Leyendas y Curiosidades de Avilés
Leyendas y Curiosidades de Avilés
AV I LÉS
LEYENDAS - APUNTES DE NOVELA
CURIOSIDADES HISTÓRICAS
MAD RI D
IMP. G. H ERNÁND EZ Y G ALO S Á EZ
MESÓN D E PAÑOS, 8
1927
AV I LÉS
MANUEL ÁLVAREZ SÁNCHEZ
CAPELLÁN DE HONOR DE S.M.
AV I LÉS
LEYENDAS - APUNTES DE NOVELA
CURIOSIDADES HISTÓRICAS
MAD RI D
IMP. G. H ERNÁND EZ Y G ALO S Á EZ
MESÓN D E PAÑOS, 8
1927
ES PROPIEDAD
D on Manuel Álvarez Sánchez fue
sacerdote y también escritor. Nació y
murió en Avilés, en los años de 1869 y 1950,
respectivamente. Estudió la carrera sacerdotal
en los seminarios de Valdediós y Oviedo siendo
ordenado sacerdote en 1893. Compartió su
misión apostólica con la de colaborador de
diversos periódicos, a la vez que practicó estudios históricos
sobre su villa natal. Fue profesor en el colegio de La Merced y,
posteriormente, fue destinado por la jerarquía eclesiástica a
ejercer su sacerdocio en Santiago de Cuba. En 1902 se le concedió
el título honorífico de Capellán y Predicador del Rey.
Don Manuel ha legado una obra muy interesante sobre Avilés
titulada: «Avilés: Leyendas, apuntes de novela, anécdotas, hijos
ilustres, curiosidades históricas», que fue publicado en Madrid,
en la Imprenta G. Hernández y Galo Sáez, en 1927. La edición
fue costeada por el prócer avilesino Victoriano Fernández
Balsera, dedicándose el producto de la venta de ejemplares al
sostenimiento de las Escuelas del Ave María que, a la sazón,
regentaba y patrocinaba la Asociación Avilesina de Caridad.
Este libro, actualmente agotado y descatalogado, es de imposible
acceso para el público en general y aporta informaciones clave
y curiosidades inéditas sobre nuestra ciudad que la convierten
en una obra fundamental en nuestra historiografía por lo que,
a pesar de lo que algunas personas o grupos políticos puedan
opinar, debería de ser candidato a una reedición crítica y noble,
en la misma línea que lo han sido los libros de Simón Fernández
Perdones o de Julián García San Miguel.
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Carta del Prestigioso Crítico y Culto Novelista
Don Armando Palacio Valdés
A. Palacio Valdés.
-5-
Gratitud
M. Álvarez.
-7-
Dedicatoria
M. A. S.
-9-
VILLA ENSUEÑO
- 11 -
De origen antiguo, conserva con noble orgullo su legendaria
grandeza, no sólo en los blasones de los escudos que festonan
las fachadas de sus edificios, sino en los pergaminos, que
acreditan la importancia alcanzada en los tiempos medievales.
Pero al lado de la historia palpitan también sen¬cillas
narraciones, algunas de las cuales hilvanadas a la sombra de
un crédulo misticismo, han abierto ancho campo a la fantasía
popular, viendo surgir del cristalino manantial, vaporosa
ondina, para amparar la inocencia, «Fuente de la Xana»;
ora derrumbarse solariego alcázar para envolver entre sus
escombros al avaro morador, «El castillo de Gaxin»; o bien
desprenderse del sitial amorosa Virgen para endulzar con
su sonrisa las tristezas de una niña, que tímida lloraba en la
soledad, «La Virgen de la Consolación».
Coleccionar estas tradiciones, recordar algunas anécdotas,
biografiar los avilesinos ilustres, con algunas otras curiosidades
de la hermosa villa para guía del turista, es lo que me propongo
al escribir estas sucintas notas.
Van, además, intercalados unos apuntes de novela, basados
en la histórica realidad.
- 12 -
Leyendas Avilesinas
NOEGA
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con suaves colinas de permanente verdor, y entusiasmado
con el nuevo país, de un cielo azul despejado y de un clima de
soñadora benignidad, lo recorrió de uno a otro extremo, y en
su límite septentrional sentó sus reales, para descansar de las
fatigas de su larguísimo viaje a orillas del proceloso mar (1).
Dedicado a la pesca y a la caza vivía Tubal, en el país
elegido para su morada, cuando Noé, por feliz coincidencia,
arribó también al mismo sitio, y al encontrarse el Patriarca
con su nieto, quiso dejar un recuerdo que al través de los
siglos perpetuara aquella entrevista, fundando allí mismo una
ciudad, que de su nombre se llamó Noega.
He aquí lo que dice la leyenda en la siguiente copla del siglo
XVI:
Después que Noé llegó
A aquel lugar deseado,
Do estaba su nieto amado,
Noé mesmo me fundó,
Y su nombre me ha dejado.
(1) Cantábrico.
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ROIZ
- 17 -
al límite de la desesperación.
Compadecida la aurora de la triste situación del guerrero,
le alimentó con el néctar extraído de la madreselva, le infundió
un sueño misterioso, le cubrió con el manto vaporoso de la
mañana, y colocándole luego en su carroza triunfal lo llevó por
los aires, atravesando el campamento enemigo, colocándole
en sitio seguro, en medio de un frondoso bosque a orillas del
mar, en donde se ofrecía culto a una desconocida divinidad.
Cuando Asthir despertó del profundo letargo, exhaló un
gemido al encontrarse solo, lejos del campo de batalla; pero
repuesto de la impresión, sacrificó un macho cabrío, observó
las entrañas palpitantes de la víctima para adivinar su destino,
que juzgó augurio feliz, y preparó las bases del castillo de
Gauzón, frente a Noega, ayudándole en esta atrevida empresa
otros aventureros, que guiados por Sicoro, hijo de Osiris el
Egipcio, habían embarcado en la desembocadura del Nilo, en
un bajel de cuero, y navegando sin rumbo, arribaron al azar a
las playas del cantábrico mar.
Muy cerca del castillo, fabricado con barro endurecido al
sol, levantaron un dolmen, que algunos siglos después sirvió
de modelo a los altares celtas, y en su alrededor construyeron
algunas cabañas, llamando a aquel sitio Roiz, por haber sido el
origen de la región poblada más tarde por los Escitas Éuskaros.
Una antigua copla conservada en la danza popular, dice lo
siguiente:
La rueda de la fortuna traxo aquí al troyano Astir, por
eso soy la Roiz de toda la xente astura.
Roiz, hoy Raices, en donde se han encontrado vestigios
de remota antigüedad, es un pueblecito escondido entre
unas lomas, dando vista a la playa de Salinas, distante tres
kilómetros de Avilés.
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EL CAMPO DE CAÍN
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Doña Mencía, que así se llamaba la piadosa Viuda, se
ocupaba en educar cristianamente a sus hijos, creciendo éstos
a la sombra de su maternal amor. Uno de ellos, el de menor
edad, de rebelde naturaleza, hacía infructuosos los desvelos de
la madre, que no podía, a pesar de su bondad y cariño para
con él, contenerle en sus desórdenes y maldades; el mayor,
por el contrario, de natural bellísimo y de puras y angelicales
costumbres, era el ídolo del hogar y el paño de lágrimas en
donde desahogaba la afligida viuda sus amarguras.
Un día, después de haber comido, salieron ambos
hermanos de casa en direcciones opuestas; el menor se dirigió
al astillero en donde se estaba construyendo una goleta, el otro
caminó por el puente hacia el convento de San Francisco, que
se hallaba al extremo sur de la villa, sitio que más le agradaba
frecuentar.
Pasaron las horas de la tarde, y no volviendo ninguno de los
dos, la madre empezó a recelar de la suerte de su primer hijo,
pues jamás había tenido necesidad de esperarle, pues siempre
se recogía antes de ponerse el sol; no sucedía lo mismo con el
hijo menor, que con harta frecuencia entraba en casa, instigado
por malas compañías a deshora de la noche, sembrando el
disgusto en la familia.
Algo grave le había sucedido al hijo mayor, cuando no
estaba en casa a la hora de cenar.
La desconsolada madre pasó la noche en vela, esperando
por sus hijos, pero inútilmente; no volvieron por casa a
aparecer.
II
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Ángelus al caer de la tarde, costumbre hermosa del pueblo
cristiano, y por las calles de Sabugo pululaban personas de
uno y otro sexo, que después de abandonar el trabajo a que
se habían dedicado por el día, se dirigían a sus respectivos
hogares para descansar.
Algo grave, anormal, había pasado en la parroquia, pues
menudeaban los corrillos y el cuchicheo se sentía bajo los
soportales, moviéndose todos de una parte a otra en busca de
noticias.
Alguien había visto en el campo fangoso, que existe al
oeste del pueblo, sombras como de hombres que se acercaban,
chocaban entre sí, caían, se levantaban, volvían a caer, y, por
fin, huían; quienes decían, habían oído voces humanas que
con lastimero acento pedían socorro; quienes, por último,
afirmaban haber visto en el campo de Bogab levantarse junto
al Crucero una sombra que parecía de un hombre, andar
alrededor de la cruz y, en ademán descompuesto, correr,
vacilando por momentos en la dirección que había de seguir,
hasta que, al fin, desapareció, salvando los prados de Cantos
que median entre la Rivera y la Mareuca.
El pueblo estaba preocupado, pero nadie se atrevía a
poner en claro la cuestión, trasladándose al sitio, origen del
suceso, todos interpretaban de distinta manera lo sucedido,
si bien la mayor parte de las personas, acomodándose a las
circunstancias de los tiempos, convenían en que se trataba de
un hecho sobrenatural.
III
- 21 -
que mirando hacia el puente se deja a la derecha, fueron
unos pescadores que habían madrugado para echar la traína,
aprovechando la bonanza del mar, y su sorpresa fue grande al
encontrar tendido en tierra, envuelto en un charco de sangre,
un hombre que, por estar boca abajo, no pudieron por el
pronto reconocer; junto a la víctima se hallaba un cuchillo,
que sin duda había sido el arma homicida, y asustados ante
tan horrible crimen, huyeron, pero pronto se propagó la fatal
noticia por toda la vecindad.
La muerte violenta de una persona, sobre todo cuando es
injustificada, siempre causa penosa impresión; así que al ser
reconocido el cadáver, que no era sino del hijo mayor de doña
Mencía, se heló la sangre en el corazón de los que le veían, y
un grito de indignación brotó unánime de la muchedumbre;
era preciso buscar a todo trance al criminal y descargar sobre
él todo el rigor de la justicia: pero... ¿quién había sido y dónde
poder encontrarle, si el interfecto, cariñoso con todos, no
podía tener enemigos?
La pobre viuda, preparada de antemano para comunicarle
la infausta nueva, pronto adivinó, con aquel instinto de las
madres, quién había sido el que clavó el cuchillo en el corazón
de su primogénito; pero una madre, por cruel y sanguinario que
haya sido un hijo, se resiste a levantar el infamante patíbulo en
que debe expiar su maldad.
Ha habido madres que han dado muerte a sus hijos, la
naturaleza produce monstruos de cuando en cuando, como
para demostrar que el mal, aún no se ha extinguido; pero en
cambio... ¡Cuántas madres han muerto de dolor! ¡Cuántas
madres han recibido de sus hijos el golpe mortal sin quejarse,
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llorando por ellos, pidiendo a Dios por la felicidad de su
asesino!...
El homicidio quedó impune para los hombres, por falta
de pruebas, si bien el criterio público señalaba con acierto al
verdadero criminal.
La caridad de los vecinos levantó en el sitio donde fué
hallado el cadáver, un macizo de piedra, y sobre él colocaron
una cruz de roble, que al mismo tiempo que les recordaba un
fratricidio, pedía a todos los visitantes una plegaria.
La tradición cuenta que desde aquel día empezó a oírse
en aquel fangoso recinto, al caer de la tarde, una voz triste
y lastimosa que repetía una y otra vez: Hermano, ¿por qué
matas a tu hermano?; y los vecinos temían, al llegar la noche,
transitar por aquellos lugares donde creían escuchar tan
sentidos lamentos, y llamaron a aquel sitio, desde entonces,
con el nombre siniestro que aún conserva en nuestros días de
Campo de Caín.
IV
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después de fatigosa carrera, se detuvo unos momentos frente
a la iglesia parroquial y allí creyó oír una voz, la misma voz
que oía el primer hijo de Adán después que dio muerte a Abel:
«Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?» En vano trató de
ahogar aquella voz; la voz seguía, seguía siempre.
Volvió otra vez a emprender la carrera, pero al doblar la
calle del Carbayo, dejando a la derecha el templo, descubrió
su casita en la calle de Adelante, en donde quizá su madre,
ignorando en absoluto el trágico suceso, le estaría esperando
como de costumbre para darle de cenar, aquel recuerdo fue
para él harto sensible; volvió su vista para atrás y se dirigió al
campo de Bogab, en donde se alzaba el Crucero, y al verlo le
faltaron las fuerzas para seguir; se acercó tímidamente a él, y
se sentó sobre uno de los cuatro peldaños que formaban su
base; llevó las manos a la cabeza donde se le agolpaba la sangre
produciéndole violentas convulsiones: aquella situación era
terrible; ¿qué hacer? Dirigirse a su casa y arrojarse en brazos
de su madre para pedirle perdón, o entregarse a los azares de
la desesperación; así estuvo unos momentos luchando consigo
mismo, pero al levantar sus ojos y fijarse al pálido reflejo de la
luna en la calavera que descarnada y huesosa aparecía entre
el follaje del capitel, donde se asentaba el Crucifijo (1), dió
un grito de espanto y se levantó del asiento, creyendo ver un
fantasma que se le venía encima. «Veo, exclamó, la cabeza de
mi hermano, sus ojos ardiendo y sus dientes que me quieren
desgarrar las carnes»; y el nuevo Caín volvió las espaldas
al Crucifijo, que con los brazos extendidos parecía querer
(1) Esta columna se conserva en el jardín de una casa particular en Sabugo; el
Crucifijo que servía de remate se guarda en la sacristía de la antigua iglesia, y
según personas peritas, no carece de mérito.
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cobijarle, y huyó en precipitada fuga, hasta perderse en el
arenal, perseguido siempre por aquella voz aterradora que
había oído a su hermano antes de morir: «Hermano, ¿por qué
matas a tu hermano?»
Entre aquellas dunas, mal cubiertas de esparto, pasó la
noche; pero... ¡qué noche! Durante toda ella se vio aprisionado
por sombras negras, vengadoras y sangrientas, que no le
dejaron un momento descansar.
Amaneció el día, y el carácter del asesino, que era jovial y
alegre, tornóse sombrío y huraño; sus ojos, antes brillantes,
volviéronse apagados; su rostro, antes sonrosado, se mudó
en cetrino; con el alma rebosante de amargura, el fratricida,
maldito de Dios y de los hombres, caminando al azar,
distinguió en los límites del arenal la playa de Salinas; la vista
del Cantábrico llenó momentáneamente de gozo al criminal,
se acercó a la orilla bastante agitado, y en aquel momento
abrigó en su corazón un siniestro propósito: pensó arrojarse
desde un cantil de la costa al fondo del mar y así librarse de la
fatídica voz que le perseguía.
Iba ya a realizar su fatal resolución cuando se acordó de
su madre, de su buena madre que le había criado con tanto
cariño, de su madre que tanto se había afanado por darle una
cristiana educación, de su piadosa madre, que en aquellos
momentos la veía con los ojos de la imaginación, sola, como
la estatua del dolor, abrazada al cadáver de su hijo sin tener
a nadie que pudiese consolarla, y todo por culpa mía...; y al
considerar estas cosas brilló en su corazón un destello de fe,
de esa fe que es aliento de vida, y con esa fe fue encadenando
una por una las verdades que había aprendido de niño en el
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regazo maternal: «Existe Dios, decía, premiador de buenos y
castigador de malos;» y al recordar esto pensó en seguida en
el infierno, la idea del infierno en donde se le figuraba estar
viendo a los condenados revolcándose en medio de atroces
tormentos, fue lo que más avivó su temor, y bañado en un
sudor frío se desplomó más bien que se sentó sobre la arena.
Era una temeridad grande el querer librarse de un castigo
cometiendo otro delito mayor.
«Si el que mata a otro hombre es un criminal y un malvado,
se decía, ¿cómo podrá ser inocente el que se mata a sí mismo?»
Estaba en estas saludables consideraciones, cuando oyó a lo
lejos, en el fondo de un barranco, el sonido de una campana; se
levanta magnetizado, aplica el oído y escucha con más claridad
el eco sonoro; vuelve sobre sus pasos y divisa allá, en Raíces, un
conjunto de habitaciones que juzgó ser un convento; contiguo
al mismo vio una capillita en cuya espadaña, de un solo hueco,
estaba la campana que había oído en ocasión tan interesante.
Se acercó al edificio; llega a la puerta del convento y llamó
con el aldabón; pronto se presentó un religioso en la portería;
al verlo el fratricida, se arrojó a sus pies y comenzó a llorar;
el religioso lo recibió con cariño, y el recién llegado exclamó:
«Padre, vengo a implorar perdón, que mucho desconfío en
alcanzar, porque he sido el más criminal de los hombres.»
«No temáis, le contestó el religioso al ver aquellas muestras
de arrepentimiento; por mucho que hayáis pecado, mayor es la
misericordia de Dios, y él os perdonará.»
«¡Ah! Lo deseo vivamente; ¡qué ingrato y malvado he sido!
Ayer he dado muerte a mi hermano, y le maté sin motivo, le
asesiné a traición sólo por envidia de sus nobles sentimientos
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que daban en cara a mi desarreglada conducta; le maté al
regresar de la iglesia de los franciscanos, adonde había ido mi
hermano a confesar; era tan bueno mi hermano, padre, que
al clavarle el cuchillo en su corazón, lejos de maldecirme, me
perdonó y me dijo: «Hermano, ¿por qué matas a tu hermano?
¿Qué motivo de ofensa tienes contra mí?» Desde entonces no
encuentro tranquilidad ni descanso; a todas horas me parece
oír sus últimas palabras y tiemblo, y para librarme de tan fatal
pesadilla acaricié el propósito de quitarme la vida; pero el
temor de condenarme para siempre me contuvo...»
«Esa ha sido una gracia especial de Dios, contestó el
religioso, quizá para premiar alguna buena acción que habéis
tenido, y que a su tiempo sabe recompensar, Dios todo lo tiene
presente.»
«Padre, no recuerdo haber practicado obras buenas en mi
vida, porque siempre he sido de costumbres viciosas; sólo sí,
he sido devoto de la Virgen del Carmen, a la que nunca dejé
de rezar una Salve antes de acostarme, pidiéndole su amorosa
protección.»
«Pues eso ha sido, y la Virgen intercedió ante su Divino
Hijo para que no os arrojaseis en brazos de la desesperación,
donde hubierais sido desgraciado por toda una eternidad,
porque el suicidio, continuó el religioso, es el más grave de
los delitos, en cuanto que es irreparable, porque así como
no hemos venido al mundo por nuestra voluntad, tampoco
podemos dejarlo sin orden expresa de Dios que en él nos
puso. De todos los demás pecados podemos salir perdonados,
mediante la contrición y los méritos de Cristo; pero del suicidio
no cabe arrepentimiento, toda vez que es característico de este
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pecado morir en él; pudo salvarse Caín, pudo salvarse Judas,
pudo salvarse Herodes, pueden salvarse todos los asesinos,
los ladrones, los adúlteros, los pecadores y criminales todos,
excepción hecha del suicida, que en sano juicio consuma su
antinatural y abominable acción.»
«De modo ¿que Dios me perdonará?»
«Sí, te perdonará, porque lo que Dios quiere son corazones
arrepentidos; entrad en la capilla, no temáis; examinad vuestra
conciencia en tanto voy a llamar al Superior para que os oiga
en confesión»; y el religioso le señaló el sitio en donde había de
llorar sus culpas.
Una hora larga estuvieron el confesor y el penitente en la
capilla; lo que allá hablaron no pudo saberse jamás.
Cuando el fratricida salió del santuario, su corazón se
había reblandecido con las lágrimas del arrepentimiento.
Aquella mañana se desayunó en el convento, despidióse
luego de la Comunidad, arrojándose a los pies de los religiosos;
éstos le levantaron del suelo, estrechándole, uno a uno, entre
sus brazos, saliendo satisfecho de aquella santa casa, en donde
pudo encontrar la tranquilidad de su alma.
Quince años después, que nadie pudo saber dónde los
había pasado, volvió a pisar los umbrales de aquella silenciosa
mansión para vestir el hábito de la Merced.
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don Sebastián Bernaldo de Quirós, se veía un religioso,
encorvado bajo el peso de los años, salir todos los días del
convento, a determinadas horas de la noche, y dirigirse hacia
una cruz, en el mismo campo colocada, suspirar, porque ya
no tenía lágrimas que derramar, y después de abrazarse a ella
pasar largo tiempo en profunda meditación.
Nadie hubiera creído que aquel venerable anciano, de
blanca cabellera, había dado muerte, en aquel mismo sitio,
a un hermano suyo, sin embargo de haberlo confesado ya
públicamente.
Un día las campanas de la iglesia doblaron a muerto, y al
mismo tiempo se vio brillar sobre los brazos de la cruz una luz
vivísima, que el vecindario interpretó favorablemente.
En aquel preciso momento acababa de morir el fratricida,
después de cuarenta años de rigurosa penitencia, dejando
también de oírse, desde entonces, en el fangoso Campo de
Caín, los lúgubres acentos de la víctima.
La gigantesca cruz se veía aún a mediados del siglo XVIII,
señalando el sitio donde fue perpetrado el crimen, y las
personas que tenían que transitar por aquellos lugares, todas
se signaban ante la cruz, rezando luego un Pater Noster por el
eterno descanso del interfecto.
Al renunciar Fray Valentín Morán, en 1771, la silla
episcopal de Canarias, resolvió terminar sus días en su pueblo
natal, eligiendo para su descanso el convento de la Merced,
que mandó ensanchar a sus expensas, extendiendo su recinto al
lugar que ocupaba la cruz, edificando en este sitio la capilla de
la Soledad, últimamente demolida, que eligió para su sepulcro.
En la actualidad nada queda de este suntuoso convento,
- 29 -
demolido al finalizar el pasado siglo; en su solar se ha
construido una magnífica iglesia, gracias a la gran influencia
del entonces ministro de Gracia y Justicia, don Julián García
San Miguel, marqués de Teverga, representante en Cortes
por nuestro distrito, secundado con celo por el párroco don
Manuel Monjardín, que, por su elegante construcción, es una
de las más bellas de España.
Hoy los sitios indicados están convertidos en plazas,
avenidas y paseos.
- 30 -
EL AJUSTICIADO
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parroquia, y los Vecinos acudían a ella en sus necesidades,
encontrando siempre amparo y protección.
El arca de María era el granero de todos los indigentes
de Sabugo, que llamaban a su vivienda la «Huerta de María
Álvarez»; y llegó a hacerse tan popular, que venían de los
cercanos pueblos de San Cristóbal, Valliniello y otros, a
venderla patatas, legumbres y demás artículos de conocida
utilidad, que ella siempre compraba, para distribuirlos luego
gratuitamente entre los más necesitados de la parroquia,
originándose el mercado que más tarde existió, y que llevó el
nombre de dicha señora, que por contracción se llama aún,
entre los oriundos del barrio, La Güerta Mari-Able.
Un día llegaron a casa de María unas vecinas (1) para decirle
que en el Carbayo vivía una mujer, que se hallaba enferma, y en
la más extremada pobreza. La buena señora, no sólo abrió al
momento el bolsillo para socorrerla, sino que ella misma se fue
a la vivienda donde la infeliz habitaba para prestarle su ayuda
personal.
¡Triste encuentro! Entre unas pajas mal cubiertas con un
saco, en una habitación húmeda, apenas defendida del viento
y del agua por algunas tejas y ramas enlazadas, sin lumbre en
el fogón y sin nada que pudiera servirle de alimento, recostada,
con una criatura en los brazos, se hallaba una mujer, llamada
Angelina la Patinota, joven aún, pero que había quedado muy
enferma desde el día que vio flotando en la ría el cadáver de su
esposo, después del naufragio de la lancha Vitoria, tripulada
(1) Hasta hace pocos años había en Sabugo la piadosa costumbre de salir dos
vecinas, Voluntariamente en determinados y urgentes casos, a pedir de casa
en casa, y recoger en un plato las limosnas para remediar alguna apremiante
necesidad.
- 32 -
por nueve marineros de Sabugo, del que quedó triste recuerdo
en toda la vecindad.
La caridad fijó su residencia en aquel desvencijado tugurio,
y la enferma pudo recuperar la salud, merced a los cuidados
prestados por María, ocupándose ésta al mismo tiempo y por
separado, para aliviar a la Patinota, de la educación del niño,
que con gusto prohijó, y tuvo a su lado, hasta que motivos
transcendentales hicieron necesaria su separación.
II
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Educado cristianamente por María, era Patinota, como de
ordinario llamaban al muchacho, un hijo bueno; dotado de un
natural bello y afable, formaba el encanto de su madre y de
aquella buena mujer, que veían en él la personificación de la
virtud; pero un día tuvo la desgracia de encontrar, bañándose
en el Campo de Faraón, a una gavilla de pilluelos, y de unirse a
ellos; este desgraciado encuentro fue para Patinota el principio
de su perdición.
Como María era considerada como una persona rica,
aquella chusma indujo a Patinota para que le robase algunos
reales; al principio, resistió el muchacho cuanto pudo a la
malvada tentación; pero más tarde, obligado por repetidas
instancias de aquellos granujas, cayó en el lazo, y el infeliz
jovencito robó por primera vez cuatro cuartos a su bienhechora.
Al salir Patinota de casa con aquellas monedas robadas,
estaba pálido y tembloroso; se detuvo a la puerta, y sintió
escalofríos; miró a todas partes azorado, y dos veces se
propuso volverlas a su sitio; pero la palabra empeñada con sus
perversos amigos, venció sus temores, y huyó, sin detenerse un
momento, a juntarse con ellos, que ya lo estaban esperando
junto al puente de San Sebastián.
Después de dar este paso fatal, Patinota se creyó perdido.
Patinota no había nacido para ser ladrón; así que, al verse
entre sus compañeros, no pudo articular palabra, y comenzó a
llorar; las lágrimas, que hubieran podido borrar por completo
su culpa, si las hubiera derramado en presencia de María,
sirvieron de chacota ante aquella chusma de pilluelos, que se
mofaron de sus escrúpulos, no sin antes apoderarse de aquella
cantidad para malgastarla.
- 34 -
Muy triste pasó el día Patinota, y al acercarse la noche,
no atreviéndose el mal aconsejado muchacho a presentarse
en casa, por temor al castigo, pues creía que hasta su misma
sombra revelaría su maldad, se fue a un pajar a dormir, lo que
repitió varias noches, alimentándose, durante este tiempo, con
frutas verdes, que cogía en algún vedado de la vecindad.
María se moría de pena buscando al muchacho; no sabía
lo que podía pasarle, y otro tanto sucedía a Angelina, que no
podía figurarse de que su hijo se ocultaba de casa por ladrón.
Al fin supo María, por uno de los mismos pilluelos,
enemistado ya con Patinota, que éste se hallaba escapado de
casa por haber robado unos cuartos, recogiéndose por la noche,
después de pasar el día escondido en el adarve de la muralla, en
una tenada que hay en el callejón de la Rueda.
Allí fue María a buscarle, y Patinota, al verla, como
su corazón no estaba aún corrompido y era de un natural
humilde y bondadoso, se arrojó a sus pies y comenzó a llorar:
«Perdonadme, decía, perdonadme, por Dios, que no he volver
a cometer tan miserable acción.»
María quería entrañablemente a su ahijado, y al verle
en aquel estado tan compungido, se quedó pálida, estuvo
un momento pensativa y, por fin, con muestras de indecible
ternura, le otorgó allí mismo el perdón.
Patinota durmió aquella misma noche en casa de su madre
adoptiva.
III
- 35 -
María, que era una señora tan bondadosa como sencilla,
creía que nadie podría hacer lo que ella no hubiera hecho
nunca; así que, al ver de nuevo a Patinota en su casa, no sólo le
prodigó su cariño, sino que, para disimular su falta anterior e
inspirarle otra vez confianza, se le ocurrió dejar abierta el arca
en donde guardaba sus ahorros.
Esto, que pudiera llamarse una delicadeza de la buena
señora, ha sido una gran imprudencia que acarreó tras sí una
larga serie de desgracias.
Un día que María salió de casa temprano, se levantó
Patinota de la cama, miró con timidez por todos los rincones
de la habitación, y al encontrarse solo, se acercó de puntillas,
conteniendo la respiración, al sitio donde estaba guardado
el dinero; allí se detuvo, abrió el arca y extendió su mano
temblorosa, pero al tocar en las monedas, sintió escalofríos
y la volvió a retirar; sin embargo, la ocasión era en extremo
tentadora, y de nuevo introdujo su mano en el arca y,
desencajado y tembloroso, cogió una bolsita con una cinta
ligada, ignorando la cantidad que pudiera contener.
Cogido que hubo el bolsillo, se quedó parado, con la lengua
pegada al paladar y los ojos fijos en la puerta, que había quedado
entreabierta; resolvió, al fin, abandonar aquella estancia, y salió
corriendo, bajando de dos en dos los peldaños de la escalera
hasta llegar al portal; allí se detuvo, tanteó entre sus dedos
crispados aquellas monedas robadas y las guardó en el bolsillo;
entonces sintió un sudor frío en el rostro, y maquinalmente
llevó sus manos a él para ocultarlo, pues se creía que llevaba
escrito en su semblante el estigma denigrante de ladrón.
Sin saber hacia dónde dirigirse, tiró a la izquierda, atravesó
- 36 -
luego parte de la calle de Atrás y se encontró en la plazoleta del
Carbayo, frente a la iglesia parroquial, entró en el templo, y a
muy corta distancia, vio a su madre y a su protectora rezando,
quizá por él, ante el altar de la Virgen de los Dolores.
En aquellos momentos, Patinota creyó morirse; fijó su
mirada en la misma imagen, y al contemplarla en aquel estado
tan lastimoso y con una espada atravesando su corazón,
se cubrió de vergüenza: él era la causa de aquel dolor, y, sin
embargo, sólo él no le pedía perdón, sólo él no elevaba los ojos
al cielo en tan apurado trance, sólo él no invocaba a la Virgen,
él, que había sido quien le clavara, con su conducta, el cuchillo
en su corazón maternal.
Así estuvo Patinota unos momentos luchando con la
gracia. Se separó después a un lado, donde nadie pudiera verlo,
metió la mano en el bolsillo del pantalón, sacó el trapito, le
quitó la cinta, lo desdobló y se quedó inmóvil, como la estatua
del espanto, al ver que las monedas robadas eran de oro.
Repuesto de la primera impresión, tomó la que creyó de más
valor, se acercó al cepillo que estaba al lado del altar e introdujo
por la rendija la indicada moneda, rezó una Salve a la Virgen
y huyó. Quizá con esto creería que quedaría borrada su culpa.
Salido que hubo del templo, lo primero que hizo fue
dirigirse al muelle, sentándose sobre un tronco de madera que
allí había, en donde pasó cerca de dos horas, sin darse cuenta de
su situación; iba a marchar, cuando se le acercó un compañero
de genio alegre, hablaron un poco, Patinota le contó lo que
había hecho, y el nuevo amigo, para quitarle los escrúpulos y
distraerle, lo llevó a un garito, en donde pasaron alegremente
el tiempo.
- 37 -
La amistad que Patinota estrechó con el nuevo camarada,
vagabundo de profesión, labró por completo su ruina.
Patinota, que al principio no era malo, las compañías que
tuvo le hicieron primero inquieto, después díscolo y soberbio,
y, por último, un malvado y criminal.
Vivía Patinota, después que huyó de casa, de pequeños
robos, y la noche la pasaba durmiendo en las obras en
construcción, y con más frecuencia, en las embarcaciones
ancladas en el puerto.
Tres años llevaba en esta vida aventurera, cuando la Justicia
se apoderó de él, precisamente cuando atravesaba por la calle
de Adelante, en dirección a casa de María, con objeto de volver
a robarla nuevamente.
Una vez en poder de la Justicia, le condujeron a la cárcel,
situada en la plaza Mayor; pero de allí, a pesar de la vigilancia
que había, logró escaparse a los dos años, arrojándose por un
ventanal, asido de una faja.
Libre ya de la prisión, se dedicó al pillaje en gran escala,
eligiendo para campo de sus correrías el monte de la Atalaya,
límite de los concejos de Avilés y Castrillón.
Como les ladrones, más tarde o más temprano, suelen
ser capturados, Patinota, cuyo nombre se había hecho temer,
volvió a ser cogido. En esta ocasión el castigo debía ser
ejemplar, pues pesaban sobre él varios delitos.
IV
- 38 -
desde el momento en que le comunicaron la fatal sentencia;
gritaba, pateaba, renegaba, maldecía, cuando un día se abrió la
puerta de la prisión, y entró en ella, acompañada del carcelero,
una anciana que Patinota, por el pronto, no pudo reconocer; el
preso, al verla, se levantó del escaño, donde estaba sentado con
la cabeza apoyada en las manos, y la visitante, que le conoció
en seguida, se arrojó sobre él y comenzó a llorar. Patinota no
sabía lo que le pasaba.
Aquella anciana, que había entrado en el calabozo para
abrazar a un sentenciado a muerte, era María Álvarez, que
desde el día que su prohijado huyó de casa se apoderó de ella
tal pesadumbre, que se temió por su vida; era gruesa y se puso
flaca, la cara se le llenó de arrugas, se le encaneció el pelo, y su
cuerpo se le puso encorvado.
La presencia de aquella mujer en el calabozo impresionó
tanto a Patinota, después que la reconoció, que no se atrevió a
mirar para ella; llevó las manos al rostro, arrimóse a un rincón,
y empezó a gemir y suspirar.
Aquellas lágrimas fueron el principio de su arre
pentimiento.
Luego que Patinota se hubo tranquilizado, después de pedir
perdón a María, le contó, con minuciosidad de detalles, la vida
que había llevado después que huyó de casa, deteniéndose en
referirle el hecho que motivó su sentencia de muerte: «Un día,
le dijo, pretendí despojar a un transeúnte, y al ver que pedía
auxilio, como temía ser descubierto, le herí mortalmente; huí,
me siguieron, diéronme alcance, y como estaba manchado de
sangre, me acusaron como autor de aquel asesinato, con las
agravantes de robo en despoblado; ya no hay para mí remedio;
- 39 -
he confesado mi crimen, y me han condenado a la última pena,
y sólo espero se ejecute la terrible sentencia.»
María, al entrar en la cárcel, estaba resuelta a todo; así que,
con un valor que acreditaba su honradez, después de oír a su
prohijado, emprendió, con heroica resignación, la difícil tarea
de ganar aquella alma para Dios.
Nada hay que tanto agrade a un pecador como el recuerdo
de los años infantiles, en que se duerme soñando con los
ángeles.
María así lo creía, y al encontrarse con Patinota, le
recordó aquellos días felices en que ella lo llevaba de la mano
al templo, y el pobre reo gozaba; para él, aquellas funciones
de la iglesia tenían un encanto indescriptible; el silencio
augusto del santuario, sólo interrumpido por el rezo de los
fieles; los rayos de sol, bañando las blancas paredes; la Virgen
en el altar, resplandeciente y hermosa, entre luces y flores; el
día de su primera comunión, lleno de inocencia y de candor,
todo aquello pasaba por su imaginación como un raudal de
aguas tranquilas, que lo sacaban del mundo y lo llevaban a
la región de la dicha. Pensaba luego en lo pequeño que era
ante Dios, y, sin embargo, lo había ofendido tanto... Volvía a
pensar en Dios, que había bajado del cielo, hecho hombre, y
sufrido mortificaciones y dolores y tormentos y la muerte más
ignominiosa, y todo por él y para él, ¡miserable pecador!, y se
sentía oprimido por tantas culpas. Ahora mismo y siempre,
decía, nos está mirando... Y lloró al considerarlo, y lloró a
lágrima viva... Lloró, porque recordó el último día que entró
en el templo parroquial, de aquel día que, palpando aquellas
monedas que había robado, depositó una onza de oro en el
- 40 -
cepillo de la Virgen, y también se acordó de la Salve que rezó
antes de salir de la iglesia, última plegaria que pronunciaron
sus labios y fervorosa había salido de su corazón...
Después de una larga conversación habida con María, su
corazón se había reblandecido con el dolor del arrepentimiento.
Al despedirse la una del otro, no pudieron articular
palabra; él se dejó caer, rendido, en la pobre tarima que había
en el calabozo; María salió en silencio a desahogar la amargura
inmensa que embargaba su espíritu, no sin antes dirigir una
mirada de cariño a aquel desgraciado joven, que sin él pensarlo,
le había acibarado los días de su vida.
VI
- 41 -
respeto, besó las puras manos del párroco, y dirigiéndole una
mirada suplicante, le dijo, sollozando:
—¡Padre, muy pecador he sido! ¿Me perdonará Dios?...
—¡Dios, lo que desea y quiere, son corazones arrepentidos,
hijo mío!—le contestó el sacerdote.
—¡Oh, no me llame usted hijo!—exclamó el joven,
ocultando su rostro, avergonzado, en aquel pecho, que tan
paternalmente le oprimía.
Y Patinota lloró como llora el arrepentido para borrar sus
culpas.
VII
- 42 -
Los amigos recibieron de él palabras afectuosas, y al
carcelero, que lloraba, le dijo:
—¿Cómo lloráis por un miserable como yo? Ea, consolaos.
Si Dios me perdona y me hace la gracia del buen ladrón, en el
cielo me acordaré de vos.—Luego, dice a todos los presentes:
—Os suplico una oración, después de mi muerte, para el que
Va a ser ajusticiado.
Los asistentes todos movieron la cabeza en señal de
asentimiento.
Unos momentos después, el pueblo hizo lo posible para
alcanzar el indulto; pero ya era tarde: todo estaba ultimado.
El día 23 de abril de 1714 fue un día de verdadera tristeza
para Avilés. Desde muy temprano no se veían sino personas,
de uno y otro sexo, caminar con cierta inquietud hacia el
Carbayedo de San Roque, llevando en el rostro señales
inequívocas de sentimiento y de dolor.
Allí, en aquel espeso bosque de encinas y de robles, se
levantaba el tablado en donde iba a ejecutarse una sentencia.
Eran las once de la mañana, y la gente se agolpaba en la
plaza Mayor, indicando que pronto iba a salir de la cárcel el
infortunado reo.
Óyese un sordo murmullo, se abre la puerta del calabozo
y aparece Patinota, llevando entre las manos, esposadas, un
Crucifijo.
Era Patinota un joven robusto, bien parecido, con ojos
negros y expresiva mirada; a su lado iba el párroco prodigándole
palabras de consuelo, y un poco más hacia atrás el ejecutor
de la Justicia y algunos individuos de la ronda encargados de
conservar el orden.
- 43 -
Al pasar el triste cortejo por delante de la iglesia de San
Francisco se detuvo, y el reo rezó, en alta voz, el Credo, en
tanto salían del convento contiguo dos religiosos franciscanos,
pidiendo una limosna a los acompañantes para hacer los
funerales y aplicar algunas misas por el alma del que muy
pronto iba a ser ajusticiado.
Al concluir de rezar el Credo, volvió a absolverle el
sacerdote, continuando después el camino, siguiendo por la
calle de Galiana hasta llegar al sitio señalado.
¡Triste espectáculo! Desnudo, escueto, terrible, se levantaba
afrentoso garrote en lo más alto y visible del bosque.
Al ver el pobre reo el espantoso palo, temió por un
momento; pero el piadoso párroco le recordó en seguida la
pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y Patinota volvió
a resignarse.
El sacerdote, entonces, le abrazó varias veces, le acompañó
hasta el mismo tablado, le apretó la mano, le bendijo, le
absolvió de nuevo y se despidió de él hasta la eternidad.
El reo, entonces, pidió perdón a todos.
Aquella escena fue altamente conmovedora.
Antes de recibir Patinota el golpe mortal, cuando el
pueblo, conmovido, estaba conteniendo la respiración, se oyó,
en medio de aquel torbellino de gente, una voz entrecortada
y temblorosa, pero muy clara, que decía: «Hijo mío, subid al
cielo; subid al cielo, hijo mío, y pedid a Dios por mí.»
La mirada de la concurrencia se fijó en el sitio donde había
salido aquella voz y vieron una mujer desmayada.
Era María Álvarez, que no había tenido fuerzas para ver a
su ahijado morir.
- 44 -
El día de Corpus, la Octava, como llaman en Sabugo a la
fiesta mayor, se celebra siempre en esta parroquia con gran
fe y entusiasmo; los vecinos levantan arcos de tamariz en las
bocacalles y tapizan, con espadañas, flores y cenoyo (hinojo)
(1), el camino por donde ha de pasar la pro¬cesión.
El año que tuvo lugar la ejecución, los Vecinos de Sabugo
resolvieron hacer lo más solemne posible la fiesta sacramental,
para olvidar el reciente triste espectáculo del Carbayedo.
Todos los feligreses engalanaron las casas; pero la que
verdaderamente llamó la atención, por lo original de su adorno,
fue una casita de sencilla construcción, que formaba esquina en
la plazoleta central de Sabugo. En ella vivía, postrada en cama
de una parálisis, una mujer, que a todos inspiraba compasión.
La pobre enferma había mandado cubrir una y otra pared
exterior de la casita con grandes ramas de roble, que había
mandado cortar de los cuatro árboles del Carbayedo más
inmediatos al sitio donde tuvo lugar la ejecución.
Ya las campanas de la iglesia habían anunciado, con su
alegre repique, que iba a salir la procesión, cuando la paralítica
sintió deseos de ver a Jesús Sacramentado pasear triunfante
por las calles del pueblo, y mandó a unas vecinas que la sacasen
hasta la puerta, para poder presenciar el desfile procesional;
accedieron gustosas a ello, y no bien apareció la Hostia Santa
por la calle de Adelante, cuando se vio a la enferma salir a su
encuentro, completamente restablecida.
El hecho tan público corrió de boca en boca, y la casa de la
favorecida se llenó de gente.
(1) Esta simpática y tradicional costumbre de alfombrar con espadaña y plantas
aromáticas las calles en las procesiones del Santísimo, fue suprimida por el
Municipio, de acuerdo con la Junta de Sanidad, el día 25 de mayo de 1918.
- 45 -
Nadie pudo poner en duda que en la paralítica, al verla
moverse y caminar con desenvoltura, se había obrado una
curación milagrosa.
Esta señora era Angelina, la Patinota, madre del ajusticiado,
postrada en cama, cinco años hacía, por crueles y repetidos
disgustos.
Desde entonces lleva el nombre de Caina Santa la
estrecha calleja donde se realizó la cura milagrosa, que es la
que, arrancando de la Güerta de Mari-Able, va a perderse al
Campo de Faraón, quedando la costumbre de adornar con
ramas de roble la fachada de las casas el día de la sacramental
de la parroquia, costumbre que subsistió hasta el 1905. El
fangoso Campo de Faraón está hoy convertido en frondoso
parque, y La Caina Santa es ancha vía, donde luce su fachada
lateral el Gran Hotel.
María Álvarez había muerto, y heredera de sus bienes
Angelina, ésta, para conmemorar su feliz curación, y en acción
de gracias, regaló a la iglesia parroquial de Sabugo una lámpara
de plata (1), que lució muchos años delante del altar mayor.
La casa de María Álvarez se conservó, sin aparente
modificación exterior, hasta el año de 1914, en que el Municipio
de Avilés la expropió para ensanche de la calle de la Estación.
La Güerta Mari-Able se ha transformado en estos últimos
años, con arreglo a un plano de urbanización municipal, siendo
uno de los sitios más vistosos y alegres del popular barrio, por
el lujoso ornato de su moderna edificación.
(1) Esta lámpara, ya deteriorada por el uso, fue vendida el año de 1901, y con
su producto, se hizo la escalera lateral que da subida al coro de la antigua iglesia
de Sabugo.
- 46 -
«BOCANEGRA»
- 47 -
«Existían rivalidades en las dos parroquias; pero los vecinos
de Sabugo querían conservar la costumbre, que de tiempo
inmemorial había, de acompañar con sus imágenes la fiesta
mayor de la villa, para hacer más lucida la procesión y honrar
así a Jesús Sacramentado. Bocanegra aprovechó la ocasión
de estas disidencias y fué el primero que, con la imagen de
la Cofradía de los Mareantes, se introdujo en el puesto que
correspondía a las otras imágenes, tomándolo con violencia;
como los feligreses de San Nicolás se opusieran, se alteró
el orden, viéndose a los vecinos de Sabugo sacar espadas,
perturbando tanto la tranquilidad que la justicia se consideró
impotente para sofocarlo, resultando Varios heridos, y hasta
se afirmó que, de resultas de la contienda, había fallecido un
vecino de la calle de Cabruñana (2).»
Bocanegra era un vicioso, pero no un impío; conservaba en
su corazón ciertas devociones piadosas y contribuía de buena
voluntad con el quiñón que los pescadores reservaban en todas
las traíñas para festejar el día 2 de febrero a la Virgen tutelar.
II
- 48 -
Un día se notaba entre ellos cierta inquietud, y agrupados,
formando corrillo, hablaban con energía: estaban censurando
una acción cruel y repugnante que Bocanegra había cometido.
Éste, como de costumbre, había entrado en casa a
deshora de la noche, embriagado, sin poder tenerse de pie,
pronunciando las más groseras palabras. Su anciana madre, al
verlo en aquel estado y, sobre todo, al oírle aquellas blasfemias,
sintió una grande indignación y le recriminó diciéndole: «Que
el cielo no se había hecho para los borrachos.»
Bocanegra, con la vil arrogancia del idiota, le contestó:
— ¡Poco me importa el cielo! Cedo la parte que pueda
tocarme por un vaso de vino.
— ¡Perdido!—exclamó su madre al oírlo—, ¡Eres un
mal hijo! ¡Nunca fue así tu padre, cuyo nombre y el mió estás
manchando con tu inmunda baba!...
—¡Bueno, bueno, dejémonos de sermones!— rugió
Bocanegra, y soltó una palabra infernal.
Su madre no pudo entonces contenerse, y cogiendo el
taburete, lo tiró a su ingrato hijo, con objeto de intimidarle.
