Cambios en la Adolescencia Humorística
Cambios en la Adolescencia Humorística
2° AÑO
Cambios en tu hijo adolescente de Roberto Fontanarrosa
Tu hijo adolescente está cambiando. Y está cambiando a ojos vista. Lo miras cuando duerme y te asombras
de que los pies le asomen una cuarta por el extremo más lejano de la cama. Los brazos se le enredan, como
si no encontraran sitio, y la cabeza pende por la otra punta de su lecho como la de un pollo muerto. ¡Y es la
misma cama que parecía enorme para él no hace tantos años, cuando con tu esposa decidieron cambiarlo de
la cunita con barrotes porque saltaba afuera de ella como si fuese un mono!
Tu hijo ya no tiene el rostro redondeado y rubicundo de cuando era un niño, sino que la cara ha adquirido
rasgos angulosos y su color se torna, día a día, más verdoso. Incluso sus movimientos no tienen ahora la
armonía de cuando pequeño, cuando todo, absolutamente todo lo que hacía era gracioso. Arrojaba un plato
de sopa al piso y era encantador. Aplastaba con su pequeño piecito las mejores flores del jardín de tu casa y
arrancaba risas. Retorcía con saña la piel sedosa del paciente perro y movía a elogios.
Ahora está algo torpe, desmañado y le cuesta habituarse a sus nuevas medidas antropométricas, las que ha
adquirido durante el desarrollo Se golpea frecuentemente contra las puertas del aparador, empuja sin querer
con los codos los vasos de la mesa y se da la frente con estruendo contra el dintel de la puerta del fondo.
'¿Qué está ocurriendo con mi hijo?', te preguntas. ¿Qué fenómeno mutante le sucede, que se levanta una
mañana y ha crecido cinco centímetros, sale de dos días con fiebre y se ha estirado ocho? Porque, incluso,
seamos sinceros: huele mal. El sabandija huele a rayos. ¿Adónde quedó ese aroma a talco boratado, a jabón
Lanoleche y a perfume suave que lo envolvía como una nube celestial cuando era muy niño y daba placer
estrujarlo? Ahora emana un tufillo confuso a almizcle y a aguas servidas, a goma agria y a perro mojado.
Cuando tú entras en su habitación respiras el aire denso del encierro, un pesado vaho a zoológico, a establo,
a pesebre, a leonera, a mingitorio de baño público. Además, el sabandija se niega a bañarse. No te lo dice
directamente, no te enfrenta mirándote a los ojos cuando se resiste a entrar a la bañera, no. Pero elude el
momento, se olvida, finge no tener tiempo, aduce que el estudio le quita oportunidades de asearse.
Tu esposa le ha comprado cientos de nuevas camisetas, algunas de ellas con estampados jubilosos, alegres,
juveniles. Tu hijo, sin embargo, se empecina en usar siempre la misma camiseta negra, arrugada, con el
estampado en blanco de un cocodrilo del Ganges, con la que ha dormido las últimas nueve noches.
Ahora mismo, mientras lo miras durmiendo despatarrado sobre la cama que ya le queda chica, adviertes que
sus piernas, esas mismas piernas que, cuando bebé, eran cortas extremidades rollizas, infladas, rosáceas y
regordetas son, de pronto, largas piernas huesudas que, en sectores, muestran una granulosidad plena de
canutos similar a la de la piel de los pollos congelados. Y en otras zonas unos enormes, largos y negros pelos
simiescos que confieren a tu hijo una apariencia silvestre.
Su piel, por otra parte, en estos momentos, ya no es más la tersa y suave que tanto te gustaba tocar cuando
no tenía más de 9 años. Tu hijo está viviendo una explosión hormonal, sus glándulas sebáceas se han
declarado en estado de alerta máxima, y revientan, especialmente sobre la superficie de su rostro, centenares
de nuevos granos amarillentos, cerúleos y purulentos.
¿Qué hay, incluso, sobre sus labios amoratados? Detectas una sombra. Pero no es, precisamente, la sombra
de su sonrisa, como bien lo poetizaba la canción aquélla. Es un bozo, una pelusa de bigote, una suerte de
suciedad grisácea que brinda a su labio superior un ribete desprolijo, como si no se hubiese limpiado la base
de la nariz luego de comer cenizas.
Pero mucho te equivocarías si tan sólo te detuvieras en eso, en la observación de los cambios físicos, notorios
y evidentes. Si sólo te quedaras en precisar que su cabello opaco se enreda en grumos intrincados, sus
rodillas tienen la dimensión de dos tazas de café y su aliento huele a comadreja. Ocurre algo más, algo más
profundo y complicado aparte del replanteo de diseño y decoración personal de tu hijo. Ocurre algo más y es
esto: tu hijo está cambiando como persona, como ser humano. Como las serpientes, está mudando de piel y
de personalidad.
Hay veces –muchas, debes confesarlo– en que le hablas y no te oye. Parece escucharte, pero no registra en
lo más mínimo lo que le has dicho. O masculla, simplemente: 'Sí, sí, está bien. Está bien', como se les dice a
los locos, sólo para conformarlos. O, cuando le reprochas algo, responde con frases de un cinismo notable
tales como 'Mala suerte' o 'Qué pena', como aseverando que tus desvelos por corregirlo serán vanos, morirán,
infructuosos, aplastados por los ya escritos designios del destino. O sólo contesta con un desafiante e
insolente
'¿Y...?' cuando su madre le recuerda que no ha ido este mes a visitar a sus tíos. Y hay otro llamado de
atención, te recuerdo, muy claro y estremecedor, convengamos: en ocasiones te mira como para matarte.
