ESPERAMOS LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA ETERNA
“En el último día todos los hombres,
réprobos y elegidos, resucitarán con sus
propios cuerpos que ahora llevan para
recibir según sus obras”1.
La tesis afirma que la resurrección universal tendrá lugar el último día. Este fenómeno
sobrenatural se producirá cuando se realice la parousia o retorno glorioso del Señor. Por
el modo de expresarse las fuentes parece deducirse que ambos eventos sucederán
simultáneamente; pero sobre este particular nada se determina en la tesis.
Se dice que todos los hombres resucitarán, con lo que se indica que no hay excepción
entre los que para entonces hubieran muerto, ya se trate de adultos de los que hablan
expresamente los documentos del Magisterio de la Iglesia ya se trate infantes fallecidos
fuera o dentro del seno materno, toda vez que son hombres también, aunque no tenga
que dar cuenta de sus obras.
La tesis no se pronuncia sobre los justos de la última generación, ya que es un asunto
discutido: la tradición griega sostiene que no morirán, porque Cristo según los símbolos
vendrá a juzgar los vivos y a los muertos porque éste es el sentido obvio de la expresión
de San Pablo (1 Tes 4,13-17)2. La tradición latina, en cambio, afirma lo contrario porque
hay símbolos que hablan de la resurrección de todos los hombres y, por otra parte, la
muerte por el pecado de Adán, se propaga a todos los hombres. Por su puesto la tesis no
incluye la resurrección de la Santísima Virgen.
Se afirma el hecho de la resurrección, lo que quiere decir que los cuerpos, ya
corrompidos, de los que murieron volverán a la vida que perdieron y se unirán con su
misma alma racional, resultando la misma persona humana que era el momento de la
muerte. La resurrección suele definirse: “como la restitución del cuerpo humano a la
vida que había perdido con la muerte”3.
En la formula con sus propios cuerpos, se expresa que entre el hombre que murió y el
hombre que resucita se da una identidad no sólo específica, sino también numérica.
Cómo se puede explicar está identidad se estudia en una cuestión complementaria. Con
la fórmula para recibir según sus obras se quiere expresar que premio o castigo eterno
afectará no sólo a las almas sino también a los cuerpos.
1
IBAÑEZ MENDOZA JAVIER FERNANDO, Dios consumador escatología. Palabra, S. A., 1992
2
Hermanos no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os
entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la
misma manera Dios se llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Os decimos esto como palabra del
Señor; nosotros los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor, no nos adelantaremos a
los que murieron. El mismo Señor bajará del cielo con clamor, acompañado de una voz de arcángel y del
sonido de la trompeta de Dios. Entonces los que murieron siendo creyentes en Cristo resucitará en
primer lugar. Después nosotros los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en las nubes,
junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos
pues, mutuamente con estas palabras.
3
IBAÑEZ MENDOZA JAVIER FERNANDO. Op. cit., P.360.
1
LA ESPERANZA AMENAZADA
En esa contradicción con que la palabra de promesa se opone a la realidad perceptible
del sufrimiento y de la muerte, la fe se apoya en la esperanza y se apresura a ir más allá
de este mundo. Afirmaba Calvino: con ello no quería afirmar que la fe cristiana huya del
mundo, pero si, desde luego, que anhela el futuro. Creer significa de hecho superar las
barreras, trascender, encontrarse en éxodo. Pero de tal modo que no por ello quede
suprimida o pasada por alto la realidad opresora.
La muerte es muerte verdadera y la podredumbre, podredumbre hedionda. La cual sigue
siendo culpa, y el sufrimiento continúa siendo, también para la fe, un grito que carece de
una respuesta ya lista. Como se ha dicho: “la desconexión entre la fe en Dios y la
esperanza en la vida eterna no sólo pone de manifiesto una cierta crisis de esta
esperanza, sino también de la fe en Dios” 4. Con esto quiero decir que la fe en la
resurrección y en la vida eterna va íntimamente unida a la verdadera fe en Dios.
