La anomia: una enfermedad social.
Por Víctor Reyes Morris.
Profesor Universidad Nacional de Colombia.
La anomia es una enfermedad social. Así puede considerarse el aporte conceptual que
se deriva de este término proveniente de la Sociología. Sin embargo, las homologías en
las ciencias sociales no han tenido mucha suerte porque de alguna manera se han
considerado un recurso primitivo para comenzar a caracterizar una situación, pero en este
caso el recurso de comprensión es útil para entender mejor el uso de tal término, que en
otras disciplinas significa distinto (en Psicología, por ejemplo, un trastorno del habla y en
Biología, un molusco bivalvo). Entonces, propiamente en el contexto de la disciplina
sociológica, en la cual lo usaremos para entender algunas situaciones sociales, se define
la anomia como un estado social en el cual las normas han perdido su fuerza
reguladora, han sufrido una pérdida de legitimidad. Lo que correspondería a un
momento transicional de una sociedad que tiene efectos de inestabilidad, desintegración y
otros igualmente no deseables. El concepto lo trajo a la sociología y al análisis de las
sociedades uno de los padres fundadores de esta disciplina, el francés Emile Durkheim
(1858-1917). Pero ha ido evolucionando y por los menos puede distinguirse tres enfoques
sobre el mismo.
El primero de esos enfoques a que me refiero, implica un momento transicional de una
sociedad. Metafóricamente una época de oscuridad entre un orden social que aún no
muere y otro que aún no nace. Este fue uno de los sentidos de la propuesta de Durkheim
(otro fue el del suicidio anómico como una situación individual de desregulación y
desintegración). El segundo hace referencia a la desviación social y una anomia más
dirigida hacia conductas individuales, una dislocación entre medios y fines sociales como
las llamaba el sociólogo norteamericano Robert Merton (1910-2003), que tomó mucha
fuerza, este enfoque, en el contexto de desarrollo de la sociología norteamericana. Un
tercer enfoque dirigido a considerar la anomia como una expresión de resistencia hacia un
orden establecido como lo han expresado pensadores franceses, como Jean
Divignaud(1921-2007), Michel Maffesoli (1944) entre otros.
Literalmente anomia significa ausencia de normas, este término de origen griego (a-
nomos), tiene a juicio de analistas como el sociólogo norteamericano Marco Orrú (1954-
1995 ), sorprendentemente 25 siglos de uso. Pasó precisamente a la posteridad por obra
de los historiadores, literatos y pensadores griegos. Estos elaboraron el sentido de este
concepto bajo tres posibilidades. El primero, al carácter y comportamiento violento, inicuo
de los individuos. En un segundo, a la impiedad o sea al incumplimiento de los deberes
sagrados o con las divinidades. Y en un tercero a la violación de las costumbres sociales,
es decir lo que es apropiado para la vida social. Los tres significados se refieren a las
reglas de conducta o sea al comportamiento individual, En resumen son tres la
equivalencia o significación de la Anomia: Inequidad, impiedad y lo inapropiado. En
principio, sólo incluía al comportamiento individual, luego se amplió para abarcar a las
normas de un grupo social.
El historiador griego Tucidides (469 - 398 a.C.) quien escribió la “Historia de la guerra del
Peloponeso”, utiliza también el término anomia en sus análisis históricos. Específicamente
en un capítulo de la obra citada, muy conocido por cuanto se utiliza a menudo como
referente, para las controversias entre la razón de la fuerza y la fuerza de la razón. El
cual se conoce también como "Diálogo Melio", en donde se expone la confrontación
entre la amenaza del uso de la fuerza representada por los atenienses y la fuerza de las
razones de los melianos (Isla de Milo), quienes finalmente son atacados y arrasados.
El trabajo investigativo sobre anomia en numerosos casos y especialmente en la
utilización norteamericana del concepto, lo ha vinculado con los de delito y criminalidad.
