Familia y
Nueva Evangelización
POR LIVIO MELINA
“La
nueva
evangelización
depende
en
gran
parte
de
la
Iglesia
doméstica
(cf.
Ib.,
65)
(…)
Y
del
mismo
modo
que
están
en
relación
el
eclipse
de
Dios
y
la
crisis
de
la
familia,
así
la
nueva
evangelización
es
inseparable
de
la
familia
cristiana.
De
hecho,
la
familia
es
el
camino
de
la
Iglesia
porque
es
“espacio
humano”
del
encuentro
con
Cristo”.
Con
estas
palabras
pronunciadas
en
la
Asamblea
Plenaria
del
Pontificio
Consejo
para
la
Familia,
el
1
de
diciembre
de
2011,
Benedicto
XVI
señaló
un
fuerte
vínculo
estructural
entre
la
familia
y
la
nueva
evangelización.
De
la
misma
manera
también
el
Beato
Juan
Pablo
II
utilizó
expresiones
de
gran
vigor,
en
la
homilía
que
pronunció,
el
30
de
diciembre
de
1988,
hablando
de
manera
espontánea,
con
ocasión
de
la
Fiesta
de
la
Sagrada
Familia:
“El
aspecto
más
importante
y
fundamental
en
la
misión
de
la
Iglesia
es
la
renovación
espiritual
de
la
familia
(…)
Hay
que
empezar
desde
aquí,
desde
esta
misión.
Santa
Iglesia
de
Dios,
tú
no
puedes
realizar
tu
misión,
no
puedes
cumplir
tu
misión
en
el
mundo,
si
no
es
a
través
de
la
familia
y
su
misión”.
Primacía,
por
tanto,
de
la
familia,
más
aún
condición
indispensable
para
la
nueva
evangelización,
y
no
solo
como
objeto
de
predicación
y
de
atención
pastoral,
sino
sobre
todo
como
sujeto
protagonista
y
recurso
indispensable
para
la
misión
de
la
Iglesia.
Ante
palabras
tan
fuertes,
podemos
tener
la
duda
de
que
se
trate
de
acentos
ocasionales,
exageraciones
homiléticas
fuera
de
la
realidad,
dictadas
por
las
circunstancias;
de
afirmaciones
que
no
se
deben
tomar
literalmente,
sino
que
han
de
colocarse
dentro
de
una
reflexión
teológica
y
pastoral
más
equilibrada.
No
creo
que
esta
enseñanza
concordante
de
los
dos
últimos
pontífices
se
deba
leer
en
clave
reductiva.
Más
bien,
esas
palabras
expresan
una
verdad
profunda
que
une
el
Evangelio
a
la
familia.
Es
tarea
nuestra
desentrañar
lo
que
implica
esta
unión:
¿Por
qué
la
familia
y
la
nueva
evangelización
están
íntimamente
relacionadas?
¿En
qué
consiste
“el
Evangelio
de
la
familia”?
¿Qué
perspectivas
pastorales
nuevas
se
abren
ante
el
reconocimiento
de
este
vínculo
entre
la
Nueva
Evangelización
y
la
familia?
La
familia
en
el
corazón
de
la
nueva
evangelización
Las
razones
por
las
que
la
familia
debe
ser
reconocida
como
el
corazón
de
la
nueva
evangelización
son,
al
mismo
tiempo,
de
naturaleza
antropológica
y
teológica.
Dichas
razones
se
colocan
estratégicamente
al
centro
de
la
confrontación
con
la
cultura
post-‐
moderna,
o
más
bien,
de
la
modernidad
tardía,
en
la
que
estamos
inmersos.
Esta
modernidad
tardía
ha
llegado
a
ser
incapaz
de
reconocer
el
decisivo
valor
social
de
la
familia,
y
con
el
discurso
de
la
pluralidad
de
modelos
de
la
familia,
no
tiene
en
cuenta
la
identidad
específica
del
matrimonio
como
una
sociedad
natural
basada
en
la
unión
estable
y
pública
de
un
hombre
y
una
mujer,
abierta
a
la
transmisión
de
la
vida
y
a
la
educación
de
los
hijos1.
El
camino
histórico
que
ha
conducido
a
la
situación
actual
es
articulado
y
complejo
y,
puede
ser
útil
mencionar,
al
menos,
los
principales
factores
que
han
determinado
su
desarrollo.
En
primer
lugar,
hay
que
destacar
la
progresiva
secularización
del
matrimonio,
que
a
partir
de
Lutero
ya
no
se
considera
como
una
realidad
sagrada,
sino
como
una
institución
puramente
mundana.
