Departamento de Lengua y Literatura
Unidad 2: Ciudadanos de opinión – 1° medio
Columna de opinión: El odio al árbol
En Chile existe un odio atávico, incomprensible, al árbol. La tala indiscriminada, la quema, el abandono, la indiferencia
de sus habitantes por los árboles no tienen parangón en la Tierra. Qué paradójico: Chile es pródigo en bosques
milenarios únicos, de árboles de hoja perenne, y, sin embargo, ni los habitantes ni las autoridades tienen conciencia del
valor sagrado de sus quillayes, ñirres, peumos y araucarias. Cerca de mi casa, en la esquina de Américo Vespucio con
Francisco de Aguirre, hay una araucaria abandonada entre torres que se alzan sobre las ruinas de las casas. Siempre al
pasar junto a ella me detengo, la venero en silencio y al ver su perfil recortándose sobre el cerro Manquehue, pienso
que ella fue seguramente la «majestad» de estos parajes.
En nuestros campos es frecuente que se les ordene a los peones arrancar árboles que «molestan», como si fueran
maleza o mala hierba. Y abundan los pirómanos que disfrutan provocando todos los veranos incendios con distintos
móviles, pero al final alimentados por el odio atávico al árbol. Es más frecuente ver a funcionarios municipales
«disfrutando» de la tala de árboles que a funcionarios municipales plantando árboles. Siempre hay una excusa para
arrancarlos, nunca una razón para plantarlos. «Los árboles son santuarios. Quienquiera que sepa escucharlos
experimenta la verdad», dijo Herman Hesse. En su reflexión, Hesse apunta a una dimensión hoy olvidada: la de lo
sagrado, lo numinoso, lo que no puede ser cuantificado ni medido. El árbol se resiste con todo su ser a ser convertido en
mera cifra, en chip , y se yergue, orgulloso de tener las raíces en la tierra profunda y de alzar su copa al cielo. Nosotros
debiéramos aprender de ellos la relación con la tierra, con las raíces, con el humus de donde venimos y también con el
cielo. Cada árbol que talas es una escalera al cielo que derribas.
El hombre ha venerado al árbol desde siempre, convirtiéndolo en todas las culturas en símbolo axial. Ahí están el Árbol
de la Vida, el Árbol del Conocimiento, el Árbol Universal, el Árbol de la Iluminación del budismo. En cualquier villorrio o
aldea en los orígenes de la civilización existía una arboleda sagrada, intocable, lugar de peregrinación, de retiro y de
sanación. Ni siquiera las tropas invasoras las destruían: podían arrasar las ciudades enemigas, pero jamás sus bosques
sagrados.
En Chile hacemos lo contrario: lo primero que sacrificamos son nuestros árboles, víctimas propiciatorias y sacrificiales en
el altar de nuestra pasmosa ignorancia e insensibilidad. ¿De dónde nos vendrá nuestro desprecio, nuestro «ninguneo»
del árbol? Elicura Chihuailaf, poeta mapuche, al referirse al bosque, habla de «la taberna sagrada». Pero, ¿fue la cultura
mapuche una cultura embriagada por la numinosidad de los bosques, o sólo coexistió con ellos? ¿Viene ese desprecio tal
vez de los españoles? No sé.
Leo «El legado de los árboles» de Fred Hagener, un estudio de los árboles en relación con las religiones comparadas,
mitología y arqueología. Ahí se muestra a pueblos como los celtas y germánicos, cuya religiosidad se basaba en las
fuerzas de la naturaleza. Lo mismo sucedía con los egipcios y persas.
En Chile, país donde la naturaleza, por sus dimensiones y radicalidad, debiera haber generado un arraigado «temor
sagrado» y venerante de volcanes, bosques, lagos y mar, más bien ha producido una suerte de «fuga», un estado de
aturdimiento e inconciencia. ¿Quizás como venganza a una naturaleza que muchas veces nos ha lanzado al abismo?
Querida Araucaria vecina, majestad venida a menos de este Reino de Chile depredado: sueño con el día en que los niños
del futuro vengan otra vez a abrazarte, a buscar tu sombra, a recoger los frutos. Si estás todavía aquí, ¡recíbelos con los
brazos abiertos, como una madre a sus hijos pródigos!
Por Cristián Warnken – blogs.elmercurio.com
Poema: Defensa del árbol
Por qué te entregas a esa piedra
Niño de ojos almendrados
Con el impuro pensamiento
De derramarla contra el árbol.
Quien no hace nunca daño a nadie
No se merece tan mal trato.
Ya sea sauce pensativo
Ya melancólico naranjo
Debe ser siempre por el hombre
Bien distinguido y respetado:
Niño perverso que lo hiera
Hiere a su padre y a su hermano.
Yo no comprendo, francamente,
Cómo es posible que un muchacho
Tenga este gesto tan indigno
Siendo tan rubio y delicado.
Seguramente que tu madre
No sabe el cuervo que ha criado,
Te cree un hombre verdadero,
Yo pienso todo lo contrario:
Creo que no hay en todo Chile
Niño tan malintencionado.
¡Por qué te entregas a esa piedra
Como a un puñal envenenado,
Tú que comprendes claramente
La gran persona que es el árbol!
El da la fruta deleitosa
Más que la leche, más que el nardo;
Leña de oro en el invierno,
Sombra de plata en el verano
Y, lo que es más que todo junto,
Crea los vientos y los pájaros.
Piénsalo bien y reconoce
Que no hay amigo como el árbol,
Adonde quiera que te vuelvas
Siempre lo encuentras a tu lado,
Vayas pisando tierra firme
O móvil mar alborotado,
Estés meciéndote en la cuna
O bien un día agonizando,
Más fiel que el vidrio del espejo
Y más sumiso que un esclavo.
Medita un poco lo que haces
Mira que Dios te está mirando,
Ruega al Señor que te perdone
De tan gravísimo pecado
Y nunca más la piedra ingrata
Salga silbando de tu mano.
Por Nicanor Parra, 1954