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Los Tres Tiempos Del Edipo

En 3 oraciones: 1) El documento resume los tres tiempos del Edipo lacaniano, donde en el primer tiempo el niño desea ser el objeto de deseo de la madre y se identifica con el falo, en el segundo tiempo el padre interviene privando al niño de ser el objeto de la madre y al tercer tiempo el falo y la ley quedan instaurados más allá de cualquier personaje.

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Los Tres Tiempos Del Edipo

En 3 oraciones: 1) El documento resume los tres tiempos del Edipo lacaniano, donde en el primer tiempo el niño desea ser el objeto de deseo de la madre y se identifica con el falo, en el segundo tiempo el padre interviene privando al niño de ser el objeto de la madre y al tercer tiempo el falo y la ley quedan instaurados más allá de cualquier personaje.

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320. Los tres tiempos del Edipo lacaniano.

Por Hernando Bernal


El Edipo lacaniano se divide en tres tiempos; son tiempos lógicos, no cronológicos, que
nos ayudan a pensar la clínica y la constitución del sujeto. En el primer tiempo del
Edipo, el niño desea ser el objeto de deseo de la madre. ¿Qué desea la madre? La
respuesta es: el falo. Ella siente su incompletud, su falta, su castración en la medida en
que le falta el falo. Esto es lo que hace que la mujer que desea ser madre busque un hijo
que la haría sentirse completa; ella simboliza el falo en el hijo inconscientemente, es
decir, produce la ecuación niño = falo. El niño, a su vez, se identifica con aquello que la
madre desea, se identifica al falo; él es el falo para la madre y la madre pasa a ser una
madre fálica, completa, a la que no le falta nada. En este primer tiempo del Edipo está
en juego lo que Lacan denomina la tríada imaginaria: el niño, la madre y el falo; el falo
cumple aquí con su función imaginaria: crearle la ilusión al sujeto de que está completo.
La madre se siente plena, realizada, completa con su posesión (Bleichmar, 1980).

En el segundo tiempo del Edipo, interviene el padre, pero más que el padre, interviene
la función paterna. El padre, o la persona que cumpla con su función, interviene
privando al niño del objeto de su deseo -la madre-, y privando a la madre del objeto
fálico -el niño-. El niño, entonces, gracias a la intervención del padre, deja de ser el falo
para la madre, y la madre deja de ser fálica. Ésto último es lo más importante de este
segundo tiempo: que la madre deje de sentirse completa con su posesión, que se
muestre en falta, deseando, más allá de su hijo, a su esposo, o alguna otra cosa, es decir,
que ella se muestre en falta, castrada, deseante. Si esto no sucede, el niño el niño queda
ubicado como dependiente del deseo de la madre, y la madre se conserva como madre
fálica (Bleichmar, 1980). Si esto sucede, el niño puede llegar a ser un perverso, ya que,
como lo indica Lacan, todo el problema de las perversiones de un sujeto consiste en
concebir cómo un niño se identifica con el objeto de deseo de la madre, es decir, el falo.
Cuando el niño “es” el falo de la madre y la madre permanece siendo fálica, esto nos va a
dar la perversión.

La pérdida de la identificación del niño con el valor fálico es lo que se denomina


