GÉNERO DRAMÁTICO:
El término Drama deriva del griego “Draos” que significa acción . Dentro de la literatura, el género
dramático es aquel que se escribe en forma de diálogo entre los personajes, o bien de monólogo
(parlamento de un solo personaje) y que se desarrolla dentro de un espacio y tiempo determinados.
Este tipo de obras son escritas con el fin de ser representadas de forma teatral, es decir, interpretadas
por actores y frente a un público.
En este punto conviene hacer una diferenciación: no es lo mismo obra dramática que obra
teatral. La obra dramática es la que escribe el autor o dramaturgo, y la obra teatral es la que
representan los actores en los teatros bajo la dirección de un director.
Características principales del género dramático
• Este género pertenece a la literatura, porque busca alcanzar una belleza estética.
• Es un texto pensado para representarse delante de un público.
• El drama puede estar escrito en verso o en prosa, o combinando ambos estilos.
• A quienes escriben este tipo de obras se los llama dramaturgos.
• El género dramático no posee narradores en tercera persona. En un drama son
exclusivamente los personajes, mediante sus diálogos y monólogos, quienes se encargan de
llevar adelante toda la obra.
• Los textos dramáticos contienen acotaciones. Las acotaciones se escriben entre paréntesis y
son indicaciones dirigidas a los actores y al director con el objeto de darles instrucciones
precisas sobre, por ejemplo, cómo debe decirse tal o cual parlamento, cuándo deben entrar
los personajes a escena, de qué modo deben estar vestidos, dónde ocurren los hechos, etc.
• Las obras dramáticas suelen dividirse en ACTOS y éstos, a su vez, se subdividen en
ESCENAS.
• Dentro del género dramático podemos encontrar 3 subgéneros principales: la tragedia, la
comedia y la farsa.
Subgéneros del drama
Tragedia: en esta forma dramática generalmente vemos a los personajes desenvolverse bajo fuertes
conflictos existenciales, y enfrentándose a un destino poco fortuito. En general las tragedias acaban
en la muerte del personaje protagónico o en su destrucción moral o económica.
Comedia: en las comedias nos encontraremos con personajes que se enfrentan a las dificultades o
conflictos de la vida cotidiana de forma graciosa, haciendo reír a su público, burlándose de sus
propios defectos y teniendo desenlaces felices donde se expone la debilidad humana.
Estructura :
Actos: son las partes principales en que se divide una obra. La finalización de un acto suele
marcarse haciendo caer el telón, o bajando las luces o realizando un intermedio.
Escenas: son divisiones menores dentro de un acto, pero que conforman un momento completo en
la obra.
Cuadros: es lo que dura una representación hasta que se cambia de escenografía. Por lo general, al
terminar un cuadro el escenario queda completamente vacío de actores. Esta división implica,
además, que la acción se trasladará a otro tiempo o a otro lugar.
Otros elementos constitutivos:
Diálogo: Conversación entre dos o más personas que exponen sus ideas y comentarios de forma
alternativa
Monólogo: Discurso que mantiene una persona consigo misma, como si pensase en voz alta.
Aparte : El aparte es un recurso del texto dramático, parecido al monólogo en el que el personaje
habla consigo mismo, simulando pensar en voz alta, para ser oído por el espectador. Se supone que
los demás personajes presentes en la escena, si los hubiera, no pueden oír dicha alocución. En
algunos casos puede tratarse también de una conversación entre dos o más personas al margen de
otras presentes. Su objetivo es exponer los secretos íntimos del personaje, pero también puede
expresar superficialidades de sí mismo o de otros personajes.
Protagonista:
Es el personaje principal de una obra dramática. En torno a él se desarrollan los acontecimientos.
Presenta un conflicto, de carácter universal la mayoría de las veces, que será desarrollado en su
obra. Sufre una transformación por su relación de tensión con el antagonista.
Antagonista:
Es el segundo personaje más importante de la obra, pues es quien se opone directamente al
protagonista para impedir que éste alcance su objetivo. Representa los valores contrarios al
protagonista y, por lo general, se le atribuyen las características que son consideradas negativas en
la sociedad en que se genera la obra.
EL HERRERO Y LA MUERTE
"EI Herrero y la Muerte de los autores uruguayos Mercedes Rein y Jorge Curi, es una obra sencilla,
con un lenguaje popular, su tono popular no excluye una elaboración cuidada de sus elementos.