Proclamar de nuevo nuestra fe pascual en que nuestras vidas, junto con la creación
entera, libre ya del pecado y de la muerte, serán definitivamente asumidas en la vida de
Dios es alabar y reconocer de verdad al Señor del cielo y de la tierra.
Conviene subrayar que sólo se puede sobrepasar las barreras de la vida construida por el
sufrimiento, la culpa la muerte, allí donde tales barreras están realmente derribadas.
Sólo siguiendo al Cristo resucitado de la pasión, al Cristo resucitado de la muerte en
abandono de Dios y el sepulcro, llega la fe a tener una mirada despejada hacia el
horizonte en que no existe ya tribulación alguna, hacia la libertad y la alegría.
Dicho de otra manera la fe puede y debe dilatarse hasta la esperanza allí, sólo allí donde,
con la resurrección del crucificado, están derribadas las barreras contra las que se
estrellan todas las esperanzas humanas. Allí la esperanza d ela fe se trasforma en:
“apasionamiento por lo posible” (Kierkegaard), porque puede ser apasionamiento por lo
posibilitado. Allí acontece en la esperanza: “la esperanza que brota de él examina los
horizontes que de esta manera se abren por encima de una existencia cerrada, la fe
vincula al hombre a cristo. La esperanza abre está fe al futuro amplísimo de Cristo” 5. La
esperanza es por ello “el acompañamiento inseparable” 6 de la fe de esta manera, en la
4
ESPERAMOS LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA ETERNA, Madrid, 26 de
noviembre de 1995 Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.
5
MOLTMANN JÜRGER; Teología de la esperanza. Sígueme 1966.
6
Si falta esta esperanza, entonces ya podemos hablar con mucho ingenio y con mucha
afectación de la fe; podemos estar seguros de que no la tenemos. La esperanza no es
sino la expectación de aquellas cosas que, según el convencimiento de la fe, están
verdaderamente prometidas por Dios. Por ello la fe está segura de que Dios es veraz y la
esperanza aguarda que Dios, a su debido tiempo, revele su verdad; la fe está segura de
que Dios es nuestro Padre, y la esperanza aguarda que se comportará siempre con
nosotros como tal; la fe está cierta de que se nos ha dado la vida eterna, y la esperanza a
guarda que esa vida se desvelará alguna vez: la fe es el fundamento en que descansa la
esperanza, y está alimenta y sostiene a la fe. Nadie puede aguardar algo de Dios si no
cree antes a sus promesas; pero, de la misma manera nuestra débil fe, para no
2
vida cristiana la fe posee el prius, pero la esperanza tiene la primacía. Sin el
conocimiento de la fe, fundado en Cristo, la esperanza se convierte en utopía que se
pierde en el vació.
Anunciar la esperanza de la vida eterna con toda su riqueza
Es necesario recalcar que nuestra fe cristiana a una simple estrategia para organizar
mejor la vida en este mundo. esto es el Credo que concluye solemnemente con esta
proclamación de esperanza, tan unida a la fe en Dios Como pastores que desean la salud
y el vigor de la fe, nos interesa mucho que sea anunciada en toda su integridad y
armonía; que se evite presentar la posibilidad de la muerte eterna de un modo
desproporcionadamente amenazador Descuidar este aspecto del mensaje evangélico
tendría, entre otras, la grave consecuencia de que los fieles, carentes del alimento sólido
de la fe, que viene a saciar con creces el hambre de amor perenne que experimenta la
naturaleza humana, se sientan tentados de dar oídos a supersticiones o ideologías
incompatibles con la dignidad de quienes son hijos de Dios en Cristo.
“En esa contradicción con que la palabra de promesa se opone a la realidad perceptible
del sufrimiento y de la muerte, la fe se apoya en la esperanza y se apresura a ir más allá
de este mundo, con ello no quiero a firmar que nuestra fe cristiana huya del mundo,
pero si, desde luego, anhela el futuro” 7. Todo esto parece confirmar que creer significa
de hecho superar las propias barreras, trascender, encontrarse en éxodo. Pero de tal
modo que no por ello quede suprimida o pasada por alto la realidad opresora.