De
esta
forma,
dicha
institución
queda
a
merced
de
las
configuraciones
jurídicas
que
se
consideren
más
útiles
para
el
bien
de
la
sociedad
o,
como
es
el
caso
más
reciente,
a
merced
de
las
reivindicaciones
individualistas
de
presuntos
derechos.
Se
debe
aquí
hacer
referencia
a
la
reducción,
propia
del
Romanticismo,
que
exalta
el
amor
poniendo
énfasis
en
la
parte
sentimental
y
lo
dirige
de
tal
modo
que
llega
a
constituirlo
en
un
evento
oscuro
e
incontrolable,
que
escapa
a
la
libertad,
vive
por
un
instante
y
muere
si
es
institucionalizado.
Esto
implica
una
privatización
del
amor,
que
se
entiende
como
una
experiencia
irracional,
puramente
individualista,
incapaz
de
crear
y
mantener
relaciones
sociales
significativas.
Por
último,
hay
que
mencionar
la
revolución
sexual
de
mediados
del
siglo
pasado,
con
la
disociación
del
sexo
en
su
relación
con
el
matrimonio
y
la
procreación.
Dicha
disociación
emancipa
el
sexo
de
las
relaciones
institucionales
y
naturales
que
ofrecen
un
contexto
personalista
de
significado
y
un
valor
social.
En
la
ideología
del
género
(gender),
las
sexualidad
se
convierte
en
algo
independiente
incluso
de
la
diferencia
sexual
entre
el
hombre
y
la
mujer.
En
la
época
de
la
sociedad
líquida,
la
tendencia
predominante
parece
ser
aquella
de
establecer
relaciones
basadas
en
una
total
autonomía
del
individuo
y
en
el
carácter
puramente
contractualístico
de
las
relaciones.
El
conocido
sociólogo
británico
Anthony
Giddens
habla
de
una
transformación
radical
de
la
esfera
íntima
de
la
existencia,
que
es
característica
de
los
afectos
y
la
sexualidad2.
El
principio
democrático
de
los
derechos
individuales
y
la
posibilidad
de
una
sexualidad
sin
procreación
han
permitido
la
aparición
de
la
forma
social
de
la
“relación
pura”.
Se
trata
de
una
forma
de
vivir
la
propia
intimidad
basada
en
la
completa
igualdad
sexual,
sentimental
y
emocional,
que
pretende
ser
un
encuentro
entre
individuos
iguales
y
autónomos,
que
negocian
el
cómo
y
el
cuándo
de
una
relación
que
está
basada,
por
tanto,
en
una
equidad
intencional,
en
un
equilibrio
de
cuentas
entre
lo
que
se
da
y
lo
que
se
recibe:
tal
relación
se
define
como
“pura”,
justo
porque
excluiría
todas
las
formas
precedentemente
dadas
por
la
naturaleza
o
la
cultura.
A
este
resultado
de
secularización,
de
privatización
y
fragmentación
del
amor
y
de
la
sexualidad
corresponde,
por
tanto,
una
antropología
radicalmente
individualista
que,
1
Cf. L. Melina (a cura di), Criterio della natura e futuro della familia, Cantagalli, Siena 2011.
2
Cfr. A. Giddens, La trasformazione dell’intimità. Sessualità, amore ed erotismo nelle società moderne, Il
Mulino, Bologna 2005, 68.
en
nombre
de
la
autonomía
de
la
libertad
del
individuo,
lo
separa
de
las
relaciones
con
los
demás
y
mira
a
la
sociedad
como
el
resultado
de
un
contrato
continuamente
renegociable,
según
las
ventajas
y
desventajas
percibidas
por
cada
socio
(partner).
La familia se inscribe, más bien, dentro de la experiencia humana, como un lugar
decisivo para la génesis de la persona, en cuanto que identifica las relaciones
constitutivas de la identidad misma de cada uno de nosotros. Ser hijo, hermano, esposo o
esposa, padre y madre significa encontrar el sentido de la propia aventura humana
gracias a relaciones que me hablan de origen o de vocación, con un contenido objetivo,
indisponible, que implica una apertura tanto social como trascendente. El hombre es un
“ser familiar” precisamente porque las relaciones que definen su identidad personal no
pertenecen al ámbito del tener, sino a su ser en la forma más íntima.
El don de estas relaciones precede a la libertad y la hace posible: apunta a un “don”
originario de la vida, que más allá de los propios padres y los antepasados, señala al
Padre que está en los cielos. Como afirmaba, en una formulación sugestiva, San Juan
Pablo II en la Carta a las Familias de 1994, “en
la
biología
de
la
generación
está
inscrita
la
genealogía
de
la
persona
(…
justamente)
en
la
paternidad
y
maternidad
humanas
Dios
mismo
está
presente
de
un
modo
diverso
de
cómo
lo
está
en
cualquier
otra
generación
“sobre
la
tierra”.