Mercedes Rein y Jorge Curi califican su obra como "leyenda criolla". En ella unen dos lineas
temáticas: la de los dones concedidos por Nuestro Señor a un hombre muy pobre por su generosidad
y desprendimiento al atender a dos viajeros, que son él mismo y San Pedro, y la leyenda del hombre
que logra engañar a la Muerte cuando lo viene a buscar .Las dos líneas quedan muy bien fundidas
cuando el Herrero engaña a la Muerte con una forma muy ladina de usar las gracias concedidas. Al
reelaborarse en esta obra. el énfasis temático se desplaza hacia las consecuencias que se producen
en el mundo ante una prolongada ausencia de muertes. En el contexto hispanoamericano, este tema
adquiere un carácter de critica social, ya que los principales afectados son las autoridades que sin el
temor a la muerte no pueden gobernar.
Los autores uruguayos enriquecen su relato con una serie de elementos que lo acercan al espíritu de
nuestro pueblo : el Herrero no es muy trabajador, prefiere “Descansar bajo una higuera”o echarse
una siestecita de vez en cuando. Lo poco que gana lo reparte entre sus compadres que siempre
tienen alguna necesidad. Le gusta jugar al naipe , a los dados y cuando gana lo primero que piensa
es en invitar a sus compadres a un asado con una garrafita de vino. Sabe muy bien lo que quiere,
pero no lo dice con claridad, es más bien socarrón, ladino y le gusta desconcertar con su aparente
ignorancia, por ejemplo, cuando pide sus tres deseos. El clima general es de pobreza y de amigos
"pedigueños", pero no mendicantes. Así mismo, la forma en que se representa Nuestro Señor y San
Pedro corresponde a una muy popular humanización de los personajes divinos o de los santos, San
Pedro es regañón y usa expresiones no muy convenientes para un Santo. Jesucristo se aconseja con
San Pedro antes de tomar alguna resolución. En esta simpática humanización se alcanza un punto
culminante de buen humor cuando San Pedro y el Caballero Lilí, representante del diablo. traman
modos de convencer al Herrero para que libere a 1a Muerte. El tono popular se encuentra.
principalmente, en 1a estructura de la obra. No es propiamente una obra teatral, sino un relato o,
mejor, una representación enmarcada en un relato, que es el elemento organizador de la historia. E1
Herrero, a1 que también se llama Miseria, se desdobla en dos personajes: es relator de su propia
historia y el protagonista de ella. Nos introduce al relato, interrumpe y congela la acción para dar
explicaciones, conduce en todo momento el desarrollo de la historia, pero más como relator que
como protagonista. En esto es consecuente con nuestra tradición fo1clórica; nuestras leyendas se
expresan a través de relatos. El pueblo griego las concretó en tragedias, en obras teatrales de gran
elaboración, pero nuestra tradición prefiere el relato.
Análisis:
Escena I:
La obra comienza con una acotación, en donde encontramos imágenes auditivas “Se oye una
guitarra” acompañadas por una descripción del lugar, específicamente se nombra un árbol viejo y
reseco, es decir que no tenía ninguna utilidad.
Estaba rodeado de miserables y dice que estos lo son aún más que él, por lo que podemos deducir
que el narrador también lo es.
Luego empieza un diálogo entre Miseria y Perlatona, esto es característico del género dramático y
otorga un ritmo ágil a la obra:
“Miseria – Les viá a contar una historia pa’ que se la cuenten a un amigo que ande en la mala.
Pasó hace algún tiempo en un lugar que llamaban Tierra Santa. Por allí vivía un paisano de
apellido Peralta, pero más conocido por su apelativo de Miseria. Era un criollo medio ladino, que
habitaba en un triste rancho, solo con su hermana, a quien unos llamaban la Peraltona y otros,
simplemente, Pobreza. El hombre era herrero de oficio y muy habilidoso para sacarle el cuerpo al
trabajo”
Se expresa la finalidad de contar una historia y se introduce el lugar “Tierra Santa” junto con una
primera descripción del herrero. Este personaje no tiene nombre solo se lo llama por su apellido que
no es único sino que generaliza, esta puede ser la historia de cualquier persona que sea tenga
apellido Peralta y sea herrero.
