sofá en la cocina, y una baño del tamaño de los que
hay en los aviones. A Noah sólo le interesa lo que hay abajo, paredes
cubiertas hasta la mitad con brillante madera oscura, sofás con el mejor
cuero, cuadros con imágenes de Irlanda sin una mota de polvo y la mejor
cerveza en los barriles. Qué más da si su cama es una trampa de alambres
mortales o si sus cortinas no las colgaría ni la abuelita más repipi.
Cuando salgo a la calle, por la puerta principal, porque la trasera está
bloqueada, otro motivo más para querer achuchar a Noah, aún no ha
terminado de salir el sol. Tiene el día perezoso, el holgazán. Es una de las
pocas cosas que no me gusta de Escocia. Me gustaría tener el sol brillante
y cegador que sale en las fotos de las playas paradisíacas. De ese que
calienta las aceras y los hombros y no solo difumina la noche. Nunca he
visto un sol así.
El apartamento en el que he vivido hasta hoy mismo está a cinco
minutos de “El irlandés errante”, al menos para mí que suelo ir corriendo
a todas partes. Si corres es más difícil que te atrapen ¿no? Si el
apartamento de Noah es triste el mío es directamente un basurero, no
porque yo sea un desastre, da igual lo que hagas o lo mucho que limpies,
un basurero siempre será un basurero. Ni las ratas quieren vivir ahí. Por
eso me voy a compartir piso, porque no puedo permitirme vivir sola en
un lugar que no huela a col podrida. Además me he dado cuenta de que
duermo mejor cuando hay alguien conmigo. Lo que es muy raro porque
me asusta la gente en general. Pero confío en Noah y por eso puedo
dormir con él. Y aunque no conozco a Nat dudo que sea una psicópata o
sonámbula. Tendríamos un buen problema si lo fuera, sonámbula quiero
decir. Compruebo mi móvil. Tengo un mensaje suyo diciéndome que
estará toda la mañana en casa, que puedo ir cuando quiera. Nada más.
Debo de ser una de las pocas personas del mundo que odia su móvil y
que se asusta al comprobar los mensajes. Siempre lo tengo en silencio
porque cada vez que sonaba daba un brinco y se me caía de las manos al
intentar cogerlo. De todos modos no suelo recibir llamadas importantes.
Con comprobarlo un par de veces al día sobrevivo. Pero a veces hay algo,
un mensaje, una llamada perdida, que me hacen tener miedo otra vez.
Siempre tengo miedo, y esos avisos, justo en la parte superior de la
pantalla, sólo lo estimulan, son como abono para mis miedos, los hacen
crecer, cada vez más profundos y fuertes, cada vez más arraigados,
aunque he intentado superarlos creo que ahora sería imposible arrancarlos
porque ya tienen la raíz muy enterrada.
No tengo demasiadas cosas, casi todo lo he ido perdiendo por el
camino así que al final mi equipaje parece anémico, pero me gusta así,
con menos peso se huye mejor. Y eso es lo que estoy haciendo ahora.
Puedo reconocerlo ante mí misma. No soy de las que se engañan. Creía
que si vivía muy cerca del pub el riesgo a que me encontraran sería
menor. No sé qué lógica retorcida me hizo pensar eso. Pero la verdad es
que nunca se me acercaba en el pub, en la universidad o en algún lugar
público aunque vaya asiduamente. Le gusta más tenerme a solas, cuando
no hay nadie cerca en quien me pueda refugiar, porque si hay alguien
cerca el miedo desaparece en parte, aunque cuando hay mucha gente nunca
puedes saber si se mezcló entre ellos. Si te está mirando y no lo sabes. Si
el roce casual en el brazo en realidad no ha sido tal. ¿Sabes cuando
alguien te agarra y no puedes soltarte? ¿La impotencia de no poder
evitarlo? ¿La rabia de que te ignoren totalmente y puedan hacer contigo lo
que quieran? Así me siento yo todo el tiempo.

Cuando termino de empaquetar todo tengo seis cajas medianas apiladas


junto a la puerta. Reviso el apartamento tres veces, lo que me lleva un
minuto y veintiocho segundos. Estoy segura de que el casero no va a
guardarme cualquier cosa que encuentre por si vuelvo a por ella, no es
como si tuviese cosas de valor, ni siquiera recuerdos. Pero no voy a ir
dejando partes de mi por ahí para que cualquiera pueda hacerse con ellas.
Mando un mensaje a Noah y le espero sentada en la única silla que hay
en el apartamento. Supongo que esa silla sería una buena definición de mi
vida. Le oigo subir las escaleras. La puerta del edificio está rota así que
cualquiera puede entrar. Ningún motivo para el pánico, no señor.
La hoja de la puerta tiembla con sus suaves golpes, dos pequeños
toques tres veces consecutivas. No sé cuando se hizo necesario una
llamada secreta, pero es un sonido tranquilizador. Me acerco a la mirilla,
está esperando pacientemente, como si no tuviese nada de prisa. Como si
no hubiese otro lugar en el que quisiera estar que en ese absurdo rellano
que siempre huele a pis aunque yo lleve viviendo aquí un año y sea la
única vivienda de esta planta.
Creo que al vecino de arriba se le estropeó el váter y aprovecha sus
entradas y salidas para regarme el rellano.
A veces divago, y tardo un poco en abrir. Cuando dejo entrar a Noah
tiene la cara un poco verde. El olor es realmente nauseabundo y tratar de
contener la respiración mientras la loca del otro lado de la puerta duda,
puede dejarte ese tono, entre vómito y papel viejo. El mismo color de las
paredes.
Mis velas aromáticas están en las cajas así que Noah coge dos y baja
rápidamente las escaleras, cuando yo llego abajo con mis otras dos, las
más ligeras, tonta no soy, él me deja acomodándolas en el maletero y sube
a por las que quedan. Cuando baja me da las llaves y saber que no tengo
que volver a subir a ese horrible lugar me hace sonreír. Sonreír de verdad,
como si fuese feliz.
En el trayecto, que dura poco menos de quince minutos, Noah tararea
antiguas canciones irlandesas y yo planeo la ruta que seguiré esa noche
para llegar al pub. Ahora el camino es más largo, y aunque el loft está en
una buena zona creo que habrá momentos en que no haya nadie a la vista.
Sé que lo pasaré mal en las idas y venidas, pero a cambio viviré en un
lugar hermoso, que no huele a pis y con una dulce chica que no intentará
matarme.
Ahora que he terminado la carrera mi vida se reducirá a ese loft y al
pub. Mi mente da vueltas, empiezo a sentir pánico. Necesito algo con que
llenar los huecos, si no tengo algo que hacer normalmente me dedico a
tener miedo, a imaginar los peores escenarios posibles o a recordar. No
puedo permitirme eso. Así que necesito opciones, ¿una nueva carrera? No,
se llevaría todos mis ahorros y realmente tampoco quiero sumergirme de
nuevo en el mundo universitario, quiero hacer algo, construir algo, tener
algo hecho por mí. Miro a Noah. Está más callado de lo normal. Sé que le
molesta que me vaya lejos, aunque sólo sean quince minutos, antes sólo
tenía que recorrer un par de calles y me tenía a mano. Ahora estaré como
a un millón de kilómetros. Sé que se preocupa, pero no lo suficiente para
hacerme un hueco real en su vida. Quería que me fuese a vivir con él. Pero
no es capaz de dejarme participar en el negocio. Le propuse hace casi
medio año comprarle una parte del pub y ampliarlo. Abrir todo el día y
servir comidas y desayunos, hacerlo más familiar pero sin perder ese aire
de “olvida la mujer y las preocupaciones” por las noches. Sé que sería
posible conseguir los dos ambientes, en realidad nuestra clientela está
compuesta por obreros, comerciantes y estudiantes que se pasan a tomar
unas copas durante la semana antes de volver a casa tras un duro día
trabajando. Casi todos son hombre de familia que sólo quieren relajarse
un poco y jóvenes a los que les gusta el ambiente. Pensé que podríamos
servir desayunos y comidas a esas mismas personas, muchos trabajan por
la zona y comen en otros locales cercanos al nuestro. Pero “El irlandés”
es único, su ambiente, el estilo... todo lo diferencia de los locales de
comida rápida y los familiares de la zona. Ya servimos algunas comidas
frías y pasteles por las noches, pero si abriésemos la cocina y
consiguiésemos comida de calidad sé que sería todo un éxito. Y sólo
necesitaríamos una pequeña inversión. Yo compraría una pequeña parte
del negocio y pondríamos algún dinero para adecentar la cocina, que
ahora sirve de segundo almacén y para contratar a una cocinera y alguien
para ayudar a servir las mesas durante el día. Me imagino los sofás de
cuero ocupados por niños, y mujeres y hombres que sólo tienen una hora
para comer y quieren una buena comida casera aunque no puedan ir a su
hogar, o que no tengan hogar. Si el pub se convirtió en un hogar para mí
no veo porqué no puede convertirse también en el de otras personas. Las
mesas de madera cubiertas con manteles acogedores y un jarrón con
flores en cada una. Por la noche lo quitaríamos y volvería a ser el pub
donde los amantes de la cerveza y del whisky se sintiesen cómodos pero
con mejor comida.
Le indico a Noah el camino pero por lo demás no hablamos. Cuando
llegamos y aparca frente al edificio de ladrillos sin ventanas me mira
como si estuviera loca. Bien, no me gustaría que pareciese un lugar
acogedor o de fácil acceso. Como sigo manteniendo la sonrisa me mira
aún más raro. Salgo del coche y me acerco a la gran puerta negra. Es
intimidarte, no me di cuenta ayer. Y entonces se abre y deja de parecer una
fortaleza para parecer algo acogedor y suave. Nat está ahí, con un enorme
jersey crema muy peludito y vaqueros ajustados. Lleva el pelo rubio en
una coleta de colegiala y un calcetín de cada color. Me sonríe tan
abiertamente que sé que nadie le ha hecho daño jamás, quizá nunca ha
tenido miedo, siempre hubo alguien que la protegiera. Deja la puerta
abierta y corre a ayudar a Noah con las cajas, sé que está hablando pero no
oigo lo que dice. Ha dejado la puerta abierta, yo estoy justo enfrente,
plantada, mientras la veo charlar amigablemente con Noah, ella entra
primero y él me deja una de las cajas en las manos y me da un
empujoncito con el codo.
-Venga nena, tu nuevo hogar te espera. No tenemos tiempo para tonterías.-
Vaya, él sí sabe frenar un ataque de pánico. Me coge de la mano con la que
tiene libre y me hace entrar. Y, aunque mi buen humor se ha diluido un
poco, ver que el lugar es tan maravilloso como lo recordaba y que Noah
se ha quedado boquiabierto me vuelve a animar, aunque la puerta sigue
abierta.
Dejamos las cajas en un rincón fuera del paso. Y salimos los tres otra
vez a por una cada uno. Nat las mira un poco desconcertada. No es mucho,
realmente no es casi nada. Debe parecerle, cuanto menos curioso, pero no
dice nada. Nos ofrece té, café, refrescos... y creo que ha debido ir a la
compra porque prácticamente tiene todas las bebidas existentes. Saca una
cerveza para Noah y prepara café para nosotras. Sé que ellos mantienen
viva la conversación y si a mi nueva compañera de piso le extraña no dice
nada.
Noah es encantador y si hay algo que le gusta son las mujeres
hermosas, pero Nat parece inmune a sus encantos, le sonríe como si fuese
su mejor amigo y sé que eso lo desconcierta. Pero si Nat cree que esa
estrategia le servirá para que la olvide está muy equivocada. Si hay algo
que a Noah le guste más que una mujer bonita es un reto. Y no se
amedrenta ni ante la estrategia del hermano mayor.
Mientras los dos charlan como si no tuviesen ninguna intención oculta
yo le doy un buen repaso a Noah. El pelo castaño claro, cayéndole a
mechones sobre los ojos y el cuello, los ojos ámbar. Es tan guapo que
podrías mirarlo toda la vida sin aburrirte, con ese aire de chiquillo
travieso. No creo que Noah haya terminado de madurar, ni sé si lo hará
algún día, pero eso es parte de su encanto. Esa irresponsabilidad que atrae
a las buenas chicas. Es alto, mucho más alto que yo que apenas supero el
metro sesenta. El debe medir por lo menos metro ochenta y es delgado y
fibrado, no musculoso. Sus músculos son flexibles, como si no hubiese
tenido que hacer nada para ganárselos, otro regalo de la naturaleza. Tiene
un rostro muy agradable, labios juguetones y nunca lleva barba. Manos de
pianista. Ahora mismo lleva una camiseta blanca de manga larga con tres
botones en el cuello. Desabrochados. Un chaleco negro y un pantalón
formal ajustado y con tirantes. Sí, probablemente es el único hombre que
se ve sexy incluso con tirantes. Parece un pillo irlandés venido de
principios del siglo XX. Sólo le falta la gorra y una brizna de hierba entre
los labios. La actitud ya la tiene.

Noah no tardó mucho en irse, creo que a la cama y Nat tenía que ir a la
biblioteca así que me quedé sola, con unas relucientes llaves en la mano y
unas largas horas para poner en orden mi vida. De nuevo. Aunque nunca
he vivido en un lugar agradable, siempre me gustó el ritual de deshacer
las cajas y buscarle a cada cosa su nuevo hogar. Arrastré una de las cajas
hasta la cocina, realmente no tenía muchos artilugios de cocina pero era
evidente que Natalie estaba muy bien surtida. Coloqué mi plato y mi taza,
una pequeña sartén, una mini olla y la cafetera.
Froté mis manos satisfecha y taché una tarea de mi lista invisible. Ahora
venía lo mejor. Mi propio lugar, mi rincón. Abrí la puerta de la habitación
y dejé la primera caja junto a la puerta, pegada a la pared. Ese dormitorio
era agradable, aunque tenía que deshacerme de la incomodidad de que
fuese el dormitorio de Nat, que tenía que alquilármelo porque algún idiota
se había largado rompiéndole el corazón. Supongo que antes de eso
tuvieron oportunidad de estrenar la cama y de ilusionarse y hacer planes,
desnudos y abrazados. Ella sonreiría mucho. Es una chica que siempre
sonríe, incluso ahora, que tiene roto el corazón. Miré la cama, estaba
hecha a la perfección, mi atenta compañera de piso habría cambiado las
sábanas pero yo prefería dormir con las mías. Deshice la cama y cambié
toda la ropa blanca por un conjunto de rayas blancas y negras. El jarrón y
los libros ya no estaban sobre el improvisado cabecero. Las ventanas
estaban impolutas, como si alguien acabase de limpiarlas y eso me hizo
muy feliz, odio limpiar ventanas. Una vez terminé de adecentar la cama
me pareció que no quedaba tan bien, yo no tenía cojines, porque abultaban
mucho a la hora de mudarse. Así que dejé los que estaban antes, que eran
simplemente blancos pero no desentonaban.
Coloqué mi ebook en la mesita de noche. Ya no tenía libros, pesados y
difíciles de trasladar, además de que ardían con demasiada facilidad, pero
tenía ese ligero artefacto que contenía miles de ellos, era mi posesión más
preciada. El portátil lo guardé en un cajón del vestidor. Ahora veía que
faltaba la cómoda, que seguro que era el mueble que desentonaba en el
salón y que tendría la ropa de Nat. No iba a quejarme, yo había salido
ganando en ese acuerdo. El portátil lo usaba para mis estudios y desde que
terminé la carrera pocas veces lo había encendido, no es como si tuviese
amigos en facebook de todos modos.
Cuando terminé de colocar mi ropa, lo que más tiempo me llevó, vi que
me sobraban dos tercios del vestidor, creo que ambas podríamos usarlo,
aunque no sé si me sentiría cómoda con ello, no teníamos suficiente
confianza así que opté por separar más mi ropa para que pareciese lleno,
no funcionó como yo creí pero mi ropa parecía exhibida en un una
boutique de lujo y eso me gustó. Sólo me faltaba por guardar los
productos de aseo, lo cogí todo y decidí aprovechar el viaje para darme
una ducha, como si el baño estuviese en lo más profundo del Amazonas.
Cuando salí de la ducha sentí que me había quitado toda la mugre
acumulada de un año viviendo en la casa de las ratas. El baño estaba muy
limpio, con mi propia balda despejada y mi toallero listo para recibirme.
Me lo tomé con calma pero tenía que estar en el pub a las siete y media y
ya eran más de las seis, y antes aún quería comer algo. No había tenido
demasiada comida en mi anterior apartamento porque si la comida
permanecía allí más de cuatro días desparecía misteriosamente. Había
llevado lo poco que tenía y con eso conseguí prepararme una cena decente
Mientras comía observé la estantería enorme de madera oscura que
cubría la pared donde estaba la chimenea. Probablemente Natalie no
conocía el maravilloso invento del ebook. Había tantos libros que sentí
que mi pequeñín (sí, mi ebook tiene personalidad, y es tímido y coqueto)
se avergonzaría si lo viese. Muchos de tapa dura, la mayoría, y unos
cuantos de bolsillo, reconocí los clásicos, Austen, las Brontë, Dickens,
probablemente no había un escritor muerto que no guardase ahí su
recuerdo. Pero también había muchos otros que no reconocí, no me hizo
falta abrirlos para ver que eran libros de adolescentes y romances, con
portadas que mostraban mundos post-apocalípticos y cuerpos masculinos
que no me dejarían volver a dormir, nunca había visto tantos torsos
tatuados y eso me hizo recordar a mi chico de ojos grises. Y mi sospecha
de que había algo de tinta bajo toda es tela, demasiada tela en mi opinión.
Hoy era sábado, con lo que el pub estaría bastante lleno. Él solía ir los
sábados, aunque no era un tipo de costumbres. No creo que tuviese un
horario de trabajo, tal vez traficaba con drogas por lo que yo sabía.
Parecía un tipo peligroso pero no idiota.
Estaba abriendo la puerta de la calle cuando me di cuenta. No había
tenido miedo mientras estaba sola. Apenas sí había mirado por encima de
mi hombro. En esa casa me sentía segura. Supongo que tenía un aspecto
tan cálido y acogedor qué no dejaba demasiado lugar para el miedo. Había
salido de mi ambiente habitual y eso había cambiado mi repuesta natural.
Bien, no iba a llorar, no señor. Era la primera vez en diez años que no
sentía que debía mirar tras cada rincón estando sola ¿no era ese un gran
paso?
Pero ahora venía enfrentarse a otro reto, el largo camino al trabajo.
Tardaría unos veinte minutos porque iría por calles cortadas al tráfico,
por eso se tardaba tanto en coche como andando, porque en coche había
que dar un gran rodeo. Ya estaba todo oscuro pero eran calles con locales
y negocios que aún permanecerían abiertos un rato más. Seguramente
habría buena iluminación y bastante gente aún.
Estaba entre la primera y la segunda puerta de salida, con mis botas de
cuero enfundadas y mi abrigo abrochado hasta el último botón dándome
algo de calidez. Me centraba en la respiración, inspirar y expirar, esa es la
cuestión. Llevo el bolso por dentro del abrigo, y las llaves en una mano y
el móvil en la otra, he cronometrado el tiempo que tardo en llamar a la
policía. Menos de tres segundos, aunque en un momento de pánico... bien,
tengo que salir, y si hay que hacerlo, mejor rápido y sin pensar. No hay
nadie tras la puerta, no hay nadie en los callejones, sólo gente que se
ocupa de su vida y apenas me ve. No hay pánico. Son las siete y trece
minutos, voy a llegar tarde si no salgo ya. No es como si Noah me fuese a
despedir. Pero no quiero llegar tarde porque tenía tanto miedo que no
podía salir de mi casa.
Sin pararme a pensar abro la puerta rápidamente, la cierro me doy la
vuelta para cerrar con llave y se me caen al suelo, hay una sombra enorme
justo al lado de mi puerta, inmóvil, oscura y amenazadora. El corazón se
me atasca en la garganta y no me deja respirar, sé que voy a entrar en
pánico y no soy capaz, con el medio cerebro que me queda de recordar
que llevo el móvil en la mano. La figura se incorpora muy despacio y
cuando se acerca cauteloso, como si no quisiera hacerme daño, veo que
son los brazos de Noah, plácidamente cruzados, como si no tuviese prisa,
la manga de su camiseta blanca está enrollada y deja ver el tatuaje que
asoma por su antebrazo.
-¿Noah?
-¿Es que esperabas a alguien más? Vamos o abriremos tarde.
-¿Has venido a buscarme?
-Me apetecía dar un paseo. Vamos
-Noah
-¿Qué?- dice con impaciencia
-Gracias
-Vale, no vayas a llorar ¿eh?
-No- respondo frotándome rápidamente la nariz para que no me lloren los
ojos.
Caminamos en silencio cinco minutos pero empiezo a balbucear de
puro agradecimiento, le cuento lo mucho que me gusta la casa, lo mucho
que me gusta Natalie y omito lo mucho que me gusta él. Me hace algunas
preguntas pero sobre todo pone los ojos en blanco ante mi parloteo. Mi
irlandés gruñón. Cuando ya llevo un buen rato hablando de todos los
libros de la estantería de Nat que necesito (si, necesito, no quiero) leer
llegamos frente al pub y espero pacientemente a que Noah abra. No hemos
llegado demasiado tarde pero hay mucho que hacer antes de abrir, sin
embargo cuando entramos veo que Noah ya lo ha dejado todo listo, las
sillas están colocadas, y no sobre las mesas. Hay servilleteros y posa-
vasos con el logo del local por todas partes y en la barra se ven los platos
fríos que servimos habitualmente. Lo ha dejado todo listo y luego ha ido a
buscarme. Supongo que estaba preparado para cualquier tipo de retraso.
Me deshago del abrigo y del bolso, que dejo sobre la mesa del despacho y
dejo el móvil también, esta noche no quiero que nada me deprima, me
siento muy feliz, y si algún capullo quiere arruinarme la noche
mandándome uno de esos mensajitos se va a quedar con las ganas. Porque
tengo a Noah, y él es algo así como mi súper héroe.
Las luces cálidas y el olor de la comida hacen que me relaje. Aunque
aquí puede entrar literalmente cualquiera la presencia de Noah y de
algunos clientes habituales siempre me tranquiliza. Sirve un par de jarras
de cerveza y me pasa una, no suelo beber, pero supongo que hoy es día de
celebración. Pronto el local empieza a llenarse y las risas y el calor me
hacen sentir como en casa. Realmente adoro este lugar y tengo que hacer
esfuerzos para no resentirme con Noah por guardárselo para él. Con lo
genial que es conmigo me siento como una perra porque realmente le
aborrezco cuando pienso que, en realidad, este no es ni nunca será mi
lugar.
Estoy pensando en eso y sirviendo una pinta cuando noto sus manos en mi
cintura, como el perro de Paulov, simplemente reacciono al estímulo y
levanto la vista. Ahí están, en la mesa de siempre, unos ojos grises. Bajo la
mirada y termino de preparar la bandeja de cervezas. Noah sirve unos
whiskies justo a mi lado. Con el calor que se iba reuniendo en el local a
medida que entraba la gente me he quitado el jersey, quedándome en una
camiseta de tirantes negra, la piel de su brazo parece pegarse a la mía. No
sé si es sudor o que simplemente soy muy consciente de él pero siento que
invade todo mi espacio personal. Su olor me marea y tengo que salir de
detrás de la barra para respirar un poco. Sirvo la bandeja en una mesa y
me acerco a la mesa que acaba de ser ocupada. Normalmente atendemos
los pedidos desde la barra, pero como no estamos demasiado llenos y
necesito mantenerme alejada de él un rato, me tomo mi tiempo para
apuntar cada consumición.
La chica diminuta que siempre parece acompañarle lleva una camiseta
gris de manga corta por debajo de un corsé negro y plateado, realmente es
muy discreto, aunque cada vez que pienso en la palabra corsé me imagino
látigos y todo tipo de gritos que van del el dolor al placer. Está sentada
aunque puedo imaginar que lleva su habitual falda de tul y las botas de
cuero, bajas y con correas y tachuelas. Me gusta lo libre que parece
sentirse a la hora de vestir, aunque suele mostrarse más bien tímida o
directamente territorial, pero puede que sea sólo conmigo. También están
el hombre más mayor, que parece un roquero y que está cubierto de
tatuajes. Y alguno de sus seguidores. Estoy segura de que el hombre de la
barba es famoso en el mundo de los tatuajes, por algunas conversaciones
que he podido escuchar y por las miradas de adoración que suelen tener
algunos de sus acompañantes, que van rotando, como si se aburriese y
tuviese que variar de fans. No necesito apuntar el pedido porque suelen
pedir siempre lo mismo, excepto el par de personajillos intercambiables.
Y eso es fácil de recordar. Cerveza negra para la única chica. Cerveza
blanca para el rey de los tatoos y whisky para el tipo de los ojos de piedra.
No hago contacto visual con nadie y finjo apuntar el pedido cuando
realmente estoy reproduciendo uno de los tatuajes en mi libreta con todo
detalle. Cuando vuelvo a la barra Noah me aprieta contra el fregadero y
aunque me susurra algo sobre el próximo pedido de cerveza su aliento
húmedo en mi cuello me hace sentir que estoy en una novela erótica. Sus
manos me aprietan contra su cuerpo y no puedo evitar pasar las manos
por sus antebrazos, buscando el dibujo negro en su piel mientras él me
mordisquea el cuello. Ni que fuese de piedra. Cuando se separa de mi coge
la libreta que he dejado al lado de las botellas y la mira antes de lanzarme
una mirada presuntuosa. Comienza a preparar las bebidas mientras yo me
tomo unos segundos para recuperarme y entonces veo, plantada al otro
lado de la barra y mirándonos con los ojos bien abiertos por el asombro,
a Natalie.
Está claro que la hemos sorprendido pero tampoco es como si tuviese
que dar explicaciones. Sonrío trémulamente y me acerco a saludarla. Le
pregunto qué quiere y su sonrisa vuelve a ser empalagosa. Los
interrogantes desaparecen de sus ojos y ya sólo me mira con la cautela
propia de quien no se conoce demasiado.
Charlamos un rato y termino de llenar la bandeja para llevarla a la
mesa mientras Noah atiende a los que van llegando y así yo puedo hablar
mientras preparo las bebidas. En “El irlandés” se sirven las bebidas como
en Irlanda. Muchos escoceses vienen aquí simplemente porque servimos
más cantidad. Si hay algo con lo que Noah cree que no hay que ser rácano
es con el alcohol. Echo el whisky en un vaso de tubo y pongo la jarrita con
agua al lado. Sé que ojos de piedra no le añade agua a su whisky pero
tampoco tengo que demostrar hasta que punto me fijo. Preparo las
cervezas y disculpándome con Nat corro a servir al grupo. Mientras
coloco todo sobre la mesa siento una mirada insistente sobre mí. Sin
poder resistirlo más miro y veo que el tipo de los ojos grises me mira y
luego mira hacia la barra. Noah está apoyado, muy cerca de Nat, y parece
que está desplegando su artillería pesada porque ella está colorada y mira
al suelo y luego hacia mí como si tuviese miedo de algo. Le sonrío
comprensiva. Noah puede ser avasallador, me giro y termino de servir las
copas mientras las miradas vuelan por todas partes, pero decido ignorar
los ojos grises y le sonrío con dulzura a la chica. Ojos negros, grandes,
muy maquillados. Me imagino que sin maquillaje debe de parecer aún más
cría. Me mira con un ceño. Está claro que aún no me la he ganado, pero
dame tiempo. Estoy a punto de irme cuando involuntariamente mi mirada
busca la suya. Me observa concentrado, interrogante, estoy segura de que
le encantaría abrirme la cabeza y echar un vistazo al interior así que corro
despavorida a refugiarme entre los dos tórtolos. Pero parece que la época
del apareamiento ya terminó porque Noah está en la otra punta de la barra
atendiendo a universitarios y Nat parece tan incómoda y avergonzada que
creo que podría echarse a llorar en cualquier momento.
Eso me desconcierta, supongo que el que Noah la hay ignorado tan
rápidamente la ha humillado. Pero sé que él se siente interesado así que no
sé muy bien que hace al otro lado de la barra ¿lo habrá rechazado ella?
Comienzo a charlar sobre los libros que tiene mientras vigilo si
alguien quiere pedirme un trago pero ella parece haber perdido su don de
gentes. Sirvo un par de cervezas pero el pub está lleno de chicas y todas
van a donde está Noah para que él les sirva. Veo que una chica se deja
servir un trago de whisky directamente en la boca. Normalmente no
somos ese tipo de local pero a veces Noah hace cosas así para animar el
ambiente, o porque le ponen las universitarias borrachas, vete a saber.
Nat me mira alarmada cuando me vuelvo hacia ella ¿ya está
enamorada? Sé que Noah causa ese efecto en algunas chicas pero pensé
que no pasaría con Nat, además ella no parece haber superado del todo la
ruptura con su ex. Noah elige ese preciso momento para pasar tras de mi y
meter sus manos bajo mi camiseta y acaricia mi vientre unos segundos.
Alcanzo a ver las miradas hostiles que se dirigen. ¿Qué ha podido pasar
entre ellos en los dos minutos que he tardado en servir la mesa? Cuando él
ya está otra vez dejándose adorar por sus admiradoras miro a Nat y,
aunque no me gusta meterme en los asuntos amorosos de los demás, creo
que debo prevenirla.
-Noah es un buen tipo. Es sólo que le gusta coquetear. No suele tener
relaciones pero es el mejor amigo que puedas tener.- Ella me mira con los
ojos muy abiertos.
-Pero ¿por qué dejas que te trate así? No debería coquetear con otras
estando tú delante. No debería coquetear nunca. - Parece furiosa. Yo tardo
unos segundos en comprender. Mi bombilla debe ser de bajo consumo
porque tarda en encenderse.
-¡No estamos juntos!- ¿He gritado? Creo que he gritado porque Noah me
mira socarrón. Él sabía lo que Nat pensaba. ¿De qué demonios han
hablado estos dos? -Noah y yo no estamos juntos. Nunca lo hemos estado
y nunca lo estaremos. - Me mira de manera extraña. No me cree. - Somos
amigos y él... a veces se toma algunas libertades. Pero sólo porque es muy
cariñoso- digo apurada, no quiero que piense que soy de esas chicas que
se dejan sobar. En realidad es muy difícil que yo me deje tocar... por nadie.
-Como vino a ayudarte con la mudanza, y antes te estaba besando el
cuello... no sé, supongo que me precipité, y cuando se puso a coquetear
conmigo tuve ganas de estrangularlo. - sonrío. Noah causa ese efecto en
muchas mujeres. Ambas miramos al final de la barra, las chicas babean sin
que él tenga que hacer apenas esfuerzo, es muy atractivo y me pregunto si
estoy renunciando a una relación que podría hacerme feliz. Aunque si
tengo dudas por algo será. Es la mejor persona del mundo pero no creo
que estemos hechos el uno para el otro, Noah es de los que puede hacer
feliz a un millón de mujeres, pero no creo que sea capaz de hacer feliz a
una sola. Aunque tiene alma de romántico y soñador creo que en el fondo
es más bien cínico. Yo tampoco creo en el amor. ¿Qué hacen dos personas
que no creen en el amor enamorándose? Noah necesita a una chica como
Natalie, alguien dulce que suavice sus bordes ásperos, esos que cree que
oculta tan bien pero que pueden verse bajo su sonrisa de conquistador. Lo
que no sé es si Nat necesita un hombre como Noah, no la conozco lo
suficiente pero creo que es de esas chicas que se entregan totalmente, hasta
que le hacen daño o vive felices para siempre. Me pregunto como será su
ex. Me pregunto como soy yo. En el amor. Qué tipo de mujer enamorada
sería.
Sé que estoy mirando a Noah con cara de perrito abandonado porque
cuando me mira tensa la espalda y frunce el ceño. Mi chico protector. Le
guiño un ojo provocativa. Sé coquetear aunque no lo haga muy a menudo,
y solo con mayores de ochenta y cinco y menores de doce. Y con Noah.
Él me dedica su sonrisa mojabragas, la sonrisa irlandesa la llama él. Y
me vuelvo hacia Nat turbada. Ella nos mira asombrada pero parece
cerrarse una cremallera mental sobre su boca. Sé que una vez aclarado
todo no va a seguir inmiscuyéndose en nuestra extraña relación. Así que
cada vez me cae mejor. Ojalá otros ojos dejaran de intentar adivinar lo
que está pasando cuando ni yo misma lo sé.

Natalie se va temprano, creo que no es una chica trasnochadora,


mientras está allí charlamos en los descansos entre copa y copa y me habla
del artículo que escribió esa mañana en la biblioteca “La historia del
haggies” y me confiesa que no cree que vaya a probar bocado durante una
semana. Le comento mi día desenvalando cajas y ella sí sabe apreciar mis
desvaríos. No como cierto camarero que parece habernos olvidado, ya
que no vuelve a acercársenos en toda la noche. Sin embargo cuando
realmente encontramos un filón en el que recrearnos es cuando le
comento que he estado cotilleando sus libros. Al parecer ambas adoramos
leer, aunque ella tiene un gusto más variado, que va desde las novelas más
juveniles hasta los clásico infumables. Yo me centro sobre todo en novela
romántica y los vampiros. También me gustan Julio Verne y los clásicos
de terror. Nos enzarzamos en una discusión sobre libros con un grupito de
universitarios y se me pasan varias horas volando. Los chicos son
agradables pero en cuanto Nat se va, el ambiente distendido desaparece y
ellos también se van apartando, un poco incómodos. Me cuesta mucho
mantener una conversación por mí misma. Puedo seguir a alguien tan
dinámico y atrayente como Nat, pero yo sola soy un desastre como
interlocutora. No tengo habilidades sociales. Ni siquiera sé cómo Nat se ha
librado de su pretendiente, un chico del grupito que estudia literatura y que
parecía mono aunque un poco pedante. Él creía que tenía la noche
asegurada pero sin que ninguno se diese cuenta ella simplemente lo
rechazó y se fue a casa. Sola.
Que camine por estas calles a estas horas ella sola me preocupa, le
habría pedido a Noah que la acompañase si ella no hubiese saltado del
taburete en cuanto lo he mencionado. Le pido que me mande un mensaje
en cuanto llegue para saber que está bien o sé que estaré preocupada toda
la noche. No sé muy bien de donde ha surgido este instinto protector, pero
es cálido y agradable.
Cuanto termino de servir a unos chicos que ya van bien servidos, tanteo
mi trasero en busca de un bulto pero recuerdo que he dejado el móvil en el
despacho barra almacén barra lugar para polvos rapiditos con
universitarias cachondas. Le hago un gesto a mi compañero y voy en
busca del móvil perdido. El despacho siempre está oscuro porque Noah
colocó unas enormes cajas de una bebida imposible de tragar justo delante
del interruptor de la luz, así que es imposible encenderlo. Y por lo malo
que es ese licor dudo que las cajas desaparezcan en los próximos...
quinientos años. Sin embargo la luz que viene del pub es suficiente para
iluminar bien la pequeña habitación. Se ve perfectamente la mesa y un
bulto sobre ella. Mi bolso y mi abrigo. Me acerco y voy a coger el móvil
que está justo encima de todo cuando veo algo que antes no estaba, un
libro. Sonrío curiosa. La inofensiva charla sobre libros de antes ha bajado
mis defensas. Por un momento creo que mi nueva compañera de piso me
lo ha dejado porque dijo que me prestaría todos los libros que quisiera,
pero sé antes de ver el nombre siquiera que no es posible que ella se
escurriese hasta allí para dejar un libro, me lo habría dado en la mano.
Debe ser algo que Noah se ha olvidado. Me tiembla la mano mientras me
acerco. Da igual todas las excusas que invente. Sé lo que es. Y quiero huir
y esconderme y acercarme y enfrentarme a lo que sea. Todo al mismo
tiempo.
Veo el libro, en realidad no es un libro, ERA un libro, ahora son sólo un
montón de hojas pegadas y quemadas por los bordes el título aún es
visible, pero no necesito leerlo para saber lo que es. “El asesino de
escritores” mi novela favorita. Levanto con un dedo la portada, que parece
conservar la humedad de la tierra, y cuyo dibujo está un poco borroso. En
la primera página en blanco, mi nombre. Con mi letra de los quince años.
Redondeada y cautelosa. Como si estuviese firmando un gran acuerdo de
paz. Pero estaba firmando algo importante también, estaba firmando mi
posesión sobre ese libro, ese que era mío y de nadie más. El más
importante de todos los que pudiera tener. Ese libro me acompañó durante
años, incluso después de quemado, cuando ya no se podía leer dormitaba
en mi mesilla de noche, recordándome con su olor a tabaco rancio, las
peores pesadillas que jamás podría tener. Ese era mi libro, del que hacía
un par de años me había deshecho, con los ojos anegados por la culpa y
los dedos congelados por la oscuridad. Lo había enterrado. En el
cementerio. Entre las tumbas de mis hermanos.
Una mano se apoyó en mi hombro y grité, grité como nunca había
gritado. Con el pánico cubriéndome como una manta espesa que no me
dejaba moverme ni respirar.

No sé si realmente en ese momento fui consciente de que se hacía el


silencio en el pub o es un recurso dramático que he añadido a mis
recuerdos. Pero sí recuerdo perfectamente ver a Noah abalanzarse a través
de la puerta sobre el enorme hombre que tenía mi brazo agarrado, lo
empujó hacia atrás de un golpe y varios hombres más entraron y sujetaron
al intruso mientras Noah me decía algo apresurado y me palpaba todo el
cuerpo en busca de heridas, supongo que para entonces ya no gritaba, pero
no estoy segura. Recuerdo la humedad del libro en la palma de mi mano,
el olor a tierra y a humo. Recuerdo la mirada desorbitada de Noah
contemplándome y gente, gente entrando hablando, gesticulando y …
¿Sujetando al tipo de los ojos grises contra el suelo?
No sé si otra cosa me habría calmado tan rápidamente, o si ya me
estaba calmando la presencia de Noah y el ver a todas esas personas, cuyas
caras me resultaban conocidas, mirándome preocupadas. Pero creo que lo
que más me impactó fue la expresión del tipo que permanecía en el suelo,
se parecía a la de Noah, pero donde Noah reflejaba preocupación y
ternura, la suya reflejaba preocupación y furia. Supongo que porque lo
habían pateado y lo sujetaban allí entre varios. A nadie le gusta que lo
aplasten varios tipos fornidos contra el suelo. Creo. Aunque puede que no
esté tan mal.
Mientras yo divagaba él seguía forcejeando para soltarse y un par de
parroquianos más se sumó al esfuerzo generalizado por mantenerlo
tumbado. Vi cómo estiraba su cuello para poder verme, cuando clavó su
mirada fría en mi se detuvo un poco, aún estaba tenso y estiraba el torso
separándolo todo lo posible de su enemigo el suelo. Pero ahora toda su
fuerza parecía concentrarse en mirarme lo más fija e intensamente
posible. Su expresión furibunda me calmó como no podía hacerlo nada
más. Y absurdamente pregunté.
-¿Por qué lo sujetáis contra el suelo?- Noah se giró, probablemente no se
había dado cuenta de lo que pasaba tras él, tan centrado estaba en mí.
-Soltadlo. No ha sido él.- y volviéndose a mirarme- Porque no ha sido él
¿verdad?- Negué con la cabeza. Yo sabía quién había sido y, desde luego,
no había sido un desconocido. El del suelo estuvo de pie mas rápido de lo
que puedes decir Guinness. Y si las miradas matasen ahora estaríamos en
la ruina porque la mitad de nuestros clientes estarían muertos.
Sé que estaba recreándome en la visión de ojos de piedra, pero
realmente era una agradable visión, y no estaba yo como para rechazar
cualquier cosa agradable. La presión de las manos de Noah sobre mis
brazos fue lo que me devolvió a la realidad. Le miré y vi todas las
preguntas que no se atrevía a hacerme, no con público. Hice un gesto hacia
el libro, no sé si fue el que estuviera quemado o mi reacción anterior lo
que le dio la pista definitiva pero esbozando una sonrisa enorme dijo con
voz alta, para que todos pudiesen escucharle.
-Cariño, solo es un gusano.- miré mi muñeca y era cierto, un gusano
jugaba a ser una pulsera. Un gusano de cementerio. Bien, ¿estarí mal
gritar otra vez? Tal vez debería desmayarme, o vomitar... a saber qué
encontraría sobre mí si me quedaba inconsciente. Noah me salvó de hacer
un ridículo aún mayor cogiendo el gusano rosado y apartándolo de mi
piel. Estuve a un punto de pedir una dosis urgente de desinfectante, pero
las personas que estaban detrás de Noah ya empezaban a mirarme mal.
Algunos se reían pero otros parecían enfadados. Al parecer esos machos
deseaban rescatar a una dama de algo más peligroso, o menos baboso.
Entre risas y muecas burlonas todos fueron desalojando el pequeño
despacho barra. Todos menos mi falso atacante, que en vez de mirar al
presuntuoso baboso, que sostenía un gusano en su mano a modo de trofeo,
miraba mi libro. Un libro quemado. Un libro quemado, húmedo y con
restos de tierra y a saber qué más. Lo miró fijamente hasta que sus ojos se
alzaron clavándose en mí, y supe que no se creía la historia del gusano,
nadie que viese ese libro se creería la historia. Pero la mayoría de la gente
no se fijaba en los libros.
-¿Qué ha pasado?- Umm... ¿Tenía antes esa voz tan ronca? Noah se erizó
como un gato.
-Un gusano, ya lo he dicho.
-¿Ha chillado como si la estuviesen matando por un gusano? ¿Quién coño
se va a creer esa historia?- Vaya, gárgola parece muy enfadado, y dice
muchos tacos. Gárgola, ya sabéis, por los ojos de piedra y porque parece
muy... duro.
-No es asunto mio si te lo crees. Ahora si no te importa... esta es una zona
privada.- Gárgola intentó acercarse a mí pero Noah le dio un empujón, un
empujón de verdad, fuerte y violento, como si quisiese hacerle daño. El
hombro del otro tipo se fue hacia atrás bruscamente, y cuando vi que iba a
devolvérsela decidí intervenir, bueno, no decidí, simplemente me metí en
medio sin medir las consecuencias. Puse mi cara más sincera y con mi voz
más dulce, que se deslizó por mi garganta como aguamiel susurré.
-Me dan mucho asco los gusanos, de verdad, siento haber sido tan
exagerada y que por mi culpa te arrojaran al suelo. Te invitamos hoy a las
copas que quieras.- sentí a Noah fibrilar tras de mí pero lo ignoré. Si yo
podía soportar que ahora todo el mundo pensara que era una imbécil
gusano fóbica o como se diga, Noah podía permitirse un par de copas
gratis. Los ojos grises me miraron un rato más, sospechosos, estaba claro
que no era idiota pero esperaba que no insistiera porque yo podía
ponerme muy absurda cuando intentaba desviarme de un tema.
-Te asusté cuando te sujeté el brazo. Lo siento, te vi ponerte tensa y creí
que te ocurría algo.- Podría derretirme sólo por su manera de decir lo
siento. Negué con la cabeza y le ofrecí mi mejor sonrisa postrauma.
-No fue culpa tuya de verdad, no tienes que disculparse. En todo caso
tendría que hacerlo él.- y sí, señalé al gusano. Viva la enfermedad mental
-¿Porqué coño la seguiste hasta aquí de todos modos?- ¿Habéis visto a
alguien alguna vez ignorar a Noah? Yo tampoco, hasta hoy. Creo que
nunca más me lavaré los ojos.
-Tomaré otra Guinness, si a tu amigo no le importa servírmela. Deberías
descansar un poco- ¿por qué creo que hubo más intención en esa frase de
la que pudiera parecerle a un observador casual? Sobre todo en la palabra
amigo, sonó muy... fraternal.
-Yo misma te la serviré. Estoy bien de verdad. - salí del cuartucho con una
gárgola de modales decimonónicos y un irlandés cabreado siguiéndome.
El libro se quedó dentro, justo donde lo había encontrado. Fui tras la barra
y serví la cerveza, pero cuando iba a llevársela a la mesa me di cuenta que
se había sentado en un taburete, muy cerca de donde yo estaba. La visión
de él allí me resultó muy extraña, lo más extraño que había visto hoy a
excepción de... Noah dejando escapar a una rubia de piernas infinitas, más
conocida como Nat.
Le serví la bebida con la sonrisa más educada que conseguí arrancarle
a mis labios rebeldes que sólo querían... morder. Umm, sí. Creí que la
cogería y se iría a su mesa. Tal vez simplemente quería ser amable y no
obligarme a pasear entre todos los que ahora me miraban como a la loca
de los gusanos. Pero no, dio un trago y dejó firmemente la jarra sobre la
barra, como si quisiera afirmar su posición. Noah se hacía notar detrás de
nosotros, sirviendo las copas a tortazos y gritando tanto que asustaba a
algunos clientes. Miré por encima del hombro de mi nueva fantasía sexual
y vi al resto de su grupo charlando animadamente, palabra que se usa para
describir el parloteo de los borrachos, excepto la chica del corsé, que
miraba hacia la barra, con más curiosidad que hostilidad. Pero aún así,
decidí mantener las distancias.
- Creía que era tu novio.
- ¿Uh?
- El irlandés - dijo señalándolo con la barbilla – creía que érais pareja.-
Imagino que pensó que si cambiaba la palabra mágica entendería mejor la
pregunta. Pobre iluso. Pero ¿por qué todo el mundo pensaba que
estábamos juntos? ¿Era por su toqueteo constante?, ¿por la familiaridad
con que nos rozábamos? ¿eran el brillo en mis ojos y el arrebol en mis
mejillas?
-Sólo somos amigos.
-Yo no toco así a mis amigas, ni las beso- me encogí de hombros ¿qué
más? Aunque estuve a punto de hacerle la ola. Noah me salvó de tener que
encontrar una réplica chillándome que teníamos más clientes. Me alejé
para servir a otras personas pero él siguió allí sentado, apenas habló el
resto de la noche hasta que la pequeña gótica se acercó a él y le dijo que se
iba. Como buen hombre de piedra, de la edad de piedra, se ofreció a
acompañarla y se marchó después de hacerme un gesto para pagar y que
yo me negara diciéndole que la casa invitaba. Estuve a punto de saltar
sobre la barra para suplicarle que no se fuera. Porque en cuanto este
hombre desapareciese mi mente se inundaría con imágenes de otro. Y no
quería pensar en él.

Cerramos el pub casi a las tres de la mañana. No estaba cansada, en


realidad hacía tiempo que no estaba tan alerta. Mientras servía los pedidos
mi corazón se desbocaba con el simple recuerdo de lo que había sucedido.
Observaba cómo Noah miraba disimuladamente hacia el despacho. Estaba
segura de que quería entrar y comprobar de primera mano lo que había
encontrado. Pero yo siempre lo llamaba y desviaba su atención. Él sabía
una parte de mi historia, de mi pasado. Pero no lo sabía todo y no quería
que allí dentro hubiese algo más que me delatase. Tenía que revisar el
despacho antes de que Noah volviese a entrar pero no sabía si sería
posible. No sabía si podría siquiera cruzar esa puerta. De todos modos él
ya sabía casi todos mis secretos. ¿por qué intentar ocultarle algo que era
lo único que realmente suponía un riesgo? ¿Sería peligroso para él?
Esperaba que no, jamás me perdonaría hacer daño a alguien más. Y menos
a alguien que sólo había sido amable conmigo.
Noah estaba enfadado pero seguramente porque alguien más, alguien
que no era él, me había ayudado, me había sacado del pozo en el que solía
hundirme cuando encontraba algo de mi pasado. Cuando el último cliente
se alejaba del bar arrastrándose apoyado en una pared, me giré dispuesta a
entrar en ese maldito despacho antes que nadie, pero Noah sujetó mi
brazo. Fuerte. Lo miré asombrada, nunca me había hecho daño, ni siquiera
inconscientemente, pero esta vez el agarre sobre mi codo era doloroso y,
por un momento, pareció intencional. Hasta que miré su cara y vi la
preocupación, y un poco de miedo.
-Yo entraré primero.
-No, quiero ver lo que hay.
-Y lo verás. Cuando yo termine de revisarlo.
-No, tú no sabes lo que puede haber.
-Sam.
-No
-Maldita sea, no seas cabezota. Reaccionaste así con un puto libro. A saber
qué más puede haber dejado ahí.
-Pues entremos juntos, si me desmayo tú me cojerás - dije en un patético
intento de humor.
Dirigió una mirada al despacho y volvió sobre mí turbia y furiosa.
Sonreí, esa era su manera de preocuparse por mí. Cabreándose. Era
adorable.
-Vamos.- me empujó detrás de él y caminamos entre las mesas. Entonces
sentí que nuestra espalda estaba totalmente desprotegida. Miré atrás
alarmada y lo vi. Una sombra al final de la calle, justo en la esquina.
Apenas se le veía pero la luz de una ventana justo sobre su cabeza lo
mostraba, una figura, enorme. Sabía que era él, y que haría daño a Noah.
Le empujé fuertemente contra el lugar al que antes no quería entrar. Casi
nos caemos sobre unas cajas que entorpecían el paso hacia el enorme
escritorio. Noah me miró mientras se incorporaba. Levantó una ceja
inquisidora.
-Lo siento, me tropecé.- se giró y volvió a la entrada, metió con dificultad
la mano tras las cajas y consiguió encender la luz. La bombilla dio un
pequeño estallido, como una tos aguda, y se encendió. Llevaba tanto
tiempo sin ver ese lugar iluminado que no lo reconocí. Ya no parecía ese
almacén tétrico al que jugaba a entrar cuando me sentía valiente. Ahora
sólo parecía un cuartucho lleno de polvo. Noah llegó de dos zancadas
hasta le mesa. Yo seguía en medio de la habitación. Decidí no moverme
mientras él revisaba cada rincón.
El lugar ya no daba miedo, no mucho al menos, así que me dirigí a la
mesa mientras Noah comprobaba tras las cajas, y bajo el escritorio. No
había nada. Sólo un recuerdo de tierra húmeda y oscura donde había
estado el libro. Miré el suelo, pero era oscuro también y no podía ver si
había un rastro de tierra de cementerio en él. Aunque no creo que fuese
mostrando el libro mientras entraba en el despacho, probablemente lo
llevaba escondido. Pero sólo podía haber entrado acercándose a la barra.
Rodeándola y metiéndose por esa puerta. La habitación no tenía ventanas y
la otra puerta que daba a la antigua cocina, ahora inutilizada, estaba
tapiada por cajas llenas de alcohol que se notaba que no se habían movido
en semanas. Me pregunté cuánto tardaría esa habitación en arder con todo
el alcohol que había mal almacenado. Vale, estaba temblando. Creía que
podría soportar otra de sus retorcidas visitas, pero ésta estaba siendo la
peor. Los recuerdos venían como pequeñas ráfagas de imágenes,
recortadas y desordenadas, mostrándome sólo los horrores. Pero no le
veía a él, veía sólo a mis hermanos. Y el fuego.
La imagen de Noah con el libro en la mano me sacó del túnel del terror,
sentía el suelo lastimando mis rodillas. Noah se acercó a mí y me sostuvo.
-Vamos arriba cariño. Quédate esta noche-

No había llevado las cosas que tenía en casa de Noah a mi nuevo


apartamento y
mientras sacaba de mi cajón en su cómoda un horrible pijama rosa con
ositos amarillos cubriendo cada centímetro sonreí. Realmente tenía un
hogar. Ese engreído irlandés me había dado un lugar donde refugiarme y
sentirme segura. Para mí eso un hogar. Aunque a solo diez escalones
estaba el lugar que alguien había violado, haciéndome sentir de nuevo
insegura. Aquí, un par de metros por encima, me sentía totalmente a salvo.
-Gracias por dejar que me quede.- ¿puedes ofender a un hombre siendo
agradecida? Por lo visto a este sí. Me miró como si yo fuese idiota y lo
estuviese molestando a propósito y yo le lancé un besito. Me giré antes de
que pudiese ver las lágrimas que llevaban horas intentando alcanzar la
libertad, aunque fuera suicidándose en mis mejillas. Pero los irlandeses
tienen algo de adivinos. Noah no solía tocarme demasiado cuando
estábamos a solas pero esta vez me rodeó fuerte con sus brazos. Pasé mis
dedos entre el fino vello rubio de sus brazos y me apreté todo lo que pude
contra su pecho. Mi garganta dolía intentando contener el llanto pero lo
conseguí. Estaba muy cansada, como si el esfuerzo hubiese ahogado cada
gota de adrenalina que antes recorría mi cuerpo.
-Deberías avisar a Nat.
-¿Qué?
-Nat, tu compañera. Se asustará si ve que no estás ¿no?
-Es muy tarde, no quiero despertarla, no creo que se dé cuenta de que no
estoy.
-Como si fuera posible ignorarte. Mándale un mensaje.
-No, ella supondrá que me he quedado a pasar la noche contigo. Después
de todo cree que somos pareja.
Sentí su risa contra mi cuello y me acomodé mejor en sus brazos. Si
había un lugar mejor, yo no lo conocía.
-¿Quién puede creer que seas mi tipo?- el codazo en su vientre lo hizo
encogerse y muy dignamente me fui al baño a cambiarme. Cuando salí
Noah ya estaba comiendo. Otra vez. Tenía algún tipo de carne entre dos
trozos de pan y un hilo de salsa dorada se deslizó por su barbilla. Me lamí
los labios, hambrienta. Pero me tuve que conformar con un plato que él
deslizó hacia mí. Sólo con Noah me sucedía eso. A veces, simplemente,
tenía ganas de deslizar mi boca por todo su cuerpo, lamerlo hasta que mi
lengua reconociese cada parte de su cuerpo sólo por su sabor.
-¿Le viste?
-¿Qué?- conseguí gruñir con la boca seca y llena de bocadillo, a falta de
algo más sabroso.
-¿A tu padre? ¿Le viste? - me atraganté y tosí bañando la mesa de una
mezcla de saliva y comida masticada. - Encantador – murmuró entre
dientes. No creí que fuese a ser tan directo. Nunca hablábamos así, tan
directamente, enfrentando el problema a la cara. Él sabía que yo daba
rodeos, largos, antes de llegar al núcleo del problema. Y que jamás
llamaba a las cosas por su nombre. Jamás decía la palabra padre. Jamás
hablaba de él.
-No, ¿por qué iba a verle? -
-Quiero decir hoy, ahora. De alguna manera tuvo que entrar, ¿no lo
habrías reconocido?
-Hace mucho que no le veo, veo de verle, ya sabes. La cara y eso. En
realidad no le veo desde... la noche del incendio. - no iba a decirle que me
parecía haberlo visto tras las ventanas del pub. Ni todas las otras noches en
que le había sentido justo detrás de mí. Noah era tranquilo pero a veces
una vena suicida le hacía actuar sin pensar.
-Deberíamos ir a la policía.- Tal vez eran imaginaciones mías pero casi
parecía que lo decía sólo para probarme. Para ver mi reacción.
-¿Y decirles qué? ¿Que tuve un ataque de pánico porque vi un libro?
-¿Que tal si les cuentas toda la historia? Ese hombre te esta acosando.
Nunca te ha dejado en paz y no ha pagado por lo que te hizo.
-En realidad no he tenido ninguna noticia suya en semanas. No ha hecho
nada Noah. Nada que sea realmente una amenaza o algo ilegal.
-Entrar en mi despacho sin permiso es ilegal.- Noah no lo entendía o no
quería entenderlo. A veces temía que se aburriese de mis dramas. Pero no
había realmente nada que pudiese hacer la policía. Él era como una
sombra, como humo, en ocasiones me parecía que sólo existía en mis
pesadillas y entonces sucedía algo como lo de hoy y, extrañamente, me
consolaba. Era reconfortante saber que no estaba condenadamente loca.
Que realmente tenía un motivo para ser como era y no era solo una
paranoica jugando a tener un acosador.
-Bien, cuéntame sobre ese libro.
-Umm. No hay mucho que contar. Era mi novela favorita. Cuando sucedió
lo del... incendio. Se quemó.
-¿Y...? - Hace un gesto exasperado, como si yo fuese lenta.En todos los
sentidos.
Hace un par de años tuve algo así como una epifanía. Ya sabes una
revelación o algo así. Estaba arrastrando ese libro conmigo desde el
incendio. Siempre lo tenía en la mesita al lado de mi cama. Era donde
estaba aquella noche. Incluso tenía el marcapáginas por donde lo había
dejado. Lo estaba releyendo como por milésima vez. No lo he vuelto a
leer desde entonces. Y pensé... que no tenía que seguir atormentándome
por lo que había pasado, que no era culpa mía y que merecía seguir
adelante. Y ese libro siempre estaba por ahí. Con su olor a humo y los
bordes quemados. Totalmente inservible. Pero su olor siempre me
recordaba... lo que había sucedido. Era siempre lo que olía por las
mañanas y por las noches. A veces estaba en otro lugar y me llegaba, el
olor. No sabía desde donde, simplemente lo sentía y todo parecía volver,
como si no pudiese olvidarlos jamás sin que el libro me los recordase. Y
decidí deshacerme de él. Así que lo enterré.
-¿Lo enterraste? ¿Dónde?
-En el cementerio. Entre las... tumbas de mis hermanos.- Había cogido el
libro esa mañana para tirarlo en la basura. Pero lo metí en el bolso y
estuve todo el día con él. Fui a la universidad, a la biblioteca y luego al
pub con él en el bolso. Y en todo momento era como si el maldito libro
me estuviese recordando constantemente que estaba ahí. Y esa noche
cuando salí del pub simplemente caminé hacia el cementerio. Ni siquiera
sabía que era ahí adonde quería ir. ¿Sabes lo fácil que es colarse en un
cementerio? Y cuando estaba frente a las tumbas simplemente decidí
enterrarlo.- Una parte de mí murió aquella noche con ellos. La parte
segura, soñadora, la parte de mí que disfrutaba leyendo esos libros murió
con ellos Noah, y creí que había llegado el momento de dejarla descansar
en paz. Aunque es obvio que alguien no opina así.- Mi voz era sólo un
susurro cuando terminé y mis ojos no se habían apartado del cuchillo de
Noah. Su hoja gris oscuro me recordaba a unos ojos brillantes. Y no, no
era obsesión. Es que realmente se parecía, el frío metalizado, ese tono un
poco más oscuro de lo que me gustaría.
Tal vez no sea eso. Tal vez significa que alguien cree que esa chica no
desapareció. Que se merece una nueva oportunidad, volver a vivir. Sam, tú
no moriste aquella noche. Estás viva, y tan bonita... mereces no tener
miedo. Ser feliz.
-¿Crees que ese era SU mensaje?
-Bueno, no sabemos si es suyo.
-¿De quien más podría ser?- Noah se encogió de hombros pero noté que
me ocultaba algo. No podía haber sido él quien había traído el libro
porque se sorprendió de verdad cuando le dije donde estaba, ni lo habría
colocado para que yo lo encontrara porque eso era simplemente siniestro.
Pero sabía algo que no me contaba. Y por primera vez desde que lo
conocía tuve miedo.
No es que no confiase en él. Pero Noah era simple, lo que veías era lo que
había. Si, era tortuoso y un poco misterioso, pero no ocultaba grandes
secretos. Era como una hoja en blanco, no porque no tuviese nada
interesante que decir sino porque era tan sencillo leerlo, tan sincero. No
necesitabas mucho para saber quién era Noah. ¿O me había estado
engañando?
Terminamos el bocadillo en silencio. Pero dudaba que no tuviese nada
más que decir. Recogió los platos y los lavó mientras yo permanecía
sentada mirando su espalda. Teníamos la suficiente confianza como para
que no tuviese que ofrecerle mi ayuda. Además a él no le gustaba que
tocasen sus cosas. Hasta yo tenía límites y era la persona más cercana a él.
Pero eso para mí estaba bien. Yo también tenía mis límites. Y él siempre
los había respetado.
-¿Que te pasa con ese tipo? El que hoy se comió el suelo.- Supongo que lo
precisó para que no pensara que hablaba otra vez de mi padre. Porque
desde luego no había otros tipos en mi vida. No es que el de ojos grises
estuviese en mi vida. Por desgracia.
-Supongo que solo intentaba ser amable. - Dije intentando parecer
inocente. Desde luego no iba a confesar que una gárgola había sustituido a
mi vampiro favorito en mis fantasías nocturnas.
-Sam, también hay buenos tipos ¿sabes? - Parecía cansado mientras decía
eso, casi aburrido o molesto.- Tipos que no pretenden hacerte daño, con
los que puedes pasar un buen rato y luego olvidarlos o lo que sea que
quieras hacer. No puedes dejar que lo que sucedió te limite de por vida. -
Noah no me miraba mientras decía todo eso. Y no por vergüenza, estaba
segura, era la primera vez que me animaba tan obviamente a salir con
alguien, o a tener sexo, que era más su estilo. Cuando se dio la vuelta y se
secó las manos con un paño le miré coqueta.
-Cariño. Sabes que para mí tú siempre serás el primero. - Se inclinó y
rozó mis labios. Y no por primera vez me supo a poco.
-Tú también eres mi preferida cariño. Pero tal vez deberías terminar de
desenterrar a la chica que perdiste nena. Ya no eres la que eras, pero
tampoco puedes ser siempre una sombra. Mereces que te echen un buen
polvo de vez en cuando. - Hice un gesto de asco, no necesitaba ser tan
gráfico. Y miré indignada como iba al baño. Antes de cerrar la puerta dijo:
-Por cierto Sam ¿sabes como se llama el tipo?
-No ¿por?
-Blackstone. Jack Balckstone.
Vale, lo reconozco, me caí del taburete. Parecía que esa noche el suelo
era el plato principal en el menú.

La risa ronca de Noah aún resonaba cuando ya llevábamos unos veinte


minutos acostados, yo notaba los bultos del sofá-cama más que de
costumbre. Recordé la cama tan preciosa y blandita que me esperaba en mi
nueva casa y maldije. Aún no la había estrenado. Ese maldito hombre
seguía condicionando mi vida. Y lo peor es que le dejaba.
Pensé en ojos de piedra. Jack Balckstone. ¿no era demasiada
casualidad? Recordé su mirada cuando me vio con el libro en las manos.
Su mirada interrogante. Tal vez le había ofendido sin siquiera darme
cuenta. Hundí la cabeza en la almohada. Si casi era incapaz de mirarle
antes ahora iba a tener que esconderme tras la barra cada vez que
apareciese. Si volvía a aparecer claro. ¿y si no volvía? Solo pensar en esa
posibilidad me hacía tener ganas de llorar. Dios, Jack Blackstone había
estado viniendo al pub durante meses y yo no sabía que era él. No había
vuelto a leer “El asesino de escritores” pero sí había leído los demás
libros que había publicado tras ese. Era mi escritor favorito. Aunque sus
historias siempre eran muy siniestras y solían dejarte mal sabor de boca
por sus finales amargos, su manera de escribir era simplemente genial.
Sencilla pero tan... directa y al mismo tiempo como si no te estuviese
hablando a ti. Como si te hubieses colado en su mundo y estuvieses
cotilleando sin su permiso. Como si por ti mismo te hubieses adentrado en
un mundo prohibido, que él no quería mostrarte. Sus libros te hacían
sentir valiente e insignificante al mismo tiempo. Deseé de nuevo estar en
mi cama, mi ebook estaba sobre la mesita de noche. Y también tenía sus
libros en papel. Era de los pocos autores con los que no me importaba
cargar.
Quería volver a verle. Quería verle sabiendo quien era. Ver si había
algo en él, algo que lo distinguiese de los demás. Quizá por eso siempre
me fijaba en él. Tal vez notaba que era mi escritor favorito y no era por su
cuerpo enorme y musculoso, su barbilla cuadrada y sus ojos penetrantes y
sus manos. Dios, sus manos. Vale tal vez también fuese por eso. Sí, iba a
ser por lo bueno que era con sus manos... escribiendo... con sus manos.
Una pequeña vibración me sobresaltó. Era mi móvil. Pero Noah estaba
dormido. Sus ronquidos seguramente estaban haciendo bailar su flequillo.
No podía ser nadie más. Excepto él... quería saber si me había llegado su
mensaje. Alargué la mano y cogí el teléfono. Mi mano temblaba y abrí
varias aplicaciones antes de acceder a los mensajes. Estúpidos teléfonos
inteligentes. Y entonces lo vi.

Natalie:
Hola Sam, espero no despertarte pero estaba preocupada porque no has
llegado a casa. Espero que estés bien, estaré despierta por si necesitas
algo.

Las lágrimas alcanzaron la ansiada libertad que habían estado buscando


toda la noche. Intenté contener los sollozos para no despertar a Noah.
Tenía oído de mamá. Siempre se despertaba con el llanto. Lo tenía
comprobado.

Sam:
Estoy bien, siento haberte preocupado. Terminé tarde y me quedé a dormir
con Noah. Mañana me ocupo de la cena para compensarte.

Estaba claro que tenía que comenzar a ser valiente. Porque tenía a los
mejores en mi equipo ¿a quién tenía él?
Apurada cogí el teléfono y envié un nuevo mensaje
Natalie no estaba cuando llegué a casa. Pero en la isla de la cocina
había una nota.
“Voy a investigar sobre las hermanas Brontë. ¡Qué original! Me encantaría
pizza para cenar. Besos”
Esta chica era realmente dulce. Y sarcástica.
Por primera vez en días tenía unas horas completamente libres. Nada
que hacer y decidí simplemente disfrutar un rato en mi habitación de un
buen libro. Mi habitación estaba exactamente como la había dejado. La
cama perfectamente hecha, acogedora con sus cojines que no encajaban.
Sobre la mesita de noche el ebook, pero esta vez me apetecía algo distinto
así que fui al vestidor. En una balda había puesto los pocos libros en papel
que tenía. Acaricié el lomo de los tres libros de Jack Blackstone. Indecisa
cogí los tres y me los llevé a la cama. Abrí el primero. Justo el que seguía
al que se había quemado. Pero no vi las letras. Vi el miedo y la soledad de
aquellos meses después de quedarme sola. Mi cerebro hizo algo que pocas
veces le permitía hacer.

Nikki estaba chillando desde el salón. Alguna absurda canción de los


dibujos animados la había estimulado más allá de lo razonable. Llevaba la
olla, su olla, de la que se negaba a separarse desde que tenía dos años, e
iba golpeando el caminito de suelo que rodeaba el sofá. Rebotaba y crujía
al ritmo de la canción infantil. Mi cabeza iba a estallar. Pero Nikki estaba
contenta por primera vez en horas y el bebé estaba despierto y
colaborando con la algarabía general así que decidí permitir la
contaminación acústica un rato más.
En una de las vueltas al sofá Nikki no giró suficientemente rápido y una
montaña de revistas de viajes cayó sobre ella. Sepultándola. Sabía que
tardaríamos horas en rescatarla, por eso siempre les obligaba a llevar un
kit de supervivencia, zumo con sabor a regaliz, un paquete entero de
galletas, que no podían abrir en ninguna otra circunstancia y un pañal
enrollado, por si las labores de rescate se alargaban demasiado. Crucé un
bosque de gnomos de jardín que me miraban con desaprobación aunque
fingían sonreír, “no es culpa mía” les escupí furiosa. Teddy aporreaba los
barrotes de su jaula con un cucharón. Él sentía verdadera admiración por
su hermana mayor y quería imitarla en todo lo que pudiese, pero era
demasiado pequeño para arrastrar una olla, así que había recurrido a los
más parecido que había encontrado. Tenía unos hermanos verdaderamente
inteligentes y aunque podía sonar extraño estaba muy orgullosa de ellos.
Cuando conseguí llegar hasta Nikki grité su nombre esperando oír la
respuesta, pero entre la serie infernal que sonaba a todo volumen y los
gritos del bebé no oía nada y el mando lo tenía Nikki. Estaría enterrado
con ella y llegar hasta el televisor para bajar el volumen era perder
minutos vitales de oxígeno. Recé porque la tele estallara. Pero no ocurrió
así que me sumergí entre las revistas.
Cualquiera que haya intentado un rescate en esas condiciones sabrá lo
difícil que resulta, las revistas son escurridizas, resbalan fácilmente y
pueden hacerte daño de muchas maneras. Por ejemplo cayendo en grupo
sobre ti. Un ataque organizado puede ser mortal. Debía de llevar horas
escarbando, o quizá habían sido un par de minutos, nadie puede saber el
tiempo que transcurre en momentos tan dramáticos, cuando alcancé a ver
un pie. En su pequeño tobillo brillaban unas pulseritas de mariposas que
en realidad era un collar enrollado mil veces que me había regalado
Marcus cuando cumplí los siete años. Tiré del pie con firmeza y una revista
se revolvió furiosa golpeándome con su mejor arma, la esquina, en mi zona
más desprotegida, el borde del ojo. Pero ni aún así soltaría a mi hermana.
Era preferible morir a que Marc regresara y se encontrase una hermana
menos. Nuestro hermano mayor podía ser muy gruñón.
Cuando conseguí tirar lo suficientemente fuerte del pie para arrastrar el
cuerpo hasta mí las revistas vieron que no podían luchar y se rindieron
deslizándose cabizbajas hasta el suelo y creando un nuevo camino que
tendríamos que añadir al mapa que estaba pegado en la puerta de entrada.
Uno de los caminos anteriores ahora tenía un gran obstáculo con forma de
papel derrotado. Eso también habría que añadirlo, ahora ese camino era
intransitable.
Seguí tirando hasta que el cuerpo se retorció con una sacudida y se
abalanzó sobre mí.
-Me has salvado.- dijo Nikki mientras la olla golpeaba mi espalda. Sus
mocos peligrosamente cerca de mi piel.
-Jamás te abandonaría pequeña. - Theodore golpeó las rejas festejando
nuestra victoria. Y decidimos celebrar que seguíamos vivos con un batido
de cualquier fruta que no estuviese cubierta de moho.
No solía ser una llorona, y llorar dos veces en menos de veinticuatro
horas debía de ser algún tipo de récord en mi vida. Ahora Nikky tendría
catorce años. Podía imaginarla perfectamente. Se supone que cuando
pierdes a alguien se quedan en tu mente tal y como estaban la última vez
que los viste. Pero para mí Nikky, Teddy e incluso Marcus habían crecido.
Podía imaginarla, coqueta e inconsciente, casi una mujercita. Seguramente
sembrando el terror entre sus compañeros de clase. Esa niña tenía grandes
posibilidades de convertirse en una delincuente. Una delincuente adorable.
A Teddy no le había conocido tanto. Pero admiraba tanto a su hermana
que de seguro habría sido su compinche y le habría seguido en todas sus
fechorías. Me recordaba a mí con Marcus, él era cuatro años mayor que
yo. Y yo creía que era un héroe, mi salvador, mi apoyo. Hasta el día que se
largó y me dejó sola. Entonces toda mi admiración se fue con él. Ahora
tendría veintiocho años, veintinueve en tres meses. Pero para mí estaba tan
muerto como los demás, quizá más aún. Si él no se hubiese ido tal vez...

El agua fría no sólo enfría la libido, también la furia. Pero sinceramente


no puedo soportarla así que después del primer chillido ensordecedor
puse el agua a una temperatura peligrosamente cercana a la de ebullición y
me relajé con el olor a vainilla y limón del gel de baño. Me encantaba
salir de la ducha oliendo como un pastelito.
Sentí un grito desde el salón. Nat había llegado y lo anunciaba por todo lo
grande. Llevaba mucho tiempo sin convivir con nadie, si no contabas las
noches con Noah, pero él no era demasido hablador, al menos no cuando
estaba en casa. Era agradable que alguien se alegrara tanto de verte para
variar. Le contesté a gritos también y terminé de vestirme.
Cuando salí una nube de vapor hizo que mi aparición en el salón fuese
espectacular. Pero el olor a pizza barbacoa me dejó en un triste segundo
puesto. ¿Esa chica era simplemente perfecta?
-Umm pizza.
-Sí, pensé en recogerla mientras venía, así nos ahorramos el servicio a
domicilio. Te mandé un mensaje pero...
-Estaba en la ducha lo siento, pero deja que te la pague.
-La próxima la pagas tú.- se hizo un silencio, no incómodo precisamente
pero... bueno sí, un poco incómodo.
-Siento haberte preocupado anoche. Si no vuelvo alguna vez es porque me
quedo con Noah, pero intentaré avisarte las próximas ocasiones.
-No, no. A veces actúo como una mamá gallina. Siempre me pasa. Con
Alex – dudó, sus ojos tristes. Así que ese era el nombre del traidor - a
veces puedo ser un poco controladora. Es normal que pases la noche
fuera, no debí molestarte con mis manías. - parecía realmente
avergonzada y me apenó porque yo realmente lo había considerado un
detalle encantador y no un entrometimiento. Y estaba claro que el tal Alex
era un capullo. Y que ella no lo había olvidado.
-Así que las hermanas Brontë. - dije para cambiar el tema. Ella suspiró
bajito y pareció relajarse. Mientras colocaba servilletas y vasos sobre la
isla yo abrí una botella de vino.
-Sí, me ocupo de la sección de literatura de “El escocés chivato”. - escupí
el trago de vino pero afortunadamente no sobre la pizza. Nat se rió. Como
nunca la había oído reírse. Era como un riachuelo. O algo igual de
poético. Pero me hizo reír a mí también.
-Es un periódico digital. Bueno más bien es una broma. Apenas tratan
noticias de verdad. Hacen las crónicas políticas en clave de humor. Y viven
de las caricaturas y de artículos como “el oscuro secreto de Oscar Wilde”.
-¿eso es lo que tú escribes? - sólo cuando terminé de hablar me di cuenta
de que en realidad había dicho una grosería. Pero Nat no pareció
tomárselo a mal. O quizá es porque la pizza estaba muy buena. Tragó tan
delicadamente que me di un poco de vergüenza ajena intentando atrapar un
trozo de bacon de mi barbilla. Sólo con la lengua.
-En realidad sí. Tengo que escribir los mismos artículos que se han escrito
cientos de veces pero intentando que parezcan de la prensa amarillista.
Pero aún no he renunciado a todos mis principios así que realmente
investigo para mis artículos, pero luego les pongo títulos escandalosos
con los que llamar la atención.
-¿Cuál es el título para las hermanas Brontë?
-Dudo entre “Los mundos secretos de los hermanos Brontë” o lo de que
Jane Eyre es autobiográfica.
-¿Qué es lo de los mundos secretos? -
-Bueno, se dice que los hermanos Bronté tenían mucha imaginación y que
inventaban sus propios mundos y escribían cuentos desde muy pequeños.
-Eso no parece un artículo muy escandaloso.
-Lo será cuando yo acabe con él. - Dijo con una pequeña sonrisa diabólica
que luego se convirtió en una mueca de pesar.- Es duro leer esas
biografías, siempre parece que tuvieron vidas tristes, que apenas vivieron
en realidad.
-No podemos saber realmente si vivieron tan poco como dicen. Tal vez
Charlotte tenía un amante y era muy discreta. Tal vez robaba joyas para
pagarse los vicios o tiraba huevos a los editores que la rechazaban por ser
mujer.
-Si, tal vez. Pero esas biografías son un poco deprimentes. No quiero que
alguien lea algún día sobre mi y piense: pobrecita, apenas vivió.
-Bueno. En las biografías no suelen incluir lo más importante. El día a día.
Qué más da si estaba sola o murió joven si en realidad era feliz en su
mundo. ¿Cómo sabes si se arrepiente de algo? ¿Tú te arrepientes de algo?
- Era una pregunta que implicaba reflexión, pero fue muy rauda.
-No. Volvería a hacerlo todo exactamente igual.
-¿Todo?, ¿incluso lo del imbécil ese que se largó?- Creo que la cabreé. Me
miró altiva, sus ojos miel reluciendo como los de una gata.
-Alex no es un imbécil y volvería a hacerlo todo exactamente igual.
Excepto que la última noche lo ataría a la cama para que no pudiese
largarse. Él es genial, Sam. Sé que no lo parece, pero es la mejor persona
del mundo, es el amor de mi vida. Sólo quiero saber porqué se fue.
Seguro que tenía un buen motivo.
-Por supuesto.- Vale era un poco escéptica pero no iba a decírselo a la
cara, sería como golpear a un cachorrito.
-¿Tú te arrepientes de algo? - Mi alarma interna de conversación
peligrosa se activó haciendo saltar mi ingenio.
-¿Sabes? En realidad no me gusta nada Jane Eyre.- ahora fue Natalie quien
se atragantó, pero sin escupir ni nada, con elegancia. Sin embargo la
mirada que me dirigió, de incredulidad y desconfianza, no era nada
elegante.
Creo que voy a tener que buscarme otro lugar donde vivir.

Llegué al pub con media hora de adelanto. Quería ayudar a Noah todo lo
posible para compensar lo del día anterior. Cuando crucé la puerta Noah
me miró levantando su seductora ceja.
-¿Qué tal?-
-Creo que mi nueva compañera de piso va a echar pintura roja sobre toda
mi ropa porque dije que no me gustaba Jane Eyre.
-Bueno “Cumbres borrascosas” es mil veces mejor. Jane Eyre solo es una
petulante engreída.
-Eso mismo creo yo.- dije con voz de bebé arrepentido. Aunque coincidir
con Noah no era muy alentador. Esperaba tener aún un lugar al que volver
al acabar mi turno.