El banco no llegó a tocarle, cayó al lado de Bocanegra, y
éste, ciego por la ira lo cogió de nuevo, y en un momento de
indignación, volvió a tirarlo contra su anciana madre. Esta vez
el golpe fue certero, y la infeliz señora cayó al suelo bañada en
su propia sangre.
No fue grave la herida, pero al caer se fracturó el brazo
derecho; aquel brazo que tantas veces había arrollado al cuello
de su hijo para acariciarle y bendecirle.
Al ruido llegaron algunas vecinas, y la buena madre no
quiso culpar a nadie de aquella infame acción, llorando a
- 49 -
solas la ingratitud de su hijo. Éste, que ya era el ludibrio de
la parroquia, fue considerado desde entonces como un ser
maldito, y los niños, cuando le veían, huían de él aterrados, no
sin antes cerrar el puño, introduciendo el pulgar entre el dedo
medio y el índice para librarse de su sombra malhechora.
III
- 50 -
oscurecer amainó algo, pero sólo fue para recrudecerse con
más fuerza a media noche; el viento entonces fue impetuoso;
las nubes descargaron fuertes aguaceros, y el mar azotaba
terriblemente la débil barquilla, estrellándose las olas,
bramando, contra las rocas; todo hacia presagiar un desenlace
funesto y aterrador. Bocanegra, como más joven, se encargó de
las maniobras del palo mayor, pero no pudo resistir el empuje
del temporal; una ola traidora lo arrebató, envolviéndolo entre
!a nube de espuma, cuando plegaba el velamen.
Aquel fue un momento de supremo pavor; ninguno había
visto desaparecer a Bocanegra, tan oscura estaba la noche,
pero oyeron una voz que decía:
«Virgen de las Mareas, amparadme», voz sentida y
conmovedora que, en medio de la tempestad, resonó una y otra
vez en los oídos de los tripulantes: «Amparadme, amparadme.»
Lucharon algún tiempo más los marinos contra las
embravecidas olas, hasta que, al fin, cuando la fatiga ya iba
a concluir de rendir aquellos esforzados hombres, cedió, al
despuntar el día, el temporal, consiguiendo arribar al muelle
a las ocho de la mañana, sin velas, sin aparejos y en el más
lamentable estado.
Después de saltar en tierra, cuando el pueblo se enteró
de la desaparición de Bocanegra, aunque éste apenas tenía
simpatías, la caridad, tan arraigada en los vecinos de Sabugo,
se impuso, y resolvieron allí mismo tripular una lancha e ir
en busca del desgraciado náufrago; pues suponían que por su
juventud, robustez y destreza en nadar, pudiera defenderse
largo tiempo, y si acaso hubiese perecido, recoger su cadáver y
darle cristiana sepultura.
- 51 -
IV
- 52 -
esfuerzo, consiguió abrir la caja. ¡Momento sublime! Cuando,
quitada la cubierta, se presentó a la vista el contenido de la caja,
quedó el pueblo poseído de un gozo indescriptible, al par que
de una profunda admiración. Era una magnífica imagen de
Cristo crucificado; tenía ligeramente inclinada la cabeza sobre
el hombro y el cuerpo envuelto hasta la cadera con finísimo
lienzo.
Después que el pueblo hubo besado los benditos pies
del Crucifijo, fue trasladado procesionalmente, llevado en
hombros por los mismos religiosos a la iglesia de San Nicolás,
colocándolo provisionalmente al lado derecho del altar mayor.
- 53 -
Nadie podía reconocerlo; representaba como unos treinta
y cuatro años de edad, llevaba el cabello desgreñado y caído
sobre la frente, los pies descalzos y cubiertos de sangre y de
barro, faltábale la chaqueta, y por las roturas de la marinera se
le veían las carnes ensangrentadas, el pantalón completamente
desbaratado; iba envuelto en un gran lienzo de lona y llevaba
arrollado a la cintura un grueso y largo cordel; parecía la imagen
del sufrimiento. Acercóse al altar, dirige su vista humedecida
por las lágrimas hacia la bendita imagen y, visiblemente
emocionado, sin poder contenerse, exclamó: «Gracias, Dios
mío, gracias...» Y apoyando los codos sobre la balaustrada y
sosteniendo la cabeza con las manos, permaneció largo tiempo
en profunda meditación.
Aquel hombre era Bocanegra, el náufrago desaparecido
que todos creían sumergido en el fondo del abismo.
Éste fue el primer prodigio que el pueblo de Avilés atribuyó
al Crucifijo encontrado milagrosamente en el mar.
Actualmente se venera, colocado en altar propio, en una
hermosa capilla edificada en el año 1725, costeada por el
Municipio y vecindario en !a iglesia de San Nicolás.
Desde entonces es grande la veneración que los avilesinos
tienen al Santísimo Cristo, y los muchos exvotos colocados
en las paredes de la capilla recuerdan otros tantos prodigios
atribuidos a su poderosa intercesión, celebrándose su fiesta
principal con gran pompa el 14 de septiembre, a la que suelen
acudir romeros de todas las parroquias del arciprestazgo.
Es característico de esta preciosa imagen, que lleva por
antonomasia el nombre de «El Cristo de San Nicolás», el tener
un clavo en cada pie y el de estar éstos calzados con magníficas
y labradas láminas de plata.
- 54 -
VI
- 55 -
humano, al verme envuelto entre las aguas, acudí a la Virgen
de Las Mareas, brilló al mismo tiempo en los cielos la luz de
un relámpago y aproveché la ocasión para dirigirme a una peña
inmediata; me acercaba a ella, cuando un cachón de mar me
arrojó otra vez hacia dentro y me hizo chocar con un objeto
flotante, pude asirme a él, y con auxilio de una cuerda, que aún
conservo, llegué felizmente a la costa.
»Allí permanecí hasta que llegó a despuntar el día, y
entonces pude observar que la nave salvadora tenía una forma
muy particular; hubiera deseado cogerla, pero me faltaron las
fuerzas y tuve que abandonarla.
»Cuando me puse a caminar para venir a casa, apenas podía
moverme, y con gran trabajo arribé a una cabaña, en donde
encontré hospitalidad; en ella estuve dos días secándome
la ropa; me despedí de aquella buena gente y eché a andar,
faldeando los montes que separan a San Juan de Nieva de
Avilés, y al atravesar el puente de San Sebastián, supe que se
iba a celebrar una solemne función en la iglesia de San Nicolás;
entré en el templo, y... no puedo recordarlo sin lágrimas: lo
primero que se ofreció a mi vista, fue la caja en que me había
salvado...»
Y al decir esto, sacaba del bolsillo un pañuelo y enjugaba
sus apagados ojos.
«¿Veis ese Crucifijo?, les decía, yo ahora no lo veo, pero ahí
debe estar en la pared; ése le mandé yo hacer y colocarlo ahí.»
Y les señalaba la imagen colocada sobre la puerta.
«Pues bien; dentro de la caja había un Crucifijo
completamente igual a ese en la forma, pero mucho mayor,
que ahora se venera en la iglesia de San Nicolás.
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»¡Cuánto hubiera querido ser el portador del precioso
tesoro! Pero ya que, por mis culpas, no he merecido tanta
dicha, me consuela saber que Dios me ha perdonado, y ahora
bendice mi morada.»
Esta historia contaba aquel venerable anciano a los niños,
y los niños se consolaban con oírla.
¡Cuánto endulza la resignación cristiana las tristezas de la
vida!
Aquel viejecito tan resignado y complaciente, era
Bocanegra, que en su juventud tantas maldades había
cometido.
- 57 -
DON GARCÍA
- 58 -
túnica, ceñidor y corona de espinas (1), se siente conmovido y
avergonzado, y sin darse cuenta, descubre su cabeza, hinca sus
rodillas en el suelo, y formula en su corazón una plegaria que sus
labios no aciertan a descifrar; en tanto el creyente, subyugado
por la dulzura de su mirada, ve en Jesús el refugio seguro, donde
halla consuelo para sus dolores, Valor incomparable para su fe.
Recuerda Avilés con verdadero júbilo el mes de abril de
1894.
A las puertas de la capilla de Galiana, donde se Venera
la imagen de Jesús entre los numerosos fieles que desde
las primeras horas de la mañana esperaban alrededor del
santuario, destacaba un grupo de hombres, de tranquilo
semblante, en los que se notaba aún las huellas de pasado,
pero profundo sentimiento; eran los peregrinos obreros, los
cuales, a su regreso de besar la sandalia y de recibir en Roma la
bendición apostólica de Su Santidad León XIII, querían dar
una prueba pública de amor a Jesús, a quien habían invocado
cuando el Beliver, buque donde regresaban, se vio, al atravesar
el estrecho de Bonifacio, envuelto en deshecha tormenta:
postrados en tierra los peregrinos, llevando una vela encendida
en las manos, caminan de rodillas de dos en dos el trecho que
media entre la verja y la puerta de entrada, suben en la misma
violenta postura los escalones que dan acceso a la capilla, y de
rodillas, continúan hasta acercarse a la balaustrada que en el
santuario separa la capilla mayor.
Allí les esperaba el señor cura párroco don Rafael Cabal,
y en sentidas frases, después de celebrar misa en acción de
gracias, oída por todos los peregrinos, les dice: «Que durante
(1) Esta antigua y popular costumbre de vestir de nazarenos los que llevaban en
procesión la imagen de Jesús, desapareció el año de 1901.
- 59 -
las amargas horas que lucharon contra el temporal, Jesús les
veía, Jesús los oía y Jesús les esperaba; y ya veis, continuó el
venerable párroco, cómo habéis vuelto, después de haber visto
al Jerarca supremo de la Iglesia, a abrazar a vuestras esposas, a
besar la frente de vuestros hijos...»
Los peregrinos no pudieron contener la explosión de
júbilo, y dieron en el mismo sagrado lugar vivas a Jesús, que
fueron repetidos por la multitud, cantando luego el siguiente
himno:
Cante Avilés a su Jesús querido,
que es de su fe perpetuo pedestal,
y al Vicario inmortal de Jesucristo
llegan sus ecos de filial piedad.
II
- 60 -
al río de San Martín, en una sencilla cabaña, y descansaba
siempre sobre el duro suelo, no teniendo otra compañía que
una imagen de Jesús, ante la cual pasaba largas horas en
profunda meditación.
Su regla de vida era la oración, el ayuno y las disciplinas; y
si algún tiempo le quedaba libre, lo empleaba en hacer objetos
piadosos, que luego distribuía entre las personas que con
frecuencia iban a visitarle.
Los que le conocían, y sobre todo los que le trataban, le
llamaban el santo.
III
- 61 -
después de la festividad religiosa se preparaba el pueblo para
celebrar la tradicional fiesta de la «Sortija».
Un gentío inmenso llena la calle de la Ferrería, y los vecinos
engalanan las fachadas de las casas para realzar más el festival.
Entre los caballeros que habían de correr, lanza en ristre,
se distinguía Don García, por la arrogancia de su figura, la
riqueza de sus vestidos, y, sobre todo, por el orgullo que sentía
de haber salido otras veces vencedor.
Iba a comenzar la fiesta y Don García dirige su mirada a
uno y otro lado, como buscando a una persona de antemano
convenida; paseaba de arriba para abajo y recorría, preocupado,
los distintos sitios del torneo sin detenerse en parte alguna;
era indudable que obraba movido por alguna pasión: había
visto, en un momento dado, una dama cubierta con manto,
que le impedía ver sus facciones y se había encaprichado en
conocerla.
Don García todo lo creía fácil, y consideró punto de
conquista el volver a encontrarse con la dama.
La casualidad le deparó sus deseos, presentándosela ante su
vista más ideal; al verla, se acercó a ella, y sin poder contenerse,
le dirigió algunas triviales galanterías que la encubierta dama
rechazó con dignidad, huyendo de su presencia.
Esto sólo sirvió para avivar más y más la pasión de Don
García.
Volvió otra vez el galán a encontrar a la misteriosa dama,
y entonces pudo oír Don García una melosa voz que le dijo:
«Pronto, pronto nos veremos», y huyó, dejando señalado el
sitio con un olor de fragante perfume.
Animado Don García con la esperanza de ver y de
- 62 -
conocer a aquella ideal criatura, hace juegos admirables y es
aplaudido por el pueblo, que le saluda vencedor; cuando más
entusiasmado estaba Don García oyendo los aplausos, siente
sobre sus hombros que una mano fina, enguantada, le toca
ligeramente; vuelve la vista atrás, y oye de nuevo la voz de la
misteriosa dama, que vuelve a decirle: «Pronto, pronto nos
veremos.»
Don García, entonces, emocionado, le contesta: «Deidad
de mis ensueños, ídolo de mis amores, no basta que me digas
pronto, es preciso que me digas cuándo y dónde, si no quieres
torturar mi corazón.»
—Hoy mismo y aquí—replicó la dama, perdiéndose entre
la multitud.
Terminada que fue la fiesta, y proclamado vencedor Don
García, no quiso separarse de la pista; al mismo tiempo parecía
insensible a las alabanzas que le tributaban, y sólo esperaba
el desfile de la concurrencia, para poder hablar a solas y
detenidamente con el ser que embargaba sus pensamientos.
Paseaba una y otra vez Don García por delante de la iglesia
de San Nicolás, donde había Visto la última vez a la dama, y
se impacientaba por lo mucho que tardaba en acudir a la cita;
cada momento que pasaba le parecía un año. Al fin se presentó
la enlutada joven, y con dignidad, se dirigió al vencedor de los
juegos. Este, al verla, aproximándose a ella, como impelido
por una fuerza misteriosa, le dice:
—Sois poco exacta, señora, sabiendo lo mucho que estoy
sufriendo por conoceros.
—Nunca es tarde, si la dicha es buena -contestó la
encubierta dama, con cariñosa voz.
- 63 -
Al oír esto Don García, lleno de satisfacción, le dice:
—Espero, ideal de mis amores, me concedáis el favor de
descubrir vuestro rostro nacarado y perfecto como una ondina
del mar.
—¡Imposible, señor, imposible! ¿Te imaginas dónde
estamos?
—Indicadme al menos dónde debo seguiros— contestó
Don García.
—¡Sois algo exigente, caballero!—exclamó la dama, con
seductora sonrisa.
—Perdonad si os soy molesto, pero insisto en que me
mostréis vuestra hermosa faz descubierta; de otro modo, no
podremos entendernos.
—Pues bien: lo queréis, sea, acercaos...
Y la dama quitó, no sólo su velo, sino toda su vestidura...
Era un hórrido y espantable esqueleto, que abrió sus
brazos descarnados, como para abarcar el cuello del libertino
joven; un esqueleto de cuyas concavidades oculares salió una
luz cárdena, y cuyas mandíbulas se abrieron, como si intentara
una sonrisa de burla, imposible de marcar, soltó una carcajada,
y exclamó:
«El mundo es vanidad, y sólo puede ser feliz el que sigue el
camino de la virtud.» Y esto dicho, desapareció.
Don García, poseído de pavor, enloquecido por el espanto,
huyó de aquel sitio, erizado el cabello, la mirada delirante,
trémulo y gritando: «Eternidad, eternidad...»
Advertido de este modo por Dios el libertino joven,
entró en casa, trocó sus lucientes vestidos por humilde sayal,
y se dirigió a pie a Compostela, para continuar después su
- 64 -
peregrinación a Roma y obtener del Papa la absolución.
Cinco años empleó en este penitente viaje, y a su regreso de
Roma, trajo una preciosa imagen de Jesús postrado en tierra
con la cruz sobre el hombro, considerada, por su inspirada
ejecución, como una joya del arte religioso.
- 65 -
el momento, por todos deseado, de conocer la persona del
penitente.
Silencio profundo reinó en el templo, cuando el señor cura
tomó en sus manos el breviario, sacó de él el escrito, y leyó su
contenido.
En él se contaba la historia referida, y legaba la imagen de
Jesús, testigo de sus penitencias, a la pequeña ermita que había
cerca de su cabaña.
Los fieles, después de oír la lectura, cayeron en el suelo de
rodillas, como impelidos por un resorte.
El penitente era Don García.
Hoy, la devota imagen, conocida con el nombre de Jesús
de Galiana, derrumbada la ermita del río San Martín, adonde
la había donado el penitente, pasó a la capilla de San Roque,
edificada por el Municipio de Avilés en abril de 1653, en donde
la imagen es objeto de gran veneración (1).
(1) Esta artística imagen de Jesús de Galiana, hay quien afirma ser obra del
escultor don Luis Fernández de la Vega, natural de Llantones, pueblecito
próximo a Gijón, que floreció en el siglo XVII, habiendo fallecido el 27 de febrero
de 1674.
Otros dicen que fue tallada por don Gregorio Hernández, jefe de la escuela
escultórica vallisoletana, maestro que ha sido del señor Fernández de la Vega.
El origen de la imagen, según se indica en la leyenda, no tiene más autoridad
que la que quiera darle el lector.
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«EL CRUCERO» DE SAN FRANCISCO
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en el sitio más céntrico de la población: contiguo a la torre
del templo, excitaba la devoción del visitante un Crucero que,
prescindiendo de su mérito artístico y legendaria antigüedad,
era objeto de gran veneración.
Ocupaba el trono español don Carlos II, último
representante en España de la casa de Austria, y no teniendo
sucesión, su carácter apocado puso en conmoción a los reyes
de Europa, que se adelantaron, antes de morir el hechizado
monarca, a dividir el reino de España y sus posesiones
mediante el tratado de La Haya, celebrado en 11 de octubre
de 1698, dando a cada contrincante una parte de la monarquía
española.
Disgustado el enfermizo rey por esta desmembración
tan opuesta a los sentimientos del pueblo, nombró heredero
universal al príncipe de Babiera; pero por desgracia, habiendo
muerto al año siguiente este joven sucesor, volvió la corona
de España a ser disputada con más ardor, mediando la
circunstancia de ser tan sólo dos las naciones que la solicitaban:
Francia y Austria.
Molestado don Carlos por tantas intrigas, consultó con el
Papa Inocencio XII tan transcendental cuestión, y el Pontífice,
previa consulta de una Junta de respetables ministros, opinó
que el derecho de sucesión al trono de San Fernando asistía
a don Felipe de Borbón, duque de Anjou, hijo segundo
del Delfín, y, por tanto, nieto de Luis XIV y de doña María
Teresa de Austria, hermana mayor del rey y heredera, por
consiguiente, del trono español. En vista del parecer del Santo
Padre, don Carlos otorgó testamento, dejando heredero de
toda la monarquía española al duque de Anjou, proclamado
- 68 -
más tarde rey (1700) con el nombre de Felipe V.
Esta nueva disposición testamentaria del monarca español
alarmó a todo el Occidente, sobre todo cuando Luis XIV, al
presentar ante el cuerpo diplomático al nuevo rey español,
terminó su discurso diciendo: «Ya no hay Pirineos.» Esta
frase, que resonó en toda Europa, fue el grito de guerra que
duró varios años, viéndose en este tiempo regados con sangre
los campos europeos.
Los aliados contra la dinastía de Borbón tuvieron propicia
la suerte de las armas, y en poco estuvo que después de la
batalla de Malplaquet exigiesen los de la gran alianza que Luis
XIV arrojase a su nieto del trono de San Fernando; esto no
era posible; el pueblo español estaba resuelto en mantener en
Madrid al rey que había jurado y ofreció espontáneamente sus
bienes y sus vidas para continuar la guerra; los ánimos estaban,
si cabe, más excitados.
Diez y ocho años contaba entonces el ilustre hijo de Avilés,
distinguido oficial de caballería, don Pedro Lucuce de Ponte,
cuando el duque de Vendóme vino a España a continuar y
dirigir las operaciones de la guerra. Muchos fueron los que
de todas las provincias españolas empuñaron las armas al
mando del célebre guerrero francés, cuya presencia en nuestra
Península bastó para que la lucha cambiara de aspecto; las
esposas alentaban a sus maridos al combate, y las madres eran
las primeras en alistar a sus hijos, infundiéndoles ellas mismas
valor; jamás se vio una lucha más encarnizada en defensa de
una dinastía que había jurado el pueblo español.
III
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El 4 de diciembre de 1710, se despedían en Avilés de
sus respectivas familias dos jóvenes de noble aspecto que
marchaban a Castilla para ponerse a las órdenes del rey: uno de
ellos se distinguía por las estrellas que lucía en las bocamangas
de la guerrera: era don Pedro Lucuce de Ponte; el otro, algo más
joven, iba por primera vez a templar su acero en los campos
de batalla, llamábase don Alonso, y estaba emparentado en
línea muy inmediata con don Manuel Fernández de Avilés,
gobernador de la ciudad y plaza de Guayaquil, en el Perú.
Una lluvia tenaz y fría caía monótonamente en las
solitarias calles; y sólo se percibía el agrio crujir de las veletas,
azotadas por la desagradable ventisca, cuando los dos jóvenes,
decididos y animosos, ultimaban los preparativos del viaje. Ya
habían ensillado los caballos cuando las campanas de la iglesia
de los franciscanos les anunció, muy de mañana, la hora del
Angelus; se dirigen al templo, hacen breve oración, porque el
tiempo urge, y cuando salían ven cruzar bajo los soportales una
persona cubierta con largo manto y acercarse aceleradamente
a la iglesia; detúvose de improviso el más joven, y, después de
reconocer a la señora, dice a su compañero: «Es mi madre,
mírala.»
Era, en efecto, doña Beatriz de Miranda, que buscaba a su
hijo para darle el último adiós.
Corrían las lágrimas por las mejillas de doña Beatriz, y
el noble joven sentía oprimírsele el pecho bajo el peso de la
congoja; tres veces se habían ya despedido y otras tantas
vuelto a juntarse, hasta que, al fin, doña Beatriz, quitándose
una medalla que de su pecho pendía, que era un recuerdo de
- 70 -
familia, la llevó a los labios, y besando la imagen de la Virgen,
en la medalla gravada, y rociándola con sus lágrimas, exclamó:
«Virgen santísima, sé tú depositaría de estas lágrimas y de mi
dolor, y por ellas y mis oraciones defiende a mi hijo de las balas
de sus enemigos.»
Colgó luego la medalla al cuello de su hijo, y, haciendo un
violento esfuerzo, huyó al templo a desahogar en la soledad del
santuario su inmenso dolor, dejando a su hijo preso de mortal
angustia.
Aquella separación del hijo único, quizá motivaría a doña
Beatriz su temprana muerte.
Unos momentos después de esta entrevista, sólo se sentía
el trote de dos caballos, que a merced de las sombras de la
oscuridad, dejaban la población atravesando la calle del Rivero,
siguiendo luego el camino que de Asturias conduce a Castilla.
Tres días tardaron en unirse al ejército del Rey, a la sazón
ya victorioso en Brihuega, en donde habían hecho prisionero a
los escuadrones ingleses al mando del general Stanhope; pero
faltaba dar aun el golpe definitivo a los aliados, que asegurara
para siempre la corona en las sienes del monarca español, y
éste tuvo lugar en los campos de Villaviciosa, donde las tropas
españolas derrotaron por completo a Stareniberg, durmiendo
la noche del 9 de diciembre, el vencedor Felipe V, en el campo
de batalla, sobre una cama hecha con las banderas arrebatadas
al ejército enemigo.
En esta memorable acción pelearon con valor nuestros
héroes, que recompensados por el Rey, merecieron el bien de
la patria.
- 71 -
IV
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su encuentro un paje, el cual, conmovido, le dijo: «Venid, señor
caballero, venid, apresuraos, si no queréis llegar tarde; vuestra
señora madre os espera para daros el último adiós.»
Imposible describir el efecto que estas palabras produjeron
en nuestro héroe; entonces, por primera vez, se hizo cargo
del extraño aspecto de las personas que entraban y salían del
palacio, y de las lágrimas de la servidumbre; sintió un frío
sudor por todo el cuerpo, y siguió andando silencioso.
Tanto le habían impresionado las palabras que acababa de
oír.
Así atravesó los distintos salones de la casa hasta llegar a la
alcoba de su madre. ¡Valiérale más no haber nunca!
Bajo un pabellón conopial, oculta entre almohadones,
luchando con las convulsiones de la agonía, pálida y
desencajada, estaba doña Beatriz, que, al saber la llegada de su
hijo, pedía a Dios, desde el fondo de su corazón, un momento
más de vida para poder ver, por última vez, al hijo querido de
sus entrañas y poder darle su postrera bendición.
El hijo, trémulo y tembloroso, se acerca al lecho del dolor, y
doña Beatriz, al verlo, dirigiéndole una mirada, dulce como el
amor, triste como la despedida, hace un supremo esfuerzo, se
incorpora pesadamente sobre los almohadones, y con apagada
voz dice a su hijo: «Hijo mío, por fin he vuelto a verte»; luego,
pidiéndole la medalla que le había dado cuando vistió el
uniforme de militar para besarla, alzó los ojos al cielo y volvió
a decir: «Virgen Inmaculada, ahora muero tranquila, porque
he visto a mi hijo; haced que, juntos, volvamos a vernos en los
cielos»; y esto dicho, se dejó caer sobre los almohadones.
No es fácil describir la triste escena que entonces se
- 73 -
desarrolló: la moribunda trató de incorporarse nuevamente,
pero sólo fue para entregar su alma a Dios.
Entretanto, don Alonso no hablaba, no se movía; parecía
que el dolor le había petrificado dentro de su armadura, si no
se oyesen las palpitaciones de su corazón y no vagaran sus ojos
de manera extraviada; al fin, el valiente soldado, pareció volver
en sí, y como si por primera vez presenciara el triste cuadro
que a su vista se ofrecía, se dejó caer, desplomado, a los pies
de la cama de su difunta madre, produciendo el choque de las
piezas de la armadura contra el pavimento un ruido sordo, que
resonó triste, muy triste, en aquella mansión del dolor.
- 74 -
mereciendo, por espacio de cerca dos siglos, el respeto de los
fieles.
El Crucero, como así lo llamaban por reformas habidas en
aquella hermosa parte de la población, hubo de ser trasladado,
y se eligió como sitio más a propósito para su nuevo solar, el
contiguo a la torre de la iglesia de San Francisco, por ser lugar
muy visible y preparar, por medio de la venerada efigie, el ánimo
de los fieles a la oración, en su acceso al templo parroquial.
VI
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e ingeniero de nuestras posesiones africanas, profesor de
la Academia Militar de Barcelona y director del mismo
establecimiento, llegando paso a paso a teniente general
e ingeniero general del arma. Habiendo fallecido el 21 de
octubre de 1779, a los ochenta y un años de edad.
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LA FUENTE DE LA XANA
II
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bellos del florido mayo, en el valle que risueño se extiende por
el mediodía de la población, en la falda de la vistosa colina de
La Luz, en ocasión en que Aurelio, intruso rey de la naciente
monarquía asturiana, recorría, acompañado de pomposo
séquito, los distintos pueblos de su dominio, escogiendo las
hermosas, entre las más hermosas doncellas, para pagar el
bochornoso tributo con que había comprado la paz al califa
de Córdoba.
La delicada belleza de Hermesenda, moldeada por quince
primaveras, impresionó vivamente al sibarita rey, nacido
más para conquistas amorosas que para forjar armas con que
librarse del ominoso yugo de Abderramán.
No se escapó a los ojos de Hermesenda los aviesos deseos
del monarca, que, prendado de la casta zagala, dio órdenes
para que fuese trasladada a su palacio, situado en las márgenes
del Nalón.
La conducta del rey, en su repugnante pacto, despertó
la animosidad de sus súbditos, que más hubieran querido
sellar con sangre que con el deshonor las relaciones con los
adoradores de Mahoma.
Cuando los reales mensajeros llegaron a la humilde morada
de Hermesenda, para comunicarle la infausta embajada de
que eran portadores, ésta se sintió herida en su dignidad, y
esquivó en lo que pudo el mandato del intruso rey, haciendo
ver a los comisionados que la muerte le sería más dulce al lado
de su familia que el compartir en el palacio de Azzahara de los
lascivos encantos del harem.
Como un dardo cayó la respuesta a los embajadores, que
no sabían cómo portarse ante aquella candorosa doncella,
- 78 -
pues las órdenes habían sido terminantes e imperiosas, y, sin
embargo, no se atrevían arrancar por la fuerza de su vivienda a
la casta zagala, donde disfrutaba de la tranquila vida del hogar.
Pesarosos volvieron los mensajeros a la regia morada del
monarca, quien al verlos llegar sin la elegida joven, después
de increparlos severamente por su deslealtad, quiso él, en
persona, trasladarse a la casa de Hermesenda para conseguir
lo que sus mandatarios no habían podido realizar.
El rey, con su guardia de honor, salió una mañana de su
palacio en dirección al sitio donde la doncella vivía. La granja
que Hermesenda habitaba era vistosa: blanca como un nido de
palomas, colocada en medio de un ameno jardín, regado por el
cristalino río de la Texera, y sombreada por frondosa alameda,
ofrecía el fantástico efecto de un idilio de amor.
El rey detuvo su séquito cabe la misma puerta de la
zagala, y al través de la sencilla celosía formada de mimbres,
en donde la madreselva se enlazaba amistosa con la malva
silvestre, descubrió a Hermesenda más bella aún que la
primera vez: sus ojos azules, su frente blanca y despejada, su
hermosamente cincelada nariz, su cutis nacarado, sus labios
rosados, entreabiertos, dejando ver su diminuta blanquísima
dentadura, su abundosa cabellera, naturalmente rizada,
cayendo en caprichosos bucles sobre sus hombros, sus manos
finas y blancas como el armiño, activa, laboriosa, entretenida,
cantando con argentina voz, al compás de sus quehaceres,
letrillas saturadas del más puro amor.
El rey, sorprendido ante tan casta hermosura, apenas tuvo
valor para distraerla, y se quedó estático contemplándola
desde el jardín. Hermesenda, al verlo, se estremeció de pavor;
- 79 -
presagiaba el peligro que la esperaba, y, lista como una gacela,
desapareció de la vista del rey, huyendo por la parte trasera a
ocultarse entre la espesa empalizada, cubierta de follaje, que
rodeaba su risueña mansión.
El monarca quedó por aquel momento burlado; pero no
desmayó en su propósito de conseguir a la doncella, en lo que
había empeñado su honor; la busca, la sigue, y cuando iba a
darla alcance, se estremece: estaba al lado de una fuente donde
se reflejaba la delicada imagen de Hermesenda.
Una espuma blanca apareció entonces sobre la
superficie de las aguas, y de aquella espuma salió una figura
extraordinariamente hermosa, brilló una vivísima luz, y en sus
destellos purísimos, desapareció la casta y gentil zagala.
Aquella visión era una xana (1), que ocultó entre los
manantiales a la tímida y candorosa doncella.
Hoy las aguas del manantial filtran, al través de la hierba,
deslizándose, como otras tantas gotas de rocío, que se
desprenden de las flores cuando las mecen las auras matinales:
son las lágrimas de la bella Hermesenda, que, encantada, mora
en aquel cristalino manantial.
(1) Especie de ondinas, que el vulgo cree habitan en los manantiales, de donde
salen en determinados días de la leyenda, aparece tejiendo, con hilos de oro, una
corona mural para ceñir la frente del primero que tenga la dicha de verla, a las
doce en punto, la noche de San Juan.
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EL CALLEJÓN DEL CUÉLEBRE
II
- 81 -
tanto penosa la navegación; antes del amanecer, había salido
del muelle de Sabugo una lancha trainera, y las familias de
los tripulantes, intranquilas por lo desapacible del tiempo,
corrían unas a dar vuelta a la teja del pórtico de la iglesia de San
Cristóbal (1), mientras otras subían a la Atalaya, a ver si podían
divisar la embarcación; el mar estaba imponente, y hacia la
orilla, pudieron observar, con natural asombro, un objeto largo
y monstruoso, que se revolvía en medio de las encrespadas olas,
luchando desesperadamente contra la rompiente de las aguas;
vencido unas veces y vencedor otras, llegó un momento en
que el monstruo, empujado por la novena oleada, fue arrojado
a la playa, sin poder volver al líquido elemento, de donde
había salido, por más esfuerzos que hacía para conseguirlo;
una vez en la arena, y arrastrándose por junto a la Mareuca,
los vigías reconocieron una enorme serpiente, no tan grande
como la que vieron los ingleses, que medía mil yardas (2), pero
sí más terrible, que arrollándose sobre si misma, y lanzando
silbos de coraje, avanzaba amenazadora por el pantanoso
lecho, subiendo luego por la ladera del bosque, hasta que fijó
su asiento en medio de espesos matorrales; el fundado temor
puso en alarma a los tranquilos espectadores, que muy pronto
abandonaron el puesto para ir a comunicar la infausta noticia
entre sus convecinos; llegaron a Sabugo, y sin esperarlo, ya
estaba la lancha en el puerto, por no haber podido dominar
la barra a la salida, viéndose obligados a recalar al muelle para
evitar un naufragio.
(1) Hasta hace pocos años iba alguno de la familia de los marineros a la
inmediata parroquia de San Cristóbal, para dar vuelta a la teja del pórtico,
cuando el viento no era propicio para salir la embarcación, creyendo que el
mover la teja influía en el curso de los elementos.
(2) Annals of natural history, sec. 4, Vol. 9, pág. 848.
- 82 -
Después de la primera impresión, los vigías contaron
el raro fenómeno que habían visto, comentándolo a su
manera; la curiosidad puso en movimiento a gran número de
personas que, impacientes por ver la monstruosa serpiente,
salieron de Sabugo, uniéndose todos al llegar a un alto recodo
donde empezaba a verse el mar, llamando aquel sitio de la
primera reunión, donde hicieron alto, La Parada. En seguida
continuaron la subida hacia San Cristóbal, acampando en
su planicie; en este sitio se unieron otros muchos vecinos,
y allí discutieron el modo de cómo habían de salir en busca
del animal; por unánime conformidad fueron elegidos veinte
vecinos de los más atrevidos y robustos y los armaron con
sables, por lo que llamaron aquel lugar La Sablera. Aceptaron
los elegidos el compromiso, y animados del mayor entusiasmo,
creyendo segura la victoria, partieron de La Sablera en orden
de batalla, dispuestos a la lucha; se acercan al monte, y los silbos
siniestros del ofidio les indica el sitio donde éste descansa;
avanzan un poco más, y el terrible animal se les presenta con
toda la desnudez de su ferocidad; sus ojos chispeantes, su boca
arrojando veneno, sus escamas erizadas a manera de puñales
y el cuerpo, en general, hecho todo él una cadena de anillos
encendidos; ver los valientes la serpiente y echar a correr fue
todo obra de un momento; la aterradora noticia se comunicó
con rapidez por el pueblo, y al poco tiempo ya se comentaban,
con harto dolor, los estragos que causaba en los rebaños aquel
monstruo salido del abismo. Los ganados eran diezmados, los
animales de todas clases iban desapareciendo unos tras otros,
y hasta la vida de las personas ofrecía grandes peligros en
aquellos contornos; al fin, para conjurar de alguna manera el
- 83 -
mal, resolvieron los vecinos mantener en su misma madriguera
a la serpiente, arrojándole todos los días una vaca o un caballo
para su comida, para que, así alimentada, no saliera de las
selvas.
Así lo hicieron por espacio de algunas semanas, pero
el tributo era demasiado caro y, además, iba escaseando, al
mismo tiempo que el hambre empezaba a notarse en toda la
ciudad. En tan críticas circunstancias imploraron el auxilio de
los frailes de la Merced, recientemente establecidos en Raíces,
para ver si podían librarles de aquel cautiverio tan triste, como
el que podían sufrir los cristianos prisioneros en Argel.
Los religiosos, al oír el relato, sintieron amargo pesar,
porque no estaba en sus medios, ni tampoco en sus atribuciones,
el poder rescatarles de aquel monstruo salido del abismo; sin
embargo, les dieron algunas esperanzas.
En las inmediaciones de Raíces había estado emplazada la
fortaleza de Gauzón, y en medio de sus ruinas se descubrían
grandes piedras, que podían aprovechar para lanzarlas contra
el animal. El proyecto no era del todo malo, pero ofrecía
algunas dificultades y no pocos inconvenientes; porque de no
dar muerte a la serpiente, podía ésta tomar serias venganzas,
saliendo de su madriguera, y en medio del poblado desahogar
su furor; así que después de bien pensado el asunto, resolvieron
desollar una vaca, y con su piel cubrir un capitel, que era la
piedra mayor y de forma más apropiada que se conservaba del
derruido castillo, y arrojarla por la pendiente, como si fuese el
alimento que diariamente se le proporcionaba. La serpiente,
al ver rodar a su lado la simulada vaca, se lanzó sobre ella y
la tragó, sin hacer el menor reparo; poco tiempo después, el
- 84 -
feroz ofidio, haciendo desesperadas contorsiones, se arrollaba
y mordía a sí mismo, silbaba de un modo aterrador, batíase
contra las piedras, despedía de sí una saliva viscosa por entre
la escamosa piel, que aumentaba de volumen a medida que
más se arrastraba; hasta que por fin quedó rígido en medio del
carrascal.
Los vecinos de San Cristóbal, particularmente los de la
Garita, al ver muerta la serpiente, batieron palmas de júbilo; la
tuvieron tres días expuesta a la curiosidad de las gentes, y, por
último, la abrieron en canal para extraerle la piedra que había
motivado su muerte, arrojando después el fatídico monstruo
al fondo del abismo de donde había salido.
La piedra estuvo algún tiempo señalando el sitio donde
la serpiente dejó de existir, llamándose aquel lugar desde
entonces El Callejón del Cuélebre, nombre que aún conserva
en la actualidad.
Los franciscanos, andando el tiempo, recogieron aquella
piedra, en la que descubrieron un capitel de mármol,
primorosamente tallado, y lo conservaron como preciada joya
arquitectónica, heredada del famoso castillo de Gauzón; hasta
que más tarde, después de prestar servicio como pila de agua
bendita, fue convertido en pila bautismal, que hoy luce con
singular hermosura en la iglesia de San Francisco, parroquial
de San Nicolás de Avilés.
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EL CASTILLO DE GAXÍN
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Habíanse propuesto ambos esposos labrar la felicidad
de sus súbditos, fundando, en su alcázar, un asilo en donde
el peregrino encontrase albergue y el indigente pudiera
remediar sus necesidades; así que, desde los primeros días de la
fundación, acampaban al pie del castillo multitud de personas,
a quienes socorrían, dándose el caso de mandar abrir sus
graneros y de ponerlos a disposición de sus vasallos cuando el
año de 1483(1) el hambre y la miseria habían hecho grandes
estragos en la comarca, agotándose las municiones todas en
gran cantidad acumuladas en la señorial casa de Albar.
Si dadivoso era el conde, la condesa era llamada el Ángel
de la Caridad.
Parecía ser el castillo de Albar la mansión de la dicha, de
donde salían y adonde iban a parar las bendiciones de sus fieles
súbditos.
No les faltaba otra cosa para ser felices, en lo que
humanamente cabe en esta Vida, sino que el cielo les
concediese un descendiente que fuese he¬redero, al par que de
su rango y señorío, de la virtud, que era el más preciado blasón
de la linajuda estirpe; al fin, cuando menos lo esperaban, un
robusto niño Vino a completar la alegría en aquella espléndida
mansión; se hacen los preparativos para el bautizo; el conde
desea solemnizar el feliz natalicio e invita a todos sus vasallos
para tomar parte en la augusta ceremonia.
El bautizo, celebrado con aparatosa solemnidad, fue un
verdadero acontecimiento que el conde quiso señalar con su
acostumbrada caridad.
- 87 -
II
III
- 88 -
vigilante celo, apartar del niño ciertos instintos muy contrarios
a los hermosos sentimientos de caridad, que los condes
procuraban inculcar en su tierno corazón: se complacía el
infante en torturar a Los pajaritos y en hacer otras travesuras
de siniestro proceder, y aunque los padres, para acostumbrarle
a la práctica de la caridad, procuraban que el niño distribuyese
las limosnas a los pobres, notaban en el condesito cierta
repulsión en el ejercicio de esta hermosa virtud.
Muertos los condes, debido en parte a los disgustos que
les causaba la conducta poco edificante de su hijo, quedó éste,
joven aún, heredero de un gran patrimonio; el pueblo había
previsto que el nuevo dueño del castillo olvidaría pronto la
tradicional costumbre de sus antepasados y que, por tanto,
desaparecería la caridad de aquella noble familia, en donde
había estado vinculada.
No se hizo mucho esperar tan triste presentimiento.
IV
- 89 -
de la oscuridad, como se apodera de la conciencia de un
malvado el recuerdo de su vergonzosa vida.
Una hora hacía que aquellos infelices imploraban
inútilmente la caridad a las puertas del castillo, cuando de
repente, y como por encanto, se levantó el rastrillo y entra un
venerable anciano encorvado por el peso de los años, sostenido
por el cariño de tres nietecitos, el mayor como de nueve años
de edad, que le servían de báculo en su vejez.
Al verle, los mendicantes se descubrieron en señal de
respeto.
El que llegaba había sido preceptor del difunto conde.
Con la presencia del venerable anciano dejaron entrever
una esperanza de socorro; pero pronto aquella esperanza se
esfumó, como una ilusión, de sus entristecidos corazones al
notar la indiferencia con que había sido recibido por el conde.
La noche avanza, la lluvia cae a torrentes, y cansados de
esperar, perdida toda esperanza, sale una voz de entre la
multitud, que no era de otro sino del anciano maestro, pidiendo
algo de pan con que poder aliviar en aquellos momentos el
hambre de sus inocentes nietos. ¡Triste momento!
Óyese el ruido del balcón al abrirse, y los relámpagos, que
se sucedían sin interrupción, iluminan con siniestro reflejo el
rostro cetrino del conde que, asomado al muro, contemplaba
impasible aquella escena de dolor.
Un niño le suplica, por última vez, que les dé siquiera un
gaxin de pan, un gaxin, para no morirse de hambre aquella
triste noche; pero la débil voz es perdida entre los truenos, que
retumban por entre los muros del castillo, sin ser atendida por
el conde...
- 90 -
Notase un momento de calma, que el conde aprovecha,
semejante a la hiena que acecha a la víctima, para desengañar
a sus infelices vasallos y decirles: «No hay pan, marchad...»
Aquella destemplada voz heló el corazón de todos;
aquella despedida tan fría como inesperada secó los ojos de
los desgraciados, porque también la desgracia tiene dignidad,
cuando es vilmente despreciada. Entonces, del grupo se
levantó enérgica, al par que temblorosa, la voz del anciano
preceptor, diciendo: «Señor, si no es cierto lo que acabáis de
decir, si pudiendo abandonáis a tantos desgraciados, Dios que
escucha la voz del afligido, Dios que es padre de los pobres,
Dios que es el juez de los buenos y de los malos, haga que
vuestro castillo se convierta en cenizas y que se extinga con
vos la noble familia de la casa de Albar...»
«Sea así», todos contestaron; y uno tras otro fueron
abandonando aquella morada, para no volver a pisarla jamás.
Preocupado, triste y pensativo marchaba delante el
venerable mentor, caminando sin dirección fija hacia la parte
Sur, cuando uno de sus nietos, el de mayor edad, llamó la
atención a su abuelito, porque había sentido cierto temblor de
tierra, corriendo tímido a recogerse bajo el manto del anciano;
éste también había notado algo anormal, y acariciando al
niño, le dice: «No temas; mira y anda, señalándole un caserío
próximo, donde contaban pernoctar, que desde entonces se
llamó Miranda; pero no pudieron continuar andando, porque
otra fuerte sacudida, producida por un espantoso trueno, les
impidió el caminar; vuelven la vista atrás, y aprovechando el
brillar siniestro de un relámpago que les presta luz, pueden
observar que el castillo de Albar se hallaba envuelto en
- 91 -
una nube de humo y de fuego; la tempestad continuaba
amenazadora, y poco tiempo tardó en retumbar de nuevo y
con mayor intensidad un segundo trueno, acompañado de
temblores de tierra, haciendo que se cimbree desde su planta
el castillo, hundiéndose al mismo tiempo en los abismos,
desapareciendo entre la lava el cuerpo del endurecido conde.
Al desplomarse el castillo se oyó una voz que lúgubre y triste
repetía una y otra vez: «Un gaxin de pan, un gaxin...»
La maldición del anciano se cumplió, y aquel altivo joven
que despreció los consejos de sus padres, fue víctima de la
justicia del cielo.
Han pasado cerca de quinientos años y aún se conserva
en el pueblo, que desde entonces lleva el nombre de Gaxin, el
recuerdo del trágico suceso.
Los más ancianos lo refieren a los niños alrededor
del tranquilo hogar, sirviendo de ejemplo a sus sencillos
moradores.
- 92 -
LA VIRGEN DE LA CONSOLACIÓN
II
- 93 -
de Oviedo, adonde había ido de promesa a visitar las santas
reliquias de la catedral, una señora vecina de Sabugo, llamada
doña Josefa Villar de Bances, acompañada de una niña, hija
suya, que podría tener como unos cuatro años de edad.
Habían ya caminado algunas horas cuando la noche
les sorprendió en el desfiladero que se encuentra al dejar el
poblado de Nubledo, y la niña, que, unas veces a pie y otras en
brazos de su madre, venía ya algo fatigada, al verse en aquel
solitario boscaje, tuvo miedo y empezó a llorar; en vano la
madre trataba de calmar el llanto de su hija atrayéndola hacia
si, acariciando su rubia cabellera; la niña lloraba con más y
más fuerza a medida que la noche avanzaba, y la madre, que
hasta entonces había estado relativamente tranquila, empezó
también a temer: quizá encontraba demasiado largo el camino,
y la soledad de la noche, en medio del despoblado, es tan triste
que la imaginación no ver otra cosa que el peligro que se quiere
evitar.
El ruido del río era lo que sólo se oía en el fondo del
precipicio, y las ramas de los árboles, ligeramente movidas
por la brisa, parecían, iluminadas por los pálidos reflejos
de la luna, gigantes amenazadores que los llamaban para
sepultarles en aquellos abismos. El deseo de salir pronto del
espantoso desfiladero, devolvió a la madre las fuerzas que el
cansancio le había hecho perder; tomó en brazos a su hija, que
aún continuaba llorando, caminó con febril rapidez, y no bien
había andado como unos cien pasos cuando descubrió una luz
que al través de desvencijado ventanal le ofrecía, en aquella
selvática encrucijada, un sitio de descanso.
Era la lámpara de un santuario, y, al verla, se creyó segura.
- 94 -
Pocas personas hay que cuando tienen que andar largas
jornadas no se detengan en las ermitas que se encuentran
en los caminos; la piedad parece que las ha colocado en los
sitios estratégicos para que a su vista se reanime el fatigado
caminante como se reanima el sediento a la vista de un
cristalino manantial.
