Jesús y la mujer samaritana: Lecciones de fe
Jesús y la mujer samaritana: Lecciones de fe
Introducció n:
(Jn 4:1-4) -Explica la partida de Jesús hacia Galilea y su paso por Samaria.
(Jn 4:5-26) -La conversación de Jesús con una mujer samaritana.
(Jn 4:27-38) -La conversación de Jesús con sus discípulos.
(Jn 4:39-42) - El contacto con los hombres de Samaria.
Jesús pasó algún tiempo en Judea al comienzo de su ministerio. Este periodo no es recogido por
los otros tres evangelios. Durante ese tiempo estuvo cerca de Juan el Bautista y ambos se
dedicaron a bautizar para arrepentimiento a los israelitas que venían a ellos, aunque el
evangelista nos aclara que "Jesús no bautizaba, sino sus discípulos".
Después de algún tiempo en Judea, los fariseos habían llegado a conocer el éxito del ministerio
de Jesús, que en ese momento hacía y bautizaba más discípulos que Juan. Seguramente esta
nueva situación era comentada en Jerusalén donde sería vista con cierta preocupación. Ni a los
fariseos, ni tampoco a los líderes judíos les había agradado la popularidad que Juan el Bautista
había alcanzado entre el pueblo. Pero su ministerio fue sólo el comienzo, porque como él mismo
les había anunciado, había uno más grande que él que estaba a punto de aparecer (Jn 1:25-27).
Así que, una vez que los fariseos vieron el rápido ascenso de Jesús, debieron sentirse muy
alarmados, porque en el fondo de sus corazones sabían que en la misma medida en que su
ministerio creciera, ellos iban a perder mucha de su popularidad e influencia sobre el pueblo.
Sin embargo, en vista de esta situación, fue Jesús quien decidió abandonar Judea. La razón es
que él no quería entrar todavía en un enfrentamiento abierto con los fariseos y los líderes
judíos, así que decidió salir de su área de mayor influencia y regresar a Galilea, donde ellos
tenían menos poder y presencia.
Por ejemplo, los samaritanos eran una mezcla de judíos con personas de otras nacionalidades.
La historia del origen de los samaritanos la podemos encontrar en (2 R 17:24-41). Allí leemos
que cuando el rey de Asiria conquistó el reino del norte, transportó a la mayoría de los judíos a
otras tierras de sus dominios, y pobló las ciudades samaritanas con gente que trajo de otros
lugares. Con el tiempo se produjo una mezcla racial, pero también religiosa, porque los pueblos
que vinieron de otras partes trajeron sus dioses y prácticas idolátricas, que fueron
incorporadas al culto de Jehová.
Más tarde, cuando los judíos regresaron del cautiverio en Babilonia y comenzaron la
reconstrucción del templo y la ciudad, los habitantes de Samaria se opusieron a esta obra y
fueron sus principales opositores (Esd 4).
Con el tiempo ellos mismos erigieron su propio templo en Gerizim, y disponían también de
ejemplares del Pentateuco, aceptando lo revelado por Moisés, pero rechazando todos los demás
escritos del Antiguo Testamento.
Todo esto nos da una idea de porqué "judíos y samaritanos no se trataban entre sí" (Jn 4:9).
Aunque de hecho, no debemos entender simplemente que no se hablaban entre ellos, sino que
había un verdadero odio arraigado en los corazones de ambas partes. Tal era así que cuando los
judíos quisieron insultar a Jesús, le dijeron que era "samaritano y que tenía demonio" (Jn 8:48).
Y como era de esperar, tampoco los samaritanos recibían a los judíos cuando pasaban por su
territorio. Recordemos el incidente cuando en una ocasión Jesús envió a algunos de sus
discípulos a una aldea de Samaria para hacer ciertos preparativos y los samaritanos no
quisieron recibirlos porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. A lo que los discípulos
respondieron pidiendo al Señor que cayera fuego del cielo sobre ellos y los consumiera (Lc
9:51-56).
Debido a esta tensión en sus relaciones, cuando un judío quería viajar de Judea a Galilea, lo que
normalmente haría sería cruzar el río Jordán hacia el este pasando a Perea y bordearlo hasta
llegar al Norte donde volvería a cruzarlo nuevamente para entrar en Galilea. Por supuesto, éste
no era el camino más corto, pero así evitaban pasar por Samaria, lo que dada la hostilidad
reinante, les evitaba muchos problemas y situaciones desagradables.