Este vive en un rancho al cual se le otorga una característica humana, es “Triste” este recurso
literario se llama personificación ( se da una característica humana a un objeto inanimado).
Por primera vez se describe a Peralta de la siguiente forma:
“MISERIA- Dicen las mentas que el hombre era un vagoneta, amigo del trago, los naipes, los
dados y de todos los vagos como él. Pero también se cuenta que era un almita de Dios, que se
quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo pa’ dárselos a los pobres y por eso vivía en la
mayor necesidad. Y su hermana se la llevaba el diablo al ver la pachorra de su hermano Miseria”
En la misma predominan las referencias a los gustos y actividades que realizaba así como también
sus creencias “Almita de Dios”, que destaca la bondad de este hombre que es a su vez muy ocioso.
Se preocupa por los demás y se ha dejado al abandono, su hermana tiene hambre y a él le hace falta
ropa. Sin embargo con tal de no pasar carencias, Peraltona no considera inadecuado el robo.
Escena II:
* Se desarrolla un diálogo( Estilo directo) entre San Pedro y Nuestro Señor.
* Lenguaje poco culto y digno de un religioso : “¡Pucha, que está calentando la resolana!”
* Lenguaje propio del ámbito rural : “pero la verdá que está haciendo una calor de la gran siete –
con perdón de su Divinidá” en donde predominan los términos vulgares.
* Se utiliza la ironía y apelan a la bondad de las personas, cuando en realidad deberían ser los
hombres quienes creen en la divinidad, oral y piden favores:
“Algo podrán ofrecernos, aunque sea un poco de sombra y una palabra buena. Andá y golpeá, a ver
si sale alguien”
* Los consideran y describen como pobres.
EL DESALOJO .. FLORENCIO SÁNCHEZ
El público de la época no se interesó mayormente en El desalojo, a diferencia de lo que había
ocurrido con El conventillo, el que había resultado todo un éxito. La crítica periodística se mostró
indiferente. Sólo La Nación se ocupó de ella y esto fue antes del estreno, cuando su cronista la
anunció como «una obra de carácter social en que se plantea cierto problema subordinado a la
caridad pública». A esta parca información agregaba: «Las noticias que nos llegan son favorables»
Y así, casi antes de haber nacido, moría sin pena ni gloria el interés de la prensa porteña.
Como lo presagia su título, El desalojo hace referencia, entre otras cosas, a esa tragedia urbana que
fue una cruel y vergonzante realidad de principios de siglo y un problema, además, que atrajo la
atención de sociólogos, escritores y políticos por igual.
Pieza de acto único, está ordenado en ocho escenas de las cuales las tres primeras están dedicadas a
la motivación, la cuarta al planteo y la final a la peripecia y al desenlace. Aunque se inicia sin que la
precedan usuales acotaciones, éstas no son necesarias ya que el diálogo mismo se ocupa de hacer
conocer el lugar de la acción, el patio de un conventillo. El telón se levanta sobre una protesta. La
Encargada, quien acaba de abandonar la pieza de una vecina, le exige rudamente desde la puerta el
pago del alquiler atrasado y rezonga airadamente cuando oye que ésta no puede complacerla.
Mientras se aleja mascullando improperios, tropieza con un mueble de propiedad de Indalecia
quien, teóricamente desalojada, ha amontonado a la puerta de su habitación sus pocos enseres a la
espera de nueva vivienda. La indignación y lamentos de la italiana son apoyados y repetidos por
otra vecina. Ambas mujeres descargan su crueldad en la indefensa Indalecia acusándola de no
querer salir a buscar trabajo. «Si no he hecho otra cosa que buscar ocupación», les explica.
«Ustedes bien lo saben. Costuras no le dan en el registro a una mujer vieja como yo. Ir a la fábrica
no puedo, ni conchabarme, pues tengo que cuidar a mis hijos...». Sí, su problema son sus hijos. No
sólo para encontrar trabajo sino también para hallar nuevo alojamiento.
La segunda escena incorpora a la trama a un nuevo personaje, el italiano don Genaro,
personificación de la bondad y el desprendimiento. Cuando oye las últimas palabras de la
Encargada, quien sigue complaciéndose en torturar a Indalecia, su impaciencia con la impiedad
humana se hace justificada cólera: «¡Mándensen mudar de aquí!... ¡No tienen vergüenza!... ¡Estar
embromando a la pobre mujer!... ¡Bruta gente!...» . Y este «¡bruta gente!», constantemente repetido
a lo largo de toda la pieza, será su estribillo definidor de la inhumanidad.
