LA FORJA DE LA CIUDADANÍA EN CHILE:
DEBATES Y ESPACIOS PARA SU EJERCICIO
DURANTE LA REPÚBLICA TEMPRANA
(1810-1851)
GABRIEL CiD RODRÍGUEZ
Introducción
El propósito de este texto es examinar la compleja construcción de la ciudadanía
en el Chile de la primera mitad del siglo XIX, cuando este problema legado del
período revolucionario tuvo una articulación problemática, propia en todo caso
de un proceso inédito no sólo en el país, sino también en Hispanoamérica. En
este sentido, este artículo se propone analizar los principales debates surgidos en
torno al polémico tema dela delimitación/ampliación de la ciudadanía, y explicar
algunos puntos que me parece representan espacios importantes pata el ejercicio
de la ciudadanía política, un concepto que desde hace un par de décadas ha tenido
una fascinante renovación en el campo académico.
Fue en la década de 1990 cuando el problema de la ciudadanía pasó a estar
nuevamente en el centro de la discusión en las ciencias sociales. “El retorno del
ciudadano”, como lo denominaron Will Kymlicka y Wayne Norman para hablar
de la revitalización de los estudios sobre el concepto de ciudadanía, obedecía a
nuevos factores contextuales que evidenciaron la necesidad de repensar esta cate-
goría ante la constatación —en un mundo que mezclaba transiciones democráticas
y paradójicamente apatía de los votantes- de quela estabilidad de las democracias
no solamente dependía de la justicia de su “estructura básica”, sino fundamen-
talmente de las cualidades y actitudes de sus ciudadanos.' Por cierto, este revival
no tardó en hacerse eco de la historiografía latinoamericana, particularmente en
la interesada en estudiar la política del siglo XIX. Este renovado interés, reflejado
en un importante ctecimiento de la literatura académica, ha llevado a autores
como Federica Morelli a considerar que la ciudadanía es “el elemento central de
la construcción de las nuevas comunidades nacionales después de la ruptura del
orden colonial”?.
Cabría destacar que la centralidad que ha merecido el estudio de la ciudadanía
en la nueva historia política latinoamericana obedece particularmente a una am-
1 Will Kymlicka and Norman Wayne, “Return of the Citizen: Á Survey of Recent Work
on Citizenship Theory”, en Ethics N* 104 (1994), p. 352.
2 Federica Morelli, “Entre ancien et nouveau régime. L*histoire politique
hispano-américaine du XIXsiécle”, en Annales. Histoire, Sciences Sociales, Vol.
59, N” 4 (2004), p. 767.
195
ÁRMAXDO Cartes / Proro Díaz
CIUDADANÍA: TEMAS Y DEBATES
pliación y complejización de este concepto. En efecto, como notó Hilda Sábato
en un texto pionero, repensar la ciudadanía política en el siglo XIX exigía despo-
jarse de unavisión lineal que la concebía comola gradual ampliación de derechos
políticos, en específico, el derecho a voto, cuyo punto de llegada ideal sería el
establecimiento del sufragio universal. Replantear el problema de la ciudadanía
política en la centuria decimonónica hispanoamericana implica, afirma Sábato,
ampliar nuestra comprensión de sus implicancias que sobrepasan el tema del su-
fragio —quesigue siendo clave- para interrogatse sobre otros aspectos igualmente
importantes, tales como las formas de sociabilidad, la construcción de la opinión
pública y el rol de las milicias en la vida política. En este sentido, la invitación de
la historiografía reciente es estudiar estos diversos espacios de articulación de la
ciudadanía política, comprendiéndolos en sus interrelaciones y también en sus
dinámicas sociales, intelectuales, culturales y políticas”.
En lo que sigue se abordarán estas dimensiones involucradas dentro de la ciu-
dadanía política decimonónica, examinando su desarrollo durantela primera tmi-
tad de la centuria. En primer término, se analizarán desde la historia intelectual y
política las diferentes polémicas vinculadas a interrogantes cruciales legadas por
la era de las revoluciones: ¿quiénes serían los ciudadanos? ¿Era preciso ampliar
o restringir el acceso a los derechos políticos? Y si las discusiones se inclinaban
por el segundo punto, ¿cómo se justificaban estas exclusiones? Tales fueron los
dilemas que se discutieron apasionadamente duranteel período aquí abordado, y
cuyos principales aspectos oftezco desattollar.
En segundo término, examinaré otros aspectos vinculados a los espacios de
ejercicio de la ciudadanía política, que sobrepasan el aspecto meramente eleccio-
nario, sin dejar, por cierto, de ser este un ámbito clave. No obstante, dado que
existen importantes estudios que han cubierto algunos aspectos centrales de las
elecciones en este período,* puedo excusarme de volver sobre este punto, pre-
firiendo centrar mi atención en los nuevos aspectos que la historiografía hispa-
noamericana ha vinculado con la ciudadanía política decimonónica, a saber, las
formas de sociabilidad, la opinión pública y la figura del “ciudadano en armas”,
temas que han concitado menosinterés en la historiografía chilena.
3 Hilda Sábato, “On Political Citizenship in Nineteenth-Century Latin America”, en
American Historical Revien, Vol. 106, N? 4 (2001), pp. 1290-1315.
4 Sobre estos aspectos, pueden consultarse especialmente, Samuel Valenzueka ]., “Hacia
la formación de instituciones democráticas: prácticas electorales en Chile durante el
siglo XIX”, Estudios Públicos N* 66 (1997), pp. 215-257; Juan Felipe López, Elecciones
J cudadanía: debates sobre la construcción del Estado moderno en Chile 1808-1833 (Tesis de
Licenciatura en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005); Carla Soto
Mesa, “La idea de representación política y las elecciones en Chile 1808-1833” (Memoria
de D.E.A, Universidad de París 1, 1996); Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile
(Santiago: Facultad de Filosofía y Educación Universidad de Chile, 1967), pp. 277-315;
y Simon Collier, Chile: The Making of a Republic, 1830-1865. Politics and Ideas (Cambridge,
Cambridge University Press, 2003), pp. 31-37.
196
Gaser, Co
Laproblemática definición del ciudadano: conceptosy debates
Lo primero que debemos advertir en nuestro análisis es que, en los orígenes del
período histórico aquí examinado,el concepto de ciudadano alberga en su con-
ceptualización una ambigúedad constitutiva. En efecto, como en todo período
de tránsito histórico y como todo concepto político fundamental, la semántica
de la ciudadanía arrastra capas de significado del período previo,* en este caso, el
colonial, que estaban asignadas a la voz “vecino”.
Unabreve revisión a la definición que dan los diccionariosde la época a ambos
conceptos evidencia hasta qué punto amboseran utilizados como sinónimos.Así,
la edición de 1780 del Diccionario de la lengua castellana señala escuetamente que
debía entenderse que el ciudadano es “el vecino de alguna ciudad”. Su semántica
estaba unida íntimamente al concepto de vecino, que era definido como “el que
tiene hogar en un pueblo, y contribuye a las catgas O repartimientos, aunque ac-
tualmente no viva en él”; o como “el que ha ganado domicilio en un pueblo por
haber habitado en el tiempo determinado por la ley”.*
Las ediciones de 1817 y 1822 no presentan ninguna variación en la definición
de ambas voces, y es sólo hacia mediados de siglo -en 1852 al menos- cuando el
Diccionario incorpora en el concepto de ciudadano una definición propiamente
moderna y cualitativamente distinta del vecino. El ciudadano era “el que está en
posesión de los derechos de ciudadanía”, sentenciaba.”
Estos traslapes semánticos reflejan que la ciudadanía, más que un estado defi-
nido a priori, es una construcción histórica repleta de tensiones y ambigúedades.
Francois-Xavier Guerra, en un texto seminal, ha notado que mientras el concepto
de vecino implica una estructura jerárquica y supone una desigualdad constitutiva
en el imaginario social, en tanto conlleva una carga de privilegios y exenciones,
la invención del ciudadano durante el período revolucionario envuelve todo una
concepción de la sociedad atomizada e igualitaria, dado que se articula en torno a
la figura del individuo.?
Para el caso chileno, durante las primeras décadas del siglo XIX, y particular-
mente durante el período revolucionario, resulta evidente que la distinción entre
el vecino y el ciudadano, entre la tradición y la modernidad, no estaba muyclara.
Porel contrario, hay superposiciones tanto en los conceptos comoen las prácticas
políticas que complejizan la discusión. Esto queda claro si se considera que uno
de los actores colectivos clave del período independentista fue el cabildo. Este fue
5 Aquí sigo los planteamientos de Reinhart Koselleck, Futures Past. On the Semantics of
Historical Time (New York, Columbia University Press, 2004).
6 Diccionario de la lengua castellana (Madrid, Imprenta de Joaquín Ibarra, 1780), p. 232 y p.
916, respectivamente.
7 Diccionario de la lengua castellana (Madrid, Imprenta Nacional, 1852), p. 160.
8 Francois-Xavier Guerra, “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del
ciudadano en América Latina”, en Hilda Sábato (coord.), Ciudadaníapolíticayformación de
las naciones. Perspectivas históricas de América Latina (México, Fondo de Cultura Económica/
El Colegio de México, 1999), pp. 40-48.
197
ARATAN
ARMANDOTS Caxrlss
Sueras /£ PEDRO
Peoro Díaz
Día ar
CIUDADANIA? TEMAS Y DEBATES
el espacio central donde se desenvolvió la actividad del vecino, y cuya impronta
repercutió de manera importante en la actividad política en la época revoluciona-
ria? extendiéndose además durante los primeros años de experimentación repu-
blicana a través de lo que Julio Heise denominó comola “limitación municipal de
la conciencia política”.'
En este sentido, en los orígenes de la construcción republicana la noción de
ciudadanía estaba insertada dentro de un imaginario jerárquico, arraigado en una
conceptualización estamental de la sociedad. El establecimiento de la Junta de
Gobierno en septiembre de 1810 es ilustrativo de esta situación. Su acta de forma-
ción señalaba que la reunión se llevó en presencia de las autoridades del cabildo,
“todos los jefes de todas las corporaciones, prelados de las comunidadesreligiosas
y vecindario noble de la capital”, remarcando así el carácter estamental del imagr-
nario político.” La noción de ciudadanía, que todavía no emerge nítidamente en la
discusión pública, se entiende comola prerrogativa vecinal, en una noción propia
de Antiguo Régimen: una cuestión de vecinos notables.
Las instruccionesrelativas a la elección de los representantes para el Congreso
Nacional de 1811 representan una continuidad clara con este Imaginario. Quienes
quisieran ser escogidos debían ser “habitantes naturales del Partido, o los de fuera
de él avecindados en el reino, que por sus virtudes patrióticas, sus talentos, y acre-
ditada prudencia, hayan merecido el aprecio y confianza de sus conciudadanos,
siendo mayores de veinticinco años, de buena opinión y fama, aunque sean ecle-
siásticos seculares”. En este sentido, las cualidades exigidas se relacionaban con
aptitudes vinculadas al honor y fama del sujeto, propias de un mundo jerárquico.