Aquellos ojos de ardilla que se abrían encantadores cuando tú le mostrabas el libro con la historia de los dos
ositos, ahora se clavan en los tuyos y tú adviertes, lisa y llanamente, que tras sus pupilas titila un brillo
asesino, el mismo que alumbrara la locura homicida de Manson.
Tú te has atrevido a entrar en su habitación luego de golpear un par de veces, desde luego. Le has recordado
que debe ir a limpiar el baño que quedó hecho un lodazal luego de que él, por fin, accediera a darse la ducha
semanal, y has interrumpido su videojuego en la computadora. Te dijo, rumiante, que ya iría a secar el baño,
pero tú, imprudente, has insistido.
Es entonces cuando él te mira tal como lo describíamos. Te mira y te dice, con una voz donde relampaguea
una inflexión filosa y acerada, separando notoriamente cada sílaba: 'Te-dije-que-ya-iba-a-ir'. Y serpentea por
sus palabras una apenas velada amenaza de homicidio. ¡Es él, tu hijo, el mismo niño que para las Navidades
cantaba junto a ti villancicos con voz dulce y graciosa! Algo se está solidificando dentro del magma espiritual
de tu muchacho.
Algo, dentro de esa corriente de agua pura y cristalina que era tu pequeño, se está congelando, está creando
sus propios ángulos y sus propias aristas. Has palpado algo duro allí dentro, por cierto. ¿Dónde ha quedado
aquella personita minúscula, genuinamente inocente, que se creía la historia del ratoncito que deposita dinero
a cambio de un diente caído? Tú mismo empezaste a cambiarla cuando le enseñaste a negociar, te informo.
Les has vendido espejitos a los indios, mi amigo. Les has mostrado el poder del canje, les has cambiado
pieles de zorro por aguardiente. Ahora saben que tú debes darles algo cuando les pidas alguna cosa. Tu
propia esposa inició a tu hijo en eso cuando le prometía dejarlo ver el programa de televisión con los Muppets
si él era tan bueno de comer la primera cucharada de la repugnante papilla.
Tú mismo lo acostumbraste a la extorsión cuando negociaste no llevarlo sobre tus hombros en el paseo por el
shopping vecino a cambio de comprarle un chupetín con forma de rinoceronte. Ahora le pides gentilmente que
apague la luz de su pieza cuando no la usa y te exige diez dólares, le ruegas que no deje tiradas sus ropas
por el suelo y pretende un compact de los Screaming Headless Torsos, le indicas que no apoye los codos
sobre la mesa y ruge que necesita una moto japonesa.
No te sorprendas, mi amigo. La explicación es muy simple: él está cada vez más parecido a ti mismo, es ya un
delincuente como todos nosotros, es uno más de la banda, lo estamos integrando jubilosamente en el clan. Y
hay otro detalle: ya no puedes pegarle. Ese coscorrón sonoro sobre el remolino de pelo que tiene en la
cabeza, ese manotazo plano sobre sus asentaderas cuando hacía algo malo, ese zamarreo espasmódico
tomándolo de un hombro cuando berreaba como un demonio, ya no es atinado.
Ahora, te diría que lo pienses muy bien antes de hacerlo. Ayer mismo le levantaste una mano y te miró
fijamente, como calculando la resistencia de tus huesos, la oposición que presentaría la piel de tu cuello a la
punta doble y metálica de una tijera. Lo miras ahora, mientras duerme, cuando parece recuperar algo de ese
toque angelical que poseía en el colegio primario, y ves que su espalda tiene casi el mismo ancho que su
almohada, y que los músculos jóvenes de los brazos son protuberancias tensas, como si tuviese sogas que le
corrieran bajo la piel.
Lo comprobaste, además, no hace mucho, cuando le asestaste un festivo empujón sobre una tetilla, a modo
de chanza, y tu mano chocó contra una superficie que tenía la granítica dureza del cemento, una dureza que
en tu propio cuerpo de padre sólo podría encontrarse en la hebilla de tu cinturón. Podría matarte con una sola
de sus manos, en suma.
Perdiste tu oportunidad de pegarle cuando estabas a tiempo. Ahora ya es tarde. Pero no te inquietes, tu hijo
está en una etapa de cambios. Su personalidad se retuerce como una culebra caída en el fuego. Varía día
tras día, se transforma, muta. Hoy verás a tu hijo silencioso y reconcentrado, como preocupado por un futuro
que se le antoja amenazante. Mañana lo verás conversador y tumultuoso, atacado por un hambre feroz que lo
llevará a comer cuatro filetes de cerdo acompañados con huevos fritos. Ayer lo habías contemplado esquivo y
distante, abocado a leer poemas de Verlaine y de Rimbaud.
Su alma es una suerte de masilla blanduzca, que se modifica y amolda a las presiones que recibe. Aparece
un día diciendo que quiere ser jugador de basquet, y no se saca durante 24 horas esa ridícula gorra de los
Dodgers. Al día siguiente opina que su destino está en la Bolsa de Valores y se empecina en lucir un saco
oscuro con corbata al tono sobre los pantalones vaqueros. Mañana por la mañana sostendrá que desea sacar
la visa para irse a vivir a Rusia y criar allí conejos de angora. Por la tarde confesará que está enamorado y
habrá de casarse al poco tiempo. Su perfil, su forma de ser, fluye, se eleva y se distorsiona como esas
voluptuosas volutas aceitosas que giran dentro de los cilindros iluminados que suelen ponerse como adorno
en las casas de decoración llenos de un líquido ámbar y moroso.
Pero pronto, mucho antes de lo que tú te imaginas, aparecerá el modelo terminado. La naturaleza habrá
completado su diseño. Se habrá confirmado la curva de su mandíbula, encontrará su diámetro la extensión de
la cintura y las excrecencias de la piel se harán más y más infrecuentes en las inmediaciones de la nariz y la
boca. Hasta la voz ya no le patinará tanto en algunos tonos, adquiriendo un matiz más parejo y previsible.
