UNIDAD I SOBRE LA AUSENCIA, EXILIO, MIGRACIÓN E IDENTIDAD (NARRATIVA)
SEEGUNDO MEDIO
PROFESORA ALEJANDRA JARA CONTRERAS
FECHA: 07 DE ABRIL DE 2020
UNIDAD I SOBRE LA AUSENCIA, EXILIO, MIGRACIÓN E IDENTIDAD (NARRATIVA)
GUÍA N° 2 PERSONAJES TIPO, CONFLICTO DE LA HISTORIA
O.A: Analizar las narraciones leídas para enriquecer su comprensión, considerando, cuando sea pertinente:
>>El o los conflictos de la historia.
>>Cómo el relato está influido por la visión del narrador.
>>Personajes tipo presentes en el texto.
Instrucciones:
Las guías deben pegarse en los cuadernos, posteriormente se deben anotar la fecha, el objetivo de aprendizaje, el título de los textos,
las preguntas y respuestas según corresponda en sus cuadernos, ya que estos serán revisados una vez que se normalice la situación.
UNIDAD I SOBRE LA AUSENCIA, EXILIO, MIGRACIÓN E IDENTIDAD (NARRATIVA)
SEEGUNDO MEDIO
PROFESORA ALEJANDRA JARA CONTRERAS
FECHA: 07 DE ABRIL DE 2020
ACTIVIDAD TEXTO DEL ESTUDIANTE
EL TALENTO
ANTON CHEJOV
El pintor Yegor Savich, que se hospeda en la casa de campo de la viuda de un oficial, está
sentado en la cama, sumido en una dulce melancolía matutina. Ya es otoño. Grandes nubes
informes y espesas se deslizan por el firmamento; un viento, frío y recio, inclina los árboles y
arranca de sus copas hojas amarillas. ¡Adiós, estío!
Hay en esta tristeza otoñal del paisaje una belleza singular, llena de poesía; pero Yegor Savich,
aunque es pintor y debiera apreciarla, casi no repara en ella. Se aburre de un modo terrible y
solo lo consuela el pensar que al día siguiente no estará ya en la quinta.
La cama, las mesas, las sillas, el suelo, todo está cubierto de cestas, de sábanas plegadas, de
todo género de efectos domésticos. Se han quitado ya los visillos de las ventanas. Al día
siguiente, ¡por fin!, los habitantes veraniegos de la quinta se trasladarán a la ciudad.
La viuda del oficial no está en casa. Ha salido en busca de carruajes para la mudanza.
Su hija Katia, de veinte años, aprovechando la ausencia materna, ha entrado en el cuarto del
joven. Mañana se separan y tiene que decirle un sinfín de cosas. Habla hasta por los codos;
pero no encuentra palabras para expresar sus sentimientos, y mira con tristeza, al par que con
admiración, la espesa cabellera de su interlocutor. Los apéndices capilares brotan en la
persona de Yegor Savich con una extraordinaria prodigalidad; el pintor tiene pelos en el
cuello, en las narices, en las orejas, y sus cejas son tan pobladas, que casi le tapan los ojos. Si
una mosca osara internarse en la selva virgen capilar, de que intentamos dar idea, se perdería
para siempre. Yegor Savich escucha a Katia, bostezando. Su charla empieza a fatigarle.
De pronto la muchacha se echa a llorar. Él la mira con ojos severos a través de sus espesas
cejas, y le dice con su voz de bajo:
—No puedo casarme.
—¿Pero por qué? —suspira ella.
—Porque un pintor, un artista que vive de su arte, no debe casarse. Los artistas debemos ser
libres.
—¿Y no lo sería usted conmigo?
—No me refiero precisamente a este caso... Hablo en general. Y digo tan solo que los artistas
y los escritores célebres no se casan.
—¡Sí, usted también será célebre, Yegor Savich! Pero yo... ¡Ah, mi situación es terrible!...
Cuando mamá se entere de que usted no quiere casarse, me hará la vida imposible. Tiene un
genio tan arrebatado... Hace tiempo que me aconseja que no crea en sus promesas. Luego,
aún no le ha pagado usted el cuarto... ¡Qué escándalo me armará!
—¡Que se vaya al diablo! ¿Piensa que no voy a pagarle?
Yegor Savich se levanta y empieza a pasearse por la habitación.
—¡Yo debí irme al extranjero! —dice.
Le asegura a la muchacha que para él un viaje al extranjero es la cosa más fácil del mundo:
con pintar un cuadro y venderlo...
—¡Naturalmente! —contesta Katia—. Es lástima que no haya usted pintado nada este verano.
—¿Acaso es posible trabajar en esta pocilga? —grita, indignado, el pintor—. Además, ¿dónde
hubiera encontrado modelos?
En este momento se oye abrir una puerta en el piso bajo. Katia, que esperaba la vuelta de su
madre de un momento a otro, echa a correr. El artista se queda solo. Sigue paseándose por la
habitación. A cada paso tropieza con los objetos esparcidos por el suelo. Oye al ama de la
casa regatear con los mujiks cuyos servicios ha ido a solicitar. Para templar el mal humor que
le produce oírla, abre la alacena, donde guarda una botellita de vodka. 1
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—¡Bruta! —le grita a Katia la viuda del oficial— ¡Estoy harta de ti! ¡Que el diablo te lleve! su
alma se van disipando. Empieza a soñar, a hacer espléndidos castillos en el aire.
Se imagina ya célebre, conocido en el mundo entero. Se habla de él en la prensa, sus retratos
se venden a millares. Se ve en un rico salón, rodeado de bellas admiradoras... El cuadro es
seductor, pero un poco vago, porque Yegor Savich no ha visto ningún rico salón y no conoce
otras beldades que Katia y algunas muchachas alegres. Podía conocerlas por la literatura;
pero hay que confesar que el pintor no ha leído ninguna obra literaria.