Más aún ahí está, en primer lugar, el fenómeno del retorno de lo que podríamos llamar
nuevas formas primitivas de esperanza. El ser humano necesita el futuro, no puede vivir
sin proyectarse hacia el porvenir. En lugar de caminar sereno bajo la guía providente de
Dios, Señor de la historia, intenta conocer y dominar lo que le espera de cualquier modo
Por todo ello queremos anunciar de nuevo en medio de nuestro mundo la esperanza
hecha carne: Jesucristo crucificado y resucitado. Queremos subrayar algunos rasgos de
esta esperanza de la Iglesia, para que la alegría de los que ya la comparten con nosotros
sea completa (cf. 1 Jn 1, 4); y para que, de este modo, podamos ser realmente la sal que
dé sabor a la humanidad y evite su corrupción. Porque el ser humano sólo se encuentra
realmente consigo mismo cuando acoge a Jesucristo crucificado y resucitado: en él haya
un motivo real para no vivir sin esperanza, aprisionado por el presente puramente
vegetativo del comer y el beber, y para seguir luchando contra los poderes que hoy
esclavizan al hombre.
LA RAZÓN DE LA ESPERANZA CRISTIANA
El Credo de la Iglesia se abre con la confesión de la fe en Dios Padre, Creador de todo,
y se cierra con la proclamación de la esperanza en la resurrección de los muertos y en la
vida eterna. Entre ambos artículos del Credo, el primero y el último, se da una estrecha
correspondencia. El primero contiene ya implícitamente el último; en éste se expresa lo
desfallecer, tiene que ser apoyada y sostenida por nuestro paciente esperar y pos nuestro
aguardar. la esperanza renueva y reanima constantemente a la fe y se cuida de que se
levante cada vez más fuerte, para perseverar hasta el final (Calvino, instituto III, 2,42).
7
MOLTMANN JÜRGER, Op. cit., P.24.
3
que en aquél se sugiere. De modo que no es posible afirmar uno y negar otro, pues
ambos están esencialmente relacionados.
La resurrección no sólo aparece claramente afirmada en la Sagrada Escritura, sino que
representa un tema bíblico fundamental. Sin embargo la revelación divina sobre este
punto en la Biblia se ha llevado a cabo poco a poco. Puede decirse que, en el Antiguo
Testamento, el tema de la resurrección tuvo una preparación ideológica y otra literaria.
A su vez, la preparación ideológica viene representada: “por el poder de Dios sobre el
sheol, o domicilio de los muertos en efecto el Señor hace morir y hace vivir, hace bajar
al sheol y hace subir de él”8. En cuanto a la preparación literaria se refleja en los textos
veterotestamentarios que se refieren no a la resurrección nacional de Israel. Aunque no
se trata de resurrección personal, se afirma que Dios puede hacer resucitar, y se
establece que como Dios creó al hombre, puede igualmente resucitarlos.
Al mismo tiempo el nuevo testamento habla del tema unas veces como resurrección
universal, y otras como de resurrección de los justos. En la resurrección universal: llega
la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que
obraron el bien para resurrección de vida; los que obraron el mal para resurrección de
condenación. (Cf. Jn, 5, 28ss). Mientras tanto teniendo en Dios la esperanza, que
también ellos mismos aguardan, de que ha de haber resurrección, tanto de justos como
de los injustos. Por su parte la resurrección de los justos: el que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. (Cf. Lc 14.14).