Así, se recomendaba a los electores que “procuren elegir sujetos, que tengan bie-
nes suficientes para hacer a su costa este servicio a la patria, concurriendo en ellos
las cualidades necesarias”. Estas “cualidades” también se exigían para ser habili-
tado como elector. Estos podían ser “todos los individuos que por su fortuna,
empleos,talentos, o calidad gozan de alguna consideración en los partidos en que
residen, siendo vecinos, y mayores de veinticinco años, lo tienen igualmente los
eclesiásticos seculares, los curas, los subdelegados y militares”.'?
El establecimiento del Congreso de 1811 representó un hito en el tema que
nos interesa develar, dado que contextualiza el tránsito conceptual desde el vecino
al ciudadano. La aparición sistemática de este concepto -en reemplazo de la voz
vecino- es significativa de este proceso. Su semántica, además, estará en adelan-
te subsumida dentro de la tradición política del republicanismo. El franciscano
9Julio Alemparte, Elcabildo en Chile colonial. Orígenes municipales de las repúblicas hispanoamericanas
(Santiago, Editorial Andrés Bello, 1966).
10 Julio Heise, Años de formación y aprendizaje políticos 1810-1833 (Santiago, Editorial
Universitaria, 1978), pp. 61-65
11 “Acta dela instalación de la primera Junta de Gobierno, en 18 de septiembre de 1810”,
en Valentín Letelier, Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de la República de Chile 1811 a 1845
(Santiago, Imprenta Cervantes, 1887-1908), tomo 1, p. 3.
12 “Convocación al Congreso Nacional de 1811 por la Junta de Gobierno, en 15 de
diciembre de 1810”, en Sesiones de los Cuerpos Lejístativos, tomo L, pp. 9-11.
198
Gamero, Co
Antonio de Orihuela afirmó en una proclama famosa que los chilenos ya no de-
bían escoger sus representantes atendiendo criterios nobiliarios propios de una
sociedad estamental, sino que debían interiorizar como norma la igualdad que
debía regir las relaciones políticas entre los ciudadanos, siguiendo el ejemplo delas
repúblicas antiguas, que “no consentían otra distinción entre sus individuos que
la que prestaban la virtud y el talento”, o el norteamericano, donde “no hay más
distinción quelas ciencias, artes, oficios y factorías a que se aplican sus individuos,
ni tienen más dones que los de Dios y dela naturaleza, y así se contentan con el
simple título de ciudadanos”.'?
La relación entre ciudadanía y república se hizo cada vez más explícita. Camilo
Henríquez, por ejemplo, sostuvo que “pata que los ciudadanos amenla patria, o
digamos mejor, para que haya patria y ciudadanos”, era necesario la implementa-
ción dela república.!* Así, la misma existencia del ciudadano suponía un contexto
republicano de ejercicio de sus derechos y obligaciones políticas relacionadas con
el mantenimiento de la libertad política de la comunidad, cuestión que se conse-
guía con una participación virtuosa en la polis. Este compromiso cívico implica-
ba, entonces, que “debe ser una cualidad inapreciable la ciudadanía; ha de ser una
dignidad el ser ciudadano”, afirmaba en otra ocasión el mismo sacerdote.!*
Como hemos afirmado en otro momento, la conceptualización de la ciuda-
danía implicaba un proceso de abstracción, desvinculándola del imaginario de
fueros y privilegios asociados al concepto de vecino. No obstante, este proceso
debía forzosamente enfrentarse con un marco social heterogéneo que a cada paso
evidenciaba resistencias a su uniformización jurídica. Un caso sintomático de este
proceso lo representan los indígenas. El “Reglamento a favor de los indios” de
1813 decretó la abolición de la institución de los “pueblos indios”, indicando que
en adelante los indígenas debían reducirse a vivit en villas, “gozando de los mis-
mos derechos sociales de ciudadanía que corresponde al resto de los chilenos”.
Y remarcando esta última idea, se añadió: “El gobierno desea destruir por todos
modos la diferencia de castas en un pueblo de hermanos; por consiguiente, la
comisión protegerá y procurará que en dichas villas residan también españoles y
cualquiera otra clase de estado, pudiéndose mezclar libremente las familias en de-
más actos de la vida natural y civil”.'* El proyecto de Constitución de Juan Egaña
tomó estas ideas, sentenciando que “entre indios y españoles no hay contribucio-
13 “Proclama revolucionaria del padre franciscano fray Antonio de Orihuela”, en Sesiones
de los Cuerpos Lejislativos, tomo L, pp. 357-358.
14 “Del patriotismo, o del amordela patria”, La Aurora de Chile, Santiago, 6 de agosto de
1812.
15 “Aspecto de las provincias revolucionadas de América”, La Aurora de Chile, Santiago,
3 de septiembre de 1813. La relación entre ciudadanía y república ha sido expuesta
lúcidamente por Vasco Castillo, La creación de la República. Lafilosofíapública en Chile 1870-
1830 (Santiago, LOM, 2009).
16 “Reglamento a favor de los indios dictados porla Junta de Gobierno con acuerdo del
Senado”, en Sesiones de los Cuerpos Lejislativos, tomo 1, pp. 285-286.
199
ARMANDO Cartes / Peoro Dísz
CIUDADANÍA 2 TEMAS Y DEBATES
nes, ni privilegios distintos”, añadiendo que “un indio es ciudadano, si para ello
cumple con los requisitos de la Constitución”.
Una vez obtenida la Independencia por las armas, hacia 1818, este proceso
de construcción de ciudadanía comoel factor que aglutinaría a la sociedad en
torno a la república se acentuó. La ciudadanía como elemento integrador quedó
en evidencia con el decreto de 3 de junio de 1818 que señaló: “Después de la
gloriosa proclamación de nuestra independencia, sostenida con la sangre de sus
defensores, sería vergonzoso permitir el uso de fórmulas inventadas porel siste-
ma colonial. Una de ellas es denominar españoles a los que porsu calidad no están
mezclados con otras razas, que antiguamente se llamaban malas. Supuesto que ya
no dependemos de España, no debemos llamarnos españoles, sino Chilenos”.'*
El proceso de abstracción de los lenguajes políticos como el que hemos visto
hasta aquí, representó una de las innovaciones más importantes del período revo-
lucionario. El mismoejercicio del poder se justificaba por medio de una ficción
jurídica: la soberanía popular. Francois-Xavier Guerra ha señalado lúcidamente la
tensión surgida a propósito de la emergencia del principio de la soberanía del pue-
blo, fundamento de la legitimidad de todo nuevo orden político, y las distancias
de este principio abstracto con el pueblo en tanto categoría social. Esto suponía
transformar al “pueblo real”, mediante la civilización por medio de la educación,
para que este pudiese alcanzar la virtud y coincidir finalmente con el “pueblo
abstracto” en quien recaía la soberanía.'? Este problema se vinculó con el deba-
te central del período aquí analizado: ¿Quiénes eran los ciudadanos que volvían
concreto el principio de la soberanía popular? ¿Cómo definir a los ciudadanos?
¿Cuáles eran los parámetros discutidos y considerados legítimos para sancionar
las inclusiones/ exclusiones?
En primer término, las discusiones de la década de 1820 pronto establecieron
una distinción clave para el problema que aquí nos convoca: la diferenciación
entre ciudadanía pasiva y ciudadanía activa. Una cosa era ser ciudadano, en tan-
to miembro de la nación, pero otra muy distinta era ejercer estos derechos. La
postergación de la coincidencia entre la posesión del derecho y la facultad de
ejercerlo estuvo radicada en dos temas queresultan claves: la posesión de la virtud
y la autonomía del ciudadano. Todas las constituciones del siglo XIX excluyeron
a quienes para los estándares de la época eran definidos como dependientes de
17 “Proyecto de Constitución para el Estado de Chile, compuesto por don Juan Egaña,
miembro de la comisión nombrada con este objeto por el Congreso de 1811, i publicado
en 1813 por ordende la Junta de Gobierno”, en Sesiones de los Cuerpos Lejislativos, tomo L,
p- 219. Entre los requisitos comunes de acceso a la ciudadanía propuestos por Egaña en
su proyecto se encontraban ser hombreslibres, católicos, mayotes de 21 años, alfabetos,
instruidos en las leyes de la república y haber cumplido con los requisitos de instrucción
militar. ,
18 “Decreto”, Gazeta Ministerial de Chile, Saritiago, 20 de junio de 1818.
19 Francois-Xavier Guerra, “Le peuple souverain: fondements et logique d'une fiction
(pays hispaniques au XIX" siécle)”, en Quel avenirpour la démocratie en Amérique Latine?
(París, CNRS, 1989), pp. 19-54.
GABRIEL CIO
otro, como dementes, presidiarios, empleados domésticos, sirvientes, menores de
edad y mujeres, aunque estas últimas lo fueron tácitamente. Se sobreentendía en
el imaginario de la época que la ciudadanía sólo incumbía a los hombres. Más que
anecdótico resulta el hecho que en 1875 un grupo de mujeres se haya inscrito
en los registros electorales, amparadas en que en rigor ellas no estaban excluidas
abiertamente de la ciudadanía. Así, la exclusión tácita se hizo explícita en 1884,
prohibiendola inscripción femenina en los registros electorales.2
A estas exclusiones, basadas en la constatación de la falta de autonomía, se
sumaron otras consideraciones, entre las que se contaba la posesión de la virtud
cívica. Este fue un punto central. En una famosa carta de 1822 Diego Portales
explicó este punto con claridad, al afirmar que la democracia “es un absurdo en
los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen
de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera república”. Conse-
guida la virtud, añadía, entonces “venga el gobierno completamente liberal, libre
y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos”.*” Lo que estaba en
el fondo del argumento de Portales era la regulación del acceso a la ciudadanía
mediante la imposición del requisito de posesión de la virtud cívica, obtenida con-
sensualmente, por medio de la educación. Así, en la época el acceso a los derechos
políticos siempre fue limitado. En efecto, el sufragio universal —entendiéndose
siempre como masculimo- nunca fue una opción en el período aquí estudiado,
incluso a nivel mundial.” Las discusiones relativas a la restricción del acceso a la
ciudadanía giraron en torno a dos puntos claves: el requisito de propiedad y/o
censitario, y el requisito de alfabetización.