Esa noche tenía varios motivos para estar nerviosa. Y ninguno de ellos
era el hombre siniestro que se dedicaba a dejarme mensajitos de
ultratumba. No, eso era algo habitual.
Mi primer motivo para estar nerviosa era una misión de rescate que
tendría que llevar a cabo. No sé cómo, a lo largo de la noche anterior
Noah se había hecho con mi libro. Sí, mi libro quemado e inservible, pero
mío. Y lo quería de vuelta, aunque aún no sabía qué iba a hacer con él.
El segundo motivo es que iba a conocer a mi escritor favorito. Es
cierto que ya lo conocía, pero no sabía que era él así que no contaba. Y si
esta noche venía, tenía que decidir cómo actuar ¿me arrojaba sobre él
como una fan adolescente o actuaba con fría profesionalidad? Supongo
que había un punto intermedio entre ambos comportamientos. Pero mi
cerebro se había tomado el día libre.
Mi primera misión se completó muy fácilmente. En realidad yo no tuve
que hacer nada, porque el libro estaba dentro de la barra. Y lo vi antes
siquiera de que abriésemos al público. No había alcanzado aún a rozarlo
con los dedos cuando la voz de Noah me sobresaltó.
-¿Qué vas a hacer con él?
-Aún no lo sé.- Suspiré sosteniéndolo entre mis manos. Contemplé su
portada. Ya había sido oscura antes de churruscarse. Todas sus portadas
eran oscuras. En realidad tenías que fijarte mucho en la imagen para ver
que había un diseño. Siempre era algo cotidiano, como una silla o un
bolígrafo, pero siempre también resultaba siniestro. En esta portada la
humedad de la tierra había terminado de emborronar lo que no había
tocado el fuego. Ese libro me asustaba de alguna manera. Porque debería
haber ardido completamente. Todo había ardido, todo había desaparecido
y ese libro, milagrosamente se había salvado. Una pared había caído sobre
él había apagando el fuego que ya comenzaba a devorarlo, dejando en sus
bordes las marcas dentadas y lo había protegido. Ninguna pared había
protegido a mis hermanos. El fuego simplemente se cebó con ellos.
No sé cuánto tiempo pasé observando la portada y acariciándola
suavemente, con miedo de estropearlo aún más. Llega un momento en que
ya no puedes soportar más golpes, y creo que al libro ese momento le
había llegado anoche. O tal vez me había llegado a mí.
Cuando levanté la mirada Noah estaba observándome fijamente.
La mirada de Noah pasó rozando mi oreja clavándose en algún punto por
encima de mi hombro. ¿era posible que volviese a estar ahí? Normalmente
después de cada visita siempre dejaba pasar unos meses. Pero espera,
Noah ni siquiera sabía cómo era, pensé dándome la vuelta. Y entonces le
ví. Mi segunda misión.
Jack Blackstone estaba tras la ventana del pub. Levantó una mano
saludándome sonriente. Era un gesto que no le pegaba nada. Era
demasiado grande, casi siniestro. Levanté una mano también, con cara de
idiota. Esa debía ser algún tipo de señal secreta porque él abrió la puerta
del pub y entró.
Avanzó hacia mí observando mi cara, deslizó la vista sólo para
registrar el libro en mis manos y volvió a subir. Con una sacudida de
cabeza saludó a Noah, sin quitar los ojos de mi.
-¿Podemos hablar un momento? - casi pude ver a Noah en mi cabeza con
una mueca despectiva y arrojando el paño sobre su hombro.
-Estaré atrás. Contando botellas. - ¿en serio? ¿me dejaba a solas con él?
No era propio de Noah.
-Si quieres puedo conseguirte un ejemplar en mejor estado. - su voz era
ronca, muy ronca, y su mandíbula estaba cubierta de un dura barba de dos
días, oscura y, pude adivinar, áspera. Pero sus ojos, umm, sus ojos no se
apartaban de mí. Haciendo que mi estómago realizara el baile típico
irlandés. Sí, mi estómago era pro Noah. Pero el resto de mi cuerpo... el
resto de mi cuerpo ya se había rendido. Él parecía expectante, estaba
esperando algo. Una respuesta. Había preguntado algo, tenía que
responderle. Pero no sabía qué había preguntado. ¿por qué antes no me
afectaba tanto? ¿era porque ahora sabía quien era? ¿me sentía más atraída
por su cerebro que por su cuerpo? Ja, creo que no.
-Perdona ¿qué? - su sonrisa se hizo más amplia. No me importaba quedar
como una idiota si eso le hacía sonreír. Pero tampoco quería parecer
estúpida así que presté atención.
-El libro. Puedo conseguirte uno nuevo. No creo que puedas volver a leer
ese.
-Oh, no importa. No quiero leerlo.- a su favor debo decir que no me
escupió en la cara. Pero me sentía tan avergonzada que iluminé el local
con mi sonrojo.
-Quiero decir... es uno de mis libros favoritos pero no puedo leerlo
porque me trae malos recuerdos. Pero tengo tus otros libros, en papel, no
en digital.- añadí como si eso fuese a compensarle de alguna manera.- él
seguía sonriendo y entonces me dí cuenta. Nunca me había sonreído. No
así. Eso era lo que había aumentado su atractivo. Pasando de irresistible a
ummmm.
-¿Te gustan mis libros?
-Oh, sí. Eres uno de mis escritores favoritos. Digo, mi escritor favorito.
Contemporáneo. - Añadí, no quería empezar nuestra relación con
mentiras. Un día le contaríamos esta historia a nuestros hijos y no quería
que pensaran mal de mí. Un estruendo proveniente del despacho-almacén
me hizo dar un respingo y recuperar la cordura. Sentí toser a Noah y casi
pude oler la capa de polvo que se había levantado.
-¿Qué otros escritores te gustan?- bien, esa te la sabes.
-Me encanta Jane Austen, Cumbres borrascosas...
-¿Jane Eyre?- me interrumpió con una sonrisa socarrona.
-Sí claro. - silencio, así que decidí continuar a media voz – Harry Potter.
-Harry Potter es genial. - yo sólo asentí. ¿debía añadir a JR Ward o a
Amanda Quick? Tal vez cuando nuestra relación fuese más estable. No
quería asustarle con los vampiros. - ¿Y qué vas a hacer con eso?- ¿con los
vampiros?. Tenía varias ideas pero...
--Supongo que me desharé de él. Porque está ilegible claro, no porque sea
basura.
Claro.- ¿por qué no dejaba de sonreír? Me estaba sintiendo realmente
ridícula. No solía embobarme por ningún hombre, y menos por uno que
apenas conocía. Sí, estaba embobada con Noah, pero era Noah. Era
imposible que te gustasen los hombres y no se te cayese la baba con él.
Pero nunca antes otro hombre me había atraído de esa manera. Y yo estaba
comportándome como una idiota. Dejé de mirarlo, porque estaba segura
de que eran sus ojos grises los que estaban dañando mi masa cerebral.
Miré mis manos. Siempre miraba mis manos cuando estaba nerviosa. Y
las ignoraba el resto del tiempo. Moví estúpidamente la portada del libro.
Era un libro de bolsillo. En aquel entonces sólo tenía dinero para libros de
oferta. Cuando tenía algo, claro. Pero este me lo había regalado Marcus,
mi hermano mayor. Él había sido mi héroe, había sido como un padre, el
único que me había consentido, el único que me había dado un poco de
seguridad. Sentí mis ojos empañarse y traté de contener las lágrimas.
Regla número uno: nunca llorar en público.
Cuando unos dedos gruesos y ásperos levantaron mi barbilla
simplemente pude morder mi labio para intentar no dejar escapar los
gemidos. Sacudí la cabeza separándome de su contacto y fijé de nuevo la
mirada en mis manos. Seguían jugando con la portada como si eso les
diera consuelo. Las primeras páginas estaban completamente pegadas.
Eran como una página muy gruesa y arrugada pero la contraportada tenía
un pequeño hueco, como una bolsa de aire tras el derrumbe de una
catacumba, que fui agrandando hasta separarlo por completo. Entonces
mis manos se detuvieron congeladas. Alguien había escrito algo en el
libro. Había una frase, borrosa, que no había estado allí cuando lo había
tenido por última vez. Justo antes de enterrarlo había ojeado cada página,
acompañándola de un recuerdo desgarrador. Pero no había nada escrito.
Eso lo había escrito el que había traído el libro. Sentí un escalofrío. Era el
miedo, huyendo por mi espalda para refugiarse en mis pantalones.
Cobarde.
Levanté la mirada y había un hombre, inmenso. Justo delante de mí. Era
el escritor, decía mi cerebro intentando razonar con mis vísceras. Pero era
grande, nunca había sido tan grande, y era fuerte. ¿por qué estaba allí?
Nunca había estado. Siempre había sido un cliente más. ¿Por qué ahora se
me acercaba, con la mano extendida como si quisiera sujetarme y
tranquilizarme al mismo tiempo? Di un paso atrás. ÉL había acabado con
todo lo bueno que había en mi vida. Lo había eliminado todo, dejando
apenas cenizas, a veces sólo recuerdos. ¿y si también quería eliminar lo
bueno que había en sus libros? El consuelo que encontraba en ellos. ¿por
qué este desconocido ahora se me acercaba? Di otro paso atrás.
Inconscientemente ya me había alejado bastante, él sólo me miraba con
cautela. Como si no quisiera asustarme. Demasiado tarde. Sabía que no
podía ser tan fácil. ÉL lo había enviado, para que me hiciera daño.
-Noah. - mi voz sonó estridente. En mis propios oídos pareció el chillido
asustado de algún animal insignificante. De esos que sólo existen para ser
la comida de alguien más. Pero yo tenía a Noah. Y no iba a dejarme
devorar.
-¿Qué ocurre? - aunque yo ya no lloraba aún tenía los restos salados sobre
mi piel. Y probablemente estaba pálida. Imagino que eso fue lo que vio
Noah. Mi jefe podía ser un irlandés perezoso, pero también era leal hasta
la muerte. Se interpuso entre ese hombre desconocido y yo.
-¿Qué ocurre? - el tipo de ojos grises apartó su mirada de mi. Por el tono
de Noah debió deducir que tendría que defenderse. Pero una campanita y
un saludo agotado le salvaron. Clientes. Un grupo de hombres, que
jugaban a ser obreros por el día, y soñadores por la noche se introdujo en
el local. Trayendo con ellos frío y seguridad. Cuando tenía miedo, los
desconocidos en grupo tenían la habilidad de calmarme. Sé que Noah me
empujó hacia la barra. Cogió el libro de entre mis manos. Y con un
susurro que en realidad no entendí me comunicó que se ocuparía de todo.
Supongo que simplemente tenía fe ciega en él porque le creí.
Serví las cervezas que me pidieron aunque no sé muy como. No
recuerdo que me las pidieran, ni haber apuntado nada. Pero de algún modo
conseguí que los hombres que ocupaban la mesa quedaran satisfechos.
Mientras tanto Noah y el escritor hablaban. No oí nada, no sólo porque
el mar había decidido mudarse a mis oídos si no porque parecía que
murmuraban. Noah estaba primero rabioso. Luego miró el libro cuando el
escritor lo señaló. Y entonces pareció desinflarse. Un ceño de
preocupación le deformaba el rostro. Noah nunca estaba preocupado, o al
menos nunca lo demostraba. La conversación se volvió más civilizada
aunque me pareció que el escritor protestaba, ahora era Noah el que
intentaba razonar. Y consiguió que el escritor se marchara, no sin antes
dirigirme una mirada intensa y enigmática. Yo estaba detrás de la barra
pero aún así sentí sus ojos como si fuera un contacto directo con mi piel.
Ligeramente cálido, haciendo revivir mis mejillas. Se dio la vuelta y se
fue. Noah le dejó irse.
¿Por qué le dejaba irse? Él había... bien, tal vez no había hecho nada
pero... no, él no había hecho nada. Era el libro. El libro que estaba en
manos de Noah. Que ahora se acercaba.
-Sam ¿estás bien?- de repente lo entendí. No era la primera vez que me
pasaba. Traslaba mi miedo o mi furia a otra cosa. Era algo un poco
extraño. Pero era como una especie de amnesia. En la que lo recordaba
todo pero todo se confundía, y lo que me daba miedo era algo que
simplemente estaba allí. Por eso ahora no podía ver a Johnny Depp.
Porque él me estaba mirando desde un póster en mi dormitorio cuando
sucedió todo. Me había encantado Johnny Depp. Y me había encantado
Jack Balckstone. Y ahora le temía.
-¿Sam?
-Estoy bien.
-¿Qué es esto? ¿estaba anoche?
-Supongo. No lo abrí hasta ahora. La portada estaba medio pegada a las
hojas. Pero supongo que alguien pudo doblarla lo suficiente como para
escribir dentro.
-Esto parece sangre.- di un respingo, pálida.
-¿Qué?- Se acercó a mi, su atención clavada en el libro mientras yo le
miraba a él.
-Esto. Mira, todo lo demás es barro, más oscuro y todo concentrado en la
parte exterior, pero esta página está casi limpia, seguro que la separaron
para escribir y dejaron un rastro de sangre. - sentí que me mareaba, dios,
recordaba la sangre. Un pequeño hilo, apenas insignificante pero, lo había
significado todo.
Como la pequeña huella que observaba Noah. Era apenas el roce de un
dedo manchado sobre la página, casi podía ver la mano haciendo el
movimiento que dejaría la marca. Alguien había escrito esa nota. Con las
manos manchadas de sangre.

No era la primera vez que enterraba la realidad tan profundamente que


llegaba a parecerme irreal. Noah sugirió que subiera a descansar, intentó
que fuese a la policía y suplicó para que le dejase llevarme a urgencias.
Hasta que finalmente conseguí que dejara de hablar. Y me dejara limpiar
los vasos. Que ya estaban limpios porque la noche acababa de empezar.
Pero esa era una realidad que me gustaba. Una realidad en la que sólo
tenía que limpiar vasos. Porque la gente bebía. Y bebía en vasos. Todo
simple y ordenado. Todo agradable.
Y habría conseguido mantener la realidad alejada si no fuera por unos
impertinentes ojos grises que insistían en introducirse en mi mundo
perfectamente ordenado. Por un momento, un largo momento, le había
temido. Miedo real, de ese que te acelera la respiración y organiza una
fiesta con la adrenalina. Le había mirado y vi todas las maneras en que
podía hacerme daño. Vi una cara familiar, que de repente se convertía en
una mueca demoníaca, y no entendía por qué. ¿Cómo podía hacerme eso?
Alguien en quien confiaba. Y entonces sólo veía los ojos maquillas de
Johnny Depp, su mueca demente. Mientras sobre mí, alguien en quien
había confiado, se transformaba en un monstruo.
Y sólo quedaba la sangre.
Esa noche estaba furiosa. Vale, yo era una adolescente así que casi
siempre estaba furiosa. Pero esa noche además tenía un motivo. Había un
montón de latas en mi habitación. Eran latas de comida para gatos. Casi
todas de la misma marca. Abiertas y vacías, o casi, en algunas se
conservaba un rastro de lo que había sido comida y ahora era una mezcla
de verdes y marrones. Estaban cuidadosamente apiladas sobre mi cama. Mi
pequeña cama en la que no cabíamos Marcus y yo desde que él había
pegado el estirón. Y ahora estaba cubierta de latas. Tendría que haber
como un millón. Tal vez exageraba, pero parecían un millón. Y olía como...
como comida para gatos.
Esas latas no podían llevar ahí más de doce horas, pero toda la
habitación se habría impregnado ya de ese olor. Lágrimas de rabia y
frustración caían por mis mejillas, estaba tan furiosa que me ahogaba con
mis propias palabras. Pero no había nadie para oír mis insultos, así que di
la vuelta sobre mis pasos y me dirigí a la habitación de mis padres. Vacía.
Lo que significaba que los niños estaban solos. Afortunadamente estaban
dormidos. Los dos en la jaula. Nikky tenía un resto de babas verdes que iba
desde su barbilla hasta su pechito desnudo. Esperaba que fuese el puré de
guisantes de la cena. Y Teddy aferraba un mechón del pelo de su hermana
con su mano regordeta. Él sí estaba vestido, aunque no reconocí la ropa
que llevaba y sentí el asco ascender por mi garganta en forma de bilis.
Tapé a Nikky son una manta y los dejé dormir. Los limpiaría bien por la
mañana. Era ridículo que yo trabajase cuidando niños y que los nuestros
estuviesen tan desatendidos.
Di un vistazo al salón. Alguien había estado redecorando. Excepto la
jaula, que era demasiado pesada para que una sola persona pudiese
moverla todo lo demás parecía cambiado. Los caminos que habíamos
tardado semanas en crear y memorizar ya no existían. Había una montaña
de prendas de lana cerca del sofá. Supongo que de ahí había salido la
nueva ropa de Teddy. Los periódicos ahora tapaban la puerta de la
habitación de Marcus. Casi por completo. El montón había crecido y
algunos parecían húmedos y olían a pipí de gato. Pero estaban muy bien
doblados y colocados uno sobre el otro. Como si fuesen documentos
importantes u objetos de valor. Tardé casi diez minutos en moverlos y
amontonarlos cuidadosamente en otro rincón para así dejar despejada la
puerta. El olor casi me hizo vomitar pero Marcus no volvería hasta la
madrugada y sólo a mí me importaba que los niños tuviesen un lugar
agradable en el que dormir. O al menos limpio.
Ya no se veía el suelo así que tenía que caminar esquivando montones
de... cosas. Había ropa, cartones, envases cuidadosamente separados.
Entonces vi una columna ligeramente atractiva: libros. Casi me acerco
pero antes de llegar recordé la bronca que Marcus me había echado
cuando tenía nueve años. Me había sentido fascinada por los libros que
mamá había traído de una de sus excursiones. Pero uno tenía fotos, ahora
sabía que eran fotos pornográficas, de muy mal gusto, pero entonces el
asombro y la curiosidad me habían tenido con los ojos pegados a las
ilustraciones a todo color.
No creí estar haciendo nada malo porque papá había pasado detrás de
mi y se había reído. Con esa risa que te da ganas de darte una ducha. Pero
risa al fin y al cabo, y cuando papá reía no daba miedo. No mucho al
menos.
Pero entonces apareció Marcus y se puso furioso. Nunca me había
gritado. No como ese día. Alguna vez me había regañado. Pero cuando me
encontró ojeando ese libro me gritó como nunca le había oído gritar. Y tiró
el libro a la basura.
Lloré, no por el libro por supuesto, que en realidad no me gustaba mucho y
me daba un poco de asco. Lloré porque Marcus iba a odiarme para el resto
de mi vida.
Ya casi era de noche cuando Marcus volvió. Me llevó a su habitación.
En la que casi nunca había pilas de cosas y podías caminar sobre el suelo
y me pidió perdón. Él a mí. Ese día no dejaba de depararme sorpresas.
-Siento haberte gritado antes. Pero no deberías estar mirando eso. Eres
demasiado pequeña para ver esas cosas- sonrió, la suya era la sonrisa más
dulce del mundo.- Creo que nunca serás lo suficientemente mayor para ver
esas cosas. Me besó la cabeza y yo aproveché para apretar más el abrazo.
Entonces sentí un bulto duro y Marcus gimió.
-Te he traído algo.- Sacó de debajo de su chaqueta un libro grueso. Era el
libro más bonito que había visto nunca. De tapa gruesa y con un dibujo en
la portada, un niño sobre una escoba mágica. Y parecía... nuevo.
-Es Harry Potter. Dicen que les gusta mucho a los niños- suspiró y me
obligó a mirarle.- Si alguna vez quieres un libro o cualquier otra cosa
pídemelo. Pero nunca cojas nada de los montones. Es peligroso y no debes
hacerlo. Nunca. O me enfadaré mucho contigo.
-¿Por qué?
-Porque no sé lo que puede haber ahí. Eres muy pequeña y puedes
encontrarte con algo asqueroso como lo de hoy. O quizá con algo que te
haga daño. Y yo no puedo estar siempre para protegerte.
-¿Y cómo sabes tú lo que es peligroso?
-Porque soy mayor que tú.
-Solo tienes doce años. Yo casi tengo nueve
-Sí, pero yo soy el listo de la familia.- Le abracé contenta. Sus bromas
siempre me hacían sonreír aunque no tuviesen gracia. Entonces me puse
seria, no quería volver a enfadarle pero necesitaba saber.
-Si lo que hay en los montones es peligros ¿Por qué mamá lo trae a casa?
-Mamá está enferma peque. Trae cosas que no necesitamos y que no
debería traer porque está enferma y su cerebro le dice que lo haga.
-Y si está enferma ¿Por qué no va al hospital a curarse?- él suspiró.
Parecía muy cansado esa noche.
-Te lo explicaré cuando seas mayor. - y supe que no debía seguir
preguntando.
Esa noche obligué a Marcus a leerme los primeros capítulos y mientras
leía me fijé en su flequillo negro, que caía sobre sus ojos. Parecía mayor,
parecía un héroe y esa noche tuve pesadillas en las que una lechuza
enorme se lo llevaba lejos de mí para siempre.

Saqué a Nikky y Teddy de la jaula. En realidad no era una jaula. Eran


dos cunas unidas. Haciendo una cuna enorme y que a veces cubríamos con
un tablón para que ninguno pudiera escaparse. Marcus decía que era para
protegerles y yo le creía, no sólo porque era Marcus si no porque, de
alguna manera, hasta mamá entendía que no podía llenar la jaula de
"montones". Así que entre esos barrotes estaba la zona más limpia de la
casa.
Llevé a Nikky a la habitación de Marcus. La acosté sobre la cama, que
era más grande que la mía. Luego fui a por Teddy y aunque su nueva ropa
me producía inquietud lo abracé contra mi pecho y lo acuné mientras lo
dejaba al lado de Nikky. Fui a mi dormitorio y aguantando la respiración
conseguí coger un pijama y el cepillo de dientes, que tenía a buen recaudo
para que mamá no los mezclase con los que rescataba de la basura.
Cuando volví a la habitación de Marcus sentí que el olor a comida de
gato había impregnado en el pijama. Me lo había regalado Marcus. Era un
pijama de adulto. Con los bóxers de cuadros rojos y negros y una camiseta
gris. Y ahora olía a vómito de gato. Frustrada y con ganas de volver a
llorar abrí el armario de Marcus, intentando que la puerta estropeada no
se cayese sobre mi cabeza y cogí una de sus camisetas.
No sé cuanto tiempo llevaba dormida cuando sentí la cama moverse.
Estiré el brazo sin abrir los ojos para asegurarme de que los niños estaban
bien. Dormían tranquilamente. Entonces oí una voz grave detrás de mi. Un
susurro en mi oreja.
- ¿Qué ha pasado?
- Mi cama estaba llena de latas de comida para gatos.
- Joder. Mañana te compraré un colchón nuevo.
- Da igual. Tal vez pueda quitar el olor
- Si, Seguro- sentí a Marcus hacerse un hueco contra mi espalda. La cama
no era bastante amplia para los cuatro.
-Creo que dormiré en el suelo.
-No- susurré estirando un brazo hacia atrás para acercarlo mientras me
apretaba más contra los cuerpecitos tibios de mis hermanos.- Cabemos los
cuatro.
-Grrr.- traduje eso como “gracias, estoy muy cansado. Te quiero” o algo
parecido. Cuando Marcus llegaba de trabajar de portero en la discoteca no
era muy locuaz.
En realidad, no tenía edad suficiente para trabajar de gorila. Cumplía
los dieciocho en tres semanas. Yo había escondido su regalo hacía dos días
en el mismo escondite donde guardaba cada noche el dinero que ganaba
haciendo de niñera o dando clases particulares.
Marcus había dejado el instituto en cuanto pudo y trabajaba en
cualquier cosa. Turnos de doce horas. Ahora era aprendiz en un taller
mecánico y cuatro noches a la semana vigilaba la puerta de un antro al
que, estaba segura, nunca me permitiría entrar. Sabía que mentía para
conseguir los trabajo, le ayudaba aparentar mucho más de veinte años.
- ¿Marcus?
- Umm?
-El libro que me regalaste cuando tenía nueve años...
- ¿Qué?
- ¿Cómo lo conseguiste? ¿Lo robaste??
- ¿Me estás acusando de robar?- me reí, podía acusarlo de cosas mucho
peores pero prefería seguir con el tacto, porque si no nunca conseguiría las
respuestas.
-Tú no podías tener dinero ¿Cómo lo conseguiste? Prometo no chivarme –
dije melosa.
-Un hombre nunca confiesa sus crímenes peque. Duérmete- lo que
traducido significaba “Sí, lo robé. Ahora cállate y duérmete”
- Yo podría ayudar con los gastos de la casa. Tengo dinero ahorrado de
hacer de canguro- su cuerpo se puso tenso contra el mío.
- Ese dinero es para ti. Para que te compres ropa y vayas al cine con tus
amigas- ya como si yo tuviese amigas.
- Pero yo quiero colaborar. No es justo que tú lo pagues todo.
- Peque, eres una niña, ocúpate de divertirte y estudiar. Deja de pensar en
cosas de mayores. Si tienes dinero puedes guardarlo para la universidad.-
odiaba cuando me hablaba tan condescendiente, como si fuese idiota y no
me diese cuenta de que él trabajaba como un esclavo para mantenernos, y
que yo jamás podría ir a la universidad. Jamás podría dejar a los peques
solos con papa y mamá. No estaba segura de que fuesen a sobrevivir. Y no
sabía si Marcus aún estaría aquí.
-Vas a cumplir dieciocho.
-Eso es lo que más me gusta de ti, mocosa. Que sabes contar.
-¿Vas a irte?
-¿Irme?
-Ya serás mayor de edad. Podrás hacer lo que quieras. No tienes ningún
deber de ocuparte de nosotros.- No se oyó nada. Silencio por un largo rato.
Iba a decir algo cuando se oyó un estruendo en el salón, traté de adivinar
si era un estruendo borracho o uno demente. Fuera quien fuese se metió en
el dormitorio y cerró de un portazo. Los niños no se inmutaron. Supongo
que estaban inmunizados. Me pregunté si el que había llegado se había
preocupado en mirar si sus hijos estaban bien. Y luego me pregunté porqué
me hacía preguntas estúpidas.
-Sam.
-¿Qué?
-Nunca voy a irme. No hay nada que puede hacer que me aleje de vosotros.
O que no me preocupe. Sois mis niños.- así que eso era el alivio. Como si
levantaron un techo que había caído sobre tu espalda.
-Ahora que vas a cumplir los dieciocho podrías hacerte cargo de nosotros.
Podrías adoptarnos o algo.
-Es complicado.- su voz sonó cansada y me remordió la conciencia
hablarle de esto cuando probablemente llevaba veinte horas sin dormir.- si
denuncio nuestra situación, podrían separarnos. El estado se hará cargo y
no sé qué podrían decidir. Yo soy mayor así que tendría que buscarme la
vida y a vosotros os llevarían. Es fácil que adopten niños pequeños. Pero
no hay mucha gente que quiera a una niña de quince años.- me puse tensa.
Yo no sabía mucho sobre el sistema de adopción. Sí sabía que le quitarían
la custodia a nuestros padres porque estaba claro que estábamos viviendo
en condiciones infrahumanas y que ninguno era apto para tener un niño.
Pero parecía que Marcus lo había considerado todo. Y que yo era la pieza
clave. No me gustaba la idea de un orfanato. Había leído lo suficiente
como para saber que solo sobrevivías en uno si te adoptaba un solitario y
excéntrico millonario.
Y yo no quería separarme de Marcus,ni de Nikky y Teddy. Aunque me
hubiese gustado que les adoptase una familia cariñosa. Con un padre y una
madre de verdad. Con mascotas y que la basura estuviera relegada al cubo
de la basura. La voz de mi hermano mayor me sacó de mi ensoñación.
-Este es el plan.-se giró y clavó su mirada oscura en mí, aunque yo apenas
podía verle.- Yo sigo trabajando y tú estudias mucho. Cuando termines la
universidad conseguirás un trabajo con el que ganes mucho dinero y te
ocuparás de Nikky, Teddy y, por supuesto, de mí. Me comprarás una casa
en el Caribe o algo parecido.
-¿Y mamá y papá?- su tono se endureció enfriando el ambiente.
-Ellos probablemente ya habrán muerto por alguna infección. O por el
derrumbamiento de una montaña de basura.-
Aunque yo a veces también deseaba que desaparecieran no me gustó el
tono frío con el que habló de sus muertes. No por ellos. Pero no quería que
Marcus se pusiera tan serio. Entonces parecía casi... triste.
-Vale. Es un trato. Pero no puedes irte. - dije abrazándolo muy fuerte. Me
devolvió el apretón.
-Nunca. Es un promesa de Griffindors.

Y como una idiota le creí. Aún no había cumplido los dieciocho y se


esfumó. Jamás volví a verle. A veces dudaba de que estuviese vivo. Lo
peor es que a veces no le odiaba, en ocasiones simplemente dolía.
Hacía un par de años, por la época en que había enterrado el libro, le
busqué. No es que fuese muy hábil en ello porque no encontré ni una pista.
Ni en sus antiguos trabajos, ni en internet. Incluso contraté a un
investigador privado, que sólo consiguió encontrar la mitad de mis
ahorros. No sé si me estafó o si simplemente Marcus había desaparecido.
Esa noche volví a dormir en casa de Noah. No recuerdo cómo fue que
cerramos el pub. Recuerdo haber visto al grupo con el que el escritor
solía reunirse y una mirada confusa de la chica gótica. Que seguramente
se preguntaba porqué no apareció esa noche. Todo lo demás simplemente
no se registró en mi cerebro.
Abrí los ojos cuando el sol aún no se atrevía a salir del todo. Creo que
a él también le da miedo la oscuridad. Me quedé mirando el libro que
estaba sobre la mesa de centro, justo en frente del incómodo sofá cama.
Había dejado de ser un libro para convertirse en un símbolo. Un símbolo
de que nada iba a terminar hasta que yo le pusiese fin.
Las palabras borrosas en la primera página. No significaban nada y lo
significaban todo. ¿Qué eran? ¿Una ofrenda de paz o una amenaza?
Estaba vestida y bajando las escaleras que llevaban al pub antes de que
Noah se hubiese despertado. Era la última noche que iba a dormir allí me
prometí. Daba igual lo que hubiese escrito en el libro, iba a dejar de tener
miedo. Iba a olvidar.
Me metí tras la barra y cogí todo lo que me pareció útil. Lo metí en mi
enorme bolso de cuero. El libro, una botella de whisky, rebusqué en la
caja de objetos perdidos y suspiré aliviada, un mechero, una corbata, una
alianza y una biblia. Cogí lo que necesitaba y salí corriendo porque me
pareció sentir a Noah revisando el apartamento en mi busca.

Cuando salí del pub no sentí miedo. No inmediatamente. El hombre


apoyado en una farola era demasiado visible. La luz artificial aún caía
sobre él. Y si el sol se decidiera a salir sería una figura completamente
nítida. No me daba miedo lo que podía ver. Pero cuando avancé por la
calle se incorporó y eso fue lo que me hizo dudar.
Conocía esa figura, conocía esa forma de moverse. No era racional.
Pero le temí.
Jack Blackstone se acercó a mi lentamente. Como si yo fuese un cervatillo
asustado. Tal vez lo era. Me paré y le esperé. Como si mi mayor temor
fuesen las naves alienígenas. Como si un cuerpo masculino enorme y
agresivo no me pareciese algo digno de temer. Como si mi mundo
estuviese bien.
- Hola.
- Hola.
-¿Eres madrugadora. ¿O no te has acostado?
-¿Eres un acosador?- se rió aunque no parecía encontrarlo gracioso.
-Quería disculparme. Vine a la hora del cierre pero no te vi salir. Así que
decidí esperar.- no era muy lógico y lo sabía. Comencé a preguntarme si
el miedo no sería tan irracional como yo quería pensar.
- Mira te asusté. No sé cómo o porqué pero no pretendía hacerlo. Y si te
esperé en la calle como un puñetero acosador es porque esperaba que... no
pasaras la noche con él. Sé que no tengo ningún derecho pero dijiste que
no salías con él y pensé que quizá...
No estoy muy segura de cómo lo supe pero me dí cuenta de que estaba
mintiendo. No había hablado lo suficiente con él jamás como para saber
cuando mentía y cuando decía la verdad. Normalmente podía descubrirlo
fácilmente, Marcus se mordisqueaba el labio. Noah era como un libro
abierto, siempre tan sincero, el problema con eso es que cuando mentía,
nunca te lo esperabas y no podías pillar las señales a tiempo. Y sus
mentiras solían ser grandes. Pero con Jack, simplemente lo supe. Como si
lo conociese desde hace mucho y sus rasgos y gestos no guardaran ningún
secreto.
Él no se sentía atraído por mí. Al menos no lo suficiente como para
confesarse de ese modo. Y dudaba muchísimo de que jamás hubiese
pasado toda la noche esperando a una mujer, o pensando en ella. Me daba
que Blackstone era de los que sólo creía en el amor cuando se trataba de
incluirlo en una buena historia. Entonces ¿por qué estaba ahí? ¿por qué
había aparecido ayer?, ¿qué quería? -
Si fuese fan de las teorías conspiratorias pensaría que ÉL lo había
enviado. Pero aunque no me fiaba y ni siquiera creía que fuese una buena
persona tampoco creía que fuese a asociarse con semejante bolsa de
basura.
Moví mi cuerpo de un pie al otro, porque me estaba sintiendo
incómoda con mis ridículas bailarinas sobre el suelo de piedra. Mi bolso
bandolera se movió sacudiéndose y chocando contra mi cuerpo con un
golpe seco. Sus ojos se lanzaron sobre mi bolso, hambrientos. Así que era
eso. Curiosidad. Sí, parecía el tipo de hombre que pasa la noche despierto
por un enigma. Sobre todo si estaba relacionado con uno de sus libros.
Tenía que ser eso. Quería saber qué pasaba con su novela y se valía de
métodos tortuosos para conseguir la información. Me dio un poco de
lástima que sólo se le ocurriese fingirse enamorado. Pero la curiosidad
podía entenderla, podía compartirla y en cierta manera, era un alivio.
- Voy a deshacerme del libro. Puedes acompañarme si quieres.

Hacía tiempo que no iba al cementerio. La última vez llevaba el mismo


libro en el bolso. Y una pequeña pala de jardinería.
No había olvidado el camino porque lo había recorrido cientos de
veces. Pero parecía haber algo diferente en él. Algunas tiendas habían
cerrado. Probablemente habían cambiado muchas más cosas de las que
podía percibir. Pero yo sentía como si no hubiera avanzado. Mientras el
mundo avanzaba a mi alrededor yo me había atascado.
Excepto por el hecho de que ahora era capaz de caminar con lo que
parecía un desconocido sospechoso justo a mi lado. Hacia un lugar donde
tampoco había demasiada gente y donde, supongo, es fácil deshacerse de
un cadáver. ¿Quién va a extrañarse de que haya un cuerpo enterrado en el
cementerio? Aunque tal vez que la ausencia de lápida y ataúd podía
resultar sospechoso.
Supongo que desvariaba porque era más fácil que hacer caso de la
presencia del hombre que me acompañaba. Él me seguía, silencioso, un
poco por detrás de mi. Me gustaría pensar que le gustaba observarme
caminar pero creo que más que nada le intrigaba el meneo de mi bolso. E
ir un paso por detrás también le daba una mejor vista de hacia donde
íbamos. Y limitaba la conversación.
Había decidido arriesgarme. Correr riesgos absurdos como hablar con un
hombre. O caminar con él. Y si era del equipo de los malos. Bueno.
Tendría que defenderme.
Había leído la biografía de Blackstone en la contraportada de sus
libros. Sabía que tenía unos treinta y seis años y que era de Connecticut.
Me pregunté qué hacía en Edimburgo. No decía nada en las cinco líneas
que resumían su vida de que se hubiese venido a vivir aquí. Quizá sólo
estaba de paso. Aunque no parecía curioso por la ciudad, o perdido. Y en
su acento norteamericano había un deje, apenas una pequeña inflexión, que
señala a las personas que han vivido unos años rodeado de escoceses.
-¿Conoces a Mackenzie? - me miró sorprendido
-¿El poltergeist del cementerio de Greyfriars? En persona no.- no pude
evitarlo. Me pareció gracioso.
-¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
-Casi nueve años
-¿Por qué?
-Me gusta edimburgo.
-Te gusta edimburgo porque...
-Porque a veces conoces a escocesas impertinentes que no dejan de hacerte
preguntas personales.
-Y porque...
-¿Qué quieres saber en realidad?
-Eres un escritor famoso y que me gusta mucho. Quiero saberlo todo.-
creo que adivinó que no iba a darme por vencida. Normalmente cuando
me mentían exigía algo a cambio.
-Crecí en Connecticut. En una familia acomodada. Mi madre era abogado
y mi padre profesor de matemáticas en la universidad. Los dos eran
inmigrantes. Mi madre venezolana y mi padre suizo. Soy hijo único y
aunque sé que tengo algún abuelo y tíos por el mundo en realidad no los
conozco. Mis padres se acomodaron en Connecticud y apenas salen de allí.
Así que formamos una familia pequeña pero unida. Fui a la universidad.
Estudié letras y después de graduarme publiqué mi primera novela.
Cuando vi que la escritura iba a concederme estabilidad económica decidí
viajar. Pero terminé aquí. Aún me quedan muchos lugares por visitar pero
de alguna manera nunca me puedo alejar lo suficiente de Edimburgo.
Su historia me llamó la atención. En primer lugar porque era
demasiado simple y parecía decir mucho cuando en realidad apenas decía
nada. Sólo contó lo que seguramente podría averiguar viendo su libro de
familia o buscando en internet. Yo quería saber porqué se hizo escritor.
Porqué amaba Edimburgo. Porqué le fascinaba tanto el libro de mi bolso.
Pensé en contarle que sólo era casualidad. Sólo porque había decidido
releer ese libro dos días antes estaba en mi mesita de noche. Sólo porque
Marcus se había largado hacía unas semanas yo dormía en mi cama, que
aún olía a comida de gato. Sólo porque un monstruo se coló en nuestra
casa una noche... sólo por eso, ahora llevaba su libro destrozado en mi
bolso. No había ningún misterio que desentrañar. Seguramente cualquier
idea que a él se le hubiese ocurrido acerca del porqué de encontrar su
libro en esas condiciones era mejor que la realidad. Después de todo él
tenía una imaginación prodigiosa. Y seguramente desaparecería si se daba
cuenta de que no había ninguna historia ahí.
Sólo había un detalle que me producía curiosidad. Que el libro
apareciese justo cuando él estaba delante. Me había seguido al despacho.
Había estado muchas veces en el pub pero jamás se me había acercado.
¿Por qué justo el día que el libro aparecía allí él me seguía sin ningún
motivo? ¿Hacía frío o era mi instinto de supervivencia mandándome una
alerta helada?

Caminábamos en silencio. Él me seguía y no parecía tener mucha


curiosidad acerca de adonde íbamos. Habíamos pasado la taberna Deacon
Brodie y seguimos por George IV Bridge. Ninguno de los dos le prestó
demasiada atención a la Biblioteca Nacional aunque hasta hacía unos
meses había sido casi como un segundo hogar para mí, después de “El
irlandés errante”. Avanzamos hasta darnos casi de bruces con Bobby. La
estatua del perrito, símbolo del cementerio Greyfriars, estaba siendo
admirada por turistas madrugadores.
Sentí el cambio que iba produciéndose en Jack Blackstone mientras se
daba cuenta de a donde nos dirigíamos.
-¿Vamos al cementerio?
-Ajá. A visitar a mis hermanos.
Se detuvo en seco. Parecía debatirse entre la curiosidad y el
escepticismo. O tal vez estaba más cerca del cabreo. Me gustaban las
pequeñas venganzas que no daban pie a una revancha.
-Eso no es posible. No se entierra a nadie aquí desde el siglo XIX.
-A mis hermanos sí- sonreí como si fuese obvio. Mis hermanos no eran
tan importantes como para haber sido enterrados aquí. En realidad no eran
tan importantes como para haber sido enterrados y punto. No había
quedado lo suficiente de sus diminutos cuerpos. Pero días después de
haberlo perdido todo me habían entregado unas urnas. Pequeñas, feas y
baratas. Las había metido en mi mochila. Sin saber qué hacer con ellas. Y
cada noche, cuando los demás chicos de la casa de acogida se dormían a
mi me parecía oírlos. Al principio creía que jugaban pero luego me di
cuenta de que protestaban. No les gustaba estar allí. Lloraban.
En esa casa de acogida había cuatro niños, tres de nosotros íbamos al
instituto, salíamos los tres juntos de casa pero yo era la única que llegaba
a las aulas. Un día yo también me desvié. No vivíamos cerca del
cementerio, en realidad tardé casi dos horas en llegar caminando, pero
tampoco tenía nada mejor en qué perder el tiempo.
Había oído hablar muchas veces del cementerio de Greyfriars, pero
sobretodo de sus leyendas tenebrosas y fantasmas. No se me ocurrió
pensar que sería un lugar hermoso. Me enamoré de él en cuanto lo vi y me
pareció el sitio perfecto para mis hermanos. Al principio caminaba
cuidadosamente por los caminitos trazados pero pronto cogí ejemplo de
otras personas y simplemente me tumbé sobre la hierba húmeda. El sol
estaba muy alegre ese día, y el cielo era azul, no gris, como suele ser
habitual en Edimburgo. Hacía frio pero yo iba bien abrigada y apenas lo
sentía. Estaba demasiado concentrada en los sonidos. Chillidos de los
niños del colegio cercano, las conversaciones de la gente, la brisa, apenas
imperceptible, entre las hojas de los árboles. Pero sobre todo oía los
latidos de mi corazón. Eran fuertes, rápidos y firmes. Hacía días que no
notaba mi corazón latir. Había muerto junto con mis hermanos. Puede que
incluso antes. Pero había renacido, más decidido y valiente que nunca. Esa
seguridad en mí misma no duraría mucho pero cada vez que volvía al
cementerio volvía a sentir los que había sentido en ese momento.
Durante días me separé de los otros chicos de la casa de acogido con
los que aún no había cruzado un par de palabras. Quería escoger
cuidadosamente el lugar donde descansarían mis hermanos. Fue al tercer
día que descubrí la primera tumba que realmente llamó mi atención. La
tumba de Thomas Riddle. Leí la lápida varias veces dudando de la
sinceridad de mis ojos. Pero sí, Lord Voldemort estaba enterrado en el
mismo lugar en el que yo pretendía dar descanso a mis hermanos.
Entonces vinieron a mi mente varias escenas que hasta entonces no habían
mostrado todo su significado. Los niños del colegio cercano con sus
uniformes de colores, separados en cuatro casas. El parecido del edificio
con el Hogwarts de mi imaginación. El propio cementerio podría haber
salido de una escena de los libros de J. K. Rowling.
Por supuesto no iba a arrojar las cenizas cerca de Riddle. Encontré la
tumba de William McGonagall y supe que a los pies de ese poeta
trágicamente conocido como el peor de Gran Bretaña mis hermanos
estarían en paz. Algo de Minerva debía descansar allí.
Cada día de las siguientes semanas cogía un puñado de cenizas y lo
arrojaba en algún punto interesante, alguno que me hubiese llamado la
atención el día anterior. Frente a la tumba de Bobby, ante al colegio
George Heriot. Una vez que mis hermanos descansaron en paz y sólo me
quedaron dos urnas vacías desaparecí de la casa de acogida.

Blackstone caminaba airado detrás de mí. Sin mirarlo podía sentir su


furia y desconfianza clavándose en mi espalda. Un pequeña venganza por
hacerme creer que sentía interés por mí.
Caminamos hombro con hombro mientras yo frente a mí sólo veía el
último recuerdo de mi vida anterior. Me había colado en el cementerio y
buscando un rincón, que realmente no significaba nada, había enterrado el
libro. Porqué el libro había sido lo último en desaparecer no lo sabía.
Pero me había costado más que desprenderme de cualquier otra cosa.
Quizá porque me lo había regalado Marcus. Era el último libro que me
había comprado antes de desaparecer. Tal vez porque ya era lo único que
me quedaba por perder o porque, en cierta manera, siempre había
esperado un día abrir las páginas y leerlo de nuevo. Como si nada hubiese
pasada. Como si el hollín no hubiese emborronado las letras, como si el
fuego no hubiese devorado los bordes. Un día simplemente lo cogería y
todo estaría ahí. Cada palabra, cada recuerdo agradable. Algún día sería
capaz de volver a leerlo y todo habría terminado.
Recordaba aquella noche muy bien. Me sentí demasiado mayor para
estar colándome en cementerios. No llevaba guantes, y la tierra húmeda y
helada me destrozó las manos. El libro crujía cuando lo saqué del bolso.
El tacto del papel churruscado era seco y firme. Una vez que lo hundí en
su tumba casi pude ver, a pesar de lo oscura que era esa noche, como sus
bordes quemados eran aliviados por la humedad de la tierra. Lo cubrí
tiernamente y golpeé el montículo con la palita de jardinero que había
demostrado ser prácticamente inútil para cualquier otra función. Me
sacudí las manos en los vaqueros y llamé a Mckenzie. Tres veces. No
apareció.
Ahora era de día pero yo jamás había tenido miedo en el cementerio.
Las rejas ya estaban abiertas. Me abrí paso ignorando los suspiros
insolentes a mi espalda. Había echado de menos la estúpida sensación de
libertad que te da tener dieciséis años e incumplir las normas. Supongo
que me estaba haciendo mayor. Pero la desaprobación que sentía desde
detrás de mi aún me hacía sonreír.
Cuando llegamos a un lugar lo suficientemente escondido como para
que ni Bobby nos encontrase me acomodé sobre el suelo y saqué todo del
bolso. El escritor me observaba sin decir nada ni ayudar. Creo que es de
los que les gusta mirar. O tal vez simplemente sentía demasiada
curiosidad. Me imaginé mis movimientos descritos en una de sus páginas.
Cómo mis manos, otra vez sin guantes, sacaban la olla que le había cogido
prestada a Noah. Deposité el libro cuidadosamente dentro y, después de
dar un buen trago al whisky robado y de ofrecerle a mi compañero, que
rechazó con un gesto de su cabeza mentirosa, bañé el libro con lo que
quedaba. Ceremoniosamente, como si lo estuviese bautizando. El libro era
ya una masa pegajosa y maloliente pero el whisky lo purificó. Uniendo
sus colores en uno solo y sometiéndolo hasta que quedó pegado a la base
de la olla. Totalmente derrotado. Saqué las cerillas y encendí cuatro. Una
detrás de otra, las iba acercando cuidadosamente a los bordes que
prendían con facilidad gracias al alcohol y luego encendía otra. Así hasta
completar las cuatro esquinas. Dejé la olla sobre la tierra y, mientras le
veía consumirse entre las llamas, confesé. Creí que si me había seguido
hasta allí, merecía la verdad. O al menos una parte.
-Es sólo un recuerdo. Un mal recuerdo. Me sucedió algo y perdí a toda mi
familia. Hace unos años enterré el libro en este cementerio y la otra noche
apareció en el despacho de Noah. No sé porqué, no sé quien lo desenterró
y lo colocó allí. Sólo sé que es un mal recuerdo que quiero borrar.
Sabía que con mi teatrillo y con mis palabras, que en realidad sólo
habían servido para aumentar aún más su curiosidad, Blackstone no se
apartaría de mí. No por ahora al menos. Y no estaba segura de porqué
pero me gustaba tenerlo cerca.
Observamos como el libro se consumía y cuando ya no quedaba más
que el fondo requemado de la cacerola eché unos puñados de tierra para
terminar de apagar el fuego y enfriar la olla, que no iba a poder salvar.
Fue un momento intenso. El fuego... parecía casi poético. El hombre que
estaba tras de mí no lo entendería del todo pero estaba segura de que
sabría apreciar que le dejara ver un momento tan íntimo y extraño.
Sentí que se arrodillaba tras de mí. A pesar del tiempo que había pasado
y de las numerosas corazas que había colocado para protegerme me sentía
vulnerable. Tal vez era por él. Había algo en su forma de querer saber
todos mis secretos que me hacía sentir como si sólo un fino trozo de tela
me cubriese, y sólo hacía falta un pequeño tirón para que quedar
completamente desnuda. Y entonces él lo sabría todo. Nadie lo sabía todo.
-¿Sabes que Mckenzie no existe ¿verdad? - torcí el gesto ¿acaso me había
equivocado? ¿era uno de esos tipos que reconocía no creer en fantasmas?
¿podría un escritor ser tan aburrido?- el que vaga por aquí es un hombre
al que enterraron vivo. Mientras él chillaba desesperado dentro de una caja
de madera sentía los golpes de la tierra cubriéndole. Todos fingían no
escucharle porque tenían miedo de abrir el ataúd. Tenían miedo de lo que
podrían encontrar dentro. Con el tiempo consiguió escapar de su tumba y
ahora vaga por el cementerio revisando las tumbas para que no vuelva a
suceder. Y de vez en cuando intenta atrapar a algún vivo despistado. Lo
atrapa por los pies y lo arrastra al interior de un frío agujero donde
mueren con la boca llena de tierra y sin poder gritar.
Su aliento me calentaba el cuello. Su voz era baja y ronca, ideal para
contar historias de terror. Mi corazón palpitaba muy fuerte arrastrando a
mi vientre con él. Estaba cachonda. Pero no conozco a nadie a quien no le
calienten las historias de fantasmas. Me di la vuelta. Yo no podía verme
pero sabía que tenía esa sonrisa. Esa sonrisa íntima que decía, ven a la
cama conmigo a contar historias de fantasmas. Noah decía que era mi
sonrisa más dulce.
Los ojos de Blackstone se abrieron sorprendidos. Sus ojos recorrieron
mi rostro ¿buscaba algo? Y, como estaba muy cerca de mi, me besó. Sus
labios estaban fríos, pero calentaron los míos. Realmente no había tenido
nunca un beso memorable. Algo digno de recordar. Blackstone compensó
eso. Con una mano me agarró fuerte del pelo como impidiendo que
huyera. Yo me apreté más contra él. Parecía una fuente de calor. Su cuerpo
me atraía de una manera ilógica, porque antes no había tenido frio. O
quizá simplemente no lo había notado. Quizá había estado helada siempre
y no sabía lo que era el calor.
Él era el calor. Su boca se movía sobre la mía como si intentara leerme
los labios. Su lengua se introdujo en mi boca decidida. Y cuando ya estaba
totalmente pegada a su cuerpo y sus manos me anclaban al suelo sus
dientes me mordieron, fuerte. Jadeé, casi un grito, ahogado por su boca.
Supongo que eso era lo que sentían las víctimas del fantasma. Podía sentir
como me arrastraban hasta la tierra húmeda y como llenaban mi boca
impidiéndome respirar. Intentó apartarse de mí, aflojar la presión, pero se
lo impedí ¿quién necesita respirar? El oxigeno esta sobrevalorado. Su
sabor. Eso era lo único que necesitaba, el roce de su piel afilada y áspera.
Sus manos peleándose con las veinte capas de ropa que llevaba para hacer
frente a la madrugada de Edimburgo. Me apreté contra él desesperada,
quería más y lo quería ahora.
Cuando dejé de sentir su cuerpo apretando el mio contra el suelo
levanté la cabeza sorprendida. Él estaba de rodillas contemplándome e
imitaba mi expresión. Si ahora me ponía a lloriquear como un gatito
abandonado no me extrañaría nada. Estaba frustrada pero evité agarrarle y
atraerle contra mí, que era lo que quería y me puse en pié. La dignidad que
me quedaba estaba manchada de tierra pero aún se podía aprovechar. Le
sonreí seductora, o hambrienta. No estaba muy segura. Recogí la cacerola
con los restos y le di la vuelta sacudiéndola para que todo cayese al suelo.
Acerqué la mano para comprobar que estuviese fría. Tenía el culo helado,
como yo. Aunque había tenido fuego dentro hacía unos minutos. Como yo.
Me sentí como una olla. La introduje en el bolso. Y entonces me di cuenta.
El libro ya no estaba. Había ardido. Cualquier resto estaba mezclado con
la tierra a mis pies. Ya no quedaba nada de mi antigua vida. Nada que me
atara y me trajera recuerdos. No quedaba nada, porque yo, ya no era yo. Y
ÉL, ya no era ÉL, porque le había quitado todo el poder que tenía para
asustarme.
Al salir de Greyfriars era él quien caminaba delante. Un par de pasos
que iban haciéndose cada vez más grandes. Si tuviese que apostar lo haría
a que estaba huyendo de mí. Huyendo de aquel beso. Claramente algo no le
había gustado. Pero no sabía el qué.
Tuve que reunir todo mi valor para proponerle que tomásemos un café.
Él sólo asintió a mi sugerencia sin dejar de mirar fijamente hacia delante.
Como si las respuestas a lo que había sucedido antes estuviesen enfrente
de nuestras narices.
Fuimos a Elephant House a por unos cafés. Yo empezaba a tener
hambre pero por algún motivo no quería comer delante de él. Imaginé a
Natalie en casa con todo su ritual para desayunar y deseé estar con ella.
Entonces observé cómo el escritor removía su café y se me pasó.
No era muy curiosa, atrevida quizá. Como no quería que se metiesen en
mis asuntos intentaba no meterme en los de los demás. Pero él era como
una señal indescifrable en medio de una carretera. No podías seguir
conduciendo sin saber qué decía, qué significaba, porqué estaba ahí.
Llevábamos un rato callados. Me gustaba el ambiente que nos rodeaba. Me
gustaba madrugar, ver a la gente comenzar un nuevo día. Me gustaba estar
con el escritor aquí, aunque no tuviésemos nada que decirnos. Pero yo
sentía curiosidad por él.
- ¿Cómo se te ocurren las ideas para tus libros?- me miró fijamente.
Seguro que nadie le había hecho esa pregunta después de darse un
revolcón en el cementerio. No parecía dispuesto siquiera a pensar una
respuesta.
Puse mi expresión más dulce, que parecía desconcertarle y apoyé mi
barbilla en la mano. Tenía todo el tiempo del mundo. Creo que lo
entendió.
-Depende de la historia- comenzó y se echó hacia delante, acercándose
como si fuera a contarme un secreto.- Algunas surgen de algo que leo o
de una película. Quizá hay un personaje o algún hecho que me llama la
atención y de ahí nace una historia. Pero la mayoría simplemente salen de
mi imaginación. Un día aparece un personaje y lentamente, sin que yo
tenga que hacer nada, va surgiendo su historia. Según la voy escribiendo
cambia cosas a su antojo, añade y quita lo que quiere, yo sólo me dejo
guiar.
Me imaginé a un pequeño hombrecito, que por algún motivo llevaba un
gorro puntiagudo, encima de una pila de folios, más grande que él,
moviendo las patitas de las letras como quien gira las manecillas de un
reloj. Cambiando palabras de lugar y rascándose la cabeza insatisfecho
con el resultado.
Miré a mi alrededor en busca de la siguiente pregunta. Me acordé de la
lápida de William.
-¿Y los nombres de tus personajes? ¿Cómo se te ocurren?
-La mayoría de las veces el personaje aparece con un nombre pero si no,
recurro a nombres de antiguas novelas de detectives y del oeste que
compro en los mercadillos por uno centavos.
-¿De ahí sacaste tu nombre? ¿De una novela de detectives? - aprovechaba
para dar sorbos cada vez que yo hacía una pregunta pero esta vez su taza
ni siquiera llegó a rozar sus labios. Me gustaban sus labios, me gustaban
mucho. Quería volver a probarlos.
-¿Por qué crees que mi nombre es falso?- preguntó mientras dejaba
cuidadosamente la taza sobre la mesa, sin despegar la vista de ella. Debía
de ser una taza muy valiosa.
-Vamos. ¿Jack Blackstone? Suena a poli duro de serie cutre. Además antes
me dijiste que tu padre era suizo y tu madre venezolana. No suena a
apellido suizo, ni venezolano.
Creo que entonces se dio cuenta de que yo era algo más que un
revolcón sobre una lápida. Me miró un rato largo. Fijamente, sin apartar
sus ojos de los míos. Yo ya había jugado antes a eso. Y Blackstone,
comparado con Marcus, era un aprendiz. Sonrió de medio lado. Como si
no le importase perder.
-Es un seudónimo. Mi nombre de escritor.
-¿Y tu nombre real?
-Es un secreto. - maldito, sabía que jugaba con ventaja. Decidí no mostrar
mi decepción. Seguramente esa era el tipo de información que estaba en
internet.
-¿Tienes más preguntas?
-Oh sí. Un montón
-¿Alguna tiene que ver con el hecho de que casi te follo en un cementerio
a dos grados bajo cero?
-¿Cómo sabes que hacía dos grados bajo cero?
-Pude intuirlo por el hielo sobre mis dedos. Aunque era la única parte de
mi cuerpo congelada, créeme. - parecía muy satisfecho de sí mismo.
-El libro que quemé antes...- todo su cuerpo se tensó, pude sentir sus
piernas removiéndose bajo la mesa. Puso la expresión pétrea de a quien no
le importa lo que va a pasar. O si nene, muerde mi anzuelo. - ¿Cómo se te
ocurrió la idea? - supongo que reírme a carcajadas estaba fuera de lugar
pero era realmente adorable. Quería una historia. Me pregunté hasta donde
estaría dispuesto a llegar por conseguirla. Tal vez que pensó que podía
chantajearme con información, porque me contestó.
-Estaba viendo una de esas series de asesinos. Descubrieron que las cartas
de las víctimas eran falsas porque al estudiar la escritura vieron detalles
que le hacían pensar que estaban todas escritas por la misma persona.
Detalles como el uso abusivo de determinadas palabras. No tenía nada que
ver con la letra, estaban escritas a ordenador. Era la forma de escribir, le
delataba. Y entonces se me ocurrió: un hombre que fuese capaz de escribir
grandes obras, a la altura de Shakespeare, Dickens o Austen. Que pudiese
escribir una continuación de Anna Karenina que pareciese del mismo
Tólstoy o imitar la obra de Homero y hacerla pasar por real. ¿Que
ocurriría con los escritores si alguien pudiese adelantarse a ellos? No sólo
imitarlos, sino escribir algo que aún no sabían que iban escribir. Así
surgió la idea. Luego solo necesité un protagonista, joven y un poco
inadaptado, que amase los libros pero que también los despreciase de
alguna manera, que no encontrase lo que buscaba en ellos, que siempre
quedase decepcionado con el final. Y entonces se da cuenta de que él
también puede escribir las mismas novelas que le decepcionan una y otra
vez. Y hacerlas a su gusto. Pero necesita eliminar al escritor, antes de que
escriba un final que no le guste.
-Me encantó esa novela. Me pareció que él estaba muy trastornado pero, al
mismo tiempo, lo entendía.
-Esa fue mi novela más fácil y más difícil de escribir. Me sentía muy
identificado con el personaje. Pero casi me vuelvo loco intentando no
empatizar demasiado. Era como si el personaje, más que la historia, tirara
de mi.
-Te sentías identificado con él.
-En parte. Solo que yo prefiero escribir mis propias historias.
-Y la novela “ Lo inevitable de las mariposas” ¿Cómo?
-Creo que ahora me toca a mi hacer las preguntas- no me lo esperaba.
Estaba tan receptivo que creí poder sonsacar todo lo que quería y
largarme sin dar nada a cambio. Pero era lo justo. A veces odiaba la
justicia.
-¿Qué quieres saber?- intentaba buscar alguna respuesta que le dejase con
ganas de más. Sabía que preguntaría por el libro y necesitaba una
distracción, dosificar la información. O se iría. Era del tipo de hombre
que no se queda a dormir.
-¿Qué hay entre el camarero y tú?- ¿qué?
-¿Qué?
-El camarero. Se pasa la noche sobándote y manteniendo al resto de los
hombres apartados de ti. Pero luego coquetea con cualquier mujer y dijiste
que no estabais juntos así que... ¿Qué hay entre vosotros?
Tardé un rato en contestar. Un rato largo. Ya me había preguntado antes
por Noah. No entendía la curiosidad, sabía que nuestra relación era un
poco extraña pero eso no significaba que tuviese que justificarla. Sin
embargo, por algún motivo, no quería que se llevase una impresión
equivocada.
-Noah es como un hermano para mí- arqueó de cejas.- Sé que no me trata
como una hermana. Pero es solo en el pub. Al principio tal vez fuese para
mantener alejados a los sobones. Pero luego me di cuenta... los dos
estamos solos, pero también necesitamos contacto, es... los dos sabemos
donde está el límite y es reconfortante. No sé como explicarlo. Noah me
abraza y me siento bien, y no necesito justificarlo ni decirle que pare. Él
sabe hasta dónde puede llegar. Con él me siento segura.
-Lo tienes dominado. Quieres un tipo al que le hayas frenado los pies antes
de empezar la carrera.
No es para nada así. Nadie puede pararle los pies a Noah. Él sabe como
conseguir lo que quiere. Si me quisiera me tendría. - sus ojos relucieron.
Más intensos, más oscuros. Su sonrisa, sarcástica.
-No sabría ni por dónde empezar contigo.
Salí del Elephant House molesta y enfadada. La conversación había
decaído después de la presuntuosa respuesta de Blackstone. Cada vez
estaba más indignada con la actitud de todos hacia mi relación con Noah,
incluyendo al propio Noah. No es que yo estuviese interesada en buscar
pareja, pero desde luego con su actitud lo había dificultado mucho. Lo
peor era que ni siquiera me podía enfadar con él por eso. No me
molestaban nada sus acercamientos, tal vez lo que me molestaba era que
no se acercase lo suficiente.
No quería ir a casa, no estaba cansada aunque sí sentía la cabeza
ligeramente embotada, como cuando no has dormido mucho. Paseaba por
las calles cercanas al cementerio, rememorando mi días de juventud
cuando, de manera un poco macabra, me empecé a sentir libre de
responsabilidades. Ya no tenía hermanos de los que ocuparme, ya no tenía
ante mi un futuro negro atada a un montón de basura. Era totalmente libre,
tan libre que me sentía justo al borde del precipicio, una caída infinita, y
sólo yo tenía el poder de decidir si saltaba. Caminar por esas calles a los
dieciséis me había dado una sensación de ligereza que jamás creí que
tendría ni que deseaba. Adoraba a mis hermanos pero sólo cuando los
perdí me dí cuenta de la enorme presión que ejercían sobre mí. La libertad
y la culpabilidad tiraban de mí en direcciones opuestas.
Durante un tiempo, varios años en realidad no tuve nada que me atara.
No estudiaba, no tenía familia ni amigos. Ni siquiera un hogar. Tenía una
mochila y toda un ciudad embrujada para mí sola. No sé cómo se define la
felicidad, pero si puede ir acompañada de grandes dosis de culpabilidad,
entonces felicidad era lo que sentía en aquellos días.
Y conocí a Noah. Y mi brújula, cuya flecha había vagado a su antojo
por las callejuelas, se ató a un lugar y ahora sólo podía girar a voluntad de
un hombre. No sabía cómo “El irlandés” se convirtió en mi punto de
referencia. Simbolizó tener de nuevo unas paredes a las que llamar hogar,
tener de nuevo a alguien que me importaba y simbolizó tener sueños,
sueños que me ataban, que llenaban mi mochila y me impedían avanzar.
Pero nada de eso importaba, no importaba abandonar mi libertad si eso
significaba estar con Noah.
Yo también sabía mentir. Me había estado mintiendo los últimos cinco
años. Me enamoré de Noah en cuanto lo vi. Cinco años antes Noah era
exactamente igual que ahora. No había cambiado un ápice. Y yo, a los
veinte años, supe lo que era el amor adolescente. Ese amor intenso e
inmaduro que te hace pensar en esa persona constantemente. Ya nada más
importaba. Así que cuando él me sugirió que alquilara una habitación, lo
hice, cuando él me sugirió que estudiara, estudié, cuando él me pidió que
le contara mi vida se la conté.
Nunca pasó nada entre nosotros. Llevaba cinco años trabajando casi
todas las noches con él, dormía en su casa y me ponía su ropa. Tenía más
intimidad con él que la que ninguno de los dos tendría jamás con otra
persona.
Al principio creí que no ocurría nada porque él me consideraba
demasiado joven, tenía sólo cuatro años más que yo pero, por algún
motivo, parecía más maduro, a pesar de su actitud indolente hacia la vida
en general. Luego creí que no quería presionarme, le había contado lo que
me había hecho mi padre y sabía que le había afectado mucho. Desde
entonces era más protector. Aunque sabía que yo estaba herida no sabía
hasta que punto.Una vez descubrió mi secreto su actitud se convirtió más
en la de un hermano mayor que en la de un amante celoso.
Yo había permitido cada avance confuso por su parte porque creía que
llevaría a algo más. Cuando comprendí que Noah había puesto límites ya
era demasiado tarde. Ya me había hecho adicta a su tacto, el roce de sus
labios en mi cuello era el mejor momento del día. Sus manos en mis
caderas cada vez que tenía que pasar detrás de mí en la barra eran como un
ancla que me ataba a él. A esa vida que él me había dado. La universidad,
la casa con Natalie, todo se lo debía a él. Porque, desde que tenía dieciséis
años no había tenido ningún motivo para luchar. Noah se convirtió en mi
motivo.
El enamoramiento que sentía hacia Noah se fue convirtiendo en un
dolor sordo. Se transformó en un tesoro enterrado, con todo su brillo y su
valor pero oculto por un montón de tierra. Cada vez que tocaba a otra
chica, cada vez que me apartaba impidiéndome formar parte del negocio u
ocultándome algunas facetas de su vida eran como una palada de tierra
más. Sepultando ese amor más profundamente para que no doliese tanto.
En vez de una herida abierta se convirtió en una herida interna, sangrante,
que me mataba lentamente.

Recorrí casi todas las calles cercanas a Greyfriars. Hacía tiempo que
había dejado de ver los edificios y a la gente. Sólo veía los últimos cinco
años. Me había desecho de mi horrible apartamento y había encontrado un
maravilloso loft. Y a Natalie. Me había desecho del libro y había
encontrado algo más. El escritor sólo era una fantasía. Un sueño al que
llevaba meses aferrándome para intentar ignorar que la situación con
Noah se estaba volviendo insostenible. Mi vida en los últimos años había
sido como una carrera de obstáculos para llegar al premio final. Había
saltado cada uno pero se me seguía negando mi recompensa. Quería a
Noah. O quería una ruptura limpia. Quería desenterrar ese maldito cofre
del tesoro y dejar sanar mis heridas.
A esa hora Noah debía de seguir dormido. Era bastante dormilón, no le
importaba dónde ni cuándo. Quizá eso era una ventaja en su negocio. Pero
también era una ventaja para mí. Lo pillaría por sorpresa. Le daría un
ultimátum. Nunca lo había hecho. Pero nunca había estado tan cerca de
serle infiel. No había estado con nadie desde que le había conocido. Y
teniendo en cuenta su actitud hacia mí, era todo un logro.
Deshice todos mis pasos de vuelta al pub. Dejé que el camino se
alargara, aumentando mi furia y mi decisión con cada zancada. Tenía un
miedo terrible a perderle así que necesitaba conseguir confianza en mí
misma. Iba a lanzarme de cabeza sin haber sopesado todas las
posibilidades, incluida la de quedarme sin trabajo. Pero mi cabeza seguía
embotada, mis pensamientos eran como un torbellino, giraban una y otra
vez dándole vueltas siempre a la misma idea, arrasando con todas las
demás. No sabía si era inteligente discutir esto ahora, no cuando Noah se
hallaba dolido por mi actitud con el escritor. Noah tenía como veinte
barreras para impedir que le hicieran daño. Pero también era lo último
que yo quería, herirle. Sólo necesitaba saber...

Edimburgo se me quedaba pequeña esa mañana, llegué al pub antes de


que pudiese aplacar el ritmo de mi corazón. Mis oídos se llenaban con el
eco de sus latidos. Me quedé delante de la fachada de cristal. Todo estaba
oscuro. Yo no tenía llave. Un ejemplo más de los límites de Noah.
Me acerqué al telefonillo pero toda mi decisión parecía haberse
disuelto en el último segundo. Me picaba la nariz. Deseaba demasiado ser
la protagonista de una pastelosa película romántica, y que Noah
apareciese, después de haber estado horas buscándome, y me confesase
que me amaba desde el primer día, que había querido darme tiempo, pero
que no podía esperar más. Que tenía miedo. Miedo de perderme. Miedo de
que el escritor le apartase de mí. Quería que me besase como un hombre
enamorado. Y desesperado. Quizá eso podría aliviar los resquicios de
rencor que comenzaban a acumularse en mi interior.
Esa fantasía me dio ánimos y alcé la mano para hacer sonar el
anticuado telefonillo. Entonces observé algo que no había percibido antes.
Había una débil luz iluminando el fondo del pub. Era un brillo anaranjado
que provenía del despacho, se reflejaba en las paredes y bailaba. Visiones
del fuego devorando todo me hicieron ahogarme. Por un segundo no
estuve lo suficientemente firme para dar un paso. Pero el miedo de perder
a Noah como había perdido todo lo demás me hizo reaccionar.
Así el pomo de la puerta, como si mi súperfuerza fuese capaz de
abrirlo. No llegué a sorprenderme cuando cedió dócilmente bajo mis
dedos. Estaba abierto, alguien había entrado y prendido el fuego. El miedo
me hacía moverme despacio y en silencio aunque mi interior luchaba por
gritar y subir corriendo a buscar a Noah. Tenía que sacarle de aquí. Iba a
morir por mi culpa.

La mayoría de las veces no sé cómo funciona mi cerebro. Pero no es


algo que me pregunte a menudo. Como tampoco me pregunto cómo
funciona mi hígado. Varias alarmas fueron llegando a mi cerebro en
forma de mensajes confusos.
No olía a humo, ni se oía ese horrible crepitar que solía acompañar a
las llamas y que era la banda sonora de mis pesadillas. La luz anaranjada
en realidad no se movía, era apenas un tenue resplandor interrumpido por
algo o alguien que se movía delante de ella. Por eso parecía que bailaba,
pero quien lo hacía era la persona que había entrado a hurtadillas en el
despacho de Noah.
Fue en ese momento cuando descubrí que temía a algo más que al fuego.
Temía a los intrusos que te esperaban con cualquier malévola intención.
Temía al monstruo que acompañaba el crepitar. Pero que, al parecer,
también podía llegar acompañado de silencio.
La parte funcional de mi cerebro me susurró que subiese las escaleras
en silencio y despertase a Noah, no quería que él se enfrentase al peligro
pero tal vez pudiésemos salir sin que nos oyese. O al menos no estaría
sola en un enfrentamiento cara a cara.
Estaba ya a sólo dos pasos de los escalones que me llevarían arriba
cuando lo escuché, un susurro, unas palabras, dichas por alguien que
conocía bien. Era Noah. Noah estaba en el despacho. Me había sucedido de
nuevo, me había dejado llevar por el pánico y me había imaginado algo
mucho peor de lo que en realidad era. Noah sólo estaría revisando los
pedidos o las cuentas. En su despacho y con la luz anaranjada de la
lámpara de mesa que solía usar.
El alivio me dejó fría e inmóvil por un momento. Necesitaba recobrar
la calma. Había perdido todo el impulso que me había llevado hasta allí.
Inspiré profundamente y mientras mi pecho permanecía lleno de aire del
que intentaba extraer valor oí una segundo voz. Esta vez el pánico fue tan
real que podía tocarlo, estaba a mi lado, buscando un lugar donde
esconderse. También conocía esa segunda voz. Acompañaba el crepitar y
la presencia de mis pesadillas. Un poco más ronca, un poco más fría.
Y lo peor, risas. De Noah y de esa otra persona. Risas. El suelo se abrió
bajo mis pies y la tierra se tragó todos mis sueños e ilusiones y me
devolvió a un lugar donde, los monstruos y las pesadillas, eran reales.
Sentí como si mi realidad desapareciese. Como si ahora mi existencia
fuese la trama de una novela donde a la protagonista no se le daba un
respiro. Donde, cada vez que creía tener el control de su destino le era
arrancada cualquier sensación de seguridad. Los lectores estarían
fascinados con todas las cosas que podían salir mal en la historia de
alguien tan insignificante como yo. Pero yo me estaba hartando.
Mi vida había estado sufriendo sobresaltos, pero casi todos parecían
positivos. Poco a poco había ido avanzando hasta llegar a un punto de la
trama en la que no me importaría permanecer indefinidamente. Esas
páginas en las que no sucede nada. Entre un drama y otro donde los días
sólo avanzan. Plácidos.
Pero al parecer había un enanillo removiendo las letras de mi historia.
Subido a una pila de folios pataleaba y se retorcía de risa al verme luchar
en vano contra el destino que él mismo escribía.
Tenía que ser un enanillo muy cruel para traer de nuevo a esa persona a
mi vida. Traerla así. Por un momento soñé que me asomaría al hueco de la
puerta y en esa habitación no habría nadie, sólo Noah. Noah viendo la tele
o hablando con una persona a la que no reconocería. Yo les interrumpiría
pero a Noah no le importaría. No había secretos, no había crueldad. Sólo
mi mente confusa sintiéndose avergonzada por pensar algo tan horrible de
él. Y entonces Noah me abrazaría, me diría que me quería, que siempre me
había querido y que quería hacer un trío con el escritor. Ese sí sería un
buen final para esta historia. Si simplemente el enanillo tocaletras dejara
de hacer maldades. Sólo por un capítulo.