Llegada la plenitud de los tiempos, el Dios de la creación y de la alianza manifiesta
plenamente su identidad como el Amor creador al resucitar a Jesús de Nazaret, el
Crucificado, de entre los muertos. El anuncio de su resurrección es el acta pública del
nacimiento de la fe cristiana, como se ve en las palabras de Pedro el día de pentecostés:
“A ese Jesús lo resucitó Dios, cosa de la que todos nosotros somos testigos” 9. A su vez
nuestra resurrección a semejanza de la de Cristo: identidad, aunque transformación del
cuerpo 1 Cor 15, 35ss. Pero se dirá ¿cómo resucitan los muertos? Porque es necesario
que esto corruptible se revista de incorruptibilidad y que esto mortal se revista de
inmortalidad. y cuando esto corruptible se haya revestido de inmortalidad, entonces se
realizará la palabra que está escrita.
La resurrección de Cristo, inicio de la nuestra, cuando estábamos muertos por nuestros
pecados, no ha hecho revivir con Cristo, habéis sido salvados por gracia, nos ha
resucitado con Él y nos sentó juntamente en los cielos en Cristo Jesús. (Cf. Col. 3, 1-4).
Lo que esperamos no lo vemos. Pero somos el cuerpo de la Cabeza en la que ya es
realidad lo que esperamos. Así pues, sobre el cristiano, como sobre Cristo, la muerte no
tiene la última palabra; el que vive en Cristo no muere para quedar muerto; muere para
resucitar a una vida nueva y eterna. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la
misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. “os decimos esto
como palabra del Señor: nosotros los que vivamos, los que quedemos hasta la venida
del Señor no nos adelantaremos a los que murieron”10.
8
IBAÑEZ MENDOZA JAVIER FERNANDO. Op. cit., P.364.
9
ESPERAMOS LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA ETERNA. Op. cit., P.5.
10
Ibid., P. 367.
4
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios
bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después
nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con
ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.
La vida humana tiene, pues, un hacia dónde, un destino que no se identifica con la
oscuridad de la muerte. Hay una patria futura para todos nosotros, la casa del Padre, a la
que llamamos cielo. La inmensidad de los cielos estrellados que observamos “allá
arriba”, desde la tierra, puede sugerir, a modo de imagen, la inmensa felicidad que
supone para el ser humano su encuentro definitivo y pleno con Dios. Este encuentro es
el cielo del que nos habla la Sagrada Escritura con parábolas y símbolos como los de la
fiesta de las bodas, la luz y la vida. Aquí se puede afirmar que el cielo es el encuentro
con Cristo, porque si el inicio de la fe cristiana es el confesar la fe en Jesucristo,
acompañarle en vida e imitarle, su culmen se llevará a cabo, cuando esa profesión de fe
finaliza en el encuentro definitivo y en la compañía con la con visión de su misma
persona. En efecto, durante la vida pública de Jesús: “ser cristiano era alistarse como
discípulo y seguirle. Consecuentemente, en el cielo, el salvado se encontrará con el
Jesús histórico, pero el glorificado”11.
Y entonces Jesús cumplirá la promesa hecha a sus seguidores: voy a prepararos un
lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os
tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. (Cf. Jn 14,3). Este
deseo lo había expresado Jesús en la Última cena: padre quiero que donde esté yo estén
también ellos conmigo para que vean mi gloria que tú me has dado (Cf. jn 17,24). Y tal
promesa se cumplió en el caso del ladrón arrepentido: hoy estarás conmigo en el paraíso
(Cf. Lc 23,43). Resulta pues lógico que el encuentro definitivo con Cristo ha sido una
aspiración constante de todos los creyentes desde la primera era cristiana.
Por ejemplo el gran padre mártir San Ignacio de Antioquía en sus cartas repite que su
gozo, tras los grandes dolores del martirio que le esperan, será encontrarse con Cristo:
“Fuego y cruz y fieras, quebrantamiento de huesos, descoyuntamiento de miembros,
tribulaciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a
condición solo de que yo alcance a Cristo”12.los mismos sentimientos se repiten en todas
las vidas y escritos de los santos. Solamente un ejemplo: San Bernardo comenta que
solo pronunciar el nombre de Jesús es: “miel en la boca, melodía en el oído y júbilo en
el corazón”13. La pregunta se presenta espontánea: si tal es la sensación que produce su
nombre ¿que será ver y contemplar su rostro y encontrarse con su misma persona?
además en el cielo, en esa nueva existencia feliz dado que el bautizado ha sido injertado
en Cristo (Cf. Rm 11,17).