Pero lo más importante: podrá advertirse una estructura firme, un andamiaje que sostenga a una personalidad
definitiva y consolidada.
Y entonces, mi querido amigo, padre y custodio de un adolescente, cuanto tu hijo haya adquirido ya una
personalidad concreta, sólida, palpable, buena o mala pero propia, definida, conocerá a una mujer. Conocerá
a una mujer y esa mujer intentará cambiarlo.
Extraído de Te digo más... y otros cuentos, de Roberto Fontanarrosa.
Esplicasiones de una Señora que sescapa con otro" de César Bruto
Negro:
te pido por fabor de que no tomés a mal que yo agarre mis prendas de vestir y me vaya del cotorro,
ni que pensés de mí con lijeresa, aplicándome tal o cual metáfora dibna de mejor suerte… ¡Te juro que me
voy para tu bien, negrO, y que algún día vas a comprender todo el tremendo sacrificio que hago para que
triunfés con tu concomitansia de poetA y de conpositor de música, todo lo cual hoy andás bastante flojo y sin
poder encontrar un tema para un gran tango que te haga venir popular y honbre de plata! No te vayás a
pensar de que te dejo porque a tu lado reina una pobresa insuperable, y que si una sigue vibiendo acá a la
larga se acostrumbraría a comer el reboque de la paré… ¡queesperansa! Me voy, negrO, para ver si al
encontrarte solo, triste y abandonado, sin nada más que la guitarra y el perrito companiero que por mi
ausensia no comería, te sentás a escribir un presioso tango, en el cual me tratés de todo, diciéndome que soy
una ingrata malbada, una percanta trasionera o lo que a vos te guste, que no me voy a ofender por eso.
Todavía, si querés más datos para tu composisión, te comunico que al escaparme del bulíN me voy con un
cabaliero que conosí el otro día en el sentrO, el cual se me asercó cuando yo estaba mirando una vidriera, y
me dijo: “Usté merecería un tapado de bisontE y un coliar de brillantes, sinpática…”, a lo cual yo le contesté:
“¿Le parese?...” y como una palabra saca la otra y las 2 laban la cara, a la final quedamos que yo me iría a
vibir con él, que me tratará como una reinA, y hasta prometió de comprarme una licuadora para que yo pueda
haser jugo en mis horas de ósio… ¿Te das cuenta qué cambio? ¡Adiós negrO, no mechés la culpa de nada y
pensá que todo lo hago para que triunfés con una cansión en contra mía… ¡Ha, y apurate que te van a
desalojar antes del 30!
Se despide de vos, tu tierna conpaniera quescapás de haser cualquier cosa parayudarte, Camila (haora
gladiS”).
EL RATÓN por Saki
Teodoro Voler había sido criado, desde la infancia hasta los confines de la madurez, por una madre
afectuosa cuya mayor preocupación era mantenerlo a raya de lo que solía llamar “realidades ordinarias de la
vida”. Cuando la dama pasó a mejor vida, Teodoro quedó solo en un mundo mucho más real, y en buena
medida más ordinario que lo necesario.
Para un hombre de su temperamento y educación, hasta un simple viaje en tren estaba lleno de
pequeñas molestias y discordias, y cuando subió a un compartimento de segunda clase una mañana de
septiembre, experimentó sentimientos perturbadores y una descompostura mental general. Se había
hospedado en un iglesia de campo, cuyos habitantes no habían sido, por cierto, brutales ni bacanales, pero la
supervisión que ejercían sobre el personal doméstico era de una laxitud que llama al desastre. El carruaje que
debía llevarlo a la estación jamás fue aprontado, y cuando el momento de partir se acercó, el paje que debía
aparecer con dicho artículo no estaba en ninguna parte. Ante tal emergencia, y para su mudo disgusto,
Teodoro se vio forzado a colaborar con la hija del cura en la tarea de enjaezar un poni, para lo que fue
necesario andar a tientas en un cobertizo mal iluminado al que llamaban establo, y que realmente olía a tal
(excepto en algunos sectores, donde tenía aroma a ratones).
Sin llegar a temerles, Teodoro clasificaba a los ratones dentro de los incidentes más ordinarios de la
vida, y creía que la Providencia, con un pequeño ejercicio de coraje moral, debería haber reconocido que no
eran indispensables y retirarlos de circulación hace mucho tiempo ya. Al echar a andar el tren, la imaginación
de Teodoro lo acusaba de despedir un ligero aroma a establo, y posiblemente mostrar una o dos horrendas
pajillas en su atuendo siempre cepillado.
Afortunadamente, su única compañera de compartimento, una dama de aproximadamente su misma
edad, parecía más bien inclinada al descanso que al escrutinio. El tren no se detendría hasta alcanzar la
terminal, casi una hora más tarde, y el vagón era de aquellos antiguos, sin comunicación por medio de
corredores, por lo que ningún otro compañero de viaje iba a entrometerse en la semi privacidad de Teodoro.
Sin embargo, cuando el tren no había alcanzado aún su velocidad normal, Teodoro se percató de pronto de
que no estaba solo con la soñolienta mujer: ¡Ni siquiera estaba solo en la comodidad de sus propios atuendos!