Habiendo dicho esto, volvemos a nuestro versículo, y vemos que nos dice que en su viaje de
Judea a Galilea, Jesús consideró que le era necesario pasar por Samaria. ¿Cuál era la razón para
ello? ¿Por qué no podía cruzar el Jordán como hacían otros muchos judíos? ¿Por qué era
necesario atravesar Samaria?
En vista de los acontecimientos que luego tuvieron lugar allí, y que este capítulo recoge, queda
claro que la necesidad expresada aquí estaba relacionada con su misión divina en Samaria, y
particularmente con una mujer samaritana que lo necesitaba.
Pero podemos fijarnos en otro detalle mucho más importante: "Jesús cansado del camino se
sentó junto al pozo". De hecho, parece que estaba más cansado que sus discípulos, porque él se
quedó a descansar mientras que ellos iban hasta la ciudad para comprar comida. Seguramente
debemos pensar que el esfuerzo espiritual de enseñar, sanar y restaurar que hacía el Señor, le
producía un agotamiento que no sentían los discípulos que sólo eran observadores. Con esto el
evangelista nos quiere hacer notar que su naturaleza humana era real. Y es interesante que en
un evangelio como el de Juan, donde tantas veces se enfatiza la divinidad del Hijo, el evangelista
se detiene constantemente para mostrarnos sus reacciones humanas; por ejemplo, cuando nos
dice que Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11:35), y su alma se turbó ante la
inminencia de la cruz (Jn 12:27), o su espíritu se conmovió ante la traición de uno de sus
apóstoles (Jn 13:21) y tuvo sed cuando estaba en la cruz (Jn 19:28).
Fijémonos además en otro pequeño detalle que también tiene cierta importancia. Observamos
que Jesús envió a sus discípulos a comprar algo de comer en la ciudad. Por supuesto, esto no
tiene nada de extraordinario, pero cuando unos capítulos más adelante vemos que el Señor
multiplicó panes y peces para dar de comer a una multitud hambrienta, nos preguntamos por
qué no hizo Jesús en este momento un milagro similar para así no tener que esperar a que sus
discípulos regresaran de la ciudad con comida y así calmar su hambre rápidamente. La
respuesta es que el Señor no hacía milagros para satisfacer sus propias necesidades. Él se
sujetaba al orden normal de las cosas y vivía como las demás personas. De este modo nos
enseñó también que Dios no va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos debemos hacer. Y
que el objetivo principal de sus milagros no es facilitarnos a nosotros la vida, sino mostrar su
gloria al mundo.
Según parece, la hora sexta no debía ser la más apropiada para ir a por agua, ya que según
nuestro pasaje, esta mujer era la única persona que había elegido ese momento del día para
hacerlo. Es probable que los demás prefirieran ir antes o después, cuando el calor del sol no
fuera tan intenso. Pero por alguna razón que tal vez luego podamos deducir, la mujer no quería
compañía, algo que al Señor le convenía también para poder tener con ella una conversación
personal sin que hubiera otras interferencias que le pudieran distraer. Así pues, vemos que el
Señor estaba buscando a esta mujer y eligió el momento más adecuado para acercarse a ella.
Así pues, aquí comienza un encuentro que nos puede servir de ejemplo de cómo Jesús
evangelizaba a los perdidos. Notemos especialmente la forma sencilla en la que el Señor le
expuso la verdad a la mujer, le mostró su necesidad espiritual, despertó su conciencia, y le
contestó a todas las preguntas que inquietaban su alma, para llevarla finalmente a la fe en él, el
auténtico Mesías y Salvador del mundo.
Cuando la mujer llegó aquel día al pozo, no sabía todavía lo que Dios tenía preparado para ella,
pero se disponía a tener un encuentro con el mismo Hijo de Dios que cambiaría su vida entera.
Jesús fue quien comenzó la conversación. Y curiosamente lo hizo pidiéndole un favor: "Dame de
beber". No cabe duda de que en ese momento la mujer se sintió importante. Ella era la que tenía
los medios para sacar el agua del pozo.
Es notable observar cómo Jesús se acercaba a los hombres y mujeres con toda humildad, no
buscando impresionar a las personas con su majestad y gloria. ¡Y menos mal que lo hizo así,
porque de otra manera, tanto la mujer samaritana, como nosotros mismos, habríamos salido
huyendo de temor! Sólo hace falta recordar el momento cuando Dios dio la ley a los israelitas en
el monte Sinaí y manifestó su gloria. Entonces todos quedaron espantados y temblando (He
12:18-21). Por esta razón cuando el Hijo trataba con los hombres encubría su gloria bajo la
débil apariencia humana para así poder acercarse con facilidad al pecador sin atemorizarlo.