Mi cuerpo se movió sin ninguna orden por parte de mi cerebro. Mis


pies simplemente avanzaron, arrastrándose por el suelo, sigilosos. Todo
mi cuerpo estaba en tensión, preparado para lo que fuera que hubiese al
otro lado. Una realidad que haría empalidecer mis peores temores o
simples imaginaciones que me llevarían a dudar de mi cordura.
Posiblemente nunca en mi vida había tardado tanto en recorrer un tramo
tan corto. La puerta del despacho parecía cada vez más lejana y pequeña,
como cuando miras al revés por unos prismáticos y al apartártelos de los
ojos estás justo en frente del objetivo. Así me sentí, como tele-
transportada.
La puerta estaba abierta, mostrando todos sus secretos sin pudor. Me
asomé, mi torso estirándose para llegar a ver lo que mis pies rehuían.
Estaba a segundos de ver el interior y todo se quedó en negro.
Con la oscuridad vino también el silencio. Sólo el bombeo de mi
corazón producía algún sonido. Todo lo demás, las voces, las risas, el
susurro de sus manos y pies moviéndose, se desvaneció.
La oscuridad que me envolvía me daba una falsa sensación de seguridad al
mismo tiempo que me hacía sentir vulnerable. No sabía qué cubría mis
ojos porque mis manos también se habían rendido al pánico y colgaban
laxas.
-Sam- abrí los ojos, sin duda el temor me había hecho cerrarlos, ya no era
consciente de la reacción de mi cuerpo, lo sentía pesado e inútil, un
obstáculo para salir corriendo. Mi nombre, susurrado por esa voz, fue lo
único que consiguió hacerme reaccionar. Estaban los dos, justo delante de
mí. Probablemente mi presencia muda y ciega los había sorprendido a
ellos también porque permanecían en extrañas posturas, interrumpidos en
mitad de un movimiento.
Estaban buscando algo. Noah estaba en cuclillas junto al escritorio y
Marcus, mi hermano Marcus, al que hacía diez años que no veía, al que
Noah no conocía, permanecía de pie, al lado de unas cajas.
Puedo imaginar mi aspecto, estaría sucia de la tierra que había
profanado. Mis manos tenían algunas heridas de haber luchado contra el
frío sin protección, pero mis labios habían estado llenos y satisfechos. Mi
mirada, hasta hacía unos minutos que parecían años, se había mostrado
desafiante y decidida. No sabía cómo estaría mi pelo, normalmente caía
prácticamente liso, un corte bob un poco largo, fácil de mantener. Pero el
escritor había sumergido sus dedos entre las hebras como si fuesen las
cuerdas que me mantendrían atada a él. Estaría despeinada. Eso es lo que
Marcus estaba viendo, después de tantos años. La sorpresa y el dolor me
mantenían inmóvil, permitiendo que su mirada tomara buena cuenta de mi
presencia. Y yo de la suya.
Le habría reconocido en cualquier lugar. Habían pasado diez años pero
por él parecía que hubiesen sido treinta. Estaba delgado, un poco
demacrado. Había perdido parte de la musculatura y el vigor que tenía a
los dieciocho. Ahora parecía estar a finales de los cuarenta. Su pelo, tan
oscuro como el mío, estaba despeinado. Sus ojos eran casi negros, de un
gris tan oscuro que provocaba pesadillas, pero ahora que iban
acompañados de profundas arrugas y de una piel cetrina y cansada, sólo
inspiraban lástima. Mi hermano, que había sido tan guapo, ahora era
apenas una sombra de lo que fue.
No había terminado de observar los estragos sobre su cuerpo cuando un
movimiento a su derecha me hizo desviar la mirada. Noah se incorporó.
Él seguía tal y como lo había visto hacía unas horas. Su boca mentirosa
seguía teniendo esa mueca despreciable que siempre le acompañaba. Sus
ojos, tan embusteros como el resto de él, cambiaban entre el color de la
dulce miel y el brillo amarillo del oro falso. Su expresión era de
confusión y temor. No le creí ni por un segundo.
Yo conocía el odio. Había odiado durante gran parte de mi vida. Un
rencor profundo y cruel que hurga en cada una de tus heridas
inféctandolas e impidiendo su curación. Con la traición de Noah, lo que yo
había pensado que era un odio infinito palideció. Comparado con lo que
sentía ahora por él, todo lo anterior parecía apenas el boceto de un
sentimiento.
No sabía a cuál de los dos frentes prestar atención. Sabía que necesitaba
armas diferentes para lidiar con cada uno. Me sentía superada, no sólo en
número. Superada incluso por mi reacción. No podía luchar con lo que
estaba sintiendo. Estaba harta de esta mala novela empeñada en torturarme.
Estaba harta de intentar ver el lado positivo de cada desgracia.
Noah avanzó hacia mí. Estaba hablando, su boca se movía veloz y sin
pararse a tomar un respiro. Yo no oía nada. Ya no quería escuchar. Me di
la vuelta y desparecí. Para no volver nunca.
Llevaba sin salir de casa tres días. Natalie caminaba de puntillas a mi
alrededor y mi móvil había permanecido en un cajón del vestidor desde
que había vuelto del pub. Le mandé un mensaje a Noah. “No voy a ir a
trabajar en unos días” y lo apagué. Me daba igual si respondía, o si me
despedía. Tenía demasiadas dudas que resolver, demasiadas cosas en que
pensar y no podía hacerlo con él alrededor. Si alguno de ellos había
intentado ponerse en contacto conmigo yo no lo sabía.
Esos tres días fueron una especie de catarsis. Como no quería pensar en
mis propios problemas intenté leer. El silencio me molestaba así que
encendí la tele, que permaneció en ese estado desde entonces. Sabía que no
estaba siendo una buena compañera de piso. Veía pelis y series hasta altas
horas de la noche y dormía de día, en el salón. Dudaba de que los biombos
actuasen como un amortiguador de sonidos.
Natalie no se había quejado en ningún momento. Se había asegurado de
que tuviese algo para desayunar desde que me había visto acompañar el
café con comida china y me dejaba mi espacio. Apenas permanecía en casa
durante las horas de sol. Un día se lo compensaría, pero por ahora quería
revolcarme en la autocompasión.
La tercera noche, mientras decidía si ese podía saltarme la ducha una
vez más, sonó el timbre. Fue un aviso estridente de que la tranquilidad se
acababa. No podía ser Natalie a no ser que se hubiese dejado las llaves. Y
ella nunca recibía visitas. A pesar de su carácter dulce y su ausencia de
fantasmas estaba tan sola como yo. Eso no constituía realmente un
consuelo.
Me desperecé en el sofá, tomándome mi tiempo. Sabía quién era, así
que no tenía prisa por abrir. Ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.
No obstante me merecía respuestas y no veía un momento mejor en el
horizonte para conseguirlas.
De camino a la puerta intenté adecentarme un poco. Pasé mis dedos
entre el cabello, froté mis dientes con la lengua para intentar compensar el
no habérmelos lavado en dos días y estiré mi camiseta, llena de manchas,
para que no pareciese arrugada. No creo que consiguiese mejorar
demasiado mi aspecto pero tampoco me importaba.
Recité mentalmente la lista de preguntas que me acosaban. Eso era lo
importante. Las principales: cuánto hacía que Noah y Marcus eran tan
amiguitos, dónde había estado mi hermano todo este tiempo y la más
importante, porqué se había largado hacía tantos años.
Frente a la segunda puerta, la de frío metal negro que parecía la entrada
al infierno, pensé que ya no tenía tanto miedo. Todo lo que me había
sucedido estos últimos días había actuado como una droga para el dolor.
El temor aún estaba ahí, pero estaba cubierto de un montón de capas que lo
adormecían y me distraían logrando que, a veces, ni siquiera lo recordara.
Abrí la puerta sintiéndome optimista pero todo se fue al traste al ver
que, otra vez, me había equivocado. Delante de mí, contemplando mi pose
teatral, estaba el escritor. No es que le hubiese olvidado. Es que pensar en
él dolía demasiado. Me quedé mirándole, esperando que él me sacara del
atolladero en el que yo solita me había metido.
-Hola- su sonrisa no resultaba natural. Tal vez creía que estaba loca. Pero
era él el que había venido a invadir mi privacidad. Espera, cómo sabía
dónde...
-¿Cómo sabes dónde vivo?
-Tu amigo el camarero me lo ha dicho.- eso tenía sentido excepto por el
hecho de que Noah jamás le diría a nadie dónde vivo. Aunque había
muchas cosas que no me había esperado de Noah. Una vena suicida me
hizo creerle y dejarle entrar. Tampoco tenía manera de comprobar si decía
la verdad o si me había estado siguiendo para averiguar mi dirección. Si
volvía a hablar con Noah lo averiguaría.
-¿Y qué quieres?
-Llevas tres días sin pasar por el pub- explicó deslizándose por el
diminuto hueco que yo le había facilitado para que entrase. Todo su
cuerpo se rozó contra el mío. Y su olor. Como a lluvia y especias. No olía
para nada como Noah.
-¿Y qué?- intentaba no sonar afectada por su cercanía pero creo que sólo
soné malhumorada. Él miraba a su alrededor, haciéndose dueño del
espacio. La tele estaba sin volumen, con una película a medias. Había velas
encendidas porque me sentía así de dramática y tres cajas de galletas
diferentes sobre la mesita de café con sus migas correspondientes
esparcidas. Aún así el apartamento era espectacular y esperaba que se
fijase en eso más que en cualquier otra cosa.
-Y te echaba de menos.- Me reí,desde luego era el rey del suspense y del
drama. Sabía donde introducir la tensión y cómo atraer el interés.
Me divertía mucho nuestro tira y afloja porque él seguía creyendo que
podía manipularme y yo seguía leyendo cada uno de sus movimientos
como si fuese uno de sus libros. Nunca había conocido a nadie a quien me
fuera tan fácil descifrar. Tal vez a Natalie pero eso era porque no había
nada tortuoso en ella. Normalmente la gente y su forma de actuar siempre
suponían un misterio para mí. Todos excepto el escritor. Eso hacía que me
relajase en su presencia.
Me acomodé en el sofá sin invitarle a nada. Dudaba de que necesitase
permiso para sentarse y tampoco quería que se sintiese muy cómodo. Aún
no estaba segura de que me gustase tenerle aquí. Él se apropió de la otra
esquina del sofá como demostrando que se sentía bienvenido.
Nos quedamos mirándonos un largo rato. Solía resultarme difícil
mantener la mirada de cualquiera, con él ni siquiera tenía que hacer el
esfuerzo. Me sabía la forma de sus ojos de memoria, cómo cambiaba el
color según la luz y cómo brillaban cuando estaba excitado. Él también
parecía encontrar fascinante mirarme, recorría cada centímetro de mi
rostro. Hasta que mi mano se movió sobre mi vientre y su atención se
centró ahí. El calor hizo que me olvidase de respirar.
-Háblame del libro- debía recordarlo, a él no le interesaba mi cuerpo.
Tal vez porque llevaba días con esas preguntas en mi cabeza o tal vez
porque empezaba a sentir que ya no era sólo mi historia, también
pertenecía a Marcus y, al parecer, a Noah, decidí que ya no tenía
importancia desvelarla. No quería más secretos enquistados en mi vida. Si
el escritor se largaba en cuanto tuviese las respuestas, bien, cerraría de un
portazo tras él.
-Mi madre tenía el síndrome de Diógenes. Aunque al final creo que
simplemente estaba loca. Hacías cosas demasiado extrañas. Más extrañas
aún que llenar la casa de basura. Cuando faltaban un par de meses para que
cumpliera los dieciséis mi hermano mayor, Marcus, desapareció. Entonces
quedamos mi madre, mi padre, que era un borracho que apenas pasaba por
casa, mis dos hermanos pequeños y yo. Yo trabajaba cuidando niños o
ayudando a mis compañeros con trabajos. No ganaba mucho pero para mi
era una pequeña fortuna. Cuando volvía a casa pasaba por una pradera
cercana. En el suelo, invadiendo la hierba con extrañas líneas, se podían
apreciar los restos de una antigua casa, Marcus decía que era un castillo y
yo no podía negarlo porque las líneas iban desapareciendo y apenas
quedaba una zona visible que no dejaba ver su tamaño real. Sólo se
mantenía en pie un pequeño trozo de muro hecho con gruesas piedras
irregulares, algunas ya sueltas. Marcus me enseñó a esconder mi dinero
allí, porque si lo llevábamos a casa papá era capaz de golpearnos hasta
que se lo entregábamos, si no teníamos dinero los golpes no eran tan
fuertes. Ese también era su escondite secreto. Había dejado allí mucho
dinero. No lo escondía todo en el mismo lugar, el que estaba junto al mío,
decía, era para mí. Los dos ahorrábamos para cuando fuera a la
universidad. Pero su dinero se iba casi todo en pagar facturas. Trabajaba
desde que tenía mi edad o incluso antes. Primero para que
sobreviviésemos pero luego ya lo hacía porque se hizo cargo de nosotros.
Cuando se hizo mayor papá dejó de meterse con él. Supongo que le tenía
algo de miedo. Marcus era muy grande, incluso entonces, cuando aún no
había cumplido los dieciocho era enorme. Como un muro. - Como tú,
pensé y al sobreponer la imagen de Marcus sobre la del escritor vi que
tenían muchas cosas en común, los dos llevaban cicatrices.- Marcus tenía
mucho carácter, a veces era como si no pudiese controlarse, se enfadaba
muchísimo. No conmigo o con los bebés. Se enfadaba con nuestros
padres. O con chicos del instituto o con los amigos borrachos de mi padre.
Entonces daba mucho miedo. No me gustaba verlo así. Descontrolado.
Como si quisiese matar a alguien.
Así que Marcus me enseñó a guardar el dinero y a no decirle nunca a
nadie que trabajaba. siempre decía que había estado en la biblioteca o que
había salido con mis amigas. Aunque yo no tenía amigas. Con nueve años
había llevado a una chica a casa, una compañera de clase. Mi hermano
nunca me dejaba llevar a nadie pero sabía que él no iba a estar así que lo
hice de todos modos. Yo no había estado nunca en otras casas aunque ya
comprendía que la gente no vivía así porque veía la tele. Pero nunca había
pensado en lo diferentes que éramos de los demás. Cuando la chica vio mi
casa salió corriendo y al día siguiente le contó a todo el mundo que yo era
pobre y que cogíamos la comida y la ropa de la basura. Nadie me habló a
partir de entonces y Marcus se peleó con un montón de chicos para
defenderme. Pero un años tarde todo estaba más o menos olvidado, yo
sabía volverme invisible y los chicos sólo eran crueles a espaldas de los
adultos y de Marcus así que muchos padres me contrataban para que
cuidase de sus hijos y no sabían nada de cómo vivíamos mis hermanos y
yo. Era la regla número uno de Marcus. Él tenía miedo de que nos
separasen si los servicios sociales descubrían cómo vivíamos. Y de que
nadie me adoptase porque yo ya era mayor. No debió preocuparse tanto.
Se estaba haciendo de noche y yo seguía sentada en un trozo de piedra,
hundía mis zapatos entre la hierba húmeda, deseando que fuese un día
caluroso de verano para poder descalzarme y correr por el prado. Me
encantaba correr rápido, hasta que el corazón se me desbocaba y mis
piernas, entonces solía tumbarme en la hierba y aspirar a grandes
bocanadas el aire que me faltaba.
Pero esa tarde no iba a correr. Iba a quedarme esperando hasta que
estuviese tan oscuro que cada sombra me pareciese un monstruo. Como
había estado haciendo por las últimas dos semanas. Desde que Marcus se
había ido.
Al principio sólo iba allí porque era uno de los lugares en los que él
podría estar. También iba a todos los sitios en los que trabajaba y a
cualquier rincón en el que creyera que podía esconderse. Y colocaba
botellas tras la puerta de su habitación para que, si volvía alguna noche,
yo pudiese escucharle al caerse las botellas. Finalmente dejé de buscarle.
Sólo iba al prado y le esperaba. Aunque no volviese por Nicky, Teddy ni
por mí, tendría que volver por su dinero.
Estaba todo. Cada billete. Envueltos en una bolsa de congelar comida,
como Marcus me había enseñado, para protegerlos de los bichos y la
humedad. No había venido a por el dinero y eso me asustaba más que
volver a casa. ¿Dónde estaba? ¿Era posible que se hubiese ido? Si se
había ido ¿Por qué no se había llevado lo que había ganado todos estos
años?
El graznido de un cuervo me sobresaltó y decidí que era el momento de
regresar. Los niños estarían hambrientos, y Marcus no iba a volver. Me
alcé sobre las puntas de los pies y empujé los billetes en su pequeño
escondite. Estaba tan furiosa y con los ojos tan nublados por las lágrimas
que olvidé la regla número uno, asegurar bien la piedra. Mis talones aún
no habían tocado el suelo cuando sentí un dolor agudo en el brazo. La roca
grande y pesada que hacía de puerta a nuestro escondite, se había caído
sobre mi hombro. Me miré y vi que el brazo tenía una postura extraña,
estaba como hundido. Iba a intentar enderezármelo con la otra mano
cuando el dolor me hizo finalmente desmayarme.
Cuando me desperté ya era de noche. Debía de ser muy tarde. Se oían
ruidos de pájaros y el viento, hacía frio, pero sobre todo me dolía el
hombro. Me lo había dislocado. O me había roto algo. No lo sabía. Sólo
sabía que necesitaba, más que nunca, encontrar a mi hermano. Él lo
arreglaría. Él haría que el dolor parase.
Sujetándome el brazo y mordiéndome el labio para no gritar me dirigí a
casa. Aún tenía la esperanza de que estuviese allí para ayudarme.
Cuando llegué a nuestra calle tardé un rato en entender lo que veía.
Mis ojos habían estado inservibles, con sombras y figuras danzando ante
ellos todo el camino. Me había fiado más de mi instinto que de mi vista.
Además lloraba tanto que parecía que lo miraba todo a través de una
catarata.
Una danza naranja llamó mi atención. La noche dejó de estar oscura
para estar iluminada. Solté mi brazo herido, que apretaba con el sano
contra mi pecho, intentando calmar el dolor. Y con mis dedos sequé mis
ojos. Seguramente estaba teniendo alucinaciones debido al dolor. Miré
alrededor intentando ubicarme pero estaba enfrente de mi casa. Y ardía.
Estaba cubierta por una nube muy oscura. Todo brillaba y bailaba ante mis
ojos. Me olvidé del dolor. Corrí. Intenté abrir la puerta de entrada. Pero
algo lo impedía, el fuego parecía provenir de la parte trasera pero el humo
lo inundaba todo. Sobre mí caían cenizas bañándome como una lluvia
negra.
Me asomé a la vidriera con forma de pétalos de la puerta principal.
Apenas llegaba a ver el interior de la casa. Forcejeé un rato más con el
pomo pero no conseguía abrirlo. Entonces vi un movimiento en el interior y
el alivio casi me hace desmayarme de nuevo. Mi madre tenía a Nikky en sus
brazos y avanzaba, atravesando el salón hacia la parte trasera de la casa.
En ese momento se dio la vuelta y me vio, le hice gestos desesperados pero
sólo cogió a la pequeña y volvió al pasillo. Hacia su habitación. Teddy
seguía en la jaula y parecía dormido. Golpeé la puerta tan fuerte como
pude. Tenía que oírme, necesitaba que me dejase entrar y sacar a los niños.
Si iba a la parte trasera se acercaba al fuego. Por allí no había salida.
Grité de frustración pero nadie podía oírme. La ventana, pensé.
Intentaría sacar a los niños por la ventana del dormitorio. Quizás ella
tampoco había conseguido abrir a puerta principal. Corrí alrededor de la
casa, tenía que ayudarla.
Cuando llegué sólo vi la cortina caer de nuevo en su lugar, como si
alguien la hubiese movido en ese mismo instante. Golpeé el cristal con
todas mis fuerzas pero no conseguí romperlo. Eran ventanas de seguridad y
estaban firmemente cerradas. Bailoteé nerviosa sobre mis pies esperando
que mamá llegara, que abriera la ventana y me pasara a los niños. Pero
segundos lentos como la eternidad transcurrían y la ventana no se movía.
Temí que el humo la hubiese dormido o que el fuego la hubiese atrapado.
Se había metido en una trampa mortal. Corrí de nuevo, insegura sobre qué
hacer. Desde la puerta principal al menos podía ver si volvía al salón. Tal
vez se había encontrado con el paso cortado.
Teddy ya no se encontraba en la jaula. Mamá lo había sacado. Tenía
que haber encontrado una salida. Iba a echar a correr de nuevo por el otro
lado de la casa cuando una enorme explosión sacudió los cimientos de
todo el barrio. Caí hacia atrás, como si hubiese recibido un fuerte impacto.
Me quedé sentada en el suelo. Cuando llegaron los bomberos las paredes
eran sólo un muro para esconder el dinero.
Cuando terminé de hablar me di cuenta de que llevaba todo ese tiempo
observando, como hipnotizada, la llama danzarina de una vela. Su brillo
rojizo había iluminado todo el recorrido por mis recuerdos.
El escritor permanecía en silencio. Observándome. No parecía
afectado, ni buscaba las palabras adecuadas para consolarme. Sólo me
miraba. Con fascinación. Sin lástima ni pena. La gente solía tratarte así
cuando sabían que estabas rota, como si nunca fueses a arreglarte. Yo
había estado rota sí. Pero me había arreglado, yo sola, sin ayuda de nadie,
había recuperado cada pedazo.
- ¿Murieron?- había dos respuestas a esa pregunta, le ofrecí la más
sencilla.
Sí.
-Lo siento.- sólo le dediqué un asentimiento de cabeza, me resultaba difícil
aún lidiar con la comprensión de lo que había pasado, era mucho mejor
ignorarlo. Fingir que jamás había tenido en brazos a esas personitas que
un día fueron mi vida. Fingir que sus cuerpos no habían aparecido
carbonizados. Que no habían sufrido.
-Y tu hermano Marcus ¿volviste a verle?
-Me llevaron a una casa de acogida. Con una familia que tenía tres chicos
más a su cargo. Me dijeron que iban a buscar a los familiares más
cercanos, a alguien que pudiese hacerse cargo de mi. Marcus les dijo que
no podía. Ni siquiera vino a verme. No volví a saber nada de él hasta hace
tres días.
-Tres días.- ese dato seguro había despertado su curiosidad, ¿Por eso no
había vuelto a trabajar? ¿Por qué había vuelto ahora? ¿Tenía algo que ver
con el libro? Yo no tenía respuestas. Sólo más preguntas.
-Cuéntame tú un secreto.
-¿Qué?
-Ese era el trato. Un secreto tuyo a cambio de otro mío. Te toca
-¿Qué quieres saber? - no tenía ninguna duda, es más me sorprendía haber
aguantado tanto tiempo.
-Tu nombre. - su mirada era gélida, y supe que iba a intentar escaquearse,
así que concreté. - ¿Por qué usas un nombre falso?- suspiró en un gesto de
rendición y supe que iba a contarme una verdad a medias.
-Me crié en un pueblo pequeño. Uno de esos lugares donde todo el mundo
se conoce y el cartero sabe el día de tu cumpleaños. Donde no puedes
escoger a tus amigos porque sólo hay tres chicos más de tu edad, así que
te conformas. Me gustaba vivir ahí. Hasta que tuve diecisiete años y un
accidente de coche. Fue un accidente grave. Yo conducía, borracho. Tuve
unas heridas importantes, cicatrices y demás. Pero uno de mis amigos
murió. Vivió un par de días después del accidente y luego murió. Supongo
que la espera, para los demás, fue larga y angustiosa, pero yo estaba tan
centrado en mí mismo, en mis heridas, que me pilló por sorpresa. Estaba
quejándome de mis... cicatrices y luego sólo podía repetir que era
imposible. Que no podía estar muerto. Que no podía haberlo matado.
Tardé un tiempo en salir del hospital pero cuando salí todo era diferente,
no porque él no estuviese o porque yo tuviese que aprender a vivir sin...
sin él. Todo era diferente porque la gente me miraba como si yo fuese
diferente, le había matado y todo el mundo lo sabía. Si me miraban, lo
hacían como a un asesino, o como si no me conocieran... o con lástima.
Excepto su familia... ellos me odiaban.
Afortunadamente empecé la universidad en unos pocos meses. Me fui
al otro lado del planeta, a la universidad más lejana que me aceptó. Y todo
pareció ir mejor. Nada iba a volver a ser como antes. Llevaba mis
cicatrices a cuestas, pero al menos nadie las podía ver.
Empecé a escribir en la revista de la facultad. Relatos que tenían muy
buena acogida, que llamaron la atención incluso fuera de sus puertas. Me
llamaron de varios periódicos y revistas porque querían publicarme. Y la
gente empezó a interesarse por mí. Indagaron y el accidente era de lo más
jugoso. La gente hablaba de lo que me había cambiado perder a mi amigo,
de la culpa, que según ellos se reflejaba en mis relatos, pero eso no era
posible porque la mayoría los había escrito en el instituto, además siempre
he podido alejarme bastante de mí y de lo que me rodeaba a la hora de
escribir. No escribía sobre lo que me había pasado. Pero ellos sólo leían
lo que querían leer. Así que dejé de escribir. Terminé la carrera intentando
pasar lo más desapercibido posible, y me pasaba el tiempo trabajando en
mi primera novela. Aunque no sabía qué iba a hacer con ella. No me
bastaba con un seudónimo. Así que simplemente adquirí una nueva
identidad. Me cambié el nombre. Me creé una nueva historia, todo lo que
aparece en los libros es falso, incluso la foto está retocada. Legalmente
soy Jack Blackstone. Esa es toda la historia.
-No toda. ¿No vas a decirme tu nombre real?
-No.
-¿Por qué? Yo ya sé lo que te pasó y porqué te cambiaste de nombre ¿qué
importa que sepa tu verdadero nombre?
-Me debes un secreto. Te toca
-Creo que estás haciendo trampas.- murmuré bajito. Cómo demonios se
cuentan los secretos porque creo que él me debía unos cinco. Inspiré, muy
profundo. Debía ofrecerle algo muy valioso. Que valiese como un
nombre o dos secretos al menos.
-Mi padre no murió. En el incendio. Levaba unos meses en la calle cuando
le vi. Él ya parecía un vagabundo antes. Bebía mucho y olía fatal. Siempre
iba muy abrigado, o eso me parecía, luego me di cuenta de que en realidad
estaba gordo, pero su cara estaba tan demacrada que parecía que llevaba
muchas capas de ropa. Tenía el pelo rubio. Y la barba. De ese rubio sucio
que es una mezcla entre gris y marrón claro. Y unos ojos muy pequeños y
oscuros, como los de las ratas. Lo vi con otros vagabundos. Normalmente
no me acercaba demasiado a los demás porque nunca sabías quien estaba
bajo esa capa de mugre, podía ser un alma caritativa o el mismo diablo.
Había un par de ellos que eran simpáticos y me dejaban acercarme a su
fuego a cambio de un poco de comida, y nunca eran desagradables ni
intentaban... tocarme. Esa noche era muy fría así que había mucha gente
alrededor del fuego. Es algo que no aprendí a hacer jamás, un buen fuego.
Se me helaban las manos antes de conseguirlo. Así que no me quedaba
más remedio que arriesgarme y acercarme, aunque parecían más atraídos
por el fuego que por mi. Y entonces lo vi. Estaba igual. No era difícil
reconocerlo. Pero sabía que era casi imposible que él me reconociera a
mi. Llevaba el pelo corto, como un chico. Estaba muy delgada y sucia.
Aunque eso no espantaba a los mas tenaces sobones. Pero cuando le vi
tuve miedo y decidí irme. Supongo que eso fue lo que me delató. Todos se
acercaban al fuego y yo empecé a alejarme, creo que llamé la atención de
unos cuantos, él incluido, cuando un borracho me gritó que me apartase
de su camino miré hacia atrás asustada, esperando que no se hubiese dado
cuenta de mi presencia. Y ese fue mi gran error, los gritos del borracho
atrajeron su atención pero mi mirada asustada me delató. Comencé a
correr pero él me siguió. Yo tenía demasiado frío. Se me colaba por la
garganta y me cortaba. Además estaba hambrienta. No lo sé. Sólo sé que
no corrí demasiado rápido, aunque sí lo suficiente como para quedar
demasiado lejos de los demás vagabundos. Demasiado lejos como para
que alguno me ayudara.
Me agarró en un callejón y me arrastró entre los cubos de basura. Me
quedé paralizada. Podía contar con los dedos de una mano las veces que
había estado tan asustada. Y él estaba en dos de tres.
Me apretujó contra un muro, justo en la esquina que hacía contra uno
de esos enormes contenedores, y no sé qué olía peor. Y entonces me habló
y era su voz... pero parecía diferente. Más rota, más cruel.
-Te he echado de menos, niñita, creía que estabas muerta. Pensé que me iba
a morir de frio para siempre. Pero aquí estás bonita, para calentarme
¿verdad? ¿Tú también me echabas de menos?
- estaba bloqueada, sabía lo que iba a pasar y no podía evitarlo. Sentí que
sus dedos se metían entre las capas de ropa, pero era casi imposible
encontrar mi piel entre tanta tela, no como la otra vez. Aún no llegaba a
tocarme pero en mi mente podía sentirlo. Apartando mis braguitas y
sujetándome con una de sus mugrosas manos, con su barriga
aplastándome contra el colchón de mi hermano. Yo gritaba y oía a los
niños llorar. Los oía ahora también. Ellos se habían quemado hasta morir
y él estaba ahí. No había nada que pudiera hacerme a mi que fuera peor
que eso. Mis niños no estaban y ese, ese monstruo asqueroso no iba a
conseguir lo que quería. No si yo podía hacer algo.
No sé muy bien cómo me escabullí. Pero ya no tenía frío. Sólo rabia,
caliente y espesa. Me revolví como un animal acorralado. Simplemente
golpeando todo, arqueándome como una culebra y conseguí salir
corriendo. Corrí hasta que creí que mis pulmones escupirían estalactitas.
Pero cuando me paré supe que tenía que hacer algo, buscar un lugar donde
quedarme. Porque si seguía en la calle él me encontraría, ahora que sabía
que yo estaba por ahí y ni siquiera podía recurrir a los servicios sociales
porque podía ser el el primer lugar en el que me buscaría. Legalmente era
mi padre, supuse que podría llevarme con él quisiese yo o no. de todos
modos no estaba dispuesta a arriesgarme, a dejar esa decisión en manos
de otras personas. Aún no tenía diecisiete pero sabía que estaba sola en el
mundo y que en algún momento tendría que hacerme cargo de mi misma.
Depender de los servicios sociales sólo serviría durante poco más de un
año. Y yo siempre había dependido de alguien, ya no quería seguir así.

Esta vez sí me costaba trabar mi mirada con la suya. No era lo mismo


hablar de lo que había sucedido con mis hermanos que hablar de lo que
me había sucedido a mí. Sólo se lo había contado a Noah y tampoco había
sido fácil. Me pregunté si siempre sentiría tanta vergüenza. Si siempre
temería que, a partir de entonces, me miraran de diferente manera. Sentí el
sofá moverse siguiendo el movimiento del cuerpo del escritor, se estaba
acercando a mí. Necesitaba mirarlo para ver lo que pensaba pero la
timidez se había apoderado de mí. El arrepentimiento de haber dicho
demasiado. Su mano apareció cerca de la mía, a punto de rozarme, iba a
ofrecerme consuelo y yo iba a echarme a llorar. No podía hacer eso, no si
quería seguir sintiendo respeto por mí misma.
Afortunadamente había encontrado a la mejor y más oportuna
compañera de piso de todo el mundo. Entró con ese alboroto sutil con el
que solía moverse. Como si a su paso hasta los objetos cobrasen vida.
Llegaba llena de bolsas del súper y su perenne sonrisa. Hablaba de cosas
de su día imagino, no le prestaba mucha atención, observaba al hombre
sentado frente a mí que parecía retirarse con alivio. Él también agradecía
la interrupción de Natalie. No debería molestarme pero lo hizo.
El silencio repentino atrajo mi atención hacia nuestra salvadora.
Permanecía azorada contemplándonos y supe que intentaría salir huyendo
si no hacía algo para entretenerla.
Me levanté y con una amplia sonrisa que desentonaba con las manchas de
mi ropa cogí las bolsas de su mano.
-Natalie, qué bien que has llegado. Te presento a Jack Blakstone- añadir
que era un nombre falso estaba fuera de lugar pero resultaba muy
tentador.- Jack esta es Natalie, mi compañera.
Se saludaron, ella con la alegría que la caracterizaba pero me di cuenta
que él no parecía muy cómodo, aunque fue muy convincente a la hora de
ocultarlo.
-¿Jack Blackstone? ¿El Jack Blackstone escritor?- Natalie parecía
adorablemente confundida y temí que a él le pareciera tan encantadora
como a mí. Sin embargo seguía mirándola como si fuese un mal
necesario aunque ella parecía no darse cuenta. Le fruncí el ceño intentando
transmitir un mensaje sin palabras. Ni se te ocurra pasarte con ella. No me
importaba lo mucho que me tentara el escritor. Natalie era como un
bálsamo para mis heridas abiertas. No iba a permitir ni un solo gruñido en
su dirección. Jack pareció encontrar divertida mi actitud y me dedicó una
sonrisa pícara que relajó el ambiente tenso del que Natalie no era
consciente. Le sentaban bien las sonrisas pícaras, demasiado bien.

Era casi media noche cuando me metí en la ducha. La presencia de


invasores en mi rinconcito privado me hizo avergonzarme de mi reciente
afición por apestar. El escritor se había ido hacía unos minutos. Habíamos
cenado unos increíbles Sloppy Joe que Natalie había preparado y ya sentía
mi culo haciendo lugar para la grasa extra que se iba a asentar en él. Había
sido una noche demasiado agradable. Los tres sobre la isla de la cocina
dando buena cuenta de unas cervezas, pude verlos a los dos en ambientes
en los que, hasta ahora, no había podido admirarlos. Natalie con la
barbilla sucia por la deliciosa salsa y bebiendo cerveza como si el espíritu
de Noah la hubiese poseído y el escritor charlando con alguien de fuera de
su círculo, parecía relajado y hasta sonreía. Incluso en las largas horas que
había pasado espiándolo cuando acudía al pub y no sabía su nombre
siempre parecía serio e intenso, no malhumorado, simplemente como si
nada le pareciera suficientemente gracioso. Pero hoy todos nos habíamos
relajado, Natalie ya no era cuidadosa a mi alrededor. Cuando él se fue me
sonrió.
-¿Ése era el motivo de tu mal humor?- Para qué negarlo. Era mejor eso
que dar largas explicaciones que sólo provocarían más preguntas. Sonreí
ladina.
-Me alegro de ver que ya te encuentras mejor.
Sí, me encontraba mejor. Y mañana sería el día. Mañana hablaría con
Marcus y estrenaría una nueva vida. Esa noche sólo estrenaría la cama. Era
la primera vez que iba a dormir en mi nuevo dormitorio. Era momento de
muchas primeras veces y pretendía aprovechar cada una de ellas.

Había hecho un gran paripé a la hora de acostarme, estrenaba cama e
intentaba que simbolizara algo, de hecho, lo único que presagió fue una
noche de insomnio. Tal vez era la comodidad del colchón o que me sentía
extraña en un ambiente acogedor. Temía que si me dormía sería un sueño
profundo e inconsciente, de esos que preceden a las desgracias.
Ni siquiera podía saber qué hora era porque mi móvil permanecía aún
oculto en un rincón del vestidor. Me levanté y, a oscuras, me dirigí al otro
lado de la habitación, el cajón no molestó al silencio de la noche. Encendí
el teléfono y vi una larga lista de llamadas perdidas y mensajes. Todos de
Noah por supuesto. Sentí curiosidad, no había ningún mensaje de un
número desconocido que pudiese pertenecer a Marcus. O no le interesaba
ponerse en contacto conmigo o mandaba a Noah de avanzadilla. Volví a la
cama, pero contar minutos no surte el mismo efecto que contar ovejas.

Un ruidoso timbre sonó cerca de las cuatro de la mañana. Era un ruido
como de lata rascando contra ladrillo, como de timbre antiguo, afónico y
me sacó de un sueño que apenas empezaba.
El ruido volvió a romper el silencio y salté de la cama sabiendo que
probablemente ya habían despertado a Natalie. Cuando llegué al salón ella
estaba a medio camino de la puerta y pareció preguntarme con la mirada
qué hacer, sin siquiera un susurro. Probablemente tenía bien aprendido lo
de no abrir sin saber exactamente quien estaba al otro lado. Yo sabía quien
estaba al otro lado.
-Lo siento, debe de ser Noah. Siento que te haya despertado.
-No pasa nada. ¿Va todo bien?
-Claro. Es simplemente que tenemos un horario un poco extraño.
Hablaremos en la habitación y así no te molestaremos- supongo que era
por comentarios como ese que la gente podía creer que entre Noah y yo
había algo más. La mirada que Natalie me dirigió decía a las claras que
pensaba que no íbamos a hablar.
Pero eso parecía más fácil de explicar que cualquier otra cosa. Natalie
hizo como si cerrara una cremallera en su boca y con una sonrisa que no
encajaba con la hora que marcaba el reloj, se dirigió a su improvisada
cama. Su gesto risueño y adormilado me recordó a otra rubita que
siempre estaba alegre. Al fin comprendía esa conexión inmediata que tuve
con ella, nunca me había sucedido con otra persona. Natalie me recordaba
a Nicky. Tal vez se habría parecido a ella de mayor.
El timbre volvió a sonar. Estaba claro que quien fuese no se iba a
largar tan fácilmente. Y después de haber pasado días regodeándome en la
miseria creía estar lista para enfrentarme a Noah.. Aunque no para
perderlo.

Allí estaba Noah, tan guapo como siempre. Un poco cabreado, lo que,
obviamente, significaba que estaba preocupado. Pero a su lado había otra
figura. No me hacía falta la luz para reconocerlo. Ni siquiera tuve que
mirar en su dirección, supe quien era en cuanto me di cuenta de que había
alguien dos personas. Estaba cubierto por la oscuridad del exterior, pero
yo le recordaba así, a oscuras, cansado y con la expresión tensa, como si
se contuviese para no ser demasiado feliz. Igual que nos daba su comida y
nos cedía su cama también siempre nos había dejado una mayor parte de
felicidad e ignorancia. Como si él no necesitase sonreír. Comprimía los
labios, muy apretados, y se tragaba cualquier sonrisa sincera, aún con
quince años me había dado cuenta. Marcus apenas sonreía de verdad.
Noah era de ese tipo de personas al que no le interesan los problemas
de los demás. Sí, regentaba un bar, pero eso no significa que quisiese
escuchar tus mierdas. Más bien conseguía que te alegrases a fuerza de no
admitir ningún otro tipo de actitud. Si tenía que ser algo brusco para
impedir que tus lamentos llegaran siquiera a incomodarlo, lo era, y si
tenía que ser muy brusco, mejor. Por eso su actitud recelosa y cuidadosa
fue aún más llamativa. Antes de que yo pudiese siquiera reaccionar a lo
que se hallaba ante mi puerta él ya estaba empujándome suavemente y
haciéndome entrar en mi propia casa. Su mirada se deslizó por encima de
mi hombro ignorándome tan completamente que me di la vuelta para ver
qué podía estar llamando su atención. Natalie seguía en medio del salón,
ligeramente despeinada y adormilada. Miraba a Noah como intentando
deducir si necesitaríamos un arma.
-Nat, tal vez quieras esperar en mi habitación. Puede que tardemos aquí.
Usa mi cama.- estaba claro que no quería irse porque, aunque contaba con
Noah, no contaba con un tipo vestido de negro y sin afeitar. No quería que
empezara a tener miedo. No me gustaría que, por mi causa, comenzara a
temer hasta a las sombras.
-Puedo esperarte. Preparar un té si ...- Una voz cansada y demasiado
autoritaria para mi gusto cortó su ofrecimiento.
-Es mejor que te vayas a dormir. Esto ya va a ser bastante incómodo-
aunque yo quería que se fuese que Noah se pusiese a dar órdenes a la
ligera me molestaba. Sólo un poco. Pero le sonreí alentadora y contemplé
como la puerta se cerraba detrás de ella. Deseaba estar detrás de esa
puerta.
Nuestro pequeño teatrillo me había entretenido lo suficiente como para
ignorar a la otra parte de mi visita. Ya eran como un ente inseparable para
mí. Primero habían sido las personas en las que más confiaba en el mundo
y luego solo unos traidores. Y además me habían traicionado juntos.
Enternecedor.
Simplemente me dirigí al sillón y me senté. Dejándoles el sofá a ellos.
De repente me di cuenta de lo bonita que era la mesa de café. Era
fascinante, con sus vetas y las marcas en la madera y, como no habíamos
encendido la luz principal, todo se veía iluminado por una luz de ambiente
rojiza y tenue que lo volvía todo más íntimo y perturbador.
-Sam- parecía que la mesa me estaba hablando, con la voz de mi hermano.
Era exactamente su voz, un poco más ronca. Más adulta. Después de todo
habían pasado mucho años, me recordé. Eso no debería ponerme triste,
debería ponerme furiosa.
-Sam, deja que te expliquemos...- esta era la voz de Noah, menos cautelosa,
más exigente, como si yo tuviese la obligación de escucharles. Era
imposible confundir sus voces así que yo no tenía ni que mirarles. No
quería mirarles, y cuando la mesa comenzó a danzar borrosa ante mis
ojos menos aún quise que vieran mis lágrimas. Alguien se levantó y se
arrodilló junto a mi, deseaba que fuese Noah porque no sabía si iba a
poder soportar la otra opción. La mesa fue bloqueada por una cabeza y
unos hombros anchos. Pero mis ojos estaban demasiado llorosos para
poder ver con claridad. Pero era su olor, su forma de moverse y su
respiración. Quise echarme atrás pero tenía una mano en mi mejilla y me
miraba como si no hubiesen pasado los años, me miraba exactamente
como lo hacía mi hermano mayor, como si fuese un superhéroe que
pudiese protegerme de cualquier cosa. Las lágrimas ya se deslizaban por
mis mejillas, calientes y rabiosas así que podía verlo entre las rendijas de
mis ojos. Pero comenzaron los sollozos, desgarrándome la garganta, una
catarata cálida me impedía hablar y mi cuerpo se convulsionaba sin que
pudiese hacer nada para detenerlo. Entonces Marcus me abrazó, fuerte,
como si aún tuviese derecho. Su voz se convirtió en una letanía en mis
oídos.
Lo siento. Lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
Con cada sollozo, un lo siento.

No era la primera vez que veía amanecer en mi nueva casa. Las


ventanas daban justo al este así que la vista era magnífica. Unos suaves
rayos blanquecinos comenzaron a extenderse por el jardín del sauce
llorón. Se colaban entre las hojas y lo iban invadiendo todo, con la
serenidad de un ejército que tiene la victoria asegurada. El día comenzaba
pero no era descortés o molesto. Llegaba lentamente sin hacer ruido.
Cuando los colores del apartamento se vieron realzados por la luz del
exterior todo pareció más simple, más definido. La encimera de madera se
fue despertando y los libros cobraron vida en la estantería, los lomos
fueron iluminándose como si fuese un premio saliendo a la luz
lentamente. Cumbres borrascosa, El retrato de Doryan Gray, Peter Pan,
Harry Potter...
No podía moverme, supongo que la luz también me alcanzó a mi e
iluminó mis rasgos, no sé si descubriendo algo nuevo, aunque yo sentía
como si mi cara no fuese la misma de ayer, y no sólo porque debía de
tener los restos del llanto, roja e hinchada. No me sentaba bien llorar. Era
imposible que mi rostro fuese el mismo, que mis ojos tuviesen el mismo
color. Me sentía muy distinta. Todo el cuerpo me dolía pero no podía
moverme o despertaría a Marcus. Había sido imposible hablar ayer. Mi
ataque de llanto sólo se había hecho más profundo. Marcus me había
abrazado, sus disculpas siempre flotando en la habitación, hasta que sus
palabras perdieron el significado y empezaron a sonar como “ te quiero”.
Te quiero, te quiero, lo siento, te quiero...
Noah nos dio toda la intimidad que pudo sin levantarse del sillón. Se giró
hacia la puerta de entrada y debió de quedarse dormido.
Levanté la mirada hacia mi hermano, me di cuenta de que no había
dormido. Ni siquiera ahora lo estaba, tenía los ojos cerrados pero estaba
tenso. Observé los cambios en su rostro. Tenía una sombra de barba aún
más oscura que le daba un aspecto siniestro. Sus rasgos eran más
marcados, más afilados. Ya no quedaban rastros del niño que fue. Era un
adulto, un adulto desconocido. Era demasiado joven pero sus ojos ya
mostraban marcas alrededor. Me preocupó que no hubiese estado
cuidándose. Parecía tan mayor, tan cansado. Hasta su nariz era diferente,
como si alguien la hubiese movido, intentando recolocarla, pero no
hubiese hecho un buen trabajo. Y tenía una pequeña cicatriz, en la sien
izquierda, tan pequeña que no la habría visto si no estuviese tan cerca.
Tenía el cabello negro, un poco más corto que en el instituto. Mientras lo
contemplaba en busca de cambios sus ojos se abrieron. Su boca sonrió
aunque no parecía un gesto que el resto de su cara fuese a imitar.
-Hola.
-Hola.
En la cocina una taza cayó al suelo haciendo el ruido más horroroso
que he escuchado en mi vida. La voz de Natalie se lanzó detrás, como al
recate, como si pudiese recoger el sonido antes de que llegase a nuestros
oídos y mantenerlo a salvo.
Noah se sacudió y se levantó en un sólo movimiento, su cuello giró
bruscamente hacia atrás e interrumpió con un crujido lo que estaba a punto
de decir.
-¿Qué …?
Natalie seguía disculpándose. Mientras yo murmuraba palabras
tranquilizadoras me preguntaba cómo es que no la había visto. Tal vez
había pasado demasiado tiempo embobada con la cara de Marcus.
Me acerqué para ayudarla a recoger los trozos de porcelana agachada
tras la isla de la cocina. Susurró un lo siento mientras yo formulaba un
silencioso no pasa nada con los labios. Parecía que lo siento era la nueva
frase de moda.
Noah se había atrincherado en el baño y su ausencia se notaba en el
ambiente. Marcus parecía receloso y no se acercaba y yo, tal vez porque se
había pasado la sorpresa o porque ya me había desahogado, me sentía
menos dispuesta a ser benévola. Suponía que ya había llegado el momento
de hablar pero Natalie hacía que la situación fuese como la de dos padres
que no quieren discutir delante de su hija. Aunque Marcus no la conocía
estaba claro que no quería airear nuestro trapos sucios delante de ella. O
quizá simplemente quería disfrutar de esa extraña tregua que parecía
haberse impuesto entre nosotros.
Yo intentaba preparar café, o al menos pretendía tener las manos
ocupadas, mientras Natalie intentaba tener una charla insustancial con
nuestro invitado ofreciéndole cualquier cosa comestible que tuviésemos
en casa. Incluso le ofreció cosas que no teníamos.
Cuando Noah salió del baño la voz de Marcus pareció destrozar el
silencio, literalmente le dio un paliza. Lo que fue totalmente incongruente
con lo que dijo.
-¿Puedo usar el baño?
Natalie me miraba pero como no dije nada ella simplemente sonrió y
asintió como la perfecta y encantadora anfitriona que podía ser. Vi a
Marcus desaparecer tras la puerta del baño y, lo que me había parecido tan
fascinante antes en la mesa de café ahora lo vi en la puerta, por eso tardé
un rato en darme cuenta de lo que estaba pasando justo a mi lado. Noah y
Natalie susurraban y la expresión de Nat era tensa, como si la estuviesen
obligando a hacer algo que no quería. Me miró, dudando, pero Noah se
adelantó y agarrándola de la mano dijo en voz bastante alta.
Natalie y yo vamos a salir a desayunar.
Bien, yo no era estúpida. Sabía que probablemente Noah sólo pretendía
darnos espacio a Marcus y a mi para hablar. Pero también había visto su
forma de mirar a Nat, su extraña forma de comportarse con ella. Como si
no le atrajese lo más mínimo cuando a él le atraía una percha con falda.
Puede que yo estuviese dolida, había fracasado donde todas las demás
chicas parecían triunfar. Aunque si yo estaba en lo cierto y ella seguía
enamorada de su exnovio probablemente Noah sufriría un desengaño esta
vez. No había ni una pizca de complacencia al pensar en eso. Bueno, sí,
pero él me había mentido con lo de mi hermano.

La casa quedó muy silenciosa cuando Natalie y Noah se fueron.


Estaba sola en una casa con mi hermano. Estaba con mi hermano.
Después de casi diez años mi hermano estaba aquí e iba a contarme porqué
se había ido. Porqué nos había dejado. Y yo iba a tener que decidir. Si
Marcus estaba aquí no era solo para una visita antes de volver a largarse,
yo no pensaba permitirlo. Si Marcus estaba aquí era porque quería que
volviésemos a ser hermanos. Que le perdonase y quizá volver a donde
nuestra relación había quedado, chamuscada.
Así que, en cuanto Marcus saliese del baño iba a dar respuesta a la
pregunta que me había estado haciendo todo este tiempo. Tal vez hoy,
perdiese a mi hermano para siempre.

Marcus salió del baño con la chaqueta en la mano, las mangas de su


camisa blanca remangadas hasta el codo y el pelo y la cara húmedos. Aún
parecía demasiado cansado, sus ojos demasiado viejos y... ¿se estaba
quedando calvo? Eso sí me preocupó. Marcus era como el protagonista de
una peli de los cincuenta. Su carisma de niño malo residía en su pelo.
Sus ojos recorrieron el salón cautelosos. Estaba claro que no sabía si el
hecho de que estuviésemos solos era bueno o malo. Yo creía que era lo
mejor. No estaba segura de poder enfrentarme a Noah y a Marcus al
mismo tiempo.
-Han salido a desayunar. - un corto asentimiento, esto iba a ser más difícil
de lo que creía- si quieres ir con ellos...
No, yo... quiero explicarme.
-Muy bien. ¿Un café?
-Sí. Gracias. - ambos miramos el líquido negro, que parecía totalmente
insalubre caer, con un alegre chapoteo típico del barro, en mi taza negra
que decía “Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca
más". Es la única taza que tengo, Noah me la regaló, con una frase de
Oscar Wilde para variar. Así que cogí una de Nat para mí. Era de un
adorable color azul. Después de servir el café ambos parecíamos estar
preparándonos para lo que venía. El silencio se hizo espeso y yo apenas
veía mis dedos entre esa incómoda niebla.
-Bien, ¿por dónde quieres que empiece?
-Por el principio estaría bien.- Sonrió sosteniendo la taza contra sus
labios, ocultando su sonrisa de mí. Luego su expresión se oscureció,
recordando y, como si fuesen pequeños regalos que me hacía, las palabras
fueron surgiendo.
-El día que... me largué. Estaba trabajando en el taller y recibí una llamada
de John, el dueño del bar al que solía ir...nuestro padre- pronunció las
últimas palabras como si intentara estrujarlas con los músculos de la
garganta e impedirles salir. Nunca se le había dado bien contar historias,
usaba frases cortas y pausas en los momentos menos oportunos. Me
alegraba ver que eso no había cambiado.- Me dijo que fuese a buscar... a
buscarle... a nuestro padre. Que estaba diciendo cosas extrañas e iba a
haber jaleo si no me lo llevaba. Dijo que papá decía cosas... cosas que no
podían ser verdad.
Cuando llegué papá estaba a un lado de ese antro pero casi todos los
demás estaban en el lado opuesto, como si no pudiesen estar cerca de él.
La escoria más apestosa del barrio rechazaba a nuestro padre como si
tuviese una jodida enfermedad mortal tremendamente contagiosa. Siempre
me había avergonzado de él. De su cariño por la botella más que por la
familia, de que no se preocupase por nosotros y nos dejase vivir así. Por
su culpa la enfermedad de mamá iba cada vez a peor. Era una mierda
como padre y como persona. Y lo peor es que los demás también lo veían.
Cuando lo agarraba para sacarlo del bar vi la expresión de lástima y
...asco, en los ojos de John, en los ojos de cada uno de los presentes y
entonces John me dijo que tuviera cuidado con mi padre. Y supe que algo
había pasado.

Mientras lo subía al coche parecía dormido. Apenas se movía y yo


empujaba su cuerpo blando y alcoholizado a través de una puerta
demasiado pequeña. Pero en cuanto encendí el motor se espabiló.
-Llévame a casa quiero verla.
-¿A mamá?- Pero se quedó callado. Y sus ojos se cerraban y murmuraba
entre sueños.
-También es mía. Tengo derecho, soy su padre.
-Papá ¿qué dices? ¿de quién hablas?- entonces me miró con la sonrisa más
perversa que le había visto jamás a nadie. Luego apoyó la cabeza en el
respaldo y sonrió, como recordando algo hermoso, parecía casi feliz,
enfermizamente feliz.
-Se mete en tu cama. La he visto. Se mete allí todas las noches. Esa
pequeña zorra. Es mía primero. Tiene que ser mía. Es mi hija. No me vas a
quitar a mi hija cabrón. Es tan bonita, tan caliente y suave. Me gustan
suaves. Si puedes tenerla yo también. Pequeña mocosa malcriada. Yo no
quería hacerle daño pero no paraba de moverse. Yo también tengo derecho.
Soy su padre.
-¿Hablas de Sam? ¿Le hiciste daño a Sam?
-No se estaba quieta. Yo solo quería probarla un poco.
-¿Qué le hiciste?
-Le dije que se estuviera quieta
-¿Y por qué se movía? ¿Qué le hacías?
-Llévame a casa. Quiero volver a probarla.
-Voy a matarte.

- Dios, nunca había tenido tantas ganas de matar a alguien. Si antes
estaba resentido con
él ahora... realmente quería matarlo ¿sabes? No es la típica frase que dices
cuando estás cabreado. Iba a matarlo y lo sabía.
Escuchaba cada palabra de Marcus pero parecían provenir de un lugar
lejano, sentí que toda la sangre escapaba de mi cuerpo. Él lo sabía, Marcus
lo sabía, sabía lo que me habían hecho.
-Sam tranquila cariño, respira.- me alejé de su contacto, no quería que me
tocara, no quería que nadie volviera a tocarme en la vida. Mi boca sabía
mal, como a vómito. Costaba tanto respirar.- Lo siento, siento que tengas
que volver a recordar esto.- ¿Volver a recordar? Nunca lo había olvidado.
ÉL se había encargado de que nunca olvidase.- ¿Quieres que deje de
contarlo? No necesitas escuchar esto. No va a volver a hacerte daño.- Me
tragué una risa amarga. Qué iba a saber él. Pero debía tranquilizarme o no
obtendría respuestas.
-No, sigue, quiero saberlo. Todo.- Asintió muy serio, fuese lo que fuese la
historia no mejoraba desde ahí.

En vez de parar en casa seguí conduciendo. Pasamos el prado del


castillo y me adentré cada vez más en el bosque, donde ya no había
carretera y apenas cabíamos entre los árboles. Paré el coche de manera
que su puerta estuviera prácticamente pegada a un árbol para que no
pudiese salir. Necesitaba pensar. Estaba demasiado furioso y esperaba que
eso fuese lo que me hacía imaginar los peores escenarios. No podía ser
verdad lo que estaba contando. Tenía que ser algún desvarío de borracho.
Tenía que estar entendiéndolo mal. “Ella se mete en tu cama”. El muy
cabrón pensaba que yo te... y eso le hacía tener derecho también. Era mi
culpa.
Empecé a respirar profundamente, intentando relajarme para razonar.
Sus ronquidos se metían en mi cabeza, llenaban todo el coche.
Tenía que denunciarlo, pero eso podía ser peor. ¿Qué harían contigo? Si
él te había... ¿Qué harían?¿ Me dejarían cuidarte? ¿O creerían la versión
de papá? “Ella se mete en tu cama” Joder, sólo con que investigaran un
poco verían en qué mierda de condiciones vivíamos y os llevarían lejos. No
podía permitirlo. Os llevarían a un hogar de acogida, a un orfanato y
¿podría acercarme a vosotros? ¿Qué pasaría con mamá? No podía
denunciarlo.
Pero no podía dejarlo así. Si le obligaba a marcharse ¿Cómo sabría que
no reaparecería? Yo me pasaba casi todo el día fuera. Por la noche no
volvía hasta el amanecer. Estaría siempre pendiente de si él regresaba
mientras no estaba. Y saber que estaba por ahí. Que podía volver a hacerte
daño. ¿Iba matarlo? ¿Realmente iba a matar a mi padre? Quería hacerlo.
Las manos me hormigueaban de ganas. Quería aferrarme a su cuello y
apretar. Hasta que la carne que apretaba entre mis manos se volviese dura
y fría. Me imaginaba su cuello, los músculos tratando de introducir aire.
Sus ojos, muy abiertos, incrédulos y a punto de estallar por la presión.
Entonces mis manos se confundieron con las suyas y las imágenes más
horribles pasaron por mi cabeza. Sus dedos gordos y rosados cubriendo tu
cuello. Aferrando tus brazos. Moviendo tu cara. Abriendo tus piernas.
Dios, tal vez lo había hecho más de una vez. Y yo no me había dado
cuenta. No me habías dicho nada. ¿Te habría pegado? Tenías que ser
virgen porque eras sólo una niña. Responsable e inteligente, la niña más
dulce del mundo. Me lo habrías dicho si hubieras estado con un chico y yo
también habría tenido ganas de matarle, pero nada comparado a esto.
Nunca iba a poder borrar lo que te había hecho. Daba igual lo que yo
hiciera ahora. Al menos podría evitar que volviera a suceder. Pero tenía
que planearlo bien. Si me inculpaban iría a la cárcel y él... tenía que
desaparecer.
Nadie le buscaría si no denunciábamos su desaparición. Los niños eran
demasiado pequeños. Y mamá estaba demasiado perturbada, no se daría
cuenta, le mentiríamos y creería cualquier cosa. A ti tendría que
contártelo. No sólo porque sospecharías también... para que estuvieses
tranquila, para que supieses que jamás te volvería a hacer daño.
Los tíos del bar sabían que yo había ido a buscarle. Había salido antes
del trabajo. Todo eso resultaría sospechoso si alguien se decidía a
investigar. Aunque los habituales del bar parecían realmente asqueados.
Quizá nadie quisiera vengar a su compañero de borracheras, quizá nadie...
Había demasiado cabos sueltos.
¿Cómo me iba a deshacer del cadáver? No tenía pala. Y necesitaba
enterrarlo bien profundo para que no lo encontrasen. O tal vez darle
medicación. Algún tipo de veneno. Había venenos que eran indetectables.
Nuestra casa era un puto vertedero, si el aparecía muerto y parecían
causas naturales nadie investigaría. Había maneras de simular un infarto
¿no?
Volví a enterrar la cabeza en el cabecero del asiento. Si le dejaba
volver, y ocurría algo, nunca me lo perdonaría. ¿Qué eran unos años en la
cárcel sabiendo que estarías bien? Y tal vez nadie le encontrase. Nadie le
buscaría, no tenía trabajo y yo llevaba ocupándome de los asuntos de la
casa el tiempo suficiente como para que nadie le extrañara. ¿Quién le
querría de vuelta? Sólo mamá parecía tenerle cariño últimamente.
Bien. Un buen golpe en la cabeza. Y luego asfixia. ¿Era lo mejor para
matarlo? Joder. ¿De verdad estaba pensando la mejor manera de matar a
mi padre? Lo mejor era dejarlo inconsciente para que no pelease. Él era
una mole de grasa y yo era delgado, con algo de músculo pero no lo
suficiente como para ganarle y menos si estaba furioso y descontrolado. Ya
estaba medio inconsciente, si aplastaba su cabeza contra el salpicadero
del coche con bastante fuerza podría dejarlo fuera de combate. Y luego
simplemente taparle la nariz y la boca para que dejase de respirar. No
como esos ronquidos que... entonces me di cuenta del silencio que había en
el coche, un silencio total, tal vez se había muerto él sólo y me había
ahorrado el trabajo, abrí los ojos y vi un movimiento justo frente a mi
cara. Un codo, demasiado duro para toda la grasa que lo rodeaba, impactó
en mi cara. Quedé aturdido supongo. Cuando pude volver a levantar la
cabeza el dolor era tan horroroso que creí que me habían aplastado,
literalmente, el cráneo.
Papá estaba empujándome desde el asiento hasta un suelo cubierto de
hojas. Se había inclinado sobre mi para abrir la puerta y ahora me
arrojaba fuera del coche, como si yo no pesara nada. Quedé boca abajo, la
sangre escurriendo por mi nariz. Había algo raro en mi boca, sabía a
cobre, a tijeras mal afiladas. Creí que me dejaría ahí y se iría, pero se bajó
del coche aplastando mis piernas. Volvió a cogerme la cabeza, esta vez por
los pelos, y me la estampó contra el suelo, me pareció que esta vez dolía
menos. Empezó a patearme, el vientre, la ingle, la cara. Y supe que iba a
matarme. De algún modo en su delirio de borracho había encontrado un
poco de cordura y se había percatado de lo que yo tenía intención de hacer.
Creo que no le gustó la idea. Me dio la paliza de mi vida. Dudo que dejase
un hueso sin romper ni un músculo sin magullar. Finalmente llegó lo
deseada inconsciencia.
Cuando me desperté él ya no estaba.

Cuando volví a la realidad la quietud y el silencio del salón
contrastaron intensamente con lo que acababa de vivir. El eco de los
golpes, de los jadeos furiosos, de los gemidos de dolor. Tardé un rato en
recuperarme. Marcus aún seguía perdido en esa visión, que un día fue real
para él. Si antes odiaba a mi padre ahora lo odiaba mil veces más. Podía
ver cada impacto en el rostro de mi hermano, cada cicatriz.
-No pude levantarme hasta horas después...
-Marcus no tienes que seguir- sonrió triste, sin cruzar su mirada con la
mía.
-Sí tengo que hacerlo. Te mereces saber todo lo que pasó. Y nos
merecemos otra oportunidad ¿no crees?- asentí con el corazón encogido y
lágrimas en mis mejillas. Mi hermano había vuelto para quedarse, ahora
estaba segura. Dudó unos segundos, como si no recordase en qué punto de
la historia estaba, luego, su voz baja y monótona, comenzó de nuevo a
narrar.- Creo que pasé allí la noche pero no puedo estar seguro. Cuando
logré levantarme y comencé a andar estaba totalmente desorientado. No sé
siquiera si sabía a donde me dirigía. Si no hubiese sido por un golpe de
suerte habría muerto dando vueltas en aquel bosque.- acercó su mano a mi
mejilla húmeda intentando secar las lágrimas, era una lucha inútil. - No
llores Sam. No quiero que te sientas mal, ni que me perdones porque te
doy pena, sólo quiero que entiendas... lo que hice.
-Porqué no volviste.
-No sólo eso pero sí. Quiero que sepas porqué no volví a por ti.- se
recostó en el sofá y pude ver un atisbo de lo que había sido cuando pasó su
mano, frustrado, por su cabello.- Había una pequeña casa, cerca de la
carretera, a las afueras del bosque, donde vivía... donde vive, una señora,
Francis. Está totalmente aislada, pero ella me encontró. Siempre se pelea
con su hijo porque dice que vive en un sitio peligroso, pero si no fuera
por ella...- dediqué una alabanza silenciosa a esa desconocida que le había
salvado. Sin embargo, no dije nada. Me pareció que lo que venía sería, por
fin, la respuesta que esperaba.- me llevó a su casa y consiguió un médico.
Tardé semanas en recuperarme, tuve una infección que lo complicó todo.
Yo sólo deliraba, y suplicaba que no me llevase a un hospital. Todo esto
me lo contó ella después. Supongo que hasta en mis desvaríos temía lo que
pasaría si las autoridades descubrían lo que había sucedido. Francis creía
que yo huía de algo, que tal vez era un delincuente así que no se atrevió a
avisar a las autoridades.- durante un instante hubo una pequeña, aunque
verdadera, sonrisa bailando en su boca. Luego volvió la seriedad, inspiró
profundamente, cogiendo fuerzas para continuar, como si las heridas
producidas diez años antes, aún le doliesen. Me incliné, inconscientemente,
hacia delante, pendiente de cada una de sus palabras.- Me enteré del
incendio días después de que sucediera. Es otra parte que no recuerdo, vi
las imágenes en televisión y me volví loco. El doctor, Martin, estaba allí y
me atiborró a sedantes. Cuando volvía en mí, recordaba la noticia, y
volvían a dormirme. Durante un tiempo no supe qué parte de toda esa
pesadilla era real, a veces creía que todo había sido una alucinación
producida por las pastillas y que vosotros estabais bien, a salvo en casa.
Pero recordaba la expresión de papá mientras me golpeaba y sabía que
todo era verdad, que él lo había hecho. Cuando pude ponerme en pie e ir a
buscarte ya estabas en una casa de acogida. Para cuando dejé de ser
sospechoso del asesinato de toda mi familia, ya te habías escapado y
habías desaparecido.
-¿Viniste a buscarme?- mi pequeño salto de sorpresa se vio frenado por su
expresión hostil.
-Claro que fui a buscarte. Eras mi hermanita, mi niña. Lo único que me
quedaba. Y necesitaba protegerte. Pero tú te habías escapado, como una
mocosa rebelde. Destrocé el salón de la casa de tu familia de acogida
cuando me lo dijeron. Estaba seguro de que te habían hecho algo.
Volví a sentirme como cuando había hojeado aquel libro cochino y
Marcus me había descubierto. Volvía a ser una cría regañada, con toda la
razón, por mi hermano mayor. Ahora no tenía nada que reprocharle y su
mirada llena de furia y acusaciones me hizo encogerme hasta volverme
insignificante.
-Tardé años en encontrarte de nuevo- anunció acusador. Como todo buen
crío culpable sabe, cuando no tienes una buena excusa con la que
defenderte tienes que buscar una distracción.
-¿Por qué creyeron que tú habías causado el incendio?- Marcus no era
idiota, sabía que intentaba despistarle, pero aún conociéndola, mi artimaña
logró su propósito. Volvió a ponerse serio, casi cauteloso.
-Había restos de acelerante. El fuego pudo haber sido provocado, aunque
teniendo en cuenta “los montones” no había ningún indicio claro de que
no estuviesen allí por casualidad. Que mamá no los hubiese recogido y
apilado en casa. Eso, y la declaración de Francis y Martin, fue lo que evitó
que pisara la cárcel.
Intenté recordar los días anteriores al incendio. ¿Había traído mamá
algo potencialmente peligroso que yo había ignorado? De aquellos días
apenas me quedaba la sensación de estar constantemente esperando que
Marcus volviera. Tal vez si hubiese estado más atenta. Tal vez habría visto
que había algo que nos ponía en peligro. Solíamos sacar y llevar muy
lejos, cualquier cosa que nos pareciese una amenaza inminente. Era difícil
deshacerse de todo lo demás porque mamá solía ponerse histérica cuando
veía que sus “montones” menguaban.
-¿Fue culpa mía?- él parecía saber lo que yo estaba pensando.
-No, Sam, claro que no. No podíamos controlar a mamá. Debí... debí ser
menos egoísta y denunciar nuestra situación. Cuando recuerdo la manera
en que vivíamos y que yo lo permitía.- Ahora que sabía su parte de la
historia, y que le creía, no podía permitir que siguiera castigándose.
Cambié de tema.
-¿Cómo me encontraste?
-No te encontré a ti. Encontré a papá.- otra vez él. Nuestra historia estaba
llena de sus apariciones estelares. Parecía el actor principal pero...
-¿Tú no creíste que había muerto en el incendio? Los policías... todo el
mundo dijo que habían encontrado sus restos. Yo no supe que seguía vivo
hasta que me lo encontré en las calles.
-Cuando por fin dejé de tener la cabeza embotada por las drogas sólo uno
de mis pensamientos delirantes me acompañaba: todo eso lo había hecho
él. No podía olvidarlo, aunque parecía irracional según las pruebas, no
podía dejar de pensar que era su venganza final. Además, el hecho de que
sólo tú sobrevivieras a las llamas, era siniestramente adecuado. Qué mejor
forma de tenerte que eliminar todo lo demás.- sentía que un ataque de
pánico se habría paso en mi pecho. Eran las mismas cosas que yo había
pensado. Al ver que no eran sólo un reflejo de mis miedos hacía que
pareciesen más reales. Marcus tenía mis mismas terorías.
-Crees que él provocó...
-Sam.
-Él mató a Nicky, a Teddy y a mamá... casi te mata a ti para...- corrí al
baño. El fuerte sabor del miedo inundó mi boca, era amargo y
nauseabundo. Las arcadas y las lágrimas me impedían respirar con
normalidad y pronto sentí que me ahogaba. Unos brazos fuertes me
rodearon y me revolví intentando rechazarlos. Sólo los susurros tenues y
las palmaditas tranquilizadoras surtieron algún efecto. Poco a poco el
temor se fue diluyendo, dejando sólo una piltrafa humana sentada en el
suelo del baño.

Marcus preparó una manzanilla mientras yo me lavaba los dientes y me


refrescaba un poco. Me sentía agotada. Más que en un turno doble en el
pub, cosa que no existía, más que cuando recorría las calles heladas de
Edimburgo con el estómago vacío y con un abrigo que no hacía honor a
su nombre.
Tardé un buen rato. Intenté eliminar las ojeras con agua, pero no
funcionó. Aunque yo no era coqueta mi aspecto era tan deplorable que me
sentía avergonzada. Al menos ya no olía mal.
Marcus estaba en la cocina con dos tazas humeantes frente a él. La
manzanilla estaba tan dulce que era prácticamente imbebible, si es que esa
palabra existe, pero sabía que el azúcar me sentaría bien. Dejamos que el
silencio se hiciera familiar. Los dos necesitábamos un respiro.
-¿Te gusta vivir aquí?
-Sí. Me gusta mi cajita de ladrillos. Y me gusta Natalie. Es simpática.
-¿Cajita de ladrillos?
-Sí, la primera vez que la vi me pareció una caja, sin ventanas. No me
gustó mucho.
-A mi tampoco me gustó que te mudaras tan lejos de Noah.- alcé una ceja
desafiante.
-¿Desde cuando estáis tú y Noah compinchados para controlarme? ¿Hace
cuánto me... nos encontraste?
-Ahora no. Luego terminaré de responder todas las preguntas. Responde tú
a ésta. ¿Qué hay entre el escritor y tú?- prácticamente le escupí la
manzanilla en la cara. No por falta de respeto sino porque debía
acostumbrarme a que, aunque yo creía que habían pasado diez años entre
nosotros, él en realidad estaba al día de todo lo concerniente a mí. Me
llevaba una década de ventaja.
-Creo que ya soy mayorcita para tener que responder a eso.
-A Noah no le gusta. No se fía de él.
-Me importa una mierda lo que le guste a Noah. Aún no he olvidado los
años que se ha pasado... que os habéis pasado mintiéndome.
-Antes no eras tan malhablada.- tenía dos opciones, enfadarme y hacerle
enfadar con mis respuestas hirientes o tomar un atajo. Le saqué la lengua.
Quería conservar el espíritu fraternal un poco más- Ni tan insolente-
añadió dándome un capón.
-Bueno ¿y hay alguna chica en tu vida?
-¿Y eso?
-Yo también me preocupo por mi hermanito.
-En realidad esperaba que me preparases una cita con tu amiga.
-¿Natalie?- medio chillé- no, no, no, no, no. Manteneos alejados de ella.
Lo digo en serio. No quiero tener que mudarme, me gusta este sitio.- Su
risa era contagiosa pero aún así me hice una nota mental para mantener a
Natalie lejos de ésos dos. Eran mi hermano y mi mejor amigo pero no le
deseaba esa carga a ninguna chica. Y menos a mi única amiga.
-Venga. Sólo me preocupo. ¿Qué hay entre el escritor y tú? Es tu primera
“lo que sea” seria desde el fotógrafo, que por cierto no me gustaba nada.
Y que conste que no estoy contando a Noah.- pude sentir cómo mi
mandíbula se deslizaba lentamente hacia abajo. No iba a contestar siquiera
a la pullita sobre Noah. Pero ¿Cam? Cam fue antes de conocer a Noah.
-¿Cuánto hace?
-Luego.
-No, ahora. ¿Cuánto hace que me encontraste?
Casi un año después del incendio- volví a sentarme lentamente, me
había levantado arengada por un impulso avasallador pero la realidad me
había llevado de nuevo al sofá.
-Un año después del incendio.- repetí incrédula.- Eso es hace nueve años.
-Sí.
Hacía nueve años que sabía dónde estaba. Había estado vigilándome
todo este tiempo, pero jamás había dado señales de vida.
-¿Por qué?- era incapaz de completar la pregunta, ni siquiera estaba
segura de lo que quería saber.
-Cuando supe que te habías escapado de la casa de acogida comencé a
buscarte como un loco. Francis y Martin me ayudaban. Recorríamos las
calles. Ya habíamos dejado de buscarte en hospitales y albergues. Martin
tenía algunos contactos así que estaríamos avisados si sucedía algo en ese
frente. Pero yo confiaba en que estarías bien, en que sabrías sobrevivir en
las calles. En que estarías viva. Durante dos años apenas dormí
imaginando... todo lo que podía sucederle a una niña en la calle.
Uno de los días en que llevaba tantas horas buscándote que veía
borroso, me pareció ver algo. Como un recuerdo. Como si alguien
hubiese sacado una foto a una imagen guardada en mi cabeza y la hubiese
mezclado con la realidad para despistarme. Se confundieron mis
pesadillas y el mundo real.
Cuando volví a casa eran casi las once de la mañana, en esos días vivía
de la caridad de Francis y empleaba todo mi tiempo en buscarte. Mientras
dormía soñé, soñé con esa cara. Era papá. Me había parecido ver a nuestro
padre, recortado del pasado y puesto en las calles para atormentarme.
Esa noche volví a la zona en la que te había estado buscando el día
anterior. Solía buscar en lugares diferentes cada vez, y volvía muchas
veces a los mismos lugares, temía que estuviésemos caminando en
círculos, yo siempre llegando a donde habías estado un poco tarde, o un
poco antes de que tú llegaras. Así que nunca sabía dónde iba a buscarte
cada noche. Me dejaba llevar por el instinto. Y el instinto me llevó hasta
papá.
Era él. No había cambiado demasiado, quizá un poco más sucio, con la
piel de la cara un poco más flácida. Con la pérdida de kilos la carne se le
había resbalado formando colgajos de piel alrededor del cuello.- podía
verlo, exactamente igual a como lo estaba describiendo. Yo también lo
había visto así. Marcus pareció volver de su recuerdo y me miró
esperando que yo hubiese entrado en pánico. No estaba asustada, estaba
recordando. Fue dos años después del incendio también cuando empecé a
verle. Y cuando él me vio.
Marcus volvió a su narración, pero esta vez iba más rápido, como si
quisiera hacerme pasar el mal trago lo más rápido posible para que no
tuviese que soportarlo demasiado tiempo.
-Me sorprendió tanto verle que creo que durante un tiempo no llegué a
asimilar del todo el significado de lo que eso suponía. Había estado tan
centrado en la muerte de Nicky y Teddy, en tu desaparición, que apenas
pude alegrarme por su muerte. No iba a lamentar que ese cabrón hubiese
ardido. Sólo lamentaba que se hubiese llevado a los niños con él.
Dejé de buscarte a ti para seguirle a él. Necesitaba saber qué ocurría, no
había habido supervivientes, sólo tú te habías salvado porque no estabas en
la casa. Recordé... el acelerante. Recordé sus ojos de loco mientras hablaba
de ti. Los golpes sin compasión, sus palabras enfermizas. Y deduje lo que
había sucedido. Él provocó el incendio. Por su obsesión contigo. Tal vez
para vengarse de mí. O creería que yo estaba muerto. Ahora era libre de
atraparte y... tenerte. Creía que no había nada que se interpusiese entre
vosotros. Ni siquiera la policía porque, teóricamente, él ya estaba muerto.
Si había hecho todo eso supuse que ya te habría encontrado. Te habría
seguido desde que abandonaste la casa de acogida. Él era mi mejor
oportunidad para encontrarte, y ése, el único motivo de que no le aplastase
la cara en ese mismo momento. No iba a cometer el mismo error. La
próxima vez que le pillara no le daría tiempo para reaccionar.- Hizo una
pausa, sabía que le estaba costando contarme todo esto. Poner en palabras
lo que nos había ocurrido era como dedicarse a describir el dolor, en
todas sus facetas y vertientes. Era como recrearse en la miseria. Pensé que,
una vez ya no quedasen secretos entre nosotros, jamás tendríamos que
repetir estas palabras. Una vez terminara su relato, terminaría también el
vivir atrapados por esa historia. Estábamos realizando un hechizo, estas
palabras mágicas nos librarían del pasado, y nos entregaban un futuro
limpio e inmaculado. Sin tocar, libre de recuerdos. Disponible para que,
sólo nosotros, pudiéramos hacer lo que quisiéramos con él.- Pasaron
semanas, le veía comportarse como un insecto, buscando calor y comida,
era violento y... asqueroso. Parecía creerse el rey del vertedero. Otros sin
techo simplemente le rehuían, vivir en las calles, o quizá la simple lógica,
les hacía alejarse de él.
Un día, en un lugar donde se reunían varios sin techo para hacer
hogueras, le vi observar con atención a alguien. Contempló a un
muchacho que se alejaba pero perdió el interés y volvió a recrearse en el
calor del fuego. Unos gritos me hicieron desviar la atención. Alguien le
gritaba al chiquillo “Apártate de mi camino”. Me había acostumbrado a
ver como los más grandes abusaban de los pequeños, intentaba no
inmiscuirme para no delatar mi presencia, pero no era fácil. Observé al
grandullón que le había gritado al crío. Se acercaba charlando con otro
tipo, le daba golpes y le llamaba borracho, mientras se reía como si
hubiese dicho algo muy gracioso. Otro rey de la basura. Se dio cuenta de
que le miraba y echó los hombros hacia atrás. Haciendo sobresalir su
pecho. Como si quisiera demostrarme lo grande que era. No tenía ningún
interés en pelear con él. Me giré sumisamente y volví a observar la fogata.
Pero él no estaba. Se había ido mientras yo contemplaba al matón. No
podía perderle. Llevaba semanas viviendo como un vagabundo y sin dejar
de seguirle ni un segundo, no quería arriesgarme a no volver a
encontrarle. Me acerqué al fuego y observé cada rostro deseando no
haberme distraído. Corrí hacia el puente, a veces dormía allí.
Entonces vi que un par de vagabundos parecían huir desde un callejón.
Me acerqué a la carrera. Papá forcejeaba con el chiquillo de antes. Justo
cuando yo cruzaba la entrada al callejón el chico consiguió soltarse y salir
corriendo. Él se quedó mirando cómo se iba. Había algo... entonces me di
cuenta, no era un chiquillo, eras tú. Y estabas ya muy lejos. Salí detrás de
ti. Tenía el corazón desbocado. Temía perderte de nuevo. Te seguí hasta
una tienda de fotografía. Te metiste por una ventana que debía dar al
sótano. Me dirigí más allá de la callejuela. Necesitaba vigilar las dos
entradas y aún así mis sienes palpitaban de terror temiendo que hubiese
otra salida. Pero no iba a moverme de allí. Pasé la noche de pie. Mis ojos
parecían estropajo pero cuando amaneció fui el hombre más feliz del
mundo. Tú saliste, de nuevo por la ventana, echaste a andar y te seguí. Por
fin te había encontrado, no iba a perderte otra vez.- me miró con una
enorme sonrisa, reviviendo aquel momento y supe que ya le había
perdonado. No importaba porqué había tardado nueve años. Él me había
encontrado.

Marcus pareció intuir que no iba a preguntarle nada más. Me parecía


injusto, había estado furiosa con él. Y él había estado velando por mí casi
todo el tiempo. Buscándome.
Por su aspecto diría que los últimos años no habían sido fáciles. Mientras
yo había podido seguir adelante y construirme una nueva vida él había
permanecido vigilando las ruinas de la anterior.
De repente vi todo este tiempo de una manera diferente. Sí, había tenido
miedo, había vivido en la calle y en sitios peores. Pero también había
terminado mis estudios, conseguí trabajos que me permitieron vivir bajo
un techo. Había encontrado a Cam, a Noah, a Natalie, al escritor y ahora a
Marcus, o más bien, él me había encontrado a mí.
No me había dejado llevar por la desesperación, no había caído en las
drogas o en la depresión. Superé los abusos sexuales e incluso aprendí a
disfrutar del sexo. No era una fracasada, como siempre me había visto.
Era una superviviente.
Sin embargo Marcus permaneció anclado a ese pasado, velando por mí
y eso le impidió avanzar. “Llevaba semanas viviendo como un
vagabundo”, “Vivía de la caridad de Francis y empleaba mi tiempo en
buscarte”
Yo ya era demasiado mayor para acurrucarme entre los brazos de mi
hermano, pero no me importó. Me senté en su regazo y, por un momento,
me abrazó muy fuerte, luego se relajó en torno a mí.
-Estuve días observándote, esperando el momento perfecto para
acercarme a ti. No parecía llegar nunca. Tenía miedo de tu reacción, tenía
miedo de volver a arruinarte la vida. Vi como empezabas de nuevo a
estudiar para terminar el instituto. Cuando entraste en la universidad fue
uno de los días más felices de mi vida. Vi a Cam. Y luego a Noah. Y vi
cómo papá te encontraba y te seguía también. Sabía que tenía que librarme
de él antes de volver a encontrarme contigo. Si él creía que estábamos
juntos de nuevo, no sabía de qué sería capaz.
-¿Crees que él sabía que tú estabas por ahí, cerca de mí?
-Sí, era muy listo. No supe que estaba atormentándote hasta años después
de haberte encontrado. Sabía aprovechar el momento adecuado. Yo había
empezado a trabajar porque no podía depender de Francis para siempre,
pero él seguía en las calles, tenía todo el tiempo del mundo para
dedicártelo solo a ti.
Conocí a Noah. Pero no creas que hay algo turbio en esa historia. Es
mejor que esa parte te la cuente él pero, créeme, a ese tío le importas.
Noah fue quien me alertó de lo que te sucedía, una vez que se fio de mí.
Comprendí al fin porqué parecías asustada a veces, porqué mirabas
siempre a tus espaldas. Ni siquiera ahora podía protegerte. Con la ayuda
de Noah pudimos mantenerte vigilada casi todo el tiempo. Yo buscaba
trabajos que pudiera realizar en tu turno en el pub porque sabía que ahí
estarías protegida. Incluso saber que te quedabas a dormir era un alivio
aunque me sentase como una patada en el estómago que mi hermanita...
-Nunca sucedió, con Noah.- le dije entre risas. Él se tapó las orejas con las
manos.
-No quiero saber nada, no es asunto mío.
-En eso tienes razón. Bueno- añadí incorporándome de su regazo- creo
que ya está todo ¿no?
-Hay algo más.- supongo que estaba tan acostumbrada a que estuviese
tenso que casi no podía distinguirlo de su estado normal.- cuando apareció
ese libro... Noah y yo nos asustamos. Nunca había ido tan lejos, ese era un
acercamiento muy arriesgado. Y agresivo porque había invadido uno de
los espacios en los que te sentías más segura y te había dejado un objeto
que sabía que te aterrorizaría. Temimos que el siguiente paso fuera
acercarse a ti.- Ahora fui yo la que me puse tensa, esas eran todas las cosas
en las que había evitado pensar todo este tiempo. Me había centrado en el
escritor, en mis desvaríos. Incluso en mi cabreo con Noah y Marcus. Pero
en mi interior ese miedo había estado enconándose. Él volvía a por mí. La
tentación de pasearme arriba y abajo de las paredes era enorme. Intenté
levantarme. Debería huir. No podía poner en peligro a Natalie. Pude verla,
claramente tras la ventana, desde el jardín del sauce llorón, siendo
devorada por las llamas. Marcus me sujetó más fuerte.
-Sam, no tengas miedo. No va a hacerte daño.
-Marcus tú, mejor que nadie, sabes de qué es capaz. No debí relajarme, no
debí intentar tener una vida normal. Es mejor que me vaya.
-No, Sam, escúchame. Nunca va a poder hacerte daño de nuevo.- inspiró
profundamente mientras yo intentaba calcular cuánto tiempo tardaría en
hacer las maletas.- está muerto.- Eso paralizó el aire que se había
arremolinado furioso a mi alrededor.
-¿Qué?- Me volví hacia él. Su expresión era más dura de lo que había sido
jamás. Ya no parecía Marcus, parecía un desconocido, un hombre
aterrador. Intenté alejar el miedo y centrarme.- -¿Cómo puedes estar
seguro? Ya creímos que estaba muerto una vez.
-Estoy seguro.
-Pero cómo...
-Sam, yo le maté. Estoy seguro.

2º PARTE

Hace casi veinte años que Marcus me ha confesado el asesinato de


nuestro padre. O podrían ser veinte horas no estoy segura. Es la primera
vez que amanece en mi cama nueva. Por fin he pasado una noche entera en
ella. No recuerdo nada, me sumí en un sueño profundo, sin sobresaltos ni
pesadillas. Sin sombras ni ruidos alarmantes.
El sol comienza a brillar en un cielo demasiado azul para ser natural.
Los pajarillos se han aprendido la nueva canción del verano y menean las
ramas de los árboles al ritmo de sus caderas. Parece un día especial en un
mundo de dibujos animados.
Mi ritmo circadiano empieza a tomar el control de mi cuerpo. De
repente es lógico dormir por las noches y salir a la calle durante el día.
Esa misma tarde, me prometo, volveré al pub o acabaré teniendo un
horrible trabajo de nueve a cinco.
Ayer fue imposible acudir al pub. Marcus terminó yéndose a trabajar y
yo me sumergí en un trance que me mantuvo deambulando por la casa
hasta las once de la noche. Como Natalie ya se ha acostumbrado a mi
actitud de perrito sin dueño simplemente me ignoró.
Hoy va a ser un día diferente, tengo energía como para iluminar todo
Edimburgo durante una semana. Es un día maravilloso. Natalie no está, no
sé adónde ha ido, ni si me lo ha dicho pero da igual. El mundo es un lugar
seguro, no hay preocupaciones en mi universo delineado en negro.
Decido limpiar todos los libros de la estantería de Nat. Normalmente
respetaría el espacio de otra persona, pero tengo preparada mi mejor
sonrisa de disculpa si se molesta. Empiezo por arriba, sacando
cuidadosamente cada libro, limpiándolo intentando no dañar los bordes y
echando un vistazo al interior de cada uno por si me enamora. Pero estoy
tan llena de electricidad que apenas puedo concentrarme en un par de
frases antes de pasar al siguiente. Resultó una mañana agradable.

Llego al local diez minutos después de la apertura. El día anterior ha


sido emocionalmente agotador y, aunque quiero arreglar las cosas con
Noah, aún no me siento preparada para más charla. Espero que con el
jaleo del pub no tenga tiempo de intentar sonsacarme. Quiero trabajar,
moverme, sonreír.
Mi jefe está tras la barra, tan guapo como siempre si bien parece más
serio que de costumbre. Me ve cuando estoy sólo a un par de pasos de él.
Su mirada se queda fija en mí, no desalentadora pero tampoco parece de
bienvenida. Me observa hasta que me pongo el pequeño delantal negro y
empiezo a servir bebidas, entonces se da la vuelta y sigue a lo suyo,
aunque me parece ver una sonrisa de alivio en su boca.
Al pub acuden dos tipos de personas. Los habituales y los que, de
manera generalizada, llamamos turistas aunque no lo sean. Los habituales
ya te conocen y saben que les conoces y sólo quieren una cosa, una bebida,
y quizá un par de frases intrascendentes. Los turistas en cambio pueden ser
como amables vecinos que entran muy respetuosamente en tu casa o
cretinos que se creen los reyes del mundo y usan los posavasos de frisbee.
Por encima de las cabezas de los otros clientes. Había un grupo muy
numeroso de idiotas esta noche. Habitualmente Noah se hace cargo de
esos especímenes, es muy divertido ver cómo los aplasta con su acento
irlandés. Es casi un entretenimiento para los habituales, en los momentos
de confrontación siempre se hace el silencio y todos observan al héroe
local aplastar al equipo rival.
Yo estoy absorta contemplando el espectáculo cuando un movimiento
en la puerta llama mi atención. El escritor. Parece haber pasado un siglo
desde la última vez que nos hemos visto. Mi cuerpo despierta en su
presencia. Olvido por completo la lucha de Noah.
Jack se dirige a su lugar habitual, su mirada fija en mí, su semblante no
presagia nada bueno, en cuanto me ve es como si no tuviese otra misión
más que acercarse. Un alboroto en la esquina del pub le hace fruncir el
ceño sin despegar aún sus ojos de los míos.
La chica gótica le habla y él parece contestarle con monosílabos,
nuestra lucha de miradas me está agotando y decido tomarme un descanso.
Noah vuelve victorioso de su lucha, que es más de lo que yo puedo decir.
Se coloca muy cerca de mí y sé que ha visto al escritor.
Un grupo numeroso desfila derrotado hacia la salida y durante unos
segundos la vista de las mesas está bloqueada. Cuando vuelve a quedar
libre el escritor está a solo unos pasos de la barra. Reacciono
estúpidamente casi dejando caer las bebidas que tengo en las manos. Noah
se mueve, creo que para rescatarme de mi propia torpeza, pero
simplemente se aleja hasta la esquina opuesta, abandonándome a mi suerte.
Su actitud, tan extraña, me distrae lo suficiente como para no tropezar ni
una sola vez más hasta que Blackstone llega hasta mí.
-Hola ¿cómo estás? - la expresión del escritor es inquisitiva, mira mi
rostro con atención como si pudiera leerlo pero yo he aprendido a
disimular mis sentimientos desde muy joven y para ojos mejor entrenados
que los suyos.
-Estoy muy bien. ¿Que tal tú?- ¿esto es coquetear? Porque se siente
incómodo y tenso. Pero no hay nada sexy. Es simplemente torpe. Un
bufido de Noah me hace enrojecer. No todos tenemos la labia irlandesa
cuando se trata de llevarse a alguien a la cama.
-Anoche no viniste.
-No.
-¿Todo está bien? ¿Tú estás bien?- sé que Noah se enfadará si se entera de
que le he contado su traición a un desconocido e intuyo que la curiosidad
y quizá un poco de preocupación harán que Blackstone hable más de la
cuenta si no tengo cuidado.
-Vamos al despacho.- digo en voz suficientemente alta para Noah entienda
que se lo digo a él.
Blackstone cierra la puerta tras de sí. No quiero sentirme intimidad en
ese lugar, no ahora que todo ha terminado, pero es difícil cambiar tus
reacciones automáticas. Sin embargo la presencia del escritor es tan fuerte
que todo lo demás parece sentirse acobardado ante él. Las sombras se
esconden dejando sólo una tenue oscuridad acogedora.
-¿Quieres que hablemos fuera?- pregunta observando como mi
respiración se hace más dificultosa a cada segundo. Niego con la cabeza,
ya más avergonzada que excitada. Tal vez todo está en mi imaginación.
Quizá él ni siquiera es bueno en la cama. Pero quiero tener al menos la
oportunidad de probarlo-. Supongo que este lugar no te trae muy buenos
recuerdos.
-Oh, sí. La gusanofobia. -podría darle puntos por no reírse. Y por pensar
en mis sentimientos. Pero no es eso precisamente lo que yo quiero que
cuide ahora.
-Estoy bien aquí. Mi... hermano, he hablado con él...- me doy cuenta, como
si me hubiesen golpeado, de que he estado a punto de confesarle a un
desconocido que mi hermano ha matado a un hombre. Quería atraerlo
poniendo delante de sus narices un misterio lo suficiente interesante como
para hacerlo ahogarse mientras me seguía. Como una sirena implacable.
Pero en vez de una dulce voz, usaría lo que a él más le gustaba, un
secreto. Una historia. Pero esa historia no podía ser de ningún modo lo
que había hecho mi hermano.
Tener al escritor tan cerca me deja sin ideas, ni palabras. Me intimida
como nadie lo ha hecho antes, no con miedo o presionándome. Es más
bien el tipo de intimidación que te da el respeto. Hay algo en él que yo
admiro profundamente. Espero que él también pueda ver algo digno de
respeto en mí.
Sé que estoy mirándolo sin decir nada, él también me observa, como
cediéndome el primer movimiento. No sé qué hacer a continuación,
morderle la boca me parece poco sutil.
-Te he traído un regalo- desde luego y viene envuelto en cuero y tela
vaquera. Oh y trae un paquete en sus manos.
-Gracias.- hace años que nadie me regala nada. Miento. Marcus ayer me
regaló una nueva vida. Pero me refiero a nada sólido, nada envuelto con
un absurdo papel de colores. Creo que estoy sonriendo como una tonta y
sinceramente me da igual. A él parece divertirle mi expresión, aunque hay
una ligera cautela en su actitud.
No tengo que terminar de desenvolverlo para saber qué es. Es su libro,
el que se había quemado, en una bonita edición rústica, tan impoluto que
tiene que ser nuevo. La portada es diferente a la edición que yo tenía, el
negro que la ocupa casi por completo parece brillar. Sus letras, con su
sutil relieve, intentan acercarse a mí, deseando que las roce, que las lea.
No puedo decir nada durante un momento. Mis ojos se nublan con las
lágrimas.
-No sabía si era adecuado, si te gustaría. Pensé que quizá quisieras tenerlo,
pero no tienes que aceptarlo sino ...- He comenzado a negar con la cabeza
antes de que él termine de hablar. No estoy muy segura de cómo
expresarle lo que significa para mí. Es el broche perfecto para las
confesiones de ayer. Confesiones que él aún no conoce. Tengo un secreto
más con el que mantener su atención. Tal vez debería guardar esa baza
para un momento de necesidad.
Él sigue observándome en silencio. Parece compungido, indeciso. Es
extraño verlo así. Me parece muy tierno.
-Me encanta, es un regalo perfecto de verdad.
-¿Estás segura? ¿No resulta... inadecuado?- vuelvo a negar con la cabeza
pero esta vez sonriendo.
Estoy intentando encontrar algo adecuado que decir cuando él se acerca
tanto a mí que no queda espacio para que salgan las palabras. Acaricia mi
mejilla con su mano y desliza suavemente sus dedos por mi mandíbula
haciéndome alzar la cabeza.
Sus labios están demasiado fríos, pienso y entonces me doy cuenta de
que me está besando. Devorando mi boca más bien. Sus dedos han sido tan
lentos y suaves... pero sus labios se lanzan sobre mí como si estuviese
hambriento, como si no fuese un movimiento medido, sino un impulso.
Me aferro a sus hombros, él es muy alto. Y ancho, mis brazos no pueden
rodearle, pero sí anclarse a él y acercarle. No está lo suficientemente
cerca. No me doy cuenta de que me está alzando sobre las cajas de
bebidas hasta que el roce brusco me hace dar un respingo, ahora estoy
sentada. Mis pies cuelgan a una pequeña distancia del suelo, pero aún no es
suficiente para estar a su altura por lo que él se encorva sobre mí de una
manera que no debe ser muy cómoda. Aunque no parece importarle. Sus
ojos están cerrados, como saboreándome y me dejo llevar.
El beso es demasiado intenso. Nunca me había excitado sólo con un
beso. Siendo sincera realmente no había necesitado que me besara para
estar excitada. Su sola presencia hace que rayos de puro deseo atraviesen
mi cuerpo. Hace presión hasta que consigue que abra las piernas y se mete
entre ellas acercándose más. Ahora mis extremidades caen a ambos lados
de sus caderas y él cada vez me empuja más hasta que la parte superior de
mi tronco está pegada a la pared mientras que mi trasero pende
peligrosamente del borde de la caja. Si él no se apretase firmemente
contra mí probablemente me habría deslizado hasta el suelo. Sus manos se
enredan en mi cintura como si tuviese fuese diminuta, así me siento a su
lado, pequeña y frágil y es la primera vez en mi vida que esa sensación me
gusta.
Una de sus manos rodea mis caderas acercándolas más a él. Quiero
frotarme contra su cuerpo pero hay una absurda distancia entre nuestros
cuerpos a pesar de que estos parecen atraerse como si la gravedad se
hubiese rendido a nuestra pasión.
Mientras una de sus manos actúa como puntal de mi columna vertebral
la otra se desliza a mi entrepierna. Mis caderas cobran vida y se acercan
ansiosas a él. Llevo un vaquero, uno de esos gruesos, pero sus dedos se
alían con ellos y frotan tan fuerte la áspera tela contra mi clítoris que sé
que no voy a durar mucho. No hay caricias ni preliminares, y me gusta
así, rápido y duro.
Dejo de sujetarme al borde de la caja y llevo mis dedos a su pantalón.
Aunque lo que me hace me encanta quiero sentir su piel, le quiero dentro
de mi. Pero es más rápido que yo y con la mano con la que antes me
sostenía ahora aferra mis muñecas por encima de mi cabeza, sujetas
contra la pared. Pierdo un punto de apoyo y acerco más mis caderas a él
buscándolo. Intento protestar pero no tengo palabras, sólo balbuceos,
estoy tan jodidamente cerca que cuando ocurre es como si un tren
apareciese de repente y me arrollase. No lo veo venir. Y es más potente
que nada que haya sentido antes. Su mirada está clavada en mi rostro y sé
que puede ver cada emoción que desnudo en mi expresión. Está serio y
tenso, mientras siento como el placer del orgasmo recorre mi cuerpo de
arriba a abajo como oleadas que vuelven una y otra vez su expresión seria
y tensa sólo sirve de aliciente. Todo está entre sombras, su cara delimitada
por líneas negras de oscuridad y tensión. Una gota de sudor se desliza de
su frente a su mandíbula, y se pierde entre el vello corto y oscuro que
empieza a invadirla.
Sé que la habitación está más silenciosa de lo que parece, un murmullo
que sabe a océano me impide escuchar mis propios gritos pero intento
evitarlos mordiéndome el labio. Él me ayuda, dándome sus propios labios
para morderlos. Y lo hago, con fuerza. Sus dedos siguen su ataque con
fuerza y mi cuerpo no deja de estar receptivo pero el agotamiento hace
mella en él y cuelgo de sus manos como un títere de sus cuerdas. Al fin y
al cabo él me ha manejado a su voluntad.
Los estremecimientos aún son poderosos cuando me rodea de nuevo y
me consuela, el calor de su cuerpo actúa como un refugio y después de ese
ataque por sorpresa, lo necesito.
Estoy demasiado agotada pero creo firmemente en la justa retribución, en
cuanto intento acercarme a su cremallera me lo impide y su abrazo se
convierte más en una prisión que en un lugar cálido. Pero vuelve a
besarme así que realmente no me quejo.