Respecto al primer punto, resultan ilustrativas las discusiones entabladas en el
Congreso constituyente de 1826, probablemente una de las instancias deliberati-
vas más democráticas en el período aquí abordado. A propósito de los requisitos
necesarios para la elección de los gobernadores provinciales, la discusión fue apa-
sionada, porque el artículo en discusión estipulaba la cifra de 1.000 pesos como
requisito pata ser elector. Diego José Benavente afirmó que este era un monto
demasiado alto y que era preciso rebajarlo a 200. No obstante, el diputado Juan
Francisco Meneses replicó que incluso los 1000 pesos no eran suficientes, y en el
caso rebajarse a 200 pesosel requisito, sucedería entonces “que van a votar hasta
los peones, y estas elecciones se resentirán de los defectos de todas las que hemos
visto hasta aquí”. El presbítero José Antonio Bauzá llevó la discusión a uno de
sus puntos más álgidos, al desechar la inclusión de cualquier requisito censitario
para limitar la ciudadanía. “Yo no sólo no me puedo conformar con los mil pesos,
20 Ana María Stuven, “Un recorrido republicano:la participación de la mujer en la política
chilena”, en Anales del Instituto de Chile, Vol. XXIX (2010), p. 337.
21 Diego Portales a José M. Cea, Lima, marzo de 1822, en Carmen Fariña (ed)., Epestolario
Diego Portales (Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2007), tomol, pp. 3-9.
22 Habría que señalar sólo tras las revoluciones de 1848 en Francia se establece el
sufragio universal masculino, no sin controversias. Sobre esta trayectoria, véase Pierre
Rosanvallon, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia (México,
Instituto Mora, 1999).
ARMANDO
AR 0 Carttss
Cirros
/ Peoro
Peoro Díaz
ES
> ;
CIODADANÍ A) TEMAS Y DUBATES
sino tampoco con los doscientos”, afirmaba. Y añadía, en palabras que
merecen
citarse con extensión:
“Por otra parte aquellos infelices gañanes aunque sean peones, ¿no son ciuda-
danos? ¿Por quése les quiere despojar de ese derecho? ¿Por quése les quiere man-
tener en ese estado de abatimiento? No porque la miseria los reduce a sujetarse
a un real de jornal (contra lo cual haré después una moción), tenemos nosotros
facultad para excluirlos del goce de ciudadanos. Yo opino, señores, que a ningún
hombre que tenga sentido común, sea o no propietario, se le prive el derecho de
sufragio. Así es que, según mi dictamen, debía ponerse un artículo expreso que
ordenase a las mesas de elecciones, que a todo hombre en su sano juicio se le
admita su sufragio, aunque vaya con un poncho o aunque vaya en cueros. Para mí
no hay distinción entre los hombres, sino la que se adquieren por sus virtudes y
buena conducta, y ¿cuántos de esos infelices que tratamos de degradar merecerán
el derecho de elegir mejor que otros muchos de esos ricos propietarios?”.2
Al llegar a este punto,el líder federalista José Miguel Infante medió entre las
posiciones extremas, señalando que “si hubiéramos de proceder por principios
de rigurosa justicia, fuera yo de sentir que todo individuo tuviese parte en las
elecciones, porque si ellos van a sufrir las leyes, tienen detecho de nombrar los
que hayan de dictarlas o los que hayan de gobernarlos. Si se exige una propiedad
cualquiera, no hay un individuo, por miserable que sea, que no tenga alguna; no
sólo el que tiene tienda, el que posee una industria, se llama propietario; también
lo es el que tiene un caballo, un carnero”. Sin embargo, tras afirmar esto, Infante
añadía: “Pero yo creo que, inclinándonosa esa absoluta democracia, tal vez no ha-
cemos más que oprimir a los pueblos; no querrían otra cosa esos aristócratas para
verificar lo que tanto desean”. Infante sostuvo que, de no mediar inconvenientes
en el futuro, el número de propietarios se multiplicaría en el país, “cuando leyes
sabias promuevan la división de propiedades”. Finalmente, la discusión se zanjó,
estableciendo los 1.000 pesos como requisito para gozar del derecho a sufragio.?*
Como sabemos, la Constitución de 1826 nunca llegó a aplicarse. Sin embargo,
estas discusiones evidencian el temor —incluso entre líderes como José Miguel In-
fante— de homologar república a democracia, por medio de la extensión indiscri-
minada de la ciudadanía. La Constitución de 1828 sobre este punto no estableció
cifra alguna, afirmando solamente que serían ciudadanos “los chilenos naturales
que habiendo cumplido veintiún años, o antes si fueren casados, o sirvieren en la
milicia, profesen alguna ciencia, arte o industria, o ejerzan un empleo, o posean un
capital en giro, o propiedad raíz de que vivir”.2 Fue precisamente por esto que los
constituyentes de 1833 vieron en esta imprecisión una de sus mayores falencias,
al extender indiscriminadamente el derecho de ciudadanía a personas no aptas
para ejercerlo, generando un clima de ingobernabilidad en el país. Un editorial de
23 Congreso Nacional, sesión de 13 de julio de 1826, en Sesiones de los Cuerpos Lejistativos,
tomo XIIp. 127.
24 Ibíd., p. 128.
25 Constitución política de la república de Chile (Santiago, Imprenta de R. Rengifo, 1828), cap.
ILaxt. 7
202
Ger, Co
El Araucano refleja este viraje hacia la necesidad de restringir censitariamente el
acceso a la ciudadanía política, bajo el argumento de la independencia económica
necesatia que debían tener los electores:
“El derecho de sufragio solamente debiera concederse a los individuos que
sean capaces de apreciarlo en su justo valor, y que no estén expuestos a prestarse a
los abusos de un intrigante, ni a ser engañados por algún corruptor, mí sometidos
a voluntad ajena. Circunscribiendo este privilegio a los que tengan una propiedad
que les produzca para una subsistencia decente y cómoda, se evitarían muchos
peligtos, y se disminuirían las causas de los desasosiegos. La miseria hace al hom-
bre perder su dignidad por el abatimiento de espíritu a que le reduce la escasez,
por el entorpecimiento de la razón que le ocasiona la desdicha, y en este estado
adquiere una propensión a usar de todos los medios que pueden proporcionarle
algún interés, sin consideración a la decencia, ni a ningún respeto”.?
Por supuesto, esta visión no fue consensual. “Nuestra constitución”, afirmaba
un remitido publicado en el mismo periódico, “no ha vinculado el mérito a las
riquezas: no es cosa muy rara en nuestro país un ciudadano pobte, pero virtuo-
so; y tal vez común, hombres ricos que no se hatten, y que pueden ceder en los
congresos a los estímulos de su propio interés”.” La réplica a esta objeción no se
dejó esperar, afirmando que este tipo de argumentaciones sólo era un ejercicio re-
tórico, “es argúir con excepciones, convirtiéndolas en reglas generales”. Y la regla
era que quienes disponían de medios económicos, contaban con la virtud cívica
necesaria para participar activamente de la vida política.?? Y aunque José Miguel
Infante afirmó con su tono crítico característico que esto peligrosamente podía
hacer “degenerar el gobierno en una pura aristocracia”,” lo cierto es que el regla-
mento de elecciones publicado en noviembre de 1833 se inclinó decididamente
por limitar el derecho a sufragio estableciendo claros requisitos censitarios.*” En
su comentario a la nueva Constitución, Andrés Bello se mostró complacido con
estos cambios, en un juicio que puede ser considerado como transversala la elite
gobernante: “La restricción del derecho de sufragio es una barrera formidable que
se ha opuesto a los que en las elecciones hacían de la opinión pública el agente
26 ElAraucano, Santiago, 27 de noviembre de 1830.
27 “Remitido”, ElAraucano, Santiago, 9 de julio de 1831.
28 “Remitido”, ElAraucano, Santiago, 9 de julio de 1831, n. 5.
29 “Continúael artículo opiniones del Valdiviano sobre algunos artículos de la reforma
constitucional suspenso en el número 66”, El Valdiviano Federal, Santiago, 1* de abril
de 1833.
30 De acuerdo a lo consignado por el reglamento de elecciones de 30 de noviembre de
1833, para ser elector se debía acreditar, en Santiago, una propiedad inmueble de valor
de no menos de 2000 pesos, o un capital del mismo monto;o el ejercicio de un oficio
que reportase una renta de a lo menos 200 pesos. En las provincias de Coquimbo,
Aconcagua, Colchagua, Talca, Maule y Concepción, los valores serían de una propiedad
inmueble de 500 pesos, el capital de 1000 pesos, y la renta de 100 pesos. Finalmente,
para las provincias de Valdivia y Chiloé, se exigtría un capital en giro de 500 pesos, una
renta de 60 pesos o una propiedad de valor de a lo menos 300 pesos, o cuya extensión
fuese de cuatro cuadras de terreno en cultivo.
<GANDO Cartes
ARMANDO Curerrs £ € Proro
Peoro Díxz
Dias ,
CIUDADANTAS TEMAS YDEBATES
de sus aspiraciones secretas. Únicamente se ha concedido esta preciosa
facultad
a los que saben estimarla, y que son incapaces de ponerla a la venta”, concluía.?
Respecto a la segunda restricción estipulada en la época para acceder a los
derechos políticos, a saber, la alfabetización, esta también dio pie a polémicas apa-
sionadas. No obstante, las constituciones del período pospusieron la implemen-
tación de esta restricción, en la medida que, dadas las altas tasas de analfabetismo
de la época, esto conllevaría una reducción demasiado dramática del electorado.
La Constitución de 1822 establecía el requisito de alfabetización, pero aplazaba su
sanción hasta 1833,” el código de 1823 lo posponía hasta 1840,la Constitución
de 1828 no hacía alusión al requisito, y aunque la de 1833 retomaba la restric-
ción en tornoa la alfabetización, igualmente postergaba su implementación hasta
1840.2*
En una tempranareflexión sobre estos tópicos, desde Londres Mariano Egaña
señaló que en un “país semibárbaro” como Chile, era preciso establecer el requisi-
to de alfabetización para limitar el acceso a la ciudadanía, que se estaba expandien-
do indiscriminadamente generando anarquía política: “¿Cómo ha de tener aquel
mediano influjo y respetabilidad que se requiere para la ciudadanía el que no está
apto para ningún negocio civil? Yo no he conocido en Chile uno que merezca aun
tolerablemente ser ciudadano y no sepa leer. ¿Y por qué no ha de dejarse este es-
tímulo para que aprendan? Es preciso confesar que hasta aquí nos hemos dejado
arrastrar excesivamente del torrente democrático y su resultado en pueblos sin
civilización general ¿cuál es? El que estamos viendo en Chile”, concluía.35
Egaña no estuvo sólo en estas reflexiones. Incluso José Miguel Infante com-
partió estos planteamientos en los debates del congreso de 1826. Respondiendo a
la postura del diputado Diego José Benavente, según el cual sancionar el saberleer
y escribir para poder ejercer el sufragio ““es restringir los derechos del ciudadano”,
Infante señaló que históricamente todas las naciones libres habían limitado el
derecho a voto. Incluso “en los estados en que está más perfeccionada la demo-
cracia”, añadía, este derecho era limitado atendiendo a consideraciones relativas a
la dependencia respecto a otro y la falta de discernimiento. Dentro de esta última
arista se encontraba el analfabetismo, porlo que concluía que era “muy justo el
exigir que los electores sepan leer y escribir”.2
Como afirmamos, la Constitución de 1833 estableció la alfabetización como
31 ElAraucano, Santiago, 25 de mayo de 1833,
32 Constitución política del Estado de Chile (Santiago, Imprenta del Estado, 1822), Título 3,
cap. ILart. 14.