Esa noche Indalecia y sus cuatro hijos no tendrían qué comer si no es por la generosidad de don
Genaro quien aparece en la escena siguiente con un inmenso pan que reparte en trozos a los niños.
Su largueza no admite agradecimientos: «No hacen falta cumplimientos. ¡Hay hambre, se mangia y
se acabó!...» . Su visita lleva asimismo el segundo propósito de darle a Indalecia noticias de su
marido. «Le han hecho la operación...» , le dice Indalecia, angustiada -su marido ha sufrido un
accidente que puede dejarlo paralítico- se deja vencer momentáneamente por tanta adversidad, por
la crueldad de sus vecinas y amargamente se lamenta de su suerte. Minutos después se oye un
tumulto en el patio: se trata de un grupo de chiquillos que acosan a un viejo soldado, inválido para
más datos. Salvado por don Genaro -su segundo rescate del día- no olvida agradecérselo, aunque su
comentario posterior -«¿No ve, hombre, a qué extremos hemos llegado? Los gringos tienen que
defender a los servidores de la patria»
descubre, amén de un resentimiento, su desorientación respecto a la manera como ha evolucionado
el país donde de pronto se han tergiversado papeles. Y este servidor de la patria está orgulloso de lo
que fue: «Vea, amigo; aquí ande usté me ve, ¿sabe?, yo soy el cabo Morante, y pregúntele a
cualquiera de los que estuvieron en la guerra, si llevo al cuete este cintita y esta otra.... La escueta y
resignada contestación de don Genaro, no impresionado con tanta condecoración, «¡Eh, bueno!
¡Qué le vamos a hacer!» , vale lo que todo un parlamento. Un tanto chamuscado, el Inválido dirige
ahora su atención hacia su hija Indalecia. Han pasado muchos años desde la última vez que se
vieron. El distanciamiento se debió, parece, a que el padre no aprobó el casamiento de su hija. Su
súbita reaparición en la vida de ésta se debe a que se enteró por los diarios de su inminente desalojo
y de que se estaba levantando una, suscripción pública para ayudarla. Olfateando plata, se apuró en
venir. Su débil ofrecimiento de ayuda -«Si en algo puedo servirte, ¿sabes?» - que nadie cree, hace
aún más patético a este personaje quien, al instante, delata en una aparentemente inocente pregunta
el verdadero motivo de su visita: «¿Te trajeron la plata e la suscrición ya?» . Como ella le responde
en forma negativa, él se apresura a aclararle, revocando así su anterior oferta, que no puede
ayudarla con nada porque anda «muy misio» y vive «en el cuartel del 5.°» . Pero, añade, «si querés,
te puedo buscar la pieza pa mudarte...» Cuando Indalecia rehúsa, a él se le ocurre una idea que cree
felicísima: «Espérate un poco. Hay un asilo de güérfanos militares, ¿sabes?... Allí... ¡pucha madre!...
Si yo no estuviera tan desacreditao con el coronel... le podía pedir una recomendación» . He aquí la
antesala del planteo, el cual se evidenciará cuando Indalecia le pregunte para qué necesita del asilo
y él le responda: «Pa que metas toda esa colmena de muchachos... ¿Qué vas a hacer con ellos?...» .