He visto entrar a Noah en el despacho bastantes veces a lo largo de los


años. No es que se vaya con cualquiera, es que cualquiera se va con él. Así
que es un chico ocupado. Y siempre le veo salir, a veces con una pizca de
dolor en mi corazoncito, con una expresión satisfecha. No es la sonrisa de
gallito, es una satisfacción que parece invadirle todo el cuerpo, como
después de un día de duro trabajo, que acaba con un orgasmo. He visto los
distintos grados que esa expresión podía alcanzar. Un aprobado raspado, o
la sonrisa de diez.
No veo nada de esa expresión de satisfacción en la cara del escritor. Y
no está lo bastante oscuro como para escudarme en eso. Una farola ha
conseguido colar sus rayos entre las cajas apiladas contra la ventana.
Su mandíbula parece cabreada y su entrecejo ha decidido replegarse
sobre sí mismo, probablemente arrepentido de lo que acaba de ocurrir y
sin querer ser testigo de lo que vaa a suceder. Sus manos son delicadas
cuando me ayudan a bajar de las cajas que están aún más altas de lo que
creía.
Su ceño fruncido no invita a conversar. Me acomodo la ropa pero
tampoco ha tenido oportunidad de desarreglarse demasiado. Tendré que
subir a cambiarme de pantalón y braguitas. Las siento empapadas e
incómodas. Gracias a Noah que tiene siempre ropa para cambiarme
porque no podría pasarme el resto de la noche atendiendo las mesas así.
Aunque el bochorno es tan grande que probablemente tampoco pueda
hacerlo con ropa limpia. Quiero meterme en una de las cajas que atestan el
despacho y morirme. O al menos dejar pasar el rato hasta que el escritor
desaparezca.
Una respiración áspera y rítmica invade la habitación. Supongo que ya
se oía antes pero a mi solo me molesta ahora. Es de esos ruidos que
parece ocupar espacio. Como si invadiera cada rincón sin dejar lugar a la
intimidad o a la reflexión. El aliento del escritor sale en bocanadas cálidas,
y está lo bastante cerca como para calentar mis mejillas. Está alterado, no
me hace falta mirarlo para saberlo. Pero fue él el que paró. Su postura es
rígida y tensa pero me armo de valor para empujarle suavemente y poder
alejarme de las cajas y de su cuerpo. Su pecho se mueve al ritmo de su
respiración y me pregunto cuánto tardaría en recorrerlo completo con los
labios. Me gustaría hacer el experimento, simplemente deslizar mi boca de
un hombro al otro, y luego bajar y volver a subir hasta que los dos
estemos mareados. Pero no parece que vaya a ser hoy.
Jack se aleja de mí sólo lo suficiente para que pueda moverme, pero
aún así me siento atrapada. Es un tipo grande, más de lo que pueda parecer
cuando simplemente lo observas, te das cuenta de todo su tamaño cuando
le tienes al lado, cerniéndose como si aún no hubiese acabado contigo.
Podría ser aterrador si no fuera tan sexy.
Una vez que mi ropa está en su sitio sé que tengo que salir del despacho
antes de que a Noah se le ocurra venir a por alguna botella. En realidad me
sorprende que aún no haya aparecido o dado un golpe en la puerta para
exigirme que vuelva al trabajo. Intento concentrarme en cualquier sonido
que venga del exterior pero, aunque sé que es imposible, parece mucho
más silencioso que el despacho, todo el ruido se concentra en nosotros
dos, todo el movimiento. El exterior se ha quedado en silencio, el mundo
se ha parado. Sólo nosotros estamos vivos.
Deben de haber pasado unos segundos, un par de minutos como
máximo, desde que él se detuvo, pero mi cerebro va a toda velocidad y
parece una eternidad desde que no miro sus ojos, desde que no sé que
decir, desde que espero que sea él el que hable. Él sólo respira, más suave
ahora, casi imperceptible. Ya debería poder hablar pero no dice nada. Y un
segundo más se me hace eterno. Así que logrando el mayor acto de valor
que jamás creí que pudiese realizar, me aparto de él y salgo del despacho.
Le dejo atrás sin decir nada.

Es como en una película, donde la escena se corta y me veo de repente


en la parte superior del local, el piso de Noah. Recuerdo haber cruzado
una marea humana par llegar, atravesar el sonido y huir de la luz. Pero ya
estoy aquí. En el lugar en el que me siento más protegida. Sola frente al
espejo del baño y en mi cara pueden verse las huellas de todos mis
errores.
No sé cómo he llegado aquí arriba ni porqué he venido. A cambiarme
creo. Sí, será eso. Delante del espejo de Noah, que tiene pequeños
agujeritos negros que ha dejado el tiempo y que siempre se ve borroso en
el lado izquierdo, da igual lo mucho que lo limpies, miro mi cara. Es mi
cara de cansada, de haber pasado una noche sin dormir, de cuando había
un monstruo ahí fuera persiguiéndome. Y no debería ser así. Fue un buen
orgasmo, aún puedo sentir los dedos de mis pies estremeciéndose, aunque
no suene muy poético. Que él no quisiera ir más allá no debería dejarme
pálida y con ojeras. Tengo la expresión de alguien que se ha perdido en un
mundo que no es el suyo. Adiós a mi mundo de dibujos animados. Soy
como un enigma andante. Unos ojos agotados en un rostro reluciente. Mis
labios están llenos, rojos y húmedos. Como si alguien los hubiese estado
adorando. Mi ojos relucen, pero alrededor las arruguillas de
preocupación empañan ese brillo.
La ducha de Noah sólo tiene dos temperaturas, helada o caliente como
el infierno. Esta vez la helada parece la adecuada, aunque siempre he
preferido escaldarme. Tardo dos segundos en ducharme y realmente no
creo que haya servido de nada. Siento que mi cuerpo ya no me pertenece
para tocarlo, no puedo guiar mis manos para limpiar los restos de lo que
ha pasado porque no tengo ese derecho. Me avergüenza tocarme. Jack se
ha hecho mi dueño. O al menos dueño de mi carne. Sólo mis manos me
pertenecen pero son tímidas y no van a enfrentarse a la sacrílega tarea de
borrar su rastro de mi piel. Se escudan tras unas toallas y al menos
consigo estar seca y ligeramente decente.
Vestida con la ropa que siempre tengo en casa de Noah por si me quedo
a dormir me siento un poco disfrazada. La ropa dice que no ha pasado
nada. Pero sé que debajo aún se ocultan los restos de lo que fuimos juntos.
Estoy perdiendo el tiempo ahí arriba, sigo mirándome en un espejo que
me devuelve mi reflejo distorsionado. Pero no puedo evitar pensar que
Noah vendrá pronto. Aunque no entró en el despacho. Ni me detuvo
cuando crucé el pub por detrás de la barra para subir a su apartamento, ni
me siguió arriba. Sigo pensando que pronto abrirá la puerta. Y hará que
los remordimientos vuelvan a aparecer.

El ruido del pub es como un bálsamo, acalla mis propios pensamientos


y me sumerge en el consuelo de las tareas mecánicas y productivas. Desde
que he bajado he servido siete cervezas y cuatro whiskies. Y si Noah no
fuese tan estricto en su norma contra los combinados podría haberme
entretenido creando alguna bebida verde menta o fucsia.
Noah me miró una sola vez desde que bajé. Como si no hubiese
ocurrido nada. Como si el mundo no hubiese temblado. Tal vez él también
percibió que no había sido suficiente para el escritor como nunca he sido
suficiente para él. Tal vez yo estoy exagerando.
Espero que Noah esté atento a los pedidos porque hay un rincón de
unos dos metros cuadrados que se ha vuelto invisible para mis ojos. No es
que no pudiese verlo, es que mis ojos se niegan a mirar en esa dirección.
En cuanto se acercan a su campo de visión obligan a mi cuello a girar
bruscamente y mirar hacia otro lado.
Es en uno de esos saltos mortales de la columna que sostiene mi inútil
cabeza cuando le veo entrar. Marcus, mi hermano. Entra tranquilamente en
el lugar donde trabajo y levanta la mano para saludarme. Un poco tímido,
indeciso. Como si no supiese qué tipo de recibimiento va a tener. Yo
tampoco lo sé, pero mi boca sonríe. Creo que me alegro. Se sienta en la
barra y me devuelve la sonrisa. Miro a Noah para confirmar que sabe que
voy a estar ocupada y simplemente asiente. Hoy no voy a ganar el puesto
de mejor empleada del mes.
Saco de detrás de la barra una botella de un buen whisky y dos vasos. A
mí no me gusta mucho beber, pero me encanta el olor del whisky. Huele a
casa. Huele como Noah, un toque terroso y embriagador. Como debería
oler la sangre de árbol. Un olor que te hace cosquillear la nariz y te invita
a creer en las hadas.
La mirada de Marcus recorre la etiqueta de la botella y creo que va a
prohibirme beber. Pero yo ya no soy un niña en la que pueda mandar.
Entonces me doy cuenta de que está calculando el precio. Probablemente
Marcus no puede permitirse tragos de cientos de libras.
-Noah invita. - su mirada no parece muy convencida y seguramente al
final de la noche querrá pagar lo que los dos hayamos tomado. Paro ya me
aseguraré yo de arreglar cuentas con mi jefe.
-¿Cómo estás?- Mi mano tembló un poco mientras terminaba de echar las
últimas gotas. Mi hermano ha matado a un hombre. No importa que ese
hombre mereciese morir. Mi hermano le ha matado. Ha matado a nuestro
padre. Para protegerme. Y yo le temo.
Intento imaginar cómo sería si nada hubiese pasado. Si Marcus no
hubiese intentado matar a nuestro padre hace casi diez años, si la casa no
hubiese ardido. Si no le hubiese matado ahora. Él entraría en el pub y
charlaríamos de cualquier nimiedad. Le hablaría del último chico al que
había empujado contra una pared y, probablemente, no sería el escritor.
Porque sin los actos de Marcus yo no tendría un misterio y Jack
Balckstone no se habría fijado en mí.
Pensar en eso me entristece. Y entristecerme porque Marcus no se
hubiese convertido en un asesino me hace sentir culpable. Entonces pienso
que de todos modos yo no puedo cambiar lo que ha pasado, sólo desear
que no hubiese sucedido así. Así que deseo que Marcus no hubiese tenido
que matar a nadie. Y que el escritor se hubiese fijado en mi sin necesidad
de ningún misterio.
Levanto la mirada del líquido brillante que bailoteaba en nuestros
vasos y los ojos de mi hermano están fijos en los míos. Oscuros, como
cuando éramos niños. Tan negros que podían ocultar cualquier secreto sin
romperse. Eran ojos de los que te podías fiar. Al fin y al cabo eran los
ojos de mi hermano. No son simplemente los ojos de un asesino.
Después de haber echado a los “turistas” sólo quedan habituales en
el pub, de los que saben cuándo no son bienvenidos. Noah y yo nos
centramos tanto en Marcus que la gente va abandonando el local lo más
discretamente posible, intentando no interrumpir nuestra conversación.
El escritor permanece en su mesa, no creo que se vaya a ir pronto. Yo
no lo miro, charlo con mi hermano y observo su relación con mi jefe.
Parecen buenos amigos, hay algo más que un simple afán de mantenerme
segura. Hay camaradería y pequeños secretos en los que no estoy incluida.
Bromas de hombre. No recuerdo que Noah haya tenido ningún amigo.
Marcus solía llevare bien con sus compañeros de trabajo y tenía éxito en
el instituto, pero sus manos estaban llenas con sus hermanos, invertía todo
su tiempo libre en nosotros así que no había disfrutado de muchas juergas
masculinas que yo supiese.
Me alegro de que se lleven bien y, como no me dan de lado, no me
siento excluida. Formo parte del grupo y me es más fácil ignorar los ojos
grises que me taladran desde una mesa.
Marcus está intentando tantísimo ser agradable que cada vez que se dirige
a mí suena forzado. Me gusta más verle interaccionar con Noah. Su
expresión se relaja, sus comentarios son más mordaces, parece más el
mismo. Cuando no está tenso intentando leer sus emociones, su expresión
se endulza y puedo ver un rastro del chico que fue. Amable, protector,
decidido... olvido todos los años que pasé temiendo haber adorado a un
farsante. Mi admiración por él está de vuelta en su sitio. Sé que no me
importa lo que ha hecho, lo hizo por mí y no puedo culparle, no puedo
más que estarle agradecida.
Sigue hablando con Noah, no sé qué dicen y tampoco me importa,
deslizo mi mano sobre la barra y la meto entre las suyas, se hace el
silencio por un segundo, luego continúa como si no pasara nada, sino
fuera por el timbre ronco de su voz le creería. No puede disimular su
emoción. Noah sonríe, creo que piensa que el perdón es extensible a él. Un
perdón comunitario. En el fondo sé que ya no le guardo rencor a pesar de
no haber escuchado su versión, pero no hay motivo para que él también lo
sepa. Mi mano permanece la mitad de la noche entre las suyas, ese
contacto me devuelve a mi juventud, me da consuelo.
Como no estoy atenta a lo que dicen cuando surge el nombre de Nat me
deja un poco descolocada, estoy a un paso del pasado.
-Sam ha prometido presentármela y hablar en mi favor.- esa anticuada
expresión me hace preguntarme qué influencia ejerció la tal Francis sobre
él. Noah se yergue, fingiéndose indignado.
-No es justo, yo la vi primero.- estoy a punto de darle un capón. Se la están
jugando como si fuese un caramelo en el patio de un colegio.
Una idea surge en mi cabeza. Si Marcus y Natalie congeniaran yo
ganaría muchos puntos al ser la intermediaria, además solucionaría un par
de problemas. Primero conseguiría que Nat dejase de lamentar la pérdida
del capullo, es una chica muy dulce e inocente, sería genial que tuviese a
alguien como Marcus para cuidarla y protegerla y a él le vendría de perlas
una chica que suavizase sus aristas, que le proporcionara el calor y la
comodidad que siempre ha faltado en su vida. Natalie es leal como pocas,
si sigue defendiendo a su ex qué no haría por alguien tan maravilloso
como Marcus. Así yo podría dejar de sentirme culpable por los años que
Marcus había pasado cuidándome, habría puesto ante él un futuro
confortable lleno de amor.
Detengo mis pensamientos sobresaltada, estoy intentando hacer de
casamentera. Es como si no fuese yo, soy la persona que podría haber
sido. Toqueteando los libros de los demás, lanzándome desesperada en
brazos de alguien prácticamente desconocido... ya no sé quién soy. La
chica que se ha pasado diez años huyendo de las sombras o soy la
adolescente protegida por su hermano que aún no tiene que medir las
consecuencias de sus actos. Retiro mi mano del cobijo que me ofrece
Marcus. Estoy volviendo a aferrarme a él, dependiendo de su seguridad y
actuando impulsivamente. No creo que esa sea una buena opción. Debo
volver a descubrir quién soy, ya no tengo el miedo para escudarme y
fingirme antisocial. Ya no tengo excusas, pero tampoco personalidad.
Noah sigue enumerando todos los factores que le dan ventaja sobre
Marcus, una lista un poco prepotente en mi opinión.
- …además sé que le gusto, tuvimos algunos momentos
“interesantemente” incómodos. - su expresión se vuelve más seria y
decidida, como si tuviese una misión que cumplir ante él, como si
conseguirla fuese algo decisivo.
Marcus, que ha estado observándome desde que quité mi mano de entre
las suyas le mira abriendo exageradamente los ojos para intentar
transmitir un mensaje silencioso a mi jefe. Puedo notar que está
preocupado por mí, teme que el interés de Noah por Natalie me moleste.
Nada más lejos de la realidad. No me importa en absoluto la vida
sentimental de ese irlandés idiota.
Noah capta el mensaje pero su actitud parece fría y condescendiente.
Creo que no le importa que yo perciba su interés. Y no debería importarle.
Yo ya tengo las manos llenas con el escritor. Lo que ocurre es que no creo
que hagan buena pareja. Es simplemente eso.

Aún falta una hora para cerrar pero sólo permanecemos en el pub
nuestro grupo de reencontrados y el escritor, acompañado por su
muñequita con corsé y un par de tipos más. Uno de los ellos se levanta
pesadamente y alcanza, a duras penas, la puerta. Espero que sepa llegar a
su casa, teniendo en cuenta que apenas hemos servido bebidas esa noche
me extraña que esté tan pasado. Noah anuncia a bombo y platillo que
vamos a cerrar y me pide que vaya a coger unas cajas del almacén con él.
Marcus se ofrece pero Noah no le deja ni levantarse.
Le sigo al almacén-despacho-lugarenelquemeherevolcadoconelescritor
y también lo de la gusanofobia y el libro pero ¿quién se acuerda de eso?
Mi jefe se da la vuelta y cruza los brazos sobre su pecho, parece
extrañamente satisfecho. Sé que nunca me haría daño aunque tiene una
vena definitivamente cruel. Puede ser despiadado. Está claro que no hay
ninguna botella que trasladar, quiere decirme algo. Cruzo los brazos e
imito su postura. No pienso jugar a su juego, que diga lo que tenga que
decir para que pueda irme. El baile de horarios me tiene extrañando una
cama.
-¿Sabe el escritor quién es Marcus?
-Sabe que Marcus es mi hermano- su introducción me deja un poco
confusa, no me esperaba esto.
-Pero...- y alarga la pausa exacerbando mi cabreo- ¿sabe que el tipo que
está ahí fuera es Marcus, tu hermano?- Nunca lo ha visto y no está lo
suficientemente cerca como para haber oído nada de nuestra
conversación, tal vez lo suponga por la familiaridad con la que lo he
tratado. Está claro que es una pregunta con trampa.
-Supongo que no, ¿qué importa eso?
-Bueno...- está provocándome pero sé que va a llegar a alguna parte así
que intento reprimir mis ganas de ahogarle con mis propias manos- a mí
me molestaría que la chica con la que acabo de acostarme en el almacén
de un pub tuviese ropa en casa de otro tío, subiese a ducharse con toda la
confianza del mundo y que además se pase la noche haciendo manitas
justo delante de mí.
-Entonces es una suerte que él no seas tú.- digo más convencida de lo que
estoy en realidad.
Salgo del despacho y me encuentro a Marcus y a Jack en la barra, a
medio metro de distancia. La chica gótica ha desaparecido y también el
otro chico de su grupo. Jack saca la cartera y reacciono instintivamente
acercándome para cobrar. Me mira fijamente, esperando que haga algo.
Yo miro el billete confundida. Marcus aprovecha el momento para
despedirse casi a gritos de Noah, que está apoyado en el vano de la puerta,
parece un gánster muy satisfecho sólo le falta el sombrero.
Mientras saco el cambio de la caja registradora Marcus me dice, no
pregunta, que me acompaña a casa. Al entregar las monedas a Jack me doy
cuenta de que Noah está en lo cierto. Parece furioso y expectante. Quiere
saber mi respuesta. No quiero entrar en el juego de Noah pero aún no me
he rendido respecto al escritor. Saco mi mejor sonrisa falsa. La que usaba
cuando no quería que el mundo supiera que era la obsesión de un
monstruo que llevaba mi misma sangre.
-Jack- mi voz en tan empalagosa que Marcus se gira hacia nosotros,
sorprendido- te presento a mi hermano Marcus. -Marcus me ha dicho que
no le cae bien el escritor, pero ni siquiera le conoce, además, no es que su
opinión sea importante. Jack me mira unos segundos más, intentando
captar matices, o mentiras. Luego se vuelve y le da un seco apretón de
manos a mi hermano que se ha puesto serio y sobre protector de nuevo,
cinco minutos antes estaba dando voces alegremente, ahora se estira
intentando parecer más alto.
-Ambos gruñen algún tipo de saludo aunque no entiendo ninguna de las
palabras que usan. Jack se centra en mí enseguida. Yo sigo teniendo la
estúpida sonrisa pegada en la cara, él parece ver más que eso, me acaricia
la mejilla y se despide. O los hombres de mi vida son bipolares o yo aún
no he entendido el funcionamiento del cerebro masculino.

Noah está molesto y nos echa con cajas destempladas. Marcus y yo nos
paseamos hasta mi piso. Espero que no diga nada de Jack, no es asunto
suyo. Además ni yo misma sé muy bien qué está pasando. No tengo
respuestas a sus preguntas.
Caminamos más de cinco minutos en silencio, él parece querer hablar
pero no abre la boca hasta que entramos en mi calle. Cuando ya mis llaves
acarician la puerta de metal se atreve a decirme lo que lleva toda la noche
guardándose.
Frente a la puerta negra parece un chico que va a pedirle una cita a una
chica por primera vez. Está adorable, incluso con el ceño fruncido y la
horrible cicatriz de la barbilla.
-Francis, la señora Morton, quiere conocerte. Me ha dicho que elijas un
día para cenar en su casa.
-¿Conocerme? ¿Por qué?- me mira con una expresión extraña, no es una
pregunta estúpida. A mi me parece una pregunta completamente normal.
No quiero conocerla. Vale, ayudó a mi hermano y puede que le hubiese
salvado la vida. Pero también lo había apartado de mí. Si ella no lo
hubiese mantenido en su casa, si hubiese llamado a una ambulancia, o lo
hubiese echado en cuanto comenzó a recuperarse quizá él habría vuelto a
mi lado. Quizá hubiese aparecido antes. Pero ella se lo quedó, como la
bruja avara de los bosques que yo imaginaba que era. Disfrazada de
adorable ancianita, se dedicaba a robar hermanos ajenos.
-Eres mi hermana. Le he hablado mucho de ti. Y ella siempre insistió en
que recuperase el contacto contigo. Supongo que ahora quiere recrearse
en su victoria.- o eliminarme definitivamente. Pero no lo digo. Se nota que
Marcus la aprecia, así que mientras yo estaba sola él había tenido un hogar
y una adorable abuelita que le preparaba galletas. Es curioso como puedes
querer a alguien y, al mismo tiempo, odiarle. Habíamos hecho una
competición de desgracias y yo salía perdiendo. De repente, haber
recuperado a mi hermano, ya no me parece algo tan agradable.
No sé qué parte de mis pensamientos se refleja en mi cara pero Marcus
ve algo. Su rostro se ensombrece, aprieta la mandíbula como si intentase
morder las palabras e impedir que salgan. No quiere herirme, y la idea de
que él tenga reproches que hacerme a mí me resulta provocadora. No soy
una chica peleona pero en ese momento le habría gritado las cosas más
dolorosas sólo para que él tenga una excusa para hacerme daño. Quiero
saber qué puede reprocharme él a mí. Un duelo de miradas resulta insulso
si no hay insultos de por medio pero ninguno de los dos nos animamos a
dar el primer paso. Nos hemos recuperado el uno al otro pero los dos
sentimos que podemos estar a punto de perdernos otra vez.
-Muy bien, iré. Tengo la noche del jueves libre.
Abre la boca para contestar cuando un estrépito en un callejón cercano
nos hace girarnos. Sé quién es, le gusta estropear momentos, sorprender.
Espera durante semanas, meses y entonces aparece de nuevo. Sólo que... no
puede ser ÉL, Marcus le ha matado. Eso dijo. Aunque es su forma de
actuar, asustando a las sombras para que no quede un rincón donde
esconderse.
Una vez que el ruido cesa, después de un tamborileo metálico que parece
no querer tener fin Marcus se vuelve hacia mí con una sonrisa y me
promete que vendrá a recogerme el jueves. Él no tiene miedo. Él no duda
de cada sonido o de cada rayo de luz. Él no le conoce y si le ha vigilado
durante tanto tiempo debería saber que es algo más que un simple
acosador. Es inteligente pero lo esconde. Marcus no lo sabe, así que, tal
vez, ÉL no está tan muerto como Marcus cree.

La casa está oscura, excepto por la luz que entra desde el jardín. La luna
compite con las farolas de estilo antiguo que alguna señorona sin
conciencia ecologista mantiene toda la noche encendidas. No voy a
quejarme, el efecto es precioso y, por las noches, en mi cama, las luces
impiden que la oscuridad me atrape.
Natalie está en el suelo cerca de la ventana, su barbilla descansa sobre
sus brazos y mira el cielo.
Dejo mi enorme bolso en el mueble de la entrada y cuelgo mi abrigo
sin dejar de vigilarla, pero ella no se mueve. Eso me hace pensar que algo
va mal. Que no esté sobre mi revoloteando e intentando sacarme
información sobre lo ocurrido ayer me hace pensar que todo, todo, va
mal.
Me acerco y me siento junto a ella. Sus ojos están brillantes, las lágrimas
se han secado sobre sus mejillas, ahora parecen haberse agotado.
-¿Qué haces?
-Compruebo el cielo- dice arrastrando las palabras muy despacio, miro
hacia arriba, a la oscuridad.- Sólo hay una luna.
Observo el círculo de luz con curiosidad. A veces yo también me
sorprendo de ver sólo una luna. Sobre todo desde que conocí al escritor, o
desde que mi hermano apareció, o desde que mi vida se convirtió en una
estúpida pesadilla.
-¿Crees que podríamos estar en 1Q84?- su pequeña sonrisa me hace feliz.
No sólo tengo una amiga sino que hablamos el mismo idioma.
-He pensado que podría ser posible. El mundo no parece el mismo. Pero
sigue igual,.
-No deberías leer a Murakami cuando estás deprimida.
-No lo he leído, sólo me he acordado de él. Supongo que describe a la
perfección cómo me siento. Desde que Alex se fue, vivo en un mundo, que
es exactamente igual, pero no es el mismo. Es completamente diferente. A
veces desearía ver las dos lunas... al menos así tendría una explicación.
El silencio se impone de nuevo. Yo sigo mirando la luna, como ella. Y
si mi aspecto se parece ligeramente al de mi compañera debemos parecer
dos niñas pidiendo un deseo.
-¿Te puedo hacer una pregunta?- su mirada se aleja por primera vez de las
luces y sombras del jardín y se posa en mí.
-Claro. Lo que quieras.- es, probablemente, una de las preguntas más
importantes y vergonzosas que voy a hacer en mi vida. Así que pienso con
cuidado cómo formularla. Si la respuesta no me importase tanto, jamás
diría las palabras. Pero yo también he sentido que estoy en un mundo
alternativo. Un mundo en el que, al parecer, soy capaz de enamorarme.
-¿Qué se siente? Al amar a alguien ¿qué sentías?
Natalie ha vuelto la cabeza hacia el enorme queso que brilla sobre
nosotras mientras yo formulo la pregunta, está claro que ahora no está
viendo el cielo. Está mirando su interior, buscando una respuesta, que
llega después de un largo silencio. Cuando creo que no tendrá nada que
contarme la solución fluye de sus labios. En un susurro, como si temiese
ofender a las palabras y que éstas se rebelen en su contra. Como si temiese
ofender a la verdad.
-Yo no puedo recordar un momento en el que no estuviese enamorada. Me
enamoré de Alexei con trece años. Prácticamente desde el momento en que
lo vi. Hace ya diez años que estoy enamorada. Ni siquiera cuando mi
abuela murió y me tuve que ir lejos, ni siquiera cuando él se marchó sin
decirme adonde, ni si iba a volver. Nunca he dejado de amarle. ¿Qué se
siente? Cuando estoy con él. Todo es cómodo, es... seguro. Como si fuese
de noche y al estar con él se hiciese la luz. Pero no sé explicarme mejor,
antes de él. Me sentía sola. Tenía a mi abuela y amigos... pero era como si
ellos fuesen una especie diferente y al encontrarle hubiese conocido al
único otro ser en el mundo que se me parece tanto que podría ser parte de
mí. Cuando quieres a alguien hay una intimidad tan grande, tan profunda,
que todos los demás parecen quedar al margen, nos ven a través de un
muro invisible, compartimos el espacio pero vivimos separados. Y sólo
esa persona te hace falta, sólo él es necesario para que tu mundo siga
funcionando.
-Él hace girar tu rueda.- su sonrisa es amarga pero sigue sin mirarme.
-Sí, y de repente él ya no está y tu rueda se para. Y te encuentras sola, en tu
reino protegido por un muro que te separa de los demás. Que te aísla y te
mantiene prisionera. Pero ya no es agradable estar en un lugar que
compartes con la soledad. Ver que el mundo ha avanzado, ha girado por sí
mismo y tú te has quedado atascada porque dependías de alguien para
girar.
Dejo de mirar su rostro para mirar yo también a la luna. Su respuesta
no ha sido de mucha ayuda.

Cuando salgo de la ducha mi cuerpo despide un vapor que dibuja


formas alejándose de mi piel. No tengo fuerzas para untarme de crema de
la cabeza a los pies, aunque es probablemente el día que menos he
trabajado en los últimos cinco años, estoy agotada. Me quedo frente al
espejo viendo como el vapor vuelve a empañar una y otra vez el cristal
que yo me empeño en limpiar. Intento ver si hay algo diferente en mí. Me
siento diferente, pero nadie más parece verlo. Ni siquiera Noah, aunque sí
captó la mirada furiosa del escritor cuando bajé del apartamento con ropa
limpia. Según Noah eso tenía que haberle bajado los humos. Supongo que
era una competición entre machos alfa pero no había estado atenta. Hace
días que no estoy atenta a lo que me rodea. Estoy más centrada en lo que
está pasando dentro de mí. Tan centrada que temo perderme algo
importante. Quizás estoy ignorando unas pistas obvias.

Cojo la novela que me regaló Jack para meterme en la cama. Aunque


estoy agotada no estoy segura de poder dormirme. Ni esta noche ni
ninguna otra. Como si el interruptor que me deja en modo sueño se
hubiese atascado y tuviese que permanecer despierta indefinidamente.
Saboreo la sensación del libro en mis manos. La cubierta dura, el olor
a nuevo, esa sensación de propiedad que no te da ningún otro modo de
lectura. Lo acerco a mi rostro, sujetándolo con las palmas de las manos e
inspiro. Huele como él, casi puedo sentir sentir un trocito de su esencia en
las páginas.
No es un libro aterrador como lo había sido el anterior. Miro su
portada oscura sin atreverme a abrirlo. Hace diez años que no leo sus
palabras. Antes de que todo pasara, la historia de ese libro, y de otros
parecidos, había sido mi historia. Formaba parte de sus recuerdos y sus
sentimientos eran los únicos que importaban, más grandes que cualquier
sentimiento real. Entonces sucedieron cosas, y me sucedieron a mí.
Dejando relegados los sucesos del libro al mundo de la imaginación. Que
nunca ha sido su hogar.
Paso las primeras páginas, no hay ninguna dedicatoria, ni ningún
detalle que pueda hacer pensar que ese libro es especial. Sólo lo hace
especial quien me lo ha entregado. Mi dedo acaricia las primeras frases y,
como si fuese un abrazo apasionado que te arrastra a la locura, mi mente
sigue a ese dedo hasta sumergirse de lleno en la historia.

“Las manos de Gilbert temblaban mientras introducía la cuchilla en la


firme carne blanca. La hoja tembló, e hizo temblar la piel seca y
quebradiza. Nunca tenía un pulso firme cuando se trataba de profanar un
cadáver. Pero éste aún respiraba. Estaba muerto aunque por su cuerpo
fluía la vida. Las lágrimas calientes bañaban las mejillas de Gilbert, aún
podía sentir el susurro de sus últimas palabras. Un final inesperado que
había aguardado por mucho tiempo.
Dejó el escalpelo a un lado. Giró las muñecas varias veces y movió los
dedos, encogiéndolos como un avaricioso que sueña con conseguir más
dinero. Giró el cuello, una y otra vez, para librarse un poco del peso de las
tensiones, pero no se limpió las lágrimas. Le servían de protección contra
el crimen que iba a cometer. Volvió a sostener la cuchilla en una mano
mientras con la otra presionaba firmemente el cuerpo sobre la mesa de
operaciones, que inicialmente no era más que un escritorio rescatado de
un basurero. Otra vez sintió ese ligero soplo de vida. Pero no podía esperar
más, si esperaba a que la muerte le llegase tal vez sería demasiado tarde
para él mismo. Comprobó otra vez el ángulo de corte. Siempre intentaba
ser preciso. No había necesidad de hacer chapuzas, ni de infligir mayor
dolor del necesario, aunque ese cadáver, como todos los demás, fuese a
terminar bajo tierra. Presionó la hoja contra la áspera y rugosa superficie.
Un ligero corte, apenas visible si no lo mirabas desde el ángulo correcto.
Tres cortes más, cada uno opuesto al anterior y consiguió sacar, en
perfecto estado, un pequeño trozo de piel rectangular. Grabada con tinta
negra, la palabra ciudad.
A Howard Craston, el novelista más importante de Norteamérica, le
gustaba la palabra ciudad. Y más aún, le gustaba la unión de la i y de la u.
Era un patrón tan evidente que Gilbert lo había captado en las primeras
veinte páginas. Dejó con cuidado el primoroso trozo de papel recortado
sobre un pequeño recipiente para muestras biológicas de vidrio
transparente. Pronto estaría tan lleno que los pequeños trozos de papel se
escaparían por sus bordes.
Volvió a hacer todo el ritual gestual anterior. Esta vez las lágrimas habían
desaparecido y sólo una gota de sudor en su frente mostraba algún signo
de fatiga. El primer corte siempre era el más difícil. Luego uno se
distanciaba del acto de la cuchilla rebanando el papel y todo se hacía más
fácil. Deslizó un dedo por la suave curva de la hoja, seductora y
descarada, se alzaba hacia él a la menor oportunidad, creyendo que si le
mostraba su unión, su voluptuosidad, podría escapar sin mayores daños.
Gilbert era inmune a la seducción. Encontró la segunda palabra en la
página tres. Howard Craston, pensó Gilbert humildemente, estaba
sobrevalorado. “Entre” se repetía tan a menudo que probablemente la
letra e del teclado del señor Craston estaría desgastada. Presionó otra vez
el libro contra la mesa. Aplastándolo un poco sádicamente. Disfrutando de
su rendición cuando todas las hojas se unieron, totalmente planas, y
claudicaron.
El primer corte, justo un milímetro por encima de la primera E, fue fácil.
Pero, cuando iba a cortar debajo, una vibración le hizo dudar. No venía del
libro. Pocos libros ya conseguían hacerle vibrar, ni siquiera con sus
sollozos arrepentidos. Venía del exterior. Pasos, pasos rápidos y firmes,
como de unamanada. Una manada de humanos. Gilbert se quedó
deslumbrado, contemplando la puerta. No les esperaba, no imaginaba que
algo tan ajeno a él como la policía viniese a interferir en sus planes. No
era algo que pudiese controlar así que lo había ignorado. Eliminándolo de
su mente. Un error, sin duda, pensó ahora. Soltó la cuchilla sobre el
escritorio y el libro suspiró de nuevo, hinchándose y recuperando parte de
su valentía.
Los hombres que le apuntaban con sus armas no eran más que figuras
negras tras una potente luz que alejaba todas las sombras de la habitación.
Parpadeó con las manos en alto. La luz se movió, exigente, de su rostro a
lo que había sobre la mesa. Y después se paseó por toda la habitación,
como un hada cotilla. Hasta posarse sobre el cadáver humano. Howard
Craston estaba desnudo, obviamente muerto, un enorme charco de su
propia sangre y orina, los humanos eran tan desagradables, le servía de
colchón. La luz iluminó el cadáver, guiando su mirada irremediablemente
hacia el cuerpo, delgaducho y blanco, un hombre en la mediana edad, con
un pene insignificante y un cerebro más diminuto aún. “Entre” pensó
Gilbert con desprecio. Y ese era el mayor escritor del siglo XX.

Está amaneciendo cuando cierro el libro y me acomodo entre las


mantas. Ahora resultan acogedoras. Mientras cierro los ojos pienso en
Gilbert, en Marcus y en cadáveres. Pero cuando me quedo dormida, sólo
pienso en Jack.
-Deberías escoger un vestido.
-No tengo vestidos. Tengo una falda
-No, es demasiado corta.
-Pues vaqueros. Y un jersey
-Los vaqueros no son muy elegantes.
-Es lo único que tengo.
-Pues entonces los negros.- Natalie se mordisquea los labios mientras me
meto de nuevo en el vestidor. Está claro que no le emocionan mis
vaqueros pero aún no ha cometido la insensatez de ofrecerme algo de su
armario. Lo que ocurre es que hasta el último segundo no pensé en que
tendría que vestirme de un modo especial para ir a la cena de Marcus.
Estoy nerviosa y quiero causar buena impresión pero no quiero que mi
ropa lo demuestre. Prefiero que diga, soy así de fantástica siempre y
puedes haberme robado a mi hermano, pero ahora he vuelto y voy a
recuperarlo. O algo parecido.
Cometí el enorme y terrible error de preguntarle a Natalie qué debería
ponerme para la cena y llevo casi una hora y media arrepintiéndome. No
es que no tenga ropa, es que toda mi ropa es de la misma familia, o al
menos primos hermanos. Vaqueros, camisetas de algodón negras, azules,
grises o blancas, y alguna camisa. Tengo jerseys, pero son más adecuados
para ir a pintar grafitis que para una cena formal. Y tengo un vestido, por
supuesto que sí. En realidad tengo dos, uno negro y otro azul oscuro casi
negro. Lo que pasa es que son tan cortos que hasta yo sé que no son
apropiados. No me hace falta ver la expresión entre adorablemente
alarmada y tensa de Nat para saber que no puedo ponérmelos. Y tengo una
falda. De cuero. Más corta aún.
Los vestidos y la falda pertenecen a una etapa de mi vida en que,
lucirme un poco era casi una obligación, cuando creía que enseñar la piel
de mis piernas era lo único que mantenía a mi amante entretenido. Hace
tiempo que no me los pongo, y puede que ni siquiera me sirvan, mis
curvas se han redondeado desde que abandoné las calles definitivamente.
Después de Cam no volví a sentir la necesidad de mostrar piel. Más bien
me gusta ocultarla. Puedo llevar ropa ajustada pero no lucir escote. Son
reglas sin sentido pero a mí me sirven.
Me miro en el espejo, soy siempre la misma, cada día igual, no hay
nada de color en mi vestuario y tampoco estoy segura de que me gustase
vestirme con colores llamativos, pero sí que podría variar un poco.
Debería ir de compras. Ahora tengo una amiga para que me acompañe y
me aconseje.
-¿Te gustaría venir de compras conmigo?- la pregunta parece cogerla por
sorpresa, duda apenas unos segundos pero luego sonríe y asiente, con
sólo una pizca de reserva en su expresión. Caigo, demasiado tarde, en que
alguien que duerme en una cama en el salón porque ha tenido que alquilar
su habitación probablemente no pueda permitirse “ir de compras”.- De
todos modos sólo miraremos escaparates, no tengo demasiado dinero
para ropa.- espero que se haya percatado de mi “sutil” intento de evitar que
se sienta incómoda.
Finalmente consigo que Natalie me permita llevar vaqueros. Unos
negros, ajustados, con botines, y un jersey verde esmeralda que enseña un
poco el hombro pero es muy discreto. Es lo más elegante que tengo.
El pelo, con mi cómodo corte bob, está un poco más largo de lo que
suelo llevarlo, casi rozando la piel descubierta por el jersey, resulta sexy y
pienso que, si alguna vez llego a tener una cita con el escritor, esto será lo
que lleve. Ondulo ligeramente las puntas, con las ayuda de Natalie y ambas
parecemos satisfechas con el resultado.
Natalie es todo lo opuesto a mí. Su cabello cae hasta debajo de los
hombros, es un rubio almendrado, nada demasiado llamativo. Se viste con
colores pastel, un montón de colores, amarillo, rosa, verde, azul... y lo
peor es que le sientan bien, no parece un payaso y no me repele. Ahora
mismo lleva un vestido amarillo pálido, tiene un escote recto y tirantes de
dos centímetros de grosor. Es un vestido veraniego que no pega nada con
el cielo nublado de afuera, tiene pequeños dientes de león estampados por
todas partes, parece llamar a la primavera. Lo más gracioso es que en los
pies lleva unos gruesos calcetines grises de lana, con un diseño de ochos.
Quedaría ridículo en cualquier otra persona.
Mi maquillaje va a ser matador. Sin base, y sólo brillo en los labios,
pero los ojos serán una obra de arte. Para poder jugar a las miraditas con
la roba hermanos. Quiero que parezca que me he vestido para agradar
pero al mismo tiempo tener un toque desafiante. Y no es para nada una
regresión a los quince años.
Natalie juega con un cojín sobre mi cama. Sé de qué quiere hablar. De
lo que lleva hablando toda la semana. Sus citas con Noah. Técnicamente
no son citas, había precisado tras la segunda. No son de noche, porque
Noah trabaja. Y en realidad él no se lo pidió. Prácticamente le ordenó que
estuviese en un restaurante el lunes a mediodía y en una cafetería el
miércoles antes de abrir el pub. Noah puede ser un poco autoritario, sólo
que la mayoría de la gente no se da cuenta porque no da las órdenes
directamente, simplemente, de manera misteriosa, consigue que hagas lo
que él quiere.
Al principio me preocupó que Noah fuese demasiado brusco con Nat,
pero ella parece haber encontrado consuelo en sus formas bruscas. Desde
que Noah se interesa por ella se ha abierto mucho más y me cuenta cosas
de su misterioso prometido. Al parecer él era muy protector, algo así
como un caballero del siglo pasado. Las diferencias entre él y el irlandés
hacen que Natalie pueda relajarse, que vea el salir con Noah no como una
repetición del pasado sino como una nueva experiencia.
Lo malo de todo es que me ha adoptado como confidente y me cuenta
hasta el último detalle. Sólo se han besado. Sus conversaciones no dejan de
ser incómodos intentos de charlas profundas. Pero Natalie disecciona cada
detalle como una adolescente en su primer amor. Y, además, está claro que
no exageraba cuando decía que no tenía amigos. Al parecer su ex ha sido
toda su vida y todo esto era un nuevo juego que disfrutaba de verdad. Cada
vez el ex-novio de Natalie me cae peor, parece un neanderthal que la había
secuestrado para sí mismo y que apenas la dejaba vivir. Aunque me cuido
mucho de decir nada negativo sobre él porque entonces Nat se cierra en
banda y se aleja. Yo simplemente intento animarla para que disfrute de las
nuevas vivencias.
Por el contrario parece que todos los hombres de mi vida me han dado
de lado. Noah está demasiado absorto con Natalie. Pero incluso en el
trabajo no se me acerca apenas, está un poco frío. Comprendo que ya no
se tome tantas libertades pero el problema es que apenas me habla ni me
mira a la cara. Es como si Marcus, o el escritor, se hubiesen interpuesto
entre nosotros. Aunque Noah alguna vez ha tenido una relación un poco
más intensa con alguna chica, de las que duran dos o tres semanas, jamás
dejó que nadie se interpusiese en nuestra extraña relación.
Sí agradecía que no hubiese demasiado contacto físico porque no
quiero contribuir al sufrimiento de Nat, sé que va a sufrir bastante en
cuanto Noah haya superado su fascinación inicial, lo que, según mi
experiencia, pasará dentro de unos diez días, yo no quiero verme en
medio de ellos dos. Quiero hacer todo de la mejor manera para que
ninguno tenga nada que reprocharme.
Luego está Marcus, que aparece en “El irlandés” todas las noches, se
queda poco más de media hora, intentamos un proyecto de conversación
pero los dos estamos aún demasiado incómodos el uno con el otro. Me
molesta verlo charlando tranquilamente con Natalie o Noah y que se
ponga tenso cada vez que tiene que dirigirse a mí. Yo tampoco le pongo
las cosas fáciles.
A pesar de la cháchara constante de Nat en realidad tengo mucho tiempo
para pensar y por desgracia casi siempre intento evitar el tema del escritor
por lo que sólo me queda pensar en Marcus, en el cadáver y en todas las
sospechas que van surgiendo en mi interior a pesar de que lo último que
quiero es dudar de mi hermano. Pero aún me sucede, aún me doy la vuelta
en las calles oscuras al sentir su presencia, aún puedo oler su perfume a
basura unos pasos por delante de mí, siento su respiración jadeante
mientras me vigila. Quiero pensar que es mi imaginación, la costumbre, el
haberme sentido perseguida durante diez años. Supongo que es difícil
aceptar de repente que el fantasma invisible que te seguía ya no está ahí.
Por último está el escritor que, literalmente, ha desaparecido. No le he
vuelto a ver desde la noche en que me regaló el libro. Sus amigos, el viejo
tatuador, la chica gótica y otros tantos que han venido al pub con él siguen
viniendo, pero no hubo una sola aparición más de Jack. Y no puedo pensar
en eso. Porque si lo pienso simplemente siento ganas de llorar. Y yo no
soy de las que lloran por un hombre.

Marcus me recoge puntualmente. Está muy guapo, elegante en su estilo.


Aún tiene el pelo húmedo por la ducha, huele a jabón y a café (aunque él
siempre ha preferido la leche con cacao, me pregunto si eso también
habrá cambiado) y lleva unos vaqueros gastados y una chaqueta de cuero
sobre una camisa azul oscuro. Me recuerda un poco al escritor, o puede
que sea mi obsesión saliendo a la luz.
Natalie atiende a los bruscos golpes en la puerta de metal. No es la
primera vez que Marcus se queda embobado mirando a mi compañera de
piso. La mira como si fuese la mujer más hermosa que ha visto jamás. A
pesar de que podría sentirme celosa siempre me alegro cuando algún
chico se fija en Nat. Incluso Noah o Marcus. Es una chica increíble pero
creo que sólo puede ser feliz estando enamorada por eso no puede olvidar
al imbécil de su ex. Ella parece no darse cuenta de las miradas de
adoración que recibe. Y Marcus parece que se había tragado la lengua,
literalmente. No se le da muy bien tratar con chicas, otra cosa que ha
cambiado.
Charlan cinco minutos pero enseguida nos vamos. Nat tiene que
trabajar y Marcus ha venido a recogerme con el tiempo justo para que no
nos sintamos violentos los dos solos. Pero nada va a mitigar la
incomodidad del viaje en coche. Es un viaje bastante silencioso. Intento
hacer algunas preguntas sobre la señora Morton y sobre los años que ha
pasado con ella. Aunque todo resulta artificial y forzado, entre nosotros,
sentirnos perturbados es raro. Echo de menos a mi hermano, a mi
hermano de antes. No es el mismo que el hombre que está ahora sentado a
mi lado.
Las luces de la ciudad están todas a nuestras espaldas, nos adentramos
cada vez más en el oscuro bosque. La carretera ha dejado de ser una
carretera para ser un camino de tierra aplastada. No tengo ni que cerrar
los ojos para imaginarme lo que debió sentir Marcus la noche en que todo
ocurrió. Conduciendo por un camino de baches. Mucho más tarde, más
oscuro, el sol hacía horas que había desaparecido. Con el cuerpo de
nuestro padre al lado. Después de descubrir lo que me había hecho,
queriendo matarlo, imaginando la manera... y luego se había quedado en
ese bosque, sólo y malherido...

La casa está muy aislada. Supongo que se verá hermosa en un día


soleado. Ahora, en las sombras y con todas mis reservas alzadas, me
parece el lugar más siniestro de la tierra. Salimos del coche y Marcus me
coge de la mano. Su ligero apretón intenta reconfortarme pero la puerta
de la casa se abre antes de que surta efecto, antes de que pueda inspirar el
último aliento de valor.
Una señora mayor está en el umbral, la luz del interior la hace parecer un
extraterrestre saliendo de su nave. Pronto estoy lo suficientemente cerca
como para contemplarla en toda su humanidad. No parece una adorable
anciana de las que hacen tartas y cuentan cuentos, más bien parece de las
conduce un coche con pegatinas de margaritas y llama a los agentes de
policía por su nombre de pila. Detrás de ella todo es color y vida, y eso
parece reflejarse en su piel. No es alta, con mis tacones yo la supero por
unos buenos diez centímetros, es delgada y aunque se nota su edad parece
joven y en muy buena forma. Lleva vaqueros, con unas botas de lana que
parecen hechas a mano por alguien muy torpe, una camiseta verde de
manga larga debajo de una camiseta roja de manga corta. El pelo corto
como parecen llevar todas las mujeres de más de sesenta años, pero en vez
de peinárselo discretamente luce el despeinado puntiagudo de los
adolescentes de hoy en día.
Me encanta desde el primer momento. Sobre todo su sonrisa abierta
aunque un poco cautelosa. Ella también tiene miedo de lo que yo pienso de
ella como yo tengo miedo de lo que ella piensa de mí. Tal vez ella tiene
más motivos para temer, después de todo yo la había odiado un poco. Era
la mujer que se había quedado con mi hermano, que le había dado el
refugio necesario para que se escondiese de mí. Durante diez años.

Los saludos son torpes e inseguros, la señora Morton, o Francis como


enseguida insiste en que la llame, toma todo el control desde el principio.
Rellena cada hueco de silencio con conversación absurda. Hablan
principalmente ellos pero sus preguntas me hacen tener que contestarle
varias veces. Todo parece demasiado frívolo hasta que nos sentamos a la
mesa. Entonces es como si el ambiente se relajase, todo el alboroto se
detiene. Observo que hay cuatro platos y Francis me informa, antes de que
pueda preguntar, que enseguida llegará Doc Martin. Jugueteo con la idea
de que el nombre se deba a regreso al futuro pero no quiero perderme
nada de la conversación así que intento limitar mis desvaríos.
-Está con su familia- confiesa aunque yo no he dicho nada- Martin se casó
hace años con mi mejor amiga del instituto. Por imbécil. Le pillé con ella
en la cama. Era su primera vez, me dijo, sólo estaba practicando para no
decepcionarme. Lo peor es que seguramente era cierto, el pobre tenía...
tiene, algunas ideas que no son normales. Es un tipo muy listo, a su
manera. En fin, me negué a tener nada que ver con él a partir de entonces,
pero me daba muchísima rabia que la imbécil esa se lo hubiese quedado.
Martin era mío, iba a casarme con él, y por tonto, echó todo mi futuro por
la borda- dice muchos tacos y gesticula como una actriz de cine mudo,
echo en falta un cigarrillo en su mano para terminar de ver el cuadro, es
realmente una mujer notable. Marcus me sonríe desde el otro lado de la
mesa, sabía que íbamos a gustarnos enseguida.- al final yo me casé con un
inútil que sólo me sirvió para darme un hijo medio tarado. No te
confundas, es el niño de mis ojos, pero el muy inútil se hizo dentista y se
casó con su recepcionista, una rubia que no hace más que cebarlo y
organizar fiestas ridículas para sus hijos: su primer diente, su primer día
de clase, su primera diarrea... ¿por dónde iba? ¡Ah, sí! Bien, durante casi
cuarenta años viví con esa espinita clavada. Algunos dirían que podría
haber perdonado su desliz, pero yo no soy de las que perdonan, ¿verdad
Marcus? Él puede decírtelo. Pero sobre todo estaba cabreada con la rubia
que se paseaba por ahí como una señorona, como si fuese alguien por
haberse casado con un médico. Nunca habría mirado a Martin dos veces si
yo no le hubiese dicho que le habían aceptado en la facultad de medicina.
Así que un día me lo encontré. No es que yo le hubiese buscado, ya nos
habíamos encontrado algunas veces a lo largo de los años. Pero esa vez
decidí que no quería ser un vieja pelleja antes de catarlo. Después de todo
se había pasado casi cuarenta años preparándose para ese día. Seguro que
había cogido mucha práctica con la señora Martin.- ahí hubo una pausa,
muy sutil, casi imperceptible, y me di cuenta de que aunque intentaba
contarlo de una manera cómica, esa antigua traición aún le dolía. Más
llamativo aún fue ver que Marcus se quedaba en tensión, preparado para
acudir al rescate en caso de que ella se derrumbase. Estaba claro que,
después de tanto tiempo, Marcus por fin tenía una madre.- bueno, lo
hicimos en la habitación donde guardaban los abrigos, en la fiesta de unos
amigos, ya sabes, donde se tiran todas las chaquetas y visones sobre una
cama. Ahí mismo lo hicimos, como dos adolescentes cachondos. Resulta
que la señora Martin no era muy buena profesora, pero yo le enseñé un
par de cosas aquella noche. Desde entonces empezamos a vernos casi a
diario. Todo el mundo se enteró, yo no quería guardar el secreto, claro
está. Tanto los hijos de Martin como el mío eran ya bastante mayorcitos
como para superar que sus padres tuviesen una aventura muy pública. Y yo
lo que quería era humillar a su mujer. Desde entonces vivimos así. Él me
pide que me case con él dos veces al mes, yo le digo que no y vuelve con
su mujer durante un par de días, para aparecer más tarde suplicando que le
deje volver. Y la satisfacción de saber que esa vieja bruja está sola en su
casa mientras yo tengo aquí a su marido es casi mejor que el sexo.
Aún no he podido dejar de reírme cuando el doctor Martin aparece por
la puerta. Es muy difícil saludar a ese señor que parece tan sobrio después
de haber escuchado a Francis hablar de sus proezas sexuales.
El doctor es apenas un hombrecillo, no más alto que la propia Francis.
Delgado y con el pelo escaso. Lleva gafas que se quita cuando se siente
incómodo para limpiarlas ceremoniosamente. Eso hace cuando nos
presentan. Hay algo, en su forma de mirar a Francis y en cómo da
palmadas a la espalda de Marcus que me dice que esta es su verdadera
familia. Que a pesar de su aspecto es un hombre de confianza que
arrastraría un autobús con los dientes con tal de mantener a Francis feliz y
segura. Probablemente no sea fácil contener la furia de la mujer de un
médico e impedir que la amante resulte ilesa. Él lo consiguió, y además
hizo creer a Francis que todo es mérito suyo.
Nos sentamos de nuevo y esta vez es doc Martin quien guía la
conversación. Probablemente no quiere que me escandalice por los
comentarios de Francis. No debe preocuparse, su charla chabacana me ha
hecho reír como hacía tiempo que no lo hacía. Y su actitud me hace
sentirme bienvenida, ya casi olvido porqué estamos aquí.
Hablamos de mi trabajo y mi vida en Edimburgo. No oculto nada,
seguramente ya lo saben todo, pero aún así no quiero empezar una
relación, que espero que dure muchos años, guardándome cosas.
Martin me hace preguntas sobre los años que viví en la calle. Marcus
está muy silencioso. Francis y el doctor me cuentan que colaboran con
asociaciones que ayudan a jóvenes que, por diversos motivos, han
acabado viviendo entre cartones. Adivino que lo hicieron por mí y
entonces me cuestiono algo importante. Si Marcus vivió aquí durante años
¿por qué nunca me trajo con él? No dudo ni por un segundo de que
Francis me habría acogido con los brazos abiertos. Por más explicaciones
que Marcus me dé siempre parecen crearse más preguntas. Intento ignorar
esas señales de alarma que aprovechan mis momentos de mayor
vulnerabilidad para atacar.
Francis parece empeñada en contarme todo acerca de los últimos años
de la vida de mi hermano sin que yo tenga que preguntar. Yo la escucho
agradecida. A pesar de todas las cosas que quiero saber no parece que
tenga las palabras adecuadas para formular las preguntas.
-La primera vez que vi a Marcus pensé que era un zombi.- todos reímos,
no sé muy bien cuál es la broma, pero Marcus no aparta su mirada de mí,
parece que no quiere que oiga esto, pero ni él se atreve a interrumpir al
torbellino que es Francis.- Venía por el camino, cubierto de sangre, medio
arrastrándose. Por entonces los zombis no estaban tan de moda, creo que
eran los vampiros los que arrasaban. Pero yo leo muchos cómics y sé
perfectamente el aspecto que tiene un zombi. Estaba en la cocina y parecía
oír “cerebrooo”. El pobrecito debía de estar hambriento. Cogí un cuchillo,
por si acaso era un zombi de los malos. Me lo até al muslo con un paño de
cocina, como las chicas estas de las películas que pelean sin sujetador.
Luego cogí una botella con agua, el botiquín y más paños. Lo metí todo en
un bolso de flores que tenía y me lo amarré a la espalda. Para tener las
manos libres en caso de tener que usar el cuchillo.- la historia me hace
llorar, creo que de risa, sé lo que se avecina, está hablando del día que lo
encontró, después de la paliza que le dio nuestro padre. Como ella lo
cuenta parece aún más brutal de lo que yo había imaginado. Su tono se
vuelve más solemne, sé que lo cuenta adornado para hacerme pasar más
fácilmente el mal trago, por algún motivo, quiere que lo sepa todo.- Me
acerqué despacio, el pobre iba arrastrando un pie, no podía levantarlo,
caminaba inclinado, como los zombis de los anuncios. No sé si llegó a
verme y por eso cayó o si simplemente no podía más. Estaba en el suelo y
yo no podía, en conciencia, dejarlo así. Su cara estaba contra la gravilla y
la tierra del camino. Llenando sus heridas de porquería. Le di la vuelta y
apoyé su cabeza en mis rodillas, sabía que no iba a poder llevarlo hasta la
casa sin un poco de su ayuda. Tenía que espabilarlo. Con un paño
empapado en agua comencé a limpiar su cara, parecía que su carne era
pulpa madura, tenía miedo de que se desprendiese con un roce fuerte.
Intenté hablarle pero creo que ya estaba inconsciente. Le dejé en el camino
mientras iba a llamar a por ayuda. Fue el único día de mi vida en que
lamenté vivir tan aislada. Llamé a mi hijo, porque es grandote y sabía que
nos ayudaría a moverlo y a Doc, porque estaba claro que el muchacho
necesitaba un médico.
No quise llamar a una ambulancia o a la policía porque no sabía si el
muchacho estaba huyendo de algo.
Me alegré de haber llamado a mi hijo cuando doc comenzó a colocarle
los hueso y a limpiar las heridas. Nunca había oído gritos como esos...
-Querida, creo que ya es suficiente por hoy.- sé que estoy pálida por la
manera en que todos me miran. Marcus hace ademán de levantarse pero yo
niego con la cabeza. Estoy bien, Francis tiene el don de hacer muy vívidas
sus historias, pero prefiero saberlo.
Francis parece arrepentida de haber hablado tanto y el doctor y Marcus
permanecen tan atentos a cada uno de mis movimientos que me siento
acosada. Está claro que hoy no voy a obtener más información.
Francis comienza a contar anécdotas de su hijo el dentista. Lo
ridiculiza sin compasión, seguro que lo hace también delante de él. No
está en la cena y no sé si su relación con Marcus será cordial ¿siente el
hijo que Marcus le ha quitado su posición en la casa?

Nos despedimos con besos. Francis me mira como si ya me quisiese,


me apretuja contra su pecho huesudo y me susurra al oído que está
dispuesta a contarme todo lo que quiera saber y luego añade algo aún más
crítico.
-Todo lo que hizo Marcus, fue por ti.
Martin es más moderado, él también me besa en las mejillas, pero no
me ofrece ningún -
mensaje conspirador.
-Bienvenida de nuevo a la familia. Marcus te ha echado mucho de menos.
No puedo evitar la sensación de que todos saben mucho más de lo que
yo sabré sobre mi propia historia.
La cena ha sido agradable, de una manera confusa y lunática, como
tomar el té con el sombrerero loco. El viaje hasta casa no se hace tan
largo e incómodo como el de ida. Hay un millón de preguntas dando
vueltas en mi cabeza. Lo que ocurre es que no sé por dónde empezar.
Recuerdo esas líneas temporales de los libros de historia. Colocaban
cronológicamente acontecimientos importantes guiándose por las medidas
de una sencilla línea negra que dividían, un centímetro podían ser cien
años o un día. Me gustaría tener una guía como esa para ordenar los
sucesos de mi vida. Pero mi línea parece uno de los ovillos de la señora
Morton. Con dos extremos que no indican un principio y un final y un
montón de nudos, que surgen en los momentos más inoportunos, creando
confusión y desconfianza.
Marcus me ha ofrecido una versión de la historia y estoy dispuesta a
creerla, aún así quiero más. No quiero sólo su versión, ni las respuestas
que él considere que debe darme. Elijo una pregunta, las más crucial, la
más urgente, la que no me deja dormir y empiezo a desenredarla.
-¿Marcus?
-Dime.
-¿Puedo hacerte una pregunta?- me mira cauteloso pero asiente
-Claro.
-¿Dónde está enterrado el cuerpo? ¿El cuerpo de nuestro padre? ¿Qué
hiciste con él?
-¿Por qué quieres saberlo?
-Responde tú primero.
-No, no tienes porqué saber eso. Podrían acusarte de cómplice.
-Dudo que nadie se haya dado cuenta de su desaparición. ¿Y quién va a
acusarme de cómplice? ¿La policía, que ni siquiera sabe que hay un
muerto?
-Sam olvídalo ya. Ya se acabó todo. Estás segura, no le des más vueltas.
-¿Por qué no quieres decírmelo?- sé que estoy gritando prácticamente
pero no puedo evitarlo. Sus evasivas me producen pánico.
-¿Por qué quieres saberlo?
-Quiero verlo, quiero estar segura.
-Porque no confías en mí.
-Yo no he dicho eso.
-No hace falta.
-Necesito verlo.
-Pues lo siento, porque no voy a decírtelo.

Estoy que me subo por las paredes, hace casi diez días que el escritor no
aparece por “El irlandés” y yo, literalmente, estoy mordiéndome los
codos. Puede hacerse si llegas a tan alto grado de desesperación. Marcus
lleva días evitándome y Noah está siendo irritantemente amable.
Natalie está despierta, se ha acostumbrado a esperarme. Nos tomamos
una infusión y charlamos un poco. Creo que le cuesta dormir. Por las
mañanas suele levantase mucho antes que yo a pesar de que apenas tiene
trabajo. La veo teclear hasta altas horas de la noche, sin embargo, por sus
comentarios, creo que casi todo acaba en la basura.
Ella intenta sobrellevar mi mal humor, incluso parece que se entretiene
con mis dramas, tal vez sea porque en realidad no sabe lo que sucede. No
la historia completa. Sabe que he vuelto a ver a mi hermano después de
muchos años, sabe que el escritor me gusta aunque se esté haciendo el
difícil y sabe que Noah, bien, sabe que existe Noah. Estoy convencida de
que no avanza con mi jefe por respeto a mí. Esa es otra de las cosas que
me causa frustración porque, aunque sé que no debo, me siento
agradecida.
Lo último que necesito es a mi mejor amigo embarcado en una
relación amorosa que le deje sin tiempo para mí. Sueno como una persona
horrible pero no puedo evitarlo. Lo malo es que, ni siquiera con Natalie
evitándolo, Noah ha vuelto a ser el mismo conmigo. Nos hemos quedado
en un limbo de amabilidad en el que no está permitido enfadarse ni decirse
verdades. Aún tenemos pendiente la conversación sobre sus secretos.
Ninguno de los dos se anima a dar el primer paso. En estos momentos que
Noah me diese de lado sería el golpe de gracia.

Natalie se levanta de su silla que parece una máquina diseñada para la


tortura, estira cada músculo, sus huesos parecen crujir. Me preocupa, se
está exigiendo demasiado, lo peor es que parece derrotada. Ya no está tan
alegre como cuando la conocí. Yo me meto en el baño. Mis duchas por la
noche suelen ser relámpago, para quitarme el olor a alcohol y a Irlanda de
encima.
Cuando salgo Natalie ya tiene mi té blanco preparado. La veo zamparse
una enorme rebanada de queso cubierta con mermelada de naranja
amarga. Tiene costumbres culinarias curiosas pero me he habituado a sus
comidas a horas extrañas y sus combinaciones inesperadas.
Yo me decanto por un trozo de bizcocho de chocolate que cubro con un
montón de mermelada de cerezas negras. Los beneficios del té se van por
el desagüe pero no me importa. No hablamos porque tenemos la boca
llena. Ambas parecemos llegadas de la guerra. Cuando al fin termina el
último bocado Natalie se rechupetea los dedos. No es tan elegante como
me pareció al principio, aunque incluso en un gesto como ese consigue no
parecer repugnante. Es como Audry Hepburn pero en rubio.
-¿Y bien? ¿Apareció el escritor?- niego mientras recojo las miguitas con
el dedo, no puedo permitirme otro trozo, pero puedo disfrutar cada
molécula de éste.
-No, ya hace diez días. Antes venía prácticamente a diario pero ahora...
-¿Crees que te está evitando?- es una pregunta legítima, pero me duele que
me la haga porque yo también lo he pensado. Algo le hizo detenerse
aquella noche el el almacén y luego simplemente desapareció. Algo hice
mal. Tal vez le parecí demasiado desesperada o... pero él había mostrado
interés ¿para qué me ataca con esas manos mágicas si luego va a huir
como una niña?
-Quizá. No lo sé. Creí que era fácil descifrarle pero resulta que él tiene
recovecos, como el resto de nosotros.
-Sam ¿puedo hacerte una pregunta? Sé que no es asunto mío.
-Dispara.- duda, no sabe cómo planteármelo y sé que me va a preguntar
por Marcus.
-Cuando te vi por primera vez supe que tenías secretos. No eran asunto
mío, todo el mundo tiene un pasado. Es cosa tuya si quieres compartirlo.
Sé que hay algo en tu historia con Marcus, algo más que haber estado años
sin hablaros, si quieres compartirlo, eso podría ayudar.- Lo malo de
contarle mi historia a Natalie es que ella no va a disfrutarla como un buen
relato. Va a digerirla, a sufrirla, a empatizar y no seré capaz de soportarlo.
Con Noah, habían pasado meses desde que nos conocíamos, él
prácticamente leyó mi historia en mi rostro. Contarle la historia al escritor
fue como desvelarle la mejor peli del mundo a alguien que aún no la ha
visto. Natalie se lo tomaría muy en serio.
Comienzo a hablar por inercia. No hay forma educada de decirle que
no se meta en mis asuntos. Lo peor es que no quiero ocultarle nada. Se lo
cuento como jamás creí que podría hacerlo. Cada detalle, cada sensación,
no me detengo hasta la cena con Francis y Martin, no obvio lo que sucedió
sobre las cajas del despacho. Ni siquiera le oculto mis sentimientos
encontrados hacia Noah, el quiero y no puedo, eso de lo que todos somos
conscientes aunque no decimos nada.
Nat tiene lágrimas en los ojos cuando acabo. En realidad, desde que
empecé a hablar de mis pequeños hermanos no ha dejado de llorar, pero
no me interrumpió en ningún momento.
-¿Puedo abrazarte?- debe de haberle costado mucho contenerse y hacer la
pregunta en vez de arroparme entre sus brazos directamente. Con mi
actitud de púber intento disimular mi propia emoción.
-Si crees que no puedes evitarlo.- me abraza fuerte y lloramos un rato. Son
lágrimas cálidas, compartidas. Cuando siente que ya es suficiente me aleja
suavemente y se limpia los ojos con la manga.
-Bien, ya basta de llorar. A no ser que quieras hacerlo un poco más.
-Nah, por mí está bien.
-Y ahora a trazar un plan.- añade motivada como si se hubiese planteado
escalar el Everest.
-¿Qué?
-Tenemos que resolver las incógnitas o nunca podrás dormir tranquila.-
camina sobre las puntas de los pies hasta el escritorio donde desata una
avalancha al sacar una libreta de debajo de otras muchas, eso me recuerda
lo que le acabo de contarle de mi infancia, de los desmoronamientos de
los “montones”.
Vuelve con una libretita con el dibujo de una niña de enormes ojos en
la portada. Tiene un montón de libretas todas de colores y texturas
diferentes. Yo cuando tengo que apuntar algo lo hago en el reverso de un
ticket de la compra.
-Apuntaremos las preguntas y tendremos que encontrar la respuesta a cada
una. Luego podremos reconstruir el puzzle. Así lo hacemos en
periodismo. Creo.
-Muy bien.
-Empezaremos con... lo siento, no puedo decir tu padre.
-Yo suelo llamarle monstruo.
-Genial.- y empieza a escribir la palabra monstruo en una página en
blanco, con una letra redondeada e infantil.- Monstruo asqueroso hijo de
puta cabrón ojalá estés muerto.- sonrío, el boli prácticamente ha perforado
la libreta y ella parece una niña dispuesta a vengarse del hada de los
dientes por tacaña.- Umm tengo varias preguntas aquí.
-Tú eres la periodista.- contempla la hoja como si fuese a desvelarle las
respuestas.
-Al principio creías que el mosntruo había muerto en el incendio.
-La policía dijo que encontraron los cadáveres de dos niños y dos adultos.
Los identificaron como mis padres y mis hermanos.
-Ya, pero él no estaba muerto entonces ¿de quién era el cuerpo?- No digo
nada. Natalie escribe “cadáver desconocido en el incendio ”- Vamos a
suponer que lo de seguirte durante años y acecharte, los mensajitos y
demás eran por, como dice Marcus, su obsesión contigo.
-Adelante, supongamos.- Me reta con el ceño fruncido, cree que no me
tomo en serio su investigación. Al contrario, siento tantos nervios que
necesito deshacerme de la tensión de alguna manera, así que digo
chorradas.
-¿Por qué nunca se acercó a ti? Me refiero a acercarse de verdad, a
cogerte y bueno ya sabes.- tengo que controlar el impulso de echar un
vistazo a mi espalda, no hay nadie me recuerdo, aunque tampoco pasa
nada por acercarme a la nevera y girarme hacia Nat, no lo hago porque
desde allí se vea toda la habitación. Finjo que me apetece zumo y como
tengo la garganta seca tampoco me viene mal.- Tal vez...- Natalie sigue
hablando con el papel.- si sabía que Marcus te vigilaba, tal vez...- Baja el
tono, su conversación ya no es conmigo- ...una lucha de voluntades. Pero
atraparte habría sido una victoria... y ¿por qué Marcus no se puso en
contacto contigo cuando te encontró? ¿Miedo porque el monstruo
decidiera que tenía el camino libro? Es como si los dos se mantuviesen al
acecho, sin atreverse a dar el primer paso... hasta el libro ¿qué ponía en el
libro?
-¿Qué?
-En el libro, me dijiste que había algo escrito a boli en las primeras
páginas ¿qué ponía?
-No lo sé. Estaba borroso.
-Y después de eso Marcus lo mata, después de que intentara ponerse en
contacto contigo. O dice que lo mata.- creo que ya no me gusta este juego.
Natalie jamás había tenido una expresión tan concentrada y seria, dudo que
ahora pueda detenerla.- los dos podrían haberse puesto en contacto
contigo, los dos te vigilaban, Marcus te vio vivir en las calles, te vio
asustada y no hizo nada. Hasta que apareció el libro.- una pausa muy larga,
parece que ella misma ha llegado a un callejón sin salida hasta que afirma
con voz autoritaria. -Tenemos que ver el cadáver, no tiene sentido darle
más vueltas hasta saber si de verdad está muerto y, más importante aún, si
realmente Marcus lo mató.
-Nunca podremos encontrarlo. Marcus se niega a decírmelo.
-Pero hay otra persona que lo sabe.- tiene una expresión satisfecha, de
minino que acaba de comerse un ratón. Por más que pienso no se me
ocurre nadie.- La señora Morton. Ella te dijo que podrías preguntarle
cualquier cosa.
-Creo que se refería a los años que Marcus pasó con ella.
-No sé, por como me la has descrito creo que es de las que no olvidan
jamás la ubicación de una tumba clandestina. Nadie podría cometer un
asesinato sin que ella se oliese algo. No perdemos nada por preguntarle. Y
también está Noah. Creo que ese par comparten más secretos de los que
confesaron. No me extrañaría que Noah hubiese participado.
-Así que todas las personas en las que confiaba me han mentido.
-Bueno, eso ya lo sabías, ahora tenemos que averiguar porqué.- Natalie
garabatea algunas frases más pero no tengo ánimos para acercarme a ver
qué dicen.
-Nat.
-¿Sí?- está distraída metida en su mundo de misterios, pipas y gabanes. Me
da vergüenza preguntarle.
-Sé que no es lo importante pero ¿qué pasa con el escritor?
-Oh, no te preocupes, del escritor me encargo yo. - me muestra una
sonrisa enorme y, por un momento, temo por la suerte de Blackstone.
Hasta que recuerdo que me ha estado evitando, entonces se me pasa.
Desde la cena en casa de la señora Morton toda mi ropa me parece
aburrida. Necesito encontrar un hueco para ir de compras. Miro de nuevo
el reloj, aún falta media hora para que tenga que estar en el trabajo. Escojo
una camiseta marrón, los tirantes son de cuero y con hebillas, simulando
un cinturón. Da igual lo que me ponga por encima porque me lo quitaré en
cuanto el ambiente empiece a caldearse.
No tengo nada que combine con la camiseta. La arrojo a un lado y me
quedo de brazos cruzados casi diez minutos. Hoy voy a hablar con Noah.
Lo decidí anoche después de la clase de criminalística con Nat. Da igual si
el pub está lleno, si cae un meteorito o si aparece el escritor con un anillo.
Nat parece tener un plan y yo voy a dejarme arrastrar. Me parece que me
he pasado la mitad de mi vida dejándome llevar así que por una vez más
no pasa nada. Soy incapaz de luchar yo misma contra la corriente. Todos
tenemos defectos.
Recupero la camiseta marrón y me la pongo con unos vaqueros
blancos. Me quedan un poco holgados pero son elegantes. Ahora el pelo.
Voy a llegar tarde y no tendré tiempo de hablar con Noah, claro que no
es culpa mía.

De pequeña creía en las puertas que, al cruzarlas, te llevan a lugares


muy lejanos: Narnia, Hogwarts, la puerta del metro...
Debo de haber cruzado una esta noche porque en mi salón está el
hombre al que llevo once días sin ver. Me quedo quieta observándolo, él
no dice nada. Natalie gesticula y me guía hacia la salida.
-Vas a llegar tarde a trabajar. Vamos, abrígate, no puedes salir así. Tal vez
luego me pase. Venga...- y me cierra la puerta en las narices. Me han
echado de mi casa, técnicamente no es mi casa pero... eso no es lo
importante. ¿Qué hacía el escritor en el salón? ¿Por qué me tengo que ir
ahora? Voy a volver a entrar cuando recuerdo los planes de venganza de
Natalie, creo que iré al pub, no me apetece nada tener que limpiar la
sangre.
El camino hasta el trabajo se me pasa volando, tengo la mente en mil
lugares, lo bueno es que soy rápida cuando tengo puesto el piloto
automático así que cuando llego aún no hay clientes. Noah me hace un
gesto de reconocimiento pero no dice nada. Sigue apilando vasos tras la
barra. Tras dejar el bolso y el abrigo me pongo a colocar servilletas en
los servilleteros, mi jefe me da un repaso con los ojos,el pantalón blanco
queda demasiado llamativo en mí. No es muy atrevido pero mi piel parece
repeler ese color. En cuanto llegue a casa lo tiraré.
Los clientes empiezan a aparecer a cuentagotas. Va a ser una noche
lenta. Eso me deja con tiempo para pensar en Blackstone a solas con mi
hermosa compañera y para hablar con Noah. No sé si es lo que Nat
buscaba pero su estrategia da resultado. Por no darle vueltas a lo que está
sucediendo en la casa prefiero enfrentarme a una dolorosa conversación
con mi mejor amigo.
Noah ha dejado unas cervezas en una mesa y se dirige hacia mi con una
bandeja vacía.
-Tenemos que hablar.- la bandeja resbala peligrosamente pero él consigue
que no se caiga.
-¿Ahora?
-¿Tienes algo mejor que hacer?
-Hablemos- se apoya justo a mi lado, los brazos cruzados, la expresión
seria. Ambos estamos mirando hacia la enorme extensión del local, con
sus numerosos clientes. Nadie pide nada así que...
-No sé por donde empezar. Simplemente cuéntamelo todo desde el
principio. Si tengo preguntas te lo diré- asiente con un gesto seco.
-Cuando empezaste a trabajar aquí me dí cuenta enseguida de que huías de
algo. Por eso te contraté en parte. Quise protegerte en cuanto atravesaste
esa puerta.
-Llevabas unos días por aquí cuando me fijé en un tipo que siempre pasaba
la noche fuera, observándote. Esperaba hasta que cerrábamos y luego te
seguía a tu casa. Por entonces vivías a veinte minutos, en ese piso...
-Sí, sé donde vivía.
-Yo también había estado siguiéndote, asegurándome de que llegases bien
a casa. Una de esas noches salí por el callejón, di la vuelta a la manzana y
me acerqué al tipo por detrás. Le acorralé contra el muro y le pregunté
por qué te seguía, qué quería de ti. Creí que era un ex novio psicópata,
alguien que no soportaba que siguieses con tu vida. Pensé en asustarlo
para que se largara pero él peleó. Me confesó que era tu hermano. Que
llevaba un tiempo siguiéndote porque hacía años que no os hablabais. Al
final conseguí que se fuese aunque no me quedé tranquilo. Esa noche salí
del pub cinco minutos más tarde. Empecé a seguirle a él en vez de seguirte
a ti. Siempre hacía lo mismo. Esperaba hasta que entrabas en la casa, se
quedaba mirando la puerta un rato y luego se iba. Noche tras noche fuimos
comenzando a hablar. Supe por ti que tenías un hermano al que hacía
tiempo que no veías, así que la historia encajaba. Cogimos confianza.
Después de dejarte en tu casa a salvo nos íbamos a tomar algo y a charlar.
Al final decidió que podía confiar en mí y buscó un trabajo así que había
noches que no te seguía.
-¿Sabes tú porqué nunca se acercó?
-No me lo dijo, pero cero que tenía miedo.
-¿De que le rechazara? ¿De que no quisiera verlo?
-No, yo... todo son hipótesis, creo que tu... padre le tenía amenazado. Si
Marcus se acercaba a ti entonces él también tenía vía libre.
-Pero Marcus podría haberme protegido. Podríamos habernos escapado
juntos.
-Sam, ese tipo te violó, casi mata a su propio hijo. No creo que hubiese
sido tan fácil. Estaba obsesionado contigo. Lo único que lo mantenía a
raya es creer que Marcus tampoco “te tenía”.
-Marcus nunca...
-Lo sé. Pero en la mente enfermiza de ese cabrón sólo podía dejarte en paz
si Marcus se mantenía a distancia de ti. Cuando tu hermano se dio cuenta
de que podía confiar en mí, vi el alivio en su cara. Se había pasado
semanas, meses, siguiéndote y asegurándose de que estuvieses a salvo. -
Sam- se gira hacia mí y me mira muy fijamente, como si lo que tiene que
decir fuese muy importante y quiere que se me quede grabado.- no digo
que lo hiciera bien. Ninguno de los dos. Pero pienso que hizo lo mejor
que pudo dadas las circunstancias. No había nadie que fuese a creer que un
hombre, que se supone que está muerta, te está siguiendo. Ese cabrón
desaparecía como las sombras. Marcus hizo todo lo posible.
-¿Está muerto?
-Sí, Sam, ya no va a volver a hacerte daño.
-Marcus no quiere enseñarme el cadáver.- me mira escandalizado, su
expresión sería graciosa si no pareciese tan preocupado.
-¡Pues claro que no va a enseñarte el cadáver! ¿qué tonterías son esas?
-¡Tengo que estar segura!
-Sam te aseguro que está muerto.
-Tengo que verlo por mí misma Noah. No lo entiendes. Durante mucho
tiempo creí que estaba muerto. No puedo simplemente fiarme de la
palabra de Marcus.
-Ni de la mía por lo visto.
-Noah.
-Está bien. No me ofendes.- nos callamos unos minutos- no creo que
puedas reconocerlo. -Seguramente ya estará... ya sabes, pudriéndose.
-Me da igual.
-No sé dónde está.
-¿No lo sabes? ¿Entonces cómo puedes estar seguro? Creía que tú...
-Porque a diferencia de ti yo confío en tu hermano.
-A diferencia de ti yo sé que Marcus no siempre dice la verdad.
-Simplemente déjalo estar, Sam.- siento tanta rabia, tanta frustración
porque no pueden entenderlo. Natalie sí lo entiende. Le hago un gesto de
conformidad y me voy a atender una mesa. Natalie tiene razón, con cada
respuesta sólo conseguimos dos preguntas más.

