La muerte de Pierrot
Moises Cruz Villalobos. Noviembre 20, 2017
Vacía su alforja
De sueños que forja
En su andar tan largo
Nos baja una estrella
Que borra la huella
De un recuerdo amargo
Canta su romanza
Al son de una danza
Joan Manuel Serrat, 1969
El suave y sereno sonido de una flauta comienza a dar vida al
melancólico Pierrot (Genty,1978), la marioneta, que lentamente se
levanta del suelo. Mientras indaga su alrededor con una mirada
profunda, se suma una segunda flauta que deja emerger la armonía
en el juego seductor de ambas melodías. De esta manera, la música
va in crescendo en conjunto con la fuerza vital de Pierrot, que al son
del vals se sumerge en el éxtasis propio del "carácter de la música
dionisiaca, más aún, de la música en cuanto tal, el poder
estremecedor del sonido y e1 mundo completamente incomparable de
1a armonía" (Nietzsche, 2012, p. 4), y entrega su cuerpo al ritmo
mediante unos sutiles pasos de danza. En ese instante poseído por
las fuerzas de Dioniso, Pierrot no distingue en absoluto entre su
voluntad y la voluntad del marionetista, no son entidades
independientes, sino más bien, se han reunido con el todo, siendo así
una misma cosa.
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De pronto, súbitamente, se hace presente un estremecedor silencio
que quiebra la sublime unidad de la cual Pierrot era parte. Ahora
comienzan a sonar sintetizadores, expresando la extrañeza y el
desconcierto que produce la cruda realidad. Pierrot vuelve en sí, como
un individuo, como una pequeña miga que se desprende del un pan,
del Παν que es el todo. De esta manera, la demoledora fuerza de la
naturaleza dionisiaca que inunda a ambos, se desgarra y Pierrot se
descubre pequeño y dependiente, ha perdido la excelsa libertad, para
desvelar su trágico ser-un-títere. Pierrot ve los hilos de los que pende
y se percata de la triste presencia de su marionetista, que ahora se
presenta como alteridad dominadora, que marca los límites del
despliegue de su ser, de su voluntad. La pluralidad de la existencia lo
fulmina.
Después de examinar sus hilos y sus movimientos, Pierrot hastiado de
su absurda existencia, opta por sumergirse nuevamente en el todo de
la naturaleza y comienza a despojarse de los hilos que le daban
movimiento, decide desprenderse del absurdo sufrimiento, pero al ser
éste la esencia de su misma vida, encuentra la alegría en la muerte,
en el retorno a la nada. Como diría Mainländer, se despoja del
aparente velo de la voluntad de vivir, para erigir la verdadera voluntad,
la voluntad de morir (Pinto, 2016). Pierrot sucumbe a la sabiduría de
Sileno y dado que no podía salvarse del horror de la vida, mediante la
creación artística, ya que él era la obra de arte, acepta el mayor bien
profesado por el sátiro, a saber, el morir pronto, el no-ser.
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Pero, ¿donde está lo trágico en esta obra? ¿Hay en Pierrot un pensar
trágico o, más bien, se puede ver en él una agonía que se rehúsa a
afirmar la multiplicidad y se ve sumergido en el éxtasis dionisiaco
hasta el extremo de la muerte? ¿No será, acaso, Pierrot semejante al
el rey Penteo, una víctima más de las desgarradoras fuerzas
desencadenadas por el dios del vino? ¿No será su carácter intrínseco
de marioneta, por tanto de obra de arte, el que le impide representar lo
dionisiaco mediante las bellas y mesuradas formas, a saber, la
salvación apolínea?
Nietzsche da comienzo a su obra el nacimiento de la tragedia,
haciendo notar cuan valioso es para el saber estético, tomar en cuenta
la ligazón indubitable de la creación artística con la antítesis de Apolo
y Dioniso, "de modo similar a como la generación depende de la
dualidad de los sexos, entre los cuales la lucha es constante y la
reconciliación se efectúa sólo periódicamente"(Nietzsche, 2004, p.41).
Es decir, la pregunta por el arte nos interroga a su vez por la
reconciliación, lo apolíneo y lo dionisiaco, de la mesurada forma y el
éxtasis desenfrenado, en otras palabras la afirmación de la vida y la
muerte, de la pluralidad y la unidad primigenia.
En primera instancia uno podría pensar que la relación entre lo
dionisiaco y lo apolíneo es una relación de contradicción, la cual
amerita ser resuelta. Pero eso sería una conclusión apresurada y
superflua, que no tomaría en cuenta una anterior contradicción, la cual
constata el ser humano, fundamentalmente, en el mismo hecho de
vivir y morir. Tal contradicción es la constante lucha entre la unidad y
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la pluralidad, el incesante flujo de lo real, el devenir. ¡Ésta es, y ha sido
durante largos siglos, la gran disyuntiva que ha perturbado a la mayor
parte de los filósofos en sus ansias y pretensiones de encontrar lo
trascendente, la Verdad! Y es frente a esa problemática, que
Nietzsche, junto con el eco del gran sabio de Éfeso, aboga a favor del
devenir, que tanto amenaza al fiel buscador del Ser eterno e inmóvil.