(n.9).
Pero
se
trata
también
de
un
don
que
responsabiliza
la
libertad,
dirigida
a
una
vocación
al
amor,
para
que
madure
aquella
comunión
de
personas
según
las
modalidades
específicas
y
diversificadas
de
la
fraternidad,
la
esponsalidad,
la
paternidad
y
maternidad,
la
amistad
o
la
cooperación.
Todo
esto
está
testimoniado
en
el
cuerpo
del
hombre
y
de
la
mujer
que,
lejos
de
ser
un
simple
instrumento
que
se
posee
y
se
disfruta,
es
un
signo
visible
de
la
persona,
“sacramento
y
signo
anticipador”3,
que
lleva
impreso
en
sí
mismo
la
memoria
del
don
originario
de
la
filiación
y
la
orientación
fundamental
de
la
vocación
al
amor.
Las
catequesis
de
Juan
Pablo
II
sobre
el
amor
humano
en
el
plan
divino
ofrecen,
en
este
sentido,
una
gran
cantidad
de
material
para
la
elaboración
de
una
“teología
del
cuerpo”,
que
sea
justamente
el
fundamento
del
nexo
teológico
entre
familia
y
nueva
evangelización.
En
efecto,
la
experiencia
originaria
del
cuerpo
es
la
de
una
red
de
relaciones
que
ofrece
a
cada
persona
su
propia
historia
y
su
identidad
única4.
El
cuerpo,
de
hecho,
por
su
dinamismo
intrínseco
va
siempre
más
allá
de
sí
mismo,
de
modo
que,
gracias
al
cuerpo,
el
hombre
puede
compartir
su
vida
con
otras
personas
y
construir
una
comunión
en
el
amor
con
los
demás
seres
humanos
y
con
Dios5.
Se
comprende
entonces
por
qué
la
familia
es
el
espacio
para
un
encuentro
—mediante
las
relaciones
primarias
que
el
cuerpo
testimonia
y
hace
posibles—
con
los
demás
y
con
Dios.
La
3
Giovannii Paolo II, “Uomo e donna lo creó”. Catechesi sull’amore umano, Città Nuova Editrice – Librería
Editrice Vaticana, cat. XIX, 90-92, Roma 1985.
4
Cfr. D. Crawford, “Recognizing the Roots of Society in the Family, Foundation of Justice”, in Anthropotes
XXIII/2 (2207) 455-482.
5
Cfr. J. Granados García, La carne si fa amore, Il corpo, cardien della storia della salvezza, Cantagalli, Siena
2010, 46-57.
venida
de
Cristo
en
un
cuerpo
humano
y
en
una
familia
humana
conlleva
una
transformación
de
las
relaciones,
no
en
el
sentido
de
su
negación
gnóstica,
sino
en
el
de
un
perfeccionamiento
del
dinamismo
originario
del
cuerpo
en
el
horizonte
de
una
vocación
al
amor.
La
familia
se
coloca,
por
tanto,
en
un
centro
estratégico
dentro
del
plan
divino
de
la
redención.
Ella
señala
el
primer
lugar
de
encuentro
y
transformación
del
mundo
por
parte
de
la
gracia.
Así
lo
entiende
el
Concilio
Vaticano
II,
del
cual
celebramos
el
cincuenta
aniversario,
que
en
la
constitución
pastoral
Gaudium
et
Spes
sobre
la
Iglesia
en
el
mundo
contemporáneo,
pone
justamente
el
matrimonio
y
la
familia
como
el
primer
momento
de
interacción
entre
la
Iglesia
y
el
mundo.
Se
trata
del
lugar
originario
en
el
que
se
constituye
la
cultura
humana
y
por
tanto
dimensión
decisiva
para
la
evangelización
de
la
existencia
concreta
de
los
hombres
en
cada
época
de
la
historia.
El
Evangelio
de
la
familia
La
expresión
“Evangelio
de
la
familia”,
inspirada
en
las
enseñanzas
de
San
Juan
Pablo
II,
pretende
hacer
referencia
a
dos
dimensiones
complementarias
y
convergentes,
que
deberán
estar
debidamente
colocadas
en
el
horizonte
de
la
nueva
evangelización.
La
primera
dimensión
abarca
todo
lo
que
el
Evangelio
dice
sobre
el
matrimonio
y
la
familia,
para
señalar
su
identidad
y
su
papel
en
el
plan
divino
de
la
salvación:
es
la
dimensión
objetiva,
a
la
cual
ya
nos
hemos
referido.