Por exigencias de la nueva vida de la gracia, se identificará plenamente con Él. El cielo
es, pues un encuentro con Jesucristo, hasta el punto de unirse íntimamente a su persona,
tal como se expresa san juan: aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos
11
FERNÁNDEZ Aurelio yo no moriré la vida después de la muerte. Madrid: Palabra, 2015.
12
San Ignacio de Antioquía, carta a los romanos V, 3.citado en: FERNÁNDEZ Aurelio yo no moriré la
vida después de la muerte. P. 176.
13
SAN BERDNARDO, sermón 15 sobre el cantar de los cantares, III, N.6. Citado en: FERNÁNDEZ
Aurelio yo no moriré la vida después de la muerte. P. 190.
5
que, cuando se manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (Cf.
1jn 3,2). y San Pablo encomia este encuentro con el Señor Jesucristo: ( el monarca, Rey
de reyes y señor de los señores, el único inmortal que habita una luz inaccesible, a quien
ningún hombre vio ni puede ver, al cual el honor y el imperio eterno. Amén) Cf. 1tm 6,
14-16).
Al comentar la ascensión de Jesús el papa Benedicto XVI afirmo que el cielo es la
misma persona de Jesús: “El cielo la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas,
sino algo muchos más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que
acoge plenamente y para siempre la humanidad. Aquel en quien Dios y el hombre están
inseparablemente unidos para siempre. El estar del hombre en Dios es el cielo. Y
nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos
acercamos y entramos en comunión con él”14.
Consecuentemente como afirma el papa, al estar con Jesús estamos también con Dios y
se gozará eternamente de su presencia.
Nuestra espera de la resurrección y de la vida eterna no se apoya, en última instancia, en
ninguna especulación de la mente ni en ningún deseo del corazón del hombre. La
resurrección y el cielo son inimaginables e inalcanzables para el ser humano de por sí.
Su único fundamento fiable es el acontecimiento de Jesucristo, en quien Dios mismo
nos abre la posibilidad de una vida resucitada como la suya. Pero esta esperanza no
llega a nosotros como un lenguaje extraño que no pudiéramos entender; no es algo que
nos venga puramente de fuera. Al contrario, la esperanza cristiana responde de modo
insospechado a la naturaleza propia del ser humano.
Es verdad que toda esperanza religiosa se halla iluminada por la luz ambigua de ser un
consuelo hacia un futuro mejor, y por ello, una coartada para el presente, dejado
angustiosamente en la estacada. Más puede ser también el baluarte de la fuerza de la
esperanza, que es una fuerza históricamente eficaz y activadora. En efecto, al hombre le
es consustancial la apertura confiada a un futuro mejor y mayor. Late en él una tenaz
tendencia hacia esa plenitud de ser y de sentido que llamamos felicidad. Con el
cristianismo, la encarnación del Verbo ha esclarecido el misterio del ser humano: la
fragilidad e incluso la maldad de los logros de los hombres no es impedimento para que
Dios haga venir a esta historia su Reino; la finitud y relatividad propia de todo lo
humano, es transcendida al ser habitada por el Dios infinito que se comunica libremente
a sí mismo en la misma carne de los mortales. Los Padres de la Iglesia hablaron de la
divinización del ser humano como don de Dios, el cual, en Jesucristo, le hace partícipe
de su misma vida divina. Siendo, pues, connatural al hombre el esperar siempre algo,
incluso más allá de la muerte, y el no desesperar nunca del todo, la esperanza cristiana
es afín a ese modo de ser básico de la condición humana, que recibe de ella un
esclarecimiento definitivo.