Un movimiento tibio de algo que se arrastraba sobre su piel delató la molesta presencia, invisible pero
conmovedora, de un ratón que evidentemente había ganado su actual refugio durante el episodio de
preparación del poni. Furtivos pataleos y movimientos violentos con su pierna, sumados a numerosos
pellizcos y golpes con la mano, no lograron desalojar al intruso, cuyo lema, para colmo, parecía ser “¡hasta la
cima, siempre!”. El legítimo dueño de los pantalones se reclinó contra los cojines y se empeñó en desarrollar
algún medio de poner fin a la posesión compartida. Era imposible continuar por espacio de una hora en el
papel de casa de juguetes para ratones errantes (ya su imaginación había, por lo menos, duplicado el número
de los invasores). Por otra parte, nada menos drástico que un desnudo parcial ayudaría a deshacerse de su
atormentador, y desvestirse en presencia de una dama, aunque fuera por un propósito tan loable, era una
idea que le hacía poner las orejas coloradas de vergüenza. Nunca había sido capaz siquiera de exponerse sin
zapatos en presencia del sexo débil.
Sin embargo, la dama en este caso estaba, sin lugar a dudas, profundamente dormida. El ratón, por su
parte, parecía tratar de alcanzar la cima de su montaña en pocos minutos. Si hay algo de cierto en la teoría de
la transmigración, este ratón en particular había sido miembro del club de alpinistas en otra vida. Por
momentos, ante su ansiedad, perdía pie y se despeñaba algunos centímetros y entonces, presa del miedo, o
probablemente del mal humor, lo mordía. Teodoro se encontraba ante la más audaz empresa de su vida.
Adquiriendo el matiz de una remolacha, y manteniendo una desesperada vigilia a su soñolienta compañera,
fijó silenciosamente los extremos de su manta de viaje a las rejillas a ambos lados del vagón, para que una
sustancial cortina colgara a través del compartimento, dividiéndolo en dos. En el angosto vestidor
improvisado, procedió con prisa a quitar (parcialmente para él, y totalmente para el ratón) el revestimiento de
tweed y semilana. Cuando el desenmarañado animal brincó hacia el piso, la manta zafó de sus ataduras y
también se precipitó con un pequeño estruendo, y casi simultáneamente la desvelada mujer abrió los ojos.
Con un movimiento casi tan rápido como el del ratón, Teodoro se arrojó sobre la manta, y estiró su superficie
a la altura del mentón, cubriéndose todo el cuerpo, mientras se desplomaba en la esquina más lejana del
vagón. La sangre fluyó y latió en las venas de su cuello y su frente, mientras esperaba paralizado que la dama
hiciera sonar la campana de alarma.
Ella, sin embargo, se contentó con una silenciosa mirada en dirección a su compañero. Teodoro se
preguntaba cuánto habría visto la mujer, y en todo caso qué diablos pensaría de su actual postura.
-Creo que he cogido un resfriado -arriesgó, desesperado.
-Es una pena -replicó ella-. Justo iba a pedirle que abriera esta ventana.
-Creo que es la malaria -añadió, con los dientes castañeteando, tanto por miedo como por deseo de apoyar su
teoría.
-Tengo un poco de brandi en mi bolso. Si usted amablemente me lo puede alcanzar - propuso la compañera.
-¡¡¡Ni soñ…!!Es decir: nunca tomo nada para el resfrío -aseguró él, honestamente.
-Supongo que se lo pescó en el trópico…
Teodoro, cuyo conocimiento del trópico se limitaba al regalo anual de una caja de té por parte de un tío que
vivía en Ceilán, sintió que hasta la excusa de la malaria se le escurría. ¿Sería posible revelarle la verdad en
pequeñas instancias?
-¿Le teme usted a los ratones? -se aventuró, con el rostro que adquiría, si acaso fuera posible, un semblante
de color aún más escarlata.
-No. A menos que sean grandes cantidades, como los que devoraron al obispo Hatto.
¿Por qué pregunta?
-Hace un instante había uno que intentaba trepar dentro de mis pantalones –susurró Teodoro, con una voz
que no parecía suya-. Fue una situación por demás incómoda.
-Debió serlo, si es que usted usa pantalones ajustados -observó ella-. Pero los ratones tienen ideas extrañas
sobre la comodidad.
-Tuve que librarme de él mientras usted dormía -continuó Teodoro, tragando saliva-. Fue justamente
intentando quitármelo de encima que quedé… en este estado…
-No sabía que quitarse un pequeño ratón de encima causara un resfriado -exclamó ella, con una frialdad que
Teodoro juzgó abominable. Evidentemente, la mujer había detectado su situación y disfrutaba con su
confusión.
Toda la sangre de su cuerpo parecía haberse concentrado en el rostro, y una agonía de humillación, peor que
una miríada de ratones, subía y bajaba sobre su alma. Luego, al comenzar a reflexionar, el pánico reemplazó
a la humillación. Con cada minuto que pasaba, el tren se acercaba a la atestada y bulliciosa terminal, donde
docenas de ojos curiosos reemplazarían al único par paralizante que lo contemplaba desde el otro rincón del
vagón. Había una remota y desesperada oportunidad, que los siguientes minutos decidirían. Su compañera de
viaje podía reasumir su bendito sueño. Pero al extinguirse los minutos, esa oportunidad se evaporó. La furtiva
mirada que Teodoro le prodigaba de cuando en cuando, revelaba solo un desvelo continuo.
-Creo que nos acercamos a la estación -observó ella.
Teodoro ya había notado, con terror in crescendo, los recurrentes grupejos de casuchas que
proclamaban el final del viaje. Las palabras de la dama actuaron como señal. Cual animal acechado que
escapa desesperado en busca de un refugio momentáneo, Teodoro se envolvió con la manta y luchó
frenéticamente contra sus arrugados atavíos. Era consciente de las numerosas estaciones suburbanas que
pasaban raudamente por la ventanilla, de una sensación de asfixia en su garganta y su corazón, y de un
silencio sepulcral en aquel rincón al que no se atrevía a dirigir la mirada. Después, al hundirse nuevamente en
su asiento, vestido ya, y a punto de enloquecer, el tren comenzó a detenerse lentamente.