Ahora bien, Jesús había pedido agua a la mujer, pero ¿querría la mujer dar de beber a este
desconocido judío?
Pero Cristo no reconoció las divisiones y enemistades entre los hombres, ya sea que éstas
tengan su origen en la raza, la religión, el sexo o cualquier otro aspecto. La razón es que todos
los seres humanos estamos necesitados de salvación por igual, así que, aunque "judíos y
samaritanos no se trataban entre sí", Cristo trató con todos ellos.
Por lo tanto, lo primero que la mujer percibió es que este judío no era como los demás. Él sí que
estaba dispuesto a acercarse a los "odiados samaritanos" y tener trato con ellos.
De todas maneras, esto no sirvió para que la samaritana complaciera al Señor dándole un poco
de agua para su sed.
A pesar de la negativa de la mujer, Jesús continúa la conversación diciéndole que tenía un agua
mejor que la de ese pozo y que él sí que estaría dispuesto a compartirla con ella. De esta
manera, partiendo de algo material como el agua, el Señor comienza a hablarle acerca de las
realidades espirituales: "el don de Dios" y "el agua viva".
Pero notemos cómo presenta el asunto. Comienza diciéndole: "Si conocieras...". Hay cierto toque
de misterio que tiene como finalidad causar extrañeza en la mujer y obligarle a reflexionar. Es
una forma de incitar a la mujer para que haga más preguntas y se siga interesando por lo que
Jesús le quiere decir.
Luego le habla del "don de Dios", porque la mujer desconocía el regalo de Dios. Podemos
imaginarnos algunos de sus pensamientos en este momento: ¿En qué consistiría este regalo?
¿Realmente Dios me quiere regalar algo? La vida es tan dura... todo hay que ganarlo por uno
mismo... me resulta sospechoso que alguien me quiera dar algo sin recibir nada a cambio...
Por último le habla de sí mismo: "si conocieras quién es el que te dice: Dame de beber". Aunque
ella no tenía ni idea, Jesús, quien en aquellos momentos estaba hablando con ella, es el regalo
de Dios al mundo pecador. En él, Dios ha manifestado toda su gracia, misericordia, justicia,
perdón, santificación... a favor de los hombres.
¿En qué consiste este "agua viva"? Bueno, el pozo de Jacob junto al que estaban manteniendo su
conversación se llenaba con el agua de la lluvia que saturaba el terreno. Era una especie de
cisterna con agua buena, pero en ningún caso podría compararse con el agua de un manantial
que brota constantemente fluyendo siempre fresca. Aunque, por supuesto, todo esto era
simplemente una ilustración de las verdades espirituales que Cristo quería compartir con la
mujer y que finalmente apuntaban a la vida eterna con todas sus bendiciones inagotables.
En cualquier caso, es importante notar también que aunque este "agua viva" está a la
disposición de todos los hombres de forma totalmente gratuita, sólo aquellos que la piden se
podrán apropiar de ella.
Evidentemente, la mujer no comprendió el lenguaje espiritual que Jesús estaba utilizando. Ella
ignoraba que aquel judío con el que estaba hablando era el Salvador del mundo. Y tampoco
lograba entender la grandeza de la salvación que le estaba ofreciendo gratuitamente. Para ella
Jesús era un judío necesitado, cansado, con las manos vacías, sediento... ¿Qué podía ofrecerle?
Por el contrario, ella era una mujer autosuficiente, que contaba con los recursos necesarios
para ayudarle a él a calmar su sed.
La cuestión, por lo tanto, era quién necesitaba a quién. Jesús a la samaritana o la samaritana a
Jesús. La mujer sólo veía en Jesús a un viajero desvalido, sin medios para sacar agua del pozo y
calmar así un poco su sed. Y de la misma manera, muchos siguen rechazando creer en un Cristo
crucificado, vencido, que en sus últimos momentos de vida volvía a repetir en medio de su
agonía la misma frase: "Tengo sed" (Jn 19:28).
No logran ver que tras su humanidad se encontraba el mismo Hijo de Dios, que ofrece a la
humanidad la vida eterna. Hoy, igual que ayer, los hombres se sienten autosuficientes, creen
que no necesitan a Dios, y que en tal caso, si llegaran a creer en él, serían ellos los que le harían
un inmenso favor a él.
Los samaritanos se sentían orgullosos de su padre Jacob, del cual pretendían descender por
medio de sus hijos Efraín y Manasés. Y aunque sus vecinos judíos pudieran discutir este punto,
no cabe duda de que también para ellos la figura de Jacob, el padre de la nación judía, era tenido
en muy alta estima.