Así, el entendimiento de la conducta delictual y el comportamiento criminal han estado
relacionados en la literatura sociológica con el concepto de anomia. Diversas escuelas de
pensamiento sociológico en diversos momentos han utilizado el concepto de anomia para
explicar la conducta individual que se aparta de las normas sociales y jurídicas. La
evolución misma de la concepción de la criminalidad ha estado sujeta a ideas acerca de lo
que es anómico en una sociedad dada. Pero más que intentar explicar la conducta
criminal o ilegal individual, la idea de uso del concepto en esta propuesta es recobrar el
sentido quizás implícito de la pregunta inicial que soporta la introducción del término como
análisis social, ¿por qué una sociedad pierde la capacidad de tener referentes comunes
de normatividad para todos sus miembros o parte de ellos, que es a su vez la base de su
propia convivencia y de un proyecto común de nación? Este interrogante genera
consecuencialmente más que una escéptica o pesimista respuesta de un juicio de trágica
totalidad, unos análisis más claroscuros referidos a situaciones específicas en términos
de espacios y tiempos. Por ello como desarrollo o deriva del concepto de anomia hemos
formulado una propuesta de conceptos como espacios anómicos (locus anomico) y
tiempos anómicos para precisamente no caer en las generalizaciones fáciles y
totalizantes.
Traído el concepto de anomia a la sociedad contemporánea y específicamente aplicado
a nuestra realidad colombiana, uno se pregunta si la sociedad colombiana de hoy, sufre
de esta enfermedad de Anomia. La respuesta es si. No hemos logrado un orden social
incluyente y aceptable para todos. Nacimos como una sociedad muy desigual producto de
un orden colonial segregado que no logró superarse con la Independencia y en esa etapa
se reprodujo esa misma sociedad con instituciones igualmente excluyentes. En la
sociedad republicana, de cuño poscolonial, se continúa afirmando, a modo de irónico
gracejo que “la ley era para los de ruana”, o sea para los de abajo de la escala social. Las
normas consideradas como privilegios o usadas para oprimir a otros no ofrecen una
legitimidad integradora. Padecemos de anomia, no soy el primero en decirlo, quizás sin
utilizar este concepto, ya ha habido otros tanteos, como el del profesor Mauricio García
Villegas y el de Antanas Mockus. Un jurista argentino muy connotado ya fallecido, Carlos
Santiago Nino (1943-1993), escribió un libro que fue un best-seller en su país y su título
es muy diciente: Un país al margen de la ley. En donde utiliza propiamente el concepto de
anomia para designar una actitud de sus connacionales argentinos como incumplidores
de la ley y cultores del “atajo”.
La desintegración social implica la existencia de espacios anómicos, entendiendo por
ello lugares de transgresión permanente de las normas que se conforma como un
verdadero contra-Orden social, el cual se organiza con una composición social
específica, en donde las reglas sociales son otras, e inclusive en oposición a las del
conjunto de la sociedad, en donde actores violentos de manera sucesiva han impuesto su
ley, suplantando al Estado. Tales espacios constituyen uno de los mayores retos para
los profundos cambios que requiere la sociedad colombiana. El narcotráfico nos ha hecho
mucho daño, imponiendo o intentando imponer ese contra-orden, para facilitar y proteger
sus actividades ilícitas.
La recurrencia a la violencia en nuestro país, Colombia y seguramente en otros, es
expresión de un conflicto normativo. Ese conflicto normativo se manifiesta en la
inexistencia de reglas sociales de convivencia comúnmente aceptadas, respetadas y
cumplidas por todos. La violencia es la expresión del ‘todo vale’. Algo así: “como a mí no
me cumplen yo arrebato” (justicia por propia mano). También y quizás de fondo es
producto de unas fallas estructurales del proceso de modernización de nuestra sociedad,
que ya aludíamos anteriormente. El conflicto normativo -violento o no- es precisamente la
expresión de una cierta incapacidad del orden social para establecer referentes
normativos legítimos para todos los asociados.
Espacios Anómicos.