33 Constitución política del Estado de Chile (Santiago, Imprenta Nacional, 1823), Título 2,art.
11, 6.
34 Constitución de la República de Chile (Santiago, Imprenta de la Opinión, 1833), disposiciones
transitorias, art. 19.
35 Mariano Egaña a Juan Egaña, Londres, 12 de abril de 1827, en Cartas de don Mariano
Egaña a supadre 1824-1829 (Santiago, Sociedad de Bibliófilos Chilenos, 1948), p. 229.
36 Congreso Nacional, sesión de 13 de julio de 1826, en Sesiones de los Cuerpos Lejislativos,
tomo XII, p. 128.
Giro. CD
requisito para acceder al sufragio, pero pospuso su aplicación hasta 1840. No obs-
tante, sólo en 1842 se volvió a debatir sobre este punto. Un texto publicado en el
Semanario de Santiago abrió la polémica, señalando que era preciso restringir la ciu-
dadanía política excluyendo a quienes,a la fecha, no sabían leer y escribir. El país
no tenía la necesidad de ampliar el derecho a sufragio, ya que no había divergencia
entre las diferentes clases sociales, reinando en ellas “una absoluta conformidad
de intereses”, opinabael articulista. Y agregaba, en una tesis bastante singular:
“¿Qué diferencia existe, por ejemplo, entre los del hacendado opulento y los del
labrador infeliz; entre los del comerciante millonario y los del chalán cuyo alma-
cén no pasa de lo que puede cargar en la espalda? Ninguna; y por lo mismo no
vemos motivo racional para extender el derecho de sufragio a las clases que en el
día carecen deél. La ley vigente sólo excluye a los que con toda propiedad pueden
llamarse prolefarios, y ni deben los que profesan principios liberales, desear que se
confiera tan precioso derecho a quienes serían incapaces de ejercerlo con acierto
e independencia”. Sólo siendo perfeccionados por medio de la educación,los ex-
cluidos del sistema electoral podrían incorporarse en la arena política, concluía.”
Andrés Bello defendió desde E/Araucano la perspectiva del gobierno, que fi-
nalmente se impuso. Bello afirmó que el requisito de alfabetización debería co-
menzar a aplicarse desde 1842 en adelante, pero sin efecto retroactivo, es decir,
no podía quitarse el derecho de sufragio a quienes lo hubieran ejercido con ante-
rioridad a esa fecha, con independencia si sabían leer o no. Para ser justa,la ley no
podía quitar derechos ya adjudicados. Establecer la postura contraria, afirmaba,
implicaría una grave contradicción con el gobierno representativo y republicano:
“Pasar súbitamente de un sistema a otro diverso; transferir el ejercicio inmedia-
to de la soberanía a la mitad, tal vez una fracción más pequeña del número de
individuos que la han administrado hasta ahora, es una innovación de mucha
trascendencia, una verdadera revolución, y no en el sentido dela libertad popu-
lar”, puntualizaba.* En otro artículo, Bello abundaba más sobre esta postura: “La
soberanía del pueblo no existe sino en el derecho de sufragio. Si sólo una pequeña
fracción suya es la que nombra sus delegados, llamar popular el gobierno es tras-
tocar la significación de las palabras”. El jurista opinaba que la tendencia política
del mundo modernoera la ampliación de la ciudadanía política, y quitar el derecho
de sufragio a quienes ya lo ejercían significaría it “en la dirección contraria”. Así,
finalizaba, si lo que se buscaba era perfeccionarel sistema representativo, enton-
ces “el vicio más grave que puede adolecer un sistema de gobierno es el hacer
descansar esa representación sobre una base electoral limitada y mezquina”.
Por cierto, este tipo de declaraciones tenían un trasfondo político pragmático,
pues como bien notó Diego José Benavente, mantener el electorado en esos tér-
minos significaba para el gobierno tener un voto cautivo fundamental pata ganar
37 “Reformadel reglamento de elecciones”, El Semanario de Santiago, Santiago, 25 de agosto
de 1842.
38 ElAraucano, Santiago, 30 de septiembre de 1842.
39 ElAraucano, Santiago, 28 de octubre de 1842.
AruAnDo
2% mo Cuertes
Curs /£ Peoro
Penro Dísz
Lar :
CAUDADANSTAS THSLAS Y DEBATIS
las elecciones.“ Pero además, evidenciaban la tensión irreductible para la clase
dirigente sobrela relación entre ciudadanía y democracia, uno de los temas más
polémicos a fines del período aquí abordado, puesto que como el mismo Bello
reconoció, la tendencia de los tiempos implicaba el tránsito incierto —y por eso
temido- de la república a la democracia. Y eso implicaba pronunciarse sobre los
marcos y los espacios pata el ejercicio de la ciudadanía.
El tema de la democracia estuvo a la orden del día en los 1840's. El periódico
El Demócrata llamó la atención en 1843 sobre la necesidad de incluir en la partici-
pación política a los sectores populares, especialmente el artesanado, y reformar la
Constitución de 1833 para que así “la república marche sin tropiezo por la senda
que demarcael siglo”, que era el establecimiento de la democracia.** El Progreso
respondió, evidenciando los temores subyacentesa la clase dirigente chilena para
efectuar esta transición. Si bien la democracia era la mejor forma de gobierno y “la
más análoga y la más propia de nuestro siglo”, afirmó que no todas las naciones
estaban preparadas pata regirse por un sistema “que llama a todo individuo de una
nación a tomar una parte igualmente influyente en el manejo de los negocios pú-
blicos y que por esta circunstancia pone las decisiones bajo la influencia exclusiva
de la mayoría numérica”. Chile pertenecía a esta última clase de naciones, dado
que su estructura social hacía que la democracia fuese contraproducente, ya que
“la mayoría numérica está constituida por masas y clases ignorantes, preocupadas
y sin industria ni intereses positivos que las liguen al progreso social”. Así, la *
masificación de la ciudadanía, que equivalía a democracia, debía esperar la lustra-
ción de la población para poder efectuarse sin riesgos.* El Mercurio se unió a esta
postura. Para el diario más importante del país, la sociedad no estaba capacitada
para transitar hacia la democracia, ya que la población carecía de la ilustración que
exigía la condición de ciudadano. “De la democracia tenemos sólo las formas, y
estas formas están muya la vanguardia de nuestras costumbres”, afirmaba, sien-
do por tanto la educación la encargada de hacer coincidir ambos aspectos como
requisito necesario para el establecimiento efectivo del gobierno democrático.*
1846 fue un año clave para el problema de la ciudadanía. Las elecciones de
ese año significaron una inédita politización del artesanado —reflejada en el aso-
ciacionismo, cuestión que veremos más adelante- y una abierta invocación a los
sectores populares como ciudadanos en pie de igualdad, cuestionando la relación
entre ciudadanía política y clase social, tan cara a la elite dirigente. Fue en este
escenario que debe comprenderse uno de los textos más claros sobreel tema aquí
abordado: la memoria que presentó en la Universidad de Chile Domingo Santa
María —en ese período, un destacado líder conservador- sobre la reforma a la ley
de elecciones, que él consideraba demasiado laxas para mantenerel orden político.
40 Cámara de Senadores, sesión de 12 de septiembre de 1842, en Sesiones de los Cuerpos
Lejistativos, tomo XXXI, pp. 124-125,
41 E/ Demócrata, Santiago, 14 de marzo de 1843.
42 “Algunas palabras sobre el Demócrata N? 2”, E/Progreso, Santiago, 23 de enero de 1843.
43 “¿Cómo debemos entender la democracia?”, E/ Mercurio, Valparaíso, 20 de diciembre
de 1843.
G BRTEL CD
El contexto político antes descrito, que cuestionabalas jerarquías sociales, eviden-
cia los temores subyacentes en el texto de Santa María: “¿A qué vienen leyes sobre
leyes haciendo un convite vergonzosoal proletario, invitándole a tomar parte en
las cuestiones de vida o muette pata el país, dándole el uso de ciertos derechos
que ptostituye por lo mismo que nolos aprecia, haciéndole consentir que puede
ser el primer magistrado de la República, cuando todavía no se le ha enseñado lo
que es la República, lo que valen esos derechos, ni lo que importa el nombre de
ciudadano? ¿Por qué no le explican de antemano esos principios, para después
enrolarle en las filas de la ciudadanía?”, se preguntaba. Uno de los problemas
centrales para quien fuera uno de los fundadores de la Sociedad del Orden era el
hecho de que en épocas eleccionarias “nuestro populacho grosero por sus cos-
tumbres, vicioso por sus hábitos e ignorante e interesado se hace, mediante los
defectos dela ley, el árbitro de los futuros destinos del país”. Así, la propuesta de
Santa María era “desterrar cuanto se pueda el estado de crisis que en ese tiempo
nos amaga, desprendiendo al populacho de un derecho que no le ha conferido la
carta, y que sólo se ha querido, o mejor diré apropiado, mediante los vacíos de la
ley electoral”. Lo que buscaba, en ese sentido, no era restringir más la ciudadanía
de lo estipulado constitucionalmente, sino ratificar en los hechos estas limitacio-
nes, cuestión que en su juicio no acontecía. Dado que en el ambiente intelectual
surgían voces en torno al establecimiento del sufragio universal como requisito
pata fundar la verdadera democracia, Santa María se encargó de argumentar en
contra de esta postura. Para él, incluso los defensores de la igualdad en derechos
políticos apoyaban ciertas exclusiones, como la de mujeres, menores de edad,
“los furiosos y los imbéciles”, contradiciéndose en su argumento que fundaba el
sufragio universal en la igualdad natural de los hombres. Así, concluía que “esa
igualdad absolufa en derechos políticos, me patece que es proclamar el sistema de
la desorganización más completa”.*
Santa María había puesto en la palestra el tema del sufragio universal desde la
perspectiva conservadora. La crisis política que cierra el período histórico aquí
abordado, la del bienio 1850-1851, fue también el escenario para oír otras voces
que desde tradiciones políticas diversas se refirieron al mismo problema. Desde
el liberalismo político la postura más representativa se encuentra en Basespara la
reforma, el texto que en octubre de 1850 José Victorino Lastarria e Isidoro Errázu-
riz publicaron para plantear modificacionesal sistema político antes que estas se
hicieran por canales revolucionarios. Dentro de estas reformas necesarias estaba
el “sufragio universal”, cuestión que, sin embargo, conllevaba precisiones:
“Aceptamos el sufragio universal: pero sólo en cuanto esta universalidad sea la
de los hombres que son capaces de ejercer sus derechos políticos sin distinción
de clases y sin exclusión de ningún individuo que tenga esta capacidad, la cual
44 Domingo Santa María, “Observación a la lei de elecciones. Memoria presentada a la
Facultad de Leyes 1 Ciencias Políticas de la Universidad de Chile para obtener el grado
de licenciado por D. Domingo Santa María en 28 de diciembre de 1846”, en Anales de
la Universidad de Chile (Santiago, 1846), tomo III. Las citas en pp. 234, 241, 245, 248 y
250-251, respectivamente.