Así pues, la cuestión que la mujer planteó es importante: ¿Es Jesús mayor que el mismo Jacob, el
padre de la nación judía? ¿Quién es Jesús?
"Respondió Jesú s y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed"
La respuesta del Señor deja fuera de toda duda que él era infinitamente mayor que Jacob.
Lo primero que hace es mostrar a la mujer que el agua del pozo que Jacob les había dado, no
lograba calmar definitivamente su sed. En realidad, Jacob era un hombre y todo lo que podía
darle eran cosas materiales, como el agua, que nunca puede dejar plenamente satisfecho al
hombre. El alma humana tiene necesidades profundas que nada material puede saciar. Y todos
los que vivimos en sociedades materialistas sabemos que es verdad. El hombre de nuestros días
se afana por poseer nuevas cosas en un intento desesperado por llenar su vida pero sin llegar a
conseguirlo nunca. De hecho, cada vez necesita más cosas y experiencias más fuertes para
llenar el vacío que constantemente está creciendo en él. Todos nosotros deberíamos recordar
siempre las palabras de Jesús: "Cualquiera que bebiere de este agua, volverá a tener sed".
"Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamá s"
Una vez mostradas las limitaciones de lo que Jacob, o cualquier otro hombre puede ofrecer a
sus semejantes, el mismo Señor hizo su ofrecimiento: "Mas el que bebiere del agua que yo le
daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna".
Cristo hace aquí una promesa universal, ya que sólo él puede llenar plenamente el vacío de
nuestro interior y darnos una felicidad duradera. Aunque esto no ocurrirá hasta que le
entreguemos nuestras vidas.
Así pues, frente a las aguas estancadas del pozo de Jacob, el Señor ofrece un manantial de agua
saltando. Como más adelante explicó, se estaba refiriendo al Espíritu Santo que él daría a todos
los que creyeran en él:
(Jn 7:37-39) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior
correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él..."
Y esta oferta sigue estando vigente para todos los hombres y mujeres en cualquier parte. Así
nos lo recuerda también el libro de Apocalipsis justo al terminar:
(Ap 22:17) "...El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente"
"Señ or, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla"
Por fin las palabras de Jesús habían logrado despertar la curiosidad de la mujer, que en ese
momento llega a pedir que le dé esta nueva clase de agua. Sin embargo, parece que no había
escuchado las últimas palabras de Jesús: "una fuente de agua que salte para vida eterna". Ella no
dejaba de pensar en el agua física, pero Jesús se refería a verdades espirituales y eternas. Ella
pensaba en su propia comodidad al no tener que ir hasta el pozo cada día a buscar el agua, pero
el Señor le estaba ofreciendo la vida eterna. La mujer samaritana es un buen ejemplo de las
dificultades que el hombre natural tiene para entender la Palabra de Dios.
Por lo tanto, el propósito del Señor era otro. Él quería que entendiera que no se puede disfrutar
de los beneficios del evangelio sin que previamente se enfrente el pecado con confesión y
arrepentimiento. Y sin duda, la samaritana, al igual que todos nosotros, tenía muchas cuentas
pendientes en este sentido. Así que el Señor, perfecto conocedor de la vida de esta mujer, llamó
su atención sobre algo que a ella le causaba un dolor y frustración especial: su fracaso
matrimonial y su inmoralidad sexual.
Evidentemente, toda la vida de esta mujer era como un libro abierto delante del Señor. La
samaritana estaba descubriendo que no había nada que pudiera ocultarle. Y el Señor usó este
conocimiento para arrojar luz sobre los repliegues de su conciencia con el fin de mostrarle cuán
grande era la necesidad que tenía de purificación y perdón.
Pero tanto ella, como el Señor, sabían que su respuesta era sólo una verdad a medias. Así que,
ante la sorpresa de la mujer, "Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido, porque cinco
maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad". El Señor
fue directo al asunto, no lo camufló ni lo adornó. Llamó a las cosas por su nombre y con ello
puso al descubierto las lacras de su vida moral. Por supuesto, esto tuvo que ser muy doloroso
para ella, pero sólo cuando la persona empieza a sentir su culpabilidad y fracaso, es cuando
Dios puede hacer algo por el bien de su alma. Sólo quien se reconoce enfermo va al Médico (Lc
5:31-32).
Y como podemos ver, la mujer samaritana estaba realmente muy enferma y necesitada. Por un
lado había tenido cinco maridos. La misma cantidad de matrimonios, seguramente en rápida
sucesión, muestran su fracaso y tragedia. Y finalmente, dejando a un lado la "formalidad" del
matrimonio, la mujer estaba viviendo con un hombre con el que no se había casado. Y aunque
ella quisiera justificarlo, algo que no parece que hiciera, estaba viviendo en pecado.