castración simbólica; él deja de ser el falo y la madre deja de ser fálica, ella también está
castrada; es decir que la función paterna consiste en separar a la madre del niño y
viceversa. Es por esto que se dice que el padre, en este segundo tiempo, aparece como
padre interdictor, como padre prohibidor, en la medida en que le prohíbe al niño
acostarse con su madre, y le prohíbe a la madre reincorporar su producto (Bleichmar,
1980). Él entonces tiene como función transmitir una ley que regule los intercambios
entre el niño y su madre; esa ley no es otra que la ley de prohibición del incesto, ley que
funda la cultura y regula los intercambios sociales.
En el tercer tiempo del Edipo, producida la castración simbólica e instaurada la ley de
prohibición del incesto, el niño deja de ser el falo, la madre no es fálica y el padre…
¡tampoco!, es decir, el padre no “es” la ley -lo cual lo hace parecer completo, fálico-, sino
que la representa -padre simbólico-. En este tercer tiempo del Edipo se necesita de un
padre que represente a la ley, no que lo sea, es decir, se necesita de un padre que
reconozca que él también está sometido a la ley y que, por tanto, también está en falta,
castrado. En este tercer tiempo del Edipo, el falo y la ley quedan instaurados como
instancias que están más allá de cualquier personaje (Bleichmar, 1980); ni el niño, ni la
madre ni el padre “son” el falo; el falo queda entonces instaurado en la cultura como falo
simbólico. El Edipo, por tanto, es el paso del “ser” al “tener” -en el caso del niño-, o “no
tener” -en el caso de la niña-.
317. El primer tiempo del Edipo en el niño.
Por Hernando Bernal
Cuando una madre tiene a su hijo, y lo ha deseado, lo ha estado esperando, es porque
ese hijo llega como sustitución de otra cosa (Arroyave, 2007). Todo tiene que ver con la
historia infantil de esa mujer que ahora es madre -su complejo de Edipo-, en la que ella,
cuando era niña, esperaba recibir un hijo de parte de su padre; por no haberle dado un
“falo” -ella no tiene lo que el niño varón sí tiene-, ella va a sustituir el deseo del falo por
el deseo de un hijo. Se trata de una ecuación simbólica que se da en el psiquismo de la
niña, que se produce inconscientemente: alguna vez se recibirá un niño a cambio de un
pene que no se tuvo (Arroyave). Por tanto, cuando un niño llega, primero que va a
ocurrir es que la madre se lo apropia, lo retiene, se convierte en parte suya, como algo
que le pertenece y que no ha terminado de salir. Entonces, esa niña que esperaba algo de
su padre, que luego se convirtió en mujer y ahora tiene un hijo, no lo va a soltar tan fácil;
ahora que lo tiene, después de esperar tantos años que alguien le dé algo, ahora que lo
tiene va a ser difícil sustraérselo (Arroyave).

Pero a su vez, a ese bebé que viene simbólicamente a ocupar el lugar del falo -objeto de
deseo de la madre-, a ese bebé le va a encantar que lo quieran de esa manera, es decir,
no protesta porque lo tengan pegadito, agarradito al cuerpo de la madre, al seno; todo
está muy bien para él y acepta sin protestar esa situación (Arroyave, 2007). Se produce
entonces aquí una ilusión de complementarierad, de completud, lo que ciertas teorías
posfreudianas denominan “simbiosis madre-hijo”, pero se trata de una ilusión, en la que
el niño cree que es él el que completa a la madre, o como dice Bleichmar (1976), el niño
cree que es por él que la madre es feliz, y la madre, a su vez, se siente completa con su
posesión. Teóricamente se puede decir, entonces, que en este primer tiempo de la
relación madre-hijo, el niño se identifica con el objeto de deseo de la madre -el falo-, y la
madre, por tener por fin al falo, se seinte completa -pasa a ser una madre fálica-.

El niño, pues, se identifica con eso que la mamá esperaba tener -lo que es una
“alienación”-, se identifica a ese objeto precioso y maravilloso que la madre tiene por fin
y que la completa, le da satisfacción, le da mucho placer; al niño le encanta ser ese
objeto, y en este primer tiempo del Edipo del niño, esto es muy importante, porque
finalmente eso es condición para que ese niño se constituya como tal (Arroyave, 2007).
El niño ha de pasar por ese momento para que él se pueda constituir en un sujeto a
cabalidad; ese primer tiempo no le hace para nada mal. “Ese primer momento es lógico,
y no tiene que ver con la evolución, no es que se da un día tal, en tal hora, en tal
momento, sino que tiene que ver con un momento lógico del proceso que se da entre esa
madre y ese hijo, entre ese Otro significativo y ese niño que llega a este mundo”
(Arroyave).
318. El segundo tiempo del Edipo en el niño.
Por Hernando Bernal
En el segundo tiempo del Edipo, se produce una oscilación en la madre, oscilación en la
que ese niño, si bien es algo maravilloso para ella, el niño ya no la satisface tanto, no la
completa tanto (Arroyave, 2007). Ella entonces se muestra como necesitando de alguna
otra cosa: quiere salir con las amigas, quiere acostarse con su marido, volver a la
universidad, regresar al trabajo, ir al club a jugar poker o ir a ver una película, etc.
Quiere entonces que nadie la moleste y que otro se encargue de su hijo; está cansada de
atenderlo, de cuidarlo y entonces oscila: oscila entre quedarse con el niño, o salir con su
marido a cenar, etc. Este momento es crucial para la constitución subjetiva del niño, ya
que “la madre empieza a desear otras cosas y el niño ya no es tan objeto maravilloso
para ella” (Arroyave), de tal manera que la madre también se muestra ¡como mujer!
Esto es fundamental en este segundo tiempo del Edipo: que la madre se muestre
deseante, en falta, insatisfecha, castrada, es decir, que se muestre como mujer; que no se
reduzca a ser sólo madre, sino que también sea mujer. Gracias a esto, el niño se va a
poder “destetar”, va a dejar de estar alienado al deseo de la madre, va a dejar de ser ese
objeto maravilloso -va a dejar de ser el falo para la madre-, lo que le va a permitir a él
“correrse de ese lugar, ya no está tan identificado en ese lugar de objeto maravilloso que
completa a la madre, y se corre de ese lugar” (Arroyave).