ARMANDO Cartes £ Peoro Diaz CIUDADANÍAL TEMAS Y DUSATIS
es indispensable, porque el abuso de los derechos políticos afecta a la sociedad.
Conceder el derecho de sufragio a todos los habitantessin distinción, confiar este
acto de la soberanía a los hombres que ninguna garantía ofrecen de sus buenas
intenciones y que no poseen calidad alguna que nos asegure su independencia y
su interés por la sociedad, es lo mismo que condenarnosa sufrir la burla cruel que
hasta ahora se ha hecho del derecho electoral con descrédito de la forma republ:-
cana y con peligro de su porvenir en la América española”.
Así, algunos hombres debían ser excluidos de los derechos de ciudadanía activa,
ya que si bien “todos los hombres son iguales” en el “orden político no pueden
tener todos una participación igual, porque el bien de la sociedad no se realiza en
todo ni en patte, sino cuando los hombres que participan del poder tienenla inte-
ligencia de las cuestiones sociales y la voluntad de resolverlas en sentido del interés
general”. Por esto, debían quedar excluidos los gañanes y sirvientes de las haciendas,
porque carecían de la autonomía necesaria pata ejercer correctamente sus derechos
políticos. En síntesis, Lastarria y Errázuriz opinaban que lo que debía establecerse
en Chile era “el sufragio universal inteligente”.** Por supuesto, estos planteamientos
eran concordantes con la cultura política del liberalismo decimonónico occiden-
tal, que en Europa limitaba la extensión del sufragio —cuestión clave para generar
gobernabilidad política- mediante el “discurso de la capacidad” que podía apelar a
requisitos censitatios y/o culturales, tales comola alfabetización.”
Por su parte, la Sociedad de la Igualdad, instancia aglutinadora del liberalismo
más radical de la época y heredera en su primer momento del eshos revolucionario de
1848, se inclinó por la defensa del sufragio universal sin adjetivos. El periódico La
Barra, el medio de prensa de la Sociedad, afirmó que era preciso repensar la noción
de república y avanzar hacia la implementación de la democracia, la sanción políti-
ca del principio de la soberanía popular. “Cuando el pueblo gobierna, gobierna la
mayoría de la sociedad y un gobierno tal tiene por fin el bien de sí mismo, es decir:
el bien de la comunidad. Para establecer este gobierno es indispensable que los ciu-
dadanos manifiesten su voluntad, ejerzan su acción. Yel ejercicio o manifestación
de la voluntad de los crudadanos sólo puede hacerse por la libertad del sufragio. El
sufragio universal, es el origen del gobierno republicano y el gobierno republicano
es la fuente de todaslas garantías sociales. “Toda restricción a este derecho importa
la nulidad dela libertad; potque la exclusión es usurpación ilegitima y desde luego
un avance al derecho; la creación de un privilegio”. En ese sentido, concluía, la So-
ciedad de la Igualdad sí podía aceptar el rótulo de “comunista” que le imputaban sus
críticos, pero puntualizaba que sus tendencias no eran “las del comunismo en los
bienes, pero sí en los derechos”.*
45 José Victorino Lastarria e Isidoro Errázuriz, Bases de la reforma (Santiago, Imprenta del
Progreso, 1850), p. 12.
46 1bíd.
47 Al respecto, véase Alan S. Kahan, Liberalism in Nineteenth-Century Europe. The Political
Culture of Limited Suffrage (New York, Palgrave Macmillan, 2003).
48 “Derechos del pueblo”, La Barra, Santiago, 17 de diciembre de 1850.
Garu Cin
Espaciospara la ciudadanía: guardias cívicas, asociacionismoy opinión pública
Como afirmamos inicialmente, referirse a la ciudadanía en el siglo XIX impli-
ca examinar dimensiones mucho más amplias que el ámbito electoral, aunque
este siga siendo uno de los tópicos centrales. En las páginas que siguen abordo
otros espacios de desenvolvimiento de la ciudadanía política que ha concitado
menor atención, aun cuando son aspectos igualmente importantes que comple-
jizan nuestra comprensión del problema aquí examinado. El primer espacio que
analizamoses el relativo a la noción de ciudadanía armada, con seguridad uno de
los más importantesa lo largo delsiglo.
Un espacio fundamental para el ejercicio de la ciudadanía fue el relacionado
con las Guardias Cívicas. En la tradición política del republicanismo, el ciuda-
dano, así como era sujeto de derechos, también tenía una serie de obligaciones
para con la comunidad. Entre estas obligaciones, que suponían una vida activa
dentro de la po%s, se encontraba la defensa de la república por las armas. En este
sentido,las milicias se constituyeron en un espacio de actividad política en todoel
continente, siendo un espacio privilegiado de ejercicio de la ciudadanía.De este
modo, sí bien las milicias hundían sus raíces dentro de la época colonial,desde
el período revolucionario se afianzaron como un espacio clave para comprender
el desenvolvimiento de la ciudadanía, al vincularse íntimamente con la tradición
republicana.”
En una declaración propia del período, la Constitución de 1823 señalaba que
“la fuerza del Estado se compone de todos los chilenos capaces de tomar las ar-
mas: mantiene la seguridad interior y la defensa exterior”. Para cumplir esto, san-
cionaba que “todo chileno, para gozar de los derechos detal”, debía estar inscrito
en los registros de milicias desde los 18 años. Para Juan Egaña, el ideólogo del có-
digo, el servicio en las milicias cívicas por 5 años era el primero de los elementos
constitutivos del “mérito cívico”, un concepto que se entendía como “un servicio
particular a la Patria que protege los derechos, y cuya prosperidad está identificada
con la del Ciudadano”.* Comoel mismo Egaña explicaba en su Examen instructivo
sobre la Constitución, una fuerza militar compuesta por milicias ciudadanas antes
que por un ejército profesionalestaría sin duda “más interesada en la seguridad y
49 María Teresa Unibe, “El republicanismo patriótico y el ciudadano armado”, en Estudios
Políticos N? 24 (2004), pp. 75-92. Para un balance continental de este problema, véase
Manuel Chust y Juan Marchena(eds.), Las armas de la nación. Independenciay ciudadanía en
Hispanoamérica (1750-1850) (Madrid, Iberoamericana/Vervuert, 2007).
50 Sobre los orígenes de la Guardia Nacional véase el trabajo de Roberto Hernández
Ponce, “La Guardia Nacional de Chile. Apuntes sobre su origen y organización, 1808-
1848”, Historia, Vol. 19 (1984), pp. 53-114.
51 Al respecto, véase la interpretación de Joaquín Fernández, “Los orígenes de la Guardia
Nacional y la construcción del ciudadano-soldado (Chile, 1823-1833)”, en Mapocho N?
56 (2004), pp. 313-327.
52 Constitución política del Estado de Chile, 1822, título XX, art. 225 y 230; título XI, art. 115,
respectivamente.
ARMANDO
. “no
Cartes
E
/ Proro Díaz
far >» .
CIUDADAS ÍA: TESIAS Y DEBATES
conservación del Estado, serían sus defensas más heroicas, y contaríamos en ellos
los mayores enemigos de las revoluciones y desorden interior”.%
A pesar de este llamado a la igualdad, las Guardias Cívicas reproducían la di-
ferenciación social presente en una sociedad imbuida aun de un ezbos aristocra-
tizante, al menos en su clase dirigente. Sintomático de esta situación fue, por
ejemplo, un decreto promulgado por Bernardo O”Higgins en diciembre de 1822,
que creaba el Batallón de Comercio, que estaría compuesto de personas acomodadas.
Esto, porque la generalidad del servicio en la milicia decretado por el Gobierno
supondría un tratamiento igualitario entre los cívicos, cuestión que “provocaría
sin duda el resentimiento de las familias visibles, viéndose, en razón del bando, en
la dura precisión de alternar con la ínfima clase”.** Así, si bien el deber de todos
los ciudadanos era cumplir con el servicio en la Guatdia Cívica, en rigor, esta
obligación quedó circunscrita en el período aquí abordado a los sectores popula-
res, que debieron afrontar este servicio sin remuneración y que los sacaba de sus
actividades productivas tradicionales. Los reclamos por perfeccionar y flexibilizar
el sistema de las milicias llegaron a constituirse en un verdadero lugar común en la
época, particularmente en épocas electorales donde este tópico apareció frecuen-
temente como eslogan de las campañas,donde atraer el apoyo de los cívicos en
estas instancias era clave para alcanzar la victoria.
Fue durante la década de 1830 dondela función político-electoral de la Guar-
dia Cívica se dio de forma más marcada. De acuerdo a los datos y la argumenta-
ción proporcionada por James A. Wood en su notable trabajo sobre este tema, a
lo largo del régimen portaleano —especialmente durante el gobierno de Prieto—
se evidenció un esfuerzo claro por tegimentar el apoyo de las milicias hacia el
gobierno, tanto como un voto cautivo para inclinar la balanza en las elecciones
como pata servir de contrapeso a un ejército vislumbrado como sedicioso. Así, si
a inicios de 1830 componían la Guardia Cívica poco más de 20.000 milicianos, en
la segunda mitad de la década de 1840 esta alcanzó su máximo,al incorporar en
sus filas a poco más de 60.000 individuos.**
Evidentemente, en términos tanto cualitativos como cuantitativos,la figura del
“ciudadano en armas” fue clave durante este período. Cualitativamente, porque
permitía crear un relato de integración nacional, de apego a los valores repubh-
53 Juan Egaña, “Examen instructivo sobre la Constitución política de Chile promulgada
en 1823”, en Sesiones de los Cuerpos Lejislativos, tomo TX, anexo N? 7, p. 37.
54 Decreto de 10 de diciembre de 1822, en Sesiones de los Cuerpos Lejislativos, tomo Vl, anexo
N? 518, p. 402.
55 Sobre estos aspectos, véase James A. Wood, “Guardias de la nación: nacionalismo
popular, prensa política y la guardia cívica en Santiago, 1828-1846”, en Gabnel Cid,
y Alejandro San Francisco (eds.), Nación y nacionalismo en Chile. Siglo XIX (Santiago,
Centro de Estudios Bicentenario, 2009), Vol. 2, especialmente pp. 209-224; y, Andy
Daitsman, “Diálogos entre artesanos. Republicanismos y kberalismos populares en
Chile decimonnico”, en Universuz N* 13 (1998), pp. 83-93.
56 James A. Wood, The Society of Equality. Popular Republicanism and Democracy in Santiago
de Chile, 1818-1851 (Albuquerque, University of New Mexico Press, 2011), pp. 86-92.