En correspondencia con lo anterior, toda esperanza religiosa se basa en la resurrección
de Cristo no se le aparece ya al hombre en la imagen dudosa de la narración histórica y
14
Benedicto XVI homilía en la solemnidad de la Ascensión del Señor, 24 V- 2009. Y en la fiesta de la
Asunción de la Virgen añadió: El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el
cielo tenemos una Madre.( homilía en la Asunción de María 15- VIII- 2005). Citado en: FERNÁNDEZ
Aurelio yo no moriré la vida después de la muerte. P.177.
6
de las reconstrucciones propias de la ciencia histórica; en la fe pascual de los discípulos
y en la predicación, la resurrección de Cristo se convierte para el hombre en una
realidad que le afecta el carácter de pregunta de su propia existencia y le coloca ante la
decisión. Aunque la resurrección aparezca como algo muy dudoso si se la contempla a
la manera objetiva de la ciencia histórica, la fe pascual de los discípulos establece
contacto con el hombre de una manera cercana e inmediata, en la interpelación de la
predicación y en la pregunta de decisión de la fe. La fe pascual de los discípulos se
presenta como una posibilidad de existencia humana que nosotros podemos repetir y
contestar en la pregunta que es nuestro propio existir.
Nosotros nos cercioramos de la realidad de la resurrección tan sólo en este ser afectado
inmediatamente por la predicación actual de la fe, en la visión actual del Señor, en la
obediencia actual a su interpelación absoluta, en la cual se manifiesta la salvación
actual. la realidad de la resurrección la encontramos como palabra de Dios, como el
Kerigma, frente al cual no podemos plantear ya la pregunta propia de la ciencia
histórica por su legitimización, sino que es ella que nos interroga a nosotros, queramos o
no la predicación que proclama que Jesús es el resucitado, tiene que convencer a nuestro
corazón y a nuestra conciencia. Esa predicación de hablar de la resurrección de Jesús de
tal manera, que está no aparezca como un suceso científico histórico o mítico, sino
como una realidad que afecta a nuestra propia existencia.
Por eso, al dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3, 15), desvelamos para todos
nuestros hermanos los hombres una oferta de sentido y un horizonte último de
expectación que colma, en medida insospechada, el dinamismo de deseo y de esperanza
alojado en lo más íntimo del ser humano. No por ello se niega, en modo alguno, el haber
sido de la resurrección, pero no ocupa ya el centro de la atención. El que Dios no sea
visible fuera de la fe no tiene por qué significar de ninguna manera que no exista fuera
de la fe y tampoco que Dios sea sólo a una expresión para significar la existencia
creyente; este de entender nuestra esperanza como un acontecimiento que afecta a la
existencia o como un acontecimiento que ocurre en el corazón y en la conciencia, puede
llevar luego también a una nueva forma del comprender propio de la ciencia histórica.
Queremos fijar ahora nuestra atención en algunos fenómenos particulares de nuestro
tiempo que afectan a determinados contenidos concretos de la esperanza cristiana: el
nuevo atractivo que parece presentar la idea de la reencarnación, opuesta en cuestiones
fundamentales a la fe en la resurrección y en la vida eterna; los fenómenos del
prometeísmo y del cinismo ético, que tienden a cegar en algunos de nuestros
contemporáneos las verdaderas fuentes de la esperanza; el miedo a la libertad, que
amenaza con despojar a la vida humana de su verdadero carácter de suprema decisión
entre salvación y perdición; y la tendencia a ocultar o ignorar la muerte, que aparta la
mirada de las gentes de su condición y destino últimos.