La
segunda
dimensión
se
refiere
a
la
buena
noticia
de
la
cual
cada
familia
cristiana
es
en
sí
misma
portadora,
en
cuanto
testimonio
del
amor:
es
la
dimensión
subjetiva
y
profética
de
la
misión
que
la
familia
realiza
con
su
propio
ser,
antes
que
con
sus
gestos
o
actividades
apostólicas6.
En
cuanto
al
primer
aspecto,
no
se
puede
evitar
el
confrontarse
con
una
serie
de
afirmaciones
de
Jesús,
quien
parece
pronunciarse
en
contra
de
la
familia,
junto
con
algunos
textos
de
las
cartas
paulinas,
en
un
contexto
de
urgentes
decisiones
determinadas
por
la
irrupción
inminente
del
Reino
de
Dios7.
¿No
ha
colocado
Jesús
el
odio
al
propio
padre,
la
propia
madre
y
los
propios
hijos,
hermanos
y
hermanas,
como
requisito
previo
para
aquellos
que
desean
seguirle
(cf.
Lc
14,
26)?
¿No
ha
dicho
que
Él
no
ha
venido
a
traer
la
paz,
sino
la
guerra,
y
justamente
dentro
de
la
familia,
y
advirtió
que
“los
primeros
enemigos
del
hombre
serán
los
de
su
casa”
(Mt
10,
34)?
Su
afirmación
acerca
de
los
eunucos
por
causa
del
Reino
de
los
cielos
(Mt
19,
10-‐12),
¿no
implica
que
los
que
entienden
la
urgencia
de
los
tiempos
saben
que
no
conviene
al
6
Al respecto: Conferenza Episcopale Italiana, Direttorio di Pastorale Familiare per la Chiesa in Italia.
Annunciare, celebrare, serviré il “Vangelo della familia” Roma 1992, n.8.
7
Estos
textos
han
sido
recogidos
y
comentados
por
A.
Tosato,
“L’istituto
famigliare
dell’antico
Israele
e
della
Chiesa
primitiva”,
in
Anthropotes
XIII/1
(1997),
109-‐174,
aquí:
144-‐154.
Es
particularmente
esclarecedor
el
debate
entre
el
erudito
judío
J.
Neusner.
A
Rabbi
Talks
With
Jesus,
McGill,
Montreal
2000,
56ss
y
J.
Ratzinger
–
Benedicto
XVI,
en el libro Jesús de Nazaret (Planeta, Madrid 2007).
hombre
casarse?
¿Cómo
han
de
interpretarse
estas
y
otras
palabras
de
Jesús
y
también
del
apóstol
Pablo
respecto
del
matrimonio
y
la
familia?
Sin
duda,
hay
que
reconocer
que
el
acontecimiento
escatológico
de
la
predicación
del
Reino
de
Dios
que
Jesús
hizo
cambia
radicalmente
el
horizonte
de
la
historia,
en
el
cual
incluso
el
orden
social
de
la
familia
encontraba
un
lugar
dentro
de
la
Alianza
antigua.
Jesús
predicando
el
Reino
relativizó
la
importancia
de
las
relaciones
familiares8.
Él
mismo
inauguró
una
forma
virginal
de
vida
y
una
familia
nueva,
la
de
los
discípulos,
que
surge
del
seguirle
a
Él
para
hacer
la
voluntad
del
Padre
(cfr.
12,
49-‐
50).
Por
supuesto,
hay
que
señalar
que
la
familia
puede
presentarse
como
un
obstáculo
para
entrar
en
el
Reino
de
Dios
y
que
la
renuncia
al
matrimonio
tiene
un
valor
de
profecía,
en
cuanto
que
relativiza
esta
institución
al
ámbito
de
la
vida
presente9.
Las
familias
humanas
no
corresponden,
en
muchos
aspectos,
al
ideal
originario
del
plan
de
Dios,
cuando
se
cierran
en
sí
mismas
y
se
convierten
en
un
obstáculo
para
el
Reino.
La
familia
no
es
en
sí
misma
una
realidad
salvífica:
es
una
realidad
humana
compleja
y
dramática,
marcada
por
la
fragilidad,
las
tensiones
y
contradicciones,
que
necesita
ser
salvada.
Sin
embargo,
la
familia
no
es
negada
ni
suprimida
por
Jesús:
invita,
más
bien,
a
convertirse
con
el
fin
de
poder
realizar
el
proyecto
de
la
creación
e
injertarse
en
la
dinámica
de
la
redención.
Podemos
decir
que
Jesús
no
tiene
como
objetivo
la
abolición
de
la
familia
y
del
orden
social
de
Israel,
pero
apunta
a
su
transformación
profunda
que
corresponde,
por
lo
demás,
al
más
íntimo
dinamismo
de
la
realidad
humana
de
la
comunión
del
hombre
y
de
la
mujer
y
de
la
realidad
familiar
a
que
ella
da
lugar.
