Reflexiones del Papa sobre Adviento y Navidad
Reflexiones del Papa sobre Adviento y Navidad
NOS HABLA
DEL ADVIENTO
Y LA NAVIDAD
Selección de textos:
La Navidad es la fiesta
de la humildad amante de Dios.
La Navidad es
la sorpresa de un Dios niño,
de un Dios pobre,
de un Dios débil,
de un Dios
que abandona su grandeza
para hacerse cercano
a cada uno de nosotros.
En el niño de Belén,
Dios sale a nuestro encuentro
para hacernos protagonistas
de la vida que nos rodea.
Se ofrece
para que lo tomemos en brazos,
para que lo alcemos y abracemos.
Para que en él no tengamos miedo
de tomar en brazos, alzar y abrazar
al sediento, al forastero,
al desnudo, al enfermo, al preso.
Si queremos celebrar
la verdadera Navidad,
contemplemos este signo:
la sencillez frágil
de un niño recién nacido,
la dulzura al verlo recostado,
la ternura de los pañales
que lo cubren...
Allí está Dios.
Con María y José,
quedémonos ante Jesús
que nace como pan para mi vida.
Contemplando su amor
humilde e infinito,
digámosle gracias...
Gracias
porque has hecho todo esto
por mí.
Acerquémonos a Dios
que se hace cercano;
detengámonos a mirar el pesebre;
imaginemos el nacimiento de Jesús:
la luz y la paz,
la pobreza absoluta y el rechazo.
Entremos en la verdadera Navidad
con los pastores;
llevemos a Jesús lo que somos,
nuestras marginaciones,
nuestras heridas no curadas…
Dejémonos atraer,
con alma de niños,
ante el pesebre,
porque allí se comprende
la bondad de Dios
y se contempla su misericordia,
que se hizo carne humana
para enternecer
nuestras miradas.
El Dios ante el cual
se guarda silencio
es un niño que no habla.
Su majestad es sin palabras,
su misterio de amor
se revela en la pequeñez.
Esta pequeñez silenciosa
es el lenguaje de su realeza.
Tenemos necesidad
de permanecer en silencio
mirando el pesebre.
Porque delante del pesebre
nos descubrimos amados,
saboreamos el sentido genuino de la vida.
Y contemplando en silencio,
dejamos que Jesús nos hable al corazón:
que su pequeñez
desarme nuestra soberbia,
que su pobreza desconcierte
nuestra fastuosidad,
que su ternura
sacuda nuestro corazón insensible.
El misterio de la Navidad,
que es luz y alegría,
interpela y golpea,
porque es al mismo tiempo
un misterio de esperanza y de tristeza.
Lleva consigo un sabor de tristeza,
porque el amor no ha sido acogido,
la vida es descartada.
Así sucedió a José y a María,
que encontraron las puertas cerradas
y pusieron a Jesús en un pesebre,
“porque no tenían sitio en la posada”.
Jesús nace rechazado por algunos
y en la indiferencia de la mayoría.
También hoy puede darse la misma indiferencia,
cuando Navidad es una fiesta
donde los protagonistas somos nosotros
en vez de Él;
cuando las luces del comercio arrinconan
en la sombra la luz de Dios;
cuando nos afanamos por los regalos
y permanecemos insensibles
ante quien está marginado.
¡Esta mundanidad nos ha secuestrado
la Navidad, es necesario liberarla!
En este Niño,
Dios nos invita
a hacernos cargo de la esperanza.
Nos invita a hacernos centinelas
de tantos que han sucumbido
bajo el peso de esa desolación
que nace al encontrar
tantas puertas cerradas.
En este Niño,
Dios nos hace protagonistas
de su hospitalidad.
Jesús conoce bien
el dolor de no ser acogido
y la dificultad de no tener
un lugar donde reclinar
la cabeza.
Que nuestros corazones
no estén cerrados
para acoger a los necesitados,
como las casas de Belén.
Como la Virgen María
y san José,
y los pastores de Belén,
acojamos en el Niño Jesús
el amor de Dios hecho hombre
por nosotros,
y esforcémonos, con su gracia,
para hacer que nuestro mundo
sea más humano,
más digno de los niños
de hoy y de mañana.
Mientras el mundo
se ve azotado por vientos de guerra
y un modelo de desarrollo ya caduco
sigue provocando degradación
humana, social y ambiental,
la Navidad nos invita
a recordar la señal del Niño
y a que lo reconozcamos
en los rostros de los niños,
especialmente de aquellos
para los que, como Jesús,
“no hay sitio en la posada”.
La Navidad
tiene un sabor de esperanza
porque, a pesar de nuestras tinieblas,
la luz de Dios resplandece.
Su luz suave no da miedo.
Dios, enamorado de nosotros,
nos atrae con su ternura.
Naciendo pobre y frágil
en medio de nosotros,como uno más,
viene a la vida para darnos su vida;
viene a nuestro mundo
para traernos su amor.
Que esta Navidad
nos haga abrir los ojos
y abandonar lo que es superfluo,
lo falso, la malicia
y lo engañoso,
para ver lo que es esencial,
lo verdadero,
lo bueno y auténtico.