Al fin, la mujer habló:
-¿Sería usted tan amable -dijo-, de buscar un paje que me ayude a subir a un taxi? Siento mucho molestarlo si
no se siente bien, pero las estaciones de trenes son realmente un dolor de cabeza para una mujer ciega como
yo.
Yo estaba en paz con la vida, superando definitivamente su abandono. Pasaba horas leyendo y
podando las plantas. Nada hacía presagiar alguna otra contrariedad en mi vida, nada... Hasta que recibí aquel
llamado.
Al principio me emocioné. Volví a sentir sensaciones intensas de saberla viva. Hacía tiempo que no la
veía y qué grata sorpresa fue que me comunicara que tal día y hora llegaba, que necesitaría verme.
El tren tardó más de lo normal. Ella debe haber sentido la misma furia que yo pensando en los minutos que
nos separaban. Al final, llegó con dos horas de atraso.
Esperándola, me había acomodado en un banco frente a la plataforma 23. Acertadamente cargué el
termo con el mate, unos bizcochos duros y un par de cigarrillos para menguar la maldita ansiedad. La gente
iba y venía, unos se despedían, otros llegaban, todos se abrazaban. Ese panorama agilizó en mi imaginación
las distintas formas en que nos abrazaríamos ni bien ella pisara el andén.
Por fin arribó. Dejé todo desparramado en el banco y corrí a la par de los vagones hasta que el tren se
detuvo. Alcancé a ver su figura bella y elegante, pronta a descender de un vagón de primera; vestía traje
turquesa y tenía el pelo recogido. Alcé mi mano sobre el gentío pero no me vio. El revuelo que produjo la
llegada del convoy desde Buenos Aires me imposibilitó acercarme.
Creí perderla cuando ella pisó tierra. Atrás bajó un elegante caballero de traje y sombrero. Ella aguardó
unos segundos al pie de la escalinata, después lo tomó del brazo y raudamente se fueron en un taxi.
Quedé parado en medio del sombrío andén que comenzaba a vaciarse. Ahí, tratando de ordenar mis
ideas.
Regresé al banco, metí las cosas en la mochila buscando la calma imposible. “¡Malditos desgraciados!”, grité
pero nadie se dio vuelta. Salí a la calle y tomé un colectivo hasta mi casa. Su casa.
Fui hasta el galpón del fondo, empuñé firme la tijera de podar. Entré a la cocina, encendí la radio a
todo volumen, puse la pava en la hornalla, la manguera en las plantas y volví a podar los ligustros.
¡Señor!… ¡Señor!… En el mistol del cuadro del alfa hay una víbora. ¡Es una víbora verde!
Este último dato me daba el chico de la casa mientras procuraba alcanzarme en la rápida carrera que inicié al
oír sus primeras palabras. El lugar indicado era cercano y no tardé dos minutos en llegar al pie del árbol.
— ¡En esa rama estaba reciencito! —jadeó mi informante.
— ¿Adónde?… —no podía yo ubicar a la serpiente en el gran mistol.
— ¡Allí!… ¡Allí!…
Logré verla cuando se deslizaba suavemente por los gajos más altos. Era un hermoso ejemplar de
Chlorosoma baroni de más de dos metros de largo. El verde claro de la serpiente se confundía notablemente
con el color de las ramas y de las hojas. Con su elegante deslizarse parecía nadar entre el follaje. En ese
momento adelantaba su esbelto cuello y se destacaba contra el cielo su fina cabeza y el hocico, que se
prolongaba formando una trompita respingada. Es esta una culebra muy agresiva, y su captura resulta
siempre dificultosa por la velocidad con que se desplaza entre las ramas.
Observé el terreno, el suelo era limpio y ningún árbol cercano daba posibilidades al reptil de pasarse por
los gajos altos. Indiqué al chango y a los peones que se habían reunido, que no la perdieran de vista, para
que una vez yo arriba me orientaran hacia donde ella estaba.
Uno de los peones insinuó, tímidamente:
—Tenga cuidado, señor; esas víboras verdes saben chicotear muy fuerte con la cola. No vaya a ser que en
una de esas lo voltee de un colazo…
—Lo que yo quisiera saber es de dónde sacan ustedes todas esas macanas.
—Y bueno, señor; así dicen…
Subí por el grueso tronco del mistol que se bifurcaba, en gruesas ramas, a unos tres metros del suelo,
y comencé la cacería armado de un palo largo y delgado. La serpiente inició la huida escabulléndose entre las
hojas. Desde abajo me guiaban en la persecución. Quería obligar a la culebra a bajar, o bajarla con un golpe
de mi vara, pues en tierra es menos ágil.
Yo me le acercaba procurando ponerla a mi alcance. Ella se deslizaba hábilmente de un gajo a otro en
lo alto del árbol. La persecución se prolongaba y aunque muchas veces la tuve a tiro, ella era más rápida y
eludía velozmente mis ataques. Dos o tres resbalones que di me obligaron a ser más cauto en mis
movimientos. Ahora comprendía el valor del uso de la cola en mis antecesores zoológicos. A veces, la culebra
se quedaba quieta y me dejaba acercar, mirándome con sus ojillos de pupila circular; yo lanzaba el golpe y
cuando creía haberla alcanzado, aparecía ella, socarrona, en alguna rama alejada.
Lo inútil de mis esfuerzos comenzó a impacientarme. Parecía a veces que la serpiente se burlaba de
mí. Algunas risitas de los mirones aumentaban mi irritación. Hacía calor y transpiraba abundantemente. Me
quité la camisa y el pañuelo de cuello y los arrojé al suelo. La cosa iba para largo y mi impaciencia crecía.
Luego de una serie de ataques infructuosos de mi parte eludidos por elegantes quites de la serpiente, en una
magnífica estirada en la que pareció volar el verde reptil alcanzó los gajos de la otra gran rama del árbol,
dejándome sin chance. Hube de descender, rezongando, hasta la bifurcación del tronco para alcanzar el
sector en el que se deslizaba ahora la culebra.