“Effatà,
¡ábrele¡”,
dice
también
Jesús
a
las
familias
humanas.
Abríos
a
la
dinámica
íntima
del
amor
como
don
de
sí,
que
crea
la
comunión
entre
los
hombres
y
abríos
al
anuncio
del
Reino
que
viene,
en
el
cual
se
cumple
la
verdad
del
amor
humano.
Por
lo
tanto,
podemos
decir
que
la
familia
se
encuentra
teológicamente
en
el
centro
de
la
vocación
de
la
persona
y
de
aquella
tensión
dinámica
entre
la
naturaleza
humana
y
el
universo
entero;
entre
la
creación
y
la
salvación
escatológica.
Jesús,
de
hecho,
revela
la
verdad
del
“principio”
sobre
el
amor
humano
en
el
plan
divino
de
la
creación
cuando
dice
a
los
fariseos
“¿No
habéis
leído
que
el
Creador,
desde
el
principio,
los
hizo
varón
y
mujer;
y
que
dijo:
“Por
eso,
el
hombre
dejará
a
su
padre
y
a
su
madre
para
unirse
a
su
mujer,
y
los
dos
no
serán
sino
una
sola
carne?”
(Mt
19,
4),
pero
Él
revela
también
el
destino
final
cuando,
en
la
controversia
con
los
saduceos,
afirma
que
“en
la
resurrección
ni
los
hombres
ni
las
mujeres
se
casarán,
sino
que
todos
serán
como
ángeles
de
Dios
en
el
cielo”
(Mt
22,
30).
El
amor
se
realizará
en
forma
plena
como
don
de
sí
en
los
cuerpos
resucitados,
transfigurados
y
llenos
del
Espíritu
Santo,
aun
cuando
la
forma
conyugal
se
verá
superada
en
una
plenitud
misteriosamente
anticipada,
ya
desde
ahora,
en
la
virginidad
por
el
Reino
de
los
cielos.
8
Cfr. N. Provencher, “Vers une théologie de la famille: l’Église domestique”, in Église et théologie 12 (1981)
9-34.
9
A este respecto véase: B. Ognibeni, Il matrimonio alla luce del Nuovo Testamento, Lateran University Press,
Roma 2007, 81-91.
El
Evangelio
frente
a
nosotros:
perspectivas
pastorales
Se
ha
difundido
el
término
equívoco
de
“familia
tradicional”,
para
oponerlo
a
los
así
llamados
nuevos
“modelos
de
familia”10,
oscureciendo
la
imagen
de
la
familia
en
su
configuración
natural
de
unión
estable
de
un
hombre
y
una
mujer,
fundada
en
el
matrimonio
y
abierta
a
la
generación
y
educación
de
los
hijos.
Se
entiende
que
esta
familia,
que
la
Iglesia
defendería
en
contra
del
progreso
de
las
costumbres
sociales,
sería
un
asunto
del
pasado
que
queda
detrás
de
nosotros.
En
este
sentido,
el
término
“familia
tradicional”
es
algo
completamente
equívoco
y
debería
ser
abandonado.
Sobre
todo
si
se
introduce
en
el
horizonte
del
proyecto
de
la
nueva
evangelización,
que
no
debe
ser
simplemente
una
“re-‐evangelización”;
en
otras
palabras,
no
debe
ser
una
repetición
del
anuncio,
sino
verdaderamente
una
evangelización
“nueva”11.
¿Cómo
puede
ser
“nueva”
una
evangelización
que
tiene
como
contenido,
incluso
privilegiado,
la
simple
reproposición
de
la
familia
tradicional?
¿Qué
esperanza
de
éxito
puede
tener
un
semejante
anuncio
en
términos
de
audiencias
por
parte
del
hombre
contemporáneo?
Sabemos
bien
que
el
hombre
moderno
escucha
con
dificultad
lo
que
cree
saber
ya
desde
hace
tiempo.
Nace
entonces,
dentro
de
la
misma
Iglesia,
la
fuerte
tentación
de
adaptar
el
mensaje
cristiano
a
la
mentalidad
y
a
las
nuevas
costumbres
del
mundo,
de
acuerdo
a
una
equívoca
interpretación
del
“aggiornamento”
(puesta
al
día)
conciliar.
O
bien,
aflora
la
tentación
contraria
de
poner
un
silenciador
respecto
a
estos
temas
polémicos
que
se
refieren
a
la
moral,
y
limitarse
más
bien
a
un
kerigma
de
la
fe
que,
al
no
entrar
en
la
vida
real
de
las
personas
y
al
no
exigir
ninguna
conversión,
se
presenta
inevitablemente
abstracta
en
su
espiritualismo.