La situación entre Noah y yo apenas se relaja. Nos pasamos el resto de


la noche caminando de puntillas uno alrededor del otro. Al menos hemos
hablado aunque no se haya solucionado nada.
Cuando terminamos me voy sin apenas despedirme camino un par de
calles y al llegar a un callejón un poco apartado me escondo y espero.
Unos minutos después pasa Noah. Parece un poco apurado, debe temer
haberse quedado atrás. Doy un rodeo para no cruzarme con él mientras
vuelvo a casa.
Si tan convencido está de que ya no hay peligro, de que está muerto
¿por qué me sigue?

En casa sólo está Natalie, mientras nos tomamos el té, esta vez lo
acompaño de galletas, le hago la pregunta sobre el escritor. Ella desvía el
tema y no me atrevo a preguntarle de nuevo. Otra noche más que me voy a
la cama sin respuestas.
Me paso la mañana pintándome las uñas de los pies. Primero en un
azul muy oscuro que les sienta genial, luego de un rojo vivo que me hace
sentir un poco golfa y finalmente y un suave color rosa chicle que... me
hace replantearme toda mi existencia.
Natalie teclea en su ordenador muy concentrada sin darle un descanso a
sus dedos. Ya estaba así cuando me levanté. No tiene tiempo ni para beber
agua. Normalmente siempre se detiene unos minutos cuando aparezco,
aunque sólo sea para charlar del tiempo pero hoy no lo hizo ni siquiera
cuando le pregunté si quería café.
El sonido de las teclas me está empezando a agobiar y el olor de los
esmaltes de uñas me marea así que decido salir a dar una vuelta.
Me dirijo a Victoria Street. Comienzo desde la parte alta y voy
deslizándome, empapándome del ambiente. Es casi mediodía, las calles
están llenas, las tiendas abiertas. Parece que va a empezar el curso escolar
en Hogwarts, sólo falta ver a los pequeños magos escogiendo calderos y
varitas en las pequeñas tiendas con fachadas de colores.
Primero me dedico a contemplar la calle a mis pies desde la terraza
peatonal luego bajo y me detengo en los escaparates de siempre. El olor
del cerdo asado y del queso me acompañan un rato. También huele a
Noah, justo frente al pub The Bow Bar donde ofrecen cien variedades de
whisky más que nosotros. Paso por The red door hasta llegar a The old
town bookshop, mi tienda preferida, con su fachada azul y su batiburrillo
de libros. Solo con entrar ya siento la calidez, el olor a papel. Me sumerjo
totalmente entre los resúmenes y portadas, no suelo comprar muchos
libros físicos pero me he convertido en una voyeur, me encanta mirarlos y
tocarlos.
Estoy tan distraída que cuando mi móvil suena en mi bolso doy tal brinco
que algunos clientes me miran alarmados. Tardo unos segundos en coger
el móvil, no porque no lo encuentre, soy muy organizada, es que temo ver
lo que aparecerá en la pantalla.
Hay un mensaje de un número desconocido. Es su manera de actuar.
Siempre mandaba mensajes desde diferentes números, no sé cómo los
conseguía, ni cómo conseguía mi número, que cambié varias veces.
No quiero abrirlo, sea lo que sea, una amenaza, una advertencia, una
insinuación, da igual. Todo volverá a empezar. No estoy preparada para
volver a perder a mi hermano, para reconocer que me mintió.
Guardo el teléfono y miro el libro en mis manos, la sensación
placentera se ha desvanecido. La libertad se ha esfumado. Ya sólo
quedamos, de nuevo, mis miedos y yo.
Salgo de la librería y me encamino hacia la Royal Mile. Subo corriendo
hasta Castle Hill, la gente me mira pero no me importa, quiero estar lo
más alta posible. De repente los muros de un castillo suenan acogedores.
Me dejo caer en el parque que está a los pies del castillo, en una zona
verde que parece desierta. La hierba está húmeda pero no me importa.
Estoy en la posición más alta, como enseñan todos los manuales de guerra
y tengo el castillo de mi parte.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el cansancio, intento no pensar y
me concentro en la respiración. Cuando empiezo a sentir que mi ritmo
cardíaco disminuye un nuevo repiqueteo de mi móvil vuelve a hacer que
se desboque.
Esta vez abro el mensaje, sin mirar, da igual. Ignorarlo no va a hacer
que deje de existir.
“Hoy tengo todo el día libre” aunque podría parecer una amenaza es
demasiado sutil, no es su estilo. Abro el mensaje anterior, este revela
mucho más.
“Sam soy Jack, Natalie me dio tu número, me gustaría verte, avísame
cuando estés disponible.”
Después de lo de ayer ¿quiere verme? Voy a empezar a pensar que
Natalie es mucho más eficiente y letal de lo que pueda parecer a simple
vista. Mis dedos juguetean con la pantalla, siempre he odiado estos
chismes. No encuentro las palabras, no se me dan bien. Intento encontrar la
manera de expresar que quiero verlo, sin que él se dé cuenta de que quiero
verlo.
“Estoy en la Royal Mile, en el parque de Catle Hill”. Apenas he pulsado
enviar cuando vuelve a sonar.
“Estoy ahí en diez minutos.”
Llega en nueve.

Me arrepiento de haberme sentado sobre la hierba húmeda en cuanto


me levanto al verle a unos metros de mí. Vuelvo a tener el trasero mojado,
como aquella vez en el cementerio. Han pasado siglos pero aún no he
olvidado la sensación de ser aplastada contra el suelo por su cuerpo. Bien,
estoy excitada y tengo el pantalón mojado. Nunca dejaré de hacer el
ridículo con ese hombre.
Ninguno se acerca a saludarse, un beso en la mejilla sería incómodo y
un apretón de manos ridículo. Me regocijo en su mirada, sigue siendo
igual de intensa, sigue queriendo ver a través de mí.
-Hola.
-Hola.
-¿Quieres que vayamos a algún otro lugar?
-Por mí aquí está bien, pero si tú quieres...
-No, también está bien para mí.- Me hace un gesto para que vuelva a
sentarme sobre la hierba, al inclinarme me sujeta por el codo y me hace
volver a incorporarme. En silencio se quita la chaqueta y la coloca sobre
la hierba, entonces cabecea en su dirección, invitándome a ocuparla. Me
parece un detalle encantador, sobre todo porque él se sienta sobre la
hierba, estaríamos demasiado cerca si se sentase sobre la chaqueta, no es
como si yo me fuese a oponer.
Espero sin decir nada. Estoy dispuesta a concederle el honor de decir la
primera palabra.
-¿Cómo estás?
-Muy bien. ¿Y tú?
-¿Las cosas con tu hermano están bien?
-Sí.- No sé muy bien qué quiere, debí advertir a Nat de lo mucho que le
gusta un misterio. Espero que ella no le haya contado nada de nuestra
investigación, ni de los planes para desenterrar el cuerpo de un hombre
asesinado por mi hermano. Todas las personas de mi vida parecen saberlo
así que, actuar como si fuese secreto me resulta difícil.
Parece darse cuenta de que no estoy muy parlanchina.
-Sam, sé que no he sido muy claro en mi... interés hacia ti.
Parece una frase sacada de un libro, no creo que de uno de los suyos,
no hay mucho romance en sus novelas. Hay muertos. Podría escribir sobre
mi historia. Fantaseo durante un rato ¿cómo sería un libro de mi vida
escrito por Jack Blackstone?
-Sam- no dice nada hasta que le vuelvo a mirar.- Hay cosas, cosas de mí
que no sabes, nunca podríamos tener una... relación convencional.- sus
palabras son cada vez más enigmáticas, está jugando pero a mí me gusta
ganar. Me incorporo y me coloco sobre él, mis rodillas alrededor de sus
caderas, clavándose con firmeza en el frío suelo. No se mueve ni se
aparta, clava sus dedos en mis caderas.
No tengo ninguna prisa, coloco mis manos en su cara, para que no
pueda huir y también porque me gusta tocarle. Su piel no es suave, sobre
todo por donde ya empieza a asomar la barba. Rozo mi mejilla
suavemente contra su aspereza, me hace sentir como una gatita. Mimosa y
cariñosa. Nunca me he sentido así. Cuando mi piel empieza a enrojecer
por el trato inhumano que le estoy dando decido cambiar de estrategia.
Paso uno de mis dedos suavemente por su boca. Lo hundo ligeramente en
la carne, arrastrando su labio. Él no hace nada, creo que ha dejado de
respirar. Cambio de dedo y esta vez trazo el contorno, mientras con la
yema acaricio una esquina de su boca mis labios besan la otra. Apenas un
ligero roce, voy aumentando la presión, cambio el ángulo. Cuando mi
lengua asoma curiosa él da un respingo y presiona mis caderas contra su
ingle. Siento fuego en todo el cuerpo, sobre todo en el vientre.
Con la punta de la lengua dibujo sus labios, él abre ligeramente la boca
y me zambullo sin medir las consecuencias. Ha dejado de ser un juego
para convertirse en una lucha a muerte. Se mece entre mis piernas. Nunca
está lo suficientemente cerca. Mis manos se hunden en su pelo y se hace
dueño del beso. Me rindo, resulta que es más divertido claudicar.
Pequeños gemidos escapan de mi garganta, él se hace cargo bajando su
boca a mi cuello y calmándola con besos sedantes. Yo también quiero
besarlo pero no cede ni un poquito de su control. Estoy tan cerca que sé
que voy a explotar en apenas unos minutos. En un parque público y sólo
con un beso.
Él parece notarlo y se detiene. No opongo resistencia mientras me
obliga a incorporarme, tenemos que buscar un lugar más adecuado. Puedo
enviarle un mensaje a Natalie y pedirle que deje la casa libre unas... diez
horas. Es un caso de necesidad. O tal vez podamos allanar el almacén de
“El irlandés errante”.
Da igual donde mientras sea ya. Jack se frota la cara. Se agacha a
recoger la chaqueta. Estoy a punto de sugerirle un par de sitios, cualquier
habitación de hotel estará bien.
-Sam, esto no es una buena idea. Me vuelves jodidamente loco pero esto
no va a pasar. Lo siento.
Antes de que yo pueda decir nada el escritor ya ha dejado el castillo
muy atrás.
Cierro la puerta con firmeza detrás de mí, me acerco a la mesa de
trabajo de Natalie y pongo los brazos en jarras.
-¿Y bien?- ella parece confundida y adormilada.- El escritor ¿qué ocurrió
ayer?- sonríe entusiasmada.
-¡Oh sí, toma!- y me entrega un par de folios. Los miro confusa.
-¿Qué es esto?
-Es la entrevista.- su emoción se va desinflando por mi tibia reacción,
intento calmarme y le hablo con mucha lentitud, para que no se asuste.
-¿Que- pausa, respiración profunda, intento de mueca conciliadora-
entrevista?
-Bueno, sabes que estaba agobiada con el trabajo para el periódico,
siempre me piden basura y correcciones. No quiero seguir escribiendo
artículos sobre el síndrome de fatiga crónica. Cuando me hablaste de Jack
recordé que no hay muchas entrevistas suyas por ahí. Es un personaje muy
misterioso y no suele prodigarse en los medios. Así que se me ocurrió,
voy a abrir un blog y una de las primeras entradas será la entrevista con el
escritor. Es genial, de verdad, deberías leerla. Tendré que esperar unas
semanas para publicarla, hasta que haya terminado oficialmente en el
periódico pero creo que está muy bien. Me gustaría saber tu opinión.
-¿Has dejado el periódico?
-Esta mañana, tenía que avisar con quince días de antelación así que
realmente no lo dejo hasta entonces.- me siento en el sofá, siento que me
falta el aire, veo las hojas deslizarse de mi mano hasta el suelo pero no me
importa.
-Natalie, cariño, no creo que ganes suficiente con un blog. Yo puedo
ayudarte claro, pero no conseguiremos cubrir todos los gastos. Un blog
tarda mucho tiempo en dar frutos, la gente tiene que conocerte y...- me
detengo ahí porque yo tampoco sé cómo funciona esto de los blogs.
-Pero también pondré vídeos. Es un videoblog.- me muerdo el labio, no
recuerdo haber sentido nunca un nivel de frustración semejante por algo
tan ridículo, es como intentar convencer a un perrito de que no menee el
rabo- además trabajando en el pub sí cubro los gasto, no estoy contando
con el dinero del blog. Creo que al principio incluso me creará pérdidas.
-¿El pub?
-Sí ¿Noah no te lo ha dicho?
-¿Vas a trabajar en el pub?- se encoge- Lo siento, no quería gritar.
-No importa. Creí que lo sabías- ahora sí parece darse cuenta de su
estúpido plan, aunque no es tan estúpido, si trabaja en el pub
probablemente gane más dinero que con ese pseudoperiódico. Intento
concentrarme.
-¿Has hablado ya con Noah?
-Sí.
-¿Y te ha dicho que tienes el trabajo?
-Sí.- su voz se va haciendo cada vez menos audible, sé que la estoy
acosando pero necesito atar todos los cabos. Probablemente sea mejor
hablar directamente con Noah.
-Así que le hiciste una entrevista, por eso estaba ayer aquí.- parece aliviada
con el cambio de tema y vuelve a animarse.
-Sí, no podía desperdiciar la oportunidad, llegó como caído del cielo.
Justo cuando creía que no tendría material para el blog. Pero hay cosas
muy curiosas en esa entrevista. No hay casi información de él en internet.
Partidas de nacimiento, registros escolares. Es como si hubiese nacido con
su primera novela... intenté indagar en su pasado pero no hay nada. En
ningún lado.
-Es un nombre falso- explico agotada.
-Un nombre falso...- que alguien le haya mentido parece dejarla perpleja.-
¿Cómo lo sabes?- pregunta suspicaz.
-La lógica... él me lo dijo.
-Oh, entonces quizá todo lo demás sea falso.- dice desanimada.
-No creo, si se comprometió a hacer la entrevista te habrá dado las
respuestas que cualquiera pueda rastrear. Él nunca haría algo que te
perjudicara. Profesionalmente.
-Ahora ya no estoy tan contenta con mi entrevista. Cambiemos de tema- se
levanta y da una palmada en el aire como poniendo fin a la cuestión.- ¿Te
ha llamado? ¿Le has visto?
-Pues sí. ¿Cómo lo sabes?
-Huy, tendrías que haberle visto ayer. No te quitó la mirada de encima
cuando te ibas. Creo que esperaba una estrategia para acosarle cuando le
llamé, pero verte irte sin hacerle caso le dejó boquiabierto. Fue un poco
brusco.
-¿Te hizo algo?
-No, no. Es un caballero. Pero no parecía contento. Sabía que iba a
llamarte ¿Y bien?
-Me mandó un mensaje, quedamos en el parque. Nos besamos y se fue.
-Oh, qué romántico.
-No, no lo entiendes, se fue. Se alejó de mí. Se marchó porque al parecer
no podemos tener una relación.
-Sigue siendo romántico. Seguramente quiere protegerte de algo. Se nota
que es un hombre atormentado. Y parece una novela romántica.- Su
chirrido a lo grillo demente me ha dejado medio sorda pero aún así pude
escuchar la estupidez de la novela romántica, mis oídos sangran.
-Sí que parece atormentado. Pero yo no voy a jugar a las escondidas - me
levanto del sofá y me dirijo a mi habitación, necesito darme una ducha, el
frío se ha colado hasta mi ropa interior.- Me he rebajado todo lo que podía
rebajarme sin perder el respeto por mí misma y más. El capítulo del
escritor se ha cerrado. Además no es una novela romántica, es una novela
de terror.
-En las novelas de terror también hay romance, normalmente con chicos
oscuros y siniestros que son capaces de arrastrar a una buena chica a la
mala vida.
-Yo ya he vivido la mala vida, no me interesa créeme.
-Hablando de eso- ¿Por qué parece que hoy lo dice todo con
exclamaciones?- ya sé cual quiero que sea mi segunda entrevista.
-¿A sí?- pregunto distraída desde el vestidor- ella se asoma a la puerta, ya
no tiene tanto miedo a este dormitorio, parece estar superándolo.
-Quiero entrevistarte a ti.- la información tarda en llegar a mi cerebro que
reacciona con un enorme interrogante.
-¿A mí? Yo no tengo nada interesante qué decir.
-Vamos, eres la persona más interesante que he conocido en mi vida.
Quiero hacer un reportaje sobre los niños que crecen en las calles, niños
abandonados. Sobre cómo sobreviviste.
-Nat, en serio, yo no puedo decirte nada interesante, es mejor que busques
la información en otro sitio- parece cortada pero se anima, al parecer
tiene otras opciones en mente.
-Jack también se ofreció a presentarme a Erin Wise.
-¿Quién es Erin Wise?
-Es una de las mejores mangakas de occidente. Es muy joven pero tiene
bastante éxito con sus mangas con cierta dosis de erotismo e historias
homoeróticas.
-Ah.- No sé qué más decir. Lo más cerca que he estado jamás de un manga
es cuando ojeé un cómic de Superman. No creo que sea lo mismo.
-Seguro que la has visto. Va mucho con Blackstone al pub. Yo la he visto
varias veces.- me detengo con unos calcetines desparejados en la mano y
la señalo con ellos.
-¿La chica de los corsés y los tutús? ¿La chica gótica?
-No es gótica...
-¿Esa chica es famosa?-
-Todo lo famosa que pueda ser una artista del dibujo.
-Entiendo- me duele el estómago. Hoy ha sido un día de sobresaltos. Y aún
no son ni las tres de la tarde. Quiero meterme en la cama y no salir en tres
días. Cosa que puede ser posible si Noah ha contratado a Nat. Tengo que
hablar con él. Pronto.
Jugueteo con la idea de ponerme un pijama pero sé que eso sólo me
dará más pereza y en cuatro horas tengo que estar en el pub. Busco algo
cómodo, como un chándal. Nat sigue mirándome desde la puerta.
-¿Vas a ducharte?
-Sí
-Pues date prisa, hemos quedado con la señora Morton en menos de una
hora.
-¿Hemos qué?
-El cadáver ¿recuerdas? Tenemos que averiguar donde está.
-El cadáver- repito como un lorito retrasado.
-Sí, hablé con Francis, parece muy agradable y hemos quedado para
charlar las tres. Se supone que para que te pongas al día sobre Marcus
pero me parece que ella sospecha lo que queremos saber.
-¿Has hablado con la señora Morton?
-Sí ¿He hecho mal?
-Has hecho más cosas en un día que yo en un año. Eres como un torbellino
imparable.- su risa se aleja hacia el salón.
-Date prisa. Por cierto ¿tienes una pala?

Nos encontramos con la señora Morton en un cafetería en la que jamás
había entrado. Tiene pequeñas macetas con absurdos muñequitos
surgiendo de tierra de colores. Ofrece extrañas combinaciones como
ensaladas de galletas y una lasaña hecha con capas de golosinas y algún
tipo de crema pastelera.
Pido lo menos atrevido, un refresco, y me traen un batido hecho con
refresco de cola y helado de vainilla, coronado por una cereza que
combina con la enorme pajita por la que se supone que tengo que sorber
esa pegajosa mezcla. Natalie está en su salsa, ella consigue que le sirvan
una enorme copa de cristal con un mejunje verde que no me atrevo a
preguntar qué es. Espero no tener que ir a urgencias después de esto.
La señora Morton, Francis, como insiste en que le llamemos, nos
presenta a la dueña. Una adorable anciana con un delantal de cerezas que
ha debido de probar todas las recetas de su menú a juzgar por la
circunferencia de su cintura.
Una vez hechas las presentaciones Natalie y Francis acaparan toda la
conversación. Eso me da tiempo para contemplar a la mujer que ha
ejercido de figura materna para Marcus, no encaja con la idea que yo tenía
de una madre, al menos no de una que Marcus fuese adoptar, él siempre
huyó de las extravagancias, los comportamientos que se salían de lo
normal lo repelían como a mí el mostrador de esta cafetería. Tal vez sólo
las extravagancias de nuestra madre eran las que le disgustaban. No
recuerdo un día en que Marcus fuese amable o comprensible con mamá.
Yo, a pesar de haberla odiado durante toda mi vida antes del incendio,
ahora sólo me sentía lástima hacia ella. No había sido más que una víctima
de las circunstancias, de su enfermedad, de un hombre sádico y
despreocupado. Quiero pensar que si mamá hubiese recibido el
tratamiento adecuado nunca habría llegado a esos niveles de locura. No
podía olvidar, jamás podré, que había intentado salvar a los niños, su cara
asustada cuando me miró a través del cristal de colores, como si supiera
que no tenía escapatoria. Pero se quedó con los niños, atrapada por el
fuego y por su enfermedad.
Intento dejar de pensar en eso. Natalie y Francis me dedican miradas
preocupadas pero ninguna dice nada. Soy de ese tipo de persona que es
preferible dejar sufrir en silencio porque reacciono con mordiscos a los
intentos de consuelo.
-Marcus era como tú. Aún lo sigue siendo. Capaz de romperse la cabeza
intentando solucionar los problemas ajenos pero incapaz de contar los
propios. Creo que en parte sigue con doc. Martin y conmigo porque se
siente en deuda. No sé cuando pensará que ya ha pagado por la ayuda que
debería haber recibido gratis. Pero no me quejo porque me gusta tenerlo
cerca. Sé que he sido egoísta, Sam, podría haber intentado que se pusiese
en contacto contigo, podría haberlo obligado a volver a su vida, pero es
casi como un hijo. Se me parece más que mi propio hijo. Y, aunque suene
a excusa, realmente quise protegerlo. Temía lo que sucedería si se ponía
en contacto contigo- es la primera vez que veo una vulnerabilidad tan
descarnada en Francis, ya me di cuenta de que no era tan fuerte como
quería aparentar cuando Marcus se preocupó al escucharla contarme la
historia de su relación con Martin. No quiero sentir compasión ni empatía,
no quiero tener que añadir a alguien más al montón de las personas por
las que me preocupo. Tengo las manos llenas con Natalie y Noah, y
supongo que también con Marcus y Blackstone. La lista de personas que
me importa sigue creciendo y eso me no me gusta.
-Creo que usted sabe dónde está el cadáver.- Natalie me mira alarmada,
pienso que se preocupa porque haya sido brusca con la anciana pero luego
me doy cuenta de que estoy hablando de cadáveres en una cafetería con
mini mesas casi pegadas entre sí. Disimulo y finjo que no me siento
intimidada. La miro directamente a los ojos, quiero una respuesta y la
quiero ya. Ella parece resignarse, asiente como para sí misma, como si se
rindiese conmigo, o hubiese confirmado algo que no la hace muy feliz.
-Nos vemos esta madrugada. En el muro del castillo, donde escondíais el
dinero- es casi como una bofetada. Marcus se lo contó, le contó todo y yo
no puedo ni saber donde está enterrado el hombre que ha sido mi peor
pesadilla casi toda mi vida. Me levanto bruscamente y dejando un billete
para cubrir mi consumición y la de Nat y me alejo sin siquiera
despedirme. Natalie tarda un poco en alcanzarme, seguro que ha estado
disculpándose en mi nombre, me gustaría que dejara de hacer eso.

En el rato que falta hasta que tenga que ir al pub mi compañera se


dedica a hacer listas. Cosas que necesitaremos: palas, cuerdas, tijeras,
linternas, guantes, pinzas... la lista es interminable y cada pocos minutos
levanta las orejillas como una libre alerta y corre a anotar algo más. Creo
que también está investigando las consecuencias legales de desenterrar un
cuerpo de alguien que ha sido asesinado. Al menos es encubrimiento y
manipulación de pruebas. Natalie no duraría ni cinco minutos en una
prisión. Está jugando a ser valiente y romper las normas pero no voy a
cargar con el remordimiento de que la acuchillen en las duchas de alguna
cárcel inmunda.
-No tienes que venir.
-Lo sé.
-Preferiría que no lo hicieras.
-Y yo preferiría que por una vez dejases de lamerte las heridas y tratases
un poco mejor a las personas que intentan ayudarte ahora- eso me indigna,
no he sido otra cosa que amable con ella.
Nunca te he tratado mal.
-No a mí. A Francis, a Noah. De Marcus aún no estoy segura. Sé que has
sufrido mucho pero no pareces dispuesta a dejar de vivir en el pasado,
revolcándote en la miseria como si fuese a ser una protección para futuras
heridas.
-Ya, es muy fácil hablar cuando lo peor que te ha pasado en la vida es que
te haya dejado tu novio. Yo no tengo la culpa de que no seas capaz ni de
pagar las facturas tú sola.- Sé que me he pasado sin necesidad de observar
su postura tensa y su gesto altivo, le he hecho daño, sé cómo hacerlo, usar
el punto más débil de cualquier persona y destrozarla con un par de
palabras. Otras personas no lo soportaron y me dejaron para que, como
dijo Natalie, me revolcase en la miseria de mis recuerdos. Pero Nat está
hecha de un material más fuerte.
-No voy a tenértelo en cuenta porque sé que estás asustada. Pero la
próxima vez que quieras opinar sobre la vida de los demás piensa que
quizá no tienes ese derecho. Nos vemos en el pub cuando acabe tu turno-
sale de la casa sin hacer apenas ruido, genial, la he echado hasta de su
hogar porque no tiene un puñetero dormitorio donde esconderse de mi
opresiva presencia.
La noche en el pub se me hace la más larga de todas las que he
trabajado allí. Noah sigue bailando ballet a mi alrededor. Me siento
culpable por cómo he tratado a Nat y el escritor no ha aparecido. Tengo
demasiadas personas con las que disculparme, lo peor es saber que el otro
tiene razón. He estado protegiéndome al vivir siempre con miedo,
pendiente del pasado, huyendo. Pero eso ya lo sabía. Lo que no pensé es
que era capaz de juzgar a otras personas tan a la ligera. Le he hecho un
daño a Natalie con mis palabras que sé que no se reparará ni con
disculpas, mi acusación de que es una inútil que no es capaz de sobrevivir
sin un hombre no desaparecerá por muy bajo que me arrodille para
disculparme. No se lo merecía, y menos viniendo de alguien como yo.

Noah sabe que algo pasa, no es extraño, he estado saltando de un lado a


otro sin hacer apenas nada útil, tal vez que Natalie trabaje aquí no es tan
mala idea. He estado esperando a que él saque el tema pero no lo ha hecho.
Al fin y al cabo es su negocio, tiene derecho a contratar a quien quiera,
pero me temo que será incómodo cuando rompan esa no-relación que se
traen entre manos.
Salgo a la carrera en cuanto todo está limpio. Natalie me espera en la
entrada del callejón, casi no la veo porque va toda vestida de negro,
incluso ha tapado su pelo rubio con un gorro de lana. Parece un ladrona
sexy, no es la mejor manera de pasar desapercibida. Me ofrece un mochila
pero no puedo esperar para decirle lo que lleva toda la noche rondando
por mi cabeza.
-Natalie, soy una idiota, no debí decirte eso sobre todo porque no es
verdad. Lo has hecho mucho mejor de lo que podría haberlo hecho yo. Yo
siempre he dependido de alguien pero me creí mejor que tú y que podía
decirte cualquier cosa. No debería haber dado por supuesto que entiendo
tus motivos o tus circunstancias. Lo siento.
-No importa Sam, sé que lo dijiste en un momento de mucha tensión y no
te lo tendré en cuenta. De todos modos no es algo que no haya pensado yo
también- por primera vez inicio yo un abrazo. No sólo por hacerme
perdonar sino porque veo que ella también lleva una carga pesada y, a
pesar de todo, ha encontrado fuerza y tiempo para dedicarlo a mis
problemas surrealistas.
Una voz masculina a nuestras espaldas nos sobresalta y nos hace
volvernos aterradas.
-¡Oh, qué bonito! Vais a hacerme llorar.
Mi respiración está tan acelerada que estoy tragando todo el hielo del
aire. Mi pecho se congela y los latidos frenéticos de mi corazón retumban
con más fuerza intentando hacerse un hueco en ese recipiente apretado.
-¡Noah, joder, nos has asustado!- oír a Natalie usar la palabra con j nos
hace reír a Noah y a mí. Quizá mi carcajada tenga algo de histeria
entremezclada debido al miedo, aún así es un mejor desahogo que gritar
como una niña y hacerme pis encima.
-No os habríais asustado si no estuvieseis haciendo algo malo. ¿Qué
hacéis con esas mochilas?
-Senderismo.
-Fiesta de pijamas.- Natalie se vuelve hacia mí.
-¿Senderismo?
-¿Fiesta de pijamas? Yo nunca iría a una fiesta de pijamas. Además
vivimos juntas.
-Vamos a la fiesta de una amiga.
-Ah, vale- me vuelvo hacia Noah- vamos a una fiesta de pijamas en casa de
una amiga, unaamiga de Nat.
-Ya ¿y sólo aceptan a mentirosos o yo también puedo ir?
-¿Qué quieres?
-Vais a desenterrar el cadáver, quiero saber quién os dijo dónde está y
cómo pensáis llegar allí.
-¡Tú sabías dónde estaba en todo momento!- mi furia corta mi aliento, lo
convierte en vapor justo delante de mi cara.
-Sam, yo ayudé a enterrarlo, no sabes lo horrible que fue. Sé que le odias
y que no sentirás remordimientos por lo que le ha pasado pero no deja de
ser un cadáver. Ninguno de nosotros queríamos que añadieses esa imagen
a tus pesadillas pero si insistes, vamos, te llevaré. Natalie, tú vuelve a casa.
-No, yo también quiero ir, quiero estar con Sam- su lealtad justo después
de lo que le dije me resulta reconfortante, pero Noah tiene razón. No va a
ser algo agradable.
-Es mejor que no vengas Nat. Te lo agradezco pero no quiero que tengas
que presenciar...
-Sam hoy no dejas de decir tontería. No miraré, de todos modos yo no
podría reconocerlo, pero quiero estar allí contigo- supongo que ante eso
poco puedes hacer.
-Natalie se viene.
-He dicho que no.
-Puedes llevarnos o puedes quedarte aquí prohibiéndonos ir- Noah se
parece al agua en una tetera, a punto de hervir.
-Era mejor cuando las mujeres tenían que obedecer a los hombres.
-Oh cariño, tú nunca serías feliz con una mujer obediente. Te encanta
discutir- mis caricias en su mejilla no parecen surtir el efecto deseado,
sólo lo cabrean más. Coge mi mochila y, después de dedicarle una mirada
airada a Natalie, se da la vuelta y se dirige en busca de la chatarra que él
llama coche. Yo cojo la mochila de Nat y lo seguimos en silencio.
Sabemos cuándo no debemos tentar nuestra suerte.

Noah se sabe el camino hacia mi antiguo hogar perfectamente. No duda


ni un segundo y llegamos a la pradera del castillo antes de lo previsto. Nos
bajamos del coche, nadie dice nada y Noah no parece por la labor de sacar
las pequeñas palas de las mochilas y decirnos dónde debemos cavar. Se
apoya en la puerta del conductor, esperando algo.
Durante casi veinte minutos nos dedicamos a comprobar la calidad del
frío de la zona. Ya estoy a punto de pegar a Noah con la pala en la cabeza
cuando se oye el ruido de otro coche acercándose. Aunque imagino que
será Francis no puedo evitar asustarme y, más que nunca, desearía que Nat
hubiese hecho caso a Noah y estuviese a salvo en casa. Me acerco para
cubrirla con mi cuerpo y protegerla de la vista desde la carretera. Noah se
da cuenta y sonríe. ¿Donde tiene uno una pala cuando le hace falta?
Francis sale del coche precedida por Marcus.
-Yo no se lo he dicho, chicas- imagino que no lo hizo. Probablemente mi
jefe le envió un mensaje antes de emboscarnos en el callejón.
-No te preocupes Francis, seguramente ha sido algún irlandés bocazas.-
Noah sonríe satisfecho pero no aparta la mirada de Marcus que ha ido
hasta el maletero de su propio coche y se acerca al muro con una pala que
hace que las nuestras parezcan juguetes. No ha dicho nada. Está muy serio.
-Marcus...
-¡Sam cállate! Querías ver un cadáver y un jodido cadáver vas a ver.
Comienza a cavar y Noah se acerca con otra pala, me frota el brazo y
me besa en la nuca susurrándome.
-No te preocupes, se le pasará.
Las mujeres nos replegamos cerca del coche de Noah. Nos decidimos,
sin decir nada, por un reparto machista del trabajo. Los hombre cavan y
yo, por algún absurdo motivo, tengo ganas de ponerme a tejer.
El suelo debe estar helado, se nota el esfuerzo que hacen con cada
movimiento pero cuando me ofrezco, a media voz, para ayudarles, ni
siquiera se dignan a responder, sólo Noah me guiña un ojo.
Pasa un buen rato hasta que van ralentizando sus movimientos,
lentamente se van deteniendo, debe ser horrible porque los dos se quedan
con la mirada fija, como impactados por lo que hay bajo tierra. Me
pregunto si estará reconocible, llegado el momento, mi magnífica idea de
identificar el cadáver ya no me parece tan magnífica.
Como ninguno de los dos dice nada aunque ya se han detenido por
completo me acerco con cautela. Nat consigue introducir una linterna en
mi mano helada antes de que me aleje demasiado pero ella no me sigue. Se
queda junto al coche y deseo hacer lo mismo.
Noah levanta la cabeza y su expresión es de total desconcierto. Marcus
no aparta la vista del agujero. Me asomo con cautela pero sólo veo tierra.
-¿Por qué os detenéis?- Marcus parece no poder hablar así que es Noah el
que contesta.
-Sam, no está. El cuerpo. No está.
-Tal vez os hayáis equivocado de lugar. O esté más profundo- esta vez es
Marcus el que habla.
-No, es aquí, no pudimos enterrarlo más profundo porque debajo hay
piedra. Es este jodido lugar. ¿Qué coño? ¿Dónde está ese jodido cabrón?
No sé cómo llegamos a la casa de Francis. Estoy sentada en un
horrible sofá de flores oscuras sobre un fondo marrón, es la tela más
horrorosa que he visto jamás, sus hilos son gruesos y se escapan del
diseño dejando huecos sin color en los pétalos de las rosas, así que una
flor que debería ser azul termina siendo una planta dálmata, azul y
marrón.
Paso el dedo por la superficie irregular. Natalie está sentada a mi lado y
me vigila atentamente, preparada para saltar en cualquier momento y
recogerme. Teme que me caiga pero es imposible porque mi cuerpo está
endurecido y congelado. Siento la piel blanda escurrirse por mi esqueleto,
formando una horrible imitación de un ser humano. Mi piel es de barro y
arena, no es real, es una mezcla de un pringue asqueroso y unas pequeñas
piedrecillas que parecen sal, secan cualquier gota de humedad de mi
cuerpo, sorben mi sangre. El barro se cubre de arena rojo carmesí. Lo
visualizo como un cuerpo derretido escapando de una tumba de tierra,
mezclándose con el mantillo, convirtiéndose en un híbrido capaz de
sobrevivir a todo. Pero ya no soy. Es otro cuerpo, un cuerpo de pesadilla.
La señora Morton coloca una taza caliente en mis manos, roza mi piel
sin miedo a pringarse. En la taza hay un chocolate muy espeso que me
hace sonreír y, a mi lado, Natalie solloza mientras Francis intenta
consolarla. No sé porqué llora, pero sus lágrimas son cálidas y ruedan por
sus mejillas, las mías se han convertido en estalactitas, incapaces de salir,
permanecen en las cuencas de mis ojos, impidiéndome cerrarlos.
Marcus me sacude, me sujeta por los brazos e intenta que mi cuerpo
reaccione, podría decirle que es inútil pero mi boca no sabe formular
palabras. Ya pasé una vez por lo mismo, después del incendio estuve días
sin poder moverme. En un hospital. Había gente horrible, con diferentes
uniformes, que intentaban obligarme a volver, yo quería quedarme allí, en
el mundo de las estatuas sin sentimientos, congelada, inmune a cualquier
estímulo del exterior, pero al final el hielo se derritió, comencé a necesitar
moverme, intentaba huir, los doctores me hacían daño.
Noah aparta a Marcus de un empujón, lo veo todo, no sé porqué creen
que no les veo. Mi hermano está frustrado y patea a un cachorro naranja
que resulta ser un ovillo de lana. Siento un cuerpo intentando darme calor
y el olor del whisky me resulta familiar y acogedor. Me hundo entre esos
brazos deseando quedarme así para siempre, con Noah protegiéndome, en
esa absurda casa hecha de lana, contemplando cómo Marcus maltrata
perritos de colores y con el olor del whisky mezclándose con el chocolate.
Es como ver una peli de cine mudo, la gente moviéndose con grandes
aspavientos delante de mí, ningún sonido empaña de letargo, sé que deben
estar hablando, Marcus parece gritar pero yo estoy en un capullo aislado
acústicamente, no recuerdo haberme sentido tan en paz. Sólo en los brazos
del escritor, sólo explorando sus labios. Hecho de menos su sabor.
Francis sugiere llamar a doc Martin, no lo he oído pero de algún modo la
información llega a mi cerebro. No quiero doctores, me pincharán para
alimentarme, me obligarán a hablar y a dormir. Quiero morir en mi funda
protectora, no quiero volver a salir.
Un nuevo personaje entra para participar en mi entretenimiento, con
un maletín y pastillas, seguro que tiene incluso agujas, mi cuerpo, para
protegerse, decide abandonar la calidez. Mi mente lo sigue a
regañadientes.
Golpeo la mano de Marcus que está intentando abrirme la boca
delicadamente para introducir alguna droga de factura legal. Me levanto
del regazo de Noah y mientras todos me contemplan asombrados anuncio
a voz en grito que no tomaré pastillas. El sonido de mi voz me devuelve el
don del oído pero no parece surtir el mismo efecto en los demás
presentes.
Noah y Marcus discuten, Noah quiere llevarme con él, que me quede
en su piso o con Nat. Marcus no quiere perderme de vista, insiste en que
me quede con Francis. Noah sabe que aún no confío del todo en mi
hermano, y lo sucedido esta noche solo confirma mis sospechas pero, por
lo mismo, tampoco confío demasiado en Noah. Prefiero quedarme con
Natalie, al fin y al cabo es mi casa y ella me aferra la mano como un leona
dispuesta a defender a su cachorro. Sin embargo la angustia que percibo
en la cara de Marcus me deja claro que jamás se perdonará si me voy
ahora, se siente culpable, y también sabe de mis sospechas hacia él. Teme
que le aparte de mi vida. No lo haría. Su expresión al ver el agujero vacío
me dejó claro que nuestro padre también se ha convertido en un fantasma
para él. Imposible de matar, imposible escapar.
Repito varias veces que quiero quedarme, Natalie intenta convencerme
en susurros de que vaya con ella, los dos hombres me ignoran. La señora
Francis tiene que subirse a un silla y golpear el estetoscopio contra una
olla para que vuelva el silencio. Todos miramos su absurdo intento de
llamar la atención y ella nos da órdenes. Yo dormiré en el antiguo
dormitorio de Marcus. Nat, Noah y doc Martin tienen cinco minutos para
abandonar la casa. Y a Marcus más le vale dejar de usar ese lenguaje soez
en su presencia. En menos de lo que tarda ella en volver al suelo ya
estamos obedeciendo y yo me encuentro en una cama angosta, que no se
parece en nada a la que tengo en mi propio dormitorio.
Marcus permanece de pie indeciso, sé que quiere hablar, sé que está
preocupado y sé que él no me ha estado engañado. Lo que no sé es qué
palabras usar para transmitirle todo eso. Le cojo la mano y la aprieto,
debo parecer una pobre inválida debajo de ese cobertor gigante pero
Marcus no dice nada. Me besa la mejilla y me deja. Necesito unas horas,
unas horas para encontrar mi voz, mis pensamientos, para volver a poner
los pies en el mundo real. Cuando dejo de sentir su presencia al otro lado
de la puerta me levanto y cierro con llave, luego arrastro una silla, que
apoyo contra el pomo, como he visto en las películas.
Llevo horas en esa cama con los ojos completamente abiertos. Va a ser
imposible que me duerma. Mi cabeza es un torbellino pero hay un
pensamiento que se repite. Lo mucho que disfrutaría el escritor con esta
historia. Es lo único bueno que he podido encontrarle a la situación.
El teléfono está en mi bolso que, afortunadamente, Marcus se acordó de
subir cuando me acompañó. Lo cojo y no me detengo a considerar la hora
ni si el escritor puede estar ocupado en algo que no sea dormir. Algo que
también se hace en una cama y que sabe mejor si se hace acompañado.
Suena al menos cuatro veces antes de que atienda. No creo que el
escritor sea de los que atiende el teléfono cuando suena a horas
intempestivas, que lo haga por mí me hace sentir halagada.
- ¿Sam? ¿Qué ocurre?
Su voz es ronca, espesa. Por fin sé como suena al despertarse. Imagino
que sonará parecido después de un orgasmo.
-Hola.
-Hola- le oigo moverse, probablemente estará incorporándose, quiero
preguntarle si duerme desnudo pero me contengo. No quiero parecer de
las que hacen “ese” tipo de llamadas.
-¿Estás bien? ¿Qué ocurre? ¿Necesitas que vaya a buscarte a algún lugar?-
suena preocupado, mientras yo fantaseo con su piel desnuda bajo las
mantas él debe creer que me han atracado o algo peor.
-Pensé que te gustaría oír un trozo más de mi historia.
-Dime primero que estás bien. ¿Dónde estás?
-Estoy en casa de Marcus- no es técnicamente correcto pero explicárselo
todo ahora me desviaría del hilo argumental principal. No quiero que se
distraiga.- Estoy bien, sólo... pensaba en ti.
-¿Por qué estás en casa de tu hermano?
-Hemos ido de excursión, a desenterrar un cadáver.
-Vale- me parece verlo frotándose la cara, intentando encontrar una lógica
a lo que digo. Me regocijo con la situación y me acomodo en una cama
que parece por momentos más grande y acogedora.
-Marcus mató a nuestro padre. Después de encontrar el libro. ¿Recuerdas
el libro?
-Sí, recuerdo el libro, aún tengo la marca del suelo grabada en la frente.-
No quiero reír porque estoy segura de que Marcus está despierto, espero
que él también tenga a alguien a quien llamar.
Después de eso Marcus le mató. Al parecer papá se estaba volviendo más
atrevido. Que entrara en el pub y dejara el libro asustó a Marcus, así que
lo mató.
-Y hoy fuisteis a enterrar el cadáver.
-No, fuimos a desenterrarlo.
-¿Para moverlo? ¿Sam, estáis siendo cuidadosos? Si os pillan con un
cadáver...
-El cuerpo no estaba- se produce un silencio, debe de estar navegando
entre dos aguas. Entre su preocupación por mí, que puedo notar incluso a
través del teléfono y su fascinación por la historia.
-Explícamelo desde el principio.
-Marcus mató a nuestro padre.
-No, eso no. ¿Dónde lo enterró? ¿Quién más lo sabía? ¿Por qué ibais a
desenterrarlo?- suena exactamente como Nat y eso me hace reír.- ¿Has
bebido?
-No, aunque tal vez Francis haya puesto algo en mi chocolate.
-¿Quién es Francis? ¿Marcus está contigo?
-Sí, Francis es la mujer que encontró a Marcus después de la paliza que le
dio nuestro padre. Ella lo cuidó.
-Cariño, me estoy perdiendo. Pásame con Marcus.
-Está dormido. Tengo que contarte toda la historia pero hoy te contaré lo
del cadáver.
-Vale. Cuéntamelo- parece resignarse a mantenerme al teléfono hasta
asegurarse de que estoy realmente bien. La verdad es que siento la cabeza
como ida. Pero eso es bueno, nunca habría conseguido el valor para
llamar a Blackstone de otro modo.
-Yo no creía a Marcus, porque él sabía dónde estaba yo desde hace años y
nunca se puso en contacto conmigo. Me vigilaba pero nunca se acercó y se
alió con Noah para espiarme, Noah sabía que él me había encontrado y no
me lo dijo, así que tampoco me fiaba de él. Nat ideó la manera de
encontrar el cadáver porque ninguno de los dos quería decirme dónde
estaba. Se lo preguntamos a la señora Morton. ¿Lo entiendes por ahora?
-Creo que sí. Pero el cuerpo no estaba. ¿No crees que tal vez esa señora se
equivocó de lugar o que Marcus ya lo había movido? No me gusta
demasiado que estés a solas con él.
-Oh, no te preocupes, Francis también está aquí- eso no pareció
tranquilizarlo.
-Sigue contándomelo Sam.
-Noah nos pilló e insistió en acompañarnos y avisó a Marcus así que
estábamos todos. Menos el cadáver.
-Si Marcus sabía que ibais a desenterrarlo tal vez obligó a Francis a
deciros el lugar incorrecto. O tal vez lo cambió antes de que llegaseis.
Dime dónde estás. Iré a buscarte.
-No, confío en Marcus, el cadáver desapareció sólo. Marcus estaba
furioso. Y asustado. Y Noah también. Créeme, no podían fingir las
expresiones de su cara.
-¿Y dónde está Noah? ¿Por qué no está contigo?
-¿Confías más en Noah que en Marcus?
-Ahora mismo no confío en nadie en lo que se refiere a ti- esas palabras
me suenan a música celestial. Me hacen sonreír.
-Te toca.
-¿Qué?
-Yo te he contado una historia, así que te toca responder a una pregunta.
-Vale.
-¿Por qué te detuviste?- no digo nada más, esperando que lo capte.
-¿En el parque?
-Sí.
-Era un parque público.
-Sabes que no me refiero a eso. Podríamos haber ido a cualquier lugar, te
habría seguido a donde quiera que fueses.
-Sam...
-¿Por qué?
-Lo que dije, no lo dije por decir. Es imposible que yo pueda ofrecerte una
relación normal. Te mereces algo de normalidad después de todo lo que
has pasado.
-Creo que me aburriría con la normalidad. No me has respondido.
Además no te he pedido una relación. Sólo quiero acostarme contigo- su
risa suena dulce.
-Eres una chica directa, además esa es una oferta difícil de rechazar.
-Pues no lo hagas, no la rechaces. Sólo una noche, te prometo que luego te
dejaré en paz. Podrás centrarte en la chica gótica. Dios, sueno patética.
-No suenas patética, suenas tentadora como el infierno. Sam no eres tú,
joder, quiero decir, eres la única mujer a la que he deseado de verdad en
años. Eres como una puñetera droga. Iba al pub sólo para verte unas horas.
Odiaba al irlandés por tocarte, pero al mismo tiempo guardaba cada una
de tus reacciones en mi memoria, cómo se te erizaba la piel, cómo
entreabrías los labios, el brillo de tus ojos y el sonrojo de tus mejillas. Lo
memorizaba todo para cuando... para cuando no pudiera verte más.
-¿Vas a irte?
-No por ahora. No sabiendo que hay un jodido cadáver desaparecido por
ahí, sobre todo con tu tendencia a meterte en líos.
-¿Me lo prometes?
-Te prometo que no me iré- los dos callamos unos segundos. Seguir
suplicando sería patético pero necesito tanto las respuestas, casi tanto
como tocarle.
-¿Es por alguna mujer? ¿Alguna mujer que murió o que te rompió el
corazón?
-No, creo que sólo tú tienes ese poder.- Vaya.
-Vaya, no deberías decir cosas como esa si luego te niegas a acostarte
conmigo.- el teléfono vuelve a vibrar con su risa.
-Ya empiezas a parecer más despierta.
-¿Eres gay? ¿Tienes dudas, es eso?
-Sam te he dicho que te deseo.
-A lo mejor también deseas a Noah. ¿Es eso, no sabes cuál de los dos te
atrae?
-No, estoy seguro de que el irlandés no me gusta.
-¿Eres virgen? Yo sería cariñosa, lo sabes.
-Sam déjalo. No hay nada que contar. No hay nada que solucionar.
Simplemente no va a pasar.- Casi lloro de impotencia.
-Me siento tan frustrada.- su voz se vuelve más baja y grave.
-Eso sí puedo solucionarlo- oh, dios, sólo su forma de decirlo ya me hace
jadear.
-¿Cómo?
-¿Estás en una habitación sola?
-Sí.
-¿La puerta está cerrada con llave?
-Sí- siento la boca seca, mi respiración se acelera. Espero que no esté
jugando conmigo porque sería capaz de matarlo. Vuelvo a oír como se
mueve, yo también me incorporo, a la espera de sus siguientes palabras.
-Sam, dime que llevas puesto.
-¿Qué llevo puesto? ¿En serio? Pareces un pervertido en una línea erótica.
-Si no te gusta podemos dejarlo- dice sin dejar de reír.
-¡No!, no importa, llevo... em...- me observo por debajo de las mantas.
-No vale mentir, no me importa lo que sea, sólo quiero visualizarte.

-Llevo una camiseta verde militar, bragas y calcetines.
-Umm, sexy.
-No creas- hoy está risueño, o tal vez se desinhiba por teléfono. Esto se
pone interesante.
-Sam esto es como la improvisación, tienes que decir que sí a todo.
-Y eso a ti te viene genial.
-Sigamos. Quítate la camiseta, pero déjate los calcetines- tal vez sea la
distancia o tal vez sea él pero me siento incómoda. Normalmente cuando
me dejo llevar por la pasión hay un cuerpo junto a mí. Hay alguien que
también está siendo arrastrado. Esto parece muy mecánico, con su voz
dando órdenes y nada más. Dudo si quitarme la camiseta, puedo decirle
que lo he hecho y ver adonde nos lleva todo esto y si me siento a gusto.
No quiero estar desnuda en casa de Francis.
Me muevo un poco en la cama y arrastro las mantas sobre mí para que
parezca el roce de la tela al quitármela. Vuelvo a coger el teléfono e
intento sonar natural.
-Ya está.
-Eres una mentirosa horrible.
-¿Cómo sabes que miento?
-Porque sé cómo suenas cuando estás excitada y sé cómo suenas cuando te
sientes insegura o cuando estás pensando un plan de escape.
-No me siento cómoda desnudándome así.
-De acuerdo, tendré que convencerte, pero te prometo que al final de la
noche estarás completamente desnuda y lo último que sentirás será
arrepentimiento.
-Pues ya puedes darte prisa, porque está amaneciendo.
-Cierra los ojos y calla. Sólo déjate llevar.
-Vale- me acuesto de nuevo en la cama. Oculto la luz que ya empieza a
asomar por el horizonte y que se cuela por la cortina entreabierta bajando
mis párpados. Intento acomodarme y que no se me resbale el teléfono
pero no es tan fácil como parece.
-¿Estás cómoda?
-Sí.
-Voy a contarte una historia.
-¿Qué?- mi voz sale como un jadeo agudo.
-Shhh, cierra los ojos- no sé cómo adivinó que los tenía abiertos si ni yo
misma me había dado cuenta- voy a contarte algo sobre la primera vez
que te vi.
-Vale- mi voz ya es apenas un susurro, intento relajarme y centrarme sólo
en su voz, creo que podría hacerme un apaño yo sola, sólo escuchándolo
hablar.
-Fue en el pub. Hace casi ocho meses. El irlandés nos atendió y luego
volvió detrás de la barra. Sólo me fijé en él porque Erin casi le escupió en
la cara cuando le dijo que no se admitían crías en el local.- Nada de eso es
muy sexy, y que me hable de esa mocosa que le sigue como un perrito a
todas partes desde luego no va a ayudar- yo estaba considerando ir a
partirle la cara al tipo cuando él se acercó a ti. Te pasó un brazo por la
cintura y te pegó a su cuerpo, tú te apretaste contra él sin dejar de servir
las bebidas y yo tuve un motivo más para hacerle una cara nueva. Te
acomodaste en sus brazos con la confianza que dan una larga relación y la
intimidad, te imaginé desnuda, rodeada por ese capullo afortunado y desde
entonces vivo con la imagen de tu piel permanentemente en mi cabeza.
-Nunca ha sucedido nada entre Noah y yo.
-Pues tal vez debería suceder.- Su tono es frio y cortante, esta
conversación no va para nada como me esperaba. Él también hace una
pausa, como intentando reconducir sus pasiones- ¿Quieres saber lo que
quise hacerte aquella noche?
-Sí.
-He tenido muchas fantasías contigo. En la primera, te subía a la barra, el
pub estaba vacío por supuesto, y ta bañaba en whisky. Llevabas unos
vaqueros y una camiseta ajustada gris. Me imaginé derramando una
botella sobre tu cuello, primero sólo unas gotas, que se deslizaran hacia
tus pechos, recogería con la lengua cada una de ellas. Tu piel adquiriría el
brillo ambarino del licor. Luego empaparía tu camiseta, hasta que
delinease cada una de tus curvas, cada recoveco. Comenzaría a chupar tus
pechos a través de la camiseta y sabrían a whisky. Bebería de tu piel.
Cuando desnudase esos preciosos pechos los adoraría durante horas. Te
volvería loca sólo tocándote ahí, besando tu cuello. Tienes un cuello
sensible. ¿Estás tocándote Sam?
-¿Qué? No- y no estaba haciéndolo, sus palabras habían formado una
imagen vívida y estaba paralizada, dejándome llevar por la fantasía.
-Hazlo, sube esa camiseta y tócate los pechos. He fantaseado con ellos
durante meses. La próxima vez que te vea te llevaré al orgasmo sólo
lamiendo tus pezones.- Levanto mi camiseta un poco, lo suficiente para
poder acariciar la piel más suave. Sin embargo mis caricias son
superficiales. Sólo me importa el tono de su voz y sus promesas.
-¿Qué más ocurría? En la barra, ¿cómo continuaba?
-Impaciente- ya no me importa que se burle de mí. No si lo hace con ese
tono de admiración y deseo.- Cuando ya tuvieses los pechos doloridos por
toda la atención recibida bajaría hasta tu vientre. Creo que es otra de mis
zonas favoritas. Te acostaría sobre la barra y besaría cada centímetro de la
piel expuesta, para ese momento tú ya estarías desesperada y guiarías mi
mano a tu entrepierna, incluso en mis fantasías eres impaciente y
mandona.- Decido no interrumpirle pero esa me la guardo para
cobrármela- estás tan embriagada por el placer que no eres capaz más que
de frotar mi mano contra la tela vaquera, como hice aquella noche en el
almacén ¿recuerdas?
-Sí.
-¿Están tus pechos ya lo bastante sensibles?- no me había dado cuenta pero
mis dedos ya agarran mis pezones con algo de fuerza, un toque que solo
me gusta cuando estoy muy excitada. Tiro de ellos un poco más, sintiendo
el pellizco de dolor, imaginando cómo se sentirían en las manos del
escritor, en su boca.
-Sí.
-Acaricia tu vientre, me gusta cuando Noah pone su mano sobre él y lo
oculta con una simple caricia. Me gustaría más ser yo el que lo hiciera.
Siempre está acariciando tu cintura. En mis fantasías sólo yo lo hago-
parece que sus pensamientos se desvían del camino principal. Rezo porque
vuelva al camino correcto.- Haz círculos alrededor de tu ombligo con la
yema del dedo. Me encantaría verte hacer eso, tenerte desnuda y que te
tocaras para mí. Pero no bajes aún y no intentes engañarme porque lo
descubriré. Imagina que tus braguitas son un muro infranqueable del que
sólo yo tengo la llave. Volvamos a la barra. El sabor del whisky está
embotando mis sentidos, o tal vez eres tú, no lo sé. Vuelvo a tu boca,
necesito tu aliento para aguantar cinco minutos más sin arrancarte los
pantalones.
-Hazlo.
-No, aún no. Mi mano está frotando el punto justo donde debe estar tu
clítoris. Por la forma en que corcoveas sobre la barra estoy casi seguro.
Quiero que te corras así. Con mi boca en tus labios, en tu cuello, sobre tus
pechos. Y mi mano volviéndote loca. Estás tan cerca, casi alcanzándolo,
puedo intuir la humedad a través de la gruesa tela. Sólo un poco más y...
me detengo.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Has atravesado el muro.
-No es cierto- ¡oh vale!, sí es cierto. Pero no fue algo consciente.
Simplemente imaginar sus manos... la mía debió imitarle en algún
momento. Pero no pienso confesar, lo negaré hasta la muerte.
-Supongo que puedo perdonarte esta vez, pero que no vuelva a pasar- mi
risa aleja un poco la lujuria. Casi puedo sentir su sonrisa ladina, sé que
está bromeando, pero también sé que es dominante y posesivo, y que, por
algún motivo, intenta ocultármelo. No me importa que lo sea, no en la
cama al menos.- Prueba tus dedos.
-Jack.
-Y no intentes engañarme, ya debes haberte dado cuenta de que es
imposible.
-No sé si quiero hacerlo.
-Pero yo sí quiero. Quiero meter mis dedos muy profundo dentro de ti. Y
saborearlos. Conocer tu sabor y dártelo a probar. Quiero que te lamas en
mis dedos y que pruebes tu propio orgasmo. Hazlo Sam.
Saco mi mano de mis bragas. Eso es algo que nunca he hecho y,
sinceramente, me parece un poco asqueroso, aunque me gustaría que él lo
hiciera, me gustaría lamer su mano después de...
-Vale- llevo mi índice y lo apoyo sobre mi labio inferior. Tengo la boca
cerrada. Percibo el olor, es un olor familiar, agradable, especiado y que
siempre acompaña al placer. Abro la boca apenas lo justo para que mi
lengua roce el dedo. Jack permanece en silencio pero siento su respiración
acelerada al otro lado de la línea.
-¿A qué sabes?
-No lo sé.
-Sí lo sabes Sam, dios nena, aunque sea a distancia. Quiero imaginar a qué
sabes. Dímelo.
-Es... agradable.- admito introduciendo el dedo un poco más- No es como
nada que haya probado, es un poco salado, sabe como a tierra y a mar.
-La próxima vez que te vea, voy a devorarte Sam, voy a tener mi cabeza
entre tus piernas tanto tiempo que no vas a saber dónde acabas tú y dónde
empiezo yo.
-¡Jack! La barra. ¿Qué ocurre en la barra?- mi voz es suplicante y no me
importa. Me retuerzo sobre la cama, desesperada. Sólo espero que él esté
igual de ansioso.
-¿Qué demonios crees que ocurre Sam? Me tienes tan loco que no puedo
ni saborearte. Te arranco los pantalones mientras tú pataleas intentando
ayudar. Acerco tus caderas al borde y me meto dentro de ti como si fueses
la jodida salvación eterna. Estás tan caliente, tan húmeda y ansiosa. Me
encanta verte así, tan desesperada por mí como yo lo estoy por ti. Me meto
en ti una y otra vez, intentando encontrar algo de alivio. Me aferro a tu
boca porque es el único lugar del planeta donde queda aire ¿estás
tocándote?
-Sí.
-Dime cómo.
-Jack no puedo. No pares.
-Dímelo, quiero saber cómo te tocas, aunque preferiría verlo.
-Yo... tengo la mano... y acaricio mi clítoris. Fuerte. Ya casi estoy.
-Hazlo nena, córrete para mí. Quiero oírte- por un momento sólo hay
silencio. Silencio y jadeos y suspiros, pero sobre todo una ausencia de
palabras que me hace ser aún más consciente de la presencia del escritor al
otro lado del teléfono. Presiono más fuerte, buscando el punto justo, es
como si no conociera mi cuerpo lo suficientemente bien como para saber
dónde tocar. Estoy casi desesperada, alzando mis caderas. Quiero ponerme
boca abajo pero no quiero que el teléfono se resbale. De alguna jodida
manera Jack va a participar en esto.
-Jack.
-Sí nena estoy aquí.
-¡Oh dios Jack!- me muerdo tan fuerte el labio que seguro me he hecho
sangre pero en el último momento tengo la suficiente cordura como para
no gritar. O tal vez simplemente no quiero perderme la respiración brusca
de Jack, sus maldiciones, sus frases de aliento.
Es el mejor orgasmo que he tenido en mi vida. Incluso mejor que en el
almacén. Tal vez porque esta vez Jack ha estado conmigo de verdad. Ha
sido más íntimo. Si había alguna esperanza de que no me volviese adicta a
él se ha esfumado con mi vergüenza.
-¿Ha estado bien?
-¿Inseguro?
-Sólo quiero saber que lo has disfrutado tanto como yo.
-Ha sido increíble.
-Desde luego. También lo ha sido para mí.- Hay un corto silencio, oigo el
mecanismo de la cabeza de Blackstone ponerse de nuevo en
funcionamiento. No me hace falta escuchar sus siguientes palabras para
saber que ya está ideando un plan de huida.- Deberías dormir. Te llamo
mañana, bueno, hoy. Te llamo hoy, dentro de unas horas, cuando hayas
dormido.
-Jack.
-Dime.
-Aún tengo la camiseta.
-Adiós Sam.
-Hasta luego Jack.
Debí de quedarme dormida después de hablar con Jack. No recuerdo
haberme dormido pero sí la agradable sensación que quedó en mi cuerpo,
la lasitud, el descanso. No pensé en cuerpos perdidos, en muertos saliendo
de sus tumbas ni nada parecido. Sólo había una nube espesa de satisfacción
que me cubría protegiéndome del mundo exterior.
Me despierto con unos golpes ligeros en la puerta, cautelosos. Marcus
me llama y tengo que levantarme precipitadamente para apartar la silla
que impide que se gire el pomo. Arrastro las patas sin querer contra el
suelo y sé que no voy a poder disimular lo que hice. Marcus no dice nada,
observa la silla, a mucha distancia de la mesa, donde debería estar
colocada. Me observa a mí, que seguro estoy despeinada, ojerosa y, como
descubro avergonzada, en ropa interior, la camiseta no es lo
suficientemente larga para tapar mis braguitas.
-Son casi las doce, Noah no deja de llamar. Es mejor que te lleve a casa, a
no ser que quieras quedarte.
-No, quiero irme. ¿Está Francis abajo? Quiero agradecerle que me haya
dejado quedarme.
-Está abajo, tiene el desayuno listo.
-Enseguida bajo.
Marcus solo asiente y me deja para que me adecente un poco. Por
alguna estúpida razón hoy me siento bastante optimista y mi hermano lo
ha captado. Se muestra receloso, debería estar muerta de miedo, no
reacciono como sería normal y eso lo inquieta. Tal vez sea él el que ahora
no se fíe de mí.
Tardo diez minutos en arreglarme, el baño de invitados de Francis es
como el resto de su casa, parece una enorme manta de patch-work, cada
esquina cogida de una casa diferente y cosida a otro trozo con el que no
termina de encajar. Hay una planta enorme que se come medio espejo,
pero aún así puedo ver que estoy pálida y demacrada. Aunque no me
siento mal mi cuerpo no ha recibido el aviso y actúa como si lo hubiesen
apaleado. Incluso mi pelo, siempre tan dócil, parece que intenta escapar de
mi cabeza, forma remolinos absurdos imposibles de peinar. No me
gustaría que el escritor me viese así.
Me lavo los dientes con el dedo y decido que no haré nada más hasta
llegar a casa, a veces cuando el cuerpo se enfurruña hay que dejarle
desahogarse.

La despedida de la señora Morton es cordial aunque tensa, Marcus


parece impaciente por librarse de mí y, como Francis me observa como si
fuera a desmayarme en cualquier momento, yo también estoy ansiosa por
marcharme.
El camino hasta casa lo hacemos prácticamente en silencio. Huelo a una
combinación de incienso y crema para la artritis por el largo abrazo de la
mamá postiza de Marcus. Él actúa como si no fuese en el coche. Está serio
y mira al frente, a un horizonte que sólo él puede ver.
Aparca delante de mi casa y abro la puerta, entonces se inclina hacia
mí. Me coge la mano, como temiendo que eche a correr.
-Sam, voy a encontrarle, te lo prometo.- sólo asiento e intento una sonrisa
que exprese confianza y al mismo tiempo valor. Pero no ha dicho voy a
encontrar el cuerpo, ha dicho voy a encontrarle. Ahora Marcus también
sabe que hay miedos que es imposible matar.

Me doy cuenta de que Natalie no está antes incluso de cerrar la puerta.


No hay un alboroto de pelo rubio subiéndose por las paredes, hay silencio.
La cama está hecha, pero eso no significa nada porque Natalie es de esas
horribles personas que hace la cama antes de desayunar. Siempre.
Intento no preocuparme y me preparo un café muy cargado, Francis
insistió en que comiera algo y sólo tenía bizcochos pringosos al borde del
colapso, se derramaban sobre sí mismos, incapaces de soportar el peso de
tanto azúcar.
Me siento en un taburete, con la taza caliente en las manos porque
necesito ocuparlas con algo. No sé muy bien qué hacer, necesito a Natalie.
Necesito sus listas, sus teorías, su arrojo en el momento de ocuparnos de
algo a lo que yo no sé hacer frente. Debería estar aquí y, el hecho de que
no esté, me resulta molesto.
Cojo yo misma un trozo de papel rosa y un bolígrafo con purpurina.
Me parece que así me concentraré mejor. Pero cuando apoyo la punta del
boli sobre la superficie lisa sólo surgen dibujos abstractos y sin sentido.
No hay preguntas y, por supuesto, no hay respuestas.
Natalie llega cuando ya sólo me queda una pequeña esquina por
rellenar. He hecho cuadrados flores, atardeceres e incluso me he animado
con una cara, es tan horrible que la cubro con tinta hasta que ya no queda
ninguna prueba de mi atentado contra el arte.
Estoy decidida a mostrarle mi disgusto por su ausencia, aunque no
tenga ninguna base lógica, hasta que la miro y veo que su aspecto es aún
peor que el mío. Tiene ojeras, lágrimas, la nariz enrojecida, los labios
hinchados, está despeinada nivel bomba nuclear, su fino pelo rubio está tan
enmarañado que creo que la única solución es cortar. Lleva la ropa muy
mal colocada, como si alguien hubiese intentado quitársela a la fuerza. Me
alarmo tanto que la taza se desliza muy suavemente de mi mano, el café
baña el elaborado dibujo que me costó cuarenta minutos de trabajo.
-Natalie cariño, ¿qué ha pasado?- en cuanto me ve se derrumba, creo que
no esperaba que yo estuviese ahí. Al verme es como si ya no pudiera dar
un paso más, cae sobre el suelo, se encoge como un animalillo acorralado
y sus sollozos son tan desgarradores que incluso yo siento ganas de llorar.
Los escenarios más terribles se presentan ante mí, luchando por
convertirse en los protagonistas. Yo lloré un par de veces así. Después de
perder a mis hermanos y después de que me violaran. La imagen de un
cadáver arrastrándose hasta Natalie, cubriéndola, impidiéndole escapar y...
haciéndole daño, me nubla la vista. Todo ha sido culpa mía. Lloro con
ella, me arrastro hasta que puedo abrazarla con fuerza. El único alivio es
que ella no me rehuye. La abrazo muy fuerte mientras su llanto nos hace
estremecernos a las dos. Le suplico que me diga qué le ocurre, rezo para
que no sea lo mismo que me ocurrió a mí. Rezo por un accidente de
coche, por un derrumbe en una mina. Rezo porque acabe de leerse el final
de “Bajo la misma estrella”.
Pasa un buen rato hasta que entre hipidos consigo distinguir algunas
palabras. Al principio son muy escasas y se repiten demasiado como para
formar una frase “yo... yo... he... hecho... he... no... yo... no...oh
Dios...Alex...oh Dios...no...”
De todo lo que balbucea sólo una palabra me da alguna pista, Alex.
Alexei, su prometido. Si le ha hecho daño voy a matarle.
-¿Alex te ha hecho daño? ¿Qué te hizo?
-No...no, Noah- mi corazón se detiene, es imposible.
-¿Noah te ha hecho daño?
-¡NO!- parece frustrada pero no consigo entenderla.- Nos... nos... hemos
acostado.
-¿Tú y Noah?
-Síiii.
-¿Voluntariamente?
-¿Qué?
-¿Te ha forzado?- sé que en cualquier otro momento me avergonzaría de
hacer esa pregunta, es más, no sé siquiera cómo puede ocurrírseme que
Noah haya podido hacer algo así pero... tampoco me lo esperaba cuando
me sucedió a mí.- ¿te ha... hecho daño?
-No Sam, no.- Parece darse cuenta de lo que estoy insinuando e intenta
tranquilizarme, ella a mí. Me agarra la mano y me mira a los ojos, sus
ojos son apenas un charco, con un brillo dorado al fondo, deslucido y
borroso.- No me ha hecho daño, no me ha pasado nada. Estoy bien.- yo no
diría que está bien pero le sigo la corriente. Acariciándole la espalda,
como una madre que intenta consolar a su hijo, como acariciaba a Nikky
cuando le dolía la tripa o cuando se caía entre la basura, intento sonsacarle
la información. No pienso moverme hasta que lo sepa todo.
-Dime qué ha ocurrido- respira profundamente, se limpia con la manga
del jersey y se endereza como si así cogiera fuerzas.
-Noah me pidió ayer que durmiese en su casa. Dijo que se sentiría más
tranquilo teniéndome cerca, que si yo estaba sola él no podría pegar ojo.
Le dije que sí y nos fuimos a su casa y...
-Y os acostasteis- me arrepiento de mis palabras en cuanto salen de mi
boca, Natalie parece retroceder en el tiempo a unos segundos antes, justo
al momento en que sus sollozos eran más agudos y estruendosos.- Natalie,
¡Natalie!- no quiero gritarle pero no me deja opción- ¿fue algo
consentido? ¿fue algo que aceptasteis los dos?
-Síiiii.- No logro entender su llanto ¿acaso Noah hizo algo extraño?
¿Alguna guarrada irlandesa? ¿Existen las guarradas irlandesas?- ¿No te
gustó?
-No estuvo mal.- Auch, pobre Noah.
-Pero...- y vuelven los gemidos y gorgoritos- pero cuando Alexei vuelva
voy a tener que contárselo. ¡Y me odiará! Se sentirá dolido porque le he
engañado.- ¿Es posible querer consolar a alguien y al mismo tiempo
querer darle un par de bofetadas? Bueno no un par de bofetadas reales, es
algo simbólico... vale sí, un par de bofetadas reales.
-Nat, aunque el tipo ese volviera, tú no le debes ninguna explicación. Él se
largó y tú eres libre de hacer lo que quieras con quien quieras. Y espero
que no te pusieras a llorar como una loca delante de Noah porque él no
tiene ninguna culpa de tus arrepentimientos.
-No lloré delante de él.
-Bien.- Natalie se aparta de mí, he sido demasiado dura, pero me preocupa
Noah. Hay algo en esta relación que nos va a estallar en la cara y, aunque
al principio pensé que quien sufriría sería Natalie, ahora ya no estoy tan
segura.- Nat, sabes que te quiero, que te defenderé de cualquier cosa y de
cualquier persona pero... si no estás segura de lo que sientes por Noah tal
vez... por favor no le hagas daño- se toma unos segundos para digerir mis
palabras y asiente. No tengo ningún derecho a pedirle algo así. No tengo
derecho a inmiscuirme en su vida.
-Voy- se levanta torpemente, intentando poner distancia- voy a darme una
ducha.
-Vale.
-Luego si quieres puedes contarme lo de anoche- me sonrojo hasta la
punta de los pelos. No, no pienso contarle que me masturbé mientras el
escritor me contaba las fantasías que tenía conmigo. Natalie me mira con
curiosidad y aclara.- ¿Hablaste con Marcus de la ausencia del cuerpo?
-Aaahh, no, no llegamos a hablar.- ella sigue mirándome y yo me retuerzo
de vergüenza.
-Muy bien, déjame darme una ducha y hablamos- y se aleja murmurando
con petulancia- al parecer no soy la única que ha tenido una noche
memorable.
Al menos ha pasado de no estuvo mal a memorable. Vamos mejorando.

Al parecer mi compañera de piso tiene algún ungüento mágico en el


baño, o un botón especial en la ducha con el que, aunque entre como una
vagabunda al baño, consigue salir, diez minutos más tarde, como una
princesa. Tengo que encontrar ese botón.
Para congraciarme con ella he preparado un brunch, aunque ya es son
casi las dos de la tarde, pero es comida de desayuno así que supongo que
también se aplica. He colocado unas pastas en una bandeja, lo que es una
estupidez porque sólo he manchado una bandeja. Podríamos haberlas
comido de la caja pero Natalie tiene costumbres extrañas, como tener
vasos diferentes para el zumo y para la leche. Le sirvo a ella un zumo de
naranja y a mi un gran vaso de leche con cacao en polvo. Mojo las pastas
y ya me he comido cinco cuando Natalie regresa.
Siento lo de antes.
-No pasa nada, Noah es tu amigo desde hace mucho tiempo, es normal que
te preocupes por él.
-¿Puedo preguntarte cómo...?
-Estuvo genial. Fue muy considerado y educado. Y un poco apasionado. -
¿Un poco?
¿Un poco?
-Fue... diferente. Alex siempre me trataba como una princesa, como si
fuese a romperme- uff, sexo de princesa, que horror. Natalie ha estado
viviendo engañada, es el momento de que vea lo que hay más allá.- Noah
no se contuvo, eso me gustó, que no fuese tan cuidadoso.- Bien
empezamos a hablar el mismo idioma.
-Entonces, ¿todo está bien? ¿No hay arrepentimiento?- Se queda callada un
largo rato, acaricia la cereza de su pasta con un dedo, creo que la
respuesta es más importante para ella que para mí, así que la medita bien.
-No puedo decir que lo lamente, y seguramente volveré a sonarte patética,
pero aún sigo esperando que Alexei vuelva y, cuando lo haga, si lo hace,
voy a tener que contárselo y sé que le dolerá. Si es que aún le importo, si
le importo le dolerá. Y creo que eso me gusta.
-No creo que seas patética, creo que es normal tener esperanzas y
comportarse de forma estúpida para conservarlas- sonríe aún con la
mirada clavada en el pequeño botón rojo.- Y es aún más normal querer
cobrarse una pequeña venganza.- Mordisqueo una galleta considerando
los niveles de patetismo a los que he llegado por el escritor, cuando me
cobre mi venganza será algo épico.- ¿Le perdonarías? Si el tipo ese
volviera ¿Le perdonarías?
-Tendría que decirme porqué se fue, si su motivo es importante, si hubo
alguna razón que justifique el que se fuera tanto tiempo, sin decirme nada.
-¿Qué razón puede justificar eso?
-Tengo una lista.- ¡Cómo no! Va a su escritorio y vuelve con una hoja muy
doblada y gastada. Segura que la ha mirado un millón de veces. Ahí están
todas sus esperanzas y me siento como una intrusa cuando me la ofrece y
la abro.
1. Misión secreta para salvar al mundo.
2. Huye de una mafia que me ha amenazado y se aleja para no ponerme en
peligro.
3. Descubre que tiene una enfermedad mortal y no quiere que sufra al
verle morir.
4. Descubre que tiene una enfermedad contagiosa y no quiere ponerme en
peligro.
5. Ha sido abducido.
6. Lo han secuestrado porque le confundieron con un miembro de la
familia real de algún país.
7. Es un vampiro y su raza ha amenazado con matarme si no me deja.
8. Es un zombie y sus ansias por comer humanos le han superado y se
aleja de mí para mantenerme segura.
9. Es miembro de una familia real y le han obligado a que ocupe el trono.
10. Es un extraterrestre y ha tenido que volver a su planeta.
11. Es miembro de una familia real extraterrestre y le han obligado a
ocupar el trono de su planeta.
Es una lista interesante.
-Creo que lees demasiado.
-Sólo apunté las más lógicas, las que me sería más fácil perdonar.
-Y si se fue con una mujer.
-No le perdonaría eso. No tanto por irse con otra como por no decirme
nada, por dejarme sin explicaciones.
-Y si fuera gay.
-Es lo mismo. También querría que me lo explicase él en persona. Creo
que podría haber sobrevivido a la ruptura, habría sido desgarrador pero...
lo que no supero es no saber. No saber si está bien, si dejó de quererme, si
va a volver.- Puedo entender eso. Yo me he pasado diez años queriendo
saber, insistí en desenterrar un cadáver porque quería saber.- Ahora dime
porqué te pusiste como un tomate cuando te pregunté por anoche- sólo la
lista que aún tengo en la mano me obliga a contestarle. Ella ha compartido
algo importante conmigo, eso hacen las amigas al parecer.
-Tuve una conversación caliente con el escritor. Por teléfono.
-¡Oh!- parece un poco decepcionada pero no sé cómo explicarle lo íntimo
que fue lo de anoche sin entrar en detalles demasiado privados, incluso
para una mejor amiga.
-Él me contó fantasías que tiene conmigo y me dijo que... hiciera cosas.
-¿Cosas cómo? ¡Oh! ¡Aaah! Vale. Cosas.- está roja pero yo también así que
no se lo señalo.- ¿Y él se hizo? Ya sabes, cosas.
-Sí él- espera- en realidad no lo sé. Él estaba excitado pero no me pareció
que se, bueno, que hiciera cosas.
-Seguro que lo hizo luego, o que intentó que no le oyeses.
-Sí, seguro. Seguro que es eso- no sueno para nada convencida pero
Natalie tiene la delicadeza de fingir creerme.
-¿Puedo contarte un secreto?
-Claro- yo no le oí, ni recuerdo que dijera nada de estar tocándose.
Hablaba de mí, tal vez era su faceta dominante, tal vez no quería decirme
“me estoy tocando”, aunque creo que algo habría sentido a través del
teléfono. Tampoco recuerdo que se corriera, pero yo estaba demasiado
centrada en mí misma, en lo que yo sentía. La próxima tenía que fijarme
más. Sobre todo teniendo en cuenta lo esquivo que era. Decía que yo le
volvía loco pero él siempre se resistía. En el almacén no llegó al sexo,
aunque yo estaba dispuesta, en el parque me detuvo y anoche, anoche se
centró tanto en mí que ni siquiera me preocupé de si él también terminaba
satisfecho.
-No puedes contárselo nunca a nadie, tienes que prometerlo.
-¿Eh? Digo, no, claro que no. Me llevaré el secreto a la tumba.- Hablando
de tumbas, vaya sentido del humor más retorcido.
-Con Alex el sexo era... estaba bien, era agradable. Pero él siempre se
controlaba. Al principio yo no lo notaba, cuando lo hacíamos las primeras
veces, estaba tan centrada en las cosas maravillosas que me hacía sentir
que no me di cuenta de lo mucho que se controlaba hasta que cogí
confianza. Hasta que empecé a llevar la voz cantante en algunas ocasiones,
entonces comencé a observar sus reacciones, era como si perder el
control fuese lo peor del mundo, siempre se centraba tanto en mí que
resultaba un poco agobiante.
-¿Por qué?. ¿Por qué hacía eso?-
-No lo sé. Cada vez que yo intentaba, ya sabes, darle placer, él estaba
tenso, poco receptivo. Siempre tenía que dominar la situación- al parecer
Natalie y yo teníamos el mismo gusto en hombres. Hombres
controladores y que se resistían a recibir placer. ¿Cuántos de esos podía
haber en el mundo? Dos ya me parecen demasiados. Natalie bosteza y
estira la espalda.- Voy a acostarme un rato. Estoy agotada.- Cuando pienso
en lo que ha estado haciendo siento algo de envidia. Seguro que Noah no
se ha resistido a su toque, ni se ha negado el placer. Noah es todo lo
contrario que su ex o el escritor. Es tan sensual, tan hedonista, que
seguramente cualquier mujer tiene que rascar bastante para obtener
satisfacción.
-¿Es egoísta? Noah, en la cama.- Natalie sonríe, parece totalmente
satisfecha.
-Para nada. Es intenso, sensual. Es como si no pudieras asimilarlo todo al
mismo tiempo. Te introduce en un torbellino y sólo puedes dejarte llevar.
Pero no se contiene, no es de los que renuncian al placer.
-Ya me parecía a mí.- Refunfuño.- Nat, tengo un par de opciones para tu
lista.
-Dime.
-Ha inventado alguna poción, droga, etc. que lo transforma en un
monstruo o en un ser irracional.
-Esa sí la aceptaría. Se fue a buscar la cura y no podía darme explicaciones
porque al estar cerca de mí su lado enfermizo sale a la luz.
-Exacto. Y de esa hay muchas variantes, creo que podrás encontrarlas
todas en los cómics.- Natalie se ríe. Me alegro de poder hacer un tema tan
doloroso para ella como este algo más liviano.
-¿Alguna más?
-Sí.
-Un experimento secreto de un científico loco, uno que intentaba crear el
amante perfecto, alguien que sólo se preocupara por el placer de sus
mujeres. Ensayó con varios especímenes pero escaparon.
-Y el científico, o casi apostaría que científica, está recuperando sus
creaciones y por eso Alex desapareció.
-Es posible.
-Pues entonces deberías vigilar a tu escritor.
-Sí- murmuro- debería hacerlo.
Natalie se quedó dormida en cuanto apoyó la cabeza en la
almohada. Puedo oír su suave respiración, es un sonido tranquilizador.
Permanezco en la cocina un rato, aún pensando en el escritor. Intento
localizar un momento en el que él realmente perdiera el control, donde lo
escuchara algo más que alabándome pero no consigo recordar ninguno.
Es extraño como algo tan simple como lo que me ha sucedido con Jack es
capaz de quitar de mi cabeza cualquier otro pensamiento. Una parte de la
noche ha sido bloqueada, he cerrado con llave y no pienso volver a entrar
ahí hasta estar preparada, pero si sigo dándole vueltas a lo de Blackstone
quizá me vuelva loca.
Siento que mi móvil vibra en mi bolso, en el silencio de la casa ese
sonido parece un terremoto. Recuerdo que Marcus me dijo que Noah se
había pasado la mañana llamándome, me pregunto si ese chico habrá
encontrado tiempo para dormir.
Tengo siete llamadas perdidas y cuatro mensajes. Todos de Noah,
excepto la última llamada y el último mensaje que son de Jack.
“¿Estás bien? Llámame.”
No, no creo que lo haga. No ahora al menos. Me he duchado en casa de
Francis y llevo ropa que ella me prestó porque la mía estaba llena de
tierra, de algún modo logré caerme al agujero vacío antes de que Noah
me sujetara. El recuerdo de la tierra fría cayendo sobre mí me decide a
levantarme. Me cambio de ropa por algo menos floreado. Justo antes de
salir me acuerdo de dejar una nota para Natalie. Me estoy aclimatando
demasiado a esa chica, y lo peor es que se me están pegando un montón de
costumbres ridículas.
Tengo que hablar con Noah, no sólo para tranquilizarlo, también me
preocupa que lo de anoche significara más para él que para Natalie. O
quizá lo contrario, con estos dos nunca sabes quién dará la última
puñalada.