Aquella mujer, dejando el sendero y trepando más bien que
caminando por entre las malezas que bordean la pendiente,
llegó hasta la puerta del santuario: allí respiró con libertad; en
otras circunstancias le hubiera sido, si no imposible, al menos
muy difícil el acceso al sagrado recinto subiendo por aquel
acantilado talud, llevando como llevaba a su hija en los brazos;
pero las madres no conocen el peligro, o lo desprecian, cuando
alguno de sus hijos reclama protección, y en aquel entonces, el
repetido llanto de su hija la pedía con insistencia.
Hay momentos de perdurables recuerdos en la Vida.
Al encontrarse dentro del santuario, aquella mujer, con
esa fe que tanto elogió Jesucristo en la Cananca, se pone de
rodillas, presenta la niña a la Virgen que allí se veneraba, y
con sentida voz le dirige esta súplica: «¡Oh, Virgen!, tú que
consuelas a los afligidos, apiádate de esta madre y devuelve la
alegría a esta niña, cuyo llanto me llena de dolor.»
Hecha esta plegaria, ¡oh prodigio!, la Virgen parece como
que se mueve, quedando la niña agradablemente sorprendida:
ya no llora, se desprende de los brazos de su madre y se acerca
al altar para ver mejor a la Virgen; entonces, la Divina Señora,
todo amor, tendiendo los brazos y cogiendo a la niña la atrae
suavemente hacia sí, y con una sonrisa de inefable ternura,
deposita un beso en su candorosa frente...
- 95 -
¡Escena de sublime hermosura!...
La niña, asombrada al principio, familiarizada después,
acaricia con sus rosadas manos el bello rostro de la Virgen...
La madre continúa rezando, y, mientras reza, se oye una
voz dulce, como debía ser la de la Virgen cuando adormecía
al Niño Jesús, que decía: «Yo soy la Virgen de la sonrisa, de la
sonrisa maternal que consuela a los chiquitines; soy la Virgen
de la Consolación.»
Y al decir esto, un destello de luz ilumina en todo su
alrededor el nimbo de la Divina Reina.
La niña, subyugada por aquella melodía, se quedó como
dormida, y la madre ensimismada. Cuando la niña volvió en sí,
después de aquel dulce reposo, la oscuridad reinaba de nuevo en
el solitario recinto, pero ya no le infundían temor las sombras
de la noche; se acercó a su madre, que aún continuaba en su
arrobamiento, y tocándola ligeramente como para despertarla,
le dice: «Mamá, mamá, ¿no has visto a la Virgen?...»
No pudo decir más, cayendo de nuevo, adormecida, en los
brazos de su madre.
Así permanecieron el resto de la noche, sin ser vistas más
que por la luna, que, tímida, para no despertarlas, dejaba pasar
con suavidad, por entre el enrejado de la portada, sus pálidos
reflejos.
Al amanecer, cuando los pajarillos empezaban a revolotear
por entre las ramas de los árboles, anunciando con sus alegres
trinos la aurora del nuevo día, aquella dichosa madre, con su
hija en los brazos, salía del santuario y se alejaba emocionada,
llevando en su corazón el recuerdo de aquel ensueño celestial.
¿Ha sido esto una ilusión? Pudo haber sido; pero aquella
- 96 -
madre, que desde entonces jamás volvió a ver a su hija
entristecida, lo contaba como una realidad, y la fe sencilla del
pueblo no ha puesto reparo en creerlo.
He ahí por qué, desde entonces, llaman a la Virgen, que
en humilde santuario se venera con gran devoción en aquellos
abruptos peñascales, a cinco kilómetros de Avilés, Nuestra
Señora de la Consolación.
- 97 -
EL CAMPO DE BOGAB
- 98 -
Aceñas, terraplenadas, sirven de solar al soberbio cuadrilátero,
y el campo de Bogab se ha convertido en rico bulevar.
Tan antiguo Sabugo como Avilés, emplazados ambos
pueblos, en su legendario origen, frente a frente sobre dos
suaves colinas, separadas por un brazo de mar, parecían mirarse
con recelo, habiendo adquirido Avilés, durante el período de la
Reconquista y siglos posteriores, una importancia que Sabugo
jamás había podido alcanzar.
Avilés, a la sombra de sus murallas, ha sido un pueblo
batallador y aristócrata, mientras que Sabugo, abandonado a
sus propias fuerzas, quedó reducido a la humilde condición de
un barrio de pescadores y de marinos, sin más aliciente de vida
que el que a sus moradores podía proporcionarles el mar.
Abundaba en los tiempos medievales la pesca de la ballena
en las costas cantábricas, y a esta arriesgada labor se dedicaban
los hijos de Sabugo cuando sucedió el hecho que vamos a
referir.
II
- 99 -
Francia, Italia, Países Bajos y Alemania, llegando también a
Inglaterra, dejando en todas partes indeleble recuerdo de su
fervorosa misión, contándose por miles los judíos, sarracenos
y herejes convertidos, pues al don de lenguas con que Dios
había favorecido al apóstol dominicano, iban unidos otros
carismas, que hacían siempre eficaz su predicación.
La fama de sus ruidosas conversiones llegaron a oídos del
Pontífice, y Benedicto XIII (1) llamó a fray Vicente a su lado
para que fuese su confesor, nombrándole también maestro del
sacro palacio, ofreciéndole luego, como premio a sus virtudes y
trabajos, la silla arzobispal de Valencia y el capelo cardenalicio,
que el humilde religioso no quiso aceptar.
De la corte pontificia de Avignon pasó fray Vicente a
Burdeos, y en esta ciudad se encontraba, cuando un suceso
inesperado le llamó con urgencia a su pueblo natal.
III
- 100 -
de jurar nuevo rey.
Fray Vicente, al recibir el aviso, aunque, en su humildad,
creyó que poco podía influir en tan importante negocio, les
ofreció su ayuda, contestando que se pondría en seguida en
camino, como así lo hizo, aunque causas imprevistas retardaron
algo su presencia; llegando, sin embargo, a tiempo para tomar
parte en la asamblea.
Con arreglo a las cláusulas testamentarias, cinco fueron
los candidatos que presentaron sus credenciales para ocupar la
regia vacante; pero muy pronto quedaron reducidos a dos los
que con más calor discutieron sus probabilidades de éxito: don
Jaime, conde de Urgel, y don Fernando, infante de Castilla.
Ambos candidatos trabajaron lo indecible para hacer valer
sus derechos a la codiciada dignidad, sobre todo el conde de
Urgel, que, más ambicioso que su contrincante, no vacilaba
en ahogar con sangre a los partidarios de su rival, preparando
tumultos y emboscadas que han ocasionado sensibles
matanzas.
Esta conducta del cuñado de Don Martín, lejos de
conquistarle adictos entre los electores y el pueblo, le
restaba prosélitos, aumentando las simpatías a favor de el de
Antequera, que en el asunto se portaba con más dignidad y
lealtad.
Así las cosas, se reunieron los compromisarios en Caspe, y
fray Vicente, el primero en emitir su voto, después de maduro
examen, se expresó así:
—En Dios y en mi conciencia declaro: que la corona de
Aragón pertenece de derecho al infante de Castilla don
Fernando, como nieto de Don Pedro IV, primo del último rey
- 101 -
Don Martín, y, por consecuencia, el más inmediato pariente
de este monarca.
De la misma opinión han sido la mayoría de los jueces.
Se levantó acta notarial, y el día 28 de junio del año de 1412,
fue proclamado rey de Aragón don Fernando, infante de
Castilla, con aplauso de la multitud, que veía en el elegido por
sus aptitudes y por su valor, ya demostrado en la conquista
de Antequera, la persona que se necesitaba para llevar con
prestigio la investidura real.
IV
- 102 -
sus esfuerzos contra las sacudidas de las olas, cada vez más
violentas, resultaban inútiles; agotados todos los recursos
náuticos, el capitán se vio en el sensible caso de dar la voz de
alarma, diciendo: «Sálvese el que pueda», dejando en libertad
a la tripulación para que cada cual hiciese lo que tuviera por
conveniente.
Aquel momento fue de terrible confusión, sólo comparable
con una escena de Dante; en medio de aquel paroxismo,
cuando todos ya veían abierto el abismo a sus pies, se presentó
fray Vicente, que en la proa del buque había permanecido en
profunda meditación, y tranquilo y sereno, infundiéndoles
esperanzas, les dice: «No temáis, estad seguros que con la
ayuda de Dios no pereceremos»; y esto dicho, amainó un
poco el temporal, pero el buque aún continuaba moviéndose
sin rumbo de una parte a otra, como una boya abandonada,
pronto a estrellarse entre los peñascales costeros que allá por
entre las espumosas olas se divisaban.
Los momentos eran dolorosos, y aunque las palabras
del religioso les habían comunicado alientos, cada hora que
pasaba les parecía un siglo, y esperaban, esperaban... cuando
a lo lejos descubrieron una barca que, por sus movimientos,
juzgaron sería ballenera; la vista de la nave reanimó su espíritu;
pidieron auxilio, pero sus voces no fueron oídas; el buque
pesquero había virado en dirección contraria, perdiéndose
en la inmensidad del mar. y entonces se creyeron en absoluto
perdidos, y aunque continuaron en demanda de socorro,
como la tormenta, aunque parecía haber amainado algo, aún
continuaba amenazadora, se prepararon para morir. Sólo fray
Vicente, con las manos metidas en las mangas del hábito, fija
- 103 -
la vista en el cielo, con el pensamiento en Dios, permanecía
tranquilo y sereno, porque en su corazón jamás había dejado
de brillar la hermosa estrella de la esperanza.
- 104 -
e arrendándoles el puerto de Enrelusa (2) con sus exidas, e sus
entradas, e sus dereciuras; e que nos den de cuantas balenas
mataren, que a térra vingan, tantos 20 maravedís de cada
balena e suas costunres; e ses por ventura tal balena mataren
que non valga esos maravedís, den lo tercio de la balena, et de
la balena que hay en ena mar muerta dale el cuarto déla».
En Sabugo abundaban los barcos balleneros, y con
frecuencia salían en busca del codiciado cetáceo por ofrecer su
captura pingüe retribución.
Los hijos de Sabugo, como marinos han sido atrevidos y
valientes, despreciando siempre con temeraria arrogancia el
peligro cuando tenían preparada alguna expedición en el mar.
Una día, como de costumbre, salió de Sabugo, tripulada
por varios remeros, una barca para ir a la pesca de la ballena;
salvaron la ría con facilidad, pero al llegar a la barra y tratar
de romperla, notaron en el oleaje cierta marejada de fondo,
indicando los comienzos de un temporal. Como todo lo tenían
dispuesto, no retrocedieron y continuaron su rumbo mar
adentro en busca del cetáceo, siguiendo el rastro que desde el
punto de mira les había indicado el vigía.
Habíanse internado ya algunas millas, cuando los surtidores
de agua arrojados por las fosas nasales de la ballena, les anunció
la presencia del animal; se acercaron a él con cautela, y el
arponero le arrojó el arma con tan feliz puntería, que al primer
golpe quedó clavada alrededor de la aleta pectoral; al sentirse
herida la ballena, batió la cola repetidas veces contra las aguas,
se sumergió en seguida, emprendiendo luego vertiginosa
carrera, llevando consigo todo el cable al que estaba sujeto el
- 105 -
arpón; la estela de sangre fue seguida por los remeros; pero en
una de las evoluciones del cetáceo, los marinos perdieron la
pista, dedicándose entonces en buscarla al azar.
Dos horas hada que fatigados recorrían las aguas en
una y otra dirección, acosados en parte por el temporal, sin
encontrar la presa, cuando a lo lejos descubrió el arponero un
buque desarbolado.
Si la caridad del marino siempre se impone, aun con riesgo
de la vida, en el ejercicio de su profesión es un héroe. Al divisar
el buque y notar que pedía auxilio, abandonan su primera
labor y se dirigen a él para socorrerle; era la segunda vez que
pasaban por aquel sitio, pero la primera vez, quizá por hallarse
distraídos siguiendo el rastro de la ballena, no habían visto el
buque ni oído las voces de socorro; pero ahora lo veían, y con
presteza enfilan la proa en dirección del buque náufrago; el
tiempo urgía, y no había momento que perder; pero las olas les
impedía avanzar, y tan pronto se acercaban al buque, como se
veían separados de él, arrastrados por viento contrario; por fin,
hacen un supremo esfuerzo, y se acercan a estribor del casco,
cuando ya parecía querer tragárselo el mar; preparan a prisa las
cuerdas y las escalas, y todos los tripulantes fueron entrando en
la nave salvadora, en donde fueron recibidos por los marinos
de Sabugo con hidalga hospitalidad.
El peligro parecía estar solucionado, pero era sólo en
apariencia; el temporal continuaba furioso, y los remeros, sin
poder obrar libremente, por el exceso de carga acumulada en
la barquilla, se veían en gran compromiso; algunos se hallaban
de pie, por no tener asiento, y para poder guardar equilibrio,
se abrazaban, embarazando las maniobras de los marinos;
- 106 -
en esto, aparece de nuevo sobre la superficie de las aguas la
ballena herida, pero tienen que abandonarla para atender a la
propia salvación; fatigados, después de tanta labor, sin fuerzas
para luchar con las olas, que en sus rompientes contra la
nave, la anegaba en agua, mojando también a los tripulantes,
sin ninguna esperanza, izaron, como último recurso, la vela
mayor, y se entregaron a merced de los vientos, que unas veces
los empujaba mar adentro, y otras veces, los aproximaba a la
costa, en donde el peligro se ofrecía mayor.
En uno de estos vaivenes, se encontraron frente a frente
de la barra de Avilés; pero las aguas se levantaban tan altas,
que tratar de salvar la rompiente era entregarse a una muerte
segura; a la vista del puerto todos guardaron silencio, porque
conocían lo imposible que era el poder acercarse a él; en esto,
fray Vicente, como si fuese dueño de los mares y tuviese poder
sobre los elementos, dejando oír su voz en aquellos momentos
de abatimiento y de angustia, exclama: «Adelante, arriesgados
marinos, con la ayuda de Dios, bogab, bogaba... Y esto dicho,
se abrieron las aguas a la entrada del puerto, formando a
uno y otro lado espumosa muralla, dejando libre sendero a
la barquilla, que rápida se deslizó por aquel sitio, arribando
tranquila a la ribera, próxima al astillero, a orillas de un ribazo,
que desde entonces, y por cariñoso recuerdo a las últimas
palabras del santo, se llamó El Campo de Bogab.
Fray Vicente, después de saltar en tierra, se dirigió a la
iglesia, y con él fueron todos los tripulantes, las familias de
éstos y gran número de vecinos que habían ido a la ribera en
espera de la embarcación; en el templo, subió nuestro santo
al púlpito y pronunció fervorosa plática de agradecimiento
- 107 -
a Dios por el favor que les había dispensado, librándoles de
una muerte segura, arrancando sus palabras lágrimas de
emocionante satisfacción.
Tres días permaneció fray Vicente en Sabugo para descansar
del viaje, saliendo luego para Compostela, continuando su
ruta a Valencia, adonde llegó, después de cinco meses de rudas
fatigas, el día 25 de abril de 1411.
Al día siguiente de tomar puerto la barquilla, la ballena
herida, arrojada a la costa, fue encontrada muerta cerca de
Recastrón, acordando los marinos venderla, y con su producto
costear un Crucero y colocarlo en el mismo sitio, cerca de
la ribera en donde arribó la embarcación, para que fuese un
testigo viviente del prodigioso suceso; hízose la obra, y el
Crucero (1) se levantó en El Campo de Bogab, y allí estuvo
por espacio de más de cuatro centurias, siendo objeto de la
veneración popular, hasta que al finalizar el siglo XIX hubo
necesidad de quitarlo de aquel sitio para urbanizar el campo,
convertido hoy en bello bulevar.
(1) El Crucero consistía en una columna ochavada, colocada sobre un pedestal,
al que le daban acceso cuatro peldaños trazados en cada uno de sus cuatro lados;
el capitel de la columna presentaba cierto follaje simulando remotamente las
hojas de acanto del corintio, e intercalado por entre el follaje se veía una calavera
y dos huesos enlazados, rematando con una maciza cruz que presentaba, en el
anverso, la imagen de Cristo crucificado, y en el reverso, la Virgen de los Dolores,
todo tallado en un bloque de piedra berroqueña; dicho Crucero se trasladó
de su primitivo lugar el 8 de agosto de 1871, con motivo del replanteo de la
nueva carretera de Avilés a Pravia, y se colocó en el mismo Campo de Bogab,
a la distancia de unos ocho metros, en donde estuvo hasta el año de 1888, en
que volvió a ser desmontado con el propósito de emplazarlo en la plazoleta del
Carbayo, frente a la iglesia parroquial, obra que, hasta el presente, no se ha
realizado todavía.
La cruz se guarda en la trastera de la antigua iglesia y la columna sirve hoy de
adorno en el jardín de una casa particular,
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LA VIRGEN DEL CARMEN
- 109 -
transmitido en la siguiente copla:
- 110 -
Santo Domingo en la iglesia de Letrán, en Roma, en donde
se abrazaron ambos patriarcas, llamándose por el nombre y
tratándose de amigos, sin antes haberse conocido; pinturas
que el esclarecido artista avilesino regalaba a los religiosos
franciscanos para ser colocadas en la sala capitular.
Un cuarto de hora, poco más o menos, hacía que la dama,
que no era otra que doña Mayor Menéndez de Avilés, esperaba
en el locutorio, cuando se presentó fray Antolín, con las manos
metidas en las mangas del sayal y con el hábito ligeramente
empolvado, efecto de su acabada labor. Al verse, se saludaron,
y luego el religioso, fijándose en los lienzos que doña Mayor
tenía entre sus manos, como para entrar en conversación, le
dice:
«¿Qué le parece a usted de Juanito? Creo que le estoy
viendo en la escuela en donde juntos estudiamos la doctrina
cristiana. Ha salido un excelente pintor.»
«Es verdad, contestó la dama. Nuestro rey Don Carlos,
y antes su augusto padre, Don Felipe, reconociendo su
indiscutible mérito, le han nombrado pintor de Cámara,
y, como premio a su valer, le han propuesto para la Cruz de
Santiago, que no ha querido aceptar. Preveo que don Juan
llegará a ser una gloria para nuestra Villa.»
«No lo dudo, respondió el lego; de niño, cuando sólo
contaba como unos nueve años de edad, ya trazó un boceto
de la Virgen del Carmen, que me regaló al irse con sus padres
para Madrid, el cual conservo en gran estima, no por lo que
vale, que es un ensayo humilde, sino por lo que representa, y
por el cariño con que me lo dio al despedirse de mí; éramos
muy amigos.»
- 111 -
«¿Con que eran ustedes muy buenos amigos?, exclamó
doña Mayor.»
«Íntimos amigos, contestó el religioso; vivíamos en
la misma calle, y, con frecuencia, en su casa o en la mía,
merendábamos juntos.»
«Si no le fuera molesto, volvió a decir la dama, desearía ver
ese primer trabajo de nuestro gran artista.»
«Con mucho gusto, contestó fray Antolín, lo traigo
siempre conmigo. Y sacando del bolsillo del sayal un tosco
cartapacio, desdobló un papel que en él había y le presentó un
boceto de la Virgen, hecho al carbón, que, aunque bastante
borroso, todavía se podían apreciar en él los perfiles de una
prematura originalidad.»
Doña Mayor miró con curiosidad el dibujo, y al devolvérselo
al lego, con cierta delicadeza, le dijo: «Lo mismo que don Juan
empezó sus ensayos en la pintura, lo hizo usted en la escultura;
don Juan es ahora un gran pintor, y de usted he oído decir que
era un buen escultor, y he venido para encargarle una Virgen
del Carmen para colocarla en la iglesia parroquial; es un voto
de familia, prometido hace algunos años, y quiero cumplirlo
con fidelidad; usted pondrá de su parte todo lo posible para
que resulte una obra maestra.»
El religioso quedó sorprendido por lo inesperado del encargo;
no esperaba un cambio tan repentino en la conversación, y,
ruborizado, bajó la vista, quedó unos momentos pensativo, y,
luego, como movido por una inspiración, exclamó:
«Muy bien, acepto el encargo; pero tengo que estudiar el
asunto, y necesitaré de unos días para tallar la imagen, cuando
esté concluida le pasaré aviso.»
- 112 -
En aquellos momentos sonaba la campana en el claustro
llamando a silencio, y el religioso ha tenido que despedirse
de doña Mayor para ir a cumplir los deberes de su estado
profesional.
III
IV
- 113 -
imagen llevaba siempre consigo en un relicario que de niño
había recibido de su madre, y a la protección de la Santísima
Virgen atribuía todos sus triunfos.
Un año antes de ser nombrado Adelantado de la Florida,
había estado don Pedro preso en Sevilla con su hermano don
Bartolomé por ciertas intrigas cortesanas, y en la prisión hizo
voto de regalar a la iglesia parroquial de Avilés una imagen de
la Virgen del Carmen, si salía libre de las inculpaciones que
injustamente le hacían. Habiendo salido absuelto del proceso
que se le formó, y rehabilitada su honorabilidad, quiso don
Pedro cumplir la promesa, y no siéndole entonces posible, lo
dejó consignado por escrito con una cantidad de 200 ducados;
y al encontrarse en Avilés, recordó el voto que había hecho,
recomendando encarecidamente a su familia cumpliese su
expresa voluntad tan pronto tuviesen conocimiento de un
buen escultor.
- 114 -
En Avilés se avistó con su amigo don Esteban de Las
Alas, con quien trató detenidamente del asunto, y después de
convenir en embarcar juntos, acordaron hacer una poderosa
nave en los astilleros de Sabugo, aprovechando la pericia
de los calafates y obreros de ribera, que en aquellos tiempos
alcanzaron en nuestra Villa justa celebridad (1).
Como la nave proyectada deseaban fuese capaz para
trescientos hombres, con sus municiones y pertrechos de
guerra, necesitaban una pieza de roble de grandes dimensiones,
que pudiese servir de quilla al galeón. Para buscarla recorrieron
los frondosos bosques de la Magdalena y de la Texera, en donde
abundan los árboles corpulentos; pero no encontraron ninguno
que pudiera satisfacer sus deseos. Entonces se acordaron del
«Carbayo» gigante, que, majestuoso y espléndido, crecía junto
a la iglesia parroquial de Sabugo, único que, por sus colosales
proporciones, podía servir de base a la embarcación. Cortarlo
era sensible, porque el hermoso árbol, aunque mudo, era
quizá el único testigo que recordaba a Rui Pérez en sus idas
y venidas por aquel sitio, cuando tres siglos antes preparaba
el héroe avilesino, en los astilleros del Campo de Bogab, la
dentada nave que había de cortar la fuerte cadena que en el
Guadalquivir retardaba la conquista de Sevilla.
Como la necesidad de hacer la nave era urgente, y se
trataba de hacer un gran servicio a la nación, don Pedro
convocó a los vecinos del populoso barrio para solicitar
de ellos el competente permiso para utilizar el magnífico
«Carbayo», por no haber otro árbol, en todo el contorno, que
(1) La Eusebia, propiedad de don José García San Miguel, primer marqués de
Teverga, fue la última corbeta trasatlántica que se construyó, a mediados del
siglo pasado, en los astilleros del Campo de Bogab.
- 115 -
reuniera idénticas condiciones para hacer la proyectada galera,
ofreciendo recompensarles con otra cosa que para el pueblo
fuese de pública utilidad.
El vecindario oyó con sentimiento la proposición, no quería
que desapareciera el majestuoso roble, que casi consideraban
como sagrado; pero vista la necesidad expuesta por el célebre
caudillo, muy querido de todos los convecinos, se acordó
ceder el árbol, a condición de que en la iglesia se colocase una
campana que pudiera oírse de toda la población.
Don Pedro aceptó el compromiso, y al día siguiente de
firmarse el contrato caía en tierra el gigantesco roble, cuatro
veces secular, habiendo quedado su recuerdo tan grabado entre
los vecinos del populoso barrio, que aún es el día de hoy, en
que, a pesar de haberse cambiado la nomenclatura a casi todas
las calles, conserva el nombre de «El Carbayo» la plazoleta (1),
en donde desarrolló su vida el corpulento vegetal.
La campana fue puesta, según lo acordado, en la espadaña
de la iglesia parroquial de Sabugo, en donde estuvo hasta el
año de 1802, en que fue rota por un rayo; fundida de nuevo,
se volvió a colocar en el mismo sitio, y allí emitió sus graves
sonidos hasta el año de 1903, en que fue trasladada a la nueva
iglesia de la Merced, donde presta sus servicios en la actualidad.
VI
Al despedirse fray Antolín de doña Mayor, estaba tan
(1) En el centro de esta plazoleta, donde se hallaba «El Carbayo», se levantaron
luego cuatro casitas, de tan humilde aspecto, que quitaban por completo a aquel
sitio su carácter tradicional. Afortunadamente, el Municipio las expropió en
abril de 1885, y un mes más tarde ya presentaba la típica plazoleta la forma
rectangular que conserva en la actualidad.
- 116 -
preocupado que en vez de dirigirse al coro, adonde le había
llamado la campana, sin darse cuenta se fue a la celda,
sentándose en un taburete.
Fray Antolín había hecho varias imágenes de la Virgen,
pero nunca había quedado satisfecho de la ejecución: trazar la
figura de la Virgen siempre lo consideraba empresa superior
a sus fuerzas; hallábase perplejo; le sucedía lo que a Perugino
cuando meditaba en el misterio de la Presentación para
trasladarlo al lienzo; lo que a fray Angélico cuando cogía el
pincel, que tenía que dejar muchas veces al dibujar la figura de
la Reina de los Ángeles subiendo a los cielos; lo que a Murillo
cuando trabajaba en su inimitable Purísima, que lloraba
porque no podía realizar el ideal que bullía en su mente. Fray
Antolín, como aquellos artistas, veía en su imaginación a la
Virgen, graciosa, alegre, sonriente, con mirada de expresiva
ternura y algo más en su rostro difícil de explicar; la veía con los
ojos de la fe, como la vio San Simón de Stork en el Carmelo, y
cuando cogía el buril para comenzar su labor temblaba, le caía
el formón de las manos, y sólo después de varios intentos pudo
conseguir esbozar el material.
VII
- 117 -
Valdés, en marzo de 1660. Como doña Mayor trataba bastante
a don Sebastián, se detuvo para saludarle, y como le había visto
salir de la iglesia, aprovechó la ocasión para decirle que ella
venía también del convento de San Francisco, adonde había
ido a encargar una imagen de la Virgen del Carmen para darle
culto en la iglesia parroquial, en cumplimiento de la expresa
voluntad del ilustre tío don Pedro, lo cual haría tan pronto se
la terminase fray Antolín.
Don Sebastián oyó con gusto la noticia, y para que pudiera
ser pronto un hecho, y para que su bendición coincidiese con la
terminación de las obras de ornato del templo, ofreció a doña
Mayor el fresno de su propiedad, que, frondoso, lucía cerca del
Campo de Caín, para que en él se pudiera tallar la imagen.
Doña Mayor, que no deseaba otra cosa, aceptó la oferta, y
poco tiempo después, cortado por el leñador, desaparecía, con
sentimiento de todos los que le conocían, el magnífico árbol,
quedando en el barrio gran recuerdo de su existencia, pues aún
conserva el nombre de El Fresno el sitio cerca del Campo de
Caín, en que por espacio de más de una centuria desplegó sus
frondosas ramas el árbol popular.
VIII
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oliva y lo tenía en parte preparado, mandó que conservasen
el árbol, pues muy pronto había de darle cumplida aplicación
para un retablo que se proyectaba para la capilla de San Roque
(1).
El religioso lego continuaba en su obra, pero muy poco
adelantaba en ella, y lo que tenía hecho no venía a ser más que
un esbozo.
Un día, después de pasar casi toda la noche sin dormir, se
levantó más temprano que de costumbre y se fue al coro, en
donde, de rodillas, estuvo como media hora en oración. Al
salir del santuario se encontró algo más animado, y se dirigió
al taller dispuesto a moldear las primeras líneas del rostro de la
virgen; pero no bien había cogido el buril cuando, preocupado,
se dejó caer en el taburete, quedándose ligeramente dormido.
Como el sueño era más bien febril que reparador, su
imaginación bullía buscando la idea que le dominaba, cuando
se le figuró ver que los cielos se abrían, y de las alturas, descendía
una señora extraordinariamente hermosa; atónito el religioso,
la sigue con la vista, y puede observar que se detiene en su
taller; un ángel, con las alas extendidas, aparece en el mismo
momento en la estancia, y se dirige al sitio en donde estaba
el tronco de olivo esbozado, y cogiendo el buril, se pone a
esculpir en el leño el rostro de la bella aparición. Cuando sólo
quedaban por moldear los ojos, el ángel dejó el buril y plegó
sus alas; entonces, la Virgen modelo sonrió, y a impulso de
su sonrisa, empiezan a brillar los ojos en el semblante de la
(1) Este retablo se hizo más tarde, y costó la mano de obra 2.915 reales y
9 maravedís; en su remate se halla el escudo de Avilés, por duplicado, que es
también el escudo de la casa dé don Pedro Méndez de Avilés, Adelantado de la
Florida.
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imagen, llenando toda la estancia de luz.
El humilde lego, al contemplar aquella sublime escena,
hace como un esfuerzo para ir a postrarse a los pies de la
Divina Reina, y al levantarse del asiento, desapareció la visión,
quedando el franciscano sumido en la mayor tristeza.
Cuando después del ensueño volvió en sí, no podía creer
en lo que le había pasado; estaba contemplando la imagen
concluida, que él había empezado a tallar, y dudaba de lo
que veía; la tocaba, y aún perseveraba en la duda; entonces,
restregó una y otra vez los ojos, para cerciorarse de que no
estaba durmiendo, y al convencerse de que en realidad estaba
despierto y se había obrado una gran maravilla, quiso gritar,
pero la lengua se le pegó al paladar y la voz se le ahogó en la
garganta; entonces, salió de la celda y empezó a correr por el
claustro, sin darse cuenta de lo que hacía.
El hermano guardián, que vio correr a fray Antolín de una
manera tan descompuesta, sin atreverse a detenerlo, creyendo
se había vuelto loco, pasó recado al padre superior del estado
en que había visto al hermano lego, y el superior, alarmado
por tan infausta noticia, sale presuroso de la habitación,
y valiéndose de su autoridad, detiene a fray Antolín en su
vertiginosa carrera. Fray Antolín obedece humilde el mandato
del superior, y sin poder aún hablar, por el estado de excitación
en que se encontraba, da a comprender con gestos lo que le
había sucedido,
El padre superior se dirige entonces a la celda del artista, y
lo primero que se presentó a su vista fue la imagen de la Virgen,
en medio de una aureola de luz, bella, alegre, sonriente, como
la descrita por el sabio en el inspirado libro El Cantar de los
- 120 -
Cantares.
Emocionado ante tan sorprendente visión, reúne en
seguida a toda la comunidad, y todos emocionados, pueden
apreciar el estupendo milagro; muy pronto se divulgó la grata
noticia por el pueblo, Viéndose el convenio materialmente
invadido por personas de todas las clases sociales, que ansiosos
deseaban contemplar el prodigioso suceso.
Doña Mayor, al recibir la noticia del fausto acontecimiento,
como parte interesada, es de las primeras que se presentan en
el afortunado taller, y después de ver y de adorar la milagrosa
imagen, suplicó al padre superior que, en su nombre, se
costease una gran función, y que el sucedido se solemnizase
con extraordinaria pompa; así se hizo, aunque el superior de
los franciscanos hubiera deseado más que los gastos corrieran
a cargo de la comunidad, por haber sido ellos los favorecidos
con el prodigio.
Se acordó, pues, el día en que había de celebrarse la fiesta,
y aquel día, las campanas de todos los templos tocaron a vuelo,
la población se vistió de gala, las calles se alfombraron con
flores, y entre vítores, aclamaciones y salvas, salió la Virgen del
convento y fue llevada en triunfo, en hombros de religiosos,
por todas las calles de la villa para ser colocada en la iglesia
parroquial.
Doña Mayor, para perpetuar la memoria de tan fausto
suceso, quiso dejar una manda para que siempre estuviera
ardiendo una lámpara de aceite delante de la milagrosa Virgen;
pero no necesitó costearla más que el primer día; los vecinos no
quisieron aceptar el donativo; todos, a porfía, tenían interés en
contribuir al culto de la bella Morenita Carmelitana, y, desde
- 121 -
entonces, jamás estuvo apagada la lámpara, que día y noche
luce delante de su altar (1).
IX
- 122 -
Clavet, en su recorrido por la villa, penetró con varios de
sus oficiales en la iglesia de San Nicolás, y lo primero que le
llamó la atención fue la bella cancela conopial (1) de la capilla
de los Ángeles, y conocedor de su indiscutible mérito, acaso
abrigaría deseos de apropiársela (2); continuó, sin embargo,
su inspección por el templo, dirigiéndose a la arquita (3) que,
colocada sobre e! sepul¬cro de don Pedro Menéndez, conserva
el cuerpo embalsamado de la malograda condesita doña
Carlota de Luján, hija de! duque de Almodóvar, creyendo
quizá que en aquella caja se guardarían ¡as alhajas del santuario.
Estaba ya próximo el sitio donde se dirigía cuan¬do de
repente se detuvo, sin serle posible llegar hasta la capilla mayor,
donde a la izquierda en¬contraría, no el tesoro que buscaba,
sino los res¬tos del Vencedor de los hugonotes franceses en
las Vírgenes selvas de la Florida, que le recordarían también
al genial marino que dos siglos antes había contribuido, muy
eficazmente, limpiando el Canal de la Mancha de corsarios, a
la toma y conquista de San Quintín.
Clavet se hallaba delante del altar de la Virgen del Carmen,
y al fijarse en la imagen, le pareció que le atraía, y que sus ojos,
de dulce mirada, se movían, y que su rostro, de expresiva
ternura, tornándose severo y amenazador,le instaba para que
no siguiese adelante.
Atila, a las puertas de Roma, fue detenido por San León, y
(1) Esta artística cancela fue retirada de su sitio el año de 1920, conservándose
en la ante-sacristía.
(2) Se llevaron una magnífica tapicería que había regalado el Cardenal don
Alonso Rodríguez de León, la que sólo se usaba en las grandes solemnidades, la
cual tenía la carga de una misa solemne anual, que se celebraba el día 3 de mayo.
(3) Esta arquita se trasladó de su primitivo sitio el año de 1924, colocándose
debajo del altar de la Asunción, en la capilla de los Ángeles.
- 123 -
el feroz guerrero no se atrevió a penetrar en la ciudad, porque
velando al Pontífice había visto una figura de majestuoso
aspecto blandiendo una espada, mandándole retroceder.
Clavet recordó lo sucedido al jefe de los Hunos, y, atónito,
se descubre ante la peregrina imagen, y da órdenes a sus
acompañantes para salir del sagrado recinto; se consideraba
vencido y humillado en presencia de la Virgen, y, al abandonar
el santuario, bulleron en su mente tristes presagios, que dos
años más tarde han tenido cumplida realidad.
Al amanecer del día 16 de mayo de 1811, el soberbio capitán,
verdugo de los avilesinos, mordía el polvo de la desesperación
en los campos de Albuera, en donde, arrojado del caballo que
montaba, encontró bochornosa muerte pisoteado por los
cascos del animal.
Al saberse en la villa la muerte de Clavet de una manera
tan trágica, el vecindario, que aún vestía de luto por los deudos
asesinados por el sanguinario capitán al otro lado del puente de
San Sebastián, no se entregó a expansiones de júbilo, porque
el corazón cristiano, recordando el dolor, sabe perdonar la
ofensa; pero atribuyendo el suceso a la Virgen del Carmen,
en la que el pueblo había depositado toda su confianza, se
le hizo una solemne función, sólo como desagravio a los
muchos sacrilegios cometidos por los franceses durante su
permanencia en España, en donde pocas iglesias quedaron
libres de su profanación.
La Morenita Carmelitana ha sido siempre objeto de gran
cariño entre los avilesinos. y los exvotos que adornan las
paredes donde se asienta su altar, son una prueba palmaria de
su protección; siendo uno de los milagros más ostensible el
que se halla perpetuado en una pintura de muy rudimentario
- 124 -
pincel, pero muy gráfica en la expresión, en donde se ve
una niña en actitud de caer al suelo, obligada por el peso de
una gran piedra, que le cubre todo el pecho, dejando sólo al
descubierto los brazos, los pies y la cabeza, y en uno de los
bordes del cuadro, un letrero, que dice: «Estando jugando la
niña Antonia García Casablanca, de diez años, con otras niñas
de su edad, en el sitio llamado Los Molinos, le cayó una piedra
molar sobre el cuerpo, desde una altura de dos varas, dejándola
casi aplastada y con muy pocas esperanzas de vida; sus padres
la ofrecieron a la Santísima Virgen del Carmen, recuperando
muy pronto la salud. Año de 1811, Restaurado por su hija
Cristina Inclán, 1885.»
Viven aún los descendientes de la favorecida niña, y no ha
habido nadie que pusiera en duda la realidad del sucedido.
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lecho, obligado por su impertinente enfermedad, cuando un
accidente inesperado vino a poner a prueba su fe y su confianza
en la Virgen: unas chispas desprendidas de la chimenea del
hogar prendieron fuego a un haz de paja y leña seca que había
cerca del fogón, y como los materiales eran de fácil combustión,
pronto el fuego tomó gran incremento.
Corominas, que estaba solo en la habitación, pues la
persona que le prestaba ayuda había ido a la botica cuando
se hizo cargo del peligro, creyó, fundadamente, que para él ya
no había remedio: las llamas habían invadido la entrada de la
vivienda y amenazaban destruirlo todo; la parte trasera, único
sitio por donde pudiera venir el auxilio, tenía una maciza
pared, y en ésta sólo había un pequeño hueco con pretensiones
de ventana, imposible para dar cabida a un hombre.
La muerte se le presentaba al infeliz jardinero con su
cortejo de amarguras, sin medios para evitarla; en tan críticas
circunstancias, coge una pequeña imagen de la Virgen del
Carmen que tenía a la cabecera de la cama y hace promesa de ir
de rodillas a la iglesia de San Nicolás si sale libre del inminente
peligro; le reza con fervor una salve, y no bien la hubo terminado,
cuando se desplomó la pared posterior, dejando franca salida
a la puerta contigua; entonces, Corominas, haciendo un
supremo esfuerzo, y como si nunca hubiera estado enfermo,
se levanta de la cama y se dirige al patio, encontrándose sano
y salvo.
Unos momentos después, cuando Corominas se hallaba
ya fuera del peligro, toda la cubrición venía al suelo entre
torbellinos de humo y de llamas, que pronto redujeron a
escombros todo el edificio: los vecinos, que habían trabajado
lo indecible para poder sofocar el incendio, lamentaban la
- 126 -
desgracia del jardinero, y más aún su trágico fin, pues todos le
suponían carbonizado.
Cuando pudieron penetrar en la casa, después que se
derrumbó la techumbre, para buscar entre las humeantes
cenizas el cuerpo del infortunado Corominas, con objeto
de darle cristiana sepultura, recibieron agradable sorpresa
al descubrir en el patio al jardinero, quien, enseñándoles la
pequeña imagen que tenía en sus manos, les hacía señales para
darles a entender que estaba completamente ileso y, además,
curado de la reumática enfermedad.
El Vecindario, testigo del hecho, atribuyó el feliz desenlace
a la protección de la Virgen del Carmen; y Corominas, sano y
salvo del peligro, gracias a la bella Morenita Carmelitana, se
fue al día siguiente, de rodillas, desde la calle de Galiana hasta
la iglesia de San Nicolás a cumplir la promesa que había hecho
de ofrendarle su amor, prometiendo allí mismo un novenario
que tres días después se celebró con gran solemnidad.
Terminado el novenario, mandó el jardinero hacer una
hornacina, y en ella colocó la imagen salvadora, exponiéndola
a la pública veneración en el solar donde se realizó el prodigio.
Ha transcurrido más de una centuria, y la pequeñita
imagen, ante la cual se descubren todos cuantos transitan por
la calle de Galiana, permanece en su lindo sitial, a pesar de
las vicisitudes de los tiempos, para recordarnos que es madre
amorosa de los afligidos, refugio de los pecadores y nave segura
de nuestra salvación (1).
(1) Cean Bermúdez, en el Diccionario de Artistas Españoles, tomo 1, pág. 166,
dice que la imagen de la Virgen del Carmen que se Venera en la iglesia de San
Nicolás, de Avilés, fue tallada por don Antonio de Borja, discípulo del gijonés
- 127 -
don Luis Fernández de la Vega, que floreció en el último tercio del siglo XVII.
El lector puede apreciar, en la forma que tenga por conveniente, lo que del origen
de la preciosa imagen se refiere en la leyenda.
- 128 -
Apuntes de novela
MAGDALENA
- 131 -
hermanita, allí se conservaba incólume, luciendo su bellísima
fronda; la iglesia, en medio del poblado, sencilla como las
costumbres campesinas, alegre como el sonreír de la aurora,
permanecía en pie, y su rústica espadaña le recordaba aquellos
días felices de la niñez en que las campanas, con su alegre
repique, anunciaban la fiesta de la patrona tutelar.
Todo volvía a verlo alegre y risueño, trayéndole a la
memoria los más dulces recuerdos. Sin embargo, al pisar don
Luis el suelo nativo a su retorno de La Habana, una cosa le
había impresionado dolorosamente: era la vista de la casita, de
aquella casita donde sus padres le dieran el último adiós.
II
- 132 -
embarcación. Luis era uno de los pasajeros; hasta entonces no
había comprendido el amor que un padre siente por un hijo,
ni el que un hijo pueda sentir por un padre. Luis ya se había
despedido de su madre; trabajo le había costado la víspera
desprenderse de los brazos maternales, que tan amorosamente
le habían estrechado, cuando, entre lágrimas, le decía: «¡Luisín,
hijo mío, has de ser bueno..., has de ser bueno!...» Y sin poder
terminar la frase, se había desplomado, a impulso del dolor.
Aquel golpe había sido rudo para Luis, cuando después de
oír las últimas palabras de su madre, la vio tendida en el suelo,
sin luz en los ojos, sin expresión en el semblante, azorado,
moviéndose de una parte para otra, con la voz ahogada en la
garganta, trató de prestarle auxilio. ¡Pobre Luis, qué momentos
tan amargos y tristes! La oportuna llegada de una vecina hizo
volver en sí a la enferma, pero sólo fue para recrudecerse con
más violencia aquella excitación febril; por fin, después de
algunas horas de lucha, pudo tranquilizarse algo, en tanto Luis,
oculto en su habitación, lloraba amargamente, considerando
el dolor que a su madre iba a causarle aquella larga separación.
¡Qué inmenso es el cariño de una madre!
La noche, la última noche que Luis permaneció en casa,
la pasó en vela; ni un solo momento pudo conciliar el sueño,
acordándose de su madre y, sobre todo, esperando la despedida
de su padre, de su querido padre, que, haciéndose superior a sus
fuerzas, procuraba tranquilizar a su esposa, comunicándole
alientos, que él estaba muy lejos de sentir.
Amaneció el día, y antes de levantarse Luis, ya su padre,
con la maleta en la mano, le estaba esperando en el portal, pues
habían convenido en salir de casa sin manifestarlo a nadie, para
- 133 -
evitar a su madre una escena semejante a la del día anterior.
Cuando Luis se encontró con su padre, éste le recibió con
una sonrisa, en la que se notaba toda la fuerza del dolor; Luis
lo comprendió así, y al besarle la mano, que humedeció con sus
lágrimas, le dijo: «Adiós, padre mío, no te aflijas, que siempre
me acordaré de ti.»
Trabajo le costó al padre contener la emoción grande que
sentía en su corazón en aquellos momentos; pero haciendo
un esfuerzo, contestó: «Luisín, hijo mío, vas a separarte
de nosotros, quizá para siempre; tu madre y yo tenemos ya
muchos años; tú eres joven, puedes morir, pero nosotros ya no
podremos vivir largo tiempo. Dios te haga feliz y te alargue
la vida, concediéndote una numerosa descendencia, para que
algún día puedas comprender el cariño paternal en tus hijos;
porque has de saber que los hijos podrán faltar a sus padres,
desobedecer a sus padres, y hasta si se quiere, despreciar a sus
padres; pero el padre jamás, por grande que sea !a ofensa que
un hijo le haga, deja de quererle y de otorgarle el perdón, tan
pronto como el hijo reconozca la falta y se lo pida; yo acaso no
vuelva a verte más; pero has de saber, hijo mío, que mis últimas
palabras serán también la última bendición para ti.»
Luis no pudo contestar; tomó la maleta de manos de su
padre, volvió a besarle ambas manos, y desapareció, llevando
impreso en su semblante el recuerdo de aquella tierna
despedida, que jamás ha podido olvidar.
III
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edad, y en posesión de una regular fortuna.
Al decidirse Luis a abandonar el suelo de la hermosa
Antilla, donde disfrutaba de muy buenas amistades y contaba
con buenas relaciones era sólo para vivir tranquilo, el resto de
su vida, en su pueblo natal.
Una cosa sentía Luis: era que ya no encontraría a sus
padres, a quienes hubiera hecho felices, compartiendo con
ellos su cariño.
Cuando Luis entró en casa, después de tan larga ausencia,
la familia, que lo esperaba, salió a recibirle con los brazos
abiertos; pero ¡ay!, aquel calor y aquellas muestras de amor,
aunque sincero, no eran, no, las que había sentido al despedirse
de sus queridos padres; allí, dando sombra a la casita, estaba la
higuera, testigo mudo, único ser que hubiera podido conservar
en sus hojas el eco de las últimas palabras que el padre le había
dicho momentos antes de embarcar.
Algunos meses vivió Luis en compañía de sus parientes;
pero esta atmósfera, perfumada con el incienso halagador
de la lisonja, aunque le agradaba, no le satisfacía; buscaba
otros horizontes más plácidos, que pudieran llenar las nobles
aspiraciones de su corazón.
Un domingo que Luis se preparaba para ir a misa, vio junto
al pórtico de la iglesia un grupo de personas; la curiosidad,
más que otra cosa, le llevó aquel sitio, y allí pudo observar una
acción que impresionó agradablemente su alma: a una anciana
mendiga le había dado un accidente, y de resultas del golpe que
recibió al caer, derramaba abundante sangre por una herida;
a su lado se hallaba una señorita que con amable cuidado la
recibió en sus brazos y le prestaba auxilio vendándole la herida,
- 135 -
después de haberle restañado la sangre, con un pañuelo que
para el caso ella misma se había quitado de la garganta: aquella
acción decidió el destino de la joven.