Todo esto evidenciaba el descenso moral que desde hacía tiempo aquella mujer había
experimentado. Y es probable que además del dolor que sus continuos fracasos matrimoniales
le producían, tenía que añadir también el rechazo de sus vecinos, razón por la cual habría ido a
aquellas horas de tanto calor a buscar agua del pozo para así no tener que sufrir sus miradas
inquisitivas.
Habiendo llegado a este punto, es importante que nos demos cuenta de cómo valora el Señor
ciertos comportamientos que han llegado a ser "normales" en nuestros días. Por un lado están
aquellos que acumulan divorcios y nuevos matrimonios. La idea de una unión para toda la vida
parece haber quedado obsoleta en la mente de la mayoría. Los actores, cantantes y deportistas
son los que ahora parecen moldear el carácter de las nuevas sociedades, y ¿cuál de ellos no
tiene dos o tres matrimonios a sus espaldas? Quizá se nos presenten como abanderados de la
libertad, pero según la forma en la que el Señor trató el asunto con la mujer samaritana, todo
esto no hace sino sacar a la luz su deterioro moral y su vacío existencial. Y por otro lado, están
aquellos que "pasan" del matrimonio y conviven con un hombre o una mujer sin legalizar su
situación. Notemos que tampoco esto fue aprobado por el Señor. Sigamos el ejemplo de Jesús
que llamó a las cosas por su nombre.
Y tomemos también buena nota de que al intentar ganar almas para Cristo, nunca hemos de
evitar la cuestión del pecado. Sólo los que reconocen que están perdidos pueden ser salvados.
Pero ¡cuán pocos son los que están dispuestos a admitir su situación!
(He 4:13) "Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las
cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta."
La mujer no niega lo que Jesús había dicho sobre ella, sino que más bien no puede ocultar su
sorpresa y admiración, llegando a reconocer la posibilidad de que Jesús fuera profeta. Y esto es
muy significativo, porque como ya hemos dicho, los samaritanos sólo creían en el Pentateuco, es
decir, los cinco primeros libros de la Biblia, por lo tanto, ellos no esperaban un rey, sino un
profeta (Dt 18:15). Así que, cuando dijo que le parecía que Jesús era profeta, estaba diciendo
que había empezado a sospechar que él era alguien realmente muy importante.
Todos ofrecemos cierta resistencia cuando tenemos que reconocer nuestros pecados o admitir
nuestros fracasos. Seguramente por esta razón la mujer intentó en ese momento desviar la
conversación de su situación personal a una disputa teológica muy de moda en aquel entonces:
"Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde
se debe adorar".
No sabemos cuál era el interés real que la samaritana tenía en este debate. Como decimos, es
probable que sólo era una manera de encubrir su triste fracaso personal. Pero tal vez estaba
también indicando la frustración que la religión le producía en su intento de conocer el camino
a Dios. Aunque pueda parecer extraño, muchas personas culpan a la religión de su falta de fe. En
ocasiones hemos oído a las personas quejarse diciendo: "Yo creo en Dios pero no en la religión".
Estas son personas, que como la samaritana, se sienten confundidas por la religión.
Pues con la claridad que le caracterizaba, se dirigió a la mujer samaritana en estos términos:
"Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación
viene de los judíos".
En el debate sobre cuál era el lugar correcto para adorar, los judíos afirmaban que Dios había
elegido a Jerusalén, mientras que los samaritanos habían construido un templo alternativo en
el monte Gerizim. El Señor no dejó lugar a la duda. No dio una respuesta ambigua, sino que de
una forma que a nosotros nos puede parecer incluso hasta brusca, dijo que los samaritanos
adoraban lo que no sabían. Era una forma de decir que estaban completamente equivocados y
que lo que estaban haciendo no agradaba a Dios.
A la hora de adorar, no todo vale. Y los samaritanos habían olvidado algo muy importante: la
Palabra de Dios. El Antiguo Testamento decía que los israelitas debían adorar en el lugar que
Dios escogiere para poner su nombre:
(Dt 12:5) "El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner
allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allí iréis."
Y en muchas otras partes de la Escritura Dios afirmó que era Jerusalén la ciudad elegida para
este fin:
¿Cuál era la base del problema de los samaritanos? Pues que sólo aceptaban una parte de la
revelación, en concreto lo dicho por Moisés en el Pentateuco. Por lo tanto, al rechazar el resto
de la Palabra, habían llegado a "adorar lo que no sabían". En este sentido, a pesar de que habían
tenido grandes ventajas sobre las otras naciones paganas, al final se encontraban tan lejos de la
verdadera adoración como los idólatras atenienses, a los que el apóstol Pablo encontró
adorando delante de un altar que tenía la siguiente inscripción: "Al dios no conocido" (Hch
17:23).