Un caso que he estudiado y de muy reciente extensa figuración en los medios de
comunicación de Colombia (2016), es el de la intervención de una zona delincuencial de
la ciudad de Bogotá denominada el Bronx (sin nada que ver con su homónimo
neoyorquino). Este sector está ubicado en la periferia de la zona céntrica de Bogotá,
Localidad de Los Mártires, fue recientemente intervenido por orden del Alcalde Mayor de
Bogotá por las autoridades policiales y a nuestro juicio constituye un verdadero “espacio
anómico”, si entendemos como lo señalábamos antes, un lugar de transgresión
permanente de las normas legales y sociales, que se organiza fácticamente como un
verdadero contra-Orden social con una composición específica. Está conformado en este
caso, por un conjunto de “habitantes de calle” (Homeless) que actúa como una base
social de “protección” o escudo humano del lugar, cuyas funciones además del consumo
de psicoactivos, actúa como una especie de “repelente social”, que exclusiviza el sector
como un lugar de ghetto, casi como una zona franca de venta y consumo de
estupefacientes, incluyendo prostitución como una actividad subsidiaria y otras
actividades ilícitas como la venta de armas y de artículos robados. Se emplea una fuerza
de orden y control del lugar que son mercenarios reclutados y que algunos consideran
desmovilizados de otros grupos armados, como paramilitares o guerrilla, denominados en
la jerga propia de estos lugares de dominio delincuencial, “sayayines” y unas jefaturas de
clanes familiares, quienes administran, dirigen, financian y se lucran de los negocios
ilícitos, especialmente del micro-tráfico. Estos grupos además de la jefatura de una
especie de clan (en donde el parentesco o la total confianza es un alto valor relacional),
funcionan como organización y se denominan “ganchos”, que inclusive adoptan nombres
particulares de identidad y de marca y administración de territorio. El diario El Tiempo de
Bogotá señala la identidad de esos grupos así: ganchos de Homero, Morado, Mosco y
Manguera (ET, 6 de junio de 2016), identificados por el alias del jefe. También se
identifican otras funciones como las llamadas “taquilleras” (expendedoras de drogas).
Estos lugares se constituyen como “zonas francas delincuenciales” por procesos de
deterioro de zonas urbanas (el abandono del Centro Histórico y el desarrollo del
policentrismo, en el caso de Bogotá.), en donde existen predios en estado de abandono,
que se van invadiendo por esa base de habitantes de calle cono zonas de refugio. La
ocupación de este lugar es producto, en parte, de la intervención hace ya algunos años de
un sector parecido y colindante, el sitio denominado “El Cartucho”, cuyo proceso tuvo
características similares al que se adelanta actualmente y que terminó reproduciéndose
en otro lugar, y este es precisamente uno de los riesgos de la actual intervención, que por
ser solo policial se reproduzca en otros lugares, quizás, de una manera más mimética.
Los delincuentes también aprenden y a veces aventajan.
Los códigos de valores de estos lugares son los de la supervivencia, la lucha por la vida y
por la muerte, que incluye a la base social ya mencionada de habitantes de calle, pero a
su vez controlada por cuerpos armados que ejercen el monopolio de la violencia, a
sueldo, basados en una relación de confianza con los jefes o clanes familiares, que se
paga con la vida, su trasgresión. Ha llamado la atención que quienes expenden la droga
son mujeres (llamadas taquilleras) quizás menos visibles en este oficio que los hombres a
quienes se les asigna más bien la función de control y de ejercicio directo de la violencia.
Es frecuente, como conclusión en las evaluaciones críticas de estos procesos, que se
interviene lo físico por parte de las autoridades, en cuanto “limpiar” el lugar con fuerza
pública, pero lo económico y lo social (el negocio ilícito) sigue intacto y con el riesgo de
reproducirse en otro lugar.
Pueden ejemplarizarse varios otros espacios anómicos, algunos tienen
característicamente el signo de ejercicio de la violencia, siendo éstos más críticos desde
luego. Un caso estudiado es la Comuna 13 de la ciudad de Medellín. La escogencia de
este caso de la Comuna 13 de Medellín se da en razón de que constituye precisamente
una situación emblemática (desafortunadamente) de conflicto normativo en Colombia
(locus anómico) y especialmente está cruzado por todas las fases de la “segunda ola de
violencia en Colombia”. A lo largo de la historia del conflicto en la Comuna 13, han
existido factores que se han transformado, pero también factores que permanecen y
pueden llegar a considerarse de carácter estructural en el marco de un contra-Orden
impuesto por distintos actores violentos. Debido a éstos se han configurado ciclos de
violencia repetitivos en los que los nombres de los protagonistas cambian, pero las
prácticas se mantienen. En general, la dinámica puede describirse así: Dominio inicial de
un actor armado que impone un orden (contra-orden), excesos; instalación de un nuevo
actor armado que reemplaza violentamente al anterior o lo reduce, nueva hegemonía
(nuevo contra-orden), excesos de nuevo y la llegada de un nuevo actor.
La historia de la Comuna 13 ocurre como una rueda de la Fortuna, ─la diosa de la
mitología romana─, en donde la rueda cae siempre en el mismo lugar de la dominación
violenta. La condición se repite por efecto de conflictos macros (externos) aún no
resueltos, que solo se larvan para reaparecer con su vuelo de violencia de nuevo. El
Estado no logra ser todavía la garantía de la vida normal (por lo menos la ausencia de
violencia y de la constricción armada) pero principalmente la sociedad como tal, no integra
y sigue excluyendo. El conflicto normativo permanece, en cuanto las condiciones de
cerramiento de acceso a derechos económicos y sociales continúan y siguen siendo, en
permanente paradoja, la “mejor alternativa” la de los grupos violentos, especialmente
para los jóvenes.