En una vida institucionalizada la esperanza cristiana plantea la cuestión del sentido,
porque de hecho no puede contentarse con estas circunstancias y conoce que la benéfica
problematicidad de la vida que en ella se da es tan sólo una nueva figura de lo inane y
de la muerte la esperanza cristiana se dirige de hecho a otras instituciones porque tiene
que aguardarlas decimos del reino venidero de Dios. Por ello intentará sacar a las
instituciones modernas de sus tendencias de estabilización inmanentes a ellas, intentará
7
volverlas inseguras, históricas y abrirlas a aquella elasticidad que corresponde a la
apertura hacia el futuro que ella guarda. Con la resistencia práctica pone en tela de
juicio lo existente y sirve a si a lo venidero. Rebasa lo que encuentra ante si en dirección
a lo nuevo esperado, y busca ocasiones de corresponder cada vez mejor en la historia al
futuro prometido.
La comunión de vida con el Cristo resucitado, ya realmente incoada en el creyente por
la fe y los sacramentos, es el fundamento de la esperanza cristiana en la resurrección de
la carne y la vida eterna. A su vez esa comunión y esa esperanza son el fundamento del
modo nuevo de vivir propio de los cristianos, es decir, tanto de su visión del mundo y de
la historia, como del aliento ético de una existencia comprometida en el ejercicio de la
caridad y de la justicia. La expectación de la vida y la percepción de la muerte son dos
cosas que se encuentran vinculadas directamente en el amor. Sólo en aquél a quien
amamos somos nosotros vulnerables y sólo en el amor sufre y percibe el hombre el
carácter mortal de la muerte.
En el contexto de vida y muerte de Cristo en la cruz representa no sólo el final de la
vida que tenemos sino también el final de la vida que amamos y que esperamos. la
muerte de Jesús fue experimentada como la muerte del mesías enviado por Dios ello
incluye así la muerte de Dios, de este modo la muerte de Cristo es sentida y predicada
como abandono divino, como juicio, como maldición, como exclusión de la vida
prometida y ensalzada, como rechazo y condena.
Con su esperanza escatológica, el cristiano está habilitado para percibir los valores
morales en un horizonte de ultimidad: es capaz de ir haciendo entrega diaria de su vida
al servicio de esos valores, sin excluir ni siquiera una entrega hasta la sangre, martirial.
Y lo hace lleno de profundo gozo, asumiendo las variadas experiencias de éxito y de
fracaso en las que se va tejiendo su proceso de conformación con Cristo; siendo
consciente de que, igual que a su Señor crucificado, no le serán ahorrados ni el
sufrimiento ni las negatividades de la existencia. No profesa, por eso, ningún vacuo
optimismo histórico, pues conoce las limitaciones de todo proyecto intramundano. Pero
está también muy lejos de ignorar que esta historia nuestra es el crisol en el que se
fragua un destino eterno; en medio de sus lados oscuros e ingratos, la realidad se le
ofrece como digna de crédito no precisamente en virtud de los meros poderes humanos,
sino del Amor providente, creador, redentor y consumador de este mundo.
Ni en la presunción ni en la desesperación sino, sólo en la esperanza perseverante y
cierta, resida la fuerza de la renovación de la vida, sólo la esperanza merece ser
calificada de realista, pies sólo ella toma en serio, las posibilidades que atraviesan todo
lo real. La esperanza no toma las cosa exactamente tal como se encuentra ahí, si no tal
como caminan, tal como se mueven y pueden modificarse en sus posibilidades. Las
esperanzas terrenas tienen sentido tan sólo mientras el mundo y los hombres que viven
en él se encuentran en un estado inacabado, en un estado de fragmento y
experimentación. Ellas anticipan lo posible de la realidad histórica y móvil, y son las
que, con su intervención, deciden los procesos. Por ello las esperanzas y las
anticipaciones del futuro no son una aureola resplandeciente colocada sobre una
existencia realista del horizonte de lo real posible, que ponen todo en movimiento y lo
mantienen en variabilidad.