—¡Ese maldito samovar! —vocifera la viuda—. Se ha apagado el fuego.
¡Katia, pon más carbón! Yegor Savich siente una viva, una imperiosa necesidad de compartir
con alguien sus esperanzas y sus sueños. Y baja a la cocina, donde, envueltas en una azulada
nube de humo, Katia y su madre preparan el almuerzo.
—Ser artista es una cosa excelente. Yo, por ejemplo, hago lo que me da la gana, no dependo
de nadie, nadie manda en mí. ¡Soy libre como un pájaro! Y, no obstante, soy un hombre útil,
un hombre que trabaja por el progreso, por el bien de la humanidad. 2
Después de almorzar, el artista se acuesta para descansar un ratito. Generalmente, el ratito se
prolonga hasta el oscurecer; pero esta tarde la siesta es más breve. Entre sueños, siente
nuestro joven que alguien lo tira de una pierna y lo llama, riéndose.
Abre los ojos y ve, a los pies del lecho, a su camarada Ukleikin, un paisajista que ha pasado el
verano en las cercanías, dedicado a buscar asuntos para sus cuadros.
—¡Tú por aquí! —exclama Yegor Savich con alegría, saltando de la cama— ¿Cómo te va,
muchacho?
Los dos amigos se estrechan efusivamente la mano, se hacen mil preguntas...
—Habrás pintado cuadros muy interesantes
—dice Yegor Savich, mientras el otro abre su maleta.
—Sí, he pintado algo... ¿y tú? Yegor Savich se agacha y saca de debajo de la cama un lienzo,
no concluido aún, cubierto de polvo y telarañas.
—Mira —contesta—. Una muchacha en la ventana, después de abandonarla el novio... Esto lo
he hecho en tres sesiones.
En el cuadro aparece Katia, apenas dibujada, sentada junto a una ventana, por la que se ve un
jardincillo y un remoto horizonte azul. Ukleikin hace una ligera mueca: no le gusta el cuadro.
—Sí, hay expresión —dice—. Y hay aire... El horizonte está bien...
Pero ese jardín..., ese matorral de la izquierda... son de un colorido un poco agrio.
No tarda en aparecer sobre la mesa la botella de vodka.
Media hora después llega otro compañero: el pintor Kostilev, que se aloja en una casa
próxima. Es especialista en asuntos históricos. Aunque tiene treinta y cinco años, es
principiante aún. Lleva el pelo largo y una cazadora con cuello a lo Shakespeare. Sus actitudes
y sus gestos son de un empaque majestuoso. Ante la copita de vodka que le ofrecen sus
camaradas hace algunos remilgos de rechazo; pero al fin se la bebe.
—¡He concebido, amigos míos, un asunto magnífico! —dice—. Quiero pintar a Nerón, a
Herodes, a Calígula, a uno de los monstruos de la antigüedad, y oponerle la idea cristiana.
¿Comprenden? A un lado, Roma; al otro, el cristianismo naciente. Lo esencial en el cuadro ha
de ser la expresión del espíritu, del nuevo espíritu cristiano.
Los tres compañeros, entusiasmados por sus sueños de gloria, van y vienen por la habitación
como lobos enjaulados. Hablan sin descanso, con un fervoroso entusiasmo. Se les creería,
oyéndoles, en vísperas de conquistar la fama, la riqueza, el mundo. Ninguno piensa en que ya
han perdido sus mejores años, en que la vida sigue su curso y los deja atrás, en que, en espera
de la gloria, viven como parásitos, mano sobre mano. Olvidan que entre los que aspiran al
título de genio, los verdaderos talentos son excepciones muy escasas. No tienen en cuenta
que a la inmensa mayoría de los artistas los sorprende la muerte “empezando”. No quieren
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acordarse de esa ley implacable suspendida sobre sus cabezas, y están alegres, llenos de
esperanzas.
A las dos de la mañana, Kostilev se despide y se va. El paisajista se queda a dormir donde el
pintor. Antes de acostarse, Yegor Savich coge una vela y baja por agua a la cocina. En el
pasillo, sentada en un cajón, con las manos cruzadas sobre las rodillas, con los ojos fijos en el
techo, está Katia soñando...
—¿Qué haces ahí? —le pregunta, asombrado, el pintor—. ¿En qué piensas?
—¡Pienso en los días gloriosos de su celebridad! —susurra ella—. Será usted un gran hombre,
no hay duda. He oído su conversación y estoy orgullosa.
Llorando y riendo al mismo tiempo, apoya las manos en los hombros de Yegor Savich y mira
con honda devoción al pequeño dios que se ha creado.
Chejov, A. (1920). El talento.
En Los campesinos: novelas cortas. Madrid: Calpe.
1 ¿Quién es Yegor Savich y cómo es física y psicológicamente?
2. ¿Qué concepto sobre su labor de pintor tiene Yegor Savich? ¿Es coherente su
pensamiento con su forma de actuar?
3. ¿Quiénes son los personajes que participan en la historia? Escribe sus nombres.
4. A partir de lo narrado, ¿qué se sabe sobre Yegor Savich y Katia? Caracterízalos
completando la siguiente tabla en sus cuadernos.
5. ¿Qué opina el narrador sobre la actitud de Yegor Savich y sus compañeros? Subraya
las partes del texto que permiten advertir su posición.
6. El personaje de Katia vive en una época en que la sociedad establecía como la
principal aspiración de la mujer el matrimonio y el formar una familia. ¿Cómo crees que
influye esto en la relación de Katia con Yegor Savich?
7. Busque el significado de las palabras que están de color azul.