Sin
embargo,
el
hombre
moderno
o
tardo-‐moderno
que
somos,
¿conoce
de
verdad
a
la
familia
del
Evangelio,
o
bien,
debe
todavía
recibir
ese
anuncio
como
si
fuera
la
primera
vez,
dado
que
dicho
concepto
no
se
identifica
con
lo
que
él
cree
ya
saber
y
haber
experimentado?
En
realidad,
lo
que
se
entiende
por
familia
“tradicional”
es
más
bien
la
familia
burguesa
de
la
modernidad12,
que
solo
en
algunos
aspectos
formales
externos
ha
custodiado
el
ideal
cristiano.
Nuestro
mundo
ha
aceptado
la
privatización
del
amor
y
su
exclusión
de
la
sociedad,
convirtiéndose
en
ocasión
de
múltiples
hipo-‐
cresías
y
deformaciones.
Nos
ha
permitido
pensar
el
trabajo
como
“espacio
no-‐
familiar”
y
la
familia
como
“espacio
del
no-‐trabajo”13.
Además,
no
se
ha
valorado
el
singular
papel
de
la
mujer
y
su
vocación
en
el
hogar
y
en
la
sociedad;
ha
descuidado
e
irresponsabilizado
la
figura
paterna,
exaltando
solo
el
trabajo
que
realiza
fuera
de
la
familia
y
que
se
contrapone
a
la
misma.
La
familia
burguesa
moderna,
aunque
respeta
algunos
aspectos
de
la
gramática
del
misterio
nupcial,
no
ha
sido
capaz
de
vivir
de
forma
dinámica
la
sintaxis,
haciendo
de
la
diferencia
sexual
una
desigualdad;
de
la
unidad
conyugal,
un
respeto
condicionado;
de
la
procreación,
una
potencialidad
que
10
Para un análisis y juicio crítico: J.J. Pérez-Soba, Il misterio della famiglia, Cantagalli, Siena 2010, 60-64.
11
Cfr. Mons. Rino Fisichella insiste sobre este aspecto decisivo: R. Fisichella, La nuova evangelizzazione.
Una sfida per uscire dall’indifferenza, Mondatori, Milano 2011, 22-25.
12
Véase: D. Dagenois, La fin de la famille moderne, Presses de l’Université Laval, Québec 2001.
13
Cfr. S. e V. Zamagni, Famiglia e lavoro. Opposizione o armonía?, San Paolo, Cinisello Balsamo (Mi)
2012.
debe
ser
controlada
y
observada
con
sospecha.
Tal
vez,
se
parecía
más
a
la
naturaleza
pero,
sin
duda,
era
más
lejana
del
ideal
escatológico
y
ciertamente
llevaba
en
sí
un
germen
de
disolución.
Parafraseando
a
Romano
Guardini,
podemos
decir
que
la
hipocresía
de
lo
moderno
ha
estallado
y
con
ella
también
su
consiguiente
forma
de
familia14.
Ya
el
Papa
Juan
Pablo
II,
en
la
Exhortación
Apostólica
post-‐sinodal
Familiaris
consortio,
evitando
los
tonos
nostálgicos
y
unilateralmente
negativos,
había
hablado
de
luces
y
sombras
en
la
situación
actual
de
la
familia,
invitando
a
un
discernimiento
crítico
a
la
luz
del
Evangelio.
En
este
sentido,
deberían
analizarse
con
mucho
cuidado
los
“signos
de
los
tiempos”,
para
encontrar
incluso
en
este
punto,
lo
que
se
ha
llamado
“la
extraordinaria
coincidencia
entre
el
anuncio
cristiano
y
el
anhelo
profundo
del
hombre
de
hoy”15.
Podemos
aquí
mencionar
dos
elementos
de
gran
relieve,
que
nos
invitan
a
considerar
las
oportunidades
positivas
de
la
circunstancia
cultural
de
hoy,
leyéndola
como
un
tiempo
favorable,
un
“kairós”
para
el
anuncio
del
Evangelio
de
la
familia.
En
primer
lugar,
hay
que
destacar
la
nueva
atención
pública
y
política
a
los
temas
de
la
familia,
como
resultado
de
la
crisis
económica
y
cultural
que
atraviesa
no
solo
el
Occidente.
Hoy
en
día,
en
casi
todos
los
países,
los
gobiernos
contemplan
la
existencia
de
un
ministerio
o
departamento
dedicado
a
la
familia
o,
por
lo
menos,
dedican
una
atención
nueva
a
las
denominadas
“políticas
familiares”,
mientras
surge
la
conciencia
de
que
la
familia
genera
aquellos
bienes
relacionales
y
aquel
capital
social
del
cual
la
entera
comunidad
no
puede
prescindir
para
vivir16.
