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La pérdida de los hijos en casa

Los hijos no se pierden en la calle sino dentro de casa, debido a la ausencia de los padres, las necesidades no atendidas y el amor que nunca supo educar ni orientar. Aunque existen excepciones, lo que sucede día a día en el hogar marca el comportamiento del niño. La familia es la que hará germinar en el cerebro infantil conceptos como el respeto y la autoestima, por lo que los padres deben estar presentes de manera cualitativa para guiar a sus hijos.
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La pérdida de los hijos en casa

Los hijos no se pierden en la calle sino dentro de casa, debido a la ausencia de los padres, las necesidades no atendidas y el amor que nunca supo educar ni orientar. Aunque existen excepciones, lo que sucede día a día en el hogar marca el comportamiento del niño. La familia es la que hará germinar en el cerebro infantil conceptos como el respeto y la autoestima, por lo que los padres deben estar presentes de manera cualitativa para guiar a sus hijos.
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Los hijos no se “pierden” en la calle, sino dentro de casa

Los hijos no se “pierden” en la calle. De hecho, esa

pérdida se inicia en el propio hogar con ese padre ausente, con esa madre siempre ocupada, con
un cúmulo de necesidades no atendidas y frustraciones no gestionadas. Un adolescente se
desarraiga tras una infancia de desapegos y de un amor que nunca supo educar, orientar, ayudar.

Empezaremos dejando claro que siempre habrá excepciones. Obviamente existen niños con
conductas desadaptativas que han crecido en hogares donde hay armonía y adolescentes
responsables que han conseguido marcar una distancia de una familia disfuncional. Siempre hay
hechos puntuales que se escapan de esa dinámica más clásica donde lo acontecido día a día en
una casa marca irremediablemente el comportamiento del niño en el exterior.

“Sembrad en los niños buenas ideas, aunque hoy no las entiendan el futuro se encargará de
hacerlas florecer”

-María Montessori-

En realidad, y por curioso que parezca, un padre o una madre no siempre termina de aceptar este
tipo de responsabilidad. De hecho, cuando un niño evidencia conductas agresivas en un centro
escolar, y se toma contacto con los padres por parte del tutor, es habitual que la familia culpabilice
al sistema, al propio instituto y a la comunidad escolar por “no saber educar”, por no intuir
necesidades y aplicar adecuadas estrategias.

Si bien es cierto que en lo que se refiere a la educación de un niño todos somos agentes activos
(escuela, medios de comunicación, organismos sociales…), es la familia la que hará germinar en el
cerebro infantil el concepto de respeto, la raíz de la autoestima o la chispa de la empatía.

Te proponemos reflexionar sobre ello.

hijos
Los hijos, el legado más importante de nuestro futuro

H. G Wells dijo una vez que la educación del futuro iría de la mano de la propia catástrofe. En su
famosa obra “La máquina del tiempo”, visualizó que para el año año 802.701, la humanidad se
dividiría en dos tipos de sociedad. Una de ellas, la que vivíría en la superfice, serían los Eloi, una
población sin escritura, sin empatía, inteligencia o fuerza física.

Según Wells, el estilo educativo que predominaba en su época ya apuntaba resultados en esta
dirección. El inicio de las pruebas estandarizadas, de la competitividad, de las crisis financieras, del
escaso tiempo de los padres para educar a sus hijos y de la nula preocupación por incentivar la
curiosidad infantil o el deseo inherente por aprender hacían ya que, en aquellos albores del siglo
XX, el célebre escritor no augurara nada bueno para las generaciones futuras.

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No se trata de alimentar pues tanto pesimismo, pero sí de poner sobre la mesa un estado de alerta
y un sentido de responsabilidad. Por ejemplo, algo de lo que se quejan muchos terapeutas,
orientadores escolares y pedagogos es de la falta de apoyo familiar que suelen encontrarse a la
hora de hacer intervención con ese adolescente problemático, o con ese niño que evidencia
problemas emocionales o de aprendizaje.

Adolescente sola

Cuando no hay una colaboración real o incluso cuando un padre o una madre desautoriza o
boicotea al profesional, al maestro o al psicólogo, lo que conseguirá es que el niño, su hijo,
continúe perdido. Aún más, ese adolescente se verá con más fuerza para seguir desafiando y
buscará en la calle lo que no encuentra en casa o lo que el propio sistema educativo tampoco ha
podido darle.

Niños difíciles, padres ocupados y emociones contrapuestas

Hay niños difíciles y demandantes que gustan actuar como auténticos tiranos. Hay adolescentes
incapaces de asumir responsabilidades, y que adoran sobrepasar los límites que otros les imponen
acercándose casi hasta la delincuencia. Todos conocemos más de un caso, sin embargo, hemos de
tomar conciencia de algo: nada de esto es nuevo. Nada de esto lo ocasiona Internet, ni los
videojuegos ni un sistema educativo permisivo.
“Antes de enseñar a leer a un niño, enséñale qué es el amor y la verdad”

-Gandhi-

Al fin y al cabo estos niños evidencian las mismas necesidades y conductas de siempre
contextualizadas en nuevos tiempos. Por ello, lo primero que debemos hacer es no patologizar la
infancia ni la adolescencia. Lo segundo, es asumir la parte de responsabilidad que nos toca a cada
uno, bien como educadores, profesionales de la salud, divulgadores o agentes sociales. Lo tercero
y no menos importante, es entender que los niños son sin duda el futuro de la Tierra, pero antes
que nada, son hijos de sus padres.

Reflexionemos a continuación sobre unos aspectos importantes.

Los ingredientes de la auténtica educación

Cuando un profesor llama a una madre o a un padre para advertirles de la mala conducta de un
niño, lo primero que siente la familia es que se está poniendo en tela de juicio el amor que sienten
por sus hijos. No es cierto. Lo que ocurre, es que a veces ese afecto, ese amor sincero se proyecta
de forma errónea.

Querer a un hijo no es satisfacer todos sus caprichos, no es abrirle todas las fronteras ni evitar
darle negativas. El amor auténtico es el que guía, el que inicia desde bien temprano un sentido real
de responsabilidad en el niño, y que sabe gestionar sus frustraciones dando un “NO” a tiempo.

La educación de calidad sabe de emociones y entiende de paciencia. El niño demandante no


detiene sus conductas con un grito o con dos horas de soledad en la propia habitación. Lo que
exige y agradece es ser atendido con palabras, con nuevos estímulos, con ejemplos y con
respuestas a cada una de sus ávidas preguntas.

Hemos de tomar conciencia también de que en esta época donde muchas mamás y papás están
obligados a cumplir jornadas de trabajo poco o nada conciliadoras con la vida familiar, lo que
importa no es el tiempo real que compartamos con los hijos. Lo que importa es la CALIDAD de ese
tiempo.

Los padres que saben intuir necesidades, emociones, que están presentes para guiar, orientar y
para favorecer intereses, sueños e ilusiones, son los que dejan huella y también raíces en sus hijos,
evitando así que esos niños las busquen en la calle.

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