Él, junto con el resto de la sociedad -como se verá más adelante- cree que la mejor manera de
solucionar un problema es echarlo en la falda de otros. La Encargada, que acaba de entrar, apoya la
sugerencia del Inválido con razones de orden práctico y trata de convencer a Indalecia, quien se
resiste, de las bondades encerradas en la idea de separarse de sus hijos. Un repentino desacuerdo
entre el soldado y la italiana -ésta acaba de agredir de palabra a Indalecia- provoca la tercera
intervención de don Genaro quien echa con violencia a la Encargada. Minutos después aparecen el
Comisario y un periodista de La Nación. Este le hace entrega a Indalecia de los resultados de la
colecta iniciada por su periódico -la mísera suma de sesenta pesos- y de la lista con los nombres de
los donantes. Emocionada y humillada al mismo tiempo y sin atenerse a aceptar el dinero, estrecha
en un abrazo a sus hijos mientras derrama lágrimas de alivio y vergüenza. Su padre, cuya
sensibilidad y escrúpulos brillan por su ausencia, le reprocha: «¿Sabe que está lindo esto? Cuando te
train la salvación te pones a llorar. Lo hubieras hecho antes» . Acto seguido toma el dinero, se lo da
a Indalecia y le ordena: «¡Agarra y da las gracias, pues!...» . Pero este inesperado acto de caridad no
termina allí, en los sesenta pesos. La «salvación» de Indalecia no está completa si no le quitan sus
hijos. El Comisario le informa que en su interés él ha hecho algunas diligencias y ha conseguido
colocar al mayor de ellos en la Correccional de Menores donde «aprenderá un oficio y se hará un
hombre útil» y a los demás en un asilo a cargo de la Sociedad de Beneficencia. El asombro inicial
de Indalecia se transforma inmediata y bruscamente en firme y desesperada resistencia: «¡Mis
hijos!... ¡No!... ¡No!... ¡No me separo de ellos!... ¡De ninguna manera...! ¡Ni lo sueñen!...». Y
comienza ahora la expoliación: el periodista («Tiene que resignarse, señora. Es natural que le duela
separarse de ellos, pero preferible es que se los mantenga la Sociedad a que mañana tengan que
andar rodando por ahí...»), el Comisario («¿Prefiere usted verlos morirse de hambre o convertidos
en unos perdularios?») y el incomparable veterano de Estero Bellaco [(«¿Pero ha visto qué rica
cosa?... Es la primera vez que la patria se ocupa de proteger a este viejo servidor, atendiéndole los
nietos, y vos te opones. No seas mal agradecida, mujer...»], han acumulado sus supuestamente
válidas pero egoístas razones para ejercer la caridad y, al mismo tiempo, aniquilar a un ser humano.
En lugar de su filantropía ella pide que le den trabajo, porque contando con una entrada fija no le
será difícil mantener y educar a sus hijos. Pero nadie la escucha. Lo único que ella ha pedido es lo
único que la sociedad no puede darle dado que no entra dentro de las posibilidades consideradas por
la beneficencia pública. Sólo la comprende don Genaro, quien ve la torpeza de la caridad oficial que
da con una mano y quita con la otra. Su estribillo «¡Oh, bruta quente!» define nuevamente su visión
de aquélla así como su propia compasión. La escena siguiente trae a un fotógrafo de Caras y
Caretas (la revista donde habían salido el certificado y la fotografía de doña Anunziata de Mano
Santa) dispuesto a registrar para la posteridad la tragedia de Indalecia y la filantropía colectiva de
Buenos Aires. Su eficiencia y su insensibilidad ante el sufrimiento de la pobre mujer excitan la ira
de don Genaro quien, arriesgando ser arrestado, intenta arrojar a todos a la calle, incluso al
Comisario, con un encolerizado «Ma esto es una barbaridá... Mándese mudar... ¡Per Dío!... ¡Qué
bruta quente!... Deque tranquila esa pobre muquer... ¡Caramba!... ¡Caramba!...». Pero la voluntad de
Indalecia va siendo minada lenta y eficazmente por la persistencia de sus atacantes. Sus razones la
anonadan: ella puede enfermarse, puede morirse, sus hijos aprenderán allí un oficio, estarán libres
de tentaciones... Finalmente, totalmente destruida, Indalecia cede: «Bueno... Sí... Hagan de mí lo
que quieran...» . Estas palabras son claudicación y entrega, no de sus hijos sino de su persona
misma. Sánchez ha llegado así a la peripecia sin violencias aparentes o visibles pero con un
desgarre interior mucho más elocuente que cualquier agresión física. Sin embargo, y aunque cueste
creerlo, el despojo todavía no ha terminado. Aún queda algo por entregar y ese algo le será quitado
por su propio padre: «¡Che, mi hija!... Hoy no he morfao nada, ¿sabés?... Refílame un nalcito de
ésos que te dieron...». Ella, ya sin fuerzas para luchar contra la insensibilidad humana le entrega
todo el dinero porque: «Ya para qué los quiero ahora...». Sollozando, se abraza a sus hijos, mientras
lentamente va bajando el telón. La sociedad ha cumplido así su cometido: ha destruido un alma
creyendo que podía comprarla por sesenta pesos. Sin futuro, Indalecia queda allí anonadada y sola,
estupefacta y torturada por una realidad que no alcanza a comprender pero cuyos alcances ha
sentido en carne propia. Su fuerza moral impresiona, su lucha persuade y su derrota sobrecoge: he
ahí el maravilloso tema de esta obra.