Ahora bien, ¿en qué sentido la salvación viene de los judíos? ¿Cómo debemos entender estas
palabras de Jesús? Esta afirmación se basa en el hecho de que Dios había dado su revelación
especial por medio de los judíos. Ellos habían sido escogidos por Dios como un instrumento a
los efectos de recibir, guardar y transmitir la Palabra de Dios. Y sólo a través de la revelación de
Dios podemos saber con exactitud cuál es el camino trazado por él para la salvación.
(Ro 3:1-2) "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en
todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios."
Pero aún más importante que esto, el Salvador del mundo sería alguien que vendría de la
descendencia de Abraham. Las Escrituras lo anunciaban con claridad.
(Ro 9:4-5) "Son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la
ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino
Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén."
Por lo tanto, los samaritanos estaban equivocados cuando esperaban que la salvación viniera a
través de su pueblo. El Salvador del mundo es judío. Ahora bien, nos podemos imaginar la
resistencia que ellos ofrecerían para reconocer como su Salvador a un judío. Sin duda, el odio
que se profesaban entre ambos pueblos sería un grave obstáculo para ello. Y algo parecido les
ocurre en la actualidad a millones de árabes que no pueden aceptar que la salvación eterna de
Dios viene de los judíos.
En cualquier caso, a la mujer no le quedó ninguna duda sobre este asunto cuando Jesús mismo
le declaró que él era el Mesías: "Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo".
Debemos detenernos un momento en este punto, porque esta es la única ocasión en que nuestro
Señor hizo una manifestación tan clara de su naturaleza y su misión mesiánicas. Y nos
sorprende que eligiera para ello a una mujer samaritana e inmoral. Pero esto es lo que dijo
Jesús:
(Mt 11:25-26) "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los
niños. Sí, Padre, porque así te agradó."
No se reveló a Nicodemo, el principal entre los judíos, tampoco lo hizo a los eruditos escribas, ni
a los estrictos fariseos. Fue a una mujer de Samaria.
Por otro lado, también es importante considerar la forma exacta de esta declaración. Jesús dijo:
"Yo soy". Por supuesto, gramaticalmente se sobreentiende que quería decir "Yo soy el Mesías".
Pero ningún conocedor del Pentateuco podría dejar de asociar estas palabras de Cristo con
aquellas con las que Dios se presentó a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3:13-14). De hecho, esta
es la primera aparición de la expresión "Yo soy" que Jesús usa muchas veces en el evangelio de
Juan para revelar su verdadera naturaleza. Esto lo iremos viendo más adelante.
"En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer"
¿Cuál fue la razón para que los discípulos se maravillaran de que Jesús estuviera hablando con
una mujer? Bueno, en nuestra cultura esto puede ser muy normal, pero entre los judíos había
un precepto rabínico que decía: "Nadie hable con una mujer en la calle, ni con su propia
esposa". Y los discípulos consideraban a Jesús como un rabí, por lo tanto, les pareció que estaba
actuando por debajo de su dignidad.
Sin embargo, ninguno le dijo nada debido al respeto y la reverencia que sentían por él.
Una posibilidad es que la mujer dejara el cántaro para que Jesús bebiera agua. Al fin y al cabo, a
pesar de la sed de Jesús y su petición, ella todavía no le había dado agua.
Pero aunque esto es posible, seguramente dejó el cántaro allí con el propósito de llegar más
rápidamente a la ciudad, puesto que como a continuación veremos, había empezado a sentir la
urgencia de comunicar a todos el descubrimiento que acababa de hacer. No es difícil entender
que su corazón estaba rebosando de alegría por todo lo que había escuchado y por lo tanto,
llevar el cántaro con ella sólo serviría para retrasarla.
Por otro lado, era un claro indicio de que tenía la intención de regresar a donde estaba Jesús.
Además, es interesante ver que de repente sus bienes materiales habían dejado de ser tan
importantes como la persona de Jesús. Una evidencia importante de que la semilla sembrada en
ella por el Señor estaba empezando a germinar.
Y otra prueba más de esto último fue la necesidad que repentinamente comenzó a tener de
compartir con los habitantes de su ciudad las verdades que acababa de descubrir acerca de
Jesús, el Salvador del mundo. Ante tanta maravilla no podía permanecer callada. Y esto es
también una hermosa prueba de la nueva vida en Cristo.
"Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?"
A partir de aquí tenemos el testimonio que la mujer dio en su ciudad acerca de Jesús. Es
especialmente interesante notar la habilidad con la que se dirigió a sus paisanos. No adoptó una
postura de superioridad, afirmando haber encontrado al Cristo, sino que con una intuición
femenina muy fina suscitó en ellos la curiosidad: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo
cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?". También de este detalle podemos aprender mucho a
la hora de dar testimonio a otras personas.
En cualquier caso, es indudable que la vida licenciosa de esta mujer tenía que ser bien conocida
en la ciudad, así que también era de esperar que no sería tomada muy en serio por sus
conciudadanos. Sin embargo, ella adoptó la misma táctica que Felipe había usado antes con
Natanael: "Ven y ve" (Jn 1:46). Evidentemente sus palabras no tendrían ninguna autoridad, y
menos en temas espirituales, pero ella estaba segura de que si lograba poner en contacto a
estas personas con Jesús, ellos mismos serían finalmente convencidos, como así ocurrió unos
días después (Jn 4:42). ¡Qué hermoso ejemplo de un auténtico evangelista! La mujer no sabía
mucho del evangelio, pero en su sencillez logró interesar a otros para que acudieran a Jesús.
Con su comportamiento estaba poniendo de manifiesto la gran importancia que para él tenía el
cumplimiento de la misión sagrada que le había sido encomendada por el Padre. Tal era así que
llegó a decir: "Mi comida es que haga la voluntad del que envió, y que acabe su obra". Una vez
más estaba usando aspectos como el hambre y la sed físicas para ilustrar que la verdadera
satisfacción de las necesidades más profundas del hombre se encuentra en hacer la voluntad de
Dios.
Así que, el Señor descuidaba el alimento material por el interés que tenía en la obra que el
Padre le había encomendado. Aquí tenemos una buena razón por la que nosotros también
debemos practicar el ayuno.
"Mi comida es que haga la voluntad del que me envió , y que acabe su obra"
Ahora bien, tal vez podríamos pensar que en ese momento no habría supuesto ningún
inconveniente que él dedicara un poco de tiempo para comer. Al fin y al cabo, la mujer se había
ido, y los samaritanos todavía iban a tardar un tiempo hasta que llegaran. ¿Por qué no
aprovechar para reponer fuerzas mientras tanto?
Es probable que a nosotros nos cueste entender su actitud. Desgraciadamente pensar en hacer
"la voluntad del Padre" normalmente encuentra en nosotros una fuerte resistencia. Nada
parecido a la delicia y el placer que suponían para Cristo. Cuando él tenía delante la posibilidad
de llevar el evangelio a un perdido, se olvidaba del cansancio, la sed y el hambre. Jesús vivía
para obedecer al Padre. ¡Oh, si nosotros pudiéramos decir sinceramente lo mismo!
La comida divina que sustentaba al Hijo consistía en "hacer la voluntad del que le envió" y en
"acabar su obra". Esto le llevó a predicar el evangelio a la mujer samaritana, pero también al
resto de los samaritanos que en poco tiempo irían a su encuentro. Aun así, en último término, el
hecho de "acabar la obra" encomendada por el Padre le llevaría a morir en una cruz por los
pecadores. Y fue en aquellos momentos donde se puso a prueba de la forma más intensa posible
su devoción al Padre y su deseo de hacer su voluntad sin importar el precio. En este sentido
adquieren un valor especial las palabras con las que Jesús se dirige al Padre en el huerto de
Getsemaní: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo
que yo quiero, sino lo que tú" (Mr 14:36).
"Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya está n blancos para la siega"
Pero en este momento, acabar su obra implicaba atender a los samaritanos de la ciudad que
estaban recibiendo el testimonio de la mujer. Y el Señor con su espera nos enseña la
importancia de terminar lo que empezamos.
Pero frente a esta actitud, el Señor veía que los campos ya estaban listos para la siega. Parece
que imaginaba a los samaritanos que salían de la ciudad buscándole como espigas de trigo
maduras, listas para la cosecha. Era el momento de aprovechar los efectos del testimonio de la
mujer. Si se retrasaba el trabajo, se podía perder la cosecha. Esto nos enseña que hay que
aprovechar cualquier oportunidad que el Señor nos da porque puede no volver nunca.
Siguiendo con la misma ilustración, el Señor describe la variedad de las distintas etapas: "Los
que labraron... el que siembra... el que siega".