(GABRIEL CTO
canos y de vinculación con los proyectos estatales a muchísimos
individuos, en
una época donde los frecuentes conflictos armados les dieron
un protagonismo
inusitado. Y cuantitativamente, como se afirmó, porque cumplían un papel
crucial
durante las elecciones, repercutiendo de forma notable en la vida polític
a nacional
al incorporat, aunque fuese temporal y funcionalmente, a otros sectore
s sociales
dentro del juego del poder republicano.J. Samuel Valenzuela ha explica
do bien
esta situación,al relacionar el potencial electoral que representaban las
Guardias
Cívicas con la democratización del sistema político chileno decimonónico
. De
acuerdo a su argumentación,las milicias representaban un electorado cautivo para
el gobierno, que permitía su triunfo relativamente fácil en las elecciones a través
de su manipulación. Pero por esta mismasituación, las Guardias Cívicas —com-
puestas en su grueso de los sectores artesanales y trabajadores- quedaban “situa-
das al centro de lo que era un sistema político normalmente tildado de oligárqui-
co”, incentivando la competencia por captar sus votos, permitiendo a mediados
del siglo XIX la aparición de sociedades políticas articuladas con este fin.”
Esta relación nos lleva a un segundo espacio deejercicio de la ciudadanía polí-
tica en el período aquí abordado: el asociacionismo. El tránsito desde el Antiguo
Régimen a la república vio surgir nuevas formas de sociabilidad que implicaban
una mudanza ctucial. En efecto, en este período se efectúa un cambio desde las
sociabilidades tradicionales, como gremios y cofradías, a otras cuya adhesión era
libre y encontraban su legitimidad en la voluntad de sus asociados y no en facto-
res externosa ellos, como por ejemplo, su procedencia étnica o su estamento. Lo
importante de estas nuevas sociabilidades, como las logias, los clubes políticos y
las sociedades de pensamiento, es que permitirán recrear imaginarios culturales
novedosos, al fundarse en el individuo y en la igualdad, sin obviar porcierto las
pervivencias de las sociabilidades tradicionales. Esto teóricamente permitirá que
la igualdad de principio de los socios de las nuevas formas de sociabilidad se ex-
trapolase hacia una imagen de una sociedad fundada sobre la igualdad abstracta
de los individuos, un elemento clave pata pensar la mutación desde el vecino al
ciudadano.
Para el caso chileno,las primeras asociaciones de ciudadanos surgidas en el pe-
ríodo postrevolucionario, como apunta Céline Desramé,siguieron estrechamente
el modelo académico nacido dutante la Ilustración. Esta pervivencia explica, por
ejemplo,la aparición de la Sociedad Económica de Amigosdel País (1813), las So-
ciedades Lancasterianas para la enseñanza primaria (1822) Sociedades de Amigos
del Género Humano (1826), o la Sociedad Filarmónica destinada para los “pro-
gresos de la civilización”, o las Sociedades de Lectura en Santiago y Concepción
en 1828. Estas eran instancias de pedagogía ciudadana donde la adquisición de
códigos culturales comunes y transversales dentro de sus miembros terminaba
57 J. Samuel Valenzuela, Democratización vía reforma: la expansión del sufragio en Chile (Buenos
Aires, IDES, 1985), pp. 62-66.
58 Francois-Xavier Guerra, “El renacer de la historia política: razones y propuestas”, en
José Andrés Gallego, dir., New History, Nouvelle Histoire. Hacia una nueva historia (Madrid,
Actas, 1993), pp. 239-240.
ARMANDO Caxts / Proro Díaz
CIUDADANIA LU TEMAS Y DEBATES
constituyéndose en verdaderos “laboratorios de igualdad”.Tomemos, pot ejem-
plo, el caso de la Sociedad de Lectura de Santiago, que a un mes de establecida
tenía a 125 miembros. De acuerdo a su reglamento, además de promoverla lec-
tura entre sus miembros, tenía como objetivo “fomentar el espíritu de asociación,
proporcionando un punto de reunión en que se junten y traten los amigos de la
civilización y del orden, consultándose en sus dudas, comunicándose recíproca-
mente sus ideas, y estrechando de este modo los vínculos que deben ligar a todos
los que desean el orden”.* Así, de esta forma,su organización se regulaba en fun-
ción del principio de igualdad de todos sus asociados, pero al mismo tiempo tenía
como fin un servicio público no necesariamente estatal, sino desde su lugar como
ciudadanos: ilustrarse para contribuit al bien común con sus opiniones.
Prontamenteel asociacionismo se politizó, a medida que fue creciendola lucha
política. Una muestra evidente de su articulación para fines electorales se dio en
1829, cuando las formas de sociabilidad se constituyeron en plataformas claves
para la construcción de la ciudadanía política. En abril de ese año se formó en
Santiago la Sociedad de Artesanos, cuya acta hacía una loa al “espíritu de asocia-
ción”, dado que permitía transitar desde la impotencia de la individualidad a “la
masa activa e irresistible, delante de la cual ceden todos los obstáculos y desapa-
recen todaslas dificultades”. llustrarse y hacerse oír en público, “para ventura de
la patria” y la “consolidación del orden” eran parte de sus propósitos.* Á poco
andar la Sociedad de Artesanos —que declaraba contar con cerca de 580 miem-
btos-* adquirió claros ribetes electorales. Esto no agradó a algunos de sus miem-
bros, que según su confesión se habían unido pata “instruirnos en los derechos
que nos fueron declarados en la Constitución, y para saber hacer uso de ellos en
obsequio siempre de la libertad, y del adelantamiento y progreso del país”.% La
disolución de la Sociedad de Artesanos redundó en el surgimiento de dos aso-
ciaciones rivales: la Sociedad de Constitucionales (progobierno) y la Sociedades
Unidas (antigobierno). Lo importante de este escenario fue la politización de los
sectores artesanales, y como esto se plasmó en la conformación de asociaciones
destinadas a intervenir en la esfera política, tanto en la opinión pública como en
el ámbito propiamente electoral, evidenciando que por más elitista que fuera la
59 Céline Desramé, “La comunidad de lectores y la conformación del espacio público en el
Chile revolucionario: de la cultura del manuscrito al reino de la prensa (1808-1833)”, en
Francois-Xavier Guerra y Annick Lempériére, es. ál, Los espaciospúblicos en Iberoamérica.
Ambigiedades y problemas. Siglos XVIN-XTX (México, Fondo de Cultura Económica,
1998), p. 295.
60 Manuel de Salas a Joaquín Campino, 15 de agosto de 1828, en Escritos de don Manuel de
Salasy documentos relativos a ély su familia (Santiago, Universidad de Chile, 1910-1914),
Vol Il, p. 84.
61 Reglamento de la Sociedad de Lectura de Santiago (Santiago, Imprenta de R. Rengifo, 1828).
62 “Sociedades”, El Centinela, Santiago, 11 de abril de 1829.
63 La Sociedad de Artesanos hace presente alpúblico, serfalsas las nuevas imputaciones con que tratan
de aiscordarlos (Santiago, Imprenta Republicana, 1829), p. 1.
64 Refutación al aviso importantísimo de los artesanos (Santiago, Imprenta de la Independencia,
1829), p. 1.
ho
h
GamrieL Cin
política, siempre era necesario apelar a los sectores populates para
dotar de legiti-
midadel ejetcicio del poder en una república.
La década de 1830 representó un decaimiento notable del asocia
cionismo, par-
ticularmente porque la tensión política que catacterizó al deceni
o de Prieto hizo
cotidiano el estadio de sitio y la consiguiente restricción del derech
o de asocia-
ción. No obstante, como ha señalado Ana María Stuven, la década
de 1840 inau-
guró un momento de mayor distensión política, lo que se evidenció en
una mayor
apertura hacia la polémica.El asociacionismo se hizo parte de
este fenómeno.
Másallá de sus intenciones culturales, por ejemplo, la Sociedad
Literaria fundada
en 1842 y presidida por José Victorino Lastarria significó renova
r la esfera de
discusión también en lo relacionado con la política.
Hacia mediados de la década el ambiente electoral significó repolitizar
el aso-
clacionismo. Esto quedó en evidencia cuando en la coyuntura elecci
onaria de
1845-1846 surgieron nuevas formas de sociabilidad, que articularon el lengua
je
de la ciudadanía desde un trasfondo de crítica a la estratificación social
chilena,
incorporando en el debate nuevamente a los sectores artesanales. La forma
ción
de la Sociedad Democrática porlíderes del liberalismo como Pedro Félix Vicu-
ña, José Victorino Lastarria, Juan Nicolás Álvarez y Manuel Bilbao significó una
escalada de fundación de asociaciones políticas que intentaban ampliar la partici
-
pación política por medio de alianzas interclasistas con fines elector
ales precisos.
Así, Manuel Guerrero fundó la Sociedad de Artesanos Caupolicán, que se unió
a
la Sociedad Patriótica Central, la Sociedad de Artesanos Colo-Colo y la Socied
ad
de Artesanos Lautaro. La pronta fundación de la Sociedad del Orden, como tes-
puesta desde los sectores conservadoresa este proceso, refleja hasta qué puntoel
asociacionismo político era clave para interpelar y encauzar el apoyo político de
los sectores populares.
Sin mediar esta experiencia de mediados de la década de 1840, sería difícil
comprender el surgimiento de la Sociedad de la Igualdad a fines del período aquí
estudiado,refleja como son fundamentales las formas de sociabilidad para com-
prender la construcción de la ciudadanía política en el siglo XIX. Fundada en
1850 y liderada en sus inicios por Francisco Bilbao y Santiago Árcos, implanta-
dores del ezbos revolucionario del 48” francés en el país,” evidencia cómo estas
nuevas formas de sociabilidad impregnaron el discurso sobre la ciudadanía en esta
época de un contenido igualitario y de activa participación política. El juramento
de sus miembros, de sólo reconocer “la soberanía de la razón como autoridad
de autoridades, la soberanía del pueblo como base de toda política, y el amory
fraternidad universal como vida moral”,muestra esta radicalización del lenguaje
65 James A. Wood, The Society of Equality, pp. 48-78.
66 Ana Matía Stuven, La seducción de un orden. Las elitesY la construcción de Chile en laspolémicas
culturalesypolíticas delsiglo XTX (Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2000).
67 Cristián Gazmuri, El “48” chileno. Igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos
(Santiago, Editorial Universitaria, 1998).
68 José Zapiola, La Sociedad de la Igualdad i sus enemigos (Santiago, Imprenta del Progreso,
1351), p. 9.
ARMANDO
po DO Carris £ Pera
Cartes / Peoro Díaz
Lx;
CIUDADANÍA
:
2 TEMAS Y DEBATES
político relativo a la ciudadanía y su propuesta de asegurar la participación activa
y en pie de igualdad de los ciudadanos en la vida de la polis, independiente de su
extracción social.