Luis estaba en buena edad, su figura era decente, poseía
una regular fortuna y tenía muy buenos sentimientos;
cualidades estas muy recomendables para hacer feliz a una
mujer; así que, al solicitar Luis, a las pocas semanas, la mano
de aquella señorita, después de algunas relaciones de honrada
amistad, se reunió con ella para siempre, ante el altar santo,
con la bendición nupcial.
Aquel matrimonio fue feliz, con la felicidad que los
mortales pueden desear en este mundo.
IV
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Luis estaba loco de alegría; ¡era padre!... y al bautizar a su
hija, quiso que se llamase Magdalena, para recordar en esta
santa los azares de la vida.
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en su pálida frente, exclamó: «¡Madre mía!, ¡adiós!, ¡adiós!
¡Madre mía!, ¡adiós, hasta el cielo!...»
Y, postrada de rodillas, se abrazó de su padre...
Don Luis, al oír las últimas palabras de su hija, dejó
escapar un hondo suspiro; aquella efusión de ternura y dolor
le habían conmovido; su hija, en aquellos tristes momentos,
se presentaba como el ángel de la dulzura; del suelo, donde
estaba arrodillada, al oír aquel suspiro, se levanta Magdalena,
y abrazándose a su padre, le dice: «No te aflijas, padre mío,
que yo viviré para consolarte; pero ¿cómo podré devolverte la
alegría, siendo tú un marido sin esposa y yo una hija sin madre?
¿Me perdonarás, padre mío, si algún día llegara a ofenderte?
¿Si alguna vez, ofuscada por la ilusión, no te manifestara el
amor que hoy ante el cadáver de mi querida madre te profeso?
A don Luis se le ahogó la voz en la garganta, y en poco
estuvo que no cayese al suelo desmayado; aquellas palabras de
su hija, pronunciadas ante el lecho mortuorio de su esposa,
tenían un sello profético; eran dichas con la mayor ternura
y envolvían todo un poema de filial amor. ¿Cómo dejar de
querer a su hija? ¿Cómo negarle su bendición, si alguna vez
llegase a faltarle? ¡Oh! ¡Nunca, nunca!... Era padre, y un padre
jamás deja de otorgar el perdón a sus hijos, sobre todo si éstos
se lo piden con verdadera muestra de dolor.
La escena fue conmovedora y edificante, e indudablemente
hubiera durado largo tiempo de no haber llegado personas de
la familia, que, solícitas, trataron de distraer aquellos dolorosos
corazones, procurándoles, en apartadas habitaciones, alguna
tranquilidad.
- 138 -
VI
VII
- 139 -
Una tarde que Magdalena se hallaba en el mirador de su
casa, dando de comer a un jilguerillo, vio pasar por la calle un
joven estudiante que llegaba de vacaciones, y Magdalena, sin
poder disimularlo, fijó en él su vista con marcada curiosidad;
el estudiante también se fijó en la joven, y la saludó con una
sonrisa. Al día siguiente, y a la misma hora, volvieron a verse,
hablando en esta ocasión los corazones ese lenguaje mudo que
sólo pueden comprender las personas amantes.
Así transcurrieron algunas semanas, entendiéndose sólo
con la mirada; ella, desde el balcón, y él, desde la calle. Hasta
que un día, saliendo Magdalena de la iglesia de San Francisco,
al dar vuelta a la plaza, se encontró, sin poder evitarlo, con
su galán, que, distraídamente, también por allí pasaba, muy
ajeno de creer avistarse con Magdalena; ésta, ligeramente
ruborizada al ver a su novio, se detuvo; un amistoso saludo
les puso en comunicación. Dieron un paseo por el parque, y
luego la acompañó hasta la puerta de su casa; y al despedirse se
cruzaron algunas palabras, que la mirada de ambos grabó en el
respectivo corazón.
Magdalena, sencilla como una paloma, contó a su
padre aquellas primeras impresiones del amor; y don Luis,
sorprendido, pues nada había notado, disimuló en el primer
momento, por no disgustar a su hija; pero luego, juzgando que
no le convendrían aquellas relaciones, por ser ella demasiado
joven, y él un estudiante todavía, procuró poner una valla que
impidiera aquella comunicación de sentimientos, pues no era
de su agrado ver a su hija en relaciones con un joven que, por
entonces, aunque bueno y formal, no se hallaba en condiciones
de poder casarse.
- 140 -
Don Luis tenía aspiraciones de que, la persona que
solicitase la mano de su hija, estuviera en posesión de un
título académico, o, por lo menos, que se hallase en alguna
oficina desempeñando un cargo profesional, y el enamorado
pretendiente aún no había concluido sus estudios.
VIII
- 141 -
Un día, que se encontraba algo más tranquila, se fue al
escritorio de su papá, cogió la pluma, y sobre un papel, trazó
las siguientes líneas:
«Edmundo, te quiero muchísimo; pero olvídame, por Dios,
porque nuestra unión es imposible: mi padre, como tú sabes,
es opuesto a nuestra amistad, y yo no debo desobedecerlo...»
Iba a continuar la carta, pero no pudo; la pluma se le cayó
de la mano, reflexionó un poco y exclamó:
«No, no puede ser; Edmundo me ama, y yo le amo; mi papá
es bueno, y bendecirá nuestra unión.»
Y levantándose, presa de febril excitación, salió de aquella
estancia, sin acordarse de romper la carta, que escrita dejaba
sobre la papelera del escritorio de su papá.
IX
- 142 -
esposa feliz y tú serás un padre dichoso.»
Estas palabras causaron sensible efecto en don Luis, y en
poco estuvo que en aquel momento no accediese a los ruegos de
su hija; la inesperada visita de un amigo cortó el hilo de aquella
interesante conversación para volver a reanudarla al poco
tiempo; después de los saludos ordinarios y de hablar de cosas
completamente indiferentes, don Matías, que así se llamaba
el recién llegado, sacó la pitillera de uno de los bolsillos de las
faldetas del chaquet y ofreció un cigarrillo a don Luis; éste, sin
recibir el pitillo, porque no fumaba, dio las gracias a su amigo
con cierta sonrisa, y entonces don Matías llevando la mano a
la perilla de la barba, como aquel que se ve en un aprieto y no
sabe cómo desembarazarse de él, entró de lleno en el asunto,
diciendo a don Luis: «Mi hijo Edmundo...»
Magdalena, al oír nombrar a Edmundo, mudó de color,
esperaba que su padre oiría con gusto a don Matías solicitar
la mano de su hija para Edmundo, pero se equivocó; don
Luis estaba dispuesto a no transigir, y con una serenidad
característica de su temperamento, cortando la palabra a don
Matías, se adelantó a decirle:
«¡Ah!, sí, conozco a Edmundo; es un buen chico...»
Y luego, dando un giro completamente distinto a la
conversación, continuó:
«¿Y qué me dice usted de la actual guerra del Transvaal?
¿Vencerá Inglaterra o humillarán las repúblicas sudafricanas
la soberbia británica?»
Don Matías iba a exponer su opinión; pero adelantándose
Magdalena, que todo aquello que era impulsado por la
nobleza del corazón le entusiasmaba, habló de los heroicos
- 143 -
boers, elogiando su conducta y su desinteresada lucha por la
independencia de su país, prefiriendo la muerte a la cautividad;
en esa desigual pelea veía Magdalena que los hijos del
Orange en la flor de su juventud, se despedían de su familia,
y abandonando las comodidades del hogar paterno, sin otro
aliciente que el amor patrio, sufrían toda clase de fatigas y de
privaciones, buscando en la muerte su inmortalidad. También
admiraba Magdalena a las señoritas de la Cruz Roja, que,
sobreponiéndose a la debilidad de su sexo, daban el último
beso de amor a sus padres, y acompañando a las ambulancias
y acercándose a los campamentos allí donde más arreciaba el
peligro, se las veía como ángeles cruzar de una parte a otra,
buscando al herido para prodigarle sus atenciones y cuidados,
sin impulsarles otro móvil que el amor, alentando ellas mismas
a sus esposos, a los seres queridos, para continuar la lucha
hasta vencer o morir.
Estas manifestaciones de Magdalena eran las que ella
sentía en su corazón; don Matías no comprendió el doble
sentido en que Magdalena se expresaba; pero don Luis, que la
había oído hablar muchas veces de la misma manera, adivinó,
con aquel instinto propio de los padres, el enigma de aquel
entusiasta elogio en defensa de los jóvenes boers.
La conversación duró largo tiempo, y hubiérase alargado
más si a don Matías no le llegase la hora de tener que asistir
a una junta urgente, a la que, por razón de su cargo oficial, de
ninguna manera podía faltar.
- 144 -
X
XI
- 145 -
evidencia de que no era una impresión caprichosa, sino una
fuerza irresistible del corazón lo que la impelía a tomar aquella
extrema resolución.
Encerrada en el terrible dilema: o desprenderse de su
corazón, o desobedecer a su padre, creyó lo primero imposible,
y supuso que lo último, aunque duro, podía tener más fácil
solución, al comprender su padre la lucha que consigo había
tenido.
Encerrada en su alcoba, triste y pensativa, reflexionaba
sobre el dolor inmenso que, sin ella querer, iba a causar a su
querido padre; los ojos se le arrasaban en lágrimas; allí veía el
retrato de su difunta madre. ¡Ah! ¡Si ella viviera!... Ella, ella
suavizaría la cuesta de aquel penoso calvario, que en la aurora
de la vida, tan a lo vivo, se le representaba: descolgó el retrato,
y estampó uno, dos, tres besos, a cuál más ardientes, en aquella
inanimada figura, y luego, limpiando sus pálidas mejillas,
humedecidas por el llanto, salió de la habitación para dar a su
padre el último adiós.
XII
- 146 -
«Hija mía, no aprietes tanto, que me ahogas, le dijo el
padre, enternecido.»
Magdalena calló, porque la ahogaban los sollozos.
«¿Qué tienes, hija mía?, le preguntó don Luis, asustado. ¿A
ti te pasa alguna cosa?»
«Nada, papá, nada, le respondió Magdalena, serenándose.»
«No; tú estás triste y preocupada, volvió a decirle don Luis.
¿Qué es lo que te pasa, Magdalena?»
«No es nada, añadió Magdalena, fingiendo, lo mejor que
pudo, una sonrisa. Estoy, es verdad, algo así... agitada, porque
en estos momentos me he acordado de mamá. ¡Pobrecita, qué
buena era!»
«Bien, hija mía; rézale un Padrenuestro antes de acostarte,
y vete a descansar. Dame otro beso, y adiós.»
XIII
- 147 -
primer papel que halló a mano se puso a escribir; la pluma
temblaba entre sus dedos convulsos, que se resistían a trazar
caracteres, y, tras de vanas tentativas, sólo pudo escribir:
XIV
- 148 -
y contempló su plácido sueño. Iba a darle otro beso, pero no
se atrevió: sería desbaratar los planes preparados a costa de
tantos sacrificios y lágrimas, y, con el mismo cuidado, volvió a
su habitación para ponerse el vestido de novia.
Era éste un traje de seda, elegante por su sencillez, sin más
adornos que los estrictamente necesarios; trenzó a la ligera el
cabello; cubrió su cabeza con airosa mantilla, y sin ocuparse
más del tocado, se dispuso a salir.
Al poner el pie en el umbral se estremeció: sabía que aquel
paso iba a causar a su padre terrible angustia; era un paso de vida
o muerte; hizo la señal de la cruz; dio, agitada, el terrible paso,
y después de volver la vista atrás, como para dar el último adiós
a aquella casa, llena para ella de tantos encantos y recuerdos,
al rayar el alba echó a andar, hasta dar vuelta a la esquina de la
calle, en donde en un coche la esperaba, en compañía de otra
amiga, la señora que iba a servirle de madrina en la ceremonia
nupcial.
En el pórtico de la iglesia se reunió con Edmundo,
que, intranquilo, la aguardaba hacía una hora, con otros
dos familiares, que iban a servir de testigos, y todos juntos
penetraron en el templo por la oscura nave, hasta acercarse a la
balaustrada del altar mayor; acto continuo se presentó el señor
cura párroco, y dio principio al sacramento matrimonial.
Apenas terminado el religioso acto, ocuparon un coche
que, a las puertas de la iglesia, les esperaba, y se dirigieron al
hotel que los padres de Edmundo poseían en las afueras de la
población. Allí estaba preparado un espléndido desayuno; los
comensales estaban alegres; hablaban reían, y el matrimonio
parecía feliz: eran jóvenes; se habían casado impulsados por
- 149 -
el amor, y aquella atmósfera tan fresca y pura, no presentaba
síntoma alguno de descomposición. Sin embargo, el corazón
de Magdalena latía fuertemente; quizá en aquellos momentos,
su padre estaría leyendo la carta que ella le había escrito, antes
de salir sigilosamente de su casa natal.
XV
- 150 -
podía esperar más, y un día se decidió a escribirle; notaba que
la separación y el desvío de su padre iba poco a poco minando
su vida, y no quería morir sin antes recibir de su padre la
bendición; tomó la pluma y escribió:
- 151 -
ya muerto para él, y no quería saber nada de ella. Después de
estas reflexiones, tomó papel y escribió:
XVII
- 152 -
y ver la higuera, que frondosa le ofrecía agradable sombra para
descansar del paseo, le vino a la memoria el recuerdo de su
padre y su cariñosa despedida, cuando en aquel mismo sitio,
momentos antes de embarcar para Cuba, le dijo:
«Luisin, vas a apartarte de nosotros, quizá para siempre;
tu madre y yo tenemos ya muchos años; tú eres joven, puedes
morir, pero nosotros ya no podremos vivir largo tiempo. Dios te
haga feliz y te alargue la vida, concediéndote una descendencia
numerosa, para que algún día puedas comprender el cariño
paternal en tus hijos; porque has de saber que los hijos
podrán faltar a sus padres, desobedecer a sus padres, y, hasta
si se quiere, despreciar a sus padres; pero el padre jamás, por
grande que sea la ofensa que un hijo le haga, deja de quererle
y de otorgarle el perdón, tan pronto como el hijo reconozca la
falta y se lo pida; yo acaso no vuelva a verte más; pero has de
saber, hijo mío, que mis últimas palabras serán también última
bendición para ti.»
Aquellas palabras habían sido proféticas.
Don Luis sacó el pañuelo del bolsillo, y enjugó algunas
lágrimas, que se deslizaban por sus surcadas mejillas; dio un
profundo suspiro, y abandonando aquel sitio, emprendió
maquinalmente el camino para su casa, llevando en su corazón
el recuerdo de aquellas palabras, que había oído a su padre
cuando le abrazó por última vez.
Cuando don Luis entró en casa, ya había desaparecido el
sol, quedando sólo los débiles reflejos del crepúsculo; subió
a su habitación, y sin darse cuenta, estuvo dos horas sentado
en una butaca, pensando en su hija y coordinando las últimas
palabras de su padre en que le hablaba de perdón.
- 153 -
El corazón de don Luis se había trocado, y el momento de
la deseada reconciliación no se hacía mucho esperar.
XVIII
XIX
- 154 -
sueño; se incorporó en la cama, tomó el diario en sus manos,
y lo primero que se ofreció a su vista, fue la siguiente noticia:
«SENSIBLE DESGRACIA.
En Barcelona se ha suicidado una señorita
arrojándose por un balcón. El móvil que la impulsó
a tomar tan fatal resolución, fue la contrariedad de su
padre, oponiéndose tenazmente a que continuara sus
relaciones amorosas con un joven de distinguida familia.
La suicida dejó escrita una carta a su padre, en donde
le decía:
Has querido más verme muerta, que casada a mi
gusto; sea así: glóriate ahora ante el cadáver de tu
desgraciada hija.»
- 155 -
que se hubiese suicidado? Si esto hubiera sucedido, ¿quién
lavaría de mi rostro la afrenta? ¿Con qué pudiera acallar los
remordimientos de mi conciencia? ¡Ay, hija, estás perdonada!
Sólo deseo que la aurora empiece a iluminar el día, para correr
presuroso a estrecharte entre mis brazos y darte mi bendición.»
XX
- 156 -
La tomó el pulso, y, aunque débil, notó señales de vida. En
esto llegó una doncella, y don Luis, agitado, le mandó traer
éter en seguida, para poder devolver el conocimiento a su hija.
Magdalena se había desmayado.
Cuando volvió en sí miró a su padre, ocultó el rostro con sus
manos, y derramó un torrente de lágrimas. Aquel llanto le vino
bien: de no haber desahogado, hubiera recibido complicación
el mal. En seguida hincó las rodillas en el suelo, tomó la mano
de su padre, y exclamó: «¡Padre mío, perdonadme!»
El padre, demasiado impresionado, la levantó del suelo, le
dio un beso en la frente, y le dijo:
«¡Hija mía, estás perdonada; tus lágrimas han borrado por
completo tu falta!»
En aquellos momentos, el Ángel de la Dulzura, que
presenciaba aquella tierna y consoladora escena, batió sus
cándidas alas para alegrar aquel nido de amor, dejando en su
rapidísimo vuelo brillante estela de luz, por donde, risueña, se
veía llegar la aurora de la felicidad (1).
(1) El precedente sucedido se escribió, viviendo aún don Luis, con el laudable
propósito de que, al leerlo dicho protagonista, tuviese luego el desenlace con que se
termina el episodio. Desgraciadamente no surtió el efecto deseado: don Luis leyó
las cuartillas y le impresionaron muy vivamente, como él mismo lo manifestó al
autor, al darle las gracias por el escrito; pero continuó en su tenaz resolución de
no querer Ver más a su hija, contestando a los que trataban de reconciliarle con
ella: que se hallaba durmiendo, sin haber sido posible hacerle variar de parecer.
- 157 -
MARÍA
- 158 -
María no había tenido ¡a dicha de recibir las tiernas caricias
maternales, que tanto endulzan las amarguras de la vida.
Muerta su madre, al dar a luz a María, crecía ésta bajo eí
cuidadoso amparo de su padre, que, aunque muy solícito en
procurarle una esmerada y cristiana educación, notábase en la
niña la falta de ese arrobador cariño, que sólo una madre sabe
inculcar en el tierno corazón de sus hijos.
Se acercaba la Pascua de Navidad, y habíase en el colegio,
donde se educaba la niña, anunciado la primera comunión,
y las alumnas, radiantes de júbilo, se preparaban para recibir
dignamente el manjar eucarístico.
Entre las que habían de comulgar se encontraba María.
¡Qué dicha para esta niña saber que estaba designada entre
las demás compañeras para recibir a Dios!
Alegre, en alas del amor, después de salir del colegio, corre
a comunicar a su papá tan feliz noticia, no dudando del alegrón
que recibiría al saber que se acercaba para su hija, a quien tanto
quería, el día, que para ella sería el más feliz de su vida.
Llega a casa la candorosa niña, y sin detenerse un momento
entra en la habitación de su papá; al ver éste llegar a su hija
con la alegría inseparable de la infancia, y acercarse sonriente
a su escritorio, la toma emocionado sobre sus rodillas, le da un
cariñoso beso, y deja por un momento los negocios, en que se
hallaba ocupado, para recibir embelesado las tiernas caricias
de su hija idolatrada,
¡Qué hermosa es la edad de la inocencia!
El padre de María era bueno; ayudado de una regular
fortuna, honradamente adquirida, vivía resignado después de
la pérdida de su esposa, dedicado tan sólo a cuidar de su hija,
- 159 -
en quien tenía depositado todas sus esperanzas y sus amores.
«Papá, le dice la niña con esa desenvoltura propia de la
inocencia, el domingo voy a recibir mi primera comunión,
y siento en mí una alegría tal, que se me figura que ya estoy
formando coro con los ángeles. ¿No es verdad que también te
ha pasado a ti cuando comulgaste por primera vez?»
Esta inesperada pregunta de la niña despertó en el padre
de María una serie de dulces recuerdos, mezclados con tanta
amargura, que tuvo que hacer un superior esfuerzo para que su
hija no se apercibiese del estado de su alma. Se acordaba, sí, de
su primera comunión, y también de la última... Entonces era
feliz; los negocios del mundo le habían arrebatado tanta dicha.
«¿Vas a recibir tu primera comunión?, le contesta,
disimulando su gran emoción. ¡Oh, qué dichosa vas a ser y
cuánto me alegro de tu felicidad! Te presentarás hermosa
ese día; voy a mandar te hagan un traje blanco, muy blanco,
con una gasa muy linda, también blanca; adornarás tu frente
con una corona de azahar, y lucirás, con rosas y azucenas, la
hermosura de tu cuerpo y la pureza de tu alma.»
María sonrió al oír el ofrecimiento que le hacía su papá,
y por un momento, se distrajo con las ilusiones del vestido
angelical con que había de presentarse en la gran fiesta; pero
volviendo otra vez en sí, se postra de rodillas, toma la mano de
su padre, la besa, y por si alguna vez le había disgustado, le pide
humildemente perdón.
¡Dichosa niña, qué dulces son los ensueños de la inocencia!
El padre no pudo hablar; se sintió confundido ante la
candidez de aquel ángel, que ignorando aún lo que podía
ser una falta, le pedía perdón; vuelto en sí, simulando una
- 160 -
sonrisa, como para agradecer a su hija aquel acto de sumisión,
la volvió a besar, y luego, deseando quedarse solo, porque la
inocencia que tenia delante de sí le amargaba el corazón, para
tranquilizarse, la mandó ir a distraerse al sitio donde tenia
instalado el «Portalillo de Belén».
II
- 161 -
humilde veía postrada a sus pies, pronunció sentidas frases,
para inspirarlas, si cabe, más amor, en vista del que Jesús no
tiene, dándosenos en alimento de nuestra alma.
Unos momentos después, empezaba el acto sublime de
darse Dios en manjar a las criaturas.
Entonces era de ver el fervor con que aquellas angelicales
niñas se acercaban al altar, con las manos unidas delante del
pecho y la cabecita inclinada hacia el suelo; una por una, iban
recreando su cuerpo con la presencia real de Cristo, y una por
una volvían otra vez a sus respectivos puestos para entregarse
a la oración.
María, al recibir de manos del párroco el manjar eucarístico,
quedó sonriente, sumergida en un verdadero éxtasis de amor,
como sonríen los ángeles en el paraíso.
Concluido el conmovedor acto, una explosión de júbilo se
notó en el templo, y cuando las niñas salieron del sagrado lugar
para dirigirse a sus casas, las madres cubrieron de besos las
mejillas de aquellos ángeles humanos, tan dichosos entonces
como los mismos alados espíritus que rodean el trono del
Altísimo.
Sólo María notó la falta del amor, pues a las ca¬ricias que
le dispensaron les faltaba ese calor que sólo una madre sabe
depositar en el rostro de una hija.
Cuando María entró en casa, su padre la estaba esperando
con los brazos abiertos; su padre era bueno, pero... era su
padre..., y María, al arrojarse a sus pies y besarle ambas manos,
las dejó humedecidas con sus lágrimas.
«¿Qué te pasa, hija mía?, le preguntó su padre con vacilante
voz al ver los raudales de ternura desprenderse de los ojos, no
- 162 -
manchados aún, de su candorosa hija. ¿Que te ha sucedido?
¿Por qué lloras?»
«¡Ay, papá!, le contestó la niña sin atreverse a levantar
la vista que oculta tenía entre las manos de su padre. ¡Si yo
tuviera madre!...»
Y al pronunciar esta frase se incorpora, su rostro parecía
iluminado por un destello de luz que realzaba más y más su
cándida hermosura, mira por un momento a su papá, simulan
sus labios una sonrisa de amor y cae, falta de fuerzas, entre los
brazos de su padre.
«¡Papá!... Sosténme; te lo pido por favor... No sé lo que me
pasa...»
Y sin comunicarse más que mudas impresiones, estuvo
unos momentos la inocente niña sostenida en los brazos
paternales.
El padre de María era bueno; pero preocupado con los
negocios del mundo, no sabía en qué consistía el verdadero
amor; y su hija, al verse ante el altar sin una madre, como las
demás niñas iban acompañadas de su mamá, notó toda la
ausencia del cariño, y pidió a Jesús, con lágrimas en los ojos,
una gracia: la gracia de que su papá pudiera llevarla al templo,
participar de la dicha inmensa de que ella gozaba, recrearse
con los ángeles y sentir de lleno las dulzuras del Verdadero
amor.
Aquella frase tan sentida de María, dicha a su mismo padre:
«¡Si yo tuviera madre!», conmovió de tal manera el corazón
paternal, que cogiendo a su hija y besándola en la frente, le
dijo:
«Hija mía, tienes madre que vela por ti en el cielo...; pero yo
- 163 -
supliré su falta en el mundo; te acompañaré a la iglesia como
las madres acompañan a sus hijas, rezaré a tu lado y contigo
me acercaré a comulgar.»
«Gracias, padre mío; ahora soy dichosa porque he
conseguido lo que con tanto amor he pedido al «Niño del
Pesebre»: le pedí te abriese los ojos a la verdadera luz y te
hiciera conocer el camino de la felicidad.»
Hoy el padre de María recuerda, inundado de gozo, ese
día memorable y lo celebra, considerándose el más feliz de los
mortales, comulgando al lado de su hija...
- 164 -
SALVADOR
- 165 -
Cuando Salvador recogía algunas limosnas, qué contento
se ponía, con qué entusiasmo corría hacia su humilde aldea
para entregárselas a su querida madre.
Algunas veces la llevaba un poco de chocolate y algunos
bizcochos, porque la pobrecita estaba tan delicada de salud...
¡Qué bueno era Salvador!... ¡Si su padre le conociese!...
La buena señora, cuando veía llegar a su hijo, llorando de
alegría, estampaba en su frente un beso, en el que ardía toda la
ternura de su alma, y luego lo sentaba a su lado, acariciando su
blonda cabellera.
Salvador besaba una y mil veces las manos de su madre, y
sentía una satisfacción indecible al ver contenta y alegre a la
mujer que por él había sacrificado su salud.
«¡Madre mía, le decía con frecuencia, cuánto siento no
poder estar siempre a su lado! ¡Qué deseos tengo de poder
mantenerla con holgura!... ¡Yo sería feliz si usted estuviese
siempre contenta; pero cuando la veo llorar, se me parte el
corazón!»
La buena señora, cuando oía estas muestras de amor,
llevaba sus manos a los ojos, por los que corrían algunas
lágrimas.
Un día que Salvador la sorprendió en esté estado, le dice,
sobresaltado:
«¿Está usted llorando? ¿Qué le pasa, madre mía?»
«Nada, hijo mío; lloro de contenta, porque te veo a mi
lado.»
«Otras veces, también estoy, y no llora. ¿Acaso la he
ofendido en algo?»
«Ofenderme tú, hijo mío; tú, que has sido para mí el
- 166 -
iris de bendición. No, tú no puedes ofenderme nunca.» Y
abrazándose a su hijo después de este breve diálogo, estampó
en sus rosadas mejillas un beso, uno de esos besos que sólo las
madres saben depositar en el rostro inocente de sus hijos.
Salvador, al notar que su madre volvía a sonreír, tomaba
su instrumento favorito, cantaba delante de ella una de sus
más dulces composiciones, y se despedía luego hasta el día
siguiente, que volvería con las limosnas que su trabajo le
habían de proporcionar.
La madre de Salvador, cuando éste salía de casa, se quedaba
a la puerta mirándole hasta que le perdía de vista; entonces,
llena de profunda tristeza, exclamaba:
¡Pobrecito niño! ¡Qué bueno es!... ¡Si su padre le conociese!...
II
- 167 -
Había recorrido ya algunas calles, y se situó en la plaza
Mayor, frente a una casa señorial; allí se puso a afinar su
violín para comenzar el canto: vibraron las primeras notas,
cuando de repente, una señora joven, se asomó al balcón de
su palacio, acompañada de una hija suya, como de unos ocho
años de edad; Salvador, aprovechando aquella ocasión que tan
oportuna se le presentaba, con una voz tan expresiva como
dulce, cantó una bellísima estrofa, en la que brillaba toda la
ternura de su inspiración; la dama, después de oír a aquel niño,
se quedó contemplándole, descubriendo en él, bajo sus pobres
vestidos, una figura simpática y hermosa, realzada por la doble
aureola de la inocencia y de la dignidad.
María, que este era el nombre de la niña, admirada
también de aquella música que tanto le había agradado, con
una ingenuidad propia de sus pocos años, dice a su mamá sin
perder de vista al trovador:
«Mamá, qué bonito es este niño, cuánto se parece a papá;
sus ojos azules, su cabello rizado, su nariz así redondita como
la de papá... mira, mira qué blanquita es su cara...»
Salvador, que había oído esta alabanza de su figura, bajó
la vista con cierto rubor, que lo hacía más bello aún; y no
repuesto de la agradable impresión que le produjera, sintió
caer a sus pies, tocando ligeramente en sus manos, una prenda
que la niña había tirado desde el balcón: Salvador la recogió
con presteza, y al tenerla en la mano, vio que era un aro con
un dije, que tenía el retrato de un caballero y la corona condal,
grabados en miniatura.
Al dirigir sus ojos al balcón para indicara la señora el deseo
de devolverle la alhaja, oyó la dulce voz de la niña, que le decía:
- 168 -
«Guárdala, guárdala, es para ti; mamá me lo consiente: ¿no
es verdad, mamá?»
La buena señora asintió con un movimiento de cabeza, y
el trovador, sin conocer el valor de la alhaja, pero dándole un
mérito superior al que tenía, se descubrió, dirigió un saludo a
la dama y una sonrisa a la niña; guardó la prenda en el bolsillo,
y se marchó, llevando en su corazón y en su alma el recuerdo
de aquella escena para él tan feliz.
Estaba Salvador demasiado contento; recordaba a todas
horas aquellos momentos felices que había estado delante del
balcón cantando en presencia de aquella señora y de su hija y
para cerciorarse de que había sido una realidad y no un sueño
lo que le había sucedido, sacaba del bolsillo la pulsera y miraba
una, dos y tres veces el retrato que había grabado en su parte
principal.
«¡Qué feliz será este caballero!, decía contemplando la
hermosa figura. ¿Será el papá de la niña?... ¡Qué dichoso será
cuando oye de labios de su hija llamarle papá!...»
Y al decir esto dió un suspiro, guardó silencio y luego, con
entrecortada voz, exclamó: «¡Si yo tuviera padre!...»
Y por primera vez notó aquel niño la falta de su padre, y un
raudal de lágrimas rodaron por sus mejillas.
¡Cuánta ternura y amor encierra un corazón inocente!
Pasó Salvador el resto del día completamente preocupado;
vagaba por las calles sin apenas darse cuenta de lo que hacía, y
al acercarse la noche se encontró bajo el cobertizo de la iglesia
de San Nicolás; estaba abierto el templo y se decidió a entrar
en él. Una vez en la iglesia, se retiró al fondo del santuario; la
debilidad y el cansancio se apoderaron de su febril estado, y
- 169 -
poco tiempo después, en el rinconcito donde se había recogido,
se quedó profundamente dormido.
La soledad, de ordinario, infunde temor a los niños, pero
Salvador no era tímido; estaba acostumbrado a pasar las
noches dondequiera que la caridad le proporcionaba descanso;
así que, al despertar, repuesto de la primera impresión que el
lugar sagrado le causó, se puso de pie, miró a uno y otro lado, y
allá a lo lejos descubrió una luz; se acerca a ella, y con alegría,
conoció ser la lámpara que ardía delante de la bella Morenita
Carmelitana, que en brazos tenía a su Divino Hijo.
¡Qué hermosa le pareció entonces la Reina del Carmelo!
Se acordó de la imagen que tenía en su casa y que tantas
veces adornaba con las flores que cogía en los campos; pero
en aquellos momentos no podía ofrendar a la Virgen otra
cosa que su amor; cae de rodillas y sus labios formulan la
oración, siempre hermosa, del Arcángel, y no bien la terminó,
cuando levantándose lleno de alegría y como movido por una
inspiración, exclamó: «Tengo allí mi violín; iré a buscarlo.»
Y en seguida se dirigió al rincón donde había dejado su
instrumento, lo recoge y volvió otra vez al sitio donde la luz de
la lámpara iluminaba la preciada imagen de la Virgen.
Convenientemente colocado, descansando al lado de la
balaustrada, estuvo aquel niño con el violín en la mano, tan
simpático y encantador que no parecía sino uno de los ángeles
que a Perugino, en su belleza ideal, le habían servido de modelo
para trasladar al lienzo su admirable cuadro de la Asunción.
En el templo reinaba profundo silencio; el mismo Ángel de
la Guarda parecía haber plegado sus alas para no interrumpir
con su suave movimiento la emanación purísima de ternura
- 170 -
que iba a brotar de aquella candorosa alma.
El niño empieza, los preludios del Violín resuenan bajo
las bóvedas del templo, y una voz fresca y dulce se dejó oír en
aquel sagrado recinto, que repetía:
¡Oh María, madre mía, oh consuelo del mortal, amparadme
y guiadme a la patria celestial!
Tan sentida era la plegaria, que no parecía sino que los
mismos ángeles le habían ayudado en su ejecución.
Cuando hubo terminado el canto se dirigió a la Virgen,
como pidiéndole su parecer, y se le figuró que la Virgen sonreía,
y que, radiante de hermosura, recibía aquella ofrenda amorosa,
moviendo ligeramente la cabeza, y luego, con expresión de
indefinible ternura, le daba su bendición.
Salvador recibió entusiasmado aquella muestra de amor,
hincó luego las rodillas en el suelo y, en un momento de éxtasis,
se trasladó al coro de los ángeles.
Cuando despertó, los destellos de luz que se reflejaban por
las ventanas del santuario, anunciaban la aurora del nuevo día.
IV
- 171 -
despertarle. El niño, al recibir la impresión, movió sus brazos,
hizo unas contorsiones con el cuerpo y volvió a quedarse
dormido. El señor cura quedó contemplándole; hubiera
deseado dejarle dormir; pero no convenía: estaba en un sitio
muy visible, y llamaría la atención de las personas que en
aquellas horas entraban en el templo. Le tocó por segunda vez,
y entonces el niño alzó la cabeza, restregó los ojos, soñolientos
aún, y se fijó en el señor cura, que, de pie, le contemplaba.»
«Dime, niño, ¿cómo has quedado a dormir en la iglesia?, le
preguntó el señor cura, con amabilidad.»
«Apenas lo sé, le contestó Salvador. Ayer entré en el templo
y, sin darme cuenta, me quedé dormido. Y luego le contó lo
que le había pasado, por la noche, en presencia de la Virgen.»
«¿De dónde eres?, le dijo entonces el señor cura.»
«De Nubledo, parroquia de Cancienes, le contestó el niño.»
«Y ¿á qué has venido por aquí?»
«A pedir limosna.»
«¿Cómo te llamas?, continuó el párroco.»
«Salvador, para servir a Dios y a usted.»
«¿Tienes padres?»
Salvador, al oír esta pregunta, se quedó un momento
pensativo; sabía que tenía madre; pero... padre... Había soñado
aquella noche unas cosas tan raras...
El señor cura, al ver que no contestaba, repitió la pregunta
con más interés, y entonces, Salvador, con una ingenuidad que
conmovió al venerable párroco, le dijo:
«Señor, tengo madre, pero a mi padre no lo he conocido
nunca; yo estaba en la creencia de que se había muerto, porque
mi madre jamás me habló de él; pero esta noche se me apareció
- 172 -
en sueños un ángel, y me dijo: Salvador, ¿quieres ver a tu padre
y a una hermanita que no conoces? Ángel bueno, le contesté,
sí, llévame adonde está mi padre y mi hermanita, que quiero
verles, quiero abrazarles... El ángel me tomó de la mano; iba yo
tan contento; pero... ¡qué desdicha!, cuando creí que ya los iba
a ver, me despertó usted; por eso desperté tan triste...»
«De manera, ¿que no conoces a tu padre? ¿No sabes si tu
padre vive?»
«No le conocí, y siempre he rezado por su eterno descanso,
creyéndolo muerto; pero el ángel me dijo que vivía... Y como
los ángeles no mienten nunca...»
Al oír el señor cura esta respuesta, tan ingenua como
candorosa, acarició al niño y le ofreció dejarle en su compañía;
pero Salvador se acordó que tenía a su madre delicada de
salud, sin otros medios de vida que las limosnas que él ganaba,
y contestó al señor cura:
«Gracias, señor; mucho le agradezco su fina atención; pero
tengo a mi madre, que vive sola conmigo, y no puedo, ni debo
abandonarla; si alguna vez necesitase de usted, aprovecharé su
generoso ofrecimiento.»
El párroco no quiso insistir; le entregó unos reales que
llevaba en el bolsillo, le dio un abrazo, y se despidió del niño,
dándole su bendición.
Poco tiempo tardó Salvador en llegar a su casa, después que
se despidió del señor cura; deseaba hablar a solas con su madre,
hacerle algunas preguntas, contarle lo que le había pasado en
la iglesia, y cerciorarse de lo que tanto le interesaba; es decir,
quería saber si había muerto su padre, y si vivía, dónde podría
encontrarle; cosas eran estas que podían disgustar a su madre;
- 173 -
pero ¿por qué ella no le había hablado nunca de su padre? Le
mandaba, sí, rezar por los difuntos; pero jamás le dijo, de una
manera terminante, que rezase por su padre.
Estas consideraciones preocuparon a Salvador durante
el camino, y cuando se halló en presencia de su madre,
aunque procuró conservar la serenidad, en sus palabras y en
sus movimientos se notaba la agitación, que embargaba su
espíritu. Al llegar, la saludó con el mismo cariño de siempre, le
besó ambas manos, y aunque se esforzó por hablar, las palabras
se le ahogaban en la garganta; la buena señora comprendió
entonces el estado febril en que se encontraba Salvador, y
adelantándose a la conversación, le dijo:
«Noto, hijo mío, que estás muy preocupado; ¿podré saber
lo que te pasa? Nunca te he visto llegar de esta manera. ¿Estás
enfermo?>
«No, señora; no estoy enfermo, contestó Salvador; pero...»
«¿Qué tienes? Habla pronto. Explícate. ¿Acaso no te
merezco confianza?, Volvió a decirle su madre, con cierta
intranquilidad.»
Estas palabras causaron en Salvador una impresión que no
pudo disimular, y derramó algunas lágrimas; al fin, obligado
por las repetidas preguntas de la persona para él tan querida,
haciendo un esfuerzo, contestó:
«¿Y mi padre? ¿Qué es de mi padre?...»
La sorpresa de la buena señora, al oír esta inesperada
pregunta, no tuvo limites. ¿Cómo aquel niño podía
preguntarle por su padre, si ella nunca le había conocido?
Quiso disimular por el momento; pero a Salvador, que el deseo
de saber el paradero de su padre, si acaso vivía, le daba ánimos,
- 174 -
a las respuestas simuladas de la que él llamaba madre, sólo
respondía:
«¿Y mi padre? ¿Qué es de mi padre?... Hablemos de mi
padre, siquiera sea por primera vez. Ayer estuve en la iglesia
de San Nicolás de Avilés, me quedé dormido junto al altar de
la Virgen del Carmen, y en sueños, un Ángel me dijo que mi
padre vivía. ¿Dónde se encuentra mi padre?...»
La piadosa mujer no pudo guardar por más tiempo el
secreto; esperaba que Salvador tuviese más edad para darle
explicaciones referentes a su nacimiento; pero la procacidad
del niño se había adelantado a sus años, y no le quedó otro
remedio que satisfacer sus naturales deseos; se acercó más y
más a él, como si el espacio que separaba a ambos pudiera ser
obstáculo para comunicarle una noticia tan transcendental, y
con calma, pero no sin excitación, le dijo:
«Hijo mío, ya no eres un niño, y lo que tú me preguntas hace
tiempo que te lo deseaba contar; pero es de tal importancia
que varias veces intenté hacerlo y nunca me he atrevido... Yo
no he conocido a tu padre...»
«¡Madre mía, explíquese usted; ese modo de hablar me
estremece!...»
«Tienes razón, Salvador, es necesario que te hable con
claridad; escúchame unos momentos y no me interrumpas.»
«Madre mía, siempre la obedecí, y no quisiera que ahora,
que es cuando más necesita de mi cariño, tuviera usted queja
de mi.»
«Lo sé, Salvador, lo sé; eres demasiado bueno.»
Y la pobre señora, haciendo esfuerzos para poder contener
la emoción, le dijo:
- 175 -
«Hace como unos doce años iba yo un día para misa
cuando en el camino, a la sombra de un árbol, encontré a una
mujer, joven aún, abandonada por el cansancio, el hambre y los
sufrimientos; aquella infeliz, que se dirigía a Oviedo, llevaba
consigo una criaturita, a quien en vano trataba de comunicar,
estrechándola contra su seno, el calor que a ella le faltaba.»
«¡Pobre señora!, exclamó Salvador. Usted la habrá
consolado en seguida.»
«Sí, continuó la buena mujer; al verla en aquel estado la
llevé a mi casa y en ella le prodigué toda clase de cuidados; pero
la enfermedad se había arraigado en ella, y tres días después de
estar en mi compañía se murió.»
«¡Pobre señora!, exclamó Salvador. ¿Y el niño? ¿Qué ha
sido del niño?»
«Ten calma, Salvador, que has de saberlo todo. Aquella
desgraciada joven, momentos antes de morir, estando yo a su
lado confortándola con los auxilios de la religión, me tomó la
mano, me la besó y me dijo:
—Buena señora, no llevo otro sentimiento al dejar este
mundo que el recuerdo de mi hijo, de ese niño que, sin tener
culpa, acaso habrá nacido para sufrir; hoy perderá a su madre.
¿Quién podrá acariciarle ya en el mundo cuando su padre, el
único que podía hacerlo, y lo haría con mucho gusto porque es
muy bueno, acaso no le conozca nunca? Yo le suplico a usted,
señora, por el amor de Dios, por todo lo que usted más quiera
en el mundo, que no abandone a mi hijo, que le cuide y que
haga para él el oficio de madre.
Después de esta declaración, la moribunda me mandó
presentarle el niño, quiso abrazarlo por última vez, pero ya no
- 176 -
tenía fuerzas en sus brazos; lo besó, le dio su bendición y, luego,
me recomendó le entregase una cajita que contenía un retrato
de ella y la partida de bautismo del niño, única herencia que
podía legarle; accedí a todo, prometiendo cumplir fielmente
el encargo; ella, agradecida, volvió a besar a su hijo, me dirigió
una expresiva mirada y, al separarse de aquel angelito, quedó
inmóvil, la vista se le tornó sin brillo; fui a tocarla y sentí en su
frente el frío de la muerte: aquella mujer acababa de expirar.»
- ¡Ay, madre mía! ¡Qué historia tan triste!
- Y ese niño, ¿dónde está, que no le he visto nunca a su
lado? ¿Ha muerto?...
- No, Salvador, no; ese niño no ha muerto; ese niño que ha
venido al mundo pocos días antes de morir su madre, vive; ese
niño eres tú...
-¡Madre mía!, exclamó Salvador sintiendo un
estremecimiento en todo su cuerpo. ¡Madre mía!...
- No soy tu madre, Salvador, no soy tu madre; pero te quise
y quiero como si hubieses salido de mis entrañas, como si...
- ¡Ah, señora!, digo, madre mía, no deje de llamarme hijo...
¡Pobre madre mía!... ¡Se ha muerto!... ¡Se ha muerto!...
Y al decir esto, se puso de rodillas, besó las manos de su
bienhechora y derramó un torrente de lágrimas, exclamando:
- Y, ¿el retrato de mi madre? ¿Dónde está el retrato de mi
madre? Quiero verla... quiero besarla... Ya que no he podido
ver la luz de sus ojos, oír la voz de su palabra, ni tampoco sentir
palpitar su amoroso corazón, quiero al menos contemplar su
imagen para besada, para regarla con mis lágrimas.
La buena señora, profundamente conmovida, sin poder
tampoco contener el llanto, sacó del fondo de un baúl una
- 177 -
cajita de cartón, y se la dio a Salvador diciéndole:
- Toma, esto es lo único que ha podido legarte tu desgraciada
madre.
Salvador tomó la cajita, la abrió emocionado, tembloroso,
y al ver la figura de su joven, hermosa y desgraciada madre,
como si quisiera darle vida, estampó uno, dos, tres besos a
cuál más ardientes, y luego rompió de nuevo a llorar, cayendo
desmayado en los brazos de su bienhechora.
Cuando volvió en sí, tornó a besar el retrato de su madre,
que inundó de lágrimas, y luego, dirigiéndose a la que tantos
favores le debía, le dijo con entrecortada voz:
- ¡Madre mía! Usted será siempre mi madre, y yo seré
siempre vuestro hijo... Tened compasión de este pobrecito
huérfano.
VI
- 178 -
le había visto.
Después de la primera impresión, la condesa, pálida, pero
con segura voz, dice a su esposo:
- ¿De quién es ese retrato? ¿Quién es esa mujer?»
El conde no sabía qué contestar; al fin, creyó salir del apuro
diciendo:
- No lo sé; quizá sea alguna marca de fábrica.»
Esta respuesta no sólo no tranquilizó a su señora, sino que
la condesa, más preocupada y más celosa, empezaba a dudar
de la fe que siempre le había profesado su marido.
Las circunstancias eran críticas; el conde ya no podía ocultar
por más tiempo aquel secreto que encerraba en su corazón, y
que visible tenía ante sus ojos; era necesario tranquilizar a su
esposa, contándole minuciosamente la verdad del caso. Pero...
¿cómo empezar, si era una historia que él quería llevar consigo
al sepulcro? Por fin, viendo la actitud de la condesa, y los
grandes disgustos que podían originar su reserva, le dijo:
¿Tendrás paciencia para oírme? ¿Me perdonarás si te
cuento la historia de esa mujer que tan mala impresión te ha
causado?
La condesa, por toda respuesta, tomó la mano de su
esposo y se la besó; entonces el conde, emocionado, le contó la
siguiente historia:
«Siendo niño me llevaban mis padres a la casa de campo,
situada en la Loma de la Luz, para pasar el verano, en donde
decían que me convenía para la salud; en la posesión vivía el
mayordomo, que tenía varios hijos con los que acostumbraba
a jugar, y tanto me agradaba su compañía que llegué a preferir
la aldea a la población; mis padres tenían gusto en ello, así que
- 179 -
algunas veces se dilataba largo tiempo la estancia en el campo.