Nueve personajes hay en esta pieza. La primera en aparecer en escena, la Encargada, es figura
imprescindible , el «italiano encargado» de la receta de Vaccarezza. Definida por su ocupación
-carece de nombre y apellido- se caracteriza además por su increíble insensibilidad. Cumple sus
funciones, las que parecen consistir únicamente en exigir alquileres atrasados, con una
perseverancia digna de mejor destino. Su personalidad está hecha a medida para tales ejercicios:
rezongona, insolente, desalmada, se goza en atenacear con sus «buenos consejos» a la desdichada
Indalecia quien ni los quiere ni los ha pedido. Otro individuo cuyo cargo lo explica es el Comisario,
servidor público que cumple su cometido con la misma dosis de inhumanidad con que la Encargada
lleva a cabo el suyo. Ésta no ve almas en sus inquilinos sino veneros de pesos moneda nacional;
aquél columbra en los hijos de Indalecia, no criaturas humanas necesitadas del amor materno sino
amenazas en potencia al bienestar social cuya consumación debe ser prevenida a cualquier precio.
Su falta de percepción llega a extremos increíbles. Cuando Indalecia argumenta, como último
recurso, «Y después, no son míos solamente... ¿Qué cuenta le voy a dar al pobre padre, que tanto
los quiere, que se ha desvivido por ellos... cuando salga del hospital?...» , aquél tranquilamente le
asegura «¡Oh!... A ese respecto debe estar tranquila. Su marido está muy mal y difícilmente saldrá
del hospital. En todo caso, quedará paralítico...» . El golpe es tan inesperado y brutal que Indalecia
queda totalmente anonadada mientras don Genaro masculla su elocuente y machacante «¡Oh, bruta
quente!» , El fotógrafo, tercer personaje en cumplimiento de una función, es asimismo figura
convencional. Lleva a cabo su misión con eficacia y prontitud. Siempre al acecho de notas gráficas
truculentas, se deleita ante el espectáculo que ofrecen Indalecia y sus hijos: «Una linda nota, por lo
que veo... ¿Ésta es la víctima?... Le tomaremos una así llorando. Es un momento espléndido...». El
cuarto, el periodista, demuestra discernir los sentimientos de Indalecia así como sus razones, pero
como su misión es la misma de aquéllos, su sensibilidad de nada le sirve a la protagonista. Puede
argüirse que Sánchez carga las tintas en estos individuos, exponentes de la inconsciente, o quizás
consciente, crueldad social. Puede ser. Pero, por otra parte, debe notarse que lo escueto de la línea
argumental y la necesaria brevedad de la obra exigían un tratamiento impactante de cada personaje
para que así no quedaran dudas acerca del mensaje que el dramaturgo quería hacer llegar a su
público. En este sentido, aquéllos son heraldos elocuentes y eficaces. Su significación se hace más
clara, si eso es posible, por contraste con don Genaro, personaje excepcional definido por sus
sentimientos. Gringo en vestimenta y dicción, se opone no sólo a los personajes ya analizados sino a
su compatriota, la Encargada, el reverso de la consabida medalla. El único que se rebela contra los
procedimientos de la aparatosa filantropía oficial, dice además lo que siente y siente lo que dice.
Cuando el comisario le llama la atención por sus constantes intromisiones diciéndole «Retírese
usted. ¡Nada tiene que ver aquí», don Genaro replica, «No tengo que ver, pero digo la verdad,
¿sabe?». Hermano espiritual de don Braulio, el canastero de Canillita, su generosidad es tan sincera
como la de aquél, y tanto más cuanto su relación con Indalecia no está coloreada por otros
sentimientos que los del altruismo. Por eso la derrota de Indalecia es, en última instancia, su propia
derrota también. Creación conmovedora y original, don Genaro se impone por sobre el tipo clásico
del gringo de sainete en razón de sus inusitadas reservas de bondad, su sentido de justicia y su
rebeldía.