8
La fe nos ofrece una inestimable ayuda para afrontar con realismo y esperanza nuestro
destino mortal. La piedad cristiana no ha tenido nunca dificultad incluso en proponer la
meditación de la muerte acuérdate que has de morir como un medio de maduración en
la libertad. “La realidad de la muerte exige que nos decidamos en cada momento. A la
luz de la muerte el creyente descubre el sentido de la vida. Saber entregar
confiadamente la vida en manos de Dios es el acto supremo de la libertad humana.
Dentro de la credibilidad de la fe cristiana, es aquella herramienta en la cual el ser
humano tiene puesta siempre su esperanza, donde ni el modo de pensar que a ella
corresponde pueden aceptar, por tanto, la acusación de que son utópicos, pues no se
extienden hacia lo que no tiene ningún lugar. Sino hacia lo que todavía no lo tiene pero
puede llegar a tenerlo. Pero esta fe no se queda en el conocimiento de la verdad revelada
ayudado por la gracia divina; la fe impulsa a la conversión. Esta realidad ya viene
expresada claramente en el texto de Mc1 1,15 en donde se exige la conversión para
poder creer. Para que haya autentica fe, no basta un proceso reflexivo meramente
racional sino que es necesaria una conversión interior radical.
De acuerdo con lo anterior, creer significa obedecer el Evangelio, confiarse a la gracia
de Dios para obtener la salvación, respondiendo con todo lo que es la persona a dicha
gracia. Por ello a la fe comporta un verdadero movimiento de la voluntad, una actividad
del hombre que libremente se somete a la voluntad divina.
La verdadera fe en un identificarse con la actitud más profunda de Jesús ante el Padre,
es un decir amén. a Dios con todas sus consecuencias mencionadas a lo largo del
desarrollo de este texto, fundando la existencia en El. En este sentido la fe es una a auto
entrega personal a Dios que compromete a todo el hombre y a los ámbitos de su
realidad, abarca por lo tanto la existencia cristiana en su totalidad y su pone la esperanza
y el amor como dos formas de realización.
Pero el arte de morir presupone que se ha vivido ejercitándose en la sabiduría cristiana
de la esperanza. Toda nuestra ciencia consiste en saber esperar. Así expresa un joven
místico de nuestros días el secreto de la vida cristiana: saber esperar el encuentro con el
Amor vencedor de la muerte. Eso es lo que nos permite vivir con verdadera libertad y
fraternidad la vida y la muerte.
CONCLUSIONES
9
La resurrección des impensable desde la perspectiva de los hechos verificables. en este
acontecimiento de la resurrección está implicado el hecho personal de los Apóstoles, ya
que su interpretación es constitutiva del hecho mismo, la resurrección desde las
perspectiva de Dios quiere ser un signo pero sin el Jesús viviente, con una nueva forma
de vida, y sin la iluminación del Espíritu Santo a los Apóstoles no se hubiera dado lo
que entendemos por resurrección de este odo solo mediante una recta interpretación, se
trasciende el nivel de la facticidad para llegar al real acontecimiento salvífico que
constituye el elemento fundamental de la resurrección.
La resurrección de Jesús representa la máxima revelación de Dios es de desvelación
escatológica definitiva, la llegada del reino de Dios en la entrega obediente de Jesús al
padre.
Gracias a los ojos de la fe los discípulos reconocieron la revelación de Dios en Jesús
resucitado, como experiencia real obrada por Dios en la línea de la palabra, del
testimonio y del encuentro personal. Allí encontraron la respuesta definitiva de Dios a la
pregunta del hombre acerca de sí mismo y del sentido definitivo de su existencia.
Quien ha experimentado en su vida el Crucificado vive, no puede guardar para si esa
experiencia, sino qu debe comunicarla. El gozo pascual es también para transmitir y
atestiguar con la palabra y con la vida.
Ese reconocimiento tiene que ser vivido intensamente, dando un sentido pascual a toda
nuestra existencia, para que a través de la conversión y de la reconciliación, expresadas
en un sincero amor de preferencia a los pobres, logremos la verdadera integral
liberación que viene a llenarnos de esperanza y a colmarnos con el amor de Dios.
10