Según iba yo creciendo, me iba también encariñando con mis
amiguitos, sobre todo con Sofía, que, por ser la más lista y
más graciosa, la prefería algún tanto a sus hermanos; lo que al
principio era sólo cariño, después se trocó en amor.
Cuando Sofía iba a la fuente, situada en lo alto de la colina,
yo la acompañaba, y los dos nos sentábamos al pie de un roble
que daba sombra al manantial, y allí hablábamos de amores,
porque los dos nos amábamos desde niños; ella no hacía mas
que mirarme con esa expresión angelical con que suelen mirar
las personas que aman con frenesí y yo correspondía a su
ternura.
Las repetidas visitas a la fuente llamaron la atención de mi
padre, el cual trató de cortar nuestra amistad, pero ya era tarde;
yo había jurado a Sofía perpetuo amor y consideraba un deber
de conciencia y de justicia cumplir el juramento. Cuando me
despedí de Sofía para ir a Francia por mandato imperativo
de mi padre, que creía con esto poner un dique a nuestras
relaciones, escribí a Sofía una carta, fechada camino de París,
en la que le decía:
- 180 -
señores, y en el camino encontró la muerte, quedando el niño
bajo el amparo y protección de una honrada mujer... Y al decir
esto guardó silencio, y luego continuó:
He ahí la historia de esa mujer, de esa desgraciada Sofía, a
quien he amado y querido tanto como ahora te amo y te quiero
a ti.»
La condesa, al oír esta franca confesión, no podía dudar de
la noble y franca lealtad de su marido, y para darle una prueba
de amor, le dijo:
- ¿Y tu hijo? ¿Qué es de tu hijo? Porque desde ahora quiero
ser la madre del hijo de mi esposo. ¿Dónde se encuentra tu
hijo?
La condesa hablaba de veras, y el conde, profundamente
conmovido ante la generosa actitud de su esposa, la estrechó
entre sus brazos, lanzó un profundo suspiro y exclamó:
- Lo ignoro; por más esfuerzos que hice para averiguar su
paradero, no lo pude encontrar; sólo sé que vive.
Cuando terminaron de hablar, ya el coche estaba a la puerta
de su palacio, y su candorosa hija esperándoles, como siempre,
desde el balcón.
VII
- 181 -
podía explicar.
María no conocía a Salvador, y, sin embargo, se le figuraba
que le había visto alguna vez en casa, que había oído alguna
vez su metal de voz; pero... no sabía dónde, cuándo ni porqué
motivo; deseaba volver a verle y la ocasión se le presentó
propicia el día de su cumpleaños.
Acostumbraban los condes celebrar el aniversario del
natalicio de su hija con gran solemnidad, e invitaban a las
personas amigas a tomar parte en la fiesta. Entre los convidados
debía figurar Salvador. Pasaron a éste tarjeta de atención
para que les acompañase a comer; y aunque a Salvador no le
gustaba mucho asistir a las reuniones, sobre todo después que
guardaba luto, tuvo que acceder a la reiterada insistencia de los
condes, presentándose a su debido tiempo en el palacio.
La llegada de Salvador llenó de satisfacción a los condes,
sobre todo a María, que deseaba hablar detenidamente con
Salvador. ¡Tenía tantas cosas que preguntarle!
Salvador era un joven bien parecido, de elevada estatura,
con semblante expresivo, dulce y tranquilo; vestía un traje
negro, que daba cierto realce a su natural sencillez; tocaba
admirablemente el piano; pintaba con mucho gusto, y poseía
una bien timbrada voz de tenor.
Durante la comida hablaron bastante, y Salvador, expansivo
con aquella familia, que le inspiraba tanta confianza, les indicó
el deseo que tenia de ir a las Colonias, en guerra entonces
con la madre patria, para defender la bandera española. «He
perdido a mi bienhechora, decia; no me queda en el mundo
ninguna persona querida; no tengo a nadie que vele por mí,
que goce cuando me encuentro contento, que se aflija cuando
- 182 -
me vea triste.
La patria será mi madre, y por la patria deseo sacrificarme
y morir.»
Como los condes habían conocido a la madre de Salvador,
no pudieron penetrar bien las palabras del joven artista, y
trataron de disuadirle de su propósito, presentándole ante
su vista el ancho campo que se ofrecía a su inspiración, y la
fama que alcanzaría su nombre continuando en la pintura.
María era la que más sentía aquella resolución de Salvador, y
en sus palabras dejaba entrever el deseo que tenía de que no se
ausentase de España.
Continuaron algún tiempo más la conversación, y al caer
de la tarde se levantaron de la mesa para ir al salón de gala, en
donde, a los acordes de la música, debía terminar la fiesta.
VIII
- 183 -
del joven, le pensionó en Roma, y los trabajos de Salvador
siempre alcanzaron las primeras recompensas.
Salvador sentíase feliz. A su vuelta de la Ciudad Eterna
instaló en su casa un estudio soberbio. Su fama de pintor se
extendía por todas partes, y a su gabinete llegaban muchas
personas con el deseo de adquirir sus lienzos, siendo el conde
de Velarde uno de sus más entusiastas admiradores.
Un día, poco después de llegar Salvador de Roma, se
presentó el conde en casa del artista para encargarle el retrato
de su hija: agraciada joven de diez y siete años. Salvador
aceptó el compromiso: deseaba hacer una obra maestra, y la
esplendidez del conde le ofrecía ocasión propicia.
Al día siguiente del encargo, aprovechando Sal¬vador la
hermosa luz de la mañana, puso manos a la obra.
La joven condesita que iba a pintar se presentaba en toda
su frescura y lozanía, y Salvador, ante aquella voluntariamente
inmóvil figura, con el pincel en la mano, fue poco a poco
trasladando al lienzo la hermosa modelo. Y al terminar la obra,
el busto de María parecía exhibirse, al través de aquel lienzo,
desapareciendo la imagen para dar paso a la realidad.
La figura de la condesita tenía un parecido asombroso,
Salvador había quedado satisfecho.
Cuando el retrato quedó terminado fue la admiración
de todos, por su acabada ejecución; la obra había resultado
maestra.
El conde, al recibir el retrato de su hija, abrazó al artista,
recompensando con largueza su trabajo, dispensándole
además su amistad y protección.
Salvador había llegado a conseguir lo que tanto deseaba,
- 184 -
que era el poder trabajar para mantener desahogadamente a su
bienhechora, y al señor cura, que, para educarle, había gastado
todos sus ahorros. Pero la fortuna se cansa pronto de halagar
a los hombres, y Salvador, cuando ya se creía feliz, vio en su
casa al ángel de la muerte batir sus negras alas, llevándose a su
protector.
El señor cura acababa de morir, víctima de traidora y rápida
enfermedad.
El dolor que sintió Salvador al perder a su generoso
bienhechor fue grande, y desde entonces, sólo se consolaba
cuando iba a orar sobre su sepulcro.
IX
- 185 -
pensando en ti, y como la enfermedad se apodera de mí, y
la Muerte se acerca, no quisiera dejar este mundo sin antes
ampliar con algunos detalles lo que ya sabes respecto de tu
nacimiento.»
«¡Hable usted, madre mía, no me tenga más tiempo en la
incertidumbre; porque esto sería demasiado sufrir!»
«Hace como unos ocho años, continuó la anciana, estando
tú en Roma, se presentó un personaje preguntando por un
niño que suponía podía tener como unos doce años, y ofrecía
grandes recompensas a la persona que le diese noticias de su
paradero. Al avistarse conmigo, parecía que abrigaba algunas
esperanzas de conseguir sus deseos; pero yo, algo recelosa, y
sobre todo porque estabas bien bajo la protección del señor
cura, no quise satisfacer su curiosidad, y sólo después de
muchas preguntas, y de porfiadas insistencias—porque él
debía saber que yo podía darle alguna noticia—, le dije que
el niño por quien preguntaba vivía, pero que se hallaba lejos,
muy lejos, fuera de España, pero que no sabía el nombre del
pueblo en que residía, ni tampoco cuándo volvería a Asturias.
El caballero se despidió de mí; no volví a verlo más, y sólo sentí
no haberle preguntado por su nombre, para poder algún día
decírtelo a ti.»
Salvador, al oír esta relación, quedó pensativo, vagaban
por su mente confusas ideas; hubiera deseado mucho conocer
a la persona que por él se interesaba, pero ya no tenía remedio:
viviría en continuo sufrimiento, llorando a solas la desventura
de no haber conocido a las personas que le dieran el ser. ¡Bien
lo había dicho su difunta madre!: «Este niño, sin tener culpa,
acaso habrá venido al mundo para padecer.» Así, que sólo dijo
- 186 -
a su bienhechora, después de un momento de silencio:
«¡Madre mía! ¡Madre mía! Está visto que la suerte se
cansa muy pronto de halagar a los seres, y cuando uno se cree
ya dichoso, viene el infortunio a derramar sobre la copa de la
dicha sus gotas de amargura. Yo me creía feliz a su lado, trataba
de cubrir con su velo la aflicción de mi espíritu, pero hoy vino
a rasgarlo por completo el relato que usted me acaba de hacer,
abriendo nueva herida en mi corazón.»
La anciana señora también lo comprendió así, y desde aquel
día la tristeza ejerció marcada influencia en la enfermedad que
padecía. Salvador en vano trataba de consolarla, aparentando
una alegría que estaba muy lejos de sentir; la debilidad de la
enferma iba en aumento, la postración avanzaba y la ciencia
se consideró impotente para contener el mal. Salvador,
a la cabecera de la enferma, pasaba los días y las noches,
prodigándole sus consuelos y sus cuidados. La buena señora,
conociendo que se acercaban sus últimos momentos, pidió
los auxilios de la religión, recibiendo los Santos Sacramentos
con marcadas muestras de fervor; poco tiempo después ya no
conocía a Salvador que, a su lado, la estaba encomendando a
Dios; la mirada de la enferma se tornó sin brillo y la respiración
se le presentaba dificultosa; aquel estado de agonía fue lento;
Salvador trató de pedir socorro, pero inútilmente; perdida toda
esperanza, exhaló un grito de dolor y cayó sin conocimiento
sobre la cama de su segunda madre.
Cuando el sol dejó de iluminar el día se llevó en sus últimos
rayos de luz la vida de aquella señora que había sido modelo de
virtud.
- 187 -
X
XI
- 188 -
los deseos de los condes, presentándose a su debido tiempo
en la aristocrática morada, donde fue recibido con marcadas
muestras de satisfacción.
La condesita había exigido de sus padres que aquel día
no se invitase a la fiesta a otras personas más que a Salvador,
dispensándole con esto una confianza que el joven no pudo
por menos que agradecer, por el luto en que se encontraba.
Se había concluido la comida, durante la cual Salvador
había hecho algunas declaraciones referentes a su porvenir, y
los condes, para distraerlo, se levantaron de la mesa y pasaron al
salón, era donde María iba a lucir sus conocimientos musicales
en el piano, que tocaba con admirable gusto y afinación.
Salvador, al verse en aquel sitio, dirigió una mirada
investigadora sobre el conjunto artístico de riquezas allí
diseminadas, y antes de que los condes se pudieran apercibir
de la curiosidad del invitado, dejó éste escapar de lo más
profundo del corazón un hondo suspiro, y sin darse cuenta
de las personas que a su alrededor estaban, con marcada
excitación febril, exclamó: «¡Mi madre!... ¡Mi madre!...»
Y sin poder decir más, cayó falto de fuerzas y sin
conocimiento en medio del salón.
Los condes quedaron sobrecogidos de espanto; no sabían a
qué atribuir aquel repentino e inesperado contratiempo; pero,
repuestos de la primera impresión, sólo se ocuparon en prestar
a Salvador sus cuidados, poniendo en movimiento a toda la
servidumbre para remediar el mal.
No fueron infructuosos los desvelos, si bien tardó largo
tiempo en recobrar la serenidad, que por momentos volvía a
perderla, repitiendo en su febril estado:
- 189 -
«¡Mi madre!... ¡Mi madre!...»
Por fin, cuando Salvador pudo tranquilizarse, llevó sus
manos a los ojos, y derramando un torrente de lágrimas,
exclamó:
«La he encontrado... ¡Pobre madre mía!... La he
encontrado...»
Los condes estaban asombrados; navegaban en un mar
completamente desconocido para ellos, y Salvador, sin acabar
de explicarse, hacía más apurada y difícil la situación; aquella
perplejidad era harto sensible; deseaban saber la causa de aquel
desconsuelo para remediarlo en lo posible; pero sólo Salvador
podía sacarles de la incertidumbre, y el momento para él era
crítico; agotados todos los recursos, pudieron al fin hacerle
hablar; pero sólo fue para dirigirse a la condesita, y decirle:
«Diga usted, señorita, ¿recuerda haberme visto alguna vez,
antes de que os hiciera vuestro retrato?»
La condesita, al ver que se dirigía a ella, haciéndole tan
extraña pregunta, se quedó pensativa; tenía, sí, ideas confusas
de haber visto alguna vez a Salvador, de haberle oído hablar;
pero no recordaba cuándo ni dónde; así que, con cierta timidez,
le contestó:
«No recuerdo en este momento; pero quizá nos hayamos
visto alguna vez; acaso lo recordará usted mejor: ¿dónde nos
hemos visto?...»
Salvador, por toda respuesta, sacó del bolsillo una
pulsera, que jamás había abandonado desde que fue suya, y
presentándosela a la condesita, le dice:
«Señorita, ¿la conoce usted?»
La condesita la tomó con presteza, la enseñó a su mamá,
- 190 -
que de pie presenciaba aquella original escena, y al verla la
condesa, exclamó:
«¡Ah! Este es el brazalete que regalaste a aquel jovencito
trovador; este es aquel niño, que tanta gracia nos hacía,
cantando al compás de su violín...»
«El mismo, señorita, el mismo, contestó Salvador,
dirigiéndose a la condesita; yo soy aquel ambulante muchachito
que, hace algunos años, siendo usted niña aún, oyó de sus
propios labios estas palabras, que jamás he podido olvidar,
porque yo no he conocido a mi padre: Mamá, qué bonito es
este niño; cuánto se parece a papá: su cabello es rizado, sus
ojos azules, su nariz así, redondita, como la de mi papá... Mira,
mira, qué blanquita es su cara...»
La condesita bajó la vista al oír a Salvador, y ligeramente
ruborizada, guardó silencio; aquel recuerdo empezó a agitar
su corazón.
El conde, que hasta entonces nada había dicho, sintió en sí
cierta agitación, que en vano trataba de disimular. «Salvador,
cuando joven, se me parecía, decía para sus adentros; y por
otra parte, los instintos del corazón me impulsaban a buscar a
este joven, a quererle, a abrazarle... ¿Si será mi hijo?...»
No tardó mucho tiempo en salir de esta incertidumbre.
Salvador, no repuesto aún de la impresión que había
sentido al encontrarse en aquella rica estancia, y movido aún
más por los naturales estímulos del corazón, después de haber
entregado la pulsera a la condesita, dirigiéndose al conde, que,
preocupado, había presenciado y oído toda la conversación, le
dice:
«Permitidme, señor conde, que os hable con entera
- 191 -
libertad; me hallo en una situación algo difícil, porque en
este salón parece que he descubierto el velo que oculta mi
nacimiento. ¡Yo soy hijo de la desgracia; mi difunta madre, a
la que no he tenido el gusto de acariciar, pero que conservo de
ella su retrato, me habla al corazón, y parece decirme que vos
la habéis conocido! Aquel hermoso lienzo, que por su reciente
pintura no debe hacer mucho tiempo que habéis colocado ahí,
tiene un parecido asombroso con la persona que me ha dado la
vida. Decidme, ¿es acaso vuestra hermana?...»
El asombro del conde, al oír esta referencia, no tuvo
límites; sus sospechas se iban aclarando; un color le iba y otro
le venía. Miraba a Salvador, miraba la pintura, se fijaba en su
hija y en su esposa; no sabía lo que le pasaba; llevaba sus manos
a la frente, quería hablar y no podía; si difícil era en aquellos
momentos el estado de Salvador, la situación del conde era
alarmante. Al fin pudo decirle:
«¡Habla, Salvador, habla; el corazón me dice quién eres!
¡Habla pronto!...»
Salvador, al notar la excitación del conde, hubiera deseado
guardar silencio; no sabía cómo continuar su relación
empezada, pero el conde, más y más agitado, le apuraba,
diciéndole:
«¡Habla, Salvador, habla!»
Salvador entonces hizo un gran esfuerzo, y continuó:
«Señor conde, ignoro el lugar donde he nacido; sólo sé que
he sido bautizado en la iglesia de San Esteban, de Moheda,
porque conservo mi partida de bautismo.» Y esto dicho sacó
del bolsillo el certificado, que había heredado de su madre, y
se lo entregó al conde. «No he tenido la dicha de conocer a
- 192 -
mis padres, continuó diciendo, y sólo por el recuerdo de mi
bienhechora, conservé siempre especial cariño a las personas
que me dieron el ser. Mi madre murió abrazándome, y como
única herencia, me dejó su retrato, que siempre traigo consigo.»
Y sacando una pequeña cajita, también se la entregó al conde,
diciéndole: «Ved ahora si esa señora es la misma que vos tenéis
bajo ese dosel, adornando el salón.»
Al terminar Salvador de hablar llevó su mano al corazón,
porque le latía con demasiada violencia.
El conde, al recibir con mano temblorosa el retrato y
reconocer aquella figura, sintió en su corazón toda la fuerza
del amor; brilló en sus ojos la llama del frenesí, y sus mejillas
se encendieron con el calor del entusiasmo; no tuvo fuerzas
para hablar, pero arrebatado, loco de alegría, se abrazó a
su hijo; le colmó de besos, y largo tiempo le tuvo oprimido
entre sus paternales brazos. Ambos callaban, pero hablaban
los corazones. La condesa y su hija no pudieron tampoco
contener la emoción; se abrazaron también a Salvador, y todos
derramaron lágrimas de ternura, que fueron recogidas por el
ángel del hogar, testigo de aquella conmovedora escena.
El conde había encontrado a su hijo.
Desde aquel momento, Salvador vivió en compañía de su
padre; María le quería entrañablemente y la misma condesa le
profesaba amor.
Para perpetuar el feliz suceso, y en cumplimiento de
un voto que el conde había hecho hacía veinticinco años,
mandó edificar la hermosa capilla de Nuestra Señora del
Alumbramiento en lo más elevado de la vistosa colina de la
Luz, colocando sobre la puerta el escudo de la linajuda estirpe
- 193 -
de Velarde.
Salvador, si bueno había sido en su infancia, humilde
en su juventud, cariñoso siempre, cuando se encontró en la
nueva morada en compañía de su familia, fue un verdadero
ángel; pero su corazón estaba formado para grandes empresas;
los límites a que quedaba reducido viviendo en la señorial
mansión de su padre eran estrechos; abrigaba propósitos harto
sublimes y poco tiempo tardó en dejar entrever el deseo que
tenía de ser todo para todos, sacrificando su vida en bien de
sus semejantes,
No se hizo militar como tenía pensado antes de conocer
a su padre, pero, con el consentimiento de éste, se hizo
religioso, celebrando su primera misa en la capilla de la Luz,
preparándose luego para ir a evangelizar entre los infieles,
deseoso de alcanzar la palma del martirio.
Las persecuciones arreciaban en China contra los
cristianos, y Salvador, voluntariamente, pasó al centro de Asia,
donde se ofrecía ancho campo a su caridad evangélica; allí, en
medio de aquellas fanáticas gentes, sufriendo los rigores del
cansancio, del frío, del calor y del hambre, perseguido unas
veces y maltratado otras, entregó su alma a Dios, después de
presentar su cabeza a los verdugos, el día 9 de abril de 1814.
XII
- 194 -
entre matorrales, pero conocida de las avecillas, que sobre
ella se posan para cantar alegres trinos, se levanta una cruz,
colocada sobre un pedestal, en cuyos brazos se lee:
- 195 -
Anécdotas avilesinas
I
- 199 -
Se les daba, para pasar la noche, una botella de aguardiente,
una tortilla de longaniza y un panecillo.
Xuan, que no siempre tenía la barriga llena, vio una ocasión
propicia para cenar siquiera un día bien, y empezó a maquinar
el medio de poder quedarse solo, y así, aprovecharse de todo
el alimento; esto parecía no ser cosa fácil, porque también
Pacho deseaba cenar, aunque la labor que estaban realizando
no excitaba mucho el apetito.
Hablaron un poco, hicieron un cigarro, y por cuanto a
Pacho le aprieta en aquellos momentos el deseo de hacer una
necesidad fisiológica; le dice a Xuan que tiene que quedarse
solo, mientras él va al Campo de Bogab; Xuan no quiso oír
otra cosa; sale Pacho poco menos que quitándose la faja con
que sujetaba los pantalones, y Xuan, sin perder un momento
aquella oportuna ocasión, coge el cadáver, lo sienta en el ataúd,
lo sujeta por la espalda, le pone en una mano el panecillo y en
otra la botella corchada, apoyada en la boca, coloca las luces
a distancia conveniente, cierra la puerta, y espera, detrás del
muerto, la llegada de su compañero; no se hizo éste mucho
esperar. Pero... ¿cuál sería la sorpresa del pobre Pacho al abrir
la puerta y encontrarse con el que creía difunto, incorporado,
comiéndose la cena? Como alma que lleva el diablo, pega un
salto atrás, y en menos tiempo que el que se tarda en referir, se
planta a la puerta de su casa, situada en la calle del Carbayo;
trata de llamar, pero la lengua se le pega al paladar, y la voz se le
ahoga en la garganta; le flaquean las piernas, no puede tenerse
en pie, y cae redondo al suelo; el ruido producido al chocar
contra la puerta, llama la atención de los vecinos; la Luxa, que
vivía en la bodega de una casa inmediata, es la primera que
- 200 -
sale a la calle para enterarse de lo que sucedía, y al encontrarse
con un hombre tendido en tierra, y que, por su inmovilidad,
supuso estaría muerto, asustada, empezó a pedir auxilio; a
las repetidas voces, llegaron presurosos Candín, Puniera y
Chinto, que venían del muelle, y como primera providencia,
levantaron del suelo a aquel hombre, y a la luz de un candil,
que les ofreció Brixidona, reconocieron a Pacho Bollona, que
estaba pálido como la cera, revolviendo los ojos, sin poder hacer
otra cosa que confusas señas, que ninguno de ellos acierta a
comprender; con cuidado lo suben a la buhardilla, métenlo en
la cama, y a fuerza de frotaciones con agua fría, que a Luisa la
Tuerta se le ocurrió recetar, le hicieron volver en sí; pero sin
que pudiera hablar aún.
Al día siguiente, el médico, llamado por la familia, todavía
observó síntomas de fiebre en el infortunado Pacho, quien a
duras penas pudo referir el suceso de la noche anterior.
Entretanto, Xuan de les Cagaretes, sin preveer las
consecuencias, solo, al lado del cadáver, saboreando a su gusto
la cena, y vaciando la botella del aguardiente, decía entre trago
y trago: ¡Probe Pacho, qué poco valor tienes!
Inútil parece decir que Pacho Bollona, en su vida, quiso
velar otro muerto.
Xuan de les Cagaretes murió en el Asilo de las Hermanitas
de los Ancianos el año de 1889; había sido el primero que
ingresó en la benéfica casa, y alcanzó una edad casi patriarcal,
dando bastante que hacer a las hermanitas con sus chifladuras,
hasta que, en los últimos años de su vida, achocheció,
entregando en este estado su alma a Dios.
- 201 -
II
- 202 -
Un día avisaron a Xuan para que diese sepultura al cadáver
de una mujer, y Xuan se presentó, después de dejar el trabajo
por la tarde, en el cementerio, y abrió la fosa; pero creyó
conveniente no echar tierra al cadáver, hasta el día siguiente.
Muy de mañana, y sin sospechar en lo más mínimo, se fue
Xuan al cementerio a cumplir con su deber; llevando la pala y
el azadón al hombro, entra en la necrópolis; se dirige al sitio
señalado, y cuando se iba acercando, oye una voz que salía de
la sepultura abierta, al mismo tiempo que ve una figura blanca,
convenientemente colocada en la misma fosa, que, al través
del manto con que cubría su rostro, le dice: «Bastante tardaste,
Xuan; toda la noche estuve esperando por ti; échame pronto
tierra...»
Xuan era un hombre poco tímido, pero aquella inesperada
locución le sacó de sus casillas: deja las herramientas y sale
corriendo del cementerio, sin mirar para atrás, a carrera
tendida. La voz le sigue diciendo: «No escapes..., espera...»
Pero Xuan aprieta más y más a correr, y no paró hasta que
llegó a casa de Perico Tanliquitan, que vivía en el campo de
Caín, donde Xuan, desfigurado y fuera de sí, tartamudeando,
le contó lo que le acababa de pasar en el cementerio.
Estaban en el establecimiento de Perico varios obreros,
entre oíros Xusto el Quizara, Pepe la Madera, Gabino la
Invierna y Perico Santos, que se disponían para ir al trabajo,
y aunque al principio tomaron a broma lo que Xuan afirmaba
y juraba ser verdad, convencidos, acordaron ir todos juntos al
cementerio, y ver con sus propios ojos el raro sucedido.
No sin cierto temor entraron en la necrópolis, y,
efectivamente, era fundado el miedo del pobre Xuan: en la
- 203 -
sepultura que se había abierto para enterrar a la difunta esposa
de Antón el Albardero, se hallaba una mujer, cubriendo su
rostro con un mandil blanco, esperando que le echasen tierra.
Repuestos del susto, reconocieron a la infeliz, y vieron
que era una desgraciada loca, que se había quedado en el
cementerio la tarde del día anterior.
Aquel mismo día fue conducida a Oviedo, y custodiada en
el manicomio provincial.
- 204 -
III
CONSTANCIA EL REGUERÍN
- 205 -
sólo un pobre farol, colocado a la entrada del puente, servía de
guía a los transeúntes nocturnos; tampoco se había establecido
el cuerpo de serenos, y la gente de buen humor, sobre todo el
elemento joven, solía hacer algunas rapazadas en las clásicas
noches de San Juan y San Pedro.
Cierta noche del mes de julio, espléndida y hermosa,
como suelen ser las estivales, la seña Pepa la Esguila, que vivía
cerca del Campo de Caín, observó, desde el corredor de su
casa, una figura blanca que, en medio del puente, se elevaba a
voluntad y agitaba sus brazos, a manera de alas, trasladándose
de un extremo a otro del puente, al sonido de una campanilla;
asustada, dio la voz de alarma, y pronto se reunieron en torno
suyo los vecinos de la calle de Atrás y del Fresno, para saber lo
que ocurría, quedando todos sorprendidos al ver la inesperada
aparición.
El vulgo, que siempre creyó en duendes y en fantasmas,
estaba preocupado, no atreviéndose ninguno a transitar por
aquel sitio, creyendo que la blanca figura pudiera ser algún
aparecido del otro mundo. Comentarios van y comentarios
vienen, y el fantasma reproduciéndose una y otra noche en
el mismo sitio y de la misma manera; el suceso iba tomando
cierta seriedad, sin atreverse el vecindario a aclarar de una
vez lo que aquello podía significar; por fin, cansados de una
situación tan anómala, una tarde se cruzaron en un chigre
apuestas para descubrir el misterio; un hombre, de armas
tomar, llamado Espartero, se decidió ir solo al encuentro de
la fatídica aparición; se prepara con unos tragos de Vino,
tomado en la taber¬na de María Manolo, se arma de un
trabuco naranjero, se presenta al temible fantasma, y con aire
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resuelto, apuntándole con el pistolón, le dice: «¡Alto!... Quiero
saber quién sois y qué deseáis; si eres un alma del otro mundo,
dime a lo que vienes y qué necesitas; por el contrario, si eres
una persona, como yo, prepárate, porque ahora mismo te voy
al romper el alma...»
Al oír esto el fantasma, quitándose la sábana con que se
cubría, llena de miedo, exclamó: «¡Ay, Esparterín! Por Dios,
no me mates, ni digas a nadie que me viste... Soy...» Y le dijo
muy quedo su nombre.
Al día siguiente, no se hablaba más que de Constancia el
Reguerín.
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IV
CELESTA LA QUINCANA
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preparaba la lata, desocupada de petróleo, pero llena de
piedras, para tocarle la cencerrada, ayudada por María la
Lluca; cuando el embarque del maíz, la Quincana fue la
primera en comunicarlo a sus convecinas, y la primera también
que se presentó detrás del Fuerte para impedir el embarque,
rajando los sacos del codiciado grano; el día que se presentaron
los catorce supuestos carlistas frente al Ayuntamiento, ya la
Quincana decía que los había visto el día anterior, acampados
en el monte de La Luz; en fin, cuando el retablo mayor de la
iglesia de la Merced fue sacado del templo para ser trasladado
a San Francisco, la que más protestaba era la Quincana, en
compañía de Clara la Pinera, llevando ambas gran cantidad
de piedras en el mandil para impedir, aún por la fuerza, que se
llevase a cabo lo que ellas llamaban una usurpación.
Vivía la Quincana en una de las calles céntricas de Sabugo,
y por la noche, sobre todo en el invierno, se reunían en la
cocina de su casa, alrededor del candil, varias vecinas, saliendo
de aquella tertulia todos los cuentos y todos los dichos que al
día siguiente se repetían por el barrio.
Otra mujer vivía entonces en la inmediata calle, que llevada
de la curiosidad de saber, se la veía con bastante frecuencia
acercarse a los portales para escuchar lo que podía hablarse en
las tertulias: era ésta Constancia el Reguerín (1).
Al día siguiente de la sorpresa del fantasma, le parecía a
Constancia que para averiguar lo que de ella podía decirse,
nada mejor que acercarse despacio a la vivienda de la Quincana,
segura de que allí algo se había de contar; así lo pensó y así lo
hizo, acurrucándose como pudo, para no ser vista, detrás de la
puerta.
(1) Léase la anécdota anterior.
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La Quincana, por su parte, no ignoraba esta costumbre
que Constancia tenía, y cuando más celebraban en la tertulia
el desenlace de la fingida aparición, se le ocurrió a la Xipina
advertir que se fuese una al portal por si se hallaba escuchando
Constancia; se levantó Pina María Mota, pero no tuvo
tiempo para inspeccionar el sitio; porque, como un rayo,
abierta de repente la puerta, cayó una piedra sobre el mismo
candil que lo hizo rodar por el suelo sin luz, al mismo tiempo
que una descarga de escobazos sembraba el pánico entre los
contertulios.
La Quincana, repuesta algún tanto de la paliza, salió en
seguida a la calle para ver quién había sido la atrevida que de
una manera tan sarcástica había allanado su morada; pero
sólo pudo vislumbrar una sombra que, a todo correr, se perdió
al dar la vuelta a la calle de Atrás; pero que, por la silueta y
la dirección que tomó, no dudó el que fuese Constancia el
Reguerín.
La Quincana no se atrevió a tomar la revancha,
contentándose, desde entonces, con trancar mejor las puertas
por la noche.
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V
PACHÍN DE LA DIOSA
P asó este infeliz casi toda su vida entre caballos; hablaba con
los caballos; comía entre los caballos y hasta dormía al lado
de los caballos, sin acostarse jamás en cama, hasta que cargado
de años y achacoso fue recogido en el asilo de las Hermanitas,
donde mudó.
Casi toda su vida, excepción hecha del tiempo que
estuvo sirviendo al rey como soldado de caballería, donde
relativamente vivió como un príncipe, la pasó Pachíti en las
Huelgas de Avilés, terrenos húmedos y mal sanos, robados al
mar, sufriendo a pie firme, tanto los calores estivales, como las
crudas heladas de invierno, viéndose algunas veces, al amanecer,
después de pasar la noche a la intemperie, cubierto de nieve,
sin sufrir aquel organismo de acero la menor alteración, en los
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floridos años de su juventud.
Era tartamudo, y quizá fue un buen mozo, pero en el ocaso
de su vida, sus piernas perdieron la flexibilidad, presentando
rígidas al andar la forma de una N.
Pachín no tenía mala voz, y con frecuencia se le oía cantar
el siguiente estribillo:
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honrada conciencia de Pachin, era insufrible; verdad es que él
no tomaba parte en las fechorías, y sólo las autorizaba con su
silencio; pero llegó un día en que perseguidos los gitanos de
cerca por la justicia, acamparon en un bosque, al pie de una
colina, y juntos resolvieron atacar a la Guardia civil.
Pachín aceptó en seguida, y hasta se ofreció ir delante para
conocer la posición de los perseguidores; agradecieron los de la
caravana tan arrogante resolución, y le dieron para defenderse
una escopeta de chispa: sale Pachín del escondrijo, los gitanos
le siguen con la vista, y cuando se halló a conveniente distancia,
disparó el arma contra sus compañeros de pillaje, dándoles a
entender que aquella vida de robos era para él inmensamente
peor que la que disfrutaba viviendo entre caballos en las
Huelgas de Avilés.
Los gitanos persiguieron a Pachín hasta la villa de Pravia,
pero no pudieron darle alcance, y al abandonarle, le dijeron:
«Ya nos la pagarás...» Pero Pachín no les hizo caso, y libre de
aquella compañía, llegó como pudo a su pueblo natal.
Esto contaba Pachín como el suceso más glorioso de su
Vida.
Septuagenario ya, fue recogido en el asilo de las Hermanitas,
en donde vivió otros seis años más, si bien en un principio,
acostumbrado como estaba a no dormir nunca en cama, se le
hacía penosa la dulce tranquilidad que disfrutaba en aquella
benéfica mansión.
Pachín, antes de morir, tuvo la ocurrencia, como si hubiese
sido un capitalista, él que siempre vivió en la miseria, de
hacer testamento verbal, en presencia del capellán del asilo,
después de haber recibido los Santos Sacramentos, dejando
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la cachimba, el mechero de cuerno, una navaja con mango
de madera, el cayado cubierto de cintajos y el sombrero de
copa alta, que usaba adornado con una escarapela encarnada,
a su amigo Zapuruco, por la compañía que algunas veces le
había hecho, cuando estaba en las Huelgas cumpliendo su
obligación.
A Pachín nadie le conoció parientes, más aún, jamás supo
él quienes habían sido sus padres, y un día que unos arrieros
que estaban de posada en casa la Menudera, mandaron a
Pachín llevar una pastoría a la fragua de el Cadete para que
éste la arreglara, el Cadete, al ver a Pachín, sin dejar la labor en
que se hallaba ocupado, con tono burlón al compás de la porra,
le preguntó de quién era hijo. Pachín conoció la intención, y
como si hubiera sido picado por una Víbora, tartamudeando,
contestó al ferrero:
«Maazcaayoo dee uunaa Diioosaa.»
Desde entonces Pachín se hizo popular con el nombre de
Pachín de la Diosa.
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VI
PACHO EL KLARRIÓN
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Acordado ya el día, convinieron unánimes en nombrar a
Pacho el Klarrión, que tampoco faltaba nunca a la tertulia,
para que fuese a buscarlas a los castañedos de la Atalaya, que
en aquellos tiempos, se consideraban comunes.
Era Pacho el hazme reír de los contertulios, y más de
una vez le hacían remedar al burro, en lo que mostraba gran
habilidad.
Consintió Pacho en ir a buscar las castañas, y el domingo,
después de oír misa de alba, se fue con un saco al sitio en donde
las había de encontrar: costóle algún trabajo vadear la marisma
por junto al prado de la Rueda, pero se dio por muy contento
de la molestia, porque al llegar al castañedo, se encontró con la
castaña amontonada y preparada para cargar.
Con la satisfacción del que ve terminada su obra, casi antes
de empezarla, cargó mi pobre Pacho el saco todo lo que pudo,
lo echó al hombro, y tornó a casa muy contento por el feliz
éxito de la empresa; ya le esperaban los contertulios en casa
de la señá Cándida, donde habían quedado convenidos en
juntarse para descascar las castañas, a fin de tenerlas listas para
amagostarlas por la tarde.
Cuando vieron llegar a Pacho, les sorprendió la gran
cantidad que traía, porque apenas había tenido tiempo para
sacudirlas; pero la sorpresa fue mayor aún, cuando al vaciar el
saco, vieron que en lugar de castañas traía sólo erizos.
«¡Bruto!... ¡Animal! ¿Qué es lo que trajiste?» Estas fueron
las palabras con que saludaron al pobre Pacho después de
haber venido medio reventado con el costal al hombro. «¿Son
pocas? ¿Son pocas?, contestó el infeliz. No hacía más el saco.»
«Pero... ¿no ves que no son más que oricios volvieron a
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decirle; pero Pacho no acababa de convencerse de su inocencia,
y los compañeros, por salir del paso, le mandaron recogerlas y
que las llevara a casa de Tomás el Rato. ¡Pobre Pacho! Con
el saco al hombro, sudando la gota gorda, a pesar del frío de
noviembre, lleva Pacho la molesta carga a casa de Tomás,
y éste, que era muy ladino, al saber de lo que se trataba por
habérselo dicho antes muy claro el infeliz Pacho, le manda que
las lleve a casa de Llamuerga, sacristán de la parroquia, que es
para quien van dirigidas.
Pacho ya no podía moverse, la broma iba resultando
pesada, y ya deseaba más dejar aquel saco en casa de Tomás
e ir al día siguiente a buscar otro a Cantos, que no volver a
cargarlo allí mismo y otra vez llevarlo a casa de Llamuerga;
pero Tomás convenció a Pacho, y éste, por tercera vez, con
la cruz a cuestas, lleva el pesado fardo a la casa indicada; allí
estaba Llamuerga, y por casualidad con Llamuerga también
estaba Ñacarón, que había ido a llevar una masera de cocina a
casa del sacristán; al entrar Pacho por la puerta y verlos, dice
en seguida a Llamuerga: «Toma estes castañes, que ya vengo
reventando con elles toda la mañana.»
Llamuerga no sabía de lo que se trataba; mandó entrar
a Pacho, examinó el saco, y al ver los erizos, sorprendido,
exclamó: «¡Qué traes ahí, hombre! ¡Qué traes ahí!»
«Son castañes, respondió Pacho, que fui a buscar
temprano a la Atalaya para hacer un amagüesto en casa de la
señá Cándida, y me dijeron, que te las entregase a ti; vengo
reventando con elles, de casa en casa, toda la mañana.»
Ñacarón empezó a reírse de la burla; pero Llamuerga,
compadecido del pobre Pacho, le aconsejó, como buen amigo,
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que las llevara al campo de Faraón, y las arrojara al mar, porque
no valían para nada, mandando a Ñacarón ayudarle a cargar
con el saco.
Trabajo le costó a Pacho obedecer a Llamuerga, pero no le
quedaba otro remedio; aunque tarde, conoció su brutalidad;
cargó por última vez con el fardo, ayudado por Ñacarón, y
entre los dos arrojaron los erizos a la ría.
Cuando Pacho se vio libre del conflicto, estaba enfurecido;
pero Ñacarón le calmó, diciéndole:
«Para amolarlos, vamos ahora mismo a tomar un café a
casa de la Chichiliana; y así lo hicieron...»
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VII
PACHÍN DE LA CACHICUERNA
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recibir.
Le faltaba el dedo índice de la mano derecha, lo que tenía
a orgullo, pues decía que lo había perdido en defensa de los
intereses del pueblo.
Allá, a mediados del siglo pasado, parece que hubo unos
años en que el trigo y el maíz escaseaban bastante en la villa, en
ocasión en que el comercio de importación era muy deficiente.
Los fanegueros, que tenían granos almacenados, queriendo
aprovechar la ocasión de la carestía, los guardaban o los vendían
al mejor postor, suscitándose con tal motivo un conflicto que
ocasionó varias víctimas; y gracias a la casa en construcción
del señor Graiño, que les sirvió de Fuerte, salvaron la vida
otros muchos que habían ido a impedir el embarque del maíz,
defendiéndose de las nutridas descargas de fusilería tras los
muros en construcción; así y todo, murieron seis personas y
resultaron heridas quince. ¡Triste día para Avilés!
Pachín, arengando a las masas, esperaba, a pie firme en el
puente, el resultado de la acción; a su lado veía la sangre que
a borbotones brotada de las heridas de sus compañeros, pero
esto, lejos de intimidarle, le enardecía, levantando más y más
el brazo para hacerse oír, infundiéndoles valor. Cuando más
elocuente estaba ponderándoles el triunfo, una bala perdida
pasó silbando a su lado, y le tocó en la mano con que arengaba;
al ver Pachín el brazo bañado en sangre, conoció lo peligroso
que era jugar con las balas, y puso pies en polvorosa.
Cuando llegó a su casa, encontró en la puerta a su mujer,
Vicenta l’Arroganta, comentando con sus convecinas la señá
Pacha la Santera y la señá Gañusa el sucedido, y Pachín, al
verlas, exclamó:
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«Rompimos todos los sacos; anda, que se fastidien los
usureros.»
Pero la señá Pacha, que había perdido un pariente en la
refriega, con voz plañidera contestó a Pachín:
«¡Ay, Pachín! Más valía que embarcaran el maíz, aunque
todos pasásemos fame, porque así non habría tiros ni
desgracies... ¡Probes de los que quedaron güerfanos!...»
Pachín no le hizo caso; no estaba la madera para cucharas;
le dolía la herida, pero aguantaba el dolor, y con relativa calma,
presentando la mano ensangrentada que oculta llevaba en uno
de los bolsillos de la levita, mandó a su mujer que le restañase
la sangre, lo que Vicenta hizo con hilas empapadas en árnica
que la señá Gañusa había ido a buscar a su casa, y cuando,
ya curado, pudo Pachín fijarse detenidamente en la herida,
notó que le faltaba el dedo índice de la mano derecha. Por eso
cuando hablaba, decía con orgullo:
«Me llamo don Francisco y soy hijo benemérito de la villa
de Avilés.»
Sin embargo, a pesar de su laudable comportamiento,
nadie le llamaba sino Pachín de la Cachicuerna.
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VIII
ANTÓN EL ALBARDERO
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cierto mejunje, metido en una bolsita, si quería verse libre
del infernal enemigo, a condición de llevarla entre las ropas
interiores, sujeta al cuello con una cinta; lo que podía contener
el secreto de la bolsita puede suponerse, cuando, al poco
tiempo de llevarla puesta, se humedecía, despidiendo de sí un
olorcillo que no era, a la verdad, el grato perfume de rosas, ni
de ámbar, ni de cosa que se le pareciese.
No era ésta la sola manía de Antón, aunque le preocupaba
bastante; otro asunto de más altos vuelos le tenía en constante
actividad.
Antón soñaba con ser rico, inmensamente rico, y para
conseguir su ideal buscaba nada menos que un tesoro y
creía encontrarlo en Raíces, porque allí se lo pintaba su
calenturienta imaginación; la dificultad estaba en dar con él y
poder apropiárselo.
En Raíces habían estado establecidos los frailes de la
Merced, y como a los religiosos siempre se les supone ricos,
al dejar los Mercedarios aquel inculto páramo para venir a
establecerse en Sabugo, creyó Antón que las riquezas que
debían poseer las habían dejado ocultas en alguno de aquellos
contornos para enriquecerse otra vez en su nueva residencia;
lo difícil era saber a punto fijo dónde podían estar escondidas.
Antón había leído en un antiguo manuscrito que los
Mercedarios habían guardado un valioso tesoro, señalando el
mismo legajo el sitio donde estaba oculto. Antón se aprovechó
del cuento, y después de planear y visitar el terreno señalado
en el escrito, quedó convencido de haber encontrado la clave
del enigma.
Al lado derecho de la carretera que va de Avilés a Pravia, en
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el recodo que forma dicho camino, distante unos cien metros
de Raíces, hay un pequeño risco a manera de túmulo, separado
del monte por la carretera. En este montículo creyó Antón que
debían estar enterradas las riquezas.
El dueño del terreno no tenía en gran aprecio aquel
pedregoso espolón; pero al conocer el gran deseo que Antón
tenía en poseerlo en propiedad, se aprovechó de la ocasión,
vendiéndoselo por un precio centuplicado.
Dueño ya Antón del sitio codiciado, empezó los trabajos
de exploración, mandando a buen número de braceros hacer
excavaciones en el lugar que se había forjado en su calenturienta
imaginación, confiando en realizar pronto y con feliz éxito sus
halagüeñas esperanzas.
Un mes estuvo trabajando en las minas sin conseguir
resultados favorables, y hubiera continuado por más tiempo,
si los recursos de que disponía no se le hubiesen agotado.
Cuando tuvo que suspender los trabajos, a pesar de lo
infructuosos que le habían resultado, Antón estaba más
esperanzado en encontrar el tesoro que el día que los comenzó,
así que sólo esperaba oportunidad y dinero para reanudarlos.
Transcurrido algún tiempo, llego un hijo suyo de Cuba, y
al hablarle Antón de aquellas ocultas riquezas, le convenció de
tal modo, que los dos se pusieron de acuerdo para continuar
los trabajos de explotación.
Antón iba todos los días a presenciar las excavaciones, y por
vía de paseo, también se acercaban a aquel sitio otras personas,
a reírse más que a otra cosa de aquella aventura, que parecía
tomada de las mil y una noches.
Un día, muy de mañana, antes de ir a hacer la guardia al
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puerto de San Juan de Nieva, fueron al sitio de la mina varios
marineros acaudillados por Antón de la Barata, llevando
escondido debajo del capote un objeto; por lo que iban
hablando por el camino, se podía conocer que se trataba de
dar una broma a Antón el Albardero.
Lo que llevaban oculto y dejaron en el pozo, se ignoraba
aquella mañana, pero por la tarde todos lo sabían.
Cuando llegó Antón con sus operarios al sitio de costumbre,
a las primeras cabadas les sorprendió el hallazgo de una caja de
madera de roble, que por lo carcomido de sus tablas, indicaba
tener mucho tiempo; verla Antón y lanzarse a cogerla, como
si fuesen las primicias del suspirado tesoro, fue cosa de un
momento; no pudo contener la impresión que le causó el
hallazgo, y la abrió en presencia de los obreros, que también
deseaban saber lo que la caja contenía: con poco esfuerzo
separaron la tapa, y vieron que tenía dentro los eslabones de
una cadena, un sable en mal uso y un bote de latón lleno de
arena.
«¿Qué significa esto?, exclamó Antón lleno de alegría.»
Pusiéronse a pensar un poco, y creyeron encontrar la clave
del enigma: las cadenas para él significaban que el tesoro estaba
descubierto, que había costado gran trabajo dar con él, pero
que al fin, vencidos todos los obstáculos, se había encontrado
el sitio; por eso las cadenas aparecían rotas: el sable indicaba la
tenacidad en buscar el tesoro, y del cual había salido triunfador;
pero el bote... ¿qué podía significar lleno de arena?...