Es uno de esos días horribles en que todo está gris, hay una niebla
espesa a pesar de que ya son casi las cuatro. Hace tanto frío que los
guantes son apenas un adorno. La gente, más sabia que yo, parece haber
decidido refugiarse en casa, apenas hay un alma en las calles.
Mis tacones rompen el suelo por donde pasan, el sonido, va anunciando
mi presencia. Es una ventaja en un día como hoy donde apenas ves a un
palmo de tu nariz. Evita los choques.
Durante un trecho ese taconeo desafiante es lo único que se oye hasta
que mis oídos captan algo raspando contra las paredes de ladrillos. Miro
mi bolso temiendo que el cuero falso se haya dañado. Pero no es eso, no
estoy lo suficientemente cerca de la pared. Vuelvo a caminar y se vuelve a
oír el sonido. Como si alguien pasara los dedos enguantados por las
piedras, es apenas imperceptible. Miro a todos lados pero no hay nadie.
No voy a caer víctima de mi propia mente torturada, sólo es un ruido, un
ruido tan nimio y tan sutil que apenas puedo estar segura de haberlo oído.
Me quedo muy quieta, intentando no respirar para percibirlo de nuevo.
Será algo inocuo, una tela movida por el viento que se arrastra frotándose
contra algo.
Pego mi espalda a la pared, así puedo controlar cualquier cosa que se
acerque. Intento volver a escuchar el sonido pero mi propia respiración
me impide oír nada. Cierro los ojos a pesar del miedo, me concentro,
elimino mis jadeos frenéticos a fuerza de voluntad. Aspiro
profundamente, espiro. Abro los ojos, no hay nadie. Vuelvo a cerrarlos y
me centro de nuevo en el ruido, empiezo a percibir ruidos muy lejanos,
gente, cosas chocándose, es apenas un murmullo que no significa nada.
Cerca de mí sólo hay silencio.
Es normal, pienso, ser un poco paranoica en estas circunstancias. Me
separo de la pared y camino unos metros, atenta a lo que me rodea.
Saco el móvil, debería avisar a Noah de que voy en camino, tal vez esté
durmiendo. Aún faltan horas para abrir “El irlandés”. Miro sus mensajes,
parecen copiados del de Jack. No hay ninguna mención a Natalie y no sé si
a ninguno de los dos le sentará bien mi intromisión. Busco el número de
Noah entre los contactos, mejor será darle tiempo para que se quite las
legañas, suele estar de mal humor cuando se despierta.
Un estrépito en un callejón cercano me hace detenerme, como si algo
grande se hubiese caído, algo metálico, me giro, el callejón está justo a mi
espalda. Deseo con todas mis fuerzas ver un gato huyendo del estropicio
que ha causado con su torpeza, pero nada sale corriendo despavorido de
las sombras.
Siempre he odiado las películas de terror, me parece absurdo pasar
miedo voluntariamente. Pero, a diferencia de muchos críticos del género,
yo sí comprendo la necesidad de comprobar los ruidos, las apariciones. El
impulso de meterse en la casa encantada o de bajar al sótano. Es mejor
saber. Siempre es mejor saber. Porque el miedo crece en lo desconocido,
es como alimento para las pesadillas. Sea lo que sea, lo que haya en ese
callejón, no puede ser peor que cualquiera de las teorías que formula mi
enfermizo cerebro.
Saco las llaves y las sujeto en mi puño, con una de ellas sobresaliendo,
dispuesta a clavársela en el ojo a lo que sea que hay ahí. No se ve nada
excepto basura. Hay un montón de cajas apiladas, probablemente del
restaurante que da al callejón. Huele a comida podrida y a humedad. Me
tranquilizo, obviamente, una de las cajas se ha caído. Me habría pasado
días aterrada simplemente porque alguien no supo apilar correctamente la
basura. Avanzo un poco más, si consigo localizar la caja que se ha caído
podré irme tranquila, debería haber algo metálico rodando por ahí.
Una montaña de desperdicios de casi un metro comienza a
desplomarse, por el rabillo del ojo veo cómo se mueve, tengo que irme
antes de que alguien crea que soy yo la que estoy provocando los
derrumbes, o antes de pillar una infección. Voy a darme la vuelta cuando
veo que la montaña no se está desplomando, está creciendo. Me vuelvo
hacia ella y veo surgir de entre un montón de telas una figura humana. Es
más alto que yo, enorme, unos trapos mugrientos se deslizan y puedo ver
una cara, es una cara pálida, azulada y parece que faltan trozos. Corro
antes de poder asegurarme, corro tan rápido como puedo. Mis tacones se
clavan en el suelo por la fuerza de mis pisadas. Me agarro a las paredes
para no terminar a gatas. No veo nada, esa cara se repite, una y otra vez.

No es una decisión, llego al pub porque es el lugar donde me siento


más protegida, es donde está Noah. Es el lugar más cercano. No me paro a
considerar que el pub solía estar cerrado con llave, que Noah podría no
abrirme. No pienso nada. Sólo empujo la puerta y afortunadamente se
abre. Se abre para conducirme a un mundo al revés donde suceden cosas
tan extrañas como que Noah, Marcus y Balckstone estén juntos en una
habitación.
Miro todo el pub pero sólo están ellos, cada uno en un punto cardinal.
Blackstone apoyado en la barra, los brazos cruzados. Marcus sentado en
una de las mesas, parece a punto de levantarse, está tenso, a Noah sólo le
falta la sombrilla, está recostado en una silla, los pies sobre una de las
mesas y una mueca de desprecio e insolencia que, estoy segura, ha estado
practicando frente al espejo.
La puerta golpea detrás de mí y la foto se convierte en película y los
tres hombres comienzan a moverse. Jack es el primero en llegar y
empieza a hablarme pero antes de terminar la frase Marcus le empuja y
me coge por los brazos, me pregunta si estoy bien, qué ha pasado, hace un
millón de preguntas mientras yo contemplo a Noah que escruta la calle a
mi espalda, ya ha olvidado su actitud indolente, sus pies vuelven a estar
más bajos que su cabeza, sigue sentado pero inclinado hacia delante,
preparado para salir corriendo ante cualquier movimiento fuera. Se
vuelve hacia mí. No ha visto nada así que puedo centrarme en responder a
las preguntas de Marcus. El escritor, que se ha dado cuenta de mi
intercambio con Noah está comprobando también el exterior. Los dos
están muy serios, pero ninguno parece encontrar nada digno de temer.
Noah se acerca a la puerta y la abre, antes de que pueda salir, consigo
susurrar “el tercer callejón por la derecha”. Sale y Jack parece querer ir
con él. Me separo de Marcus y me refugio en los brazos de mi escritor.
Me da igual si le parece raro, si es incómodo. Quiero su olor, su tacto,
quiero aferrarme a él y no soltarle nunca.

Marcus me obliga a tomar sorbos de un licor mortal que no le


servimos ni a las ratas. Sigo en los brazos de Jack, he decidido quedarme
a vivir aquí. Noah vuelve y cambia lo que hay en mi vaso por un café
cargado y amargo. Sabe horriblemente mal y me lo bebo sin apenas
respirar.
Todos le miran esperando que diga lo que ha encontrado, sé que no hay
nada que contar o ya lo habría soltado. Ver un cadáver levantarse de entre
la basura no es algo que pueda ser comentado después del té.
-¿Qué viste?- Noah sustituye de nuevo mi taza. Parece que experimentan,
no sé si buscando un suero de la verdad o una pócima par olvidar. No me
importa, está caliente, así que bebo intentando eliminar el frío de mi
interior, el de mi piel se ha evaporado al contacto con el escritor.
Todos me miran muy serios, bueno, imagino que Jack me mira, aunque
en esta postura sólo podrá ver mi coronilla. Me está abrazando y tiene una
de sus manos sosteniendo la base de mi taza como si temiera que de un
momento a otro la fuera a dejar caer.
La situación es extraña y a mí me da la risa. Es una risa histérica, de las
que produce dentera, de las que recuerda a un psiquiátrico abandonado
donde los espíritus de los locos aún recorren los pasillos buscando algo
de cordura. Es una risa enfermiza que me provoca lágrimas. Y río y lloro
y eso sólo hace que tenga más ganas de reír aunque a nadie más parece
hacerle gracia.
Noah se arrodilla delante de mí. Su cara queda a la altura de la taza y,
no sé muy bien porqué, me parece totalmente lógico acercarla a su mejilla
para que se caliente.
-Sam cariño, dime qué viste, qué ocurrió.
-Había un ruido, me metí en el callejón y encontré el cuerpo que vosotros
perdisteis.
-¿Era el cadáver de tu padre?
La voz del escritor viene por encima de mi cabeza, me retuerzo
intentando verle pero me tiene muy bien sujeta y apenas puedo ver su
barbilla, me gusta su barbilla, siempre parece áspera por la barba. Le doy
un besito y luego la mordisqueo, indiferente a los dos pares de ojos que
ahora mismo están alucinando.
-¡Sam!- Marcus parece indignado lo que siendo sinceros me importa un
bledo.
-¿Era el cadáver nena?- Noah parece ser el más comedido. Él sabe cómo
tratarme después de uno de los grandes sustos. Como me lo pregunta
educadamente le respondo en los mismos términos.
-Natalie me lo ha contado todo. Me ha dicho que ha sido memorable.-
Decido ahorrarme lo de “no ha estado mal”.
-Me alegro pero ahora no hablamos de eso. Marcus, el escritor y yo
hemos decidido hacer turnos hasta que sepamos lo que está pasando.
Vamos a tenerte vigilada en todo momento.
-Dijisteis que lo habíais matado. Dijisteis que ya no volvería.
-Lo sé Samy, y te prometo que no dejaremos que te haga daño, sea lo que
sea lo que está sucediendo no permitiremos que te siga atormentando,
vamos a solucionarlo. -Me retuerzo un poco más. Aún a riesgo de caerme
del regazo de mi escritor quiero mirar su cara.
-¿Tú que opinas?
-Opino que no voy a correr riesgos. No es necesario hacer turnos, Sam se
viene conmigo, yo puedo vigilarla todo el tiempo.
-¿Contigo? ¿A tu casa? Ni siquiera sabemos quién coño eres, no vamos a
dejar que te la lleves.
-Lo que está claro es que con vosotros no está segura. No dejáis de
mentirle y de hacer que corra riesgos. Yo tampoco os conozco y menos a
este hermano que viene en plan salvador y deja más dudas que respuestas.
No confío en ti, no te quiero cerca de ella. Y no voy a dejarla sola con
ninguno de los dos- estoy por levantarme y aplaudir, está claro que eso
que me sirvió Marcus antes del café era demasiado fuerte. Las escenas no
dejan de dar vueltas, me siento mareada, como si toda mi sangre huyera de
mi cabeza. Puede ser una reacción tardía, la adrenalina abandonando el
barco. Me siento muy cansada. Y confundida. Lo único que sé seguro es
que no quiero quedarme a solas con Marcus, quiero irme con Jack, y no
sólo porque me guste estar en sus brazos, quiero irme con él porque es el
único en el que confío de verdad.
Al final terminé en casa del escritor. Estoy en su cama, ya no tengo
dudas de que la bebida que Marcus me dio no era simple licor. O el susto
fue más grande de lo que pensé en un principio. Estoy tan ida que no tengo
fuerzas ni para preocuparme. Luego, me digo, pensaré en Marcus, en el
callejón, luego, pensaré que estoy entre las sábanas de Jack, que estoy en
su cama. Pero primero a dormir.
Me costó dormirme porque no dejaba de vigilar la posición de Jack,
temía que dejara el apartamento mientras yo estaba inconsciente, lo único
que podía convencerme de cerrar los ojos era su presencia, si él se iba, el
monstruo volvería.
Jack se dio cuenta de mi inquietud así que cogió un libro y se sentó en
un butacón que colocó cerca de la cama. “No me voy a ningún lado” me
dijo y ahora le miro mientras mis ojos se cierran. No va a irse, pienso, y
me dejo llevar. Justo antes de perderme en el sueño por la rendija de los
ojos veo su mirada fija en mí y no en el libro.

Me despierta un olor delicioso, el olor de la grasa friéndose, azúcar y


café. Instintivamente sé donde estoy. Su cama, su olor, es imposible
confundirse. Me incorporo y escruto a través de los libros de la estantería
que sirve como separador de ambientes. Está en la cocina, moviéndose al
compás del chisporroteo del bacon. Nunca pensé en él cocinando,
normalmente me lo imagino haciendo cosas que se realizan desnudo. Pero
creo que debe estar muy sexy con una espumadera en la mano así que me
levanto deprisa para no perderme nada. Imagino que estoy despeinada y
con la cara enrojecida pero me preocupa más su aspecto, que el mío.
Llevo una de sus camisetas, que consiguió embutirme después de que
yo casi llegara al éxtasis porque me ayudó a sacarme los pantalones.
Quién me iba a decir a mí cuando salí esta tarde de casa que iba a terminar
aquí.
La luz del sol aún es luminosa así que imagino que no he dormido más
de un par de horas. Él observa mi llegada en silencio. Debe resultarle aún
más difícil ser comunicativo en su propio ambiente. No le agobio con mi
cháchara intrascendente, ya me desahogaré con Natalie. El pensamiento de
mi compañera me hace levantarme de golpe.
Tengo que avisar a Natalie de donde estoy, no quiero que se preocupe
si no voy a pasar la noche, o que piense que estoy con Noah. Llamadme
optimista pero el escritor tendrá que sacarme de aquí con unas tenazas
gigantes, o con indiferencia, lo que tenga más a mano.
Veo mi bolso sobre una silla, cerca de la cama. Mi ropa está
perfectamente doblada debajo, pienso en ponerme los pantalones pero
¿para qué ponérselo más difícil? Compruebo el móvil. Un mensaje de
Noah preguntándome cómo estoy y un mensaje de Nat diciéndome que
Noah la avisó y que la llame en cuanto pueda para contarle todo. Yo sé a
que “todo” se refiere, y por ahora no hay nada que contar.
El mensaje de Nat aparece como enviado a las once. Pero es
imposible, aún es de día.
-¿Cuánto tiempo he dormido?
-Casi veinte horas.
-Oh.- No es que no se haya puesto el sol, es que ya ha salido.
-¿Tú has dormido?
-Dormí en el sofá.
-Lo siento.
-No lo sientas. Es muy cómodo- parece cómodo, pero la cama es enorme
y él podría haberse hecho un hueco. Hablando de decir mucho con pocas
palabras.
-Huele muy bien- sonríe, Jack Blackstone está sonriéndome, y yo me
derrito en un charco de hormonas. De repente, como un destello, recuerdo
nuestra conversación telefónica, sus palabras, mis dedos obedeciendo sus
órdenes. Su respiración acelerada, mi olor...
-Ven, coge un plato.
-¿Puedo usar el baño primero?
-Claro- me mira y lo que pienso debe reflejarse en mi cara porque se
endereza preocupado- ¿te encuentras mal?- y me examina buscando
síntomas de enfermedad. Corro al baño antes de que descubra lo que me
pasa realmente.
Cierro la puerta con llave aunque estoy segura de que no va a intentar
entrar. Sopeso las ventajas de una ducha, después de todo si se acerca no
quiero oler mal, así que me lavo rápidamente y uso su gel, que huele a
hierba fresca y a madera. También uso su cepillo de dientes, en una
invasión impúdica de su intimidad, pero tampoco puedo arriesgarme a
tener mal aliento. Él podría besarme, o yo podría besarle. Me quito
totalmente el maquillaje porque no voy a salir a por mi bolso. Si aparezco
maquillada para desayunar probablemente mi sutileza anterior caiga en
saco roto.
Vuelvo a ponerme su camiseta, porque sinceramente, me encanta saber
que él la llevó en algún momento, que rozó su piel y ahora roza mis
pechos, mi vientre. Además es fácil de quitar.
Vuelvo a la cocina he intento parecer natural. El escritor no aparta sus
ojos de mí. Me recorre de arriba a abajo y luego casi tira el azucarero
cuando va a acercármelo. Bien.
En la encimera hay tortitas Bacon, huevos y tostadas. También hay
zumo de naranja y café. Bebo un buen trago de zumo, al haber pasado
tantas horas durmiendo mi cuerpo se siente extraño, el olor de la comida
me da hambre pero al mismo tiempo tengo el estómago cerrado. Me sirvo
una tortita que corono con un par de lonchas de bacon. Como despacio y
pronto mi cuerpo empieza a pedir más. No sólo porque está hambriento,
también porque todo está delicioso. Jack me sirve café y cuando ya llevo
más de media tortita por fin doy un sorbo. Está muy negro y huele
delicioso.
Jack sólo me mira comer, apoyado en la encimera, con una taza en las
manos. Podría sentirme incómoda pero no me ocurre con él. Me sirvo
otra vez y saboreo cada bocada. Ninguno de los dos dice nada.
Dejo de comer antes de estar llena porque sé que mi estómago
terminará protestando.
-Yo friego.
-No tienes que molestarte.
-No es molestia. Estaba delicioso.- Jack se interpone en mi camino hacia el
fregadero y no parece dispuesto a moverse. Hago malabares y consigo
pasar al otro lado sin que mi cuerpo roce el suyo, no demasiado al menos.
Dejo los platos y sus brazos me rodean. Eso es lo que llevo esperando
toda la vida. Me da la vuelta y me aprieta contra el fregadero. Me levanta
la barbilla.
-¿Cómo estás?
-Muy bien ¿y tú?
-Sam- parece frustrado pero antes de que pueda saber el motivo de su
cabreo baja la cabeza y devora mi boca. Literalmente, ahora sé porqué no
desayunó, quería comerme a mí. Me aferro a él y me coloco de puntillas.
Y eso que me ayer me puse los tacones por él, ahora estoy descalza y me
siento diminuta. Él lo soluciona subiéndome a la encimera. Nuestros
cuerpos están completamente pegados. Cada trocito que puede estar en
contacto con él, lo está.
Está saqueando mi boca. Nunca me han besado de esa manera. Nunca
creí que vería a Blackstone perdiendo el control.
-Sam maldita seas, voy a tener que atarte a mi cama para tenerte
controlada.
-Vale- no me molesta para nada la idea de que él me ate, nunca he jugado a
eso, pero con Blackstone todo suena sexy.
Jack introduce una mano por dentro de la camiseta, el calor de su mano
en mi piel me hace arquearme, acaricia mi costado, mi vientre, mis
caderas, es como si quisiera hacerse un mapa mental antes de sumergirse
en mi cuerpo.
Me saca el único trozo de tela que se interpone entre nosotros. Sólo
quedan unas ridículas braguitas que no ofrecen ninguna resistencia, ya se
han rendido, húmedas de humillación.
Se queda mirándome un buen rato. Me siento incómoda. Él parece
embelesado con mi cuerpo y yo jamás he sido una persona de complejos,
sobre todo después de Cam, si puedes estar desnuda delante de un
fotógrafo que ha tenido a las mujeres más bellas, en las poses más
sensuales para él, entonces puedes estar desnuda delante del hombre que te
gusta. Pero Jack es más que eso, es más que gustar, y temo que mi cuerpo
no sea lo suficientemente bueno para hacerlo plegarse a mi voluntad, temo
que no caiga de rodillas, embrujado, como me ha sucedido a mí con él.
Pasa una mano por entre mis pechos, acaricia mi clavícula, parece
haber olvidado que hay carne de cuello para arriba, sus ojos no se
despegan de mi torso y todos sus recovecos.
La posición en la que estoy no es muy cómoda, estoy a un desliz de
caerme en el fregadero, él no parece consciente de eso y yo temo
moverme, no quiero romper el hechizo. Se inclina sobre mí y besa mi
pecho, justo al lado del pezón, un beso suave, reverente, como si fuese una
mejilla.
La pasión se ha apagado de repente, es suave, delicado, y estoy a punto
de interrumpirle hasta que veo que sus manos tiemblan, la mano que se
acerca a mi piel se muestra tímida, encoge los dedos, alargando el
momento del contacto, y cuando al fin lo hace, cuando al fin me toca, su
expresión es de admiración. No creo que encuentre fallos en mi cuerpo, o
no creo que esos fallos le importen.
Baja su cabeza oscura y se mete mi pezón en la boca, debe haber
olvidado por completo que tengo dos, pero no me importa. Su boca está
caliente y húmeda. Se aferra a mi carne, chupa con delicadeza, poco a
poco aumentando la presión, cuando siento un mordisco chillo y me
estremezco. Sus ojos conectan con los míos, creo que se ha sorprendido
de que haya una cabeza prendida a ese cuerpo. No deja de mirarme
mientras me saborea.
Estoy tan centrada en sus ojos y en lo que le hace su boca a mis nervios
que no soy consciente de que su otra mano se ha adentrado en terrenos
más pantanosos. No hasta que siento el roce de sus yemas contra mis
braguitas, salto y corcoveo pero el me mantiene anclada. Aparta la tela
inservible a un lado y acaricia muy suavemente mis labios, sus párpados
bajan y aunque sus dientes siguen aferrados a mi pecho parece totalmente
concentrado en lo que descubren sus dedos, mi carne hinchada, la
humedad, en ningún momento entra, acaricia alrededor de mi centro,
tentándome, haciéndome enloquecer.
Me aferro a sus cabellos y le aliento, no sé qué palabras uso pero no
deben ser las correctas porque me ignora completamente. Baja un poco
más la cabeza para jugar con mi ombligo, lo rodea con su lengua y luego
sopla aire frío, el contraste de temperaturas es provocador.
Su boca va simulando un camino de pequeños mordiscos hacia la unión
de mis piernas, esa suave carne se ablanda aún más con sus atenciones, el
interior de mis muslos recibe la caricia de su barba dura y cruel y, entre
mis piernas, sigue la tortura, su pulgar rodea mis labios, humedeciéndose,
tentándome, provocándome. Cuando creo que voy a volverme loca y me
preparo para crear una cárcel de piernas alrededor de su cabeza se
incorpora. Se separa de mí al menos medio metro. Estoy al filo del
asesinato, si piensa detenerse otra vez este precioso suelo de madera se
verá inundado con su sangre.
Sabe lo que estoy pensando, sonríe satisfecho mientras yo intento
incorporarme sobre mis inestables manos. Se lleva el pulgar a la boca, y
muy lentamente, para que yo sea consciente de cada movimiento, lo lame.
Mi clítoris palpita, celoso. Uno a uno va saboreando los dedos con los que
me acarició. Intento controlar la respiración, no quiero jadear, no quiero
darle esa satisfacción, pero él se ríe el muy cabrón.
-Te dije que la próxima vez que te viese te devoraría.
-Pues hazlo- él se acerca pero yo lo aferro por la camisa antes de que
pueda hacer nada más, me sumerjo en su boca buscando mi sabor. Es
embriagador, nuestros dos aromas juntos. Me deja dominar el beso,
incluso me permite que le desabroche la camisa, pero cuando intento
alcanzar sus pantalones se aleja, apenas lo suficiente para que me retuerza
de impaciencia.
-Aún no- eso significa que más tarde sí. Me doy por satisfecha. Me recreo
en el beso y acaricio su piel desnuda. Quiero verle, pero no quiero dejar
de besarle. Lucho conmigo misma buscando prioridades pero él lo
resuelve cogiéndome en brazos y llevándome a la cama. Como me niega
su boca me centro en su barbilla, en su cuello, su olor es el afrodisíaco
más potente del mundo, podría vivir con la cabeza enterrada en su
hombro.
Me deja en la cama con delicadez, me quita las braguitas y me
contempla desde las alturas, como un rey contempla sus posesiones. Se
sienta en la cama, como un familiar se sienta en la cama de un enfermo, le
quiero sobre mí, pero sé que cuanto más insista más me hará sufrir.
Vuelve a deslizar sus manos por mi piel. Aprieta un poco mis senos
como considerando su consistencia, baja hasta mis piernas que, por
desgracia, no son muy largas. Da un rodeo por mis rodillas, acariciando
el hueco tras ellas, abriéndolas para deleitarse con lo que se esconde entre
mis muslos.
Me mira tan intensamente justo ahí que empiezo a sonrojarme, lo sé
porque hasta mi torso está de un coqueto color rosa.
-Si eres buena, no te ataré.
-¿Por qué no?- ¿he sonado decepcionada? Creo que he sonado
decepcionada.
Se muerde el labio divertido y yo siento un pequeño orgasmo recorrer
mi cuerpo.
-Esta vez mando yo.
-Vale- sé que no debería cederle el control tan fácilmente, pero ha dicho
esta vez. Eso significa que habrá más. Eso significa que Papá Noel existe.
Coge una de mis manos y la guía despacio entre mis piernas sin dejar
de mirarme a la cara. Espera mi reacción. Me muerdo el labio y esbozo
una sonrisa que espero que sea coqueta. Él se fija en mi boca y hace un
pequeño mohín, como si estuviese celoso.
-Tócate. Quiero verte.
Extiendo el dedo central, espero que no capte el doble sentido y me
acaricio. Voy directa al clítoris, no quiero desperdiciar la oportunidad. Él
me mira a los ojos hasta que el meneo de mis caderas concentra su
atención en el escenario principal. Yo no dejo de contemplar sus
expresiones, tiene las mejillas tensas, la mandíbula cerrada firmemente.
No sé si está excitado o cabreado.
Alzo un poco mis caderas, invitándolo a participar. Él lleva su mano
hacia la mía, pero no se detiene, introduce un dedo cuidadosamente dentro
de mí. Detengo mis movimientos, expectante.
-No pares.- mis gemidos son música para sus oídos, cada vez que me oye
rendirme parece más y más excitado.
Su dedo sólo está hasta la mitad en mi interior. Comienza a hacer
círculos intentando abrirme. Ha pasado un tiempo pero estoy lista. Estoy
más que lista, estoy desesperada.
Cuanto más juega él en mi interior más presiono yo mi botón del
placer, sé exactamente como tocarme y me dirijo directa al orgasmo.
Vuelve a centrarse en mi rostro. Observando cada una de mis muecas, el
esfuerzo que hago por durar sólo un poco más.
Es muy íntimo, tener sus ojos clavados en mí mientras me retuerzo de
pasión, su mirada es tan excitante como su toque.
Estiro una pierna, ya estoy tan cerca, me alzo absorbiendo su dedo, no
falta nada, no quiero cerrar los ojos, quiero verle mientras me ve
correrme. Mete otro dedo, empiezo a sentirme invadida. Sus movimientos
se hacen más rápidos, como si él también estuviera a punto. Miro sus
pantalones, debe estar muy excitado, me muero por verlo completamente
desnudo.
Saca sus dedos de mí y agarra mi muñeca llevándola hasta la almohada.
La sujeta muy fuerte y no puedo liberarme, no me hace daño pero estoy a
punto de arañarle por la frustración. Si sólo tuviera mi mano libre. Mi otra
mano me recuerda que no es prisionera y se desliza desafiante hasta mi
entrepierna, pero no es lo suficientemente rápida. La atrapa y la sujeta con
la otra.
-Jack.
-Yo mando ¿recuerdas?- Cambio de estrategia. Me arqueo seductora y con
voz aniñada y coqueta le suplico.
-Por favor.
-Dime lo que quieres, dime qué quieres que te haga.
-Te quiero dentro de mí. Por favor, fóllame.
-Me cediste el control.
-Sí.
-No muevas las manos. Voy a soltarte, pero si te mueves me detendré.
-No me moveré.
-Bien- me suelta y me apetece desafiarle pero me quiero aún más tenerle
dentro así que, por una vez en mi vida, obedezco a un hombre sin
rechistar. Espero que valga la pena.
-Buena chica- si me habla como un perro tendré que castrarle. Pienso en
advertírselo pero justo en ese momento se coloca entre mis piernas y me
distrae. Luego. Luego me vengaré.
Sus caderas no se aprietan contra las mías, sólo nuestras bocas se
juntan, todo su cuerpo permanece alzado, apuntalado por sus brazos y sus
piernas.
Le gusta besar, se regodea con cada gemido, con cada lametazo.
-Más- suplico, y él vuelve a sonreír.
Con un elegante movimiento se desliza hasta quedar sus hombros a la
altura de mis rodillas dobladas. Sé lo que va a suceder ahora, no es
exactamente lo que esperaba pero no me quejo. Me mira desafiante, su
cara enmarcada por mis muslos, me alzo ligeramente, ofreciéndome, mis
manos aún por encima de mi cabeza.
Inhala profundamente, tal vez sea un fetichista del sexo oral, parece
tener obsesión con los sabores. No llego a decidir si eso es bueno o malo.
Comienza como hizo en mis pechos, con suaves besos inocentes, un
poco lejos del lugar en que lo necesito. Veo su cabeza moverse y adelanto
donde va a ser el siguiente contacto, pero nunca sé si será un suave
mordisco, un lametazo o si chupará mi carne hasta dejarme marcada.
Tiene un amplio catálogo.
Aprieto puñados de almohada con mis manos para no dejarme llevar y
empujar su cabeza al lugar exacto. Tarda una eternidad pero al fin lo
encuentra. Inicia su ritual de besos suaves sobre mi clítoris, lo chupa un
poco y luego sopla sobre él, más besos, chupar y morder. Yo, mientras,
me entretengo gritando. Juguetea con él como si fuese lo más delicioso
del mundo, como si estas horas fuesen las más valiosas.
Uno de sus dedos vacila en mi entrada, la rodea provocador, se
introduce apenas unos centímetros para luego volver a salir. Yo maldigo
como un marinero pero él parece estar disfrutándolo. Cuando al fin mete
dos dedos en mí estoy a punto de entrar en combustión, tantea con ellos,
como queriendo ubicarse en la oscuridad. Su boca no me abandona. Lame
mis labios inferiores pero enseguida vuelve al lugar donde más le
necesito.
Sus dedos comienzan a entrar y salir, al ritmo que marcan mis jadeos.
Mis caderas les siguen. Mis manos se han rebelado y se introducen entre
los mechones de su pelo. Empujo su cabeza firmemente, ahora es él el que
está atrapado.
-No pares, no pares- otro dedo se une y ya no puedo pensar, es demasiado.
Me estremezco sin control una y otra vez, grito, protesto y araño.
Cada orgasmo que tengo con él es más intenso que el anterior. Sé que
voy a morir en sus brazos y estoy deseándolo.
Cuando finalmente mi cuerpo se derrumba exhausto él da un par de
besos de recompensa a mi vagina y se alza, todo lo enorme que es, para
mofarse de mí con su satisfacción. Esta vez, cuando su boca me invade,
recibo mi propio sabor como agua fresca.
El letargo postcoital no dura mucho, Jack salta de la cama antes de que
mi respiración se normalice. Se abrocha la camisa mientras yo le observo
confusa.
-¿Jack?
-Es mejor que descanses.
-No estoy cansada. He dormido casi un día entero- me da la espalda y se
dirige a la cocina, oigo el tintineo de unas llaves. Me levanto de la cama
apresurada y le veo calzarse unas botas viejas.
-Tengo que salir un momento. La casa es tuya, puedes mirar la tele, hay
comida en la nevera y dinero en el primer cajón bajo la tele.
-Jack espera- me cubro con la sábana que arrastraba detrás de mí,
deseando volverme invisible- no tienes que irte, me voy yo.
-No vas a ir a ninguna parte, tienes que estar aquí hasta que tu hermano
resuelva el lío en el que te metió.
-No voy a echarte de tu casa.
-No me echas, tengo que comprar kepchup.
-Ya, si sales por esa puerta me largo. No sé qué demonios te ocurre pero
no voy a quedarme aquí mientras tú huyes de mí como si fuera una
maldita acosadora.- Jack parece darse cuenta de que hablo totalmente en
serio, se pasa la mano por el pelo y le habla a la mesita de café.
-Sam, te lo suplico, quédate aquí hasta que sepamos que estás segura.
Volveré enseguida, sólo necesito despejarme un momento.
-No.
-¡Joder Sam!- grita y golpea la puerta con el puño. Me sobresalto, más por
el asombro que por miedo. No es que no tenga de esto último, pero es
extraño verle perder el control. Es imposible razonar con él en este
momento, está deseando perderme de vista. Así que me toca a mí ser la
lógica.
-Está bien, te esperaré.
-¿No te irás de aquí?- pregunta como si no se fiase de mis palabras.
-No.
-Sam lo de atarte no era una simple amenaza. Lo haré si es lo único que
consigue que me obedezcas.
-No me iré, te lo prometo. Aunque tendrás que volver pronto porque tengo
que ir a casa a cambiarme para mi turno en el pub.
-No trabajarás en el pub hasta que el asunto del cuerpo esté resuelto.
-¿A no?- rechino los dientes. Espero que algún día valore la enorme
tolerancia que estoy teniendo con su estúpida actitud.
-Tu amiga te sustituirá, Noah lo ha arreglado.
-Vaya, gracias por avisar.
-Acabo de hacerlo. ¿Qué demonios creías que significaba que te quedarías
aquí hasta que estuviese todo resuelto?- como empieza a gritarme decido
que es el momento de que se vaya.
-¿No tenías que salir a despejarte?- me examina inquisitivo, creo que
quiere averiguar si voy a cumplir mi promesa. Pongo mi mejor cara de
fémina obediente. No se lo traga, por supuesto, pero parece dispuesto a
arriesgarse.
-Volveré enseguida.
-Sí querido.
Desde el otro lado de la puerta puedo oír su gruñido furioso y una
palabrota tan imaginativa que decido añadirla a mi repertorio.

He fregado los platos, he hecho la cama, con las sábanas que ya tenía
porque no quería ponerme a fisgar en los armarios, bueno, sí quería, y
precisamente por eso no lo hice. Me di una ducha y me puse una de sus
camisas, una blanca, siempre me pareció que quedaban muy sexis en las
mujeres. Había planeado irme en cuanto encontrara mi ropa que, no sé
como, había desapar ecido de la silla, pero la imagen de Jack
encontrándome y arrástrándome a la cama para atarme me disuadió, y me
calentó un poco.
Así que aquí estoy, cambiando de canal una y otra vez incapaz de
encontrar algo que me distraiga de mis ansias de sangre. Decido llamar a
Natalie, porque estoy preocupada y también para entretenerme. Su voz
suena un poco entrecortada cuando coge el teléfono.
-¿Sam? ¿Estás bien?
-Hola, sí, sólo llamaba para saber cómo iba todo por ahí. No tienes que
sustituirme en el pub si no quieres.
-No, no te preocupes, voy a tomármelo como unas prácticas antes de que
empiece el trabajo de verdad. Además me viene bien estar ocupada... Noah
me contó lo que te pasó en el callejón. ¿Cómo te encuentras?- habla en
susurros, como si temiese espantarme.
-Estoy bien, fue un susto pero la verdad no he tenido mucho tiempo para
pensar en ello. Me he pasado casi todo el día en la cama.- Natalie no
contesta durante unos segundos.- ¡Durmiendo!- añado sobresaltada.
-¿Sólo durmiendo? Qué pena. Pensé que estando con Jack Blackstone
tendrías algo más interesante que contar.
-Pues no- no sé porqué me guardo lo que sucedió, tal vez porque me
avergüenzo de haber echado al escritor de su propia casa. Tal vez porque
parece que el pobre nunca puede correr suficientemente lejos de mí.- Mira
sólo te llamaba para asegurarme de que no te sientes obligada a ir al pub,
Noah puede arreglárselas solo, además no creo que tenga que esconderme
por mucho tiempo.
-Sam es mejor que te quedes ahí. Noah está muy preocupado y dice que
Marcus está como loco. -Se ha puesto a buscar a tu... al tipo ese. Ni
siquiera ha dormido, Noah llegó hace apenas un par de horas.
-¿Llegó?- así que por eso susurraba.
-Sí- titubea- está durmiendo en casa, dice que le preocupa dejarme sola.
¿Estás bien con eso?
-¡Sí!, de verdad no te preocupes por mis sentimientos por Noah, sólo
somos amigos, de todos modos ten cuidado, Noah puede ser un poco...
-¿Despiadado?
-Yo diría más bien indiferente pero sí, puede ser despiadado.
-No me he enamorado de él si es lo que te preocupa.
-Sólo me preocupa que nuestra amistad se resienta. No puedo ponerme del
lado de ninguno de los dos. Pero no quiero que sufras.
-Lo sé. Nunca te obligaría a tomar partido. Sé donde me meto- la línea
queda en silencio durante unos segundos.
-Vale, voy a colgar. Natalie... te quiero.
-Yo también te quiero Sam. Y no te preocupes, Noah y Marcus se ocuparán
de lo que sea que está ocurriendo. Tú sólo mantente a salvo.
-Lo haré.
Al saber que Natalie tiene a Noah vigilándola me siento aliviada, no es
que crea que no puede cuidarse sola, pero yo sé lo que es cuando alguien
más grande que tú, más cruel, te atrapa para hacerte daño. Nunca me lo
perdonaría si le ocurriese algo.
Así que tendré que quedarme. Observo todo a mi alrededor. Las
paredes grises, un par de columnas bastas. La cocina parece nueva, es de
aluminio y moderna. Pero el salón y la habitación tienen muebles pesados
de madera oscura. Es bastante espartano pero acogedor, pocos muebles,
una tele y un millón de libros. Tiene un moderno ordenador, aunque yo
siempre me lo imaginé con una máquina de escribir antigua.
Todos los libros son de misterio y asesinatos, alguno de terror. Tendré
que presentarle la estantería de Nat para que descubra unos cuantos
géneros más. Cojo uno de los de Jack. Lo abro más o menos por la mitad.
No me interesa la historia, que ya me conozco al dedillo, quiero las
palabras. Quiero sus misterios y secretos. Tal vez guarde aquí su
intimidad, tal vez hay algo que se me escapó en anteriores lecturas.
Aunque no lo he planeado, su forma de escribir me arrastra y termino
totalmente sumergida en la historia.

Horas más tarde el ruido de las llaves arañando la puerta me saca de mi


trance. Ha debido de ir a recolectar los tomates para el kepchup porque ya
está anocheciendo. Al entrar lo primero que hace es revisar toda la
habitación hasta que da conmigo. Parece aliviado al ver que sigo ahí, eso
me confunde, tal vez sólo se sentiría culpable si yo no estuviera segura,
porque no tiene lógica que me busque y me rehuya al mismo tiempo.
-He traído la cena- levanta las bolsas demostrándome la veracidad de su
información, yo sólo asiento.
Colocamos platos y cubiertos sobre la encimera. También trae
cervezas aunque yo prefiero el vino. Saca un botella de tinto y me
pregunto si hay algo de mí que no sepa. Comemos en silencio durante
unos minutos, sus miradas cautelosas me hacen gracia. Nunca pensé que
Jack Blackstone tendría miedo de un enfrentamiento.
Es comida india, es muy especiada y está sabrosa, por eso lamento no
ser capaz de disfrutarla. Debería preguntarle a Natalie cuantos rechazos es
capaz de soportar una mujer antes de morir de un ataque agudo de
humillación.
-Tenemos que hablar- eso me hace reír.
-¿Vas a romper conmigo?- me lanza una mirada furibunda.
-Te debo algunas explicaciones.
-Nooo- exagero- ¿Tú crees?- a él no parece agradarle mi sofisticado
sentido del humor y eso sólo refuerza mi conducta pasivo-agresiva.
-Sam, tengo algo que contarte y no es fácil- deja de comer y mueve las
manos nervioso, veo que tiene manchas negras e instintivamente acerco
una servilleta para limpiarle.- No te preocupes es tinta, no saldrá.
-¿Tinta?
-He estado en casa de Erin, me he manchado con su tintero.
-Entiendo- suspira frustrado.
-No, no entiendes nada, crees que sí, haces suposiciones que sólo nos
dejan mal a los dos porque no lo entiendes. Y es culpa mía. Debí ser
sincero contigo desde el principio.
-Y lo fuiste, me dijiste desde el principio que no podía suceder nada entre
nosotros.
-Pero no te dije el porqué.
-No tienes que hacerlo, no tienes que justificarte ni darme explicaciones,
simplemente, no debemos volver a acercarnos, físicamente digo, es
demasiado duro... cuando te alejas.- Coge mi barbilla entre sus dedos y
rezo por no tener una mancha de tinta imborrable en la cara. Me
recordaría constantemente a esa mocosa insoportable a la que no debería
odiar como lo hago.
-Sam no puedo mantenerme lejos de ti, pero es justo que sepas porqué lo
intento.
-Está bien, si insistes.- se queda unos segundos intentando encontrar las
palabras.- ¿Eres un experimento?
-¿Cómo?
-Ya sabes, una creación, de un científico loco, cuya única función es
volver locas a las mujeres- me contempla con una extraña expresión, creo
que lo he sorprendido.
-¿De dónde has sacado eso?
-Tenemos una lista.
-¿Tenemos?
-Natalie y yo.
-Joder ¿Natalie sabe...?
-Sabe que hay algo sin acabar pero tampoco somos muy explícitas con
esos temas.
-Algo sin acabar- su voz suena estrangulada.
-No te preocupes, no se lo dirá a Noah- susurro conspirativa.
-Me da igual a quien se lo diga, lo único que me importa es que tú sepas la
verdad.
-Pues dímelo. Aunque no creo que eso vaya a cambiar nada.
-Lo cambiará todo.
-¿A si? ¿ yo seguiré deseándote y tú seguirás rehuyéndome?
-Yo también te deseo.
-Entonces demuéstramelo.

Tengo la boca seca y estoy preparada para cualquier tipo de confesión,
Jack abre la boca y de ella sale un horrible y agudo tintineo que no tiene
ninguna lógica para mí. No entiendo lo que quiere decirme. Tardo más de
lo que jamás reconocería en darme cuenta de que es el móvil y no la
garganta del escritor lo que produce esos sonidos.
Lo miro confusa, no sé si cogerlo pero Jack me apremia con una
mirada, tiene razón, cualquier información que venga del exterior es
seguramente más urgente que mis problemas sexuales.
Es Noah.
-¿Sí?-
-Sam ¿cómo estás?- no creo que quiera saber la verdad.
-Estoy bien. ¿Sabes algo de Marcus?-
-Le he visto una vez, está buscando por las calles, no se nos ocurre ningún
otro lugar. Volvimos al muro, de día, para asegurarnos de que no nos
habíamos equivocado. Pero no había nada.
-Claro que no, yo lo vi en el callejón.
-Sí, hablando de eso, ¿estás sola?
-Jack está aquí- digo y compruebo que su mirada no se aparta de mí en
ningún momento.
-Bien, cuéntame lo que viste en el callejón. Todo. Cualquier detalle puede
ser importante.
-¿Ahora?
-Sí, es mejor que sepamos a qué nos enfrentamos cuanto antes- me levanto
sin darme cuenta y me dirijo al sofá. Es un sofá gris, maltratado, me
hundo en él y parece rodearme protector. Me gustaría que el escritor me
abrazase así.
-Salí antes para ir al pub.
-¿Por qué? ¿Por qué saliste antes?
-Quería hablar contigo. De lo de Natalie- silencio.
-Entiendo- titubea- ¿Estás bien con eso? ¿Con Natalie y conmigo?
-Sí, por supuesto- no quiero mirar ahora al escritor, esta conversación va
a terminar desvelando más de lo que yo querría que él supiese.
-Bien, sigamos. ¿Por qué te metiste en el callejón?
-Mientras caminaba oí algo raspando las paredes, como tela contra piedra
o algo así. Me parecía que venía de detrás de mí y me asustó. Me sentí
como cuando sabía que estaba vivo. Como si sintiese algo a mi espalda,
sentía que me perseguían.
-Y decidiste esconderte en el callejón.
-No, me detuve un momento, esperando a que el sonido llegase a mí- el
escritor se levanta del taburete, comienza a guardar las sobras pero creo
que en realidad sólo quiere hacer cosas, moverse, creo que la historia no
le está gustando.- Entonces no escuché nada, todo estaba en silencio, así
que seguí caminando, y en el callejón más cercano se produjo un
estrépito, como si algo se cayese. Así que fui a mirar- en la cocina se cae
una lata de cerveza, vacía por el sonido que hace, pero no puedo ver qué
ha pasado porque Noah le está gritando a mi asustado oído.
-¿Te metiste sola en un callejón en el que oíste un ruido? ¿con todo lo que
está pasando? ¿no creíste que podría ser una trampa, que podría haber
alguien intentando hacerte daño?
-Por supuesto que pensé todo eso,- digo fríamente y consiguiendo que
Noah se calle con, espero percibir, una pizca de cautela por la cualidad
gélida de mi voz- por eso mismo entré. Fuese lo que fuese tenía que
asegurarme. No voy a seguir yendo por la vida escondiéndome de los
callejones y de las sombras, temiendo cada ruido o movimiento. La
próxima vez que quiera asustarme va a tener que hacerlo cara a cara. Ya
no voy a seguir jugando a su juego, ya no voy a seguir corriendo- en la
cocina los platos caen bruscamente sobre el fregadero. Me aparto el
teléfono de la oreja y grito.- Creo que es mejor que limpie yo- el escritor
no contesta, sólo me dirige una mirada asesina. Está tan mono cuando se
enfada.
-Sam- la voz de Noah me arranca de mi distracción- sigue contándomelo-
sé que aplaza la bronca que cree tener derecho a echarme porque quiere
saber todos los detalles. No me importa, no aceptaré discursos
paternalistas de ninguno de ellos. Ninguno sabe lo que es vivir siempre
corriendo, temiendo que en cualquier momento te atrapen. Que les den a
ellos y a su instinto de macho protector.
-En el callejón había mucha basura. Cajas apiladas, se parecía a tu
almacén- añado con sorna pero Noah no responde a mi pulla.- Creí que
algún gato habría tirado una caja, o que se habrían caído por estar mal
apiladas, no lo sé. Apenas tuve tiempo de calmarme y entonces lo vi surgir
de entre la basura- mi voz se calma, se hace más seria y suave, a mi
alrededor, tanto Jack como mi jefe, se han quedado completamente en
silencio, completamente inmóviles. No sé muy bien cómo describir lo que
vi, no sé muy bien si creer a mis ojos.- Había como una montaña de paños
y otras porquerías, la montaña comenzó a levantarse, y una cara surgió
entre la tela.
-¿Estás segura de... de que era él?
-¿Cuantos cadáveres perdidos crees que me persiguen?- La voz de Noah
suena muy baja, tensa.
-Nena, es imposible. Yo... joder yo le vi morir, delante de mis ojos, yo le
enterré. No digo que no te crea es sólo que... no sé qué coño está pasando.
-Y yo que creía que mi historia era común.
-Vale, escucha, quédate con el escritor hasta que Marcus y yo averigüemos
algo, no es una sugerencia Sam, no quiero que salgas por ahí tú sola. No
iremos a verte para no llevarle hasta ti, de todos modos no podemos estar
seguros de que no sepa dónde estás, no podemos estar seguros de nada.
¿Te quedarás ahí? -
-Sí- intentaría bromear pero está claro que han perdido todo el sentido del
humor. De todos modos, yo tampoco tengo ya demasiadas ganas de
tomármelo a broma.
-¿Puedes pasarme con el escritor?
-¿Por qué?
-¿Puedes hacer algo sin preguntar por qué? ¿Hacer una jodida cosa sin
cuestionarme?
-¡No me grites!
-¡No estoy gritando! Sólo quiero hablar con Balckstone si la señorita no
tiene inconveniente- me levanto del sofá y le paso el móvil a Jack que ya
está esperando a mi lado. Tiene algo de adivino que me pone los pelos de
punta. Alza las cejas burlándose de mí, pero cuando contesta su tono es
seco. Parecen gruñidos más que palabras.
-¿Qué?- Le observo fijamente intentando adivinar qué le está diciendo
pero sólo asiente varias veces, y contesta con monosílabos.- Sé cómo
cuidar a mi mujer- espera ¿le ha dicho eso? ¿o ha sido mi imaginación
calenturienta? Después de un par de respuestas cortantes más cuelga. Nos
quedamos los dos de pie, me pasa el móvil y sé, sin necesidad de decir
nada, que no vamos a terminar la conversación que Noah interrumpió.
-Deberías descansar- siendo escritor Jack debería saber que repetirse
demasiado es aburrido.
-No estoy cansada.
-Sam lo que te está ocurriendo tiene que ser traumático. No entiendo cómo
puedes permanecer tan tranquila, cualquier otro en tu lugar estaría en un
permanente estado de histeria.
-Vamos, esta historia es oro en lo que a ti respecta- me sujeta por el codo
cuando intento sortearlo para ir... a cualquier lugar donde su mirada no me
haga tanto daño.
-La ficción Sam, lo mío es la ficción, jamás querría que pasaras por algo
así por una historia. Yo... te quiero protegida y a salvo. Quiero que tengas
una vida normal, sin miedo ni...- traga saliva y una expresión testaruda se
instala en su cara, puedo verla extendiendo la toalla, clavando la
sombrilla. Maldito sea el sentido de la oportunidad de Noah.
-Ya te lo he dicho, una vida normal, una relación normal, me resultaría
aburrida.
-Vamos a ver la televisión.
-Vale, pero como estoy tan traumatizada ¿no te importará dejarme el
mando verdad?- no sé si lo he imaginado porque se vuelve muy deprisa,
pero me parece que incluso su espalda sonríe. Parece que han pasado
siglos desde la última vez que le vi sonreír. Qué mas dá los secretos que
me oculte, mientras siga permitiéndome verle sonreír.

Horas más tarde he conseguido hacerme un hueco en el pecho del


escritor. Ha sido difícil, al principio estaba tan tenso que temía acercarme.
Era como intentar acercarse a un animal salvaje, constantemente al
acecho, pero dejé que se acostumbrase a mi olor. Le di a conocer mi tacto
y finalmente fui subiendo por sus caderas hasta acabar recostada sobre él.
Uno de sus brazos me rodeó para impedir que me deslizara por la
pendiente de su cuerpo, y nuestra piernas terminaron enredándose por
propia voluntad.
No protestó ante mis delicados movimientos de asalto pero cuando mi
boca se acercó tentativa a la abertura de su camisa volvió a ponerse tenso.
-Sam, no vamos a... mira la película.
-Ni siquiera sé de qué va.
-Tú la escogiste.
-¿Quieres tú el mando?- pregunto apretando la unión de mis muslos
contra su cadera.
-No- por su tono parece que sufre.- Quédatelo.
-¡Qué generoso!- no me gusta que esté tenso y había decidido que no sería
una acosadora nunca más así que retrocedo un poco, sólo lo suficiente
para que ambos estemos cómodos conmigo en sus brazos.- Sólo quiero
que me abraces, me cuesta dormir desde... ya sabes- me aprieta más fuerte
contra él, intentando espantar mis pesadillas y me relamo de gusto.
Permanecemos así un buen rato, sinceramente ahora no quiero nada más.
Aún me dura la resaca del orgasmo que me proporcionó por la mañana y
temo que salte espantado si intento meter mi mano en sus pantalones.
En la pantalla de su enorme televisor un hombre intenta saltar a un
camión desde un coche en marcha. Sé qué película es y, si hubiese querido
de verdad ver la tele jamás la habría puesto, pero quería mantenerlo
entretenido mientras invadía su espacio personal. Intento tragarme mis
comentarios mordaces pero cuando el protagonista, un abogado de
mediana edad, recibe un balazo sin apenas inmutarse ya no puedo seguir
callada.
-Esta película es estúpida.
-Tú la escogiste- su voz suena somnolienta y hace que toda mi piel se
erice de placer.
-Porque pensé que te gustaría.
-Y querías tenerme distraído mientras llevabas a cabo tu siniestro plan.
-Vaya, así que no eres sólo una cara bonita.
-Si no te gusta cambia de canal.
-No, quiero burlarme de ella.
-Eres una chica malvada.
-No tiene ningún sentido. ¿Por qué siguen haciendo películas en las que
hombres totalmente normales, sin nignuna habilidad especial, ni
entrenamiento previo tienen que salvar a su mujer o a su hija de una gran
organización criminal que puede llevar a cabo cualquier cosa excepto
conseguir lo que, el protagonista, sin recursos ni planificación sí puede?
-Son películas para hombres, nos gusta sentirnos como héroes.
-¿A ti te gustan estas películas?
-Hablan de superación. ¿Por qué te gustan a ti películas en las que una
chica no muy guapa consigue el amor de algún gilipollas sin
personalidad?
-¿Quién te ha dicho que me gusten?
-Perdona ¿por qué le gustan a las mujeres?
-Acepto tu premisa- su risa hace temblar mi barbilla contra su pecho.
-Anda, si no me vas a dejar ver la película será mejor que vayamos a la
cama.
-¿En serio?- pregunto ilusionada, con los ojos muy abiertos
incorporándome sobre su cuerpo.
-A dormir- parece alarmado y me doy bofetadas mentales por mi exceso
de entusiasmo.
-Vale- me incorporo y me voy hacia la cama cuando me doy cuenta de que
él no se ha levantado.
-¿No vienes?
-Creo que es mejor que duerma en el sofá- su voz suena ronca, lucho
contra mi orgullo y por una vez me inclino por la sinceridad.
-No creo que pueda dormir sola- no miento, hacía tiempo que no tenía
tantas ganas de mirar debajo de la cama. Mi cerebro sigue negándose a
considerar las implicaciones de lo que vi en el callejón pero mi sistema
nervioso está a tope de trabajo. No entiendo porqué todos creen que unas
paredes me protegerán de... lo que quiera que sea mi padre ahora.
Jack se incorpora y analiza mi nivel de sinceridad. Le devuelvo la
mirada. No tengo nada que ocultarle.
-Prometo no arrancarte la ropa a mordiscos- su expresión se vuelve
intensa, sensual- prometo intentar no hacerlo- es todo lo que puedo
ofrecer, sobre todo cuando me mira así.
Apaga la tele, se levanta y viene hacia la cama, se coloca en el otro
lado, ambos nos medimos. No soy persona de respetar las promesas que
hago en voz alta, pero estoy tan aliviada de que no me deje dormir sola
que me obligo a mí misma a contenerme. Le sonrío, sé que mi sonrisa es
débil y temblorosa pero es la adecuada en este momento.
Aún llevo puesta su camisa, cuando levanto mi rodilla para auparme en la
cama toda mi pierna queda al descubierto. Él traga saliva y esa pequeña
victoria me hace sentirme mejor, saber que se niega a mí por otro motivo,
no porque no me desee, es como un bálsamo para mi orgullo herido.
Me acuesto y me tapo en un sólo movimiento, no quiero que me acuse de
tentarlo. Él duda un poco más. Cuando oigo el sonido de la cremallera de
su pantalón tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mirar. Sigo
con la vista fija en el techo. Le oigo desprenderse de la ropa, por el calor
que me transmite su cuerpo incluso a distancia puedo intuir que va a
dormir sólo en calzoncillos. Creo que eso no es justo, yo estoy intentando
ser buena.
La cama se mueve cuando se acuesta, usa sólo una sábana para taparse,
así que es de esos, de los que no necesitan calor extra. Yo tengo el pesado
edredón pegado a mi barbilla y me aferro a su borde intentando no mirar.
No mires, no mires, no mires.
-Buenas noches Sam.
-Buenas noches- estoy tan tensa que es imposible que pueda dormir. Me
resigno a pasar la noche en vela y a levantarme mañana con todos los
músculos de mi cuerpo agarrotados.
Pasan unos minutos muy largos, la respiración de Jack es casi
imperceptible, tal vez cuando se duerma pueda relajarme, o irme al sofá,
alejarme de la tentación parece lo más razonable.
-No vas a poder dormir si no te relajas- su voz rompe el silencio y me
hace dar un brinco.
-No puedo relajarme- se alza sobre mí como una ola. Su sombra oculta
por completo la luz de la luna, pero no siento aprensión, permanezco a la
expectativa. Con un solo movimiento arranca el edredón de mis manos y
las coloca por encima de mi cabeza, su otra mano se cuela entre la ropa de
cama y va directa a mi entrepierna, esta vez no hay besos suaves ni
caricias sutiles. Va directo al centro de mi placer, me frota por encima de
las braguitas y el roce áspero de la tela, combinado con la presión de sus
dedos me arrastra al fondo casi de inmediato. Jadeo y grito su nombre. Su
cara, oscura y seria sobre mí, no se pierde ninguna de mis muecas. Aspiro
aire como si me ahogara, es demasiado intenso. Cierro mis ojos huyendo
de su escrutinio y me dejo llevar. En apenas unos minutos ha conseguido
que todo mi cuerpo pase de una insoportable tensión a un feliz letargo.
Mis músculos son como arcilla húmeda, mis huesos se han derretido.
Suelta mis manos pero soy incapaz de moverlas. Mi clítoris aún palpita.
-Ahora ya puedes dormir- besa mi cuello, apenas un roce de su
respiración y sus labios húmedos, me cubre con el edredón y vuelve a su
lado de la cama.
Mi corazón va a mil pero el efecto sedante del orgasmo pronto lo
calma, bajo mis brazos, los meto debajo de las mantas y me encojo. En
apenas unos segundos las luces del mundo desaparecen para mí.

Vivo en un tobogán de emociones. Debo haber tenido un sueño


aterrador porque me despierto con un sudor frío por todo el cuerpo, con
las piernas cansadas y acalambradas y una sensación de nauseas en la
boca. Pero me giro y soy la mujer más feliz del mundo.
Jack duerme, casi destapado, su expresión relajada y con sólo un ligero
ronquido que me recuerda a las olas, desparece para volver con un ligero
murmullo una y otra vez, en un ciclo sin fin.
Me muevo muy despacio para no despertarle. Como estaba atrapada
por las mantas no he acabado sobre él. Ahora entiendo su estrategia.
Aprovecho ahora que está vulnerable para memorizar cada trozo de
piel. Me gusta su torso. Es musculoso, más grande de lo que parece
vestido, y ya entonces resulta abrumador. Tiene el vientre liso, nada de
barriga cervecera para él. Me odio por ser tan superficial pero ¿a quién no
le gusta un caramelo? Me encantaría pasar mis dedos por cada músculo de
su pecho, comprobar su resistencia y dureza. Y luego volver a hacerlo,
con la boca. Lleva sólo unos calzoncillo negros, ajustados, cubiertos a
medias por las sábanas, no me dejan adivinar qué hay debajo, pero todo es
tan impresionante en este hombre que estoy segura de que nada de lo que
haya debajo me va a decepcionar.
En su cadera izquierda tiene una cicatriz, parece profunda y antigua,
rompe la piel y recuerdo lo que me contó de su accidente a los diecisiete.
No parece tener ninguna más, pero sólo ese pequeño recuerdo de su
sufrimiento me causa dolor. Era tan joven.
Vuelvo a su cara, a pesar de que me encanta su cuerpo es su cara la que
me fascina. Unos mechones negros caen sobre su frente. Vuelve a tener
una sombra de barba que le da un aspecto decadente. No parece un hombre
de fiar, parece de esos que arrastran a inocentes jovencitas a pasiones tan
oscuras que las dejan hechas un guiñapo inservible por el resto de sus
días. Pena no ser una de ellas.
Como no puedo tocarle imagino mis dedos apartando su cabello.
Recorriendo su nariz con el índice y luego jugueteando con sus labios,
provocándole hasta que los dos supliquemos por un beso. Me imagino
sobre él, con mis caderas tentándole, dejándole atisbar el interior de su
camisa que cubre mi cuerpo. Me gustaría tener ese derecho, el derecho de
tocarle porque es mío, y yo soy suya, por primera vez en mi vida, desde
que tenía quince años, deseo, de una manera obsesiva y enfermiza, que
este hombre se enamore de mí.
Así que despierto aterrada, me dejo llevar por la lujuria, me doy de
bruces con la ternura y finalmente soy conducida a una tristeza
desgarradora. Demasiadas emociones para alguien que aún no se ha
tomado un café.
Me levanto para ir al baño pero antes de cruzar la habitación la voz del
escritor ya está controlando cada movimiento.
-¿Sam?
-Voy al baño- una cosa es estar enamorada y otra tener que compartir cada
vez que vas a hacer pis. Me siento en la taza del váter y lloro. Me he
enamorado. Y duele. Y es aterrador. Y no sé si en estos momentos voy a
poder con todo.

Aprovecho para darme una ducha, lavarme los dientes y cepillarme el


pelo, que parece una planta mustia y seca sobre mi cabeza. No debo
acostumbrarme demasiado a esta rutina porque cuando me vaya será
como arrancar una tirita de cuajo de una herida aún sangrante, no va a
haber segundas oportunidades, sé que cuando salga de aquí ya no tendré
posibilidades de volver.
Jack ya está en la cocina preparando el café. Me mira pero no tiene la
insolencia de preguntarme si estoy bien. Le sonrío, quiero disfrutar del
tiempo que tengamos juntos. Mi sonrisa le asusta pero me sirve café de
todos modos.
-¿Qué te apetece desayunar?
-Cualquier cosa está bien. Yo lo prepararé, tú lo hiciste ayer.
-No es molestia- vale, otra persona que me deja dormir en su casa pero no
tocar su cafetera. Esto se está volviendo cansino. Tuesta algo de pan, lo
frota con ajo y le añade un chorrito de aceite, luego coloca sobre él unas
rodajas de tomate y un poco de queso fresco. Está delicioso. Yo habría
preparado pan con mantequilla. O habría sacado unos bollos del armario.
También prepara zumo de naranja natural y me obliga a tomarlo cuando
yo hago una mueca por lo ácido que está.
Después de desayunar recoge la cocina y va a ducharse. Ante nosotros
se presenta un largo día lleno de nada por hacer. Supongo que él puede
escribir. Y también salir. No dejaré que se pase el día encerrado. Pero yo
no sé que hacer. Estoy demasiado distraída como para que me emocione la
idea de pasarme el día leyendo. Supongo que podré entretenerme
mirándole. Eso puede llenar unas cuantas horas.
Cuando sale de la ducha huele tan bien que me vuelve a entrar el
hambre. Me he sentado en el sofá con un libro para que no crea que tiene
que entretenerme. Me hecha un vistazo mientras se seca el pelo. Veo un par
de gotitas deslizarse por su clavícula y se me despiertan las ansias
asesinas, serán descaradas.
-Voy a intentar escribir un poco, luego si quieres vamos a dar una vuelta.
-¿Podemos salir? Noah dijo...- se encoge de hombros.
-No puedes pasarte el día encerrada. Además nadie me da órdenes- como
quiero volver a ver el sol no protesto pero esa actitud de gallito me hace
gracia. “Sé cuidar de mi mujer”. No debería decir esas cosas. Sólo me da
ideas.
Se sienta de espaldas a mí y, durante un par de horas, creo que olvida
completamente mi presencia. El libro yace olvidado en mis rodillas. Me
gusta admirar su espalda, es rápido tecleando y apenas se detiene. Quiero
preguntarle sobre su trabajo, si le gusta, si sufre bloqueos... pero no le
interrumpo, no es mío, debo recordarme constantemente.

Un par de horas más tarde cierra el ordenador y se gira. Yo finjo tener


toda mi atención puesta en el libro. Él me observa durante unos minutos
sin decir nada. Intento que no se me note lo consciente que soy de su
escrutinio.
-¿Está muy interesante o quieres salir?- finjo que me ha sorprendido con
su interrupción, como si no hubiese estado pendiente de cada uno de sus
movimientos.
-No está mal- admito enseñándole la portada para que vea que es uno de
los suyos- pero preferiría estirar un poco las piernas si te parece bien.
-Vamos.
Mi ropa desaparecida ha vuelto, lavada y seca. Me visto en el baño e
intento hacer algo con mi pelo. Patalea y se retuerce hasta que me rindo.
Necesito los productos de mi baño y más ropa. No echo de menos el
maquillaje, pero sí mi crema hidratante con olor a galleta.
Jack se pone su uniforme para salir. Vaqueros destrozados, botas
apaleadas, camisetas que ya se han rendido ante la fuerza de gravedad y su
chaqueta de cuero incombustible. Esa a la que le sientan bien las heridas de
guerra.
Edimburgo ha decidido concedernos un día soleado y animado, no
pregunto adónde vamos, simplemente me dejo llevar. Imagino que a Jack
le fascinarán las ruinas, las catacumbas, las leyendas que gobiernan esta
ciudad pero terminamos en el Grassmarket market. Ahora entiendo lo de
las bolsas de tela. Hace tanto que no piso un mercado al aire libre, y
menos con una compañía tan agradable, que lo disfruto como una cría.
Primero miramos la artesanía, los pequeños puestos inundados de las
pequeñas joyas hechas por las manos escocesas. Me apodero de la última
crema natural con olor a melocotón, me empapo del ambiente, río y
parloteo como si Natalie hubiese poseído mi cuerpo. Jack me lleva de la
mano, como si temiese perderme. Yo entrelazo mis dedos con los suyos y
el mundo me parece maravilloso hasta que veo que echa continuas
miradas a nuestro alrededor. Mira hacia las calles cercanas, entre los
puestos, observa a cualquiera que vaya un poco más cubierto. Y los va
descartando con un sistema que no conozco.
No se trataba de que yo necesitase estirar las piernas y ver la luz del
sol, se trataba de eliminar la amenaza que pende sobre mí y, de paso,
eliminarme a mí de su vida.
Toda la emoción se diluye un poco, me aferro un poco más a su mano.
Me mira alerta pero yo le sonrío y sé que le he engañado cuando me
olvida y vuelve a escrutar los rincones en busca de amenazas.
Compramos fruta, verdura, pan y queso pero terminamos comiendo en
un pequeño restaurante especializado en sopas de pescado. A media tarde
volvemos a casa. Él tiene que escribir y yo tengo que fingir que leo.
Pasamos tres días así. Hablo a diario con Noah y Nat a diario por
teléfonno e incluso hablé una vez con Marcus. No hay noticias y todos se
niegan a que abandone la casa del escritor, tampoco es que esté
deseándolo.
Por Natalie descubro que su relación con Noah sigue avanzando, si
hubiese apostado habría perdido todo mi dinero. Noah no me cuenta nada
y yo no le pregunto.
En cambio la relación con Jack sigue estancada, dormimos juntos pero
no ha vuelto a tocarme. Y yo no he intentado fingir que tenía problemas
para dormir. Salimos todos los días, a veces incluso por la mañana y
luego por la tarde. Vamos a lugares diferentes y él se pierde en su ritual de
buscar al cadáver al acecho y suele olvidarse de mí. En casa cada uno se
dedica a lo suyo. Yo he descubierto mi afición por las novelas de
crímenes, tiene pequeñas joyas en su estantería, y él escribe. Por las
noches me cede el control del mando y siempre elijo lo más horrible y
aburrido que encuentro. Antes ponía los dibujos animados pero descubrí
que a él también le encantaban. Hablando de parejas perfectas.
La tercera noche cumplimos nuestro ritual de pareja victoriana, cada
uno hace malabares para no insinuarse lo más mínimo, creamos muros
invisibles pero irrompibles e intentamos dormir. O yo lo intento, él no
parece tener dificultades en ese aspecto.
El móvil empieza a sonar sobresaltándome, apenas son las once pero
nadie nunca ha llamado a esas horas. Jack se levanta de inmediato,
confirmando mi teoría de que sólo finge dormir. Coge mi teléfono y
atiende mientras yo resisto el impulso de señalarle que es mío. Escucha
unos segundo y se lo aparta de la oreja espantado. Me lo pasa como si el
teléfono le hubiese dado un mordisco en la oreja. Lo que no sería extraño
porque no le gustan los desconocidos.
-¿Sí?
-¿Sam?- el llanto de Natalie y sus palabras atropelladas me hacen entrar en
pánico.
-Nat ¿qué ocurre cariño? ¿dónde estás? ¿dónde está Noah?
-Sam por favor ¿puedes venir?- apenas consigo entenderla y sé que es
inútil intentar que me explique algo ahora.
-¿Estás en casa?
-Sí.
-Ahora voy- cuelgo y me pongo a buscar mi ropa como un loca. Pero el
escritor me detiene y no me deja moverme, me sacudo intentando que
suelte mis brazos pero sólo sirve para que sus manos se aferren a mí
como tenazas.
-¿Qué ocurre?
-Es Natalie, le pasa algo.
-Yo iré.
-¿Qué?
-Tú te quedas aquí, yo iré.
-No, es mi amiga, me necesita a mí.
-Sam no me fío. No sé que coño ocurre y no voy a dejar que vayas.
-No te he pedido permiso.
-Sam, podría ser una trampa.
-Es Natalie, confío más en ella que en ti. Y si es una trampa también podría
ser que intentaran sacarte de casa para atraparme aquí, después de todo no
has dejado de pasearme por ahí intentando que me vean. Seguro que ya
saben dónde me escondo.- Jack me suelta, me quedaría a escuchar su
intento de explicación pero Natalie me necesita. Me visto camino de la
puerta. Jack se viste aún más rápido y me sigue.
Maldigo porque estamos a casi veinte minutos caminando e intentar
conseguir un taxi sería una pérdida de tiempo. Echo a correr y vuelvo a
maldecir el día en que decidí ponerme tacones. Yo nunca me pongo
tacones, y llevo todos estos días subida a esos trastos porque quería
impresionar al escritor.
Llegamos a casa y rebusco las llaves en mi bolso. El escritor está tenso,
en modo lucha. Preparado para defenderme de cualquier cosa que haya al
otro lado de la puerta. Estoy a punto de gritar de frustración. Cuando
entramos, nada me prepara para el impacto de lo que nos encontramos.
En casa hay dos hombres, uno es Noah, así que por ese lado no me
alarmo, pero al otro no lo conozco. Al menos parece que está vivo. Me
quedo embobada mirándolo y el escritor me da un pequeño empujón para
terminar de introducirme en la habitación y poder cerrar la puerta.
Rondará los treinta años, tiene el pelo ceniciento, como si hubiesen
arrojado sobre él un saco de cemento y el polvo se hubiese acomodado en
su cabeza. Sus rasgos son afilados y da un poco de miedo, sus ojos tienen
un color parecido a los de Natalie, pero donde los de ella son luminosos y
dorados los suyos son como un licor amargo, con un toque amarillento,
enfermizos y cansados.
Tiene cierto atractivo romántico y, casi como en una inspiración,
descubro quién es.
-¡Joder!- ahora entiendo tantas cosas.
-Natalie está en el dormitorio- el que habla es Noah, que está despeinado y
con la camisa mal abrochada, sus palabras llegan un poco tarde porque yo
ya estoy abriendo la puerta. Para cuando termina de hablar ya estoy del
otro lado.
Natalie levanta la cabeza asustada. Se relaja al ver que soy yo. Tiene la
cara empapada, la ropa arrugada y la nariz enrojecida. No quiero pensar
en lo que estaban haciendo cuando ese tipo apareció.
-¿Es él?- sólo asiente con la cabeza. Me acerco y la abrazo. Y, aunque me
siento culpable, esto me parece un poco emocionante, por fin he dejado de
ser la protagonista del culebrón.
-¿Qué hace aquí? ¿Adónde se había ido? ¿Has hablado con él?- niega con
la cabeza mientras se limpia con la manga del jersey.
-No... casi no hablamos. Me pilló con Noah y... y no sabía que hacer así que
me encerré aquí.
-¿Quieres que lo eche? Puedo hacerlo. Jack y Noah me ayudarán.
-No puedo echarlo, esta es su casa.
-Técnicamente puede ser, pero él se largó, no tiene derecho a venir
después de todo este tiempo y volver a instalarse. Seguro que hay leyes
para eso, o debería haberlas.
-No quiero echarlo Sam es sólo que, no sé qué hacer. No sé porqué ha
venido.
-Nat sé que no te va a gustar pero creo que deberías hablar con él.
-No, no puedo, yo... necesito tiempo.
-Vamos, ¿Dónde está la Natalie que pensaba echarle en cara todos sus
errores? ¿Dónde tienes la lista?
-¡No, él no puede ver esa lista!- como parece a punto de perder los nervios
intento ponerme en su lugar. ¿Qué haría yo en esa situación? Pues está
claro, encerrarme en la habitación y no salir nunca más, o intentar escapar
de manera que jamás tenga que volver a verlo. Miro la ventana, no es tan
mala idea.
-¿Sabes si la ventana del salón está abierta?
-¿Qué? ¿Por qué?
-Vamos a enterarnos de los planes del novio pródigo.
-No podemos salir por la ventana, da a un jardín privado.
-No creo que a los dueños les importe que les pisemos un poco la hierba,
además nadie se dará cuenta. La otra opción es quedarnos en esta
habitación para siempre. O librarnos del cadáver pero te confieso que no
hemos tenido demasiada suerte en ese campo-. Natalie se mordisquea el
labio mientras considera la idea de la ventana. Me subo a la cama y abro
una de las hojas, intentando no hacer ruido. Natalie sigue sentada así que
miro al suelo, no hay ni medio metro de distancia, estiro una de las
piernas y mi pie toca el jardín prohibido. Natalie ha dejado de sollozar y
me observa esperando que entre en combustión por pisar hierba ajena.
Considero la idea de volver a entrar y cambiarme los tacones por mis
queridas Converse pero creo que eso le restaría dramatismo a mis actos.
-Vamos, yo te ayudo-. Se levanta y me sigue, sale con mucha más
elegancia que yo pero me doy cuenta de que sólo lleva calcetines, no se lo
digo para que no vuelva a llorar pero será mejor que no nos quedemos
mucho rato fuera. Avanzamos a gatas por temor a que nos vean porque la
única ventana abierta es precisamente la última, la que da a la cama de Nat,
no tendremos la mejor visión desde allí con los biombos. Reconsidero
toda mi idea y ahora me parece una estupidez, pero al menos he
conseguido que Nat deje de llorar.
Nos sentamos en la hierba, se está convirtiendo en costumbre para mí.
Las dos nos quedamos en silencio absoluto, intentando captar algo pero
por lo que se oye la habitación podría estar completamente vacía.
-Tal vez se han ido- dice esperanzada.
-Jack no se iría sin mí, y no creo que Noah se vaya hasta saber que estás
bien- volvemos a quedarnos en silencio pero el interior de la casa parece
una tumba.
-¿Cómo te ha ido en casa de Jack?¿Han mejorado las cosas entre
vosotros?- sé que intenta distraerse de la presencia que hay en el interior
así que no le sugiero que se calle y escuche, aunque me cuesta horrores.
-No, yo diría que cada vez van peor, es como si... quisiera deshacerse de
mí. Como si no quisiese perderme de vista y al mismo tiempo no
soportase estar en la misma habitación.
-Está loco por ti. Seguro que tiene un buen motivo para mantenerse a
distancia. Tal vez le preocupe presionarte en el momento en el que estás,
no muchas personas llevarían bien lo que te está sucediendo.
-Créeme, lo que necesito ahora es una distracción- un montón de escenas
en la que aparecemos yo, el escritor y una caja de preservativos pasan por
mi mente.- ¿Y que pasa con el fugitivo? Tal vez él también tenga una
buena excusa.
-Se llama Alex.
-Ya, es que aún no nos han presentado.
-Me pilló haciéndolo con Noah en la encimera.
-Vaya- oteo las sombras del bosquecillo privado.- Sabes que ahí comemos
¿verdad?
-Eh, no es culpa mía que tú no tengas vida sexual.
-Auch.
-Lo siento, de todos modos siempre lo limpio después.
-¿Siempre? Cuántas veces lo habéis hecho sobre la encimera.
-Es que a Noah le gusta...
-Shhh.
-Tú preguntaste.
-No, digo que están hablando- prestamos atención, las voces se perciben
con mucha claridad.
-Será mejor que vaya a ver- ese es Jack. Creo que va a mirar en el
dormitorio, entonces verá que no estamos y nuestra situación será difícil
de explicar. Afortunadamente Noah nos salva de la humillación.
-Déjalas un poco más. Natalie estaba... molesta- espero la reacción del
exnovio pero no ocurre nada.
-Tal vez podrías haberlo solucionado tú en vez de hacer salir a Sam de
casa. No quiero que ande por ahí de noche.
-Sabía que vendría contigo, además Natalie es su mejor amiga y la
necesitaba. ¿Qué demonios querías que hiciera?
-¿Tal vez no tirarte a las mujeres de otros?- Jack está desahogando su
frustración con Noah. Natalie está rígida, escuchando con atención, cada
vez pienso que ha sido la peor idea que he tenido.
-No es su mujer. Y no sé porqué coño protestas- Noah baja la voz, es casi
como un gruñido, desde el dormitorio no le habríamos oído.- Te dejé a
Sam para ti.
-Sí y no tardaste ni cinco minutos en enredarte con su mejor amiga- de
pronto una voz fría y seca corta la discusión de esos dos, tiene un ligero
acento, apenas imperceptible.
-¿Estás con Natalie para olvidar a otra mujer?- los pelos se me ponen de
punta, de verdad temo por la integridad física de ese irlandés bocazas. A
mi lado Natalie está helada, no sólo porque no tenga zapatos. La palidez de
su cara me preocupa.
-No, estoy con Natalie porque me gusta y porque ella también estaba
dispuesta- me atrevo a asomar la cabeza por el alféizar porque si sigo
mirando a Nat creo que voy a llorar.
-Si le haces daño- el ex se incorpora pero Noah no parece amilanarse.
-Sí, me matarás, todos me lo dicen, la cuestión es, que el daño se lo has
hecho tú- eso deja al ruso sentado de nuevo.
-Tengo que llevarme a Sam- Jack se dirige a la habitación.
-¿Por qué no te vas? Estará tan protegida aquí como en tu casa.
-No estoy tan seguro.
-Vamos, también me la puedo llevar a mi casa. Está acostumbrada a mi
cama. En realidad le encanta-. No sé que está buscando Noah, no sólo nos
humilla a Natalie y a mí, también cabrea a dos tipos que probablemente
podrían patearle el culo sin mucho esfuerzo.
-¿De qué hay que protegerla?- el del acento ruso se acomoda en el sofá,
parece bastante intrigado con el teatrillo de los otros dos.
-No es asunto tuyo.
-Es amiga de mi... de Natalie, así que sí es asunto mío. No quiero que tenga
cerca a alguien de quien no me pueda fiar. Me da igual lo que le pase a
vuestra putilla, pero como afecte a Natalia...- no puede terminar la frase
porque Jack se ha arrojado sobre él. Al final Noah se ha librado de los
puñetazos, aunque él también parecía dispuesto a repartir hasta que vio la
ferocidad de Blackstone. Me vuelvo a sentar, no dirán nada interesante
mientras se aporrean.
-Lo siento-. Las dos nos disculpamos al mismo tiempo, supongo que ella
lamenta que su ex me haya insultado y yo lamento haberle presentado a
Noah.
-Creía que eras un tío. Alex creyó que le había alquilado la habitación a un
hombre y también me llamó puta.
-Vaya, están sembrados esta noche.
-Él no solía ser así. Jamás me había insultado, jamás insultaría a una mujer
llamándola puta.
-Tal vez ha cambiado.
-O tal vez he vivido engañada todo este tiempo.
-Bueno, yo tampoco creí jamás que Noah sería tan capullo.
-Nos callamos cuando el sonido de la pelea se amortigua. Noah se mete en
medio y los separa.
-Será mejor que llame a Marcus. Así podrás largarte y dejar de armar
jaleo.
-¿Crees que me fío de ese tipo?
-Es su hermano, se ha pasado años cuidando de ella. Tú no tienes ni idea.
Pasas un par de noche en el pub, te la follas un par de veces y ya crees que
lo sabes todo. Cuando te canses de ella Marcus y yo seguiremos aquí para
cuidarla. Sam no está bien, no va a dejar de tener miedo aunque el cadáver
aparezca, nunca será una mujer normal, necesita atención constante-.
Ahora soy yo la que estoy helada, Natalie se sacude a mi lado con el
impacto de las palabras de Noah.
-Eres un gilipollas, a Sam no le ocurre nada. Si dejaras de poner excusas
te darías cuenta de que simplemente nunca ha sentido nada real por ti. No
tienes que llamarla loca para sanar tu orgullo herido.
-¿Qué coño está pasando aquí? ¿Qué cadáver? ¿Qué loca?
-Joder.-se oye un alboroto y cuando me asomo veo que el exnovio de
Natalie intenta llegar al dormitorio. Y por mucho empeño que pongan los
otros dos en evitarlo no van a poder impedirlo.
Toco a Nat en el codo y le hago una seña. Gateamos de vuelta a la
ventana, espero que la puerta cerrada nos dé algo de tiempo. Nat está sobre
la cama y yo me siento en el alféizar disimulando cuando la puerta se abre.
El ruso nos mira con furia y confusión a partes iguales. Observa nuestros
pantalones y manos manchadas y maldice. No somos muy buenas
ocultando pistas. Noah y Jack entran detrás de él. Me pongo delante de
Natalie. Tanta testosterona me está tocando los cojones.
-Noah será mejor que te vayas- él se fija también en los rastros de tierra.
Se queda pálido y en sus ojos puedo ver la culpa, el remordimiento.
-Sam...
-Vete, Natalie no quiere verte ahora y yo no necesito que nadie me vigile.
-Escucha, lo que dije...
-No me importa, sólo vete por favor- algo en nuestro juego de miradas lo
convence de que no va a conseguir nada. Realmente lo que ha dicho ha
destrozado cualquier rastro de amistad que quedara entre nosotros. No
estoy loca, nunca he estado loca, el único error que cometí fue confiar
demasiado en alguien, depender de él y dejarle ver todos mis miedos.
Habría sido más inteligente no abrirse tanto a Noah, es, como dijo Natalie,
despiadado. Y por eso quiero creer que lo que dijo era más en beneficio
de Jack que porque lo piense de verdad, aún así ahora sólo quiero perderle
de vista.
-Tú,- señalo al nuevo mientras Noah golpea el hombro de Jack al salir- no
puedo echarte porque al parecer esta es tu casa. Dormirás en el sofá y
Natalie decidirá qué hace contigo mañana. No te creas que puedes volver y
hacer como si nada hubiese pasado. Natalie no está sola esta vez- sé que
mis palabras son fanfarronas y que en realidad no puedo hacer nada, no
tengo ningún derecho, pero no voy a dejar que ningunee a Nat. Él me mira
evaluándome y es la primera vez que me parece ver un rastro de humor en
su rostro.
- Jack- dudo, si le digo que se vaya ¿volveré a verle?
-No pienso irme, si no vienes conmigo dormiré aquí- sé que me
arrepentiré pero el alivio que siento con sus palabras es inmenso.
-Dormirás en la cama de Nat- no parece contento pero asiente. Se da la
vuelta y cierro la puerta con llave de nuevo.
-¿Sabes?- le digo a Nat que está boquiabierta mirándome desde la cama.-
Creo que hubiese venido mejor un baño en la habitación en lugar de un
vestidor. No sé si podremos salir en un tiempo largo.