Para ellos, "no puede existir más que ese juego
contradictorio"(Colomina, 2009, p.183), entre el heterogéneo mundo
que nos muestran los sentidos y la unidad primordial de la cual todo
emerge y hacia la cual todo retorna. Por lo tanto, "Dionysos y Apolo no
se oponen pues como términos de una contradicción, sino más bien
como dos modos antitéticos de resolverla: Apolo, mediatamente, en la
contemplación de la imagen plástica; Dionysos, inmediatamente, en la
reproducción, en el símbolo musical de la voluntad" (Deleuze, 2000,
p.21). Así pues, vemos como esta aparente contradicción, son más
bien soluciones, son caminos distintos que convergen en un único
lugar: la tragedia ática.
Pero, ¿cómo es que estos dos modos tan diferentes pueden coexistir
e incluso complementarse con tanta fuerza como para dar nacimiento
a la tragedia griega? ¿Cómo puede convivir el límite, la forma, en fin,
la mesura, con el desborde extático, la mismísima ὕβρις, en otras
palabras, la más desmesurada transgresión de los límites impuestos
por los dioses del Olimpo?
En la tragedia se hace posible esta convergencia de tan opuestas
fuerzas, debido a que de ella emergen sentimientos contradictorios,
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que permiten ver lo sublime como sometimiento de lo espantoso y así
cubrir con un delicado velo, la destructiva verdad dionisiaca, sin caer
en la bella apariencia apolínea que con su cegadora y resplandeciente
luz, reniega lo horroroso del existir. En otras palabras, de manera
simbólica se logra expresar la sabiduría dionisiaca con medios
propiamente apolíneos (Rivas, 2015). Así, se nos presenta "un mundo
intermedio entre la belleza y la verdad: en ese mundo es posible una
unificación de Dioniso y Apolo"(Nietzsche, 2004, p12).
Es precisamente este el punto más peligroso de la relación entre lo
apolíneo y lo dionisiaco, ya que es aquí donde nacía la tragedia y la
comedia como herramientas de liberación. "Sobre todo se trataba de
transformar aquellos pensamientos de náusea sobre lo espantoso y lo
absurdo de la existencia en representaciones con las que se pueda
vivir" (Nietzsche, 2004, p11), pero ¿que sucedería sí no se lograran
transfigurar adecuadamente tales sentimientos de nausea? ¿Y sí más
que ser un mero juego con la embriaguez, se quedara completamente
sumergido en ella?
Una breve re-visión de la experiencia de Pierrot puede alumbrar las
interrogantes anteriormente planteadas. Al momento en que Pierrot
comienza a deshacerse de los hilos que le daban vida, la melancólica
música deviene transfigurándose en las iniciales flautas de Dioniso
que le dieron vida, o lo que es igual, el éxtasis dionisiaco renace
conjuntamente con la melodía de su flauta. Es decir, en vez de cubrir
la cruda y desmesurada verdad, que se deja ver al haber estado
poseído por Dioniso, con el velo verosímil de la tragedia, Pierrot al
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verse controlado por los hilos de la mesura apolínea, en un acto de
impotencia decide retornar a su origen, aunque ello implique su
muerte. Pierrot se suicida y en tal acontecimiento se oye el susurro de
Sileno, el dios de los bosques, diciendo:
Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿por qué me fuerzas a
decirte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es,
para ti, lo imposible: es no haber nacido, no ser, ser la ‘nada’. Pero después
de esto, lo que mejor puedes desear es… morir pronto (Rivas, 2015 p.181).
Pierrot en su impotencia de ser en sí mismo una obra de arte, por
tanto incapaz de crear por su propia mano una manera de poder
soportar la dolorosa existencia, sucumbe a la embriaguez dionisiaca,
aquella de la cual no se puede escapar. Tal vez, como la mismísima
sombra de Nietzsche en sus últimos días, ambos se entregarán a
Dioniso por completo, uno en la locura y el otro en el suicidio.
¿Dónde se fue el anhelado y salvador velo verosímil de la tragedia?
En esos últimos instantes, tan solo el pesimismo pudo ser salvación.
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Bibliografía
Colomina, J. (2009). Nietzsche y Heráclito. Éndoxa: Series Filosóficas,
23, 177-190.
Deleuze, G. (2000). Nietzsche y la filosofía. Barcelona: Anagrama [en
Sibuc].
Genty, P. (1978). Pierrot. [Video file]. Francia: Annonceur, Boulogne:
Télévision Française 1. Recuperado de:
https://www.youtube.com/watch?v=JfVQ_1EIkHM
Nietzsche, F. (2004). El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza
Editorial.
Nietzsche, F. (2012). “La visión dionisíaca del mundo”. El nacimiento
de la tragedia. Barcelona: Anagrama.
Pinto, H. (2016). "No-ser" y "voluntad de morir" en Mainländer.
Noviembre 19, 2017, de Universidad de Chile Sitio web:
http://www.cristobalholzapfel.cl/alumnos.
Rivas, R. (2015). La sabiduría de Sileno y las alternativas humanas:
Nietzsche y su concepto de religión. Intersticios, 43, 179-192.