No daba Antón con la solución, y se devanaba los sesos
buscándola; un operario le sacó de la duda, diciéndole: «Que
la caja de latón cerrada, conteniendo arena, podía muy bien
- 225 -
indicar la gran cantidad de oro allí acumulada, y que no podía
contarse, como tampoco es posible contar las arenas del mar.»
«Es así», exclamó Antón todo satisfecho; después del
hallazgo sólo faltaba que el tesoro respondiera al grito de su
voz: «Ahora, Sésamo, ábrete», como lo hizo Dantés en la isla
de Montecristo, acordándose de aquella historia del pescador
árabe que le había contado el abate Faria.
Pero en Raíces nunca vivió el cardenal Spada, único que
podía esconder inmensas riquezas; así que Antón el Albardero,
menos afortunado que Simbad el Marino, después de gastar
sus ahorros y los de su hijo en busca del quimérico tesoro,
quedó reducido a la indigencia.
El encuentro de la caja le llenó, sin embargo, de satisfacción,
y a todos la enseñaba corno si fuera la misma que descubrió el
marino maltés, «en el ángulo más lejano de la segunda gruta».
Antón de la Barata estaba en San Juan de Nieva y deseaba
regresar pronto a Sabugo para conocer el efecto que había
producido en el Albardero el hallazgo de la caja.
Cuando llegó al muelle, después de saltar en tierra, se
acercó al primer grupo, presidido por Blancón, en donde se
hablaba de el Albardero y se comentaba de mil maneras el
caso, sin acercarse ninguno a la verdad. Antón de la Barata les
sacó de la duda, diciéndoles:
«Todo eso nadie lo sabe mejor que yo; esta mañana fui con
mis compañeros a la mina antes que llegasen los operarios al
trabajo, y ocultamos entre los escombros removidos una caja
que hicimos de roble con unas tablas que arrancamos de un
lanchón deshecho, encerrando en la caja unas trébedes, un
bote, que llenamos de arena, y un sable inservible, no tanto
- 226 -
por burlarnos del pobre Antón, cuanto por hacerle volver en sí
y que no se ocupase de buscar más el tesoro.»
Esta noticia corrió en seguida por el pueblo; pero Antón,
más esperanzado que nunca, sin dar crédito a lo que oía,
colocó aquella reliquia en sitio preferente de la casa y le rindió,
durante su vida, poco menos que culto de adoración.
Inútil parece decir que Antón el Albardero, y lo mismo su
hijo, acabaron sus días en un manicomio.
Actualmente nadie se ocupa del tesoro, y sólo se recuerda el
sucedido para dedicar una palabra de indulgencia a la memoria
del visionario Antón el Albardero.
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IX
JOVELLA (1)
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sus ilusiones, solía Jovella realizarlas por el fangoso paso de las
Meanas, no tanto por aprovechar el atajo, algunas veces harto
penoso por las crecidas del mar, cuanto por evitar la presencia
del cementerio, que se encontraba en el camino real, hoy calle
de González Abarca.
Un día, después de dos meses de ausencia, empleados en la
navegación costera, al saltar Jovella en tierra, antes de ir a su
casa, sintió deseos de saludar a su novia, para ofrecerle, como
regalo, el pan de higos, traído ex-profeso para ella, de su viaje
a Vigo.
Casi al oscurecer emprendió el camino para Gaxín por el
pasadizo de las Meanas, que salvó con dificultad por hallarse
el Tuluergo inundado; llegó gozoso a Gaxín, e hizo el presente
a su prometida; los futuros suegros recibieron con agasajo al
novio, convidándole a cenar, lo que Jovella aceptó con gusto,
y congregados todos alrededor de la mesa, se pasaron como
unas tres horas en agradable confraternidad. Como la noche
estaba encima, con harto sentimiento de los comensales,
hubo necesidad de dar por terminada la fiesta, teniendo
el enamorado galán que despedirse de aquella simpática
reunión para regresar a su casa. Ya en la quintana, como la
noche se presentaba oscura, un hermano de la novia se ofreció
acompañar a Jovella hasta ponerlo en sitio seguro; y llevando
un farol en la mano, salvando prados y saltando sebes, lo
condujo hasta la calleja, que va desde el Caliero a Sabugo;
allí ya no podía encontrar ninguna dificultad el novio por ser
camino recto. Se despidieron ambos, y Jovella, al encontrarse
solo, hubiera deseado dar la vuelta y seguir luego por el atajo
de las Meanas; pero un poco de amor propio, por no aparecer
- 229 -
cobarde, le hizo avanzar adelante y continuar por el camino
del Caliero, más conocido y más cómodo, pero también más
comprometido para una persona medrosa, por encontrarse en
su paso la necrópolis.
A medida que Jovella caminaba, las piernas le iban
flaqueando y los cabellos se le erizaban, temblando todo
su cuerpo como una vara verde; al acercarse a los muros del
cementerio, quiso como retroceder, pero ya era tarde; una
fuerza misteriosa lo empujaba hacia el sagrado recinto, y
al encontrarse frente a frente de la puerta principal, como
arrastrado por un imán, se clavó de la férrea cancela y
fuertemente agarrado a ella pasó toda la noche, sufriendo lo
que no se puede describir.
Al día siguiente, un labrador que vivía en el Campo de
Caín, había dado órdenes a su criado para que se levantase
temprano y fuese a segar una brazada de hierba en uno de los
prados fronterizos al cementerio; en vista del mandato y en
cumplimiento de su obligación, salió el sirviente de su casa al
alborear del día, calzado de almadreñas, llevando consigo el
goxo y la guadaña, y muy tranquilo, preparando un cigarro, sin
mirar para otra cosa que para el papel y el tabaco que tenía entre
sus manos, iba tarareando una canción, cuando al dar vuelta
a la calleja, en el recodo próximo a la puerta del cementerio,
oye una voz que le dice: «Espérame...» Y con la rapidez del
rayo se le apareció una figura que, como alma en pena, creyó
salida por las rejas de la puerta, echándosele encima; el pobre
criado, con la natural sorpresa, sin darle tiempo para fijarse en
aquella inesperada aparición, dejando las madreñas y tirando
al alto la guadaña y el goxo, que a manera de capucha llevaba
- 230 -
sobre la cabeza, aprieta a correr lleno de pavor, dando con
el calcañal en las posaderas, hasta llegar a su casa, en donde,
agitado, empieza a llamar a voces, diciendo que le perseguía
un difunto; a los repetidos gritos del criado, se asoma el amo al
balcón, y el criado, pálido como la cera, señalando la alameda
que había frente al convento de la Merced, exclamó:, «¡Allá Va
corriendo, allá va corriendo!...»
Y esto dicho cayó desplomado en el dintel. El amo,
entonces, pudo fijarse en una sombra que, ligera, se esfumaba
por entre los árboles del Campo de Caín, perdiéndose Detrás
de Contrición; pero el tener que prestar inmediata asistencia
al enfermo le impidió, por el momento, conocer más detalles.
Por la tarde no se hablaba de otra cosa que del referido
suceso.
El criado se vio obligado a guardar cama más de tres
semanas, y en el delirio de la calentura se le oía decir con
entrecortada voz: «Que me alcanza, que me alcanza...»
Afortunadamente pudo sanar, pero le quedó, durante su
vida, una fuerte afección nerviosa que se le pronunciaba cada
vez que tenía que pasar por aquel siniestro callejón.
Jovella recorrió toda la Villa como un demente antes de
entrar en su casa, y cuando llegó a ella, sin poder hablar con
ninguno, se recostó sobre un arcón de madera que estaba en
el portal, notándosele fuerte calentura; trasladado a la cama,
ofreció su vida bastante peligro, pero la juventud y robustez
resistieron a la enfermedad, y cuando Jovella, algún tanto
restablecido del trágico suceso, se pudo mirar al espejo, notó,
no sin sobresalto, que su cabello, negro como el azabache, se
había quedado todo blanqueado.
- 231 -
X
EL GALLEGO
- 232 -
cuando los míos entren en el Poder, que no tardarán mucho,
entonces habéis de tenerme envidia, viéndome pasear en
coche.»
Azares de la vida; el Gallego falleció en el Hospital sin
haber podido realizar su dorado sueño de personaje.
Las ocasiones, cuando no están defendidas por la
conciencia, son siempre peligrosas, y lamentable es cometer
una falta, creyendo que pueda quedar impune; las acciones,
lo mismo las buenas que las malas, por ocultas que parezcan,
siempre son vistas y juzgadas por Dios, y con sobrada
frecuencia descubiertas por los hombres.
El caso de el Gallego es una prueba palmaria de esta verdad.
Allá por los años del Gobierno Provisional de Serrano,
había en uno de los puntos más céntricos de la población un
establecimiento de bebidas con honores de cafetín, en donde
los concurrentes podían pasar distraídamente el tiempo; en
él se servía café y se podían tomar vinos y refrescos; pero sin
permitir el dueño a ningún parroquiano extralimitarse en la
bebida, ni tampoco que el uno molestase al otro con palabras o
frases de dudosa interpretación; debido a esta formalidad, eran
muchos los que frecuentaban el establecimiento, viniendo a
ser como un casino popular.
El local estaba dividido en dos compartimientos: uno
lo formaba la planta baja, en donde se hallaba el mostrador,
y luego una larga mesa de madera y paralela a ella varios
bancos; éste era el sitio obligado de los humoristas: el otro
era el piso alto de la casa amueblado con relativo lujo; había
en él dos divanes tapizados con gutapercha, varias sillas de
rejilla, un espejo grande con marco dorado, algunos cuadros
- 233 -
representando paisajes y una mesa de billar con sus accesorios,
y en otro departamento contiguo, dos mesas de tresillo, de las
cuales una se dedicaba para jugar a la malilla; al piso sólo subían
los hacendados, aunque la entrada a ningún parroquiano le
estaba prohibida.
Era entonces en Avilés bocatto di Cardinalli saber jugar
al tresillo; muy pocos eran los que conocían su complicada
variación; pero, en cambio, se notaba gran afición a jugar al
solo.
Un día, en ferias de San Agustín, se preparó una partida de
tresillo, y el Gallego, que se hallaba en la planta, se le ocurrió
subir al piso, como habían subido otros, para conocer el juego
del señorío; al entrar en el salón, descubrió más gente junto
al billar, y allí se dirigió el Gallego sentándose en un diván: el
billar no le entretenía, le parecía cosa pueril el encuentro de las
bolas, jugando a la carambola y más fácil aún, que chocando
entre sí, echasen al suelo los palillos armados en el centro de
la mesa; las cartas eran para él más conocidas, sabía jugar a la
brisca y al tute, y creyendo que a esto jugarían los que estaban
en la habitación próxima, allí se fue para tomar parte en la lid,
si acaso faltaba algún jugador en la partida.
Los mirones, llamados hongos, no suelen agradar mucho
a los jugadores, sobre todo si se ponen al lado del que está
perdiendo o son indiscretos; por eso las mesas de tresillo
suelen colocarse en lugar apartado.
El Gallego, al acercarse a la mesa y tomar asiento, oyó
algunas indirectas de los jugadores que, o no comprendió, o
se hizo el desentendido, permaneciendo en su sitio inmutable
como el artillero al lado del cañón. En el desarrollo del juego,
- 234 -
las puestas se sucedían unas a otras, y menudeaban los codillos;
era una tarde aciaga, y en uno de esos lances tan frecuentes
en el tresillo, en que el jugador, después de la tercera baza,
suele hallarse perplejo por el temor a una puesta reservada, el
Gallego, que hasta entonces había guardado silencio, no tuvo
paciencia para continuar callando, sobre todo después que
presenció una jugada, en que había sobre la mesa el tres de
espadas, el as de oros, desprendiéndose el jugador, como carta
falsa del as de copas, reservándose prudentemente un estuche:
«Señor, dice el Gallego, pa qué non punxo el espadín pa matar
la brisca de espadas y el orón, así non perdía...», motivando
ésta indiscreción el que el jugador recibiera un codillo, que de
otra manera hubiera podido evitar.
Los jugadores eran gente bien educada, y sólo protestaron
de la imprudencia de el Gallego mandándole largarse en
seguida de la habitación, y que no se presentase más en aquel
sitio. El Gallego se reconoció culpable por la actitud en que
unánimes se pusieron contra él los jugadores; y al levantarse de
la silla para marchar, lo hizo con tan mala sombra, que tropezó
en uno de los pies de la mesa, haciendo que ésta bambolease,
cayendo al suelo el dinero que estaba en el platillo; pero no ha
sido esto lo peor, al rodar por el suelo, el Gallego se adelantó
a recogerlo, y después de buscar por debajo de la mesa y de
mirar por todos los rincones, entregó unas cuantas monedas
de cobre y dos o tres pesetas, que no resolvían nada; faltaba
por lo menos un duro; tratábase de una puesta reservada, que
representaba varias pesetas, y recordaba el que la había puesto
haber depositado en el plato con otras monedas un napoleón.
Al pasar recuento los jugadores al platillo, pronto notaron
- 235 -
la falta de un duro, y al tratar de buscarlo, sacudiendo las
alfombras por segunda vez, el Gallego, que hasta entonces
había inspirado confianza, azorado, titubeando, exclamó: «Yo
non lo robé, regístrenme...»
Es axioma de los juristas, excusatio non petita, accusatio
manifesta: la disculpa de el Gallego, tan pronta como
inesperada, infundió recelos, y el que había puesto la puesta
en el plato, herido en su amor propio, se levantó del asiento,
hizo un registro general por el gabinete, encendió una vela
para mirar por los escondrijos, examinó las ranuras del tillado,
y hasta buscó y rebuscó en la habitación contigua, adonde
hubiera podido ir por casualidad rodando la moneda; todo
cuanto se hizo por encontrar el napoleón resultó inútil; el duro
había desaparecido, y como en la habitación, caso omiso de
los jugadores, no se encontraba sino el Gallego, y éste había
sido el primero en buscar la moneda, no ofrecía duda que él
la había cogido y escamoteado: además, el Gallego, se había
hecho reo contradiciéndose en sus palabras, temblando, como
una vara verde, cuando se fijaban en él, y mudando al mismo
tiempo de color. Como después de varias advertencias en
tono conciliador, y de alguna que otra repulsa, el Gallego no
se quería dar por vencido, hubo necesidad de dar parte a un
guardia municipal, para que interviniese en el asunto y pusiera
en claro la cuestión.
En la plaza se hallaba el Vaquero, que era el cabo de
municipales, y después de pasarle aviso, se presentó en seguida
en el local.
El Vaquero padecía de pólipos en las fosas nasales, y, como
consecuencia de esta carnosidad en la nariz, hablaba muy
gangoso; pero era un hombre serio, formal y muy estricto
- 236 -
cumplidor de su deber.
A los municipales se les guardaba entonces tanta
consideración como hoy se les mira con desprecio; cumplían
honradamente con su obligación, y el pueblo les ayudaba en
el ejercicio de sus funciones; jamás ningún atrevido se resistía
a las amonestaciones del agente munícipe, quedando siempre
a salvo en los tumultos callejeros el principio de autoridad,
donde el pueblo se ponía al lado de la justicia, como debe
ser, para reprimir el desorden y conservar la tranquilidad y el
bienestar social.
Al llegar el cabo de municipales al café, requerido por el
dueño, después de descubierto y de dar las buenas tardes, dijo:
«Señores, ¿qué se les ofrece?» Uno de los presentes, el más
interesado, contestó: «Estábamos jugando al tresillo, cayó al
suelo una moneda de cinco pesetas y creemos fundadamente
que la cogió el Gallego y no la quiere devolver; se le registró y
no se la encontramos, pero que él debe saber dónde la ocultó,
no nos cabe la menor duda.» «La habrá tragado, contestó el
Vaquero con su gangosa voz; pues si la tragó, yo haré que la
arroje afuera», y sin más preámbulos, haciendo un ademán
con la cabeza en dirección a la puerta, en señal de autoridad,
dirigiéndose al Gallego, le dice: «Delante de mí a la cárcel.»
El Gallego, sin hacer la más mínima protesta, cabizbajo y
pensativo, bajó las escaleras, y echó andar camino de la prisión.
El hecho, en su aparente arbitrariedad, resultaba cierto.
Recluido el Gallego en una sala especial de la prisión, el
Vaquero, haciendo de carcelero y de juez, dice al acusado: «No
me marcho de aquí hasta que me presentes el duro que cogiste
en el café; dime, pues, dónde lo tienes escondido.» «Señor, yo
- 237 -
ahora no se lo puedo decir», contestó el Gallego. «Y... ¿por qué
no me lo puedes decir ahora?», replicó el Vaquero. «Porque
donde lo metí, no lo puedo sacar. Otro día le daré otra moneda
igual», volvió a decir el acusado. «Esas tenemos ¿eh?..., dijo el
Vaquero. ¿Conque lo tragaste?... ¡Pues bien: hasta que lo c... (1)
estarás en el calabozo! Mañana volveré por aquí.»
Efectivamente: al día siguiente, el Vaquero volvió a la
prisión; se avistó con el Gallego, y le preguntó si había ya c...
«Sí, señor, le contestó el Gallego. Habrá como media
hora.» «Haber dónde desocupaste», le dijo el guardia. «Allí, en
aquel rincón», contestó el acusado, señalando una esquina de
la habitación.
El Vaquero, llevando las manos a su chata nariz para
evitar que los pólipos se alterasen, influidos por un olor poco
agradable, se acercó al sitio indicado, en donde había un
montoncillo pastoso, incoloro, a manera de bollo mal hecho;
mandó al Gallego revolver aquella sustancia en fermentación;
lo hizo el Gallego con el cabo de una escoba, y... ¡oh prodigio!:
allí, entre aquellas materias fecales, apareció un napoleón,
con el busto algún tanto velado y humedecido, como si largo
tiempo hubiera estado llorando su cautividad, encerrado en el
estómago del serrador.
Al ser conocido el hecho con todos sus detalles, al Gallego
le cantaron el trágala, teniendo que aguantar el resto de su vida
las sarcásticas burlas de sus camaradas, que a todas horas le
recordaban su argentada alimentación.
(1) Aquí falta una palabra clásica, pronunciada en los actos, pero que la decencia
no permite trasladar al papel.
- 238 -
XI
PERICO EL FORNERO
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El biografiado no ha sido ni un gran político, ni un
académico, ni un literato, ni tampoco un conquistador, como
su homónimo el Adelantado; Perico ha sido sencillamente
un obrero, pero un obrero genial; sin embargo, hubiera
desaparecido en el montón anónimo de los artistas, si el
malogrado escritor don Francisco F. Santa Eulalia no hubiera
dado a conocer a Perico, en su festivo libro «Pote Asturiano»,
recordando unas fiestas celebradas en Avilés en honor del
Santísimo Cristo de San Nicolás, en las que Perico se hallaba
encargado de preparar los fuegos artificiales, y al encenderlos,
como todo se hallaba combinado al revés, incluso la pólvora,
gracias a las gracias, no hubo que lamentar una sensible
tragedia, quedando todo reducido al consiguiente susto y
despejo instantáneo de la plazoleta, dándose por terminado el
festival.
A Miguel Ángel se le consideró y se le considera como una
excepción en el mundo artístico: ha sido arquitecto, trabajando
en la atrevida cúpula de la basílica vaticana; escultor, tallando
el Moisés para adornar el sepulcro del Papa Julio II, en la
iglesia de San Pedro in Vincoli, y pintor, manejando su paleta,
que no tuvo rival, en el famoso fresco, el juicio final, de la
Capilla Sixtina; también se dice que ha sido un músico de feliz
inspiración; sin embargo, Perico el Fornero ha sido todavía
más universal que el gran artista italiano (1); conocía todos los
oficios y no encontraba dificultad en ninguna labor manual:
trabajaba de carpintero, pintor, ebanista, albañil, herrero,
mampostero, tonelero, labrante, sastre, zapatero, chocolatero,
cocinero, pirotécnico; hacía también canoas, y en su chalana,
habilitada por él mismo con red y con remos, salía solo a pescar
(1) Perdonen la comparación en favor de la anécdota.
- 240 -
en alta mar. Perico era un estuche, pero un estuche formado
al azar, sin verdadero orden en sus partes componentes; si
se le mandaba levantar un plano, lo trazaba en seguida, sin
necesidad de compás ni de regla, ni aún de lápiz ni de papel:
con una vara o una ripia que siempre llevaba en la mano, hacía
cuatro rayas en el suelo, escupía por el colmillo, daba unas
cuantas explicaciones y asunto concluido; así luego resultaba
ello; prueba de esta verdad son algunas casas de Sabugo,
construidas o remendadas por Perico, que se hallan fuera de
la línea, en forma de palomar, y como decía un inteligente
maestro de obras, picanadas; pero hilvanadas y todo, aún
subsisten en pie, y subsistirán en tanto no venga un fuego
nivelador que las haga desaparecer.
Esto dicho, pasemos al asunto que motiva esta anécdota.
Había en la calle de Adelante, trasero al campo de Faraón,
un pequeño solar, y el dueño de él, deseando edificar una casita,
llamó a Perico para que éste le trazase un plano y le hiciese un
presupuesto aproximado del costo total de la obra; pronto se
presentó el maestro en el lugar designado; miró el terreno, lo
midió con la vista, trazó unos garabatos en el suelo, a manera
de plano, se fue a casa del propietario y le dice: «Está medido el
solar, dígame lo que quiere hacer en él.» «Una casita con piso
y desván, contestó el dueño.» «No hay ningún inconveniente,
tengo ya calculado su costo, volvió a decir Perico, que poco más
o menos serán cinco mil reales.» «Es mucho, replicó el dueño;
no me conviene fabricar por ahora.»
Perico, que deseaba hacer la obra, dio entonces unas
explicaciones, hubo una pequeña transacción, y el contrato
quedó cerrado en cuatro mil trescientos reales, de los cuales
- 241 -
recibiría mil al empezar los trabajos y el resto cuando estuviese
terminada la cubrición.
A Perico le pareció de perlas el negocio, y al día siguiente,
con mil reales en el bolsillo, empezó los trabajos de
cimentación, y como hilvanada, antes de terminarse el mes,
ya se veía bastante adelantada la obra. Cuando las paredes
estaban ya hechas, distribuidas las habitaciones, pero sin
armar los tabiques y puesta la cubrición, se presentó el dueño
en la obra para ver en qué estado se hallaba, y después de vista
dice a Perico: «Quisiera otra habitación más en la sala, otra en
la cocina, y de poder ser otra también en el desván.»
Perico aprovechó tan oportuna ocasión para sacarle los
tres mil trescientos reales que le faltaban para terminar la
casa; y conseguido el dinero, frotándose las manos, contestó
al propietario:
«No hay inconveniente, pondremos las tres habitaciones
más que desea»; pero sin advertirle que, en vez de habitaciones,
iban a ser escondrijos; y sucedió con la casa, lo que con la
montera del cuento.
Habiendo un rústico encargado al sastre una montera,
dándole el paño para hacerla, después de ajustar la hechura, le
dijo: «¿No podríamos con el mismo paño hacer dos monteras?»
«Sí, le contestó el sastre.» «Y... podrían salir tres, volvió a decir
el paleto.» «Sí, y... cuatro también.» «Y... si pudieran hacerse
cinco, mucho se lo agradecería, porque tengo otros tantos
hijos, y así podían ponerse una montera cada uno de ellos.»
«Haremos las cinco si usted lo desea, volvió a decirle el sastre.»
«Muy bien, hágalas usted.» Y el sastre hizo las cinco monteras,
y después de concluidas se las presentó al paleto, llevando una
- 242 -
en cada dedo de la mano, que luego no sirvieron para nada.
En las obras de Perico, en una o en otra forma, siempre
sucedía lo mismo; bien dice el refrán, «que el que mucho
abarca, poco aprieta».
Cuando Perico terminó la casa, era ésta un laberinto de
covachos, y lo peor del caso era que le faltaba la escalera, que el
famoso maestro no se había acordado de trazar y que tampoco
había echado de menos, porque, durante la obra, para subir
al piso, se había servido de una escalera de mano, que daba a
un paralítico andamio por el que se movía Perico guardando
equilibrio.
Nada se inmutó Perico al notar la falta de la escalera; con
una serenidad imperturbable salvó la dificultad entrando por
la casa contigua, llevada en arriendo por Goto, el Zapatero,
previo convenio con éste, firmado con unas copas en el café
de la Chichilana y a espaldas del propietario, que residía en
Valladolid; abrió un hueco en el pasillo y, aprovechando la
escalera del vecino, quitó el andamiaje y dio por terminada la
obra, haciendo entrega de la casa al patrono, con su respectiva
entrada y salida por la escalera de la casa inmediata como la
cosa más natural del mundo.
El dueño, al recibir la llave de la casa, protestó, pero no le
quedaba otro remedio que hacerse cargo del inmueble por ser
Perico insolvente, recibiendo, con la casa recién construida,
la posibilidad de un pleito, que, afortunadamente, no llegó
a plantearse por no haberse enterado nunca el propietario
colindante del truco de Perico.
En la actualidad se halla todo resuelto satisfactoriamente;
derribadas ambas casas, en su solar se ha construido un
- 243 -
solo edificio de elegante sencillez, con arreglo al plano de
urbanización municipal.
A Perico, cuando le recordaban el sucedido, solía contestar:
«Equivocaciones todos las padecemos, pero lo que vale es
poder salvarlas, saliendo del apuro sin soltar la mosca, es decir,
los cuartos.
- 244 -
XII
- 245 -
y Bonnet, pagando con sus vidas los heroicos astures su
temerario Valor.
Marcognet, jefe de la brigada, cayó sobre nuestra Villa
como un buitre sediento de sangre, y los avilesinos, sin más
armas que los aperos de labranza y sin otra organización que
su entusiasmo, les salen al encuentro, oponiendo como un
muro, al paso asolador del enemigo, sus pechos indefensos:
ja jornada fue sangrienta, y el capitán Clavet, después de
penetrar casi por sorpresa en la villa por la puerta que daba
al puente de San Sebastián, atravesó a galope por entre las
masas de campesinos que se hallaban apostados a la subida de
Valliniello, acuchillando sin piedad sus filas desordenadas.
La matanza fue horrible; pero, a pesar de esto, el pueblo,
aunque dominado, no se creyó vencido; odiaba al francés, y si
bien no podía arrojarlo de sus plazas y de sus trincheras, sobre
todo del palacio de Camposagrado donde se había hecho
fuerte, adoptó el sistema de cazarlos, sosteniendo contra el
extranjero una lucha sorda, tenaz y persistente, que aunque no
decisiva, rinde y fatiga al ejército invasor: en cada desfiladero
hay una sorpresa, en cada estrechura una emboscada, en cada
roca un grupo, tras de cada árbol un hombre dispuesto a morir
matando.
Kellerman conoció el peligro que ofrecían sus tropas ante el
nuevo género de lucha, y después de dos años de permanencia
en la villa, obedeciendo tal vez a la necesidad de reconcentrar
sus fuerzas para sostener la guerra que en toda la Península
se había generalizado, se decidió a abandonar la población a
mediados del año de 1811.
Una mujer, que había visto más de una vez cruzar los
- 246 -
ejércitos franceses por nuestras calles, y que aún vestía de luto
por alguno de sus familiares, muerto en la jornada de San
Sebastián, sentía tanto recordar aquellas sangrientas escenas,
que bastaba que uno le trajese a la memoria el nombre francés,
para ella en seguida, con toda la fuerza de sus pulmones,
lanzarle un anatema de execración; su marido conocía
perfectamente esta animosidad de su mujer, y la aprovechaba
para sus inmediatos fines.
Dorotea, que así se llamaba la protagonista, era honrada
y laboriosa, hasta el punto de ser ella la que mantenía la casa,
reservándose además algunos ahorros para poder hacer frente
a alguna imprevista necesidad. El marido de Dorotea no se
ocupaba mucho de trabajar: producía bastante el horno de su
mujer para darse él una vida holgada, y, lo más sensible aún,
para malgastar las pocas economías que, a fuerza de sudores y
de desvelos, su consorte podía reunir.
Circulaban entonces, y circularon hasta el último tercio
del siglo XIX, monedas de plata de veinte reales, mandadas
acuñar por el intruso Pepe Botella en 1808, llamándose por
esta causa napoleones; y Dorotea tenía guardadas de esta clase
de monedas como unas treinta, en el fondo de un baúl, muy
ajena de que nadie pudiera llevárselas.
¡Vana confianza! El marido llegó a saber dónde las tenía
escondidas, y una tras otra fueron sustraídas las monedas,
sin que fuesen sustituidas por otras. A medida que iban
desapareciendo, el esposo de Dorotea, pesaroso de aquella
acción, y temiendo un fatal resultado, decidió él ir poco a poco
insinuándoselo a su mujer para que a ésta no la cogiera de
sorpresa, y de este modo atenuar algo el mal.
- 247 -
Un día que Dorotea estaba sacando las rosquillas del
horno llegó su marido, y sentándose en un taburete, después
de cierto preámbulo, le dice: «¡Dorotea, Dorotea, los franceses
van marchando!» Ella, con la pala en la mano, y quizá expuesta
a que se le quemasen los dulces, contestó: «¡Anda, que se
marchen y no vuelvan; bastante daño nos han hecho! ¡Ojalá
que los viera como veo el árgoma en el horno, pues no merecían
otra cosa!» El marido calló; pero al día siguiente volvió a
repetir la misma frase; otra vez al siguiente día; y, por último,
cuando ya no había napoleones en el baúl, Dorotea fue la que
se adelantó a decirle: «Pero... ¿se marcharon todos?... ¿Ya no
hay franceses?...» «Todos se han ido ya; no queda ninguno»,
contestó el marido. «¡Me alegro! ¡Me alegro!, Volvió a decir
Dorotea. ¡Malvados, cuánto daño nos hicieron!»
Y en esta conversación continuaron algunos días; hasta
que Dorotea, necesitando el dinero, se fue a buscarlo al baúl, y
sólo encontró el sitio.
Disgustada, fuera de sí, llamó a Falcón, su marido,
presumiendo, con algún fundamento, haber sido él quien se
los había llevado, y, con energía, le dijo: «¿Dónde pusiste los
napoleones? ¿Dónde están, que los necesito para pagar la
renta de la casa?»
Falcón, con mucha calma, pero con más sorna, le contestó:
«Ya lo sabes también como yo, y te alegrabas cuando te advertía
que los franceses iban desapareciendo. ¿No recuerdas cuando
te decía: Dorotea, Dorotea, los franceses van marchando?... Y
tú me contestabas: ¡Anda, que se marchen!... Pues ya lo ves:
han desaparecido todos.»
«¡Ingrato!, replicó Dorotea. ¡También eres tú vil como un
francés, pues me robaste a la sombra de ellos!...»
- 248 -
Curiosidades históricas
AVILÉS EN LA RECONQUISTA
- 251 -
Proclamado Don Pelayo, rey de Asturias, después de la
victoria de Auseba, Avilés siempre dio pruebas de lealtad a sus
reyes, sirviendo de baluarte contra las osadías de los magnates,
que con frecuencia trataban de perturbar la tranquilidad del
país.
En nuestra villa ha sido donde Alfonso el Casto, «el querido
de Dios y los hombres», como le llamaban los historiadores,
para evitar el derramamiento de sangre en una guerra civil,
buscó refugio, cuando sus proceres le desposeyeron del reino,
creyendo que el piadoso monarca, vencedor en Lutos, había
rendido vasallaje a Carlo Magno, por el pacto de amistad
contraído con el célebre emperador, regalándole siete moros
cautivos con otros tantos corceles, ricamente enjaezados, y una
hermosa tienda de campaña, despojos que el casto rey había
traído de sus excursiones a Lisboa, encontrando Alfonso en
las murallas de Avilés, y en la felicidad de sus hijos, tranquilo
asilo, hasta que el noble Tendía, capitaneando algunos fieles
Vasallos, devolvió al simpático rey la corona y la libertad.
Alfonso el Católico restauró el castillo de Gauzón,
para defensa de sus Estados, confiando en la lealtad de los
avilesinos, y Alfonso VI otorga a nuestra villa «El Fuero o
Carta puebla», con grandes privilegios, en premio de sus
servicios, que más tarde confirma su nieto el Emperador, y
que luego han respetado los demás reyes que sucesivamente
ocuparon el trono de Castilla.
- 252 -
AVILÉS EN LA INDEPENDENCIA
- 253 -
en Madrid, con la épica jornada del Dos de Mayo Asturias
fue la primera provincia que sintió renacer el ardor bélico de
Covadonga, contra los hasta entonces invencibles ejércitos de
Napoleón.
«Aquí debía retoñar—dice el gran Quintana—el grito de
la Independencia, y aquí retoñó.»
En Oviedo, después de recibirse el atrevido bando de Murat,
disponiendo de los destinos de la nación, se sintió un disgusto
grande, que pronto se trocó en agitación popular, cuando la
Real Academia, tímida y cobarde en sus representantes, dio las
órdenes para la publicación del mensaje usurpador.
Una mujer de pueblo, Joaquina de Bobela, heroína como
una celta, que acompaña a su esposo a la guerra y alienta a sus
hijos al combate, fue la primera que en la calle de Cimadevilla,
en medio de la apiñada muchedumbre, exclamó: «¡Que no se
lea!» El avilesino don Ramón de Llano Ponte, prebendado de
la Catedral, secunda el grito arengando a las masas; a éste le
siguen otras personas de prestigio; la efervescencia popular
crece ante la energía de los oradores, y los afrancesados, para
librarse del peligro que les amenaza, abandonan corriendo
aquel sitio, buscando refugio en la casa de gobierno, en donde
entraron los fieles, arrancando a viva fuerza, de las manos de los
oidores de la Audiencia, el bando francés y demás documentos
oficiales, quemándolos en seguida, con gran algazara, en el
campo de San Francisco.
Poco tiempo después se reunía la Junta General del
Principado en la Sala Capitular, y en ella se acordó, con
enérgicas frases, promover un levantamiento general del país,
y enviar comisionados a las provincias limítrofes para que
- 254 -
apoyasen la actitud de Asturias,
El acuerdo de la Junta produjo el resultado apetecido, y
pocos días después, al disparo de una pistola, que era la señal
convenida, se tocaron a vuelo las campanas de la catedral y
de las demás iglesias, viéndose pronto las calles de la ciudad
invadidas por miles de paisanos armados de escopetas que,
en las cercanías de Oviedo, estaban acampados esperando
órdenes, declarando acto continuo, y con gran solemnidad, al
emperador francés.
El grito de guerra, lanzado en Asturias, se dejó oír en la
nación entera, y el duque de Berg creyó indispensable enviar
a nuestra provincia una fuerte división, mandada por expertos
generales, para cortar de raíz, a los que él llamaba «rebeldes»,
las alas de la libertad.
En Avilés y su concejo fue nombrado gobernador militar
don Ramón Miranda Solís, con grado de coronel.
Porfiada resistencia se entabló en todo el principado
contra los ejércitos combinados, mandados por los generales
Ney, Kellerman y Bonnet, pagando con sus vidas los heroicos
astures su temerario valor.
Marcognet, jefe de la brigada francesa, cayó sobre Avilés,
el día 21 de mayo de 1809, como un buitre sediento de sangre,
y los avilesinos, sin más armas que sus aperos de labranza, y sin
otra organización que su entusiasmo, les salen al encuentro,
oponiendo como un muro, al paso asolador del enemigo, sus
pechos indefensos; la jornada fue sangrienta, y el capitán
Clavet, después de penetrar casi por sorpresa en la villa, por
la puerta que daba al puente de San Sebastián, atravesó a
galope, con la compañía de dragones, por entre las masas de
- 255 -
paisanos, que se hallaban apostados a la subida de Valliniello,
acuchillando sin piedad sus desordenadas filas.
La matanza fue horrible; perecieron doscientos treinta
hombres, sin que el sanguinario capitán se moviese a
compasión al oír los gritos de los heridos que pedían clemencia,
mandando rematarlos, como si los laureles de la victoria se
reverdeciesen con el crimen; pero a pesar de todo, el pueblo,
aunque dominado, no se creyó Vencido; los avilesinos odiaban
al francés, y si bien no habían podido arrojarlo de sus plazas
y de sus trincheras, sobre todo del palacio de Camposagrado,
donde se había hecho fuerte, adoptó el sistema de «cazarlos»,
sosteniendo contra el extranjero una lucha sorda, tenaz y
persistente, que aunque no decisiva, rinde y fatiga al ejército
invasor; en cada desfiladero hay una sorpresa, en cada estrechez
una emboscada, en cada roca un grupo, tras de cada árbol un
hombre dispuesto a morir matando.
Kellerman conoció el peligro que corrían sus tropas, que
disminuían visiblemente ante el nuevo género de lucha, y
después de dos años de permanencia en la villa, obedeciendo
tal vez a la necesidad de reconcentrar sus fuerzas para sostener
la guerra, que en toda la Península se había generalizado, se
decidió abandonar nuestro pueblo a mediados del año de 1811.
Largo tiempo quedó entre los avilesinos el triste recuerdo
de la invasión dominadora, cuyo paso por los pueblos, quedó
señalado con regueros de sangre, hasta que después de la
batalla de Bailén, batieron palmas de júbilo, al ver al extranjero
entronizado salir corriendo, para ir a ocultar su vergüenza al
otro lado de los Pirineos.
Pocos franceses quedaban en España, después de la
- 256 -
gloriosa y decisiva batalla ganada por el general Castaños, y
los que quedaban, iban poco a poco desapareciendo, como
desaparecen las sombras de la noche ante los primeros fulgores
del sol.
El pueblo avilesino había quedado por aquel entonces
exhausto de recursos, teniendo que pagar cuarenta y ocho mil
reales, que como contribución de guerra habían exigido los
franceses, durante su estancia en la villa; pero pronto volvió a la
vida activa y laboriosa, para subsanar las pérdidas sufridas; los
hombres volvieron a sus casas, para sustituir el fusil por el arado;
las mujeres, que habían sido las primeras en alentar a sus hijos
en la lucha, se dedicaron con ahínco al restablecimiento del
hogar; la tranquilidad renació en todas partes, y apenas habían
transcurrido cinco años de la expulsión invasora, cuando en
Avilés no se conocían los efectos de la guerra, abriendo de par
en par sus puertas al periodo de la prosperidad.
- 257 -
CASTILLO DE GAUZÓN
- 258 -
arquitectura, mandada edificar por el Rey Magno.
Este castillo, del que hoy no se conserva vestigio alguno,
ha sido morada de reyes, baluarte de aristócratas turbulentos y
prisión de príncipes rebeldes.
En el castillo de Gauzón ha sido donde el año de 908 se
revistió de oro y piedras preciosas la cruz de roble que enarboló
Pelayo en Covadonga, y que, en la actualidad, se conserva,
como preciada joya de alto valor histórico, en la cámara santa
de la catedral de Oviedo.
A este suceso se refiere la siguiente redondilla, escrita por
autor asturiano del sigloXVI y conservada en el frontispicio de
la torré del reloj de Luanco:
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CARTA PUEBLA O FUERO DE AVILÉS
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falsificación en el reinado de Alfonso X el Sabio, opinión que
ha sido felizmente refutada por el no menos erudito don José
Arias de Miranda.
El pergamino que se conserva en el Archivo Municipal
de Avilés, puede tener unos ochenta y cinco centímetros de
alto por treinta de ancho, y le falta el sello, que se conoce
claramente haber sido cortado furtivamente por una mano
indiscreta, quizá para coleccionarlo como objeto histórico,
perjudicando bastante a la carta original.
He aquí lo que dice el texto, descifrado, de la cláusula final,
traducida al castellano:
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Cadid, confirma, merino de Oviedo; Mímico García,
confirma, merino de Gijón; Suero Menéndez, confirma.
De Oviedo, Pelayo Gallego, confirma; Pedro Cerices,
confirma; Ordoño, confirma; Guillermo de Allariz,
confirma; en presencia de testigos: Pedro, testigo; Juan,
testigo; Pelayo, testigo; Rodrigo, testigo; y confirman aquí
muchos hombres buenos.»
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CAPILLA DE LAS ALAS
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La cuarta sepultura dice así: «Aquí yace Alonso Estebanez
de Las Alas, que Dios haya, el cual pasó de este mundo a cuatro
días del mes de septiembre de 1475.»
Quizá en la sepultura segunda se hallen las cenizas del
fundador don Pedro Juan de Las Alas y las de su esposa, doña
Sancha Pérez, pues en una de las cláusulas del testamento se
lee lo siguiente: «Mando mío cuerpo a la sepultura en la mío
capilla, que yo mandé facer cerca del cementerio de la iglesia
Sant Nicolao, deste mismo lugar, en la sepultura, que yo tengo
fecha en ella, cabe la de Sancha Perez, mi muller...»
El último que se enterró, en el centro de la capilla, ha sido
don Álvaro Lobo de Aller, de grata recordación en Avilés,
donde ha sido alcalde, desempeñando el alto cargo con gran
acierto, justicia y moralidad.
Era el señor Lobo consorte de doña Felisa de Las Alas y de
la Riba, señora de la casa de Las Alas-Carreño, conocida con
el sobrenombre de Carbayedos.
Hoy los actuales poseedores de la capilla son los hijos de
doña Felisa, de quienes se espera que, por su posición social
y tradicional cariño a la buena memoria de sus antepasados,
realicen algunas pequeñas mejoras en el gótico santuario,
limpiando el retablo de algunos postizos de poco gusto, que
quitan mucho mérito al primitivo altar, reparen algo el exterior
y luego vuelvan a abrirlo al culto.
La capilla de Las Alas conserva, entre otras preciosidades,
unas figuras de alabastro, en alto relieve, colocadas sobre el
altar, representando, en siete cuadros, los asuntos siguientes:
Santa Katalina, Salutaxio Domini Nostri, Asumpcio
Sanctce Mañee, Coronado Sanie Marte, Resurrexio Domini
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Nostri, Sancti Miguelis, Natwitati Domini Nostri.
Lástima es que esta bellísima joya arquitectónica no sea
más conocida del vecindario de Avilés.
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CASA DE LOS BARAGAÑAS
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lujoso ornato de su construcción ojival.
En septiembre de 1920, la Junta Patronal de Avilés compró
el edificio en 50.000 pesetas, restaurándolo luego en su casi
totalidad, procurando imitar sus primitivas líneas, habiendo
hecho los planos el arquitecto don Tomás Acha.
Las obras de restauración y ornato empezaron el 15 de
febrero de 1921 y terminaron en enero de 1922.
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ANTIGUA IGLESIA DE SABUGO
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por abultados bocelones, formando juego con medias cañas,
adornado, a su vez, con puntos y líneas ondulantes, ofreciendo
hermoso golpe de vista la pareada columnata con vistosos
capiteles, y el tallado alero, que cobija la archivolta, en donde
el artista parece quiso dejar el sello de su originalidad.
El ábside de este secular edificio es muy elegante; está
decorado exteriormente, y se halla decorado por artística
cornisa, sostenida por finas columnas, mostrando en su centro
arpillerado ventanal.
A principios del siglo pasado se había colocado alrededor
de la iglesia un amplio cobertizo, más cómodo que elegante,
costeado por la familia de los Arias Carbajal, en donde
celebraba sus reuniones el gremio de mareantes de Sabugo.
Hoy de dicho gremio, al que se debe el altar mayor de la iglesia,
sólo queda como recuerdo, en el claustro, la mesa de piedra y
el canapé, mudos testigos de la entusiasta agrupación, que con
tanta fe celebraba el 2 de febrero la fiesta de la Virgen, tutelar
de los mareantes.
La cubrición del postizo claustro ha venido al suelo en
estos últimos años, ganando con su demolición bastante el
exterior del templo: sólo falta ahora que desaparezcan los
muros (1) y quede urbanizado el solar para que la iglesia,
libre de antiestéticos adosados, pueda mostrar orgullosa a los
visitantes las gallardas líneas de su veneranda antigüedad.
Esta iglesia, en buen estado de conservación, se había
cerrado al culto el año de 1905, pero luego se volvió a abrir el
(1) El señor alcalde, don Valentín Alonso, ha gestionado con el señor obispo la
manera legal de expropiar el claustro con feliz éxito, y pronto será un hecho
la urbanización del solar, tan necesario para el ensanche y embellecimiento de
aquella parte de la población.
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1914, con gran contento de los vecinos del típico barrio, que
consideraban el bizantino templo como el ideal de la tradición
popular.
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IGLESIA DE SAN FRANCISCO
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espaciosa que la de San Nicolás, siendo cura de Avilés don
Francisco Enrique Bobes.
La indicada iglesia de San Francisco, que es del período
de «transición», conserva, de su primitiva fábrica, la portada
principal—restaurada— que es muy bella, y arco toral, con
algunos otros detalles en la cornisa exterior y en los ventanales,
habiendo sufrido el resto del templo general transformación,
perdiendo, en sus posteriores reformas, la pureza de su estilo.
El día 7 de junio de 1866 hubo necesidad de hacer nuevas
obras en la mencionada iglesia, y con este motivo volvió otra
vez el culto oficial a la primitiva de San Nicolás; para llevar
a cabo las proyectadas reformas, se abrió una suscripción,
que se cerró un año después, habiéndose recaudado la
cantidad de 35,306 reales, a los que se agregaron otros doce
mil, concedidos por el Gobierno el 28 de octubre de 1867,
realizándose, con la indicada suma, las obras de restauración
más precisas; terminadas éstas, volvió de nuevo la iglesia de
San Francisco a habilitarse para parroquial, siendo entonces
cura, en propiedad, don Antonio Cantina.
El retablo del altar mayor y el de la capilla del Rosario,
pertenecieron a la iglesia de la Merced, de Sabugo, donados
a la de San Francisco por la competente autoridad, son de
mérito, no por el estilo, que es churrigueresco, sino por la rica
labor de su talla y por el fino oro con que se hallan revestidos;
los cuatro altares de la nave central han sido donados por otras
tantas familias, y últimamente, en 1898, regalado el de San
José por la señora viuda de don Antonio Álvarez Cano; el de
San Antonio y el altorrelieve de Santiago, ya se hallaban en la
iglesia en la época de los franciscanos.
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Don Rafael Cabal mejoró la capilla, llamada de Santa
Rosa, en 1898, y el actual párroco, don Andrés Blanco, arregló
y habilitó, para el culto de las cofrades «Hijas de María», por
los años de 1815 al 16, la artística capilla de la Purísima, que se
hallaba clausurada.