Dudo que ninguna de las dos haya pegado ojo. Yo al menos sé que no
lo he hecho, no hemos hablado, creo que las dos debíamos digerir todo lo
que estaba sucediendo. Por la mañana Natalie abandona la cama en cuanto
el sol empieza a asomar su tímida cabecita.
Sale y supongo que va al baño, luego se cuela de nuevo en la
habitación ya vestida.
-¿Vas a salir?
-Tengo que cubrir un evento.
-¿Quieres que te acompañe?-
-Creía que era a ti a quien había que vigilar.
-¡No estoy loca!- ella se queda inmóvil por mi arrebato, me mira con un
poco de lástima.
-Me refería a lo de... tu padre. Sam nadie cree que estés loca, ni siquiera
Noah, creo que sólo lo dijo para cabrear a Blackstone.
-Da igual, avísame si quieres que me libre del ruso por ti.
-No es ruso, es de origen ucraniano, aunque en realidad es escocés, o lo
era la última vez que le vi, aunque su acento parece haberse pronunciado.
-Bueno, ya tenemos una pista.
-Estuvo en Ucrania-. Dice y la miro satisfecha por haberme dado cuenta
yo solita, que se jodan Noah y su diagnóstico de demencia, mi cerebro
funciona perfectamente.
Natalie parece encantada de tener una pista sobre dónde estuvo su
prometido todo este tiempo, pero en cuanto oye un ruido en la cocina sale
corriendo como alma que lleva el diablo.
Yo necesito ir al baño así que mi plan de quedarme a vivir en el
dormitorio es prontamente destruido por mis necesidades fisiológicas,
además tampoco voy a dejar que eso dos se hagan con el control de la
casa. Tengo que ser valiente por Natalie.
Salgo y apenas dirijo un gruñido en dirección al escritor antes de
encerrarme en el baño. Me paso mi tiempo bajo la ducha, no tengo prisa
por salir, ninguna en absoluto. Pero al final mi piel empieza a arrugarse y
la cabeza me da vueltas debido al vapor. Me visto con la ropa que
previsoramente traje conmigo, como no pienso salir, llevo un pantalón de
yoga y una camiseta gris de manga larga, con tres botones en el cuello, es
de estilo masculino, me recuerda a algo que Jack podría ponerse.
El chico ucraniano y Jack comparten el silencio de la cocina, ambos
tienen una taza de café en las manos, quiero gruñirles que es nuestro café
pero Jack me ofrece una así que simplemente les dirijo una mirada
asesina. Cuando me acerco a por la taza Jack me atrae a sus brazos y me
besa, podría derretirme si no supiese que está marcando su territorio.
De todos modos me dejo besar. Sabe mejor que el café. Abro los
armarios y la nevera en busca de cosas comestibles. Imagino que Alex
debe sentirse incómodo. Está en su casa pero hay unos extraños que se han
apoderado de sus cosas. Abren sus armarios, usan sus electrodomésticos.
Es una escena dantesca.
Saco unas galletas y considero el desayuno preparado cuando las dejo
sobre la encimera. Jack me mira jocoso pero como sigue con su campaña
en contra del ex de Natalie no dice nada y me arrastra de nuevo a sus
brazos. Meto una galleta en su boca y esta vez, cuando me besa, sus labios
saben a chocolate.
Termino sucumbiendo y le ofrezco las galletas al chico nuevo, incluso
las acompaño con una sonrisa. Él coge una y me da las gracias con un
acento que me hace comprender totalmente la actitud de Natalie, es un
chico difícil de olvidar. Entonces me mira de arriba a abajo despectivo y
me pregunta.
-¿Nunca aprendiste a cocinar?- Jack se pone tenso a mi espalda pero antes
de que pueda decir nada yo vuelvo a sonreír.
-Toda mi familia murió cuando yo tenía quince años y, como en las calles
no suele haber hornos pues no, nunca aprendí a cocinar-. Me parece que
hay algo de remordimiento en sus ojos pero cuando habla vuelve a
fastidiarla.
-No sé si me gusta vivir cerca de una vagabunda. ¿Tendré que llevar mis
cosas todo el tiempo conmigo o ya has dejado de robar?- siento que Jack
aprieta los puños pero me deja luchar mis propias batallas, cosa que
agradezco.
-¿Es que piensas quedarte mucho tiempo por aquí? Porque la afición a
rebanar gargantas aún no la he perdido.- Jack hunde la cabeza en mi nuca
y puedo percibir su sonrisa en mi piel.
El ucraniano acaba de descubrir que tengo respuesta para todo, no es
una gran arma, en realidad es un arma de doble filo, pero si sigue
molestándome le enseñaré que también sé usar los puños.
-Necesitaré una cama esta noche, que tu novio se busque otro sitio, o hazlo
tú, supongo que estás acostumbrada a dormir entre la basura.
Esta vez no puedo evitar que Jack dé un paso adelante, le agarro con
todas mis fuerzas pero aún así me arrastra con él. Alex quiere algo, está
buscando pelea, pero no la va a conseguir.
Arroja la taza de café al fregadero, poniendo todo perdido de gotas
oscuras y se va. La tentación de llamar al cerrajero es fuerte. Me gustaría
saber qué haría si vuelve y encuentra con que su llave no funciona.
-Voy a matar a ese cabrón. No sé como la rubita ha podido salir con él-. Le
clavo un dedo en el pecho y sus furiosos ojos grises se clavan en mí.
-No se llama rubita, se llama Natalie. No sé si es algo en el aire, o las
hormonas de la carne de cerdo pero todos los tíos estáis muy gilipollas
últimamente.
-No te enfades, lo siento, no pretendía ser despectivo, creo que son
nuestras propias hormonas las que nos están afectando.
-Eso es lo que yo he dicho-. Resoplo indignada y me dirijo al dormitorio
en busca de algo de paz, que alcanzo dando un buen portazo.
La puerta se abre cuando aún el sonido del portazo reverbera por toda
la habitación. Jack está sonriendo, parece encantado consigo mismo,
como un chiquillo que se ha comido la última chocolatina.
Voy hacia él dispuesta a borrarle la sonrisa con un buen golpe, no sé
porqué termino besándolo. Le agarro por los pelos y le atraigo hacia mí.
Es tan alto que ni estando yo de puntillas y él inclinado como una vieja
conseguimos una posición cómoda. Lo soluciona alzándome en sus
brazos, rodeo su cuello y me dedico a devorar su boca, como una
gourmet, mordisqueo, lamo, pellizco, saboreo. Parece que han pasado
años desde el último beso.
Me arroja sobre la cama y puedo adivinar su siguiente movimiento,
sujetar mis manos por encima de mi cabeza. Por erótica que pueda resultar
esa postura esta vez no voy a dejar que él tenga el control. Me escabullo
antes de que pueda darse cuenta de mi plan, gateo torpemente y cuando él
se incorpora confundido me arrojo sobre él quedando yo encima.
-Sam- dice con la voz estrangulada, en señal de advertencia.
-Sólo quiero besarte, unos besitos y luego te dejaré hacerme lo que
quieras.- Le sonrío coqueta e inocente, mientras me quito la parte de
arriba, él mira mis pechos embobado así que no obtengo ninguna
resistencia por su parte. Me pregunto si Mata Hari lo tenía tan fácil.
Vuelvo a su boca mientras él acaricia mi espalda, me apetece estirarme
como una gatita entre sus manos pero debo mantener la cordura o volverá
a tener el control, es demasiado bueno en eso. Bajo por su torso siguiendo
un rastro imaginario con mis labios, estoy cerca de su cintura cuando lo
siento tensarse, sujeta mis caderas y sé que pronto estaré inmovilizada si
no hago algo.
Me arqueo y le cedo mi cuello para que olvide mis manos. Aprieto mis
caderas contra las suyas mientras su boca baja hacia mis pechos. Se mete
un pezón en la boca, goloso, y yo pierdo la razón por un momento. No
debo olvidar el objetivo me digo.
Aprieto un poco más mis caderas contra su entrepierna y es entonces
cuando me doy cuenta de algo que me hace congelarme. No hay erección,
no está excitado. Llevo un buen rato frotando mis bragas húmedas contra
algo que no tiene el menor interés en mí.
Me aparto de golpe, casi cayéndome en las prisas por separarme de él.
Inundada de humillación, intento taparme como puedo sin hacer contacto
visual. No puedo mirarle a la cara, prácticamente le he violado. Quiero
correr al baño y meter mi cabeza en el váter hasta morir de humillación.
-Sam.- su voz se tiñe de pena. ¡Oh Dios le doy pena!
Retrocedo hasta el salón, él me sigue, con cautela, seguramente para
protegerse de mí. Una vez que ha cruzado el vano de la puerta le rodeo,
me meto de nuevo en el dormitorio y cierro con llave. Espero golpes y
gritos pero no se oye nada.

Estoy sentada sobre la cama cuando Jack llama horas más tarde, me
encuentro con que no tengo nada que hacer. No puedo salir sin vigilancia,
no puedo trabajar, echo de menos los días en que no me llegaban las
horas, en que la universidad y el trabajo me mantenían tan entretenida que,
estar simplemente sentada en la cama, era una utopía.
Nunca había pasado tanto tiempo sin trabajar y ahora me pregunto si
recordaré cómo se sirven las cervezas. Hubo una época, cuando las calles
eran mi hogar, que pasear por Edimburgo era mi profesión, dedicaba
horas y horas a descubrir los secretos de su anatomía de piedra, a hacer
cosquillas en cada muro buscando puertas invisibles, una época en que el
recelo era simplemente un añadido más en mi mochila, donde mirar tras
de mí era a la vez protegerme y jugar, era algo cotidiano, el miedo era
como un abrigo, un compañero inseparable en las noches heladas.
Entonces llegó Noah, y luego Natalie y Jack, incluso Marcus, y se
supone que debo sentirme segura, pero cada vez es más débil el suelo que
me sostiene, apenas una capa de hielo tan fina que sólo el calor de mi
cuerpo podría hacer que me deslizara por un boquete, destino al peor de
los infiernos.
Jack sólo me confunde más, su sola presencia hace que me sienta
segura, como drogada, atada a él por las sensaciones desconocidas que me
descubre. Me mantiene apartada del mundo por un velo fino, tras él, las
sombras siguen confabulándose en mi contra pero yo continúo aquí,
creyéndome protegida por un trozo de tela.
Soy imbécil.
Marcus me falló, Noah me falló. Sólo es cuestión de tiempo.
Abro la puerta porque viene acompañado de la promesa de comida y
estoy hambrienta, llevo horas ahí contemplando el techo, evitando pensar
en el único tema que ahora invade la habitación. Sólo me habló hace casi
un par de horas para decirme que si intentaba escaparme por la ventana me
encontraría y me daría una buena azotaina, tuve que gritarle para hacerle
saber que aún estaba en la casa y desde entonces me había dejado en paz.
Permanecemos un buen rato midiéndonos el uno al otro, yo sé lo que
temo, entregarme demasiado, darle el poder de hacerme daño. Mientras
estaba en su casa prácticamente me desnudé, metafóricamente hablando, le
habría entregado cada trozo de mí. Ahora quiero retroceder, volver a
construir un muro protector, pero sólo quedan escombros.
-No soporto que me tengas miedo.
-No es miedo, es desconfianza.- recuerdo un día, no hace mucho, apenas
un siglo, en que creí que el escritor era fácil de engañar, fácil de leer. Me
gustaría retroceder en el tiempo y ver la cara de esa ilusa, reírme de ella,
pobre crédula, inocente, en qué lío estás a punto de meterte.
El escritor entra en el dormitorio, se dirige hacia mí, me rodea y
termina tumbándose sobre la cama sin hacer, su confianza me escama,
parece fingida. Coloca las manos tras la cabeza y mira al techo. Me
preparo, sea lo que sea, no me va a gustar.
-Cuando tenía diecisiete años tuve un accidente de coche- no le interrumpo
aunque sea una historia conocida, uno no interrumpe al escritor para que
vaya directo al grano, te tragas toda la paja y esperas a que se digne a
contarte lo que él ya sabe desde el principio: el final.- Yo conducía, estaba
borracho y llevaba una botella de alcohol sobre el regazo, iba dando
tragos de vez en cuando y una chica, en el asiento de al lado, se bebía lo
que se escapaba de mi boca y se deslizaba por mi barbilla, el último
recuerdo agradable que tengo de antes del accidente es la succión de su
boca y sus tetas apretadas contra mi brazo. Detrás iban mi mejor amigo y
otra chica.
No voy a contarte el accidente, ya sabes cómo son los accidentes,
mueres o no, pero siempre quedan cicatrices. Yo salí volando, bastante
lejos, eso me salvó. Pero antes de huir de esa prisión de hierro y fuego,
ambos dejaron marcas sobre mí. Unos hierros me destrozaron parte de los
muslos, se clavaron en mi entrepierna, rasgando carne y piel, el fuego,
que mi botella de alcohol alimentaba, se cebó en mis pantalones, luego en
mi carne, no se detuvo hasta llegar, en algunas partes, al hueso- sus ojos
grises vuelven a mí, el gris está líquido, derretido por el calor de los
recuerdos. Sé exactamente lo que está contándome y, por algún ridículo
motivo, siento alivio. Alivio por saber al fin. Alivio porque, a pesar de no
estar en la lista de Nat, puedo comprender sus motivos.- Han pasado casi
veinte años desde que estuve dentro de una mujer por última vez. Creí que
ya no me importaba, antes de que tú aparecieras era bastante feliz, me
había conformado, vivía a través de mis personajes, en la vida real sólo
tenía que ponerme mi armadura de escritor enigmático y complicado y
mantener a los demás alejados. ¿Qué importaba? Mis personajes vivían
miles de vidas y yo con ellos.
Entonces te vi por primera vez y quise volver atrás, coger a ese chico
estúpido de diecisiete años y darle con la puta botella en la cabeza, gritarle
para que no cometiese el mayor error de su vida. Porque al verte volví a
sentir deseo, por primera vez en veinte años, y tuve anhelos, anhelos
reales, de tu voz, de tu olor, de tu piel. Saber que jamás podría llegar a
tocarte memataba, pero podía verte todas las noches, ver al irlandés tocar
tu cuerpo e imaginar que era yo, cuando te besaba imaginaba que era mi
boca. Que te tenía tan cerca que no necesitaba adivinar tu olor. Que tu
respiración se convertía en mi guía, en la brújula para moverme alrededor
de tu cintura.- Se incorpora para acercarse, como para asegurarse de que
comprendo perfectamente sus palabras.- Nunca podría ser un hombre para
ti. Nunca podría darte una vida normal, no puedo darte sexo, ni siquiera
del malo, porque ahí abajo no hay más que los restos de un accidente. No
puedo darte lo que cualquier hombre, por mediocre que sea, puede
ofrecerle a su mujer, jamás habrá niños.
El único motivo por el que terminé acercándome a ti fue porque había
algo peor que yo acechándote, podía mantenerme alejado, siempre que
estuvieses segura. Quería que te enamoraras, que te casaras y tuvieses
niños, sabía que iba a seguirte adonde quiera que fueras simplemente para
verte. Y cuando esto acabe, todo volverá a ser como antes, no voy a
negarte la posibilidad de una vida normal sólo porque te haya probado.
Quiero que vuelvas con Noah, que formes una familia con él. A pesar de
lo capullo que es sé que está loco por ti. Es uno de esos hombres fieles y
leales Sam, nunca te fallará, y yo estaré en una jodida mesa, feliz por
poder verte un día más.- Acaricia mi mejilla con su mano áspera y pega su
cara a la mía, nuestros labios casi tocándose, el roce de su nariz sobre la
mía me provoca una ternura que llaga casi a las lágrimas.- Conocerte me
destrozó la vida. Llegar a descubrir cómo eres, lo que sientes, lo que te
hace reír. Eso me perseguirá el resto de mis días. Tendré que rehacer cada
novela que he escrito porque jamás he descrito bien el amor, no es algo
agradable y cómodo. Es algo que te arranca el corazón y eres feliz por
ello, es vivir constantemente aterrado porque la persona que amas está en
algún lugar, lejos de ti y nunca vas a poder volver a respirar. Amarte es lo
peor que me ha pasado Sam, pero moriría feliz mañana porque te he
tenido en mis brazos, porque tus sonrisas han sido mías durante algún
tiempo, te quiero tanto que quemaría cada página escrita, mataría cada
cachorro de gatito por ti.- Eso me hace reír y las lágrimas que no sabía
que pendían de mis ojos caen saltarinas. Tiene razón, el amor duele, ese es
el único motivo por el que se me desgarra el corazón mientras le oigo
decirme que me quiere. Me quiere, Jack Balckstone me quiere, y me está
preparando para la despedida.
Le beso porque sinceramente no sé muy bien qué decir, su boca está a
milímetros de la mía y necesito tiempo, tiempo para dejar que el alivio
fluya por todo mi cuerpo libremente, tiempo para encontrar las palabras
adecuadas.
¿Hijos? Hace años que no sueño con ser madre, tal vez nunca lo hice.
Mis niños murieron en aquel incendio, pasar otra vez por algo así, que
unos seres tan pequeños e indefensos dependan de mí... me estremezco de
sólo pensarlo. Jamás, jamás querría meter a unos bebés en esta película de
terror que es mi vida.
El sexo es un punto que casi me hace reír. Es cierto que la idea de no
tenerle jamás dentro de mí es ligeramente deprimente. Pero he tenido las
experiencias sexuales más increíbles con este hombre. Me ha hecho
rendirme totalmente a sus caricias, he suplicado por su toque, no sé qué
considera él una relación normal, porque esto sobrepasa todo lo que he
conocido. Para mí es simplemente maravillosa.
Me aferro a él y me subo a su regazo, tengo unas ganas locas de reír,
de llamarle tonto. Puede que en otra vida su situación me hubiese
espantado, pero yo también tengo cicatrices, son invisibles, pero hasta
ahora nos han dado muchos más problemas que las suyas.
Sonrío contra su boca, toda yo burbujeo.
-¿Jack?- él parece perdido en el beso.
-¿Si?
-Yo también te quiero-. Me aparta y me observa con la frustración pintada
en toda su cara. No puedo evitarlo y me echo a reír. Frunce el ceño aún
más.
-Sam, creo que no lo entiendes...
-Claro que lo entiendo, los tíos siempre le dais demasiada importancia a
esa cosita ridícula. Si eso es lo peor de ti entonces te quiero. Si era el
único motivo para mantenerme alejada te quiero a pesar de lo tonto que
eres. No digo que no me importe- digo acariciando su barbilla, no quiero
trivializar sus sentimientos- es sólo que no me parece un motivo de peso
para no estar juntos.
-Tal vez no ahora, pero algún día te importará, no puedo acostumbrarme a
ti y luego perderte.
-No vas a perderme, voy a pegarme a ti-. Me aferro a su cuello para
demostrárselo.- No vas a poder librarte de mí con una excusa tan endeble.
Si tú puedes- y ahí es cuando dudo, porque en realidad él nunca mencionó
este detalle-. Si tú puedes lidiar con mis fantasmas yo puedo lidiar con
esto.
-No me alejaría de ti por lo que está sucediendo con... lo que sea que esté
sucediendo. Si eso es lo que preguntas.
-Me parece justo-. Me he despistado con el sabor de su cuello y no estoy
muy pendiente de sus palabras pero entiendo el significado general. Jack
Blackstone es mío.- Quiero verte.
-Pues deberías abrir los ojos- dice en medio de un gemido.
-No, sin pantalones, quiero ver tus cicatrices-. Me separa de su cuerpo
como si quemara. Si su rostro es un reflejo de sus emociones entonces le
estoy haciendo sufrir, le estoy torturando.
-Jack, no me importa como... se vea. No hay nada peor que la imaginación,
cualquier cosa que invente será mil veces peor que la realidad.
-Dios, no te lo imagines Sam, no quiero que lo veas. Nunca nadie lo ha
visto, a excepción de los médicos. Ni un millón de años voy a acceder así
que olvídalo-. Me restriego en su regazo, creo que le gusta ser un reto.
-Eso- digo muy cerca de su oreja- es porque te debo un secreto ¿verdad?-
me siento juguetona y mientras hablo le atormento con mi cuerpo, puedo
medir su nivel de deseo por su respiración agitada, porque sus manos
titubean antes de tocarme. Con mi voz más seductora, espero no estar
sonando como alguien que se asfixia, le confieso-. La primera noche que
te vi, casi consigues que me avergüence en medio del pub, creí que eras
una de mis fantasías hecha realidad. Desde entonces eres el protagonista de
todas mis noches solitarias, cada vez que me tocaba, pensaba en ti.
-Mentirosa.
-¿Quieres que te lo demuestre?- le mordisqueo el labio, esto va a ser
genial. La primera vez que vamos a hacerlo sin secretos de por medio,
ahora sé porqué me aferraba las manos, porqué siempre sus caderas me
esquivaban. Tal vez no consiga quitarle los pantalones hoy, pero al menos
sé porqué y puedo esperar.
Un estridente grito y un portazo le hacen incorporarse de golpe y yo
no termino en el suelo porque se acuerda de sujetarme en el último
segundo. La voz de Natalie suena estridente, jamás había alcanzado ese
tono agudo.
-¡No me llames Natalia!- imagino que el receptor de su ira es Alex, miro
con tristeza el cuerpo del escritor sabiendo que por ahora se acabó la
diversión.
-Al menos nunca te pillarán con una erección-. Digo con sorna. Creo que
lo he sobresaltado, su expresión es de incredulidad mezclada con un poco
de curiosidad. Pobrecito, no me conocía si creía que lo que me ha contado
me espantaría. No me conoce, es lo mejor que me ha pasado en la vida, no
voy a dejarlo escapar, a no ser que todo mi equipaje le supere, claro.
Supongo que aún no puedo cantar victoria.
Nat entra en el dormitorio y se detiene de golpe.
-Lo siento, no quería interrumpir-. Está claro que no sabe qué hacer, no
quiere volver al salón donde está el ucraniano, pero tampoco quiere
invadir mi privacidad, con pena me doy cuenta que probablemente esta
noche tampoco pase nada con el escritor. No puedo dejar a Natalie sola y
tampoco puedo dejar que duerma en el salón. La única opción es librarse
del tipejo ese y, después de las cosas que me dijo esta mañana, se me
ocurren unas cuantas maneras muy dolorosas de hacerlo.
-No importa, voy a ir a casa a cambiarme y vuelvo en media hora-. Quiero
decirle que eso es imposible porque se tarda al menos cuarenta minutos
sólo en ir y venir. Se gira hacia la puerta y lo detengo aferrando su
camisa, cuando se gira le planto uno de esos besos dulces, que he visto
darse a los novios, y sé que tengo tanto azúcar en la cara que
probablemente desarrolle diabetes espontánea. Jack se sonroja y se va
pero Natalie me mira con los ojos muy abiertos hasta que una sonrisa de
suprema satisfacción cubre todo su rostro.
-Cuéntamelo todo.
-Tú primero- la miro cerrar la puerta y me siento en la cama, que sigue
sin hacer, tendré que cambiar mis costumbres mientras Nat viva en mi
cuarto.
-Lo mío no es de lejos tan interesante-. Ver a Natalie furiosa es como ver
un oso panda bebé furioso, es gracioso pero sabes que no debes reírte. O
tal vez sólo me parezca gracioso a mí porque soy condenadamente feliz y
quiero bailar con un paraguas bajo los rayos del sol. En fin.
-¿Os cruzasteis al llegar?
-Me estaba esperando fuera. Quería hablar conmigo a solas.
-¿Te ha dicho porqué...?
-No, me ha dicho que no quiere que viva con una vagabunda y que haya
hombres entrando y saliendo de su casa.
-Tuvimos una conversación interesante esta mañana.
-Sí, me lo contó. Lo siento mucho.
-No tienes que disculparte por lo que él diga. Además no me afectó en
absoluto-. Casi no me afectó pero no hay motivos para hacer que Nat se
sienta peor-. Entonces ¿se va a quedar?
-Eso parece, no quiso decirme nada de porqué se fue ni de si va a quedarse
para siempre, es como intentar hablar con una pared.
-Por ahora podemos dormir las dos aquí. Jack dormirá en el salón. Espero
que no te importe pero no creo que vaya a ceder si le digo que se quede en
su casa.
-No, después de ese beso dudo que se mantenga más de cinco minutos
alejado de ti. No tienes que quedarte, puedes ir con él si quieres. O yo
puedo dormir en el salón. Tú estás pagando un alquiler no tienes porqué
limitar tu vida por mi culpa.
-Creí que éramos amigas.
-Lo somos.
-Pues creo que las amigas se apoyan en las crisis. Pero no te fíes de mí, no
he tenido demasiadas-. Más bien ninguna pero tampoco hay que ser tan
sincera.
-Yo tampoco he tenido muchas amigas. Está bien, por ahora dormiré aquí
pero si en cualquier momento quieres que cambiemos sólo tienes que
decirlo. No me gustaría perder nuestra amistad porque te hago sentir
incómoda-. Nos abrazamos como para sellar el acuerdo, parece que
hemos hecho de los abrazos nuestro saludo secreto.
-Ahora cuéntame lo de Blackstone.
-No puedo- me muerdo el labio, sé por su expresión que lo ha sentido
como un rechazo hacia ella-. No es por ti, es que no es mi secreto, es algo
muy privado suyo, que hacía que temiese empezar una relación, pero me
ha dicho que me quiere. Yo también se lo he dicho.
-¡Eso es genial!- y parece alegrarse de verdad. Luego pone su expresión
de pensar.- Dime sólo si era algo de lo de la lista.
-Me temo que no, se nos olvidaron unas cuantas opciones-. Su cara de
derrota casi me hace confesar. Sólo casi.
Jack vuelve cincuenta y cinco minutos más tarde y con comida. Me
mandó un mensaje y tanto Nat como yo decidimos que un día como el de
hoy se merecía una pizza. Yo estoy de celebración y creo que Nat sólo
intenta ahogar sus penas con carbohidratos.
Comimos sobre la isla, Alex se hizo dueño del sofá y del mando de la
tele. Nadie le ofrece un trozo ni unirse a nosotros, yo aún tengo presente
el chasco de esta mañana y creo que Jack sigue con ganas de partirle la
cara.
Con Nat decidí ir esta noche al pub, prefiero no tener nada que hacer
allí que aquí. Pueden vigilarme en cualquier lugar y al menos allí haré
compañía a Nat y tal vez pueda arreglar un poco las cosas con Noah. O
ver si se han roto para siempre.
Me cuesta un poco convencer a Jack pero creo que se da cuenta de que
no puedo estar mano sobre mano sin volverme loca durante mucho más
tiempo. Lo gracioso es ver la reacción del ucraniano cuando se entera de
que Natalie está trabajando en un pub de camarera. Es como en esos
dibujos animados cuando a alguno le estalla la cabeza como un volcán.
Sólo por eso merece la pena soportar sus miradas despectivas y rabiosas.
Está claro que me culpa de eso también. No digo nada porque ni Jack ni
Natalie se han dado cuenta y no quiero que los dos se molesten, las cosas
ya están demasiado tensas. A pesar de la incomodidad por nuestro
indeseado compañero de piso la cena es agradable e incluso conseguimos
mantener una charla animada. O tal vez sea que las nubes continúan
bailando en el cielo.

Noah se sorprende al verme pero no me pide que me vaya, respiro


tranquila al descubrir que aún tengo trabajo. El local sigue como siempre
y resulta que servir copas es como montar en bici. Jack se sienta en la
barra y pasamos el inicio de la noche dirigiéndonos miraditas que cabrean
a Noah y hacen sonreír a Nat como una colegiala.
Todo es bastante agradable hasta que un grupo de tatuados entra en el
local. Con ellos viene la chica gótica. Ella también me ve y algo en mi
expresión delata la presencia del escritor porque su mirada se dirige casi
inmediatamente a él. La veo acercarse a su espalda, coloca una mano en su
hombro y le habla muy cerca. No necesita acercarse tanto, ni tocarle. Él se
levanta y va a la mesa, no sólo saluda sino que se queda allí un buen rato.
Yo finjo atender las mesas pero estoy atenta a cada movimiento, Natalie
me vigila, preocupada, mi cara debe ser un poema. Esto es de lo que tanto
he oído hablar, celos me parece que lo llaman. No son agradables.
En cuanto todos han celebrado la reaparición de Jack la chica gótica
acapara toda su atención. Le habla con urgencia, como preocupada por
algo, ¿qué demonios puede preocuparle si aún no ha superado la
pubertad?
Noah me pide que le ayude a sacar unas botellas del almacén y le sigo
frustrada porque desde allí no voy a poder ver nada. Cuando cierra la
puerta detrás de nosotros comprendo que quiere hablar, no debería haber
escogido este momento, no cuando acaban de salirme estas garras tan
bonitas que espero que sean de adamantium. Me repasa de arriba a abajo
como queriendo verificar mi integridad física. Mi corazón sangra un poco
pero por lo demás estoy bien. Me había acostumbrado a vivir en ese
capullo protector en el que el escritor era sólo para mí, racionalmente
comprendo que no es lógico enfadarse porque hable con sus amigos, pero
mi lógica está poniéndose los guantes de boxeo y no parece muy
interesada en conversar.
-¿Cómo estás?- esto es importante así que trato de concentrarme.
-Estoy bien.
-Sam siento lo que dije la otra noche.
-Natalie piensa que lo dijiste para mosquear a Jack.
-Bueno no lo dije para hacerte daño si eso es lo que estás pensando.
-¿Crees que estoy loca?
-No-. Parece sincero.
-¿Crees que necesito una atención especial porque...?
-Sam, creo que lo que te ha pasado, no sólo ahora, durante años, es algo
que poca gente podría llevar bien. El escritor te conoce desde hace unos
días, no digo que no te quiera, que no se preocupe, pero no sabe lo que es
lidiar con alguien que constantemente está asustada, con motivo- añade
apresuradamente, temiendo ofenderme-. Tienes todo el derecho a estar
asustada, incluso paranoica, sólo digo que, a veces, no es fácil lidiar con
ello.
-Siento haber sido una carga-. Se agarra de los pelos frustrado.
-No has sido una carga, no soy de esos tipos que se hacen cargo de los
problemas de los demás. Eres maravillosa, luchadora e independiente. Y
por eso duele más cuando te veo asustada, o cuando sé que has visto un
mensaje, o que se te ha acercado. Quiero... me gustaría poder librarte de
todo eso, poder lograr que te sientas segura-. Nos quedamos en silencio.
Fuera el ruido de las conversaciones me recuerda que el escritor está en
una de las mesas, con una chica que está totalmente enamorada de él, y que
es una artista, no una camarera con demasiados traumas.
-¿Has hablado con Marcus?
-Hace días, no lo está llevando muy bien, se culpa por todo. Él hizo algo
horrible para poder darte una vida sin pesadillas, pero no sirvió de nada.
Sea lo que sea lo que anda por ahí, lo está consumiendo.
-Quiero verle pero ni siquiera me coge el teléfono.
-Dale tiempo, él mismo vendrá a ti cuando esté preparado.
-Será mejor que volvamos, Natalie es demasiado novata para estar
atendiendo sola-. Asiente pero su voz me detiene con la mano en el pomo.
-¿Estamos bien? ¿Tú y yo?- intento ser lo más sincera posible.
-Durante mucho tiempo has sido mi mejor amigo. La única persona en mi
vida que siempre estaba ahí. Ahora parece que apenas te conozco, entre las
mentiras y... las cosas que descubro que opinas de mí. No quiero que
nuestra amistad se acabe, pero vamos a tener que esforzarnos para que
vuelva a ser lo que fue. Y no más mentiras por favor.
-Te quiero Sam-. Finjo entenderlo mal.
-Yo también te quiero.
Al salir me doy de bruces con el gris líquido de los ojos del escritor,
está de nuevo en la barra, el almacén en su punto de mira. No dice nada
cuando paso delante de él. Simplemente me observa con atención, espero
que él también sienta el escozor de los celos.
Me despierta el movimiento de Natalie saliendo de la cama. Las
últimas dos semanas se las ha pasado prácticamente fuera de casa. En
cuanto asoma el primer rayo de sol se escabulle en las calles,
supuestamente va a trabajar aunque está claro que huye de la presencia de
Alex.
La oigo rebuscar en la cocina, charla un poco con Jack, que no me ha
dejado sola en ningún momento desde que hace casi dos semanas me
confesó lo de su accidente. Él se ha instalado en el sofá, aunque se pasa las
noches tecleando en el escritorio de Nat, cuya custodia comparten
amigablemente. Alex se ha apoderado de la cama de Nat, y ha dejado cosas
suyas en cada armario de la cocina, en cada balda del baño. No creo que
piense marcharse pronto.
Apenas habla con ninguno de nosotros pero sigue a Natalie con la
mirada de un perro abandonado, no sabemos aún qué motivo tuvo para
largarse pero está claro que sigue loco por su exprometida.
O tal vez sea yo dejándome arrastrar por un optimismo irracional, aún
no he conseguido bajarle los pantalones al escritor sin embargo nuestra
rutina está ejerciendo un efecto en mi estado de ánimo que es cuanto
menos preocupante.
Oigo un tintineo de tazas y el susurro de la voz del escritor. Dos
minutos después de que la puerta que da a la calle se cierre tras una
apurada Natalie, la puerta del dormitorio se cierra tras Jack. Se mete en la
cama con las manos frías y olor a café. Me rodea con los brazos y me
acomodo contra él. Nunca he dormido mejor en mi vida. Siempre estaba
alerta, preocupada por cada ruido o sombra. Ahora me he convertido en
una dormilona, me quedo en la cama todo el día sólo por el placer de estar
rodeada por su cuerpo.
Se ha acomodado en casa. Dedica todo su tiempo a vigilarme y a
escribir. Se pasa las noches en la barra del pub, aporreando las teclas del
ordenador y sólo alza una ceja despectivo cada vez que le sugiero que se
tome una noche libre. No tiene que vigilarme en el pub, hay suficientes
ojos allí, pero aún así ni siquiera considera la posibilidad de perderme de
vista. Eso me hace estar secretamente complacida.

Jack parece tener un despertador biológico. Cuando faltan unas cuatro


horas par que tenga que ir a trabajar comienza su asalto. Suele empezar
con pequeños besos en el cuello aunque a veces le gusta sorprenderme,
como el día que mordisqueó la cara interna de mi muñeca hasta que me
hizo gemir y retorcerme, fue bochornoso.
Me giro hacia él y me dejo besar, suele hacerlo durante un buen rato,
hasta que empiezo a suplicar. Entonces es cuando hace magia con los
dedos.
Le quito la camiseta, me encanta acariciar la parte de su cuerpo a la que
me deja acceder, estoy intentando no presionarlo, la situación ya es
bastante complicada para añadir un motivo de disputa más. Tal vez cuando
el ucraniano desaparezca y Marcus vuelva de las alcantarillas.
-Eh, vuelve conmigo.
-Lo siento.- Jack puede ser algo posesivo, le gusta tener toda mi atención,
sobre todo en la cama. La verdad es que no suelo distraerme, sobre todo
cuando empieza a hundirse bajo las mantas y sé exactamente en qué va a
ocupar su boca.
Las mantas se han deslizado hasta sus caderas, que están a la altura de
mis pantorrillas así que estoy completamente desnuda. Sé que Alex se fue
hace un buen rato, no suele quedarse cuando Natalie no está. Aún así me
gustaba más la privacidad de la casa del escritor.
Desliza mis bragas por mis piernas y las arroja a un lado, me fijo
donde caen para acordarme luego de recogerlas, lo último que quiero es
que Nat se las encuentre por ahí. Incluso estoy haciendo la cama, y
cambiando las sábanas cada dos días porque siempre me parece que
huelen al escritor y aunque me encanta no quiero que mi compañera
comience a desarrollar dependencia por su olor.
Me llevo las manos a los pechos, le encanta mirar cómo me acaricio
mientras tiene la cabeza hundida entre mis piernas. Estoy totalmente
desnuda, mi pijama luce derrotado en el suelo, al lado de las braguitas.
Uno de nuestros juegos más intensos es el de las miradas, suele ganar
él, aunque hay que decir que juega con ventaja, es difícil mantener la
mirada del oponente cuando te estás corriendo.
Horas más tarde, cuando se ha cansado de jugar conmigo voy a la ducha.
Siempre le invito a venir pero es difícil ducharse con los vaqueros puestos
así que me espera preparando café y algo para picotear.
Solemos encontrarnos con Natalie para cenar en alguno de los
pequeños locales cercanos al pub, incluso hemos cenado alguna vez la
comida fría que servimos en el pub. Estoy casi convencida de que Natalie
pasa casi todo el día en casa de Noah, el único motivo de que no duerma
allí es que las dos convinimos en que no debía abandonar su hogar sólo
porque Alex haya vuelto.

Cuando llegamos al pub Natalie ya está allí. Tienen comida china sobre
la barra y comemos mientras algunos transeúntes cotillean curiosos desde
el otro lado del cristal. Creía que me sentiría incómoda con la relación de
Nat y Noah pero no es así, no sólo porque apenas se dedican muestras de
afecto en público sino porque espero de verdad que les salga bien, quiero
ver a mi amiga feliz, y yo estoy tan bien con el escritor que ni siquiera me
importa perder mi red de seguridad. Es extraño ver a Noah encaprichado
de una mujer, pero también es tierno y dulce, además es divertido ver la
cara del ucraniano cada vez que se los encuentra juntos.
Por un acuerdo tácito nadie habla de ninguno de los temas prohibidos
en estas cenas improvisadas, sentimos permanentemente la nube de
premoniciones sobre nuestras cabezas pero nadie la menciona. Yo miro a
Nat y le hago un gesto apenas imperceptible. Ella asiente aunque finge que
sólo está escogiendo un trozo de pollo kung pao.
-Sam- me estremezco ante el tono agudo y chillón de su voz, no está hecha
para los escenarios, eso está claro. Carraspea y vuelve a intentarlo.-
¿Podrías acompañarme mañana a la tienda de la que me hablaste?- cuando
termina parece tan orgullosa que siento no poder dedicarle una ovación.
-Claro, así Jack podrá tomarse un día libre.
-¿Por qué un día libre?- su tono es estridente y trato de no forzar mi
expresión de inocencia.
-Para que yo acompañe a Nata,una tienda de chicas. Iremos juntas y
tardaremos como una hora. Nos sentiríamos más cómodas si vamos
solas-. El escritor me mira desconfiado.
-¿Dónde está la tienda?-
-Princess Street.
-¿Iréis todo el tiempo juntas?
-Por supuesto.
-Puedo acompañaros y quedarme fuera- le dedico mi mejor mirada
avergonzada y simulo que le hablo al oído para que Noah no me oiga.
-Vamos a comprar lencería para Nat, sería incómodo para ella que tú lo
supieras-. Mordisqueo su lóbulo y pienso si debo presionar más-. Tal vez
me compre algo yo también-. Su mirada de sospecha se acentúa pero yo
mantengo mi sonrisa y finalmente cede, convencido.
-Está bien, pero quiero que estés pendiente del móvil en todo momento.
-Sí, papi-. Todos alrededor de la barra se quedan inmóviles, he dicho una
de las palabras prohibidas-. Sólo era una broma-. La tensión tarda un rato
en desaparecer pero al fin, entre la conversación sin sentido y acelerada de
Nat y mis comentarios mordaces conseguimos que los chicos se olviden
de todo.
-Mañana cerraré el pub, vamos a cenar para celebrar que Natalie deja su
trabajo y que empieza una nueva etapa por libre-. La idea nos parece
genial, Nat está emocionada y yo no puedo evitar sonreír, mi irlandés va a
cerrar el pub por una chica. Me parece que ahora debo llamarle el irlandés
de Nat. Me gusta como suena.

Horas más tarde Natalie, Noah y yo nos dedicamos a un juego que


consiste en intentar tener las manos ocupadas. Seis manos son demasiadas
para el local en una noche de día laborable. Llevamos las últimas dos
semanas peleando por servir copas. A Natalie no se le da del todo mal y
con su aspecto dulce y virginal todos le perdonan el más mínimo fallo.
El grupo de tatuados ha vuelto y Jack se sienta un rato con ellos, la
chica gótica no ha vuelto a aparecer y a mí ya me han hecho casi un
miembro de la familia. Soy la chica de Jack, que al parecer significa algo.
La mayoría me mira con asombro, al principio creí que eran despectivos,
que yo no les parecía demasiado buena para su “líder” pero al parecer es
porque soy la primera chica de Jack. No puedo evitar sonreír con
petulancia cada vez que pienso en ello, aunque también soy consciente de
la parte triste, del sufrimiento que lo ha mantenido alejado de una relación
normal. ¿Será capaz algún día de comprender que todo lo que ofrece es
mucho más que las pocas cosas que no puede dar? Al menos para mí.
Quizá en otra vida lamentaría no poder tener hijos, pero podrías
probar con las técnicas de fertilización in vitro. O mejor aún, la adopción.
Pasé poco tiempo en la casa de acogida pero quedó grabado a fuego en mi
cerebro la idea de que nadie quiere adolescentes. Podríamos adoptar a un
par de chicos mayores, de esos para los que nadie tiene ya esperanza, sé
que Jack sería un excelente padre y, de pronto, la idea de dar una
oportunidad a un par de niños de la calle me hace emocionarme. Disimulo
porque ya empiezo a parecer la llorona oficial del grupo. Además no
quiero que Jack se dé cuenta de que ya estoy planeando nuestro futuro. Un
par de chicos, como Marcus y como yo. O como Nicky y Teddy si
hubiesen tenido la oportunidad de crecer.
-Sam- la voz de Noah me arranca de mi ensoñación y lo peor es que me
pilla distraída-. No sé qué crees que vas a hacer mañana pero más te vale
que lo olvides.
-¿Qué? No voy a hacer nada. ¿De qué hablas?
-No soy idiota y os conozco bastante bien a Natalie y a ti como para saber
cuando estáis montando un teatrillo. Prométeme ahora mismo que no vas a
hacer nada o se lo digo al escritor.
-¿Es que eres un chivato?
-Cuando se trata de vuestra seguridad soy cualquier cosa. No me pongas a
prueba Sam-. Genial. ¡Genial, genial, genial! Un habitual me observa
patalear contra el suelo confuso y le dedico una mirada furibunda que lo
espanta. Tendremos que mejorar nuestro plan.
-Sam si Noah se ha dado cuenta creo que es mejor dejarlo-. Hay una chica
en mi cama con un pijama verde lima con volantes, mientras tanto un
hombretón de metro noventa y barba afilada está a una habitación de
distancia. El mundo es un lugar cruel.
-Tengo que hacerlo ya. Marcus ya no le coge el teléfono a Noah, ni
siquiera aparece por casa de Francis, tengo que encontrarle. Además esta
campaña de protección me está volviendo loca. ÉL no se acercará mientras
haya gente rodeándome. Tengo que quedarme sola. Quiero acabar ya con
esto.
-No creo que sea buena idea.
-Eso ya lo has dicho, seis veces.
-Si te pasa algo va a ser culpa mía.
-Nat soy lo bastante mayorcita para tomar mis propias decisiones. No va a
pasar nada. Voy a ir con cuidado-. La miro retorcerse sobre la cama
mientras yo termino de trazar nuestro plan maestro. Hay que despistar a
los carceleros. El problema es que sin la colaboración de Nat va a ser muy
difícil-. Mira si no quieres ayudarme no pasa nada. No me voy a enfadar,
no quiero que te sientas incómoda luego con Noah-. Estoy jugando con su
deseo de complacer a la gente y lo sé. Natalie es demasiado agradable para
negarme nada.
-Está bien- acepta reacia y sé que la culpa me acompañará durante bastante
tiempo-. ¿Cuál es el plan?
-Tienes que encargarte de distraer a Noah.
-¿Eso es todo?
-Sí, irás mañana a su casa. Le dices que al final hemos cambiado de
opinión y no vamos a salir y le haces eso que lo tiene sonriendo como un
bobo constantemente.
-Parece muy fácil.
-Lo es, pero tienes que ser convincente, o quitarte el jersey. Ve
improvisando.
-¿Y tú que harás?
-Despistar a Jack y luego buscar a Marcus. Pasearme por los lugares
donde sé que puede estar esa cosa y que me vea sola.
-¿No prefieres que te acompañe?
-No, necesito volver a verlo. Nunca aparecerá si estoy en compañía.
-Ten cuidado.
-Por supuesto- digo antes de arroparla y apagar la luz, hay una extraña
sensación de seguridad que me acompaña desde hace días, otros lo
llamarían estupidez.

Al día siguiente Natalie y yo salimos juntas de casa. Nos vamos


sonriendo y susurrando como si fuésemos a llevar a cabo una
conspiración realmente basada en las braguitas y los ligueros. Jack y Alex
nos observan serios. Alex parece ligeramente confundido por este cambio
en la rutina. Observa a Blackstone como cuestionándose su cordura por
dejarnos salir solas.
En cuanto hemos cerrado la puerta detrás de nosotras apresuro a Nat
para que se introduzca en el primer callejón antes de que cualquiera de los
dos salga de la casa. La caja de ladrillos está rodeada por viejos edificios,
la mayoría abandonados, con pequeños callejones que los separan de las
casas cercanas. El callejón por el que nos introducimos nos llevaría
directamente al jardín privado si no fuese por una alta reja imposible de
saltar. Hay bastante basura por el suelo aunque no hay contenedores, está
claro que aquí se reunía la clase alta del mundillo de las drogas hasta que
los almacenes y las fábricas comenzaron a convertirse en hogares para
bohemios y artistas. La basura es puro papel y pinturas, alguien ha debido
de atravesar una grave crisis existencial.
Había estado estudiando el callejón estos días, sólo de pasada pues no
quería que Jack se fijara en mi interés por él. Apenas había donde
esconderse pero era tan oscuro y estrecho que constituía un escondite en sí
mismo. No tuvimos que esperar mucho antes de que Jack saliera. Miró a
todos los lados y finalmente se fue caminando en dirección a Princess
Street.
Unos minutos más tarde nosotras lo seguimos. Natalie se desvia para
dirigirse al pub y me muestra los pulgares y una sonrisa de ánimo. Yo
llevo una lista de lugares donde Marcus podría estar buscando el cadáver.
Voy a todas las zonas en las que había estado durante mis años en la calle.
Si ÉL sigue por ahí puede que aún frecuente los mismos lugares. Voy a
donde me lo encontré por primera vez, al cementerio, al lugar donde se
reunían los vagabundos. Pocas cosas han cambiado, Edimburgo es una
ciudad antigua, ya asentada, difícil modificar sus costumbres y su
geografía.
Llevo horas buscando, y sé que tengo que volver o Jack se enfadará,
mucho, a estas alturas ya debe haber descubierto mi engaño.
Me doy un último paseo y no me sorprendo cuando el móvil vibra en mi
bolsillo, en realidad llevo un rato esperando. Pero no es Jack o Noah. Ni
siquiera Marcus. Es un número desconocido. “Ven al pub”. No me gustan
los números desconocidos, nunca me han traído nada bueno.
Cuando llego al pub está cerrado pero lo que veo dentro parece salido
de mis peores pesadillas.
Es como retroceder en el tiempo, mirando otra vez a través de un
cristal, con el fuego devorando lentamente el único hogar que conozco y a
las personas que amo.
Nadie a mi alrededor parece darse cuenta de lo que sucede y aunque mi
primer instinto es gritar y atraer la atención sobre lo que está sucediendo
algo en mi garganta me impide hacerlo, esta es una historia que se ha
desarrollado en las sombras, a espaldas de la ciudad. Debe terminar igual.
Forcejeo un poco con la puerta y finalmente cede. Esta vez quiere que
entre. Esta vez las llamas también me consumirán a mí.
El pub está oscuro, aunque fuera aún es de día dentro todo, incluso la
luz, está condicionada por sus deseos, todo se mueve a su antojo, incluida
yo. El olor a papel quemado es intenso, hay un humo, no demasiado
espeso que le da al ambiente un aspecto más teatral. Parece que cada
detalle está cuidadosamente meditado, tal vez ha pasado los últimos quince
años planeándolo.
Los cuerpos de Natalie y Noah están tirados en el suelo, inmóviles.
Avanzo ignorando el cadáver putrefacto, deseando que sea el único
muerto. No puedo ver si respiran, el humo es ligero pero invade mi nariz
y seca mis ojos. Las lágrimas no hacen nada por humedecerlos.
Coge lo más valioso, un recuerdo, la imagen de una persona querida,
coge ese momento que sabes que jamás podrás olvidar y retuércelo hasta
convertirlo en algo grotesco, en algo tan doloroso que no puedas lidiar
con ello. El primer beso que sea un intento de violación, un regalo que sea
un caballo de Troya, una manzana envenenada destinada a acabar contigo.
Lo único bueno que jamás había hecho mi madre era intentar salvar a
Nicky y a Teddy, saber que había muerto intentando sacarlos del fuego
había compensado los años de negligente cuidado, todas sus locuras y sus
enfermizas obsesiones.
Verla ahora, viva, con sus ojos aún sumidos en la locura, con el
cadáver del hombre que me había sumergido en el terror a sus pies. Coge
la carta más valiosa, sácala y derrumbarás el castillo de naipes.
Hay un montón de copas y vasos esparcidos por el pub, dentro arden
trozos de papel que imagino regados por licor. Son tantos que no hace
falta luz pero sus movimientos sinuosos confunden mis ojos. En el
almacén hay muchos más, estamos prácticamente rodeados. Me acerco
más a ella intentando huir del horrible olor a carne podrida, no voy a
mirar, me digo, sé que si observo ese cuerpo jamás podré volver a
dormir.
Mi madre no ha cambiado apenas, aunque ya antes estaba muy
desmejorada, es de esas personas, que independientemente de su edad
siempre parece a un paso de la tumba, arrugada, demacrada, enferma.
Lleva un montón de capas de ropa que dudo que jamás hayan sido lavadas
desde que las rescató de cualquier contenedor. Su cabello es apenas un
recuerdo de lo que puede ser el pelo. Su piel está tan ajada que no creo que
se diferencie demasiado de la del cadáver. Lo peor son sus ojos, una
mezcla de locura, demencia y cierta crueldad despierta. Sea lo que sea lo
que está vengando, es su razón de existir. Por su temblor y su aspecto
puedo deducir que esa obsesión es lo que la mantiene en pie.
El humo se ha introducido en mis pulmones y mi voz sale áspera y
débil.
-¿Mamá que has hecho?- su risa es repugnante, hay la suficiente cordura
en su cabeza enferma para haber urdido esto. Ha sabido escoger a Nat y a
Noah como víctimas. Mis amigos, lo más parecido que jamás tendré a un
hermano. No va a dejarme ir, no ahora que por fin ha llegado al momento
culminante de su plan.
A mi cabeza vienen todos esos momentos en los que creí en las
cualidades sobrenaturales de mi padre. Cuando lo veía acechando en un
callejón, y al echar a correr en otra dirección sentía ruidos aterradores
que me precedían. Siempre adelantándose a cualquier plan de huida,
porque no era uno, eran dos. Y no era un cadáver levantándose solo de su
tumba sin nombre, era una mujer llevándose el cuerpo de su marido. En
el callejón, el día que había visto una cara surgir de las telas, ella puso el
cadáver ahí para asustarme, me condujo a ese lugar, me persiguió durante
años...
-¿Por qué?
-Pequeña puta. Pequeña zorra, vas a ir al infierno, puta, vas a arder entre
llamas-. Su voz es áspera, como cristal roto, raspando contra la piedra.
Juguetea con un vaso que tiene una pequeña llama en su interior, me
recuerda a un fuego fatuo, lo que es muy adecuado porque creo que
estamos en lo que pronto será un cementerio. El vaso está sobre el
escritorio, lo empuja lentamente, con un movimiento circular, haciéndolo
girar sobre sí mismo. Con un gesto descuidado lo deja caer, el fuego
lucha por mantenerse vivo pero afortunadamente se extingue.
Entonces me fijo en el suelo, está húmedo, probablemente ha
derramado licor por todas partes, si sigue arrojando esos pequeños
fuegos alguno, más temprano que tarde, prenderá.
Dudo que pueda hacerla entrar en razón, ya estaba loca entonces y me
parece que está mucho peor ahora. Creo que ha cruzado el límite de la
demencia. No puedo sacar los cuerpos de aquí antes de que prenda todo el
local. Mi única salida es distraerla lo suficiente para noquearla. Tengo
algo a mi favor, el brillo perverso en su mirada me dice que quiere
contármelo todo, está pendiente de cada movimiento, tengo que conseguir
que se centre en cada palabra y se olvide de que sigo avanzando hacia ella.
-Tú también incendiaste la casa hace años, tú mataste a los niños.
-Eran míos, no tuyos.
-¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?- inclina la cabeza hacia un lado, curiosa,
casi puedo ver un destello de la joven que fue. Sonríe y desliza una copa
hacia el borde de la mesa, avanzo un paso más y la hace deslizarse al
suelo. El estrépito contrasta con la antinatural suavidad de sus
movimientos.
-Tú me quitaste lo que quería, yo te quité lo que querías tú, te quitaré
mucho más-. Arroja otro vaso más, todos se apagan al llegar al suelo,
pero con la cantidad de alcohol que hay esparcido no sé cuánto puede
durar mi suerte.
-¿Qué te quité? ¿Qué te hice?- ¿Qué pude hacer que valiese la vida de esos
niños, de sus propios hijos?
-Me quitaste lo único que alguna vez quise-. Avanza hacia mí y me preparo
para defenderme, pero me rodea, me hipnotiza y me hace seguirla
estúpidamente hasta que me doy cuenta, ella ahora está cerca de la salida, y
yo estoy atrapada. De todos modos no había manera de que fuese a salir
huyendo sin mis amigos, si esta vez alguien arde, me quemaré con ellos. A
no ser que sea esa puta enferma.
Se inclina, me recuerda a una de esas brujas de película, envueltas en
telas y misterio. En sus caras la huella de sus almas horribles. Se inclina
sobre el cuerpo de su marido y yo siento que desfallezco al ver sus labios
posarse sobre los de él. Miro hacia otro lado, intentando encontrar una
salida, ignorar lo que sucede delante de mí.
-¿Celosa?
-¿Por qué iba a estar celosa? Odio a ese hombre.
-¡Mentirosa!- exclama y se levanta furiosa, parece haber perdido toda esa
serenidad demente que la envolvía- yo te vi puta, te vi retozando con mi
hombre. No descansaste hasta que te lo follaste. Debí haberte matado
mucho antes, debí haberos matado a todos.
El asombro lucha con la indignación, no sé si llorar de rabia o gritar
de frustración.
-Yo no quería, él me violó. Ese cabrón abusó de tu hija.
-¡Mentirosa!- y se abalanza sobre mí para golpearme-. Perra mentirosa,
puta, lo volviste loco, te siguió durante años, le tenía yo pero él siempre te
seguía a ti. Se volvió loco por tu culpa, dejó de quererme por tu culpa. Yo
no iba a permitir que lo tuvieras de nuevo. ¡Nunca!- me deja para buscar
más vasos y los arroja contra paredes y cajas. Una de ellas estalla y una
humareda negra se esparce por todas partes, la madera húmeda prende con
facilidad y el fuego comienza a expandirse, como si hubiese estado
dormido y lo hubiesen despertado. No está contento. Parpadeo luchando
contra el aire irrespirable y debo de estar perdiendo la cabeza yo también
porque detrás de esa bruja loca el cuerpo de mi padre comienza a
levantarse. Mi expresión de asombro y terror debe ser notable porque
incluso en su ira irracional la percibe y se gira para ver lo que me ha
hecho apartar mi atención de ella.
-Cariño, cariño, estás vivo, ¡está vivo!- y se vuelve hacia mí para
compartir la alegría. Yo estoy inmóvil, casi catatónica, en un estado de
estupor tan profundo que tardo un momento demasiado largo en darme
cuenta de que alguien sostiene el cuerpo de mi padre. No ha resucitado,
Noah lo ha hecho y mueve el cuerpo atrayendo la atención de mi madre.
Cuando consigo reaccionar cojo una pesada botella y golpeo con todas
mis fuerzas la cabeza de esa mujer que jamás fue mi madre. Se derrumba
en el suelo como un montón de basura. Noah arroja el cuerpo que
sostenía.
-¡Saca a Natalie! ¡Sácala de aquí!- me apresuro a coger a Natalie por
debajo de los brazos y la arrastro hacia la salida. Creo que Noah me va a
seguir pero no le veo. La puerta de entrada golpea muy fuerte y veo entrar
a Jack, Marcus y Alex. El último me saca a Natalie de los brazos y se la
lleva a la salida. Yo intento volver a entrar pero Jack me sujeta y me
arrastra a mí también.
-¡Noah!- le grito, Noah sigue dentro, pero no importa lo mucho que
forcejeo. Me lleva a la salida y observo como Marcus se introduce entre
las llamas. Durante un momento no veo nada. Mis ojos se nublan, el humo
comienza a desaparecer. Cuando mi visión deja de estar borrosa me
parece ver una figura salir de entre las llamas. Mis sollozos ahogan
cualquier nombre. Sea el que sea, falta alguien.
A nuestro alrededor se oyen voces preocupadas, alguien, creo que
Jack asegura que ha sido un pequeño incendio que ya está controlado y
cierra la puerta pero los curiosos siguen ahí plantados, sin alejarse
demasiado del cristal que muestra todas nuestras intimidades. Mis ojos no
se separan del almacén, del que poco a poco deja de salir humo.
Marcus aparece, está gris, pero parece estar bien. Me busca con la
mirada y cuando me alcanza se arrodilla sobre mí y llora. Llora como un
crío, como nunca le había visto llorar cuando éramos niños. Jack se aparta
un poco pero no me suelta la mano, tal vez porque yo le estoy clavando
las uñas. “Noah” susurro y entre sollozos Marcus me dice que está bien,
alzo la mirada sin terminar de creerle y mi irlandés está ahí, de pie frente
a mí. Un pequeño riachuelo de sangre mana de su frente. Me sonríe, es
una sonrisa cansada pero hay algo de satisfacción en ella. Entonces fija su
mirada en un punto detrás de mí y su expresión se ensombrece. Miro
sobre mi hombro, Natalie está en los brazos de Alex, aún inconsciente.
-¿Está bien?- mi voz suena áspera y el ucraniano está tan centrado en su
rostro que dudo que me haya oído, o que le importe siquiera contestarme.
Intento incorporarme para llegar hasta ella pero tengo a dos tipos bastante
pesados sobre mí. Jack se da cuenta de que forcejeo y me ayuda a
levantarme y llegar hasta Nat.
Alex me mira con los ojos envenenados de odio cuando me acerco
pero no le tengo miedo, al lado de mi madre es un aprendiz. Toco el
rostro de Nat, está cálido y seco, su respiración roza mi mano. La llamo
suavemente palmeando su mejilla y finalmente abre los ojos, parece
confundida y mira alrededor intentando encontrar alguna explicación a
estar en los brazos de su ex y probablemente al sabor del humo que debe
sentir en su garganta.
Siento un alivio tan grande, todos están bien, y me echo a llorar.
Jack y Alex parecen decididos a hacer de sujetapersonas lo que queda
de día pero Marcus y Noah se incorporan y comienzan a organizarlo todo.
-Tenemos que librarnos de los cadáveres antes de que alguien quiera
ayudar y termine llamando a las autoridades.
-Pues ya me dirás como lo hacemos con la calle llena de mirones.
Marcus recorre el local y sugiere.
-Deberíamos subirlos a tu piso y sacarlos de madrugada. El incendio no
ha sido muy grande. Yo te pagaré los desperfectos pero es mejor no
llamar al seguro ni a nadie. No quiero imaginar lo que podrían encontrar.
-No necesito que me pagues nada. Sólo necesito que me ayudéis a sacarlos
de aquí. Y si es posible a enterrarlos en cemento, o incinerarlos. Empiezo
a pensar que son imposibles de matar-. Marcus le mira con los ojos
desorbitados y luego me mira a mí. Finjo estar ocupada con las atenciones
de mamá gallina que Jack me está dedicando. Tanto Natalie como yo
tenemos una chaqueta extra encima y un vaso de licor en las manos.
Estamos sentadas en un de las mesas. Natalie parece abrumada por Alex
pero va a tener que esperar un poco antes de que acuda en su rescate, tengo
un par de detalles cruciales que solucionar.
Me levanto y me sorprendo al encontrar mis piernas temblorosas.
Todos me observan pendientes de lo que voy a hacer. Fuera ya casi no
queda nadie, parecen haberse creído la versión del incendio en la cocina.
-¿Crees que hoy podremos abrir?
-Eso no importa Sam, no debemos llamar la atención.
-Precisamente, deberíamos abrir hoy, dejaremos la celebración de Nat
para otro día, si te parece bien- ella asiente, es la única que parece estar
prestándole la debida atención a mis palabras, los demás; excepto Alex
que sigue ignorando a todo lo que no sea su chica; están más pendientes de
mis movimientos que de lo que digo-. Metamos los cuerpos en esa especie
de cocina que está detrás del despacho. Y en cuanto cerremos los
movemos.
-Tú no, tú te vas a casa ahora mismo-. Marcus es el único que se atreve a
darme órdenes, los chicos son mayoría y si se alían contra mí voy a
tenerlo difícil pero no voy a ceder en este punto.
-No, yo voy a ayudaros a trasladar los cadáveres. Y opino lo mismo que
Noah, quiero asegurarme de que están bien muertos. Así que aireemos el
local y abramos, luego tendremos que decidir un lugar donde llevarlos-.
Alex se levanta y Nat le sigue dócilmente hasta que sus palabras la hacen
soltarse de su agarre.
-Yo me llevo a Natalia a casa. No me importa si acabáis todos pudriéndoos
en la cárcel pero no pienso permitir que ella se vea involucrada.
-No voy a irme a casa. Voy a quedarme a ayudar a Sam, y creo que su
opinión es más importante que la de cualquiera de nosotros así que ya
podéis poneros a ayudar en vez de tratarnos como a crías inútiles-. Nat se
pone a mi lado y me siento diez veces más grande. Entre las dos estoy
segura de que conseguiríamos librarnos de los cuerpos si al final los
machos alfa no nos ayudan.
Jack agarra mi mano y me arrastra al despacho, al principio le sigo
pero cuando veo a dónde va me asusto un poco, Marcus intenta frenarlo
pero Jack le da un empujón y sigue avanzando. “Jack” susurro con una
voz apenas audible y eso lo frena en seco.
-Tienes que verlo ¿verdad? Tienes que asegurarte. Puedes verlos ahora,
puedes ver que están muertos, y luego dejarás que Marcus y yo nos
ocupemos de los cuerpos. Tú te quedarás aquí con Nat y Noah para que
nadie sospeche. Puedes confiar en mí, Sam, puedes confiar en que me
aseguraré de que sean... destruidos. Jamás tendrás que volver a tener
miedo otra vez. Pero no quiero que pases la noche enterrando sus cuerpos,
no creo que debas pasar por eso.
No es sólo que su expresión sea la más sincera y cruda que jamás he
visto en su cara, a excepción quizás de la vez que me confesó sus heridas,
es que es Jack, es la persona en la que confío incluso cuando no debería.
Él y su absurda manía de acariciar mi mejilla. Accedo sin protestar
demasiado, tal vez porque mis dos guardianes parecen aceptar tácitamente
esa opción.
Inspiro profundamente otra vez, porque soy idiota, pero ya no hay
mucho humo y en esta ocasión sólo siento una lija raspando mi garganta
por dentro.
Natalie se pone detrás de mí y puedo sentir el apoyo de todos, me
alimento de su valor y entro detrás de Jack. En el almacén el ambiente está
más cargado, el humo aún forma remolinos, cada vez más cerca de techo.
Los dos cuerpos están tirados en el suelo, el de mi padre es como esos
cuerpos que se ven en las series de televisión, está hinchado y azulado,
sería casi incapaz de reconocerlo porque le faltan trozos de carne, está en
tan avanzado estado de descomposición que sólo mirarlo ya provoca
arcada. Agradezco el humo que mitiga su olor.
El de mi madre es apenas un reflejo helado de lo que era hace unos
minutos. Su garganta está cortada, eso no me lo esperaba, la sangre
acentúa el hecho de que está muerta, es como un cartel informativo. Sus
ojos siguen abiertos, su boca es como una gruta oscura, parece que algo la
forzó intentando escapar de su interior. Sacudo la cabeza intentando
eliminar mis pensamientos macabros, tal vez yo también podría ser
escritora. Siempre se me ocurre la manera de seguir temiendo algo.
-Están muertos, Sam, nunca más podrán hacerte daño. Nunca más tendrás
que tener miedo.
Salimos de ese lugar que ha sido testigo de tantos momentos
escabrosos y de uno muy agradable. Las caras de todos parecen un cuadro
viviente de la preocupación, incluso Alex me mira con cierta aprensión,
soy ese tipo de chica, la que da lástima.
-¿Quién?- pregunto mirando a Alex y a Noah alternativamente. Noah se
confiesa sin querer.
-¿Acaso importa?
-Siento que hayas tenido que hacerlo.
-Créeme preciosa, ha sido un placer-. Miro sus manos y están,
literalmente, cubiertas de sangre. Mi hermano y mi mejor amigo se han
convertido en asesinos. Por mí.

Esa noche hasta el cliente más despistado se da cuenta de que algo


sucede. Los comentarios suenan a un nivel más bajo, las miradas vuelan
por todo el local, las consumiciones se alargan, parece que la gente no
quiere pedir.
Veo un par de miradas extrañas, de Nat a Noah y de Noah a mí. Y vuelta
a empezar. Los clientes creen que la tensión se debe a algún triángulo
amoroso. Aunque no parece haber ningún indicio de que alguien sospeche
del pequeño incendio que se comenta como una anécdota más sólo en
algunas mesas decido ayudar un poco a despejar las dudas.
Me acerco a Noah y paso la mano sobre su vientre, juego un momento
con el botón de su camisa mientras finjo que le pregunto algo. Noah me
mira alarmado y hace un esfuerzo para no mirar a la mesa en la que Jack,
Marcus y Alex ayudan muy poco a la farsa manteniendo sus rostros
tensos. Han vuelto hace apenas unos minutos. Alex terminó ofreciéndose a
ayudar, supongo que sólo por Natalie pero nadie iba a rechazar un par de
manos más.
Mientras no estaban se me cayeron tantos vasos que me nombraron la
encargada oficial de limpiar las mesas, sólo me dieron un paño pero aún
así conseguí tirar unas cuantas copas.
Que se hayan sentado juntos ya me pareció excesivo. Pero ahora los tres
me miran cómo si me hubiese salido otra cabeza, una más inteligente que
la que tenía antes. Nat parece comprender mi plan y cuando se acerca me
golpea el codo, nos sonreímos fríamente y está claro que nuestro teatrillo
ha funcionado porque todas las lenguas del local se ponen a chismorrear
sin fin.

Nos vamos a casa como una cuadrilla. Noah es el único que se queda
atrás y cuando nos despedimos le doy un abrazo como si no fuésemos a
volver a vernos.
-Gracias- le susurro al oído.
-Lo haría un millón de veces, por ti, nena, sólo por ti-. Cuando siento sus
labios buscando mi cuello me abrazo aún más fuerte a él, intentando
llevarme algo de su dolor.
Jack no dice nada y todo el camino permanece callado. Aunque en él
parece algo natural, no es así en Nat, que, aunque no lo toca, camina al
lado de Alex. Marcus va detrás de mí. Cuando llegamos espera a que todos
entren en la casa y Jack nos concede unos minutos a solas. Carraspea y se
retuerce indeciso sobre cómo empezar.
-Me gustaría quedar, para hablar de lo que me dijo... para atar todos los
cabos. Y me gustaría seguir viéndote-. Su expresión cambia a una de
alivio.
-Sí, quiero que volvamos a tener una relación como la que teníamos antes,
que volvamos a ser hermanos-. Le abrazo, no sé si volverá a ser igual
pero desde luego ambos vamos a esforzarnos.
-Marcus ¿sabías que ella... sabías que estaba viva?
-No, estas semanas, algunos vagabundos me decían que no habían visto a
papá, cuando les preguntaba por él me decían que no lo habían visto en
días y tampoco a la mujer. Al principio no le dí importancia, creí que
habría una confusión, no pensé que sería ella. Para nada. Y esta mañana
otro tipo me dijo que no había visto al hombre, pero sí a la mujer
arrastrando algo pesado, dijo que parecía un montón de telas y abrigos.
Para su colección. Creo que entonces todo encajó pero hasta que no la vi
no... no podía creerlo.
Siento la presencia de Jack a mi espalda, parece que su paciencia tiene
una mecha corta. Vuelvo a abrazar a Marcus disfrutando del tacto y el olor
de mi infancia, intentando memorizar los matices que han cambiado. Me
parece que él hace lo mismo.
-¿Quieres quedarte?- pregunto sin soltarlo aún. Él mira detrás de mí y
sonríe.
-Tal vez otro día.

Jack cierra la puerta cuando Marcus ya está girando en la esquina. Ya


en la habitación estoy a punto de ignorar mi conciencia y pedirle que
duerma conmigo pero no me parece justo con Natalie.
-Alex le ha cedido la cama a Natalie, ella dice que hoy prefiere dormir
allí-. Le miro con sospecha.
-Espero que no la hayas presionado.
-Ella se ofreció-. Dice con su expresión más inocente.- Además tiene que
dejar de evitar al tipo de esa manera y solucionar las cosa.
-Y mira quién lo dice-. Empieza a quitarse la ropa y yo me debato entre
sentarme a admirarlo, preguntarle por lo sucedido esa noche, o ir a darme
una ducha-. Creo que debería ir a ducharme.
-Natalie está ocupando al baño. Y no creo que vaya a salir pronto.
-Huelo a humo.
-Yo huelo a cosas peores, sobreviviremos-. Se queda en calzoncillos y
comienza a meterse en la cama. Excepto por la cicatriz de su cadera no
hay que le delate. Quiero lamer esa cicatriz, quiero lamer cada una de
ellas.
-¿Jack?
-Desnúdate-. Y se incorpora para empezar a sacarme una a una todas las
capas de ropa.
-Cuéntamelo-. No me mira a los ojos, pero sé que no es porque me oculte
nada, es porque mi vulnerabilidad haría que dejase de hablar.
-Los llevamos a un bosque, hicimos uno agujero muy profundos, tuvimos
suerte de que Alex sea albañil porque resulta que no soy muy bueno
cavando agujeros.
-Oh, estoy segura de que exageras-. Exagero mi coqueteo y restriego mi
torso casi desnudo contra el suyo. Las palabras penetran a un nivel
subconsciente mientras yo finjo dejarme arrastrar por la pasión.
-Los metimos en el agujero y les prendimos fuego con papeles ardiendo y
unas botellas de licor, creo que fue idea del irlandés, le pareció poético o
pura venganza, no lo sé-. Me saca el sujetador y se pone con la cremallera
de mis vaqueros, yo le ayudo dejando que me mueva a su antojo-. Les
vimos arder hasta que sólo quedaron los huesos y entonces lo cubrimos
todo con tierra. El ucraniano dijo que si necesitábamos cemento para
cubrirlos sólo teníamos que pedirlo pero creo que sólo era una broma-.
Sólo quedan las braguitas que desliza por mis piernas con una lentitud
exagerada.
-¿Marcus estaba bien?- se encoge de hombros incluso aunque tiene las
manos en mis tobillos.
-Creo que se siente aliviado de que todo haya terminado. Porque todo ha
terminado Sam, puedes creernos.
-Te creo-. Cuando su boca se hunde en mi vientre dejo de pensar en
cualquier cosa que no sea él y en sus besos que saben a despedida.

Me despierto de un sueño tan profundo y negro que por un momento


tardo en hallar mi ubicación temporal y espacial, pero en seguida echo de
menos a Jack y eso me da una pista. Agudizo el oído y me parece escuchar
correr el agua de la ducha, me siento perezosa y decido que sea él el que
venga a mí. De todos modos tiene la fea costumbre de cerrar la puerta con
llave.
Un rato más tarde vuelvo a despertarme y no sé si han pasado minutos
o tal vez horas. Abro los ojos y Jack está sentado en la cama, tiene una taza
de café de la que da un sorbo pero no tiene una para mí, lo que no es
habitual. No suele ser desconsiderado. Como venganza cojo su taza y le
doy un buen sorbo.
-Espera me hago pis-. Corro al baño y aprovecho para lavarme los dientes
y la cara. Cuando vuelvo al dormitorio veo que la mochila de Jack está a
los pies de la cama y por lo gordita que está debe haber metido todas sus
cosas dentro. Ahora que el peligro ha pasado tal vez quiera volver a
dormir en su casa, tengo que hablar con Nat, no puedo dejarla sola
mientras se siga sintiendo incómoda y después de lo que vi ayer no creo
que la solución esté a la vuelta de la esquina.
-¿Vas a alguna parte?- me siento un poco idiota cuando voy a sentarme en
su regazo y él se levanta. Bien, creo que sí va a alguna parte. Y
probablemente no me invitará a ir con él.
-Creo que es mejor que me vuelva a mi casa.
-Muy bien-. No pienso decir nada hasta que no sepa lo que él quiere, me
parece que no queremos las mismas cosas.
-Y creo que es mejor que dejemos de vernos-. Pienso en si debería salir a
comprar la lotería, está claro que la videncia es mi nueva virtud. Me
pregunto si es algo con lo que se nace o si puede surgir así, de repente.
-¿Te refieres a que deberíamos arrancarnos los ojos mutuamente?- trato
de sonreír a pesar de que el café le está sentando como alquitrán a mi
estómago.
-Sabes lo que quiero decir. Ya tengo mi historia, ya no necesito seguir
aquí-. Espero que esté intentando hacerme daño, espero que sea una
estrategia muy meditada para arrancarme el corazón y ofrecérselo al dios
de su secta. Espero que no sea simplemente la verdad.
-Ya, resulta que yo también tengo una historia sobre ti. Es muy interesante,
trata sobre lo que hay debajo de tus pantalones-. Sonríe, es la sonrisa más
cruel que jamás le haya visto a alguien.
-Nunca me he prostituido por una historia, no iba a empezar ahora. Espero
que mi mentira no te haya decepcionado demasiado-. Me quedo sin
palabras, él deja la taza en mis manos y se va. Siento el frío por todas
partes, rodeándome. Una gota azul pálido cae sobre el café frío, veo como
crea pequeñas olas que se congelan en los bordes. Cuando Natalie regresa
yo aún tengo la taza en mis manos.
Natalie comprende lo que me pasa sin necesidad de decirle nada. Se
sienta en la cama a mi lado y me quita la taza de las manos y como una
imbécil intento impedírselo porque es lo último que él tocó. Me abraza y
emite sonidos de consuelo pero no hay lágrimas en mis ojos, hubo una,
que ahora está mezclada con el café. Pero no más. No voy a llorar, no
antes de saber si merece la pena.
-Ve a comprar helado. ¡Y galletas! Y también algunas golosinas. Todo lo
que veas dulce. Nata y cerezas.
Alex asiente y desaparece en busca de azúcar.
-Se ha ido.
-Lo sé.
-No voy a llorar.
-Está bien, cariño, pero también está bien si lloras.
-No voy a llorar.
En mi vida debe haber un cupo de hombres. Uno tenía que irse para
dejar sitio a Marcus. Ahora mi hermano y yo nos vemos casi a diario y
hemos resuelto casi todos los detalles que no encajaban, para los que no
teníamos datos usamos la imaginación y las hipótesis. Marcus cree que
nuestra madre tenía que tener acceso a un congelador para mantener el
cadáver tan “fresco”. A mí eso no me importa demasiado, lo curioso es
que nuestro caso parece haberse convertido en un juego de mesa, con
pistas, teorías e incluso un villano. Todos opinan, incluso el ucraniano
huraño.
Ahora bromear sobre lo sucedido ya no es políticamente incorrecto y
todos lo hacen por lo que, obviamente, ha dejado de tener gracia.
Noah y Nat se han dado un tiempo. No quiero pensar que sea por mí,
todos saben que el escritor ha salido del tablero. Pero creo que Noah se
dio cuenta de que no tenía nada que hacer con Nat hasta que el ucraniano
salga de la ecuación.
En casa seguimos con nuestra extraña rutina, he vuelto a recuperar mi
dormitorio. Alex duerme en el sofá y Nat en su cama, aunque a veces, si
pongo morritos y hablo con voz aniñada consigo que duerma conmigo.
Es una debilidad tremenda y me escudo en que es incómodo para ella
dormir cerca de su ex. Pero las dos sabemos que no es verdad.
El día a día es como una droga que me mantiene en funcionamiento
pero adormecida. No duele, estoy insensible. Soy capaz de disfrutar de
pequeños detalles, la risa de Marcus, la actitud extravagante de la señora
Morton ante la vida, la cara de idiota que se le queda a Alex cada vez que
mira a mi compañera.
Incluso hemos recuperado “La lista”, le he dado unas cuantas opciones
más a Natalie y en ninguna de ellas tiene que bajarle los pantalones para
saber porqué se fue. Ya no me gusta jugar con fuego.
Celebramos la libertad de Natalie cuatro días más tarde. En un
almuerzo en casa porque tres trabajamos de noche. Estuvieron Marcus y la
señora Morton que parece haberse colado un poco por el “ruso
malhumorado” como lo llama ella.
La entrevista al escritor estaba enmarcada y envuelta e papel de regalo
y continúa así. Ha perdido toda la alegría de ser un regalo, ahora es sólo
un mal recuerdo. Tal vez el único recuerdo. Si no fuera porque me arde la
piel cada vez que pienso en sus caricias creería que me lo he imaginado
todo. No ha dejado nada atrás, sólo su ausencia.
No he tardado mucho en acostumbrarme a vivir sin miedo, ha sido
liberador. No creo que sea una persona miedosa por naturaleza. Creo que,
llegado el momento, todo el mundo habría sucumbido a la presión de
sentirse perseguido.
He hecho varios experimentos que no compartí con nadie porque a
veces aún percibo que me vigilan y se preocupan porque me derrumbe. No
he llorado una sola vez. Mis experimentos son sencillos ejercicios. Salgo
sola por las noches. Entro en callejones siniestros. Incluso dediqué un
amanecer a recorrer los caminos del cementerio de Greyfriars. Excepto
por las pequeñas señales de alarma cuando veía algún tipo siniestro o
cuando un grupo de borrachos me piropeaba demasiado no he sentido
pánico, no me he bloqueado. Ahora soy una mujer normal con un respeto
común y corriente por la noche y los peligros que encierra.
Incluso me he aficionado al móvil. Nat me acompañó a comprarme uno
nuevo, con un millón de aplicaciones, con pantallas coloridas y un montón
de excusas para perder el tiempo. Mi otro móvil era tan antiguo que los
números aún eran romanos. En el nuevo puedo visitar el blog de Nat, que
por cierto está recibiendo una muy buena acogida.
Con Noah las cosas están como al principio a.J, antes de Jack. Un par de
días después de enterrar los cuerpos me llamó al despacho.
Había sacado todas las cajas. Alex estaba allí con él. Tenían pintura,
cintas métricas y Noah incluso tenía un martillo en las manos a pesar de
que le sentaba tan bien como una ametralladora a un muñeco de nieve.
-Alex y yo hemos estado hablando-. Fue entonces cuando empecé a
preocuparme porque Noah tuviese un martillo-. Cree que no sería muy
caro reutilizar la cocina, como ahora tenemos seis manos en el local he
pensado explotaros y comenzar a servir comidas-. La sorpresa me hace
tropezarme con una caja de herramientas, Alex me sujeta por el codo, es
la primera vez que me toca, desde que nos dimos un atracón de chuches ha
sido mucho más amable conmigo. Casi simpático, aunque sigue sin
sonreír demasiado, cada vez que lo consigo, choco los cinco
mentalmente-. ¿Tú que opinas?
-¿Qué opino?
-Tú tuviste la idea original y además tienes esa bonita carrera a la que aún
no le has dado uso¿Crees que es factible?- me paseo por el despacho
como si la respuesta estuviese en la remodelación de las paredes. Golpeo
una de ellas como haría un constructor. Quiero decir que no, porque temo
que Noah esté cediendo porque aún siente lástima, pero al mismo tiempo
es mi gran oportunidad. Ser parte de algo, construirlo. Tener ladrillos que
fuesen de mi propiedad. No necesito imaginar demasiado, he visualizado
tantas veces el pub, repleto de familias, con deliciosos olores volando
desde la cocina, pero con ese toque a pub irlandés que jamás podríamos
quitarle, jamás lo intentaría.
-Podría hacerse, yo pondría el dinero. Compraría la mitad del negocio,
pero el dinero se invertiría en el local. Así tú no perderías nada. No hay
que hacer demasiadas reformas y casi todas son en la cocina, no
tendríamos que cerrar el local mientras lo arreglan. Natalie y yo nos
distribuiríamos los turnos y tengo a la persona perfecta para la cocina.
Creo que tú deberías seguir por las noches. Es el ambiente que más te
pega.
-¿La mitad?
-La mitad- digo jugándomelo todo a una carta, nunca había estado tan
seria, Noah escruta mi rostro y veo la duda, es como un gran interrogante
grabado en su piel. Es la persona más desconfiada del mundo, más que yo,
más que Marcus. Más que yo d.J.
-Hecho- el apretón de manos es simbólico y para mí simboliza el inicio de
una nueva vida.