En esa oscilación que hace la madre, entre si su hijo es su objeto maravilloso o que no lo
es tanto, no la satisface tanto, el niño va a encontrar un juego que representa ese
movimiento oscilatorio de su madre: el juego del fort-da. En este juego, tal y como lo
formaliza Freud, el niño tiene un carretel de madera atado a un hilo, y con gran
destreza, el niño arroja el carretel, al que sostiene con el hilo, tras la baranda de su cuna;
el carretel se pierde y el niño pronuncia “o-o-o”, que significaba “fort” (en alemán), y
que se traduce como “se fue”. Después el niño, halando el hilo atado al carretel, vuelve a
traer el carretel a la cuna, y dice “Da”, es decir, “acá está”. Es pues un juego en el que el
niño juega a desaparecer y aparecer el carretel (Freud, 1976).

Con este juego, el niño representa con sus acciones esa pérdida de objeto que es él
mismo en realidad: él ha dejado de ser el objeto maravillosos para su madre, ya no la
satisface completamente; “los objetos finalmente pueden perderse y entonces empieza
un juego de identificaciones con los objetos que pueden perderse” (Arroyave, 2007). El
juego también tiene que ver con la presencia y ausencia de la madre; él simboliza,
representa la ausencia de la madre a través de este juego, y de cierta manera elabora esa
pérdida, que es doble: la pérdida de la madre -que ahora se muestra como mujer-, y la
perdida del objeto maravilloso que él fué -deja de ser el falo-. Esto le va a permitir al
niño su constitución como sujeto: deja de ser objeto y pasa a ser un sujeto.
319. La función paterna en el segundo tiempo del Edipo.
Por Hernando Bernal
Para que un niño se pueda sustraer como objeto del deseo de la madre -deseo en el que
está alienado-, el niño debe descubrir que hay alguien más junto a él y su madre, alguien
que habla, que dice cosas, es decir, que hay un tercer término que regula esa relación tan
“incestuosa”, esa “luna de miel” que se da entre él y su madre (Arroyave, 2007). Así
pues, el niño no está solo para decidir cuando prenderse de la madre o destetarse de
ella. Hay alguien más que lo molesta, que le estorba y que le dice a la madre: “Bueno, ya
es suficiente, vamos a la cama, déjalo que llore que eso son mimos, no tiene hambre, es
por moletar” (Arroyave).

Este tercer término que interviene aquí y que Lacan, a partir del Edipo freudiano
formuló como «la función paterna», “tiene que ver, en el mejor de los casos, con un
padre que está dando vueltas por ahí, pero que no sólo esté dando vueltas por ahí, sino
que la madre le preste atención, porque puede estar dando vueltas, pero si no le presta
atención, no pasa nada” (Arroyave, 2007). Así pues, la función paterna, que puede ser
cumplida por cualquier persona -incluso la madre-, consiste en ponerle un límite a la
relación madre-hijo. Un buen padre es aquel que prohíbe a la madre y al niño la mutua
satisfacción que se obtiene al ser el niño el objeto de deseo de la madre, y al tener la
madre ese objeto tan deseado.

Para el psicoanálisis el padre es una función que tiene como finalidad privar al niño del
objeto de su deseo -la madre-, y privar a la madre del objeto fálico -el niño-. Un padre
puede estar en la casa, dando vueltas por ahí, lleva el mercado a su familia, y no cumplir
con su función, la de transmitir la ley de prohibición del incesto. En el segundo tiempo
del Edipo, aparece, entonces, el padre interdictor, prohibidor; un padre que le dice al
niño: “no te acostarás con tu madre”, y que le dice a la madre: “no reintegrarás tu
producto” (Bleichmar, 1980). Pero, para que la función paterna opere, se necesita de
una madre que escuche a su marido, que le haga caso, que saque al niño de la cama
cuando éste le dice a su hijo: “bueno, a dormir en su cama muchachito”, porque si la
madre deja al niño a su lado y no lo separa de ella, el niño sigue siendo un objeto -el
objeto de su deseo- y no un sujeto. Esta es la importancia de que el padre cumpla con su
función: transmitir la ley de prohibición del incesto -separar al niño del deseo
“incestuoso” o “devorador” de la madre-, porque esa separación es lo que le permite al
niño constituirse como sujeto.

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