Conserva la iglesia de San Francisco, en la capilla de
Santiago, dos sepulcros empotrados en la pared, recogidos
por arcos apuntados, primorosamente tallados, con estatuas
yacentes, que datan del siglo XIV, carecen de inscripción,
y en el arranque del arco de uno de ellos, se ve el escudo de
Las Alas, que se conoce bien ser un postizo, por no guardar
relación alguna con el total de la cineraria obra.
En la capilla de Santa Rosa también se encuentra empotrado
en la pared otro sepulcro del siglo XVI, con estatua yacente,
hallándose sostenida la urna cineraria por tres cabezas de león;
este sepulcro tiene inscripción, pero por hallarse carcomidas
varias letras, se lee con bastante dificultad. Además, se ve en la
capilla de la Purísima una magnífica portada bizantina y dos
ventanales, uno a cada lado de la portada, que mira al claustro,
y en el interior, un sepulcro, también sin inscripción, sostenido
por leones, que aunque más moderno que los otros, no por eso
deja de tener cierto mérito su lobulada labor.
En el mes de agosto de 1921 se ensanchó la entrada de la
capilla de la Purísima por el vano que da a la iglesia, que era
una portada humilde, por la arcada que hoy tiene; el retablo
de dicha capilla lo hizo don Armando F. Cueto, y costó 2.000
pesetas; la imagen de la Purísima se trajo de Barcelona, y costó
1.500 pesetas, habiendo sido costeado el retablo e imagen
por la archicofradía de las Hijas de María, mediante una
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suscripción popular.
El año de 1924 se levantó el tillado, se encauzaron las
filtraciones del subsuelo y se pavimentó todo el templo de San
Francisco.
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IGLESIA DE SAN NICOLÁS
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en lamentable estado de mutilación, hallándose el resto del
templo coronado por un agregado de capillas, que la fe de
nuestros mayores ha ido construyendo en época posterior.
De estas capillas, la más importante es la de la Asunción,
mandada edificar por don Pedro Solís, ilustre prebendado,
para recoger en ella los restos mortales de sus padres y abuelos,
enterrados en el monasterio de San Francisco, con sujeción
a los planos presentados por el maestro Ferrán Rodríguez
de Borceros, de Oviedo, el año 1499, según constaba en la
inscripción puesta a los lados del escudo, a la entrada de la
capilla, hoy del todo carcomida, pero que Jovellanos, en su
tiempo, ha podido leer, copiando su texto, y transmitiéndolo
a la posteridad.
Dicha capilla, llamada también de los Ángeles, quizá por los
ángeles que sostienen el escudo del fundador, colocado sobre
la portada, se halla a la parte Norte de la iglesia, guardando
su fachada, en la que se abre una portada con bocelada ojiva,
simetría con la fachada del templo, al que también se comunica
interiormente por artístico arco, de un mérito muy superior,
no sólo por la ojiva enviajada de sus líneas, sino también por
las filigranadas labores que abultadas serpentean por entre
sus mediascañas y bocelones, quedando el sagrado recinto
separado del templo por una bella cancela conopial (1).
A la parte del Mediodía, y en la misma línea de fachada, se
halla la capilla del Cristo, construida por el Municipio, con la
ayuda del vecindario, el año de 1723; es de estilo grecorromano,
y no deja de tener cierta elegancia el ático que corona la fachada
principal. En el interior del templo, al lado izquierdo, se halla
(1) Esta verja se quitó de su sitio el año de 1920, y se conserva, como recuerdo,
en la antesacristía.
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la capilla de Camposagrado, ocupada, en su casi totalidad, por
suntuoso mausoleo, aislado, sostenido por ocho leones (1),
que por sus posturas, no parece sino un remate del señorial
palacio (2), situado cerca del templo, admiración de los
turistas, contrarrestando la majestad de la cineraria obra, que
nos habla de pretéritas grandezas, con el olvido y abandono
en que reposan hoy los restos de don Fernando de Las Alas y
los de su mujer, doña Catalina de Quirós, fundadores de aquel
monumento sepulcral.
En el mismo templo, a la derecha, se abre la capilla de
don Francisco de León, llamada de Busto, de pequeñas
dimensiones, con coro alto, sin que ofrezca mayor interés el
sepulcro que tiene escavado en la pared, cobijado por arco
de medio punto, adornado tan sólo con un escudo, en el que
campean las armas de la familia, que es un sol de oro con los
rayos rectos, estando la casa solariega en Miranda, filial, en
aquellos tiempos, de la parroquia de Avilés.
La iglesia de San Nicolás, parroquial de Avilés hasta el año
1850, carecía de bóveda, hallándose la techumbre adornada por
artístico artesonado de madera; pero habiéndose cuarteado,
amenazando ruina, el entonces párroco, don Alonso de las
Alas, expuso a los regidores el peligro que ofrecía el templo
si no se abovedaba la cubrición; y tomando en consideración
el aviso, la Corporación munícipe acordó, en junta habida en
(1) El mausoleo se ha retirado al reformar la capilla, perdiendo con el traslado
su grave belleza tradicional.
(2) Llamado de Camposagrado, situado en la calle de San Bernardo, con
la fachada trasera sobre las murallas; es uno de los edificios más suntuosos de
Asturias, y fue fundado en el siglo XVII por don Sebastián Bernaldo de Quirós,
primer marqués de Camposagrado, enlazado con la noble familia de Las Alas y
Carreño, de Avilés.
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30 de mayo de 1660, costear la bóveda, encargando los planos
al maestro Marcos Velázquez, siendo alcalde de la Villa don
Fernando Inclán Valdés.
La referida bóveda, cortada por arista, es de marcada
solidez; pero últimamente ha sufrido cierta depresión una
de las arcadas contigua al coro, bajando de su centro la clave,
viéndose, por este motivo, la competente autoridad, en el año
de 1908, en el sensible caso de tener que clausurar el templo,
que, además de los tradicionales recuerdos que atesora y de ser
testigo de las Juntas que los regidores del concejo celebraban
a la sombra de sus muros, guarda en su recinto el monumento
sepulcral del Adelantado y conquistador de la Florida, don
Pedro Menéndez de Avilés.
Clausurada la iglesia, sólo ha quedado abierta al culto la
capilla del Cristo, en donde se venera una imagen de Cristo
crucificado, escultura del siglo XVII, que la tradición supone
haber sido encontrada por unos pescadores de Sabugo en alta
mar.
Afortunadamente, los religiosos franciscanos, que han
venido a fijar su residencia en esta villa el año de 1919, hanse
hecho cargo de la iglesia y, competentemente autorizados,
empezaron su restauración, reparando la bóveda y la cubrición,
con otras reformas de ornato en el interior del templo, y
terminadas, se volvió a abrir de nuevo al culto el 19 de agosto
de 1920, oficiando ese día de pontifical el excelentísimo
señor obispo de Oviedo y predicando en el solemne acto el
reverendísimo padre fray Plácido A. R. Lemos, obispo de
Lugo, habiendo asistido el vicario general de los franciscanos,
reverendo padre Miguel Barrainenos.
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El acto de la apertura ha causado grata satisfacción al
católico vecindario de Avilés, por ser el venerando santuario el
sagrado solar en donde nuestros mayores habían recibido las
aguas del bautismo.
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CAPILLA DE SAN ROQUE
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popular, habiéndose recibido de Cuba 2.500 pesetas,
recaudadas por don Florentino Mª Vidal y sus hermanos don
José y don Luciano, en junta con don Adolfo González, muy
entusiastas dichos señores de la tradición popular.
La nueva capilla, que no ofrece elegancia alguna en sus
líneas, fue trazada por el arquitecto don Ricardo Bausá,
iniciando las obras el señor cura ecónomo don Victorio
Cuervo, terminándolas su sucesor el párroco don Rafael
Cabal, quien abrió el santuario al culto el año de 1894.
El año de 1925, previos los requisitos canónicos, autorizó
el señor obispo para tener reservado en la capilla.
El santuario, aunque está dedicado, como en su origen,
a San Roque, es más conocido con el nombre de «Capilla de
Jesús de Galiana», por venerarse en él una imagen de Jesús
postrado en tierra, con la cruz sobre el hombro, de muy popular
devoción.
El altar único que tiene, era ya del antiguo humilladero, y
fue tallado en el siglo XVIII, habiendo costado su labor 2.915
reales y 9 maravedís.
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CONVENTO E IGLESIA DE LA MERCED
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deseos de su piadosa madre, doña Eulalia, último vástago
directo de la noble familia de Las Alas, se les concedió, el año
de 1668, permiso para la edificación, y el segundo marqués, D.
Martín, realizó las obras, que quedaron terminadas veintiún
años más tarde, osea, en 1689, instalándose en seguida los
religiosos en la nueva morada, de suntuoso aspecto, en Sabugo,
extramuros de Avilés.
La iglesia, adosada al convento, formando parte integrante
del mismo, era alegre y espaciosa, de una sola nave, con atrevida
bóveda recortada por media naranja y de lujosa ornamentación
interior; pero su fábrica, más elegante que sólida, empezó a
resentirse a mediados del pasado siglo, sin que los costosos
reparos que se hiciesen para conservarla fueran suficientes para
impedir que los machones que sostenían la cúpula perdiesen
su nivel, amenazando inminente ruina, viéndose la autoridad
local, de común acuerdo con la religiosa, en el sensible caso de
tener que demolerla, lo que se realizó por los años de 1876.
Algunos años más tarde, al finalizar el siglo, sufría la
misma suerte el suntuoso convento, abandonado ya por los
mercedarios, levantándose en el mismo solar la esbelta iglesia
de Santo Tomás, que, por recuerdo a la antigua, se le ha puesto
el nombre de Nuestra Señora de la Merced.
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PALACIO MUNICIPAL
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Los planos del bello edificio, que llevan el sello de la
majestad en sus once arcadas de proporcionadas líneas,
rematando en gracioso ático, son de uno de los discípulos de
Herrera, probablemente de don Ventura Rodríguez, que fue
quien trazó los del pórtico de San Francisco, en 1685, muy
parecido en sus líneas a la arcada de la casa municipal.
Antes de construirse el actual palacio, las reuniones del
Concejo se celebraban en Avilés, en una casa situada en la
calle Oscura, hoy de Suárez Inclán, llamada por esta causa
«Casa del Conceyu»; pero destruida por un incendio el 4 de
febrero de 1621, los regidores se reunían en el Hospital de San
Juan, situado en la plaza, en el atrio de San Francisco, algunas
veces en el cementerio, y también en el pórtico de la iglesia de
San Nicolás, donde se celebró la última sesión el 17 de abril
de 1677, trasladándose luego al nuevo edificio, emplazado
en la plaza Mayor, acto que se ha realizado con aparatosa
solemnidad.
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TRASLACIÓN DEL CADÁVER DE DON PEDRO
MENÉNDEZ DE AVILÉS, DESDE LA VILLA DE
LLANES, A SU PUEBLO NATAL
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fue recibido con grandes muestras de respeto y consideración,
y depositado su cadáver, previo acuerdo entre el Municipio y la
familia propietaria, en la iglesia parroquial de la indicada villa
de Llanes, hasta el año de 1591, y el día 9 de noviembre de
dicho año, fue traído para Avilés,
Dice el historiador Tirso de Avilés, nombrado notario para
dar fe, por impedimento de don Gonzalo Solís, arcediano de
Benavente:
«Me fue mostrado en un ataúd de madera matizado
de negro con un letrero dorado, el cadáver y huesos
de don Pedro Menéndez de Avilés, Adelantado de la
Florida, el cual estaba amortajado con un hábito blanco
con su † colorada en el pecho de la orden de Santiago.
El cual fue traído de la villa de Llanes, en donde estaba
depositado, para ser sepultado en la dicha villa de
Avilés, en la iglesia parroquial de San Nicolás, como
e por disposición de una cláusula de su testamento
fue mandado y traído por el dicho don Gonzalo Solís,
a lo cual yo fui presente, como antes de ahora di fe y
testimonio della, al cual me refiero; y en este mismo
día fue el dicho ataúd llevado de las casas del dicho
Adelantado, que tenía en la dicha villa de Avilés por
cuatro regidores de dicha villa a ser sepultado con la
autoridad que se requería de lumbres de cera y misas
por la clerecía y religiosos del monasterio de San
Francisco, que hay en la dicha villa, a dicha parroquia
principal de San Nicolás, que en ella hay; donde
después de la misa mayor, que fue dicha por el dicho
Arcediano de Benavente, con dos canónigos, que le
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ministraron de diácono y subdiácono; fue puesto dicho
ataúd en un principalario, tres varas de medir en alto,
que para este efecto fue fabricado en la pared, dentro
de la capilla mayor, hacia la parte del evangelio; el cual
arco estaba también matizado de negro con tres cruces
de la Encomienda de la orden de Santiago, y en medio
del arco, encima de él un escudo de las armas de Valdés,
y a los lados, dentro del arco, pintadas así mismo las
armas del dicho Adelantado, y entregado la llave del
dicho ataúd a la justicia y regimiento de la dicha villa...
A la ceremonia se hallaron presentes Varios testigos, de
todo lo cual doy fe como notario mayor por la autoridad
apostólica el mencionado canónigo de Oviedo, Tirso
de Avilés.»
El sepulcro del Adelantado, don Pedro Menéndez de
Avilés, se hallaba en la capilla mayor, como dice el acta del
enterramiento, pero al reformarse el ábside del templo para
darle mayor amplitud, el sepulcro ha sido trasladado un poco
más hacia fuera de dicha capilla mayor.
En el libro de actas de nuestro Ayuntamiento se lee que
el día 20 de diciembre de 1660 se dio cuenta de: «Que al
hacer las obras de la iglesia fue preciso deshacer el entierro
del Sr. Adelantado, Pedro Menéndez de Avilés, del Abito de
Santiago, Comendador de la Zarza, con un letrero en dicha
caxa que contiene sus títulos y honores, y que la caxa se quedó
en la iglesia, para volverla terminada la obra, a su sitio, y en la
caxa estaban de pintura las armas del Adelantado...»
En dicha sesión don Gabriel Menéndez de Avilés, quinto
poseedor del mayorazgo de la casa de Avilés y primer conde de
- 288 -
Canalejas, dijo: «Que quería que el escudo de armas se hiciese
ahora de piedra, no en pintura como estaba, y lo mismo el
letrero, que está en dicha urna, para que sea más seguro... y se
pusiese en una losa de piedra...»
Accedióse a ello, y cuando terminadas las obras, se
reconstituyó el sepulcro, se hizo de conformidad con los deseos
manifestados por don Gabriel.
En la actualidad, los restos del Adelantado de la Florida,
descansan en una artística urna de mármol blanco, adornada
con trofeos marítimos, colocada sobre el panteón que también
ha sido restaurado, pero conservando su forma primordial.
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TRASLADO, DESDE LONDRES, DEL CADÁVER
EMBALSAMADO DE LA CONDESITA CARLOTA
MARÍA DE LUJÁN, DESCENDIENTE DE DON
PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS
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con una lámina de plata sobre la tapa, en donde se hallaba
escrito el nombre de la malograda niña; y ambas cajas cerradas
en otra de madera, que es la que está en la actualidad sobre el
sepulcro de don Pedro Menéndez de Avilés.
Trajo el cadáver desde Londres el capitán de la marina
mercante don Adriano Troncoso, y dice la carta escrita a don
Juan Busto, Regidor perpetuo de Avilés, por el duque de
Almódovar:
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colocaron varios cañones y pedreros y durante el tránsito
se iban disparando salvas, y al llegar al navío portador del
cadáver, después de la presentación oficial, se recogió el ataúd
y se colocó bajo el pabellón; preparado para el caso en la popa
del buque, repitiéndose las salvas hasta la llegada al muelle de
Sabugo.
Las campanas de las iglesias y conventos repicaron a vuelo,
disparándose al mismo tiempo el reloj principal de la villa,
que se hallaba colocado en uno de los alcázares, propiedad de
la familia de la malograda niña. El gentío que de Avilés y sus
cercanías se aglomeró en el muelle fue numeroso; formándose
luego la comitiva, que acompañó el cadáver hasta la iglesia de
San Nicolás; asistiendo todo el clero, con cruz alzada y ciriales
de plata; llevando la urna seis niños, hijos de las principales
familias, acompañando los demás con velas de cera blanca.
En el templo se dio principio a la misa de gloria, asistiendo
los músicos y cantores de Oviedo—dirigidos por el maestro
de capilla de la ciudad—, la clerecía de toda la jurisdicción
y, además, los religiosos de San Francisco y de la Merced. Se
sacó de la caja exterior la hermosa urna, forrada de terciopelo
blanco y adornada en sus esquinas con ángeles sosteniendo
banderitas, y se colocó en el centro dé la iglesia, sobre un
riquísimo mausoleo, formado por cuatro arcos, adornados con
candeleras de plata y alhajas de oro, rematando en forma de
brillante, con una tarjeta que por un lado tenía las armas de la
esclarecida casa de Avilés y condado de Canalejas, y por la otra
un jeroglífico, representando una paloma que, revoloteando
entre las brillantes claridades de una nube, parecía volar al
cielo, con este título: Fulgida nube dilabor. Y más abajo la
- 292 -
siguiente octava real:
- 293 -
III; Gentilhombre de Cámara de S. M., con ejerció, y
actualmente embajador en Londres; y de la Excelentísima
Señora doña María Joaquina Monserrat y Acuña, hija de
los Excelentísimos Señores Marqueses de Cruillas.
Nació en Lisboa en 9 de Diciembre de 1776; fue
bautizada por el Excelentísimo don Bernardino Aliste,
Arzobispo de Petra, Nuncio de su Santidad en aquella
corte; y fue padrino, en nombre del Rey, el Excelentísimo
Señor Príncipe de Rafadali, Mi¬nistro real de Portugal,
en Londres a 28 de Octubre.
Murió en dicho año, fué embalsamada y depositada en
la capilla de el Palacio de el dicho su padre, embajador en
Londres.»
(1) El año de 1851 hubo un robo, por la noche, en la iglesia de San Nicolás,
desbaratando los ladrones el arca, que contenía el cadáver de la condesita
Carlota de Luján, llevándose, quizá, la lámina de plata, donde estaba grabada
la inscripción sepulcral, porque desde entonces no se supo más de dicha lámina.
Del hecho levantó acta notarial el profesional don Arsacio de Prado Campillo
- 294 -
DEMOLICIÓN DE LA TORRE Y MURALLAS
DE AVILÉS
- 295 -
Torre, según titulo presentado, como descendiente y heredera
de don Gabriel Menéndez de Avilés.
El reloj había sido puesto por el Municipio el año 1715,
previa autorización de doña María Catalina Menéndez de
Avilés, poseedora del señorío y de los mayorazgos de la casa
de Avilés.
Alrededor de la campana del reloj se leía la siguiente
inscripción, que por curiosidad anoto:
«Gilguero soy, que a la jaula subo sin temor y miedo,
y creo que mi voz dará cumplimento al pueblo.»
Con los materiales de la torre y de las murallas se construyó
la actual cárcel, y algunos años después se colocaba sobre la
majestuosa casa municipal el elegante ático, en donde luce su
esfera el reloj, y se construía la torre trasera en donde se hallan
enjauladas las campanas, obra que ha sido donada por don
Benito Maqua, a condición de recibir del Municipio una paja
permanente de agua para su casa de la calle de la Cámara, de
esta villa.
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HERMANITAS DE LOS ANCIANOS
DESAMPARADOS
- 297 -
que había sido ocupado por la Administración de Rentas
Estancadas; y presentada nueva instancia al Municipio, éste
acordó, en sesión de 3 de abril del mismo año, concederles
el local mencionado y, además, cederles las camas, ropas y
demás enseres que se hallaban en el cuartelillo, hasta entonces
destinado para albergue de transeúntes.
Realizadas con feliz éxito estas gestiones, se personó la
Junta de señoras, con el señor cura de Avilés, don Antonio
Cantina, para que dicho señor consiguiera del Excelentísimo
Señor Obispo la competente autorización, y el prelado, que
entonces era el Excelentísimo Señor don Benito Sanz y Fores,
acogiendo con paternal cariño la idea, solicitó y obtuvo de la
superiora general el número suficiente de Hermanitas de la
Caridad, que se encargaron del naciente instituto, preparado
en el ex-convento de la Merced, de Sabugo, en cuyo local se
hicieron algunas reformas para su cómoda instalación.
Así dispuestas las cosas, se llamaron a las religiosas, y éstas
emprendieron el viaje, llegando a Avilés a las doce del día 24 de
julio de 1880, acompañadas, desde Oviedo, del señor chantre
don Nicolás Ribero y del señor secretario de Cámara, canónigo
señor Messeguer, después arzobispo de Granada, haciendo su
primera visita a la iglesia parroquial de San Nicolás, en donde
fueron recibidas por el señor arcipreste párroco, don Antonio
Cantina, y por el clero con cruz alzada, cantándose un solemne
Te Deum; en seguida subió al púlpito el muy ilustrísimo señor
Messeguer, y con gran unción y elocuencia expuso las ventajas
que a los desheredados iba a reportar el nuevo asilo, exhortando
al piadoso auditorio para que secundase, con todos los medios
que tuviese a su alcance, los fines de tan laudable institución.
- 298 -
Terminada esta primera parte, se dirigieron las Hermanitas
al asilo, acompañadas de los dos capitulares indicados, del
señor alcalde, don Antonio Pérez, de la Junta de señoras, del
clero y de multitud de personas que las iban vitoreando durante
el tránsito hasta que entraron en el asilo, posesionándose, acto
continuo, del local.
La nueva comunidad estaba formada por las religiosas
siguientes:
Superiora: Sor Josefa de los Dolores.
Hermanas: Sor Vicenta de San José, Sor Terese Tarrasona,
Sor Francisca Soler y Sor Loreto Poluda.
Al día siguiente ingresaban como asilados diez y seis
varones y once mujeres.
Después de cinco años de residencia en el ex convento de
la Merced, como el local resultaba insuficiente, se formó una
Junta de señores con objeto de construir un nuevo edificio
en donde los asilados pudiesen tener ciertas comodidades
y distracciones, de las que carecían en el primitivo local;
al efecto, reunidos en Junta el 12 de febrero de 1885, se
comprometieron hacer una casa que fuese capaz para poder
albergar cómodamente unas cincuenta personas, y abierta allí
mismo una suscripción, dio por resultado la cantidad de treinta
mil pesetas, que, aumentada con nuevos donativos, sirvió para
la pronta edificación del nuevo, amplio y cómodo local.
Se compró el solar en sitio alto y ventilado al Sur de la
población, y se colocó la primera piedra el 19 de marzo de
1885, asistiendo a la solemne ceremonia el señor Obispo de
Oviedo, el señor Chantre y el señor Lectoral de la Catedral, el
señor Alcalde de Avilés, una Comisión del Municipio, la Junta
- 299 -
de señores y el Jefe de la Guardia civil con cuatro números a
sus órdenes para dar realce al acto; además, también asistieron
los asilados, que fueron llevados en coche, y numeroso público.
Tardó en construirse el nuevo edificio cuatro años y siete
meses, teniendo lugar su inauguración oficial el 27 de octubre
de 1889.
Tiene la hermosa casa treinta y cuatro metros de fachada
por veinticinco de fondo, resultando un total de ochocientos
cincuenta metros cuadrados; la capilla mide diez metros
setenta y cinco centímetros de altura, y los pisos de la casa
cuatro metros, habiendo sido trazada por el maestro don
Armando Fernández Cueto.
Dos días después de la solemne inauguración, en la que
predicó el M. I. Señor Magistral don Manuel Misol, se
instalaron en el nuevo asilo las hermanitas y ancianos asilados,
resultando la benéfica casa, por su orientación y cómodas
dependencias, y por las huertas, cerradas sobre sí, que la rodean,
regadas por cristalino arroyuelo, uno de los establecimientos
que para el benéfico fin reúne mejores condiciones de la
provincia.
Para que nada faltase en el Asilo, el popular secretario del
Ayuntamiento de Avilés, don Manuel González Wés, inició
el año de 1923 una suscripción en el diario La Voz de Avilés,
del que era Director, para dotar de calefacción la benéfica casa,
obteniendo la suma de doce mil pesetas, con cuya cantidad
se realizó tan necesaria mejora, que ha merecido, no sólo el
agradecimiento de los asilados, sino el aplauso popular.
El enverjado que aísla el edificio del camino se colocó el
año de 1923, y ha sido costeado por una persona caritativa.
- 300 -
La magnifica imagen de la Virgen de los Desamparados,
patrona del Asilo, que actualmente se venera colocada en el
retablo del altar mayor, fue donada por el señor marqués de
Quijano don Santiago López, habiéndose celebrado e! 10 de
septiembre de 1924, día que se bendijo y expuso al culto, una
solemne función, en la que predicó el Excelentísimo Señor
Obispo de la diócesis.
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NUEVA IGLESIA DE LA MERCED,
PARROQUIAL DE SANTO TOMÁS
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setenta y ocho mil pesetas, habiendo tardado en terminarse
las obras, que tuvieron algunas ligeras interrupciones de
circunstancias, como unos seis años, desde sus comienzos en
el año de 1887, hasta su total coronación en el año de 1903.
Los planos fueron trazados por el arquitecto diocesano don
Luis Bellido, inspirados en el bello estilo ojival, debiéndose la
iniciativa y feliz realización del suntuoso templo al poderoso
influjo del entonces representante en Cortes por el distrito,
Ministro que ha sido de la Corona, don Julián García San
Miguel, Marqués de Teverga, secundado por el virtuoso
párroco don Manuel Monjardín, y por una Junta de respetables
señores de la localidad.
La consagración del templo se verificó el día 25 de agosto
de 1903, y, al día siguiente, el Excelentísimo señor Rinaldini,
Nuncio de Su Santidad en Madrid, ofició de pontifical,
abriéndose la iglesia al culto, asistiendo al solemne acto el
Excelentísimo Señor Obispo de Oviedo, don Fray Ramón
Martínez Vigil, y el Excelentísimo Señor Arzobispo de
Valencia, don Victoriano Guisasola.
Ocupaban el centro de la nave principal el Excelentísimo
Señor Marqués de Teverga, el Excelentísimo Señor don
Florentino Álvarez Mesa, Alcalde de Avilés; la Junta especial
de señores, todo el elemento oficial, hallándose el resto de la
iglesia de bote en bote.
La oración sagrada estuvo a cargo del Excelentísimo
Señor Obispo de Oviedo, que rayó a gran altura cantando las
excelencias de la casa del Señor.
A la ornamentación interior del templo han contribuido:
la familia del señor marqués de Teverga, donando el retablo
- 303 -
de San José, con sus candelabros, sacras y demás accesorios;
el señor marqués de Pinar del Río, que costeó el altar de
Nuestra Señora del Carmen, también con sus candelabros,
sacras y lámparas, todo de bronce dorado; la Archicofradía de
la Madre del Amor Hermoso, representada por las entonces
presidenta, señorita Encarnación Alonso Graiño, que costeó
el altar dedicado a la Reina del Amor; doña Ramona ÁIvarez
de !a Campa, que regaló la bella custodia procesional; doña
Josefina Fernández, viuda de Arias, que donó los hermosos
candelabros, atril, sacras, incensario, naveta y vinajeras, todo
dorado, para el servicio del altar mayor en sus principales
fiestas; la señora viuda de don Santos Arias, que regaló las
dos pilas de mármol blanco para agua bendita, que lucen a la
entrada del templo; la familia de don Carlos Larrañaga, que
costeó el hermoso Via Crucis, en cuadros de alto relieve; don
Eladio Muñiz, que regaló dos magníficos confesonarios; don
Victoriano Fernández Balsera, que donó el venerado Cristo del
Amor; don Crescente García San Miguel, senador del Reino,
que costeó, en septiembre de 1919, el bello retablo de San
Antonio, con todos sus accesorios; don Pelayo Larrañaga, que
regaló un magnífico cáliz de oro; habiendo cooperado también
con valiosos regalos, para el culto y ornato del referido templo,
otras varias personas que han querido ocultar su nombre.
Los lienzos de los retablos son obra del laureado pintor,
presbítero, don Félix Granda Buylla, asturiano, a quien se
debe también la dirección de talla de los altares, sillería del
coro y púlpito, moldeados por las ojivas líneas que caracterizan
el total de la fábrica.
Sólo falta ahora, para completar la decoración exterior
- 304 -
del templo, un reloj, ya indicado en una de sus elegantes
torres, esperándose el momento feliz en que algún avilesino,
amante de su pueblo, dé una gallarda muestra de esplendidez,
ofreciendo costear el referido horario, que tanto agradecería el
pueblo de Avilés.
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ASOCIACIÓN AVILESINA DE CARIDAD Y
RESTAURANT ECONÓMICO
- 306 -
los entusiastas gijoneses don Donato Arguelles y don Sil-
Verio Suárez Infiesta, se fijaron las bases del nuevo Instituto,
acordándose celebrar la inmediata sesión en el Circo Teatro del
señor Somines, y el de asociar a la Junta gestora otras personas
de conocido prestigio y autoridad, para que prestasen su apoyo
a la realización de la empresa.
La magna Asamblea del Circo se celebró el 1º de
septiembre, y en ella hicieron uso de la palabra, don Celestino
Graiño, en nombre de la Junta de Extensión Universitaria;
don David Arias, que trató el asunto en su aspecto social;
don Víctor Martínez, que habló como delegado de las clases
obreras; don Manuel Álvarez Sánchez, presbítero, que habló
en representación del clero de Avilés; don Luis A. Castillejos,
diputado a Cortes, en representación de la Prensa; don Nicanor
de Las Alas Pumarino, diputado a Cortes, que hizo un gran
elogio de la Asociación de Caridad; don Adolfo Buylla, decano
del profesorado de la Universidad ovetense, que habló como
miembro del Instituto de Reforma Sociales, y, por último, don
Rogelio Jove, profesor de la Universidad, que hizo el resumen.
Todos los oradores han sido muy aplaudidos.
En la mencionada Asamblea, presidida por don José
Alvera, en representación del señor alcalde, quedó consolidada
la feliz iniciativa, y algunos días después, en Junta general
del Consejo, se nombró la Junta directiva de la Asociación
Avilesina de Caridad y Restaurant Económico, quedando
constituida en la forma siguiente:
Presidente, don Luis Caso de los Cobos de Valdés;
Vicepresidente lº ,don Fernando Carreño Arias;Vicepresidente
2.°, don Cándido Alonso Jorge, presbítero; Secretario general,
- 307 -
don Celestino Graiño Caubet; Vicesecretario, don Enrique
Fernández; Tesorero, don Alberto Solís Pulido; Contador,
don José Rico; Vocales: don Juan Álvarez Casariego; don
David Arias; don Manuel Álvarez Sánchez, presbítero; don
Francisco López, don Florentín Fernández y don Ángel
García Somines; Mayordomos generales: don Bernardino
Ñuño y don José Antonio Guardado.
La Asociación Avilesina de Caridad empezó a ejercer
su benéfica acción el 31 de enero de 1908, dando de comer
y de cenar a todos cuantos lo solicitaron en el local; pero
oficialmente no se inauguró sino dos días después, o sea el 2 de
febrero, con asistencia de las autoridades locales, consejeros,
mayordomos de semana, socios protectores, y también previa
invitación, de una Comisión de las Asociaciones similares de
Oviedo y Gijón, habiendo sido amenizado el acto por la banda
municipal de música.
Del régimen interior estuvieron encargadas en su principio
las Hermanitas de la Caridad, pero han tenido que dejar el
cargo al año siguiente, por no reunir el local condiciones para el
cumplimiento de sus deberes religiosos, siendo reemplazadas
por otra servidumbre, bajo la inmediata inspección de la Junta
directiva.
El local de la Asociación Avilesina de Caridad es propiedad
de la misma, adquirido en diciembre de 1911.
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ANTIGUO Y NUEVO PUENTE
DE SAN SEBASTIÁN
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se había puesto, provisionalmente, un pasadizo de madera de
roble, que se inutilizó, después de prestar seis años de servicio,
el 14 de diciembre de 1886.
El actual puente de hierro se halla emplazado a treinta
metros de distancia hacia el Sur, donde descansaba el antiguo:
se empezó a construir el 20 de julio de 1891, y se inauguró
oficialmente el 19 de octubre de 1893.
Tiene el puente cuarenta y tres metros de largo y nueve de
ancho, y las pruebas de resistencia se practicaron, colocando
dos vías para carros de frente; en la primera prueba con mil
kilos cada uno, doce mil en la segunda, y la tercera se cargó
el puente, en toda su extensión, con trescientos kilos de peso
por metro cuadrado; quedando admitida la obra por ofrecer,
de momento, garantías; pero luego han podido apreciarse
sus defectos, habiendo sido preciso reforzar las pilastras con
nuevos contrafuertes, hallándose en la actualidad carcomidas
algunas láminas de hierro del pavimento, que reclaman una
pronta reparación.
El nuevo puente es bastante alegre y elegante; pero su
fábrica no ofrece, ni con mucho, la solidez y majestad que
caracterizaba el antiguo, compañero del que aún subsiste
sobre el Manzanares, en Madrid.
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TRAÍDA DE LAS AGUAS POTABLES A LA
POBLACIÓN
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La tubería era de barro, y estuvo prestando servicio cerca
de trescientos años, pero inutilizada en gran parte, por el uso,
hubo necesidad de sustituirla por otra de hierro, acordándose
la subasta el 15 de julio de 1866, adjudicándose la obra al
ingeniero don Adolfo d’Soigne, quien dejó satisfecho al
Municipio por su acertada distribución.
Las aguas potables de Avilés, pertenecían al señorío de
Excelentísima Señora Marquesa de Ferrera, la que tenía el
compromiso de suministrar toda cuanta se necesitase para el
consumo público de la vecindad, pero sin la obligación de dar
agua al particular, siendo por esta causa muy contados los que
en sus casas disfrutaban de agua corriente.
El Municipio, deseando ser dueño de las aguas para
luego poder administrarlas, tuvo un convenio con la Señora
Marquesa, y entendidas ambas partes, realizó un empréstito
el año de 1916, y con él acordó construir un gran depósito,
recoger todas las filtraciones del manantial, conducirlas por
nueva tubería a la población, y luego introducir el agua en las
casas.
Realizado satisfactoriamente el empréstito, se abrió y
publicó en la Gaceta de Madrid, un concurso de proyecto,
conforme a las bases presentadas por el arquitecto municipal,
don Antonino Alonso Jorge, y al referido concurso acudieron
dos técnicos, que fueron don Francisco Checa y don Mariano
Vicente, ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, de
Zaragoza; a dichos profesionales se les exigió la fianza de otro
ingeniero, y presentaron al señor Reix, de San Sebastián; el
proyecto de los señores Checa y Vicente, fue sometido a la
aprobación del ingeniero don Enrique Galán, y al arquitecto
- 312 -
don Antonino Alonso, los cuales dieron el proyecto por bueno,
y se empezaron las obras, que terminó el ingeniero don Pedro
Morán.
La subasta para dichas obras, se verificó el 23 de junio
de 1916, con arreglo a la cantidad presupuestada de ochenta
y nueve mil doscientas sesenta y ocho pesetas ochenta y
dos céntimos, presentándose cinco candidatos, quedando
adjudicada provisionalmente, a don José María Álvarez, qué
se comprometía a realizar las obras por la cantidad de ochenta
y tres mil quinientas pesetas.
No se pudo realizar por entonces el contrato, debido al
subido precio que alcanzaban los materiales, y un año después,
el día 28 de agosto de 1917, se acordó nueva subasta, bajo el
tipo da doscientas noventa y siete mil novecientas noventa y
nueve pesetas, adjudícanse, definitivamente, al mismo postor,
señor Álvarez, quien se comprometió, con arreglo al pliego de
condiciones, a dar terminadas las obras en un plazo de once
meses, a contar diez días después de la adjudicación.
El contrato, firmado, ha sido cumplido, y la cañería se
renovó en todas las calles, habiendo aprovechado muchos
propietarios la oportunidad para introducir el agua en sus
casas, mediante una cuota mensual; en la actualidad, se
nota escasez en el manantial, y el Municipio gestiona nueva
traída de aguas, que, con la ya existente, puedan satisfacer las
necesidades todas de higiene y limpieza de la población.
- 313 -
PLAZA NUEVA
- 314 -
un plano que hubo de ser modificado para darle, la forma que
actualmente tiene.
Hoy, la plaza de abastos resulta pequeña para cubrir las
necesidades de la localidad en días de mercado, y un adefesio
en el sitio en que se encuentra por su parásita proporción,
reclamando la higiene y el ornato su pronta desaparición,
convirtiendo su solar en jardines, levantando luego otro
edificio en sitio espacioso, alegre y ventilado, en relación con la
importancia que el mercado de los lunes tiene en nuestra villa,
que es uno de los más concurridos de la provincia.
- 315 -
PARQUE DEL MUELLE
- 316 -
arquitecto D. Ricardo Bausá, y el kiosco, en 1894, por D.
Federico Ureña.
Adornan el paseo Sur, llamado de la Fuente, por alzarse
en su centro monumental fontana, coronada por el genio de
las aguas, recibiendo las caricias de cuatro surtidores, ocho
elegantes estatuas de hierro, compradas por el Municipio el
año de 1876, representando una a Diana, diosa de las selvas;
otra al Dios Fauno, vigilante de los montes; la tercera una ninfa
de las aguas, y la cuarta, la diosa de los mares; simbolizando
las cuatro restantes, las estaciones del año: primavera, verano,
otoño e invierno.
Estas estatuas habían estado antes adornando las entradas
del antiguo paseo de! Bombé.
También en el Parque está el monumento dedicado al
Conquistador de la Florida, D. Pedro Menéndez de Avilés;
hallase emplazado en el fondo del salón central, parte Norte,
destacándose la figura del guerrero, sobre trofeos marítimos;
el monumento es obra del escultor D. Manuel Garci-Fer-
nández; se bendijo la primera piedra el 17 de junio de 1917, y
se descubrió la estatua por la Infanta Doña Isabel de Borbón
el 23 de agosto de 1918, hallándose presentes al solemne acto,
el ministro de Instrucción pública, el Excmo. Sr. Obispo de
Oviedo, los señores Gobernador civil y militar de la provincia,
las autoridades locales y numeroso público.
El año de 1925 se hicieron algunas reformas en el Parque,
trasladándose alguna de las alegóricas estatuas, a distintos sitios
del jardín, emplazándose dos de ellas a la subida del kiosco.
Esta innecesaria reforma fue llamada muy apropiadamente
«La danza de las estatuas».
- 317 -
ESCUELAS DE AVILÉS
- 318 -
algunas interrupciones, se terminó el 12 de marzo de 1914,
habiendo costado su fábrica noventa y ocho mil pesetas.
Las clases en el nuevo edificio, previa visita del señor
Inspector, que hizo laudatorio elogio de las condiciones que
reunía el local, se abrieron el 16 de marzo de 1915.
El edificio de la escuela dominical se empezó a construir el
16 de agosto de 1913, y se terminó el 27 de diciembre del mismo
año; para la realización de las obras, que fueron costeadas por
suscripción popular, el Municipio ofreció temporal mente el
solar (1), y el arquitecto don Antonio Alonso Jorge levantó
gratuitamente los planos y dirigió las obras, debiéndose la
iniciativa al presbítero, director de la escuela, don Rafael
Alonso, secundado por la Junta de señoras de la enseñanza
dominical de la localidad.
En el edificio y mobiliario se gastaron ocho mil setecientas
setenta y cinco pesetas.
El edificio para las escuelas nacionales de niños y niñas
de Sabugo, emplazado en el solar del antiguo cementerio de
Avilés, previamente exhumados todos los restos, saneado y
convenientemente higienizado, se empezó a construir el 11
de septiembre de 1816, por administración municipal, y se
terminó en agosto de 1918.
Los planos del bello edificio fueron trazados por el
arquitecto don Antonino Alonso Jorge, y las clases se abrieron,
previo informe del señor Inspector. que elogió mucho las
buenas condiciones que reunía el local, el 3 de septiembre del
mismo año de 1918.
(1) En la actualidad el solar es propiedad de la escuela, mediante convenio legal
habido entre el señor Obispo y el señor Alcalde, en compensación de otro solar
perteneciente a la antigua iglesia de Sabugo, cedido al Municipio para ensanche
de la calle del Carbayo.
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ORDENANZAS MUNICIPALES DE LOS
SIGLOS XVI Y XVII
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viaje semanal.
Respeto a la moralidad y costumbres públicas, se había
acordado: «El perseguir y castigar con rigor la vagancia,
obligando a los desocupados a tomar trabajo dentro del sexto
día, o abandonar la villa, bajo la pena de cien azotes y un año
de destierro; también penaban la prostitución, poniendo a la
expectación pública y haciendo vestir toga especial a las mozas
de sospechosa conducta, las que también echaban del pueblo,
condenándolas a cien azotes y desterrándolas si no vestían la
deshonrosa prenda.»
Referente al ornato público y Policía urbana, se disponía:
«Que los vecinos empedrasen y conservasen limpio el frente de
sus casas; que las aguas de Valparaíso y de las fuentes públicas,
no se enturbiasen; que los arroyos de las calles hasta el mar,
no se interrumpiesen; que los moradores de la Rúa nueva no
dificultasen el paso para el pósito y panera de la Villa a los
traficantes», etcétera, etcétera...
A mediados del siglo XVII, «Se procuró regularizar el
mercado para evitar se engañase a los compradores en peso, en
medida y en calidad: se dificultaba a las zabarceras la reventa,
impidiendo comprar artículos fuera del mercado, y también,
el que salieran a los caminos para acaparar las mercancías, y
gravarlas después con sobreprecio», etcétera, etc...
Por los acuerdos transcritos, se puede apreciar el celo con
que los representantes munícipes defendían los intereses del
pueblo, y el acierto con que legislaban, en asuntos, que en la
actualidad tanto preocupa a los Poderes del Estado.
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PUBLICACIONES PERIODÍSTICAS QUE
HUBO EN AVILÉS
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el 29 de junio de 1884, y cesó su publicación el año de 1888.
El Cantábrico. Semanario que empezó a publicarse el 2 de
marzo de 1885, y cesó el 4 de junio del mismo año.
El Estudiante. Semanario literario; salió el primer número
el 30 de junio de 1885, y duró la temporada veraniega.
Van-Vete. Semanario satírico; empezó a publicarse el 22
de julio de 1885, y vivió muy pocos meses.
El Noticiero Avilesino. Semanario que empezó a publicarse
el 4 de julio de 1886, y tuvo algunos años de vida.
El Progreso Avilesino. Semanario de intereses locales;
salió el primer número en agosto de 1887, y también vivió
varios años.
¡Pim!¡Pam!¡Paml Semanario que sólo vivió la temporada
veraniega de 1888.
El Vigía. Semanario que empezó a publicarse el 27 de julio
de 1889, y vivió varios años.
La Semana Festiva. Revista ilustrada, tamaño grande.
Sólo vivió el verano de 1889.
El Diario de Avilés. Empezó a publicarse el 1 de abril de
1890, y vivió hasta septiembre de 1914.
El Trévoíe. Semanario de partido local; empezó el 12 de
agosto de 1901, y cesó en 1905.
¡Pásmense Ustedes! Semanario satírico; empezó el 6 de
febrero de 1902, y cesó el año de 1904.
El Cosaco. Semanario festivo; empezó a publicarse el 7 de
julio de 1893, y sólo vivió un mes.
El Bollo Avilesino. Revista ilustrada que sólo se publica el
día de Pascua; empezó el 2 de abril de 1893, y continúa en la
actualidad.
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La Semana. Revista literaria; empezó el 9 de julio de 1889,
y terminó en octubre del mismo año.
La Semana Ilustrada. Empezó el 26 de mayo de 1901, y
terminó dos años después.
Semanario Pintoresco. Empezó el 10 de julio de 1901, y no
terminó el verano.
El Hórreo. Semanario que empezó el 10 de julio de 1902, y
sólo se publicaron cinco números.
Sánchez Calvo. Se publicó sólo un número, lujosamente
editado, el 31 de agosto de 1903, con motivo del homenaje
tributado a dicho señor.
El Teatro. Semanario anunciador; empezó el 10 de octubre
de 1903, y vivió poco tiempo.
Heraldo de Avilés. Semanario defensor de los intereses
locales; salió el primer número el 19 de diciembre de 1903, y
duró su publicación un año.
El Pueblo. Semanario político; empezó el 1 de abril de
1904, y tuvo muy poca vida.
El Avilesino. Semanario defensor del Comercio; empezó
el 8 de mayo de 1897, y sólo publicó seis números.
El Veto. Semanario político; salió el primer número el 19
de octubre de 1904, y sólo vivió cinco meses.
El Censor. Semanario político; sólo se publicó el verano
de 1905.
Avilés. Semanario católico; sólo vivió el año de 1910.
La Autonomía. Semanario político; empezó el 16 de abril
de 1905; sólo vivió cuatro meses.
El Nieva. Semanario católico; salió el primer número el 16
de abril de 1911, y cesó el 30 de julio de 1913.
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La Verdad. Semanario político; sólo vivió algunos meses
en el año de 1906.
La Batelera. Semanario festivo veraniego; empezó el 25 de
junio de 1911, terminando en septiembre; volvió a reaparecer
el 7 de junio de 1912, y así en los demás veranos sucesivos hasta
el 1920. Y como el ave fénix creemos resurgirá.
La Voz de Avilés. Diario independiente; salió su primer
número el 26 de enero de 1908, y continúa en la actualidad,
1925.
Boletín Parroquial. Periódico quincenal religioso; empezó
el año de 1914, y se distribuía gratuitamente entre los feligreses;
duró dos años su publicación.
Progreso de Asturias. Semanario; empezó el 5 de enero de
1917 y continúa en la actualidad, 1927.
Aurora. Periódico quincenal; empezó el 11 de junio de
1917 y duró seis meses su publicación.
Avilés Deportivo. Semanario gráfico; empezó el 20 de
junio de 1920 y duró la temporada veraniega.
Fe y Acción. Órgano de la Acción Católica de la Mujer;
empezó a publicarse el 15 de agosto de 1922; es quincenal y
continúa en la actualidad, 1927.
Avilés Gráfico. Revista semanal ilustrada; empezó el 8 de
junio de 1924 y terminó con el veraneo.
La primera imprenta se estableció en Avilés el 10 de agosto
de 1865, siendo su propietario y administrador don Antonio
María Pruneda.
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REGALO DE DON ALONSO RODRÍGUEZ
DE LEÓN, CARDENAL DE SANTIAGO
- 326 -
capilla mayor en las principales solemnidades, habiendo sido
robada por los franceses, durante su permanencia invasora en
!a población.