La perdí de vista. Desde abajo no lograba ubicarla. Comenzaba a subir por la otra rama, cuando al
apoyarme en un gajo la serpiente, que estaba oculta entre las hojas, en un rápido ataque me asestó un furioso
picotazo en la mano. No pude evitar un brusco movimiento de sorpresa y me desarbolé, dando con mi
humanidad en el suelo.
Me incorporé dolorido y me arranqué blasfemando los dientes de la serpiente que tenía incrustados en la
mano. Nadie me dijo nada; pero todos “sabían” ya que la víbora me había derribado de un colazo y que a raíz
de eso se me secaría, a través de los meses, la región alcanzada por la cola.
Por mi parte, no les perdonaba que hubieran presenciado el soberano porrazo. Agarrando un grueso
garrote que encontré a mano, subí nuevamente al árbol. Aquello no fue ya una cacería sino una persecución
ensañada. No era el naturalista aficionado en busca de una pieza para sus colecciones sino un hombre
encolerizado que procuraba matar a su antagonista.
La “serpiente esbelta”, el “hermoso ejemplar”, la “culebra magnífica” era ahora “la víbora”, la “culebra
traicionera, inmunda y asquerosa”. Subía sin reparar en las ramas y las espinas: me arañaba y rasgaba la
ropa; pero continuaba subiendo y lanzando furiosos garrotazos en cuanto creía tenerla a tiro. La serpiente
eludía serenamente mis ataques.
Aquello era la lucha entre la inteligencia y la fuerza bruta. Algunas ramas crujían a mi peso: pero yo
continuaba la persecución sin preocuparme por ello. Al fin, cuando intentaba la serpiente pasar de una rama a
otra su cuerpo se destacó contra el cielo; le arrojé el garrote, que la cogió por el medio y la arrastró, cayendo
al suelo. A duras penas logré equilibrarme para no acompañarla en la caída.
Regresé a la casa sudoroso, arañado, la ropa inutilizada: pero satisfecho.
Una vez más había triunfado la fuerza bruta.
Los distintos procedimientos del humor
El humor es suma de cosas serias
a- La descarga: en el humor se busca imitar caracteres risibles de los hombres para producir, por medio de
su ridiculización, un efecto educativo, aleccionador. Gracias a esto enfrentamos la realidad de una manera
disparatada y liberadora. Este brusco sentimiento placentero ocurre cuando el personaje cómico tiene
conciencia de su comicidad y se denomina descarga.
b- La transgresión a la regla: existen diferentes maneras de transgredir en los textos con humor para lograr
el efecto humorístico. Algunos transgreden la normativa, otros la sintaxis o el nivel semántico: los asesinos
son liberados y los policías presos. Ahora, necesariamente se deben conocer las reglas para notar su
transgresión, es decir, para que el efecto cómico se produzca se deben conocer las normas que se están
violando.
c- La paradoja: la paradoja es el razonamiento lógico que conduce a dos enunciados que son mutuamente
contradictorios.
d- La expectativa frustrada: la expectativa se frustra cuando la respuesta que estábamos esperando no es la
indicada. Esperábamos una respuesta y obtenemos otra que defrauda nuestra expectativa y, por lo tanto, nos
desconcierta.
e- El extrañamiento: consiste en dejar de ver las cosas en forma automatizada y percibirlas de otro modo,
como si fuera la primera vez.
f- La ironía: la ironía es una figura retórica que supone siempre una inversión del significado. Emisor y
receptor deben acordar en que se encuentran frente a una ironía, de lo contario, el efecto no se produce.
g- La parodia: la parodia realiza una superposición de textos: un texto o una convención de género, de estilo,
se incorporan en otro texto, que lo/s parodia. Por eso decimos que la parodia es una modalidad de
intertextualidad. Siempre hay un texto parodiado y otro que parodia. Pero la parodia no sólo incorpora un texto
en otro sino que, al hacerlo, desvía el sentido del texto original.
h- El costumbrismo: son las manifestaciones en un texto que pretenden reflejar hábitos sociales de un lugar
y de una época. Se incluyen también el vocabulario del contexto, muchas veces en un registro inadecuado
para una obra literaria, lo que provoca el efecto de humor.
i- La hipérbole: la hipérbole es uno de los recursos más efectivos en los textos con humor. Consiste en la
exageración desmedida de situaciones, vicios, costumbres, bondades y defectos sociales.
Los 10 Tipos de Humor Principales por Alberto Cajal
Los tipos de humor principales son el absurdo, blanco, crudo, grotesco, hacker, negro, satírico, sarcástico,
seco y verde.
Lo que se considera cómico o que provoca un estado de exaltación derivado en la risa, es una sensación que
presenta una amplia gama de matices. Dentro de las diversas categorías como humor verbal, no verbal,
literario y gráfico, no es posible abarcar todo el espectro relacionado con las posibles causas, como aspectos
psicológicos, filosóficos e incluso pisco-somáticos.
Existen teorías psicológicas que encapsulan de una forma bastante concisa el tipo de humor presente en los
seres humanos y que se manifiesta de varias formas. Así también sucede con la filosofía, que aunque resulta
un tema poco explorado, son bien conocidas las teorías: superioridad, desahogo, incongruencia yuxtapuesta y
más.
Como sensación que se exterioriza mediante mecanismos involuntarios o no, el humor puede presentar una
clasificación basada en el contenido de aquello que se dice, se ve, se intuye, se sabe o se oye.
Siguiendo esta premisa, expertos en el tema han descritos diversas clases como: humor absurdo, blanco,
crudo, grotesco, hacker, negro, satírico, sarcástico, seco y verde.