Al italiano don Genaro se le opone un criollo, el Inválido, caricatura de héroe con un pasado cuyas
huellas exhibe en la ausencia presente de un brazo perdido en la batalla de Estero Bellaco. Su
orgullo, sus «cintitas»; su vicio, el vino -«¿Qué quiere, pues? Es lo único que me ha dao la patria...
Un vicio...», le dice al Comisario-; su odio, el gringo; su presente, la miseria. Ésta rige sus egoísmos
así como sus claudicaciones. Último peldaño en la escala descendente del gaucho, el Inválido es
«escombro de un prototipo que vivió» y que en su momento fue nimbado del aura de lo épico. En el
lastimoso exhibicionismo de esta figura trágico-grotesca, se consuma por siempre jamás la
desaparición y muerte del gaucho argentino.
Indalecia, la extraordinaria protagonista de este sainete, es personaje ejemplar, amén de original.
Luchando sola contra el destino y contando únicamente con el apoyo generoso pero al cabo ineficaz
de don Genaro, se ve de pronto al término de la desesperación, sin alternativas y sin horizontes.
Indalecia se había casado joven. Se había casado además contra la voluntad de su padre quien le
había vaticinado «que sería desgraciada con él» . Independiente y fuerte, siguió adelante y la vida le
sonreía en el amor de un marido bueno y trabajador y en las risas de cuatro hijos cuando, de pronto,
la suerte se ensañó con ella. Su marido se accidentó -se cayó de un andamio- y, con su caída,
también se vino abajo su mundo. Desesperada y sin dinero para alimentar a sus niños y menos aún
para pagar el alquiler de la mísera pieza de conventillo que ocupa, está por ser desalojada. La
colecta periodística, «con más visos de publicidad que de caridad», es el anzuelo que le tienden. Al
otro extremo de la línea la espera el más trágico de los despojos. Ya ha perdido a su marido y su
vivienda; ellos vienen en busca de su más preciado tesoro, sus hijos. Entregados éstos, ¿qué le
queda? Los pocos pesos de la suscripción popular. Su propio padre se encarga de quitárselos. Su
lucha ha sido inútil, su derrota es total. Con ella se derrumban también las fuerzas del bien. La
ciudad sin embargo sigue su marcha. No puede detenerse a socorrer a una empecinada mujer «que
persiste en ser madre cuando no tiene qué comer».
El desalojo es pieza riquísima en la variedad de sus hablas y frecuencia de su empleo. Cinco
lenguajes distintos en asombrosa armonía: al popular ciudadano de los habitantes porteños del
conventillo se añaden el cocolichesco de don Genaro y la Encargada, el gauchesco mechado de
lunfardismos del Inválido y el castellano burocrático o especializado del Comisario, el Periodista y
el Fotógrafo. El contacto entre uno y otro se hace fácil compenetración porque, aunque cada
personaje se expresa en su propia habla, el conocimiento que cada uno tiene de las demás permite
con asombrosa naturalidad la comunicación eficiente y sobreentendida.
QUIEN PAGA EL PATO? .. MAURICIO ROSENCOF
* La escena comienza de forma humorística mostrando la imagen de un hombre con un pato
agarrado de las patas.
* En la primera acotación, escena I, se presenta una coordenada de tiempo: “son las tres de la tarde
de un día otoñal”
Este hombre trajo un pato a Edugives:
“SEÑOR: - Buenas tardes, señora. Su marido me manda para que le deje este pato… Dice que lo
prepare para la noche porque viene con invitados.
EDUGIVES: - ¿Para la noche? ¡Y recién me lo trae! ¿No sabe cuántos son los invitados?”
Se aprecia desde un comienzo el rol que tiene la mujer: esta debe atender a su marido, cocinarle y
recibir a los invitados como corresponde incluso si son dos. No le resulta a la mujer burlesca la
situación de un hombre con un pato, sino que se preocupa por los demás, la atención y el que dirán.
Al retirarse, el hombre no acepta propinas pero pide abrigo que han mandado a buscar:
“SEÑOR: - Ah, qué cabeza la mía. Casi me olvidaba… Dice su marido que le mande el
sobretodo… Como refrescó, sabe.
EDUGIVES: - ¿El sobretodo? ¿Cuál?
SEÑOR: - El nuevo.
EDUGIVES: - En fin… ¿Usted va para la oficina?