Que esta Santa Navidad
no sea más una fiesta
del consumismo comercial,
de la apariencia
o de los regalos inútiles,
o de los gastos superfluos,
sino que sea la fiesta
de la alegría de recibir al Señor
en el pesebre y en el corazón.
No basta saber
que Dios ha nacido,
si no se hace con él,
Navidad en el corazón.
Dios ha nacido, sí, pero...
¿ha nacido en tu corazón?…
La Navidad
es un día de gran alegría,
también exterior,
pero es sobre todo,
un evento religioso
para el cual se necesita
una preparación espiritual.
La certeza de nuestra alegría
es Jesús,
el enviado del Padre;
Él ha venido a la tierra
para volver a dar
a los hombres
la dignidad de hijos de Dios.
La alegría más bella
de la Navidad
es aquella alegría interior,
la alegría que da
la paz del corazón:
el Señor ha cancelado mis pecados,
el Señor me ha perdonado,
el Señor ha tenido
misericordia de mí,
ha venido a salvarme.
El don precioso de la Navidad
es la paz,
y Cristo es nuestra paz verdadera.
La paz del alma.
Abramos las puertas a Cristo.
La Navidad es la fiesta de la fe
en los corazones que se convierten
en un pesebre
para recibirlo,
en las almas que dejan
que del tronco de su pobreza
Dios haga germinar
el brote de la esperanza,
de la caridad y de la fe.
La Navidad nos recuerda
que una fe que no nos pone en crisis
es una fe en crisis;
una fe que no nos hace crecer
es una fe que debe crecer;
una fe que no nos interroga
es una fe sobre la cual
debemos preguntarnos;
una fe que no nos anima
es una fe que debe estar animada;
una fe que no nos conmueve
es una fe que debe ser sacudida.
Una Navidad sin luz
no es una Navidad.
Que la luz esté en el alma,
en el corazón;
que esté en el perdón
a los otros,
que no haya enemistades...
¡Que sea la luz de Jesús,
tan bella!...
Si ustedes tienen
alguna cosa oscura en el alma,
pidan perdón al Señor.
Esta Navidad es
una bella oportunidad
para hacer una limpieza del alma.
No tengan miedo,
el sacerdote es misericordioso,
perdona a todos en nombre de Dios,
porque Dios perdona todo.
La Navidad es
una fiesta emotiva y participativa,
capaz de calentar
los corazones más fríos,
de remover las barreras
de la indiferencia hacia el prójimo,
de animar a la apertura
a los demás
y a la entrega gratuita.
Es necesario, también hoy,
difundir el mensaje de paz
y de fraternidad
propio de la Navidad.
Es necesario representar esta venida
expresando
los sentimientos auténticos
que la animan.
Esta Noche santa,
en la que contemplamos al Niño Jesús
apenas nacido y acostado en un pesebre,
nos invita a reflexionar:
¿Cómo acogemos la ternura de Dios?...
¿Me dejo alcanzar por Él,
me dejo abrazar por Él,
o le impido que se acerque?...
Lo más importante no es buscarlo,
sino dejar que sea Él quien me busque,
quien me encuentre y me acaricie con cariño.
Esta es la pregunta que el Niño nos hace
con su sola presencia:
¿Permito a Dios que me quiera?…
Pidamos a Jesús,
nacido por nosotros,
que nos ayude a asumir
en nuestra vida
una doble actitud
de confianza en el Padre
y de amor al prójimo;
porque esta es una actitud
que transforma la vida
y la hace más bella y fructuosa.
Conmovidos por la alegría del don,
pequeño Niño de Belén,
te pedimos que tu llanto despierte
nuestra indiferencia,
y abra nuestros ojos ante el que sufre.
Que tu ternura despierte nuestra sensibilidad
y nos mueva a sabernos invitados
a reconocerte en todos aquellos
que llegan a nuestras ciudades,
a nuestras historias, a nuestras vidas.
Que tu ternura revolucionaria
nos ayude a sentirnos invitados
a hacernos cargo de la esperanza
y de la ternura de nuestros pueblos.
Tú, Príncipe de la paz,
convierte
el corazón de los violentos,
allá donde se encuentren,
para que depongan las armas
y emprendan
el camino del diálogo.
En este día, iluminado
por la esperanza evangélica
que proviene de la humilde gruta de Belén,
pido para todos ustedes
el don navideño de la alegría y de la paz:
para los niños y los ancianos,
para los jóvenes y las familias,
para los pobres y marginados.
Que Jesús, que vino a este mundo
por nosotros,
consuele a los que pasan por la prueba
de la enfermedad y el sufrimiento
y sostenga a los que se dedican
al servicio de los hermanos más necesitados.
¡Feliz Navidad a todos!
HOMILÍA DE NAVIDAD
«María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para
ellos en el albergue» (Lc 2,7). De esta manera, simple
pero clara, Lucas nos lleva al corazón de esta noche
santa: María dio a luz, María nos dio la Luz. Un relato
sencillo para sumergirnos en el acontecimiento que
cambia para siempre nuestra historia. Todo, en esa
noche, se volvía fuente de esperanza.
Papa Francisco
Catedral de San Pedro – Roma
24 de diciembre de 2017
Aquel
a quien hemos
contemplado
en el Misterio
de la Navidad,
ahora estamos
llamados
a seguirlo
en la vida cotidiana.