El señor Rodríguez de León, antes de ser Cardenal, había
sido cura párroco de Sabugo.
En la parroquia de Candanal, Concejo de Villaviciosa,
se conserva también otro cáliz, de la misma forma que los
anteriores, regalo también de don Alonso, procedente quizá
del Convento de la Merced, de Sabugo, llevado a dicha
parroquia de Candanal, después de la exclaustración.
- 327 -
REGALO DE
DON PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS
A LA IGLESIA DE SAN NICOLÁS
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FERROCARRIL DE VILLABONA A SAN
JUAN DE NIEVA, PASANDO POR AVILÉS
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TRANVÍA DE VAPOR DE AVILÉS A
SALINAS
- 330 -
CARRETERA DE PIEDRAS BLANCAS
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CARRETERA DE AVILÉS AL CABO DE PEÑAS
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PAVIMENTACIÓN DE LA PLAZA DE LA
CONSTITUCIÓN
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JUEGOS FLORALES
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por su oda «Tierra hidalga», habiendo sido nombrada Reina
de la fiesta la distinguida señorita Isabel Suárez Inclán, y
Mantenedor el ministro de Cuba, don Mario García Kohly.
El día 23 de agosto de 1918, nuevamente, con motivo
del duodécimo centenario de la batalla de Covadonga, se
celebraron en Avilés Juegos Florales, habiendo conseguido la
Flor natural y el premió de quinientas pesetas el ya laureado
poeta, director de la Ilustración Ibero Americana, señor
Blanco Belmonte, por su oda «Milagro de Amor», siendo
Reina de la fiesta S. A. R. la Infanta Doña Isabel de Borbón, y
Mantenedor el diputado jaimista don Víctor Pradera.
El día 25 de septiembre de 1922, por quinta vez, se
celebraron en nuestra villa Juegos Florales en el magnífico
teatro Palacio Valdés, en honor de España y Cuba, obteniendo
el premio de mil pesetas y la Flor natural el culto literato
don M. R. Blanco Belmonte, por su bellísima oda «Cuba
y España», leída magistralmente por el aplaudido escritor
dramático, Presbítero don Antonio Rey Soto, siendo Reina de
la fiesta la Excelentísima Señora Condesa de Revillagigedo;
Mantenedor por España el ex ministro de Gobernación don
Antonio Goicoechea, y por la República Cubana el ministro
pleniponteciario de la misma, don Mario García Kobly.
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MONUMENTO A
DON JUAN DE LA CRUZ ALONSO
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venerable mentor.
Pronunció elocuente discurso, en el acto de inauguración,
el excelentísimo señor don Florentino Álvarez Mesa, alcalde
de Avilés, habiendo asistido la Banda municipal de música.
- 337 -
REGALO DE LA BANDERA AL CÍRCULO
AVILESINO DE LA HABANA
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mantenedor de la fiesta, el culto publicista santanderino, don
Ramón de Solano Polanco, un discurso, que ha sido digno de
su gran fama de orador.
Asistieron al simpático acto don Julián Orbón, don Segundo
de los Heros y don Pablo López, como organizadores de la
fiesta; don José Antonio Guardado y don Domingo Gutiérrez,
en representación del Excelentísimo Ayuntamiento, y don
José Manuel Pedregal, diputado a Cortes por el distrito.
Presidió el acto don Alberto Solís Pulido, Presidente
de la Asociación Avilesina de Caridad, pronunciando una
bellísima alocución, habiendo tomado parte en el aplaudido
festival, que resultó muy simpático, el aplaudido violinista don
Marino Villalain y el popular pianista don Luis Camuesco,
contribuyendo también a realzar el acto la banda municipal
de música.
El Iris se hallaba de bote en bote.
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TEATRO PALACIO VALDÉS
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Manuel Busto, que ha sido quien levantó los planos; pero
debido a circunstancias de fuerza mayor, que se presentaron
de improviso, se agotaron los fondos, sin que se encontraran
nuevos accionistas, que se ofrecieran a continuar las obras
comenzadas, quedando el teatro a medio concluir. Para dejar
cubierto el edificio, en espera de algún nuevo filántropo,
se autorizó al maestro de obras don José Muñiz Piedra
para que siguiera trabajando en el coliseo, y el señor Piedra
adelantó setenta mil pesetas, crédito que le reconoció la Junta
organizadora, y no habiendo podido pagárselo, se sacó el
edificio a subasta, y no presentándose ningún postor, se lo
entregaron en propiedad a dicho señor Muñiz Piedra, por la
cantidad que se le adeudaba.
Don José Muñiz Piedra lo vendió luego a don Alfonso
Rodríguez del Valle, en la cantidad de cuarenta mil pesetas,
y en poder de este señor estuvo el teatro dedicado a cocheras
y albergue de caballerías, esperando ocasión oportuna para
darle más decorosa ocupación.
Después de una veintena de años que estuvieron paralizadas
las obras del teatro, y cuando ya casi se habían perdido las
esperanzas de verse realizada su finalidad, fue adquirido el
edificio en cuarenta mil pesetas, a principios del año 1919,
por el popular industrial avilesino don Ángel Fernández en
compañía de don Tomás Botas y de don Ruperto Menéndez,
y estos señores, entusiastas del ornato y esplendor de Avilés,
se propusieron restaurar el coliseo, mandando al arquitecto
mejorar los planos, y luego continuaron la fábrica hasta su
total terminación exterior y decoración interior.
El 15 de enero de 1919 se renovaron con gran empuje
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las obras, y aunque no faltaron ligeras incidencias de
circunstancias, resueltas éstas satisfactoriamente, el día 7 de
agosto de 1920 se puso el ramo al grandioso teatro, colocándose
sobre el majestuoso ático la bandera española como iris de
ventura, anunciadora del hermoso surgir de Avilés.
El teatro, que lleva el nombre del insigne novelista Palacio
Valdés, don Armando, abrió sus puertas por primera vez al
público con un homenaje que Avilés, Asturias y la España
intelectual rendía al genial autor de Marta y María el 9 de
agosto de 1920.
He aquí el programa:
«Discurso y ofrecimiento del Teatro», por don Armando
de las Alas Muñoz, diputado a Cortes por Pravia.
«Flor d’España», poesía en bable, leída por su autor don
José Benigno García (Marcos del Torniello).
«Rasgos del maestro, sus iniciativas literarias», por don
José Ortega Munilla, de la Rea! Academia Española.
«La vuelta del sembrador», poesía dedicada a Palacio
Valdés, escrita por el señor Blanco Belmonte, director de la
Ilustración Ibero América, y leída por la señorita María Teresa
Hernández.
«Entrega de las insignias de la Gran Cruz de Alfonso XII
a don Armando Palacio Valdés, adquiridas por suscripción
popular.»
«Discurso ofrecimiento del homenaje en nombre de la
provincia», por don Melquíades Álvarez, diputado a Cortes
por Castropol.
«Cuartillas de don Armando Palacio Valdés». leídas por su
autor.
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Asistieron al grandioso acto el Excelentísimo Señor don
Luis Spada, ministro de Instrucción pública y Bellas Artes,
ostentando la representación de S. M. el Rey don Alfonso
XIII; las autoridades locales, Comisiones de las autoridades
eclesiásticas, civiles y militares de la provincia, representaciones
de los centros culturales de España, habiéndose recibido
también gran número de adhesiones de personas que, por
causas imprevistas, no han podido asistir al festival.
El acto resultó altamente simpático y solemne, con un lleno
de bote en bote, habiendo quedado el producto íntegro de las
localidades, vendidas a precios voluntarios, a favor del nuevo
hospital que se proyectaba en Avilés, siendo muy satisfactoria
la recaudación.
El día 10 de agosto de 1920 se celebró en el gran teatro Palacio
Valdés la función inaugural en honor del Excelentísimo Señor
ministro de Instrucción pública don Luis Spada, actuando la
compañía del teatro Reina Victoria, de Madrid, dirigida por
los señores Calleja y Cabás, que puso en escena el vodevil en
tres actos El As, de Hennzquil, arreglado al castellano por don
José Juan Cadenas, con música del maestro Rafael Calleja, que
la crítica ha juzgado más brillante que moral.
El precio de las localidades ha sido el siguiente:
Proscenios bajos, 200 pesetas.
Proscenios principal, 150.
Proscenios segundos, 125.
Plateas y palcos principales, 150.
Palcos segundos, 100,
Paraíso, 35.
Butacas de sala principal, 15.
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Delantera de anfiteatro, 10.
Primera fila, 9.
Segunda, 8.
Grada de anfiteatro, 8.
Delantera de paraíso, 7.
Entrada general, 5.
Entrada de palco, 5.
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TRANVÍA ELÉCTRICO DE AVILÉS
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Comercio.
Don Alberto Solís Pulido, representante de la Junta de
Obras del Puerto.
Don José María González Valdés.
Don Eduardo Hidalgo García, representante de la casa
naviera «Ballesteros».
Don Aladino Menéndez Carreño, gerente del Tranvía de
Vapor de Avilés a Salinas.
Don José Rodríguez Maribona, banquero.
Don Julián Orbón, director de El Progreso de Asturias.
En esta asamblea se acordó volver a reunirse, lo más
antes posible, en junta general, para dar cuenta de los
trabajos realizados, y concretar las bases de la organización.
Esta junta general se reunió, en el mismo salón del casino,
el 8 de noviembre de 1916, y en ella don Luis Caso de los
Cobos, presidente del Comité Ejecutivo, leyó el proyecto de
estatutos, que, con algunas modificaciones, fue aprobado por
los accionistas. Se nombró luego una Comisión nominadora,
formada por don Carlos Lobo, don Manuel Cuervo, don
Silverio Fernández y don Julián Orbón, para que designasen
a las personas que habían de ocupar los cargos activos del
Consejo de Administración. Quedando éste constituido en la
forma siguiente:
- 346 -
Don José Antonio Guardado.
Don José María González Valdés.
Don Alberto Solís Pulido.
Don José María Graiño Obaño.
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por la escasez de éstos, debido a los efectos causados por la
gran guerra; sin embargo, no permaneció inactiva y compró
tres grandes automóviles para ponerlos al servicio de viajeros
de Villalegre a Salinas, pasando por la dársena de San Juan de
Nieva, que se inauguraron el día 7 de julio de 1918, servicio
que agradeció mucho el público por la rapidez y comodidad
con que se hacía el recorrido, vislumbrándose, por el crecido
número de viajeros que a todas horas llenaba los coches, las
ventajas que a la empresa había de proporcionar el tranvía.
Normalizadas las circunstancias, el día 51 de agosto de
1919 se colocaron los primeros carriles en la plaza Mayor,
frente al Ayuntamiento, los cuales bendijo el señor cura
párroco don Andrés Blanco, hallándose presentes el Consejo
de Administración, las autoridades locales y numeroso
público, amenizando el acto que resultó brillante, la Banda de
música municipal.
Al día siguiente continuaron los trabajos, y salvo ligeras
incidencias, no se interrumpieron hasta la terminación de su
primer trazado de Avilés a Salinas, pasando por la dársena de
San Juan de Nieva, que se inauguró solemnemente el día 2 de
enero de 1921.
El recorrido de Avilés a Salinas es lo más alegre y vistoso que
puede imaginarse; arrancando el tranvía desde las cocheras,
emplazadas en despejado sitio, sube con suavidad por la calle
de Llano Ponte hasta la plazoleta de los Molinos, en donde se
enlazan las avenidas de Gijón y de Oviedo; sigue por la calle de
Gutiérrez Herrero hasta llegar al puente del río de la Texera,
desde donde se domina el extenso valle de la Magdalena, que
sombrea la vistosa colina de La Luz, regresando luego por
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la calle de Rivero, deteniéndose, primero, en la plaza Mayor,
y después junto al frondoso Parque, frente al Gran Hotel,
en donde evoluciona para emprender en seguida su rumbo,
caminando cuatro kilómetros en línea recta por la carretera
del Torno, paralela a la ría, hasta llegar a la dársena de San
Juan de Nieva, en donde el golpe de vista es encantador por
el gran movimiento, tanto industrial como mercantil, que se
observa en el puerto. Desde la dársena continúa su recorrido,
atravesando en toda su longitud el espeso bosque de pinares
hasta su término de Salinas, en donde está la playa alegre,
despejada y magnífica, comparable a las aristocráticas de
Santander y San Sebastián, y superior, por su fino recorte, a la
francesa de Biarritz.
El segundo trazado, de Salinas a Arnao, se inauguró el 15
de enero de 1922; este recorrido es también de panorámica
belleza; el tranvía camina a las orillas del mar sobre rocoso
pretil, penetrando, majestuoso, por espacioso túnel, el más
ancho de España, descubriéndose, a su salida, el gran centro
fabril de la Real Compañía Asturiana, para continuar luego
serpenteando por entre las avenidas de sus talleres, atravesando
después la carretera, sembrada a sus lados de alegres casitas,
hasta su término de Piedras Blancas, simpática capital del
concejo de Castrillón.
El tercer trazado, desde la Texera a Viilalegre, se abrió al
público el 12 de febrero de 1922; y el último tramo, de Amaso
a Piedras Blancas, quedó concluido el 19 de agosto de 1923.
Hay otros varios enlaces en proyecto, que pronto serán una
realidad, dada la actividad que despliega la junta administrativa,
que no busca otra finalidad, sino la fácil comunicación de
- 349 -
Avilés con todas las parroquias de los concejos limítrofes.
El tranvía eléctrico de Avilés forma una de las más bellas
páginas de la historia de nuestra villa.
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NUEVO HOSPITAL
- 351 -
terminación del Hospital General de Avilés, por el tipo de 89.955 pesetas 50
céntimos, con sujeción al proyecto y pliego de condiciones.
El concurso se verificará a las once del día 13 de julio próximo, y las obras
deberán estar concluidas en cinco meses, a contar desde la fecha del otorgamiento.
Avilés, 25 de junio de 1926.
El alcalde presidente de la Junta del Hospital.— Valentín Alonso García.
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TRANVÍA DE CARREÑO
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MANOJO DE EFEMÉRIDES
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Solís, y más tarde otro también de los carlistas.
FÁBRICAS DE VIDRIOS
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hospedándose en casa de la señora Marquesa de Ferrera.
El día 30 de agosto de 1900, arribó a la dársena de San Juan
de Nieva el yate real Giralda, conduciendo a bordo a la Reina
Doña María Cristina, al Rey Don Alfonso XIII, a la Princesa
de Asturias, Doña María de las Mercedes, y a la Infanta Doña
María Teresa, pernoctando en el Giralda después de pasar el
día en Avilés.
El día 20 de julio de 1912, volvió otra vez a nuestra villa
el Rey Don Alfonso XIII, hospedándose en el palacio de la
señora Marquesa de Ferrera.
El día 22 de agosto de 1918, vino a Avilés la Infanta Doña
Isabel de Borbón, en representación del Rey Don Alfonso XIII,
para asistir al acto de descubrir la estatua del Conquistador de
la Florida, don Pedro Menéndez de Avilés.
El día 5 de agosto de 1924, llegó a nuestra villa, con carácter
oficial, el Presidente del Directorio, General don Miguel
Primo de Rivera.
El día 29 de agosto vino de visita a nuestra villa el Príncipe
de Asturias.
El pueblo ha tributado siempre entusiasta acogida a
los Reyes y a sus representantes, y celebrado en su honor
magníficos festejos.
RETÉN DE SOLDADOS
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CARRETERA DE AVILÉS A GRADO
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CEMENTERIO CATÓLICO DE AVILES
TÍTULO DE HONOR
JARDINES DE AVILÉS
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El de la plaza de San Sebastián, se terminó el año de 1910.
El parque del Retiro, se rellenó el 1919, se urbanizó y se
plantaron los árboles el 1920.
BUQUES EN LA DÁRSENA
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de Rúan, que llegó el 11 de marzo de 1896; y el de mayor
tonelaje el Somme, de la Compañía «Mala Real Inglesa»,
que llegó con cargamento de maíz de la Argentina, el día 2 de
septiembre de 1920; desplazaba nueve mil toneladas, medía
ciento veinticinco metros de eslora, y tenía diez y siete metros
de manga.
- 360 -
Manuel Pedregal.
- 361 -
CONVENTO DE SAN FRANCISCO
APERTURA DE LA CALLE
DE JULIA DE LA RIBA
CARRETERA DE CIRCUNVALACIÓN
- 362 -
EXPLORADORES DE AVILÉS
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AGREGACIÓN DE VALLINIELLO AL
MUNICIPIO DE AVILÉS
- 364 -
la milicia local, constando en un manuscrito conservado en
el archivo la designación que se hizo, el año de 1672, «en la
ermita de San Sebastián (1), sobre la ría y a la vista de Avilés».
Conforme a los límites señalados, Valliniello quedaba
sometido a Gozón, y así estuvo formando parte de dicho
concejo por espacio de más de dos siglos; pero más próximo
Avilés, del que sólo se hallaba separado por la ría, el vecindario,
aprovechando la nueva disposición gubernamental, elevó
una solicitud a la Superioridad pidiendo ser agregado al
Municipio de Avilés, fundando la instancia en razones de
economía, conveniencia y comodidad, debido a la distancia
que les separaba de Luanco, capital del concejo de Gozón
(doce kilómetros), y de su proximidad a la Villa de Avilés, de la
que sólo se distanciaban poco más de un kilómetro.
Atendida la solicitud y formado el competente expediente,
que ha sido aprobado de conformidad con la petición, se
reunieron los compromisarios de Avilés y de Gozón para
acordar la separación de la parroquia de Valliniello del concejo
de Gozón, y agregarla al término municipal de Avilés, y señalar
sus linderos.
Este acto tuvo lugar el día 20 de mayo de 1925,
hallándose representado el Municipio de Gozón por el señor
alcalde, don Ildefonso González Llanos, y por los concejales
don José Fernández Ovies, don Francisco Rodríguez Blanco
y don Evaristo Heres García; y el Municipio de Avilés por
el señor alcalde, don Valentín Alonso García, y por los
concejales don Julián Orbón Corujedo y don José Félix Muñiz
Fernández, hallándose también presentes formando parte
(1) Esta ermita, que ha dado nombre al puente de San Sebastián, que, colocado
sobre la ría, une a los concejos de Avilés y Gozón, ha desaparecido, sin dejar
vestigios del sitio en donde estuvo emplazada.
- 365 -
activa de la Comisión: el señor secretario del Ayuntamiento
de Avilés, don Manuel González Wés, y el señor secretario
del Municipio de Luanco, don Rafael Ferrer y Vivarán; cuatro
Vecinos, de los más ancianos de la parroquia, conocedores del
terreno; el perito agrónomo don Julio González Pumariega;
el notario don Luis García Arango, para dar fe, y el señor cura
regente de Valliniello, don Manuel Álvarez Sánchez.
Reunidos todos, después de haber planeado el terreno, en
el local de las Escuelas Nacionales, se acordó, previas algunas
amistosas observaciones, el nuevo deslinde de los vecinos
concejos, y el día 6 de julio de 1925 se firmó la escritura notarial
de separación, quedando, desde entonces, oficialmente
agregado el pueblo de Valliniello al Municipio de Avilés.
El día 26 de agosto del mismo año, el Ayuntamiento,
representado por el señor Alcalde, don Valentín Alonso García,
tomó posesión del pueblo de Valliniello para el Municipio de
Avilés; el acto de agregación resultó muy solemne; a las cinco
de la tarde, precedido de la Banda Municipal de. Música,
que entró tocando un pasodoble, del grupo de exploradores,
al alegre repique de las campanas, y al disparo de gruesos
palenques, hizo su entrada en automóvil el popular Alcalde,
y, al poner pie en Valliniello, fué saludado por el vecindario
en pleno con vítores y aplausos, pasando, acto continuo,
bajo un arco triunfal, colocado a la entrada del pueblo, en
cuyo frontispicio se leía: Navarro a sus convecinos de Avilés,
siguiendo luego por sus avenidas, adornadas con banderolas
y gallardetes, hasta el magnifico campo, en donde se congregó
de nuevo el vecindario: allí, el señor Alcalde, emocionado
por la satisfacción que sentía, saludó a todos los reunidos,
- 366 -
ofreciéndoles sus servicios como particular y como Alcalde,
prometiéndoles, también, varias mejoras para el bien colectivo
de la parroquia, congratulándose, al mismo tiempo, de que un
pueblo tan trabajador y tan simpático viniese a formar parte
integrante del Municipio de Avilés, cuyo suceso, por su gran
trascendencia, ha de formar una de las páginas más brillantes
de la historia del floreciente concejo avilesino.
Valliniello se hizo célebre en la guerra de la Independencia,
por haber sido el sitio elegido por los campesinos de Gozón
para oponerse al avance de las tropas francesas, desarrollándose
en las lomas de los Carbayedos una escaramuza en la que,
desgraciadamente, fueron arrollados los atrevidos gozoniegos
por un escuadrón de caballería, mandado por el sanguinario
Clavet, pagando con sus vidas, aquella juventud inexperta, su
temerario valor.
En la refriega perecieron doscientas treinta personas.
RELIGIOSOS EN AVILÉS
- 367 -
para dirigir una escuela de niños pobres, el año de 1903;
tuvieron que marchar, por falta de recursos, el año de 1905.
Los Hermanos de la Doctrina Cristiana vinieron a fundar
un colegio en Avilés el año de 1906, y se marcharon el año de
1915.
Los Jesuítas vinieron a fundar una Residencia en nuestra
Villa el año de 1908, y se marcharon el 27 de junio de 1913.
Las religiosas francesas de Santo Tomás de Villanueva
vinieron a Avilés el 15 de septiembre de 1913 y fundaron un
colegio para señoritas; se marcharon en junio de 1919.
Los religiosos franciscanos llegaron a nuestra villa el 11
de septiembre de 1919, fundando una casa de Residencia, en
donde viven en la actualidad (1927).
CONCLUSIÓN
FIN
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Hombres ilustres
HOMBRES ILUSTRES
DE AVILÉS, CUYO NOMBRE SE HA PUESTO A
VARIAS CALLES DE LA POBLACIÓN
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en su proa les puso acerada sierra, con la que rompió la fuerte
cadena de hierro que, desde la Torre del Oro al castillo de
Triana, cerraba el Guadalquivir, abriendo paso, el 20 de mayo
de 1248, a las tropas cristianas que, con tal ardid, muy pronto
se apoderaron de la bella ciudad andaluza.
Este glorioso hecho fue recompensado por el Santo Rey,
que concedió al ilustre marino, y para su pueblo natal, el escudo
que recuerda tan feliz hazaña.
He aquí lo que dice el romance:
- 372 -
Teniendo su entrada por mar bien guarnida
Con una cadena de fierro crecida,
Con esta invención pudieron asilla.
A don Ramón Bonifaz le dixistes
Fijase una sierra a un fuerte navio,
Fecho lo cual, con mañas y brío,
Sulcando el navio el fierro rompiste;
Por eso Fernando tercero, el prudente,
Dixo Rui González un home hábil es,
De donde Aviles os nombraste después
Y vuestra tierra por vos juntamente.
- 373 -
de piratas, desempeñando este cargo con feliz éxito; pero
lo que le ha dado universal renombre fue la conquista de la
Florida, realizada el año 1565.
Un año después, el 12 de mayo de 1566, Don Felipe II
otorgó al insigne marino Real Carta de complacencia por los
servicios prestados en la referida conquista.
Don Pedro fue nombrado, también por Real orden de 10
de febrero de 1574, capitán general de la formidable escuadra,
llamada, por sus muchos navíos, La Invencible; y cuando ya
todo estaba dispuesto para hacerse a la mar, le acometió, en
Santander, una fiebre pútrida que a los ocho días le llevó al
sepulcro, joven relativamente aún, pues sólo contaba cincuenta
y cinco años de edad.
Don Pedro Menéndez de Avilés se halla enterrado en el
antiguo templo de San Nicolás (iglesia donde se bautizó), en
un sencillo sarcófago, escavado junto a la capilla mayor, al lado
del Evangelio, en donde se lee el siguiente epitafio:
- 374 -
historia un libro (1) y las musas un poema.»
En el Archivo municipal de Avilés se halla, cu¬bierto de
polvo, el diseño de un monumento, re¬matando con la estatua
del genial guerrero, y el pueblo vería con mucho gusto que el
proyecto se llevase a cabo, embelleciendo el frente de la calle
que lleva su nombre (2).
- 375 -
en el período de la Reconquista, distinguiéndose de una manera
especial, un Fernando, un Alonso y un Andrés Estébanes, que
llevaron sus armas victoriosas a la Goleta, a Túnez y al Peñón,
hallándose sus sepulcros en la artística capilla de Las Alas,
contigua a la iglesia de San Nicolás.
Alguien supone que esta linajuda familia de Las Alas, de la
que aún quedan descendientes dignos de conservar con brillo
su ilustre apellido, trae su origen del soldado asturiano Alario,
que luchó con los hispano romanos contra los bárbaros; otros,
que viene del caballero Martin Peláez, que peleó contra los
árabes en su castillo solariego de Raíz, por lo que don Pelayo
les concedió el escudo con el lema: «Venga, Señor, tu causa».
He aquí lo que dice la leyenda:
- 376 -
a Martín el de Las Alas, y fue el progenitor de la familia que
lleva este apellido.
- 377 -
padre gozaba de la merced otorgada por Sancho IV a su criado
Garci Fernández, de recibir todos los años el vestido que usara
el monarca en la festividad de Viernes Santo. Nació en Avilés
el 15 de mayo de 1614.
Habiendo sus padres tenido necesidad de trasladarse a
Madrid, llevaron consigo a Juan, cuando éste tenía diez años
de edad.
Aficionado a la pintura, se dedicó Juan con ahínco al
dibujo, y luego pasó al estudio del colorido, bajo la dirección
de competentes maestros, demostrando, desde los primeros
ensayos, excepcionales disposiciones para la pintura. Fue
discípulo de Velázquez, y estudió con aprovechamiento
las obras de los grandes pintores, tanto nacionales como
extranjeros, consiguiendo formar una escuela, en la que había
algo de Murillo, de Van Dyck y de Rubens, pero sobre todo
de Velázquez; aunque para sus obras adaptó estilo propio,
que siguieron sus discípulos, entre los que sobresalió Mateo
Cerezo.
La especialidad de Carreño eran los retratos y asuntos
religiosos, conservándose aquéllos en las familias de ciertas
casas aristocráticas y éstos en varias iglesias de España; entre
otras, en la de San Andrés, de Madrid, en donde se admiran dos
cuadros, colocados en la capilla de San Isidro, representando
el uno el milagro de la fuente, y el otro, el reconocimiento
por Alfonso VIII del cadáver de San Isidro, en el que vio al
campesino que en Sierra Morena le guió a la victoria de Las
Navas; ambos muy elogiados por la crítica, por lo acabado de
su ejecución.
En el Museo del Prado hay varios lienzos del pintor
- 378 -
avilesino, y en el de Bruselas también se hallan tres cuadros,
al lado de los más esclarecidos genios de la escuela flamenca.
Don Juan Carreño Miranda fue nombrado pintor de
Cámara, en 1671, por Don Carlos II, a la muerte de don
Sebastián Herrera. Avilés le nombró, en 1657, representante
en los estados de la nobleza; distinción que Madrid le concedió
al año siguiente.
Propuesto don Juan para la Cruz de Santiago, no quiso
aceptarla, diciendo al rey que la pintura no necesitaba honores,
que ella podía darlos a todo el mundo.
Falleció el señor Carreño Miranda en Madrid, el 25 de
julio de 1685, a los setenta y un años de edad.
- 379 -
en decadencia, logrando con sus fecundas producciones
levantarlo a cierto grado de esplendor.
Entre sus obras principales merecen citarse «El esclavo con
grillos de oro», «El duelo contra su dama», «La restauración de
Buda» y «El sastre de Campillo».
También escribió dos volúmenes de poesías líricas y de
poesías cómicas, cultivando otros géneros de literatura, en
la que demostró profundos conocimientos, como «El César
africano», «El teatro de los teatros» y «El culto del verdadero
Dios, desde Adán», revelándose siempre como concienzudo
crítico y escritor.
Falleció D. Juan Bances en Lozuza, villa de Ronda, el
8 de septiembre de 1704, a los cuarenta y dos años de edad,
pobremente, habiendo tenido que costear su entierro los
hermanos cofrades del Rosario, descansando sus restos en la
capilla del Santo Cristo, en la iglesia parroquial de dicha villa
de Lozuza.
- 380 -
de su gloriosa carrera militar.
Dedicóse luego al estudio de las matemáticas y de las
ciencias militares, en las que adquirió verdadero renombre,
siendo por este concepto elegido ingeniero extraordinario de
nuestras posesiones africanas, dejando como recuerdo de esta
honrosa misión las fortificaciones de Melilla.
Publicó varias obras, entre otras un tratado de matemáticas,
que sirvió muchos años de texto; «Principios de justificación»,
«Carta al doctor Finistres sobre la lengua española», un
«Discurso sobre la conservación o abandono de los presidios
de África», etc., etc.
No queda familia de este personaje en su pueblo natal, al
que profesó siempre singular cariño.
Falleció D. Pedro Lucuce en Barcelona, el 21 de octubre de
1779, a los ochenta y siete años de edad.
- 381 -
órdenes del sacerdocio.
Fray Valentín se distinguió como orador sagrado, y por su
ciencia y su virtud fue elevado a la dignidad episcopal, rigiendo,
por espacio de diez años, la diócesis de Canarias. Antes de
ser obispo, había desempeñado Fray Valentín el alto cargo
de Procurador General de la Orden, en Roma, y el excesivo
trabajo quebrantó su salud, renunciando humilde el gobierno
de la diócesis, para recogerse de nuevo en la pobre celda del
convento de su pueblo natal, en donde terminó sus días con
una muerte ejemplar, el año de 1776.
Fray Valentín benefició a su pueblo, mandando construir
a sus expensas el puente Nuevo, hoy desaparecido, que ponía
en comunicación el barrio de Sabugo con Avilés: reformó y
agrandó el convento, y también mandó edificar, al norte de la
iglesia, la hermosa capilla de Nuestra Señora de la Soledad,
en la que mandó moldear su sepulcro, para que en él fuesen
depositados sus restos mortales.
Al ser demolida la capilla para edificar el nuevo templo de
la Merced, fueron exhumados los restos del virtuoso prelado,
y colocados en una caja han sido depositados detrás del altar
mayor de la antigua iglesia de Sabugo, el día 6 de abril de 1897,
donde se hallan en la actualidad.
En la iglesia parroquial de Peón, concejo de Villaviciosa, hay
un magnífico viril de plata, bañado en oro, de 85 centímetros
de altura, con una inscripción que dice: LO DONÓ DE SU
PROPIA VOLUNTAD FRAY VALENTÍN MORÁN,
AÑO DE 1773.
De Fray Valentín Morán, quedan aún parientes en Avilés.
- 382 -
CALLE DE LLANO PONTE
- 383 -
Don Juan de Llano Ponte fue persona muy instruida,
diputado por Avilés y Laviana y muy amante de su pueblo
natal, donde dejó machas mejoras.
Falleció el 7 de agosto de 1866.
Tío carnal del anterior, y del mismo nombre y apellido, ha
sido el virtuoso obispo que gobernó la diócesis de Oviedo al
final del siglo XVIII y comienzos del XIX; este ilustre prelado
costeó la sacristía (1) de la antigua iglesia parroquial de San
Nicolás, y como buen avilesino contribuyó a la reforma que
el Municipio hizo en la calle del Rivero para ensancharla,
expropiando los soportales que, por su avance en la vía,
impedían el paso de los carruajes, ganando con esta mejora
bastante el ornato de la población.
Hermano del anterior ha sido el teniente geneneral don
Nicolás de Llano Ponte, que figuró mucho, durante la guerra
de la Independencia, como gran patriota y distinguido militar.
- 384 -
conocer como buen hacendista; ha sido también buen literato,
colaborando en varios periódicos y revistas de Madrid y
provincias.
El señor Ruíz Gómez, aunque había heredado de sus
padres una envidiable fortuna, fue muy honrado, no dejando
a su fallecimiento tanto capital como él había recibido de
patrimonio, a pesar del lucrativo cargo que desempeñó en
los últimos años de su vida, de director de la Compañía
Arrendataria de Tabacos.
Falleció don Servando en Avilés, el 19 de agosto de 1888.
- 385 -
de Avilés en Cortes en catorce elecciones generales, y a él
se deben importantes mejoras, como el comienzo de las
obras de canalización de la ría, que han servido de base para
la realización de la gran dársena y puerto de San Juan de
Nieva. Fue senador electivo por Asturias, y últimamente
vitalicio; desempeñó también los altos cargos de ministro de
la Gobernación, Hacienda y Ultramar; fue hombre de gran
cultura e ilustración, distinguiéndose en el ejercicio de sus
funciones por su prudencia, justicia y moralidad.
Falleció don Estanislao Suárez Inclán el 19 de septiembre
de 1890, dejando varios hijos, dignos herederos de su buen
nombre.
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Al señor García San Miguel, primer marqués de Teverga,
de quien lleva el nombre la calle, se debe, en gran parte, el
incremento que ha tenido la población en la segunda mitad
del pasado siglo, sosteniendo activo comercio con las Antillas,
de donde han venido grandes capitales, que han servido para
fomentar la riqueza del país, creándose varias industrias.
En su casa señorial se ha hospedado el rey Don Amadeo,
en su visita a nuestra Villa, el 15 de agosto de 1872, y de este
caballeroso monarca obtuvo el título de marqués con que hoy
se honran sus descendientes, dignos del preciado blasón.
En recuerdo de su grata memoria, el Municipio acordó
poner el nombre de Marqués de Teverga a la calle donde vivió
el cristiano y distinguido caballero.
Falleció don José el 14 de noviembre de 1884.
De su hijo e inmediato sucesor, don Julián García San
Miguel, segundo marqués de Teverga, en la memoria de todos
está el cariño que siempre profesó a su pueblo natal, a quien
representó en Cortes en sucesivas candidaturas.
A don Julián se debe la terminación de la espaciosa
dársena y puerto de San Juan de Nieva; el ramal de ferrocarril
desde Villabona a la dársena, pasando por Avilés; la hermosa
carretera sobre el mar, que une la población con el puerto; la
suntuosa iglesia de la Merced, parroquial de Santo Tomás, y
tantas y tantas mejoras como se han realizado durante su larga
representación en Cortes.
Don Julián García San Miguel ha ocupado honrosos
puestos en la política, entre otros, el alto cargo de ministro
de Gracia y Justicia, en 1901, siendo últimamente senador
vitalicio; pertenecía a las Academias de Bellas Artes y a la de
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Ciencias Morales y Políticas, y ha sido siempre un buen amigo
de sus amigos, distinguiéndose en todos los actos de su vida
particular y pública por su estricta honradez.
El día 21 de abril de 1896, se colocó su retrato, hecho por el
pintor señor Fierros, en el salón de sesiones del Excelentísimo
Ayuntamiento, al lado de los hijos ilustres que ha tenido el
pueblo de Avilés.
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de la Merced, de donde salió para desempeñar una cátedra en
la Universidad de Santiago; fue luego obispo de Ibiza y, más
tarde, de Santander, demostrando en todas partes gran cariño
a su pueblo natal.
De su vasta cultura se conservan varias Pastorales.
Falleció el 4 de abril de 1842, a los setenta y siete años
de edad, y ha querido enterrarse en Avilés, eligiendo para
sepultura el centro de la capilla de la Soledad, contigua al
convento de la Merced; al ser demolida la indicada capilla,
han sido exhumados sus restos, el 15 de mayo de 1897, y
trasladados a la antigua iglesia de Sabugo, siendo colocados
detrás del altar mayor, donde se conservan en la actualidad.
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que se descubrió solemnemente el 31 de agosto de 1903, y el
Ayuntamiento, en sesión de 5 de mayo de 1897, acordó poner
a la calle el nombre de Sánchez Calvo.
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la calle de Fray Valentín Morán, por estar trazada, en toda
su extensión, en terreno propiedad de doña Julia de la Riba,
donado generosamente por dicha señora al Municipio para
ensanche de la población, así como una casa, que hubo de ser
expropiada para rectificar la calle.
Doña Julia, descendiente de antiguo y noble abolengo, nació
en Avilés; fue dama de esclarecidas virtudes, distinguiéndose
por su caridad.
Falleció en Avilés, el 7 de mayo de 1919, y se halla
enterrada en el panteón que la familia posee en la parroquia de
Manzaneda, en Gozón.
En la actualidad, dicha calle, excepción de una casita de
elegante sencillez y de un pequeño solar contiguo, aún por
edificar, ha sido urbanizada, en toda su extensión, por ambos
lados, por el acreditado industrial y comerciante avilesino
don Victoriano Fernández Balsera, construyendo en ella un
suntuoso palacio de moderna arquitectura, que por su riqueza
de ornamentación honra verdaderamente a la villa de Avilés.
- 391 -
Fray Ramón había nacido en Tiñana, y falleció en el palacio
episcopal de Somió, el 17 de agosto de 1908.
- 392 -
CALLE DE JOSÉ MANUEL PEDREGAL
- 393 -
CALLE DE ARMANDO PALACIO VALDÉS
- 394 -
popular, lleva, desde el 31 de enero de 1919, el nombre de
plaza de Carlos Lobo, alcalde que ha sido de Avilés.
- 395 -
CALLE DEL GENERAL ZUVILLAGA
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Afirmado su crédito, y en desahogada posición económica,
ha empleado gran parte de su fortuna en el embellecimiento del
pueblo, construyendo primero, en la carretera de la Dársena,
sus grandes almacenes (1910), y luego su magnífico palacio,
en cuyas obras, que duraron varios años, dio ocupación a gran
número de obreros, solucionando la crisis que por aquel tiempo
preocupaba a las clases trabajadoras; ha sido también un gran
protector de los infelices desheredados, favoreciendo con
crecidas sumas la Asociación Avilesina de Caridad, el Hospital
local, Asilo de las Hermanitas y demás establecimientos
benéficos y culturales de la localidad; asimismo, como
buen avilesino, ha contribuido a la construcción del tranvía
eléctrico, que tanto realce ha dado a la población; cooperó con
esplendidez para la construcción del Nuevo Hospital; ha dado
toda clase de facilidades al gremio de marineros para que, en
terrenos de su propiedad, levantasen la Lonja del Pescado,
y, en general, siempre se halla propicio para cooperar a todo
aquello que pueda redundar en beneficio de su pueblo natal.
Por todas estas circunstancias, la Corporación municipal
acordó poner el nombre de don Victoriano Fernández Balsera
a la nueva avenida, como una prueba de agradecimiento al
popular y benéfico señor.
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Fue don Antonio Gutiérrez Herrero un hombre de
férrea voluntad y corazón de niño, que, tras un sin fin de
trabajos, en los que se aunaban su clara inteligencia y su
espíritu emprendedor, logró hacer una fortuna, para después
derramarla pródigo entre los menesterosos.
Se tomó el acuerdo en agradecimiento al señor Gutiérrez
Herrero, por sus infinitas caridades, por su desinteresada
cooperación al engrandecimiento de su pueblo y por los legados
que dicho señor ha dejado a favor de los establecimientos
benéficos de Avilés.
Don Antonio había nacido en Avilés en 1850, y falleció en
Madrid en 1910.
Su Viuda, la distinguida dama avilesina, doña María
Fernández Balsera, a la que aureola la preciada virtud de la
caridad, es fiel continuadora de tan hermosa obra.
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desenvolvimiento social.
Nació Pablo Iglesias en El Ferrol el año de 1856, y falleció
en Madrid el año 1926, a los setenta años de edad.
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CALLE DE MARCOS DEL TORNIELLO
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Torniello, siendo este el motivo de haber puesto dicho nombre
a la calle que ha de perpetuar la memoria de conocido vate
regional.
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Indice
Manuel Álvarez Sánchez...................................................... 3
Carta del prestigioso crítico
y culto novelista don Armando Palacio Valdés................ 5
Gratitud.................................................................................... 7
Dedicatoria.............................................................................. 9
Villa ensueño........................................................................... 11
Leyendas avilesinas:
Noega........................................................................................ 15
Roiz............................................................................................ 17
El campo de Caín................................................................... 19
El ajusticiado............................................................................ 31
«Bocanegra»............................................................................. 47
Don García............................................................................... 58
«El crucero» de San Francisco............................................. 67
La fuente de la Xana.............................................................. 77
El callejón del Cuélebre........................................................ 81
El castillo de Gaxin................................................................ 86
La Virgen da la Consolación................................................ 93
El campo de Bogab................................................................. 98
La Virgen del Carmen........................................................... 109
Apuntes de novela:
Magdalena................................................................................ 131
María......................................................................................... 158
Salvador..................................................................................... 165
Anécdotas avilesinas:
Xuan de les Cagaretes............................................................ 200
- 405 -
Xuan del Palombo................................................................... 202
Constancia el Reguerín......................................................... 205
Celesta la Quincana............................................................... 208
Pachín de la Diosa.................................................................. 211
Pacho el Klarrión.................................................................... 215
Pachín de la Cachicuerna...................................................... 219
Antón el Albardero................................................................. 222
Jovella........................................................................................ 228
El Gallego................................................................................. 232
Perico el Fornero..................................................................... 239
Dorotea, los franceses van marchando.............................. 245
Curiosidades históricas:
Avilés en la Reconquista........................................................ 251
Avilés en la Independencia................................................... 253
Castillo de Gauzón................................................................. 258
Carta Puebla o Fuero de Avilés........................................... 260
Capilla de las Alas.................................................................. 263
Casa de los Baragañas............................................................ 266
Antigua Iglesia de Sabugo.................................................... 268
Iglesia de San Francisco........................................................ 271
Iglesia de San Nicolás............................................................ 275
Capilla de San Roque............................................................. 280
Convento e Iglesia de la Merced......................................... 282
Palacio Municipal................................................................... 284
Traslación del cadáver de don Pedro Menéndez
de Avilés, desde la villa de Llanes, a su pueblo natal...... 286
Traslado, desde Londres, del cadáver embalsamado
de la condesita Carlota María,descendiente de don
Pedro Menéndez de Avilés................................................... 290
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Demolición de la Torre y Murallas de Avilés................... 295
Hermanitas de los ancianos desamparados...................... 297
Nueva Iglesia de la Merced, Parroquial de
Santo Tomás............................................................................ 302
Asociación Avilesina de Caridad y
Restaurant Económico.......................................................... 306
Antiguo y nuevo puente de San Sebastián........................ 309
Traída de las aguas potables a la población....................... 311
Plaza Nueva............................................................................. 314
Parque del Muelle................................................................... 316
Escuelas de Avilés................................................................... 318
Ordenanzas Municipales de los siglos XVI y XVII........ 320
Publicaciones periodísticas que hubo en Avilés.............. 322
Regalo de don Alonso Rodríguez de León,
Cardenal de Santiago............................................................. 326
Regalo de Don Pedro Menéndez de Avilés a la Iglesia
de San Nicolás......................................................................... 328
Ferrocarril de Villabona a San Juan de Nieva,
pasando por Avilés................................................................. 329
Tranvía de vapor de Avilés a Salinas.................................. 330
Carretera de Piedras Blancas............................................... 331
Carretera de Avilés al Cabo de Peñas................................. 332
Pavimentación de la Plaza de la Constitución................ 333
Juegos Florales......................................................................... 334
Monumento a Don Juan de la Cruz Alonso.................... 336
Regalo de la Bandera al Círculo
Avilesino de la Habana.......................................................... 338
Teatro Palacio Valdés............................................................. 340
Tranvía eléctrico de Avilés.................................................... 345
Nuevo hospital......................................................................... 351
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Tranvía de Carreño................................................................. 353
Manojo de efemérides........................................................... 354
Fábricas de vidrios.................................................................. 355
Visita de personas reales y altos dignatarios..................... 355
Retén de soldados................................................................... 356
Carretera de Avilés a Grado................................................. 357
Carretera de Avilés a Pravia................................................. 357
Circo Somines y Pabellón Iris.............................................. 357
Cementerio católico de Avilés............................................. 358
Bandera de la Banda Municipal de Música...................... 358
Título de honor....................................................................... 358
Jardines de Avilés.................................................................... 358
Obras del Puerto local y dársena de San Juan
de Nieva..................................................................................... 359
Buques en la dársena.............................................................. 359
Carretera del Torno................................................................ 360
Servicio de Prácticos del Puerto.......................................... 360
Junta de Obras del Puerto..................................................... 360
Casos de fecundidad maternal............................................. 361
Centro de Acción Católica y Círculo Católico
de Obreros................................................................................ 361
Convento de San Francisco.................................................. 362
Apertura de la calle de Julia de la Riba............................... 362
Carretera de circunvalación.................................................. 362
Exploradores de Avilés.......................................................... 363
Club Náutico de Salinas........................................................ 363
Lonja del pescado.................................................................... 363
Agregación de Valliniello al Municipio de Avilés........... 364
Religiosos en Avilés................................................................ 367
Conclusión............................................................................... 368
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Hombres ilustres de avilés, cuyo nombre se ha puesto
a varias calles de la población:
Calle de Rui Pérez................................................................... 371
Calle Pedro Menéndez.......................................................... 373
Calle Las Alas.......................................................................... 375
Calle Pedro Solís..................................................................... 377
Calle Carreño Miranda......................................................... 377
Calle Bances Candamo......................................................... 379
Calle General Lucuce............................................................ 380
Calle Fray Valentín Morán................................................... 381
Calle Llano Ponte................................................................... 383
Calle Ruiz Gómez.................................................................. 384
Calle Suárez Inclán................................................................ 385
Calle Marqués de Teverga.................................................... 386
Calle Alfonso VII................................................................... 388
Calle González Abarca.......................................................... 388
Calle Sánchez Calvo............................................................... 389
Calle Marqués de Pinar del Río........................................... 390
Calle Julia de la Riba.............................................................. 390
Calle Fray Ramón Martínez Vigil...................................... 391
Calle Emile Robin.................................................................. 392
Calle José Manuel Pedregal.................................................. 393
Calle Armando Palacio Valdés............................................. 394
Plaza de Carlos Lobo............................................................. 394
Plaza Domingo Álvarez Aceval.......................................... 395
Calle de Juan Ochoa.............................................................. 395
Calle General Zuvlllaga........................................................ 396
Calle Victoriano Fernández Balsera.................................. 396
Calle Antonio Gutiérrez Herrero....................................... 397
- 409 -
Calle Pablo Iglesias................................................................. 398
Calle Fuentes Pila................................................................... 399
Calle Marcos del Torniello................................................... 400
Indice......................................................................................... 405
- 410 -