SEÑOR: - No… pero se lo puedo llevar.
EDUGIVES: - Muchísimas gracias. Le voy a dar la bufanda, también… Un momentito ¿eh? Un
momentito”
Aquí apreciamos la preocupación que posee Edugives por su esposo y para que este esté bien, no
pase necesidades ni frio, aunque es excesiva la confinaza que tiene a este hombre desconocido a
quien sin dudar brinda todo.
Escena II:
Una serie de preguntas muestran ya que el hombre que trajo el pato es un total desconocido y la
escena está colmada de elementos humorísticos:
“¿A qué hora llegan los invitados?
MARIMÓN: - ¿Qué invitados?
EDUGIVES: - Los que ibas a traer para comer el pato.
MARIMÓN: - ¿Qué pato?
EDUGIVES: - El que me mandaste hoy de tarde”
Escena III:
* Se desarrolla en la comisaría ( coordenada de lugar)
* Marimón está indignado y furioso, esto se aprecia cuando emplea los siguientes términos : “ Tome
nota… tome nota” que enfatizan la urgencia. Hasta se llega a bular que no poseen maquina de
escribir , por eso demoran tanto , lo deben hacer a mano.
El hombre también robó la máquina de escribir de la comisaría , esto genera risa y comicidad ya
que no es habitual que suceda en un lugar donde debe primar la justicia y el castigo al delito.
ODA AL ÁTOMO:
DEFINICIÓN DE ODA : Oda es una palabra latina con origen griego que hace referencia a una
composición poética del género lírico. La oda puede ser desarrollada en diversos tonos y formas, y
tratar asuntos de cualquier índole. Por lo general, suele dividirse en estrofas o partes iguales.
Fueron publicadas con ordenación alfabética de sus títulos, en los cuales ya comprobamos la gran
hetereogenidad de los temas tratados, que no se limitan a los temas clásicos de la poesía.
Intentando agrupar las Odas hemos encontrado los siguientes tipos:
—Odas de tema geográfico: «Odas a las Américas», «Oda a Guatemala», «Oda a Río de Janeiro»,
«Oda a Valparaíso» y «Oda a Leningrado».
En todas hay dos ideas principales: crítica a los Estados Unidos y exhortación a la liberación de
América Latina.
—Odas dedicadas a plantas: «Oda a la alcachofa», «Oda a la castaña en el suelo», «Oda a la
cebolla», «Oda al tomate», «Oda a la flor azul
Comentario:
Todos sabemos que el amor, y el desamor, con todos sus matices, es el principal motivo de la
poesía. También lo ha sido la libertad, la patria, incluso el odio, y entre todos los otros temas que
han motivado la creación poética se encuentra la ciencia.
Algunos escritores en lenguas extranjeras han destacado haciendo divulgación científica por medio
de su poesía, pero pocos identifican a un gran poeta en lengua española, Premio Nobel,
latinoamericano, como el autor de toda una serie de poemas con tema científico, a Pablo Neruda
(1904-1973).
Al menos una docena de sus poemas se relacionan estrechamente con la ciencia. Uno de los más
conmovedores es Oda al átomo. Dio la vuelta al mundo porque en lenguaje poético describe uno de
los fenómenos científicos más complejos que en la década de los 50 asombraba y asustaba a la
humanidad, la fisión nuclear que dio lugar a la bomba atómica.
Pequeñísima
estrella
parecías
para siempre
encerrada
en el metal: oculto,
tu diabólico fuego.
Un día golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre.
*El poema comienza describiendo a la bomba atómica que enfatiza la pequeñez y el afecto:
“Pequeñísima”.
*La presencia del metal para destacar la frialdad y el miedo.
* Diabolico fuego como metonimia de la destrucción, de las consecuencias que la bomba atómica
trajo.
* “ te pareces
a un dios griego,
a una primaveral
modista de París,
acuéstate
en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces
el guerrero
te guardó en su chaleco”
Acá se aprecia la seducción y como la bomba atómica atrae. El mal siempre domina , esto luego se
destaca al describir las consecuencias de este accionar:
“La aurora
se había consumido.
Todos los pájaros
cayeron calcinados.
Un olor
de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda”
En esta descripción predominan las imágenes visuales y olfativas , en las primeras siempre
destacando la oscuridad, la muerte.