Clasificación de los tipos de humor
Humor absurdo
También conocido como surreal, superrealista y con afinidad con lo grotesco si se entiende como una realidad
alterna del ser humano. Utiliza expresiones verbales o escritas, así como representaciones, que evocan
situaciones irreales, imposibles o incoherentes con relación a la cotidianeidad que se manifiesta de forma
objetiva.
Esta denominación también puede aplicarse a circunstancias que carecen de sentido y que no parecen tener
una explicación congruente. Esta clase de representación humorística abarca todo el espectro de la
imaginación, por lo que puede resultar difícil de comprender. Asimismo, esta distorsión presenta una cualidad
paradójica que vislumbra lo esencial de la realidad.
Entre las referencias populares existen grupos como Monty Python de los años 60 a 80 que fue una gran
influencia para varias generaciones. Lo mismo sucede con los españoles Faemino y Cansado, series como
Muchachada Nui y dibujos animados como Looney Tunes, Ren & Stimpy, Bob Esponja, Gumball, Un show
más, El laboratorio de Dexter, Clarence, entre otros.
Humor blanco
Esta clase de representación está fundamentada en referencias que expresan una idea humorística sana o
limpia, libre de crudeza o una connotación negativa tácita. Es una forma de comunicación mucho más
inocente destinada para niños, adolescentes y representantes sin recurrir a formas ofensivas o que dejen
entrever alguna clase de mala intención.
Esta noción de pureza, deja de lado la burla, el cinismo, la ironía, el racismo, el sexismo, entre otras formas de
expresión. Este carácter infantil lo hace apropiado para cualquier ocasión, en especial cuando no se quiere
ofender a ninguna persona de la audiencia. También se le conoce como chiste de salón por tener esa
tendencia a evitar los insultos o las obscenidades.
Algunas figuras emblemáticas de este género son los mexicanos Chespirito, Capulina y Mauricio Herrera.
Además, el trío de payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki, junto con el chileno Firulete y el costarricense
Gorgojo, se han destacado en este género. Las películas animadas para niños también presentan ejemplos
recurrentes de esta clase de humor.
Humor crudo
El fundamento de esta idea humorística yace en situaciones o circunstancias que resultan vergonzosas,
ridiculizantes y dolorosas para los involucrados. Denominado “slapstick” en la cultura anglosajona, está
cargado de violencia corporal real o simulada para generar el efecto deseado en la audiencia.
Este tipo de comedia física también involucra altas dosis de referencias sexuales explícitas, palabras
obscenas o vulgaridades, y todo tipo de crueldad o exceso relacionado con el cuerpo y las imágenes de
personas lastimadas. Dada su naturaleza visual, básicamente es retratada en medios que permitan disfrutarla
de forma más directa.
Shows que pusieron de moda este estilo de comedia y que son ampliamente reconocidos empezaron con Los
tres chiflados. Más recientemente, Jackass y Los Dudesons se han convertido en fenómenos mediáticos que
retratan esta clase de stunts o escenas peligrosas donde alguien resulta leve o gravemente lastimado.
Humor grotesco
Esta categoría cómica tuvo su origen en el vocablo italiano “grotta”, que está relacionado con la alteración de
lo tradicionalmente estético y proporcionado. En consecuencia, viene a designar aquello que es extraño,
ridículo, excéntrico, fantástico e irracional. Es una mezcla de animalización, caricatura, horror y también cierta
indiferencia.
Está intensamente relacionado con las artes, como la literatura, la pintura e incluso la escultura. Las
caricaturas son un claro ejemplo de llevar al extremo las proporciones y jugar con la belleza y la fealdad de las
cosas o las personas. La incongruencia es un elemento cómico que está presente en varias formas de humor,
y aquí no es la excepción.
La cosificación con rasgos de decadencia, monstruosidad y deformación dan pie una mezcla de emociones,
donde convergen la desazón, la angustia y lo terrorífico. En lo grotesco existe una sensación familiar y a la
vez extraña que está llena de desconcierto y perplejidad, lo que también incorpora un carácter surreal e ilógico
con relación a su apreciación.
Humor hacker
Derivado de la cultura informática, este tipo de humor surge de aquellos expertos que utilizan un idioma propio
derivado de la programación. Suelen ser parodias elaboradas que están relacionadas con documentos,
archivos, estándares, códigos, especificaciones, lenguajes y elementos afines.
Una forma común para manifestar esta clase de humor es mediante los RFC, que son peticiones de
comentarios que describen los protocolos estándar de internet. Estas fuentes de referenciación tienen un
lenguaje formal que suelen ser manipulados de manera jocosa a modo de bromas internas hechas con
ingenio, y que son entendidas por los hackers o programadores.
Humor negro
Esta manifestación humorística tiene su origen en la contraposición al romanticismo del siglo XX. Se
caracteriza por la ironía, el sarcasmo, la sátira, el escepticismo e incluso está vinculado con lo absurdo y lo
grotesco. Tiene como esencia el pesimismo, la muerte y temas que están relacionados con la tragedia
humana, lo dramático de la vida y lo patético del ser.
Ha sido catalogado como una perspectiva que abarca temas oscuros, dolorosos, polémicos y controversiales
para las personas. Esto se debe en gran parte a que este tipo de expresión cuestiona constantemente la fibra
moral de la sociedad, sus normas de convivencia, la tendencia a ser políticamente correcto y el rol que debe
ejercer el ser humano.
Por esta razón, y por tener un amplio espectro de influencia, se utiliza para burlarse de la discriminación, la
política, la religión, la guerra, la violencia y la sexualidad. Otros temas delicados que pueden surgir son el
terrorismo, la drogadicción, el racismo, la violación, las discapacidades y mucho más.