El periódico de la Sociedad de la Igualdad, E/_4migo del Pueblo hizo un llamado
a los artesanos a unirse en una asociación que permitiera que sus demandas ciu-
dadanas pudiesen “influir en la dirección de los negocios públicos”. Para llegar a
tener esta influencia, eta preciso unirse. “¿Qué podrán hacer hoy los artesanos a
favor de sus inteteses si viven divididos, si no tienen un lazo quelos estreche, un
pacto que los obligue a defenderse mutuamente y a rechazar todo atentado contra
sus libertades y derechos? ¿Qué fuerza sería suficiente para apagar el clamor de
10.000 ciudadanos obreros que exigieran reunidos másjusticia y más protección
para su clase y sus trabajos? ¿Qué gobierno subirá entonces al poder, sin haber
estudiado antes las necesidades del pueblo para remediarlas y hacerse aplaudir
porla clase trabajadora?”, preguntaba el periódico redactado por Eusebio Lillo.“
De acuerdo a sus promotores, la Sociedad de la Igualdad representaba una
nueva forma de sociabilidad que la distinguía de sus antecesoras, donde los obre-
ros solamente acudían “al llamado de algunos hombres apasionados en las tumul-
tuosas épocas electorales”, instrumentalmente. Por el contrario, La Barra señaló
que la Sociedad de la Igualdad, enfatizaba precisamente esa virtud propia de una
república democrática: la igualdad entre sus miembros, reproducción a escala de la
igualdad que debía regir las relaciones entre los ciudadanos. Este nuevo asociacio-
nismo enfatizabala instrucción política de los artesanos para que, interiorizados
de sus derechos y deberes, y como “buenos ciudadanos” contribuyeran “con su
trabajo hoy, y después con su voto a su futuro esplendor y a la conservación de la
república democtática”.7
Esta nueva forma de sociabilidad política no siempre fue bien vista en la época,
generando, al contrario, bastante rechazo en la elite dirigente tradicional y en el
clero. Esta reformulación del asociacionismo hacia alianzas interclasistas y con un
discurso político radical producía resquemores, porque implicaba bastardear los
fines republicanos de las sociabilidades políticas, como afirmaban sus críticos. Si
bien constitucionalmentese establecía el derecho de asociación, afirmaba E/ Con-
sejero del Pueblo a propósito de un decreto que lo suspendía, este derecho obligaba
a transparentar los fines perseguidos pot tales asociaciones. El “secretismo” de
las nuevas asociaciones políticas, herederas de la tradición revolucionaria francesa,
era propio de quienes buscaban revolucionar el sistema político mediante la sedi-
ción. Esta era la amenaza de los igualitarios, “un club de afiliados exclusivos, con
reuniones a puerta cerrada para el público, reclutado entre las clases lenorantes
por los que se precian de maestros y mentores políticos”. En una lógica similar,
La Tribuna realizó una diatriba formidable contra el asociacionismo político a
fines del período aquí estudiado. Si estas asociaciones buscaban constituirse en un
69 “Asociación popular. Artículo 19”, ElAmigo del Pueblo, Santiago, 16 de abril de 1850.
70 “La asociación de obreros”, La Barra, Santiago, 27 de junio de 1850.
71 “El decreto de la Intendencia”, El Consejero del Pueblo, Santiago, 2 de noviembre de 1850.
GabrtEL Co
núcleo de sociabilidad que fomentase la igualdad de los ciudadanosy de socializar
entre ellos el conocimiento de sus derechos políticos, estos fines en realidad esta-
ban errados, afirmabael periódico: “Se comprende mal la educación del pueblo
cuando se le reduce a enseñarle la economía política, la ciencia de la administra-
ción, los derechos sociales. Es preciso educar la cabeza y el brazo para que haya
equilibrio en el hombrey resulte de esta educación simultanea el ser útil y estima-
ble que se llama ciudadano o individuo social”. En lugar de aprender sus derechos
políticos y quedar cautivos del “fuego fatuo de las doctrinas mal comprendidas”,
los sectores populares debían consagrarse al trabajo y volver a los talleres, desa-
tendiéndose de ocupaciones y problemas que en realidad no les incumbían.”?
Dadoel fracaso de la Sociedad de la Igualdad (en parte porque su propia at-
ticulación evidenció el clasismo de parte de sus miembros que limitabala ope-
ratividad de su discurso igualitario)? las sociabilidades posteriores tendieron a
especializar. En efecto, fue precisamente en la década de 1850 cuando puede da-
tarse el surgimiento de los primeros partidos políticos,”* y también se perfila más
nítidamente el mutualismo y asociacionismo artesanal y obrero.” Evidentemente,
la experiencia de 1851 es un verdadero hito que bifurcala historia política chilena,
señalando el desgaste de los lenguajes políticos propios de la república temprana,
y evidenciando el surgimiento de nuevos conceptos, ideologías y formas de socia-
bilidad que animarán el debate político posterior.
Portegla general, buena parte de las asociaciones aquí analizadas poseían me-
dios de prensa por medio de los cuales buscaban hacerse oír en público, interpre-
tar el devenir nacional de acuerdo a sus imaginarios y, en la medida de lo posible,
influir en la articulación de las políticas públicas. Esto nos conduce a examinar el
tercer espacio de ejercicio de la ciudadanía que hemos propuesto en estas páginas:
el de la opinión pública.
La crisis de la monarquía hispánica supuso un quiebre en los lenguajes políti-
cos del período absolutista y la emergencia de nuevos marcos conceptuales —sut-
gimiento de nuevas voces, y resemantizaciones de conceptos tradicionales- que
orientaron ideológicamente el inédito proceso de construcción republicana. Den-
tro de este marco, la prensa, en tanto articuladora de la opinión pública, jugará
un papel central en la socialización de estos nuevos imaginarios políticos vincu-
lados al republicanismo y a la novedosa dimensión de la ciudadanía. En términos
72 La Tribuna, Santiago, 18 de octubre de 1850.
73 James A. Wood, The Society of Equality, pp. 224-233.
74 Bernardino Bravo Lira, “Una nueva forma de sociabilidad en Chile a mediadosdel siglo
XIX:los primeros partidos políticos”, en Maurice Agulhon, el. ál., Formas de sociabilidad
en Chile 1840-1940 (Santiago, Fundación Mario Góngora/Vivaria, 1992), pp. 11-34
75 Cf. Sergio Grez, De la “regeneración delpueblo” a la huelga general. Génesisy evolución histórica
del movimiento popular en Chile (1810-1910) (Santiago, RIL, 2007, 2* ed), pp. 389-399, 439-
455; y María Angélica Illanes, “La revolución solidaria. Las sociedades de socorros
mutuosde artesanos y obreros: un proyecto popular democrático. 1840-1910”, en Chile
des-centrado. Formación socio-cultural republicanay transición capitalista (1810-1970) (Santiago,
LOM,2003), pp. 267-366
ARMANDO
2 S Carriles
Merry£ Peoro
Dr Dix
Dixz :
CU DADANTA2 TH3LAS Y DIBATIES
generales, la función de la prensa durante las primeras décadas del siglo XIX
hispanoamericano fue principalmente el de ejercer la pedagogía cívica, pero tam-
bién conformar un novedoso espacio de legitimación del ejercicio del poder: la
“opinión pública”. En ese sentido,la prensa de la época analizada no se concebía
bajo los parámetros noticiosos actuales, es decir, como un medio que reprodujese
información de interés sobre acontecimientos inmediatos que lograsen captar la
atención de amplios y variados sectores de la sociedad, sino como un mecanismo
consciente de diseminación de nuevos conceptosy valores políticos que formasen
intelectualmente al ciudadano.
La república suponía teóricamente que sus ciudadanos debían participar ac-
tivamente dentro de la vida pública. No obstante, esta actuación implicaba estar
interiorizado dentro de los principios políticos válidos, y dentro de este proceso
formativo la prensa tenía un papel clave. Era evidente para los publicistas de la
época que el ciudadano ideal, universal y abstracto aun no existía. Lo que había,
se pensaba, era el “pueblo” supersticioso, inculto, irracional y pasional: el “po-
pulacho”. El “pueblo” en el sentido moderno y abstracto propugnado por los
periódicos, discursos, actas y constituciones de las primeras décadas del siglo XIX
debía construirse por medio de la pedagogía cívica orientada desde la prensa, que
además contaba con subvención estatal.”
La “opinión pública” inicialmente no se concebía, sin embargo, como un es-
pacio de polémica. Por el contrario, primaba una noción unanimista de la opinión
que surgía del temor al disenso y el fraccionalismo. Desde el mismo surgimiento
de la prensa en el país, se debía homogenizar ideológicamente la opinión pública
bajo parámetros republicanos, cuestión clave sí se quería afianzar la revolución.
Camilo Hentíquez, por ejemplo, reparó tempranamente en este problema. Dado
que “la opinión influye sobre el espíritu humano más fuertemente que todas las
demás causas morales”, el sacerdote afirmaba que era preciso que el gobierno
censurase lo que él denominó como la “opinión falsa”, que tenía por base “la
ignorancia y las preocupaciones”, y que “degrada las almas y las hace cobardes,
tímidas, serviles e insensibles”. En este sentido, agregaba que era “del mayor in-
terés, que a las opiniones absurdas y perjudiciales se sustituyan las verdaderas y
ptovechosas, y que se adopten todos los medios posibles para rectificar la opinión
pública”. La opinión se formaría, entonces, de diversos elementos: “los discursos
patrióticos,la lectura de los papeles públicos, las canciones, la representación de
dramas políticos yfilosóficos, deben ocupar el primer lugar”, cuyo fomento debía
ser impulsado desde el gobierno.” Este ideal persistió en el tiempo, llegando a
ser un verdadero lugar común del período. Sin ilustración era imposible ejercer
correctamente los deberes aparejados a la ciudadanía, opinaba José Joaquín de
Mora, el ideólogo de la Constitución de 1828. “El que se cree republicano sin
abrir un libro”, afirmaba, “será cuanto más un demagogo frenético, incapaz de
76 Gonzalo Piwonka, Orígenes de la libertad deprensa en Chile, 1823-1830 (Santiago, DIBAM/
RIL, 2000).
77 Camilo Henríquez, “Del entusiasmo revolucionario”, La Aurora de Chile, Santiago, 10
de septiembre de 1812.
BRIEL CIO
una opinión sólida, y pronto a seguir el primergrito de la anarquía, o el más
ligero
impulso de la ambición ajena”.”
El énfasis en la homogeneidad y uniformidad de la opinión pública, lo que
Elías Palt ha denominado como el “ideal forense”, pronto evidenció su desgas-
te. Esto, debido al inicio del complejo proceso de construcción republicana y la
consiguiente partidización de la política y de la ciudadanía. Esto implicó asimismo
un tránsito hacia otra concepción de la opinión pública, el “modelo estratégico
o proselttista” —comolo llama el mismo Palti—, que ya no comprendía el espacio
de la opinión como un campo neutral, sino como un campo de acción política,
donde los diarios jugarían el tol crucial de generar hechos políticos, interviniendo
efectivamente sobre la escena partidaria.”
Sólo dimensionandoesta función polémica de los periódicos, como dispositi-
vos culturales ideados para influir en las decisiones públicas, se puede comprender
la impresionante cantidad de periódicos publicados en el período aquí estudiado.