Quizá podemos identificar a los labradores como los profetas del Antiguo Testamento, que
llevaron a cabo una labor preliminar, de despertar conciencias, de aguantar en días malos, de
predicar la palabra en oídos sordos. Esta fue una tarea ingrata y muy dura, pero sin ella no se
podría haber llevado a cabo la siembra y la siega.
Luego tiene lugar la siembra. En ella aparentemente se pierde el grano que se echa en el campo.
Pero es una labor igualmente necesaria si se quiere ver fruto.
Por último llega la siega cuando se recoge "fruto para vida eterna". Y esto compensa todos los
esfuerzos anteriores.
Ahora bien, aunque hay varias etapas, se subraya la unidad del proceso total, de tal manera que
no sólo reciben recompensa los que siegan, sino que "el que siembra goza juntamente con el
que siega". Por otro lado, tal como el Señor lo expuso, se apunta otro principio importante, que
es el de la colaboración. Unos prepararon el terreno, otros sembraron y finalmente otros
segaron. Cada uno de nosotros tenemos una parte que hacer en la obra de Dios. No competimos,
sino que debemos colaborar y trabajar unidos. Por todo esto, si alguno es infiel, la obra sufrirá
pérdida, porque nadie tiene exactamente las mismas oportunidades y dones que otro.
"Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer"
El Señor había sembrado la Palabra en la mujer samaritana, y ahora los apóstoles se tenían que
preparar ahora recoger el fruto de una multitud de samaritanos que llegaron a creer en el
Señor por medio del testimonio de ella.
Y no sólo esto, sino que probablemente también podemos establecer una conexión entre este
incidente y la obra que Felipe el evangelista llevó a cabo entre los samaritanos algunos años
después y que encontramos relatada en el libro de Hechos de los Apóstoles (Hch 8:5-8). En ese
caso, Felipe segó donde Jesús había sembrado. ¡Cuán amplio radio de acción puede ser
alcanzado por un pequeño fuego!
Por lo tanto, vemos que la obra entre los samaritanos tuvo una amplia proyección, pero no
olvidemos que Dios usó para su comienzo a una mujer inmoral y seguramente despreciada por
sus propios conciudadanos. De esta manera vemos una vez más que Dios se complace en usar
instrumentos débiles para llevar a cabo su obra. Con frecuencia muchos de nosotros somos
tentados a pensar que para comenzar una gran obra es necesario hacer un importante
despliegue de medios en periódicos, televisión, actos públicos sofisticados, invitación a las
personalidades de la ciudad... Pero Jesús buscó una conversación personal con alguien
insignificante, sin relevancia social. Y este fue precisamente el comienzo de un gran movimiento
espiritual entre los samaritanos. ¡Cuánto tenemos que aprender de todo esto!
"Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y
sabemos"
No cabe duda de que el testimonio de la mujer resultó muy impactante a todas las personas que
le conocían en su ciudad. Un cambio tan radical tuvo que llamarles necesariamente la atención.
Y aun más la fuerza, el entusiasmo y la convicción con que hablaba de Jesús. Esta fue la primera
razón por la que los samaritanos creyeron en Jesús. Y normalmente, siempre es así; llegamos a
Jesús porque alguien nos habló de él.
Pero una vez que se produjo el primer encuentro entre Jesús y los samaritanos, ellos debieron
comprobar inmediatamente que había algo especial en él, de tal manera que contra todo
pronóstico "le rogaron que se quedase con ellos", algo a lo que el Señor accedió. Esto era algo
insólito, puesto que como ya vimos al comienzo del capítulo, los judíos y los samaritanos no se
trataban entre sí.
Fue entonces cuando ellos pudieron conocer personalmente a Jesús, y en su propio análisis
llegaron a la conclusión de que él era "el Salvador del mundo, el Cristo". Y quisieron dejar claro
que aunque inicialmente se habían acercado a él por el testimonio de la mujer, finalmente
llegaron a creer porque ellos mismos habían oído a Jesús personalmente. Y cada hombre debe
llegar también a su propio encuentro personal con él. Nuestra fe no puede estar puesta en lo
que otros nos han dicho de él, sino en la "palabra de él".
Al final del pasaje todos los samaritanos estaban de acuerdo en que Jesús era el "Salvador del
mundo". Este también fue un paso muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta las
rivalidades religiosas que había entre judíos y samaritanos. Ellos llegaron a entender y aceptar
que Jesús no era un Mesías exclusivamente de los judíos, sino del mundo entero. ¡Qué gran fruto
tuvo el breve ministerio del Señor entre los samaritanos! Ahora entendemos por qué le era
necesario pasar por Samaria.