En el cine y la televisión también son abundantes los exponentes, como Charles Chaplin, Los hermanos Marx,
Stanley Kubrick, Alex de la Iglesia, Martin McDonagh, Quentin Tarantino y Tim Burton. También son
conocidas las series como South Park, American Dad, Family Guy, entre otras.
Tanto en la literatura, como en el cine y la televisión son muchas las referencias sobre el humor negro.
Escritores como André Bretón, Samuel Beckett, Roal Dahl, Antón Chejov, Mark Twain y más, son ejemplos
claros.
Humor satírico
La sátira es un recurso discursivo muy antiguo que utiliza el poder del humor para hacer crítica y denunciar.
Tiende a ser didáctica, moralizadora y a utilizar el ridículo para evidenciar los defectos y los vicios patentes en
la raza humana. También son habituales los recursos burlescos o lúdicos dentro de las distintas formas de
expresión, en especial la literaria.
Dentro de la literatura comprende una gran variedad de géneros, como la tragedia grotesca, el esperpento, la
novela picaresca, la fábula y también en publicaciones gráficas. Es muy común encontrar la sátira en carteles,
películas, programas de televisión que hacen uso de situaciones cómicas como una forma efectiva de hacer
crítica social.
También conocida como una comedia de errores, puede incluir elementos como la farsa, que incluye una
serie de coincidencias improbables. En algunos momentos presenta una secuencia de eventos que suceden
con una velocidad frenética y en los que pueden estan incluidas situaciones que rayan entre lo ridículo y lo
imposible.
Humor sarcástico
Derivado de la palabra “sarx”, cuyo significado es carne, esta manifestación humorística hace uso de la
crueldad, la mordacidad y el sadismo para obtener el efecto deseado. Está muy emparentado con la parodia,
que ha sido definida como la transformación de una situación seria a una con una cualidad más familiar.
Su fundamento radica en la desvalorización o la degradación con relación al objeto o sujeto blanco de esta
expresión. Este desprecio intencionado sirve como burla, lo que también incluye la parodia y la ridiculización.
Es precisamente este contraste de valores lo que genera el efecto humorístico para aquellos que pueden
apreciar su intencionalidad.
En esta categoría también se recurre a la ironía, que está asociada con una rebeldía implícita en contra del
status quo establecido. Muchas veces lo que se dice tiene un significado opuesto con respecto al sentido
literal. Además, hace uso de expresiones consideradas como cáusticas, asemejando una sustancia corrosiva
que resulta perjudicial.
Humor seco
Esta variante cómica es conocida en inglés como Deadpan y está relacionado con la exposición de aquello
que se considera gracioso sin ningún tipo de lenguaje corporal. En esencia, el interlocutor no muestra
emociones, por lo que su mensaje resulta monótono, serio, informal y natural al mismo tiempo.
También se caracteriza por un aire de ingenuidad, insinceridad y la poca atención a los hechos que lo rodean.
Dado que manifiesta una tranquilidad absoluta y una sensación de inmutabilidad, tiende a disimular muy bien
la intencionalidad de quien trata de decir algo gracioso siendo indiferente al contexto o la situación.
Son varios los exponentes de este género que está enmarcado dentro del stand-up, la televisión y el cine.
Ejemplos famosos son comediantes como Bill Murray, Eugenio, Juan Verdaguer, Seth Roguen, Zach
Galifianakis, Cacho Garay, Ricardo Quevedo, Felo y muchos más. Asimismo, personajes interpretados por
Chevy Chase, Christopher Walken, Leslie Nielse, Peter Sellers, Tommy Lee Jones, entre otros.
Humor verde
Aunque las categorías anteriores pueden utilizar como recurso la obscenidad, el lenguaje vulgar y la
sexualidad implícita o explícita, estas características son más propias de este tipo de humor. Debido a su
contenido de naturaleza vulgar, subida de tono e incluso de mal gusto para algunos, a menudo está confinado
a audiencias más adultas y de todas las clases sociales.
Los recursos para esta categoría son variados, en especial en medios que tienen mayor difusión como el cine,
la televisión, el internet y publicaciones gráficas. Tienen gran afinidad con la crudeza, dado que no precisa de
filtros para dar a entender su mensaje como en otras formas de humor un poco más elaboradas o que
requieren cierto nivel de codificación.
Clasificación psicológica
Desde otra perspectiva, el humor también ha sido investigado por su naturaleza psicológica. El sentido del
humor puede tener distintas facetas, las cuales no son identificables desde un principio en que se entra en
contacto con una persona.
Dado que es una característica muy personal que deriva de una multiplicidad de factores, cada variante puede
causar diversas impresiones en aquellos que la experimentan. Por ello, los expertos y estudiosos del teman
han identificado 4 tipos principales.
Humor conectivo
Hace uso de aquello que tiene gracia para la mayoría de la gente y con lo cual se pueden identificar. Utiliza
acciones, situaciones u ocurrencias de todos los días que resultan jocosas para crear un sentido de felicidad,
bienestar y camaradería.
Humor agresivo
En función de su denominación, involucra insultos o vejaciones contra las personas. Es típico de comediantes
que quieren abusar de los demás, amenazándolos o lastimándolos de forma psicológica. Resulta tanto
gracioso como incómodo para algunos.
Humor reafirmante
Sirve como terapia para superar alguna situación adversa en la cual se pueda ver inmerso un individuo. Surge
de la capacidad de reírse de uno mismo y es una forma sana de lidiar con el estrés, encontrando humor en
esas situaciones cotidianas que nos afectan.
Humor autodestructivo
Esta clase de expresión viene dada por el autocastigo haciendo uso de agresividad o mediante la lástima.
Aunque es considerada como una manifestación humorística poco saludable, también puede ser una forma de
defensa indirecta contra los abusadores o bullies.