Enefecto, si bien introducida tardíamente en el país —sólo en 1812, por lo que
no tendría factor causal en la independencia-% con el devenir del experimento
republicanola prensa contribuyó de forma considerable a conformar una opinión
pública que más allá de los fines informativos y pedagógicos iniciales, también
tuvo un tol fiscalizador y crítico frente al poder, y como plataforma de debate
entre proyectos políticos diferentes. Así, entre 1812 y 1851 fueron publicados ni
más ni menos que 289 periódicos, aunque de disímil duración y periodicidad.”
Significativo, además, resulta para la argumentación aquí propuesta que exista una
tendencia marcada entre el aumento sustancial de la cantidad de periódicos y las
épocas pre-electorales, pot lo común, períodos de alta agitación política.
Eneste sentido, la ciudadanía política, una categoría histórica compleja y siem-
pre en debate en la época, tuvo diversos espacios pata su ejercicio que sobrepa-
saban la coyuntura electoral. Pero en esta misma coyuntura se involucraban estos
otros espacios que hemos descrito en estas páginas. Así, las elecciones implicaban
con frecuencia la creación de asociaciones políticas, la aparición de periódicos
vinculadas a estas y la movilización de un electorado, donde los “ciudadanos en
armas” representaban su porción más atractiva. En definitiva, operaban simul-
78 José Joaquín de Mora, “Bibliografía”, 1 de agosto de 1828, reproducido en Gabriel Cid
(comp.), ElMercurio Chileno (Santiago, DIBAM/Centro de Investigaciones Barros Arana
2009), p. 212.
79 Elías Palti, “Los diarios y el sistema político mexicano en tiempos de la República
Restaurada (1867-1876)”, en Paula Alonso (Comp.), Construcciones impresas. Panfletos,
diariosy revistas en laformación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920 (Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004), p.178.
80 Rebecca Earle, “El papel de la imprenta en las guerras de independencia de
Hispanoamérica”, en Ángel Soto (ed.), Entre tintasyplumas: historias de laprensa chilena del
siglo XIX (Santiago, Universidad de los Andes, 2004), pp. 19-43.
81 Cálculo realizado por el autor en base a una revisión del catálogo electrónico de la
Biblioteca Nacional de Chile: http: //www.bncatalogo.cl
82 Pilar González, “Literatura injuriosa y opinión pública en Santiago de Chile durante la
primera mitad del siglo XIX”, en Estudios Públicos N? 76 (1999), pp. 243-245.
ARMANDO Cartes
ARMANDO Cartes £/ Pero
Peoro Dísz
Díxz - :
CAUDADANÍA: TEMAS Y DEBATES
táneamente diversas pero convergentes formas de influir ciudadanamente en las
decisiones concernientes a la polis.
Bibliografía
Alemparte, Julio, El cabildo en Chile colonial. Orígenes municipales de las repúblicas
hispanoamericanas (Editorial Andrés Bello, Santiago, 1966).
Bravo Lira, Bernardino, “Una nueva forma de sociabilidad en Chile a mediados
del siglo XIX:los primeros partidospolíticos”, en Agulhon, Maurice,ez. ál., Formas
de sociabilidad en Chile 1840-1940 (Fundación Mario Góngora/Vivaria, Santiago,
1992).
Castillo, Vasco, La creación de la Reprblica. La filosofía pública en Chile 1810-1830
(LOM,Santiago, 2009).
Cid, Gabriel (comp.), ElMercurio Chileno (Centro de Investigaciones Diego Ba-
rros Arana/DIBAM,Santiago, 2009).
Collier, Simon, Chile, The Making of a Republic, 1830-1865. Politics and Ideas
(Cambridge University Press, Cambridge, 2003).
Chust, Manuel, y Marchena, Juan (eds.), Las armasde la nación. Independenciay cin-
dadanía en Hispanoamérica (1750-1830) (Iberoamericana/Vervuert, Madrid, 2007).
Daitsman, Andy, “Diálogos entre artesanos. Republicanismos y liberalismos
populares en Chile decimonónico” (Unzversur, n* 13, 1998).
Donoso, Ricardo, Las 2deaspolíticas en Chile (Facultad de Filosofía y Educación
Universidad de Chile, Santiago, 19677).
Earle, Rebecca, “El papel de la imprenta en las guerras de independencia de
Hispanoamérica”, en SOTO, Ángel (ed.), Entre tintasy plumas: historias de la prensa
chilena del siglo XIX (Universidad de los Andes, Santiago, 2004).
Fariña, Carmen(ed.), Epistolario Diego Portales, Tomo 1 (Ediciones Universidad
Diego Portales, Santiago, 2007).
Fernández, Joaquín, “Los orígenes de la Guardia Nacional y la construcción
del ciudadano-soldado (Chile, 1823-1833)” (Mapocho, n* 56, 2004).
Gazmuri, Cristián, El 48”chileno. Igualitarios, reformistas, radicales, masonesy bom-
beros (Editorial Universitaria, Santiago, 1998).
González, Pilar, “Literatura injuriosa y opinión pública en Santiago de Chile
durante la primera mitad del siglo XIX”(Estudios Públicos, 12 76, 1999).
Grez, Sergio, De la “regeneración delpueblo” a la huelga general. Génesisy evolución
histórica del movimiento popular en Chele (1810-1970) (RIL, 2007, Santiago).
Guerra, Francois-Xavier, “Le peuple souverain: fondements et logique d'une
fiction (pays hispaniques au XIX* siéecle)” (Quel avenirpour la démmocratie en Amérique
Latine? , CNRS, París, 1989).
Guerra, Francois-Xavier, “El renacer de la historia política: razones y propues-
tas”, en Gallego, José Andrés (dir.) (New History Nouvelle Histoire. Hacia una nueva
historia, Actas, Madrid, 1993).
Guerra, Francois-Xavier, y Lempériére, Ánnick, ef. ál, Los espacios públicos en
Gibran Ci
Iberoamérica. Ambigiiedadesy problemas. Siglos XVIIL-XIX (Fondo de Cultura Eco-
nómica, México, 1998).
Guerra, Francois-Xavier, “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis
del ciudadano en América Latina”, en Sábato, Hilda (cootd.), Ciudadanía política
Jformación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina (Fondo de Cultura
Económica/El Colegio de México, México, 1999).
Heise, Julio Heise, Años de formacióny aprendizaje políticos 1810-1833 (Editorial
Universitaria, Santiago, 1978).
Henríquez, Camilo, “Del entusiasmo revolucionario” (La Aurora de Chile, San-
tiago, 10 de septiembre de 1812).
Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile. Apuntes sobre su
origen y organización, 1808-1848” (Flistoria, vol. 19, 1984).
Jllanes, María Angélica, “La revolución solidaria. Las sociedades de socotros
mutuos de artesanos y obreros: un proyecto popular democrático. 1840-1910”, en
Chile des-centrado. Formación socio-cultural republicanay transición capitalista (1810-1910),
(LOM,Santiago, 2003).
Kahan, Alan S., Lzberalism in Nineteenth-Century Europe. The Political Culture of
Limited Sujjrage (Palgrave Macmillan, New York, 2003).
Kymlicka, Will, and WAYNE, Norman, “Return of the Citizen: A Survey of
Recent Work on Citizenship Theory” (Ethics, n* 104, 1994).
Koselleck, Reinhart, Futures Past. On the Semantics of Historical Téme (Cohumbia
University Press, New York, 2004).
Lastarria, José Victorino, y Errázuriz, Isidoro, Bases de la reforma (Imprenta del
Progreso, Santiago, 1850).
Letelier, Valentín, Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de la República de Chile 1811 a
1845, Tomo I (Imprenta Cervantes, Santiago, 1887-1908).
López, Juan Felipe “Elecciones y ciudadanía: debates sobre la construcción del
Estado moderno en Chile 1808-1833” (Tess de Licenciatura en Historia, Pontificia
Universidad Católica de Chile, 2005).
Morelli, Federica, “Entre ancien et nouveau tégime. L'histoire politique his-
pano-américaine du XIXe siécle” (Annales Histoire Sciences Sociales, vol. 59, nm? 4,
2004).
Palti, Elías, “Los diarios y el sistema político mexicano en tiempos de la Re-
pública Restaurada (1867-1876)”, en Alonso, Paula (comp.), Construcciones impresas.
Panfletos, diariosy revistas en laformación de los estados nacionales en América Latina, 1820-
1920 (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004).
Piwonka, Gonzalo, Orígenes de la hbertad deprensa en Chile, 1823-1830 (DIBAM/
RIL, Santiago, 2000).
Rosanvallon, Pierre, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en
Francia, (Institato Mora, México, 1999).
Sábato, Hilda, “On Political Citizenship in Nineteenth-Century Latin Ameri-
ca” (American Historical Review, vol. 106, n* 4, 2001).
Soto Mesa, Carla, “La idea de representación política y las elecciones en Chile
1808-1833” (Memoria de D.E.A, Universidad de París 1, 1996).
ARMANDO Caártes £ Pebro Díxz
CIUDADANÍA: TEMAS Y DERATHS
Santa María, Domingo, “Observación a la lei de elecciones”, Memoria pre-
sentada a la Facultad de Leyes i Ciencias Políticas de la Universidad de Chile para
obtener el grado de licenciado por D. Domingo Santa María en 28 de diciembre
de 1846” (Anales de la Universidad de Chile, Santiago, tomoIII, 1846).
Stuven, Ána María, La seducción de un orden. Las elitesy la construcción de Chile en las
Polémicas culturalesypolíticas del siglo XIX (Ediciones Universidad Católica de Chile,
Santiago, 2000).
Stuven, Ana Matía, “Un recorrido republicano:la participación de la mujer en
la política chilena” (Anales del Instituto de Chile, vol. YX, 2010).
Uribe, María Teresa, “El republicanismo patriótico y el ciudadano armado”
(Estudios Políticos, 1? 24, 2004).
Valenzuela, ]. Samuel, Democratización vía reforma: la expansión del sufragio en Chile
(IDES, BuenosAires, 1985).
Valenzuela, ]. Samuel, “Hacia la formación de instituciones democráticas: prác-
ticas electorales en Chile durante el siglo XIX”(Estudios Públicos, 1? 66, 1997).
Wood, James A., “Guardias de la nación: nacionalismo popular, prensa polít.-
ca y la guardia cívica en Santiago, 1828-1846”, en Cid, Gabriel, y San Francisco,
Alejandro (eds.), Nación y nacionalismo en Chile. Siglo XIX (Centro de Estudios
Bicentenario, Santiago, vol. 2, 2009).
Wood, James A., The Society of Equality. Popular Republicanism and Democracy
in Santiago de Chile, 1818-1851 (University of New Mexico Press, Albuquerque,
2011).
Zapiola, José, La Sociedad de la Igualdad i sus enemigos (Imprenta del Progreso,
Santiago, 1851).