Una paradoja: El Estado anòmico
El sociólogo alemán Peter Waldmann (1937) ha desarrollado una tesis novedosa, quizás
por lo paradojal, al unir en un concepto dos términos aparentemente antitéticos: Estado y
Anomia. Esto lo ha logrado utilizando de una manera muy original y dramática el
concepto de anomia. Ha creado el concepto de «Estado anómico». Este autor retoma la
fuente menos individualista y más societaria del concepto original durkheimiano.
Waldmann sostiene que, en el caso de algunos países, el Estado (hace referencia
específica a América Latina) puede llegar a ser anómico (contrario a lo que por definición
es la naturaleza del Estado), que, lejos de garantizar la paz interna y la seguridad pública,
constituye una fuente particular de desorden e inseguridad para los ciudadanos (por
ejemplo, la justicia para los de ruana). Las tesis de Waldmann son muy sugerentes y
constituyen una gran ayuda teórica para comprender las situaciones anómicas
latinoamericanas y colombianas, aquellas que podríamos calificar de más estructurales.
Presentaremos a continuación una síntesis apretada del pensamiento de Peter
Waldmann.
El interés por ámbitos como el derecho formal y las normas sociales en las últimas
décadas ha aumentado debido a tres motivos:
• La ola de democratización que se dio en América Latina durante la década de los
80 no restableció precisamente el Estado de derecho. A pesar de los cambios de
gobierno, sigue existiendo la corrupción y la desigualdad de los ciudadanos ante la ley.
• El Estado ha sido reducido a sus funciones elementales por parte de las reformas
económicas neoliberales, que lo mantienen al margen de las luchas sociales de
distribución.
• Se ha dado un cambio en la manera de pensar de los economistas, quienes han
descubierto la importancia de la protección de los derechos de la propiedad y de
condiciones institucionales estables para alcanzar un crecimiento económico continuo.
Para Waldmann Anomia y Estado: son una contradicción aparente. Veamos por qué.
Partiendo de Durkheim, que entendía por anomia “situaciones y ámbitos sociales que se
caracterizan por la sub-regulación o la falta de reglas” (Waldmann, 2006: 13), y
considerando estas situaciones, más bien, como una excepción en la realidad social, se
amplía aquí el concepto incluyendo circunstancias normativas contradictorias o confusas.
Es así que “una situación social es anómica cuando faltan normas o reglas claras,
consistentes, sancionables y aceptadas hasta cierto punto por la sociedad para dirigir el
comportamiento social y proporcionarle una orientación.” (Waldmann, 2006: 13).
Para poder entender mejor las carencias de normas, su parcialidad, su oscuridad o
inconsistencia o inaplicabilidad o inaceptabilidad es necesario considerar las
características de los sistemas de normas capaces de funcionar. Las normas deben:
• Ser claras y comprensibles (dimensión lingüística)
• Apoyarse en el consenso de una gran parte de los afectados (aceptación moral y
dimensión de orientación social)
• Ser apuntaladas por sanciones para garantizar un control efectivo del
comportamiento (función reguladora)
Entre el cumplimiento de estas normas hay grados diversos de anomia. Lo que se
encuentra, en general, es que hay niveles intermedios, con una combinación de normas
formales e informales situadas en los extremos del orden legal, que cumple e incumple
con los criterios anteriores simultáneamente.
De esta manera, el Estado y lo estatal aparecen como lo contrario a la anomia en tanto
representan el orden y la legalidad. Esto se debe al concepto moderno que se ha dado en
torno al Estado como garante del orden y las leyes, bien sea por medio del legislador o
monarca. Lo importante, es la separación que se ha dado entre la esfera pública y
privada, por cuanto el Estado se preocupa por la primera bajo reglas trasparentes que
vinculan a todos por igual.
La tesis sobre la particular concepción de la anomia que sostiene Waldmann puede
resumirse en cuatro puntos:
• El Estado latinoamericano no ofrece a sus ciudadanos ningún marco para su
comportamiento en el ámbito público, por el contrario, es una fuente de desorden, que
desorienta y confunde a los ciudadanos.