Por
supuesto,
esta
nueva
atención
política
y
jurídica
hacia
la
familia
no
está
exenta
de
ambigüedades
y
peligros.
Dicha
atención
si
está
ideológicamente
inspirada,
es
capaz
de
destruir
la
identidad
de
la
familia
y
ser
contraproducente.
Pero,
antes
que
nada,
podemos
valorar
tal
atención
como
un
ámbito
de
diálogo
que
se
abre
y
en
el
cual
se
puede
participar,
con
valor,
para
presentar
la
visión
cristiana
y
confrontarse
con
otras
concepciones.
Además,
debemos
señalar
una
nueva
atención
a
la
afectividad
y
a
las
dificultades
asociadas
con
el
contexto
actual
para
formar
a
las
personas
al
amor.
Se
habla
de
un
generalizado
“analfabetismo
afectivo”
entre
los
jóvenes,
que
se
han
vuelto
incapaces
de
leer
sus
propias
emociones
y
sus
sentimientos,
y
por
tanto,
incapaces
para
escribir
con
ellos
una
historia
coherente
y
sensata17.
La
necesidad
de
una
educación
integral
basada
en
la
vocación
al
amor18
se
percibe
como
algo
urgente
y
se
experimenta
la
necesidad
de
indicar
testigos
y
lugares
para
esta
empresa
“arriesgada”
e
imprescindible
del
educar.
14
Cfr. R. Guardini, La fine dell’epoca moderna. Il potere, Morcelliana, Brescia 1984.
15
A. Scola, Una nuova laicità. Temi per una società plurale, Marsilio, Venezia 2007, 77-78.
16
Cfr. P. Donati (a cura di). Famiglia risorsa della società, Il Mulino, Bologna 2012.
17
Al respecto: L. Melina, Liebe auf katholisch. Ein Handbuch für heute, Sankt Ulrich Verlag. Augsburg
2009, 17-37: “Der Analphabetismus der Gefühle und die Kultur der Liebe”.
18
Véase: Comitato per il progetto culturale della Conferenza Episcopale Italiana (a cura di). La sfida
educativa, con prefazione di Camillo Ruini, Laterza, Bari 2009; F. Pesci, Rischio educativo e ricerca di senso,
Aracn, Roma 2007.
Me
gustaría
mencionar
además
dos
perspectivas
de
carácter
pastoral,
que
deberían
connotar
las
modalidades
de
la
nueva
evangelización.
La
primera
se
relaciona
con
el
tema
del
testimonio,
algo
tan
urgente
y
adecuado
a
un
tiempo
como
el
nuestro,
que
ha
perdido
la
inocencia
de
una
apertura
espontánea
a
lo
trascendente.
Charles
Taylor
define
la
forma
radical
de
la
secularización,
anterior
a
nuestra
tardomodernidad,
como
un
“humanismo
auto-‐suficiente”
que
no
permite
los
fines
últimos
que
trasciendan
la
prosperidad
humana19.
En esta época desencantada, donde el argumento de la tradición ya no tiene credibilidad,
la conveniencia del Evangelio a la vida de los hombres solo puede ser testimoniada. Hace
falta, sin embargo, liberar esta categoría de la pesada hipoteca moralista, que la reduce a
una coherencia auto-referencial del sujeto respecto a los valores afirmados teóricamente
por él. El testimonio, por su parte, nos remite
a
Otro
más
grande
que
el
testigo
mismo,
y
de
esta
manera
“brilla
en
toda
su
integridad,
como
un
método
de
conocimiento
práctico
y
de
comunicación
de
la
verdad,
y
como
un
valor
primario
respecto
a
cualquier
otra
forma
de
conocimiento
y
comunicación”20.
Esto
implica
una
relación
de
persona
a
persona.
Como
en
los
inicios
del
cristianismo,
se
trata
de
afirmar
el
primado
del
evento
sobre
los
argumentos
persuasivos
y
sobre
la
tradición.
Y
por
tanto,
la
modalidad
específica
del
encuentro,
como
modalidad
de
comunicación
de
aquel
evento.
Cristo
es
un
acontecimiento
de
gracia
que
acaece
en
la
vida
de
las
familias
y
permite
encontrar
la
verdad
acerca
de
sí
mismos
y
de
las
relaciones
que
nos
constituyen,
asumiendo
lo
humano
y
renovándolo.
Es
una
novedad
que
acontece
y
transforma
la
realidad,
a
partir
de
los
lazos
familiares,
una
novedad
que
puede
ser
reconocida
como
verdadera,
justamente
porque
corresponde
a
los
anhelos
más
profundos
inscritos
en
el
corazón
de
todos
y
cada
uno.