Estamos reformando la cocina, todos coincidimos en mantener el


local lo más fiel a sí mismo posible. Pero redujimos un poco la exhibición
del alcohol para que las madres puedan traer a sus hijos sin temer estar
incitándolos al alcoholismo. Noah sacó algunos de sus cuadros, dejó un
espacio que parecía atraer la atención directamente a las paredes verdes.
Cuando le pregunté qué iba a poner allí me dijo que lo que yo quisiese.
Puse una enorme fotografía del castillo de Edimburgo, una fotografía de
todo el grupo delante del pub y otra que Marcus y yo sacamos en en el
muro en el que escondíamos nuestros ahorros, los que sirvieron para
crearme este futuro. Ahí estaba todo lo que era importante para mí. Mi
familia, la ciudad en la que sobreviví y que fue benévola conmigo y mis
raíces. No las podridas e infectadas que estuvieron a punto de arrastrarme
a un hoyo bajo tierra. Mis raíces alegres, las que me habían dado fuerza
para empujarme y crecer, para subir hasta el sol. Lamentaba no tener una
fotografía de mis niños pero era algo morboso ponerlos en esa pared,
seguirían como hasta ahora, en mi recuerdo.

Francis abrazó la idea de convertirse en la cocinera de “El irlandés


errante” (el nombre también estuvo sobre el tapete pero hay cosas que
simplemente no se pueden cambiar, siempre será “El irlandés errante”
para mí). No estaba muy segura de que su cocina fuese la mejor pero sí
sabía que era una mujer atrapada por el aburrimiento, sobre todo ahora
que no tiene que cuidar de Marcus, o al menos no tiene que hacerlo sola. Y
todas las veces que comí de su comida me pareció deliciosa y algo
extravagante, solía mezclar los ingredientes más exóticos.
Además nos salió tirada de precio porque como ella decía “No necesito
el dinero, incluso os pagaría por trabajar aquí”.

En definitiva mi vida dio un vuelco desde que dejé el café. Ahora tengo
mi propio negocio, un hogar, amigos ¿qué importancia puede tener un
corazón que no late? ¿qué más da que le eche tanto de menos que llorar se
haya vuelto algo imposible?
Hace un buen rato que cerramos el local detrás del último cliente,
mañana es el primer día que servimos comidas. Francis ya ha dado el visto
bueno a la cocina. Las servilletas están colocadas, los manteles dispuestos
a ser estrenados. Por la mañana Noah recibirá el pedido de comida y
flores para los jarrones que ahora permanecen vacíos. He dado veinte
vueltas corrigiendo cada doblez de las telas, la posición de los
servilleteros. Noah está empezando a perder la paciencia. Sé que quiere
irse a dormir, golpeo el bolsillo de mi chaqueta y el sonido pesado de las
llaves me hace sentir pura alegría. Ahora tengo las llaves, ahora este lugar
también es mío.
-Deberíamos poner velas.
-¡No! Nada de velas-. Su expresión alerta me hace gracia. Sí, con nuestro
historial mejor no jugar con fuego.
-¿Y unas lamparitas pequeñitas en cada mesa? ¿Farolillos?
-Sam, todo está genial, vete a casa, descansa. Nadie necesita farolillos para
un almuerzo, es de día.
-Está bien, me voy. ¡No muevas nada!
-Sí, jefa-. Grita desde las escaleras, se ha acostumbrado a llamarme jefa en
tono de burla, no le voy a decir aún que me encanta porque dejaría de
hacerlo.
Cierro la puerta y el ruido del engranaje protegiendo mi inversión me
hace sonreír. Mañana es un gran día y que me maten si voy a dormir en
absoluto. Estoy tan despierta que podría trabajar un turno más sin una
queja.
No puedo volver a casa, decido pasear por esta ciudad hermosa, esta
ciudad llena de secretos, pero ninguno que pueda dañarme. Bueno sólo
uno. Pero puedo sobrevivir sin la respuesta. O podía, hasta esta noche.
Consulto el manual que nos dan a todos cuando nos iniciamos en esto
del acoso y leo que ir a casa de un hombre que prácticamente ha salido
huyendo de ti es nivel principiante. Por algún lugar hay que empezar a
practicar.
La última vez que recorrí las calles que llevan a su casa temía que mi
padre le hubiese hecho daño a Nat, han pasado muchas cosas desde
entonces. La mayoría buenas. Esta vez disfruto del sonido de mis tacones
sobre el empedrado, la oscuridad es mi amiga. El frío un acompañante
fiel. Fantaseo con unas vacaciones en una playa tropical. No por ahora,
estoy disfrutando demasiado viendo mi negocio dar sus primeros pasos,
algún día, me digo, algún día podré tomar decisiones como irme de viaje,
comprarme una casa... no se me ocurren más. ¿Tal vez una mascota?
Frente al edificio donde espero que siga viviendo me doy cuenta de que
no sé en qué piso vive. Le llamo al móvil sabiendo que no contestará, por
eso me sorprendo tanto cuando lo hace que tardo un rato en hablar.
-¿Sam?- su voz suena sombría ¿es una llamada que ya esperaba?
-Estoy en tu calle ¿Puedo subir? Para hablar-. Duda, duda tanto que
imagino todas las excusas para decirme que no que se le están ocurriendo.
-Sube-. Sigo el estrepitoso sonido de la puerta abriéndose de madrugada,
cojo el ascensor, puedo guiarme por lo que recuerdo, sé que era el tercer
piso y luego a la izquierda. Allí hay varias puertas pero Jack está
esperándome apoyado en el marco. Está totalmente vestido y no parece
que acabe de sacarlo de la cama lo que me decepciona un poco. Le sonrío
nerviosa aunque ni yo misma sé lo que voy a decir.
Me deja entrar pero cierra un poco demasiado fuerte detrás de mí. Así
que no va a ser agradable. Genial.
-¿Qué haces aquí Sam?
-He venido a invitarte a la inauguración de “El irlandés errante” es
mañana, a las doce abrimos.
-¿Inauguración?- ¿Es anhelo lo que veo en sus ojos?
-Después del incendio Noah decidió cambiar algunas cosas. Ahora soy la
propietaria de la mitad del negocio y vamos a empezar a servir comidas-.
Por primera vez sonríe, parece una sonrisa sincera, aunque todo en él me
había parecido sincero antes.
-Me alegro por ti, y por Noah-. Asiento, no me ha invitado a sentarme y
me estoy paseando por su salón, observándolo todo menos a él. Es como
el sol, no puedes mirarlo directamente-. ¿Algo más?- ¿Algo más? Tiene
que haber más porque no he parado de imaginar conversaciones con él
todos estos días, tenía tanto que contarle, ahora no se me ocurre nada.
-Marcus cree que mi madre tenía congelado a mi padre, porque no estaba
lo suficientemente... descompuesto. Es por si sirve para tu libro.
-Gracias pero ya lo había considerado, aunque mi novela no es fiel a la
realidad así que me he tomado la licencia de rellenar los huecos con ideas
de mi propia cosecha-. Lo miro fijamente, indignada porque siga con la
mentira.
-¡No hay ningún libro!
-Por supuesto que lo hay, es más ya está terminado, y puesto que está
basado en ti creo que deberías ser una de las primeras en leerlo-. Va al
escritorio y coge una especie de documento, muy grueso, está
encuadernado, hay varios apilados y todos parecen iguales. Espero que no
me lo ofrezca, que me dé alguna excusa para no mostrármelo. Dios, no
permitas que sea verdad. Pero extiende el brazo y espera hasta que yo me
acerco a cogerlo.
Tiene el título en letras grandes y sencillas “El cadáver en el invierno”
debajo, un poco más pequeño, su nombre. Abro la primera página y
comienzo a leer, de pie, a medio camino entre el salón y su cama, no dejo
de sentir su mirada mientras me deslizo por las palabras.

“Era una pequeña chica asustada que huía hasta de su propia sombra.
Vivía escondida en pequeños basureros que de noche se convertían en los
reinos de los desheredados. Era apenas uno más de los deshechos de la
ciudad, tan insignificante que si acaso llegabas a posar la mirada sobre
ella no la veías, sólo percibías el recuerdo de lo que debería haber sido
una mujer...”

Dejo caer el montón de hojas encuadernadas al suelo, es peor de lo que


jamás podría haber pensado, me doy la vuelta y corro intentando huir.
Siento que corre detrás de mí y cierra la puerta justo antes de que pueda
salir. Me golpeo contra la hoja de madera, su cuerpo aplastándome. Su
respiración suena amenazante en mi coronilla. No me muevo, esperando
el golpe de gracia, o que me deje huir, no logro decidir qué es peor.
-Te dije que no quería volver a verte y te lo digo ahora, no vuelvas, Sam.
No sabes de lo que sería capaz-. Abre la puerta empujando aún mi cuerpo
contra el suyo y estoy a punto de salir cuando siento como aspira el aroma
de mi pelo, de mi piel.
Me doy la vuelta instintivamente y muerdo su labio, para que conozca
el sabor de la traición. Se queda inmóvil por un momento pero entonces
ruge. Mira como lamo las gotas de sangre de mi propia boca y ruge,
como un animal herido. Un ruido estremecedor que me hace temerle de
verdad, sólo un segundo. Hasta que me alza y cierra la puerta con mi
cuerpo. Vuelve a aplastarme pero esta vez no me importa tanto porque está
besándome, sus manos se han prendido a mi cintura y sus caderas se han
hecho un hueco entre mis piernas. Parece hambriento, por la forma en que
devora mi boca temo que va a acabar con todo el aire de mis pulmones. Se
ahoga en mi nombre y su voz torturada suena a música celestial en mis
oídos.
-Mentiroso, maldito imbécil mentiroso.
-Sam, dios Sam, dios Sam...-Mi nombre y, curiosamente, el de dios, se
convierten en una letanía en sus labios.
Me coge en brazos y me lleva a la cama. Parece haberse contagiado de
mi torpeza o es que intenta sacarme la ropa sin soltarme y sin dejar de
caminar. Me deja caer sobre el colchón y se lanza detrás de mi boca. Nos
arrancamos la ropa como podemos pero cuando intento desabrochar sus
pantalones me lo impide.
-No.
-Entonces déjame irme.
-Sam...
-Quiero verte, no me importa cómo seas, sólo quiero verte-. Su expresión
se vuelve vulnerable y casi soy capaz de perdonárselo todo sólo por el
dolor que veo en su rostro. Casi. Como no se mueve le aparto y comienzo
a vestirme.
-¡No hay nada que ver!
-¡Entonces no hay nada que ocultar!- es una lucha de voluntades pero esta
vez no voy a ceder.
-Sam- su voz rota me detiene de ponerme el jersey-. No quiero asquearte,
sólo que sepas lo que soy me mata, no podría soportar la mirada de
lástima.
-Es la misma mirada que he soportado yo de ti muchas veces. No es lo que
eres, no es algo que te defina. Es algo que te sucedió.
-Nunca te he tenido lástima-. Mi sonrisa helada me corta las mejillas. Sigo
vistiéndome y de pronto parece desesperado porque me quede.
-¡Está bien joder! ¡Tú lo has pedido!- comienza a bajarse los pantalones
pero pongo una mano sobre las suyas deteniéndolo, su mirada
esperanzada casi me hace dar marcha atrás y tengo que fortalecer mi
voluntad.
-Quiero hacerlo yo-. Parece haberse rendido ya totalmente, sólo deja caer
los brazos a los lados y mis manos se hacen cargo. No aparta su atención
de mí. Soy suave en mis movimientos, dándole tiempo para acostumbrarse
a cada novedad. Los pantalones dejan al descubierto los calzoncillos que
lo ocultan todo. Termino de quitar los vaqueros y meto mis manos en la
cinturilla elástica. Una de sus caderas es suave y lisa al tacto, la otra es una
zona rugosa, imperfecta. Deslizo suavemente la tela, mis ojos prendidos
en los suyos. Su respiración es tan brusca e irregular que temo que sea un
ataque de pánico. No quiero alargar más su sufrimiento, bajo la mirada y
le contemplo.
Aunque me gustaría creer que la imaginación siempre es peor que la
realidad hay ocasiones en que esa regla no se aplica. No es que no haya
imaginado nada peor, lo he hecho, es que la realidad es más dolorosa. La
zona interna de los muslos está surcada de cicatrices, la piel se reduce a
parches de diferentes colores y texturas. Tiene un corte profundo en la
pierna, cerca de la ingle, parece un cañón en tierra seca, debió ser muy
doloroso, recorro el borde con los dedos, cuando él aspira fuerte le miro
a los ojos para asegurarme de no estar haciéndole daño.
-No siento nada-. No termino de creérmelo y soy suave en mis caricias.
Donde debería haber vello oscuro y áspero hay un desierto que deja al
descubierto su miembro. Éste está surcado de cicatrices más finas, también
tiene diferentes tonalidades, está ligeramente escogido, como si la piel se
hubiese regenerado de una manera que quedara tirante sobre el músculo.
Acerco la yema de los dedos y lo acaricio, no es desagradable, es un
poco triste pero también un halago a su valor. No se mueve cuando lo
toco, permanece derrotado y sometido. Recorro cada cicatriz una y otra
vez hasta que las memorizo, sus testículos tuvieron que escapar del
suplicio porque su piel es suave y sí que parecen reaccionar a mis caricias.
Vuelvo a mirarle y puedo ver un atisbo de deseo en un mar de
humillación, dolor y miedo.
Sigo acariciando sus testículos y acerco mi boca a la cicatriz de su muslo.
Su respiración se ha hecho más regular y ahora puede permitirse jadear.
Beso suavemente cada cicatriz y su cadera, entonces llega el turno de su
pene, primero un beso ligero, sin dejar de acariciarle. Mirándole a los
ojos, me lo meto en la boca.
Su reacción es brutal. Con un gruñido me levanta y vuelve a arrojarme
sobre la cama. Se pone encima de mí y casi le suplico que me penetre
antes de darme cuenta de lo inapropiado de la petición. Pero él lo hace de
todas maneras. Mete dos dedos dentro de mí. Tres. No tiene ninguna
delicadeza, no se preocupa en prepararme, no importa, ya estoy lista. Con
el pulgar golpea mi clítoris, lo presiona sin piedad. Su ataque es voraz y
salvaje, no hay control en su boca saqueando la mía. Ni en su mano
invadiendo mi cuerpo. Llego una y mil veces pero no se detiene, primero
le suplico que siga y luego tengo que pedirle que pare.
No puedo contar los orgasmos que me da, son como el mar, en cuanto
uno se retira otro viene a ocupar su lugar. Me retuerzo, grito, suplico. Le
aferro para que no se aleje de mí y le empujo ansiando un poco de
libertad. Mis caderas están totalmente desbocadas.
Cuando creo que ya está agotado, cuando su mano se vuelve más lenta
y perezosa y pienso que voy a tener un respiro se aleja de mí y vuelve
zambullendo su cabeza entre mis piernas. Cuando muerde mi clítoris sé
que me va a dar más de lo que puedo tomar.
Una eternidad más tarde mi cuerpo aún sigue latiendo. Estoy empapada,
en sudor, en los jugos que han salido de mí y en su saliva por las veces
que ha recorrido mi cuerpo de arriba a abajo con la boca. No podré
volver a moverme. No sé si quiero hacerlo.

Es tan tierno cuando todo ha pasado que me siento como en un sueño,
los dos estamos pegajosos pero no hay fuerza en la tierra capaz de
separarme de él y llevarme a la ducha.
Vuelve a ascender por mi cuerpo y sus ojos no se separan de los míos
mientras se alimenta de mi boca, me aferro a sus hombros sólo por el
placer de sentir su piel. Ahora puede hacer que mis manos desciendan por
su espalda sin temor a que se ponga tenso, aunque no está precisamente
cómodo con mi exploración no se mueve. Sigue contemplándome,
dándome todo el poder mientras se mantiene sobre mí.
Acaricio sus caderas, los músculos poderosos de sus piernas. Alcanzo
su vientre y vuelvo a bajar, enredando mi mano con su miembro, sólo
para poder sentir su textura inesperada. Ahoga un gemido entre mis
pechos y me pregunto cuánta sensibilidad le queda, no creo que sea tan
indiferente como intentaba hacerme creer. Pero estoy demasiado cansada
para experimentar ahora, tendremos tiempo, después.
Mis párpados comienzan a cerrarse dejándose arrastrar por el
agotamiento.

Me despierto dolorida, mi cuerpo parece haber sido usado como saco


de boxeo. Estoy sola en la cama pero oigo el sonido del agua cayendo en
la ducha. Me incorporo sobre los codos. Ya no tiene nada que ocultarme
así que ducharme con él no es precisamente una invasión de su privacidad.
Me levanto antes de que pueda reconsiderar mi idea.
Abro la puerta con cuidado, temiendo encontrarla cerrada con llave, se
abre dócilmente a mi toque. La ducha de Jack tiene dos lados de cristal y
nos vemos en cuanto entro en el baño. Dudo pero él corre la puerta
invitándome a entrar. Nuestro primer beso del día es bajo la cascada de
agua caliente. Sus brazos me rodean de una manera que ya comienza a
resultarme natural. Me alzo sobre la punta de los pies y jugueteo con el
champú en su pelo. Me deja lavarle completamente, de arriba a abajo. Lo
muevo a mi antojo, pasando mis manos enjabonadas por cada centímetro
de piel. Cuando acabo él hace lo mismo conmigo, me lava el cabello con
su champú que huele a roble. Enjabona mi pechos, mi vientre, y se
entretiene excesivamente en la unión de los muslos hasta que me abro para
él jadeando. Presionada contra la pared de azulejos negros le dejo
acariciarme desde atrás hasta que su toque me hace gritar, dos veces.
Me da la vuelta y me besa desesperado. Yo también quiero que sienta ese
placer, es lo único que aún no puedo aceptar. Él temía no ser lo bastante
hombre para mí pero soy yo la que no consigue darle a él ni siquiera una
milésima parte de lo que me hace sentir.
Me arrodillo a sus pies, él me mira desconfiado y sé que está luchando
por no levantarme y cubrirse. Mordisqueo el hueso de cadera, beso su
vientre y me deslizo hacia abajo antes de que pueda cambiar de idea. Su
miembro no me resulta desagradable en absoluto, sus diferentes texturas
me entretienen explorándolo. Descubro sus partes sensibles. Y las partes
en las que mis dientes apenas causan impacto, me recreo en él hasta que el
brillo gris de sus pupilas me indica que está excitado, no por tenerme
desnuda a sus pies, está excitado porque siente algo.
Mi boca abandona su pene y él adelanta las caderas, buscándome.
Sonrío. Ha estado tanto tiempo ocultándose, incluso de sí mismo, que no
le ha dado una nueva oportunidad a su cuerpo, no ha explorado buscando
el placer, se ha refugiado en sus cicatrices para no ver la vida más allá de
su accidente.
Levanto su pene con la mano y bombeo suavemente, la piel está tirante,
temo que por una mala recuperación, así que soy cuidadosa porque sé que
ese gesto podría resultarle doloroso. Me hundo de nuevo en busca de sus
testículos y les doy el mismo tratamiento que a su miembro, pero ellos
son más sensibles. Reaccionan a cada roce de mi lengua, a la caricia de mi
respiración.
No dejo de mirarle, ni de acariciarle, ni de besarle. Estoy pendiente de
cada reacción. Su cara refleja más asombro que placer aunque los dos
combaten hasta que finalmente el placer gana. Aprieta mi cara contra su
cuerpo mientras lo más parecido a un orgasmo que he visto en él le hace
jadear y maldecir. Unas pequeñas gotas blancuzcas salen de su miembro,
imagino que es semen pero lo contempla tan asombrado que ya no estoy
segura. Son sólo dos gotitas casi inapreciables, Jack me hace
incorporarme y mira mi mano embelesado.
-Joder Sam ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no me corría?
-¿Cuánto hace que no te tocabas?
-Nunca después de... joder no quería tocarlo nunca más.
-Pues de nada.
-Pues gracias pequeña insolente. Soy el jodido hombre mas afortunado de
la tierra ¿verdad?
-Eso me temo-. Digo muerta de risa porque él no deja de besar mi cuello
-Vuelve a hacerlo.
-Ummm tendrás que convencerme-. Me mira desafiante, sabe que le
resultaría muy fácil convencerme-. Primero el desayuno-. Exijo, porque
estoy hambrienta pero también porque quiero ver su cara de frustración.
Parece un niño al que le hayan cancelado la navidad así que le ofrezco un
incentivo-. Desayunaremos desnudos-. Eso parece animarle.
Prepara tortitas. Como la primera vez que estuve aquí, cocina desnudo
lo que se vuelve tan irresistible como el olor que viene de la plancha. La
jugada no me ha salido demasiado bien porque él parece muy cómodo
mientras yo me retuerzo en el taburete. Lo único que ha impedido que
corra a vestirme son sus numerosas miradas, casi todas a mis pechos ya
que la parte inferior de mi cuerpo está oculta por la isla. El gris vuelve a
estar líquido.
Esta vez acompaña las tortitas con cerezas y nata, lo que hace que me
ponga colorada por las numerosas ideas que se me ocurren, casi todas
tienen que ver con su cuerpo y con mi boca. Tomo un sorbo de café y me
sabe delicioso después del tiempo de abstinencia. Consigo comer dos
tortitas y media antes de que pierda la paciencia por mis delicados
bocados y me coja en brazos. Coloca en mi vientre un bol con nata y otro
con cerezas y me lleva a la cama. Allí se tumba boca arriba y me ofrece su
cuerpo hambriento. He creado un monstruo, pero disfruto demasiado del
acceso ilimitado para poner pegas.
Antes de que pueda decidir porqué lado abordarle una canción
melodramática sale de mi móvil. Los dos parecemos incapaces de
reaccionar durante un momento.
-¿Te has comprado un móvil nuevo?
-Sí- refunfuño, ya no recuerdo porqué me gustaba tanto ese aparatito.
-Has estado muy ocupada estas semanas. ¿Hay alguna novedad más
además de que seas la propietaria del irlandés y del móvil?- Entonces
caigo y el mundo parece abrirse debajo de mí. Corro a coger el móvil que
aún no ha dejado de sonar. La cara de Noah ilumina la pantalla. Con una
mueca descuelgo esperando el chaparrón.
-¡Sam!- tengo que alejar un poco el aparato de mi oído porque está
chillando como un descosido- ¿Dónde estás, estás bien? Nat me ha dicho
que no has ido a dormir a casa-. Miro la hora, aún faltan unos minutos
para las nueve, Nat ha debido llamarlo en cuanto se ha dado cuenta de que
no he ido a casa. Tengo que avisarla de que estoy bien, en cuanto consiga
tranquilizar a este irlandés furibundo.
-Estoy bien, lo siento, estoy bien-. Su voz se calma un poco y se vuelve
más fría. Sabe dónde estoy.
-¿Dónde estás?- no sirve de nada mentirle.
-Estoy con Jack-. La pausa se alarga hasta que estoy a punto de
disculparme de nuevo.
-Vale, si no estás demasiado ocupada arrastrándote detrás del imbécil que
te abandonó en cuanto tuvo oportunidad aquí hay un negocio esperándote.
No pienso permitir que tus líos afecten al irlandés, Sam, este negocio es
mi vida.
-Estaré ahí, no tenía que ir hasta las diez y media. Nunca me lo perdería.
-Claro, lo que tú digas-. Y cuelga. No me doy la vuelta para que Jack no
vea que me estoy mordiendo el labio para evitar las lágrimas, no he
abandonado el negocio, sólo intentaba arreglar otros aspectos de mi vida.
Los brazos de Jack me rodean y por un momento me refugio en su calor.
-Tengo que irme.
-¿Todo va bien?
-Sí, hoy inauguramos y Noah quiere que vaya enseguida. Siento lo de la
nata y las fresas.
-No importa, las guardaré para esta noche-. Jack me observa recoger mi
ropa y vestirme sin decir nada.
-Te acompañaré.
-¿Sabes? Ya soy una chica mayor, sé caminar solita-. Mi respuesta suena
un poco brusca así que sonrío para aliviar la tensión.- Tengo que ir a casa
a cambiarme y luego estaré ocupada organizando todo en el pub. Es mejor
que te quedes o te aburrirás.
-¿Sigo invitado a la inauguración?- me sorprendo de la duda en su voz.
Esta mañana había empezado de un modo tan agradable.
-Por supuesto, si no apareces vendré a buscarte-. Le beso distraída
mientras intento asir el pomo, él frunce el ceño y lo abre por mí.
-Te quiero-. Me dice, pero yo tengo demasiada prisa y mi respuesta se
pierde por las escaleras.

Una hora más tarde entro en el pub, estoy indignada, cabreada, furiosa.
Envenenada. Nat dedujo dónde había pasado la noche y se disculpó en
cuanto me vio. No la culpo, con mi trayectoria es normal preocuparse si
no voy a dormir.
Pero Noah no tenía derecho a decirme esas cosas, últimamente he
pasado en el pub cada segundo. Sé que fallé cuando estaba oculta en casa
de Jack, durante muchas noches no vine a trabajar, pero jamás me lo echó
en cara. ¿Y ahora se enfada porque paso la noche fuera? ¡Qué le den! -
No le veo en el pub, voy a la cocina pero me lo encuentro a medio
camino. Ahora el almacén es el lugar de paso entre el comedor y la
cocina, Noah no quiso abrir la pared para que pudiésemos pasarnos los
platos. Decía que estropeaba la estética del lugar.
Está abriendo cajas, ahora el lugar no es siniestro. Las ventanas están
descubiertas. Todo ordenado y muy limpio, es una especie de despensa
bien organizada. Noah ha perdido su despacho definitivamente.
-Vaya has venido-. Su tono condescendiente de exagerada sorpresa me
enerva más aún.
-Sí, e incluso he llegado antes de tiempo.
-Un negocio propio no es algo a lo que llegues antes, es algo en lo que
estás, siempre, ya no es como antes Sam, ya no puedes largarte cuando te
venga en gana.
-No me he largado. Además no puedes echarme en cara las noches que
falté porque durante años estuve aquí tanto tiempo como tú.
-Sí, pero la diferencia es que tú no te jugabas nada.
-No- yo también sé exagerar- sólo mi sustento.
-Vale Sam, olvídalo y comprueba las mesas, ya han llegado esas ridículas
flores así que ocúpate de ellas-. Voy hacia el comedor porque he visto una
caja con allí. Pero aún estoy demasiado furiosa.
-¿Sabes? Yo no tengo la culpa de que toda tu vida sea este local. Si estás
amargado no la pagues conmigo-. Su expresión se vuelve tan negra que
me arrepiento de lo que he dicho de inmediato.
-¿Este local? ¿Toda mi vida?- pregunta muy pausadamente-. ¡Toda mi vida
eras tú! Hasta que ese escritor apareció tú eras todo lo que me importaba,
¿sabes lo que es pasarse años protegiendo a alguien, cuidándola incluso
cuando no sabía que lo hacías? Esperando- grita cada palabra- a que todo
terminase para poder tenerte en mis brazos, para poder decirte que ya no
tenías que tener miedo, que yo iba a ser tu futuro. Me he pasado años
pensando que tú serías mi futuro. Pero apareció ese maldito escritor y
pensé que debías tener la oportunidad de ser feliz con quien quisieses. Si
yo no volvía a ser feliz no importaría porque tú lo eras, porque tú eras lo
único que me importaba. Así que le dí vía libre, me aparté, estuve con Nat
para que no sintieses que me abandonabas. Hice todo lo que pude para no
inmiscuirme y él te dejó. Se largó y volviste a mí. ¿Crees que me gustaba
verte sufrir por él? Pero otra vez decidí esperar, a que le olvidaras, a que
me vieses. Ya estoy cansado de esperar.
Me atrapa entre sus brazos y me besa. No sabe a whisky como pensé
todos estos años. Sabe a menta y a regaliz. Con una mano aferra mi nuca y
con la otra me aprieta contra su cuerpo, puedo sentir su erección, dura,
poderosa, presionándose contra mi vientre.
-Te quiero Sam- susurra en mi boca. Y su sabor se mezcla con mis
lágrimas. Cuando mis sollozos ya son demasiado fuertes para seguir
ignorándolos me separa de él. Su mirada no sube de mi cuello, como si no
pudiese soportar mi reproche. Sigue agarrándome por los hombros para
que no me pueda ir-. Si hay algo, cualquier cosa, que pueda hacer para que
me elijas, sólo dímelo. Haré lo que sea. Tú eres mi vida Sam.
Veo una lágrima rodar por su mejilla y mis sollozos se hacen más
potentes.
-No puedo, Noah, te quiero, siempre te he querido, pero ya no así. Ahora
sé lo que es amar de verdad a alguien. Me pasé años esperando a que te
acercaras, pero con Jack no pude esperar, porque cuando quieres a alguien
de verdad lo arriesgas todo para estar con él. Creía que te quería, y
esperaba todos esos años a tu lado. No debiste esperar Noah, no debiste
darme tiempo, no era lo que necesitaba. Necesitaba que me quisieses, que
hubiese algo real en mi vida. Lo siento.
Intenta volver a besarme pero me aparto. Podría amarlo, pienso, lo amé
en algún momento, él era como un sueño inalcanzable para mí. Si sólo se
hubiese acercado un poco.
-Si quieres que me vaya lo haré. Si no quieres que vuelva- pronunciar esas
palabras es muy difícil- no volveré. No quiero hacerte daño, ni quiero
interponerme en tu futuro.
-No puedes irte Sam, ahora eres parte de esto.
-No me importa perder el dinero.
-No seas cría-. Se aleja y se recompone de una manera milagrosa, si no
acabase de verlo jamás creería que Noah había derramado una lágrima-.
Lo hicimos durante años. Volvamos al trabajo.
Cerca de la puerta su voz me detiene de nuevo.
-Va a hacerte daño Sam.
-Lo sé.
-Y no cuentes con mi hombro cuando eso ocurra.
-No lo haré-. Antes de salir le miro con atención.- Noah- él levanta la
mirada de las cajas- no vuelvas a acercarte a Nat.
-Te quiero Sam, pero hay veces en que también te odio-. No parece Noah,
siempre supe que había algo duro y frío dentro de él, pero ahora lo
muestra, en su rostro, en la furia de sus ojos. No, ya no me quiere.

Natalie aparece para ayudarnos a las diez y media pero ya está casi
todo listo. Todo lo sucedido con Noah ha difuminado un poco la emoción
que sentía por este día. Nat camina de puntillas alrededor de nosotros
porque la tensión parece el preludio de una tormenta. No nos hablamos,
nos nos miramos y, si no fuese un día tan señalado, yo ya no estaría aquí.
Francis alivia un poco la situación, llega y con su voz cantarina nos obliga
a todos a sonreírle. Marcus y Alex vienen a ver si pueden ayudar. Aunque
realmente sé que vienen para apoyarnos, Marcus insiste en lo orgulloso
que está de mí y yo callo y trago bilis temiendo haber cometido el peor
error de mi vida.
A las doce comienzan a aparecer algunos habituales que vienen a
comprobar que no hayamos transformado su local favorito en un
restaurante de comida rápida. Todos parecen satisfechos y nos felicitan, la
comida empieza a salir de la cocina a cuentagotas y los comensales se
quedan asombrados ante alguno de los platos. La señora Morton es una
artista y por primera vez en horas Noah y yo compartimos una mirada de
pura satisfacción que se acaba casi antes de comenzar.
Jack llega casi a las dos, no he querido demostrar mis ansias locas porque
llegara ni lo deprimida que me quedaba por cada segundo que transcurría
sin su presencia. Cuando entra en el local todas las acusaciones de Noah se
ven justificadas, yo reacciono como una quinceañera enamorada y Jack
apenas me mira.
No es que salte a sus brazos ni nada parecido, simplemente mi sonrisa
es como un rayo cegador mientras la suya apenas llega a vela de
cumpleaños. Intento controlar mis miedos, después de todo yo no fui la
más cariñosa esta mañana, claro que tras lo sucedido en la ducha creí que
las cosas habían cambiado, esperaba que ya no vacilase a mi alrededor,
como pendiente de la próxima salida para huir.
En vez de venir a saludarme se sienta en la mesa de Alex. Éste y Marcus
no están demasiado cómodos juntos, creo que es por la lealtad que mi
hermano cree que le debe a mi jefe, en algún punto Alex se convirtió en el
enemigo común, en cambio con Jack si parece tener una relación cordial,
no diría que son amigos pero había que hacer grupos, y les ha tocado
juntos.
Jack deja un paquete bastante grande sobre la mesa, está envuelto en papel
marrón. Y lleva un ridículo lazo azul turquesa encima que no le pega nada.
Aunque Nat es la que ha estado atendiendo su mesa le hago un pequeño
gesto y me la cede.
-Buenas tardes, señor-. Digo con mi voz mas profesional-. ¿Quiere que le
traiga la carta o ya sabe lo que va a pedir?- Jack sonríe y agarrando el
bolsillo de mi delantal me atrae hacia él y me hace agacharme.
-Primero quiero mi beso-. Por algún motivo totalmente ridículo mientras
nuestros labios conectan yo miro a Noah. Sus ojos están taladrando la
nuca del escritor hasta que se da cuenta de dónde está puesta mi atención y
entonces no los aparta de mí mientras Jack sigue besándome. Cuando Jack
deja de besarme tardo un rato en darme cuenta, el suficiente para que él
perciba hacia dónde se dirige mi mirada. Temo que su mandíbula se vaya
a partir por la presión.
Me siento tan humillada que apenas le doy la oportunidad de pedir antes
de escabullirme en la cocina.
Desde ese momento la actitud de Noah cambia completamente, pasa de
ignorarme a ser el irlandés sobón y sexy de siempre. Vuelven las sonrisas
pícaras, el roce de sus dedos en mis brazos desnudos, sus manos en mi
cintura cada vez que tiene que deslizarse detrás de mí para coger algo.
No sé quién está más molesto, si Jack o Alex. Intento comprobar si
Natalie está afectada pero parece indiferente a lo que Noah puede hacer,
sólo me mira alarmada cuando ve que el escritor empieza a echar humo
por las orejas.
Como es la mejor amiga del mundo mundial intenta distraer a Noah y
apartarlo de mí. Eso funciona bastante bien y empiezo a creer que a mi
jefe le da igual a quién moleste desde que sea a alguno de la mesa de Jack,
sin embargo Alex parece inmune a sus provocaciones, charla con Jack y
en algunos momentos están serios pero prácticamente ignora a Natalie y
su pretendiente.
Ella se da cuenta y le pido a Marcus con la mirada que entretenga a Noah.
Él percibe lo que está pasando y, aunque aún no sabe de qué lado ponerse
me ayuda pidiendo unos tragos y entreteniéndolo con una conversación
banal.
Llevo el plato de Jack, como no recordaba que había pedido escogí lo
que me pareció que le podía gustar, carne roja y un montón de fritos para
acompañar. Me lo agradece sin apenas mirarme y sigue con su importante
conversación con Alex.
Tarda cuarenta minutos en dar cuenta del plato, la conversación entre
ellos dos debe ser muy importante porque apenas miran hacia donde
estamos nosotras. Están serios, Jack se queda en silencio en varios
momentos, el ceño arrugado como si intentara tomar una gran decisión.
Estoy tan nerviosa que los platos repiquetean en las bandejas. Toda la
emoción de este nuevo comienzo se ha visto empañada y no puedo evitar
culpar a Noah. Y también un poco a mí misma.
Cuando termina de comer deja un par de billetes sobre la mesa, se
despide de Alex con un apretón de manos y por fin me dirige una mirada,
me hace un pequeño gesto hacia la salida, compruebo que Nat lo tiene
todo controlado y lo sigo, la voz de Noah me sigue antes de cerrar la
puerta. Miro hacia atrás y veo cómo Nat intenta distraerlo poniéndole
varias bandejas en las manos.
Jack me espera lo suficientemente apartado para que no seamos visibles
desde el local. Llevo unas ridículas bailarinas inadecuadas para los
charcos de Edimburgo. Me hacen parecer diminuta a su lado.
-Felicidades, todo estaba genial-. Esa frase tan manida e impersonal
elimina las pocas esperanzas que me quedaban. Él finge contemplar el
final de la calle, lleva el paquete que parece pesar en las manos así que yo
soy la única que me siento incómoda y que no dejo de mover las manos, él
tiene la suerte de tenerlas ocupadas-. Sólo quería decirte que me parece
increíble lo que habéis conseguido ahí dentro, no es un sitio cursi, no ha
perdido su esencia. Lo habéis hecho genial, Sam.
Asiento sin saber muy bien qué decir, este diálogo parece escrito por un
aficionado. Suena artificial y forzado.
-Voy a irme unos días a Estados Unidos-. Mi corazón cae en un pozo
rebotando con cada saliente que encuentra en su camino. Hasta llegar al
agua son un sonoro “chof” y hundirse. Trago saliva y pregunto.
-¿Vas a volver?- él duda y sé que diga lo que diga estará mintiendo porque
ni él mismo lo sabe aún.
-No lo sé, tengo que resolver unas cuantas cosas, hablar con mi agente,
ver a mi familia-. Como no sé qué decir prefiero callar-. Quería darte esto
antes de irme, son todas las copias que hay, lo he borrado del ordenador,
del disco duro, y no hay ningún archivo ni se lo he mandado a nadie.
Nadie lo leerá si tú no se lo enseñas. Me crees ¿verdad?- obedientemente
digo que sí con la cabeza-. Sam, quiero que hagas algo por mí.
-Vale.
-Léelo. Léelo entero.
-Si lo hago ¿volverás?
-Si tu quieres que lo haga sí.
-Quiero que lo hagas.
-Primero léelo, luego decide.
-Vale.
-Adiós Sam.
-Adiós-. Sin darme un beso se va. Sin mirarme de nuevo se aleja. Me deja
sola en medio de la calle con un absurdo paquete que ya no quiero sobre
los brazos. No me importa lo que diga, no me importa si lo publica. Sólo
quiero que no se vaya.

Al entrar de nuevo en el pub Noah no tiene apenas que mirarme para


darse cuenta de que no debe acercarse a mí, en realidad nadie debe
hacerlo. Y si Noah intenta volver a tocarme le daré una patada en sus
partes nobles que harán que las heridas de Jack parezcan una simple
pupita.
Hoy tengo que trabajar dos turnos seguidos, tenemos un pequeño descanso
en el momento en el que se van los que se han quedado a disfrutar del
postre y llegan los que vienen a disfrutar de la noche.
El almacén ya no es un lugar discreto e íntimo, es el lugar de paso así
que no tengo donde refugiarme porque me niego a ir a esconderme al
baño. Dejo el paquete en el almacén, debajo de mi bolso y lo ignoro
durante todo el día, aunque no dejo de pensar en él ni por un segundo.
Nat se va a casa. Alex la sigue, no sé muy bien qué se traen esos dos pero
supongo que ya son mayorcitos para pasar tiempo solos. Noah me ignora
el resto del día. Y Marcus no sabe qué hacer conmigo hasta que finalmente
cede y me deja en paz que es lo que realmente quiero.
Esa noche regresa el grupo de tatuados, la chica gótica viene con ellos,
en cuanto me localiza me mata con la mirada y sé que ya sabe que él se ha
ido, y que me culpa.
Siento cierto alivio al saber que no soy la única que le echará de menos,
que no soy la única furiosa conmigo misma.

Al llegar a casa estoy agotada, Nat está en su cama, Alex en el sofá y


hay restos de comida árabe en la nevera. No he comido en todo el día y
aunque tengo el estómago cerrado me obligo a comer algo porque siento
mareos por estar tanto tiempo de pie y sin probar bocado.
Son casi las cuatro de la madrugada cuando me siento sobre la cama y
abro el paquete que me dio Jack. Estoy agotada pero temo apagar la luz y
que mi cerebro, en vez de dormirse, se dedique a pensar.
Hay varios ejemplares del borrador de “El cadáver en el invierno”.
Acaricio la tinta negra del título, trazo su nombre con la yema de los
dedos. Una y otra vez. Jack Blackstone. Una y otra vez, hasta que descubro,
muy lentamente, como si me desvelaran lo que hay debajo de un montón
de capas de tela, que no sé su nombre real. Ese es el golpe de gracia, lleva
tanto tiempo siendo Jack Blackstone para mí que ya no cuestionaba su
verdadera identidad. Podría desaparecer y jamás podría encontrarlo. No sé
si lo que me ha contado es algo inventado por él. Dijo Estados Unidos y le
creí. Dijo que volvería y le creí. Pero no me dijo su nombre.

Me quedé dormida abrazada a uno de los manuscritos. No abrí ninguno,


no quería leer sobre esa chica invisible e insignificante.
Al despertar saboreo las horas que me quedan por delante hasta que me
doy cuenta de que ahora trabajo el doble. De repente, como una bofetada,
el nuevo negocio me parece una carga muy pesada. Al menos hoy sólo
haré el turno de día. Hasta las siete de la tarde. Entonces Nat me sustituirá.
Salgo en busca de la ducha, con los ojos legañosos y reminiscencias de
sabor oriental en mi lengua. Alex está en la cocina pero no veo a Nat por
ninguna parte.
Al salir de la ducha Alex sigue en la cocina, tiene mi taza en sus manos
y siento que podría arrancarle la cabeza por eso, calculo los días pero no
estoy con el síndrome premenstrual. No hay explicación científica para mi
furia desenfrenada.
Abro el armario y saco otra taza cualquiera, Natalie nunca cogería mi
taza. Me sirvo café que ya está frío, y le echo un poco de leche antes de
calentarlo en el microondas. Afortunadamente aún quedan restos de la
noche de chuches. Un paquete de bollos de crema aun sin abrir, unos
minibizcochitos de chocolate y una bolsa de fritos con sabor a Kepchup.
Lo cojo todo y me dedico a comer como si no hubiera fin. Sé que el tipejo
ucraniano me está observando, incluso adivino su sonrisa por la forma de
sorber el café. Lo ignoro y coloco algunos fritos salados sobre un
bizcocho de chocolate, de un solo bocado acabo con él, el crujiente se
mezcla con la suavidad de la masa. Los sabores encajan muy bien y decido
comentárselo a Francis, tal vez podamos empezar a servir desayunos, o
postres.
-¿Quieres saber porqué me fui?- mi espalda sufre un calambre congelador
que me deja inmóvil. Natalie aún no lo sabe, me lo habría dicho, aunque
he estado tan ocupada con mis propios asuntos que no he sido la mejor de
las amigas, me hago una nota mental para compensarla.
Como sospecho que la pregunta de Alex puede ser una trampa, la
golosina para atraer al niño al parque de atracciones abandonado,
simplemente hago un gesto mostrando un vago interés. Él no se lo traga
por supuesto pero me sigue el juego.
-He visto la lista-. Me atraganto, toso y escupo como una descosida.
-¿Qué lista?- digo aún roja por la falta de oxígeno.
-No es ninguna de las opciones. Aunque Natalie siempre ha tenido una
imaginación desbordante. A veces la realidad es más sencilla. Y más
difícil de admitir.
-¿Por qué? Dime una sola razón, aunque no sea la verdadera, qué puede
hacer que te largues, dejes a tu prometida durante meses y no le digas por
qué. Una sola que sea creíble-. Se encoge de hombros.
-Seguro que hay unas cuantas, pero no estamos hablando de eso. Hablo de
que, a pesar de que sé que no te fías de mí, yo quiero a Natalie, es lo que
más quiero en el mundo. Jamás querría hacerle daño y por eso no puedo
contarle porqué me fui.
-Eso no tiene sentido. Le hace más daño no saber-. Digo cruzándome de
brazos desafiante.
-Eso crees tú. Cojamos una de sus teorías. Que me he ido para protegerla
porque alguien me seguía o porque me estaba convirtiendo en un
monstruo o porque alguien iba a hacerle daño por mi culpa. ¿Crees que
sería más fácil para ella saber? ¿Saber que he sufrido torturas porque un
científico loco intentaba sonsacarme el paradero de Nat?
-¿A qué viene eso de todos modos? No voy a hablar en tu favor. En
realidad estoy buscando la manera de librarme de ti. No me gusta que
toquen mis cosas-. Y señalo mi taza en un gesto no demasiado sutil.
-Primero, no voy a irme y segundo, viene a que tienes que leer la novela.
A veces no sabemos cómo confesar lo que sentimos, los miedos que
tenemos, las inseguridades. Jack tiene una ventaja. Puede escribirlos.
-Tú no sabes lo que le ocurre a Jack, no sabes el origen de sus miedos.
-No, pero puedo ver cuando un hombre no se siente lo suficientemente
bueno para una mujer. Jack carece de algo que el irlandés puede darte-.
Creo que la manía de llamar a Noah irlandés en vez de por su nombre
viene de Jack, dice irlandés como si fuese un insulto, mientras que para mí
todo lo irlandés tiene un toque mágico y familiar.- No sé que es y dudo
que ese imbécil al que le gusta tocar a mujeres ajenas pueda ser mejor que
Jack en nada. Pero él se siente inseguro. No pudo protegerte de tu padre, ni
de tu madre. No estuvo contigo todos los años que sí estuvo el otro, no
tiene una buena relación con tu hermano y además te oculta cosas. Sólo
puede ofrecerte una cosa, pero la mayoría de los hombres creemos que
nuestro amor no vale una mierda si no va acompañado de promesas de
seguridad y con la garantía de proporcionaros todo lo que necesitéis.
-Yo sólo lo necesito a él- mi comentario me parece propio de una niña
caprichosa.
-Pues demuéstraselo. Díselo, no te quedes sentada esperando que vuelva.
Lee la novela Sam-. Deja la taza en el fregadero y comienza a alejarse,
sobre su hombro me hace una última advertencia-. Por cierto, si intentas
interponerte entre Natalia y yo perderás un aliado y ganarás un enemigo-.
Como las amenazas no me sientan muy bien se la devuelvo con mi mejor
pose de indiferencia.
-No tendré que volver a meterme entre vosotros si no vuelves a hacerle
daño. Pero sé defender lo que quiero, y resulta que ahora quiero a
Natalie-. Recalco el nombre de Nat sólo por molestar, aunque su manera
de decir Natalia me hace replantearme todo el asunto de la poligamia.

Llamo a mi compañera pero no le digo nada de la conversación que he


tenido con su ex. Le pido que me sustituya hoy si no está ocupada. Sé que
voy a perder los últimos resquicios de respeto que Noah pueda sentir aún
por mí pero necesito leer esa maldita novela. Afortunadamente Nat está
libre, o eso dice y yo prefiero creerla. Tendré que comprarle algo
realmente bueno para compensarla, me pregunto dónde venden
unicornios.
Me preparo un té. Nunca me había esmerado tanto hirviendo agua y
colocando una bolsita en una taza, pero estoy evitando el momento de
coger uno de los manuscritos y eso lleva tiempo. Esas primeras palabras
que leí la noche en que finalmente pude verle entero aún me atormentan.
Coloco la taza caliente sobre el alfeizar que hace de cabecero de mi
cama, cojo uno de los borradores y dejo los demás al lado de mi té. El
hecho de que me diese ese montón simboliza su compromiso con no
enseñar esa novela a nadie más. Podría haberme dado un ejemplar y
destruir los demás. No soy idiota, escribe a ordenador y puede haber
enviado miles de copias a sus contactos, o colgado la novela en internet,
de donde sería imposible rescatarla. Pero confío ciegamente en él. Al
menos en este aspecto.
Las primeras páginas son dolorosas, es una descripción bastante
detallada de esa chica invisible con la que empieza el relato, y de su
mundo. Si eso es lo que opina de mí no me extraña que se haya largado.
Me extraña que se haya quedado tanto tiempo.
Ha cambiado bastantes cosas y ha rellenado huecos y contestado
preguntas que ni siquiera yo me había hecho aún. Incluye una extensa
descripción de la locura de mi madre, tal como yo se lo conté y tal como
la vio pero también se ha informado. La enfermedad de Diógenes adquiere
proporciones de leyenda con su descripción. Habla de un amor obsesivo,
de la locura y de un hombre enfermo y cruel. Ni siquiera lo
suficientemente humano como para que le importe el dolor que causa ya
sea directa o indirectamente.
A través de sus palabras puedo ver a mis padres pero también veo dos
monstruos desconocidos, complejos, con sus propios deseos y demonios.
Hasta ahora sólo habían sido un agente externo que me causaba dolor.
Jack los humaniza, les confiere sentimientos, los vuelve más reales y eso
sólo hace que su crueldad e indiferencia sean más tangibles.
Cuando describe el incendio tengo que detenerme, lloro como lloré
después de las llamas. Él puede describir con afilada precisión el efecto de
las llamas sobre la piel, el humo inundando los pulmones. Por primera
vez visualizo la muerte de los niños y eso me hace gritar de
desesperación, grito, me ahogo y siento las lenguas de fuego lamer mi
piel.
No sé porqué quería que leyera esto, es peor que volver a vivirlo. Jack
me guía hacia la parte trasera de la casa, la habitación que yo no podía ver.
Me muestra cómo mi madre, la madre de los niños, los deja dormidos
sobre una cama acompañados de dos cuerpos más, dos cadáveres.
Supongo que ha rellenado como ha podido las lagunas de la historia.
Había cuatro cuerpos, los niños y dos adultos, pero esos dos adultos
seguían vivos así que ¿quiénes eran los cuerpos encontrados?
Jack usa todo un capítulo para describir cómo mi madre busca a dos
personas con características similares, hay algunas anotaciones en los
márgenes en los que se plantea si secuestra a un par de vagabundos o si
saca los cadáveres de un cementerio. Espero que sea lo segundo, no me
gustaría que más personas hubiesen fallecido por la locura de mi madre.
Entonces me doy cuenta de que estoy haciendo mía la historia de Jack,
como él hizo suya mi historia. Tengo que recordarme que eso no es lo que
sucedió, esto es sólo una historia más, como las decenas que escribió
antes. Buscando el efecto más dramático, la sorpresa.
Acaricio las palabras manuscritas en los márgenes. Son hojas
fotocopiadas así que no son directamente de su puño. Pero es su letra,
curvada e impaciente, como si tuviese una idea nueva que escribir antes de
terminar con la anterior.
Me acerco al alféizar y veo que se me ha olvidado el té. Me lo tomo
frío mientras busco el original. Es el tercero, los márgenes están teñidos
de azul. En las hojas se puede apreciar el relieve violento dejado por el
ataque del bolígrafo. Cambio mi ejemplar por ese y busco la página en la
que me había quedado.
La protagonista, Beth, no creo tener cara de Beth pero bueno, comienza
su largo recorrido por las calles. Sus descripciones de Edimburgo me
harían amar a la ciudad si no lo hiciese ya. Sus impresiones sobre la vida
en las calles son bastante acertadas. Jack hace que todo parezca aterrador y
lo era, pero también era emocionante y liberador. Describe mi relación
con el cementerio, mis primeros encuentros con la sombra que creía que
era mi padre. Describe mi primera relación sexual. No sé cómo se ha
enterado de eso. Nunca se lo he contado. Alguna vez le hablé de Cam pero
jamás de cómo ocurrió, Jack cambia al fotógrafo por un pintor, la escena
en la que nos acostamos es intensa y hermosa, para nada sórdida. Mi piel,
en realidad la piel de Beth, se cubre de colores, sus manos dibujan en mi
cuerpo. Describe los colores como si fuesen sentimientos, juega con ellos
y al final hay un clímax blanco y perfecto.
La historia avanza hasta la llegada de Noah, a quien simplemente llama
irlandés. Su descripción me hace reír, a Noah no le gustaría pero está
claro que es una caricatura, aumenta sus rasgos negativos y termina
siendo un personaje entrañable y un poco repulsivo al mismo tiempo.
Pero también habla de nuestra relación, la describe como una relación de
dependencia, no demasiado sana. Puedo ver que tiene razón en algunos
puntos, llegué a depender de Noah, llegué a creer que le amaba, pero
estaba tan aterrada por la idea del abandono que si no hubiese aparecido
Jack probablemente aún estaría doblegándome ante los deseos de Noah,
amándole a distancia.
Jack consigue que me emocione con cada capítulo y poco a poco voy
distanciándome de la historia y temo por la suerte de la protagonista.
Hasta que aparece Jack, Jack Daillard.
Mi corazón comienza a golpear mi pecho tan fuerte que por un
momento temo que vaya a salirse. Sólo está avisando, sus golpes son para
llamar mi atención.
Daillard, suena a francés, podría ser suizo. Cojo mi móvil y busco Jack
Daillard. Las primeras páginas no me llevan a ningún lado hasta que
finalmente lo encuentro. Un pequeño recorte, una noticia de un periódico
que no reconozco, aparecen dos imágenes, un coche destrozado y la
fotografía de un joven fallecido. Afortunadamente mi inglés es bastante
bueno gracias a los turistas. Jack Daillard era el conductor, sobrevivió
pero sufrió heridas y quemaduras importantes. Conducía borracho, tenía
diecisiete años. El joven que iba con él falleció, dos chicas sufrieron
heridas de menor importancia.
Me quedo tanto rato mirando la fotografía borrosa del coche que unos
puntitos empiezan a aparecer delante de mí. El recorte es una fotografía
del periódico físico, alguien se tomó la molestia de subirlo a internet.
Recuerdo lo que me dijo, que la gente hablaba, que su pasado lo perseguía.
Si la gente sabía, y por lo que me había dicho de su pueblo sabrían, tendría
que haber vivido no sólo con la culpa de haber matado a su amigo, sino
con la vergüenza de que todos conociesen sus heridas.
Jack Daillard. Suena bien, elegante, para nada como es él. Él es
Blackstone, es oscuro y duro, es un hombre que tuvo que volver a
reconstruir su vida alrededor de una mentira, yo sé lo que es eso.
Siento que no puedo seguir leyendo así que voy en busca de comida. Ha
ido a ver a sus padres, dijo, esos padres que deben de vivir aún en el
mismo pueblo, donde la gente le reconocerá y sabrá lo que oculta. Tengo
ganas de coger un avión y plantarme donde sea que esté, protegerle,
cubrirle con mi cuerpo para impedir que los comentarios le hagan daño.
Era sólo un chiquillo, un chiquillo que hizo algo estúpido. Me pregunto
cuántas veces se habrá atormentado con la imagen de su amigo muerto.
Me limpio las lágrimas furiosa, desearía más que nunca que estuviese aquí
para abrazarle y consolarle. Cojo el móvil y comienzo un mensaje pero
no sé muy bien qué escribir. Quiero pedirle que vuelva. Es lo único que se
me ocurre.
“Te echo de menos. Estoy leyendo la novela”.
Repaso el mensaje mil veces antes de pulsar enviar, con eso transmito
que quiero que vuelva, sin suplicarle que lo haga y también le digo que me
estoy enterando de lo que quería decirme. Creo que no está mal y después
de enviarlo me quedo mirando la pantalla esperando que suene. Un
segundo, dos... pueden pasar horas hasta que conteste, tal vez ni lo haga...
tres, cuatro. Mi móvil se ilumina y junto al sobrecito hay un uno.
“También te echo de menos. ¿Por qué parte vas?”
“Acaba de aparecer Jack Daillard”
“¿Estás bien? Sé que es duro, siento haberlo escrito.”
“No lo sientas, me gusta, aunque duele. ¿Tú estas bien?”
“Estoy bien. Sigue leyendo, Sam.”
Entiendo que quiere que termine la novela antes de que hablemos, saber
que me echa de menos es un alivio. Vuelvo al dormitorio aún con los
restos del bocadillo en un plato.
Jack Daillard aparece casi como un acosador, al principio está fascinado
con la chica invisible. Comienza a ir al pub cada noche sólo para verla, su
manera de describir el anhelo del personaje me hace estremecer, si él
siente la mitad de lo que siente su personaje entonces puedo considerarme
una chica afortunada.

“Jack observa cómo el irlandés le sonríe y la acaricia, aunque siente


una envidia homicida también desea que lleguen esos momentos. El
momento en que la mano del camarero se cuela por debajo de su camiseta,
rozando apenas la piel de su cintura. Cualquier cosa que Jack haya sentido
durante estos años es olvidada por el deseo que siente por Beth. Lamenta
más que nunca no ser un hombre completo, agoniza con cada una de sus
miradas. Desea huir, esconderse, está seguro de que ella le verá y sabrá su
secreto, no podría soportar el asco en su preciosa cara. Tiene dos
opciones, huir y no verla nunca más, o sufrir en silencio, observándola
desde lejos, siempre con miedo a que un día le señale entre la multitud,
porque ella sabe quién es. Sabe lo que le falta. Sufre en silencio.”
“Desde el suelo, impotente, contempla el terror en su cara, no es simple
miedo, es pánico desnudo y desgarrador. Se debate intentando llegar a ella
pero un montón de hombre aplastan su cara contra el suelo de madera. No
deja de mirar su cara y ve cómo finalmente vuelve al mundo real, le
observa con curiosidad, tendido en el suelo.
-¿Por qué lo sujetáis contra el suelo?- parece confundida, el tipo irlandés
ordena que le suelten y Jack se levanta conteniéndose para no abalanzarse
sobre ella. Quiere recorrer cada milímetro de su cuerpo para asegurarse de
que está bien, tocarla, sentir su cuerpo caliente y vivo, la imagen de un
cuerpo ensangrentado a sus pies le hace sentir una especie de bilis
acumulándose en su estómago, no a ella. Ella tiene que estar bien.
El hombre que está con ella señala a un estúpido gusano que está en su
muñeca y todos la miran como si fuese una chica tonta, nadie parece darse
cuenta del terror real que sintió, nadie se fija en las miradas que
intercambia con el irlandés, nadie ve el libro. Sólo Jack. Es su libro, uno de
los primeros que escribió ¿quién demonios es esta chica? ¿por qué ejerce
sobre él ese poder de atracción? Jack siente que ya no vale la pena seguir
huyendo, ya no depende de él. Siente pánico, verdadero miedo, va a hacerle
daño, va a herirla y verá su cuerpo desangrarse en alguna cuneta
abandonada ¿Y para qué? ¿Para ofrecerle la mitad de un hombre?
El irlandés se acerca un poco más a ella y Jack no tiene opción.
-¿Qué ha pasado?- con esa pregunta sella su destino, ya nadie puede
apartarle de ella. Ya no va a seguir escondiéndose, no importa que jamás
puedan estar juntos, sólo quiere tocarla.”

Ahora que Dillard está en la historia es como estar leyendo bajo el
agua, tras cada escena en la que aparece él tengo que salir a tomar aire.
Cierro los ojos tumbada sobre la cama y rememoro la escena del libro y
el gusano. Suena como el título de una fábula. Saber lo que él sintió. Que
él se sentía tan atraído por mí como yo por él. Saboreo esa sensación, me
alegro de haber leído el borrador, saber de su propia mano lo que sintió,
porque deseo realmente que esté siendo sincero. Recuerdo su expresión
furiosa y al mismo tiempo preocupada en el suelo, mientras lo sujetaban.
Yo creía que estaba furioso con los clientes, y resulta que estaba
preocupado por mí. Quería llegar a mí.
“Jack no podía esperar para verla, parecería un acosador
presentándose en su trabajo antes de tiempo pero... no había podido dormir
pensando en ella. Fuese lo que fuese lo que representase aquel libro
quemado era algo que la asustaba, que la hacía gritar. Seguramente estaba
sola, aterrada, tal vez en peligro. Deseó que el tipo irlandés estuviese con
ella, que al menos tuviese a alguien que la protegiese.
Salió a correr pero no consiguió cansarse lo suficiente como para dejar
de pensar en ella. Escribió, pero todos sus personajes terminaban
comportándose como bobos ante una chica con la sonrisa más hermosa del
mundo. Al final tuvo que ser coherente con su paranoia. Se fue al pub y
esperó en una calle cercana, a que ella apareciese. Como un acosador.
Como un loco. Mierda, en eso se había convertido.”

La manía de los hombres de mi vida de esperarme en callejones y


acecharme resultaba algo espeluznante. Esperaba que eso se terminase
ahora que ya no había peligros. Ese debía ser el día en que se presentó
antes de abrir el pub y hablamos de libros. No debí parecerle muy
inteligente esa vez. Divertida corro a prepararme otra infusión antes de
sumergirme de nuevo en la lectura. Pronto llegará a la escena del beso en
el cementerio. No puedo esperar.

“Juguetea con el libro en sus manos, por algún motivo Jack quiere
quitárselo y arrojarlo bien lejos de ella. Hay algo corrupto en ese libro. Se
sonroja adorablemente ante sus torpes palabras, teme ofenderle, podría
escupirle en la cara y Jack le agradecería el gesto.
Desde el accidente las mujeres han sido para él como un peligro, algo
prohibido que hay que evitar si no quieres correr el riesgo de que
descubran lo que eres. Beth no parece peligrosa, Jack quiere entregarle
todos sus secretos, ponerlos a sus pies y contemplarla mientras los
destroza y se los arroja en la cara. Se ha convertido en un pobre imbécil,
un pobre imbécil feliz.
Mientras él fantasea con la idea de recorrer cada hueco de su cuerpo,
con la idea de darle placer a pesar de que hace casi veinte años que no
está con una mujer y que la idea de quitarse los pantalones delante de ella
le dan ganas de suicidarse ella cambia el gesto y parece a punto de llorar.
Jack se estremece, no puede soportar que llore, de la misma manera que no
puede soportar verla aterrada. Intenta levantar su cara, observar sus ojos
y leer en ellos, pero ella le esquiva. Juguetea con el libro e intenta
despegar esas inmundas páginas, Jack vuelve a concentrarse, no puede
arrancárselo de las manos, tiene que intentar comportarse con lógica o la
asustará. Ya se está asustando, observa una página con los ojos muy
abiertos. Por un momento Jack piensa que puede ser otro gusano, qué
estupidez, ella jamás estuvo aterrada por un gusano. Hay algo que la
acecha, algo que la preocupa. Algo que le impide alejarse de ella.”

“Jack sabe que el hecho de que la haya estado esperando la asusta, no


debería ser tan sincero con ella, debería hacerse el encontradizo,
disimular, pero no puede. Hay algo en esa mujer que le hace ir con la
verdad por delante.
-¿Eres un acosador?- Jack sonríe aunque no le resulta gracioso. Está
demasiado cerca de la verdad. Intenta disimular y de repente se le ocurre
que la mejor manera de disimular es decir la verdad. Nadie parece creer
nunca la sencilla verdad.
-Mira te asusté. No sé cómo ni porqué pero no pretendía hacerlo. Y si te
esperé en la calle como un puñetero acosador es porque esperaba que... no
pasaras la noche con él. Sé que no tengo ningún derecho pero dijiste que
no salías con él y pensé que quizá...”

“El bolso golpea sus caderas, Jack las observa hambriento. Podría
seguir esas caderas hasta el fin del mundo, aunque hoy al parecer no van
tan lejos. Van a un cementerio, a quemar un libro.
-¿Conoces a Mckenzie?- Jack la mira asombrado.
-¿El poltergeist del cementerio Greyfriars? En persona no-. Ella se ríe y
Jack siente que ha encontrado el tesoro más escondido. Quiere volver a
hacerla reír mil veces y eliminar ese brillo de sus ojos, ese que la mantiene
apartada de los demás, el brillo de desconfianza.”

“-¿Sabes que Mckenzie no existe verdad?- ella hace un gesto de


desagrado y Jack le cuenta una pequeña historia de terror que se saca de
la manga, nada demasiado aterrador, pero considerando que están en un
cementerio tal vez a ella no le parezca gracioso. Jack se arriesga, una
chica que quema un libro en una olla en un cementerio seguro que aprecia
un relato de terror.
Con la excusa de asustarla se acerca a su cuello, su aliento se funde en
su piel y su aroma está a punto de enloquecerlo. Ahora sabe lo que se
siente al tener su piel al alcance de su mano. Ella se gira hacia él, los
labios entreabiertos, los ojos nublados por la pasión, es como si le
suplicara que la besara. No puede hacerlo, no debe. Veinte años sin besar
a una mujer deberían haberle quitado la afición. Lo peor es que sabe que
lo hará, y tras el primer beso tendrán que venir muchos más. Porque se
hará adicto. Como un hombre lanzándose al vacío él se lanza sobre su
boca. Nunca fue tan bueno, nunca significó lo que significa ahora.
La pasión le nubla la cabeza y, sólo porque lo quiere todo de ella,
muerde su labio inferior. Intenta alejarse al darse cuenta de que está
perdiendo la cabeza pero ella se aferra a él. Se aprieta contra su cuerpo
intentando que ambos se fundan.
Entonces Jack siente ganas de llorar, se siente estafado, alguien ha
jugado con él, el destino se ríe. Resulta que el amor existe, es real, no es un
invento de la literatura ni de los centros comerciales.
El amor es tener a esa mujer en los brazos. Y no dejarla ir nunca. Pero
ya no tiene cartas, ya no tiene posibilidades de ganar, hace veinte años que
perdió su ventaja. Al apartarse vuelve a sentir las heridas que un día
cortaron su carne, el fuego que quemó su piel. Pero cuando la mira ella
tiene esa sonrisa entre seductora y hambrienta. No vale la pena
lamentarse, ya no tiene alternativa, no puede alejarse.”

Termino de leer la novela cuando ya es noche profunda. Nat aún no ha


regresado pero he cerrado la puerta para que crea que duermo. No puedo
hablar con ella ahora, no puedo hablar con nadie. Sólo con Jack.
La novela termina después de que se descubre que es mi madre la que
ha estado siguiéndome en las últimas semanas. La madre de Beth en
realidad. No dice qué ocurre entre Jack y Beth. El final es tan abrupto que
reviso todos los demás ejemplares por si al mío le faltan páginas. Pero
todos terminan igual. Me siento frustrada porque en cada página en la que
Jack y Beth estaban juntos pude ver el amor que siente por mí. El miedo a
mi rechazo es lo que le hacía comportarse de manera tan errática, era lo
que me confundía. Las descripciones sobre las veces que hemos estado
juntos me han hecho llorar a lágrima viva. Él sentía lo mismo. Cada una
de las veces él sintió lo mismo que yo.
La luz de mi dormitorio está apagada. Jugueteo con el móvil, quiero
llamarle pero no estoy segura de que pueda decirle lo que siento con
palabras, si lo tuviese delante de mí le ataría a la cama y le demostraría
una y otra vez que no hay nada imperfecto o defectuoso en él. No me
importan sus heridas, su dolor sí, lamento que haya sufrido tantos años, y
me hago la firme promesa de compensarle por todos los años que ha
pasado solo.
Pulso el botón de llamada. Mis ganas de gritarle que le quiero son más
grandes que mi temor a no saber cómo expresarlo.
-¿Sam?- su voz suena alerta.
-Te quiero.
-Yo también te quiero.
-¿Vas a volver ya?
-Ya estoy aquí-. Me incorporo sorprendida.
-¿Aquí donde?
-En tu puerta, llevo un par de horas esperando tu llamada-. Corro a la
puerta y cuando abro allí está él, con una maleta a sus pies, más guapo de
lo que lo recordaba. Hago un esfuerzo por no lanzarme en sus brazos y
pregunto jocosa.
-¿Llegaste a coger el avión?
-Llegué hasta el aeropuerto y luego cogí un avión de vuelta-. Me atrae
hacia él tirando de la cintura de mi pantalón.- ¿Y bien?
-¿Y bien qué?
-Dime otra vez que me quieres.
-Te quiero-. Obedezco mientras hunde su nariz helada en el hueco de mi
cuello.
-¿Para siempre?-
-Para siempre-
-¿Incluso con...?
-Te quiero entero- interrumpo- no cambiaría nada. Te quiero exactamente
como eres-. Sus besos impiden que pueda seguir diciéndole lo mucho que
le quiero. Pero yo también necesito saber.
-¿Y tú?-
-Te quiero, te quiero exactamente como eres, con tus demonios y tu
bondad. Te quiero a pesar de que sé que tendré que cargar con el irlandés,
te quiero porque defiendes a Natalie como una madre, te quiero porque
eres hermosa, inteligente y misteriosa, porque me llevas a los cementerios
a quemar libros y escondes tus ahorros en muros centenarios. Te quiero
porque te gustan los dibujos animados y te ríes con las películas de acción.
Te quiero entera Sam, ahora y siempre. Te quiero de una manera
enfermiza y poco sana. Y...- se acerca a mi oído entre beso y beso y su
respiración calienta mi lóbulo- te quiero porque estás preciosa cuando te
corres, y porque haces las mejores mamadas del mundo-. No puedo
evitarlo, me río y le arrastro a la cama. Porque le quiero.
Estoy nerviosa mientras vamos hacia el dormitorio, es como si fuese
nuestra primera vez. Jack se ha prendido de mis labios y avanzamos a
trompicones. No puedo dejar de sonreír contra su boca y él no deja de
decir lo mucho que me quiere.
Nos caemos en la cama y se coloca sobre mí. Me desnuda tan
lentamente que empiezo a protestar pero él sólo se burla y continúa como
si tuviésemos todo el tiempo del mundo. Tal vez sea así pero no quiero
esperar. Cuando sus caricias comienzan a volverme loca decido que lo
quiero desnudo también, quiero sentir su piel. Juego con él como él jugó
conmigo. Entre prenda y prenda nos robamos besos y caricias. Me coloco
sobre él y cuando quiere darme la vuelta le empujo. Resulta que sí es
nuestra primera vez.
Me centro en acariciarle, en su cuerpo, le beso, le lamo, amenazo con
mis dientes la sensibilidad de su piel, él se deja hacer, cree que sabe a
donde voy. Cuando empiezo a sentir una ligera reacción en su miembro lo
acaricio más intensamente, con cuidado para no dañarlo, pero no dejo de
darle estímulos, con mi lengua, mis labios, mis dedos. Me lo meto en la
boca y Jack jadea, me pide que no me detenga pero lo hago.
Me levanto sobre sus caderas y comienzo a introducirlo dentro de mí.
Jack me mira asombrado, mudo, sus ojos bajan por mi cuerpo y se quedan
fijos en nuestra unión. Ve desaparecer su miembro en mi interior y se
arquea con un grito. Sólo la imagen ya es algo casi animal para los dos,
sobre todo para él.
No quiero dejar de mirarle, quiero grabarme cada una de sus
expresiones en mi retina, pero al mismo tiempo lo que siento es tan
intenso que necesito cerrar los ojos y saborearlo. Me quedo quieta sobre
él cuando ya está totalmente dentro de mí. Con la cabeza mirando al techo
y los ojos cerrados disfruto de esa sensación. Mi cuerpo lo abraza como si
no quisiera dejarlo ir.
Jack aferra mis caderas y sé que desea que me mueva. Me inclino sobre
él y con nuestras pupilas enredadas comienzo a moverme. No deja de
repetir mi nombre, una y otra vez, como un mantra salvador. Yo no puedo
hablar, me muerdo el labio, me contengo, lo adoro con mis manos y con
todo mi cuerpo. Los movimientos pasan de lánguidos a cada vez más
rápidos y furiosos. Jack pierde completamente el control y gruñe y jadea
como un animal. Siento cómo crece dentro de mí, temo que eso esté
haciendo daño a su piel herida pero a él no parece importarle, no deja de
moverse ni deja que me detenga.
Siento que el orgasmo viene una y otra vez pero siempre lo rehuyo,
cambio el ritmo, el ángulo. Lo que importa esta vez es su placer, es que
comprenda que puede dármelo todo, que podemos compartir cualquier
cosa.
Se arquea de nuevo y sé que está cerca, mi nombre se ha disuelto en sus
labios y ya no es más que un gemido, cuando él por fin llega al orgasmo
es lo más hermoso que he visto en mi vida. Sus ojos brillantes, sus
mejillas tirantes y sonrojadas, su pelo revuelto y los hombros cubiertos de
sudor. Su respiración sale tan agitada que me hace temblar sobre su pecho.
Cuando se derrumba sobre la cama busco mi propio placer, me muevo
sobre él y acaricio mi clítoris mientras él me contempla como si fuese una
visión. Con sus manos en mis caderas se empuja dentro de mí una y otra
vez hasta que soy yo la que grito su nombre y me derrumbo.
-También te quiero por esto-. Susurra con su voz agitada besando mi sien.

Noah y Marcus no parecen muy contentos cuando Jack y yo


comenzamos a comportarnos como una pareja. Ninguno de nosotros es
demasiado fan de las demostraciones de afecto en público así que ambos
reducen sus muecas de asco al mínimo. Nat está tan feliz por los dos, por
mí en realidad, que hasta es amable con Alex. Y a la señora Morton le
sorprende cuando le presento a Jack como mi novio, creía que ya lo
éramos antes.
Al tener a Jack conmigo de nuevo los turnos en el pub no se me hacen
pesados, incluso se me quedarían cortos si no supiese lo que tengo en casa
esperándome. Pasamos casi todo el tiempo en su piso porque tenemos más
intimidad pero yo sigo viviendo con Nat, en primer lugar porque me gusta
mi independencia y por ahora no quiero cambiarlo pero también porque
sé que aún me necesita. Alex sigue empeñado en ocultarle a Nat donde
estuvo y sé que ella nunca podrá volver con él mientras no lo sepa. Yo no
lo haría. A veces la veo desaparecer con Noah en su piso. No sé muy bien
a que juegan pero después de que Alex me animara a leer la novela de
Jack ya no es mi persona menos favorita del mundo. No quiero que
ninguno de ellos sufra. Además se ha hecho amigo de Jack, lo que sólo lo
complica todo.
Noah finge arcadas cada vez que me ve besar a Jack y apenas le dirige
la palabra. Hablamos y aunque las cosas aún están tirantes sé que algún día
volveremos a ser lo que éramos, sigue siendo mi amigo y seguimos
contando el uno con el otro.
Ya no tengo enemigos ni grandes batallas. ¡No! ¡miento! Tengo una
enemiga, me dirige amenazas veladas con los ojos y ha debido dispararme
con un rayo que vuelve a las personas invisibles porque finge no verme
cuando estamos cerca. La pequeña chica gótica. El odio es real, pero
espero que se le pase cuando crezca. Jack quería presentármela pero ella
salió huyendo, dejando agujeros con sus pequeños piececitos en el suelo
de “El irlandés” desde entonces Noah le toma el pelo con eso así que no
soy la única invisible.
Jack y yo hemos hecho la promesa de dormir siempre juntos, sólo es
un problema cuando él tiene que viajar por sus novelas, que no es muy a
menudo porque es uno de esos autores misántropos que desconfían de las
cámaras y los micrófonos lo que, mezclado con su atractivo, sólo lo hace
más interesante para sus fans. No va a publicar “El cadáver en el invierno”
aunque yo insistí, es una historia demasiado extraña como para que
alguien la tome por real. Pero él teme que la lean nuestros conocidos,
ellos saben qué hay de real y asumirán que otras cosas también lo son. Por
ahora es nuestra historia. Cada día es un capítulo nuevo.
Estamos en la parte de la luna de miel, me espera cada noche para
acompañarme a casa y me deja el control del mando de la televisión. Aún
no hemos discutido pero sólo es cuestión de tiempo. Me apetece mucho
tener nuestra primera pelea de novios, jamás he tenido ninguna, tal vez
arroje algo o me vaya con un dramático portazo. También espero con
ansias nuestras primera reconciliación.
Nuestra vida es completa en todos los sentidos, no podremos tener
hijos, pero por lo demás todo funciona como debe ser. Al menos como
debe ser para nosotros. Jack ha ido al médico y yo tenía razón, sus heridas
no cicatrizaron bien, su piel sanó demasiado “apretada” pero estamos
trabajando en ello.
De vez en cuando paseamos por Greyfriars, allí le conté que quería
adoptar adolescentes. Aún no, quiero disfrutarle un poco más, tenerle sólo
para mí, pero algún día seremos una familia. Con una madre protectora,
un padre permisivo, unos tíos que les cubran en sus travesuras y una
abuela curiosa a la que le encantan los ovillos de lana y mezclar las
golosinas con la carne. No habrá pesadillas, padres locos, fuego ni
muertes. Puede que mi pasado no haya sido fácil, pero tengo todo un
futuro para compensarme.
Jack me dijo que agradecía su accidente porque, indirectamente, le
había llevado hasta mí. Me mostró el camino en sus cicatrices y lamí cada
una de ellas agradecida.
Yo no lamento mi pasado porque, indirectamente, me llevó hasta él.

EPÍLOGO
Unos meses más tarde.
Nat tiene como diez revistas diferentes sobre bodas cubriendo toda la
isla de la cocina. Jack aparece despeinado y sonriente. Hay tantos lazos
rosados e imágenes de flores por todas partes que se queda un buen rato
ensimismado ante tanto brillo.
Escondo una sonrisa tras la taza de café pero cuando él me mira sus
ojos se encienden. El recuerdo de lo que hicimos anoche hace que me
sonroje y agradezco que Natalie esté demasiado ocupada comparando
tipografías para darse cuenta. Jack parece realmente satisfecho de sí
mismo hasta que lamo una gota oscura de mi labio. Entonces parece
simplemente depredador.
Se acerca a mí y sus brazos me rodean sólo para coger una taza del
armario, ni siquiera me toca y yo ya estoy fibrilando, las cosas que ese
hombre puede hacer conmigo. Para no darle la satisfacción de nuevo
contesto al azar una de las preguntas que Natalie lanza como una
ametralladora sin esperar realmente la respuesta.
-Creo que los lirios están demasiado vistos.
El mundo se detiene y sé que no es la respuesta adecuada. Todas las
mariposas y la brillantina que volaban alrededor de Nat se posan
cautelosas y esperan su reacción.
-¿Tú crees?
-Bueno... - empiezo no muy convencida y me acerco al escritor en busca
de protección, él se aleja y finge admirar una foto de un ramo de lirios.
Cobarde, traidor ¿cómo sabrá lo que son los lirios?- tú eres demasiado
alegre y vivaz, también eres romántica y delicada pero yo apostaría por
pequeños ramitos hechos con diversas flores: violetas, margaritas,
campanillas. Tal vez en tonos lavanda. No sólo serían especiales sino que
saldrían más baratas. Sé que el precio es importante-. Me acerco con
cautela al ordenador mientras vigilo los trozos de cintas mortíferas con
las que podría acabar con mi vida. Cuando encuentro lo que busco me
alejo y le hago una señal. Ella se acerca sin dejar de mirarme. Observa las
fotografías y yo me fijo en que el escritor se ha ido desplazando al otro
lado de la isla para alejarse de las tijeras puntiagudas y los filos cortantes
de las revistas.
-Me gustan- ¿A sí?
-¿A sí?-pregunta el escritor y su sorpresa exagerada hace que quiera
arrojarle tul envenenado.
-Sí, creo que pegarían genial con el tema y el lugar. El vestido es crudo así
que todo tendría un toque antiguo. Me gusta mucho, Sam creo que tienes
talento para organizar bodas-. Hago una mueca esperando que no decida
embarcarse en un nuevo proyecto, esta chica parece tener una fuente de
energía inagotable.
Le sonrío intentando no parecer interesada y cuando desvío la mirada
me doy de bruces con los ojos grises del escritor, parece muy serio.
-¿Tú quieres casarte?- Natalie les susurra a las mariposas para que dejen
de aletear pendiente de la respuesta, las de mi estómago la ignoran.
-¿Es una proposición o una pregunta genuina?
-¿Una pregunta?- su cautela hace que quiera sonreír pero no lo hago.
-Supongo que me gustaría, algún día, aunque tampoco lo considero
imprescindible. ¿Y tú?
-¿Yo qué?
-¿Quieres casarte?- su mirada es demasiado intensa, sé que no es un juego
para él. Tal vez es algo que no se ha planteado durante años, como yo.
Ninguno de los dos creía que habría una oportunidad para nosotros.
-Creo que sí, contigo sí-. Asiento intentando parecer más confiada de lo
que me siento en realidad.
-Bien, hagamos una cosa, cuando haya pasado el gran día de Nat tú me lo
pides, con anillo, flores y canciones a la luz de la luna-. El brillo gris casi
me deja ciega.
-Hecho-. Dice ufano y se va. En cuanto la puerta se cierra tras él las
mariposas emprenden su vuelo y Natalie entra en un estado de euforia.
-Siéntate, siéntate- me ayuda a sentarme, lo que agradezco porque yo sola
habría terminado con el culo en el suelo.
-¿Acaba de pedirte que te cases con él?-
-Eso parece.
-¡Ay qué mono!- no puedo evitar estar de acuerdo pero tengo la garganta
seca y la sangre hirviendo- ¡Conozco el lugar perfecto! -
Bien, porque yo conozco al hombre perfecto.


F I N

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