• Lo anterior se debe a que el Estado pretende regular ámbitos sociales y modos de
comportamiento que ocupa ficticiamente y que no está en condiciones de dominar y
controlar efectivamente. Esta debilidad invita a que los grupos sociales ocupen dichos
ámbitos, por lo que los ciudadanos no saben cuáles reglas cumplir, si las universalistas
del Estado o las particularistas de dichos grupos sociales.
• El propio personal estatal es la causa de irritaciones, temores y sensaciones de
inseguridad por parte de los ciudadanos a falta del cumplimiento de las leyes estatales.
En lugar de ser focos de seguridad y fiabilidad, son focos de arbitrariedad y desviación de
la norma. Los funcionarios utilizan sus atribuciones y privilegios con fines privados que se
convierten en amenaza para los ciudadanos.
• Un Estado que no es capaz de garantizar la seguridad y el orden a los ciudadanos
carece de legitimidad por parte de éstos. Falta entonces, siguiendo a Heinrich Popitz, que
cree un marco vinculante entre el comportamiento estatal y social, que produzca una
confianza social básica y seguridad necesaria en el trato social. El estado latinoamericano
les debe precisamente a sus ciudadanos la constitución de ese orden.
Con lo anterior, hay que tener claro algunas observaciones. En primer lugar, “el atributo
anómico no se refiere tanto al abuso de las facultades estatales en sí como a la confusión
general que éste genera…El más anómico, es aquel Estado que no renuncia a sus
pretensiones de ordenar y regular pero que no está en condiciones de realizarlas.”
(Waldmann, 2006: 20).
De otra parte, un Estado capaz de funcionar necesita de ciudadanos que tengan un
“punto de vista interno”, esto es, que voluntariamente respeten las leyes sin la amenaza
de sanciones. Pero más grave que los desviacionistas sociales, son los productores de
anomia, es decir, los administradores y guardianes de la ley.
Las desviaciones de las reglas aquí referidas son las infracciones de las leyes que
cometen los funcionarios con respecto al abuso de la fuerza y la corruptibilidad. Estas
desviaciones se presentan en las jerarquías más altas, lo que indica que el Estado
latinoamericano no ha disciplinado a sus élites, por el contrario, éstas lo instrumentalizan
para sus fines privados.
Una relación que plantea el autor es la que se da entre los conceptos de Anomia y
desarrollo. Durkheim ya señalaba el concepto de anomia desde dos ejes: el de la
integración social y el de la regulación social. Una sociedad puede ser caótica sin perder
la cohesión social. Es así que “anomia es sobre todo un factor de costos sociales.
Obstaculiza el tráfico social, quita eficiencia a los proceso sociales que tienen un fin
determinado, pero no afecta forzosamente la cohesión social.” (Waldmann, 2006: 22).
Algo que puede tener repercusión sobre la cohesión social es la presión por la
desregulación y el menosprecio por las normas. En América Latina este peligro viene de
dos procesos: la difícil tarea de realizar plenamente el Estado de Derecho y la
consolidación de la forma democrática.
A manera de conclusión.
Nuestro país, Colombia, vive un conflicto normativo de distintas expresiones, que pueden
estudiarse y entenderse bajo el rico concepto de anomia, expuesto aquí, entendiendo que
nuestra propuesta teórica puede ser útil para entender sociológicamente no sólo lo
abordado, si no otras tantas situaciones igualmente posibles de comprensión bajo el
concepto de anomia, que ocurren o han ocurrido en nuestro país colombiano.
Pudimos establecer que la anomia no es la simple trasgresión de las normas, ni una
explicación de la criminalidad, como frecuentemente se invoca, implica la doble condición
de la incapacidad del “Orden Social” (ya se exprese jurídicamente) de imponerse y de la
resistencia de quienes, por alguna razón o aun sin ella, se excluyen, son excluidos o se
sienten excluidos de las obligaciones de ese Orden. De alguna manera la anomia
transluce la transitoriedad de las normas, su necesidad de cambio, es el síntoma del
comienzo del fin de un orden.
Observamos también que el concepto de anomia siendo útil para entender situaciones de
conflicto normativo, es más complejo que una comprensión llana o gruesa de estos
procesos. Inclusive existe la tesis de que la sociedad, o algunos procesos dentro de la
misma, requieren de cierto grado de anomia para poder mantener una actividad o el
funcionamiento de algunas instituciones, por ejemplo las económicas, o simplemente
como una válvula de escape a la presión social que impone la modernidad (Dahrendorf).