Dentro
de
este
horizonte
de
grandeza
se
coloca
también
la
propuesta
de
una
“regla”
para
la
vida
de
la
familia,
que
ya
San
Juan
Pablo
II
había
formulado,
como
respuesta
a
las
exigencias
del
grupo
de
familias
que
él
seguía
en
su
trabajo
pastoral
en
Cracovia21.
La
sabiduría
y
la
pastoral
concreta
de
Karol
Wojtyla
le
sugirieron
la
necesidad
de
ofrecer
a
las
familias
una
específica
regla
de
vida,
una
especie
de
vademécum
para
el
camino
hacia
la
verdad
del
amor,
esto
es,
hacia
su
santidad
conyugal.
Sin
regla
no
hay
amor.
Y
sin
embargo,
si
se
mira
bien
a
los
contenidos
de
la
regla
propuesta
por
él,
se
notará
que
estos
están
completamente
redimensionados
y
subordinados
a
dos
grandes
convicciones:
no
hay
regla
sin
espiritualidad
y
no
hay
espiritualidad
sin
una
morada
de
relaciones
de
comunión
entre
las
personas.
19
Cfr. Ch. Taylor, L’età secolare, Feltrinelli, Milano 2009, 33.
20
A. Scola, Buone ragioni per la vita comune. Religione, política, economía, Mondadori, Milano 2010, 90-1.
21
La historia, el texto y el contexto de esta “regla” se pueden encontrar en los siguientes dos volúmenes: L e
S. Grygiel – P. Kwiatkowski (a cura di), Bellezza e spiritualità dell’amore coniugale. Con un inédito di Karol
Wojtyla, Cantagalli, Siena 2009 e S. Grygiel- P. Kwiatkowski (a cura di), L’amore e la sua regola. Karol Wo-
jtyla e l’esperienza dell “Ambiente” di Cracovia, Cantagalli, Siena 2009.
Esto
nos
lleva
a
reflexionar
sobre
el
lugar
de
las
reglas
o
normas
dentro
del
anuncio
de
la
verdad
cristiana.
Nos
puede
ayudar
la
meditación
teológica
de
Santo
Tomás
de
Aquino
sobre
el
Evangelio
como
Ley
nueva22.
Él
se
pregunta
en
qué
cosa
consiste
la
novedad
de
la
ley
de
Cristo
respecto
a
las
leyes
del
Antiguo
Testamento.
Su
respuesta
articulada
señala
al
elemento
específico
y
característico
de
la
gracia
del
Espíritu
Santo,
que
se
da
mediante
la
fe
en
Jesucristo,
pero
también
hace
espacio
a
los
elementos
secundarios
de
las
reglas
escritas,
ya
que
el
homo
viator
no
goza
aún
de
la
plenitud
del
don
del
Espíritu
Santo.
Sin
embargo,
estas
reglas
son
secundarias
y
se
refieren
siempre
al
elemento
principal
de
la
gracia,
y
además,
deben
ser
pocas
y
esenciales,
“ne
nimis
onerosa
reddagtur
conversatio
christianorum”,
para
que
la
vida
en
común
de
los
cristianos
no
se
haga
demasiado
pesada.
Los tiempos que vivimos, que San Juan Pablo II, en su testamento de 1980, define
como “indescriptiblemente difíciles e inquietantes”, deben ser descritos según la imagen
paulina del alumbramiento (cfr. Rm 8, 18-30) más que como época de crisis: un tiempo
de sufrimiento, como el del parto, para poder dar a luz a un mundo nuevo. Un tiempo en
el cual decir con Jesús a las familias, a los hombres y a las mujeres, “¡Ábrete!”, invitando
a la conversión, a un ideal de familia que está siempre delante de nosotros, como una
meta aún por explorar y que se debe realizar. Solo el horizonte completo de una
grandeza fascina y atrae al hombre. Centrarse en los detalles de una respuesta ética o
jurídica provoca el fastidio de una presentación “moralista” o “legalista” de la propuesta
cristiana. Hablando a los obispos de Suiza, Benedicto XVI citó, respecto a esto, una
palabra de San Ignacio de Antioquía: “El cristianismo no es obra de persuasión, sino de
grandeza”23. Les decía a ellos: no somos moralistas pasados de moda, sino que tenemos
una grandeza que anunciar, una grandeza que es novedad y está siempre delante de
nosotros.
22
Cfr. San Tommaso d’Aquino, Summa theologiae, I-II, 106-108.
23
Sant’Ignazio di Antiochia, Lettera ai Romani III, 3, citato da Benedetto XVI, Discorso a conclusione
dell’incontro con i Vescovi della Svizzera, 9 novembre 2006.